[Evento] Iñigo Amminos, el ricachón.

No perdió el tiempo. La curioso que tenía era superior a la cautivación por los extraños objetos. Sí que eran brillantes, redondos y con un sutil relieve. Otro era un fino moño, entre elegante y bonito. Había una figura perfectamente tallada, con la forma de un zorro, pintada con tal calidad que parecía un color natural, tal vez lo era. Y por último, y más raro, eran dos esferas de cristal, una con un pino y la otra con una cabaña; lo más interesante era que al agitarla, nieve cubría el objeto interior. No comprendía el valor que podrían tener, ni el significado, detalles que deseaba saber.

Quizá poco tendría que indagar, puesto que la nota directamente indicaba visitar a un individuo en específico. Confiaba en que esa persona le daría las respuestas que deseaba, y no sólo relacionadas con esas peculiaridades, sino con todo el evento que había sucedido. ¿Qué era exactamente esa joya, por qué estaba ahí, quién era esa niña y su padre, qué había pasado con ellos? Tantos misterios. Por más que haya sido una situación agradable, no le agradaba ignorar tanto. Deseaba comprender la experiencia con el objetivo de apreciar el panorama completo como un todo y no como una fracción.

Sin embargo, en Dundarak no encontró a Mael, ni rastro de él. "O ella". Sonaba a 'él'. Lo que sí encontró fue un grupo de personas escuchando la petición de un sujeto, un especie de vocero que anunciaba que alguien buscaba artefactos inusuales, como los que Athos tenía. "Hmmm". Mas el caballero dudaba de la naturaleza de aquel asunto.

A fin de cuentas, el señor Amminos resultaba ser un coleccionista, lo cual era ya interesante. Tantas riquezas e influencia, pero con el capricho de recolectar objetos raros. "Supongo que todos tenemos nuestros caprichos". Eso estaba bien, sin embargo no era el destinatario. Aun así... sentía una nueva curiosidad, ¿qué daría a cambio? No parecía del todo correcto, tampoco era su estilo deshacerse de algo que no le pertenecía, aunque podría dar algo pequeño, ¿no?

—¿Hola? —La mansión era enorme, y su tenue voz a penas si podría escucharse del otro lado del recibidor. Pero poco esfuerzo era necesario, fue bien recibido y en un instante eran presentados.

—Saludos. Soy Athos. Me encontré con esta esfera. —Mostró en su mano una pelotita roja, portando el resto de los adornos en la otra mano, bien guardados, aunque no requería de mucho esfuerzo para notar qué eran—. Escuché que ofrecía recompensa por artefactos como éste... Le ofrezco éste. —Meció la pelotita, como si fuera una cuna—. Aunque me gustaría saber por qué. ¿Qué son, qué significan, qué utilidad tienen? Más importante, ¿dónde está su dueño legítimo, cómo podría encontrarlo? —Mantenía un tono sereno, aunque dándole la seriedad que el asunto merecía.

Viéndolo bien, era natural ceder a algo para ganar otra cosa a cambio. Como un contrato. Y en cualquier caso, quizá nunca encontraría a quien busca sin la ayuda de ese gran señor.