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Mensaje  Johannes Jue Ago 13 2015, 22:32

Luego de nuestra peculiar aventura, decidí volver a embarcarme en el barco del Capitán Werner, esta vez no para ir en busca de un deseo o capricho, tampoco tenia la intención de volver a encontrar a una maldita criatura que amenazara nuestras vidas, no. Había venido hasta aquí para saldar una deuda, las múltiples que ya había acumulado a bordo de esta nave y una más: El amable favor del capitán para hacerme llegar hasta el territorio de los brujos, las islas. Sin mucho dinero u otro tipo de pago que pudiera ofrecer, puse sobre la mesa mi mejor ofrecimiento: El conocimiento, aquel que no puede ser valuado tan fácilmente y menos ante alguien que podría ser de gran utilidad de un momento a otro. No se trataba de libros, lenguas, o conocimientos básicos, si no, el mejor que un experimentado asesino puede mostrar a un bravo corsario.

Sí, había puesto mis habilidades en combate a la disposición del Capitán y su tripulación. Ya antes habían podido apreciar lo que el par de mis manos eran capaces de hacer y aun así no era todo. Convencido de que sería la mejor paga, entre en mi papel como maestro. Camine sobre la cubierta hasta llegar a la proa de la nave y aspire profundo para llenar mis fosas nasales por aquel fresco aroma salino que expulsa la suave brisa de las olas chocando contra el casco del barco. El viento sublime parecía hacer nuevas promesas ante el horizonte, asegurando que este sería un gran día para comenzar las lecciones. Mientras me encontraba extasiado ante el panorama, Reb permanecía sentado sobre sus patas traseras observando y esperando sin estar seguro lo que sucedería. El alba estaba pronto a llegar y al parecer madrugar no era el punto fuerte de un pirata.

Restando importancia al claro retraso, recordaba los días en el que había vivido al lado de Richard, mi tío. Su arduo entrenamiento y valiosas enseñanzas me habían llevado de algún modo a este día, en este lugar. Tal como él lo había hecho, adoptaría su aptitud y firmeza para enseñar una cosa o dos a estos lobos de mar.

Por fin escuche algunos pasos tímidos emergiendo de los dormitorios. Uno de los hombres se rascaba los ojos, ahuyentando la luz de sus parpados, hasta que uno de mis cuchillos impacto sobre el suelo, casi incrustándose en su descalzo pie. El sujeto sorprendido y asustado retrocedió. - Todos, Llegan tarde. Si están dispuestos a aprender algo del fino arte del combate, deberán esforzarse más. No toleraré la ineptitud y demora de un montón de perezosos. Inspeccione a cada hombre en cubierta para intentar percatarme de sus posibles flaquezas y fortalezas. - Vaya, parece que solo falta la presencia de alguien en la cubierta. Mire sobre mis hombros hacia el camarote del Capitán, donde esperaba encontrar en breve la presencia de mi estimado anfitrión.
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Mensaje  El Capitán Werner Vie Ago 14 2015, 19:40

Desde que el asesino de nombre Johannes le dijo le propuso  entrenarle junto a todo su tripulación, el Capitán Werner pasaba los días ansioso por comenzar el entrenamiento. Su dominio con la espada no era nada fuera de lo corriente. Él no era ningún espadachín. Su arma  era la palabra no la espada. Sin embargo, hasta el momento, siempre ha podido defenderse.  Su tenaza reforzada con un exoesqueleto de quitina que la naturaleza le había proporcionado hacía las funciones de espada y escudo al mismo tiempo. Nunca necesitó aprender las artes de un espadachín. No por eso, el Capitán no sentía la necesidad de aprender más.

Con su pinza del brazo derecho sostenía una piedra de agua con la cual afilaba su espada de corsario. Estaba nervioso por aquel día. Necesitaba distraerse con algo, lo que fuera. Sabía que, si seguía pensando en el entrenamiento sería peor.

“Zas”. Sonó la espada tras pasar por la piedra de agua. “Zas”. Unas chispas saltaron. El Capitán recordaba el momento en que le regalaron la piedra de agua. Arethusa, una bruja de pelo castaño claro y ojos verdes como dos pares de esmeraldas, fue quien se la dio hace más de quince años.

En aquellos días, Alfred Werner se acaba de estrenar como Capitán. Sus asedios eran fáciles y rápidos. No quería arriesgarse. Escuchó hablar de una mina a las afueras Beltrexus, justo a orillas de la playa. Todas las gemas preciosas que portaban los nobles de todo Aerandir en sus joyas provenía de allí. Lo gracioso era que la seguridad de la mina era pésima, todos los soldados los concentraban en los barcos que navegan a Lunargenta con los materiales. Ilusos, creían que los piratas solo atacaban a atacaban a los navíos. El Capitán Werner iba enseñarles una lección que jamás olvidarán.

Cuando el “Sueños Cumplidos” desembarcó no había nadie quien protegiera la entrada a la mina. Justo como planeó. Alfred cogió a sus mejores marineros y entraron a la cueva. Lo que vieron allí dentro fue como si les hubieran golpeado directamente al corazón. Hombres, mujeres, niños de apenas cinco años… todos trabajan a dura penas dentro de la cueva. Los soldados entraron en aquel momento. Era una trampa. Se habían escondido utilizando habilidades mágicas que el joven Capitán desconocía.

La tripulación del “Sueños Cumplidos” pudiera haber muerto aquel día de no ser por Arethusa. Una trabajadora de la mina. Por alguna extraña razón ella pensó que Alfred era su salvador e iba a sacarle de aquel infierno. Fue la primera minera en lanzarse a luchar contra los soldados armados. Muchos otros le siguieron, el Capitán no iba  a ser menos.

Recató a los esclavos mineros, tomó la mitad de los minerales que habían recolectado aquel día y el resto lo puso a disposición de los esclavos. Arethusa, en agradecimiento, le dio una noche de sexo y una piedra de agua con la que afilar su espada.

-¡Capitán!- Gritó Carl. Alfred estaba tan sumiso en sus recuerdos que no lo vio entrar dentro de su camarote. – Johannes está en cubierta. Está llamando a toda la tripulación.-

-Voy.- Gruñó con su extraño acento al mismo tiempo que sonó el último “zas”.

El Capitán salió de su camarote a paso acelerado. No se preocupó ni tan siquiera de cerrar la cabina, Carl la cerró por él.  – No te esperaba tan pronto mi buen amigo.- Dijo con un marcado tono socaron. Contándose, no superaban las doce de hombres que habían asistido al entrenamiento. Los demás, bravos y orgullosos como todo mal pirata, se negaron a participar. Mejor. No quería que unos imbéciles vieran como un asesino le enseñaba como si de un crío se tratase.


Arethusa:
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Mensaje  Johannes Mar Ago 18 2015, 21:29

Ahí estaba finalmente, peculiarmente malhumorado para variar las cosas, sumando su aptitud al reluciente desempeño de su tripulación. Sonreí ante su respuesta y agité mi cabello para darle algo de forma. - Le agradezco. Siempre he tratado de ser alguien impredecible. Añadí a su comentario en un tono solemne. Eché un nuevo vistazo a los candidatos para esta jornada. Pocos, pero su mirada me inspiraba confianza y me animaban a continuar. Debatido internamente por sentimientos contradictorios, respiré hondo y comencé a ir de un lado a otro sobre la cubierta sin emitir palabra alguna. Llevé las manos a mi espalda y elevé el mentón para admirar el cielo. Intentaba dar una estructura a mis ideas y recordar algunas lecciones de Richard.

Carraspee y me acerqué hacia mi amigo el lobo para acariciar apaciblemente su lomo. El canino, desconcertado, solo se recostó y emitió un largo y profundo bostezo, al menos él podía estar cómodo ahora. - Bien, no perdamos más tiempo. Dije mientras daba media vuelta para encarar a los corsarios. - Tú. Mencioné a secas, dirigiéndome a uno de los confusos hombres. - ¿Yo? Respondió torpemente él. - Claro, el de la barba de candado, ven aquí. Sin dudar, el sujeto se apresuro a ir al frente y se planto frente a mí. - ¿Qué sucede? Cuestiono con un semblante poco amistoso. En cuanto sus labios cesaron su movimiento, desenfundé el par de mis dagas y tomé mi posición de combate en donde mi izquierda se encargaba de la defensa y mi diestra se mantenía siempre alerta y preparada para el contraataque.

- Quiero ver un poco de ustedes. El resto, asegúrese de observar con delicado detalle cada uno de nuestros movimientos. Les pedí. El pirata desenvaino su espada y se preparo a la carga mientras lanzaba un escupitajo al suelo. Su mirada se torno en agresiva y retadora mientras sus pies comenzaban a moverse en movimientos oscilatorios a mi alrededor, acechándome, buscando un punto ciego en mi posición. Eran hombres violentos y obstinados con los que trataba, por lo que no me sorprendería si alguno de ellos intentará sobreponer su orgullo en la situación.

Mientras el hombre se decidía por el mejor flanco, yo solo seguía su posición con mis ojos. No era necesario otro movimiento, solo debía confiar en mi visión y mis reflejos. El corsario aspiro profundamente, llenando de aire sus pulmones y se lanzo al ataque emitiendo un sonoro grito de temeridad, pero pronto, su ataque fue desviado y evitado por un simple movimiento de mi pie y mi arma, desviando su trayectoria tan solo algunos centímetros fuera de mi alcance. - Eso es, ahora imprime más velocidad. No pierdas de vista los movimientos de tu adversario. El sujeto elevo una de sus cejas y volvió a cargar con fuerza, pero su ataque fue frustrado de nueva cuenta con tan solo un par de movimientos. - Como ven, la defensa es un factor importante para alcanzar la victoria. Su perfección conlleva mucho tiempo y trabajo, pero si lo logran... Sin dejar que terminará mi discurso, el corsario frustrado volvió con un nuevo ataque desesperado, con la intención de atinar su intentos en esta ocasión, pero sus actos precipitados le costarían la derrota en este breve combate. Di un paso hacia atrás esta vez, recibiendo el golpe de su sable con mi daga. Con una destacable velocidad, mi diestra salio desde mi espalda y se encargo de desarmar al hombre, una patada en el punto exacto le hizo perder el equilibrio cayendo sobre su espalda. Antes de que el tipo pudiera levantarse, el filo de mi arma ya pendía sobre su yugular. - Pero si lo logran, su paciencia y temple se convertirán en una terrible amenaza.

Ofrecí la mano al hombre para levantarse, pero este rechazo y se puso de pie como pudo. Ignorando sus modales. Envainé mis dagas y me crucé de brazos. - Estoy seguro de que cada uno posee una característica que puede explotar a su beneficio. La velocidad, su centro de equilibrio, la fuerza, la astucia, intentaremos encontrar aquello que caracteriza a cada uno y lo llevaremos al limite. Rasqué mi mentón un par de veces y levanté la mirada hacia el Capitán. - Es su turno Capitán. Debo confesar que tengo mucha curiosidad por ver como saca provecho a esa pinza suya. Me acerqué hacia la multitud y me senté al frente para observar. - La cubierta es toda suya. Debe haber algún hombre valiente que desee enfrentarse a usted. Estaré observando.
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Mensaje  El Capitán Werner Miér Ago 19 2015, 13:53

Jugueteaba con su piedra del agua mientras analizaba cada movimiento del joven asesino. Parecía nervioso. Aunque eran pocos los hombres a los que tenía que entrenar, el Capitán notaba que no estaba acostumbrado a tratar con un número tan grande de personas. No fue difícil darse cuenta de ello pues, él mismo, había vivido un momento similar su primer día como capitán del “Sueños Cumplidos”. El recuerdo de aquellos tiempos le hizo sentir viejo y débil.

Johannes casi parecía un auténtico capitán pirata. Al cabo de unos segundos de duda se le se veía firme y decido. Alfred se alegró de ello. Volvía a ser el mismo hombre que había conocido días atrás. Lo único que le faltaba era mejorar sus insultos hacia los hombres. “Barba de candado” carecía de la fuerza y, sobre todo, de la ridícula ofensa que los insultos del Capitán Werner bramaba. Bebe sin sed, dictador de la nuez del coco, aborto de berberecho, puerco espín con zarpas… Lo que sea para humillar a su objetivo a la vez que éste se quedaba pensando en qué lo habían dicho. Los insultos causaban mayor efecto si los hombres no entendían qué les habían dicho.

Con su mano izquierda, el Capitán seguía moviendo de un lado a otro la piedra de agua por el interior del bolsillo de su gabardina. Estaba acostumbrado a ser él quien diera las órdenes no ha recibirlas. Mover la piedra del agua le ayudaba a no pensar en eso y fijarse atentamente en los movimientos del asesino. Pronto, en cuanto se diferencia uno de otro a la hora de combatir. Los movimientos de Johannes eran rápidos y elegantes mientras los suyos eran torpes y brutos. Él no daba un paso más que el necesario. Si podía esquivar el ataque con un simple movimiento de pies lo hacía. Mientras que, el Capitán reconocía que hubiera dado un salto para esquivar muchos de los ataque que Johannes esquivó con un solo paso. Paciencia, esa es el arma que él dijo que utilizaba.

Llegó el turno de Alfred. Debía demostrar lo que sabía luchando con otro hombre de su tripulación. El Capitán dio un paso enfrente. – Ninguna de estas babosas de puerto se atrevería a luchar contra su capitán. – Acompañó sus palabras con una brusca risa.

Ningún marinero se atrevió a dar el primer paso. Todos, habían visto al Capitán Werner combatir contra las brujas que asesinaron al anterior capitán del barco. Conocían su fuerza y su inteligencia, pues también vieron como su estrategia sirvió para esquivar a los perros que el espectro de sus amadas acompañaba. Ningún hombre estaba dispuesto a combatir contra él. Mas, alguien dio un paso al frente. No fue un hombre. Fue un niño. El joven Carl, el hijo del anterior capitán y pupilo de Alfred, fue el único valiente dispuesto a luchar con la espada que heredó de su padre.

-Yo lo haré mi Capitán.- Dijo con voz temblorosa. Los marineros giraron la cabeza hacia él. Le miraban con extraña admiración.

Hubiera preferido combatir con alguien que, por lo menos, hubiera empuñado su espada más de dos veces. Sin embargo, no se negó.

Carl avanzó espada en mano hacia él. Era joven y estaba dispuesto a darlo todo para demostrar a su capitán y a su entrenador que era igual o, incluso, mejor que cualquier otro hombre.

Paciencia. Esa era el arma que usaba el asesino. Así es como él tenía que luchar. ¿Es qué Carl no había aprendido nada? Es observador, tiene buenos ojos. Pero, a veces, su valentía le hacía parecer un estúpido. El Capitán usó su pinza reforzada con un exoesqueleto de quitina como escudo. Paró el golpe con la espada de su pupilo de la misma forma que hubiera podido parar el puñetazo de un bebe.  

Por un momento, estuvo tentado en hacer el mismo movimiento que Johannes hizo con el “Barba de candado” y tirar a Carl al suelo. Pero Alfred era lento y su pupilo rápido. En cuanto Carl se dio cuenta que su espada era inútil contra la pinza del Capitán, dio un salto hacia atrás. Parecía confuso. Se movía de un lado a otro buscando un punto flaco que la pinza no podría cubrir.

Decisión. Fue la otra lección que el asesino le enseñó. Esta no la dijo en voz alta, la dijo con sus actos. Desde el primer momento, el Capitán admiró el corazón decidido que poseía Johannes. Ni dudaba ni un solo instante. Por muy ardua que parecía su tarea, él lo hacía. Alfred, tomó parte de esa decisión. Escupió tinta al suelo de la cubierta del “Promesa Enardecida”. Solo en un pequeño tramo entre él y su pupilo.

Llegó la hora de su contra ataque. Corrió hacía Carl procurando pasar por el tramo que había manchado con su tinta. Él era una criatura de mar, no solo se movía mejor en suelo mojado, sino que era más ágil y más rápido. Se deslizó por la tinta como una serpiente se desliza entre las roncas dando la vuelta sobre su pupilo y lanzándose contra su espalda. La espada de corsario del Capitán brillaba en el cuello del joven Carl.  

-No debiste ser el primero en combatir. Te queda mucho por aprender.– Dijo con cierto tono paternal. – Aun así estoy orgulloso. Has demostrado tener la valentía que carecen todos estos hombres. – Carl no se atrevió a contestar. Fue a su lugar de la fila con la cabeza bien alta por las palabras que dijo su maestro. – La pinza no es mi única arma. – Le dijo a Johannes retomando sus últimas palabras una vez que Carl llegó a su posición. –La naturaleza me ha dotado de un horrible cuerpo capaz de hacer mucho más de lo que aparenta.-
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Mensaje  Johannes Vie Ago 21 2015, 22:38

Al igual que lo hacia el Capitán, busqué con la mirada al valiente que sería voluntario para el combate contra el hombre calamar, pero para mi sorpresa, solo encontré duda y temor en los rostros de la tripulación , no obstante, también encontré respeto en su semblante. Me parecía fabulosa, admirable aquella impresión que todos tenían sobre su Capitán. Por algún motivo, recordé a *Igor. Ambos, sabios líderes con fieles y peligrosos hombres a su servicio. Bajé la mirada por algunos instantes perdiéndome en mis propias ideas, reflexionando mi estatus y posición, pero antes de que pudiera encontrar una conclusión, un hombre, mejor dicho, un joven dio un paso hacia el frente, ofreciéndose a encarar al Capitán. Aparté mis ideas internas por ahora, ya luego habría tiempo para profundizar en el tema. Ahora tenía otros asuntos entre manos.

- Increíble. Susurré, admirando la valentía del joven quien tomaba su espada y se dirigía hacia el centro de la cubierta para su presentación. A pesar de su trémulo tono de voz, el chico se planto con decisión frente al hombre, preparándose para tomar la iniciativa. La demostración había comenzado. Carl, como el resto de la tripulación se dirigía a él, se apresuro en el ataque y lanzo el filo de su arma contra el Capitán, quien recibió el golpe sin dificultad y lo bloqueo de lleno con su fuerte pinza.  - Como lo sospeché. Pensaba al ver la gran resistencia de aquella herramienta natural con la que había sido dotado.

El chico retrocedió en una posible acción evasiva. Un movimiento inteligente y premeditado luego de ver las posibles consecuencias de fallar el primer ataque. A diferencia de Carl, el Capitán no parecía moverse mucho, cosa que despertó mi sospecha. Finalmente opto por tomar una acción, pero no era nada a lo que tenía en mente, en cambio, espeto una considerable cantidad de líquido a sus pies. Levanté una ceja perplejo, sin estar seguro de lo que estaba a punto de ver. De un momento a otro, el hombre bestia se abalanzo sobre la superficie mojada y se deslizo con gran habilidad sobre ella para alcanzar el cuello del chico, quien no tuvo oportunidad de reaccionar a un movimiento tan inesperado para todos.

El sonido de palmas chocando impregno la atmósfera en momentos intermitentes y tranquilos. Era yo quien aplaudía de pie a las acciones del hombre. - Bien hecho. Le dije al joven quien regresaba a su lugar entre el resto de la tripulación. - Ya lo veo, Capitán. Respondí esbozando una tenue sonrisa. - Esta lleno de sorpresas. Añadí mientras me acercaba a la cubierta, intentando no resbalar con el liquido que había esparcido el calamar. - El Capitán nos ha dado el placer de pasar a la siguiente lección de hoy, la ofensiva. Tome los mangos de mis más preciadas armas, las Lenguas de Dragón cuyo filo resplandecía con el brillo del sol sobre nosotros. Considerablemente ligeras a pesar de su tamaño, cómodas, muy resistentes, todo lo que cualquier asesino podría desear.

- Necesito un nuevo voluntario. Solté al aire con la intención de continuar. No tuvo que pasar demasiado antes de que un hombre tomará el lugar frente a mi y tomara su arma. - Esta vez seré yo quien ataque. Mencione mientras me posicionaba. - Prepárate. Le pedí a mi adversario mientras entrecerraba los parpados para analizar su pose, una posición firme y eficiente, no dejaba ningún flanco a descubierto y de ser así, yo mismo tendría que hacer uno. - Aquí voy. Al terminar la frase, emprendí la marcha con una velocidad considerable. El hombre adelanto el aguijón de su espada, intentando frenar mi avance, lo cual me obligo a detenerme por algunos instantes, solo para prevenir una herida punzante, pero el sujeto no se esperaba mi reacción. La primera de mis armas choco intempestivamente sobre su acero, obligando a apartar la punta de su arma hacia el costado y en un parpadeo, mi otra arma yacía apuntando a su yugular con su terrible y macabro diseño a dos puntas.

Un sudor frío recorrió la frente de mi adversario mientras intentaba explicarse lo que había sucedido. - Si han sido observadores, podrán notar que mi estilo de combate tiende a no dejar cabos sueltos. Deben encontrar la forma de romper la defensa de su oponente por el medio necesario. Las emociones no servirán de nada. Deben apartarlas y entonces podrán enfocar el objetivo primario. Nadie es el mejor, nadie es el más débil. Todo se trata de matar o morir, jamás lo olviden. Reaccioné luego de ese breve lapsus de reflexión y aparté el arma del cuello del corsario. - Lamento si he divagado. Añadí apologéticamente mientras volvía a guardar mis armas. - Es todo por hoy de mi parte. Ahora practicaran la defensa y el ataque en turnos con algún adversario. Entonces mañana podremos comenzar realmente. Di media vuelta para reunirme con Reb y mantenerme observante. Cualquiera que necesitará mi ayuda o consejo, ahí estaría para él.
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Mensaje  El Capitán Werner Dom Ago 23 2015, 13:25

La segunda lección fue la ofensiva. Parecía difícil, casi imposible. No había paciencia en los nuevos movimientos del asesino contra aquel hombre. Solo había decisión. Sus movimientos fueron rápidos y severos como el mordisco de un tiburón. Al Capitán Werner le costó seguir con la mirada cada uno de los movimientos que Johannes hizo para poner en jaque a su rival. A Alfred le gustaba comparar un combate con espada con una partida de ajedrez. Jugadas perfectamente calculadas con el fin de poner en jaque a su rival antes de que él predecir sus movimientos sus movimientos. Mas, en la nueva lección de Johannes no se parecía absolutamente en nada al legendario juego de estrategia. La ofensiva le parecía más bien una carrera de obstáculos. Correr, esquivar y atacar. Así era la ofensiva del asesino.

El Capitán no dijo ni una palabra. Allí era un alumno más. Tan solo debía acatar las órdenes del asesino. En alta mar, era de mal gusto que un marinero contestase a la orden de su capitán aunque fuera por una frase de respeto.

Su nuevo oponente fue Wes Fungai, un hombre erizo de corazón helado. Alfred se alegró de que fuera él. Wes Fungai era el único de sus marineros que osaba verle como un igual. Junto a sus compañeros, él hablaba con respecto y benevolencia al Capitán. Eso solo le hacía parecer más peligroso. Alfred no notó nunca respeto en su mirada, ni tampoco miedo ni ningún sentimiento. Él era un hombre, al igual que Carl, al igual que Johannes y al igual que Alfred. Wes Fungai lo sabía. Sabía que si todos eran hombres no tenía razón por la cual arrodillarse ante nadie. Sin embargo, en un entrenamiento, el Capitán prefirió enfrentarse contra alguien que sabía que no iba a tratarle mejor por ser el capitán del “Promesa Enardecida”.

La espada de corsario de Alfred Werner se encontró de frente con la katana ligera y rápida de Wes Fungai. El hombre erizo no iba a ser benevolente. Al ver que el primer golpe fue frenado por ambas espadas, dirigió su katana al estómago del Capitán. Fue rápido y también iluso. La pinza frenó su ataque dejando vía libre a la espada de corsario. Alfred tuvo la oportunidad de hacer el mismo movimiento que Johannes había hecho. Debía ser rápido. Debía concentrase.

Con su pinza, apartó la katana del hombre erizo y atacó con su espada directamente a la cabeza de su oponente. No sirvió de nada. Los fríos ojos de Wes Fungai habían visto que se proponía. Su katana, ligera como una pluma y rápida como un halcón, frenó la espada del Capitán. Impresionante. Una espada tan ligera como la suya pudo frenar un pesado golpe del sable de Alfred sin ninguno esfuerzo.

Ambas espadas se mantuvieron fijadas en un mismo punto. El erizo frente al calamar. Ambos hacían fuerza por ver quién de los dos ganaba el duelo. El primero que perdiera de vista a su oponente perdería. El Capitán pensó en coger ambas espadas con los tentáculos de su barba. Hubiera sido la mayor idiotez de su vida. Su sable estaba recién afilado con la piedra de agua. Tendría que haber otra salida. No podía pensar en una estrategia mientras prestaba atención a los movimientos de su oponente. No había tiempo para pensar. No era una partida de ajedrez, era una carrera y él iba a perder. El Capitán dejó de pensar. Como el corredor que corría sin mirar atrás para llegar el primero a la meta, Alfred luchó sin pensar en las consecuencias. Apartó la katana de Wes Fungai de su rostro y atacó con la pinza. El hombre erizo se dio cuenta, con su katana fue directo  frenar el golpe que le iba a dar. PERFECTO. Alfred abrió la pinza todo lo que pudo y la cerró dejando la katana atrapada en su interior. En el cuello de Wes Fungai se posó el sable del Capitán. Ganó.


*********************************************************************************************************************


El Capitán Werner no aprendió a andar en un solo día. Se cayó, se levantó y se volvió a caer… Al igual que cualquier hombre. En el arte del combate era similar. El asesino no podía enseñarle a él, ni a nadie de su tripulación a usar una espada en un solo día. Necesitaban caerse y  levantarse para luego caerse de nuevo. Era la única forma de aprender.

Llegó el segundo día de entrenamiento. Sus marineros estaban ansiosos por empezar. Atrás dejaron a vergüenza del primer día. Todos estaban dispuestos a caerse, levantarse y a caer de nuevo.


Wes Fungai:
Katana de Wes Fungai:
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Mensaje  Johannes Miér Ago 26 2015, 23:07

– Eso es, no bajen la guardia. Mantenga la mirada siempre en los ojos de su oponente. Encuentren sus debilidades y empújenlas hasta que él mismo caiga a costa de sus propios errores. Mencionaba, intentando emular el  tono de lozanía y altivez que siempre usaba Richard en nuestros entrenamientos. El día anterior, había quedado satisfecho ante la muestra de determinación y habilidad de la tripulación. El Capitán Werner se las había arreglado para encontrar a dignos hombres para llevar a bordo de su nave, el Promesa enardecida. Aun con la curiosa duda del que le había motivado a nombrar a su barco de esa forma, me presente temprano sobre la cubierta para proseguir con la jornada, que para mi sorpresa, se encontraba ya acompañada por aquellos interesados, impacientes por continuar la preparación. Sonreí complacido y rápidamente tome mi lugar para dar inicio a un nuevo día.

La marea se encontraba encrespada, meciendo el casco del barco sin pausa. A nadie parecía importarle, todos permanecían ocupados, concentrados en las tareas que había encomendado. El graznar de las gaviotas en el cielo parecía un incesante canto a la vida, mezclándose con los calidos rayos del sol que acompañaban nuestro camino. Me distraje algunos segundos mientras me llenaba por aquella aparente paz. Por un momento pensé en lo grandioso que habría sido una vida perpetua remontando las aguas, pero ya era tarde. Mi vida estaba sobre la tierra, acudiendo a lugares lejanos, respondiendo a las plegarias de aquellos que buscan la muerte. Una vida vacía, carente de mucho sentido, en un oficio impredecible y peligroso. Si hubiese otra opción, ya la había perdido o simplemente había pasado desapercibida para mi.

– Bien hecho. Ahora presten atención. Pedí mientras volvía de aquel lugar lejano al que había escapado mi mente. – Se dice que en un combate, la mente se aparta para dar paso a la fuerza. Esa es una vulgar mentira. Ambas partes deben trabajar juntas para lograr un equilibrio completo. Las capacidades de todos difieren, pero cada uno posee un método para llegar al mismo objetivo, estoy seguro de ello. Caminé lentamente hasta la proa, donde aguardaba un barril con un peculiar y extraño contenido: Rocas. El gran recipiente rebosaba de materia sólida e inerte. Había sido cargado por un par de hombre del Capitán en uno de mis pedidos.

Tomé una de las rocas y la arrojé con fuerza hacia el mar. – Un guerrero debe estar preparado para cualquier método de combate. Un pirata no esta exento a esta regla. Las rocas representarán todo tipo de proyectiles. Flechas, cuchillos, perdigones... Ustedes deberán mostrar su inteligencia, su velocidad, su destreza. Esquivarán los proyectiles bajo cualquier medio. Cerre el puño con fuerza, restregando el pequeño cuerpo solidó sobre la palma de mi mano. – Seré yo quien las arroje. Dije mostrando una macabra sonrisa. No podria negarlo, más intentaría disimular. La idea me parecía sobriamente divertida. – Quien logre llegar hasta mi sin recibir ningún impacto directo, se llevará un merecido descanso. Mis ultimas palabras estaban cargadas por aquella soberbia que en ciertas ocasiones me caracterizaba.

Confiado por mis habilidades, aguarde hasta que los hombres se vieran organizados. El primer voluntario pisó la cubierta con seguridad. Blandía su espada frente a él con una retadora mirada. – ¡Ahora! A la señal, el marinero se lanzo con velocidad intentando alcanzarme. Los proyectiles no se hicieron esperar .El sujeto esquivaba rocas con simples pero efectivos movimientos, algunos otros eran despedidos y evitados con la defensa de su espada, pero antes de que pudiera seguir avanzando, una roca impacto contra su pecho, ocasionándole un mediado dolor. – Mierda Exclamo frustrado mientras luchaba por evadir el resto de mis lanzamientos, pero uno de ellos sería suficiente para terminar con su seguridad y terminar con un gran numero de impactos directos.  – Buen intento. ¿Quien sigue? Pregunte mientras jugueteaba con un perdigón en mi mano.
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Mensaje  El Capitán Werner Lun Ago 31 2015, 22:10

Intentó escuchar las explicaciones del joven asesino tan atento como su orgullo de capitán le permitía. Esta vez, no en su bolsillo no estaba la piedra de agua con la que sostenía su bravuconería pirata. Deseaba, con todas sus fuerzas, contestar cada frase que decía. Johannes afirmó, en su propia cara, que todo lo que sabía sobre las artes del combate era mentira. Era cierto que Alfred no sabía utilizar su espada de la misma forma que él lo hacía. El Capitán, usaba, a la hora de enfrentarse contra su oponente, utilizaba su inteligencia como arma en lugar de sus tentáculos y su pinza. La mente no se apartaba para dar lugar a la fuerza, era al revés. La fuerza no servía de nada frente a un rival inteligente. Mas, según afirmó Johannes, tanto la fuerza como la mente debían formar una única arma en perfecto equilibrio. El Capitán Werner hizo fuerza por no contestar tan inverosímil afirmación.  

-¿Te vas a poner a lanzar piedras?- Dijo el Capitán con un fuerte de burla cuando terminó con aquel hombre. No pudo callarse más. Alfred esperaba un entrenamiento más elaborado que ver a un hombre lanzado unas simples rocas. –La guardia de la ciudad entrena con espantapájaros y nosotros con piedras.- Sus marineros acompañaron su burla con tímidas risas. ¿Qué había hecho? Johannes había accedido a entrenarles y él, a cambio, le estaba humillando delante de todos sus hombres. - ¿Ellos saben que las rocas  hacen más daño que la paja?- La burla cambió de dirección, pasó de estar dirigida al joven asesino a estar dirigido a toda la guardia de la ciudad. – Demostremos que somos piratas. – Nadie disimuló la risa que dominaba sus gargantas. – Yo seré el siguiente.-

Los hombres del “Promesa Enardecida” comenzaron a buscar escudos y maderas con las que cubrirse; cobardes. Alfred no cogió nada para cubrirse, de necesitarlo, usaría su propia pinza. El Capitán Werner se armó de valor y dio un paso hacia delante signo que había aceptado el reto de llegar hasta el asesino.

Puso su tenaza encima de su cabeza para protegerse de las piedras lanzadas por Johannes y caminó a paso lento hacia su objetivo. El Capitán era robusto y pesado, no estaba hecho para correr. Si aceleraba su paso, estaba seguro que se caería desplomado en el suelo de la cubierta. La lentitud, al igual como su pinza, era su escudo y con lentitud fue acercándose más y más hacia el lugar donde se encontraba Johannes.

La primera piedra dio de lleno en su tenaza. Le dolió, no lo iba a negar. Era similar a que le golpeasen con una fusta de madera. Ir despacio no fue una buena idea.

La segunda piedra fue más baja y rápida como la anterior que la anterior. Su rumbo fue directo al estómago del Capitán. Alfred tuvo que necesitar de toda su fuerza para no dejarse caer de rodillas; su orgullo como capitán pirata no se lo permitía.

Una tercera piedra mucho más lenta que las otras formó un arco en el cielo. Alfred se fijó en la trayectoria del proyectil. Tenía poco tiempo, debía darse prisa. La piedra subió, subió  y subió cada vez más despacio hasta que, en el cielo, se quedó un instante flotando en el aire.  Un mísero soplido en el tiempo y la roca continúo su camino hacia abajo. Los segundos eran los rivales del Capitán pues, por cada uno que pasase la piedra iba cada vez más rápido.

Su mente era más rápida que su fuerza. No hizo falta pasar mucho tiempo para que el Capitán dedujera dónde iba a caer el proyectil y poder esquivarlo con un simple paso. Un paso que le hizo estar más cerca del asesino.
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Mensaje  Johannes Vie Sep 11 2015, 21:17

En efecto, rocas. Sonreí inevitablemente al escuchar el comentario del Capitán y los miembros de su tripulación. Aquel suceso había traído a mí borrosos pero gratos momentos vividos junto a Richard. Mi impresión había sido casi idéntica al ver con mis propios ojos que él utilizaría simples y comunes rocas para desarrollar mis capacidades. Al igual que los hombres, me había burlado de sus métodos, pero, luego de un tiempo bajo la actividad, entendí el porqué del asunto. Si a esto restamos el hecho de que siempre fuimos una familia humilde, sin las posibilidades de conseguir un alto numero de objetos para llevar a cabo un entrenamiento más sofisticado, comprendí que no estaba listo para enfrentarme a peligrosos proyectiles. Las flechas, los cuchillos, las hachas pequeñas, todas y cada uno de ellas estaban diseñadas para partir la carne, abrirse paso a través de la frágil y delgada capa de piel con toda la intención de hacer daño. Luego de que una roca pequeña golpeara mi cráneo de forma directa, agradecí que se tratara de un objeto contundente y no uno punzante. Si aquella hubiera sido una batalla real, entonces estaría muerto.

Intentaba aplicar esa misma filosofía. Un buen entrenamiento no debía contener las herramientas más costosas, el menester más sofisticado, solo debía comprender las bases adecuadas para desarrollar el fin enfocado, eso es todo. Sí tenía suerte, los marinos llegarían a ver mi punto y pronto verían más allá de la simplicidad para ver más de cerca el valor aprendido en esta lección.

Los marinos no retrocedían. Al contrario, ellos avanzaban feroz y determinadamente ante cada uno de mis lanzamientos. Escudos, barreras y otros objetos sirvieron para hacerme frente, incluso algunos se daban el lujo de repeler algunos de mis proyectiles con el uso de su espada. Sin embargo, aun nadie podía darme alcance. Me las arreglaba de una u otra forma para frenar sus pasos. Una roca conectada en el lugar adecuado representaría el mortífero impacto de una flecha o la punta de un cuchillo, llegando a una metafórica representación de la muerte misma.

En mi vista apareció la imagen del Capitán. Había llegado su turno para atravesar la cubierta. Se abría paso lentamente mientras bloqueaba cada uno de mis lanzamientos. Fruncí el ceño y acaricié una de las rocas con la yema de mis dedos antes de continuar lanzando. Entrecerré los ojos buscando un punto débil dentro de su posición. Su enorme pinza y sus cautelosos pasos le hacían un esplendido retador. Me sentí nervioso por algunos momentos, no se trataba de un marino cualquiera. De primera mano había apreciado sus capacidades. Aquella peculiaridad para resolver de forma sorpresiva y novedosa cada uno de sus problemas. Si no tenia cuidado, también me vería superado ante aquella mentalidad infranqueable.

Hice acopio de cada gramo de concentración en esta tarea. Mi tonto orgullo no dejaría colarse a ninguno de los participantes. La velocidad y preedición se incrementaban luego de cada lanzamiento, pero no eran suficientes para frenar el avance del hombre calamar. Luego de notar su estrategia y un detallado análisis, pude notar finalmente la baja en su defensa. Por encima de su cabeza, en ese punto ciego que muchos acostumbran descuidar, se encontraba el punto perfecto para mi ataque. Con un lanzamiento impoluto, la roca se dirigió por encima de la cabeza del hombre bestia, aumentando cada vez más su distancia de elevación hasta llegar al punto de retorno. La fuerza que atrae los cuerpos hacia el suelo se encargaría de hacer el resto. La roca ganaba velocidad mientras descendía. Casi podía saborear mi logro, pero fue frustrado por un simple y mísero paso del marino. - Pensé que caería en la trampa. Murmure por lo bajo.

Desperté de ese trance ocasionado por la sorpresa impresa y reanude mis lanzamientos. Había logrado esquivar algunos de mis lanzamientos, gran cosa, pero aun no llegaba hasta mi posición. Al juzgar por el grandioso desempeño del Capitán Werner, decidí que él estaba listo para el siguiente nivel. - Bien hecho, Capitán. Va por la mitad, veremos como lo hace en la siguiente etapa. La expresión de mi rostro fue sustituida por una mirada seria y fría. Las rocas fueron dejadas de lado cuando mis manos tomaron los pequeños cuchillos arrojadizos de mi cinturón. Su peso, su superficie, su complexión, mis manos estaban totalmente acostumbradas a sostener esas piezas de metal brillante de punta afilada. A partir de ahora, la precisión de mis ataques mejoraría, el Capitán se daría cuenta de ello. A pesar de las precauciones que tomaría, lanzaría sin medir consecuencias, sabia que debía hacerlo, no quería ofender a un bravo hombre como el que estaba desafiándome. Sin más preámbulo o espera dubitativa, lancé el primero de los cuchillos con una precisión y velocidad casi fatal. Seria seguido de un par más que serian arrojados de manera simultanea. Quizás eso sería suficiente para admirar la seriedad en esta tarea.





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Mensaje  El Capitán Werner Mar Sep 15 2015, 10:38

-Piensas demasiado.- Contestó el Capitán con una sonrisa desafiante.

Estaba disfrutando con el entrenamiento, la agilidad y la velocidad eran sus mayores debilidades. Gracias al asesino estaba aprendiendo a utilizar la astucia, su mayor ventaja en el combate, como sustito de la destreza que escaseaba.

Johannes se veía sorprendido por los progresos del Capitán. Desde que había aprendido a predecir la trayectoria de las piedras tanto en su viaje de su subida como de bajada, Alfred esquivó cada una de las rocas que el maestro asesino le hubo lanzado. Era un perfecto equilibrio entre la fuerza y la mente, todo en su justa medida. La mente estudiaba y el viaje del proyectil mientras que la fuerza era la encargada de hacer que el Capitán lo esquivase. Su pinza no recibió ninguna otra roca ni tampoco su estómago. Paso a paso, Alfred llegó a la mitad del recorrido del entrenamiento por lo que Johannes quiso aumentar la dificultad del entrenamiento sustituyendo las rocas por cuchillos arrojadizos.

A partir de ese momento todo cambiaría. Los cuchillos no tenían el mismo peso ni la misma forma que una roca por lo que no se caerían de la misma manera. El Capitán sabía que si dejabas caer una pluma al suelo y una roca al mismo tiempo, la roca llegaría antes al suelo. No sabía por qué ocurría tal cosa, eran muchas de las cuestiones que se hubo planteado al largo de su vida, pero así ocurría. Tenía una teoría, mas nunca se lo dijo a nadie por no parecer un idiota: “El aire reduce la velocidad de caída del objeto más liviano.” ¿Quién iba a creer semejante idiotez? Pese a ello Alfred estaba convencido en que el “aire”, una fuerza invisible, era capaz de ralentizar la caída de un objeto. Es más, también confiaba en que, de no haber aire, tanto la pluma como la roca caerían al mismo tiempo.

Los cuchillos de Johannes eran más livianos que las rocas. De lanzarlos como las rocas, caerían tan lentamente que sería un juego de niños esquivarlas. Para que eso no ocurriese, el Capitán dedujo que el asesino lanzaría sus cuchillos siguiendo una trayectoria recta. Al no ser como las rocas que suben y frenan sino que, desde el principio hasta el final, los cuchillos tendrían la misma velocidad, la dificultad de la segunda etapa del entrenamiento era incluso peor de lo que había imaginado.

Necesitaba un escudo, uno de verdad no como su pinza. Miró a ambos lados de la cubierta analizando los posibles objetos que podía coger. Un trozo de madera, un tonel, una placa de metal… No había nada que le llamase la atención. Necesitaba algo para contrarrestar la destreza de los cuchillos, algo con lo que hiciera tanto uso de su fuerza como de su mente por igual. Tras mucho buscar. Al fin lo encontró, decenas de placas de madera de no más veinte centímetros de  largo donde los marineros practicaban sus juegos de dados y de cartas. Con ayuda de sus tentáculos que hacían la función de barba cogió cada una de las placas de madera. El Capitán  no tenía un escudo como el resto de su tripulación, tenía decenas de ellos y cada uno lo movía de forma que pudiese parar cada cuchillo de Johannes.

Primer cuchillo. Fino, rápido, liviano pero no mortal. Por my duro que fuera el entrenamiento, Johannes no dispararía a matar. Este primer cuchillo iba directo al hombro del brazo izquierdo del Capitán. Alfred buscó la trayectoria, el cuchillo. Aunque fuera un objeto liviano y el “aire” lo ralentizase, estaba cayendo casi de una manera inapreciable. El Capitán, sin dejar de correr hacia Johannes, llevo uno de sus tentáculos de la barba a la posición donde previó que el cuchillo le daría. Efectivamente. Acertó.

Segundo cuchillo. Iba dirigido al estómago del Capitán. Tuvo que estirar todo lo que pudo sus tentáculos para poder protegerse de este golpe más bajo que el anterior.

Tercer cuchillo. Johannes se dio cuenta de la estratagema que estaba siguiendo Alfred. Su tercer cuchillo iba dirigido a la pierna del Capitán, un lugar donde sus tentáculos no llegaban. Mas no sirvió de nada pues, tanto su fuerza como su mente se hallaban en perfecto equilibrio. Simplemente, curvando un poco su trayecto, el Capitán consiguió esquivar el tercer cuchillo el cual solo causó un pequeño rasguño en su pantalón y en su piel.
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