Sorbos de Amor +18 [Libre][2/2][Cerrado]
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Desde que la puta maldición se instaló en mi entrepierna, pocas cosas me quedaban en las ciudades para entretenerme. Por lo menos antes podía pasar el tiempo con una mujer para olvidar mi desagradable pasado. Si algo había aprendido durante estos últimos años era que los coños eran mucho mejor anestesiante que cualquier medicina de los curanderos. Mientras estaba con una mujer era capaz de olvidarme todo cuanto cargaba en mi espalda. Todas las atrocidades que hice, la traición de Samhain, mis hermanos muriendo uno a uno a manos de los elfos… por olvidar conseguía olvidar incluso a mi maldito padre. Cuando una mujer estaba encima mía, no había otra cosa detrás de los pechos que danzaban en el aire. Estaba bien eso; estaba muy, pero que muy bien. Pero ahora que la mariposa dorada se cernía en mi entrepierna, todo aquello se terminó y los fantasmas de mi pasado regresaron para atormentarme.
Mis días pasaban entre las calles de las ciudades buscando una nueva anestesia, algo que me hiciera olvidar lo que llevaba detrás. En estos casos, los más idiotas solían emborracharse hasta perder el conocimiento y así olvidar todos los males del pasado. Ese no era mi estilo. Aprecio demasiado mi cabeza para que quedase apoyada encima de unos cubos de basura al terminar la noche. Para borrachos ya estaba mi padre. La lectura también podía ser útil, lo intenté en más de una ocasión, pero me resultaba tan aburrida que pronto conseguía las cosas que menos quería recordar.
Tras mucho buscar una anestesia para mi mente, al final, lo único que hice fue sentarme en un banco de la plaza de Lunargenta y esperar. ¿Esperar a qué? Esa era una buena pregunta pues ni yo mismo lo sabía. Al principio pensé que esperaba que un nuevo entretenimiento apareciese por arte de magia, luego me di cuenta que eso no iba a suceder y esperé a que fuera la mariposa quien desapareciese por la misma magia; pero eso tampoco era. Lo cierto es que esperar era mi entretenimiento. Mientras veía a la gente pasar, cada uno con sus historias y sus cosas, dejaba de pensar en mis fantasmas y comenzaba a pensar los de esa gente.
-Pobre de aquel desafortunado o desafortunada que pasee por las calles de Lunargenta cuando el Sol ya se ha haya puesto y la Luna se encuentre en su máximo esplendor.- Habló un pregonero en voz alta en mitad de las plaza. Todos se acercaron a verle, todos menos yo que me quedé en mi banco. – En estos días plagados de infortunio y desasosiego sean visto numerosos vampiros sedientos de sangre vagando por la Gran Ciudad de los humanos.- Otro imbécil que creía que los vampiros eran unos monstruos que deben de ser asesinados. Alguna que otra vez tuve la oportunidad de encontrarme con un vampiro pero tampoco era para tanto, un par de colmillos afilados y ya esta. Nada de que preocuparse. – Escuchadme bien mis vecinos y amigos, tras la última campanada de la noche, todos ustedes deberéis estar escondidos en vuestras casas. Si es que apreciáis vuestra vida. – La última frase del pregonero fue de lo más divertida e ingeniosa, no podía dejar de reír. Mi vida era una mierda, y había descubierto algo medianamente bueno en este banco, no lo iba dejar por nada, al menos hasta que no apareciese una anestesia nueva o desapareciese la mariposa dorada.
Llegó la noche, sonaron las campanas que marcaron el toque de queda para todos los ciudadanos de Lunargenta y ahí me quedé, en el mismo banco esperando.
Los primeros minutos fueron muy divertidos. La gente corría de lado a lado de la ciudad, llamando de casa a casa por ver si alguien le hacía el favor de abrir. Un par de mentecatos se atrevieron a acusarme de vampiro y se pusieron a lanzarme dientes de ajo. Esos dos sí que eran divertidos de verdad, mira que creerse que era cierto aquel rumor que decía que los vampiros les quemaba la piel si comían ajo. Me lo pasé bien cuando cogí uno de los dientes de ajo que me tiraron, me lo comí delante de sus caras y abrí la boca como si estuviera a punto de sacar los colmillos como hacían los bebesangre. La cara que pusieron esos dos estúpidos era para grabarla para siempre en un cuadro.
Pero, después de aquellos primeros minutos, no ocurrió nada que pudiera llamarme la atención. Un par de prostitutas que paseaban juntas y armadas con dagas por el miedo hacia los vampiros pero poco más. Nada que brindase mi atención.
Pasaron dos horas desde la última campanada y seguía en mi banco esperando sin poder dormir ansioso por si de, algún momento u otro, apareciese mi entretenimiento o desapareciese la mariposa dorada. Por suerte ocurrieron ambas cosas, una de esas prostitutas se acercó a donde yo estaba. Su cabello, sus labios y sus ojos, todos de color carmesí, brillaban a la luz de la antorcha que sostenía en la mano. Para ser una prostituta debía de ser de las caras, de esas cuyo trabajo se reducía en estar bajo el escritorio de un alto noble y no haciendo las calles de una ciudad que, por lo visto, había habido varios asesinatos las últimas noches.
-¿Se encuentra bien querido?- Preguntó la prostituta carmesí. - Parece herido y no tiene muy buena cara. –
-Estoy bien. Solo estoy esperando a…- Me quedé mudo sin saber explicar qué es lo que estaba esperando exactamente. –Un amigo, vendrá dentro.- Si no tuviera una buena inventiva lo hubiera pasad francamente mal en ese momento de silencio.
-No se preocupe, no le molestaré más. Solo tengo una cosa, hará más amena su espera.- Del bolsillo izquierdo de su vestido saco un frasco con una especie de licor en su interior. –Es muy fuerte, algunos con olerlo tienen bastante.- Finalizó con una sonrisa al entregarme la bebida.
-Muchas gracias, querida.- Le contesté con la misma sonrisa que ella me hizo. –Me vendrá bien para entrar en calor.- No sabía que estaba haciendo. No tenía ganas de beber pero a mi cuerpo no le parecía lo mismo. Eran esos ojos rojos como el fuego del infierno los que me estaban obligando a beber. –A vuestra salud.-
Abrí el frasco y olí el aroma que desprendía el licor. Olía a belleza, a pasión y a sexo. Recordaba cada bella mujer que conocí y cada noche en vela que me pase follando con una dama. Empecé a sudar, me temblaba todo el cuerpo. Estaba nervioso por algo que me estaba pasando y ni siquiera sabía que era lo que me pasaba.
-Bebe.- La voz de las prostituta sonó como un susurro llevado por una gentil brisa.
Obedecí a la orden de los ojos carmesí. No era consciente de mi mismo, ni de lo que hacía. Olvidé los fantasmas de mi pasado, el licor funcionó bien como anestesia, pero también olvidé quién era, por qué estaba allí y quién era la mujer que estaba enfrente mía: Solo sabía una cosa de ella: La amaba. Deseaba poseerla mientras la luz de la Luna iluminaba su cabello rojizo, probar el sabor de su boca y amarla hasta que mi polla se cayera de vejez. Caída ya estaba, pero no de vejez.
Desvié la mirada de aquellos ojos carmesí a mi entrepierna para saber por qué no podía cumplir los deseos más que me pasaban por la cabeza. De pronto lo recordé todo: quién era, por qué estaba ahí y quién era ella. Inmediatamente cerré los ojos tan fuerte como podía. Sabía que las prostitutas podían llegar a hacer cosas verdaderamente censurables para conseguir clientela, pero jamás escuché de ninguna que supiera hacer una poción de amor. Tenía que reconocerlo, si no fuera por la maldición ya habría caído en la trampa de la mujer.
-¿Por qué cierra los ojos? Te disgusta lo que estás viendo.- La note más cerca de mí, se subió encima de pierna y fue directa hacia mis labios. Por lo menos cumplí el deseo de saber cómo sabía su boca y no sabía nada mal. Su lengua sabía moverse mejor que la de muchas chicas que había tenido el gusto de conocer. Sabía los secretos de aquel baile que no era apto para todo el mundo y los usaba a la perfección. Unos segundos después y conocía su boca y todo en lo que había en ella tan bien como ella conocía la misma. -Ábrelos.- Susurró cuando terminó el beso.
-¿Y qué pasará cuando los abra?- Mostré mi sonrisa más cruel. - ¿Eh, qué vas a hacerme preciosa vampira? – La mujer se bajó de mi pierna. – Me alegra que te hayas dado cuenta por ti solita y no tenga que explicarte nada.-
-¿Me intentas amenazar a mí?- La vampiresa comenzó a reír. –Venga por favor, en el momento en que abras los ojos volverás a estar babeando por mí. Igual que todos. Entonces tu cuerpo será mío y pobre de ti. –La risa aumento de tono. - Los vampiros podemos ser muy malvados.-
Mis días pasaban entre las calles de las ciudades buscando una nueva anestesia, algo que me hiciera olvidar lo que llevaba detrás. En estos casos, los más idiotas solían emborracharse hasta perder el conocimiento y así olvidar todos los males del pasado. Ese no era mi estilo. Aprecio demasiado mi cabeza para que quedase apoyada encima de unos cubos de basura al terminar la noche. Para borrachos ya estaba mi padre. La lectura también podía ser útil, lo intenté en más de una ocasión, pero me resultaba tan aburrida que pronto conseguía las cosas que menos quería recordar.
Tras mucho buscar una anestesia para mi mente, al final, lo único que hice fue sentarme en un banco de la plaza de Lunargenta y esperar. ¿Esperar a qué? Esa era una buena pregunta pues ni yo mismo lo sabía. Al principio pensé que esperaba que un nuevo entretenimiento apareciese por arte de magia, luego me di cuenta que eso no iba a suceder y esperé a que fuera la mariposa quien desapareciese por la misma magia; pero eso tampoco era. Lo cierto es que esperar era mi entretenimiento. Mientras veía a la gente pasar, cada uno con sus historias y sus cosas, dejaba de pensar en mis fantasmas y comenzaba a pensar los de esa gente.
-Pobre de aquel desafortunado o desafortunada que pasee por las calles de Lunargenta cuando el Sol ya se ha haya puesto y la Luna se encuentre en su máximo esplendor.- Habló un pregonero en voz alta en mitad de las plaza. Todos se acercaron a verle, todos menos yo que me quedé en mi banco. – En estos días plagados de infortunio y desasosiego sean visto numerosos vampiros sedientos de sangre vagando por la Gran Ciudad de los humanos.- Otro imbécil que creía que los vampiros eran unos monstruos que deben de ser asesinados. Alguna que otra vez tuve la oportunidad de encontrarme con un vampiro pero tampoco era para tanto, un par de colmillos afilados y ya esta. Nada de que preocuparse. – Escuchadme bien mis vecinos y amigos, tras la última campanada de la noche, todos ustedes deberéis estar escondidos en vuestras casas. Si es que apreciáis vuestra vida. – La última frase del pregonero fue de lo más divertida e ingeniosa, no podía dejar de reír. Mi vida era una mierda, y había descubierto algo medianamente bueno en este banco, no lo iba dejar por nada, al menos hasta que no apareciese una anestesia nueva o desapareciese la mariposa dorada.
Llegó la noche, sonaron las campanas que marcaron el toque de queda para todos los ciudadanos de Lunargenta y ahí me quedé, en el mismo banco esperando.
Los primeros minutos fueron muy divertidos. La gente corría de lado a lado de la ciudad, llamando de casa a casa por ver si alguien le hacía el favor de abrir. Un par de mentecatos se atrevieron a acusarme de vampiro y se pusieron a lanzarme dientes de ajo. Esos dos sí que eran divertidos de verdad, mira que creerse que era cierto aquel rumor que decía que los vampiros les quemaba la piel si comían ajo. Me lo pasé bien cuando cogí uno de los dientes de ajo que me tiraron, me lo comí delante de sus caras y abrí la boca como si estuviera a punto de sacar los colmillos como hacían los bebesangre. La cara que pusieron esos dos estúpidos era para grabarla para siempre en un cuadro.
Pero, después de aquellos primeros minutos, no ocurrió nada que pudiera llamarme la atención. Un par de prostitutas que paseaban juntas y armadas con dagas por el miedo hacia los vampiros pero poco más. Nada que brindase mi atención.
Pasaron dos horas desde la última campanada y seguía en mi banco esperando sin poder dormir ansioso por si de, algún momento u otro, apareciese mi entretenimiento o desapareciese la mariposa dorada. Por suerte ocurrieron ambas cosas, una de esas prostitutas se acercó a donde yo estaba. Su cabello, sus labios y sus ojos, todos de color carmesí, brillaban a la luz de la antorcha que sostenía en la mano. Para ser una prostituta debía de ser de las caras, de esas cuyo trabajo se reducía en estar bajo el escritorio de un alto noble y no haciendo las calles de una ciudad que, por lo visto, había habido varios asesinatos las últimas noches.
-¿Se encuentra bien querido?- Preguntó la prostituta carmesí. - Parece herido y no tiene muy buena cara. –
-Estoy bien. Solo estoy esperando a…- Me quedé mudo sin saber explicar qué es lo que estaba esperando exactamente. –Un amigo, vendrá dentro.- Si no tuviera una buena inventiva lo hubiera pasad francamente mal en ese momento de silencio.
-No se preocupe, no le molestaré más. Solo tengo una cosa, hará más amena su espera.- Del bolsillo izquierdo de su vestido saco un frasco con una especie de licor en su interior. –Es muy fuerte, algunos con olerlo tienen bastante.- Finalizó con una sonrisa al entregarme la bebida.
-Muchas gracias, querida.- Le contesté con la misma sonrisa que ella me hizo. –Me vendrá bien para entrar en calor.- No sabía que estaba haciendo. No tenía ganas de beber pero a mi cuerpo no le parecía lo mismo. Eran esos ojos rojos como el fuego del infierno los que me estaban obligando a beber. –A vuestra salud.-
Abrí el frasco y olí el aroma que desprendía el licor. Olía a belleza, a pasión y a sexo. Recordaba cada bella mujer que conocí y cada noche en vela que me pase follando con una dama. Empecé a sudar, me temblaba todo el cuerpo. Estaba nervioso por algo que me estaba pasando y ni siquiera sabía que era lo que me pasaba.
-Bebe.- La voz de las prostituta sonó como un susurro llevado por una gentil brisa.
Obedecí a la orden de los ojos carmesí. No era consciente de mi mismo, ni de lo que hacía. Olvidé los fantasmas de mi pasado, el licor funcionó bien como anestesia, pero también olvidé quién era, por qué estaba allí y quién era la mujer que estaba enfrente mía: Solo sabía una cosa de ella: La amaba. Deseaba poseerla mientras la luz de la Luna iluminaba su cabello rojizo, probar el sabor de su boca y amarla hasta que mi polla se cayera de vejez. Caída ya estaba, pero no de vejez.
Desvié la mirada de aquellos ojos carmesí a mi entrepierna para saber por qué no podía cumplir los deseos más que me pasaban por la cabeza. De pronto lo recordé todo: quién era, por qué estaba ahí y quién era ella. Inmediatamente cerré los ojos tan fuerte como podía. Sabía que las prostitutas podían llegar a hacer cosas verdaderamente censurables para conseguir clientela, pero jamás escuché de ninguna que supiera hacer una poción de amor. Tenía que reconocerlo, si no fuera por la maldición ya habría caído en la trampa de la mujer.
-¿Por qué cierra los ojos? Te disgusta lo que estás viendo.- La note más cerca de mí, se subió encima de pierna y fue directa hacia mis labios. Por lo menos cumplí el deseo de saber cómo sabía su boca y no sabía nada mal. Su lengua sabía moverse mejor que la de muchas chicas que había tenido el gusto de conocer. Sabía los secretos de aquel baile que no era apto para todo el mundo y los usaba a la perfección. Unos segundos después y conocía su boca y todo en lo que había en ella tan bien como ella conocía la misma. -Ábrelos.- Susurró cuando terminó el beso.
-¿Y qué pasará cuando los abra?- Mostré mi sonrisa más cruel. - ¿Eh, qué vas a hacerme preciosa vampira? – La mujer se bajó de mi pierna. – Me alegra que te hayas dado cuenta por ti solita y no tenga que explicarte nada.-
-¿Me intentas amenazar a mí?- La vampiresa comenzó a reír. –Venga por favor, en el momento en que abras los ojos volverás a estar babeando por mí. Igual que todos. Entonces tu cuerpo será mío y pobre de ti. –La risa aumento de tono. - Los vampiros podemos ser muy malvados.-
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Última edición por Gerrit Nephgerd el Miér Jul 06 2016, 18:19, editado 2 veces
Gerrit Nephgerd
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Re: Sorbos de Amor +18 [Libre][2/2][Cerrado]
Al canto de las gaviotas desembarqué en Lunargenta. Quince días después de la accidentada noche de fundación del Gremio de Cazadores. Tardamos unos días en poner todo a punto y establecer algún tipo de administración en el gremio para que pudiera funcionar por sí solo desde Beltrexus. Una vez hecho esto, pudimos embarcar hacia el continente.
Normalmente estaba acostumbraba a ir sola, pero en aquella ocasión mi madre había preferido que el nuevo cazador, Jules Roche, me acompañara. El brujo había demostrado ampliamente su fidelidad y habilidades de combate. Isabella sabía que ahora corría más peligro que nunca, pues yo era el primer objetivo de Mortagglia y su grupo. Nuestra lucha contra la Hermandad no había hecho más que comenzar. Y su ataque el día de su fundación aún era reciente, el miedo a una nueva extinción se había apoderado el gremio el mismo día de su re-fundación, pero derrotar a aquel extraño caballero de las sombras, aunque fuera momentáneo, nos había permitido conservar un atisbo de esperanza.
Nuestra comparecencia en Lunargenta iba a ser testimonial. Básicamente retomar fuerzas antes de dirigirnos a los bosques del oeste, donde presuntamente se ocultaba el implacable guerrero sombrío que decía ser un Centinela al servicio de mi malvada abuela. Teníamos que conocer dónde se escondía antes de que se recuperara y se volviera más poderoso. Y para entonces mi madre debería haber encontrado y convencido para que nos ayudara a otro Centinela. Según los estudios de Isabella, sólo un Centinela podría derrotar a otro. Pero la búsqueda de este ser se antojaba, si cabía, aún más complicada que conocer el paradero del guardián de la Hermandad. Jules era consciente de todo esto, y trataba de sacarme una sonrisa a toda costa.
Estaba anocheciendo y teníamos que buscar algún lugar para reposar, pero mientras caminábamos por las calles, en el centro de una de las plazas abarrotada de gente, Un pregonero sembraba el terror anunciando la presencia de vampiros en las calles durante la noche. El brujo rubio sería el primero en reír a carcajadas en cuanto escuchó al tipo. Yo permanecí seria.
-¡Uh! ¡Huid! ¡Los vampiros nos comerán a todos! – gritaba Jules desternillándose, colocando las manos en la boca para aumentar la intensidad del sonido y sembrar el caos. Era un cachondo, pero a mí no me hacía ni pizca de gracia su falta de profesionalidad. Estaba claro que había carecido de la estricta educación a la que yo fui sometida durante toda mi vida en la academia.
-Tu actitud es propia de un niño de cinco años. – le recriminé en voz baja y seriedad, sin una mueca de expresividad alguna. A continuación lo miré, enfadada. – Nosotros ayudamos a la gente, no la asustamos.
-También tú me estás asustando a mí con esa cara de asesina que me dedicas. – respondió sonriente para a continuación mirar al cielo. – Falta poco para que la luna se ponga, ¿vamos a tomar algo hasta que suenen las campanas? – propuso el rubio.
Acepté su propuesta y nos dirigimos a una taberna en un callejón cercano. Estaba bastante vacía. Sospechábamos que por la advertencia del pregonero. Sus afirmaciones sobre la presencia de vampiros no parecían ser falacias, tal y como nos lo hizo saber el tabernero, que decía que su clientela nocturna se había visto disminuida debido a la presencia de los acechadores. Nosotros, atendiendo a nuestro deber profesional. Ofrecimos un contrato al tipo. 20 piezas la cabeza de vampiro. Una buena cantidad de aeros para el gremio. Esperaríamos hasta el sonido de las campanas, momento en el que ambos terminaríamos de beber lo que quedaba en nuestras copas. No habíamos bebido demasiado.
Eran tiempos de caza. Había que distinguir bien quién era vampiro y quién no, pues siempre había algún valiente que se atrevía a salir de noche. No nos cruzamos con mucha gente así que decidimos mirar en la plaza donde se encontraba el pregonero. No había nadie, excepto un tipo con actitud chulesca divirtiéndose con una prostituta. A tenor de los gestos tanto de ella como de él, uno de los dos era una criatura de la noche.
El rubio y yo lanzamos una mirada de complicidad. Ambos lo habíamos visto. Desenfundamos nuestras ballestas y nos acercamos con total parsimonia. No parecían habernos vistos gracias a nuestros ropajes oscuros y nuestro sigilo. Escuchamos a la mujer amenazar al hombre. Decía ser una vampiresa. No había duda quién de los dos era el enemigo. “Los vampiros podemos ser muy malvados”, decía.
-¿Tan malvados como yo? – dije a la criatura sin vacilar, imperturbable. Colocándole la punta de una de mis ballestas pequeñas en la cabeza. No me había visto llegar. Un chasquido indicaba que el virote había llegado a la recámara, sólo tenía que apretar el gatillo. – Mueve un dedo y tus asquerosos sesos decorarán los ropajes de ese campesino. – refiriéndome al tipo del banco al que estaba amenazando. Me dirigí a él sin mirarle, sin quitarle un ojo de encima a la cabeza de la vampiresa. Ansiosa de que el tipo se moviera para destrozarle la cabeza al monstruo. – Tú. Lárgate a casa. Ahora.
Jules era mucho más educado que yo, que no me andaba con contemplaciones con nadie. Dejó de apuntar con su ballesta al ver que yo tenía controlada la situación.
-¿Tu eras la que no asustaba a la gente, verdad? – dijo riéndose, recordándome lo que le había echado en cara al atardecer. Se dirigió al joven fuerte y también rubio. Lo tomó del brazo y le guiñó un ojo. – Venga, amigo. Ya estás a salvo.
Normalmente estaba acostumbraba a ir sola, pero en aquella ocasión mi madre había preferido que el nuevo cazador, Jules Roche, me acompañara. El brujo había demostrado ampliamente su fidelidad y habilidades de combate. Isabella sabía que ahora corría más peligro que nunca, pues yo era el primer objetivo de Mortagglia y su grupo. Nuestra lucha contra la Hermandad no había hecho más que comenzar. Y su ataque el día de su fundación aún era reciente, el miedo a una nueva extinción se había apoderado el gremio el mismo día de su re-fundación, pero derrotar a aquel extraño caballero de las sombras, aunque fuera momentáneo, nos había permitido conservar un atisbo de esperanza.
Nuestra comparecencia en Lunargenta iba a ser testimonial. Básicamente retomar fuerzas antes de dirigirnos a los bosques del oeste, donde presuntamente se ocultaba el implacable guerrero sombrío que decía ser un Centinela al servicio de mi malvada abuela. Teníamos que conocer dónde se escondía antes de que se recuperara y se volviera más poderoso. Y para entonces mi madre debería haber encontrado y convencido para que nos ayudara a otro Centinela. Según los estudios de Isabella, sólo un Centinela podría derrotar a otro. Pero la búsqueda de este ser se antojaba, si cabía, aún más complicada que conocer el paradero del guardián de la Hermandad. Jules era consciente de todo esto, y trataba de sacarme una sonrisa a toda costa.
Estaba anocheciendo y teníamos que buscar algún lugar para reposar, pero mientras caminábamos por las calles, en el centro de una de las plazas abarrotada de gente, Un pregonero sembraba el terror anunciando la presencia de vampiros en las calles durante la noche. El brujo rubio sería el primero en reír a carcajadas en cuanto escuchó al tipo. Yo permanecí seria.
-¡Uh! ¡Huid! ¡Los vampiros nos comerán a todos! – gritaba Jules desternillándose, colocando las manos en la boca para aumentar la intensidad del sonido y sembrar el caos. Era un cachondo, pero a mí no me hacía ni pizca de gracia su falta de profesionalidad. Estaba claro que había carecido de la estricta educación a la que yo fui sometida durante toda mi vida en la academia.
-Tu actitud es propia de un niño de cinco años. – le recriminé en voz baja y seriedad, sin una mueca de expresividad alguna. A continuación lo miré, enfadada. – Nosotros ayudamos a la gente, no la asustamos.
-También tú me estás asustando a mí con esa cara de asesina que me dedicas. – respondió sonriente para a continuación mirar al cielo. – Falta poco para que la luna se ponga, ¿vamos a tomar algo hasta que suenen las campanas? – propuso el rubio.
Acepté su propuesta y nos dirigimos a una taberna en un callejón cercano. Estaba bastante vacía. Sospechábamos que por la advertencia del pregonero. Sus afirmaciones sobre la presencia de vampiros no parecían ser falacias, tal y como nos lo hizo saber el tabernero, que decía que su clientela nocturna se había visto disminuida debido a la presencia de los acechadores. Nosotros, atendiendo a nuestro deber profesional. Ofrecimos un contrato al tipo. 20 piezas la cabeza de vampiro. Una buena cantidad de aeros para el gremio. Esperaríamos hasta el sonido de las campanas, momento en el que ambos terminaríamos de beber lo que quedaba en nuestras copas. No habíamos bebido demasiado.
Eran tiempos de caza. Había que distinguir bien quién era vampiro y quién no, pues siempre había algún valiente que se atrevía a salir de noche. No nos cruzamos con mucha gente así que decidimos mirar en la plaza donde se encontraba el pregonero. No había nadie, excepto un tipo con actitud chulesca divirtiéndose con una prostituta. A tenor de los gestos tanto de ella como de él, uno de los dos era una criatura de la noche.
El rubio y yo lanzamos una mirada de complicidad. Ambos lo habíamos visto. Desenfundamos nuestras ballestas y nos acercamos con total parsimonia. No parecían habernos vistos gracias a nuestros ropajes oscuros y nuestro sigilo. Escuchamos a la mujer amenazar al hombre. Decía ser una vampiresa. No había duda quién de los dos era el enemigo. “Los vampiros podemos ser muy malvados”, decía.
-¿Tan malvados como yo? – dije a la criatura sin vacilar, imperturbable. Colocándole la punta de una de mis ballestas pequeñas en la cabeza. No me había visto llegar. Un chasquido indicaba que el virote había llegado a la recámara, sólo tenía que apretar el gatillo. – Mueve un dedo y tus asquerosos sesos decorarán los ropajes de ese campesino. – refiriéndome al tipo del banco al que estaba amenazando. Me dirigí a él sin mirarle, sin quitarle un ojo de encima a la cabeza de la vampiresa. Ansiosa de que el tipo se moviera para destrozarle la cabeza al monstruo. – Tú. Lárgate a casa. Ahora.
Jules era mucho más educado que yo, que no me andaba con contemplaciones con nadie. Dejó de apuntar con su ballesta al ver que yo tenía controlada la situación.
-¿Tu eras la que no asustaba a la gente, verdad? – dijo riéndose, recordándome lo que le había echado en cara al atardecer. Se dirigió al joven fuerte y también rubio. Lo tomó del brazo y le guiñó un ojo. – Venga, amigo. Ya estás a salvo.
Anastasia Boisson
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Re: Sorbos de Amor +18 [Libre][2/2][Cerrado]
Al atardecer, cuando la mayoría de la gente terminaba sus jornadas de trabajo y se retiraba a tabernas o locales cercanos, la hechicera decidió por fin salir de su habitación en la posada, tras pasar todo el día metida entre libros y calderos de agua hirviendo. Dedicaba gran parte de su tiempo a la alquimia, pero incluso ella necesitaba un descanso de vez en cuando, se frotó los ojos y cogió las armas que descansaban sobre una mesa cercana, colocándose el cinturón de la daga a la altura de la cadera y la gruesa correa doble de cuero en que llevaba las espadas de forma que le cruzara el pecho, no es que quisiera problemas pero estos siempre terminaban encontrándola, así que era mejor salir preparada para cualquier cosa.
Bajó las escaleras sin mucha prisa, pues para ella la noche no era un problema, siempre podía echar mano a sus poderes para seguir paseando a pesar de la oscuridad. Una vez en la taberna, saludó a la propietaria e intercambió unas palabras con ella, para luego dirigirse hacia la puerta y abandonar el local, encontrándose con que en el exterior había más gente de la que hubiese imaginado. Quizá el buen tiempo animaba a los habitantes de Lunargenta a estar fuera de sus casas, o el incesante bullicio del mercado conseguía atraerlos hacia la zona cercana a la plaza, donde los mercaderes apuraban las últimas ventas de la jornada haciendo ofertas especiales.
Elen caminó por entre la multitud hasta encontrarse casi en medio de la plaza, había decidido aprovechar para hacer una visita a su madre, y acallar con ello las constantes quejas de Yennefer por lo mucho que viajaba, pero no quería presentarse sin llevarle algún detalle. Así pues, se acercó a uno de los puestos y compró media docena de dulces, tras lo cual se dispuso a abandonar la concurrida plaza, pero una voz la detuvo. Un pregonero se había adueñado del centro, para alertar a viva voz a cuantos pasaban por allí sobre el peligro de los numerosos vampiros que se habían visto últimamente por la ciudad, permitiéndose aconsejar a todos los presentes que escondiesen en sus hogares antes de la última campanada de la noche. - No duraría ni cinco minutos en Sacrestic. - musitó la hechicera, antes de ignorar al hombre y seguir su camino.
Ya se había topado con varios vampiros, y sabía de sobra lo peligrosos que podían llegar a ser, pero esa no era razón para desatar el pánico entre la gente, sino para que la guardia de la ciudad cumpliese su deber y se ocupase de su asunto. Además, ¿de qué valdría que se encerrasen en sus casas? En ocasiones una puerta no era suficiente, y teniendo en cuenta la agilidad y rapidez propia de aquella raza, bien podrían colarse por ventanas o buscar la manera de entrar en las viviendas, aunque claramente encontrar a un individuo solitario en plena calle les hacía la caza más fácil.
Apartando aquellos pensamientos de su cabeza, la joven siguió avanzando tranquilamente hasta llegar a la humilde casita en que su madre se había instalado tras regresar del norte, tocó a la puerta y esperó a que Yennefer le abriese, para luego pasar al interior y compartir un rato con ella. La conversación entre ambas siempre iba por los mismos derroteros, Elen deseaba aprender a dominar mejor su elemento y quería que su madre la ayudase a ello, pero la de cabellos negros intentaba centrarse en otros temas más triviales, como el hecho de que no abandonase la modesta habitación de la posada para irse a vivir con ella, o que hasta el momento no hubiese intentado siquiera buscar una persona con la que compartir su vida y formar una familia, las típicas preocupaciones de una madre.
- Ya hemos hablado de esto mamá, me gusta mi vida tal y como es, algún día tendrás que aceptar eso. - mintió, para dejar el tema a un lado de una vez. Lo cierto era que nadie querría estar en su lugar, seguía maldita a pesar de haber conseguido el amuleto de Kinvar, y su única misión era terminar con los seres oscuros que la habían atormentado durante años, aunque ello supusiera morir en el intento. Elen tenía bastante asumido que de encontrar finalmente a los jinetes, lo más probable es que su fin llegase al enfrentarse a ellos, pero si así debía ser, se llevaría por delante a cuantos pudiese, esperando que otra persona terminase el trabajo por ella. Quizá le convendría tomar un aprendiz, alguien digno de continuar la lucha y lo suficientemente puro como para no dejarse conquistar por las sombras, pero ¿dónde iba a encontrar a una persona semejante? Solo aquellos que conocían de primera mano el mal de los jinetes podían entenderlo realmente.
Dejando escapar un suspiro de resignación, la de ojos verdes decidió dar por finalizada su visita, y tras despedirse de su madre con la promesa de que volvería pronto, salió a la calle, cubierta ya por el manto de la noche. Conociendo su mala suerte probablemente se topase con alguno de aquellos vampiros que el pregonero había mencionado, pero en realidad no le molestaba la idea, puede que un poco de acción la ayudase a despejarse, y de paso eliminaría una amenaza de la ciudad, así que optó por pasear por una de las zonas más conflictivas de Lunargenta, el puerto.
Una pequeña esfera de energía flotaba delante de su cuerpo para iluminarle el camino, pero en cuanto se acercó lo suficiente a la parte en que se encontraban los almacenes decidió ir a oscuras. Cerca de allí no solo podía haber vampiros, sino también delincuentes, que usaban barcos para traficar y sacar mercancías de dudoso origen fuera de la península, así que era mejor no llamar la atención. Al amparo de la blanca luz de la luna, la hechicera recorrió el exterior de los almacenes, para luego encaminarse hacia las tabernas de la zona, famosas por estar repletas de marineros borrachos que a la mínima eran capaces de formar una pelea multitudinaria.
Todo parecía estar igual que siempre, a excepción de unos extraños jadeos que provenían de un callejón cercano, y que de inmediato atrajeron la atención de la joven. Sin apenas hacer ruido, la tensai se acercó al origen del ruido y pudo observar la escena que estaba teniendo lugar, gracias a un pequeño farolillo situado justo un poco por encima del par de figuras. Un hombre medianamente joven se hallaba sentado en una ancha caja de madera, con los pantalones por los tobillos y una mujer encima, que se movía sensualmente sobre sus caderas, lo que dejaba claro que debía tratarse de una prostituta de las que hacían negocio por la zona. Ambos estaban estrechamente abrazados y respiraban con dificultad a causa de la velocidad de los movimientos y la excitación del momento, pero en cuanto la maga reaccionó para irse, tomando aquello como una equivocación, la fulana enredó los dedos en el cabello de su amante y sujetó con fuerza su cabeza hacia atrás, apartándola de sí para atacarle el cuello con sus afilados colmillos.
El marinero emitió un quejido de dolor, pero no hizo nada más para defenderse, simplemente se quedó observando embelesado el cuerpo de aquella mujer que le estaba arrebatando la vida. - Pero ¿qué demonios? - musitó la de ojos verdes, para acto seguido cargar un ataque eléctrico y dispararlo contra la vampira, que se retorció y extrajo sus dientes de la yugular del amante, para girarse a medias hacia la extraña intrusa que acababa de arruinarle la cena. Al verla con más claridad no quedó duda de lo que era, la bruja echó mano a su daga y la lanzó rápidamente contra la criatura, ayudándose de la telequinesis para hacer que le acertase en el pecho, donde quedó perfectamente colocada para el siguiente paso. La descarga iluminó el callejón y dio de lleno en la metálica empuñadura, abriéndose paso a través del material y posteriormente del cuerpo de la mujer, destruyendo a su paso todo cuanto encontraba.
Por desgracia para el amante, ambos estaban aún unidos por su sexo, con lo que también recibió parte de la electricidad, pero solo la suficiente para perder la consciencia, mientras que la vampira cayó sin vida hacia un lado. - ¿De esto se valen ahora? - preguntó a la nada en cuanto todo hubo terminado. Elen recuperó su daga del cuerpo inerte y tomó el pulso al marinero, llevando un par de dedos a su cuello, justo donde habían quedado las marcas de los colmillos y aún salía un poco de sangre. - Al menos está vivo, pero que otro se encargue de él. - dijo fríamente, viendo como había quedado sentado y semidesnudo en medio del callejón.
Tras devolver su arma al cinturón y reparar en un pequeño frasco de cristal vacío que yacía en el suelo, la de cabellos cenicientos avisó al tabernero más cercano para que ayudase al inconsciente y emprendió el camino de vuelta hacia el centro de la ciudad, deteniéndose únicamente al llegar a la plaza, donde le pareció ver a alguien conocido. - ¿Huracán? - susurró, al tiempo que decidía acercarse un poco más para comprobar si estaba en lo cierto. La situación era extraña, muy semejante a la que acababa de encontrar en el puerto, y para suerte del hombre que se encontraba junto a la dama de pálida piel, también estaban interviniendo. Anastasia sostenía una ballesta y apuntaba con ella directamente a la cabeza de la otra mujer, mientras el que parecía ser su compañero intentaba sacar de allí a la víctima.
Sin querer interrumpir, la benjamina de los Calhoun se quedó observando, aunque si se permitió acercarse un poco más, a fin de cuentas se trataba de una de las pocas amigas que tenía.
Bajó las escaleras sin mucha prisa, pues para ella la noche no era un problema, siempre podía echar mano a sus poderes para seguir paseando a pesar de la oscuridad. Una vez en la taberna, saludó a la propietaria e intercambió unas palabras con ella, para luego dirigirse hacia la puerta y abandonar el local, encontrándose con que en el exterior había más gente de la que hubiese imaginado. Quizá el buen tiempo animaba a los habitantes de Lunargenta a estar fuera de sus casas, o el incesante bullicio del mercado conseguía atraerlos hacia la zona cercana a la plaza, donde los mercaderes apuraban las últimas ventas de la jornada haciendo ofertas especiales.
Elen caminó por entre la multitud hasta encontrarse casi en medio de la plaza, había decidido aprovechar para hacer una visita a su madre, y acallar con ello las constantes quejas de Yennefer por lo mucho que viajaba, pero no quería presentarse sin llevarle algún detalle. Así pues, se acercó a uno de los puestos y compró media docena de dulces, tras lo cual se dispuso a abandonar la concurrida plaza, pero una voz la detuvo. Un pregonero se había adueñado del centro, para alertar a viva voz a cuantos pasaban por allí sobre el peligro de los numerosos vampiros que se habían visto últimamente por la ciudad, permitiéndose aconsejar a todos los presentes que escondiesen en sus hogares antes de la última campanada de la noche. - No duraría ni cinco minutos en Sacrestic. - musitó la hechicera, antes de ignorar al hombre y seguir su camino.
Ya se había topado con varios vampiros, y sabía de sobra lo peligrosos que podían llegar a ser, pero esa no era razón para desatar el pánico entre la gente, sino para que la guardia de la ciudad cumpliese su deber y se ocupase de su asunto. Además, ¿de qué valdría que se encerrasen en sus casas? En ocasiones una puerta no era suficiente, y teniendo en cuenta la agilidad y rapidez propia de aquella raza, bien podrían colarse por ventanas o buscar la manera de entrar en las viviendas, aunque claramente encontrar a un individuo solitario en plena calle les hacía la caza más fácil.
Apartando aquellos pensamientos de su cabeza, la joven siguió avanzando tranquilamente hasta llegar a la humilde casita en que su madre se había instalado tras regresar del norte, tocó a la puerta y esperó a que Yennefer le abriese, para luego pasar al interior y compartir un rato con ella. La conversación entre ambas siempre iba por los mismos derroteros, Elen deseaba aprender a dominar mejor su elemento y quería que su madre la ayudase a ello, pero la de cabellos negros intentaba centrarse en otros temas más triviales, como el hecho de que no abandonase la modesta habitación de la posada para irse a vivir con ella, o que hasta el momento no hubiese intentado siquiera buscar una persona con la que compartir su vida y formar una familia, las típicas preocupaciones de una madre.
- Ya hemos hablado de esto mamá, me gusta mi vida tal y como es, algún día tendrás que aceptar eso. - mintió, para dejar el tema a un lado de una vez. Lo cierto era que nadie querría estar en su lugar, seguía maldita a pesar de haber conseguido el amuleto de Kinvar, y su única misión era terminar con los seres oscuros que la habían atormentado durante años, aunque ello supusiera morir en el intento. Elen tenía bastante asumido que de encontrar finalmente a los jinetes, lo más probable es que su fin llegase al enfrentarse a ellos, pero si así debía ser, se llevaría por delante a cuantos pudiese, esperando que otra persona terminase el trabajo por ella. Quizá le convendría tomar un aprendiz, alguien digno de continuar la lucha y lo suficientemente puro como para no dejarse conquistar por las sombras, pero ¿dónde iba a encontrar a una persona semejante? Solo aquellos que conocían de primera mano el mal de los jinetes podían entenderlo realmente.
Dejando escapar un suspiro de resignación, la de ojos verdes decidió dar por finalizada su visita, y tras despedirse de su madre con la promesa de que volvería pronto, salió a la calle, cubierta ya por el manto de la noche. Conociendo su mala suerte probablemente se topase con alguno de aquellos vampiros que el pregonero había mencionado, pero en realidad no le molestaba la idea, puede que un poco de acción la ayudase a despejarse, y de paso eliminaría una amenaza de la ciudad, así que optó por pasear por una de las zonas más conflictivas de Lunargenta, el puerto.
Una pequeña esfera de energía flotaba delante de su cuerpo para iluminarle el camino, pero en cuanto se acercó lo suficiente a la parte en que se encontraban los almacenes decidió ir a oscuras. Cerca de allí no solo podía haber vampiros, sino también delincuentes, que usaban barcos para traficar y sacar mercancías de dudoso origen fuera de la península, así que era mejor no llamar la atención. Al amparo de la blanca luz de la luna, la hechicera recorrió el exterior de los almacenes, para luego encaminarse hacia las tabernas de la zona, famosas por estar repletas de marineros borrachos que a la mínima eran capaces de formar una pelea multitudinaria.
Todo parecía estar igual que siempre, a excepción de unos extraños jadeos que provenían de un callejón cercano, y que de inmediato atrajeron la atención de la joven. Sin apenas hacer ruido, la tensai se acercó al origen del ruido y pudo observar la escena que estaba teniendo lugar, gracias a un pequeño farolillo situado justo un poco por encima del par de figuras. Un hombre medianamente joven se hallaba sentado en una ancha caja de madera, con los pantalones por los tobillos y una mujer encima, que se movía sensualmente sobre sus caderas, lo que dejaba claro que debía tratarse de una prostituta de las que hacían negocio por la zona. Ambos estaban estrechamente abrazados y respiraban con dificultad a causa de la velocidad de los movimientos y la excitación del momento, pero en cuanto la maga reaccionó para irse, tomando aquello como una equivocación, la fulana enredó los dedos en el cabello de su amante y sujetó con fuerza su cabeza hacia atrás, apartándola de sí para atacarle el cuello con sus afilados colmillos.
El marinero emitió un quejido de dolor, pero no hizo nada más para defenderse, simplemente se quedó observando embelesado el cuerpo de aquella mujer que le estaba arrebatando la vida. - Pero ¿qué demonios? - musitó la de ojos verdes, para acto seguido cargar un ataque eléctrico y dispararlo contra la vampira, que se retorció y extrajo sus dientes de la yugular del amante, para girarse a medias hacia la extraña intrusa que acababa de arruinarle la cena. Al verla con más claridad no quedó duda de lo que era, la bruja echó mano a su daga y la lanzó rápidamente contra la criatura, ayudándose de la telequinesis para hacer que le acertase en el pecho, donde quedó perfectamente colocada para el siguiente paso. La descarga iluminó el callejón y dio de lleno en la metálica empuñadura, abriéndose paso a través del material y posteriormente del cuerpo de la mujer, destruyendo a su paso todo cuanto encontraba.
Por desgracia para el amante, ambos estaban aún unidos por su sexo, con lo que también recibió parte de la electricidad, pero solo la suficiente para perder la consciencia, mientras que la vampira cayó sin vida hacia un lado. - ¿De esto se valen ahora? - preguntó a la nada en cuanto todo hubo terminado. Elen recuperó su daga del cuerpo inerte y tomó el pulso al marinero, llevando un par de dedos a su cuello, justo donde habían quedado las marcas de los colmillos y aún salía un poco de sangre. - Al menos está vivo, pero que otro se encargue de él. - dijo fríamente, viendo como había quedado sentado y semidesnudo en medio del callejón.
Tras devolver su arma al cinturón y reparar en un pequeño frasco de cristal vacío que yacía en el suelo, la de cabellos cenicientos avisó al tabernero más cercano para que ayudase al inconsciente y emprendió el camino de vuelta hacia el centro de la ciudad, deteniéndose únicamente al llegar a la plaza, donde le pareció ver a alguien conocido. - ¿Huracán? - susurró, al tiempo que decidía acercarse un poco más para comprobar si estaba en lo cierto. La situación era extraña, muy semejante a la que acababa de encontrar en el puerto, y para suerte del hombre que se encontraba junto a la dama de pálida piel, también estaban interviniendo. Anastasia sostenía una ballesta y apuntaba con ella directamente a la cabeza de la otra mujer, mientras el que parecía ser su compañero intentaba sacar de allí a la víctima.
Sin querer interrumpir, la benjamina de los Calhoun se quedó observando, aunque si se permitió acercarse un poco más, a fin de cuentas se trataba de una de las pocas amigas que tenía.
Elen Calhoun
Aerandiano de honor
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Las múltiples y sensuales amenazas de la señorita vampira no servirían de nada mientras tuviera los ojos cerrados, ni siquiera para ponerme cachondo; cosa muy probable si la maldición de la mariposa no reposara sobre mi polla. No estaba dispuesto a darle el placer de sentir miedo por la chupadora de sangre, esas criaturas se solían alimentar más del miedo que de la propia sangre. Solo había que ver a los pueblerinos de Lunargenta, sus cobardías no hacían otra cosa que incrementar la fama de los vampiros. Ya lo decía mi abuelo: “Los rumores son un arma que bien usado es capaz de someter a una ciudad.” Solo había que ver cómo los chupadores habían conseguido someter a su voluntad a toda Lunargenta para comprobar que mi abuelo tenía razón. Por mi parte no iba a dejar que ni una pizca de temor luciera en mi tez. No sabía como iba a enfrentar a la vampira teniendo los ojos cerrados, pero, si algo lo tenía bien claro es que no iba a tener miedo de ella.
Continuaba sin abrir los ojos cuando la voz de una segunda mujer sonó justo detrás de la vampira. Menos mal que todavía quedaba gente buena en el mundo que podría ser capaz de salvarme la vida a cambio solo del gusto que otorga matar a un chupador. Le daría las gracias sino fuera porque fuera porque me llamó “campesino”. ¿Desde cuando existían campesinos como yo: fuertes, esbeltos, guapos y con un arma de calidad como es Suuri colgando de mi cinturón? Una tercera voz, la de un hombre esta vez, me cogió del brazo y me ayudó a levantarme del banco por si hubiera estado herido por la vampira. No soportaba como los dos nuevos recién llegados me tratasen como un simple aldeano de poca monta, uno de esos que eran incapaces de defenderse solos.
-No sabías que fueras mi amigo.- Contesté de mala manera al hombre que me había cogido a la vez que me solté del brazo que me tenía cogido.
Abrí los ojos muy lentamente, mientras no mirase a la vampira tal vez me mantendría a salvo del hechizo de la poción. Pude ver al dueño de la tercera voz, era un hombre joven, unos cuantos años menor que yo, tampoco demasiados, como arma tenía una ballesta especialmente diseñada para ser más rápida y letal.
–Vampira, más vale que tenga cuidado, mis nuevos amigos pueden ser muy malvados.- Dije imitando la tonalidad de voz que ella había usado antes y, acto seguido, me reí ligeramente por lo irónico que me resultaba todo aquello. -Que te lo pases bien.- Finalicé con cierta malicia.
No lo pude evitar, debía hacerlo pero no puedo evitarlo. Desvié ligeramente la mirada hacia el lugar donde estaba la vampira. No fui tan insensato, tape con la mano la figura de la chupadora para que el efecto de la poción de amor no funcionara con ella. Mas, no había tenido en cuenta que la portadora de la segunda voz era una mujer. ¡Y que mujer! Era la más hermosa que había visto en mucho tiempo, mucho más hermosa de lo que me pareció la vampiresa la primera vez que la vi. Todo cuanto había sucedido durante la noche se me olvidó, solamente existía esa bella mujer de pelo castaño. No era consciente de nada ni tampoco quería serlo.
-Eres la mujer más bella que he visto en mi vida.- Comencé a hablar sin apartar la mirada e la chica. - Siempre pensé que esto era algo que sucedía en los cuentos. Ya sabes, que por azares del destino alguien se encuentre con la dama más hermosa y se enamoré de ella.- Las palabras me salían sin querer no lo podía evitar. Todo era fruto de la maldita poción de amor, en aquel momento no lo sabía, no era consciente de ello para poder saberlo, pero en lo más remoto del poco raciocinio que todavía me quedaba podía dilucidar algo sobre alguna mala poción. –Mi bella dama.- Dije cogiéndola de las manos haciendo que soltase lo que fuera que estuviera cogiendo y que dejase libre a quien fuera que estuviera delante suya, ninguna de esas dos cosas me importó. –Estoy enamorado de usted y no me iré de aquí hasta saber si sientes lo mismo por mí.-
Off rol: Uy, lo siento, he dejado libre sin querer a la vampira ^.^ podéis hacer con ella lo que querráis. No he dicho nada de Elen porque no está en el campo de visión de mi pj. Ahora luego te tocará aguantar a ti al babas.
Continuaba sin abrir los ojos cuando la voz de una segunda mujer sonó justo detrás de la vampira. Menos mal que todavía quedaba gente buena en el mundo que podría ser capaz de salvarme la vida a cambio solo del gusto que otorga matar a un chupador. Le daría las gracias sino fuera porque fuera porque me llamó “campesino”. ¿Desde cuando existían campesinos como yo: fuertes, esbeltos, guapos y con un arma de calidad como es Suuri colgando de mi cinturón? Una tercera voz, la de un hombre esta vez, me cogió del brazo y me ayudó a levantarme del banco por si hubiera estado herido por la vampira. No soportaba como los dos nuevos recién llegados me tratasen como un simple aldeano de poca monta, uno de esos que eran incapaces de defenderse solos.
-No sabías que fueras mi amigo.- Contesté de mala manera al hombre que me había cogido a la vez que me solté del brazo que me tenía cogido.
Abrí los ojos muy lentamente, mientras no mirase a la vampira tal vez me mantendría a salvo del hechizo de la poción. Pude ver al dueño de la tercera voz, era un hombre joven, unos cuantos años menor que yo, tampoco demasiados, como arma tenía una ballesta especialmente diseñada para ser más rápida y letal.
–Vampira, más vale que tenga cuidado, mis nuevos amigos pueden ser muy malvados.- Dije imitando la tonalidad de voz que ella había usado antes y, acto seguido, me reí ligeramente por lo irónico que me resultaba todo aquello. -Que te lo pases bien.- Finalicé con cierta malicia.
No lo pude evitar, debía hacerlo pero no puedo evitarlo. Desvié ligeramente la mirada hacia el lugar donde estaba la vampira. No fui tan insensato, tape con la mano la figura de la chupadora para que el efecto de la poción de amor no funcionara con ella. Mas, no había tenido en cuenta que la portadora de la segunda voz era una mujer. ¡Y que mujer! Era la más hermosa que había visto en mucho tiempo, mucho más hermosa de lo que me pareció la vampiresa la primera vez que la vi. Todo cuanto había sucedido durante la noche se me olvidó, solamente existía esa bella mujer de pelo castaño. No era consciente de nada ni tampoco quería serlo.
-Eres la mujer más bella que he visto en mi vida.- Comencé a hablar sin apartar la mirada e la chica. - Siempre pensé que esto era algo que sucedía en los cuentos. Ya sabes, que por azares del destino alguien se encuentre con la dama más hermosa y se enamoré de ella.- Las palabras me salían sin querer no lo podía evitar. Todo era fruto de la maldita poción de amor, en aquel momento no lo sabía, no era consciente de ello para poder saberlo, pero en lo más remoto del poco raciocinio que todavía me quedaba podía dilucidar algo sobre alguna mala poción. –Mi bella dama.- Dije cogiéndola de las manos haciendo que soltase lo que fuera que estuviera cogiendo y que dejase libre a quien fuera que estuviera delante suya, ninguna de esas dos cosas me importó. –Estoy enamorado de usted y no me iré de aquí hasta saber si sientes lo mismo por mí.-
Off rol: Uy, lo siento, he dejado libre sin querer a la vampira ^.^ podéis hacer con ella lo que querráis. No he dicho nada de Elen porque no está en el campo de visión de mi pj. Ahora luego te tocará aguantar a ti al babas.
Gerrit Nephgerd
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Re: Sorbos de Amor +18 [Libre][2/2][Cerrado]
Mantuve mi ballesta de mano tensa, apuntando a la cabeza de la vampiresa mientras Jules ayudaba al tipo a levantarse del asiento. Su cordialidad le sirvió de poco pues el hombre no parecía querer su ayuda y rápidamente apartó su brazo en una respuesta más propia mía que de un tipo que acababa de ser salvado. Esa era una de las principales razones por las que no acostumbraba a tratar bien a estos paletos de ciudad.
Observé que el musculitos permanecía con los ojos cerrados, sin saber muy bien por qué. Y puso la mano delante para evitar ver a la vampiresa, al tiempo que fanfarroneaba de su situación favorable en aquel momento, imitando la voz de ésta, que lo observaba con odio. Juro que por un instante me planteé quitarle la ballesta de la cabeza para ver cómo el bajaba los humos a aquel desagradecido, o al menos para ver un bonito espectáculo de pelea, pues el que parecía un campesino llevaba un martillo y bastante grande.
Sin entender muy bien por qué, la dejó partir. Yo no le perdí un instante y fui siguiendo con la mano la dirección de la cabeza mientras la mujer se intentaba alejar acelerada. Pobre ilusa si creía que la iba a dejar escapar. Ningún vampiro se encuentra conmigo y se va tan tranquilo, y menos después de los acontecimientos en islas illidenses. La acribillé con mi ballesta pequeña, sin vacilar, con un certero tiro en la parte de atrás de su cabeza. Cayó al suelo, fulminada, en medio de la vacía plaza.
-Bueno, veinte aeros para el buche. – dijo Jules con una sonrisa. – ¡Ah no! – se llevó la mano a la frente haciendo, irónicamente, como que se había dado cuenta de algo. – ¡Es verdad! Que son para comprar un nuevo florero de oro para el gremio. – continuó burlesco. Al brujo, al igual que a mí, tampoco le gustaba la ostentosidad que gastaban los cazadores. Pero era parte de la forma de ser de estos y había que aceptarlo. – Olvidaba que desde que he dejado de ser cazador free-lance tenía que cambiar el cordero por la lechuga. – Ironizó sobre nuestro sueldo. Y me miró y sonrió, mientras se dirigía al lugar en el que había caído la vampiro para tomar una prueba de la misma.
Le observé alejarse mientras guardaba mi ballesta en el bolso, momento que noté como alguien me tomaba la mano y me dedicaba unos piropos. Era el tipo al que acabábamos de salvar. Aseguraba que era la mujer más bella que jamás había visto
-¿Qué cojones dices? – pregunté malhumorada, frunciendo el ceño y apartando mi mano del tipo rápidamente. Jamás permitía que nadie me tocara. Pero el hombre rubio continuaba su discurso. – Piérdete, chiflado. – No había manera de hacer que cerrara el pico. No paraba de decir cuán enamorado estaba de mí.
En eso apareció Jules, con los colmillos de la vampiresa guardados en su faltriquera. Riéndose a carcajada limpia.
-Vaya, parece que te ha salido un admirador secreto. – rió. Le miré inquisitivamente. No me estaba causando ninguna gracia la situación. - ¿Por qué no le sigues el rollo?
-¿Por qué no se lo sigues tú? – le respondí severa, con los brazos en jarra.
-¡Vamos, Huri! Me faltan un par de cosas para ser tan encantador como tú. – replicó riéndose, creo que sabía a qué par de cosas se refería. Suspiré e hice negaciones con la cabeza mirando hacia otro lado. El cazador devolvió la mirada al tipo, ahora más serio. – Está claro que o bien está como una cuba, o bien la acechadora esa le ha debido de dar algo. ¿Habrá que hacer algo con él, no? No podemos dejarlo aquí para que se enamore de la primera chupasangre que pase.
Tal vez llevarlo a un curandero o algo. Con los peligros que acechaban en la noche era poco sensato abandonarlo a su suerte bajo los efectos de aquellos estupefacientes. El fortachón me acababa de declarar su amor eterno, y no quería moverse. Habría que buscar a un médico o a alguien que supiese de plantas. El problema sería encontrar a alguien a aquellas horas. Quedaba toda la noche por delante y nosotros teníamos otra misión por hacer.
-Ven, acompáñanos. – le dijo Jules, poniendo su mano en la espalda, para que nos acompañara. – Vamos a una iglesia a concertar una boda. – Dijo como excusa, tratándolo como si fuera un loco. En la plaza no había nada, tal vez en dirección al puerto habría alguna taberna o lupanar en el que preguntar o dejar al tipo a salvo.
Observé que el musculitos permanecía con los ojos cerrados, sin saber muy bien por qué. Y puso la mano delante para evitar ver a la vampiresa, al tiempo que fanfarroneaba de su situación favorable en aquel momento, imitando la voz de ésta, que lo observaba con odio. Juro que por un instante me planteé quitarle la ballesta de la cabeza para ver cómo el bajaba los humos a aquel desagradecido, o al menos para ver un bonito espectáculo de pelea, pues el que parecía un campesino llevaba un martillo y bastante grande.
Sin entender muy bien por qué, la dejó partir. Yo no le perdí un instante y fui siguiendo con la mano la dirección de la cabeza mientras la mujer se intentaba alejar acelerada. Pobre ilusa si creía que la iba a dejar escapar. Ningún vampiro se encuentra conmigo y se va tan tranquilo, y menos después de los acontecimientos en islas illidenses. La acribillé con mi ballesta pequeña, sin vacilar, con un certero tiro en la parte de atrás de su cabeza. Cayó al suelo, fulminada, en medio de la vacía plaza.
-Bueno, veinte aeros para el buche. – dijo Jules con una sonrisa. – ¡Ah no! – se llevó la mano a la frente haciendo, irónicamente, como que se había dado cuenta de algo. – ¡Es verdad! Que son para comprar un nuevo florero de oro para el gremio. – continuó burlesco. Al brujo, al igual que a mí, tampoco le gustaba la ostentosidad que gastaban los cazadores. Pero era parte de la forma de ser de estos y había que aceptarlo. – Olvidaba que desde que he dejado de ser cazador free-lance tenía que cambiar el cordero por la lechuga. – Ironizó sobre nuestro sueldo. Y me miró y sonrió, mientras se dirigía al lugar en el que había caído la vampiro para tomar una prueba de la misma.
Le observé alejarse mientras guardaba mi ballesta en el bolso, momento que noté como alguien me tomaba la mano y me dedicaba unos piropos. Era el tipo al que acabábamos de salvar. Aseguraba que era la mujer más bella que jamás había visto
-¿Qué cojones dices? – pregunté malhumorada, frunciendo el ceño y apartando mi mano del tipo rápidamente. Jamás permitía que nadie me tocara. Pero el hombre rubio continuaba su discurso. – Piérdete, chiflado. – No había manera de hacer que cerrara el pico. No paraba de decir cuán enamorado estaba de mí.
En eso apareció Jules, con los colmillos de la vampiresa guardados en su faltriquera. Riéndose a carcajada limpia.
-Vaya, parece que te ha salido un admirador secreto. – rió. Le miré inquisitivamente. No me estaba causando ninguna gracia la situación. - ¿Por qué no le sigues el rollo?
-¿Por qué no se lo sigues tú? – le respondí severa, con los brazos en jarra.
-¡Vamos, Huri! Me faltan un par de cosas para ser tan encantador como tú. – replicó riéndose, creo que sabía a qué par de cosas se refería. Suspiré e hice negaciones con la cabeza mirando hacia otro lado. El cazador devolvió la mirada al tipo, ahora más serio. – Está claro que o bien está como una cuba, o bien la acechadora esa le ha debido de dar algo. ¿Habrá que hacer algo con él, no? No podemos dejarlo aquí para que se enamore de la primera chupasangre que pase.
Tal vez llevarlo a un curandero o algo. Con los peligros que acechaban en la noche era poco sensato abandonarlo a su suerte bajo los efectos de aquellos estupefacientes. El fortachón me acababa de declarar su amor eterno, y no quería moverse. Habría que buscar a un médico o a alguien que supiese de plantas. El problema sería encontrar a alguien a aquellas horas. Quedaba toda la noche por delante y nosotros teníamos otra misión por hacer.
-Ven, acompáñanos. – le dijo Jules, poniendo su mano en la espalda, para que nos acompañara. – Vamos a una iglesia a concertar una boda. – Dijo como excusa, tratándolo como si fuera un loco. En la plaza no había nada, tal vez en dirección al puerto habría alguna taberna o lupanar en el que preguntar o dejar al tipo a salvo.
Anastasia Boisson
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Re: Sorbos de Amor +18 [Libre][2/2][Cerrado]
A pesar de haber tenido la suerte de que alguien intercediese en su favor, el joven al que la vampira había intentado seducir no parecía demasiado agradecido con sus salvadores, se apartó bruscamente del hombre que intentaba sacarlo de escena y le contestó de mala manera, para luego abrir los ojos lentamente y echar un vistazo al compañero de la cazadora. Tras medir con la mirada al recién llegado, el caballero se permitió dedicar un comentario malicioso a la pelirroja, que no se encontraba en posición de responderle, ya que la ballesta de Huracán seguía apuntándole directamente a la cabeza.
Después de aquellas palabras, el rubio desvió la vista hacia la criatura de la noche, pero tomando la precaución de tapar con una mano su silueta, detalle que llamó bastante la atención de la tensai de aire, que continuaba observando desde cierta distancia. ¿Por qué hacía tal cosa? ¿Acaso tendría aquella vampira el mismo modus operandi que la que había visto en el puerto? Todo apuntaba a que ambas habían dado a sus víctimas algún tipo de brebaje para doblegar sus voluntades, quizá sus encantos de mujer ya no fuesen suficiente para engañar a incautos y alimentarse de ellos en lugares apartados.
La teoría de la de ojos verdes cobró fuerza en cuanto el rubio posó su vista sobre Huracán, quedando inmediatamente prendado de ella, momento que la pelirroja aprovechó para tratar de escapar, aunque sin éxito. La puntería de la cazadora era extraordinaria, y teniendo en cuenta las mejoras que Mortdecái había hecho a su ballesta, no tuvo problemas para alcanzar a la fugitiva en la parte posterior de la cabeza, causándole la muerte casi al instante. Su cuerpo se desplomó en mitad de la plaza, aterrizando sobre los fríos adoquines, que se tiñeron levemente con el vivo tono rojizo de la sangre.
El compañero de Anastasia celebró aquella victoria comentando la recompensa que aquel trabajo les proporcionaría, para instantes después corregirse a sí mismo y mencionar que los veinte aeros irían destinados a comprar un florero para el gremio. ¿Habría conseguido por fin la cazadora refundar la organización a la que su familia había pertenecido? Probablemente, estaba más que cualificada para ello. Mientras el extraño se acercaba al cuerpo sin vida para tomar una prueba del trabajo realizado, Huracán demostró claramente la incomodidad que le producía la cercanía del rubio, o más bien su abierta declaración de sentimientos.
Sin duda aquella situación no le hacía ninguna gracia, pero al parecer su camarada si se divertía en el papel de espectador, e incluso se permitió preguntar a la de cabellos castaños por qué no seguía el juego al enamorado, cosa que no le agradó en absoluto. Algo más serio, tras ver la reacción de Anastasia a sus palabras, el caballero dio por hecho que el individuo o se encontraba borracho o le habían dado algo para dejarlo en aquel estado, pero que fuese cual fuese la respuesta correcta, no podían dejarlo allí, donde sería vulnerable. Así pues, se acercó al rubio y le dio un pretexto para que los acompañase, antes de girarse en la dirección en que se encontraba la benjamina de los Calhoun.
- Apuesto a que le han dado un brebaje de Amorttentia. - dijo Elen, saliendo de entre las sombras hasta donde pudiesen verla, bajo un farol de la calle. - Huracán, me alegra ver que estás bien. - añadió, esbozando una leve sonrisa. - Vengo del puerto… allí encontré a otra vampira en similares circunstancias. - comentó, sin querer entrar en detalles. - Me ocupé de ella antes de que desangrase a la víctima pero queda claro que no es la única de la zona, puede que haya más. - prosiguió, acercándose al lugar en que se encontraban los cazadores y el enamorado. - Dudo mucho que haya alguna tienda de alquimia abierta a estas horas pero estáis de suerte, en la posada tengo algunos ingredientes, los suficientes para arreglar el problema de vuestro amigo. - dijo a modo de final, señalando al rubio.
La cosa estaba clara, puede que el loco de la plaza que hasta hacía unas horas pregonaba sobre los peligros de Lunargenta estuviese en lo cierto, y que varios miembros de aquella raza se hubiesen instalado en la ciudad, aprovechando las pócimas de Amorttentia para enamorar a sus presas, de modo que tras divertirse un rato con ellas, no opusiesen resistencia alguna mientras se alimentaban de su sangre, tal como le había pasado al marinero del puerto, que ni siquiera intentó defenderse del ataque.
Si aquello era real la guardia tendría mucho trabajo, habría que reforzar las guardias nocturnas y dar caza a los vampiros que aún quedasen por las calles, pero de momento sería mejor centrarse en elaborar el remedio para aquel individuo, antes de que colmase la paciencia de la cazadora y saliese mal parado. - ¿Os venís? - preguntó, antes de girarse en la dirección en que se encontraba la posada donde se hospedaba.
Después de aquellas palabras, el rubio desvió la vista hacia la criatura de la noche, pero tomando la precaución de tapar con una mano su silueta, detalle que llamó bastante la atención de la tensai de aire, que continuaba observando desde cierta distancia. ¿Por qué hacía tal cosa? ¿Acaso tendría aquella vampira el mismo modus operandi que la que había visto en el puerto? Todo apuntaba a que ambas habían dado a sus víctimas algún tipo de brebaje para doblegar sus voluntades, quizá sus encantos de mujer ya no fuesen suficiente para engañar a incautos y alimentarse de ellos en lugares apartados.
La teoría de la de ojos verdes cobró fuerza en cuanto el rubio posó su vista sobre Huracán, quedando inmediatamente prendado de ella, momento que la pelirroja aprovechó para tratar de escapar, aunque sin éxito. La puntería de la cazadora era extraordinaria, y teniendo en cuenta las mejoras que Mortdecái había hecho a su ballesta, no tuvo problemas para alcanzar a la fugitiva en la parte posterior de la cabeza, causándole la muerte casi al instante. Su cuerpo se desplomó en mitad de la plaza, aterrizando sobre los fríos adoquines, que se tiñeron levemente con el vivo tono rojizo de la sangre.
El compañero de Anastasia celebró aquella victoria comentando la recompensa que aquel trabajo les proporcionaría, para instantes después corregirse a sí mismo y mencionar que los veinte aeros irían destinados a comprar un florero para el gremio. ¿Habría conseguido por fin la cazadora refundar la organización a la que su familia había pertenecido? Probablemente, estaba más que cualificada para ello. Mientras el extraño se acercaba al cuerpo sin vida para tomar una prueba del trabajo realizado, Huracán demostró claramente la incomodidad que le producía la cercanía del rubio, o más bien su abierta declaración de sentimientos.
Sin duda aquella situación no le hacía ninguna gracia, pero al parecer su camarada si se divertía en el papel de espectador, e incluso se permitió preguntar a la de cabellos castaños por qué no seguía el juego al enamorado, cosa que no le agradó en absoluto. Algo más serio, tras ver la reacción de Anastasia a sus palabras, el caballero dio por hecho que el individuo o se encontraba borracho o le habían dado algo para dejarlo en aquel estado, pero que fuese cual fuese la respuesta correcta, no podían dejarlo allí, donde sería vulnerable. Así pues, se acercó al rubio y le dio un pretexto para que los acompañase, antes de girarse en la dirección en que se encontraba la benjamina de los Calhoun.
- Apuesto a que le han dado un brebaje de Amorttentia. - dijo Elen, saliendo de entre las sombras hasta donde pudiesen verla, bajo un farol de la calle. - Huracán, me alegra ver que estás bien. - añadió, esbozando una leve sonrisa. - Vengo del puerto… allí encontré a otra vampira en similares circunstancias. - comentó, sin querer entrar en detalles. - Me ocupé de ella antes de que desangrase a la víctima pero queda claro que no es la única de la zona, puede que haya más. - prosiguió, acercándose al lugar en que se encontraban los cazadores y el enamorado. - Dudo mucho que haya alguna tienda de alquimia abierta a estas horas pero estáis de suerte, en la posada tengo algunos ingredientes, los suficientes para arreglar el problema de vuestro amigo. - dijo a modo de final, señalando al rubio.
La cosa estaba clara, puede que el loco de la plaza que hasta hacía unas horas pregonaba sobre los peligros de Lunargenta estuviese en lo cierto, y que varios miembros de aquella raza se hubiesen instalado en la ciudad, aprovechando las pócimas de Amorttentia para enamorar a sus presas, de modo que tras divertirse un rato con ellas, no opusiesen resistencia alguna mientras se alimentaban de su sangre, tal como le había pasado al marinero del puerto, que ni siquiera intentó defenderse del ataque.
Si aquello era real la guardia tendría mucho trabajo, habría que reforzar las guardias nocturnas y dar caza a los vampiros que aún quedasen por las calles, pero de momento sería mejor centrarse en elaborar el remedio para aquel individuo, antes de que colmase la paciencia de la cazadora y saliese mal parado. - ¿Os venís? - preguntó, antes de girarse en la dirección en que se encontraba la posada donde se hospedaba.
Elen Calhoun
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¿Chiflado? Sí, era cierto que estaba chiflado, no sabía qué estaba pasando a mi alrededor ni tampoco me importaba. Solo tenía ojos para ella, para la Diosa que había matado a la vampiresa. No podía apartar mi mirada de su blanca tez, de sus finos labios rosados, sus ojos brillando al son de la luz de los farolillos… Estaba chiflado como ella dijo; chiflado de amor.
Si no hubiera venido la pócima de la vampira y estuviera consciente de lo que me ocurría, seguramente me daría asco a mi mismo. Cualquier ñoñería que estuviera pensando sobre esa mujer me resultaría sumamente repugnante. Nunca he sido aficionado al amor, sí a la buena amistad, pero no a ese absurdo sentimiento que hacía que las personas se volvieran unos “chiflados”, tal y como la dijo ella. Pero, sin embargo, me había bebido la poción de la vampiresa y no podía controlar nada cuanto sentía.
El otro chico parecía disfrutar del espectáculo que le estaba ofreciendo gracias a la maldita poción. Su risa y sus bromas podían poner nervioso a cualquiera, a cualquier menos a mí. No me molestó ni me entraron ganas de rebentarle la cabeza con mi martillo, como hubiera pasado de estar consciente, simplemente, no le hacía ni caso. Podía hablar todo cuanto quiera que, mis oídos solo estaban centrados en las palabras que decía o dejaba de decir la chica.
-Deja a este tonto que diga sus tonterías y fuguémonos juntos.- Dije sin soltar ambas manos de la chica. - ¿Te lo imaginas? Tu y yo solos, sin que nadie pueda interrumpir nuestro amor. Suena bien.- Solté delicadamente sus manos que tenía unidas y, con la mía derecha, acaricié su mejilla. –Te amo.- Poco a poco fui avanzando hacia los finos labios de la chica. Estaba dispuesta a besarla, iba a hacerlo cuando una nueva voz sonó a mis espaldas. –¡Cállate! ¿No ves que molestas?- Me di la vuelta para gritarle a quién quiera con nos hubiera molestado.
Tan pronto hablé a la nueva voz me lamenté de haberlo hecho. No sabía qué me pasaba pero dejé de interesarme por la mujer a la que por poco llegué a besar para ir, con paso metódico y acelerado, hacia la posición de la chica de pelo blanco y ojos verdes. Cuando estuve lo suficientemente no lo dude, me arrodille a sus pies cogiéndola de la pierna. De lejos, hubiera parecido un vulgar perro salido, pero, no me importó pues había encontrado una segunda Diosa bella y hermosa como todas las mujeres que veía gracias a la poción de amor.
-Si es contigo iría hasta el fin del mundo.- Le dije con una voz tan dulce que, de haberla oído en boca de otro tipo, hubiera vomitado del asco.
off rol: Si tenéis que arrearle un guantazo a mi pj no me importa XD total libertad para todo e.e
Si no hubiera venido la pócima de la vampira y estuviera consciente de lo que me ocurría, seguramente me daría asco a mi mismo. Cualquier ñoñería que estuviera pensando sobre esa mujer me resultaría sumamente repugnante. Nunca he sido aficionado al amor, sí a la buena amistad, pero no a ese absurdo sentimiento que hacía que las personas se volvieran unos “chiflados”, tal y como la dijo ella. Pero, sin embargo, me había bebido la poción de la vampiresa y no podía controlar nada cuanto sentía.
El otro chico parecía disfrutar del espectáculo que le estaba ofreciendo gracias a la maldita poción. Su risa y sus bromas podían poner nervioso a cualquiera, a cualquier menos a mí. No me molestó ni me entraron ganas de rebentarle la cabeza con mi martillo, como hubiera pasado de estar consciente, simplemente, no le hacía ni caso. Podía hablar todo cuanto quiera que, mis oídos solo estaban centrados en las palabras que decía o dejaba de decir la chica.
-Deja a este tonto que diga sus tonterías y fuguémonos juntos.- Dije sin soltar ambas manos de la chica. - ¿Te lo imaginas? Tu y yo solos, sin que nadie pueda interrumpir nuestro amor. Suena bien.- Solté delicadamente sus manos que tenía unidas y, con la mía derecha, acaricié su mejilla. –Te amo.- Poco a poco fui avanzando hacia los finos labios de la chica. Estaba dispuesta a besarla, iba a hacerlo cuando una nueva voz sonó a mis espaldas. –¡Cállate! ¿No ves que molestas?- Me di la vuelta para gritarle a quién quiera con nos hubiera molestado.
Tan pronto hablé a la nueva voz me lamenté de haberlo hecho. No sabía qué me pasaba pero dejé de interesarme por la mujer a la que por poco llegué a besar para ir, con paso metódico y acelerado, hacia la posición de la chica de pelo blanco y ojos verdes. Cuando estuve lo suficientemente no lo dude, me arrodille a sus pies cogiéndola de la pierna. De lejos, hubiera parecido un vulgar perro salido, pero, no me importó pues había encontrado una segunda Diosa bella y hermosa como todas las mujeres que veía gracias a la poción de amor.
-Si es contigo iría hasta el fin del mundo.- Le dije con una voz tan dulce que, de haberla oído en boca de otro tipo, hubiera vomitado del asco.
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Gerrit Nephgerd
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Aunque Jules intentaba casi arrastrarlo a marchas forzadas para que viniera, el fortachón seguía centrándose únicamente en mí. Volvió a cometer el craso error de cogerme, esta vez por una parte todavía más íntima, como era la mejilla. Aquel gesto, lejos de asociarlo con amor, me recordaba más bien al cariño que siempre me faltó. Por mi mente se me pasaron imágenes de los niños y niñas de Beltrexus que eran recogidos por sus padres, recibiendo todo tipo de caricias y besos, mientras yo observaba por las ventanas de la academia. En soledad. Yo ya tenía un destino marcado desde mi nacimiento, y nunca recibí un mero agradecimiento o gesto de cariño por parte de mi madre, a la que no veía, y pocos por parte del maestro Dorian, que con su exceso de protección raras veces me dejaba abandonar el edificio. Ese tipo de cosas eran las que habían hecho que Anastasia terminara devorada por Huracán.
Cuando volví a la realidad lo hice de manera muy enfadada y apretando los dientes, ya lo tenía demasiado cerca de mi cara.
-¡No vuelvas a tocarme! – grité claramente enfadada y le propiné un fuerte empujón con ambas manos para desplazarlo lejos de mí. Luego le advertiría señalándole con el dedo. – ¡Nunca! – remarqué con mirada desafiante. Jamás permitía que nada ni nadie me tocara.
En ese momento apareció Jules para alejarme, el brujo aún no me conocía demasiado, pero empezaba a entenderme. Se interpuso entre los dos porque me iba a comer al tipo por traer a mi mente recuerdos no deseados.
-Tranquilízate, Huracán. No pasa nada. – dijo esta vez serio el cazador y me propinó otro pequeño empujón para tratar de calmarme y se dirigió a recoger al tipo. Me di la vuelta inmediatamente, refunfuñando, hacia la voz que había escuchado hace poco. Era una joven especialmente reconocida. Concretamente una de las pocas personas en la que confiaba y que me habían demostrado su lealtad. No tardó en saludarme con una sonrisa. Yo intenté devolvérselo, aunque me costaba pues estaba bastante enfadada.
-Hola Elen, es una sorpresa encontrarte por aquí. – le dije – Hay bastantes de estos vampiros por toda la zona. Mi bolsillo lo agradecerá. – Y traté de esbozar la primera sonrisa de la noche. En ese momento, el rubio se había lanzado a los pies de Elen ahora y la tomaba por la pierna. Dedicándole los mismos piropos que me había dedicado hace cinco minutos. Egoístamente me sentía mejor, al menos ahora me había dejado en paz. Tal vez ella tuviera la suficiente paciencia para aguantarlo.
-El del gremio más bien. – replicó Jules nuevamente, que volvió a escena después de haber perdido el control sobre el fortachón. No le había dicho a Elen que había conseguido refundar el gremio, pero ahora lo sabría. - ¿Tú eres la famosa Elen? Huracán me habla bien de ti. Así que debes de ser buena gente. Jules Roche, encantado. – dijo con cortesía.
Pero lo que más nos llamaba a todos la atención era el tipo. Elen declaró tener ingredientes en la posada con los que aseguraba poder curar al rubio, observando con cara de pocos amigos al tipo mientras se restregaba contra la pierna de la bruja le dije.
-Sí, por Dios. – dije en respuesta a su pregunta de que fuéramos tirando, tenía unas ganas de quitarme de delante a aquel hombre que no veía.
Ni siquiera me preocupé de cómo Jules trataba de conducir al tipo. Solo sé que avanzaba junto a la única persona que verdaderamente podía considerar mi amiga. Después de enfrentarnos a un par de demonios, a una banda de vampiros y a una mantícore, entre otras cosas, estaba claro que teníamos cierto grado de afinidad.
-Espero que te haya ido bien todo este tiempo. – le dije, tratando de ignorar al baboso. – Yo he tenido algunos problemas. – Y le señalé a mi antebrazo izquierdo, luego me acerqué a su oído y le susurré algo personal no quería que nadie me escuchara, aunque Jules ya lo sabía. – Un guerrero sombrío me marcó y ahora creo que Mortagglia me observa... Sabe donde estoy. Y creo que me está buscando. – le dije con un cierto tono de preocupación. No solía contar mis problemas a nadie, pero con Elen tenía más confianza. ¿A quién si no iba a contárselo? Luego me retracté, tal vez no debería haberle dicho nada. – No sé por qué te cuento esto… disculpa. – dije haciendo un gesto con la mano, tratando de quitar hierro al asunto. Y busqué mi mirada buscando cambiar de tema. La entrada de lo que parecía ser una posada fue mi vía de escape.– ¿Esa debe ser la posada, no? – le dije en cuanto vi el cartel de la taberna. Imaginaba que sería aquella pues ya llevábamos bastante recorrido. Ahí, Elen seguramente podría intentar crear la pócima que curara al hombre.
Cuando volví a la realidad lo hice de manera muy enfadada y apretando los dientes, ya lo tenía demasiado cerca de mi cara.
-¡No vuelvas a tocarme! – grité claramente enfadada y le propiné un fuerte empujón con ambas manos para desplazarlo lejos de mí. Luego le advertiría señalándole con el dedo. – ¡Nunca! – remarqué con mirada desafiante. Jamás permitía que nada ni nadie me tocara.
En ese momento apareció Jules para alejarme, el brujo aún no me conocía demasiado, pero empezaba a entenderme. Se interpuso entre los dos porque me iba a comer al tipo por traer a mi mente recuerdos no deseados.
-Tranquilízate, Huracán. No pasa nada. – dijo esta vez serio el cazador y me propinó otro pequeño empujón para tratar de calmarme y se dirigió a recoger al tipo. Me di la vuelta inmediatamente, refunfuñando, hacia la voz que había escuchado hace poco. Era una joven especialmente reconocida. Concretamente una de las pocas personas en la que confiaba y que me habían demostrado su lealtad. No tardó en saludarme con una sonrisa. Yo intenté devolvérselo, aunque me costaba pues estaba bastante enfadada.
-Hola Elen, es una sorpresa encontrarte por aquí. – le dije – Hay bastantes de estos vampiros por toda la zona. Mi bolsillo lo agradecerá. – Y traté de esbozar la primera sonrisa de la noche. En ese momento, el rubio se había lanzado a los pies de Elen ahora y la tomaba por la pierna. Dedicándole los mismos piropos que me había dedicado hace cinco minutos. Egoístamente me sentía mejor, al menos ahora me había dejado en paz. Tal vez ella tuviera la suficiente paciencia para aguantarlo.
-El del gremio más bien. – replicó Jules nuevamente, que volvió a escena después de haber perdido el control sobre el fortachón. No le había dicho a Elen que había conseguido refundar el gremio, pero ahora lo sabría. - ¿Tú eres la famosa Elen? Huracán me habla bien de ti. Así que debes de ser buena gente. Jules Roche, encantado. – dijo con cortesía.
Pero lo que más nos llamaba a todos la atención era el tipo. Elen declaró tener ingredientes en la posada con los que aseguraba poder curar al rubio, observando con cara de pocos amigos al tipo mientras se restregaba contra la pierna de la bruja le dije.
-Sí, por Dios. – dije en respuesta a su pregunta de que fuéramos tirando, tenía unas ganas de quitarme de delante a aquel hombre que no veía.
Ni siquiera me preocupé de cómo Jules trataba de conducir al tipo. Solo sé que avanzaba junto a la única persona que verdaderamente podía considerar mi amiga. Después de enfrentarnos a un par de demonios, a una banda de vampiros y a una mantícore, entre otras cosas, estaba claro que teníamos cierto grado de afinidad.
-Espero que te haya ido bien todo este tiempo. – le dije, tratando de ignorar al baboso. – Yo he tenido algunos problemas. – Y le señalé a mi antebrazo izquierdo, luego me acerqué a su oído y le susurré algo personal no quería que nadie me escuchara, aunque Jules ya lo sabía. – Un guerrero sombrío me marcó y ahora creo que Mortagglia me observa... Sabe donde estoy. Y creo que me está buscando. – le dije con un cierto tono de preocupación. No solía contar mis problemas a nadie, pero con Elen tenía más confianza. ¿A quién si no iba a contárselo? Luego me retracté, tal vez no debería haberle dicho nada. – No sé por qué te cuento esto… disculpa. – dije haciendo un gesto con la mano, tratando de quitar hierro al asunto. Y busqué mi mirada buscando cambiar de tema. La entrada de lo que parecía ser una posada fue mi vía de escape.– ¿Esa debe ser la posada, no? – le dije en cuanto vi el cartel de la taberna. Imaginaba que sería aquella pues ya llevábamos bastante recorrido. Ahí, Elen seguramente podría intentar crear la pócima que curara al hombre.
Anastasia Boisson
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Su intervención no pareció agradar al enamorado, que a punto estaba de besar a Huracán cuando decidió girarse para gritar a la recién llegada, tras lo cual recibió un fuerte empujón por parte de la tensai, acompañado por unas claras palabras, que no la volviese a tocar nunca. Entonces el cazador que la acompañaba se interpuso entre ella y el extraño para separarlos, sabiendo que la hechicera estaba realmente enfadada y era capaz de tomar represalias contra aquel individuo, cuya voluntad seguía dominada por los efectos del brebaje que la vampira le había hecho beber.
Sin poder controlarse, el rubio avanzó hacia ella y se arrodilló a su lado, para luego agarrarse de su pierna y dedicarle unas melosas palabras, que la hicieron torcer el gesto. Una vez libre del admirador que le había salido, Huracán le devolvió el saludo y comentó que había bastantes vampiros más por la zona, cosa que su bolsillo agradecería, o más bien el del gremio de cazadores, según su compañero, que no tardó en presentarse como Jules Roche. Al parecer la tensai ya le había hablado a su compañero de ella, así que seguramente tenía idea de los problemas a que se habían enfrentado juntas en el pasado, o al menos conocería algunos de ellos.
Instintivamente, Elen llevó una mano al cuello del extraño y le transmitió una levísima descarga, lo justo para que su cuerpo quedase aturdido y poder zafarse del agarre que ejercía sobre su extremidad, pues a pesar de que sabía de sobra que no tenía la culpa de lo que hacía, a la de ojos verdes le desagradaba bastante que un completo desconocido se le acercase tanto, es más, no le hacía ninguna gracia que la hubiese tocado. - Un placer Jules. - respondió cortésmente, al tiempo que se apartaba del rubio. - Y en cuanto a ti… te lo advierto, si vuelves a ponerme una mano encima harás el camino hasta la posada inconsciente. - añadió, ésta vez con tono más serio y mirando directamente al enamorado.
Puede que estuviese siendo demasiado dura con alguien que no era capaz de dominar sus actos, pero no estaba dispuesta a permitir que se le volviese a acercar tanto, aunque eso implicase tener que llevarlo a rastras hasta la posada, cosa que con la presencia de Jules, quizá fuese sencilla. En cuanto el cazador se hizo cargo de acompañar al rubio, más por controlarlo y mantenerlo lejos de ambas que por ayudarlo, la bruja se acercó a su amiga y emprendió la marcha, alegrándose de haber coincidido con ella a pesar de las circunstancias. Huracán tomó la palabra primero, y le reveló que había tenido algunos problemas desde que ambas se separaron tras el enfrentamiento con la Manticore, al tiempo que se señalaba el antebrazo izquierdo.
Justo después se acercó a su oído para susurrarle que un guerrero sombrío la había marcado, dato que de inmediato provocó una reacción en la de cabellos cenicientos, haciendo que se girase para mirarla con expresión preocupada. ¿Es que nunca se acababan esos desgraciados? Quedaba claro que iba a tener mucho más trabajo del que esperaba, pero no daría de lado a su amiga, mucho menos sabiendo que Mortagglia estaba de por medio e iba a por ella. - Si realmente viene a por ti necesitarás ayuda, quizá esta oleada de vampiros que ha llegado a la ciudad tenga que ver con ella. - musitó en respuesta, de modo que solo la cazadora pudiese escucharla. - Sabes que puedes contar conmigo para lo que haga falta. - agregó unos segundos después, justo antes de que se encontrasen frente al local en que se hospedaba.
- Sí, aquí es. - confirmó, para luego dirigir la vista hacia Jules y el rubio. - Será mejor que lo sujetes bien, si se enamora de la tabernera tendremos un problema, su marido no destaca por tener tacto precisamente. - advirtió, pues llevaba viviendo allí años y conocía de sobra al matrimonio. Elen subió los escasos escalones que separaban la calle de la puerta, para luego cruzar el umbral y echar un vistazo a los presentes, que a aquellas horas de la noche eran más bien pocos. Sin perder tiempo, saludó a la posadera y comprobó que su esposo no estuviese por los alrededores, tras lo cual se dirigió a la planta superior, donde se encontraban las habitaciones.
- Perdonad el desorden, no suelo recibir visitas. - comentó nada más entrar en el cuarto, aunque su “desorden” no era como el de la mayoría de la gente. No había ropa tirada por el suelo ni la cama estaba deshecha, pero las mesas que utilizaba para trabajar parecían un completo caos, llenas de libros abiertos, frascos, calderos, hierbas y potingues.
Sin poder controlarse, el rubio avanzó hacia ella y se arrodilló a su lado, para luego agarrarse de su pierna y dedicarle unas melosas palabras, que la hicieron torcer el gesto. Una vez libre del admirador que le había salido, Huracán le devolvió el saludo y comentó que había bastantes vampiros más por la zona, cosa que su bolsillo agradecería, o más bien el del gremio de cazadores, según su compañero, que no tardó en presentarse como Jules Roche. Al parecer la tensai ya le había hablado a su compañero de ella, así que seguramente tenía idea de los problemas a que se habían enfrentado juntas en el pasado, o al menos conocería algunos de ellos.
Instintivamente, Elen llevó una mano al cuello del extraño y le transmitió una levísima descarga, lo justo para que su cuerpo quedase aturdido y poder zafarse del agarre que ejercía sobre su extremidad, pues a pesar de que sabía de sobra que no tenía la culpa de lo que hacía, a la de ojos verdes le desagradaba bastante que un completo desconocido se le acercase tanto, es más, no le hacía ninguna gracia que la hubiese tocado. - Un placer Jules. - respondió cortésmente, al tiempo que se apartaba del rubio. - Y en cuanto a ti… te lo advierto, si vuelves a ponerme una mano encima harás el camino hasta la posada inconsciente. - añadió, ésta vez con tono más serio y mirando directamente al enamorado.
Puede que estuviese siendo demasiado dura con alguien que no era capaz de dominar sus actos, pero no estaba dispuesta a permitir que se le volviese a acercar tanto, aunque eso implicase tener que llevarlo a rastras hasta la posada, cosa que con la presencia de Jules, quizá fuese sencilla. En cuanto el cazador se hizo cargo de acompañar al rubio, más por controlarlo y mantenerlo lejos de ambas que por ayudarlo, la bruja se acercó a su amiga y emprendió la marcha, alegrándose de haber coincidido con ella a pesar de las circunstancias. Huracán tomó la palabra primero, y le reveló que había tenido algunos problemas desde que ambas se separaron tras el enfrentamiento con la Manticore, al tiempo que se señalaba el antebrazo izquierdo.
Justo después se acercó a su oído para susurrarle que un guerrero sombrío la había marcado, dato que de inmediato provocó una reacción en la de cabellos cenicientos, haciendo que se girase para mirarla con expresión preocupada. ¿Es que nunca se acababan esos desgraciados? Quedaba claro que iba a tener mucho más trabajo del que esperaba, pero no daría de lado a su amiga, mucho menos sabiendo que Mortagglia estaba de por medio e iba a por ella. - Si realmente viene a por ti necesitarás ayuda, quizá esta oleada de vampiros que ha llegado a la ciudad tenga que ver con ella. - musitó en respuesta, de modo que solo la cazadora pudiese escucharla. - Sabes que puedes contar conmigo para lo que haga falta. - agregó unos segundos después, justo antes de que se encontrasen frente al local en que se hospedaba.
- Sí, aquí es. - confirmó, para luego dirigir la vista hacia Jules y el rubio. - Será mejor que lo sujetes bien, si se enamora de la tabernera tendremos un problema, su marido no destaca por tener tacto precisamente. - advirtió, pues llevaba viviendo allí años y conocía de sobra al matrimonio. Elen subió los escasos escalones que separaban la calle de la puerta, para luego cruzar el umbral y echar un vistazo a los presentes, que a aquellas horas de la noche eran más bien pocos. Sin perder tiempo, saludó a la posadera y comprobó que su esposo no estuviese por los alrededores, tras lo cual se dirigió a la planta superior, donde se encontraban las habitaciones.
- Perdonad el desorden, no suelo recibir visitas. - comentó nada más entrar en el cuarto, aunque su “desorden” no era como el de la mayoría de la gente. No había ropa tirada por el suelo ni la cama estaba deshecha, pero las mesas que utilizaba para trabajar parecían un completo caos, llenas de libros abiertos, frascos, calderos, hierbas y potingues.
Elen Calhoun
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Re: Sorbos de Amor +18 [Libre][2/2][Cerrado]
La peliblanca, a diferencia de la otra belleza castaña, no me advirtió con palabras sino con una descarga al cuello. En un ápice de conciencia que todavía me quedaba en el fondo de la locura instaurada por la pócima, me repugnaba a mí mismo. Si había una palabra que pudiera describir la humillación y a la vez el asco que estaba sintiendo, yo la desconocía por completo. Si hubiera estado en la posición de las dos mujeres seguramente me hubiera comportado igual que ellas. No soportaba a las chicas extremadamente empalagosas, solo se salvarían del frío beso de Suuri si sus bolsillos estuvieran repletos de aeros. Tal vez, si la castaña no me hubiera abofeteado todavía era porque pensaba que tenía más monedas que ella. Cosa extraña ya que no vestía con mis mejores ropas ni tenía ni una sola moneda en mis bolsillos.
Las dos chicas empezaron a hablar entre susurros que no pude llegar a escuchar, tampoco me importaba escucharlos dentro de mi estado de trance. Los efectos de la poción me hacían imaginar que estaban hablando de mí. De alguna forma podía oír que las dos chicas estaban discutiendo por quién de las dos sería la que me acompañaría esta noche. El hechizo de amor parecía no solo afectarme a lo que veía y hacía sino también a lo que oía y sentía. –No es necesario que os peleéis por mí. –Dije con una estúpida sonrisa de oreja a oreja. - Amo a las dos por igual.- Detrás de mí, el hombre que ya dijo su nombre un par de veces pero que ninguna de esas veces me molesté por escucharle, no dejaba de reír.
Tenía una mano acariciándome el cuello en el mismo lugar donde la peliblanca me había dado una descarga, la poción me lo hacía recordar como si fuera un beso y, como tal, no quería olvidar el tacto de los labios de la chica en mi piel. Por cada segundo que pasaba la realidad que veía y sentía se estaba distorsionando más y más. Con la vampira tuve la suerte de dirigir mis pensamientos a mi polla maldita y darme cuenta de los efectos de la poción; dudaba que el mismo truco pudiera pasar también ahora.
El hombre me esposó las manos con unos grilletes que no tuve el interés de girarme a mirarlos, toda mi atención seguía puesta en las dos mujeres. No me importaba estar atado si con ello podía estar cerca de ellas, lo que me molestó fue no poder volver a acariciar el lugar de mi cuello donde creía que la peliblanca me había besado.
Caminamos, subimos las escaleras de la calle mayor, entramos a un edificio cuya puerta estaba coronada con un cartel que no quise verlo. Al entrar, las alucinaciones por la poción, pusieron un título a dicho cartel: “El lugar de las mujeres más bellas de todo Aerandir.” Mirase donde mirase había una mujer que, al contemplarla, me hacía latir el pecho. Vi a la primera en la recepción, era mucho más guapa que las chicas castaña y peliblanca que me habían traído, dirigí mi mirada hacia las mesas, allí había mujeres todavía más hermosas. Volví a ver el cabello blanco de la bruja brillar con el fuego de las antorchas de lugar, entonces me pareció mucho más bella que antes. Cada una que veía era mucho más hermosa que la anterior, y, cuando volvía a contemplar a la anterior, era mucho más hermosa que cualquiera.
-Por todos los Dioses, soltadme y me haréis el hombre más feliz de Aerandir.- No creía en ningún dios de pacotilla, pero el amor que sentía en aquel momento me hacía creer en cualquier cosa.
Las dos chicas empezaron a hablar entre susurros que no pude llegar a escuchar, tampoco me importaba escucharlos dentro de mi estado de trance. Los efectos de la poción me hacían imaginar que estaban hablando de mí. De alguna forma podía oír que las dos chicas estaban discutiendo por quién de las dos sería la que me acompañaría esta noche. El hechizo de amor parecía no solo afectarme a lo que veía y hacía sino también a lo que oía y sentía. –No es necesario que os peleéis por mí. –Dije con una estúpida sonrisa de oreja a oreja. - Amo a las dos por igual.- Detrás de mí, el hombre que ya dijo su nombre un par de veces pero que ninguna de esas veces me molesté por escucharle, no dejaba de reír.
Tenía una mano acariciándome el cuello en el mismo lugar donde la peliblanca me había dado una descarga, la poción me lo hacía recordar como si fuera un beso y, como tal, no quería olvidar el tacto de los labios de la chica en mi piel. Por cada segundo que pasaba la realidad que veía y sentía se estaba distorsionando más y más. Con la vampira tuve la suerte de dirigir mis pensamientos a mi polla maldita y darme cuenta de los efectos de la poción; dudaba que el mismo truco pudiera pasar también ahora.
El hombre me esposó las manos con unos grilletes que no tuve el interés de girarme a mirarlos, toda mi atención seguía puesta en las dos mujeres. No me importaba estar atado si con ello podía estar cerca de ellas, lo que me molestó fue no poder volver a acariciar el lugar de mi cuello donde creía que la peliblanca me había besado.
Caminamos, subimos las escaleras de la calle mayor, entramos a un edificio cuya puerta estaba coronada con un cartel que no quise verlo. Al entrar, las alucinaciones por la poción, pusieron un título a dicho cartel: “El lugar de las mujeres más bellas de todo Aerandir.” Mirase donde mirase había una mujer que, al contemplarla, me hacía latir el pecho. Vi a la primera en la recepción, era mucho más guapa que las chicas castaña y peliblanca que me habían traído, dirigí mi mirada hacia las mesas, allí había mujeres todavía más hermosas. Volví a ver el cabello blanco de la bruja brillar con el fuego de las antorchas de lugar, entonces me pareció mucho más bella que antes. Cada una que veía era mucho más hermosa que la anterior, y, cuando volvía a contemplar a la anterior, era mucho más hermosa que cualquiera.
-Por todos los Dioses, soltadme y me haréis el hombre más feliz de Aerandir.- No creía en ningún dios de pacotilla, pero el amor que sentía en aquel momento me hacía creer en cualquier cosa.
Gerrit Nephgerd
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Re: Sorbos de Amor +18 [Libre][2/2][Cerrado]
Las palabras de Elen ofreciéndome su ayuda me reconfortaron enormemente. Saber que no estaba sola y que podía contar con la ayuda de una poderosa tensái eléctrica como era ella me resultaba muy reconfortante. Le devolví una sonrisa en señal de gratitud.
Poco después llegamos al local. En el que había bastantes mujeres, lo cual sería un problema si aquel hombre seguía empecinado en enamorarse de cualquiera a la que viera. Elen insistió a Jules en que lo sujetara, mientras el rubio pedía ser liberado, cosa que el bielemental no estaba dispuesto a hacer, y con una sonrisa como si estuviera tratando con un loco trataba de tranquilizarlo.
-Tranquilo, te llevaremos a un lugar lleno de féminas para que te lo pases genial. – le decía mi compañero con una sonrisa obligándolo a subir hacia el cuarto de Elen.
Yo subiría en último lugar, al poner un pie sobre el primero de los escalones de la taberna comencé a sentirme mareada. Tanto que tuve que llevarme una mano a la cabeza y agarrarme al pasamanos. El ambiente parecía cargado por el calor y el humo. Pero aquel mareo no era algo corriente. Estaba acostumbrada a lidiar en aquel tipo de ambiente. Agité mi cabeza un par de veces, me encontraba bastante molesta, pero aún así subí al piso de arriba.
Me sorprendió ver que una bruja como Elen viviera en aquel lugar. Era un cuarto bastante pequeño y pobre. Poco tenía que ver con mi habitación en la academia tensái, llena de lujos y ostentosidad, no míos, por supuesto, sino pagados por la propia academia y por el catedrático Dorian. A mí, a diferencia de la mayoría de gente, nunca me había faltado nada durante la infancia. Elen ya había estado allí en una ocasión, poco después de que nos conociéramos.
Curioseé su habitación disimuladamente, tenía interés en saber qué era en lo que trabajaba mi amiga. No entendía la mitad de los libros abiertos que tenía en su escritorio y por el número de frascos, hierbajos y potingues que tenía suponía que serían de Alquimia. En varias ocasiones Elen me había deleitado con sus conocimientos de química y herbología. Creando pociones que ayudaban a mitigar el dolor de las heridas sufridas en combate, tanto a mí como otras gentes que nos íbamos encontrando en nuestras aventuras.
Sin embargo, no estaba para muchos líos, y algo me ocurría. Me encontraba mal. Incómoda. Sudando. Y eso era algo que se me podía notar, aunque no me hacían mucho caso, pues el hombre que habíamos salvado parecía estar pensando en mujeres, y Jules hacía esfuerzos por retenerlo. – Haz la poción, por dios. – Apresuró a Elen. Ya empezaba a cansarse del comportamiento de éste. Yo me apoyé sobre la pared, crucé los brazos y me apreté el entrecejo.
-Necesito ir al aseo. Vengo ahora. – dije, separándome de la pared. Mientras Elen preparaba la poción tenía tiempo de ir a ventilar un poco.
Bajé las escaleras, algo mareada y con un fuerte dolor en mi antebrazo izquierdo. Justo donde el Centinela me había dejado su maldita marca. ¿Tendría aquello algo que ver? Hasta el momento no había notado ni que la llevaba. Bajé hasta la planta baja con la vista borrosa. No quería decir nada a nadie pues no pretendía preocupar a mis compañeros.
A duras penas llegué hasta los baños. Aproveché, me arrodillé con violencia en el suelo y tomé con mis dos manos agua de una palangana que había sobre una mesa para lavarse la cara y me la eché sobre la cara con fuerza. Parecía que iba retomando poco la conciencia. Traté de observar mi rostro reflejado en el agua cristalina conforme el agua iba estabilizándose por el movimiento que había causado.
Pero algo me sorprendería. El rostro que vería reflejado no era el mío, sino el de mi abuela, Lady Mortagglia. Había aparecido allí. Repentinamente. De la nada. Su rostro en el agua.
-¡Ah! – di un grito y tomé la palangana con las dos manos y la empujé con violencia contra la pared y salí corriendo del baño. Todo el mundo miró hacia mí por el grito que había pegado. Pero absolutamente todos en la taberna, todos. Tenían el rostro de mi maldita abuela.
-¡Jules! ¡Jules! – grité desesperada, subiendo rápido al cuarto de la bruja. Respirando fuerte. Sin control. – ¡La he visto! ¡Está en todas partes! ¡Viene a por mí! – el brujo rápidamente soltó al hombre por primera vez para ir a recogerme y me tomó entre sus brazos.
-Tranquila, Huracán. No pasa nada. Estamos aquí. Somos nosotros. – me decía el brujo, tratando de tranquilizarme. La amenaza del terrorífico Centinela, de que me capturarían viva y, además, los comentarios de mi madre acerca de la marca de mi brazo, que permitían a Mortagglia observarme y mostrarse ante mí. Aquella era la primera vez que lo experimentaba, y esperaba que fuera la última. - Como tu abuela se acerque, le daremos una buena.
Poco a poco me tranquilizaría, recuperaría la visión y volvería a ver los rostros de las personas con normalidad. No sabía si Elen ya había suministrado al hombre la poción. Esperaba que sí para poder huir cuanto antes de aquella ciudad y alejarme de la oscura influencia de mi abuela.
Poco después llegamos al local. En el que había bastantes mujeres, lo cual sería un problema si aquel hombre seguía empecinado en enamorarse de cualquiera a la que viera. Elen insistió a Jules en que lo sujetara, mientras el rubio pedía ser liberado, cosa que el bielemental no estaba dispuesto a hacer, y con una sonrisa como si estuviera tratando con un loco trataba de tranquilizarlo.
-Tranquilo, te llevaremos a un lugar lleno de féminas para que te lo pases genial. – le decía mi compañero con una sonrisa obligándolo a subir hacia el cuarto de Elen.
Yo subiría en último lugar, al poner un pie sobre el primero de los escalones de la taberna comencé a sentirme mareada. Tanto que tuve que llevarme una mano a la cabeza y agarrarme al pasamanos. El ambiente parecía cargado por el calor y el humo. Pero aquel mareo no era algo corriente. Estaba acostumbrada a lidiar en aquel tipo de ambiente. Agité mi cabeza un par de veces, me encontraba bastante molesta, pero aún así subí al piso de arriba.
Me sorprendió ver que una bruja como Elen viviera en aquel lugar. Era un cuarto bastante pequeño y pobre. Poco tenía que ver con mi habitación en la academia tensái, llena de lujos y ostentosidad, no míos, por supuesto, sino pagados por la propia academia y por el catedrático Dorian. A mí, a diferencia de la mayoría de gente, nunca me había faltado nada durante la infancia. Elen ya había estado allí en una ocasión, poco después de que nos conociéramos.
Curioseé su habitación disimuladamente, tenía interés en saber qué era en lo que trabajaba mi amiga. No entendía la mitad de los libros abiertos que tenía en su escritorio y por el número de frascos, hierbajos y potingues que tenía suponía que serían de Alquimia. En varias ocasiones Elen me había deleitado con sus conocimientos de química y herbología. Creando pociones que ayudaban a mitigar el dolor de las heridas sufridas en combate, tanto a mí como otras gentes que nos íbamos encontrando en nuestras aventuras.
Sin embargo, no estaba para muchos líos, y algo me ocurría. Me encontraba mal. Incómoda. Sudando. Y eso era algo que se me podía notar, aunque no me hacían mucho caso, pues el hombre que habíamos salvado parecía estar pensando en mujeres, y Jules hacía esfuerzos por retenerlo. – Haz la poción, por dios. – Apresuró a Elen. Ya empezaba a cansarse del comportamiento de éste. Yo me apoyé sobre la pared, crucé los brazos y me apreté el entrecejo.
-Necesito ir al aseo. Vengo ahora. – dije, separándome de la pared. Mientras Elen preparaba la poción tenía tiempo de ir a ventilar un poco.
Bajé las escaleras, algo mareada y con un fuerte dolor en mi antebrazo izquierdo. Justo donde el Centinela me había dejado su maldita marca. ¿Tendría aquello algo que ver? Hasta el momento no había notado ni que la llevaba. Bajé hasta la planta baja con la vista borrosa. No quería decir nada a nadie pues no pretendía preocupar a mis compañeros.
A duras penas llegué hasta los baños. Aproveché, me arrodillé con violencia en el suelo y tomé con mis dos manos agua de una palangana que había sobre una mesa para lavarse la cara y me la eché sobre la cara con fuerza. Parecía que iba retomando poco la conciencia. Traté de observar mi rostro reflejado en el agua cristalina conforme el agua iba estabilizándose por el movimiento que había causado.
Pero algo me sorprendería. El rostro que vería reflejado no era el mío, sino el de mi abuela, Lady Mortagglia. Había aparecido allí. Repentinamente. De la nada. Su rostro en el agua.
-¡Ah! – di un grito y tomé la palangana con las dos manos y la empujé con violencia contra la pared y salí corriendo del baño. Todo el mundo miró hacia mí por el grito que había pegado. Pero absolutamente todos en la taberna, todos. Tenían el rostro de mi maldita abuela.
-¡Jules! ¡Jules! – grité desesperada, subiendo rápido al cuarto de la bruja. Respirando fuerte. Sin control. – ¡La he visto! ¡Está en todas partes! ¡Viene a por mí! – el brujo rápidamente soltó al hombre por primera vez para ir a recogerme y me tomó entre sus brazos.
-Tranquila, Huracán. No pasa nada. Estamos aquí. Somos nosotros. – me decía el brujo, tratando de tranquilizarme. La amenaza del terrorífico Centinela, de que me capturarían viva y, además, los comentarios de mi madre acerca de la marca de mi brazo, que permitían a Mortagglia observarme y mostrarse ante mí. Aquella era la primera vez que lo experimentaba, y esperaba que fuera la última. - Como tu abuela se acerque, le daremos una buena.
Poco a poco me tranquilizaría, recuperaría la visión y volvería a ver los rostros de las personas con normalidad. No sabía si Elen ya había suministrado al hombre la poción. Esperaba que sí para poder huir cuanto antes de aquella ciudad y alejarme de la oscura influencia de mi abuela.
Anastasia Boisson
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El brebaje que se había suministrado al rubio tenía un curioso efecto, no solo se enamoraba de cualquier mujer que se le pusiera ante los ojos, sino que también afectaba a su realidad, distorsionando cuanto pasaba a su alrededor para que cualquier acto estuviese relacionado con él y su repentino enamoramiento. Jules trataba de controlarlo, asegurándole que lo llevarían a un lugar repleto de damas, en que podría disfrutar de la compañía de todas ellas, pero probablemente no era necesario convencerlo de que subiese al cuarto, aquella noche cualquier fémina de la ciudad podría haber obtenido del extraño lo que quisiese.
La de ojos verdes avanzó hacia la ventana más cercana y la abrió ligeramente, sabiendo que aunque ella estuviese de sobra acostumbrada a la intensidad de olores que emanaban de sus ingredientes y pociones, otros podían llegar a agobiarse, sobre todo cuando no se solía estar en sitios de ambiente semejante. Tras esto regresó a su mesa de trabajo, escuchando de fondo la voz del cazador, que ya no se reía con la situación y parecía estar perdiendo la paciencia. Huracán decidió aprovechar el momento para acudir al aseo de la planta baja, mientras la alquimista se ponía manos a la obra para anular los efectos de la Amorttentia cuanto antes, y así tener ocasión de hablar más tranquilamente con su amiga, para informarse de lo que le había ocurrido con el caballero sombrío.
- ¿A que ya no hace tanta gracia? - preguntó la bruja, al tiempo que encendía el fuego y colocaba sobre este un caldero con agua. Después se situó frente a una de las mesas y la recorrió con la mirada, tomó su daga y despejó una pequeña zona para trabajar sobre ella. - Veamos, no le han dado un elixir del amor normal y corriente, ¿Sprora quizá? - comentó en voz alta, aunque la cuestión era para sí misma. - No importa, puedo eliminar el efecto más molesto, un par de horas de descanso servirán para que su cuerpo se reponga del resto. - añadió, echando mano a unas cuantas flores de Osculum, que descansaban entre la multitud de ingredientes.
Tras separar el tallo de las flores, la hechicera examinó la pequeña estantería que había sobre las mesas y tomó uno de los recipientes, dónde guardaba las escasas semillas de Amorttentia que tenía en la posada. Si aquella situación continuaba tendría que visitar al anciano Félix y comprar más, pero el dinero de momento no le preocupaba, solo le interesaba ayudar a los pobres que habían tenido la mala suerte de toparse con aquellas chupasangres. Quizá el marinero del puerto también necesitase un brebaje para volver en sí, pero a aquellas alturas ya lo habrían trasladado al hospital, y probablemente las enfermeras se hubiesen dado cuenta de lo que le pasaba.
Ya que no iba a elaborar mucha cantidad, la joven se limitó a dejar caer un par de semillas en el interior del caldero, junto con las flores anteriormente cortadas, para luego preparar a un lado de la mesa el recipiente en que el rubio se tomaría la poción. - Ya solo tenemos que esperar unos minutos. - anunció, apoyando la espalda contra el borde de la mesa y cruzando los brazos sobre el pecho, justo antes de que un grito en el piso inferior la sobresaltase. La voz era la de Anastasia, y segundos después de haber proferido la primera exclamación, la cazadora apareció escaleras arriba, llamando a su compañero totalmente desesperada.
La joven aseguraba haber visto a alguien, y no tuvo que decir más para que Jules corriese a sujetarla, mientras intentaba calmarla y le aseguraba que de acercarse a ella, Mortagglia lo pagaría muy caro. - Huracán cálmate, ella no está aquí. - intervino la alquimista, con cierta tristeza en el rostro. Nunca había visto así a su amiga, algo realmente malo tenía que haberle pasado para que el miedo se apoderase de ella, pero en cierto modo se veía reflejada en la cazadora, pues los acontecimientos de isla lunar aún le ponían los pelos de punta, y no podía borrar de su mente la imagen del jinete, más real que nunca. - Siéntate un momento, te traeré algo de agua. - agregó, antes de buscar un vaso y servirle la fresca bebida.
En cuanto estuvo lista, entregó el vaso a Jules para que se lo diese a su compañera y regresó junto al caldero, para retirarlo del fuego y verter parte del contenido en un cuenco de madera, que segundos después tendería en dirección al rubio. - Tomate esto, quizá podamos sacar algo en claro cuando te haga efecto. - comentó, ya que desconocían por completo a aquel individuo. Luego volvió a situarse cerca del par de brujos, esperando que su amiga se repusiera de lo sucedido y pudiese contarle con mayor detalle qué había pasado.
Off: Subrayado el uso de la pasiva de alquimia.
La de ojos verdes avanzó hacia la ventana más cercana y la abrió ligeramente, sabiendo que aunque ella estuviese de sobra acostumbrada a la intensidad de olores que emanaban de sus ingredientes y pociones, otros podían llegar a agobiarse, sobre todo cuando no se solía estar en sitios de ambiente semejante. Tras esto regresó a su mesa de trabajo, escuchando de fondo la voz del cazador, que ya no se reía con la situación y parecía estar perdiendo la paciencia. Huracán decidió aprovechar el momento para acudir al aseo de la planta baja, mientras la alquimista se ponía manos a la obra para anular los efectos de la Amorttentia cuanto antes, y así tener ocasión de hablar más tranquilamente con su amiga, para informarse de lo que le había ocurrido con el caballero sombrío.
- ¿A que ya no hace tanta gracia? - preguntó la bruja, al tiempo que encendía el fuego y colocaba sobre este un caldero con agua. Después se situó frente a una de las mesas y la recorrió con la mirada, tomó su daga y despejó una pequeña zona para trabajar sobre ella. - Veamos, no le han dado un elixir del amor normal y corriente, ¿Sprora quizá? - comentó en voz alta, aunque la cuestión era para sí misma. - No importa, puedo eliminar el efecto más molesto, un par de horas de descanso servirán para que su cuerpo se reponga del resto. - añadió, echando mano a unas cuantas flores de Osculum, que descansaban entre la multitud de ingredientes.
Tras separar el tallo de las flores, la hechicera examinó la pequeña estantería que había sobre las mesas y tomó uno de los recipientes, dónde guardaba las escasas semillas de Amorttentia que tenía en la posada. Si aquella situación continuaba tendría que visitar al anciano Félix y comprar más, pero el dinero de momento no le preocupaba, solo le interesaba ayudar a los pobres que habían tenido la mala suerte de toparse con aquellas chupasangres. Quizá el marinero del puerto también necesitase un brebaje para volver en sí, pero a aquellas alturas ya lo habrían trasladado al hospital, y probablemente las enfermeras se hubiesen dado cuenta de lo que le pasaba.
Ya que no iba a elaborar mucha cantidad, la joven se limitó a dejar caer un par de semillas en el interior del caldero, junto con las flores anteriormente cortadas, para luego preparar a un lado de la mesa el recipiente en que el rubio se tomaría la poción. - Ya solo tenemos que esperar unos minutos. - anunció, apoyando la espalda contra el borde de la mesa y cruzando los brazos sobre el pecho, justo antes de que un grito en el piso inferior la sobresaltase. La voz era la de Anastasia, y segundos después de haber proferido la primera exclamación, la cazadora apareció escaleras arriba, llamando a su compañero totalmente desesperada.
La joven aseguraba haber visto a alguien, y no tuvo que decir más para que Jules corriese a sujetarla, mientras intentaba calmarla y le aseguraba que de acercarse a ella, Mortagglia lo pagaría muy caro. - Huracán cálmate, ella no está aquí. - intervino la alquimista, con cierta tristeza en el rostro. Nunca había visto así a su amiga, algo realmente malo tenía que haberle pasado para que el miedo se apoderase de ella, pero en cierto modo se veía reflejada en la cazadora, pues los acontecimientos de isla lunar aún le ponían los pelos de punta, y no podía borrar de su mente la imagen del jinete, más real que nunca. - Siéntate un momento, te traeré algo de agua. - agregó, antes de buscar un vaso y servirle la fresca bebida.
En cuanto estuvo lista, entregó el vaso a Jules para que se lo diese a su compañera y regresó junto al caldero, para retirarlo del fuego y verter parte del contenido en un cuenco de madera, que segundos después tendería en dirección al rubio. - Tomate esto, quizá podamos sacar algo en claro cuando te haga efecto. - comentó, ya que desconocían por completo a aquel individuo. Luego volvió a situarse cerca del par de brujos, esperando que su amiga se repusiera de lo sucedido y pudiese contarle con mayor detalle qué había pasado.
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Elen Calhoun
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Sarez
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Hice impulso de levantarme del suelo e hice toda la fuerza que pude apretando las manos para destrozar las esposas que ataban mis muñecas. Una de las chicas me había traído a su propio cuarto de la posada y la otra se fue apresuradamente al baño. El embrujo maldito embrujo de la poción de amor que me había dado la vampiresa a traición hizo el resto. Por un lado, me imaginé que la joven de pelo blanco y ojos verdes me había traído hacia su cuarto con el único motivo de hacer aquello que mi cabeza enferma deseaba hacer, no por nada había perfumado su habitación con toda clase de hierbas y flores; ¿las esposas? ya me castaño que eran un juego extra que harían que todo fuera mucho más interesante. Por el otro lado, la del pelo castaño y vestimenta oscura me parecía que me estaba haciendo señales para que la acompañase hacia los servicios, sería allí, lejos de su contrincante la peliblanca, donde nosotros disfrutaríamos de nuestra mutua soledad. Si no me conseguía deshacerme de las cadenas lo ante posible me volvería loco, todavía más loco de lo que la poción me había dejado.
La balanza entre las dos chicas, finalmente, se balanceó a favor de la de los ojos verdes. El otro tipo, el hombre que me tenía amarrado por la espalda, no me iba a dejar levantarme del suelo. Aunque podría haberme deshecho del tipejo con un simple vendaval o con un golpe de electricidad, no hice nada. Tanto me daba follarme a la castaña en los lavabos que a la peliblanca en su perfumado lecho. Que Jules me estuviera cogiendo solo me facilitó decantarme por una de las dos.
Durante largos minutos, la chica, entre lo que mi dañada cabeza creía que eran sus perfumes, sus sales de baño y licores especialmente seleccionados para hacer más divertida nuestra velada, estuvo preparando una bebida para ambos. Tardaba bastante, en otras ocasiones me hubiera aburrido de esperar hasta tal punto que hubiera cogido los alcoholes y lo habría hecho yo mismo; mas, en aquel momento, lo segundo más divertido que podía hacer era contemplar a la chica peliblanca. Ver la moverse de aquella forma tan grácil entre las botellas y las hierbas me parecía algo encantador.
Otra vez, ese atisbo de conocimiento que todavía luchaba por resistir en el interior de mi cabeza, se asomó para vomitar del asco de lo que estaba viendo y pensando. Nada de ello era real. Un lugar en mi mente sabía qué existía y que no, un lugar que se sentía ignorado y marchito.
Llegó la de cabello castaño, quizás se hartó de esperar a que fuera con ella a los servicios y se conformó en compartir lecho con la peliblanca y conmigo. Las chicas intercambiaron unas palabras en privado, ni yo ni el tipo que me sujetaba por la espalda para que no escapase, pudimos escuchar nada de lo que ninguna de ellas dijo. Pero yo sabía que estaban discutiendo por mí. ¿Por qué cosa sino iban a discutir? No pude evitar sonreír de oreja a oreja.
Poco tardó la de ojos verdes en retirar lo que fuera que estuviera preparando en el caldero para entregármelo sobre un cuenco de madera negra. Lo bebí sin dudar sin apartar mis ojos azules de sus ojos verdes; igual que horas antes bebí la maldita poción de la vampira sin apartar mis ojos de los suyos rojos.
El licor debió de ser muy fuerte pues, nada más tomármelo sentí que mi cabeza se quedaba vacía. Por unos segundos dejé de pensar, imaginar, ver y oír. Era como si me hubiera quedado sin absolutamente nada. O casi nada. Sí, todavía quedaba algo en mi mente; un algo que tuvo ganas de vomitar por segunda pero que resistió conforme pudo. Poco a poco, muy paulatinamente, comencé a ver. Primero vi el cuenco de madera y, pude pensar con claridad por primera vez que me tomé la poción de amor; me pregunté qué clase de licor se servía en un cuenco de madera negra. No, eso no era ninguna clase de alcohol. Lo segundo que vi fue la habitación de la chica de pelo blanco y tampoco se parecía en nada en lo que me había imaginado al principio. ¿Dónde estaban los perfumes, las sales de baño y los licores? No había nada de eso, ni siquiera parecía una habitación de una posada barato sino que era más como el pequeño laboratorio que tenía cuando era más joven. Lo tercero vi y, quizás, lo que más me extrañó es que las chicas, eran realmente bellas (tras haberme dado cuenta del efecto de la poción me esperaba unas chicas tan feas como callos en los pies) pero nada que no había visto ya en ninguna otra doncella de Lunargenta.
-Me duele la cabeza.- Hice la intención de apoyar la cabeza en mi hombro derecho pero, la ver que resultaba sumamente incómodo con las manos atadas, pronto me volví a erguir como hasta el momento. - Que alguien me explique qué cojones ha pasado.- Fue lo más inteligente que se me ocurrió decir, por lo menos mucho más inteligente que las clásicas preguntas de “¿dónde estoy y qué ha sido esa poción?”. –Y espero por vuestro bien que me seas sinceros- giré la cabeza para ver al hombre de detrás de mí. - todos- remarqué mirándole fijamente- ahora mismo no estoy para bromas.-
La balanza entre las dos chicas, finalmente, se balanceó a favor de la de los ojos verdes. El otro tipo, el hombre que me tenía amarrado por la espalda, no me iba a dejar levantarme del suelo. Aunque podría haberme deshecho del tipejo con un simple vendaval o con un golpe de electricidad, no hice nada. Tanto me daba follarme a la castaña en los lavabos que a la peliblanca en su perfumado lecho. Que Jules me estuviera cogiendo solo me facilitó decantarme por una de las dos.
Durante largos minutos, la chica, entre lo que mi dañada cabeza creía que eran sus perfumes, sus sales de baño y licores especialmente seleccionados para hacer más divertida nuestra velada, estuvo preparando una bebida para ambos. Tardaba bastante, en otras ocasiones me hubiera aburrido de esperar hasta tal punto que hubiera cogido los alcoholes y lo habría hecho yo mismo; mas, en aquel momento, lo segundo más divertido que podía hacer era contemplar a la chica peliblanca. Ver la moverse de aquella forma tan grácil entre las botellas y las hierbas me parecía algo encantador.
Otra vez, ese atisbo de conocimiento que todavía luchaba por resistir en el interior de mi cabeza, se asomó para vomitar del asco de lo que estaba viendo y pensando. Nada de ello era real. Un lugar en mi mente sabía qué existía y que no, un lugar que se sentía ignorado y marchito.
Llegó la de cabello castaño, quizás se hartó de esperar a que fuera con ella a los servicios y se conformó en compartir lecho con la peliblanca y conmigo. Las chicas intercambiaron unas palabras en privado, ni yo ni el tipo que me sujetaba por la espalda para que no escapase, pudimos escuchar nada de lo que ninguna de ellas dijo. Pero yo sabía que estaban discutiendo por mí. ¿Por qué cosa sino iban a discutir? No pude evitar sonreír de oreja a oreja.
Poco tardó la de ojos verdes en retirar lo que fuera que estuviera preparando en el caldero para entregármelo sobre un cuenco de madera negra. Lo bebí sin dudar sin apartar mis ojos azules de sus ojos verdes; igual que horas antes bebí la maldita poción de la vampira sin apartar mis ojos de los suyos rojos.
El licor debió de ser muy fuerte pues, nada más tomármelo sentí que mi cabeza se quedaba vacía. Por unos segundos dejé de pensar, imaginar, ver y oír. Era como si me hubiera quedado sin absolutamente nada. O casi nada. Sí, todavía quedaba algo en mi mente; un algo que tuvo ganas de vomitar por segunda pero que resistió conforme pudo. Poco a poco, muy paulatinamente, comencé a ver. Primero vi el cuenco de madera y, pude pensar con claridad por primera vez que me tomé la poción de amor; me pregunté qué clase de licor se servía en un cuenco de madera negra. No, eso no era ninguna clase de alcohol. Lo segundo que vi fue la habitación de la chica de pelo blanco y tampoco se parecía en nada en lo que me había imaginado al principio. ¿Dónde estaban los perfumes, las sales de baño y los licores? No había nada de eso, ni siquiera parecía una habitación de una posada barato sino que era más como el pequeño laboratorio que tenía cuando era más joven. Lo tercero vi y, quizás, lo que más me extrañó es que las chicas, eran realmente bellas (tras haberme dado cuenta del efecto de la poción me esperaba unas chicas tan feas como callos en los pies) pero nada que no había visto ya en ninguna otra doncella de Lunargenta.
-Me duele la cabeza.- Hice la intención de apoyar la cabeza en mi hombro derecho pero, la ver que resultaba sumamente incómodo con las manos atadas, pronto me volví a erguir como hasta el momento. - Que alguien me explique qué cojones ha pasado.- Fue lo más inteligente que se me ocurrió decir, por lo menos mucho más inteligente que las clásicas preguntas de “¿dónde estoy y qué ha sido esa poción?”. –Y espero por vuestro bien que me seas sinceros- giré la cabeza para ver al hombre de detrás de mí. - todos- remarqué mirándole fijamente- ahora mismo no estoy para bromas.-
Gerrit Nephgerd
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Re: Sorbos de Amor +18 [Libre][2/2][Cerrado]
Tanto Jules como Elen trataron de tranquilizarme. Pero me aterraba demasiado ver a aquella mujer a casi cada cualquier sitio al que iba. Sabiendo como sabía que iba a por mí, lo último que quería era encontrármela y, aunque aquellas imágenes no eran reales, parecían tan verdaderas que me angustiaban. Elen me dio un vaso de agua que bebí poco a poco para que tratar de volver a entrar en mí,
Desde la silla en la que estaba sentada, pude ver cómo mi amiga le daba la poción que había creado a aquel hombre extraño, que nos seguía mirando cual baboso a ambas. Jules volvió a sujetarlo para que no tratara de hacer nada extraño, pero para mi sorpresa se tomó la pócima como debió haber hecho con la primera que tomó. Confiaba en las habilidades alquímicas de la bruja, y sabía que aquella poción haría algo, aunque a priori parecía que le había dado algo que lo iba a dormir por la manera en la que cerraba los ojos.
Cuando ya estaba más tranquila, me levanté y comencé a caminar por la sala de brazos cruzados. Cuando el tipo volvió en sí, lo hizo de muy mala manera. Y con tono enfadado y desagradecido preguntó quienes éramos. Lo peor de todo fue que, aún encontrándose maniatado se atrevió a lanzarnos una amenaza. Puede que Jules fuese un comediante, o que Elen prefiriese ignorarlo, pero no iba a permitir que a mí se dirigiera en unos modales que ni siquiera permitía a mi madre. Con mala cara me acerqué a él, puse mi rostro frente al suyo mostrando con seriedad.
-Baja los humos. O te los bajaré yo. – le devolví la amenaza con mi habitual mirada inexpresiva, y con un tono bajo. Jamás permitía impertinencias a nadie, y menos de un tipo al que acababa de salvar. – Una vampiresa te ha dado una poción de amor, y yo le he… “enseñado modales". – Tampoco quería asustar al pobre hombre, así que lo dije con suavidad. Aunque por si no lo había entendido, Jules complementó mi explicación pasándose el dedo índice a través del cuello, simbolizando la muerte. - Y mi amiga te ha curado tus males. Ahora estás bien y eres libre para volver a casa. – y, continuando de brazos cruzados, le hice un gesto a Jules con la cabeza para que lo desatara.
Tenía la sensación de que andaba por la ciudad, y tenía que salir de allí cuanto antes mejor. Mientras el brujo desataba al hombre que, por cierto, aún no sabía como se llamaba, me giré hacia Elen y en voz baja me dirigí a ella, no sabía si aquel extraño hombre me escucharía, pero dado que pronto me iría, creía que le debía una explicación sobre lo ocurrido en los baños.
-Hace unas semanas fui marcada por un guerrero sombrío y ahora Mortagglia puede saber donde estoy. Es muy poderoso. Combatí sola contra él y casi acaba conmigo, pero entre dos cazadores, una elfa sanadora, Igraine y tu hermano Vincent conseguimos reducirlo. Aunque no llegó a morir. – le comenté cabizbaja. Obviando el hecho de que se autoproclamaba como “centinela” pues mi amiga probablemente ni siquiera sabría qué era, ni yo tampoco a ciencia cierta. – Tengo que abandonar Lunargenta. Tengo el presentimiento de que mi presencia aquí me pone en peligro no solo a mí, sino al resto de la ciudad. – Sin embargo, no le comentaría mi destino. Mi misión, encontrar al malvado centinela y terminar con él de una vez por todas. Ya había puesto en riesgo a demasiada gente por mí y no quería que Elen tuviese la idea de seguirme, prefería que considerara mi empresa como algo trivial y de fácil solución. Para ello tendría que adentrarme en los peligrosos bosques del oeste, repletos de vampiros, y dar con la guarida de la Hermandad.
Tras explicarle lo ocurrido, sin quitar mi mirada seria me volví a acercar al tipo y, de brazos cruzados, esperaría a que aquel hombre respondiera, no pensaba abandonar a Elen con aquel hombre con pinta de estúpido engreído y el martillo a solas.
-Muy bien, amigo, ahora que sabes lo malvados que somos, ¿puedes explicarnos ahora quién eres tú y de dónde has salido? - preguntó mi compañero brujo con cierta sorna, algo habitual en él.
Desde la silla en la que estaba sentada, pude ver cómo mi amiga le daba la poción que había creado a aquel hombre extraño, que nos seguía mirando cual baboso a ambas. Jules volvió a sujetarlo para que no tratara de hacer nada extraño, pero para mi sorpresa se tomó la pócima como debió haber hecho con la primera que tomó. Confiaba en las habilidades alquímicas de la bruja, y sabía que aquella poción haría algo, aunque a priori parecía que le había dado algo que lo iba a dormir por la manera en la que cerraba los ojos.
Cuando ya estaba más tranquila, me levanté y comencé a caminar por la sala de brazos cruzados. Cuando el tipo volvió en sí, lo hizo de muy mala manera. Y con tono enfadado y desagradecido preguntó quienes éramos. Lo peor de todo fue que, aún encontrándose maniatado se atrevió a lanzarnos una amenaza. Puede que Jules fuese un comediante, o que Elen prefiriese ignorarlo, pero no iba a permitir que a mí se dirigiera en unos modales que ni siquiera permitía a mi madre. Con mala cara me acerqué a él, puse mi rostro frente al suyo mostrando con seriedad.
-Baja los humos. O te los bajaré yo. – le devolví la amenaza con mi habitual mirada inexpresiva, y con un tono bajo. Jamás permitía impertinencias a nadie, y menos de un tipo al que acababa de salvar. – Una vampiresa te ha dado una poción de amor, y yo le he… “enseñado modales". – Tampoco quería asustar al pobre hombre, así que lo dije con suavidad. Aunque por si no lo había entendido, Jules complementó mi explicación pasándose el dedo índice a través del cuello, simbolizando la muerte. - Y mi amiga te ha curado tus males. Ahora estás bien y eres libre para volver a casa. – y, continuando de brazos cruzados, le hice un gesto a Jules con la cabeza para que lo desatara.
Tenía la sensación de que andaba por la ciudad, y tenía que salir de allí cuanto antes mejor. Mientras el brujo desataba al hombre que, por cierto, aún no sabía como se llamaba, me giré hacia Elen y en voz baja me dirigí a ella, no sabía si aquel extraño hombre me escucharía, pero dado que pronto me iría, creía que le debía una explicación sobre lo ocurrido en los baños.
-Hace unas semanas fui marcada por un guerrero sombrío y ahora Mortagglia puede saber donde estoy. Es muy poderoso. Combatí sola contra él y casi acaba conmigo, pero entre dos cazadores, una elfa sanadora, Igraine y tu hermano Vincent conseguimos reducirlo. Aunque no llegó a morir. – le comenté cabizbaja. Obviando el hecho de que se autoproclamaba como “centinela” pues mi amiga probablemente ni siquiera sabría qué era, ni yo tampoco a ciencia cierta. – Tengo que abandonar Lunargenta. Tengo el presentimiento de que mi presencia aquí me pone en peligro no solo a mí, sino al resto de la ciudad. – Sin embargo, no le comentaría mi destino. Mi misión, encontrar al malvado centinela y terminar con él de una vez por todas. Ya había puesto en riesgo a demasiada gente por mí y no quería que Elen tuviese la idea de seguirme, prefería que considerara mi empresa como algo trivial y de fácil solución. Para ello tendría que adentrarme en los peligrosos bosques del oeste, repletos de vampiros, y dar con la guarida de la Hermandad.
Tras explicarle lo ocurrido, sin quitar mi mirada seria me volví a acercar al tipo y, de brazos cruzados, esperaría a que aquel hombre respondiera, no pensaba abandonar a Elen con aquel hombre con pinta de estúpido engreído y el martillo a solas.
-Muy bien, amigo, ahora que sabes lo malvados que somos, ¿puedes explicarnos ahora quién eres tú y de dónde has salido? - preguntó mi compañero brujo con cierta sorna, algo habitual en él.
Anastasia Boisson
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El remedio de la alquimista comenzó a hacer efecto de inmediato, provocando que el rubio quedase como ausente durante unos instantes, tras lo cual, el extraño comenzó a mirar cuanto le rodeaba con otros ojos. No tardó en tomar la palabra, primero para quejarse del dolor de cabeza que tenía, y luego para pedir explicaciones acerca de lo que le había ocurrido, de mal modo. - Atado y en inferioridad numérica, yo que tú no amenazaría. - dijo la tensai, con tono cortante. Huracán también intervino para dejarle las cosas claras, devolviéndole la amenaza y posteriormente resumiéndole lo que había pasado, para acto seguido hacer un gesto a su compañero, que procedió a soltar al rubio.
- Viendo lo desagradecido que es quizá hubiese sido mejor dejarlo suelto en las calles, hasta que algún marido celoso y poco razonable le diese su merecido, o hasta que otra vampira se hubiese aprovechado de él, lo que llegase primero. - espetó, cruzando los brazos a la altura del pecho. Si algo le faltaba a la bruja era paciencia para según qué situaciones, y aquella en particular, en la que prefería librarse del extraño cuanto antes y hablar tranquilamente con su amiga antes de que decidiese marcharse de la ciudad, era una de ellas. Mientras Jules se encargaba de liberar al enamorado, Anastasia aprovechó para acercarse a la de cabellos cenicientos y explicarle algo mejor lo referente a su marca.
Al parecer Mortagglia tenía de su parte no solo a vampiros comunes, sino también a guerreros sombríos, bien entrenados para la lucha. ¿Cómo se había hecho la mujer con un aliado tan poderoso? Eso tendría que descubrirlo, pero aún quedaba más por escuchar. Hizo falta un curioso y variado grupo de personas para hacer frente a aquel oscuro individuo, entre los que aparte de Huracán y la dragona Igraine, a la cual había conocido tiempo atrás, durante su visita a la guarida de Mortagglia en la cueva del segundo pico, se encontraba también su hermano Vincent, cosa que no se esperaba.
Hacía algún tiempo que no lo veía, ni a él ni a su madre, pero quizá pronto la familia se reencontrase por fin, y entonces tendría la ocasión perfecta para contarles lo que le había pasado, cosa que tarde o temprano también tendría que revelar a su amiga. La joven temía que su presencia en Lunargenta pudiese no solo ponerla en peligro a ella, sino también a cuantos vivían en la ciudad, y por ello quería abandonar el lugar tan pronto como fuese posible. Elen quiso decirle entonces que no se preocupase, que ella se encargaría de proteger aquellas tierras ante cualquier mal que intentase asolarlas, pero no tuvo tiempo, Anastasia ya volvía a ponerse en movimiento, acercándose al rubio para escuchar mejor lo que tuviese que decir.
Jules fue quien formuló las preguntas, haber liberado las muñecas del extraño, que por fin podría moverse con libertad. Iba armado y no parecía que su carácter fuese a cambiar de repente, así que como precaución, la hechicera se mantuvo cerca de los demás y lista para hacer uso de su elemento si resultaba necesario, aunque esperaba no llegar a aquel extremo. Sabiendo que la noche aún cubría con su manto la ciudad, y que por tanto su ronda no había acabado, lo mejor sería esclarecer la identidad del rubio y continuar con su vigilancia, para evitar nuevos ataques o intentar salvar a tantos incautos como pudiese.
- Si te consuela, no eres el único que ha caído en las trampas de esas vampiras, yo venía del puerto cuando me topé con vosotros, y allí encontré a otra víctima que había sido manipulada del mismo modo, con un elixir de amorttentia. - comentó la benjamina de los Calhoun, a modo informativo. - Parece que los dos tuvisteis suerte. - añadió, para luego esperar en silencio las respuestas del rubio. Elen había dejado en buenas manos al marinero del callejón, pero aun así debía tener en cuenta lo grande que era Lunargenta, y que aunque salvase a un par cada noche, muchos más podrían estar muriendo en aquel mismo instante, la guardia tendría mucho que hacer hasta que los ataques cesasen.
- Viendo lo desagradecido que es quizá hubiese sido mejor dejarlo suelto en las calles, hasta que algún marido celoso y poco razonable le diese su merecido, o hasta que otra vampira se hubiese aprovechado de él, lo que llegase primero. - espetó, cruzando los brazos a la altura del pecho. Si algo le faltaba a la bruja era paciencia para según qué situaciones, y aquella en particular, en la que prefería librarse del extraño cuanto antes y hablar tranquilamente con su amiga antes de que decidiese marcharse de la ciudad, era una de ellas. Mientras Jules se encargaba de liberar al enamorado, Anastasia aprovechó para acercarse a la de cabellos cenicientos y explicarle algo mejor lo referente a su marca.
Al parecer Mortagglia tenía de su parte no solo a vampiros comunes, sino también a guerreros sombríos, bien entrenados para la lucha. ¿Cómo se había hecho la mujer con un aliado tan poderoso? Eso tendría que descubrirlo, pero aún quedaba más por escuchar. Hizo falta un curioso y variado grupo de personas para hacer frente a aquel oscuro individuo, entre los que aparte de Huracán y la dragona Igraine, a la cual había conocido tiempo atrás, durante su visita a la guarida de Mortagglia en la cueva del segundo pico, se encontraba también su hermano Vincent, cosa que no se esperaba.
Hacía algún tiempo que no lo veía, ni a él ni a su madre, pero quizá pronto la familia se reencontrase por fin, y entonces tendría la ocasión perfecta para contarles lo que le había pasado, cosa que tarde o temprano también tendría que revelar a su amiga. La joven temía que su presencia en Lunargenta pudiese no solo ponerla en peligro a ella, sino también a cuantos vivían en la ciudad, y por ello quería abandonar el lugar tan pronto como fuese posible. Elen quiso decirle entonces que no se preocupase, que ella se encargaría de proteger aquellas tierras ante cualquier mal que intentase asolarlas, pero no tuvo tiempo, Anastasia ya volvía a ponerse en movimiento, acercándose al rubio para escuchar mejor lo que tuviese que decir.
Jules fue quien formuló las preguntas, haber liberado las muñecas del extraño, que por fin podría moverse con libertad. Iba armado y no parecía que su carácter fuese a cambiar de repente, así que como precaución, la hechicera se mantuvo cerca de los demás y lista para hacer uso de su elemento si resultaba necesario, aunque esperaba no llegar a aquel extremo. Sabiendo que la noche aún cubría con su manto la ciudad, y que por tanto su ronda no había acabado, lo mejor sería esclarecer la identidad del rubio y continuar con su vigilancia, para evitar nuevos ataques o intentar salvar a tantos incautos como pudiese.
- Si te consuela, no eres el único que ha caído en las trampas de esas vampiras, yo venía del puerto cuando me topé con vosotros, y allí encontré a otra víctima que había sido manipulada del mismo modo, con un elixir de amorttentia. - comentó la benjamina de los Calhoun, a modo informativo. - Parece que los dos tuvisteis suerte. - añadió, para luego esperar en silencio las respuestas del rubio. Elen había dejado en buenas manos al marinero del callejón, pero aun así debía tener en cuenta lo grande que era Lunargenta, y que aunque salvase a un par cada noche, muchos más podrían estar muriendo en aquel mismo instante, la guardia tendría mucho que hacer hasta que los ataques cesasen.
Elen Calhoun
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Miré a la chica de pelo castaño arqueando una ceja cuando ésta terminó de hablar. Sus palabras fueron escuetas, amenazantes y orgullosas hasta decir basta. Aunque me pareció desagradable en una primera instancia, al cabo de pocos segundos me di cuenta que ella estaba siendo amable. Si eran ciertas las imágenes que se colapsaban en mi cabeza provocándome en forma de una insoportable jaqueca, aun tenía que agradecer a la chica que no me hubiera partido la cara de un golpe. De ahí que hubiera arqueado la ceja en señal de duda y sospecha. Le pedí sinceridad, ella a cambió parecía que me había dado una simple pincelada de todo el cuadro que ocurrió. Siempre fue mejor de lo que me dijo la peliblanca de ojos verdes, ella solo me recordó que estaba atado y en inferioridad.
-Eso de “libre” es muy relativo.- Contesté a la joven haciendo resonar las esposas que ataban mis muñecas. –¿Desagradecido, yo?- Giré la cabeza para encontrarme con la peliblanca de ojos verdes. – Soy tan agradecido como lo sería cualquier hombre de rodillas y esposado por tres desconocidos, preciosa.- Hasta un estúpido elfo se daría cuenta de lo sarcástico que estaba siendo, lo que no se daría cuenta es que el “preciosa” que había usado para llamar a la peliblanca lo dije con un tono despectivo.
Las dos chicas se alejaron para hablar entre ellas. Afine mis oídos con tal de poder escuchar cualquier cosa que estuvieran diciendo. Tenía el presentimiento de que estarían discutiendo por mí. No sería la misma discusión como la que creí escuchar en la locura de la poción de amor. Esta vez no estarían peleándose por quien me follaba sino por quién me hacía las preguntas para luego matarme. Es lo que yo hubiera hecho de estar en su posición, es lo que hacía en los buenos y malos tiempos pasados.
El tercero de los tres secuestradores, aquel que recordaba que se llamaba Jules, se interpuso entre las dos chicas y yo. Su tono de voz sonaba con falsa confianza y amabilidad, conocía bien ese tono de voz pues el que yo usaba cuando tenía que hacer a hablar a un elfo. Primero intentó asustarme y luego me preguntó. Ese truco me lo inventé yo hace muchos años. Con los elfos funcionaba, conmigo, desgraciadamente para él, no.
-Si vosotros sois los malvados, debéis de presentaros los primeros.- Dije sin poder evitar reírme. - ¿No conocéis el manual del buen villano? Capítulo 3 página 76. – En comparación conmigo. Estos tres eran niños. Si superaban la veintena debía de ser por muy pocos años. Para asustarme necesitaban más que un par de amenazas. Y así se lo demostré, de nada importó lo que dijera Jules ni las poses serias de brazos cruzados de la chica castaña, mi cuerpo seguía manteniéndose firme y reto sin el mejor signo de cobardía.
La siguiente en hablar, y con mucha más educación que la principio, fue la peliblanca. Su manera de hablar me hizo arquear por segunda vez la ceja pues no compartía la misma definición de “suerte” que ella dio. Para mí, suerte, sería si estuviera desatado y libre rompiendo un cabeza de vampira por cada gilipollez que hubiera dicho estando en el trance de la poción. Iba a decirlo en voz alta, pero al final lo dejé estar. Contra más hablase más tiempo estaría desatado.
-Sí, suerte.- Fue la una respuesta que di a la peliblanca acompañada de un largo suspiro. –Como lo quieras llamar.- Después de esto, harto de estar atado me puse en pie. - ¿Me vais a liberar ya? Suuri y yo tenemos trabajo que hacer fuera. –Incliné la cabeza hacia mi martillo. - Todavía quedan vampiras fuera y juro que me la pagarán.-
-Eso de “libre” es muy relativo.- Contesté a la joven haciendo resonar las esposas que ataban mis muñecas. –¿Desagradecido, yo?- Giré la cabeza para encontrarme con la peliblanca de ojos verdes. – Soy tan agradecido como lo sería cualquier hombre de rodillas y esposado por tres desconocidos, preciosa.- Hasta un estúpido elfo se daría cuenta de lo sarcástico que estaba siendo, lo que no se daría cuenta es que el “preciosa” que había usado para llamar a la peliblanca lo dije con un tono despectivo.
Las dos chicas se alejaron para hablar entre ellas. Afine mis oídos con tal de poder escuchar cualquier cosa que estuvieran diciendo. Tenía el presentimiento de que estarían discutiendo por mí. No sería la misma discusión como la que creí escuchar en la locura de la poción de amor. Esta vez no estarían peleándose por quien me follaba sino por quién me hacía las preguntas para luego matarme. Es lo que yo hubiera hecho de estar en su posición, es lo que hacía en los buenos y malos tiempos pasados.
El tercero de los tres secuestradores, aquel que recordaba que se llamaba Jules, se interpuso entre las dos chicas y yo. Su tono de voz sonaba con falsa confianza y amabilidad, conocía bien ese tono de voz pues el que yo usaba cuando tenía que hacer a hablar a un elfo. Primero intentó asustarme y luego me preguntó. Ese truco me lo inventé yo hace muchos años. Con los elfos funcionaba, conmigo, desgraciadamente para él, no.
-Si vosotros sois los malvados, debéis de presentaros los primeros.- Dije sin poder evitar reírme. - ¿No conocéis el manual del buen villano? Capítulo 3 página 76. – En comparación conmigo. Estos tres eran niños. Si superaban la veintena debía de ser por muy pocos años. Para asustarme necesitaban más que un par de amenazas. Y así se lo demostré, de nada importó lo que dijera Jules ni las poses serias de brazos cruzados de la chica castaña, mi cuerpo seguía manteniéndose firme y reto sin el mejor signo de cobardía.
La siguiente en hablar, y con mucha más educación que la principio, fue la peliblanca. Su manera de hablar me hizo arquear por segunda vez la ceja pues no compartía la misma definición de “suerte” que ella dio. Para mí, suerte, sería si estuviera desatado y libre rompiendo un cabeza de vampira por cada gilipollez que hubiera dicho estando en el trance de la poción. Iba a decirlo en voz alta, pero al final lo dejé estar. Contra más hablase más tiempo estaría desatado.
-Sí, suerte.- Fue la una respuesta que di a la peliblanca acompañada de un largo suspiro. –Como lo quieras llamar.- Después de esto, harto de estar atado me puse en pie. - ¿Me vais a liberar ya? Suuri y yo tenemos trabajo que hacer fuera. –Incliné la cabeza hacia mi martillo. - Todavía quedan vampiras fuera y juro que me la pagarán.-
Gerrit Nephgerd
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Aquel fortachón desde luego no tenía pelos en la lengua. Encima de que lo habíamos salvado de una muerte segura a manos de una vampiresa, teníamos que soportar su retahíla de frases con sorna y constantes desprecios hacia nuestra persona. Mejor que fuera Jules quien respondiera a sus comentarios sobre quiénes éramos, porque si lo hacía yo tenía claro que no lo iba a hacer tan cordialmente como mi compañero.
-Tranquilo amigo, no somos peligrosos. Mira, mi nombre es Jules Roche. – comenzó diciendo – Y la de la cara avinagrada es Huracán – señalándome a mí, que observaba la escena seria de brazos cruzados, con la espalda y el pie derecho apoyados sobre la pared. – y la peliblanca Elen – e hizo un gesto. – Los tres somos brujos, creo – dudando de si Elen lo era o no. Jules conocía a la bruja por lo poco que yo le había contado de oídas en alguna de nuestras aventuras juntas. – Pero Huracán y yo somos además cazadores de vampiros. – y con esto ya había explicado un poco quienes éramos. – El hecho de mantenerte atado era por tu propio bien. No queríamos que ningún marido celoso te diera una buena paliza. Ahora, ¿nos podrías decir a nosotros quién eres?
Y a continuación Jules lo liberó. Ahora aquel hombre era bueno para volver a casa. Ya podía levantarse y moverse. El propio brujo le tendería la mano para tratar de ayudar a levantarse, y aprovecharía la ocasión para tratar de “confraternizar” algo con él. Trataba de ir de “amigo” suyo, pues ni Elen ni yo íbamos a consentirle desprecios por mucho más tiempo.
-Bonito martillo, amigo ¿Tal vez eres herrero? – preguntó sonriente, tratando de ser amable. - Debes forjar buenas espadas con ese martillo. – le dijo de manera enrollada.
Miré al cazador con admiración. Lo cierto es que Jules Roche era demasiado buena persona para estar en este mundo, y no sé cómo era capaz de mantener ese carácter tan dulce sabiendo la masacre que los vampiros habían hecho con su familia y, en especial, con su hermana, Rachel, quien fue descuartizada y arrebatada de sus extremidades, devorada por vampiros que, además, inmovilizaron y obligaron al brujo a observar tal macabro espectáculo, impotente por no poder ayudarla.
El brujo me había contado aquella historia en más de una ocasión y ahora, me sorprendía como podía tener tanta entereza para soportar a necios. Yo misma tengo menos paciencia con la gente por mucho menos. No podía de dejar sentir admiración por tener tanto talante y capacidad para aguantar a imbéciles desagradecidos como el que teníamos el gusto de tener frente a nuestros ojos, al que por gusto habría dejado que fuera pienso de vampiro.
Pero no iba a estropear el buen hacer de mi compañero y, esperando que consiguiera hacer entrar en razón al engreído del martillo. Tomé la palabra cuando dijo que iría a por las vampiresas en busca de venganza. Aquello me pareció genial, cuantas más eliminara él, menos trabajo para mí.
-Lo que hagas a partir de ahora es tu decisión. Que tengas buena suerte. – le dije seca y sin mirarle, reincorporándome de la pared contra la que me había apartado, a continuación me dirigí a Elen. – Si me necesitas, estaré abajo, tomando algo. – le dije ahora sí mirando a mi amiga.
Y acto seguido descendí las escaleras hacia el piso inferior, con Jules detrás de mí. Me dirigí a la tabernera, necesitaba refrescar mi garganta, todavía tenía reciente mi visión de Mortagglia de hacía unos escasos minutos. Me senté en uno de los taburetes de la barra.
-Ron. – pedí, sin más palabras, aunque esta vez con un rostro más de preocupación que de enfado, manteniendo la mirada en el infinito. La tabernera me sirvió rápido y ni siquiera respondió. Sabía que no estaba para darme conversación. Sentí como al menos, Jules se sentó a mi lado, sin mirar al brujo, le pregunté. - ¿Crees que ella podría…? – no había dicho el sujeto, pero estaba claro a quién me refería, mi abuela era la mayor de mis preocupaciones en aquel momento. Tanto ella como los suyos ya habían dejado claro en más de una ocasión que irían a por mí.
-No te preocupes. – dijo el brujo poniéndome una mano sobre el hombro. – Encontraremos a ese monstruo y lo aniquilaremos. – dijo en referencia al Centinela. – Además, puede que tu madre tenga… un as en la manga. – y sonrió. Como si él conociera a Isabella lo suficiente. Ante tal respuesta bebí el vaso de un trago y pedí otro, que también bebería prácticamente de seguido, lo que llamó la atención del brujo. - Deberías dejarlo. - en referencia al alcohol. Estaba algo mareada pero, ¿qué más daba? Nada de aquello tenía sentido. Y por mucho que Elen o Jules me dijeran, no terminaba de ver la salida a aquello. Tenía que pensar bien sobre lo acontecido.
En ese momento no percibí como tres misteriosos hombres con sombrero entraron por la puerta del lugar. Se pusieron a mi lado, en la barra, pero comenzaba a ver las cosas de cierto tono borroso. No me dieron buen aspecto y apestaban a sangre. Sangre de vampiro. ¿Cazadores? ¿O tal vez vampiros? En cualquier caso, todos iban tapados con pañuelo y únicamente mostraban sus ojos.
-Tranquilo amigo, no somos peligrosos. Mira, mi nombre es Jules Roche. – comenzó diciendo – Y la de la cara avinagrada es Huracán – señalándome a mí, que observaba la escena seria de brazos cruzados, con la espalda y el pie derecho apoyados sobre la pared. – y la peliblanca Elen – e hizo un gesto. – Los tres somos brujos, creo – dudando de si Elen lo era o no. Jules conocía a la bruja por lo poco que yo le había contado de oídas en alguna de nuestras aventuras juntas. – Pero Huracán y yo somos además cazadores de vampiros. – y con esto ya había explicado un poco quienes éramos. – El hecho de mantenerte atado era por tu propio bien. No queríamos que ningún marido celoso te diera una buena paliza. Ahora, ¿nos podrías decir a nosotros quién eres?
Y a continuación Jules lo liberó. Ahora aquel hombre era bueno para volver a casa. Ya podía levantarse y moverse. El propio brujo le tendería la mano para tratar de ayudar a levantarse, y aprovecharía la ocasión para tratar de “confraternizar” algo con él. Trataba de ir de “amigo” suyo, pues ni Elen ni yo íbamos a consentirle desprecios por mucho más tiempo.
-Bonito martillo, amigo ¿Tal vez eres herrero? – preguntó sonriente, tratando de ser amable. - Debes forjar buenas espadas con ese martillo. – le dijo de manera enrollada.
Miré al cazador con admiración. Lo cierto es que Jules Roche era demasiado buena persona para estar en este mundo, y no sé cómo era capaz de mantener ese carácter tan dulce sabiendo la masacre que los vampiros habían hecho con su familia y, en especial, con su hermana, Rachel, quien fue descuartizada y arrebatada de sus extremidades, devorada por vampiros que, además, inmovilizaron y obligaron al brujo a observar tal macabro espectáculo, impotente por no poder ayudarla.
El brujo me había contado aquella historia en más de una ocasión y ahora, me sorprendía como podía tener tanta entereza para soportar a necios. Yo misma tengo menos paciencia con la gente por mucho menos. No podía de dejar sentir admiración por tener tanto talante y capacidad para aguantar a imbéciles desagradecidos como el que teníamos el gusto de tener frente a nuestros ojos, al que por gusto habría dejado que fuera pienso de vampiro.
Pero no iba a estropear el buen hacer de mi compañero y, esperando que consiguiera hacer entrar en razón al engreído del martillo. Tomé la palabra cuando dijo que iría a por las vampiresas en busca de venganza. Aquello me pareció genial, cuantas más eliminara él, menos trabajo para mí.
-Lo que hagas a partir de ahora es tu decisión. Que tengas buena suerte. – le dije seca y sin mirarle, reincorporándome de la pared contra la que me había apartado, a continuación me dirigí a Elen. – Si me necesitas, estaré abajo, tomando algo. – le dije ahora sí mirando a mi amiga.
Y acto seguido descendí las escaleras hacia el piso inferior, con Jules detrás de mí. Me dirigí a la tabernera, necesitaba refrescar mi garganta, todavía tenía reciente mi visión de Mortagglia de hacía unos escasos minutos. Me senté en uno de los taburetes de la barra.
-Ron. – pedí, sin más palabras, aunque esta vez con un rostro más de preocupación que de enfado, manteniendo la mirada en el infinito. La tabernera me sirvió rápido y ni siquiera respondió. Sabía que no estaba para darme conversación. Sentí como al menos, Jules se sentó a mi lado, sin mirar al brujo, le pregunté. - ¿Crees que ella podría…? – no había dicho el sujeto, pero estaba claro a quién me refería, mi abuela era la mayor de mis preocupaciones en aquel momento. Tanto ella como los suyos ya habían dejado claro en más de una ocasión que irían a por mí.
-No te preocupes. – dijo el brujo poniéndome una mano sobre el hombro. – Encontraremos a ese monstruo y lo aniquilaremos. – dijo en referencia al Centinela. – Además, puede que tu madre tenga… un as en la manga. – y sonrió. Como si él conociera a Isabella lo suficiente. Ante tal respuesta bebí el vaso de un trago y pedí otro, que también bebería prácticamente de seguido, lo que llamó la atención del brujo. - Deberías dejarlo. - en referencia al alcohol. Estaba algo mareada pero, ¿qué más daba? Nada de aquello tenía sentido. Y por mucho que Elen o Jules me dijeran, no terminaba de ver la salida a aquello. Tenía que pensar bien sobre lo acontecido.
En ese momento no percibí como tres misteriosos hombres con sombrero entraron por la puerta del lugar. Se pusieron a mi lado, en la barra, pero comenzaba a ver las cosas de cierto tono borroso. No me dieron buen aspecto y apestaban a sangre. Sangre de vampiro. ¿Cazadores? ¿O tal vez vampiros? En cualquier caso, todos iban tapados con pañuelo y únicamente mostraban sus ojos.
- Off:
- Podéis inventaros que esos tipos son lo que queráis. Buenos, malos o lo que veáis. ^.^ Lo hago para darle un poco de acción al asunto.
Anastasia Boisson
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Aquel tipo no iba a caerle bien, no había más que ver la insolencia con que hablaba. Por un momento la tensai se planteó que habría sido mejor dejarlo en manos de aquella vampira, pero todo se debía a su falta de paciencia, cuanto antes se librasen de él mejor. - ¿Quiere volver a las calles para cobrarse venganza? Pues estupendo, la próxima vez que lo encuentre atontado por culpa de un brebaje de Amorttentia no moveré un dedo en su favor. - pensó la bruja, permitiendo que el más simpático de los tres, Jules, tomase las riendas de la conversación. A diferencia de ella y de Huracán, que no estaban como para perder el tiempo ni mostrarse amables con aquel sujeto, Jules comenzó por presentarlos a todos, añadiendo que tanto él como su compañera eran además de magos, cazadores de vampiros.
Tras liberar al rubio e interesarse por el martillo que llevaba consigo, aquel al que se había dirigido como Suuri, el cazador esperó a que su interlocutor respondiese, mientras Anastasia optaba por bajar a la planta en que se encontraba la taberna. Seguramente necesitaba despejarse tras el reciente incidente con la imagen de Mortagglia, pero cuando Jules abandonó también la habitación poco después que ella, la benjamina de los Calhoun decidió que sería mejor continuar aquella reunión en el local, aunque eso supusiera la presencia de los típicos curiosos y borrachos.
Con un gesto de la mano, Elen invitó al rubio a salir del cuarto, y en cuanto éste lo hiciera cerraría con llave la estancia detrás de sí, para reunirse con los cazadores en la taberna. Por desgracia no tendrían ocasión de charlar tranquilamente, pues tres individuos de aspecto más que sospechoso se acercaron a la barra y tomaron asiento junto a Huracán. - ¿Qué van a tomar? - les preguntó la amable tabernera, mientras terminaba de limpiar algunos vasos. La mujer no se sentía del todo cómoda con que sus clientes se presentasen así de cubiertos, pero sabía que si les pedía que se deshiciesen de los pañuelos y sombreros probablemente hubiese problemas, y sin su marido presente para imponer algo de orden en la taberna, prefirió pasar del tema.
- No creo que tenga lo que buscamos en esos barriles. - respondió uno, con voz ronca. Los otros dos escrutaron el local con la mirada, reparando en los pocos clientes que aún podían mantenerse en pie, ya que el resto dormitaba sobre sus mesas a causa del alcohol. En realidad los únicos que seguían estando en condiciones de defenderse eran el par de cazadores que tenían justo al lado, así que tenían la ventaja numérica de su lado, cosa que sin duda querrían aprovechar. - ¿Algo de comer entonces? - volvió a preguntar la tabernera, que ya empezaba a ponerse un poco nerviosa en presencia de aquellos tipos.
Ésta vez no obtuvo respuesta de ninguno de los recién llegados, que parecían más interesados en el ambiente de la taberna que en consumir. Uno de ellos, el que se había sentado más cerca de la cazadora, se permitió examinarla por el rabillo del ojo, y tras concluir que se trataba de la persona que buscaban, giró el rostro hacia sus compañeros y asintió levemente con la cabeza. Aquella fue la señal que desató el problema, pues de inmediato los otros dos abandonaron sus asientos y se situaron tras el par de brujos. - Bien, ¿te vienes con nosotros por las buenas o por las malas? - formuló, mirando directamente a Huracán.
La Dama había sido clara al encargarles aquella misión, debían dar con la joven y llevársela viva, pero eso no quería decir que tuviese que llegar intacta, al menos no para ellos. Tras varias noches siguiendo el rastro de su objetivo, y teniendo que obtener información del resto de vampiros de la zona con métodos bruscos, por fin tenían ante sí a la muchacha que tantos problemas había dado a su líder, y estaban seguros de que atrapándola conseguirían agradar a Mortagglia, que los recompensaría con un festín de sangre. Sin importar siquiera que estuviese acompañada por otro cazador, los tres esbirros de la Hermandad se prepararon para la opción que les resultaba más divertida, pues después del entrenamiento que habían recibido, una pelea era de las cosas más entretenidas que podían tener.
Sin esperar a la respuesta de la maga, el vampiro más cercano barrió con el brazo la zona de la barra que había delante de Huracán, provocando que tanto el vaso como la botella de ron aterrizasen en el suelo y se hiciesen añicos.
Desde el piso superior, la de ojos verdes escuchó aquel sonido y de inmediato echó mano a la daga que descansaba en su cinturón, para luego girarse durante unos segundos hacia el rubio. - ¿No querías dar uso a ese martillo tuyo? Parece que tendrás ocasión de hacerlo. - comentó en voz baja, justo antes de ponerse en movimiento para bajar a la taberna y ver qué estaba pasando.
Tras liberar al rubio e interesarse por el martillo que llevaba consigo, aquel al que se había dirigido como Suuri, el cazador esperó a que su interlocutor respondiese, mientras Anastasia optaba por bajar a la planta en que se encontraba la taberna. Seguramente necesitaba despejarse tras el reciente incidente con la imagen de Mortagglia, pero cuando Jules abandonó también la habitación poco después que ella, la benjamina de los Calhoun decidió que sería mejor continuar aquella reunión en el local, aunque eso supusiera la presencia de los típicos curiosos y borrachos.
Con un gesto de la mano, Elen invitó al rubio a salir del cuarto, y en cuanto éste lo hiciera cerraría con llave la estancia detrás de sí, para reunirse con los cazadores en la taberna. Por desgracia no tendrían ocasión de charlar tranquilamente, pues tres individuos de aspecto más que sospechoso se acercaron a la barra y tomaron asiento junto a Huracán. - ¿Qué van a tomar? - les preguntó la amable tabernera, mientras terminaba de limpiar algunos vasos. La mujer no se sentía del todo cómoda con que sus clientes se presentasen así de cubiertos, pero sabía que si les pedía que se deshiciesen de los pañuelos y sombreros probablemente hubiese problemas, y sin su marido presente para imponer algo de orden en la taberna, prefirió pasar del tema.
- No creo que tenga lo que buscamos en esos barriles. - respondió uno, con voz ronca. Los otros dos escrutaron el local con la mirada, reparando en los pocos clientes que aún podían mantenerse en pie, ya que el resto dormitaba sobre sus mesas a causa del alcohol. En realidad los únicos que seguían estando en condiciones de defenderse eran el par de cazadores que tenían justo al lado, así que tenían la ventaja numérica de su lado, cosa que sin duda querrían aprovechar. - ¿Algo de comer entonces? - volvió a preguntar la tabernera, que ya empezaba a ponerse un poco nerviosa en presencia de aquellos tipos.
Ésta vez no obtuvo respuesta de ninguno de los recién llegados, que parecían más interesados en el ambiente de la taberna que en consumir. Uno de ellos, el que se había sentado más cerca de la cazadora, se permitió examinarla por el rabillo del ojo, y tras concluir que se trataba de la persona que buscaban, giró el rostro hacia sus compañeros y asintió levemente con la cabeza. Aquella fue la señal que desató el problema, pues de inmediato los otros dos abandonaron sus asientos y se situaron tras el par de brujos. - Bien, ¿te vienes con nosotros por las buenas o por las malas? - formuló, mirando directamente a Huracán.
La Dama había sido clara al encargarles aquella misión, debían dar con la joven y llevársela viva, pero eso no quería decir que tuviese que llegar intacta, al menos no para ellos. Tras varias noches siguiendo el rastro de su objetivo, y teniendo que obtener información del resto de vampiros de la zona con métodos bruscos, por fin tenían ante sí a la muchacha que tantos problemas había dado a su líder, y estaban seguros de que atrapándola conseguirían agradar a Mortagglia, que los recompensaría con un festín de sangre. Sin importar siquiera que estuviese acompañada por otro cazador, los tres esbirros de la Hermandad se prepararon para la opción que les resultaba más divertida, pues después del entrenamiento que habían recibido, una pelea era de las cosas más entretenidas que podían tener.
Sin esperar a la respuesta de la maga, el vampiro más cercano barrió con el brazo la zona de la barra que había delante de Huracán, provocando que tanto el vaso como la botella de ron aterrizasen en el suelo y se hiciesen añicos.
Desde el piso superior, la de ojos verdes escuchó aquel sonido y de inmediato echó mano a la daga que descansaba en su cinturón, para luego girarse durante unos segundos hacia el rubio. - ¿No querías dar uso a ese martillo tuyo? Parece que tendrás ocasión de hacerlo. - comentó en voz baja, justo antes de ponerse en movimiento para bajar a la taberna y ver qué estaba pasando.
Elen Calhoun
Aerandiano de honor
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Puedes sentir como tu huevo se mueve cada vez con más fuerza y más a menudo. Parece que vaya a quebrarse en cualquier momento.
¿Lo llevas contigo? ¿Está en buenas manos?
Deberías tener cuidado que haces con tu "retoño", parece que pronto podrás averiguar que contiene ese misterioso huevo...
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Wyn
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Jules Roche, Huracán y Elen; así se hacían llamar los tres brujos que me habían sacado del embrujo de la pócima de amor o, al menos, esos fueron los nombres que me dijo el hombre del grupo de tres. Cualquiera podía mentir con un nombre, yo mismo lo hacía constantemente con tal que nadie me reconociera por los fantasmas de mi pasado. Creer que Jules, Huracán y Elen eran los nombres auténticos del trío de vampiros sería igual que creer que existían los dragones herbívoros.
-Mi nombre es Neph.- No quería decir mi nombre pero, ya que se habían presentado, aunque fuera por nombres aparentemente falsos, me veía obligado a hacer lo mismo. Fue por eso por lo que mi voz sonó con un tono serio, muy diferente con el que solía hablar. –Lo dices como si fuera fácil darme una paliza.- Lo dije por Jules y también por Elen quien ya había dado por supuesto antes que, nada más salir fuera, iba a ser pasto de las vampiresas.
Miré a los ojos Jules, luego a la chica avinagrada de nombre Huracán y a la peliblanca Elen; los tres parecían pensar que sí era fácil darme una paliza. Me sentía como un burdo campesino, tal vez, era así como ve veían el trío de brujos. No me gustaba, estaba acostumbrado a ver a todas las personas por encima del hombro; tanto a nivel económico, como de magia y como de todo. En un principio solo aceptaba que mi padre y mi maestro Samhain estuvieran por encima de mí y, solo en un principio, cuando me cansé sus cabezas conocieron los fríos y metálicos besos de Suuri. Jules, Huracán y Elen se estaban ganando el mismo destino, sobre todo el chico. ¡Nadie llamaba a Suuri martillo de herrero! Si no contesté de mala manera al comentario de Jules era porque estaba disfrutando de la libertad de mis muñecas.
-Lo mismo os digo: buena suerte. – Le contesté a Huracán con la intención de aparentar ser lo más amable que podía. - Por los rumores que se han escuchado últimamente en la ciudad, vais a necesitar mucha suerte.- Mi amabilidad no duro demasiado; mi segunda frase más pareció una sutil amenaza que unas palabras amables.
Huracán fue la primera en salir del cuarto; estaba claro que algo le ocurría en su mente. Conocía perfectamente esa cara de: “no hables conmigo, no quiero saber nada”. Si me dieran un aero por cada vez que había visto a alguien con esa misma expresión ya tendría una riqueza mucho mayor de la que había reunido mi abuelo en sus tiempos de juventud. La otra chica, la peliblanca, era similar en ese aspecto y, a la vez, también diferente. Mientras la cazadora de vampiros era: “no me hables conmigo, no quiero saber nada” Elen solo era “no hables conmigo”. Si tenía suerte, la que ya me había deseado Huracán, la del pelo blanco me decía algo a través de gestos, como el de salir de cuarto. Y, eso era si había suerte, lo más normal en ella era hablar para amenazar o insultar.
En la parte de debajo de posada, la parte que hacía la utilidad de taberna, el ambiente estaba más tenso que en la habitación. La mayoría de miradas iban dirigidas hacia nosotros, seguramente por el espectáculo que hubiera podido montar cuando había estado envenenado. Pero lo peor no era quienes nos mirasen sino quienes nos dejaban de mirar. Estos eran unos hombres que acababan de entrar y que se sentaron al lado de Huracán. Solo la miraban a ella y, muy de vez en cuando, también a los barriles como si les estuviera vigilando de alguna manera.
Pasó justo lo inevitable y la tensión desencovó de la peor forma posible. Algo me decía que dar golpe en la barra y derribar todo lo que había enfrente de Huracán era solo el preámbulo mucho mayor y que, muchos de los que nos miraban, sabían qué era eso que venía.
-Todavía no.- Le contesté en un susurro a Elen poniendo mi mano sobre su hombro para indicarla que se estuviera quieta. - ¿No hules algo raro?- Hice una señal hacia los barriles que la tabernera no dejaba de hablar. –No es ron lo que ha bebido tu amiga.- Me acerqué más al oído de la peliblanca tanto mis labios rozaban su oreja. –Sígueme el juego.- Terminé diciendo con un beso en su oreja
Antes de que terminase de decir nada, la tabernera ya había desaparecido al interior de la cocina y, todos los que estaban sobre las mesas del salón gritaban declaraciones de amor a cualquiera que se le pusiera en su paso. ¿Yo era igual de patético cuando estaba bajo el mismo hechizo? Prefería no pensar en ello y tampoco quería pensar en lo mucho que me hubiera divertido en esta situación si mi polla funcionase; había chicas muy bellas sentadas entre las mesas que se declaraban incluso al perro sarnoso que acompañaba al pianista que ambientaba el salón, por no hablar de Huracán quien también había bebido de lo que fuera que le sirvió la tabernera.
-Te amo Elen.- Le dije sin más mientras le hacía una señal a los hombres que acosaban a Huracán. Por ahora no se habían fijado en nosotros y eso era muy buena señal. A los vampiros no les gustaba tener testigos sobre sus actos. – Eres mi vida y por ti haría cualquier cosa.- Repetía lo que decía cualquiera de los presentes, era absurdo pero mi idea funcionaba. –Incluso dejaría a Suuri por ti.- Cogí mi martillo y aprovechando que nadie tenía en cuenta lo que hacía lo lancé directamente hacía la cabeza del mismo vampiro que había golpeado la barra. Sesos y huesos de cráneo cubrieron toda la barra tras el beso de Suuri. –Qué rápido se ha buscado a otro hombre mi martillo.- Le dije a Elen con una sonrisa.
-Mi nombre es Neph.- No quería decir mi nombre pero, ya que se habían presentado, aunque fuera por nombres aparentemente falsos, me veía obligado a hacer lo mismo. Fue por eso por lo que mi voz sonó con un tono serio, muy diferente con el que solía hablar. –Lo dices como si fuera fácil darme una paliza.- Lo dije por Jules y también por Elen quien ya había dado por supuesto antes que, nada más salir fuera, iba a ser pasto de las vampiresas.
Miré a los ojos Jules, luego a la chica avinagrada de nombre Huracán y a la peliblanca Elen; los tres parecían pensar que sí era fácil darme una paliza. Me sentía como un burdo campesino, tal vez, era así como ve veían el trío de brujos. No me gustaba, estaba acostumbrado a ver a todas las personas por encima del hombro; tanto a nivel económico, como de magia y como de todo. En un principio solo aceptaba que mi padre y mi maestro Samhain estuvieran por encima de mí y, solo en un principio, cuando me cansé sus cabezas conocieron los fríos y metálicos besos de Suuri. Jules, Huracán y Elen se estaban ganando el mismo destino, sobre todo el chico. ¡Nadie llamaba a Suuri martillo de herrero! Si no contesté de mala manera al comentario de Jules era porque estaba disfrutando de la libertad de mis muñecas.
-Lo mismo os digo: buena suerte. – Le contesté a Huracán con la intención de aparentar ser lo más amable que podía. - Por los rumores que se han escuchado últimamente en la ciudad, vais a necesitar mucha suerte.- Mi amabilidad no duro demasiado; mi segunda frase más pareció una sutil amenaza que unas palabras amables.
Huracán fue la primera en salir del cuarto; estaba claro que algo le ocurría en su mente. Conocía perfectamente esa cara de: “no hables conmigo, no quiero saber nada”. Si me dieran un aero por cada vez que había visto a alguien con esa misma expresión ya tendría una riqueza mucho mayor de la que había reunido mi abuelo en sus tiempos de juventud. La otra chica, la peliblanca, era similar en ese aspecto y, a la vez, también diferente. Mientras la cazadora de vampiros era: “no me hables conmigo, no quiero saber nada” Elen solo era “no hables conmigo”. Si tenía suerte, la que ya me había deseado Huracán, la del pelo blanco me decía algo a través de gestos, como el de salir de cuarto. Y, eso era si había suerte, lo más normal en ella era hablar para amenazar o insultar.
En la parte de debajo de posada, la parte que hacía la utilidad de taberna, el ambiente estaba más tenso que en la habitación. La mayoría de miradas iban dirigidas hacia nosotros, seguramente por el espectáculo que hubiera podido montar cuando había estado envenenado. Pero lo peor no era quienes nos mirasen sino quienes nos dejaban de mirar. Estos eran unos hombres que acababan de entrar y que se sentaron al lado de Huracán. Solo la miraban a ella y, muy de vez en cuando, también a los barriles como si les estuviera vigilando de alguna manera.
Pasó justo lo inevitable y la tensión desencovó de la peor forma posible. Algo me decía que dar golpe en la barra y derribar todo lo que había enfrente de Huracán era solo el preámbulo mucho mayor y que, muchos de los que nos miraban, sabían qué era eso que venía.
-Todavía no.- Le contesté en un susurro a Elen poniendo mi mano sobre su hombro para indicarla que se estuviera quieta. - ¿No hules algo raro?- Hice una señal hacia los barriles que la tabernera no dejaba de hablar. –No es ron lo que ha bebido tu amiga.- Me acerqué más al oído de la peliblanca tanto mis labios rozaban su oreja. –Sígueme el juego.- Terminé diciendo con un beso en su oreja
Antes de que terminase de decir nada, la tabernera ya había desaparecido al interior de la cocina y, todos los que estaban sobre las mesas del salón gritaban declaraciones de amor a cualquiera que se le pusiera en su paso. ¿Yo era igual de patético cuando estaba bajo el mismo hechizo? Prefería no pensar en ello y tampoco quería pensar en lo mucho que me hubiera divertido en esta situación si mi polla funcionase; había chicas muy bellas sentadas entre las mesas que se declaraban incluso al perro sarnoso que acompañaba al pianista que ambientaba el salón, por no hablar de Huracán quien también había bebido de lo que fuera que le sirvió la tabernera.
-Te amo Elen.- Le dije sin más mientras le hacía una señal a los hombres que acosaban a Huracán. Por ahora no se habían fijado en nosotros y eso era muy buena señal. A los vampiros no les gustaba tener testigos sobre sus actos. – Eres mi vida y por ti haría cualquier cosa.- Repetía lo que decía cualquiera de los presentes, era absurdo pero mi idea funcionaba. –Incluso dejaría a Suuri por ti.- Cogí mi martillo y aprovechando que nadie tenía en cuenta lo que hacía lo lancé directamente hacía la cabeza del mismo vampiro que había golpeado la barra. Sesos y huesos de cráneo cubrieron toda la barra tras el beso de Suuri. –Qué rápido se ha buscado a otro hombre mi martillo.- Le dije a Elen con una sonrisa.
Gerrit Nephgerd
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Seguía sentada en la barra junto al brujo. No sabía muy bien qué tenía ese ron pero tenía un sabor distinto a cualquier otro que hubiera probado nunca. Ignoraba por completo las palabras de Jules mientras contemplaba el vaso no demasiado convencida de haber hecho bien pidiéndolo ya que comenzaba a ver los objetos dos veces, y no solo eso, sino que empezaba a sentirme extraña. – Te queda muy bien esa mirada, Jules. – le dije al brujo sin saber muy bien por qué, ignorando su último comentario.
Tres caballeros, o eso me parecía, se situaron a mi lado, sentándose en tres respectivos taburetes contiguos al mío, les miré de reojo, sin prestarles demasiada atención. Parecían haber venido buscando pelea. Uno de ellos, tras hacer un feo desplante a la tabernera, se giró hacia mí, pidiéndome que los siguiera por las buenas o por las malas.
Estaba en evidente estado de embriaguez, pero aún podía identificar los rasgos. Y ese tono de piel pálida y ojos enrojecidos dejaban clara la raza a la que pertenecía aquel hombre. Su aspecto maduro y fuerte, acompañado de su mirada intimidante, le daba un cierto toque atractivo. – ¿Qué te parece si te llevo yo a otro sitio? - le dije seria. Viniendo de mí, cualquiera habría dicho que hablaba con ironía, que me refería a enviarlo al infierno o a la tumba. De hecho, hasta el propio Jules pensó que así era. Los vampiros, en cambio, no parecían tan sorprendidos, sino más bien satisfechos de haber conseguido su objetivo, por lo que probablemente aquella maniobra de contagiar al local al completo estuviera premeditada.
-La nieta de la Dama tiene la lengua afilada.– respondió uno de ellos mientras tiraba de la mesa todo cuanto había. Para a continuación abalanzarse sobre mí, tomarme por el cuello con fuerza y lanzarme contra la pared, cayendo de bruces contra una mesa de madera vieja que se partió en dos. Mientras me revolvía, rodé un par de veces por el suelo, tratando de orientarme. Si había tomado algo que me había afectado, se me había quitado de repente por el golpe. – Un mal lugar para emborracharse, Huracán. – y se volvió a acercar, me tomó por los ropajes y volvió a empujarme contra otra de las paredes del local. – Qué decepción… con el gen que llevas esperaba bastante más de ti. – replicó el tipo, me costaba levantarme y un hilillo de sangre fluía por mis labios. – Ahora vendrás con nosotros.
El chupasangres volvía a acercarse hacia mí peligrosamente, mientras estaba indefensa en el suelo, claramente afectada por la bebida y los golpes recibidos. Aún arrodillada, intenté llevarme mi mano al porta-armas derecho, en el que guardaba una de mis ballestas pequeñas, pero en ese momento un virote enorme pasó veloz contra el vampiro, dándole de lleno en la cabeza y dejándolo empalado contra la pared cercana a la que se encontraba.
-Mi amiga no va a ir con nadie. – Gritó Jules apareciendo como una exhalación ante mí mientras guardaba su ballesta, me tendió su mano para que me incorporara. - ¿Qué tal estás, Huri? – me preguntó, guiñándome un ojo. –
-Joder… me da vueltas la cabeza. – respondí, todavía mareada por el bamboleo que había recibido. – No sé que me han dado, pero me he sentido extraña durante unos instantes.
Observé el comportamiento del resto de huéspedes del local, todos mostraban efectos similares a los que Neph había experimentado, podía deducirse que la tabernera, o tal vez un tercero, habían envenenado la bebida con la poción del amor que Elen había mencionado, Amorttentia. Aquella pudo ser la razón por la que piropeé a Jules o vi atractivo al vampiro que ahora permanecía muerto con la mandíbula abierta, atravesada por una flecha sobre la pared. Aunque ahora, tras varios golpes, el efecto parecía haber desaparecido en mí, tal vez el veneno estuviese más diluido y no tan concentrado.
-¿Dónde están los chupasangres? – pregunté distraída sin bajar la guardia, mientras observaba las frases de amor que se dedicaban todos los huéspedes del local.
-El que te atacó es ahora una bonita estampa en la pared. A otro le aplastó la cabeza nuestro amigo del martillo, y el tercero, el más rápido de ellos, desapareció como el rayo en cuanto vio los ataques. – quedó pensativo. – Me pregunto dónde habrá ido…
-¡Esta no es vuestra guerra! – pronunció una voz que retumbó en todo el local. Repentinamente de debajo de la barra apareció la figura del vampiro perdido, justo al otro lado de la sala, donde se encontraban Elen y Neph. Tomó uno de los bidones pequeños del mostrador, de los que la tabernera tomaba la bebida, y con su fuerza por encima de lo normal partió una de los tapices circulares de madera que adornaban el recipiente y trató de verter el contenido del mismo por encima de Neph y de mi amiga. Tratando de impregnarlos con aquella pegajosa bebida. Centré mi mirada en el chupasangres, de manera que no alcancé a ver si finalmente había conseguido su objetivo, confiaba en que no hubiesen ingerido nada de aquella pócima, o tendría un problema doble.
Con aquella acción, los vampiros pretendían envenenar a todo el local, de este modo, podrían cumplir las órdenes de mi abuela sin la menor oposición y sin que nadie se diera cuenta ni los acusase, pues todos se encontraban distraídos.
-¡Huracán! Ven a cumplir tu destino junto a la Dama. – me gritó acercándose, aunque todavía más próximo a Elen y Neph que a nosotros. Se postró imponente y desafiante frente a ambos. Señalándome con el dedo. – Si te resistes, sufrirás más. – me amenazó entre risas enfermizas, que por momentos me hicieron recordar al Centinela. Lo que hizo que me hirviera la sangre. Estaba excesivamente enfadada, de modo que tomé mi ballesta y Jules, frente a mí, hizo lo propio.
Tres caballeros, o eso me parecía, se situaron a mi lado, sentándose en tres respectivos taburetes contiguos al mío, les miré de reojo, sin prestarles demasiada atención. Parecían haber venido buscando pelea. Uno de ellos, tras hacer un feo desplante a la tabernera, se giró hacia mí, pidiéndome que los siguiera por las buenas o por las malas.
Estaba en evidente estado de embriaguez, pero aún podía identificar los rasgos. Y ese tono de piel pálida y ojos enrojecidos dejaban clara la raza a la que pertenecía aquel hombre. Su aspecto maduro y fuerte, acompañado de su mirada intimidante, le daba un cierto toque atractivo. – ¿Qué te parece si te llevo yo a otro sitio? - le dije seria. Viniendo de mí, cualquiera habría dicho que hablaba con ironía, que me refería a enviarlo al infierno o a la tumba. De hecho, hasta el propio Jules pensó que así era. Los vampiros, en cambio, no parecían tan sorprendidos, sino más bien satisfechos de haber conseguido su objetivo, por lo que probablemente aquella maniobra de contagiar al local al completo estuviera premeditada.
-La nieta de la Dama tiene la lengua afilada.– respondió uno de ellos mientras tiraba de la mesa todo cuanto había. Para a continuación abalanzarse sobre mí, tomarme por el cuello con fuerza y lanzarme contra la pared, cayendo de bruces contra una mesa de madera vieja que se partió en dos. Mientras me revolvía, rodé un par de veces por el suelo, tratando de orientarme. Si había tomado algo que me había afectado, se me había quitado de repente por el golpe. – Un mal lugar para emborracharse, Huracán. – y se volvió a acercar, me tomó por los ropajes y volvió a empujarme contra otra de las paredes del local. – Qué decepción… con el gen que llevas esperaba bastante más de ti. – replicó el tipo, me costaba levantarme y un hilillo de sangre fluía por mis labios. – Ahora vendrás con nosotros.
El chupasangres volvía a acercarse hacia mí peligrosamente, mientras estaba indefensa en el suelo, claramente afectada por la bebida y los golpes recibidos. Aún arrodillada, intenté llevarme mi mano al porta-armas derecho, en el que guardaba una de mis ballestas pequeñas, pero en ese momento un virote enorme pasó veloz contra el vampiro, dándole de lleno en la cabeza y dejándolo empalado contra la pared cercana a la que se encontraba.
-Mi amiga no va a ir con nadie. – Gritó Jules apareciendo como una exhalación ante mí mientras guardaba su ballesta, me tendió su mano para que me incorporara. - ¿Qué tal estás, Huri? – me preguntó, guiñándome un ojo. –
-Joder… me da vueltas la cabeza. – respondí, todavía mareada por el bamboleo que había recibido. – No sé que me han dado, pero me he sentido extraña durante unos instantes.
Observé el comportamiento del resto de huéspedes del local, todos mostraban efectos similares a los que Neph había experimentado, podía deducirse que la tabernera, o tal vez un tercero, habían envenenado la bebida con la poción del amor que Elen había mencionado, Amorttentia. Aquella pudo ser la razón por la que piropeé a Jules o vi atractivo al vampiro que ahora permanecía muerto con la mandíbula abierta, atravesada por una flecha sobre la pared. Aunque ahora, tras varios golpes, el efecto parecía haber desaparecido en mí, tal vez el veneno estuviese más diluido y no tan concentrado.
-¿Dónde están los chupasangres? – pregunté distraída sin bajar la guardia, mientras observaba las frases de amor que se dedicaban todos los huéspedes del local.
-El que te atacó es ahora una bonita estampa en la pared. A otro le aplastó la cabeza nuestro amigo del martillo, y el tercero, el más rápido de ellos, desapareció como el rayo en cuanto vio los ataques. – quedó pensativo. – Me pregunto dónde habrá ido…
-¡Esta no es vuestra guerra! – pronunció una voz que retumbó en todo el local. Repentinamente de debajo de la barra apareció la figura del vampiro perdido, justo al otro lado de la sala, donde se encontraban Elen y Neph. Tomó uno de los bidones pequeños del mostrador, de los que la tabernera tomaba la bebida, y con su fuerza por encima de lo normal partió una de los tapices circulares de madera que adornaban el recipiente y trató de verter el contenido del mismo por encima de Neph y de mi amiga. Tratando de impregnarlos con aquella pegajosa bebida. Centré mi mirada en el chupasangres, de manera que no alcancé a ver si finalmente había conseguido su objetivo, confiaba en que no hubiesen ingerido nada de aquella pócima, o tendría un problema doble.
Con aquella acción, los vampiros pretendían envenenar a todo el local, de este modo, podrían cumplir las órdenes de mi abuela sin la menor oposición y sin que nadie se diera cuenta ni los acusase, pues todos se encontraban distraídos.
-¡Huracán! Ven a cumplir tu destino junto a la Dama. – me gritó acercándose, aunque todavía más próximo a Elen y Neph que a nosotros. Se postró imponente y desafiante frente a ambos. Señalándome con el dedo. – Si te resistes, sufrirás más. – me amenazó entre risas enfermizas, que por momentos me hicieron recordar al Centinela. Lo que hizo que me hirviera la sangre. Estaba excesivamente enfadada, de modo que tomé mi ballesta y Jules, frente a mí, hizo lo propio.
Anastasia Boisson
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Re: Sorbos de Amor +18 [Libre][2/2][Cerrado]
Neph respondió a su comentario con una negativa, para luego interesarse por el extraño aroma que inundaba la taberna, asegurando que el ron no olía así, lo cual era algo bastante sospechoso. Si a la hechicera no le había gustado en absoluto que le pusiese la mano en el hombro, dado su molesto comportamiento de la noche, cuando el rubio se acercó a su oreja para susurrarle, aprovechando para darle un fugaz beso, Elen tuvo que hacer un gran esfuerzo para no electrocutarlo allí mismo. Con expresión visiblemente molesta, la tensai dirigió su mirada hacia los tres individuos que se encontraban alrededor de su amiga, pues al parecer el problema había empezado por culpa de ellos, aunque ahora afectaba a casi todos los presentes.
Los clientes, al igual que Neph, habían sido manipulados con un brebaje de Amorttentia, y ahora se declaraban abiertamente a cualquiera que se les pusiese delante de los ojos, lo cual resultaba irritante para la joven, que tendría que encargarse más tarde de preparar el antídoto, gastando en el proceso toda la cantidad de ingredientes que tenía. Mientras la tensión se apoderaba de la zona de la barra, de la cual había desaparecido misteriosamente la propietaria, detalle que no pasó por alto la de ojos verdes, y por el que tendría que cruzar unas palabras con la mujer cuando todo se hubiese normalizado, el rubio optó por fingir que también seguía bajo los efectos del elixir de amor, declarándose a la hechicera y evitando con ello llamar la atención de los vampiros, que parecían muy concentrados en Huracán.
Tras soltar un par de frases cursis, que no desentonaron nada en la taberna, Neph sujetó con fuerza su martillo y lo lanzó contra uno de aquellos problemáticos individuos, destrozándole por completo la cabeza y adornando la madera de la barra con sangre y fragmentos de hueso, un buen movimiento sin duda, pero Elen no lo reconocería, aún seguía molesta por su osadía de hacía unos instantes. De hecho hubiese querido borrarle la sonrisa de la cara a golpes, pero no era momento de dejarse llevar por aquel impulso, no cuando otro de los vampiros atacaba a su amiga.
La cazadora chocó bruscamente contra una de las paredes y rodó por el suelo, claramente afectada por lo que había bebido, lo cual daba ventaja a su atacante, que no tardó en volver a acercarse a ella para sujetarla por la tela de su abrigo y lanzarla nuevamente contra otra de las paredes del local. Elen se preparó para entrar en acción, permitiendo que la electricidad le envolviese ambos brazos y alzando una mano en contra de aquel desgraciado, pero Jules fue más rápido, y antes de que la joven pudiese liberar su descarga, el virote del cazador atravesó el cráneo del vampiro, dejándolo clavado a la pared.
Con aquella acción habían eliminado a dos de los tres perros de Mortagglia, pero no parecía haber rastro del tercero, lo que podía indicar que hubiese decidido huir al ver la suerte que corrían sus compañeros. Dejarlo escapar sería un gran error, pues podría contar a la líder de la Hermandad dónde se encontraba su nieta, lo que pondría en serio peligro a Anastasia, que ya tenía bastante con soportar los efectos de la marca que le habían hecho. Sabiendo que tenía que atraparlo antes de que eso sucediese, la de cabellos cenicientos se dispuso a salir de la taberna, mientras Jules se encargaba de ayudar a su compañera para que pudiese ponerse en pie, pero justo cuando procedió a contarle qué había pasado con los vampiros, el que aún quedaba con vida se dejó ver, saliendo de debajo de la barra.
Sin perder ni un instante, el individuo tomó uno de los pequeños recipientes del mostrador y lo rompió para verter el elixir que contenía sobre Elen y Neph, buscando dejarlos fuera de combate gracias a la Amorttentia. Los reflejos de la bruja hicieron que se cubriese el rostro con un brazo, pero el líquido le alcanzó parte de la mejilla y llegó a la comisura de sus labios antes de que lo hiciese, obligándola a limpiarse rápidamente con la manga de su camisa que aún permanecía seca. - Mierda, eso ha estado cerca. - pensó para sí, mientras notaba como la pegajosa sustancia se extendía por buena parte de su melena y ropajes.
Para cuando retiró el brazo con que se había protegido, el vampiro ya avanzaba hacia la posición en que se encontraban Huracán y Jules, amenazándola a voz en grito cuando llevaba las de perder. Elen no sabía si el elixir habría alcanzado al rubio, pero a decir verdad ya había tenido bastantes tonterías por aquella noche, no se quedaría a averiguarlo. Aprovechando que el ser solo parecía concentrado en su objetivo, la tensai se le acercó por detrás y lo sujetó con fuerza por el cuello, tirando de él hacia abajo para hacer que se golpease bruscamente la espalda contra una de las mesas, que aguantó el impacto y sirvió de apoyo al cuerpo del desgraciado.
La corriente pasó al vampiro e hizo que profiriese un lastimero grito de dolor, mientras trataba de revolverse inútilmente en busca de una salida, que la centinela no estaba dispuesta a darle. - ¿Dónde está tu líder? ¡Responde o haré que te arrepientas de haber nacido! - espetó, con una mirada amenazante. El ser la miró con odio, pero su cuerpo estaba aturdido por la electricidad y no le respondía como debía, aunque eso no evitaría que fuese fiel a la Hermandad hasta el último momento. - No conseguirás nada de mí, bruja. - pronunció con voz cortante. - Entonces muere. - sentenció Elen, justo antes de permitir que su elemento lo recorriese por completo, destrozándolo por dentro y provocando que gritase horriblemente durante unos segundos, hasta que dejó de moverse definitivamente.
Unos delgados hilillos de humo asomaron por el cuello y las mangas del abrigo del vampiro, como producto de las feas quemaduras que de quitarle la ropa, podrían verse en su piel. - Si vuelves a tocarme te haré lo mismo. - advirtió, desviando la vista por un momento hacia Neph. Luego dejó el inerte cuerpo sobre aquella mesa y se acercó a Huracán con cierta preocupación, pero de camino empezó a notar que algo se movía en el interior de su bolsa de cuero, y no le hizo falta echar un vistazo para saber que se trataba del huevo que Karen le había entregado hacía un tiempo. Últimamente lo que había en su interior reaccionaba más a menudo, tanto como para que la benjamina de los Calhoun no fuese capaz de separarse del huevo, pues podría nacer de un momento a otro, y ella debía estar presente cuando eso sucediese.
Introduciendo una mano en la bolsa, Elen sujetó el misterioso huevo y pudo notar los movimientos que ocurrían en su interior, casi parecía que fuese a abrirse finalmente, pero esto no era seguro, ya había tenido falsas alarmas un par de veces. - ¿Cómo te encuentras? - preguntó a Huracán, en cuanto estuvo algo más cerca del par de cazadores.
Los clientes, al igual que Neph, habían sido manipulados con un brebaje de Amorttentia, y ahora se declaraban abiertamente a cualquiera que se les pusiese delante de los ojos, lo cual resultaba irritante para la joven, que tendría que encargarse más tarde de preparar el antídoto, gastando en el proceso toda la cantidad de ingredientes que tenía. Mientras la tensión se apoderaba de la zona de la barra, de la cual había desaparecido misteriosamente la propietaria, detalle que no pasó por alto la de ojos verdes, y por el que tendría que cruzar unas palabras con la mujer cuando todo se hubiese normalizado, el rubio optó por fingir que también seguía bajo los efectos del elixir de amor, declarándose a la hechicera y evitando con ello llamar la atención de los vampiros, que parecían muy concentrados en Huracán.
Tras soltar un par de frases cursis, que no desentonaron nada en la taberna, Neph sujetó con fuerza su martillo y lo lanzó contra uno de aquellos problemáticos individuos, destrozándole por completo la cabeza y adornando la madera de la barra con sangre y fragmentos de hueso, un buen movimiento sin duda, pero Elen no lo reconocería, aún seguía molesta por su osadía de hacía unos instantes. De hecho hubiese querido borrarle la sonrisa de la cara a golpes, pero no era momento de dejarse llevar por aquel impulso, no cuando otro de los vampiros atacaba a su amiga.
La cazadora chocó bruscamente contra una de las paredes y rodó por el suelo, claramente afectada por lo que había bebido, lo cual daba ventaja a su atacante, que no tardó en volver a acercarse a ella para sujetarla por la tela de su abrigo y lanzarla nuevamente contra otra de las paredes del local. Elen se preparó para entrar en acción, permitiendo que la electricidad le envolviese ambos brazos y alzando una mano en contra de aquel desgraciado, pero Jules fue más rápido, y antes de que la joven pudiese liberar su descarga, el virote del cazador atravesó el cráneo del vampiro, dejándolo clavado a la pared.
Con aquella acción habían eliminado a dos de los tres perros de Mortagglia, pero no parecía haber rastro del tercero, lo que podía indicar que hubiese decidido huir al ver la suerte que corrían sus compañeros. Dejarlo escapar sería un gran error, pues podría contar a la líder de la Hermandad dónde se encontraba su nieta, lo que pondría en serio peligro a Anastasia, que ya tenía bastante con soportar los efectos de la marca que le habían hecho. Sabiendo que tenía que atraparlo antes de que eso sucediese, la de cabellos cenicientos se dispuso a salir de la taberna, mientras Jules se encargaba de ayudar a su compañera para que pudiese ponerse en pie, pero justo cuando procedió a contarle qué había pasado con los vampiros, el que aún quedaba con vida se dejó ver, saliendo de debajo de la barra.
Sin perder ni un instante, el individuo tomó uno de los pequeños recipientes del mostrador y lo rompió para verter el elixir que contenía sobre Elen y Neph, buscando dejarlos fuera de combate gracias a la Amorttentia. Los reflejos de la bruja hicieron que se cubriese el rostro con un brazo, pero el líquido le alcanzó parte de la mejilla y llegó a la comisura de sus labios antes de que lo hiciese, obligándola a limpiarse rápidamente con la manga de su camisa que aún permanecía seca. - Mierda, eso ha estado cerca. - pensó para sí, mientras notaba como la pegajosa sustancia se extendía por buena parte de su melena y ropajes.
Para cuando retiró el brazo con que se había protegido, el vampiro ya avanzaba hacia la posición en que se encontraban Huracán y Jules, amenazándola a voz en grito cuando llevaba las de perder. Elen no sabía si el elixir habría alcanzado al rubio, pero a decir verdad ya había tenido bastantes tonterías por aquella noche, no se quedaría a averiguarlo. Aprovechando que el ser solo parecía concentrado en su objetivo, la tensai se le acercó por detrás y lo sujetó con fuerza por el cuello, tirando de él hacia abajo para hacer que se golpease bruscamente la espalda contra una de las mesas, que aguantó el impacto y sirvió de apoyo al cuerpo del desgraciado.
La corriente pasó al vampiro e hizo que profiriese un lastimero grito de dolor, mientras trataba de revolverse inútilmente en busca de una salida, que la centinela no estaba dispuesta a darle. - ¿Dónde está tu líder? ¡Responde o haré que te arrepientas de haber nacido! - espetó, con una mirada amenazante. El ser la miró con odio, pero su cuerpo estaba aturdido por la electricidad y no le respondía como debía, aunque eso no evitaría que fuese fiel a la Hermandad hasta el último momento. - No conseguirás nada de mí, bruja. - pronunció con voz cortante. - Entonces muere. - sentenció Elen, justo antes de permitir que su elemento lo recorriese por completo, destrozándolo por dentro y provocando que gritase horriblemente durante unos segundos, hasta que dejó de moverse definitivamente.
Unos delgados hilillos de humo asomaron por el cuello y las mangas del abrigo del vampiro, como producto de las feas quemaduras que de quitarle la ropa, podrían verse en su piel. - Si vuelves a tocarme te haré lo mismo. - advirtió, desviando la vista por un momento hacia Neph. Luego dejó el inerte cuerpo sobre aquella mesa y se acercó a Huracán con cierta preocupación, pero de camino empezó a notar que algo se movía en el interior de su bolsa de cuero, y no le hizo falta echar un vistazo para saber que se trataba del huevo que Karen le había entregado hacía un tiempo. Últimamente lo que había en su interior reaccionaba más a menudo, tanto como para que la benjamina de los Calhoun no fuese capaz de separarse del huevo, pues podría nacer de un momento a otro, y ella debía estar presente cuando eso sucediese.
Introduciendo una mano en la bolsa, Elen sujetó el misterioso huevo y pudo notar los movimientos que ocurrían en su interior, casi parecía que fuese a abrirse finalmente, pero esto no era seguro, ya había tenido falsas alarmas un par de veces. - ¿Cómo te encuentras? - preguntó a Huracán, en cuanto estuvo algo más cerca del par de cazadores.
Elen Calhoun
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-Deberías estar agradecida, sin mi ayuda esos chupasangre ya habrían huido te habrían cogido en compañía de tu amiga.- Le dije a Elen sin ningún tipo de reparo mientras veía como el vampiro que quedaba moría lenta y dolorosamente entre rayos y truenos. Una muerte muy dolorosa, todo sea dicho.
Acusaba a la chica de desagradecida cuando yo ni siquiera le había dado las gracias por librarme del hechizo de la poción de amor. Ni tampoco lo iba a hacer. Esas dos mujeres y el hombre que les acompañaban me habían secuestrado y atado. Si por lo menos se hubieran parado a ver si mi polla funcionaba habrían comprobado que era totalmente inofensivo. Envenenado, si llegaba el momento de usar mi polla, recuperaría la conciencia, siempre que mantuviera los ojos vendados. Ya lo hice con la vampira que intentó comerme vivo y funcionó. Pude plantarle cara con la misma facilidad que lo hubiera hecho si no estuviera envenenado. ¿Dar las gracias por un secuestro cuando hubiera sido más fácil vendarme los ojos? ¡Jamás! Si acaso podría mostrarme agradecido con la peliblanca por haber apartado con magia el barril con el veneno de amor de nosotros antes de que nos afectase. Pero, si ella no iba a reconocer mis méritos, yo tampoco lo haría con los suyos.
Decidí dejar sola a la desagradecida de Elen con su huevo e irme al lugar donde estaba la otra chica y Jules. Habían tomado sus ballestas las apretaban con las dos manos quizás con miedo a que uno de los tres vampiros muertos se levantase del suelo o a que apareciera más enemigos por la puerta. Yo, sin embargo, caminaba con naturalidad y sin ningún tipo de temor hacia ellos. Por lo menos, caminaba tan natural como un despollado podría estar en mitad de una orgía. Cada vez que veía hacia las mesas de la taberna, hacia esa gente envenenada que se estaban follando los unos a los otros sin ningún reparo, me daban arcadas.
-Con vosotros no hay quien se aburra.- Dije a la vez que recogía mi martillo. - Vampiros, venenos y orgías. Si así son las noches de los días de entre semana no quiero ni imaginar como serán los fin de semana.- Me paré a contar entre los muertos. Un descabezado, otro con los virotes de ballesta atravesados y el electrocutado de Elen; seguía faltando un enemigo. Uno que tanto Huracán, como Jules y como Elen pasaron por alto, y quizás éste era el más peligroso de todos. -¿Dónde está nuestra amiga la camarera?- Miré de un lado a otro del local pero solo vi a gente follando entre sí. - No importa, ya la buscaré yo mismo. Creo que nos debe un par de explicaciones sobre lo ocurrido.- Mi amplía sonrisa era suficiente para mostrar mis deseos de venganza por todo lo que había pasado durante esta noche.
Antes de marcharme por la puerta trasera que daba a la cocina de la taberna, cogí un cazo y lo llene del líquido que quedaba en uno de los barriles que todavía quedaron en pie. Era el momento en que la camarera probase un poco de su propia medicina.
Nada más salir la vi. La camarera estaba en mitad del callejón, con un hombre a su espalda, un vampiro, bebiéndole la sangre. La mujer se estaba excitando con la mordedura del chupasangre; con sus dos manos se manoseaba los pechos con tal de incrementarse el calentón que ya tenía de por sí. Era grotesco y asqueroso, ¿cómo alguien podía excitarse porque le estén matando lentamente a mordisco de vampiro? Las preguntas las dejaría para otro momento. Por lo menos ya tenía la razón por la que una camarera humana estaba ayudando a los vampiros.
-¡Sorpresa!- Dije con una sonrisa de oreja a oreja.
El vampiro uso su magia para escapar entre las sombras. Hizo bien en hacerlo pues la venganza que había planeado no iba para él. La chica, con sus dos manos todavía sobre los pechos, dio pequeños pasos hacía atrás, tropezó con un charco que me imaginé que ella misma había hecho tras la primera mordedura de su amante y cayó e culo contra él suelo.
Sin dudarlo más, fui hacia la mujer con la misma naturalidad y tranquilidad con la que había ido a hablar con la pareja de cazavampiros. Sin decir palabra, cogí con fuerza el cuello de la mujer, le hice tragar el contenido del cazo y la dejé tirada en el charco.
La poción no tardó en hacer efecto, la chica pronto se arrastró hacia mis piernas diciendo toda clase de absurdas declaraciones a la vez que hacía más grande el charco con su propio líquido. Le di una patada en la cara con la que empezó a sangrar. Ah no; yo no iba a ser el amante de la mujer, por muy guapa que fuera. Tampoco lo iba a ser el vampiro y, después de lo que la iba a hacer, dudo que nadie fuera a amar de nuevo a la chica.
Cogí uno de los cubos de basura, el que más apestaba de ellos, y lo vacié encima de la mujer a la vez que silbaba para llamar a los gatos callejeros. Los felinos no tardaron en aparecer, el olor a sobras de comida y a hembra cachonda sirvieron de reclamo.
La mujer empezó a declararse con los gatos. Cogió al primero de ellos con su mano izquierda y lo refregó contra sus pechos. Tres eran las pollas de gato que penetraban el coño de la tabernera al mismo tiempo y una cuarta estaba esperando turno. Con la mano que le quedaba libre, la mujer masturba a un gato más. A otro le estaba comiendo a polla. Cada vez eran más y más los gatos que venían y cada vez me daba más y asco.
-Creo que te he ganado.- Dije mentalmente como si estuviera hablando a la chica del cabello blanco. La forma con la que mató al vampiro usando sus rayos fue cruel y dolorosa; pero no superaba a la forma con la que yo estaba matando a la tabernera. Ahogada entre lefa de gato era peor que muerto por electrocutamiento.
Acusaba a la chica de desagradecida cuando yo ni siquiera le había dado las gracias por librarme del hechizo de la poción de amor. Ni tampoco lo iba a hacer. Esas dos mujeres y el hombre que les acompañaban me habían secuestrado y atado. Si por lo menos se hubieran parado a ver si mi polla funcionaba habrían comprobado que era totalmente inofensivo. Envenenado, si llegaba el momento de usar mi polla, recuperaría la conciencia, siempre que mantuviera los ojos vendados. Ya lo hice con la vampira que intentó comerme vivo y funcionó. Pude plantarle cara con la misma facilidad que lo hubiera hecho si no estuviera envenenado. ¿Dar las gracias por un secuestro cuando hubiera sido más fácil vendarme los ojos? ¡Jamás! Si acaso podría mostrarme agradecido con la peliblanca por haber apartado con magia el barril con el veneno de amor de nosotros antes de que nos afectase. Pero, si ella no iba a reconocer mis méritos, yo tampoco lo haría con los suyos.
Decidí dejar sola a la desagradecida de Elen con su huevo e irme al lugar donde estaba la otra chica y Jules. Habían tomado sus ballestas las apretaban con las dos manos quizás con miedo a que uno de los tres vampiros muertos se levantase del suelo o a que apareciera más enemigos por la puerta. Yo, sin embargo, caminaba con naturalidad y sin ningún tipo de temor hacia ellos. Por lo menos, caminaba tan natural como un despollado podría estar en mitad de una orgía. Cada vez que veía hacia las mesas de la taberna, hacia esa gente envenenada que se estaban follando los unos a los otros sin ningún reparo, me daban arcadas.
-Con vosotros no hay quien se aburra.- Dije a la vez que recogía mi martillo. - Vampiros, venenos y orgías. Si así son las noches de los días de entre semana no quiero ni imaginar como serán los fin de semana.- Me paré a contar entre los muertos. Un descabezado, otro con los virotes de ballesta atravesados y el electrocutado de Elen; seguía faltando un enemigo. Uno que tanto Huracán, como Jules y como Elen pasaron por alto, y quizás éste era el más peligroso de todos. -¿Dónde está nuestra amiga la camarera?- Miré de un lado a otro del local pero solo vi a gente follando entre sí. - No importa, ya la buscaré yo mismo. Creo que nos debe un par de explicaciones sobre lo ocurrido.- Mi amplía sonrisa era suficiente para mostrar mis deseos de venganza por todo lo que había pasado durante esta noche.
Antes de marcharme por la puerta trasera que daba a la cocina de la taberna, cogí un cazo y lo llene del líquido que quedaba en uno de los barriles que todavía quedaron en pie. Era el momento en que la camarera probase un poco de su propia medicina.
Nada más salir la vi. La camarera estaba en mitad del callejón, con un hombre a su espalda, un vampiro, bebiéndole la sangre. La mujer se estaba excitando con la mordedura del chupasangre; con sus dos manos se manoseaba los pechos con tal de incrementarse el calentón que ya tenía de por sí. Era grotesco y asqueroso, ¿cómo alguien podía excitarse porque le estén matando lentamente a mordisco de vampiro? Las preguntas las dejaría para otro momento. Por lo menos ya tenía la razón por la que una camarera humana estaba ayudando a los vampiros.
-¡Sorpresa!- Dije con una sonrisa de oreja a oreja.
El vampiro uso su magia para escapar entre las sombras. Hizo bien en hacerlo pues la venganza que había planeado no iba para él. La chica, con sus dos manos todavía sobre los pechos, dio pequeños pasos hacía atrás, tropezó con un charco que me imaginé que ella misma había hecho tras la primera mordedura de su amante y cayó e culo contra él suelo.
Sin dudarlo más, fui hacia la mujer con la misma naturalidad y tranquilidad con la que había ido a hablar con la pareja de cazavampiros. Sin decir palabra, cogí con fuerza el cuello de la mujer, le hice tragar el contenido del cazo y la dejé tirada en el charco.
La poción no tardó en hacer efecto, la chica pronto se arrastró hacia mis piernas diciendo toda clase de absurdas declaraciones a la vez que hacía más grande el charco con su propio líquido. Le di una patada en la cara con la que empezó a sangrar. Ah no; yo no iba a ser el amante de la mujer, por muy guapa que fuera. Tampoco lo iba a ser el vampiro y, después de lo que la iba a hacer, dudo que nadie fuera a amar de nuevo a la chica.
Cogí uno de los cubos de basura, el que más apestaba de ellos, y lo vacié encima de la mujer a la vez que silbaba para llamar a los gatos callejeros. Los felinos no tardaron en aparecer, el olor a sobras de comida y a hembra cachonda sirvieron de reclamo.
La mujer empezó a declararse con los gatos. Cogió al primero de ellos con su mano izquierda y lo refregó contra sus pechos. Tres eran las pollas de gato que penetraban el coño de la tabernera al mismo tiempo y una cuarta estaba esperando turno. Con la mano que le quedaba libre, la mujer masturba a un gato más. A otro le estaba comiendo a polla. Cada vez eran más y más los gatos que venían y cada vez me daba más y asco.
-Creo que te he ganado.- Dije mentalmente como si estuviera hablando a la chica del cabello blanco. La forma con la que mató al vampiro usando sus rayos fue cruel y dolorosa; pero no superaba a la forma con la que yo estaba matando a la tabernera. Ahogada entre lefa de gato era peor que muerto por electrocutamiento.
Gerrit Nephgerd
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Me llevé la mano a la ballesta mientras mantenía una mirada fría y tensa sobre sus ojos. Una mirada de odio y desprecio hacia la criatura en lo personal y hacia su maldito gremio en general. No iban a poder conmigo. Ni él ni ninguno de los sicarios de Mortagglia. Y aquel vampiro iba a morir ahí y ahora por muy rápido que fuera. No dije nada a sus burdas amenazas, simplemente lo miraba con el mayor desprecio posible.
En esta ocasión, Elen fue más rápida y llegó por la espalda del objetivo para proporcionarle una fuerte corriente eléctrica que lo dejó tieso. Lo estampó contra una mesa y lo electrificó allí mismo. La bruja gastaba unas maneras tan violentas como las mías, pero al menos ella lo dejaba vivo para interrogarle. Yo directamente le habría atravesado el cráneo.
Me acerqué con una sonrisa a ver si mi amiga conseguía sonsacarle algo de información sobre el paradero real de mi abuela. Pero aquella criatura parecía dispuesta a llevarse el secreto a la tumba. Elen no dudó dos segundos y proporcionó una fuerte descarga eléctrica que acabó con el cuerpo del enemigo inerte y muerto sobre las mesas. Humeando como un pollo recién sacado del horno.
-Imbécil… - susurré para mis adentros mirando al tipo quemado con desprecio y negando con la cabeza que hubiese aceptado morir sólo por no revelar a mi abuela. ¿Hasta qué punto lavaba el cerebro Mortagglia a sus discípulos? ¿Por qué morir por ella?
Neph se aproximó a nosotros. Con un tono claramente irónico que me ofendió considerablemente. Levanté la vista sobre el cuerpo sin vida del acechador para devolver una mirada al brujo justo antes de darme la vuelta. Jules en cambio, más agradable, sí que decidió responder a su comentario.
-Contado así, suena hasta divertido y todo. – le rió el brujo. Pero no le hizo mucho caso pues rápidamente se fue a buscar a la camarera. Lo ignoré por completo y dejé que desapareciera por la puerta trasera de la misma. En aquel momento no me importaba lo más mínimo lo que le pasará aquel tipo del martillo, ahora tenía que asumir lo que había sucedido aquella noche y la gravedad de la situación. Me mantuve reflexiva durante unos instantes y salí a la calle. Totalmente despoblada. Necesitaba tomar el aire
Elen se acercó a mí para preguntarme cómo me encontraba. Mi cara ya reflejaba un cierto rostro de preocupación ante la situación y hablaba por sí sola. Me giré hacia Elen.
-Me siento… extraña. – comencé diciendo. – Si Mortagglia me persigue debo abandonar Lunargenta cuanto antes. De lo contrario me estaré exponiendo a un peligro constante. – y es que evacuar era algo que igualmente debería hacer pues mi madre me había encargado ni más ni menos que ir a por el Centinela. No tenía sentido detenerme a explicar a Elen aquella historia pues seguramente ella no tendría ni idea de quién era aquel tipo. Era un tema personal que afectaba a mi persona. Simplemente se lo resumiría en dos palabras. – Temo que mi abuela planee un ataque poderoso contra la ciudad. – e instintivamente, desvié la vista hacia el edificio más alto que tenía a la vista, la torre del reloj. Reí y volví la cabeza hacia Elen y Jules, que también había salido. – No hay tiempo que perder. Tenemos la misión de encontrar a un chupasangres muy peligroso antes de que sea demasiado tarde. – le comenté sin especificar nada sobre el centinela ni el lugar en el que se encontraba, pues temía que la bruja, siempre una fiel amiga, decidiera acompañarme y aquello era algo que no estaba dispuesta a hacer. Aquella no era su batalla.
Esperé a que Elen me respondiera antes de despedirme de ella. Jules y yo teníamos una importante y peligrosa misión por cumplir y, sinceramente, temía que aquella fuera la última vez que la viera, no estaba segura de que entrar en la guarida de la Hermandad fuese algo que me fuera a repercutir positivamente, aunque estuviese ya lejos de la influencia de Mortagglia. Confiaba en que a ésta no le diera por buscarme en los alrededores de su morada, que no fuera tan “loca” como para acercarme a su propio hogar. Si ella estaba lejos, entonces, podría adentrarme en la guarida sigilosamente y acabar con el Centinela. Las probabilidades de éxito eran bajas, pero había que intentarlo.
-Gracias. – le dije antes de partir, fundiéndome en un sincero abrazo con ella. Ni ella ni yo éramos pegadas, pero su ayuda había sido inestimable una vez más, y aquella era la única manera que tenía de reconocérselo.
Y dicho esto. Partimos hacia un lugar seguro en el que pasar la noche. Aquella noche ya había tenido suficientes emociones. Era hora de descansar y esperar que un nuevo día amaneciera.
En esta ocasión, Elen fue más rápida y llegó por la espalda del objetivo para proporcionarle una fuerte corriente eléctrica que lo dejó tieso. Lo estampó contra una mesa y lo electrificó allí mismo. La bruja gastaba unas maneras tan violentas como las mías, pero al menos ella lo dejaba vivo para interrogarle. Yo directamente le habría atravesado el cráneo.
Me acerqué con una sonrisa a ver si mi amiga conseguía sonsacarle algo de información sobre el paradero real de mi abuela. Pero aquella criatura parecía dispuesta a llevarse el secreto a la tumba. Elen no dudó dos segundos y proporcionó una fuerte descarga eléctrica que acabó con el cuerpo del enemigo inerte y muerto sobre las mesas. Humeando como un pollo recién sacado del horno.
-Imbécil… - susurré para mis adentros mirando al tipo quemado con desprecio y negando con la cabeza que hubiese aceptado morir sólo por no revelar a mi abuela. ¿Hasta qué punto lavaba el cerebro Mortagglia a sus discípulos? ¿Por qué morir por ella?
Neph se aproximó a nosotros. Con un tono claramente irónico que me ofendió considerablemente. Levanté la vista sobre el cuerpo sin vida del acechador para devolver una mirada al brujo justo antes de darme la vuelta. Jules en cambio, más agradable, sí que decidió responder a su comentario.
-Contado así, suena hasta divertido y todo. – le rió el brujo. Pero no le hizo mucho caso pues rápidamente se fue a buscar a la camarera. Lo ignoré por completo y dejé que desapareciera por la puerta trasera de la misma. En aquel momento no me importaba lo más mínimo lo que le pasará aquel tipo del martillo, ahora tenía que asumir lo que había sucedido aquella noche y la gravedad de la situación. Me mantuve reflexiva durante unos instantes y salí a la calle. Totalmente despoblada. Necesitaba tomar el aire
Elen se acercó a mí para preguntarme cómo me encontraba. Mi cara ya reflejaba un cierto rostro de preocupación ante la situación y hablaba por sí sola. Me giré hacia Elen.
-Me siento… extraña. – comencé diciendo. – Si Mortagglia me persigue debo abandonar Lunargenta cuanto antes. De lo contrario me estaré exponiendo a un peligro constante. – y es que evacuar era algo que igualmente debería hacer pues mi madre me había encargado ni más ni menos que ir a por el Centinela. No tenía sentido detenerme a explicar a Elen aquella historia pues seguramente ella no tendría ni idea de quién era aquel tipo. Era un tema personal que afectaba a mi persona. Simplemente se lo resumiría en dos palabras. – Temo que mi abuela planee un ataque poderoso contra la ciudad. – e instintivamente, desvié la vista hacia el edificio más alto que tenía a la vista, la torre del reloj. Reí y volví la cabeza hacia Elen y Jules, que también había salido. – No hay tiempo que perder. Tenemos la misión de encontrar a un chupasangres muy peligroso antes de que sea demasiado tarde. – le comenté sin especificar nada sobre el centinela ni el lugar en el que se encontraba, pues temía que la bruja, siempre una fiel amiga, decidiera acompañarme y aquello era algo que no estaba dispuesta a hacer. Aquella no era su batalla.
Esperé a que Elen me respondiera antes de despedirme de ella. Jules y yo teníamos una importante y peligrosa misión por cumplir y, sinceramente, temía que aquella fuera la última vez que la viera, no estaba segura de que entrar en la guarida de la Hermandad fuese algo que me fuera a repercutir positivamente, aunque estuviese ya lejos de la influencia de Mortagglia. Confiaba en que a ésta no le diera por buscarme en los alrededores de su morada, que no fuera tan “loca” como para acercarme a su propio hogar. Si ella estaba lejos, entonces, podría adentrarme en la guarida sigilosamente y acabar con el Centinela. Las probabilidades de éxito eran bajas, pero había que intentarlo.
-Gracias. – le dije antes de partir, fundiéndome en un sincero abrazo con ella. Ni ella ni yo éramos pegadas, pero su ayuda había sido inestimable una vez más, y aquella era la única manera que tenía de reconocérselo.
Y dicho esto. Partimos hacia un lugar seguro en el que pasar la noche. Aquella noche ya había tenido suficientes emociones. Era hora de descansar y esperar que un nuevo día amaneciera.
- OFF:
- Disculpad la tardanza, he tenido una semana liada. Con la intervención de Elen creo que podremos cerrar el hilo. Un saludín
Anastasia Boisson
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