Neblina [Interpretativo] [Privado, Keira Bravery] [CERRADO]
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Neblina [Interpretativo] [Privado, Keira Bravery] [CERRADO]
Los intentos por encontrar al viejo Nephgerd entre las posadas de Dundarak habían fracasado. Estaba empezando a pensar que alguien con un pésimo sentido del humor me hubiera mandado la carta solo con la intención de que viajase de Lunargenta a la ciudad de los dragones. Me había llegado a imaginar tantas cosas referentes a mi abuelo y había acumulado tantas preguntas que necesitaba hacerle que no me paré a pensar en la posibilidad de que todo fuera un vil engaño. Mi abuelo llevaba muerto casi veinte años, fui a su entierro, lloré cuando me dijeron que había muerto y mi padre me golpeó la cara cuando él se enteró. Eso era lo que debería haber pensado al recibir la nota firmada por mi abuelo invitándome a viajar a Dundarak. Pero, no lo pensé y me estaba lamentando mucho de no haberlo hecho.
Solo podía estar paseando entre las calles de la horrible y fría ciudad de los dragones. No tenía nada que hacer ahí y ni siquiera tenía el dinero suficiente para comprar un viaje de vuelta a Lunargenta. Viajar a Dundarak fue uno de los mayores errores que había cometido nunca, de eso ya no había ninguna duda.
Alcé la vista al desconocido cielo helado y suspiré profundamente. –Muy buena Gerrit.- Me dije a mi mismo con un gran tono de réplica. –Esta vez la has cagado pero bien.-
Un trozo de papel plegado de forma que se asemejase a un cisne vuela sobre mi cabeza y me distrae de mis propios pensamientos. Mi abuelo solía hacer papiroflexia cuando estaba nervioso, según decía, le ayudaba a relajarse. Ese cisne de papel me recordó a él. Tal fuera solo fuera una vaga casualidad que, justo en el momento en que perdí todas las esperanzas de encontrarle hubiera visto algo que me recordarse tanto al viejo como lo era un cisne de papel.
Varios niños estaban persiguiendo al ave de papel que danzaba en son del viento, alguno de ellos, incluso, llegaron a transformase en pequeños dragones con el fin de seguir al cisne por el aire. Algunos de ellos lo intentaban atrapar, otros eran meros curiosos que solo querían ver quién sería el afortunado que atrapase el trozo de papel.
-Críos…-
Sin darme cuenta yo también estaba caminando en la misma dirección por donde viajaba el cisne de papel y los pequeños dragones. Uno de los críos, uno cuya forma dragón era de color verde esmeralda y media casi un metro de largaría lanzó una pequeña bocanada de fuego contra el ave. La mitad de los niños gritaron y la otra mitad se quedaron con sus bocas abiertas en forma de una gran O; se habían queda sorprendidos al ver que el cisne no se convirtió en cenizas por el fuego sino que cambió de color a del clásico color blanco del papel a uno de color naranja, curiosamente mi color preferido.
El ave de papel siguió volando, mucho más rápido que antes, a los niños les costaba seguir el ritmo del cisne; a mí no. Corrí más que nadie para alcanzarlo. Era posible que me estuviera volviendo loco pero aquello podría ser una prueba de algo, de mi abuelo o de lo que fuera. El cisne naranja se metió entre los callejones, ya no había ningún crío atrás, ellos ya se habían cansado de correr. Ahora que nadie me veía podía usar mi magia y así lo hice, usé mi control del aire para crear una bola de en la que atrapé al cisne naranja.
-No mandes a un dragón a hacer la tarea de un brujo.- Dije en una sonrisa que apenas duro dos segundos pues, nada más terminar de hablar, el cisne se redució a cenizas. -¡Mierda!- Maldije y di una patada a unas maderas que había por el suelo del callejón. Intenté usar la magia de la telequinesis para buscar entre las cenizas que había dejado el cisne de papel pero no había nada, ningún otro mensaje críptico que me indicase nada. -¡Ya basta de secretos y mentiras!- Grité al viento solo para desahogarme de la rabia que tenía acumulada.
Seguí caminando entre las callejuelas de Dundarak, aunque fueran angostas y oscuras siempre era mejor que recorrer la calle principal llena de críos dragones probando a usar sus poderes. Pasé el primer callejón, sucio y maloliente, no había nada de especial en él. El segundo todavía era peor que el primero pues uno de los edificios colindantes era una lonja donde venía a parar todo el pescado que llegasen a capturar en los mares del norte.
Y al fin llegué al tercer callejón, de los tres era el que menos peste hacía, eso ya era de agradecer, pero había algo en su silencio y en su oscuridad que me hacía poner los pelos de punta. Era como ese sonido que se escucha antes de que el bardo de inicio a contar una historia de terror. Podía escucharlo, venía de detrás de unas cajas de madera. Tenía curiosidad de saber qué era lo que estaba haciendo ese sonido tan extraño y, a la vez, tan especial.
Tiré las cajas a un lado y la vi, había una mujer de cabello pardo. Me acerqué a ella muy despacio. La posición en la que estaba sentada no era normal, igual que tampoco lo era el sonido que hacía; todo unido casi era terrorífico. El miedo era una de esas cosas que, por extraño que parezca, me hacían sentir atraído. Pocas cosas eran capaces de darme miedo y si lo hacían yo iba a por ellas para vencerlas. Esa chica no iba a escaparme. Cuando estuve lo bastante cerca, puse mi mano izquierda en su hombro derecho con la intención de calmarla dejando la mano derecha libre por si me veía obligado a tener que agarrar a Suuri.
-¿Ocurre algo?- Fue lo único que se me ocurrió preguntar.
Solo podía estar paseando entre las calles de la horrible y fría ciudad de los dragones. No tenía nada que hacer ahí y ni siquiera tenía el dinero suficiente para comprar un viaje de vuelta a Lunargenta. Viajar a Dundarak fue uno de los mayores errores que había cometido nunca, de eso ya no había ninguna duda.
Alcé la vista al desconocido cielo helado y suspiré profundamente. –Muy buena Gerrit.- Me dije a mi mismo con un gran tono de réplica. –Esta vez la has cagado pero bien.-
Un trozo de papel plegado de forma que se asemejase a un cisne vuela sobre mi cabeza y me distrae de mis propios pensamientos. Mi abuelo solía hacer papiroflexia cuando estaba nervioso, según decía, le ayudaba a relajarse. Ese cisne de papel me recordó a él. Tal fuera solo fuera una vaga casualidad que, justo en el momento en que perdí todas las esperanzas de encontrarle hubiera visto algo que me recordarse tanto al viejo como lo era un cisne de papel.
Varios niños estaban persiguiendo al ave de papel que danzaba en son del viento, alguno de ellos, incluso, llegaron a transformase en pequeños dragones con el fin de seguir al cisne por el aire. Algunos de ellos lo intentaban atrapar, otros eran meros curiosos que solo querían ver quién sería el afortunado que atrapase el trozo de papel.
-Críos…-
Sin darme cuenta yo también estaba caminando en la misma dirección por donde viajaba el cisne de papel y los pequeños dragones. Uno de los críos, uno cuya forma dragón era de color verde esmeralda y media casi un metro de largaría lanzó una pequeña bocanada de fuego contra el ave. La mitad de los niños gritaron y la otra mitad se quedaron con sus bocas abiertas en forma de una gran O; se habían queda sorprendidos al ver que el cisne no se convirtió en cenizas por el fuego sino que cambió de color a del clásico color blanco del papel a uno de color naranja, curiosamente mi color preferido.
El ave de papel siguió volando, mucho más rápido que antes, a los niños les costaba seguir el ritmo del cisne; a mí no. Corrí más que nadie para alcanzarlo. Era posible que me estuviera volviendo loco pero aquello podría ser una prueba de algo, de mi abuelo o de lo que fuera. El cisne naranja se metió entre los callejones, ya no había ningún crío atrás, ellos ya se habían cansado de correr. Ahora que nadie me veía podía usar mi magia y así lo hice, usé mi control del aire para crear una bola de en la que atrapé al cisne naranja.
-No mandes a un dragón a hacer la tarea de un brujo.- Dije en una sonrisa que apenas duro dos segundos pues, nada más terminar de hablar, el cisne se redució a cenizas. -¡Mierda!- Maldije y di una patada a unas maderas que había por el suelo del callejón. Intenté usar la magia de la telequinesis para buscar entre las cenizas que había dejado el cisne de papel pero no había nada, ningún otro mensaje críptico que me indicase nada. -¡Ya basta de secretos y mentiras!- Grité al viento solo para desahogarme de la rabia que tenía acumulada.
Seguí caminando entre las callejuelas de Dundarak, aunque fueran angostas y oscuras siempre era mejor que recorrer la calle principal llena de críos dragones probando a usar sus poderes. Pasé el primer callejón, sucio y maloliente, no había nada de especial en él. El segundo todavía era peor que el primero pues uno de los edificios colindantes era una lonja donde venía a parar todo el pescado que llegasen a capturar en los mares del norte.
Y al fin llegué al tercer callejón, de los tres era el que menos peste hacía, eso ya era de agradecer, pero había algo en su silencio y en su oscuridad que me hacía poner los pelos de punta. Era como ese sonido que se escucha antes de que el bardo de inicio a contar una historia de terror. Podía escucharlo, venía de detrás de unas cajas de madera. Tenía curiosidad de saber qué era lo que estaba haciendo ese sonido tan extraño y, a la vez, tan especial.
Tiré las cajas a un lado y la vi, había una mujer de cabello pardo. Me acerqué a ella muy despacio. La posición en la que estaba sentada no era normal, igual que tampoco lo era el sonido que hacía; todo unido casi era terrorífico. El miedo era una de esas cosas que, por extraño que parezca, me hacían sentir atraído. Pocas cosas eran capaces de darme miedo y si lo hacían yo iba a por ellas para vencerlas. Esa chica no iba a escaparme. Cuando estuve lo bastante cerca, puse mi mano izquierda en su hombro derecho con la intención de calmarla dejando la mano derecha libre por si me veía obligado a tener que agarrar a Suuri.
-¿Ocurre algo?- Fue lo único que se me ocurrió preguntar.
Última edición por Gerrit Nephgerd el Jue Sep 22 2016, 19:35, editado 1 vez
Gerrit Nephgerd
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Re: Neblina [Interpretativo] [Privado, Keira Bravery] [CERRADO]
Hacía poco que había vuelto a la ciudad despues de los sucesos en la estepa nevada. Cuando el Capitán calamar la había sacado de allí, cubierta de oscuridad, se había dejado guiar hasta que, en el momento justo, había decidido abandonar la compañía del pulpo, no podía seguir haciéndose la fuerte, necesitaba estar sola.
El camino hasta allí había sido difícil, aunque, en realidad, decir eso era un auténtico eufemismo. Se había estado cayendo cada dos pasos, sus pisadas, elegantes, se habían vuelto torpes, Se había perdido en más de una ocasión, Fire, preocupada, había estado a su lado en todo momento, y al final, resignada, la bruja había dejado que el ave fuera su guía.
Al entrar a la ciudad lo primero que había hecho era buscar una tienda donde poder adquirir un bastón. Estaba claro que no iba a poder seguir luchando con las dagas, y, para evitar hundirse en su propio barrizal, había empezado a pensar cuales debían ser sus siguientes pasos a dar. Cuando había adquirido su nueva arma, que, de paso, le servía de palo de ciego. Ya no había podido seguir por su cuenta.
No veía, necesitaba ver. Su equilibrio, su trabajo, su vida, dependía de su mirada. Sus números de baile se quedarían en nada sin sus ojos. A penas llevaba un par de días sinvista y ya echaba de menos el sol. Solo podía sentir el tacto y el olor de las cosas, algo que en una ciudad no era agradable, precisamente. las paredes de madera gastada cubiertas por aceites, el aroma de las tabernas, alcohol y grasa, el sonido, aturullante de los transeuntes. Risas que la pillaban de sorpresa y hacían que su cuerpo luchase por no saltar, gritos que sonaban demasiado fuerte y la aturullaban, carromatos que pasaban demasiado rápido y podían atropellarla.
Para la bruja, ese mundo que antes había estado lleno de colores se había vuelto ahora negro y peligroso. La oscuridad la había cubierto por completo haciendo que un manto negro, una nube de humo, cubriera sus ojos. Odiaba a aquella que le había arrebatado lo más preciado que tenía, la herida del hombro, al lado de sus ojos ciegos, se quedaba en nada. Esa mujer de pelo blanco. Por un estúpido anillo le había arrebatado la vista, hasta que punto debía estar loca una persona como para herir a otra en tal medida. La odiaba, la odiaba, la odiaba con toda su alma. Si sus ojos aun hubieran podido mostrar sus pensamientos, la más profunda rabia y el más hondo desprecio se habrían reflejado en sus pupilas con un brillo acerado. Pero no, ya nada se apreciaba en esos pozos grises que, poco tiempo atrás, habrían helado o hecho arder el corazón más insensible.
Una sensación desconocida para ella empezó a instalarse en su pecho, le temblaron las manos, la respiración se le aceleró, tensa, le costaba respirar, qué iba a hacer si no sabía manejarse sin sus ojos. Tanteo con el bastón y su mano libre una pared, y se apoyó en ella, intentando recuperar el aliento, notaba el frío, debía haber anochecido. Escuchó, entonces, unas risas infantiles, ¿Se reían de ella? La tensión en su pecho aumentó nuevamente y se esforzó por alejarse. Tanteando con su palma por la pared rugosa llegó a la esquina y cambió su dirección, adentrándose en ella. Caminó por allí golpeando el suelo con el bastón, pero aun no controlaba las distancias, no sin sus ojos y acabó tropezando, cayendo entre cajas.
Los nervios estallaron. Los sollozos comenzaron a resonar, la ansiedad se liberó en llanto, un llanto triste, sordo y silencioso. Las lágrimas claras calleron por sus ojos, aun más claros que su llanto, vacíos y oscuros. El calor empezó a subir hasta sus mejillas, las lágrimas a correr por su cara, no podía evitarlo. Lo había intentado durante dos días enteros, no quería llorar, ella no era débil, se había levantado sola tantas veces, por qué iba a ser esta vez distinta, no podía dejarse llevar por la perdida. Pero no pudo evitarlo.
Notó, cuando había empezado a calmarse, una mano en su hombro, no había podido escuchar los pasos por su llanto, Se giró asustada, lanzando su mirada sin luz a la persona que le había tocado el hombro, y tomando su bastón, se puso a la defensiva, asustada. Nadie se preocupaba por otra persona si no quería algo a cambio, y ella, estando ciega, era sin duda una presa fácil.
- ¿Quién es? ¿Qué quiere?- preguntó tensa, interponiendo su bastón entre ella y el hombre. La voz lo había delatado como tal, al menos. Fire, que durante ese tiempo había estado en silencio junto a ella, se subió al hombro de su dueña y lanzó un grito al recién llegado, extrañamente tranquila para lo que había estado los últimos dos días cada vez que alguien se había siquiera acercado a Keira.
Las lágrimas se habían secado casi por completo del rostro de la joven, que con ojos inexpresivos miraba a ninguna parte en particular. Debía ser desagradable que te mirasen sin mirar, sin embargo, y a pesar de que no le gustase, su orgullo no le había permitido tapar su ceguera con una venda, como solían hacer los invidentes que ella había conocido. Ella era la primera incomoda con su situación, si a los demás no le gustaban sus ojos, que no la mirasen, nadie les obligaba a ello. Por eso no bajó la cabeza a pesar del temor que le inspiraba el recién llegado.
El camino hasta allí había sido difícil, aunque, en realidad, decir eso era un auténtico eufemismo. Se había estado cayendo cada dos pasos, sus pisadas, elegantes, se habían vuelto torpes, Se había perdido en más de una ocasión, Fire, preocupada, había estado a su lado en todo momento, y al final, resignada, la bruja había dejado que el ave fuera su guía.
Al entrar a la ciudad lo primero que había hecho era buscar una tienda donde poder adquirir un bastón. Estaba claro que no iba a poder seguir luchando con las dagas, y, para evitar hundirse en su propio barrizal, había empezado a pensar cuales debían ser sus siguientes pasos a dar. Cuando había adquirido su nueva arma, que, de paso, le servía de palo de ciego. Ya no había podido seguir por su cuenta.
No veía, necesitaba ver. Su equilibrio, su trabajo, su vida, dependía de su mirada. Sus números de baile se quedarían en nada sin sus ojos. A penas llevaba un par de días sinvista y ya echaba de menos el sol. Solo podía sentir el tacto y el olor de las cosas, algo que en una ciudad no era agradable, precisamente. las paredes de madera gastada cubiertas por aceites, el aroma de las tabernas, alcohol y grasa, el sonido, aturullante de los transeuntes. Risas que la pillaban de sorpresa y hacían que su cuerpo luchase por no saltar, gritos que sonaban demasiado fuerte y la aturullaban, carromatos que pasaban demasiado rápido y podían atropellarla.
Para la bruja, ese mundo que antes había estado lleno de colores se había vuelto ahora negro y peligroso. La oscuridad la había cubierto por completo haciendo que un manto negro, una nube de humo, cubriera sus ojos. Odiaba a aquella que le había arrebatado lo más preciado que tenía, la herida del hombro, al lado de sus ojos ciegos, se quedaba en nada. Esa mujer de pelo blanco. Por un estúpido anillo le había arrebatado la vista, hasta que punto debía estar loca una persona como para herir a otra en tal medida. La odiaba, la odiaba, la odiaba con toda su alma. Si sus ojos aun hubieran podido mostrar sus pensamientos, la más profunda rabia y el más hondo desprecio se habrían reflejado en sus pupilas con un brillo acerado. Pero no, ya nada se apreciaba en esos pozos grises que, poco tiempo atrás, habrían helado o hecho arder el corazón más insensible.
Una sensación desconocida para ella empezó a instalarse en su pecho, le temblaron las manos, la respiración se le aceleró, tensa, le costaba respirar, qué iba a hacer si no sabía manejarse sin sus ojos. Tanteo con el bastón y su mano libre una pared, y se apoyó en ella, intentando recuperar el aliento, notaba el frío, debía haber anochecido. Escuchó, entonces, unas risas infantiles, ¿Se reían de ella? La tensión en su pecho aumentó nuevamente y se esforzó por alejarse. Tanteando con su palma por la pared rugosa llegó a la esquina y cambió su dirección, adentrándose en ella. Caminó por allí golpeando el suelo con el bastón, pero aun no controlaba las distancias, no sin sus ojos y acabó tropezando, cayendo entre cajas.
Los nervios estallaron. Los sollozos comenzaron a resonar, la ansiedad se liberó en llanto, un llanto triste, sordo y silencioso. Las lágrimas claras calleron por sus ojos, aun más claros que su llanto, vacíos y oscuros. El calor empezó a subir hasta sus mejillas, las lágrimas a correr por su cara, no podía evitarlo. Lo había intentado durante dos días enteros, no quería llorar, ella no era débil, se había levantado sola tantas veces, por qué iba a ser esta vez distinta, no podía dejarse llevar por la perdida. Pero no pudo evitarlo.
Notó, cuando había empezado a calmarse, una mano en su hombro, no había podido escuchar los pasos por su llanto, Se giró asustada, lanzando su mirada sin luz a la persona que le había tocado el hombro, y tomando su bastón, se puso a la defensiva, asustada. Nadie se preocupaba por otra persona si no quería algo a cambio, y ella, estando ciega, era sin duda una presa fácil.
- ¿Quién es? ¿Qué quiere?- preguntó tensa, interponiendo su bastón entre ella y el hombre. La voz lo había delatado como tal, al menos. Fire, que durante ese tiempo había estado en silencio junto a ella, se subió al hombro de su dueña y lanzó un grito al recién llegado, extrañamente tranquila para lo que había estado los últimos dos días cada vez que alguien se había siquiera acercado a Keira.
Las lágrimas se habían secado casi por completo del rostro de la joven, que con ojos inexpresivos miraba a ninguna parte en particular. Debía ser desagradable que te mirasen sin mirar, sin embargo, y a pesar de que no le gustase, su orgullo no le había permitido tapar su ceguera con una venda, como solían hacer los invidentes que ella había conocido. Ella era la primera incomoda con su situación, si a los demás no le gustaban sus ojos, que no la mirasen, nadie les obligaba a ello. Por eso no bajó la cabeza a pesar del temor que le inspiraba el recién llegado.
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Re: Neblina [Interpretativo] [Privado, Keira Bravery] [CERRADO]
Podría imaginarme a cualquier persona sollozando así: a mi padre, a Samhaim, al Rey de Lunargenta e incluso, a mi mismo. Cualquiera que tuviera dos ojos pudiera hacerlo. Cualquiera menos ella; Keira era…, en pocas palabras, era demasiado “Keira” para ponerse a llorar: Fuerte, firme y con un orgullo tan asqueroso como profundo. No me la imaginaba llorando, aunque la tuviera delante de mis narices, no podía creerme qué cojones estaba viendo.
Algo terrible le había sucedido para que se pusiera a llorar así, algo que no tardé en averiguar. Sus ojos, que un tiempo fueron de un color tan brillante que resplandecía con las propias llamas que invocaba con sus manos, se habían vuelto completamente grises. Se apagaron, igual que toda ella, estaba apagada. Su fuerza, su firma y también su orgullo, parecían haber desaparecido. Ya no era la Keira que había conocido y había poseído su cuerpo tiempo atrás, era otra. Sin fuerza, sin firmeza, sin orgullo y sin luz en los ojos…, se había quedado ciega.
Sentí lástima por ella. Años atrás, en la rebelión de Samhaim, torturé y masacré a decenas de elfos. Los vi llorar y suplicar por sus vidas de la forma más lamentable posible. Ninguno de ellos me consiguió dar pena, y mira que lo intentaron al hablarme de sus familias y sus hijos. Cierto era, que aquello fue hace muchos años, en una etapa en la que todavía se me podía llamar adolescente; no entendía más de Aerandir de lo poco que pudo haberme enseñado el viejo Nephgerd y lo mucho que me mostró Samhaim. Aun así, estaba seguro que jamás había sentido, y tal vez jamás volvería a sentir, tanta lástima como sentía en aquel momento al ver los ojos grises de Keira.
-Solo venía a ver qué había ocurrido.- Contesté con un hilo de voz dando un paso hacia atrás para que no me diera con el bastón.
Me mantuve completamente inmóvil durante un largo tiempo. Puede que Keira no me hubiera visto pero su pajarraco sí lo hizo. Fire estaba apoyada en el hombro de la chica y me miraba juiciosamente como si me estuviera recriminando. Al parecer, Keira compartía con el ave el mismo odio que sentía contra mí, y es posible que también el dolor pues, mientras el pájaro me vigilaba con un ojo, con el otro cuidaba de su ama. Esa imagen todavía me daba más lástima que la de tener que ver a Keira sola ciega llorando entre cajas, acompañada de Fire era peor. Menos mal que no estaba con el rubio de sonrisa repugnantemente amable.
-Levanta del suelo.- Suspiré sonoramente a la vez que apoyaba mi mano en su hombro, en el que no estaba Fire, para que me la cogiera y le ayudase a levantarse. -Me das pena. ¿Después todo lo que has luchado y te quedas ahí tirada al menor problema? Dragones, ladrones, locos y vete a saber tú con qué más has combatido, total para caer. ¡¿Quieres levantarte ya?!- Las palabras me salían por pura inercia, eran una mezcla entre la pena por verla en tal estado y la rabia al saber que ella no era así. Preferiría que me lanzase una llama fuego a la cara que verla llorar.
Samhaim decía que un brujo caído era un brujo muerto. Los débiles no tenían derecho a nada, si alguien no superaba alguno de los entrenamientos más pesados, pronto era mandado de vuelta a su casa, sacrificado delante de los demás o lo mandado a una misión suicida a los bosques de los elfos de la cual nunca regresaría; dependía del humor con el que se levantaba Sam en aquel día. Keira se merecía muchas cosas, pero no caer de tal manera. Sentía que tenía el deber de hacerla levantar. No solo por ella, sino también por mí, por no haber hecho nada cuando Samhaim mataba a sus discípulos caídos.
Algo terrible le había sucedido para que se pusiera a llorar así, algo que no tardé en averiguar. Sus ojos, que un tiempo fueron de un color tan brillante que resplandecía con las propias llamas que invocaba con sus manos, se habían vuelto completamente grises. Se apagaron, igual que toda ella, estaba apagada. Su fuerza, su firma y también su orgullo, parecían haber desaparecido. Ya no era la Keira que había conocido y había poseído su cuerpo tiempo atrás, era otra. Sin fuerza, sin firmeza, sin orgullo y sin luz en los ojos…, se había quedado ciega.
Sentí lástima por ella. Años atrás, en la rebelión de Samhaim, torturé y masacré a decenas de elfos. Los vi llorar y suplicar por sus vidas de la forma más lamentable posible. Ninguno de ellos me consiguió dar pena, y mira que lo intentaron al hablarme de sus familias y sus hijos. Cierto era, que aquello fue hace muchos años, en una etapa en la que todavía se me podía llamar adolescente; no entendía más de Aerandir de lo poco que pudo haberme enseñado el viejo Nephgerd y lo mucho que me mostró Samhaim. Aun así, estaba seguro que jamás había sentido, y tal vez jamás volvería a sentir, tanta lástima como sentía en aquel momento al ver los ojos grises de Keira.
-Solo venía a ver qué había ocurrido.- Contesté con un hilo de voz dando un paso hacia atrás para que no me diera con el bastón.
Me mantuve completamente inmóvil durante un largo tiempo. Puede que Keira no me hubiera visto pero su pajarraco sí lo hizo. Fire estaba apoyada en el hombro de la chica y me miraba juiciosamente como si me estuviera recriminando. Al parecer, Keira compartía con el ave el mismo odio que sentía contra mí, y es posible que también el dolor pues, mientras el pájaro me vigilaba con un ojo, con el otro cuidaba de su ama. Esa imagen todavía me daba más lástima que la de tener que ver a Keira sola ciega llorando entre cajas, acompañada de Fire era peor. Menos mal que no estaba con el rubio de sonrisa repugnantemente amable.
-Levanta del suelo.- Suspiré sonoramente a la vez que apoyaba mi mano en su hombro, en el que no estaba Fire, para que me la cogiera y le ayudase a levantarse. -Me das pena. ¿Después todo lo que has luchado y te quedas ahí tirada al menor problema? Dragones, ladrones, locos y vete a saber tú con qué más has combatido, total para caer. ¡¿Quieres levantarte ya?!- Las palabras me salían por pura inercia, eran una mezcla entre la pena por verla en tal estado y la rabia al saber que ella no era así. Preferiría que me lanzase una llama fuego a la cara que verla llorar.
Samhaim decía que un brujo caído era un brujo muerto. Los débiles no tenían derecho a nada, si alguien no superaba alguno de los entrenamientos más pesados, pronto era mandado de vuelta a su casa, sacrificado delante de los demás o lo mandado a una misión suicida a los bosques de los elfos de la cual nunca regresaría; dependía del humor con el que se levantaba Sam en aquel día. Keira se merecía muchas cosas, pero no caer de tal manera. Sentía que tenía el deber de hacerla levantar. No solo por ella, sino también por mí, por no haber hecho nada cuando Samhaim mataba a sus discípulos caídos.
Offrol: Gerrit cree que sí lo reconoce Keira por la voz, por eso le habla de esa forma tan arisca.
Gerrit Nephgerd
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Re: Neblina [Interpretativo] [Privado, Keira Bravery] [CERRADO]
Mierda, ¿quién era esa persona? Fire aun no había atacado, por lo que no debía ser alguien peligroso, pero ella no podía confiar en él, no, ¿y si estaba intentando engañarla? Es muy fácil aprovecharse de un ciego, no te ve, no te distingue, no sabe quien eres y aunque lograse escapar o defenderse, difícilmente podría urdir una venganza, pues, aunque lo hiciera, no podría llevarla a cabo.
Recordaba su infancia con la Troupe de gitanos y artistas, entre ellos había una anciana ciega y sabia, la mujer se había quedado ciega por la edad, pero era tan inteligente, había visto y vivido tanto durante su juventud, que todos en las caravana la respetaban y atendían sus consejos. Keira nunca había acabado de conectar con esa mujer, le parecía demasiado poética y dispersa, ella era directa, esa mujer parecía hablar con acertijos. La respetaba, claro, pero no la entendía y pensó que no lo haría nunca.
Pero una vez con la vista perdida, podía comprenderla, y más con un capullo como aquel diciéndole que le tenía lástima. Cogida a su bastón, apartó de un manotazo la mano del tipo de su hombro, el tipo era solo otro cotilla que iba a burlarse de ella. Comprendía porque la mujer era tan calmada, cuando alguien pierde algo tan importante como a vista, necesita algo que la haga sentirse mejor, que le proteja el orgullo, en el caso de la mujer, fue su sabiduría, en el suyo... no lo sabía.
Curiosamente, el tipo parecía saber mucho de ella, demasiado, la rabia dio paso al miedo, ¿Cómo podía saber esas cosas de ella si no se conocían? Ni hablar, ¿un acosador? ¿Tal vez alguien que la hubiera visto bailando y la hubiera estado siguiendo en pos de una oportunidad con ella? Pues si pensaba que ese era el momento, estaba muy equivocado. Keira tragó saliva y apretó más el bastón entre sus manos. ¿Levantarse? Y tanto que se iba a levantar.
Fire notó los movimientos de su dueña, y alzó el vuelo a la vez que la bruja lanzaba un bastonazo al aire obligando a quien tuviera delante a apartarse. Sabía donde estaban las cajas, por suerte para ella, por lo que le fue fácil saltarlas y ponerse en guardia frente al tipo, apretando el botón de su bastón, mostrando una de las puntas de flecha que este tenía en un lado.
- ¿Quién eres? ¿Por qué sabes tanto de mi? ¿Qué quieres? Como te acerques te atravieso con la lanza.- amenazó esperando sus respuestas, con las lágrimas secas marcando su rostro, y un gesto entre atemorizado y orgulloso en su cara.
No se tendría que haber separado del capitán calamar, o, mejor, no se tendría que haber separado de Vincent, ese hombre sería un poco ligón, y bastante atolondrado, pero lo cierto es que la había ayudado en varias ocasiones, incluso preferiría tener que soportar al idiota de Nerph a tener que lidiar sola con eso, incluso llegaba a echar de menos sus bromas maleducadas y sus intentos vanos de ligoteo. Lo que fuera le valía, pero no le gustaba tener miedo.
Ya bastante tenía con la duda de como se verán sus ojos. Sabía que no tenía marca o herida alguna en su cara, pero sus ojos, su marca personal, esa mirada que era fuego, esa mirada que, al fin y al cabo, era ella, se había ido, y lo que más temía en todo eso era haber perdido ese color entre gris azul y verde que tenían sus ojos, ese brillo acerado que tan pronto atraía como atemorizaba, le preocupaba más eso, que no poder ver. Al fin y al cabo, para patearle el culo a alguien, no necesitaba su mirada, pero para ser ella, para lanzarle esa mirada que, aunque sin darse cuenta, sabía que lanzaba, decía "fuego". Peligro y atracción, esa era su clave, tanto en la vida, como en el baile, y mucho temía que lo había perdido todo.
Fire, revoloteaba a su lado, mirando en dirección al entrometido, dispuesto a señalar el lugar donde atacar en cuanto viera peligro, el ave no consideraba peligroso al tipo, más bien, un pobre idiota que no sabía tratar con la gente, peor incluso que la propia Keira para ese tipo de cosas, pero si su ama se sentía incomoda o asustada, sería la primera en atacar, al fin y al cabo, debía cuidar de su ama.
Recordaba su infancia con la Troupe de gitanos y artistas, entre ellos había una anciana ciega y sabia, la mujer se había quedado ciega por la edad, pero era tan inteligente, había visto y vivido tanto durante su juventud, que todos en las caravana la respetaban y atendían sus consejos. Keira nunca había acabado de conectar con esa mujer, le parecía demasiado poética y dispersa, ella era directa, esa mujer parecía hablar con acertijos. La respetaba, claro, pero no la entendía y pensó que no lo haría nunca.
Pero una vez con la vista perdida, podía comprenderla, y más con un capullo como aquel diciéndole que le tenía lástima. Cogida a su bastón, apartó de un manotazo la mano del tipo de su hombro, el tipo era solo otro cotilla que iba a burlarse de ella. Comprendía porque la mujer era tan calmada, cuando alguien pierde algo tan importante como a vista, necesita algo que la haga sentirse mejor, que le proteja el orgullo, en el caso de la mujer, fue su sabiduría, en el suyo... no lo sabía.
Curiosamente, el tipo parecía saber mucho de ella, demasiado, la rabia dio paso al miedo, ¿Cómo podía saber esas cosas de ella si no se conocían? Ni hablar, ¿un acosador? ¿Tal vez alguien que la hubiera visto bailando y la hubiera estado siguiendo en pos de una oportunidad con ella? Pues si pensaba que ese era el momento, estaba muy equivocado. Keira tragó saliva y apretó más el bastón entre sus manos. ¿Levantarse? Y tanto que se iba a levantar.
Fire notó los movimientos de su dueña, y alzó el vuelo a la vez que la bruja lanzaba un bastonazo al aire obligando a quien tuviera delante a apartarse. Sabía donde estaban las cajas, por suerte para ella, por lo que le fue fácil saltarlas y ponerse en guardia frente al tipo, apretando el botón de su bastón, mostrando una de las puntas de flecha que este tenía en un lado.
- ¿Quién eres? ¿Por qué sabes tanto de mi? ¿Qué quieres? Como te acerques te atravieso con la lanza.- amenazó esperando sus respuestas, con las lágrimas secas marcando su rostro, y un gesto entre atemorizado y orgulloso en su cara.
No se tendría que haber separado del capitán calamar, o, mejor, no se tendría que haber separado de Vincent, ese hombre sería un poco ligón, y bastante atolondrado, pero lo cierto es que la había ayudado en varias ocasiones, incluso preferiría tener que soportar al idiota de Nerph a tener que lidiar sola con eso, incluso llegaba a echar de menos sus bromas maleducadas y sus intentos vanos de ligoteo. Lo que fuera le valía, pero no le gustaba tener miedo.
Ya bastante tenía con la duda de como se verán sus ojos. Sabía que no tenía marca o herida alguna en su cara, pero sus ojos, su marca personal, esa mirada que era fuego, esa mirada que, al fin y al cabo, era ella, se había ido, y lo que más temía en todo eso era haber perdido ese color entre gris azul y verde que tenían sus ojos, ese brillo acerado que tan pronto atraía como atemorizaba, le preocupaba más eso, que no poder ver. Al fin y al cabo, para patearle el culo a alguien, no necesitaba su mirada, pero para ser ella, para lanzarle esa mirada que, aunque sin darse cuenta, sabía que lanzaba, decía "fuego". Peligro y atracción, esa era su clave, tanto en la vida, como en el baile, y mucho temía que lo había perdido todo.
Fire, revoloteaba a su lado, mirando en dirección al entrometido, dispuesto a señalar el lugar donde atacar en cuanto viera peligro, el ave no consideraba peligroso al tipo, más bien, un pobre idiota que no sabía tratar con la gente, peor incluso que la propia Keira para ese tipo de cosas, pero si su ama se sentía incomoda o asustada, sería la primera en atacar, al fin y al cabo, debía cuidar de su ama.
Keira Brabery
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Re: Neblina [Interpretativo] [Privado, Keira Bravery] [CERRADO]
Esto me pasaba por intentar ayudar a una desagradecida como ella. ¿Qué esperaba, que se lanzase a mis brazos y me diera las gracias como toda mujer normal haría en su lugar? Para Keira era mucho más fácil coger y amenazarme con su nuevo juguete, un bastón acabado en punta de flecha nada más ni nada menos. Me quede unos segundos mirándola con los ojos abiertos pensando en cuán bajo había caído. De matar asado a cualquiera que le pestañease a dar bastonazos al aire persiguiendo sombras que no podía ver. Daba pena, mucha pena. Ni si quiera reconoció mi voz, aunque si me hubiera reconocido algo me decía que el resultado no hubiera sido muy distinto.
Sabía muy bien lo que me diría Samhaim si me viera en aquel momento, intentaría convencerme de que la matase a Keira para que dejase de sufrir, como si fuera un caballo con una pierna herida que ya no puede trotar. Ese maldito cabrón se ganó mi odio a pulso, pero lo peor era que, al final, conseguía convencerme y, como un perro faldero, obedecía todas sus órdenes. Si me decía que debía matar a tal persona, pocas eran las veces que dudaba si eso era lo correcto; la mataba y punto. Al fin y al cabo, Samhaim fue lo más parecido a un padre y a un amigo que jamás tuve. Un padre y un amigo que acabó con muerto bajo el beso metálico de Suuri.
Tal vez Samhaim tuviera razón, matarla sería lo más piadoso. Ya lo había hecho otras veces, no tenía excusa para no agarrar el mango de Suuri y golpear la cabeza de Keira. ¿O sí la tenía? Mi excusa era mi propio orgullo. No había matado a Samhaim por nada. Se empezaba matando a los brujos débiles y se acababa follando a elfas, así era el maestro Sam. Yo no era como él. Él, junto a mi padre, se convirtieron la representación de casi todo lo que odiaba, solo les faltaban tener las orejas picudas como a los elfos.
-No deberías atacar a quien te está intentando ayudar.- Dije con tono recriminador. -Soy un amigo, con eso tienes suficiente. Ahora deja el bastón quieto que acabarás haciéndote tú daño.- Avance los dos pasos que había retrocedido ante la amenaza de Keira y cogí con firmeza el mango del bastón por el mismo lugar rozando mis manos con las de ellas sin llegar a superponerlas. -No seas idiota y obedece.- Le dije con la voz muy serena. -Deja tus juegos de amenazas e insultos para quien quiera jugar.-
Pensé en usar mi magia de la electricidad para dar un pequeña calambre a las manos de Keira solo para que dejase de sujetar el bastón; lo pensé y por un segundo estuve a punto de hacerlo, pero rectifiqué y no usé mi magia. Si lo hubiera hecho sería muy posible que me hubiera reconocido. Pocos son los brujos que controlan la magia de la electricidad de la misma forma con la que yo lo hago, además que ella misma pudo usar mi magia a través de mi cuerpo. Preferí quedarme bajo el anonimato que me brindaba su cegara, por lo menos así no me mandaría a la mierda tan rápidamente.
-Mi nombre es Gerrit.- Le dije mi nombre auténtico, aquel que solo se lo decía a las personas con las que confiaba. - Y, después de todo lo que has combatido no deberías por qué sé tanto de ti, sino por qué no te conoce más gente.- Contesté a sus preguntas ahora que estábamos en una posición de tabla.
Sabía muy bien lo que me diría Samhaim si me viera en aquel momento, intentaría convencerme de que la matase a Keira para que dejase de sufrir, como si fuera un caballo con una pierna herida que ya no puede trotar. Ese maldito cabrón se ganó mi odio a pulso, pero lo peor era que, al final, conseguía convencerme y, como un perro faldero, obedecía todas sus órdenes. Si me decía que debía matar a tal persona, pocas eran las veces que dudaba si eso era lo correcto; la mataba y punto. Al fin y al cabo, Samhaim fue lo más parecido a un padre y a un amigo que jamás tuve. Un padre y un amigo que acabó con muerto bajo el beso metálico de Suuri.
Tal vez Samhaim tuviera razón, matarla sería lo más piadoso. Ya lo había hecho otras veces, no tenía excusa para no agarrar el mango de Suuri y golpear la cabeza de Keira. ¿O sí la tenía? Mi excusa era mi propio orgullo. No había matado a Samhaim por nada. Se empezaba matando a los brujos débiles y se acababa follando a elfas, así era el maestro Sam. Yo no era como él. Él, junto a mi padre, se convirtieron la representación de casi todo lo que odiaba, solo les faltaban tener las orejas picudas como a los elfos.
-No deberías atacar a quien te está intentando ayudar.- Dije con tono recriminador. -Soy un amigo, con eso tienes suficiente. Ahora deja el bastón quieto que acabarás haciéndote tú daño.- Avance los dos pasos que había retrocedido ante la amenaza de Keira y cogí con firmeza el mango del bastón por el mismo lugar rozando mis manos con las de ellas sin llegar a superponerlas. -No seas idiota y obedece.- Le dije con la voz muy serena. -Deja tus juegos de amenazas e insultos para quien quiera jugar.-
Pensé en usar mi magia de la electricidad para dar un pequeña calambre a las manos de Keira solo para que dejase de sujetar el bastón; lo pensé y por un segundo estuve a punto de hacerlo, pero rectifiqué y no usé mi magia. Si lo hubiera hecho sería muy posible que me hubiera reconocido. Pocos son los brujos que controlan la magia de la electricidad de la misma forma con la que yo lo hago, además que ella misma pudo usar mi magia a través de mi cuerpo. Preferí quedarme bajo el anonimato que me brindaba su cegara, por lo menos así no me mandaría a la mierda tan rápidamente.
-Mi nombre es Gerrit.- Le dije mi nombre auténtico, aquel que solo se lo decía a las personas con las que confiaba. - Y, después de todo lo que has combatido no deberías por qué sé tanto de ti, sino por qué no te conoce más gente.- Contesté a sus preguntas ahora que estábamos en una posición de tabla.
Gerrit Nephgerd
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Re: Neblina [Interpretativo] [Privado, Keira Bravery] [CERRADO]
No le gustaba un pelo, las unicas opciones eran, que fuera un idiota que pensara que por encontrar a una mujer ciega, y sola, pudiera aprovecharse de ella, cosa que iba a llevar clara, porque por muy ciega que estuviera era perfectamente capaz de patearle el culo a cualquier mindundi que se le acercase, o, en su defecto, que fuera un idiota que realmente se sintiera lo bastante superior como para sentir lástima.
Le hacía gracia, la gente era lo bastante estúpida como para pensar que, por el simple hecho de no ver, alguien estaba indefenso, cuando en realidad la gran mayoría aprovechaban su apariencia para engañar a esos incautos que querían hacer creer que tenían buen corazón, cuando solo era por apariencia.
Escuchó nerviosa las palabras del tipo. ¿Amigo? Ja. No había amigos cuando no puedes confiar en nadie y ni loca pensaba dejar de lado el bastón. Notó el tirón que él dio a la madera haciendola acercarse a él, y obligandola abajar el arma. Notaba, ahora que sus pechos se encontraban pegados, que el tipo era alto y musculoso, la superaba en fuerza, eso estaba claro. Pero no por ello iba a dejarse intimidar. Tragó saliva y respiró hondo inflando su pecho, alzando la cabeza, sin preocuparle no poder ver, demostrando que, a pesar del estado en el que la había encontrado, su orgullo, su fuerza, no cedía.
Sus ojos se habían apagado, pero esa llama, ese caracter, ese fuego que seguía ardiendo con fuerza en su cuerpo, lejos estaba de extinguirse, incluso las más grandes hogueras pueden descender, y no por ello dejan de arder. Guardó silencio sin bajar la mirada y soltó el bastón, dando a entender que no iba a dejar que la tuviera amarrada, sin alejarse, aun así, para que viese que no se sentía intimidada.
Ese caracter, le recordaba demasiado al de ese estúpido de Neph, la diferencia era que ese estúpido de pelo rubio nunca, jamás, se dignaría a preocuparse por alguien que no fuera él mismo. Suspiró, Fire aun no había atacado, por lo que, suponía, no era peligroso, puede que algo creido, y por el tono de su voz, ególatra, pero no peligroso. Además, no podía negar que, efectivamente, se había metido en más líos de los que había pretendido, y eso y los bailes le habían hecho ganar cierta fama.
- Keira, aunque supongo que eso ya lo sabes.- dijo con tono cansado.- Encantada de conocerte, Gerrit.- dijo sin sarcasmo, dudando de si realmente se alegraba de que alguien la hubiera visto en ese estado.
Fire lanzó entonces un piido, ansiosa, parecía que quería irse de allí. El viento comenzaba a volverse fuerte, colandose por entre la capa de la chica, que reprimió un temblor, y los primeros copos de nieve le dieron en el pelo, humedeciendolo. Notaba las nubes moverse sobre su cabeza, sentía como el temporal iba cerniendose sobre ellos, cada vez más rápido, nevando con delicadeza, para, en una hora a más tardar, convertirse en una tormenta. Debían salir de allí, pero ella no sería la que diera el primer paso.
Quería volver a la taberna de Jenn, la verdad era que, en ese lugar, en el norte, era la única persona en la que confiaba, la única que le había demostrado, allí en la ciudad helada, que había un lugar cálido al que acudir. Pero no sabía donde se encontraba exactamente, y no sabía si Fire recordaría el camino, pues, al partir, ella aun veía. Además, no sería ella la que se apartase primero.
El cuerpo del tipo desprendía calor, de eso, no había duda, y si no hubieran empezado con mal pie, incluso podría decir que se sentía protegida, aunque, en cierto modo, ese caracter zafio y antipático, le despertaba más confianza que si alguien se hubiera acercado con buen tono. Los timadores nunca se comportan como maleducados.
Le hacía gracia, la gente era lo bastante estúpida como para pensar que, por el simple hecho de no ver, alguien estaba indefenso, cuando en realidad la gran mayoría aprovechaban su apariencia para engañar a esos incautos que querían hacer creer que tenían buen corazón, cuando solo era por apariencia.
Escuchó nerviosa las palabras del tipo. ¿Amigo? Ja. No había amigos cuando no puedes confiar en nadie y ni loca pensaba dejar de lado el bastón. Notó el tirón que él dio a la madera haciendola acercarse a él, y obligandola abajar el arma. Notaba, ahora que sus pechos se encontraban pegados, que el tipo era alto y musculoso, la superaba en fuerza, eso estaba claro. Pero no por ello iba a dejarse intimidar. Tragó saliva y respiró hondo inflando su pecho, alzando la cabeza, sin preocuparle no poder ver, demostrando que, a pesar del estado en el que la había encontrado, su orgullo, su fuerza, no cedía.
Sus ojos se habían apagado, pero esa llama, ese caracter, ese fuego que seguía ardiendo con fuerza en su cuerpo, lejos estaba de extinguirse, incluso las más grandes hogueras pueden descender, y no por ello dejan de arder. Guardó silencio sin bajar la mirada y soltó el bastón, dando a entender que no iba a dejar que la tuviera amarrada, sin alejarse, aun así, para que viese que no se sentía intimidada.
Ese caracter, le recordaba demasiado al de ese estúpido de Neph, la diferencia era que ese estúpido de pelo rubio nunca, jamás, se dignaría a preocuparse por alguien que no fuera él mismo. Suspiró, Fire aun no había atacado, por lo que, suponía, no era peligroso, puede que algo creido, y por el tono de su voz, ególatra, pero no peligroso. Además, no podía negar que, efectivamente, se había metido en más líos de los que había pretendido, y eso y los bailes le habían hecho ganar cierta fama.
- Keira, aunque supongo que eso ya lo sabes.- dijo con tono cansado.- Encantada de conocerte, Gerrit.- dijo sin sarcasmo, dudando de si realmente se alegraba de que alguien la hubiera visto en ese estado.
Fire lanzó entonces un piido, ansiosa, parecía que quería irse de allí. El viento comenzaba a volverse fuerte, colandose por entre la capa de la chica, que reprimió un temblor, y los primeros copos de nieve le dieron en el pelo, humedeciendolo. Notaba las nubes moverse sobre su cabeza, sentía como el temporal iba cerniendose sobre ellos, cada vez más rápido, nevando con delicadeza, para, en una hora a más tardar, convertirse en una tormenta. Debían salir de allí, pero ella no sería la que diera el primer paso.
Quería volver a la taberna de Jenn, la verdad era que, en ese lugar, en el norte, era la única persona en la que confiaba, la única que le había demostrado, allí en la ciudad helada, que había un lugar cálido al que acudir. Pero no sabía donde se encontraba exactamente, y no sabía si Fire recordaría el camino, pues, al partir, ella aun veía. Además, no sería ella la que se apartase primero.
El cuerpo del tipo desprendía calor, de eso, no había duda, y si no hubieran empezado con mal pie, incluso podría decir que se sentía protegida, aunque, en cierto modo, ese caracter zafio y antipático, le despertaba más confianza que si alguien se hubiera acercado con buen tono. Los timadores nunca se comportan como maleducados.
Keira Brabery
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Re: Neblina [Interpretativo] [Privado, Keira Bravery] [CERRADO]
Notar el roce del cuerpo de una mujer con el mío no debería ser motivo de desagrado ni tampoco de sobreexcitación. Debería ser algo natural y para nada molesto. Aunque, de vez en cuando, siempre aparecía el típico que se ponía nervioso al hablar con las mujeres e intentaba alejarse lo máximo posible de ellas y también existía el caso contrario en el que un hombre por poco se empalma a solo rozar el cuerpo de una mujer. Ambos dos me parecían igual de asquerosos e igual de patéticos. No había que temer a las mujeres ni tampoco excitarse por ellas a la primera que se notase el roce de uno de sus pechos. Era absurdo.
Tan absurdo como lo que yo sentía al notar los pechos de Keira sobre mi hombro, su fuerte respiración y su calor corporal. En aquel momento sentí tanto miedo como excitación, pero un miedo y una excitación diferente a la que sentía los tipejos patéticos. En primer lugar, el miedo nacía del desconocimiento. Esa chica ciega que me intentó amenazar con el bastón acabado con punta de flecha no era Keira. Se parecía, eran prácticamente iguales, pero no era ella. La fría bailarina nunca hubiera dejado que las pulsaciones de su corazón acelerasen a ese ritmo tan desmesurado ni tampoco hubiera tenido la necesidad de hincharse para parecer más alta, por no hablar de habérmela encontrado tirada sollozando como una cría pequeña. Ella no era Keira, era una desconocida para mí. Una extraña cuyo calor corporal instauraba un temor mucho más profundo del que nadie pudiera imaginar. Y en segundo lugar, la excitación residía en mis recuerdos. No era una excitación carnal como la de los tipejos asquerosos, era más una necesidad de combatir y de demostrar que ella, que la Keira que yo conocí, estaba en algún lugar de aquella respiración profunda y aquellos fuertes latidos.
Cuando la bailarina de habló, mis sospechas se hicieron realidad. Ella no era Keira. ¿Dónde estaba su tono de voz, sus agudas palabras, sus recriminaciones y sus frases con doble sentido? No había nada en su voz. Oírla fue como verla directamente a sus ojos, estaba vacía. Ya no era solo la ceguera, tenía la sensación de que se había quedado vacía por dentro.
-Sí, ya sabía como te llamabas.- Dije aflojando lentamente el bastón. “Lo que no sabía era que estarías encantada de conocer gente nueva” Solo pensé, por poco lo decía en voz alta. Fue encontrarme de nuevo con los ojos apagados de la mujer lo que me detuvo de decir nada. Toda sonrisa que pudiera haber podido dibujar en mis labios en ese instante se esfumó.
Fire, quien parecía más calmada, por lo menos a lo que mi presencia allí se refería, comenzó a graznar. Era el frío, no le gustaba el aire del Norte. La vi cómo se refugiaba entre la capa de la bailarina con un gesto que más aparentaba ser de un niño pequeño que de un ave rapaz. Eso me dio que pensar. Siempre que Keira estaba en peligro, era el halcón la primera en ponerse en posición de alerta lista para lanzarse al ataque. Por mucho frío que hiciera, Fire no se taparía hasta saber que su ama estaría salva. Sonríe ligeramente ante mi propia deducción mirando directamente a los ojos de Fire. “Así que no soy un peligro” dije mentalmente como si estuviera hablando con el ave “que poco me conoces.”
El viento azotaba con furia las contraventanas de las casas del callejón. El ruido era estremecedor. Puede que los dragones estuvieran acostumbrados a ese sonido pero yo no. Era la señal de una tormenta del Norte; ya escuché este mismo ruido otras veces, siempre acompañada de una sensación de frío tan fuerte que capaz era de helar cualquier charco de agua que hubiera entre las calles de Dundarak. Los animales eran los primeros en reconocer las señales de la tormenta. Fire no era la única que se había dado cuenta, los gatos de dos calles más abajo habían desaparecido. Algo gordo se avecinaba, gordo para mí pero común para los habitantes de esta horrible ciudad.
-Esta noche tendremos tormenta. Deberíamos buscar un lugar donde pasar la noche.- Pero, ¿dónde? Esa era la pregunta que me estaba haciendo y no me atrevía a decírsela a la chica. Pronto, pensé en la posada del día anterior. Buena comida, una chimenea encendida y, lo mejor que todo, allí conocían de buena mano a Keira. –Conozco una buena posada, no está lejos.- La observé con gesto dubitativo durante unos escasos segundos de silencio. - Pero me tendrás que acompañar.- La última frase la dije con un tono que mezclaba una petición amable con una orden de la cual Keira no tenía escapatoria.
Tan absurdo como lo que yo sentía al notar los pechos de Keira sobre mi hombro, su fuerte respiración y su calor corporal. En aquel momento sentí tanto miedo como excitación, pero un miedo y una excitación diferente a la que sentía los tipejos patéticos. En primer lugar, el miedo nacía del desconocimiento. Esa chica ciega que me intentó amenazar con el bastón acabado con punta de flecha no era Keira. Se parecía, eran prácticamente iguales, pero no era ella. La fría bailarina nunca hubiera dejado que las pulsaciones de su corazón acelerasen a ese ritmo tan desmesurado ni tampoco hubiera tenido la necesidad de hincharse para parecer más alta, por no hablar de habérmela encontrado tirada sollozando como una cría pequeña. Ella no era Keira, era una desconocida para mí. Una extraña cuyo calor corporal instauraba un temor mucho más profundo del que nadie pudiera imaginar. Y en segundo lugar, la excitación residía en mis recuerdos. No era una excitación carnal como la de los tipejos asquerosos, era más una necesidad de combatir y de demostrar que ella, que la Keira que yo conocí, estaba en algún lugar de aquella respiración profunda y aquellos fuertes latidos.
Cuando la bailarina de habló, mis sospechas se hicieron realidad. Ella no era Keira. ¿Dónde estaba su tono de voz, sus agudas palabras, sus recriminaciones y sus frases con doble sentido? No había nada en su voz. Oírla fue como verla directamente a sus ojos, estaba vacía. Ya no era solo la ceguera, tenía la sensación de que se había quedado vacía por dentro.
-Sí, ya sabía como te llamabas.- Dije aflojando lentamente el bastón. “Lo que no sabía era que estarías encantada de conocer gente nueva” Solo pensé, por poco lo decía en voz alta. Fue encontrarme de nuevo con los ojos apagados de la mujer lo que me detuvo de decir nada. Toda sonrisa que pudiera haber podido dibujar en mis labios en ese instante se esfumó.
Fire, quien parecía más calmada, por lo menos a lo que mi presencia allí se refería, comenzó a graznar. Era el frío, no le gustaba el aire del Norte. La vi cómo se refugiaba entre la capa de la bailarina con un gesto que más aparentaba ser de un niño pequeño que de un ave rapaz. Eso me dio que pensar. Siempre que Keira estaba en peligro, era el halcón la primera en ponerse en posición de alerta lista para lanzarse al ataque. Por mucho frío que hiciera, Fire no se taparía hasta saber que su ama estaría salva. Sonríe ligeramente ante mi propia deducción mirando directamente a los ojos de Fire. “Así que no soy un peligro” dije mentalmente como si estuviera hablando con el ave “que poco me conoces.”
El viento azotaba con furia las contraventanas de las casas del callejón. El ruido era estremecedor. Puede que los dragones estuvieran acostumbrados a ese sonido pero yo no. Era la señal de una tormenta del Norte; ya escuché este mismo ruido otras veces, siempre acompañada de una sensación de frío tan fuerte que capaz era de helar cualquier charco de agua que hubiera entre las calles de Dundarak. Los animales eran los primeros en reconocer las señales de la tormenta. Fire no era la única que se había dado cuenta, los gatos de dos calles más abajo habían desaparecido. Algo gordo se avecinaba, gordo para mí pero común para los habitantes de esta horrible ciudad.
-Esta noche tendremos tormenta. Deberíamos buscar un lugar donde pasar la noche.- Pero, ¿dónde? Esa era la pregunta que me estaba haciendo y no me atrevía a decírsela a la chica. Pronto, pensé en la posada del día anterior. Buena comida, una chimenea encendida y, lo mejor que todo, allí conocían de buena mano a Keira. –Conozco una buena posada, no está lejos.- La observé con gesto dubitativo durante unos escasos segundos de silencio. - Pero me tendrás que acompañar.- La última frase la dije con un tono que mezclaba una petición amable con una orden de la cual Keira no tenía escapatoria.
Gerrit Nephgerd
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Re: Neblina [Interpretativo] [Privado, Keira Bravery] [CERRADO]
El tipo, repentinamente, se volvió amable, o, más bien, tranquilo, parecía tan confuso que a Keira le daba la impresión de que no sabía como actuar. Podía ser que no viera, pero eso había hecho, notaba ahora, ser más consciente de su entorno, y a traves de piel y ropa, a traves del calor que desprendía el tipo y sus movimientos ligeros, podía notar su confusión, parecía no comprenderla a ella, ni lo que a él mismo le pasaba por dentro.
En cualquier otro momento, habría sonreido. Aun sin sus ojos podía provocar esas sensaciones a otras personas, era un alivio, no había muerto del todo. El saber que podía confundir a alguien que le debía sacar dos cabezas, y que podía hacerle sentir miedo, la relajó un poco, logrando que los latidos acelerados de su corazón, antes asustados, rebajasen el ritmo de forma notable. Fire, a su lado, se acurrucaba en la capucha de su capa, deseosa de ir a un lugar más tranquilo y cálido, al parecer Keira no era la única que se encontraba congelada. La diferencia era que Fire podia demostrarlo.
El ave, se alzó, situandose sobre el hombro de su ama y lanzó una mirada de advertencia a Gerrit, para advertirle de que, si, confiaba en él, pero como le tocase un solo pelo a la bruja de fuego, acabaría con las garras en los ojos y más ciego incluso que su ama. Keira nunca supo de ese intercambio de miradas entre su pequeña y el tipo que tenía a su frente. Al menos, parecía ser solo una persona normal, algo orgullosa, pero ella menos que nadie podía criticar eso.
Keira agradeció que el tipo soltara el bastó y tanteó, acariciando el palo, en busca del botón para, tras pulsar dos veces, notar como la punta de flecha volvía a esconderse y se convertía en un bastón normal y corriente en apariencia. Escuchó, entonces, la voz del tipo, no sabía si estaba realmente dispuesto a ayudarla. Fire se fiaba, pero ella no podía acabar de confiar. Al llegar a Dundarak había querido ir a la posada de Jenn, pero se había perdido cuando iba hacia el centro de la inmensa Dundarak.
Lo que para la mayoría de la gente no era más que un paseo, para ella era todo un campo de batalla. Gente que no se apartaba, gente que se apartaba asustada, escalones, animales, niños, charcos, nieve, puertas que se abrían y, a esas horas, borrachos. Lo unico que necesitaba era llegar a salvo al poni trotador, después, estaba segura de que Jenn la podría ayudar a planear algo. Keira no podía quedarse en el norte, no para siempre, era una persona que no sabía mantenerse quieta en un solo lugar, necesitaba movimiento, era lo unico que conocía, a la gente como ella no la aceptaban en ningún lado.
Todos consideraban a los de "su calaña" simples artistas, timadores, ineptos y analfabetos, creian que los artistas ambulantes no eran más que ladrones, y las artistas, como ella, putas. Nada más lejos de la realidad. Pero no podía decir que se equivocasen por completo, ella si que había crecido entre ladrones, y solo se diferenciaba de ellos en que era demasiado honrada y orgullosa como para robar. Además, aunque no era una lectora hñabida, y aunque no leía especialmente bien, sabía leer, poco y mal, pero sabía, y había tenido que aprender sola, no todos podían decir lo mismo.
- Hay una posada que conozco, si me indica la dirección, creo que puedo ir sola.- dijo con tono amable, esperando poder alejarse, que el hombre hubiera dicho que tendría que acompañarlo, se había vuelto a encender su alarma.- El poni trotador, se llama, está por el centro.- comentó avanzando hacia fuera del callejón, acurrucada en la capa, tanteando su frente con el bastón.
Fire, tapada con la capucha, en su hombro, pió, un obstáculo, una caja por lo que notó con el bastón. La mujer dio un elegante paso a la izquierda y volvió a avanzar, escuchando los pasos del tipo a su lado y el retumbar de la cercana tormenta acercándose a mayor velocidad de la que había pensado. Esperaba poder llegar a la posada antes de que la tormenta se volviera más fiera, temía que Jenn la viera así, pero era la única persona del norte en la que, en ausencia de Vincent, confiaba.
En cualquier otro momento, habría sonreido. Aun sin sus ojos podía provocar esas sensaciones a otras personas, era un alivio, no había muerto del todo. El saber que podía confundir a alguien que le debía sacar dos cabezas, y que podía hacerle sentir miedo, la relajó un poco, logrando que los latidos acelerados de su corazón, antes asustados, rebajasen el ritmo de forma notable. Fire, a su lado, se acurrucaba en la capucha de su capa, deseosa de ir a un lugar más tranquilo y cálido, al parecer Keira no era la única que se encontraba congelada. La diferencia era que Fire podia demostrarlo.
El ave, se alzó, situandose sobre el hombro de su ama y lanzó una mirada de advertencia a Gerrit, para advertirle de que, si, confiaba en él, pero como le tocase un solo pelo a la bruja de fuego, acabaría con las garras en los ojos y más ciego incluso que su ama. Keira nunca supo de ese intercambio de miradas entre su pequeña y el tipo que tenía a su frente. Al menos, parecía ser solo una persona normal, algo orgullosa, pero ella menos que nadie podía criticar eso.
Keira agradeció que el tipo soltara el bastó y tanteó, acariciando el palo, en busca del botón para, tras pulsar dos veces, notar como la punta de flecha volvía a esconderse y se convertía en un bastón normal y corriente en apariencia. Escuchó, entonces, la voz del tipo, no sabía si estaba realmente dispuesto a ayudarla. Fire se fiaba, pero ella no podía acabar de confiar. Al llegar a Dundarak había querido ir a la posada de Jenn, pero se había perdido cuando iba hacia el centro de la inmensa Dundarak.
Lo que para la mayoría de la gente no era más que un paseo, para ella era todo un campo de batalla. Gente que no se apartaba, gente que se apartaba asustada, escalones, animales, niños, charcos, nieve, puertas que se abrían y, a esas horas, borrachos. Lo unico que necesitaba era llegar a salvo al poni trotador, después, estaba segura de que Jenn la podría ayudar a planear algo. Keira no podía quedarse en el norte, no para siempre, era una persona que no sabía mantenerse quieta en un solo lugar, necesitaba movimiento, era lo unico que conocía, a la gente como ella no la aceptaban en ningún lado.
Todos consideraban a los de "su calaña" simples artistas, timadores, ineptos y analfabetos, creian que los artistas ambulantes no eran más que ladrones, y las artistas, como ella, putas. Nada más lejos de la realidad. Pero no podía decir que se equivocasen por completo, ella si que había crecido entre ladrones, y solo se diferenciaba de ellos en que era demasiado honrada y orgullosa como para robar. Además, aunque no era una lectora hñabida, y aunque no leía especialmente bien, sabía leer, poco y mal, pero sabía, y había tenido que aprender sola, no todos podían decir lo mismo.
- Hay una posada que conozco, si me indica la dirección, creo que puedo ir sola.- dijo con tono amable, esperando poder alejarse, que el hombre hubiera dicho que tendría que acompañarlo, se había vuelto a encender su alarma.- El poni trotador, se llama, está por el centro.- comentó avanzando hacia fuera del callejón, acurrucada en la capa, tanteando su frente con el bastón.
Fire, tapada con la capucha, en su hombro, pió, un obstáculo, una caja por lo que notó con el bastón. La mujer dio un elegante paso a la izquierda y volvió a avanzar, escuchando los pasos del tipo a su lado y el retumbar de la cercana tormenta acercándose a mayor velocidad de la que había pensado. Esperaba poder llegar a la posada antes de que la tormenta se volviera más fiera, temía que Jenn la viera así, pero era la única persona del norte en la que, en ausencia de Vincent, confiaba.
Keira Brabery
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Re: Neblina [Interpretativo] [Privado, Keira Bravery] [CERRADO]
Y, de nuevo, volvía a ser ella. Tan arisca y tan independiente como me tenía habituado. Por lo menos, solo a lo que su modo de hablar se refería; volvía a ser tan agrio y tan maleducado como siempre. Sin embargo, no dejaba de pensar que le faltaba algo, una gran cosa que la dejaba totalmente incompleta. Otras veces, cuando hablaba conmigo, sentía que me estaba echando de su lado. No decía “vete de aquí” ni tampoco “largo de mi vista”, frases típicas que las mujeres decían a los hombres más ociosos, Keira, lo que hacía, era acompañar su voz con sus gestos y, sobre todo, con el fuego de su mirada para hablar. Las manos las tenía ocupadas sujetando el bastón que le ayudaba a sostener, no podía gesticular, y, respecto a lo que su mirada se refería, estaba completamente vacía. No sentía ninguna sensación de rechazo, solo pena por ella. Prefería cuando me echaba sin echarme, al menos, verla como me amenazaba lanzándome bolas de fuego era más divertido que ver vacío en sus ojos.
No importaba lo que yo le hubiera ofrecido llevarla a una posada que conocía, ella me debatió diciendo que conocía otra, “El poni trotador” era su nombre. Y tenía razón, ella la conocía muy bien. “El poni trotador” era la posada que, días atrás, ambos nos encontramos y, curiosamente, también era la misma que yo estaba pensando cuando le ofrecí acompañarla. Si estuviera el viejo Nephgerd cerca seguro que hubiera dicho algo así como: “Las curiosidades no existen jovencito.” O cualquier otra frase muletilla que tantas veces le escuché decir cuando era pequeño.
-Como quieras.- Dije casi como un suspiro. No iba a discutir con ella por un motivo tan simple como quién conocía qué posada; días atrás si lo hubiera hecho, pues ella no tenía el por qué cerrarse de ese modo. Pero, estando como ella estaba, lo mejor era asentir y obedecer. - Creo que sé dónde está esa posada, no me será difícil guiarte hasta allí.- Si no le había dicho como me llamaba para que no juzgase antes de tiempo, tampoco iba a darle ninguna pista que le pudiera ayudar a reconocerme.
Justo en el mismo momento que terminé de hablar, Fire, la odiosa e inteligente ave de Keira, dio un graznido de alerta. La caja más alta de uno de los montones más próximos a la bailarina había perdido el equilibrio y caía rápidamente hacia la posición donde ella estaba. Al parecer el viento previo a la gran tormenta era la causante de que la caja cayera. Se mi me hubiera avisado antes, solo un segundo más de margen, hubiera usado mi magia de la telequinesis para controlar la caída de la caja. Pero, estaba demasiado pendiente de qué estaba diciendo y de cómo decía como para poder fijarme en uno de los montones de mierda.
A la vez que me maldecía entre dientes, Keira, con la ayuda de su bastón, hizo un elegante y grácil movimiento propio de la bailarina que había conocido para esquivar la caja que por poco la mata. Me quedé con la boca ligeramente abierta sorprendido por lo que acababa de ver. La chica no dio un paso de más, ni tampoco uno de menos, solo hizo lo justo para esquivar el obstáculo. Y eso que estaba ciega, que le era imposible saber dónde estaba nada. Fue gracias a Fire, estaba seguro que gran parte del mérito lo tenía ella.
-Mejor será que nos marchemos. No me está gusta cómo suena el viento y mucho menos el aspecto de esas nubes.- Levanté la vista al cielo y, por un segundo, busqué otro pájaro de papel color naranja. No lo encontré. –Son de color gris oscuro y unos relámpagos fugaces empiezan a brillar desde su interior, aunque todavía no se nota demasiado.- Intenté describir a Keira lo que estaba viendo pero pronto paré de hacerlo, era pésimo describiendo cosas. –Da igual, déjalo. Solo démonos prisa antes de que caiga todo lo que lleven las nubes encima de nuestras cabezas.-
No importaba lo que yo le hubiera ofrecido llevarla a una posada que conocía, ella me debatió diciendo que conocía otra, “El poni trotador” era su nombre. Y tenía razón, ella la conocía muy bien. “El poni trotador” era la posada que, días atrás, ambos nos encontramos y, curiosamente, también era la misma que yo estaba pensando cuando le ofrecí acompañarla. Si estuviera el viejo Nephgerd cerca seguro que hubiera dicho algo así como: “Las curiosidades no existen jovencito.” O cualquier otra frase muletilla que tantas veces le escuché decir cuando era pequeño.
-Como quieras.- Dije casi como un suspiro. No iba a discutir con ella por un motivo tan simple como quién conocía qué posada; días atrás si lo hubiera hecho, pues ella no tenía el por qué cerrarse de ese modo. Pero, estando como ella estaba, lo mejor era asentir y obedecer. - Creo que sé dónde está esa posada, no me será difícil guiarte hasta allí.- Si no le había dicho como me llamaba para que no juzgase antes de tiempo, tampoco iba a darle ninguna pista que le pudiera ayudar a reconocerme.
Justo en el mismo momento que terminé de hablar, Fire, la odiosa e inteligente ave de Keira, dio un graznido de alerta. La caja más alta de uno de los montones más próximos a la bailarina había perdido el equilibrio y caía rápidamente hacia la posición donde ella estaba. Al parecer el viento previo a la gran tormenta era la causante de que la caja cayera. Se mi me hubiera avisado antes, solo un segundo más de margen, hubiera usado mi magia de la telequinesis para controlar la caída de la caja. Pero, estaba demasiado pendiente de qué estaba diciendo y de cómo decía como para poder fijarme en uno de los montones de mierda.
A la vez que me maldecía entre dientes, Keira, con la ayuda de su bastón, hizo un elegante y grácil movimiento propio de la bailarina que había conocido para esquivar la caja que por poco la mata. Me quedé con la boca ligeramente abierta sorprendido por lo que acababa de ver. La chica no dio un paso de más, ni tampoco uno de menos, solo hizo lo justo para esquivar el obstáculo. Y eso que estaba ciega, que le era imposible saber dónde estaba nada. Fue gracias a Fire, estaba seguro que gran parte del mérito lo tenía ella.
-Mejor será que nos marchemos. No me está gusta cómo suena el viento y mucho menos el aspecto de esas nubes.- Levanté la vista al cielo y, por un segundo, busqué otro pájaro de papel color naranja. No lo encontré. –Son de color gris oscuro y unos relámpagos fugaces empiezan a brillar desde su interior, aunque todavía no se nota demasiado.- Intenté describir a Keira lo que estaba viendo pero pronto paré de hacerlo, era pésimo describiendo cosas. –Da igual, déjalo. Solo démonos prisa antes de que caiga todo lo que lleven las nubes encima de nuestras cabezas.-
Gerrit Nephgerd
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Re: Neblina [Interpretativo] [Privado, Keira Bravery] [CERRADO]
El tipo accedió con bastante calma y facilidad, lo cual le hizo pensar que no era tan peligroso como se lo había parecido en primera instancia. Lo cierto es que se sentía confusa. Siempre había pensado que no se dejaba guiar por las apariencias, pero se equivocaba, incluso ella se dejaba llevar por ese tipo de estupideces. El perder la vista, había hecho, en apenas unos días, que viera más allá de lo que lo hacía antes.
Comenzó a andar, intentando apresurar el paso, pensando en el intento de descripción que el hombre había hecho, la frustración del hombre, en su intento de ser amable, sin saber como ser lo exactamente, la había hecho sonreír a medias. Siguió caminando con el frío entrando en sus huesos a través de su ropa y capa. Fire, acurrucada entre las dobleces de la capucha, parecía ir haciéndole arrumacos a cada poco, intentando relajarla. Lo cierto era que la tormenta, sin poder ver exactamente por donde se acercaba, o como de fuerte iba a ser, la tensaba, jamás había temido las tormentas, jamás hasta ese momento.
Por suerte, parecía que no estaban demasiado lejos de su objetivo, y pronto, en un silencio sepulcral por parte de Keira, que intentaba con todas sus fuerzas seguir el paso del tipo sin tener que pedir ayuda, intentando demostrarse a si misma que era alguien aun capaz, llegaron a la posada, cuando el chaparron comenzaba a caer con fuerza y los empapaba a dos calles escasas de su destino.
Entró por la puerta totalmente empapada, había logrado correr sin matarse y tropezando a penas dos veces, que creía haber disimulado medianamente bien. Fire revoloteó a su lado y despareció mientras ella se escurría los largos mechones castaños y se quitaba la capa totalmente empapada. Notaba que la camisa blanca se pegaba a ella, dejando entrever el corsé de color rojo que usaba para no perder la postura de bailarina aun con el bastón.
- Agh.- protestó en voz baja, un susurro a penas, intentando escurrir la camisa pegada.
Escuchó entonces pasos apresurados y una voz conocida que le hablaba a Fire, casi como si fuera una madre preguntando por su hija, Jenn, había salido de la cocina, sus pasos eran reconocibles. La taberna estaba ciertamente silenciosa, debía estar vacía, lógico, con tal tormenta todos debían estar refugiados o bien en sus hogares, o en sus dormitorios, al menos eso pensaba pues sospechaba que ya debía haber pasado la hora de la cena. Los pasos se detuvieron un instante cuando Keira alzó la vista, volviendo a coger el bastón que había dejado apoyado en la pared que sentía a su espalda.
- ¿Keira?- Preguntó al mujer con sorpresa, alegría y preocupación, los pasos volvieron a oírse, más rápidos, y la bailarina sintió los brazos de la mujer entorno a ella.- Madre mía que susto me has dado, te fuiste sin avisar, te dejaste la guitarra y... - Jenn se alejó y le apartó el pelo húmedo de la frente en un gesto maternal.- ¿qué te ha pasado?- dijo la mujer con suma tristeza en la voz.
- Es... es una larga historia.- suspiró.- y claro que me dejé la guitarra, si no no habría tenido excusa para volver.- intentó bromear, con una media sonrisa, para aligerar el peso de la mujer, se sentía incomoda al notar que le miraban a los ojos, seguía temiendo que se hubieran vuelto blancos y vacíos.
- Pasa, aun tienes el cuarto guardado, ahora te preparo el baño.- Dijo empujándola un poco.- Hey, no creo que se lo hayas hecho tu, o no estaría contigo, así que... gracias por traerla, siento decir que como en tu cuarto no quedaba nada, lo hemos alquilado, pero en el suyo hay dos camas, puedes quedarte con ella.- susurró a Gerrit mientras Keira subía las escaleras guiándose por la pared.
Al llegar al primer piso, con las escaleras contadas, tanteó la pared de la derecha, donde se había encontrado la puerta del cuarto que tenía alquilado, la tercera, pasó un marco, el segundo y llegó al tercero, abrió la puerta, que cedió sin problemas y tanteó hasta llegar a la mesa con dos sillas frente a la ventana. Dejó caer sus cosas en el suelo y se sentó allí, mirando al infinito, casi como si pudiera observar la tormenta por la ventana.
Sonó un trueno, que no la hizo reaccionar más que con un inútil pestañeo, pasó las manos por la mesa, en una extraña caricia en la que notó la teca suave, y apoyó los codos para poder usar sus manos para sostener su cabeza. Fire, sentada cómodamente en el respaldo de su silla, pió con suavidad.
- Lo se Fire, lo se.- murmuró como si la hubiera entendido.- No se si podré seguir bailando.- murmuró creyéndose sola.- al menos aun puedo tocar la guitarra y cantar, ¿no?- lo cierto es que aun debía probarlo.- Fire, la guitarra.-pidió notando como el halcón alzaba el vuelo y al llegar a la guitarra lanzaba un graznido.
Keira se alzó y fue andando con bastante confianza, sin el bastón, hasta el sonido de Fire, al llegar se agachó y localizó con las manos el instrumento, se lo colgó y le pidió a Fire que le indicase donde estaba la silla. Repitió el proceso a la inversa y, al sentarse acomodó la guitarra y respiró hondo.
Comenzó a andar, intentando apresurar el paso, pensando en el intento de descripción que el hombre había hecho, la frustración del hombre, en su intento de ser amable, sin saber como ser lo exactamente, la había hecho sonreír a medias. Siguió caminando con el frío entrando en sus huesos a través de su ropa y capa. Fire, acurrucada entre las dobleces de la capucha, parecía ir haciéndole arrumacos a cada poco, intentando relajarla. Lo cierto era que la tormenta, sin poder ver exactamente por donde se acercaba, o como de fuerte iba a ser, la tensaba, jamás había temido las tormentas, jamás hasta ese momento.
Por suerte, parecía que no estaban demasiado lejos de su objetivo, y pronto, en un silencio sepulcral por parte de Keira, que intentaba con todas sus fuerzas seguir el paso del tipo sin tener que pedir ayuda, intentando demostrarse a si misma que era alguien aun capaz, llegaron a la posada, cuando el chaparron comenzaba a caer con fuerza y los empapaba a dos calles escasas de su destino.
Entró por la puerta totalmente empapada, había logrado correr sin matarse y tropezando a penas dos veces, que creía haber disimulado medianamente bien. Fire revoloteó a su lado y despareció mientras ella se escurría los largos mechones castaños y se quitaba la capa totalmente empapada. Notaba que la camisa blanca se pegaba a ella, dejando entrever el corsé de color rojo que usaba para no perder la postura de bailarina aun con el bastón.
- Agh.- protestó en voz baja, un susurro a penas, intentando escurrir la camisa pegada.
Escuchó entonces pasos apresurados y una voz conocida que le hablaba a Fire, casi como si fuera una madre preguntando por su hija, Jenn, había salido de la cocina, sus pasos eran reconocibles. La taberna estaba ciertamente silenciosa, debía estar vacía, lógico, con tal tormenta todos debían estar refugiados o bien en sus hogares, o en sus dormitorios, al menos eso pensaba pues sospechaba que ya debía haber pasado la hora de la cena. Los pasos se detuvieron un instante cuando Keira alzó la vista, volviendo a coger el bastón que había dejado apoyado en la pared que sentía a su espalda.
- ¿Keira?- Preguntó al mujer con sorpresa, alegría y preocupación, los pasos volvieron a oírse, más rápidos, y la bailarina sintió los brazos de la mujer entorno a ella.- Madre mía que susto me has dado, te fuiste sin avisar, te dejaste la guitarra y... - Jenn se alejó y le apartó el pelo húmedo de la frente en un gesto maternal.- ¿qué te ha pasado?- dijo la mujer con suma tristeza en la voz.
- Es... es una larga historia.- suspiró.- y claro que me dejé la guitarra, si no no habría tenido excusa para volver.- intentó bromear, con una media sonrisa, para aligerar el peso de la mujer, se sentía incomoda al notar que le miraban a los ojos, seguía temiendo que se hubieran vuelto blancos y vacíos.
- Pasa, aun tienes el cuarto guardado, ahora te preparo el baño.- Dijo empujándola un poco.- Hey, no creo que se lo hayas hecho tu, o no estaría contigo, así que... gracias por traerla, siento decir que como en tu cuarto no quedaba nada, lo hemos alquilado, pero en el suyo hay dos camas, puedes quedarte con ella.- susurró a Gerrit mientras Keira subía las escaleras guiándose por la pared.
Al llegar al primer piso, con las escaleras contadas, tanteó la pared de la derecha, donde se había encontrado la puerta del cuarto que tenía alquilado, la tercera, pasó un marco, el segundo y llegó al tercero, abrió la puerta, que cedió sin problemas y tanteó hasta llegar a la mesa con dos sillas frente a la ventana. Dejó caer sus cosas en el suelo y se sentó allí, mirando al infinito, casi como si pudiera observar la tormenta por la ventana.
Sonó un trueno, que no la hizo reaccionar más que con un inútil pestañeo, pasó las manos por la mesa, en una extraña caricia en la que notó la teca suave, y apoyó los codos para poder usar sus manos para sostener su cabeza. Fire, sentada cómodamente en el respaldo de su silla, pió con suavidad.
- Lo se Fire, lo se.- murmuró como si la hubiera entendido.- No se si podré seguir bailando.- murmuró creyéndose sola.- al menos aun puedo tocar la guitarra y cantar, ¿no?- lo cierto es que aun debía probarlo.- Fire, la guitarra.-pidió notando como el halcón alzaba el vuelo y al llegar a la guitarra lanzaba un graznido.
Keira se alzó y fue andando con bastante confianza, sin el bastón, hasta el sonido de Fire, al llegar se agachó y localizó con las manos el instrumento, se lo colgó y le pidió a Fire que le indicase donde estaba la silla. Repitió el proceso a la inversa y, al sentarse acomodó la guitarra y respiró hondo.
Keira Brabery
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Re: Neblina [Interpretativo] [Privado, Keira Bravery] [CERRADO]
Cuando terminé de maldescribir como eran las nubes que cubrían el helado cielo de Dundarak, Keira, luciendo su característica antipatía, comenzó a andar hacia “El pony trotador” sin decir ni usa sola palabra, tal y como hubiera hecho si no estuviera ciega. No pude evitar curvar mis labios en una media sonrisa en un gesto de odio y, al mismo tiempo, también de alegría. La chica era amargada desagradecida que le gustaba hacer todo cuanto me pusiera de los nervios; deseaba que Suuri le diera uno de sus fríos besos de metal por cada bola de fuego con la que me hubiera amenazado. No la soportaba pero, aun así, debía de reconocer que me alegraba ver que había dejado de llorar y el rastro de sus lágrimas se había secado.
Antes de que Keira comenzase a caminar por la dirección incorrecta, me adelanté a sus pasos e hice la labor de guía que ella me pidió hacer. No pude evitar girar la cabeza y observarla detenidamente. Por muy extraño que me resultase, estaba sonriendo. La arisca y antipática bailarina estaba sonriendo. La media sonrisa que hasta entonces adornaba mi tez, se convirtió en una sonrisa entera; no había ni una pizca de odio en ella, aunque eso no quería decir que yo no lo sintiera. Mi sonrisa entera solo era un signo de compasión y empatía. Había pensado que Keira se había quedado completamente vacía al perder su visión, pero me equivoqué. Esa sonrisa era demostraba que todavía existía algo dentro de ella.
Al llegar a “El pony trotador” dejé pasar primero a la bailarina mientras yo me quedaba en el umbral de la puerta pensando en qué debía de hacer. Jenn me conocía, no por el nombre de Gerrit pero sí por el de Neph. Sabía muy bien la rivalidad que tenía con Keira y podía postar los pocos aeros que tenía en mi bolsillo a que no le gustaría que estuviera cerca mientras ella estuviera ciega. Si no entraba en la posada me evitar tener que responder a todas las preguntas que la mesonera tuviera acerca de las heridas de la bailarina; además que Keira estaría bien cuidada en “El pony trotador”. Ya no me necesitaba, podía volver atrás y seguir mi camino, fuera cual fuera el camino que estaba siguiendo.
Fueron las palabras de agradecimiento de Jenn lo que hizo que cambiase de opinión. No hizo preguntas ni tampoco me acusó de haber sido el causante de sus heridas. No me llamó asesino ni tampoco monstruo como muchos me llamaron desde el mismo día que nací.
-Está bien,- Contesté a Jenn con un tono de voz indiferente. - aunque no tengo pensado quedarme por demasiado tiempo. – “Ni tampoco tengo pensado ir a ningún lado”.
-Con la tormenta que viene desde el norte no te voy a permirtir que te vayas a ningún sitio.- Contestó Jenn con un tono de voz maternal. -Keira ha hecho mucho por “El pony trotador” y también mucho por mí; lo mínimo que puedo hacer es ofreceros un lugar caliente y, lo mínimo que puedes hacer tú, es aceptarlo.-
-Sí mamá- contesté con un suspiró. - lo que tú digas mamá.-
-Sube a la habitación que me tienes contentinta.- Contestó Jenn siguiéndome la broma con una sonrisa. –Ahora os llevo la comida que estaréis hambrientos.- La segunda frase la dijo con un tono totalmente diferente, dejó atrás a su personaje de madre para volver a ser la posadera Jenn de siempre.
Subí las escaleras justo detrás de Keira, siempre manteniéndome a un paso de distancia y en silencio para no molestarla. Parecía que estuviera realizando una especie de ritual a cada paso que cada y a cada obstáculo que reconocía con su bastón. Estaba seguro que si la molestaba en mitad del ritual, la bailarina, podría caerse por las escaleras o cualquier cosa similar. No, lo mejor era no molestarla para nada. El rito terminó con Keira sentada en una de las sillas de su habitación con la vista clavada en el infinito. Volvía a estar vacía, sin lágrimas y si la sonrisa que antes se le había escapado. Ni el estruendo de un trueno consiguió alterar a la chica.
Si la tormenta no había podido hacer nada, yo tampoco lo iba a hacer. Me dejé caer sobre una de las camas agotado por todo lo que había tenido que luchar los días anteriores. Demasiadas experiencias en pocos días. Mis ojos empezaron a cerrarse víctimas del cansancio. “Así que es esto lo que ves ahora.” Pensé al cerrar los ojos y verlo todo negro.
Sino me conseguí dormir por completo es porque Keira comenzó a hablar con su pajarraco. ¿Eso es lo que hacía cuando estaba sola? En un par de frases ya le había dicho más palabras a Fire de las que me había dicho a mí nunca. Estaba a punto de protestar cuando una melodía de guitarra hizo que abriese los ojos muy lentamente. El ritmo de la música parecía marcar la velocidad con la que abría mis ojos y, también, cada movimiento que hice para ponerme sentarme en la punta de la cama.
-No sabía que supieras tocar la guitarra.- Dije sorprendido. -Lo haces bien. – Me levanté de la cama y me quedé en frente de ella. -Hace años que no toco la guitarra. Tuve una, pero mi maestro me la rompió porque decía que era un entretenimiento absurdo. ¿Me la dejas?- Puse una mano sobre la cabeza de la guitarra mientras Keira seguía tocando. No estaba seguro de que me la fuera a dejar, más conociendo lo posesiva que era. Sin embargo, sentía una necesidad por hacer bailar las cuerdas como lo hacía antes de que Sam me rompiese la mía.
Antes de que Keira comenzase a caminar por la dirección incorrecta, me adelanté a sus pasos e hice la labor de guía que ella me pidió hacer. No pude evitar girar la cabeza y observarla detenidamente. Por muy extraño que me resultase, estaba sonriendo. La arisca y antipática bailarina estaba sonriendo. La media sonrisa que hasta entonces adornaba mi tez, se convirtió en una sonrisa entera; no había ni una pizca de odio en ella, aunque eso no quería decir que yo no lo sintiera. Mi sonrisa entera solo era un signo de compasión y empatía. Había pensado que Keira se había quedado completamente vacía al perder su visión, pero me equivoqué. Esa sonrisa era demostraba que todavía existía algo dentro de ella.
Al llegar a “El pony trotador” dejé pasar primero a la bailarina mientras yo me quedaba en el umbral de la puerta pensando en qué debía de hacer. Jenn me conocía, no por el nombre de Gerrit pero sí por el de Neph. Sabía muy bien la rivalidad que tenía con Keira y podía postar los pocos aeros que tenía en mi bolsillo a que no le gustaría que estuviera cerca mientras ella estuviera ciega. Si no entraba en la posada me evitar tener que responder a todas las preguntas que la mesonera tuviera acerca de las heridas de la bailarina; además que Keira estaría bien cuidada en “El pony trotador”. Ya no me necesitaba, podía volver atrás y seguir mi camino, fuera cual fuera el camino que estaba siguiendo.
Fueron las palabras de agradecimiento de Jenn lo que hizo que cambiase de opinión. No hizo preguntas ni tampoco me acusó de haber sido el causante de sus heridas. No me llamó asesino ni tampoco monstruo como muchos me llamaron desde el mismo día que nací.
-Está bien,- Contesté a Jenn con un tono de voz indiferente. - aunque no tengo pensado quedarme por demasiado tiempo. – “Ni tampoco tengo pensado ir a ningún lado”.
-Con la tormenta que viene desde el norte no te voy a permirtir que te vayas a ningún sitio.- Contestó Jenn con un tono de voz maternal. -Keira ha hecho mucho por “El pony trotador” y también mucho por mí; lo mínimo que puedo hacer es ofreceros un lugar caliente y, lo mínimo que puedes hacer tú, es aceptarlo.-
-Sí mamá- contesté con un suspiró. - lo que tú digas mamá.-
-Sube a la habitación que me tienes contentinta.- Contestó Jenn siguiéndome la broma con una sonrisa. –Ahora os llevo la comida que estaréis hambrientos.- La segunda frase la dijo con un tono totalmente diferente, dejó atrás a su personaje de madre para volver a ser la posadera Jenn de siempre.
Subí las escaleras justo detrás de Keira, siempre manteniéndome a un paso de distancia y en silencio para no molestarla. Parecía que estuviera realizando una especie de ritual a cada paso que cada y a cada obstáculo que reconocía con su bastón. Estaba seguro que si la molestaba en mitad del ritual, la bailarina, podría caerse por las escaleras o cualquier cosa similar. No, lo mejor era no molestarla para nada. El rito terminó con Keira sentada en una de las sillas de su habitación con la vista clavada en el infinito. Volvía a estar vacía, sin lágrimas y si la sonrisa que antes se le había escapado. Ni el estruendo de un trueno consiguió alterar a la chica.
Si la tormenta no había podido hacer nada, yo tampoco lo iba a hacer. Me dejé caer sobre una de las camas agotado por todo lo que había tenido que luchar los días anteriores. Demasiadas experiencias en pocos días. Mis ojos empezaron a cerrarse víctimas del cansancio. “Así que es esto lo que ves ahora.” Pensé al cerrar los ojos y verlo todo negro.
Sino me conseguí dormir por completo es porque Keira comenzó a hablar con su pajarraco. ¿Eso es lo que hacía cuando estaba sola? En un par de frases ya le había dicho más palabras a Fire de las que me había dicho a mí nunca. Estaba a punto de protestar cuando una melodía de guitarra hizo que abriese los ojos muy lentamente. El ritmo de la música parecía marcar la velocidad con la que abría mis ojos y, también, cada movimiento que hice para ponerme sentarme en la punta de la cama.
-No sabía que supieras tocar la guitarra.- Dije sorprendido. -Lo haces bien. – Me levanté de la cama y me quedé en frente de ella. -Hace años que no toco la guitarra. Tuve una, pero mi maestro me la rompió porque decía que era un entretenimiento absurdo. ¿Me la dejas?- Puse una mano sobre la cabeza de la guitarra mientras Keira seguía tocando. No estaba seguro de que me la fuera a dejar, más conociendo lo posesiva que era. Sin embargo, sentía una necesidad por hacer bailar las cuerdas como lo hacía antes de que Sam me rompiese la mía.
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Re: Neblina [Interpretativo] [Privado, Keira Bravery] [CERRADO]
- instumental guitarra:
Con cuidado comenzó a acariciar las cuerdas, intentando localizar los puntos exactos, era una suerte conocer tan bien ese instrumento, se sabía cada clavija, cada cuerda y cada tono, la posición exacta de los dedos y la fuerza del rasgueo, era, tal vez, una de las pocas cosas para las que la bailarina no necesitaba ni su vista ni a Fire.
Comenzó a tocar con calma la guitarra, esperando, por su propia salud mental, no pifiar nota alguna, cuando, tras los primeros instantes, vio que seguía conociendo el instrumento como a la palma de su mano, empezó a disfrutar de la música e incluso sonrió débilmente, como si no quisiera que nadie viera ese pequeño logro que la hacía sentirse útil tras días de torpeza.
Empezaba a acelerar el ritmo cuando, la voz del tipo que la había encontrado en el callejón y la había guiado hasta allí la interrumpió. Dejó de tocar de forma algo brusca, no esperaba que hubiera nadie escuchando dentro del cuarto, aunque suponía que los cuartos continuos si habrían oído la melodía, no pensaba que nadie fuera a entrar al lugar, entrar hasta dentro del todo, hasta donde ella se encontraba sentada, menos.
El susto había hecho que se cortase un poco el dedo, debería aprender a prestar más atención a los sonidos, ya no podía abstraerse de ese modo con nada, desde el momento en el que perdió la vista, distraerse estaba prohibido. Suspiró, total, ¿que eran unas cuantas horas mas al día en tensión, ya lo estaba siempre por sus poderes, un tiempo más no debería ser tan complicado, ¿no?
- Gracias- murmuró ante el cumplido, poniendo el dedo, donde la gota de sangre brillaba, en su boca. Le tendió la guitarra sin mediar palabra y se giró en la silla, dirigiéndose su mirada gris, sin luz, hacia donde se había escuchado la voz del hombre.
Mientras los primeros acordes comenzaban a sonar, pensó que, si ese tipo estaba ahí, debía conocer a a Jenn, y debía ser de confianza. Sabía que para Jenn, ella era una persona tan preciada como Jenn lo era para ella. El carácter de ambas se complementaba, eran polos opuestos, pero ese sentimiento de, "Si alguien se la juega por ti, es alguien en quien confiar" era común en ambas. Por ello sabía que no dejaría a cualquiera quedarse en su mismo cuarto.
- ¿Hace mucho que conoces a Jenn?- Murmuró levantándose mientras Fire volaba hasta la cama, y lanzaba un chillido, guiándola.
Keira caminó con sus pasos de bailarina, como si nunca hubiera perdido la vista, con la seguridad y la certeza de que Fire la guiaría de modo acertado y, al llegar, se dejó caer suavemente sobre el colchón. Notando, junto a su pie, su bolsa de viaje. Se agachó y empezó a buscar ropa, quería ir al baño, comenzaba a notar el frío de estar empapada, aun con lo cálido de la estancia por la chimenea encendida a apenas unos metros de distancia.
Sacó un par de prendas, que, por medio de únicamente el tacto, supo distinguir, y las dejó en la cama, junto a ella, dispuesta a levantarse e ir a sumergirse en agua caliente tan pronto como pudiera, lo ultimo que necesitaba en ese momento era un resfriado. Justo en ese momento, sonó un "toc, toc" en la puerta, y la voz de Jenn pidió, desde fuera, permiso para entrar, seguramente traía la cena.
- Pasa.- permitió Keira con calma, mientras Fire descansaba sobre una sola pata.
Keira Brabery
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Re: Neblina [Interpretativo] [Privado, Keira Bravery] [CERRADO]
“Gracias”, otra palabra que me podría esperar en boca de cualquiera menos Keira. Ya no era suficiente que estuviera “encantada de conocerme” ni que me hubiera dejado acompañarla hasta la posada, además estaba agradecida de que le hubiera dicho que tocaba bien. No disimulé al mostrar una leve sonrisa ante lo irónico que me resultaba ver a Keira agradecida de mis cumplidos; mi sonrisa se hizo más grande cuando la chica se llevo un dedo en la boca. Se había hecho un corte con las cuerdas de la guitarra tal vez porque le sorprendió lo que le había dicho o, también, podía ser que al no poder ver las cuerdas hubiera tenido un ligero error que lo pagó con sangre. Esa segunda posibilidad pronto la taché de mi mente, alguien como Keira que ha vivido toda su vida en medio de la música y el baile no podía cometer un error así. En ese aspecto estaba seguro que la conocía bien; en lo que era una zorra arisca y desagradable ya comenzaba a dudarlo pues, la bailarina que yo creía conocer nunca dejaría nada a nadie, y a mí, sin embargo, me prestó su guitarra en cuanto se lo pedí.
Sin mediar palabra, me senté a los pies de mi cama y comencé a tocar las cuerdas de la guitarra. Me sentía como si me hubiera encontrado con un viejo amigo a quien no veía desde hacía años. No sabía lo que había vivido este “amigo” durante los años que estuvimos separados; ¿se ha casado, ha tenido hijos, una familia, los ha matado a todos como yo maté a la mía? No lo sabía, tampoco me importaba. En nuestro reencuentro hablamos del pasado, de los tiempos en que podía tocar la guitarra en una hoguera delante de todos mis hermanos de la rebelión, por lo menos antes de que Samhaim me la rompiera argumentado que era un absurdo entretenimiento.
En nuestra conversación no había palabras, solo acordes. La música cambiaba de tono según el tema de la conversación que estuviéramos hablando en cada momento. Nunca abandonaba el ritmo natural que había surgido entre nosotros, solo lo avanzaba y lo hacía más agudo cuando hablábamos de Samhaim o de mi padre, o lo suavizaba cuando hablábamos de los buenos tiempos en la rebelión. Era un mundo extraño este que había surgido entre la guitarra y yo, un mundo en el que la música nos guiaba entre los sueños del pasado.
La pregunta de Keira me pidió desprevenido y rompió todo el mundo extraño mundo que había creado de golpe. Dejé de tocar las cuerdas de la guitarra en ese mismo instante para poder contestarla como era debido. –No demasiado.- Fue una respuesta rápida, quizás demasiado, pero ansiaba volver a hablar con la guitarra. Pero la música que sonó era forzada, era como intentar hablar con alguien con el que ya le había contado todo. No me esforcé por seguir tocando.Dejé la guitarra a un lado de la cama mirándola con gesto cándido y a la vez con temor, igual como se miraría a un viejo amigo el cual ya no era mi amigo.
Jenn entró al cabo de unos pocos minutos cargada con una bandeja con dos platos de sopa caliente y un pequeño bol con trozos de carne cruda seguramente para Fire. Alce una ceja al ver como se apañaba ella sola para abrir la puerta con una mano y la otra cargar con la amplia bandeja, parecía un espectáculo de circo.
-Con la tormenta ha venido mucha gente a comer de caliente y por poco nos quedamos sin comida para vosotros.- Dijo la posadera en un tono maternal. - Tenéis suerte que Tom sepa cocinar tan bien, creo que sería capaz de hacer comida incluso con la comida del desierto.- Su risa sonora no le hizo perder el extraño equilibrio con el que se movía. -Aquí tenéis.- Dejó la bandeja encima del escritorio. –Espero que os guste.-
Sin mediar palabra, me senté a los pies de mi cama y comencé a tocar las cuerdas de la guitarra. Me sentía como si me hubiera encontrado con un viejo amigo a quien no veía desde hacía años. No sabía lo que había vivido este “amigo” durante los años que estuvimos separados; ¿se ha casado, ha tenido hijos, una familia, los ha matado a todos como yo maté a la mía? No lo sabía, tampoco me importaba. En nuestro reencuentro hablamos del pasado, de los tiempos en que podía tocar la guitarra en una hoguera delante de todos mis hermanos de la rebelión, por lo menos antes de que Samhaim me la rompiera argumentado que era un absurdo entretenimiento.
En nuestra conversación no había palabras, solo acordes. La música cambiaba de tono según el tema de la conversación que estuviéramos hablando en cada momento. Nunca abandonaba el ritmo natural que había surgido entre nosotros, solo lo avanzaba y lo hacía más agudo cuando hablábamos de Samhaim o de mi padre, o lo suavizaba cuando hablábamos de los buenos tiempos en la rebelión. Era un mundo extraño este que había surgido entre la guitarra y yo, un mundo en el que la música nos guiaba entre los sueños del pasado.
La pregunta de Keira me pidió desprevenido y rompió todo el mundo extraño mundo que había creado de golpe. Dejé de tocar las cuerdas de la guitarra en ese mismo instante para poder contestarla como era debido. –No demasiado.- Fue una respuesta rápida, quizás demasiado, pero ansiaba volver a hablar con la guitarra. Pero la música que sonó era forzada, era como intentar hablar con alguien con el que ya le había contado todo. No me esforcé por seguir tocando.Dejé la guitarra a un lado de la cama mirándola con gesto cándido y a la vez con temor, igual como se miraría a un viejo amigo el cual ya no era mi amigo.
Jenn entró al cabo de unos pocos minutos cargada con una bandeja con dos platos de sopa caliente y un pequeño bol con trozos de carne cruda seguramente para Fire. Alce una ceja al ver como se apañaba ella sola para abrir la puerta con una mano y la otra cargar con la amplia bandeja, parecía un espectáculo de circo.
-Con la tormenta ha venido mucha gente a comer de caliente y por poco nos quedamos sin comida para vosotros.- Dijo la posadera en un tono maternal. - Tenéis suerte que Tom sepa cocinar tan bien, creo que sería capaz de hacer comida incluso con la comida del desierto.- Su risa sonora no le hizo perder el extraño equilibrio con el que se movía. -Aquí tenéis.- Dejó la bandeja encima del escritorio. –Espero que os guste.-
- Canción que toca Gerrit:
Gerrit Nephgerd
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Re: Neblina [Interpretativo] [Privado, Keira Bravery] [CERRADO]
La musica comenzó a sonar, más clara y fina de lo que Keira jamás habría pensado que sería capaz de tocar un hombre de la corpulencia de Gerrit, ciertamente, era una sorpresa, una sorpresa bastante agradable, su experiencia le decía que cuando una persona podía tocar así, podía sacar ese tipo de sonido dulce de un instrumento, no podía ser mala, algo cruel, o, tal vez, ida, pero no mala.
Saber que compartían algo como la música era agradable, al menos ya concían algo más del otro, a la bailarina no le apetecía permanecer los días que durase esa estúpida helada encerrada con un total desconocido al que consideraba idiota. Al menos, este tipo no le parecía idiota, solo raro, era un avance. Sintió interrumpir la melodía preguntando por Jenn, pero le picaba la curiosidad, hacía mucho que no sentía curiosidad por nada en particular. Su respuesta fue rápida, seca, tal vez no debió haberle interrumpido mientras tocaba la guitarra.
Suspiró sin hacer comentario alguno, no mucho, pero lo bastante como para que la mujer confiara en él tanto como para dejarlo dormir en el mismo cuarto que la bailarina. Cuando la mujer entró y dejó los platos con un ligero tintineo sobre la mesa frente a la ventana, que hacía las veces de escritorio y las veces de comedor, Keira intentó seguirla por el sonido de su voz, desde su asiento en la cama. El frío que entró por la puerta abierta la hizo temblar, pero no quiso protestar, ya bastante que le habían guardado el cuarto.
- Gracias Jenn.- medio sonrió la bailarina antes de que la mujer hiciera un sonido, probablemente acompañado de un gesto de la mano, y saliera del dormitorio cerrando tras de si la puerta.
Keira se levantó, notando como el cuarto volvía a aumentar de temperatura a medida que el crepitar de las llamas de la chimenea bailaban y la puerta cerrada así como los cristales aislaban el lugar del frío del invierno. Fire había volado presta a por su comida, y Keira podía escuchar los picoteos del ave sobre un tazón de madera, pudiendo guiarse, así, de vuelta a la mesa. Sus pasos, aun elegantes, eran dudosos, muestra clara de que la bailarina temía tropezarse con algún fardo que hubiera en un lugar inesperado. Cuando llegó a la mesa, y tocó un respaldo de madera, de una silla, suspiró aliviada. Cada camino era para ella todo un peligro y acababa agotada.
Se sentó con cuidado y arrastró la mano hasta encontrar cuchara y plato, y, como si pudiera ver perfectamente, comenzó a comer sin manchar nada, al menos mantenía su pulso y era capaz de reconocer donde dejaba cada cosa así como dónde se encontraba su boca. Suponía que, si no llevase tantos años bailando, y reconociendo, así, el modo en que debía mover y controlar su cuerpo, no sería ni la mitad de capaz de lo que era, aun debía dar gracias de su experiencia, al menos, más valía eso que llorar la perdida de sus ojos.
- Buen provecho.- murmuró antes de empezar a comer.
La sopa bajaba cálida por su garganta, calentándole el cuerpo frío y aun mojado por la nieve y la lluvia que la habían cogido, a ella y a su nuevo acompañante, en mitad de la calle. Un escalofrío la recorrió tras la primera cucharada, después, pudo comer con bastante tranquilidad, hasta acabar su plato. Fire aun picoteaba la carne cruda que la chica podía oler desde su asiento, por muy mansa que fuera su ave, nunca era buena idea molestar a un ave de caza que disfruta de una presa, y menos cuando Fire había pasado tanto tiempo cuidando de ella. Por lo que, despacio, se levantó de la silla e intentó recordar el camino hecho hasta la mesa.
No tardo en llegar a la cama, se sentó despacio, y, como había hecho en la mesa, acaricio, esta vez, la colcha, era una forma de disimular que buscaba algo, y un modo más productivo que dar golpes, además, que se ahorraba armar un escandalo que, a su forma de ver, le parecía innecesario. Topó, rápido, con la ropa que había sacado poco antes, esperaba que fueran unos pantalones y una camisa, aunque, por el taco, sospechaba que había acabado por sacar uno de sus vestidos. Le daba igual, en realidad, lo único que iba a hacer tras salir del baño, era dormir bajo las sábanas.
Entró en el baño, tanteando, podía notar el vapor caliente de la bañera llena, oía un ligero goteo, que le indicaba donde estaba. Cerró la puerta a sus espaldas y buscó un taburete donde dejar la ropa que llevaba en un brazo. Cuando lo localizó, no perdió tiempo, se quitó rápidamente la ropa y notó otro escalofrío en su tersa piel blanca. La piel se le había puesto de gallina, toda, excepto esa marca rojiza que tenía en el hombro. Sin moverse, aun de pie con la ropa esparcida por el suelo, tocó su hombro con suavidad, al menos, ya no supuraba, era suave, estaba algo rugoso, pero ya no era tan horrible como las primeras semanas.
Con un nuevo suspiro, se acercó al sonido de goteo y, con cuidado, tocó e borde de la bañera para, seguidamente entrar con toda la precaución de la que disponía. Se dejó resvalar en el agua ardiendo y aguantó soltar cualquier sonido, sin evitar el gemido de sorpresa al notar el agua caliente en contraste de su piel helada. Suspiró y se dejó relajar en el agua, evitando pensar en nada, notando relajarse sus musculos tensos y calentarse su piel fría. No tardó demasiado en salir, con la piel y el pelo limpios.
Se envolvió con una toalla, colgada cerca de la tina, y salió con el mismo cuidado con el que había entrado, Suspiró, cansada de tener que hacer esfuerzos para las cosas más ínfimas, y se secó rápidamente para, en seguida, vestirse y secar su pelo con la toalla. Salió del baño tras recoger la ropa del suelo, con su maraña de rizos castaños brillando con gotas de agua esparcidos por su espalda y entró al dormitorio donde Fire la recibió con un piido desde la cama, que la chica siguió esperando no tropezarse, sin conseguirlo.
El calor del agua la había dejado algo mareada, la piel aun parecía quemarle, algo rosada, una bolsa que no recordaba haber dejado en el medio se interpuso en sus pasos, y a chica comenzó a caer, soltando la bolsa de tela en la que había metido la ropa del baño. Esperando el golpe.
Saber que compartían algo como la música era agradable, al menos ya concían algo más del otro, a la bailarina no le apetecía permanecer los días que durase esa estúpida helada encerrada con un total desconocido al que consideraba idiota. Al menos, este tipo no le parecía idiota, solo raro, era un avance. Sintió interrumpir la melodía preguntando por Jenn, pero le picaba la curiosidad, hacía mucho que no sentía curiosidad por nada en particular. Su respuesta fue rápida, seca, tal vez no debió haberle interrumpido mientras tocaba la guitarra.
Suspiró sin hacer comentario alguno, no mucho, pero lo bastante como para que la mujer confiara en él tanto como para dejarlo dormir en el mismo cuarto que la bailarina. Cuando la mujer entró y dejó los platos con un ligero tintineo sobre la mesa frente a la ventana, que hacía las veces de escritorio y las veces de comedor, Keira intentó seguirla por el sonido de su voz, desde su asiento en la cama. El frío que entró por la puerta abierta la hizo temblar, pero no quiso protestar, ya bastante que le habían guardado el cuarto.
- Gracias Jenn.- medio sonrió la bailarina antes de que la mujer hiciera un sonido, probablemente acompañado de un gesto de la mano, y saliera del dormitorio cerrando tras de si la puerta.
Keira se levantó, notando como el cuarto volvía a aumentar de temperatura a medida que el crepitar de las llamas de la chimenea bailaban y la puerta cerrada así como los cristales aislaban el lugar del frío del invierno. Fire había volado presta a por su comida, y Keira podía escuchar los picoteos del ave sobre un tazón de madera, pudiendo guiarse, así, de vuelta a la mesa. Sus pasos, aun elegantes, eran dudosos, muestra clara de que la bailarina temía tropezarse con algún fardo que hubiera en un lugar inesperado. Cuando llegó a la mesa, y tocó un respaldo de madera, de una silla, suspiró aliviada. Cada camino era para ella todo un peligro y acababa agotada.
Se sentó con cuidado y arrastró la mano hasta encontrar cuchara y plato, y, como si pudiera ver perfectamente, comenzó a comer sin manchar nada, al menos mantenía su pulso y era capaz de reconocer donde dejaba cada cosa así como dónde se encontraba su boca. Suponía que, si no llevase tantos años bailando, y reconociendo, así, el modo en que debía mover y controlar su cuerpo, no sería ni la mitad de capaz de lo que era, aun debía dar gracias de su experiencia, al menos, más valía eso que llorar la perdida de sus ojos.
- Buen provecho.- murmuró antes de empezar a comer.
La sopa bajaba cálida por su garganta, calentándole el cuerpo frío y aun mojado por la nieve y la lluvia que la habían cogido, a ella y a su nuevo acompañante, en mitad de la calle. Un escalofrío la recorrió tras la primera cucharada, después, pudo comer con bastante tranquilidad, hasta acabar su plato. Fire aun picoteaba la carne cruda que la chica podía oler desde su asiento, por muy mansa que fuera su ave, nunca era buena idea molestar a un ave de caza que disfruta de una presa, y menos cuando Fire había pasado tanto tiempo cuidando de ella. Por lo que, despacio, se levantó de la silla e intentó recordar el camino hecho hasta la mesa.
No tardo en llegar a la cama, se sentó despacio, y, como había hecho en la mesa, acaricio, esta vez, la colcha, era una forma de disimular que buscaba algo, y un modo más productivo que dar golpes, además, que se ahorraba armar un escandalo que, a su forma de ver, le parecía innecesario. Topó, rápido, con la ropa que había sacado poco antes, esperaba que fueran unos pantalones y una camisa, aunque, por el taco, sospechaba que había acabado por sacar uno de sus vestidos. Le daba igual, en realidad, lo único que iba a hacer tras salir del baño, era dormir bajo las sábanas.
Entró en el baño, tanteando, podía notar el vapor caliente de la bañera llena, oía un ligero goteo, que le indicaba donde estaba. Cerró la puerta a sus espaldas y buscó un taburete donde dejar la ropa que llevaba en un brazo. Cuando lo localizó, no perdió tiempo, se quitó rápidamente la ropa y notó otro escalofrío en su tersa piel blanca. La piel se le había puesto de gallina, toda, excepto esa marca rojiza que tenía en el hombro. Sin moverse, aun de pie con la ropa esparcida por el suelo, tocó su hombro con suavidad, al menos, ya no supuraba, era suave, estaba algo rugoso, pero ya no era tan horrible como las primeras semanas.
Con un nuevo suspiro, se acercó al sonido de goteo y, con cuidado, tocó e borde de la bañera para, seguidamente entrar con toda la precaución de la que disponía. Se dejó resvalar en el agua ardiendo y aguantó soltar cualquier sonido, sin evitar el gemido de sorpresa al notar el agua caliente en contraste de su piel helada. Suspiró y se dejó relajar en el agua, evitando pensar en nada, notando relajarse sus musculos tensos y calentarse su piel fría. No tardó demasiado en salir, con la piel y el pelo limpios.
Se envolvió con una toalla, colgada cerca de la tina, y salió con el mismo cuidado con el que había entrado, Suspiró, cansada de tener que hacer esfuerzos para las cosas más ínfimas, y se secó rápidamente para, en seguida, vestirse y secar su pelo con la toalla. Salió del baño tras recoger la ropa del suelo, con su maraña de rizos castaños brillando con gotas de agua esparcidos por su espalda y entró al dormitorio donde Fire la recibió con un piido desde la cama, que la chica siguió esperando no tropezarse, sin conseguirlo.
El calor del agua la había dejado algo mareada, la piel aun parecía quemarle, algo rosada, una bolsa que no recordaba haber dejado en el medio se interpuso en sus pasos, y a chica comenzó a caer, soltando la bolsa de tela en la que había metido la ropa del baño. Esperando el golpe.
Keira Brabery
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Re: Neblina [Interpretativo] [Privado, Keira Bravery] [CERRADO]
¿Qué demonios hacía ahí? Estaba deseando marcharme de la ciudad de los dragones de vuelta a cual sea que hubiera sido mi vida antes de recibir la carta con el supuesto mensaje del ya no difunto Gerrit Nephgerd senior. Sin embargo, los Dioses a los que ni rezaba ni creía, hicieron acopio de todo su humor negro para que me encontrarse de nuevo con la dichosa Keira y, no solo eso, sino que además la bruja estaba ciega y necesitaba de la protección de alguien para que la guiase, alguien que, por supuesto, tenía que ser yo. Mientras Jenn depositaba la bandeja sobre el escritorio y dejaba a un lado el tazón de comida para Fire, yo me hacía estás preguntas dirigiendo mi mirada hacia la ventana. Si la posadera me hubiera visto en aquel momento hubiera pensado que la ceguera se contagiaba pues mis ojos estaban vacíos. Por lo menos los de fuera, los de dentro lo estaban viendo todo y no les gustaba nada lo que estaban viendo.
“Mirar es una cosa, ver es otra”. Era otro de los muchos consejos del viejo. “Para ver es necesario abrir los ojos, no los que tienes en la cabezo sino los que están en tu interior.” Otra de las muchas patrañas de mi abuelo pues, lo que veía cuando cerraba los ojos no era la muerte de los que un día fueron mi familia. Lo irónico de todo este asunto era que él era un gran comedor de ojos de buey.
-Señor- Preguntó Jenn antes de marcharse. Agradecí que no me llamase con el nombre de Neph. -Si no comes pronto se te enfriará la comida.- Su voz, la que antes había sonado como una recrimenta de una madre, sonaba como agotada. Quizás por el mucho trabajo que estaba tenían ella y su marido.
-Más tarde, ahora no tengo hambre.- Seguía observando la ventana cerrada. No se veía nada en el exterior, las contraventanas estaban cerradas para que el violento viento no rompiese el cristal. Era estúpido quedarse a contemplar una ventana por la que no se puede mirar nada del exterior pero, mirar es una cosa y ver es otra. –No te la lleves.- Señale el único plato que quedaba en bandeja con la mano sin apartar la vista.
Keira, a diferencia mía, sí parecía tener hambre. Ni si quiera cogió el bastón con puntas de hierro para guiarse hacia la mesita. Aunque era posible que no lo reconociera, estaba seguro de que estaba muy hambrienta. ¿Llevaría días sin comer? Eso explicaría muchas cosas. Sin apartar la vista de la ventana volví a verla en el callejón tirada de la misma manera que un perro pulgoso que abandonan cuando la familia que lo tuvo se cansó de él. Las heridas sobre su cuerpo eran recientes, mucho más que la quemadura de su hombro que ya la conocía cuando poseí su cuerpo. La vi, la vi más nítidamente que la primera vez. Era un perro flamérico que le acaban de expulsar a patadas. Así era como la estaba viendo, no con los ojos de la cabeza sino con los del interior, los ojos de buey que se comía mi abuelo.
-Debo marcharme.- Dijo Jenn con una sonrisa muy mal fingida; se notaba que no estaba cómoda. Razón no le faltaba para sentirse incómoda, estaba en una habitación con una bruja ciega y un estúpido que estaba viendo lo que no quería recordar. –Cuando acabéis, ¿podríais bajar la bandeja en mi lugar? Con el trabajo que tenemos bajo, si vuelvo a subir Tom me matará.-
-Está bien.- Aparté mi vista de la ventana hacia la posadera. –Espero que te den buenas propinas.- Dije a modo de despedida.
-Lo harán.- Jenn se rió a la vez que se ajustaba el escote. - Te aseguro que lo harán.- Una vez dicho eso, se marchó por donde había venido cerrando la puerta cuidadosamente sin hacer ruido. Si todas las mesoneras eran igual de serviciales como ella no odiaría tanto la ciudad de los dragones.
Igual como me pasó con la guitarra, cuando volví a dirigir mi vista hacia la ventana no pude ver aquello que antes me hipnotizaba. “Quizás deba comer ojos de buey.” Pensé con cierto sarcasmo. Mi capacidad de concentración era tan reducida como lo parecía ser mi inteligencia. Cuando intentaba volver a hacer algo que, según pensaba, lo estaba haciendo bien, ya no podía hacerlo. Ya sea tocar la guitarra o pensar en mis devenires, no podía retomar aquello que ya había empezado a hacer.
Keira se terminó la sopa mucho antes de que yo ni siquiera me hubiera levantado a ir a por mi plato. Se levantó sin decir nada y fue hacia su cama con la misma cautela con la que fue hacia la mesita para comer. Una vez llegó cogió unos pantalones y un vestido largo y se fue hacia el baño.
“A mi también me haría falta una ducha caliente.” No me había tomado un buen baño desde la última vez que vine al Pony Trotador, cosa que hacía ya más de cinco días. Para lavarme hice lo que todo dragón sin aeros hace en esta congelada ciudad, ir a los baños públicos cuya agua era tan fría que por poco me dejaba la piel morada. El agua la ducha del Pony Trotador estaría caliente. En la fachada de la posada se podía ver parte del circuito de tuberías que conducían el agua desde los depósitos subterráneos, pasando por la chimenea, a las habitaciones. Ya lo creo que estaría caliente el agua, desde la habitación podía ver una neblina de vapor que venía lentamente hacía mi como si me estuviera llamaron con unos dedos de vapor.
Me levante despacio de la cama sin hacer ruido y me dirigí a paso lento al umbral del baño. Fire observó lo que estaba haciendo me miró de forma severa y disimulo, tan mal como Jenn su sonrisa, picotear su tazón vació de comida.
En la bañera, en un agua que tenía un color mezcla entre el gris del vapor y rosa del jabón, estaba metida Keira. Me quedé observándola durante unos instantes. Ya lo había pensado la primera vez que vi su cuerpo y lo volvía a pensar: Era perfecta. Grandes pero no excesivos pechos, mejillas sonrojadas sin necesidad de usar ninguna clase de potingue, larga melena castaña… Todas las características que un bardo cantaba acerca de su amada Keira las tenía. Si en lugar de la amargada antisocial que ella era fuera otra… otro gallo cantaría. Aunque no pudiera verla porque estaba bajo el pantalón, sabía que la mariposa dorada me quemaba bajo la ingle.
En otro momento y con otra chica, hubiera caminado lentamente hacia la bañera, me hubiera metido dentro y hubiera apretado mi cuerpo contra los pechos que flotaban con el agua para alcanzar los labios carnosos que, con el calentor del agua, tomaban un color más rojo de lo que ya eran. En este momento en que sabía que me quemaba en la ingle y que conocía y odiaba tan bien a la chica de la bañera, me limité a verla con unos ojos que no sabía, ni me importaban, si eran los de fuera, los de dentro o los de buey.
Antes de que Keira se levantase de la bañera y me pudiera reconocer por algún tipo de sexto sentido de los ciegos, me aparté del umbral de la puerta y fui hacia la mesita. Cogí la cuchara y comí a desgana la sopa. No me gustó reconocer que Jenn tenía razón, la sopa se había enfriado.
Fire recibió a su dueña con una serie de graznidos, por un momento pensé que le estaría contando que le había estado mirando mientras se bañaba. Pero no era así, a la vez que el halcón pitaba me miraba con mal disimulo. Por mi parte, seguí comiendo de la sopa disimulando mucho mejor que el ave. Nadie podía haber dicho que, mientras mis ojos estaban centrados en la comida, seguía viendo a Keira de la misma manera que le había visto en la tina.
No lo dudé, en el mismo instante que los pies de la bruja se cruzaban con la bolsa de la ropa sucia, salté de la silla cogiendo a Keira en por la espalda antes de que cayera. Era cierto, había adelgazado. Aunque acabase de comer, pesaba menos que la primera que la vi.
-Sigues dando pena.- Comencé a hablar sin saber muy bien que estaba diciendo. - Has tenido suerte esta vez, pero podrías haber muerto aquí mismo y con lo atareada que están ahí bajo no se darían cuenta de tu muerte hasta dentro de tres días.- Tras asegurarme que Keira estaba ya en equilibrio y no se volvería a caer, aparte mis manos lentamente de su espalda y me senté de nuevo en la silla. – Creo que ya va siendo hora que me cuentes cómo te quedaste ciega; quizás podamos hacer algo antes que te mates.-
“Mirar es una cosa, ver es otra”. Era otro de los muchos consejos del viejo. “Para ver es necesario abrir los ojos, no los que tienes en la cabezo sino los que están en tu interior.” Otra de las muchas patrañas de mi abuelo pues, lo que veía cuando cerraba los ojos no era la muerte de los que un día fueron mi familia. Lo irónico de todo este asunto era que él era un gran comedor de ojos de buey.
-Señor- Preguntó Jenn antes de marcharse. Agradecí que no me llamase con el nombre de Neph. -Si no comes pronto se te enfriará la comida.- Su voz, la que antes había sonado como una recrimenta de una madre, sonaba como agotada. Quizás por el mucho trabajo que estaba tenían ella y su marido.
-Más tarde, ahora no tengo hambre.- Seguía observando la ventana cerrada. No se veía nada en el exterior, las contraventanas estaban cerradas para que el violento viento no rompiese el cristal. Era estúpido quedarse a contemplar una ventana por la que no se puede mirar nada del exterior pero, mirar es una cosa y ver es otra. –No te la lleves.- Señale el único plato que quedaba en bandeja con la mano sin apartar la vista.
Keira, a diferencia mía, sí parecía tener hambre. Ni si quiera cogió el bastón con puntas de hierro para guiarse hacia la mesita. Aunque era posible que no lo reconociera, estaba seguro de que estaba muy hambrienta. ¿Llevaría días sin comer? Eso explicaría muchas cosas. Sin apartar la vista de la ventana volví a verla en el callejón tirada de la misma manera que un perro pulgoso que abandonan cuando la familia que lo tuvo se cansó de él. Las heridas sobre su cuerpo eran recientes, mucho más que la quemadura de su hombro que ya la conocía cuando poseí su cuerpo. La vi, la vi más nítidamente que la primera vez. Era un perro flamérico que le acaban de expulsar a patadas. Así era como la estaba viendo, no con los ojos de la cabeza sino con los del interior, los ojos de buey que se comía mi abuelo.
-Debo marcharme.- Dijo Jenn con una sonrisa muy mal fingida; se notaba que no estaba cómoda. Razón no le faltaba para sentirse incómoda, estaba en una habitación con una bruja ciega y un estúpido que estaba viendo lo que no quería recordar. –Cuando acabéis, ¿podríais bajar la bandeja en mi lugar? Con el trabajo que tenemos bajo, si vuelvo a subir Tom me matará.-
-Está bien.- Aparté mi vista de la ventana hacia la posadera. –Espero que te den buenas propinas.- Dije a modo de despedida.
-Lo harán.- Jenn se rió a la vez que se ajustaba el escote. - Te aseguro que lo harán.- Una vez dicho eso, se marchó por donde había venido cerrando la puerta cuidadosamente sin hacer ruido. Si todas las mesoneras eran igual de serviciales como ella no odiaría tanto la ciudad de los dragones.
Igual como me pasó con la guitarra, cuando volví a dirigir mi vista hacia la ventana no pude ver aquello que antes me hipnotizaba. “Quizás deba comer ojos de buey.” Pensé con cierto sarcasmo. Mi capacidad de concentración era tan reducida como lo parecía ser mi inteligencia. Cuando intentaba volver a hacer algo que, según pensaba, lo estaba haciendo bien, ya no podía hacerlo. Ya sea tocar la guitarra o pensar en mis devenires, no podía retomar aquello que ya había empezado a hacer.
Keira se terminó la sopa mucho antes de que yo ni siquiera me hubiera levantado a ir a por mi plato. Se levantó sin decir nada y fue hacia su cama con la misma cautela con la que fue hacia la mesita para comer. Una vez llegó cogió unos pantalones y un vestido largo y se fue hacia el baño.
“A mi también me haría falta una ducha caliente.” No me había tomado un buen baño desde la última vez que vine al Pony Trotador, cosa que hacía ya más de cinco días. Para lavarme hice lo que todo dragón sin aeros hace en esta congelada ciudad, ir a los baños públicos cuya agua era tan fría que por poco me dejaba la piel morada. El agua la ducha del Pony Trotador estaría caliente. En la fachada de la posada se podía ver parte del circuito de tuberías que conducían el agua desde los depósitos subterráneos, pasando por la chimenea, a las habitaciones. Ya lo creo que estaría caliente el agua, desde la habitación podía ver una neblina de vapor que venía lentamente hacía mi como si me estuviera llamaron con unos dedos de vapor.
Me levante despacio de la cama sin hacer ruido y me dirigí a paso lento al umbral del baño. Fire observó lo que estaba haciendo me miró de forma severa y disimulo, tan mal como Jenn su sonrisa, picotear su tazón vació de comida.
En la bañera, en un agua que tenía un color mezcla entre el gris del vapor y rosa del jabón, estaba metida Keira. Me quedé observándola durante unos instantes. Ya lo había pensado la primera vez que vi su cuerpo y lo volvía a pensar: Era perfecta. Grandes pero no excesivos pechos, mejillas sonrojadas sin necesidad de usar ninguna clase de potingue, larga melena castaña… Todas las características que un bardo cantaba acerca de su amada Keira las tenía. Si en lugar de la amargada antisocial que ella era fuera otra… otro gallo cantaría. Aunque no pudiera verla porque estaba bajo el pantalón, sabía que la mariposa dorada me quemaba bajo la ingle.
En otro momento y con otra chica, hubiera caminado lentamente hacia la bañera, me hubiera metido dentro y hubiera apretado mi cuerpo contra los pechos que flotaban con el agua para alcanzar los labios carnosos que, con el calentor del agua, tomaban un color más rojo de lo que ya eran. En este momento en que sabía que me quemaba en la ingle y que conocía y odiaba tan bien a la chica de la bañera, me limité a verla con unos ojos que no sabía, ni me importaban, si eran los de fuera, los de dentro o los de buey.
Antes de que Keira se levantase de la bañera y me pudiera reconocer por algún tipo de sexto sentido de los ciegos, me aparté del umbral de la puerta y fui hacia la mesita. Cogí la cuchara y comí a desgana la sopa. No me gustó reconocer que Jenn tenía razón, la sopa se había enfriado.
Fire recibió a su dueña con una serie de graznidos, por un momento pensé que le estaría contando que le había estado mirando mientras se bañaba. Pero no era así, a la vez que el halcón pitaba me miraba con mal disimulo. Por mi parte, seguí comiendo de la sopa disimulando mucho mejor que el ave. Nadie podía haber dicho que, mientras mis ojos estaban centrados en la comida, seguía viendo a Keira de la misma manera que le había visto en la tina.
No lo dudé, en el mismo instante que los pies de la bruja se cruzaban con la bolsa de la ropa sucia, salté de la silla cogiendo a Keira en por la espalda antes de que cayera. Era cierto, había adelgazado. Aunque acabase de comer, pesaba menos que la primera que la vi.
-Sigues dando pena.- Comencé a hablar sin saber muy bien que estaba diciendo. - Has tenido suerte esta vez, pero podrías haber muerto aquí mismo y con lo atareada que están ahí bajo no se darían cuenta de tu muerte hasta dentro de tres días.- Tras asegurarme que Keira estaba ya en equilibrio y no se volvería a caer, aparte mis manos lentamente de su espalda y me senté de nuevo en la silla. – Creo que ya va siendo hora que me cuentes cómo te quedaste ciega; quizás podamos hacer algo antes que te mates.-
Gerrit Nephgerd
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Re: Neblina [Interpretativo] [Privado, Keira Bravery] [CERRADO]
Pensaba que caería, que se comería e suelo y que tendría que levantarse a tientas en busca de algo con lo que poder levantarse, que el suelo de madera resonaría con el golpe y un moretón pasaría a decorar su fina piel pero no pasó, el golpe nunca llegó a suceder. Su cuerpo no dio con el suelo, no resonó ningún golpe, no notó el moretón saliendo a la luz. Lo único que sintió fue una mano grande, fuerte y cálida, más de lo que debería ser lo por su envergadura, atrapando su fina cintura.
Él era fuerte, lo sabía, si apretase algo más de la cuenta, probablemente podría romperla, dada la fragilidad de sus huesos y su aspecto delicado, más de lo que era en realidad, era lógico que la siguiente frase del chico fuera, nuevamente, algo que la sacó de quicio.
Keira se volvió, nuevamente, fría, no le gustaba que la considerasen débil, durante años había estado sola, se había defendido a si misma y aprendido a sobrevivir por su cuenta desde la corta edad de quince años. Al abandonar su hogar fue como un conejo lanzado al centro de una manada de lobos.
Una joven con sus quince primaveras, sola, dolida, inocente, podría haberse visto engañada por cualquier tarado que la hubiera intentado convencer de su prometedor futuro, pero no, había sido fuerte, se había mantenido en sus cabales, había aprendido a ser responsable de si misma y había crecido. Había crecido sola, fuerte y libre y no iba a permitir que nadie le arrebatase eso ni el valor que tenía el haberlo logrado.
Sin embargo, la bailarina no era tonta. Sabía que, si iba a tener que convivir con ese tipo hasta que pasaran las heladas, debería mantener la calma, al menos no lo veía, algo era algo. Si el tipo la consideraba tan débil como para morir de una sencilla caída, era porque no la conocía, para nada.
Tragó saliva y dejó que el hombre la ayudase a recuperar el equilibrio, notando, nuevamente, la diferencia de complexión entre ambos. Keira no era una chica que pudiera considerarse baja, para nada, era una joven alta y delgada, estaba, como solía decir la gente, «bien hecha» pero el hombre a sus espaldas debía medir como diez centímetros más que ella, su presencia constante a su espalda, cálida, aun húmeda por el agua de la lluvia y en cierta forma, protectora, más de lo que ella nunca querría admitir o querer, era clara.
Su altura y el ancho de su espalda en comparación a ella, tan fina, delgada y con aires tan delicados, lo destacaba como una persona grande y fuerte, con un carácter extraño, algo idiota, diría la chica, pero, aun estando rozando su pecho, no sentía que el hombre quisiera hacer nada fuera de lugar, y eso, al menos, la hacía sentir tranquila. Fire tampoco había actuado, por lo que, de momento, podía sentirse segura.
Suspiró y se alejó un par de pasos, de modo delicado, deshaciéndose así de los brazos de Gerrit, que envolvían con cuidado su cintura, y contó los pasos que debían quedarle para llegar a la mesa frente a la ventana. Dos, cuatro, ocho pasos delicados le permitieron sentarse como si hubiera podido ver el camino en todo momento. Miró al infinito paisaje lluvioso que recorría la ventana, sin ver nada, escuchando, solamente, las gotas salpicar la ventana con ira fría.
- Bueno.- se giró hacia el dormitorio.- intentaba volver a Lunargenta, quería bajar de nuevo al sur, estaba cansada de tanto frío.- comenzó a relatar, tomó la guitarra, que, al sentarse, había notado a sus pies, y, tras colocarla en la posición correcta, comenzó a tocar.- La joven bailarina, tiempo atrás, cuando se ganó una herida terrible en el hombro, logró un anillo de rubí, poco le importaba esa joya, pero no así su orgullo.- siguió narrando en tercera persona, como si contase una historia ajena, no se sentía preparada para hablar de su experiencia como suya.- Una joven de pelo blanco, con ojos de loca exigió el anillo. Esa joya que a la bailarina le había costado parte de su valor, y su piel.- Un fuerte rasgueo de guitarra la llevo al centro de la cuestión.- Por supuesto, la joven de fuego se negó a dárselo, un hombre calamar, el Capitán calamar, quiso ayudar a la bailarina, pero por mucho que lucharon, la loca era demasiado poderosa. Al final, la joven, lanzándole el anillo a la cara, preocupándose más por su vida, y la honra de aquel que sabe retirarse a tiempo, fue atacada por un rayo de luz, un fogonazo, que fue a parar justo frente a sus ojos.- a guitarra volvió a ser suave.- y así, se quedó ciega.- susurró- Así, me quedé ciega.- finalizó alzando la vista del instrumento, mirando hacia donde, por el sonido de la respiración, localizaba al chico, para, a continuación, dejar a un lado la guitarra, con un suspiro.
Ojala pudiera ver, lo cierto es que le gustaría saber que clase de expresión hacía un desconocido al enterarse de esas cosas, debía ser interesante, y ella, al fin y al cabo, era curiosa. En cierta forma, entendía la curiosidad, si el hombre había oído hablar de ella, sabría que de ciega tenía poco, y lógicamente querría saber como había acabado de esa guisa.
Aunque, en cierta forma, no le parecía justo, el podía verla, sabía como era y sabía de su historia, en cambio, ella, a penas sabía nada más que el sonido de su voz, su nombre y su tacto, de él.
Alzó la cabeza, dirigiendo sus ojos huecos hacia el lugar donde escuchaba el sonido de la respiración de Gerrit, y le miró con gesto impasible, como si contar esa historia no le hubiera afectado en nada, fingiendo como toda una actriz profesional, sin permitir que se denotase en nada el pequeño nudo que se le había creado en el estómago.
Sencillamente, estaba siendo ella. Esa ella que todos creían ver y conocer, sin que nadie supiera que, tras ese aspecto frío y calmo, como una balsa en un día de sol, se escondía un mar tormentoso que desde años a no lograba permanecer manso. Ese autocontrol férreo que la chica había ido adquiriendo, y que se perfeccionaba con la carencia de visión, no era si no un modo de ocultar su pánico a herir a alguien.
Nadie lo entendería, no estaba dispuesta a permitir que alguien supiera ese miedo de herir y ser herida, por ello a penas permitía que la tocasen, por ello, aun con ligereza para no molestar a su compañero de cuarto, que no de cama, se había apartado.
Gerrit era alguien con quien esa misma noche había hablado por primera vez, lógicamente no se sentiría cómoda con su tacto, pero, aun así, ni siquiera a Jenn la dejaría tocarla más de la cuenta. Había estado tanto tiempo soportando el peso de su espalda por si sola, que sabía que, en cuanto alguien hiciera un gesto amistoso, o mantuviera el contacto el suficiente tiempo, podrían pasar dos cosas, o bien su cuerpo colapsaba, debido a la tensión y el miedo a herir, haciendo volar su poder, o se relajaba hasta el punto de que sus llamas se soltasen, fuera cuales fueren las razones o las posibilidades, estaba mejor sola y era mejor si nadie descubría lo que se le pasaba por la cabeza, ni mucho menos por el corazón.
Se levantó y paseó por el cuarto, alejándose de la mesa con una sencilla caricia a la teca, y llegando, tras diez pasos finos y elegantes, a la cama, sentándose lentamente, escuchando, no muy lejos, a Gerrit, sin duda, ese hombre era curioso, o, tal vez, simplemente estaba loco, no lo sabía, lo que si tenía seguro era que jamás podía dejar solo a alguien tan ingenuo como para sentir lástima de otra persona. A fuerza de golpes, la bailarina había aprendido que nunca has de penar a nadie, indiferencia o asco, eran los únicos sentimientos admisibles. El cariño, la compasión, la confianza, acababan por hacer daño, aunque, la chica debía admitir, para su propia desgracia, que ella misma había tomado fe en ciertas personas conocidas en los últimos tiempos.
Él era fuerte, lo sabía, si apretase algo más de la cuenta, probablemente podría romperla, dada la fragilidad de sus huesos y su aspecto delicado, más de lo que era en realidad, era lógico que la siguiente frase del chico fuera, nuevamente, algo que la sacó de quicio.
Keira se volvió, nuevamente, fría, no le gustaba que la considerasen débil, durante años había estado sola, se había defendido a si misma y aprendido a sobrevivir por su cuenta desde la corta edad de quince años. Al abandonar su hogar fue como un conejo lanzado al centro de una manada de lobos.
Una joven con sus quince primaveras, sola, dolida, inocente, podría haberse visto engañada por cualquier tarado que la hubiera intentado convencer de su prometedor futuro, pero no, había sido fuerte, se había mantenido en sus cabales, había aprendido a ser responsable de si misma y había crecido. Había crecido sola, fuerte y libre y no iba a permitir que nadie le arrebatase eso ni el valor que tenía el haberlo logrado.
Sin embargo, la bailarina no era tonta. Sabía que, si iba a tener que convivir con ese tipo hasta que pasaran las heladas, debería mantener la calma, al menos no lo veía, algo era algo. Si el tipo la consideraba tan débil como para morir de una sencilla caída, era porque no la conocía, para nada.
Tragó saliva y dejó que el hombre la ayudase a recuperar el equilibrio, notando, nuevamente, la diferencia de complexión entre ambos. Keira no era una chica que pudiera considerarse baja, para nada, era una joven alta y delgada, estaba, como solía decir la gente, «bien hecha» pero el hombre a sus espaldas debía medir como diez centímetros más que ella, su presencia constante a su espalda, cálida, aun húmeda por el agua de la lluvia y en cierta forma, protectora, más de lo que ella nunca querría admitir o querer, era clara.
Su altura y el ancho de su espalda en comparación a ella, tan fina, delgada y con aires tan delicados, lo destacaba como una persona grande y fuerte, con un carácter extraño, algo idiota, diría la chica, pero, aun estando rozando su pecho, no sentía que el hombre quisiera hacer nada fuera de lugar, y eso, al menos, la hacía sentir tranquila. Fire tampoco había actuado, por lo que, de momento, podía sentirse segura.
Suspiró y se alejó un par de pasos, de modo delicado, deshaciéndose así de los brazos de Gerrit, que envolvían con cuidado su cintura, y contó los pasos que debían quedarle para llegar a la mesa frente a la ventana. Dos, cuatro, ocho pasos delicados le permitieron sentarse como si hubiera podido ver el camino en todo momento. Miró al infinito paisaje lluvioso que recorría la ventana, sin ver nada, escuchando, solamente, las gotas salpicar la ventana con ira fría.
- Bueno.- se giró hacia el dormitorio.- intentaba volver a Lunargenta, quería bajar de nuevo al sur, estaba cansada de tanto frío.- comenzó a relatar, tomó la guitarra, que, al sentarse, había notado a sus pies, y, tras colocarla en la posición correcta, comenzó a tocar.- La joven bailarina, tiempo atrás, cuando se ganó una herida terrible en el hombro, logró un anillo de rubí, poco le importaba esa joya, pero no así su orgullo.- siguió narrando en tercera persona, como si contase una historia ajena, no se sentía preparada para hablar de su experiencia como suya.- Una joven de pelo blanco, con ojos de loca exigió el anillo. Esa joya que a la bailarina le había costado parte de su valor, y su piel.- Un fuerte rasgueo de guitarra la llevo al centro de la cuestión.- Por supuesto, la joven de fuego se negó a dárselo, un hombre calamar, el Capitán calamar, quiso ayudar a la bailarina, pero por mucho que lucharon, la loca era demasiado poderosa. Al final, la joven, lanzándole el anillo a la cara, preocupándose más por su vida, y la honra de aquel que sabe retirarse a tiempo, fue atacada por un rayo de luz, un fogonazo, que fue a parar justo frente a sus ojos.- a guitarra volvió a ser suave.- y así, se quedó ciega.- susurró- Así, me quedé ciega.- finalizó alzando la vista del instrumento, mirando hacia donde, por el sonido de la respiración, localizaba al chico, para, a continuación, dejar a un lado la guitarra, con un suspiro.
Ojala pudiera ver, lo cierto es que le gustaría saber que clase de expresión hacía un desconocido al enterarse de esas cosas, debía ser interesante, y ella, al fin y al cabo, era curiosa. En cierta forma, entendía la curiosidad, si el hombre había oído hablar de ella, sabría que de ciega tenía poco, y lógicamente querría saber como había acabado de esa guisa.
Aunque, en cierta forma, no le parecía justo, el podía verla, sabía como era y sabía de su historia, en cambio, ella, a penas sabía nada más que el sonido de su voz, su nombre y su tacto, de él.
Alzó la cabeza, dirigiendo sus ojos huecos hacia el lugar donde escuchaba el sonido de la respiración de Gerrit, y le miró con gesto impasible, como si contar esa historia no le hubiera afectado en nada, fingiendo como toda una actriz profesional, sin permitir que se denotase en nada el pequeño nudo que se le había creado en el estómago.
Sencillamente, estaba siendo ella. Esa ella que todos creían ver y conocer, sin que nadie supiera que, tras ese aspecto frío y calmo, como una balsa en un día de sol, se escondía un mar tormentoso que desde años a no lograba permanecer manso. Ese autocontrol férreo que la chica había ido adquiriendo, y que se perfeccionaba con la carencia de visión, no era si no un modo de ocultar su pánico a herir a alguien.
Nadie lo entendería, no estaba dispuesta a permitir que alguien supiera ese miedo de herir y ser herida, por ello a penas permitía que la tocasen, por ello, aun con ligereza para no molestar a su compañero de cuarto, que no de cama, se había apartado.
Gerrit era alguien con quien esa misma noche había hablado por primera vez, lógicamente no se sentiría cómoda con su tacto, pero, aun así, ni siquiera a Jenn la dejaría tocarla más de la cuenta. Había estado tanto tiempo soportando el peso de su espalda por si sola, que sabía que, en cuanto alguien hiciera un gesto amistoso, o mantuviera el contacto el suficiente tiempo, podrían pasar dos cosas, o bien su cuerpo colapsaba, debido a la tensión y el miedo a herir, haciendo volar su poder, o se relajaba hasta el punto de que sus llamas se soltasen, fuera cuales fueren las razones o las posibilidades, estaba mejor sola y era mejor si nadie descubría lo que se le pasaba por la cabeza, ni mucho menos por el corazón.
Se levantó y paseó por el cuarto, alejándose de la mesa con una sencilla caricia a la teca, y llegando, tras diez pasos finos y elegantes, a la cama, sentándose lentamente, escuchando, no muy lejos, a Gerrit, sin duda, ese hombre era curioso, o, tal vez, simplemente estaba loco, no lo sabía, lo que si tenía seguro era que jamás podía dejar solo a alguien tan ingenuo como para sentir lástima de otra persona. A fuerza de golpes, la bailarina había aprendido que nunca has de penar a nadie, indiferencia o asco, eran los únicos sentimientos admisibles. El cariño, la compasión, la confianza, acababan por hacer daño, aunque, la chica debía admitir, para su propia desgracia, que ella misma había tomado fe en ciertas personas conocidas en los últimos tiempos.
Keira Brabery
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Re: Neblina [Interpretativo] [Privado, Keira Bravery] [CERRADO]
“Bueno” fue la palabra que utilizó Keira para aceptar contarme su historia.Ya había tratado con ella otras veces y siempre hacía lo mismo. Las veces que le había pedido alguna cosa siempre me contestó con un “bueno” o un siemple “sí” siempre y cuando ella también quisiera hacerlo, cuando no quería callaba y hacía lo que quería sin que le importase nada de lo que ya le había dicho. Conociéndola como la conocía, no pude evitar alzar una ceja al escuchar aquel “bueno”. Contar su historia a un desconocido no era algo propio de Keira Bravery; ahora que lo pensaba, ni si quiera me dijo nada acerca de la quemadura que había sobre su hombro la primera vez que la vi.
Se sentó en una de las sillas del escritorio y, con la guitarra en la mano, empezó a contar su historia con un tono tan melodioso que parecía que estuviera cantando en lugar de hablar. Su voz sonaba extraña, como si no fuera la de ella. Ya no era solo porque hablase de su historia en tercera persona, era toda la voz la que estaba fuera de lugar, quizás toda ella. Era como escuchar el narrador de una obra de teatro o el bardo contando la historia de unos heroes ya muertos. Ese narrador y ese bardo que, a pesar de no ser parte de la historia, la conocen y con sus palabras son capaces de transmitir los sentimientos que no les pertenecen.
Al cerrar los ojos, las palabras de Keira acompañada de esa voz melodiosa, eran capaces de producirme melancolía y tristeza por partes iguales. Pude ver el anillo de rubi, la loca de pelo blanco y el capitán calamar (por muy extraño que me pareciera que un calamar pudiera ser calamar). En último lugar vi un resplandor de luz y ya no vi nada más. La protagonista de la historia se quedó ciega, luego fue Keira quien dijo que se quedó ciega y yo, aunque no lo dije, también sentía haberme quedado ciego por dentro.
Abrí los ojos muy despacio. Tenía miedo que la canción hubiera sido tan poderosa que me hubiera cegado. Por fortuna, era solo una burda impresión. A dos pasos enfrente de mí estaban los ojos vacíos de Keira. Parecía que me estuvieran mirando sin llegar a mirarme. Por un momento, pensé que esos ojos sabían todo de mí. Conocían cada persona que había matado, cada familia que había dejado sin uno o varios de sus miembros, cada robo, cada persona que me había aprovechado de su bondad… Conocían a mi madre, la que maté nada más nacer y a mi padre, a quien maté cuando tenía conocimiento para saber que era matar.
Los ojos vacíos sabían todo de mí pero, aun así, esperaban a que yo les contase mi historia igual que Keira me había contado la suya. Les parecía un buen trato, una historia por otra. Tragué saliva. No quería decir nada de mi pasado, si decía cualquier cosa, por pequeña que fuera, los fantasmas regresarían para pedir justicia. Ellos siempre regresaban.
-¿Te encuentras bien?- Moví la cabeza de lado a lado con la intención de deshacer la idea de que los ojos vacíos de la bruja me estaban pidiendo mi historia. –No es una historia fácil de contar, lo entiendo.- Keira no dijo nada, solo se levantó de la silla sin decir nada y caminó por la habitacion hasta llegar a su cama. –Sé bien lo que es una historia difícil.- Insistí una última vez.
A la Keira de antes le hubiera lanzado la almohada a la cara por tal de que me contestará aunque solo fuera insultando, odiaba sentirme así de ignorardo. Pero, a esta nueva Keira, ciega y vacía, no le hice nada.
Me levanté de la cama y cogí la bandeja con los platos vacíos para bajárselos a Jenn tal y como ella había pedido. –Si no le bajamos esto a Jenn mañana no nos servirá el desayuno. No es necesario que vengas si no quieres. Yo lo haré.- Tampoco esperaba que me acompañase. Después de pasar toda la tarde vigilándola quería descansar del agustioso trabajo de guardian de ciegas. Giré la manivela de la habitación con el hombro como hacía Jenn cuando estaba cargada y abrí la puerta con la punta del pie. –No tardaré.- Mentí. Sí, tenía intenciones de tardar, de beberme una cerveza, quizás dos, sentarme en el alguna mesa y ver a los músicos del escenario.
Fire me despidió con uno de sus pitidos. “Sabe que estoy mientiendo.” No me importaba, no podía estar más tiempo en la misma habitación que los ojos vacíos.
Se sentó en una de las sillas del escritorio y, con la guitarra en la mano, empezó a contar su historia con un tono tan melodioso que parecía que estuviera cantando en lugar de hablar. Su voz sonaba extraña, como si no fuera la de ella. Ya no era solo porque hablase de su historia en tercera persona, era toda la voz la que estaba fuera de lugar, quizás toda ella. Era como escuchar el narrador de una obra de teatro o el bardo contando la historia de unos heroes ya muertos. Ese narrador y ese bardo que, a pesar de no ser parte de la historia, la conocen y con sus palabras son capaces de transmitir los sentimientos que no les pertenecen.
Al cerrar los ojos, las palabras de Keira acompañada de esa voz melodiosa, eran capaces de producirme melancolía y tristeza por partes iguales. Pude ver el anillo de rubi, la loca de pelo blanco y el capitán calamar (por muy extraño que me pareciera que un calamar pudiera ser calamar). En último lugar vi un resplandor de luz y ya no vi nada más. La protagonista de la historia se quedó ciega, luego fue Keira quien dijo que se quedó ciega y yo, aunque no lo dije, también sentía haberme quedado ciego por dentro.
Abrí los ojos muy despacio. Tenía miedo que la canción hubiera sido tan poderosa que me hubiera cegado. Por fortuna, era solo una burda impresión. A dos pasos enfrente de mí estaban los ojos vacíos de Keira. Parecía que me estuvieran mirando sin llegar a mirarme. Por un momento, pensé que esos ojos sabían todo de mí. Conocían cada persona que había matado, cada familia que había dejado sin uno o varios de sus miembros, cada robo, cada persona que me había aprovechado de su bondad… Conocían a mi madre, la que maté nada más nacer y a mi padre, a quien maté cuando tenía conocimiento para saber que era matar.
Los ojos vacíos sabían todo de mí pero, aun así, esperaban a que yo les contase mi historia igual que Keira me había contado la suya. Les parecía un buen trato, una historia por otra. Tragué saliva. No quería decir nada de mi pasado, si decía cualquier cosa, por pequeña que fuera, los fantasmas regresarían para pedir justicia. Ellos siempre regresaban.
-¿Te encuentras bien?- Moví la cabeza de lado a lado con la intención de deshacer la idea de que los ojos vacíos de la bruja me estaban pidiendo mi historia. –No es una historia fácil de contar, lo entiendo.- Keira no dijo nada, solo se levantó de la silla sin decir nada y caminó por la habitacion hasta llegar a su cama. –Sé bien lo que es una historia difícil.- Insistí una última vez.
A la Keira de antes le hubiera lanzado la almohada a la cara por tal de que me contestará aunque solo fuera insultando, odiaba sentirme así de ignorardo. Pero, a esta nueva Keira, ciega y vacía, no le hice nada.
Me levanté de la cama y cogí la bandeja con los platos vacíos para bajárselos a Jenn tal y como ella había pedido. –Si no le bajamos esto a Jenn mañana no nos servirá el desayuno. No es necesario que vengas si no quieres. Yo lo haré.- Tampoco esperaba que me acompañase. Después de pasar toda la tarde vigilándola quería descansar del agustioso trabajo de guardian de ciegas. Giré la manivela de la habitación con el hombro como hacía Jenn cuando estaba cargada y abrí la puerta con la punta del pie. –No tardaré.- Mentí. Sí, tenía intenciones de tardar, de beberme una cerveza, quizás dos, sentarme en el alguna mesa y ver a los músicos del escenario.
Fire me despidió con uno de sus pitidos. “Sabe que estoy mientiendo.” No me importaba, no podía estar más tiempo en la misma habitación que los ojos vacíos.
Gerrit Nephgerd
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Re: Neblina [Interpretativo] [Privado, Keira Bravery] [CERRADO]
El sueño la tomó pronto en sus brazos, a penas llegó a asentir y escuchar cerrarse la puerta con la salida de Gerrit, y, desde luego, no llegó a escuchar como volvía a abrirse. Durmió con un sueño tranquilo, apaciguador y sin pesadillas, el primero de tres noches, un sueño profundo provocado por el cansancio. Envuelta en las sombras de la noche, y de sus propios ojos, se dejó llevar por morfeo.
Despertó a la mañana siguiente, cuando el sol a penas se elevaba en el cielo y las nubes grises, que habían dejado de llorar horas antes, parecían volver a anunciar tormenta. Keira se sentó en la cama con ojos abiertos, sin poder contemplar la grisacea luz que pronto entraría por su ventana, dejando caer las sábanas hasta su cintura notando el frío del dormitorio con la chimenea apagada, donde solo quedaban cenizas de la pasada noche.
Notó el frio en la piel, golpenado su pecho, los brazos y todo aquello que no estuviera cubierto. Se cubrió despació, preocupada por el hombre que dormía a escasos metros de ella, y escuchó la respiración acompasada del otro extremo del cuarto. Pausada, baja, con algún suave ronquido, y suspiró aliviada, Gerrit estaba dormido.
Agachó la cabeza dejando que sus ondas castañas cubrieran su rostro ciego y su piel de marfil. Notó la caricia de su pelo sobre la fea herida del hombro y se llevó allí una mano, sosteniendo las mantas bajo sus brazos, sintiendo el frío en su espalda descubierta.
Con un nuevo suspiro, evitando pensar en esa fea marca, se levantó con, unicamente, la ropa interior, tomó la ropa del suelo y corrió al baño con la seguirdad de quien conocía la estancia. Sus constantes recorridos de ayer le habían permitido memorizar el dormitorio. Entró al baño cerrando con suavidad la puerta, se aseo y se vistió con rapidez para, finalmente, apollar sus manos sobre la pila y alzar la cabeza para contemplar sin ver el espejo que tenía frente a ella.
Pasó una mano por su pelo de seda, y respiró hondo, le gustaría poder volverse a mirar, comprobar como curaba su horrible marca roja del hombro, ver la lluvia golpear los cristales, los colores vivos, reflejar el fuego de una hoguera en el brillo de sus ojos, poder ver a los demás a la cara, saber lo que pensaba la gente con tan solo una mirada. Nego con la cabeza dejando que su pelo callese a sus lados, y acarició el espejo frente a ella antes de, con una suave caricia, alejarse y abrir la puerta.
Salió del cuarto y bajó al salón donde no se escuchaba más que el burbujeo de las cazuelas, había contado las escaleras y las puertas la noche anterior, ese pequeño ritual que le había permitido recordar el recorrido, era una pequeña salvación para la chica, el recordar esos pequeños detalles lograba evitara peligros inecesarios que, de otro modo, serían un auténtico riesgo para su nueva condición.
Fire, a su lado, habiendo despertado al tiempo que ella y esperado pacientemiente a que ella acabase, había descendido en su hombro. Keira recorrió el salón, primero acariciando la pared con la mano, olía a madera, vino y cerveza, comida casera y cantos perdidos, historias ocultas, chistes viejos y voces gruesas, ese era el aire que se respiraba en la taberna tranquila a esas oscuras y tempranas de la mañana. Cuando hubo entendido los límites de la taberna se dedico a recorrerla por el centro, entre las mesas y las sillas, hasta llegar a la barra despues de trazar todos los circuitos posibles y recordar todas y cada una de las posiciones.
Siguió la barra hasta la entrada y se metió en la cocina donde las cazuelas hervían, las sartenes chisporroteaban y el aroma a estofado, y pan recién hecho dejaba su exquisito sabor en el paladar. Los delicados pasos de Jenn y las pesadas pisadas de su marido sonaban apresuradas entre risas y trabajo.
- Buenos días.- saludó con una media sonrisa.- Gracias por lo de anoche, ¿os ayudo en algo?- dijo con calma.
- Oh querida, no es necesario, nosotros podemos....
- Jenn, soy ciega, pero no tonta, tengo inteligencia de sobra, he aprendido el trazado de las mesas, puedo seros de ayuda, por favor, no me hagas sentirme inutil, sabes que no soy una persona que no pueda hacer nada.- Le pidió a la mujer antes de que esta pudiera finalizar su frase.
- Jenn, la chica demostró lo que vale, dejala ayudar, si nos ayuda en el turno de mañanas y por la noche canta, pagará su cuarto con creces. - la apoyó el marido logrando sacar una sonrisa de la bailarina, le caía bien ese hombre.
- Está bien.- Escuchó suspirar a Jenn.- come algo y ayudanos, estarás de camarera.- Accedió.
- Gracias.- aceptó la bailarina mientras notaba el olor de un plato de estofado frente a ella.
En cuanto le dieron permiso, comenzó a comer y pronto estuvo de pie, con Fire en un rincón de la sala, ojo avizor, sirviendo los platos para los primeros en llegar a la posada antes de dirigirse a su empleo, moviendose con la soltura que la caracterizaba, solo cuando dejaba los platos se daban cuenta, los clientes, de su ceguera, quedandose sorprendidos y, en cierto modo, maravillados por su desenvoltura. Keira incluso llegó a sonreir, era la primera vez desde el día de la batalla que se sentía útil y capaz.
Despertó a la mañana siguiente, cuando el sol a penas se elevaba en el cielo y las nubes grises, que habían dejado de llorar horas antes, parecían volver a anunciar tormenta. Keira se sentó en la cama con ojos abiertos, sin poder contemplar la grisacea luz que pronto entraría por su ventana, dejando caer las sábanas hasta su cintura notando el frío del dormitorio con la chimenea apagada, donde solo quedaban cenizas de la pasada noche.
Notó el frio en la piel, golpenado su pecho, los brazos y todo aquello que no estuviera cubierto. Se cubrió despació, preocupada por el hombre que dormía a escasos metros de ella, y escuchó la respiración acompasada del otro extremo del cuarto. Pausada, baja, con algún suave ronquido, y suspiró aliviada, Gerrit estaba dormido.
Agachó la cabeza dejando que sus ondas castañas cubrieran su rostro ciego y su piel de marfil. Notó la caricia de su pelo sobre la fea herida del hombro y se llevó allí una mano, sosteniendo las mantas bajo sus brazos, sintiendo el frío en su espalda descubierta.
Con un nuevo suspiro, evitando pensar en esa fea marca, se levantó con, unicamente, la ropa interior, tomó la ropa del suelo y corrió al baño con la seguirdad de quien conocía la estancia. Sus constantes recorridos de ayer le habían permitido memorizar el dormitorio. Entró al baño cerrando con suavidad la puerta, se aseo y se vistió con rapidez para, finalmente, apollar sus manos sobre la pila y alzar la cabeza para contemplar sin ver el espejo que tenía frente a ella.
Pasó una mano por su pelo de seda, y respiró hondo, le gustaría poder volverse a mirar, comprobar como curaba su horrible marca roja del hombro, ver la lluvia golpear los cristales, los colores vivos, reflejar el fuego de una hoguera en el brillo de sus ojos, poder ver a los demás a la cara, saber lo que pensaba la gente con tan solo una mirada. Nego con la cabeza dejando que su pelo callese a sus lados, y acarició el espejo frente a ella antes de, con una suave caricia, alejarse y abrir la puerta.
Salió del cuarto y bajó al salón donde no se escuchaba más que el burbujeo de las cazuelas, había contado las escaleras y las puertas la noche anterior, ese pequeño ritual que le había permitido recordar el recorrido, era una pequeña salvación para la chica, el recordar esos pequeños detalles lograba evitara peligros inecesarios que, de otro modo, serían un auténtico riesgo para su nueva condición.
Fire, a su lado, habiendo despertado al tiempo que ella y esperado pacientemiente a que ella acabase, había descendido en su hombro. Keira recorrió el salón, primero acariciando la pared con la mano, olía a madera, vino y cerveza, comida casera y cantos perdidos, historias ocultas, chistes viejos y voces gruesas, ese era el aire que se respiraba en la taberna tranquila a esas oscuras y tempranas de la mañana. Cuando hubo entendido los límites de la taberna se dedico a recorrerla por el centro, entre las mesas y las sillas, hasta llegar a la barra despues de trazar todos los circuitos posibles y recordar todas y cada una de las posiciones.
Siguió la barra hasta la entrada y se metió en la cocina donde las cazuelas hervían, las sartenes chisporroteaban y el aroma a estofado, y pan recién hecho dejaba su exquisito sabor en el paladar. Los delicados pasos de Jenn y las pesadas pisadas de su marido sonaban apresuradas entre risas y trabajo.
- Buenos días.- saludó con una media sonrisa.- Gracias por lo de anoche, ¿os ayudo en algo?- dijo con calma.
- Oh querida, no es necesario, nosotros podemos....
- Jenn, soy ciega, pero no tonta, tengo inteligencia de sobra, he aprendido el trazado de las mesas, puedo seros de ayuda, por favor, no me hagas sentirme inutil, sabes que no soy una persona que no pueda hacer nada.- Le pidió a la mujer antes de que esta pudiera finalizar su frase.
- Jenn, la chica demostró lo que vale, dejala ayudar, si nos ayuda en el turno de mañanas y por la noche canta, pagará su cuarto con creces. - la apoyó el marido logrando sacar una sonrisa de la bailarina, le caía bien ese hombre.
- Está bien.- Escuchó suspirar a Jenn.- come algo y ayudanos, estarás de camarera.- Accedió.
- Gracias.- aceptó la bailarina mientras notaba el olor de un plato de estofado frente a ella.
En cuanto le dieron permiso, comenzó a comer y pronto estuvo de pie, con Fire en un rincón de la sala, ojo avizor, sirviendo los platos para los primeros en llegar a la posada antes de dirigirse a su empleo, moviendose con la soltura que la caracterizaba, solo cuando dejaba los platos se daban cuenta, los clientes, de su ceguera, quedandose sorprendidos y, en cierto modo, maravillados por su desenvoltura. Keira incluso llegó a sonreir, era la primera vez desde el día de la batalla que se sentía útil y capaz.
Keira Brabery
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Re: Neblina [Interpretativo] [Privado, Keira Bravery] [CERRADO]
Ni los ruidos del salón de abajo ni la poca luz que pasaba através de la ventana habían conseguido despertarme de mi largo sueño, quien lo hizo fue un aroma a pan recién sacado del horno proveniente, seguramente, de la cocina. Tenía hambre. Lo único que comí del día anteiror fue lo poco que me había obligado a ingerir del guiso de Jenn a la hora de la cena; la comida me la salté por falta de aeros en mi bolsillo.
Me levanté a duras penas de la cama, ni me fijé dónde estaba ni en la otra cama de al lado ya vacía. Tenía una de las jaquecas más grandes de las que recordaba en mi vida; cuanto más cosas de mi entorno veía, más y más daño me hacía la cabeza.
-No debí tomar tantos vasos de whisky.- Me lamenté poniéndome una mano en la cabeza mientras con la otra me apoyaba en la cabecera de la cama para no caer al suelo.
Algo semejante durante la noche mientras estaba sentado en la barra del Pony Trotador y Tom me ponía una nueva botella de whisky por delante. Entonces Tom, tal vez para mantenerme despierto y que no perdiera el conocimento o tal vez porque no quería que siguiera bebiendo más, charló durante horas y horas conmigo. Miles de palabras salieron de su boca, demasiadas para mi gusto, pero de ellas solo conseguía recordar tres: “¿Mal de amores?” Fue una pregunta, o eso me parecía que era, tampoco lo recordaba con claridad. “Mal de odios más bien” Recordaba haberle respondido con cierta vagueza como si no me importase lo que un tabernero pensase de mí. Toda la noche fue así, él hablaba y hablaba, preguntaba y preguntaba y yo le intentaba responder lo más seco y frío que pudiera por tal de que se fuera. Pero no se fue.
-Mal de odios.- Repetí mirando la otra cama de la habitación esperando encontrarme a la causante de esos “odios”. Pero nadie estaba acostado en ella. La cama estaba vacía, vacía y deshecha.
Si llegaba a saber que desaparecería tan fácilmente no hubiera bebido para olvidar. Ya no tendría que ir más detrás de la zorra de fuego para vigilarla como un vulgar guarda ni tendría que estar levantándola del suelo cada vez que se cayera. Se acabó. Ya no había ninguna Keira mal criada que me dijera qué tenía que hacer y qué no ni que me lanzase bolas de fuego cada vez que dijera algo que no le gustase ni que me llamase capullo ni idiota cada vez que le viniera en gana. Se acabó. Mi mal de odios se fue, y menos mal que se fue.
Con paso lento y algo mareado por la resaca, fui hacia las ventanas, las abrí de par en par y me quedé contrmaplando la lejanía como si, de repente, esperase ver a Keira entre las calles de Dundarak. No la vi. No sabía si quello fue una mala o buena señal. Pronto, empecé a fijarme más en las nubes del cielo que en las calles de tierra. La luz naranja del amanecer se mezclaba con unos nuevos nubarrones que amenazaban a toda la ciudad de los dragones con una tormenta más grande de la que pasó la noche anterior. El aire entraba por la ventaba era seco y frío al mismo tiempo. No por nada, muchos en Lunargenta, llamaban a las tierras del Norte “El desierto helado”. El frío lo podía soportar bien siempre y cuando estuviera mentalizado, pero la sequedad del aire de tormenta era otra historia muy diferente. Estaba sudando y, a la vez, tenía mucho frío. Era una sensación rara a la que poco estaba acostumbrado. Cerré las ventanas olvidando las falsas esperanzas que tenía de ver a Keira y a su halcón rondando las calles de Dundarak.
Con un leve suspiro y algo más calmado, fui hacia el aseo colindante a la habitación. El agua caliente, al igual que el aroma a pan recién horneado, eran dos lujos que desde hacía más de tres años, poco había podido disfrutar. No dude en tomarme una ducha, no solo por lo sudado que estaba ni porque un buen baño me ayudaría a calmar la resaca, aunque eran motivos por los cuales me metí en la tina, no eran ni por asomo la razón principal: En algún lugar del interior de mi mente, quería volver a sentir lo que sentí cuando vi a la bruja ducharse. Tal vez esa sería la solución para curar la maldición de la mariposa dorada que asolaba mi polla.
Me tomé veinte largos minutos en bañarme, asearme y relajarme en la bañera hasta que se me pasase la resaca. Lo conseguí, el dolor se calmó hasta el punto que solo era un ligero pinchazo en mi cabeza. Lo que no conseguí fue sentir lo mismo que durante la noche. “Mal de odios”. Volví a pensar a la vez que daba una fuerte palmada contra el agua de la bañera.
Tras vestirme con las mismas ropas con las que había llegado al Pony Trotador, abandoné la habitación y bajé a la gran sala principal de la posada. A un lado estaba la barra llena de platos con el desayuno a punto de servir, no dudé en coger una hogaza de pan recién hecho, ese que olía tan bien, de uno de los platos cuando nadie miraba; en el otro lado estaban las mesas con todos aquellos que se habían quedado en la posada durante la tormenta, tanto músico como ciudadanos de Dundarak; y entre las mesas estaba ella.
No debería caminar tan rápido, hay muchos obstáculos y mucha gente con malas intenciones con la que se podía tropezar. Era demasiado peligroso, en su estado no debería moverse tanto. Pero, aun así, lo hacía. Caminaba casi con una danza entre las mesas de la posada sirviendo cada una de las bandejas que tenía sobre el brazo. No caía ni tampoco daba pena. Eso estaba bien. No pude evitar sonreir mientras la veía. ¿Ya me podía ir? Ya había hecho mi buena labor del año al ayudarla, se veía que no me necesitaba. Podía irme de esta maldita ciudad, irme al lugar de donde había venido y dejarla de una vez por siempre. Eso estaría bien, estaría muy bien. Era lo que quería. Pero solo la idea me hacía sentir triste. Si me iba volvería a vagar de un lado a otro sin hacer nada, sin ver nada y sin sentir nada. ¿Era eso lo que quería?
Me levanté a duras penas de la cama, ni me fijé dónde estaba ni en la otra cama de al lado ya vacía. Tenía una de las jaquecas más grandes de las que recordaba en mi vida; cuanto más cosas de mi entorno veía, más y más daño me hacía la cabeza.
-No debí tomar tantos vasos de whisky.- Me lamenté poniéndome una mano en la cabeza mientras con la otra me apoyaba en la cabecera de la cama para no caer al suelo.
Algo semejante durante la noche mientras estaba sentado en la barra del Pony Trotador y Tom me ponía una nueva botella de whisky por delante. Entonces Tom, tal vez para mantenerme despierto y que no perdiera el conocimento o tal vez porque no quería que siguiera bebiendo más, charló durante horas y horas conmigo. Miles de palabras salieron de su boca, demasiadas para mi gusto, pero de ellas solo conseguía recordar tres: “¿Mal de amores?” Fue una pregunta, o eso me parecía que era, tampoco lo recordaba con claridad. “Mal de odios más bien” Recordaba haberle respondido con cierta vagueza como si no me importase lo que un tabernero pensase de mí. Toda la noche fue así, él hablaba y hablaba, preguntaba y preguntaba y yo le intentaba responder lo más seco y frío que pudiera por tal de que se fuera. Pero no se fue.
-Mal de odios.- Repetí mirando la otra cama de la habitación esperando encontrarme a la causante de esos “odios”. Pero nadie estaba acostado en ella. La cama estaba vacía, vacía y deshecha.
Si llegaba a saber que desaparecería tan fácilmente no hubiera bebido para olvidar. Ya no tendría que ir más detrás de la zorra de fuego para vigilarla como un vulgar guarda ni tendría que estar levantándola del suelo cada vez que se cayera. Se acabó. Ya no había ninguna Keira mal criada que me dijera qué tenía que hacer y qué no ni que me lanzase bolas de fuego cada vez que dijera algo que no le gustase ni que me llamase capullo ni idiota cada vez que le viniera en gana. Se acabó. Mi mal de odios se fue, y menos mal que se fue.
Con paso lento y algo mareado por la resaca, fui hacia las ventanas, las abrí de par en par y me quedé contrmaplando la lejanía como si, de repente, esperase ver a Keira entre las calles de Dundarak. No la vi. No sabía si quello fue una mala o buena señal. Pronto, empecé a fijarme más en las nubes del cielo que en las calles de tierra. La luz naranja del amanecer se mezclaba con unos nuevos nubarrones que amenazaban a toda la ciudad de los dragones con una tormenta más grande de la que pasó la noche anterior. El aire entraba por la ventaba era seco y frío al mismo tiempo. No por nada, muchos en Lunargenta, llamaban a las tierras del Norte “El desierto helado”. El frío lo podía soportar bien siempre y cuando estuviera mentalizado, pero la sequedad del aire de tormenta era otra historia muy diferente. Estaba sudando y, a la vez, tenía mucho frío. Era una sensación rara a la que poco estaba acostumbrado. Cerré las ventanas olvidando las falsas esperanzas que tenía de ver a Keira y a su halcón rondando las calles de Dundarak.
Con un leve suspiro y algo más calmado, fui hacia el aseo colindante a la habitación. El agua caliente, al igual que el aroma a pan recién horneado, eran dos lujos que desde hacía más de tres años, poco había podido disfrutar. No dude en tomarme una ducha, no solo por lo sudado que estaba ni porque un buen baño me ayudaría a calmar la resaca, aunque eran motivos por los cuales me metí en la tina, no eran ni por asomo la razón principal: En algún lugar del interior de mi mente, quería volver a sentir lo que sentí cuando vi a la bruja ducharse. Tal vez esa sería la solución para curar la maldición de la mariposa dorada que asolaba mi polla.
Me tomé veinte largos minutos en bañarme, asearme y relajarme en la bañera hasta que se me pasase la resaca. Lo conseguí, el dolor se calmó hasta el punto que solo era un ligero pinchazo en mi cabeza. Lo que no conseguí fue sentir lo mismo que durante la noche. “Mal de odios”. Volví a pensar a la vez que daba una fuerte palmada contra el agua de la bañera.
Tras vestirme con las mismas ropas con las que había llegado al Pony Trotador, abandoné la habitación y bajé a la gran sala principal de la posada. A un lado estaba la barra llena de platos con el desayuno a punto de servir, no dudé en coger una hogaza de pan recién hecho, ese que olía tan bien, de uno de los platos cuando nadie miraba; en el otro lado estaban las mesas con todos aquellos que se habían quedado en la posada durante la tormenta, tanto músico como ciudadanos de Dundarak; y entre las mesas estaba ella.
No debería caminar tan rápido, hay muchos obstáculos y mucha gente con malas intenciones con la que se podía tropezar. Era demasiado peligroso, en su estado no debería moverse tanto. Pero, aun así, lo hacía. Caminaba casi con una danza entre las mesas de la posada sirviendo cada una de las bandejas que tenía sobre el brazo. No caía ni tampoco daba pena. Eso estaba bien. No pude evitar sonreir mientras la veía. ¿Ya me podía ir? Ya había hecho mi buena labor del año al ayudarla, se veía que no me necesitaba. Podía irme de esta maldita ciudad, irme al lugar de donde había venido y dejarla de una vez por siempre. Eso estaría bien, estaría muy bien. Era lo que quería. Pero solo la idea me hacía sentir triste. Si me iba volvería a vagar de un lado a otro sin hacer nada, sin ver nada y sin sentir nada. ¿Era eso lo que quería?
Gerrit Nephgerd
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Re: Neblina [Interpretativo] [Privado, Keira Bravery] [CERRADO]
Sentirse util tras esos días de incertidumbre la hacía estar de bastante buen humor, ni cuando podía ver se había sentido de ese modo, no en muchos años. Mientras servía las mesas con cuidado de no tropezar, el recuerdo de una Fire diminuta, herida pero luchadora entre sus brazos, mientras ella le curaba las feas heridas, llegó a su mente, cierto, no se había sentido tan últi y viva desde que logró salvar a su pequeña halcón, que en ese instante la custodiaba desde la barra.
Paseaba tarareando entre las mesas, de buen humor a pesar del inmenso esfuerzo que le suponía cada uno de los pasos que daba. Lo cierto era que, muy a pesar de su apariencia tranquila, se encontraba algo perdida, y, si alguien se fijaba bien, podría distinguir un extraño patrón que seguía al moverse, y es que, cuando perdía su posición, caminaba hasta con dar una pared y caminaba acarciandola hasta que se resituaba.
En ese momento ya había logrado encontrar un patrón de voces para guiarse, logrando perderse menos, en la esquina derecha, las mesas se componían, una por obreros de voces gruesas, sabía de su profesión por el aroma a madera, ladrillo y sudor así como por su conversación sobre la construcción de una estátua en la casa de un noble. En la esquina izquierda encontraba a un grupo de artesanos, cada cual de su profesión, protestando del poco jornal que ganaban con sus talleres. La mesa que menos le gustaba, se encontraba junto a las escaleras, un grupo de borrachos, que olían fuertemente a alcohol reían fuertemente.
La que llevaba en las manos era la quinta bandeja de pintas que le habían pedido, y a cada ronda se había acercado con más cautela y menos ganas, su rostro, que había empezado bastante coridial para ella, había ido tornandose serio, frío y altivo a cada ronda pedida. Caminaba manteniendo su equilibrio dando gracias a sus entrenamientos de bailarina, tantas vueltas habían logrado que supiera aguantar de pie.
Se paró frente a la mesa y comenzó a dejar las jarras de cerveza con cuidado de no derramar una sola gota. Solo le quedaba una cuando notó un golpe en el trasero y se puso pálida, las risas de los tipos de la mesa comenzaron a sonar, y la rabia le subio por la garganta, el golpe había venido de su derecha, eso lo sabía. Sonrió y tomó la última jarra como si no hubiera sucedido nada para, en lugar de dejarla sobre la mesa, vaciarla sobre el tipo que había puesto una mano en su cuerpo.
- Vaya, lo siento, no calculo bien.- se disculpó falsamente, con gesto serio y arrogante, ante el silencio sorprendido y furioso de los tipos de la mesa.
Keira hizo el amago de irse, estaba cansada de tanto tiempo sirviendo, y no quería que su mal humor provocase más molestias a Jenn y su marido, sin embargo, cuando escuchó el sonido de la silla golpear el suelo, se giró con la bandeja en una mano y escuchó atentamente las protestas del asqueroso.
- Tu, guarra.- escupió él de la vz gangosa.
- Guarra lo será tu madre.- fue la respuesta de una Keira seria y de cejo fruncido.- No eres nadie para ponerme una mano encima, agradece que solo te haya tirado la bebida y no te haya roto la jarra en la cara, capullo.- contestó antes de volverse a dirigir hacia la barra.
Notó como los pasos la seguían, torpes, rabiosos, rápidos. no iba a achantarse, no podía provocar un incendio, pero nadie le prohibía darle un susto al idiota ese. alzó las manos y creó pequeñas llamas en sus dedos girandose a enfrentar al tipo dejando que su falda volase al rededor de sus piernas, las llamas llegaron a su mano y se convirtieron en una sola que se volvió de un precioso color azulado. Su especialidad, fuego frío.
No volvería a ofrecerse a servir mesas, no si había borrachos asquerosos cerca. Había perdido su puntería y el miedo de que la llama no fuera azul acudió a ella en ese momento, ella no sabía solo por el tacto si su fuego quemaba o no, ya que ella no solía quemarse, el reuerdo de las llamas del dragón, que la hirieron y de aquellas que ella creía que iban a matarla, pero que, en cambio, se arremolinaron a su alrededor como seda, llegó a su cabeza, paralizandola, aun con su cara estóica, si sus ojos hubieran tenido el brillo de antes, se habría visto claramente su desesperación.
Temía un siguiente golpe que, tal vez, no fuera a ser capaz de esquivar. ¿Dónde estaría el grandullón de la otra noche cuando se le necesitaba? Tal vez el chico fuera igual de inoportuno que su "amigo rubio". Como en algún momento había oido llamar a Vin a Neph.
Paseaba tarareando entre las mesas, de buen humor a pesar del inmenso esfuerzo que le suponía cada uno de los pasos que daba. Lo cierto era que, muy a pesar de su apariencia tranquila, se encontraba algo perdida, y, si alguien se fijaba bien, podría distinguir un extraño patrón que seguía al moverse, y es que, cuando perdía su posición, caminaba hasta con dar una pared y caminaba acarciandola hasta que se resituaba.
En ese momento ya había logrado encontrar un patrón de voces para guiarse, logrando perderse menos, en la esquina derecha, las mesas se componían, una por obreros de voces gruesas, sabía de su profesión por el aroma a madera, ladrillo y sudor así como por su conversación sobre la construcción de una estátua en la casa de un noble. En la esquina izquierda encontraba a un grupo de artesanos, cada cual de su profesión, protestando del poco jornal que ganaban con sus talleres. La mesa que menos le gustaba, se encontraba junto a las escaleras, un grupo de borrachos, que olían fuertemente a alcohol reían fuertemente.
La que llevaba en las manos era la quinta bandeja de pintas que le habían pedido, y a cada ronda se había acercado con más cautela y menos ganas, su rostro, que había empezado bastante coridial para ella, había ido tornandose serio, frío y altivo a cada ronda pedida. Caminaba manteniendo su equilibrio dando gracias a sus entrenamientos de bailarina, tantas vueltas habían logrado que supiera aguantar de pie.
Se paró frente a la mesa y comenzó a dejar las jarras de cerveza con cuidado de no derramar una sola gota. Solo le quedaba una cuando notó un golpe en el trasero y se puso pálida, las risas de los tipos de la mesa comenzaron a sonar, y la rabia le subio por la garganta, el golpe había venido de su derecha, eso lo sabía. Sonrió y tomó la última jarra como si no hubiera sucedido nada para, en lugar de dejarla sobre la mesa, vaciarla sobre el tipo que había puesto una mano en su cuerpo.
- Vaya, lo siento, no calculo bien.- se disculpó falsamente, con gesto serio y arrogante, ante el silencio sorprendido y furioso de los tipos de la mesa.
Keira hizo el amago de irse, estaba cansada de tanto tiempo sirviendo, y no quería que su mal humor provocase más molestias a Jenn y su marido, sin embargo, cuando escuchó el sonido de la silla golpear el suelo, se giró con la bandeja en una mano y escuchó atentamente las protestas del asqueroso.
- Tu, guarra.- escupió él de la vz gangosa.
- Guarra lo será tu madre.- fue la respuesta de una Keira seria y de cejo fruncido.- No eres nadie para ponerme una mano encima, agradece que solo te haya tirado la bebida y no te haya roto la jarra en la cara, capullo.- contestó antes de volverse a dirigir hacia la barra.
Notó como los pasos la seguían, torpes, rabiosos, rápidos. no iba a achantarse, no podía provocar un incendio, pero nadie le prohibía darle un susto al idiota ese. alzó las manos y creó pequeñas llamas en sus dedos girandose a enfrentar al tipo dejando que su falda volase al rededor de sus piernas, las llamas llegaron a su mano y se convirtieron en una sola que se volvió de un precioso color azulado. Su especialidad, fuego frío.
- Fuego azul:
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No volvería a ofrecerse a servir mesas, no si había borrachos asquerosos cerca. Había perdido su puntería y el miedo de que la llama no fuera azul acudió a ella en ese momento, ella no sabía solo por el tacto si su fuego quemaba o no, ya que ella no solía quemarse, el reuerdo de las llamas del dragón, que la hirieron y de aquellas que ella creía que iban a matarla, pero que, en cambio, se arremolinaron a su alrededor como seda, llegó a su cabeza, paralizandola, aun con su cara estóica, si sus ojos hubieran tenido el brillo de antes, se habría visto claramente su desesperación.
Temía un siguiente golpe que, tal vez, no fuera a ser capaz de esquivar. ¿Dónde estaría el grandullón de la otra noche cuando se le necesitaba? Tal vez el chico fuera igual de inoportuno que su "amigo rubio". Como en algún momento había oido llamar a Vin a Neph.
Keira Brabery
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Re: Neblina [Interpretativo] [Privado, Keira Bravery] [CERRADO]
TEMA PAUSADO (relaja las tetas Keira que Gerrit solo descansa)
Sarez
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Re: Neblina [Interpretativo] [Privado, Keira Bravery] [CERRADO]
Involuntariamente estaba haciendo un esfuerzo por quedarme en el Pony Trotador. No me daba o no quería darme cuenta de aquello pero lo estaba haciendo. Una excusa era tan buena como otra. Ya fuera buscar al camarero que el día anterior me sirvió alcohol hasta que me caí rendido para pagarle lo que le debiese (como si alguna vez había pagado a alguien) o esperar a que Jenn apareciese de algún lugar para despedirme de ella con un: “hasta la próxima vez que me des cobijo y alimento gratis”. No importaba que excusa barata utilizase mi cerebro para quedarse en el Pony Trotador; todas eran falsas y, en un pequeño recoveco de mi cabeza, sabía que lo eran.
Antes de dar un segundo mordisco a la hogaza de pan, busqué entre la mesa del desayuno un frasco de mantequilla para untar. Eso también fue para ganar tiempo y poder seguir viéndola. Ni siquiera cuando encontré la mantequilla y con un cuchillo la untaba en el pan dejé de vigilarla por el rabillo del ojo. Me sentía como un acosador sin malos motivos. Sin ningún motivo, mejor dicho. Si hubiera un motivo por el que no dejaba de mirar a la amargada y odiosa Keira, yo no sabía cuál era.
Todavía no me había terminado de comer el pan cuando me di cuenta que no era el único que no le quitaba el ojo de encima. Había unos tipos entre los ciudadanos que se quedaron en la posada a resguardo de la tormenta que miraban ociosamente a la bruja ciega. Estos sí tenían un motivo para mirarla; motivo por el cual se les caían las babas. ¡Qué asco daban! No era yo, precisamente, el más adecuado para defender a las mujeres. Las he usado para beneficio propio centenares de veces. Si lo pensaba bien, Keira era la llave por la cual no tuve que pagarle nada a Jenn. Aun así, viendo al ver a estos hombres, no dejaba de preguntarme si de verdad eran hombres o eran animales disfrazados.
En total, ellos eran cuatro. Los bauticé mentalmente bajo los nombres de Cerdo, Hipopótamo, Mono y Ganso. Cada nombre hacía alusión a la característica que más destacaba en ellos: Cerdo la nariz grande y chata, Hipopótamo la gran barriga, Mono la gran boca sonriente y Ganso el cuello que lo estiraba todo cuanto podía para estar más cerca del culo de Keira. Eran buenos nombres, cada segundo que pasaba desde que se los puse estaba más convencido de ello.
Fue Mono quien dio una palmada en el trasero de la bruja y luego Cerdo quien gruñó para defender a su amigo. Se lo estaban pasando pipa esos cuatro con la bruja. En respuesta, Keira hizo gala de su sobresaliente talente y entró en el juego de los cuatros asquerosos. Idiota. ¿Es que no se daba cuenta que ellos eran cuatro hombres armados y ella una única mujer ciega? Su contestación, por muy fuerte que hubiera sido, solo desencadenó más risas.
Keira parecía que lo iba a dejar pasar y se dirigió, con torpes pasos a la barra. Yo no lo dejé pasar. Un vez me terminé el pan cogí un plátano, obviamente en honor a Mono, de la mesa del desayuno pero no lo abrí. Aun no.
Todo ocurrió tan rápido que ni siquiera pude ser capaz de ver cómo ocurrió. Si la bruja estaba yendo hacia a la barra, ¿cómo era posible que justo un segundo después estuviera de frente a los cuatro tipos con unas llamas en sus manos? Me equivoqué. Ella se tenía que vengar. Claro que sí; era Keira Bravery, la venganza es su pan de cada día. El fuego azul salió de las manos de la bruja hacia los tipos, falló. Ahora sí que iba a hacernos pagar Jenn. El fuego azul dio directo a las cortinas verdes de la taberna y éstas ardieron al instante. Doble idiota para Keira, primero entra en el juego de los cuatro asquerosos y luego se pone a lanzar fuego sin poder dónde lanza.
-¡Un incendio!- Para aquellos ignorantes que todavía no se habían dado cuenta de lo que ocurría a su alrededor, existía la gente que no dejaba de repetir lo que era obvio hasta la ciega. -¡Un incendio, un incendio!-
Exagerados. Como mucho eran dos cortinas envueltas en llamas, unas pocas sillas coronadas con el fuego azul, una mesa que servía llamas, cuatro personas que se resistían a reír, ocho buscando cubos de agua y una ciega, en mitad del caos, a punto de llorar. Bien, llegó la hora de usar el plátano.
Dejé la mesa de desayuno y empecé a caminar hacia el caos a medida que pelaba el plátano. Lentamente y, mordisco a mordisco, fui avanzando como si ya estuviera acostumbrado a situaciones de ese estilo. En cierto modo lo estaba. Samhaim decía que quienes entran en el fuego son aquellos que ya se han quemado en él. Era por ese motivo que usaba su control sobre el fuego para quemar a sus compañeros para que no tuvieran miedo. Era listo, pues hacia hechizos que dañaban pero cuyas cicatrices desaparecían al cabo de unos meses. Si llamas dejasen marcas, yo hubiera perdido mi atractivo muchos años atrás.
Pronto, me di cuenta que si resistía tan bien el fuego no era por los entrenamientos de Sam sino porque allí no había ningún fuego. Había un mar de llamas azules, eso sí, pero no era más que una ilusión provocada por la magia de Keira. Bien visto Keira, pero eso no le quitaba ser la doble idiota que era.
Me acerqué primero a los cuatro asquerosos. Mono presidía ante ellos con un cubo de agua que había cogido de la cocina pero le costaba tirarlo a las llamas. Nada más estuve lo suficiente cerca de él, estampé la piel de plátano en su cara con tanta fuerza que le tiré al suelo. Hipopótamo y Cerdo se pusieron delante de mí con cara de asombro, Ganso estaba detrás de mí y había sacado un puñal con el que me apuntaba.
-Calma amigos.- Dije al mismo tiempo que levantaba las manos en un falso gesto de paz- Solo ofrecía a vuestro compañero con cara de simio un plátano que comer.-
Fue una buena broma pero no les hizo gracia. Mono se levantaba del suelo en el mismo momento en que le frío filo del puñal de Ganso me pinchó la espalda. Ganso no me quiso herir, ni la más mínima gota de sangre brotó de mi espalda, él solo me amenazaba con una promesa de una paliza por parte de los cuatro al mismo tiempo. Sabía muy bien cómo actuaban esta clase de personas, yo actuaba igual.
Mi pequeña daga, la Rompecorazones que guardaba en el bolsillo de mi pantalón, voló sin que nadie la tocase y se clavó en la palma de la mano de Ganso. Su puñal lo soltó en ese mismo instante.
-Podría hacer leña del árbol caído y reírme de vosotros.- A la vez que hablaba, controlaba con la telequinesis ambos cuchillos para que volasen dando círculos alrededor de mí. - Estáis de suerte que tenga cosas más importantes que hacer.-
Me di la vuelta, dando la espalda a un Mono con la cara seria que fijo que estaría pensando en multitud de maldiciones especiales para mí, un Cerdo que gruñía cosas sin sentido, un Hipopótamo que me miraba sorprendido a medida que sacaba vendas de su mochila para curar a su compañero y un Ganso con un gran agujero en la palma de su mano derecha. Tuvieron suerte, si no tuviera cosas más importantes que hacer hubieran acabado mucho peor.
Al llegar a la barra me puse en cuchillas al lado de Keira. El fuego ilusorio estaba ya casi extinto y nadie se había fijado todavía en los aullidos de Ganso.
-¿No es maravilloso?- Dije sin disimular el tono burlón que tanto me caracterizaba. - Somos tan buenos que damos calor a los hombres fríos del norte.- En cuanto terminé mi mala broma, pasé mi brazo detrás de los hombros de la bruja y volví a hablar con una voz más lenta y tranquila. - Venga, salgamos de aquí que ya hemos suficiente.-
Antes de dar un segundo mordisco a la hogaza de pan, busqué entre la mesa del desayuno un frasco de mantequilla para untar. Eso también fue para ganar tiempo y poder seguir viéndola. Ni siquiera cuando encontré la mantequilla y con un cuchillo la untaba en el pan dejé de vigilarla por el rabillo del ojo. Me sentía como un acosador sin malos motivos. Sin ningún motivo, mejor dicho. Si hubiera un motivo por el que no dejaba de mirar a la amargada y odiosa Keira, yo no sabía cuál era.
Todavía no me había terminado de comer el pan cuando me di cuenta que no era el único que no le quitaba el ojo de encima. Había unos tipos entre los ciudadanos que se quedaron en la posada a resguardo de la tormenta que miraban ociosamente a la bruja ciega. Estos sí tenían un motivo para mirarla; motivo por el cual se les caían las babas. ¡Qué asco daban! No era yo, precisamente, el más adecuado para defender a las mujeres. Las he usado para beneficio propio centenares de veces. Si lo pensaba bien, Keira era la llave por la cual no tuve que pagarle nada a Jenn. Aun así, viendo al ver a estos hombres, no dejaba de preguntarme si de verdad eran hombres o eran animales disfrazados.
En total, ellos eran cuatro. Los bauticé mentalmente bajo los nombres de Cerdo, Hipopótamo, Mono y Ganso. Cada nombre hacía alusión a la característica que más destacaba en ellos: Cerdo la nariz grande y chata, Hipopótamo la gran barriga, Mono la gran boca sonriente y Ganso el cuello que lo estiraba todo cuanto podía para estar más cerca del culo de Keira. Eran buenos nombres, cada segundo que pasaba desde que se los puse estaba más convencido de ello.
Fue Mono quien dio una palmada en el trasero de la bruja y luego Cerdo quien gruñó para defender a su amigo. Se lo estaban pasando pipa esos cuatro con la bruja. En respuesta, Keira hizo gala de su sobresaliente talente y entró en el juego de los cuatros asquerosos. Idiota. ¿Es que no se daba cuenta que ellos eran cuatro hombres armados y ella una única mujer ciega? Su contestación, por muy fuerte que hubiera sido, solo desencadenó más risas.
Keira parecía que lo iba a dejar pasar y se dirigió, con torpes pasos a la barra. Yo no lo dejé pasar. Un vez me terminé el pan cogí un plátano, obviamente en honor a Mono, de la mesa del desayuno pero no lo abrí. Aun no.
Todo ocurrió tan rápido que ni siquiera pude ser capaz de ver cómo ocurrió. Si la bruja estaba yendo hacia a la barra, ¿cómo era posible que justo un segundo después estuviera de frente a los cuatro tipos con unas llamas en sus manos? Me equivoqué. Ella se tenía que vengar. Claro que sí; era Keira Bravery, la venganza es su pan de cada día. El fuego azul salió de las manos de la bruja hacia los tipos, falló. Ahora sí que iba a hacernos pagar Jenn. El fuego azul dio directo a las cortinas verdes de la taberna y éstas ardieron al instante. Doble idiota para Keira, primero entra en el juego de los cuatro asquerosos y luego se pone a lanzar fuego sin poder dónde lanza.
-¡Un incendio!- Para aquellos ignorantes que todavía no se habían dado cuenta de lo que ocurría a su alrededor, existía la gente que no dejaba de repetir lo que era obvio hasta la ciega. -¡Un incendio, un incendio!-
Exagerados. Como mucho eran dos cortinas envueltas en llamas, unas pocas sillas coronadas con el fuego azul, una mesa que servía llamas, cuatro personas que se resistían a reír, ocho buscando cubos de agua y una ciega, en mitad del caos, a punto de llorar. Bien, llegó la hora de usar el plátano.
Dejé la mesa de desayuno y empecé a caminar hacia el caos a medida que pelaba el plátano. Lentamente y, mordisco a mordisco, fui avanzando como si ya estuviera acostumbrado a situaciones de ese estilo. En cierto modo lo estaba. Samhaim decía que quienes entran en el fuego son aquellos que ya se han quemado en él. Era por ese motivo que usaba su control sobre el fuego para quemar a sus compañeros para que no tuvieran miedo. Era listo, pues hacia hechizos que dañaban pero cuyas cicatrices desaparecían al cabo de unos meses. Si llamas dejasen marcas, yo hubiera perdido mi atractivo muchos años atrás.
Pronto, me di cuenta que si resistía tan bien el fuego no era por los entrenamientos de Sam sino porque allí no había ningún fuego. Había un mar de llamas azules, eso sí, pero no era más que una ilusión provocada por la magia de Keira. Bien visto Keira, pero eso no le quitaba ser la doble idiota que era.
Me acerqué primero a los cuatro asquerosos. Mono presidía ante ellos con un cubo de agua que había cogido de la cocina pero le costaba tirarlo a las llamas. Nada más estuve lo suficiente cerca de él, estampé la piel de plátano en su cara con tanta fuerza que le tiré al suelo. Hipopótamo y Cerdo se pusieron delante de mí con cara de asombro, Ganso estaba detrás de mí y había sacado un puñal con el que me apuntaba.
-Calma amigos.- Dije al mismo tiempo que levantaba las manos en un falso gesto de paz- Solo ofrecía a vuestro compañero con cara de simio un plátano que comer.-
Fue una buena broma pero no les hizo gracia. Mono se levantaba del suelo en el mismo momento en que le frío filo del puñal de Ganso me pinchó la espalda. Ganso no me quiso herir, ni la más mínima gota de sangre brotó de mi espalda, él solo me amenazaba con una promesa de una paliza por parte de los cuatro al mismo tiempo. Sabía muy bien cómo actuaban esta clase de personas, yo actuaba igual.
Mi pequeña daga, la Rompecorazones que guardaba en el bolsillo de mi pantalón, voló sin que nadie la tocase y se clavó en la palma de la mano de Ganso. Su puñal lo soltó en ese mismo instante.
-Podría hacer leña del árbol caído y reírme de vosotros.- A la vez que hablaba, controlaba con la telequinesis ambos cuchillos para que volasen dando círculos alrededor de mí. - Estáis de suerte que tenga cosas más importantes que hacer.-
Me di la vuelta, dando la espalda a un Mono con la cara seria que fijo que estaría pensando en multitud de maldiciones especiales para mí, un Cerdo que gruñía cosas sin sentido, un Hipopótamo que me miraba sorprendido a medida que sacaba vendas de su mochila para curar a su compañero y un Ganso con un gran agujero en la palma de su mano derecha. Tuvieron suerte, si no tuviera cosas más importantes que hacer hubieran acabado mucho peor.
Al llegar a la barra me puse en cuchillas al lado de Keira. El fuego ilusorio estaba ya casi extinto y nadie se había fijado todavía en los aullidos de Ganso.
-¿No es maravilloso?- Dije sin disimular el tono burlón que tanto me caracterizaba. - Somos tan buenos que damos calor a los hombres fríos del norte.- En cuanto terminé mi mala broma, pasé mi brazo detrás de los hombros de la bruja y volví a hablar con una voz más lenta y tranquila. - Venga, salgamos de aquí que ya hemos suficiente.-
Gerrit Nephgerd
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