[Cerrado] Huracán y Cassandra {Privado} {Pasado}
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[Cerrado] Huracán y Cassandra {Privado} {Pasado}
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- Exceptuando la parte introductoria, Anastasia tendrá 16 años durante este hilo.
Lloviznaba a chuzos aquel atardecer en los bosques del Oeste. Habían pasado dos semanas desde la fatídica batalla de Sacrestic Ville. Mi intención era dar con “ella” antes del anochecer, pero llevaba ya más de tres horas dando vueltas, perdida en el bosque. No podía estar ya muy lejos del Tymer y, supuestamente, al otro lado, el bosque de Sandorái. Yo debía mantenerme en este margen.
Sí, finalmente terminé encontrándola. La choza de Belladonna Boisson. El lugar en el que había nacido. Mi madre me había revelado su ubicación poco antes de morir. La curiosidad llamó a mi puerta, poder conocer el lugar en el que viví mis primeros días. Me apoyé en un árbol y sonreí al verla. Pero parecía haber luz en el interior, lo cual me extrañó en exceso. Me puse la capucha, me agaché y me dirigí en sigilo hacia la ventana, mirando hacia el interior.
-¡Joder Billy, aquí vive la loca esa de la Hermandad! Como nos pille estamos jodidos. – discutía uno de ellos a la luz de la luna.
-¿No has oído la noticia? ¡Se la han cargado los cazavampiros! A ella y a toda su prole. ¿Sabes lo que valdrá ahora toda esta mierda que tiene aquí? ¡Tendremos para cubrir de oro a nuestras mujeres. ¡Nuestros hijos por fin tendrán un hogar digno en el que vivir!
-Bueno, vale. Pero saquémoslo rápido, por si acaso. – instó uno.
No dejaban de ser unos estúpidos humanos cualesquiera. Ataviados con ropajes roídos que no causaban ninguna impresión especial. Los tres dieron un paso atrás en cuanto vieron mi imponente figura, delante de ellos. ¿A dónde iban con aquellas bolsas cargadas?
-¿Q-Quién eres tú, mujer? – preguntó uno de ellos, escondiéndose tras el que parecía el jefe.
-¿No… no será la bruja? – preguntó con miedo el segundo. Yo no respondí.
-¡Y qué más da lo que sea! ¡A por ella! – El que parecía el jefe estaba igual de tembloroso, pero parecía dispuesto a salirse con el botín. Sacó una espada curva en un pésimo estado.
En cuanto intentó atacarme con un tajo cruzado comencé a moverme, a un lado, en el pequeño espacio. Desenfundé mis ballestas pequeñas y le clavé un virote a la altura de la rodilla mientras con la otra apunté a la cabeza de otro de sus siervos, que rápidamente cayó al suelo sin darle tiempo a sacar su arma. Me agaché y de una patada por el suelo derribé al segundo de los esbirros. El jefe trató de contraatacar, pero creé una corriente de aire que lo sacó de la casa por la puerta, apunté al suelo para disparar al corazón del que había derribado con una patada y, andando, salí hacia donde estaba el líder de aquel grupo de imbéciles.
-¡No! ¡No! Bruja, déjame marchar, por favor. Te dejaré todo como estaba. ¡De verdad!– caminé hacia él sin quitarle un ojo de encima, desenfundando mi ballesta pasada, con tranquilidad. – De verdad, por favor, sólo quería algo de pan para poder alimentar a mis hi…. – no le dejé terminar. Un enorme virote le hizo impactó en su estómago y le hizo salir disparado por la fuerza empotrado contra un árbol cercano, quedando empalado. ¿Creía que me importaba una mierda su familia? ¿Acaso a alguien le había importado la mía? Volví al interior de la casa con la misma parsimonia con la que había salido.
-Pi… piedad. Por favor. – le disparé otro tiro a uno que aún quedaba vivo con la ballesta pesada para rematarlo en el suelo sin ni siquiera mirarlo. Si no hubiese dicho nada, tal vez lo habría ignorado.
Revolví en la casa, en los utensilios que habían dejado. Esperaba que no la hubiesen desvalijado por completo. Había un sinfín de artículos alquímicos de magia negra en todos, colecciones de libros escritos por Belladonna que rápidamente me encargué de guardar.
Sorprendentemente, en uno de los armarios, encontré un maletín totalmente cubierto por el polvo. Un maletín negro, con múltiples adornos cargados. Recuerdo que Isabella, siempre me había hablado de un maletín que una vez perdió, de las mismas características que aquel mismo. Me subí a un taburete para bajarlo, me senté sobre el mismo y lo abrí.
Había una serie de retratos míos, en diferentes etapas de mi vida. De niña, mi graduación en el colegio elemental, jugando con objetos, la primera foto con una ballesta. Trataba de contener las lágrimas, pero pasando una tras otra, hubo una en la que me detuve. Sí. Acordaba aquella historia como si fuese ayer.
Era un retrato de aproximadamente diez años atrás, en el que salía junto a Cassandra, en el Acantilado de la Muerte. Abajo, escrito con la letra de Isabella, venía un nombre en claro.
“Huracán”.
Miraba por las ventanas del Hekshold. Era una mañana soleada. Qué suerte tenían los mayores, a los que dejaban salir antes al patio. Bueno, por suerte la clase de Historia de la Magia, de la pesada de la maestra Pantine ya estaba a punto de dejar la brasa pues el sol ya estaba a punto de alcanzar el quinto árbol. El timbre tocaría como siempre.
Entonces una bola de papel rebotó en mi cabeza, haciéndome daño, pues dentro llevaba una goma de borrar. Miré a los lanzadores. La chupipandi de Harrowmont. Quién iba a ser. Tebas Tanqueray había sido el lanzador esta vez. Valiente imbécil. Les miré fastidiada, llevándome la mano al chichón. La profesora ni los había visto pues estaba de espaldas a la pizarra.
Por fin sonó el timbre y los perdería de vista. Yo iría ahora tenía que tragarme el peñazo de Teoría de los Elementos, mientras que el grupo de Cassandra iría a la clase práctica de Campamento de Magia. Ella podía hacerlo por ser tensái pura. Sus habilidades eran mejores que las mías pues tanto su padre como su madre eran brujos. A mí mi madre me había dicho que mi padre era un humano de Lunargenta, aunque nunca llegué a conocerlo. Murió hace muchos años. Y aquello lastraba mis oportunidades de acceder a esa clase. Pues al ser peligrosa, únicamente dejaban entrar a aquellos que tenían desarrollado su elemento. Los mestizos jamás podían acceder a esa clase pues tardábamos más en dominar nuestro elemento. Era peligroso. Sólo podían hacerlos los brujos puros, o bueno, también hacían excepciones con los descendientes de brujos excepcionalmente poderosos.
-Eh, Boisson. ¿Te veremos en el campamento? – se burló Tebas Tanqueray, el gracioso de la gomita. Uno de los imbéciles amiguitos de Cassandra y compañía, que también estaba allí. - ¡Ah no! ¡Que eres una mestiza! ¡Que no puedes ir! – y todo su grupo comenzó a reírse. Haciendo comentarios del estilo. Cuando por fin se “cansaron”, por fin se fueron. Yo sólo traté de mirar a otro lado, tratando de contener las lágrimas.
-¿Vas a llorar, mestiza? ¡Jaja jaja! – señaló una de las amigas de Cass.
Qué humillación… Tenía ganas de desaparecer. Agarré mi maleta frustrada. Para mí, ¡una Boisson! Era una humillación no poder ir a aquella clase. ¡Era la primera de mi estirpe que no podía acceder! Y me frustraba y me hacía enfadar. Por ello rompí el lápiz con furia con ambas manos.
El maestro Dorian me vio entristecida, ya sola en el pasillo. Totalmente abatida y sin ningún amigo ni persona fiel que me pudiera respaldar. El maestro me tenía especialmente cariño, y él era el que impartía aquella clase.
-¡Anastasia, jovencita! ¿Estás triste porque no puedes ir a la clase? – No respondí. ¿Acaso mis ojos llorosos no lo decían todo? Debía asumirlo. – Hmm. Creo que… igual podríamos hacer una excepción. A fin de cuentas, sacas muy buenas notas. Te mereces un premio.
Aquello cambió el brillo de mis ojos, que miré incrédula al profesor. ¡Siempre quise ir a aquella clase! Sonreí. De todos modos, un taconeo acelerado por el pasillo pronto me haría darme cuenta de que todo se acabaría.
-¡De ningún modo! – los tacones de la profesora Adda Lovelace retumbaron a mi espalda. - ¡Es una irresponsabilidad, maestro Dorian! Anastasia no puede acceder a esa clase. Va contra las normas del Colegio. – Dorian sonrió.
-¿Irresponsabilidad? – rió irónico. – Tengo mis razones para creer que Anastasia podría desenvolverse bien en esa clase, profesora Lovelace.
-¡Y que más! – gritó ofendida. – ¿Acaso me va a descubrir usted que Anastasia es la hija de una maga oscura? – el maestro Dorian pasó del rapapolvos, riendo, y musitó para sí mismo, sin que la maestra lo oyera “Tal vez…” susurró, aunque lo llegué a escuchar, nunca supe lo que quiso decir. - Tenemos la declaración de mestizaje de su madre. Si le pasa algo estaría usted metiéndose en un lío muy gordo.
-Escúcheme, maestra Lovelace. – pidió calma a la mujer. – Déjeme intentarlo, le prometo que la mantendré vigilada. – sonrió. La mujer me miró a mí, y luego volvió a mirar al maestro. No las tenía todas consigo.
-Está bien, maestro Dorian. Confiaré en que la mantenga a salvo por esta ocasión. – aclaró. – Pero no la pierda de vista. La profesora me miró de reojo y pegó su rostro al del maestro, con enfado. -
Como se haga un arañazo, le expulsaré del colegio. – amenazó.
-Muy bien. – sonrió irónico de brazos cruzados. Luego me guiñó un ojo y me sonrió. – Vamos. – dijo.
Lo cierto es que no me había gustado un pelo que hiciera aquello. Le habían amenazado por hacerme sonreír. Mi infancia no había sido nada divertida.
-Le agradezco mucho el gesto, maestro Dorian, pero no era necesario que lo hiciera. – le comenté con respeto. Lo cierto es que me llevaba muy bien con él. Y aquel privilegio era algo que seguro haría rabiar a Cassandra y al resto de miembros de la clase. – Conozco mi condición de mestizaje y sé que no tengo derecho a acceder a esta materia. – aseveré. – Sé perfectamente quien soy. – contesté seria, con mi carácter agrio habitual.
-No. Chica, no lo sabes… - continuó riéndose. En realidad no sabía por qué lo hacía.
-¿A qué se refiere, maestro? – le dije alzando una ceja, sin dejar de andar, ya casi saliendo por la puerta.
-A nada en concreto, Anastasia. – dijo rápido. – Me refiero que tienes un gran potencial por explotar. ¿No te das cuenta de que eres mejor que la media? – continuó. – Te infravaloras demasiado.
Tal vez tuviera razón. Puede que fuera mestiza, pero tenía un gran potencial. Eso quedaba constante en cada clase, pese a mi mestizaje, no tenía nada que envidiar a Cassandra. Así, aparecí orgullosa en el patio del Hekshold junto al maestro. Ya estaban todos los alumnos allí. Me separé del maestro y me posicioné junto a otros compañeros, bien lejos del grupito de la Harrowmont. La busqué a ella con la mirada en primer lugar y le sonreí burlonamente. Me divertía ver su careto después de aquello.
Sí, finalmente terminé encontrándola. La choza de Belladonna Boisson. El lugar en el que había nacido. Mi madre me había revelado su ubicación poco antes de morir. La curiosidad llamó a mi puerta, poder conocer el lugar en el que viví mis primeros días. Me apoyé en un árbol y sonreí al verla. Pero parecía haber luz en el interior, lo cual me extrañó en exceso. Me puse la capucha, me agaché y me dirigí en sigilo hacia la ventana, mirando hacia el interior.
-¡Joder Billy, aquí vive la loca esa de la Hermandad! Como nos pille estamos jodidos. – discutía uno de ellos a la luz de la luna.
-¿No has oído la noticia? ¡Se la han cargado los cazavampiros! A ella y a toda su prole. ¿Sabes lo que valdrá ahora toda esta mierda que tiene aquí? ¡Tendremos para cubrir de oro a nuestras mujeres. ¡Nuestros hijos por fin tendrán un hogar digno en el que vivir!
-Bueno, vale. Pero saquémoslo rápido, por si acaso. – instó uno.
No dejaban de ser unos estúpidos humanos cualesquiera. Ataviados con ropajes roídos que no causaban ninguna impresión especial. Los tres dieron un paso atrás en cuanto vieron mi imponente figura, delante de ellos. ¿A dónde iban con aquellas bolsas cargadas?
-¿Q-Quién eres tú, mujer? – preguntó uno de ellos, escondiéndose tras el que parecía el jefe.
-¿No… no será la bruja? – preguntó con miedo el segundo. Yo no respondí.
-¡Y qué más da lo que sea! ¡A por ella! – El que parecía el jefe estaba igual de tembloroso, pero parecía dispuesto a salirse con el botín. Sacó una espada curva en un pésimo estado.
En cuanto intentó atacarme con un tajo cruzado comencé a moverme, a un lado, en el pequeño espacio. Desenfundé mis ballestas pequeñas y le clavé un virote a la altura de la rodilla mientras con la otra apunté a la cabeza de otro de sus siervos, que rápidamente cayó al suelo sin darle tiempo a sacar su arma. Me agaché y de una patada por el suelo derribé al segundo de los esbirros. El jefe trató de contraatacar, pero creé una corriente de aire que lo sacó de la casa por la puerta, apunté al suelo para disparar al corazón del que había derribado con una patada y, andando, salí hacia donde estaba el líder de aquel grupo de imbéciles.
-¡No! ¡No! Bruja, déjame marchar, por favor. Te dejaré todo como estaba. ¡De verdad!– caminé hacia él sin quitarle un ojo de encima, desenfundando mi ballesta pasada, con tranquilidad. – De verdad, por favor, sólo quería algo de pan para poder alimentar a mis hi…. – no le dejé terminar. Un enorme virote le hizo impactó en su estómago y le hizo salir disparado por la fuerza empotrado contra un árbol cercano, quedando empalado. ¿Creía que me importaba una mierda su familia? ¿Acaso a alguien le había importado la mía? Volví al interior de la casa con la misma parsimonia con la que había salido.
-Pi… piedad. Por favor. – le disparé otro tiro a uno que aún quedaba vivo con la ballesta pesada para rematarlo en el suelo sin ni siquiera mirarlo. Si no hubiese dicho nada, tal vez lo habría ignorado.
Revolví en la casa, en los utensilios que habían dejado. Esperaba que no la hubiesen desvalijado por completo. Había un sinfín de artículos alquímicos de magia negra en todos, colecciones de libros escritos por Belladonna que rápidamente me encargué de guardar.
Sorprendentemente, en uno de los armarios, encontré un maletín totalmente cubierto por el polvo. Un maletín negro, con múltiples adornos cargados. Recuerdo que Isabella, siempre me había hablado de un maletín que una vez perdió, de las mismas características que aquel mismo. Me subí a un taburete para bajarlo, me senté sobre el mismo y lo abrí.
“Sé que nunca me perdonarás todo el daño que he hecho, hermana. Pero he hecho lo mejor para tu hija. Ella está bien. Sana. Come y cena todos los días, tiene todos los caprichos que una niña de su edad podría tener. Estudia en el Hekshold, como tú y yo lo hicimos. Sólo quiero enviarte unas fotos, para que sepas lo bien que está tú hija.
No intento hacer que cambies ninguna de tus decisiones. Sólo quiero que veas que tu hija es feliz. Lo que seguro siempre has deseado para ella.
Te quiero, Bella.
Isabella B.”
No intento hacer que cambies ninguna de tus decisiones. Sólo quiero que veas que tu hija es feliz. Lo que seguro siempre has deseado para ella.
Te quiero, Bella.
Isabella B.”
Había una serie de retratos míos, en diferentes etapas de mi vida. De niña, mi graduación en el colegio elemental, jugando con objetos, la primera foto con una ballesta. Trataba de contener las lágrimas, pero pasando una tras otra, hubo una en la que me detuve. Sí. Acordaba aquella historia como si fuese ayer.
Era un retrato de aproximadamente diez años atrás, en el que salía junto a Cassandra, en el Acantilado de la Muerte. Abajo, escrito con la letra de Isabella, venía un nombre en claro.
“Huracán”.
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- Huracán con 16 años, estudiante del Hekshold:
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Miraba por las ventanas del Hekshold. Era una mañana soleada. Qué suerte tenían los mayores, a los que dejaban salir antes al patio. Bueno, por suerte la clase de Historia de la Magia, de la pesada de la maestra Pantine ya estaba a punto de dejar la brasa pues el sol ya estaba a punto de alcanzar el quinto árbol. El timbre tocaría como siempre.
Entonces una bola de papel rebotó en mi cabeza, haciéndome daño, pues dentro llevaba una goma de borrar. Miré a los lanzadores. La chupipandi de Harrowmont. Quién iba a ser. Tebas Tanqueray había sido el lanzador esta vez. Valiente imbécil. Les miré fastidiada, llevándome la mano al chichón. La profesora ni los había visto pues estaba de espaldas a la pizarra.
Por fin sonó el timbre y los perdería de vista. Yo iría ahora tenía que tragarme el peñazo de Teoría de los Elementos, mientras que el grupo de Cassandra iría a la clase práctica de Campamento de Magia. Ella podía hacerlo por ser tensái pura. Sus habilidades eran mejores que las mías pues tanto su padre como su madre eran brujos. A mí mi madre me había dicho que mi padre era un humano de Lunargenta, aunque nunca llegué a conocerlo. Murió hace muchos años. Y aquello lastraba mis oportunidades de acceder a esa clase. Pues al ser peligrosa, únicamente dejaban entrar a aquellos que tenían desarrollado su elemento. Los mestizos jamás podían acceder a esa clase pues tardábamos más en dominar nuestro elemento. Era peligroso. Sólo podían hacerlos los brujos puros, o bueno, también hacían excepciones con los descendientes de brujos excepcionalmente poderosos.
-Eh, Boisson. ¿Te veremos en el campamento? – se burló Tebas Tanqueray, el gracioso de la gomita. Uno de los imbéciles amiguitos de Cassandra y compañía, que también estaba allí. - ¡Ah no! ¡Que eres una mestiza! ¡Que no puedes ir! – y todo su grupo comenzó a reírse. Haciendo comentarios del estilo. Cuando por fin se “cansaron”, por fin se fueron. Yo sólo traté de mirar a otro lado, tratando de contener las lágrimas.
-¿Vas a llorar, mestiza? ¡Jaja jaja! – señaló una de las amigas de Cass.
Qué humillación… Tenía ganas de desaparecer. Agarré mi maleta frustrada. Para mí, ¡una Boisson! Era una humillación no poder ir a aquella clase. ¡Era la primera de mi estirpe que no podía acceder! Y me frustraba y me hacía enfadar. Por ello rompí el lápiz con furia con ambas manos.
El maestro Dorian me vio entristecida, ya sola en el pasillo. Totalmente abatida y sin ningún amigo ni persona fiel que me pudiera respaldar. El maestro me tenía especialmente cariño, y él era el que impartía aquella clase.
-¡Anastasia, jovencita! ¿Estás triste porque no puedes ir a la clase? – No respondí. ¿Acaso mis ojos llorosos no lo decían todo? Debía asumirlo. – Hmm. Creo que… igual podríamos hacer una excepción. A fin de cuentas, sacas muy buenas notas. Te mereces un premio.
Aquello cambió el brillo de mis ojos, que miré incrédula al profesor. ¡Siempre quise ir a aquella clase! Sonreí. De todos modos, un taconeo acelerado por el pasillo pronto me haría darme cuenta de que todo se acabaría.
-¡De ningún modo! – los tacones de la profesora Adda Lovelace retumbaron a mi espalda. - ¡Es una irresponsabilidad, maestro Dorian! Anastasia no puede acceder a esa clase. Va contra las normas del Colegio. – Dorian sonrió.
-¿Irresponsabilidad? – rió irónico. – Tengo mis razones para creer que Anastasia podría desenvolverse bien en esa clase, profesora Lovelace.
-¡Y que más! – gritó ofendida. – ¿Acaso me va a descubrir usted que Anastasia es la hija de una maga oscura? – el maestro Dorian pasó del rapapolvos, riendo, y musitó para sí mismo, sin que la maestra lo oyera “Tal vez…” susurró, aunque lo llegué a escuchar, nunca supe lo que quiso decir. - Tenemos la declaración de mestizaje de su madre. Si le pasa algo estaría usted metiéndose en un lío muy gordo.
-Escúcheme, maestra Lovelace. – pidió calma a la mujer. – Déjeme intentarlo, le prometo que la mantendré vigilada. – sonrió. La mujer me miró a mí, y luego volvió a mirar al maestro. No las tenía todas consigo.
-Está bien, maestro Dorian. Confiaré en que la mantenga a salvo por esta ocasión. – aclaró. – Pero no la pierda de vista. La profesora me miró de reojo y pegó su rostro al del maestro, con enfado. -
Como se haga un arañazo, le expulsaré del colegio. – amenazó.
-Muy bien. – sonrió irónico de brazos cruzados. Luego me guiñó un ojo y me sonrió. – Vamos. – dijo.
Lo cierto es que no me había gustado un pelo que hiciera aquello. Le habían amenazado por hacerme sonreír. Mi infancia no había sido nada divertida.
-Le agradezco mucho el gesto, maestro Dorian, pero no era necesario que lo hiciera. – le comenté con respeto. Lo cierto es que me llevaba muy bien con él. Y aquel privilegio era algo que seguro haría rabiar a Cassandra y al resto de miembros de la clase. – Conozco mi condición de mestizaje y sé que no tengo derecho a acceder a esta materia. – aseveré. – Sé perfectamente quien soy. – contesté seria, con mi carácter agrio habitual.
-No. Chica, no lo sabes… - continuó riéndose. En realidad no sabía por qué lo hacía.
-¿A qué se refiere, maestro? – le dije alzando una ceja, sin dejar de andar, ya casi saliendo por la puerta.
-A nada en concreto, Anastasia. – dijo rápido. – Me refiero que tienes un gran potencial por explotar. ¿No te das cuenta de que eres mejor que la media? – continuó. – Te infravaloras demasiado.
Tal vez tuviera razón. Puede que fuera mestiza, pero tenía un gran potencial. Eso quedaba constante en cada clase, pese a mi mestizaje, no tenía nada que envidiar a Cassandra. Así, aparecí orgullosa en el patio del Hekshold junto al maestro. Ya estaban todos los alumnos allí. Me separé del maestro y me posicioné junto a otros compañeros, bien lejos del grupito de la Harrowmont. La busqué a ella con la mirada en primer lugar y le sonreí burlonamente. Me divertía ver su careto después de aquello.
- Maestro Dorian Pólister:
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- Tebas Tanqueray:
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Anastasia Boisson
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Re: [Cerrado] Huracán y Cassandra {Privado} {Pasado}
Diez años atrás.
Las risitas de mi grupo por casi rompían el silencio de la clase, aunque conseguíamos disimular lo mejor que podíamos para que no nos llamase la atención la profesora.
- ¿Qué has puesto? ¿Qué has puesto? - Preguntó Annelise tratando de ver por encima de mi hombro lo que había escrito en la hoja. Se reía divertida ante lo que íbamos a hacer.
- No, es secreto. - Tapé con mis brazos el papel, aunque sin tocarlo para que la tinta de la pluma no se emborronase.
- Déjate de tonterías. Trae. - Tebas casi me quitó la hoja de las manos y la arrugó, envolviendo una goma de borrar el papel y haciendo una bola que lanzó contra Anastasia. Todos los de mi grupo nos echamos a reír, tapándonos la boca con las manos para evitar llamar demasiado la atención. Cuando ella se giró yo sonreí altanera y saludé moviendo los dedos de mi mano. Esperaba que leyera lo que había escrito, pero Tebas la lanzó con tanta fuerza que rebotó en su cabeza y cayó lejos. ¡Qué idiota! Si lo divertido de la bola era que viera el mensaje en el que decía que usase su magia para convertirse en murciélago y largarse a su cueva.
El timbre sonó y yo me demoré un poco en recoger los apuntes en mi maleta, momento que aprovecharon Tebas y Alexa, otra amiga mía, para meterse con Anastasia. Yo complementé el coro de risas con los demás cuando hablaron esos dos. Sólo con ver la cara que tenía debía darle la razón a Alex para pensar que se echaría a llorar en cualquier momento. - Vale, no la hagáis llorar, que se lo dirá al maestro Dorian. - Comenté con tonito burlesco, pasando al lado de Anastasia y empujándola de un hombrazo para apartarla de mi camino, con una mirada altanera, regodeándome de mi posición. Me siguieron todos mis amigos y nos fuimos a la clase del Campamento de Magia. Ahí ella no podía entrar. Era una sucia mestiza. Por suerte teníamos una clase para brujos de verdad, de los que teníamos la sangre limpia.
Fuimos para el lugar donde se impartía y dejé mi maleta junto a las demás, apoyadas en la base de un árbol. Tebas bostezó aburrido a la espera de que comenzásemos y yo me fui con Alexa y Annelise a hablar de cosas que habían pasado en días anteriores. Todo parecía estar distendido hasta que aparecieron la maestra Lovelane, el maestro Dorian y Anastasia. Nuestra cara fue de sorpresa. De hecho, todo los de la clase miraron a la Boisson con incredulidad, incluida yo. ¡No me podía creer que una mestiza estuviera aquí! Resoplé con fastidio y cuando crucé la vista con ella hice un gesto con la misma altivez que al salir de la anterior clase.
- Vaya, vaya, así que al final sí ha ido a llorarle al maestro Dorian. - Remarcó Alexa usando un tono muy burlesco.
- Sí, parece que ir a llorar a los demás es la solución para avanzar. - Contesté en voz alta, mostrando mi desacuerdo. - Es lo que tienen que hacer los que no tienen habilidades propias, ¿no, mestiza?
- Silencio. Vamos a empezar. - La maestra Lovelace también parecía molesta, aunque no sabíamos qué había pasado y mucho menos qué hacía aquí Anastasia Boisson, una mestiza.
Yo no iba a dejarlo pasar así como así. Esta era la clase de los sangre limpia y esa no pintaba nada. Me parecía injusto y no dejaría que se quedase en agua de borrasca. - Maestra Lovelane. ¿No dicen las normas que los mestizos no pueden estar en esta clase? ¿Qué hace Boisson aquí? - Señalé hacia ella sin preocuparme de lo que dijera. - Si los mestizos no pueden entrar en esta clase por algo es. ¿Entonces?
La profesora no sabía qué responder exactamente y se notaba apurada por el asunto. Mientras, yo miraba con mi peor cara a esa bruja sangre sucia que ganaba sus puestos con el favor de los otros. Trepa asquerosa.
- Cassandra, 16 años:
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Las risitas de mi grupo por casi rompían el silencio de la clase, aunque conseguíamos disimular lo mejor que podíamos para que no nos llamase la atención la profesora.
- ¿Qué has puesto? ¿Qué has puesto? - Preguntó Annelise tratando de ver por encima de mi hombro lo que había escrito en la hoja. Se reía divertida ante lo que íbamos a hacer.
- No, es secreto. - Tapé con mis brazos el papel, aunque sin tocarlo para que la tinta de la pluma no se emborronase.
- Déjate de tonterías. Trae. - Tebas casi me quitó la hoja de las manos y la arrugó, envolviendo una goma de borrar el papel y haciendo una bola que lanzó contra Anastasia. Todos los de mi grupo nos echamos a reír, tapándonos la boca con las manos para evitar llamar demasiado la atención. Cuando ella se giró yo sonreí altanera y saludé moviendo los dedos de mi mano. Esperaba que leyera lo que había escrito, pero Tebas la lanzó con tanta fuerza que rebotó en su cabeza y cayó lejos. ¡Qué idiota! Si lo divertido de la bola era que viera el mensaje en el que decía que usase su magia para convertirse en murciélago y largarse a su cueva.
El timbre sonó y yo me demoré un poco en recoger los apuntes en mi maleta, momento que aprovecharon Tebas y Alexa, otra amiga mía, para meterse con Anastasia. Yo complementé el coro de risas con los demás cuando hablaron esos dos. Sólo con ver la cara que tenía debía darle la razón a Alex para pensar que se echaría a llorar en cualquier momento. - Vale, no la hagáis llorar, que se lo dirá al maestro Dorian. - Comenté con tonito burlesco, pasando al lado de Anastasia y empujándola de un hombrazo para apartarla de mi camino, con una mirada altanera, regodeándome de mi posición. Me siguieron todos mis amigos y nos fuimos a la clase del Campamento de Magia. Ahí ella no podía entrar. Era una sucia mestiza. Por suerte teníamos una clase para brujos de verdad, de los que teníamos la sangre limpia.
Fuimos para el lugar donde se impartía y dejé mi maleta junto a las demás, apoyadas en la base de un árbol. Tebas bostezó aburrido a la espera de que comenzásemos y yo me fui con Alexa y Annelise a hablar de cosas que habían pasado en días anteriores. Todo parecía estar distendido hasta que aparecieron la maestra Lovelane, el maestro Dorian y Anastasia. Nuestra cara fue de sorpresa. De hecho, todo los de la clase miraron a la Boisson con incredulidad, incluida yo. ¡No me podía creer que una mestiza estuviera aquí! Resoplé con fastidio y cuando crucé la vista con ella hice un gesto con la misma altivez que al salir de la anterior clase.
- Vaya, vaya, así que al final sí ha ido a llorarle al maestro Dorian. - Remarcó Alexa usando un tono muy burlesco.
- Sí, parece que ir a llorar a los demás es la solución para avanzar. - Contesté en voz alta, mostrando mi desacuerdo. - Es lo que tienen que hacer los que no tienen habilidades propias, ¿no, mestiza?
- Silencio. Vamos a empezar. - La maestra Lovelace también parecía molesta, aunque no sabíamos qué había pasado y mucho menos qué hacía aquí Anastasia Boisson, una mestiza.
Yo no iba a dejarlo pasar así como así. Esta era la clase de los sangre limpia y esa no pintaba nada. Me parecía injusto y no dejaría que se quedase en agua de borrasca. - Maestra Lovelane. ¿No dicen las normas que los mestizos no pueden estar en esta clase? ¿Qué hace Boisson aquí? - Señalé hacia ella sin preocuparme de lo que dijera. - Si los mestizos no pueden entrar en esta clase por algo es. ¿Entonces?
La profesora no sabía qué responder exactamente y se notaba apurada por el asunto. Mientras, yo miraba con mi peor cara a esa bruja sangre sucia que ganaba sus puestos con el favor de los otros. Trepa asquerosa.
Última edición por Cassandra C. Harrowmont el Vie Jun 30 2017, 17:40, editado 1 vez
Cassandra C. Harrowmont
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Re: [Cerrado] Huracán y Cassandra {Privado} {Pasado}
Esa creída de Cassandra y sus lametraseros no pararon de incordiarme mientras venía la profesora. La diva de aquella banda de se burló de mí y me empujó con el hombro. Estúpida abusona. Si no fuera porque corría el riesgo de que me expedientasen si llegaban los profesores le pegaría allí mismo. – Vete a la mierda, Harrowmont. Déjame en paz. – le grité enfadada, tratando de alejarme para que me dejasen tranquila.
Parecía que el hecho de verme allí les fastidiaba demasiado. Les miré con enfado, ignorándolas por completo, pero me resultaba complicarlo no girar la cabeza hacia ellas, nerviosa. Se me notaba en la tensión. Habían llegado los profesores…
… Y como no, no tardó la acusica de Cassandra en protestar a la maestra Lovelace por mi presencia en aquella clase para “niños especiales”. Imbécil. Encima aquella maestra no parecía tener una respuesta clara, y se quedó mirando al maestro Dorian con una cara de “¿Ves? ¿Qué les digo ahora?”, aunque por fortuna el amigo de mi madre rápidamente tuvo una respuesta.
-Señorita Harrowmont, esto no debería suponerte una molestia sino un halago. Anastasia es excepcional en lo suyo, por eso está aquí, y para ella será un placer aprender de los jóvenes más talentosos. – rió. – De hecho, ya que has hablado tú, me gustaría que fuese tu pareja para la competición que tenemos prevista para la clase de hoy. Así podrá aprender de una chica tan talentosa como tú. – propuso el maestro. Iba a exponer mi réplica, pues para nada quería compartir grupo con ella, pero el maestro me dio la espalda. – Venga, juntaos por parejas. - Y dicho esto, dio un fuerte golpe de manos para poner fin a la conversación.
Comidillas varias, risas disimuladas y pequeños comentarios se escucharon cuando me puse, echando humo, al lado de Harrowmont. “¡La mestiza con Cassandra!”, “vaya la que le ha caído a Cass”. Todo condolencias hacia la "pobre" Harrowmont. Qué asco de compañeros. Me crucé echando humo mientras el maestro Dorian hacía las parejas y explicaba en qué consistía la prueba de la clase, que duraría unas dos horas.
El juego consistía en subir hasta el acantilado de la muerte y encontrar unos pergaminos encantados que, supuestamente, habían pertenecido a un poderoso brujo. Aunque no dijo qué tipo de poder albergaban los mismos. Ni dónde se encontraban. Ni si habría trampas acechándonos. Tampoco aseguró que nadie los encontrase. Simplemente era una prueba, aunque la recompensa era bien suculenta: Mención de honor automática sin necesidad de pasar por examen, una recompensa más que suficiente para cualquiera de los vagos que teníamos en clase se motivasen a conseguirlo. Insuficiente para mí, que podía conseguir las matrículas peleándolas en exámenes. Mi verdadera motivación vino después, cuando dijo que “sólo una única persona consiguió encontrarlas en la historia del colegio”. – Sin embargo, nunca podréis separaros de vuestra pareja, o seréis descalificados. Se trata de una prueba de cooperación. – concluyó Dorian.
Un silbido dio lugar al inicio de las carreras de todos los alumnos purasangre de acuerdo a las parejas que se habían formado. La prueba como tal era una oportunidad única, si conseguía aquellos misteriosos pergaminos antes que nadie ridiculizaría a toda aquella clase de engreídos. Sólo fallaba una cosa. Cassandra Harrowmont. Ella, simplemente, sobraba en aquella ecuación. Poco después de comenzar el ascenso y tras una arboleda, donde Dorian y Lovelace ya no nos podían ver, me senté detrás de un árbol.
-¿Qué dirás cuando consiga ese pergamino y te haga vencedora de la prueba? – le pregunté a Cass, iniciando la carrera. – ¡Oh, espera, ya lo sé! Dirás a tus divas que fue “a pesar de la mestiza”, ¿verdad? – comenté con ironía. – Y si alguien da con los pergaminos antes será “por culpa de la mestiza”. – comencé a pensar sobre la posibilidad de dejarme perder. - A decir verdad, nadie dará un aero por mí. En cambio si fuera la “guay” de mi grupo de amigas pijas, la “más guapa”, “la más rica” y la “más lista” de la clase sí que me importaría más perder. Qué pena que no lo sea. – la chantajeé miserablemente por su pésimo trato cada día hacia mí. – De hecho, tengo la autoestima por los suelos por compartir equipo con alguien de tu… – tosí varias veces forzosamente, con ironía, no fuera a ser que se lo creyera - … grandeza.
Me senté en el suelo. – No pienso moverme hasta que te disculpes por todos los insultos, golpes y burlas que me has hecho. – repetí. A sabiendas de que no podría separarse de mí si no quería que nos descalificaran. Ella tenía bastante más que perder que yo. ¿Me pegaría o se arrastraría? No había ningún profesor ni amigo cerca. Estaba ansiosa de saber su respuesta, sonriéndole.
Parecía que el hecho de verme allí les fastidiaba demasiado. Les miré con enfado, ignorándolas por completo, pero me resultaba complicarlo no girar la cabeza hacia ellas, nerviosa. Se me notaba en la tensión. Habían llegado los profesores…
… Y como no, no tardó la acusica de Cassandra en protestar a la maestra Lovelace por mi presencia en aquella clase para “niños especiales”. Imbécil. Encima aquella maestra no parecía tener una respuesta clara, y se quedó mirando al maestro Dorian con una cara de “¿Ves? ¿Qué les digo ahora?”, aunque por fortuna el amigo de mi madre rápidamente tuvo una respuesta.
-Señorita Harrowmont, esto no debería suponerte una molestia sino un halago. Anastasia es excepcional en lo suyo, por eso está aquí, y para ella será un placer aprender de los jóvenes más talentosos. – rió. – De hecho, ya que has hablado tú, me gustaría que fuese tu pareja para la competición que tenemos prevista para la clase de hoy. Así podrá aprender de una chica tan talentosa como tú. – propuso el maestro. Iba a exponer mi réplica, pues para nada quería compartir grupo con ella, pero el maestro me dio la espalda. – Venga, juntaos por parejas. - Y dicho esto, dio un fuerte golpe de manos para poner fin a la conversación.
Comidillas varias, risas disimuladas y pequeños comentarios se escucharon cuando me puse, echando humo, al lado de Harrowmont. “¡La mestiza con Cassandra!”, “vaya la que le ha caído a Cass”. Todo condolencias hacia la "pobre" Harrowmont. Qué asco de compañeros. Me crucé echando humo mientras el maestro Dorian hacía las parejas y explicaba en qué consistía la prueba de la clase, que duraría unas dos horas.
El juego consistía en subir hasta el acantilado de la muerte y encontrar unos pergaminos encantados que, supuestamente, habían pertenecido a un poderoso brujo. Aunque no dijo qué tipo de poder albergaban los mismos. Ni dónde se encontraban. Ni si habría trampas acechándonos. Tampoco aseguró que nadie los encontrase. Simplemente era una prueba, aunque la recompensa era bien suculenta: Mención de honor automática sin necesidad de pasar por examen, una recompensa más que suficiente para cualquiera de los vagos que teníamos en clase se motivasen a conseguirlo. Insuficiente para mí, que podía conseguir las matrículas peleándolas en exámenes. Mi verdadera motivación vino después, cuando dijo que “sólo una única persona consiguió encontrarlas en la historia del colegio”. – Sin embargo, nunca podréis separaros de vuestra pareja, o seréis descalificados. Se trata de una prueba de cooperación. – concluyó Dorian.
Un silbido dio lugar al inicio de las carreras de todos los alumnos purasangre de acuerdo a las parejas que se habían formado. La prueba como tal era una oportunidad única, si conseguía aquellos misteriosos pergaminos antes que nadie ridiculizaría a toda aquella clase de engreídos. Sólo fallaba una cosa. Cassandra Harrowmont. Ella, simplemente, sobraba en aquella ecuación. Poco después de comenzar el ascenso y tras una arboleda, donde Dorian y Lovelace ya no nos podían ver, me senté detrás de un árbol.
-¿Qué dirás cuando consiga ese pergamino y te haga vencedora de la prueba? – le pregunté a Cass, iniciando la carrera. – ¡Oh, espera, ya lo sé! Dirás a tus divas que fue “a pesar de la mestiza”, ¿verdad? – comenté con ironía. – Y si alguien da con los pergaminos antes será “por culpa de la mestiza”. – comencé a pensar sobre la posibilidad de dejarme perder. - A decir verdad, nadie dará un aero por mí. En cambio si fuera la “guay” de mi grupo de amigas pijas, la “más guapa”, “la más rica” y la “más lista” de la clase sí que me importaría más perder. Qué pena que no lo sea. – la chantajeé miserablemente por su pésimo trato cada día hacia mí. – De hecho, tengo la autoestima por los suelos por compartir equipo con alguien de tu… – tosí varias veces forzosamente, con ironía, no fuera a ser que se lo creyera - … grandeza.
Me senté en el suelo. – No pienso moverme hasta que te disculpes por todos los insultos, golpes y burlas que me has hecho. – repetí. A sabiendas de que no podría separarse de mí si no quería que nos descalificaran. Ella tenía bastante más que perder que yo. ¿Me pegaría o se arrastraría? No había ningún profesor ni amigo cerca. Estaba ansiosa de saber su respuesta, sonriéndole.
Anastasia Boisson
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Re: [Cerrado] Huracán y Cassandra {Privado} {Pasado}
- ¿¡Qué!? - El discurso del maestro Dorian solo tenía una parte de verdad: Anastasia tendría que aprender de nosotros. Obvio. Éramos los mejores brujos de la escuela. Pero, vamos, que siendo ella una mestiza no podría igualarse a los que éramos puros, así que era una tontería que la trajeran. ¿Acaso quería el maestro que barriésemos el suelo con ella? Por muy buenas notas que sacase, era mestiza. Nunca tendría el poder de un brujo de verdad, ni aunque pasasen años y años de entrenamiento. Que diese gracias por conseguir levantar los pergaminos de papel con su telequinesis. Eso ya era mucho para alguien como ella.
No pude evitar resoplar y cruzarme de brazos, molesta porque el maestro Dorian había decidido ponerme con ella. Eso había sido a mala gana.
- Pero… Maestro, yo iba a ponerme con Cassandra para esta prueba. - Repuso Annalise. Mi gran amiga al rescate, tratando de evitar que acabase haciendo el ejercicio con la Boisson. Lo intentó, pero no coló. El maestro hizo caso omiso y a ella le asignó otra pareja.
En cuanto Anastasia se acercó a mí le dediqué la mirada más despectiva, apartándome un paso de ella. No la quería tan cerca. Le di la espalda y miré a mi grupo que, prácticamente, se apiadaban de mí y mi mala suerte. ¡No podía ser peor! Bueno, sí. Aparte de que me había tocado de pareja la estúpida de Anastasia, el premio era la matrícula de honor sin tener que presentarnos al examen. ¡¡Tenía que ganar!! Quitarme de tener que estudiar esta materia era un alivio para mí así que tenía que hacer todo lo posible por conseguir esos pergaminos, con o sin Boisson.
Todo sería perfecto salvo por el apunte que dijo al final el maestro: no podíamos separarnos. A la mierda mi idea de dejarla ahí e ir yo sola a por los pergaminos. Encima de tener que aguantarla dos horas, teníamos que cooperar para conseguir una mención de honor. Volví a resoplar con gran fastidio, echándome el pelo hacia atrás y mirando a Anastasia como si ella fuera la culpable de todo. - Ya puedes empezar a correr, Boisson, como no ganemos te juro que te vas a arrepentir.
El silbido marcó el inicio de la carrera y todo parecía ir bien hasta que entramos en una arboleda, a los pocos metros de la salida. ¡Y la muy hija de puta se sentó! Mi cara se descuadró en ese momento marcando una incredulidad exacerbada. No podía creerme lo que estaba diciendo ni haciendo.
- ¡Levántate! - Grité con un gran enfado. - ¿¡Qué estás haciendo!? ¿¡Eres imbécil, o qué!? - Que me disculpara quería la muy…
Y obviamente no lo iba a hacer. Me acerqué de un par de zancadas a donde estaba sentada y le di un golpe en la frente con la palma de mi mano, con la intención de que se golpeara contra el tronco del árbol. - ¡QUE TE LEVANTES Y DEJES DE HACER EL TONTO! - Bramé. - Como perdamos la matrícula por tu culpa te aseguro que lo vas a lamentar.
Me estaba poniendo muy nerviosa porque estaba perdiendo un tiempo valiosísimo que marcaría la diferencia entre tener que presentarnos al examen o no. ¡Y seguía sin moverse! Yo miraba hacia delante, donde se empezaban a perder nuestros compañeros buscando los pergaminos, y volvía la vista hacia ella con inquietud. En esos momentos estaba odiando profundamente al maestro Dorian por ponerme con ella de compañera.
- Ya me estás hartando, mestiza. - La agarré del hombro y tiré, con intención de hacer que quedase tendida en el suelo. - Tú no necesitas la matrícula porque las consigues tragando, pero yo no la voy a perder porque a ti no te dé la gana moverte. O te mueves o te llevo yo de los pelos. - Amenacé.
No iba a permitir que una mestiza me jodiera de ese modo. Si se le seguía pasando por la cabeza su estúpido plan de quedarse ahí y esperar a perder, me encargaría de que cada día, hasta final de curso, lamentase haberme hecho eso. Se estaba enfrentando a Cassandra Harrowmont, y no iba a permitir que se fuera de rositas si a quien decidía hinchar las narices era a mí. Y, por supuesto, me encargaría de hacer saber a la maestras Lovelace y al maestro Dorian la inutilidad de una mestiza en esta clase. ¿Para qué la dejaban venir si no iba a hacer nada? Siempre se lo podíamos achacar a su mestizaje. Ningún brujo sin sangre limpia podía venir al Campamento de Magia, así que sería una buena excusa para largarla de aquí.
No pude evitar resoplar y cruzarme de brazos, molesta porque el maestro Dorian había decidido ponerme con ella. Eso había sido a mala gana.
- Pero… Maestro, yo iba a ponerme con Cassandra para esta prueba. - Repuso Annalise. Mi gran amiga al rescate, tratando de evitar que acabase haciendo el ejercicio con la Boisson. Lo intentó, pero no coló. El maestro hizo caso omiso y a ella le asignó otra pareja.
En cuanto Anastasia se acercó a mí le dediqué la mirada más despectiva, apartándome un paso de ella. No la quería tan cerca. Le di la espalda y miré a mi grupo que, prácticamente, se apiadaban de mí y mi mala suerte. ¡No podía ser peor! Bueno, sí. Aparte de que me había tocado de pareja la estúpida de Anastasia, el premio era la matrícula de honor sin tener que presentarnos al examen. ¡¡Tenía que ganar!! Quitarme de tener que estudiar esta materia era un alivio para mí así que tenía que hacer todo lo posible por conseguir esos pergaminos, con o sin Boisson.
Todo sería perfecto salvo por el apunte que dijo al final el maestro: no podíamos separarnos. A la mierda mi idea de dejarla ahí e ir yo sola a por los pergaminos. Encima de tener que aguantarla dos horas, teníamos que cooperar para conseguir una mención de honor. Volví a resoplar con gran fastidio, echándome el pelo hacia atrás y mirando a Anastasia como si ella fuera la culpable de todo. - Ya puedes empezar a correr, Boisson, como no ganemos te juro que te vas a arrepentir.
El silbido marcó el inicio de la carrera y todo parecía ir bien hasta que entramos en una arboleda, a los pocos metros de la salida. ¡Y la muy hija de puta se sentó! Mi cara se descuadró en ese momento marcando una incredulidad exacerbada. No podía creerme lo que estaba diciendo ni haciendo.
- ¡Levántate! - Grité con un gran enfado. - ¿¡Qué estás haciendo!? ¿¡Eres imbécil, o qué!? - Que me disculpara quería la muy…
Y obviamente no lo iba a hacer. Me acerqué de un par de zancadas a donde estaba sentada y le di un golpe en la frente con la palma de mi mano, con la intención de que se golpeara contra el tronco del árbol. - ¡QUE TE LEVANTES Y DEJES DE HACER EL TONTO! - Bramé. - Como perdamos la matrícula por tu culpa te aseguro que lo vas a lamentar.
Me estaba poniendo muy nerviosa porque estaba perdiendo un tiempo valiosísimo que marcaría la diferencia entre tener que presentarnos al examen o no. ¡Y seguía sin moverse! Yo miraba hacia delante, donde se empezaban a perder nuestros compañeros buscando los pergaminos, y volvía la vista hacia ella con inquietud. En esos momentos estaba odiando profundamente al maestro Dorian por ponerme con ella de compañera.
- Ya me estás hartando, mestiza. - La agarré del hombro y tiré, con intención de hacer que quedase tendida en el suelo. - Tú no necesitas la matrícula porque las consigues tragando, pero yo no la voy a perder porque a ti no te dé la gana moverte. O te mueves o te llevo yo de los pelos. - Amenacé.
No iba a permitir que una mestiza me jodiera de ese modo. Si se le seguía pasando por la cabeza su estúpido plan de quedarse ahí y esperar a perder, me encargaría de que cada día, hasta final de curso, lamentase haberme hecho eso. Se estaba enfrentando a Cassandra Harrowmont, y no iba a permitir que se fuera de rositas si a quien decidía hinchar las narices era a mí. Y, por supuesto, me encargaría de hacer saber a la maestras Lovelace y al maestro Dorian la inutilidad de una mestiza en esta clase. ¿Para qué la dejaban venir si no iba a hacer nada? Siempre se lo podíamos achacar a su mestizaje. Ningún brujo sin sangre limpia podía venir al Campamento de Magia, así que sería una buena excusa para largarla de aquí.
Cassandra C. Harrowmont
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Re: [Cerrado] Huracán y Cassandra {Privado} {Pasado}
Sabía que iba a ser complicado que Cassandra Harrowmont se disculpara por algo. Hecha una furia y a gritos, me llamó imbécil, me pegó y aseguró que lo lamentaría. Puse cara de fastidio, pero aún así decidí no tomar represalias inmediatas contra ella. Odiaba a Cassandra. A muerte. Estaba cansada de sus insultos y los de su pandilla durante días, meses y años. Y encima tenían tanta suerte que jamás los pillaban, o si lo veían hacían la vista gorda. Niñata enchufada. Permanecí sentada y continué haciendo gestos de negación de la cabeza. Si quería que me moviera, no estaba yendo por el buen camino.
Aquello la desquició aún más. Me volvió a llamar mestiza, me empujó y me tiró al suelo, aseverando que yo hacía cosas feas para conseguir mis notas. ¡Las notas! Eso era lo único que le preocupaba a aquella estúpida arrogante. Estaba claro que la fama o el reto de hacer algo que nadie más lo había hecho le daba exactamente igual. La niñita mimada sólo quería las notas. – La única que traga aquí eres tú. Debe ser muy frustrante tener que hacerles gárgaras a todos para que te rían las gracias. – y es que encima de ser una pija repelente, tenía a todos los chicos detrás. Ellos me ignoraban, algunos incluso se metían conmigo por reírle las gracias a aquella tonta del bote.
Hastiada por su actitud, pero sin mostrarme violenta hacia ella, me levanté y agité el atuendo escolar un par de veces para limpiar la tierra que se me había adherido por sus empujones contra el suelo. ¿Quería ir a por los pergaminos? Muy bien. Iríamos. – Vamos. – Le dije, y es que estábamos aún demasiado cerca de la academia para lo que pretendía hacer.
Probablemente tampoco se callaría después de decidir ir. A fin de cuentas, era una tocapelotas. Pero aún así prefería ignorarla. Comenzamos a correr por el bosque, rumbo al acantilado. Era un camino de ascenso que fatigaría a los gorditos de clase. Tampoco entendía por qué tenía tanta prisa. Era cómico ver en paralelo a lo lejos a Louis, el amigo gordinflón de Cassandra, y verlo correr como si estuviese haciendo una maratón, con sus ricitos pequeños y la lengua fuera, mientras Tebas, el graciosete de la gomita, se desgañitaba inútilmente para hacer que aquel lastre avanzara. Parecía que el karma iba haciendo de las suyas.
Malditos estigmas de la sociedad. ¿Qué tenía aquel gordo amante de los bocadillos para poder participar en aquella clase y yo no? ¿Sólo porque sus dos padres eran brujos? Nuestra sociedad estaba claro que tenía muchas cosas que mejorar. – ¿Para qué tanta prisa? Mira como va tu amigo, el gordo. – lo llamé despectivamente. Sabía que le fastidiaría pues él era otro de sus “grandes” amigos. – Reventará antes de llegar al acantilado. – dije despectivamente señalando al gordinflón a lo lejos. Ellos ni nos habían visto.
Me detuve allí mismo. En una pequeña espesura alejada del camino donde nadie pudiera vernos ni encontrarnos. Y lo suficientemente alejadas del colegio como para que ningún profesor viera lo que iba a hacer. Aguardé su réplica sobre los problemas de peso de Louis y clavé mi mirada en la suya.
–Estoy harta de tus abusos, Harrowmont. Eres muy valiente cuando estás con tus palmeros. ¿Pero eres igual de atrevida cuando estás sola? – le pregunté, mirando para todos lados. Cerciorándome de que no había nadie en los alrededores de aquel bosquecito. Especialmente profesores. No quería que me expedientaran. – Estas clases son peligrosas. Nadie se extrañará si vuelves con un ojo morado. – Dije con clara maldad, entrecerrando los puños, con mucha rabia acumulada. – No te preocupes, Harrowmont. No te dolerá más de lo que me duelen a mí vuestras vejaciones día tras día.
Y dicho esto, con un odio inconmensurable, me lancé a por ella, rodamos un poco por la pendiente y traté de ganarle la ventaja de ponerme encima. Tirándole de los pelos y tratando de golpearle la cara con los puños. Ahora que estaba sola, era cuando me las iba a pagar por todas las humillaciones que me había hecho y dicho durante todos aquellos años.
Ella era buena, pero yo creía ser mucho mejor y tenía que ganar aquel enfrentamiento. Por mi orgullo no podía perder y terminar llorando, de nuevo, a manos de aquella niñata. Ya le tocaba el turno a ella ver su rostro mancillado después de tantas veces. Si perdía yo, aquella estúpida se vanagloriaría de, además de insultarme, darme una paliza. ¡No podía permitirme perder! La aplastaría y luego iría a dejarla en ridículo delante de todos sus amigos, diciéndoles que "la mestiza" le había dado una paliza. Se les iba a caer un mito.
Off: Lanzo una runa, la que saque peor acaba con un ojo morado.
Aquello la desquició aún más. Me volvió a llamar mestiza, me empujó y me tiró al suelo, aseverando que yo hacía cosas feas para conseguir mis notas. ¡Las notas! Eso era lo único que le preocupaba a aquella estúpida arrogante. Estaba claro que la fama o el reto de hacer algo que nadie más lo había hecho le daba exactamente igual. La niñita mimada sólo quería las notas. – La única que traga aquí eres tú. Debe ser muy frustrante tener que hacerles gárgaras a todos para que te rían las gracias. – y es que encima de ser una pija repelente, tenía a todos los chicos detrás. Ellos me ignoraban, algunos incluso se metían conmigo por reírle las gracias a aquella tonta del bote.
Hastiada por su actitud, pero sin mostrarme violenta hacia ella, me levanté y agité el atuendo escolar un par de veces para limpiar la tierra que se me había adherido por sus empujones contra el suelo. ¿Quería ir a por los pergaminos? Muy bien. Iríamos. – Vamos. – Le dije, y es que estábamos aún demasiado cerca de la academia para lo que pretendía hacer.
Probablemente tampoco se callaría después de decidir ir. A fin de cuentas, era una tocapelotas. Pero aún así prefería ignorarla. Comenzamos a correr por el bosque, rumbo al acantilado. Era un camino de ascenso que fatigaría a los gorditos de clase. Tampoco entendía por qué tenía tanta prisa. Era cómico ver en paralelo a lo lejos a Louis, el amigo gordinflón de Cassandra, y verlo correr como si estuviese haciendo una maratón, con sus ricitos pequeños y la lengua fuera, mientras Tebas, el graciosete de la gomita, se desgañitaba inútilmente para hacer que aquel lastre avanzara. Parecía que el karma iba haciendo de las suyas.
Malditos estigmas de la sociedad. ¿Qué tenía aquel gordo amante de los bocadillos para poder participar en aquella clase y yo no? ¿Sólo porque sus dos padres eran brujos? Nuestra sociedad estaba claro que tenía muchas cosas que mejorar. – ¿Para qué tanta prisa? Mira como va tu amigo, el gordo. – lo llamé despectivamente. Sabía que le fastidiaría pues él era otro de sus “grandes” amigos. – Reventará antes de llegar al acantilado. – dije despectivamente señalando al gordinflón a lo lejos. Ellos ni nos habían visto.
Me detuve allí mismo. En una pequeña espesura alejada del camino donde nadie pudiera vernos ni encontrarnos. Y lo suficientemente alejadas del colegio como para que ningún profesor viera lo que iba a hacer. Aguardé su réplica sobre los problemas de peso de Louis y clavé mi mirada en la suya.
–Estoy harta de tus abusos, Harrowmont. Eres muy valiente cuando estás con tus palmeros. ¿Pero eres igual de atrevida cuando estás sola? – le pregunté, mirando para todos lados. Cerciorándome de que no había nadie en los alrededores de aquel bosquecito. Especialmente profesores. No quería que me expedientaran. – Estas clases son peligrosas. Nadie se extrañará si vuelves con un ojo morado. – Dije con clara maldad, entrecerrando los puños, con mucha rabia acumulada. – No te preocupes, Harrowmont. No te dolerá más de lo que me duelen a mí vuestras vejaciones día tras día.
Y dicho esto, con un odio inconmensurable, me lancé a por ella, rodamos un poco por la pendiente y traté de ganarle la ventaja de ponerme encima. Tirándole de los pelos y tratando de golpearle la cara con los puños. Ahora que estaba sola, era cuando me las iba a pagar por todas las humillaciones que me había hecho y dicho durante todos aquellos años.
Ella era buena, pero yo creía ser mucho mejor y tenía que ganar aquel enfrentamiento. Por mi orgullo no podía perder y terminar llorando, de nuevo, a manos de aquella niñata. Ya le tocaba el turno a ella ver su rostro mancillado después de tantas veces. Si perdía yo, aquella estúpida se vanagloriaría de, además de insultarme, darme una paliza. ¡No podía permitirme perder! La aplastaría y luego iría a dejarla en ridículo delante de todos sus amigos, diciéndoles que "la mestiza" le había dado una paliza. Se les iba a caer un mito.
Off: Lanzo una runa, la que saque peor acaba con un ojo morado.
Anastasia Boisson
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Re: [Cerrado] Huracán y Cassandra {Privado} {Pasado}
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Tyr
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Re: [Cerrado] Huracán y Cassandra {Privado} {Pasado}
- No sé, dímelo tú. ¿Es frustrante hacérselas al Maestro Dorian para que te admitan en esta clase? Si no, ¿por qué iban a dejar entrar a una mestiza en el Campamento de Magia así, porque sí? Algo has tenido que hacer… Y ya todos conocemos tus habilidades para aprobar. - Respondí con arrogancia, mirándola en el suelo. Muchos de la escuela habían tratado de explicar el porqué Anastasia tenía tantas ventajas siendo una triste mestiza y la conclusión que sacábamos siempre era la más sencilla, ignorando el esfuerzo que no creíamos que hacía. Sin tener la sangre pura como nosotros y sin poder optar a nuestro nivel de magia, sus triunfos se achacaban a otras prácticas que muchas veces le recordábamos.
Por suerte para mí, la inútil esta se levantó y empezamos la carrera. - ¡Al fin! ¡Has tardado! ¿De qué te sirve hacer el imbécil ahí sentada? Además, conmigo podrás optar a una buena nota en una clase en la que no deberías estar. Ganamos las dos. - Comenté adelantándome a ella. No me importaba una mierda que ella aprobase o no. Lo que quería era la matrícula. Para mí. El resto me daba igual. Y, por desgracia, me tocaba cargar con la mestiza si quería esa calificación.
La muy… Encima tenía la poca vergüenza de meterse con uno de mis amigos. Claro, eso no se lo decía a él por si acaso acababa con un ojo morado. ¡Menuda cobarde! Pero estaba yo para defender a mi amigo. Sí, tenía problemas de peso pero, ¿y? ¿Acaso no sabía con quién se estaba metiendo? Ese chico era el hijo de uno de los grandes personajes, de una cúpula muy importante de Beltrexus. Parecía mentira que siendo ella una Boisson se metiese con gente de su misma clase social. Bueno, las Boisson estaban locas. No podíamos pedirle más a esa chica. - Y tú eres tan fea como un murciélago y nadie te dice nada, - bueno, eso de que nadie le decía nada era relativo. Porque, precisamente, a diario le recordábamos que su belleza brillaba por su ausencia. Teníamos tal lista de insultos para definir sólo su aspecto físico que muchos se me habían olvidado. Y cada día alguno de mis ingeniosos amigos se inventaba alguno nuevo y ya teníamos novedad para referirnos a Anastasia durante varios días. - que con esa cara no te tocarían ni con un palo. Bueno sí, para darte con él a ver si te la arreglan.
Yo era una de las que se reían mucho de su aspecto. Para mí eso era algo muy importante ya que la belleza te abría muchas puertas. Nadie quería estar con alguien feo. Sólo había que mirar a la Boisson. Sin embargo yo siempre estaba rodeada de personas. Volvía locos tanto a chicos como a chicas y el subidón de autoestima y ego que daba eso no estaba al alcance de cualquier persona. Eso tampoco era algo de lo que ella pudiese presumir, no se le acercaba nadie. Ni para tener una amistad ni para tener algo más. ¡Vomitaría al pensar que alguien pudiese tocarla! Otra cosa que usábamos para increparla, su falta de cualquier tipo de relación. Y se atrevía a hablar del aspecto de mi amigo ella precisamente.
Anastasia volvió a quedarse parada y después de un par de pasos, me giré para verla. - ¿Qué te pasa ahora, pesada? ¿Quieres dejar de tocar las narices ya? - Refunfuñé. No me dio tiempo a responder a lo que decía, la desquiciada esa se abalanzó sobre mí y de pronto me encontré rodando por el suelo. - ¿¡Qué haces, puta loca!?
Traté de defenderme como buenamente pude. Me había pillado por sorpresa y algún golpe me llevé, pero no iba a dejar que me ganase, no ella. Intenté detener sus puños agarrándola de los brazos para tenerla a mi merced. Tenía que intentar rodar y quitármela de encima porque si no estaba jodida.
Si ya decían que las Boisson estaban trastocadas de la cabeza, se confirmaba con esto. Se había abalanzado sobre mí son motivo aparente. Nunca se había defendido así. Además, que se jodiera. Nosotros no le decíamos nada que no fuera verdad. Estaba claro que era una loca incapaz de controlarse. ¡Debían echarla de la escuela! Si ya sabíamos que los mestizos no tenían lugar aquí. No merecían tenerlo. Sólo había que verla a ella.
Traté de moverme y darle un puñetazo en la cara. Si conseguía golpearla tendría cierta ventaja para quitármela de encima. Entonces sí me vengaría por lo que se había atrevido a hacerme. ¿Ella? ¿Una sucia mestiza pegándome a mí? ¡No iba a permitirlo! ¡Iba a acabar llorando como otras tantas veces! Y por cada golpe que me diera, le esperaban varios días de sufrimiento. ¿Qué se pensaba? ¿Qué por golpearme iba a hacerse con el control de todo? Primero, que tomaría represalias contra ella por este enfrentamiento. Ella no estaba a mi nivel. Y segundo, que no iba a permitir que me ganase.
Seguí tratando de defenderme a base de darle puñetazos también. Quería quitármela de encima. Si lo conseguía, una vez la tuviese en el suelo… Juro que la golpearía hasta que me pidiera perdón. ¡Iba a arreglarle la cara de una patada! Además, después de esto, mi grupo tomaría venganza por haberse atrevido a tocarme.
Por suerte para mí, la inútil esta se levantó y empezamos la carrera. - ¡Al fin! ¡Has tardado! ¿De qué te sirve hacer el imbécil ahí sentada? Además, conmigo podrás optar a una buena nota en una clase en la que no deberías estar. Ganamos las dos. - Comenté adelantándome a ella. No me importaba una mierda que ella aprobase o no. Lo que quería era la matrícula. Para mí. El resto me daba igual. Y, por desgracia, me tocaba cargar con la mestiza si quería esa calificación.
La muy… Encima tenía la poca vergüenza de meterse con uno de mis amigos. Claro, eso no se lo decía a él por si acaso acababa con un ojo morado. ¡Menuda cobarde! Pero estaba yo para defender a mi amigo. Sí, tenía problemas de peso pero, ¿y? ¿Acaso no sabía con quién se estaba metiendo? Ese chico era el hijo de uno de los grandes personajes, de una cúpula muy importante de Beltrexus. Parecía mentira que siendo ella una Boisson se metiese con gente de su misma clase social. Bueno, las Boisson estaban locas. No podíamos pedirle más a esa chica. - Y tú eres tan fea como un murciélago y nadie te dice nada, - bueno, eso de que nadie le decía nada era relativo. Porque, precisamente, a diario le recordábamos que su belleza brillaba por su ausencia. Teníamos tal lista de insultos para definir sólo su aspecto físico que muchos se me habían olvidado. Y cada día alguno de mis ingeniosos amigos se inventaba alguno nuevo y ya teníamos novedad para referirnos a Anastasia durante varios días. - que con esa cara no te tocarían ni con un palo. Bueno sí, para darte con él a ver si te la arreglan.
Yo era una de las que se reían mucho de su aspecto. Para mí eso era algo muy importante ya que la belleza te abría muchas puertas. Nadie quería estar con alguien feo. Sólo había que mirar a la Boisson. Sin embargo yo siempre estaba rodeada de personas. Volvía locos tanto a chicos como a chicas y el subidón de autoestima y ego que daba eso no estaba al alcance de cualquier persona. Eso tampoco era algo de lo que ella pudiese presumir, no se le acercaba nadie. Ni para tener una amistad ni para tener algo más. ¡Vomitaría al pensar que alguien pudiese tocarla! Otra cosa que usábamos para increparla, su falta de cualquier tipo de relación. Y se atrevía a hablar del aspecto de mi amigo ella precisamente.
Anastasia volvió a quedarse parada y después de un par de pasos, me giré para verla. - ¿Qué te pasa ahora, pesada? ¿Quieres dejar de tocar las narices ya? - Refunfuñé. No me dio tiempo a responder a lo que decía, la desquiciada esa se abalanzó sobre mí y de pronto me encontré rodando por el suelo. - ¿¡Qué haces, puta loca!?
Traté de defenderme como buenamente pude. Me había pillado por sorpresa y algún golpe me llevé, pero no iba a dejar que me ganase, no ella. Intenté detener sus puños agarrándola de los brazos para tenerla a mi merced. Tenía que intentar rodar y quitármela de encima porque si no estaba jodida.
Si ya decían que las Boisson estaban trastocadas de la cabeza, se confirmaba con esto. Se había abalanzado sobre mí son motivo aparente. Nunca se había defendido así. Además, que se jodiera. Nosotros no le decíamos nada que no fuera verdad. Estaba claro que era una loca incapaz de controlarse. ¡Debían echarla de la escuela! Si ya sabíamos que los mestizos no tenían lugar aquí. No merecían tenerlo. Sólo había que verla a ella.
Traté de moverme y darle un puñetazo en la cara. Si conseguía golpearla tendría cierta ventaja para quitármela de encima. Entonces sí me vengaría por lo que se había atrevido a hacerme. ¿Ella? ¿Una sucia mestiza pegándome a mí? ¡No iba a permitirlo! ¡Iba a acabar llorando como otras tantas veces! Y por cada golpe que me diera, le esperaban varios días de sufrimiento. ¿Qué se pensaba? ¿Qué por golpearme iba a hacerse con el control de todo? Primero, que tomaría represalias contra ella por este enfrentamiento. Ella no estaba a mi nivel. Y segundo, que no iba a permitir que me ganase.
Seguí tratando de defenderme a base de darle puñetazos también. Quería quitármela de encima. Si lo conseguía, una vez la tuviese en el suelo… Juro que la golpearía hasta que me pidiera perdón. ¡Iba a arreglarle la cara de una patada! Además, después de esto, mi grupo tomaría venganza por haberse atrevido a tocarme.
off: no quiero tener ninguna marca en mi bello rostro Q-Q a ver si tengo suerte!
Cassandra C. Harrowmont
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Re: [Cerrado] Huracán y Cassandra {Privado} {Pasado}
El miembro 'Cassandra C. Harrowmont' ha efectuado la acción siguiente: La voluntad de los dioses
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Re: [Cerrado] Huracán y Cassandra {Privado} {Pasado}
Forcejeamos durante varios instantes, pegándonos y tirándonos de los pelos. Me tenía ganas, y eso era evidente en la fiereza con la que se desenvolvía. Tenía ganas de partirme el ojo y ridiculizarme una vez más. Pero lo cierto es que Cass era el mejor ejemplo de perro ladrador poco mordedor, y es que no me costaba nada esquivar sus golpes en la cara, que terminaban dando en mi hombro, o brazos. Me llevé algún arañazo también, algo que no tardaría en quitarse en unos meses.
Hubo un momento en el que le gané la posición, logré ponerme encima y le arreé un buen guantazo en todo el ojo. Ahí se acabó toda la pelea. No quería seguir pegándole. Mejor ver como lloriqueaba. Era divertido verla ahora en el papel inverso, en el de indefensa ante un “abusón”. – Creía que nunca vería llorar a Cassandra Harrowmont. – dije con cierto disfrute para ridiculizarla, como otras cientos de veces ella había hecho conmigo. Que se diera cuenta de que no éramos tan distintas. – Muy valiente en grupo y una cobarde cuando estás sola. No se puede negar que eres hija de tu padre. – continué, igual que ella se metía siempre con mi familia. Y es que el padre de Cassandra, si bien colaboraba en ocasiones con mi madre, jamás se vestía de negro para cazar vampiros. - ¿Qué dirán tus amigas cuando sepan que la inútil de la mestiza te partió la cara? – le recordé para mayor crueldad. Porque sabía algo que le dolía más que el golpe, estaba casi segura de que eran las palabras.
Me levanté entonces, dejándola que se recompusiera, y me sacudí la ropa mirando alrededor de aquel claro. A la mierda el pergamino. Teníamos que recuperar demasiada ventaja. Miré a un lado – Hablando de las reinas de Lunargenta... – Me dije ajustándome la corbata y arreglándome el pelo justo en el momento llegaban los perros de presa, Annelise y Alexa, a las que miré de costado, que también habían formado dupla.
-¡Cass! ¿Qué ha pasado? – preguntó Annelise preocupada, yendo hacia su diva, que aún seguía en el suelo. - ¡Ay! ¿Pero qué te ha pasado? ¿¡Qué le has hecho, Boisson!?
-¿Acaso no lo ves? – pregunté seria, con una mirada seria y desenfrenada como las que acostumbraría a poner diez años después. – Me ha hartado. ¿A ti te gustaría que te estuvieran todos los días insultando y ridiculizando? Sé sincera, Annelise. – su silencio lo dijo todo. Aunque su mirada de odio guardaba bastante rabia. Les di la espalda. – Mirad la jefa de pandilla que tenéis. No da la talla cuando la dejáis sola. – sentencié para dejar aún más en ridículo a Cass. Annelise la miró a los ojos y luego apartó rápidamente la vista, se podía ver cierta decepción en su rostro.
Alexa en cambio me miró a mí con cara de odio, pero prefirió no responder. Era tensái de agua, así que con esfuerzo generó unos pequeños cubos de hielo sobre su mano y se los cedió a Cassandra, para que bajara la inflamación. – Te haremos pagar esto, sucia mestiza. – clamó la joven rizosa y de piel negra. Yo ni siquiera me fijé en ellos, me quedé contemplando de espaldas y brazos cruzados como el resto de alumnos buscaban como pollos sin cabeza los pergaminos.
No me gustaba la presencia de aquellas dos estúpidas allí. Temía que planeasen algo contra mí. Eran unas ratas vengativas. Mi madre siempre me decía que los Harrowmont eran como los lobos: Solos eran unos cobardes incapaces de hacer nada y, cuando verdaderamente hacían daño, era en manada. Mientras que los Boisson éramos más como los osos, en soledad somos peligrosos. Una analogía que perfectamente podía aplicarse a aquel caso.
-¿No os vais? Nos van a descalificar y vais a fastidiarle a Cass su oportunidad de volver a haceros quedar por debajo suya. – comenté en alusión a la prohibición de los maestros Dorian y Lovelace de colaborar. No sabía que harían Alexa y Anelise, a fin de cuentas, eran amigas de Cass. La miré. – ¿Guías tú, Harrowmont? ¿Verás bien con el ojo que te queda? ¿O prefieres que vaya yo? – y es que Cassandra tenía bastante más idea del bosque y de la zona del acantilado, a fin de cuentas, ella había asistido a aquellas clase. A los mestizos no nos permitían ni acercarnos a la zona de los acantilados.
Hubo un momento en el que le gané la posición, logré ponerme encima y le arreé un buen guantazo en todo el ojo. Ahí se acabó toda la pelea. No quería seguir pegándole. Mejor ver como lloriqueaba. Era divertido verla ahora en el papel inverso, en el de indefensa ante un “abusón”. – Creía que nunca vería llorar a Cassandra Harrowmont. – dije con cierto disfrute para ridiculizarla, como otras cientos de veces ella había hecho conmigo. Que se diera cuenta de que no éramos tan distintas. – Muy valiente en grupo y una cobarde cuando estás sola. No se puede negar que eres hija de tu padre. – continué, igual que ella se metía siempre con mi familia. Y es que el padre de Cassandra, si bien colaboraba en ocasiones con mi madre, jamás se vestía de negro para cazar vampiros. - ¿Qué dirán tus amigas cuando sepan que la inútil de la mestiza te partió la cara? – le recordé para mayor crueldad. Porque sabía algo que le dolía más que el golpe, estaba casi segura de que eran las palabras.
Me levanté entonces, dejándola que se recompusiera, y me sacudí la ropa mirando alrededor de aquel claro. A la mierda el pergamino. Teníamos que recuperar demasiada ventaja. Miré a un lado – Hablando de las reinas de Lunargenta... – Me dije ajustándome la corbata y arreglándome el pelo justo en el momento llegaban los perros de presa, Annelise y Alexa, a las que miré de costado, que también habían formado dupla.
-¡Cass! ¿Qué ha pasado? – preguntó Annelise preocupada, yendo hacia su diva, que aún seguía en el suelo. - ¡Ay! ¿Pero qué te ha pasado? ¿¡Qué le has hecho, Boisson!?
-¿Acaso no lo ves? – pregunté seria, con una mirada seria y desenfrenada como las que acostumbraría a poner diez años después. – Me ha hartado. ¿A ti te gustaría que te estuvieran todos los días insultando y ridiculizando? Sé sincera, Annelise. – su silencio lo dijo todo. Aunque su mirada de odio guardaba bastante rabia. Les di la espalda. – Mirad la jefa de pandilla que tenéis. No da la talla cuando la dejáis sola. – sentencié para dejar aún más en ridículo a Cass. Annelise la miró a los ojos y luego apartó rápidamente la vista, se podía ver cierta decepción en su rostro.
Alexa en cambio me miró a mí con cara de odio, pero prefirió no responder. Era tensái de agua, así que con esfuerzo generó unos pequeños cubos de hielo sobre su mano y se los cedió a Cassandra, para que bajara la inflamación. – Te haremos pagar esto, sucia mestiza. – clamó la joven rizosa y de piel negra. Yo ni siquiera me fijé en ellos, me quedé contemplando de espaldas y brazos cruzados como el resto de alumnos buscaban como pollos sin cabeza los pergaminos.
No me gustaba la presencia de aquellas dos estúpidas allí. Temía que planeasen algo contra mí. Eran unas ratas vengativas. Mi madre siempre me decía que los Harrowmont eran como los lobos: Solos eran unos cobardes incapaces de hacer nada y, cuando verdaderamente hacían daño, era en manada. Mientras que los Boisson éramos más como los osos, en soledad somos peligrosos. Una analogía que perfectamente podía aplicarse a aquel caso.
-¿No os vais? Nos van a descalificar y vais a fastidiarle a Cass su oportunidad de volver a haceros quedar por debajo suya. – comenté en alusión a la prohibición de los maestros Dorian y Lovelace de colaborar. No sabía que harían Alexa y Anelise, a fin de cuentas, eran amigas de Cass. La miré. – ¿Guías tú, Harrowmont? ¿Verás bien con el ojo que te queda? ¿O prefieres que vaya yo? – y es que Cassandra tenía bastante más idea del bosque y de la zona del acantilado, a fin de cuentas, ella había asistido a aquellas clase. A los mestizos no nos permitían ni acercarnos a la zona de los acantilados.
Anastasia Boisson
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Re: [Cerrado] Huracán y Cassandra {Privado} {Pasado}
A pesar de que quise defenderme y golpearla, la muy zorra consiguió ganarme la postura y golpearme cerca del ojo. En ese momento me quedé tendida en el suelo mirándola mientras, por dentro, me hervía la sangre de pura rabia. Se había atrevido a darme una hostia… Ella… Una simple mestiza.
Quería partirle la cara a Anastasia, ahora más que nunca. Por suerte, estábamos solas y nadie sabría lo que había ocurrido. Yo tenía una reputación que mantener y no podía dejar que esto saliera de aquí. Además, no iba a quedar así. Ella me había dado un tortazo pero no iba a devolvérselo ahora. La venganza es un plato que se sirve frío e iba a hacer que fuera la mestiza quien llorase. Me mordí el labio, tratando de controlar el enfado. Pero no funcionó mucho, y para más inri, aparecieron mis amigas. Genial…
Ahora, a la rabia se me sumaba la vergüenza de que me vieran en el suelo con el ojo morado. Resoplé cuando Annelise vino hacia mí, enfadada y frustrada. Todavía no había articulado palabra, ni hacia la mestiza, ni hacia mis amigas, pero una cosa que me jodió mucho fue ver la decepción en mi amiga. Sin todavía hablar, tomé los cubitos de hielo y me los puse cerca de donde me había dado el golpe. Como me hubiese dejado alguna marca iba a reventarle la cabeza.
- Tranquilas, va a pagar por lo que ha hecho. - Dije sin cortarme un pelo, con auténtico odio. Quería que me escuchase, quería que tuviese miedo a venir a clase. Ya me encargaría yo de que fuera así. Aunque… No iba a volver más a esta clase. Me incorporé del todo y le susurré algo en el oído a Alexa. - Ve a llamar a la maestra Lovelace. - Rápidamente salió corriendo, seguida de Annelise, aunque esta última no se había enterado de lo que le había dicho a la otra. Ya se lo contaría por el camino. Me giré y miré a Anastasia. - ¡Qué poco vas a durar en esta clase! Mira, tómatelo como una pequeña muestra de lo que nunca vas a poder catar, mestiza. - Remarqué esa última palabra, pues era el motivo principal por el que no la admitían en esta clase. - Y… Ya nos veremos tú y yo. - Concluí con una amenaza que detuve en cuanto escuché los pasos de mis amigas de vuelta, acompañados de la maestra Lovelace, quien se quedó estupefacta mirando la escena.
Antes de pensar en llamar a la profesora, había pensado en ir al acantilado y vengarme, pero era más efectivo esto. Le iba a joder mucho más que la expulsaran, a una hostia que yo le diera. Eso ya vendría después, a la salida. Por su culpa no iba a conseguir mi matrícula de honor, pues ella iba a estar fuera de aquí lo antes posible. Iba a ir a joder.
- ¿Qué ha pasado? - Preguntó la maestra Lovelace, endureciendo sus facciones al vernos.
- ¿Ve, maestra? ¡Se lo dije! Boisson ha golpeado a Cass. - Apuntó Alexa en tono acusatorio, mirando a Anastasia con una sonrisita de recochineo. Al instante la mirada de la profesora se clavó en mí, y sólo asentí.
- Íbamos a hacer la prueba pero no quería moverse, de hecho, se sentó aquí y se negaba a moverse. - Empecé a comentar, señalando el árbol. - Y me hizo enfadar así que le dije que si no se movía iría a decírselo, maestra. - Eso no era del todo cierto, pero era la palabra de una mestiza contra la mía. - Y cuando me giré para irme, me tiró al suelo y me dio un puñetazo. ¡No tendría que estar aquí! - Refunfuñé. - Todos sabemos que las mestizas no están preparadas para una clase así. ¡Ni siquiera quería ir a buscar los pergaminos!
Mis amigas me acompañaron con gestos de sorpresa y enfado. Sabía que se compadecerían de mí, pues me había tocado con la mestiza por culpa del maestro Dorian, y no era una buena pareja. Me estaba jodiendo pero no iba a dejarme.
La profesora miró a Anastasia con el mismo semblante duro. - ¿Es cierto eso?
- Claro que es cierto. - Protesté, aunque la mirada que me mandó a mí la profesora hizo que dejase de interrumpir. No dio más opción a discusión, ni siquiera dejó que Anastasia respondiera.
- Las dos os venís conmigo.
- Pero, ¡¿yo por qué?! ¡Si no he hecho nada! - Me quejé. Aunque podría joder más a Anastasia si más profesores se enteraban de su falta de control sobre la ira.
- ¡Es cierto! ¡Cassandra no ha hecho nada! ¡Ha sido Boisson! ¡Ya sabemos que estaba loca, pero no tanto! - Se quejó Alexa, que era quien parecía estar defendiéndome a capa y espada. Annelise estaba como desubicada, aunque también se notaba molesta por el tema de Anastasia. Sabía que ellas hablarían con el resto del grupo para tomar represalias sobre nuestra amada mestiza.
- Sabía yo que no era buena idea que Boisson entrase en esta clase. - Masculló la profesora, más para sí que para nosotras, mientras se giraba y emprendía el camino hacia el edificio de la escuela. No sabía qué hacer con respecto a lo que había dicho el maestro Dorian. Pero sí se mantenía firme en su palabra de que un altercado, un arañazo y la expulsaría.
Por detrás de la profesora, yo le dediqué una sonrisita a Anastasia y un gesto de despedida, agitando levemente mi mano. Un gesto que pronto se convirtió en otro más obsceno, sacándole el dedo corazón, sin dejar de sonreír. "Te vas a ir a la puta calle, mestiza", canturreaba en mi mente. Y eso sin contar con la otra parte de la venganza.
Quería partirle la cara a Anastasia, ahora más que nunca. Por suerte, estábamos solas y nadie sabría lo que había ocurrido. Yo tenía una reputación que mantener y no podía dejar que esto saliera de aquí. Además, no iba a quedar así. Ella me había dado un tortazo pero no iba a devolvérselo ahora. La venganza es un plato que se sirve frío e iba a hacer que fuera la mestiza quien llorase. Me mordí el labio, tratando de controlar el enfado. Pero no funcionó mucho, y para más inri, aparecieron mis amigas. Genial…
Ahora, a la rabia se me sumaba la vergüenza de que me vieran en el suelo con el ojo morado. Resoplé cuando Annelise vino hacia mí, enfadada y frustrada. Todavía no había articulado palabra, ni hacia la mestiza, ni hacia mis amigas, pero una cosa que me jodió mucho fue ver la decepción en mi amiga. Sin todavía hablar, tomé los cubitos de hielo y me los puse cerca de donde me había dado el golpe. Como me hubiese dejado alguna marca iba a reventarle la cabeza.
- Tranquilas, va a pagar por lo que ha hecho. - Dije sin cortarme un pelo, con auténtico odio. Quería que me escuchase, quería que tuviese miedo a venir a clase. Ya me encargaría yo de que fuera así. Aunque… No iba a volver más a esta clase. Me incorporé del todo y le susurré algo en el oído a Alexa. - Ve a llamar a la maestra Lovelace. - Rápidamente salió corriendo, seguida de Annelise, aunque esta última no se había enterado de lo que le había dicho a la otra. Ya se lo contaría por el camino. Me giré y miré a Anastasia. - ¡Qué poco vas a durar en esta clase! Mira, tómatelo como una pequeña muestra de lo que nunca vas a poder catar, mestiza. - Remarqué esa última palabra, pues era el motivo principal por el que no la admitían en esta clase. - Y… Ya nos veremos tú y yo. - Concluí con una amenaza que detuve en cuanto escuché los pasos de mis amigas de vuelta, acompañados de la maestra Lovelace, quien se quedó estupefacta mirando la escena.
Antes de pensar en llamar a la profesora, había pensado en ir al acantilado y vengarme, pero era más efectivo esto. Le iba a joder mucho más que la expulsaran, a una hostia que yo le diera. Eso ya vendría después, a la salida. Por su culpa no iba a conseguir mi matrícula de honor, pues ella iba a estar fuera de aquí lo antes posible. Iba a ir a joder.
- ¿Qué ha pasado? - Preguntó la maestra Lovelace, endureciendo sus facciones al vernos.
- ¿Ve, maestra? ¡Se lo dije! Boisson ha golpeado a Cass. - Apuntó Alexa en tono acusatorio, mirando a Anastasia con una sonrisita de recochineo. Al instante la mirada de la profesora se clavó en mí, y sólo asentí.
- Íbamos a hacer la prueba pero no quería moverse, de hecho, se sentó aquí y se negaba a moverse. - Empecé a comentar, señalando el árbol. - Y me hizo enfadar así que le dije que si no se movía iría a decírselo, maestra. - Eso no era del todo cierto, pero era la palabra de una mestiza contra la mía. - Y cuando me giré para irme, me tiró al suelo y me dio un puñetazo. ¡No tendría que estar aquí! - Refunfuñé. - Todos sabemos que las mestizas no están preparadas para una clase así. ¡Ni siquiera quería ir a buscar los pergaminos!
Mis amigas me acompañaron con gestos de sorpresa y enfado. Sabía que se compadecerían de mí, pues me había tocado con la mestiza por culpa del maestro Dorian, y no era una buena pareja. Me estaba jodiendo pero no iba a dejarme.
La profesora miró a Anastasia con el mismo semblante duro. - ¿Es cierto eso?
- Claro que es cierto. - Protesté, aunque la mirada que me mandó a mí la profesora hizo que dejase de interrumpir. No dio más opción a discusión, ni siquiera dejó que Anastasia respondiera.
- Las dos os venís conmigo.
- Pero, ¡¿yo por qué?! ¡Si no he hecho nada! - Me quejé. Aunque podría joder más a Anastasia si más profesores se enteraban de su falta de control sobre la ira.
- ¡Es cierto! ¡Cassandra no ha hecho nada! ¡Ha sido Boisson! ¡Ya sabemos que estaba loca, pero no tanto! - Se quejó Alexa, que era quien parecía estar defendiéndome a capa y espada. Annelise estaba como desubicada, aunque también se notaba molesta por el tema de Anastasia. Sabía que ellas hablarían con el resto del grupo para tomar represalias sobre nuestra amada mestiza.
- Sabía yo que no era buena idea que Boisson entrase en esta clase. - Masculló la profesora, más para sí que para nosotras, mientras se giraba y emprendía el camino hacia el edificio de la escuela. No sabía qué hacer con respecto a lo que había dicho el maestro Dorian. Pero sí se mantenía firme en su palabra de que un altercado, un arañazo y la expulsaría.
Por detrás de la profesora, yo le dediqué una sonrisita a Anastasia y un gesto de despedida, agitando levemente mi mano. Un gesto que pronto se convirtió en otro más obsceno, sacándole el dedo corazón, sin dejar de sonreír. "Te vas a ir a la puta calle, mestiza", canturreaba en mi mente. Y eso sin contar con la otra parte de la venganza.
Cassandra C. Harrowmont
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Re: [Cerrado] Huracán y Cassandra {Privado} {Pasado}
Vi como todo el mundo fuera de aquel pequeño claro comenzaba a dar ya con sus primeras conclusiones acerca de la ubicación de los pergaminos. Y nosotras íbamos a perder por culpa de la imbécil de Cassandra, que se encontraba cuchicheando con Alexa después de haberle puesto un ojo morado. Me di la vuelta para decirle si era para hoy o para mañana, pero se encontraba diciéndole a su compañera que llamara a la maestra Lovelace.
-¡Pero serás una perra chivata! – le grité acusándola con un dedo mientras la de piel negra se alejaba. Ella se defendió. – Sólo eres valiente cuando estás con tus lametraseros, ¿por qué no te delatas a ti misma cuando me insultas? – Era ruin y despreciable. Se había pasado la vida insultándome y jamás la había delatado ante ningún profesor. Y la primera vez que ella cobraba, corría a llorar a la profesora. Ella seguía insultándome con lo de mestiza y, para colmo, culminó su gran frase con una amenaza, diciéndonos que nos veríamos después. Desde luego tú sí que me verías con ese pedazo de ojo. – Cuando quieras, payasa. – le grité aceptando el reto.
La profesora llegó y Cassandra no terminó en delatarme. Mintiendo, desde luego, no se podía esperar otra cosa de ella. ¿Que la ataqué a traición por la espalda? ¿Que ella sólo quería hacer que me moviera? ¡Será zorra mentirosa! - ¡Profesora, la verdad es que cuando me senté ella vino y me tiró de los pelos, mire! – y le señalé una parte en mi cabeza enrojecida por el tirón. – Y ha estado insultándome desde que comenzó la clase. Eso por mencionar esta momento, porque lleva haciéndolo desde que entramos en el colegio. – La maestra no se aclaraba de casi nada. Ella le hablaba por un lado y yo por la otra. - ¡Mire! ¡Mire! ¡Me ha vuelto a despreciar por mi mestizaje! – le apunté con el índice alternando mi vista entre ella y la profesora para que se diera cuenta de que no mentía. Y las imbéciles de sus amigas seguían insultándome, llamándome loca a mí para defenderla a ella. Tenían que ser estúpidas, flaco favor le estaban haciendo a su ídolo.
Al final la maestra Lovelace decidió llevarnos a las dos. ¿A dónde nos llevaba? No lo sé, sólo dijo que la acompañásemos, y aunque Cassandra fue reticente, la opinión de la profesora parecía clara: Había sido una mala idea traerme. Estaba enfadada. Lo cual me supuso una tremenda decepción. La tensái de tierra se aprovechó de este hecho y no tardó en burlarse de mí para mostrarme su dedo corazón.
-¡Profesora Lovelace! ¡Cassandra me acaba de sacar la peineta! – la acusé tirándole a la profesora de la manga de la toga. Esto colmó la paciencia de la maestra.
-¡Callaos ya! Las dos. No quiero oír una palabra más. – ordenó muy enfadada.
No torné la vista hacia mi nefasta compañera de clase en todo lo que restaba de camino. Estaba triste, en absoluto arrepentida por haberla golpeado, lo que verdadermanete me dolía era por el maestro Dorian, que había dado la cara por mí invitándome a aquella clase. Tal vez la maestra tuviera razón. Pero el mayor error había sido suyo por juntarnos.
¿Pero a dónde nos llevaba la maestra? Habíamos entrado ya dentro del edificio. ¿Al despacho del maestro Dorian? No. Peor aún, nos estaba llevando a la jefatura de estudios. – Entrad, vamos. - ¿A qué? Allí estaba el secretario de la jefatura. Un hombre al que los alumnos no queríamos ni ver.
-Ábrele un expediente a estas dos por mal comportamiento y un castigo de expulsión de una semana y dos semanas posteriores sin derecho a recreo. Así aprenderéis a comportaros como casi dos mujeres adultas que sois. – ordenó la maestra, claramente enfadada. Mirándonos y de brazos cruzados. – Boisson por acoso físico, Harrowmont por acoso verbal y psicológico prolongado. – Lo dijo tan seria que hasta el secretario quedó planchado y ni siquiera mostró la sonrisa habitual que solía gastar con los demás. Cuando terminó de redactar los informes nos entregó las hojas, la cual yo cogí con desgana mirando a Cassandra con asco por haberme dejado tan en ridículo. Luego la maestra nos ordenó salir.
-Y esto va a saberlo el maestro Dorian Pólister por su maravillosa idea de juntaros. - aclaró. – Id a recoger vuestras cosas a clase que os vais una semanita a casa, y como os vea discutir, preparaos. – sentenció muy enfadada.
Llegamos al aula donde tuvimos la clase anterior. Sola y sin nadie, y donde habíamos dejado las cosas, mientras comenzaba a recoger la maleta no pude evitar callarme, claramente enfadada pero sin tomar represalias para no obtener un castigo aún mayor.
-Dime, Harrowmont. – dije fastidiada con sarcasmo, metiendo los libros en la maleta. – ¿Cuál era tu plan a la hora de chivarte? Ahora por tu culpa estamos las dos igual de jodidas. Al menos coincidirás conmigo en que esta situación es igual de humillante para las dos. – Aquella expulsión suponía una mancha en “nuestro”, porque el de Cassandra también lo era, impecable expediente académico, así como en nuestra imagen, tanto a la vista de nuestros compañeros y de nuestros profesores. Cuando recogí todo y me dispuse a marchar vi cómo el maestro Dorian entraba por la puerta. La maestra Lovelace ya se lo había dicho. ¿Ahora nos iba a caer el rapapolvos también por su parte? No. Lejos de ello, nunca vi enfadado a aquel maestro al que admiraba por su condición de cazador de vampiros, como mi madre. Y de hecho, tampoco lo estaba. Sonreía.
-Maestro Dorian… Lo… - comenté acercándome ya con la mochila a mis espaldas. Muy decepcionada por él, sobre todo. – Lo lamento mucho yo…
-Anastasia, Cassandra, me he enterado de la noticia, pero no voy a entrar a valorar la decisión de la maestra Lovelace. – me interrumpió el veterano maestro. Lo cierto es que admiraba a nuestras dos familias – Sé que no se os puede cambiar. Sois igual de geniales que vuestros padres. - comentó con una sonrisa. ¿Cassandra genial? ¿En qué mundo? No era más que una empollona abusona y engreída que sólo miraba para su propio ombligo. Y mi madre jamás le arrearía a nadie. - Ahora tenéis una excusa para venir conmigo y ver cosas nuevas. A aprender a utilizar habilidades que desconocéis. Cosas que no les enseño a los alumnos normales. – informó. – Y bien, ¿queréis venir?
¿Por qué las dos? ¿Qué tenía Cassandra de alumno excepcional? Si no era más que una abusona que vete tú a saber qué apoyaba. En cualquier caso, sabiendo que el maestro Dorian era algo que yo siempre quise ser, y conociendo mi madre se dedicaba a lo mismo. Me sobraba Cassandra en la ecuación, pero bueno, incluso yendo ella no tenía pensado nada para aquel día que ya estaba chafado. Me crucé de brazos y la miré de reojo.
-Supongo que sí… - dije sin tenerlas todas conmigo.
-¡Pero serás una perra chivata! – le grité acusándola con un dedo mientras la de piel negra se alejaba. Ella se defendió. – Sólo eres valiente cuando estás con tus lametraseros, ¿por qué no te delatas a ti misma cuando me insultas? – Era ruin y despreciable. Se había pasado la vida insultándome y jamás la había delatado ante ningún profesor. Y la primera vez que ella cobraba, corría a llorar a la profesora. Ella seguía insultándome con lo de mestiza y, para colmo, culminó su gran frase con una amenaza, diciéndonos que nos veríamos después. Desde luego tú sí que me verías con ese pedazo de ojo. – Cuando quieras, payasa. – le grité aceptando el reto.
La profesora llegó y Cassandra no terminó en delatarme. Mintiendo, desde luego, no se podía esperar otra cosa de ella. ¿Que la ataqué a traición por la espalda? ¿Que ella sólo quería hacer que me moviera? ¡Será zorra mentirosa! - ¡Profesora, la verdad es que cuando me senté ella vino y me tiró de los pelos, mire! – y le señalé una parte en mi cabeza enrojecida por el tirón. – Y ha estado insultándome desde que comenzó la clase. Eso por mencionar esta momento, porque lleva haciéndolo desde que entramos en el colegio. – La maestra no se aclaraba de casi nada. Ella le hablaba por un lado y yo por la otra. - ¡Mire! ¡Mire! ¡Me ha vuelto a despreciar por mi mestizaje! – le apunté con el índice alternando mi vista entre ella y la profesora para que se diera cuenta de que no mentía. Y las imbéciles de sus amigas seguían insultándome, llamándome loca a mí para defenderla a ella. Tenían que ser estúpidas, flaco favor le estaban haciendo a su ídolo.
Al final la maestra Lovelace decidió llevarnos a las dos. ¿A dónde nos llevaba? No lo sé, sólo dijo que la acompañásemos, y aunque Cassandra fue reticente, la opinión de la profesora parecía clara: Había sido una mala idea traerme. Estaba enfadada. Lo cual me supuso una tremenda decepción. La tensái de tierra se aprovechó de este hecho y no tardó en burlarse de mí para mostrarme su dedo corazón.
-¡Profesora Lovelace! ¡Cassandra me acaba de sacar la peineta! – la acusé tirándole a la profesora de la manga de la toga. Esto colmó la paciencia de la maestra.
-¡Callaos ya! Las dos. No quiero oír una palabra más. – ordenó muy enfadada.
No torné la vista hacia mi nefasta compañera de clase en todo lo que restaba de camino. Estaba triste, en absoluto arrepentida por haberla golpeado, lo que verdadermanete me dolía era por el maestro Dorian, que había dado la cara por mí invitándome a aquella clase. Tal vez la maestra tuviera razón. Pero el mayor error había sido suyo por juntarnos.
¿Pero a dónde nos llevaba la maestra? Habíamos entrado ya dentro del edificio. ¿Al despacho del maestro Dorian? No. Peor aún, nos estaba llevando a la jefatura de estudios. – Entrad, vamos. - ¿A qué? Allí estaba el secretario de la jefatura. Un hombre al que los alumnos no queríamos ni ver.
-Ábrele un expediente a estas dos por mal comportamiento y un castigo de expulsión de una semana y dos semanas posteriores sin derecho a recreo. Así aprenderéis a comportaros como casi dos mujeres adultas que sois. – ordenó la maestra, claramente enfadada. Mirándonos y de brazos cruzados. – Boisson por acoso físico, Harrowmont por acoso verbal y psicológico prolongado. – Lo dijo tan seria que hasta el secretario quedó planchado y ni siquiera mostró la sonrisa habitual que solía gastar con los demás. Cuando terminó de redactar los informes nos entregó las hojas, la cual yo cogí con desgana mirando a Cassandra con asco por haberme dejado tan en ridículo. Luego la maestra nos ordenó salir.
-Y esto va a saberlo el maestro Dorian Pólister por su maravillosa idea de juntaros. - aclaró. – Id a recoger vuestras cosas a clase que os vais una semanita a casa, y como os vea discutir, preparaos. – sentenció muy enfadada.
Llegamos al aula donde tuvimos la clase anterior. Sola y sin nadie, y donde habíamos dejado las cosas, mientras comenzaba a recoger la maleta no pude evitar callarme, claramente enfadada pero sin tomar represalias para no obtener un castigo aún mayor.
-Dime, Harrowmont. – dije fastidiada con sarcasmo, metiendo los libros en la maleta. – ¿Cuál era tu plan a la hora de chivarte? Ahora por tu culpa estamos las dos igual de jodidas. Al menos coincidirás conmigo en que esta situación es igual de humillante para las dos. – Aquella expulsión suponía una mancha en “nuestro”, porque el de Cassandra también lo era, impecable expediente académico, así como en nuestra imagen, tanto a la vista de nuestros compañeros y de nuestros profesores. Cuando recogí todo y me dispuse a marchar vi cómo el maestro Dorian entraba por la puerta. La maestra Lovelace ya se lo había dicho. ¿Ahora nos iba a caer el rapapolvos también por su parte? No. Lejos de ello, nunca vi enfadado a aquel maestro al que admiraba por su condición de cazador de vampiros, como mi madre. Y de hecho, tampoco lo estaba. Sonreía.
-Maestro Dorian… Lo… - comenté acercándome ya con la mochila a mis espaldas. Muy decepcionada por él, sobre todo. – Lo lamento mucho yo…
-Anastasia, Cassandra, me he enterado de la noticia, pero no voy a entrar a valorar la decisión de la maestra Lovelace. – me interrumpió el veterano maestro. Lo cierto es que admiraba a nuestras dos familias – Sé que no se os puede cambiar. Sois igual de geniales que vuestros padres. - comentó con una sonrisa. ¿Cassandra genial? ¿En qué mundo? No era más que una empollona abusona y engreída que sólo miraba para su propio ombligo. Y mi madre jamás le arrearía a nadie. - Ahora tenéis una excusa para venir conmigo y ver cosas nuevas. A aprender a utilizar habilidades que desconocéis. Cosas que no les enseño a los alumnos normales. – informó. – Y bien, ¿queréis venir?
¿Por qué las dos? ¿Qué tenía Cassandra de alumno excepcional? Si no era más que una abusona que vete tú a saber qué apoyaba. En cualquier caso, sabiendo que el maestro Dorian era algo que yo siempre quise ser, y conociendo mi madre se dedicaba a lo mismo. Me sobraba Cassandra en la ecuación, pero bueno, incluso yendo ella no tenía pensado nada para aquel día que ya estaba chafado. Me crucé de brazos y la miré de reojo.
-Supongo que sí… - dije sin tenerlas todas conmigo.
Anastasia Boisson
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Re: [Cerrado] Huracán y Cassandra {Privado} {Pasado}
¡Ya estaba todo hecho! En cuanto viniera la profesora a Anastasia la iban a poner de patitas en la calle. Una mestiza como ella no podía estar en esta clase así que le quedaba poquito. Siguió respondiendo y yo no iba a quedarme en silencio. - ¿Por qué no te metes en una cueva un mes y así no te tenemos que ver la cara? - Pregunté usando su mismo tono cuando me había dicho que me delatase a mí misma.
La profesora apareció justo a tiempo y empezamos las dos a contar nuestra versión de los hechos. - ¡Ve, profesora! Se sentó. Estaba intentando fastidiarme para no hacer la prueba. - Apuntillé. - ¡Es que eres una mestiza! Si tu madre se hubiese tirado a un brujo no lo serías, estúpida. Eso no es un insulto. ¡Es lo que eres!
Al final acabamos cansando a la maestra y nos llevó a las dos a no-sé-dónde. ¡A las dos! Obviamente, me quejé y dije que todo había sido culpa de Anastasia, pero pasó de mí. Al final íbamos a pagar las dos porque la tonta de la mestiza se había puesto en plan tocapelotas y no le había dado la gana moverse del árbol. Y luego encima me culpaban a mí también, si yo sólo quería hacer la prueba y sacar la matrícula. ¡Emparejarme con ella había sido un error! Cuando entramos en el edificio yo todavía creía que íbamos a ir ante el maestro Dorian y que iba a recriminarle la profesora por haber dejado entrar a Anastasia en la clase. Pero no.
Me quedé mirando la puerta de la jefatura de estudios con mala cara, una mezcla de enfado y miedo. Sobre todo lo segundo, porque entrar ahí significaba que nuestros padres se iban a enterar de lo que habíamos hecho. - Pero… Maestra Lovelace…
No parecía querer darnos opción a respuestas y al instante estábamos delante del secretario, quien estaba redactando unos informes para abrirnos un expediente. A nosotras… A mí. Un expediente. Ya hasta me dolía el estómago sólo de imaginarlo. No sólo no había conseguido la matrícula, sino que me iban a expulsar una semana. ¿Se podía caer más bajo? No me preocupaba el enfado de los profesores, no del todo. Lo que me preocupaba era esa mancha en mi expediente académico y la consecuente bronca que me esperaría al llegar a casa. Cuando se enterasen mis padres sí que iba a lamentarlo. Me esperaba un tiempo sin salir, seguro. Y esa noche había quedado con Kellan Onai, un brujo del último curso. Me temía que iba a acabar en una cueva como Boisson cuando apareciera con esa dichosa hoja en un rato. No me atreví a responder más, por si acaso aumentaba el castigo. Cogí la hoja y ni la miré. Salí después de Anastasia y tampoco le dirigí la mirada mientras íbamos hacia nuestra clase.
Tenía ganas de romperle la cara a esa muchacha, pero si lo hacía el castigo no sería una semana de expulsión, serían más. Y estaba tan abatida por este giro de los acontecimientos que no me apetecía ni vengarme. Sólo respondí a lo que dijo cuando llegamos a la clase. - Pfff… Cállate. Pensaba en que te ibas a ir de esta clase. Los mestizos no podéis estar aquí. - Pero no esperaba que nos fueran a echar de la escuela a ambas. Eso ya era otro nivel de castigo. Por los dioses… ¡Yo nunca había suspendido un examen! Y ahora estaba expulsada una semana. ¡Qué vergüenza! Lo mal que iba a quedar mi imagen ante profesores, amigos, compañeros… Y todo por culpa de Anastasia. Ni siquiera leí la hoja, la guardé en la maleta junto a mis libros y me giré, viendo que el maestro Dorian estaba en la puerta. La profesora ya le había informado. - Ahora sí que estamos jodidas. - Susurré a Anastasia para que él no pudiera oírnos. Pero lejos de parecer enfadado, sonreía, algo que me desconcertaba muchísimo. Ella se disculpó, pero yo no. Me había quedado sin palabras después de todo lo que había pasado en un rato. Se me había jodido el día y sólo trataba de buscar maneras de que me quitasen la expulsión. Al ver al maestro con semblante relajado pensé en pedirle que me levantase el castigo, aunque ya había dicho que no entraría en la decisión de la maestra Lovelace. Pero era una oportunidad de intentarlo, aunque no ahora, pues nos estaba ofreciendo ir con él a vete-tú-a-saber-dónde.
Miré a Anastasia de reojo cuando ella lo hizo y asentí. Iría donde me dijera, tampoco podía hacer mucho más y retrasar el momento de encontrarme con mis padres era el mejor de mis planes.
Ambas seguimos al maestro Dorian en silencio. ¿A dónde iba? Bajó unas escaleras hasta la primera planta, y luego siguió bajando. - Maestro Dorian, nosotras no podemos ir a las plantas bajas. - Comenté, pues nos tenían prohibido movernos de la primera y las plantas superiores. Esa zona, se suponía que era para los profesores o para los alumnos de otros cursos, no me había quedado del todo claro. Lo que sí sabía de sobra es que nosotras no podíamos bajar, pues nos esperaba un castigo mayor.
- Me alegro que recuerde las normas a la perfección, Harrowmont. Yo puse esa regla y ahora mismo haremos una excepción. Nadie debe saberlo. - El profesor nos miró con la misma cara que antes, amable, y comenzó a bajar de nuevo, esperándonos. Yo miré a Anastasia de forma incrédula, más bien para ver qué iba a hacer ella. No quería comerme otro castigo yo solita. Enarqué las cejas y seguí al maestro, él nos había dado permiso así que supuse que estábamos libres de represalias.
La escalera de caracol se iba oscureciendo a medida que bajábamos, sólo alumbrada por antorchas. Al final del último escalón, el maestro se detuvo y nos miró, señalando con el brazo una sala de piedra, con varias puertas. - Bienvenidas a donde sólo los alumnos excepcionales como vosotras pueden acceder. - Se detuvo un momento en su discurso, y yo aproveché para mirar más detenidamente el lugar oscuro. - La competitividad es un rasgo muy característico en los brujos, y es buena. Ayuda a superarse a uno mismo. Pero debéis saber que sólo es buena en su justa medida, pues demasiada competitividad puede acarrear males. - Torció un poco el gesto antes de seguir. Sí, ya lo habíamos experimentado, males íbamos a tener al llegar a nuestras casas y tener que explicar qué ponía en el maldito papelito que nos había dado el secretario. Yo alterné la mirada entre el maestro y Anastasia, buscando que ella estuviera igual de perdida que yo y no sentirme tan fuera de lugar. ¿Qué hacíamos nosotras ahí? Claro, yo sabía que era excepcional pero, ¿por qué no me había traído a ese lugar antes?
La profesora apareció justo a tiempo y empezamos las dos a contar nuestra versión de los hechos. - ¡Ve, profesora! Se sentó. Estaba intentando fastidiarme para no hacer la prueba. - Apuntillé. - ¡Es que eres una mestiza! Si tu madre se hubiese tirado a un brujo no lo serías, estúpida. Eso no es un insulto. ¡Es lo que eres!
Al final acabamos cansando a la maestra y nos llevó a las dos a no-sé-dónde. ¡A las dos! Obviamente, me quejé y dije que todo había sido culpa de Anastasia, pero pasó de mí. Al final íbamos a pagar las dos porque la tonta de la mestiza se había puesto en plan tocapelotas y no le había dado la gana moverse del árbol. Y luego encima me culpaban a mí también, si yo sólo quería hacer la prueba y sacar la matrícula. ¡Emparejarme con ella había sido un error! Cuando entramos en el edificio yo todavía creía que íbamos a ir ante el maestro Dorian y que iba a recriminarle la profesora por haber dejado entrar a Anastasia en la clase. Pero no.
Me quedé mirando la puerta de la jefatura de estudios con mala cara, una mezcla de enfado y miedo. Sobre todo lo segundo, porque entrar ahí significaba que nuestros padres se iban a enterar de lo que habíamos hecho. - Pero… Maestra Lovelace…
No parecía querer darnos opción a respuestas y al instante estábamos delante del secretario, quien estaba redactando unos informes para abrirnos un expediente. A nosotras… A mí. Un expediente. Ya hasta me dolía el estómago sólo de imaginarlo. No sólo no había conseguido la matrícula, sino que me iban a expulsar una semana. ¿Se podía caer más bajo? No me preocupaba el enfado de los profesores, no del todo. Lo que me preocupaba era esa mancha en mi expediente académico y la consecuente bronca que me esperaría al llegar a casa. Cuando se enterasen mis padres sí que iba a lamentarlo. Me esperaba un tiempo sin salir, seguro. Y esa noche había quedado con Kellan Onai, un brujo del último curso. Me temía que iba a acabar en una cueva como Boisson cuando apareciera con esa dichosa hoja en un rato. No me atreví a responder más, por si acaso aumentaba el castigo. Cogí la hoja y ni la miré. Salí después de Anastasia y tampoco le dirigí la mirada mientras íbamos hacia nuestra clase.
Tenía ganas de romperle la cara a esa muchacha, pero si lo hacía el castigo no sería una semana de expulsión, serían más. Y estaba tan abatida por este giro de los acontecimientos que no me apetecía ni vengarme. Sólo respondí a lo que dijo cuando llegamos a la clase. - Pfff… Cállate. Pensaba en que te ibas a ir de esta clase. Los mestizos no podéis estar aquí. - Pero no esperaba que nos fueran a echar de la escuela a ambas. Eso ya era otro nivel de castigo. Por los dioses… ¡Yo nunca había suspendido un examen! Y ahora estaba expulsada una semana. ¡Qué vergüenza! Lo mal que iba a quedar mi imagen ante profesores, amigos, compañeros… Y todo por culpa de Anastasia. Ni siquiera leí la hoja, la guardé en la maleta junto a mis libros y me giré, viendo que el maestro Dorian estaba en la puerta. La profesora ya le había informado. - Ahora sí que estamos jodidas. - Susurré a Anastasia para que él no pudiera oírnos. Pero lejos de parecer enfadado, sonreía, algo que me desconcertaba muchísimo. Ella se disculpó, pero yo no. Me había quedado sin palabras después de todo lo que había pasado en un rato. Se me había jodido el día y sólo trataba de buscar maneras de que me quitasen la expulsión. Al ver al maestro con semblante relajado pensé en pedirle que me levantase el castigo, aunque ya había dicho que no entraría en la decisión de la maestra Lovelace. Pero era una oportunidad de intentarlo, aunque no ahora, pues nos estaba ofreciendo ir con él a vete-tú-a-saber-dónde.
Miré a Anastasia de reojo cuando ella lo hizo y asentí. Iría donde me dijera, tampoco podía hacer mucho más y retrasar el momento de encontrarme con mis padres era el mejor de mis planes.
Ambas seguimos al maestro Dorian en silencio. ¿A dónde iba? Bajó unas escaleras hasta la primera planta, y luego siguió bajando. - Maestro Dorian, nosotras no podemos ir a las plantas bajas. - Comenté, pues nos tenían prohibido movernos de la primera y las plantas superiores. Esa zona, se suponía que era para los profesores o para los alumnos de otros cursos, no me había quedado del todo claro. Lo que sí sabía de sobra es que nosotras no podíamos bajar, pues nos esperaba un castigo mayor.
- Me alegro que recuerde las normas a la perfección, Harrowmont. Yo puse esa regla y ahora mismo haremos una excepción. Nadie debe saberlo. - El profesor nos miró con la misma cara que antes, amable, y comenzó a bajar de nuevo, esperándonos. Yo miré a Anastasia de forma incrédula, más bien para ver qué iba a hacer ella. No quería comerme otro castigo yo solita. Enarqué las cejas y seguí al maestro, él nos había dado permiso así que supuse que estábamos libres de represalias.
La escalera de caracol se iba oscureciendo a medida que bajábamos, sólo alumbrada por antorchas. Al final del último escalón, el maestro se detuvo y nos miró, señalando con el brazo una sala de piedra, con varias puertas. - Bienvenidas a donde sólo los alumnos excepcionales como vosotras pueden acceder. - Se detuvo un momento en su discurso, y yo aproveché para mirar más detenidamente el lugar oscuro. - La competitividad es un rasgo muy característico en los brujos, y es buena. Ayuda a superarse a uno mismo. Pero debéis saber que sólo es buena en su justa medida, pues demasiada competitividad puede acarrear males. - Torció un poco el gesto antes de seguir. Sí, ya lo habíamos experimentado, males íbamos a tener al llegar a nuestras casas y tener que explicar qué ponía en el maldito papelito que nos había dado el secretario. Yo alterné la mirada entre el maestro y Anastasia, buscando que ella estuviera igual de perdida que yo y no sentirme tan fuera de lugar. ¿Qué hacíamos nosotras ahí? Claro, yo sabía que era excepcional pero, ¿por qué no me había traído a ese lugar antes?
Cassandra C. Harrowmont
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Re: [Cerrado] Huracán y Cassandra {Privado} {Pasado}
Cassandra seguía a lo suyo con lo de la mestiza aún habiendo sido expulsada por sus palabras. ¿Se podía ser más pesada? Pero ya le había arreado un moquete y no quería que me volvieran a sancionar aún más por ello. Ella tampoco parecía querer y cuando vio entrar al maestro ya se temía lo peor. – Por tu culpa. – le contesté en susurros.
Pero el maestro Dorian, lejos de echarnos la bronca, se solidarizó con nosotras y nos llevó a las partes inferiores del castillo. Un lugar, en principio, prohibido para los alumnos, algo que Cassandra no tardó en recordarle, pero el maestro parecía tener muy claro a donde nos llevaba.
Descendimos por una escalera de caracol, yo iba la última del grupo. Finalmente llegamos a una puerta cerrada que el maestro se encargó de abrir con una llave oxidada. Después de darnos una nueva lección sobre la competitividad en forma de sutil y adornado rapapolvos, terminó de abrirnos el acceso.
El lugar era una cámara secreta subterránea. Un enorme escudo en forma de ballesta-cuervo presidía y dividía una sala decorada en dos temáticas bien diferenciadas: La mitad izquierda, en tonos negros, me fascinaba, mientras que en la otra, predominaba el rojo fuego y tonos dorados. Era una especie de museo con varios expositores.
Cada zona tenía una vitrina acristalada que albergaba cada una un maniquí con ropajes. Me acerqué a la de tonalidades negras. Era un traje negro, hecho de algún material muy resistente, como si tuviera escamas, chaqueta y pantalones-leggins de cuero reforzado. Y dos cartucheras para enfundar ballestas de mano. Todo de primera caridad, pero la pieza más cara parecía la hebilla del cinturón, hecha de obsidiana y tallada en forma de “B” y, junto al corazón, aparecía bordado en la tela el mismo escudo de la pared.
-Es… fascinante, maestro Dorian. – dije asombrada mirando la reluciente vitrina, apoyando mis manos en el cristal. - ¿Dónde estamos exactamente? – pregunté, sin soltar una de las manos del cristal, como si pensara que me lo iban a robar. Estando Cass allí, no era una idea descabellada.
-Bajo el Hekshold se encuentra la cámara de los Cazadores de Vampiros, el prestigioso gremio al que vuestras familias una vez pertenecieron. – comenzó diciendo. – Como sabéis, el gremio desapareció hace casi treinta años. Pero vuestras familias han decidido dejar esta pequeña sala a modo de museo. Es una pena que no lo hayáis conocido en su apogeo. – se lamentó el maestro. – Concretamente, el traje que observas perteneció a tu abuela, Anastasia di Miraclo, ya sabes…
-Mortagglia. – comenté con fascinación, volviendo a mirar el traje. -
-Sí… Bueno. Tu madre nunca más quiso saber de ella y por eso lo guardó aquí. – comentó el maestro. Parecía incómodo con la palabra. A continuación, me señaló otro expositor, este horizontal. – Allí tenéis más cosas. –
Mientras explicaba a qué “legendario cazador” pertenecieron los ropajes que miraba Cassandra. ¿Legendario cazador? ¿Un Harrowmont? Más bien legendaria billetera. Ya me habían expulsado y no tenía ganas de comentar algo al respecto, así que lo ignoré y me acerqué al nuevo expositor, que esta vez era de armas. Había armas pequeñitas, como dagas de gran factura, y ballestas de mano. Alejada de ellas, como marginada a parte y especialmente protegida y separada de las demás, había también una varita negra que asustaba sólo con mirarala, pero no le di demasiada importancia pues las varitas no me gustaban. Había dos armas que llamaban mucho más la atención, con diferencia, eran las de los laterales. En la parte en negro, una ballesta pesada sobrecargada en vértices y aristas, y, al otro lado, un arco liso de una calidad soberbia.
-Quiero esa ballesta. – le susurré a Cass pegada al cristal con necesidad de abrir aquel expositor y tomar aquella bella arma, tratando que el maestro no me escuchara.
-¿Así que os gusta el equipamiento? – sonrió. – Vuestros padres, desde la disolución del gremio, no quisieron saber más de ellos y los dejaron aquí. Todos me dijeron que se emocionarían al veros así vestidas. – explicó.
-¿Entonces a qué estamos esperando? – pregunté ansiosa.
-Paciencia, joven Boisson. – comentó poniendo una mano delante de mí. – Estos son ropajes de cazadores de vampiros, prometí a vuestros padres que os los daría sólo cuando estuvieseis preparadas. La competitividad, como os he dicho, es importante, pero también la colaboración. Y vosotras habéis fallado en vuestro intento por conseguir los pergaminos. Aún no estáis preparadas para vestirlos. Quizás en unos años... – se frotó las manos lamentándose por ello. – En fin, sólo quería enseñaros esto. Hora de irnos. – explicó el maestro, dándose la vuelta.
-Harrowmont. – le susurré tratando de que no me escuchara. – Vayamos al acantilado por los pergaminos y demostrémosles lo equivocados que están con nosotras. – le propuse a Cassandra. – Si sólo lo consiguió una persona, nosotros seremos las siguientes.– En realidad, me daba igual lo que hiciera Cassandra, seguramente seguiría resentida por lo del ojo y la expulsión, pero hiciera lo que hiciera yo iba a buscarlo por mi cuenta. Si sólo una persona lo había conseguido, seguramente podría hacerlo yo también. No entendía por qué era necesaria la colaboración. Volvería con ellos y obtendría todo ese fabuloso equipamiento.
Pero el maestro Dorian, lejos de echarnos la bronca, se solidarizó con nosotras y nos llevó a las partes inferiores del castillo. Un lugar, en principio, prohibido para los alumnos, algo que Cassandra no tardó en recordarle, pero el maestro parecía tener muy claro a donde nos llevaba.
Descendimos por una escalera de caracol, yo iba la última del grupo. Finalmente llegamos a una puerta cerrada que el maestro se encargó de abrir con una llave oxidada. Después de darnos una nueva lección sobre la competitividad en forma de sutil y adornado rapapolvos, terminó de abrirnos el acceso.
El lugar era una cámara secreta subterránea. Un enorme escudo en forma de ballesta-cuervo presidía y dividía una sala decorada en dos temáticas bien diferenciadas: La mitad izquierda, en tonos negros, me fascinaba, mientras que en la otra, predominaba el rojo fuego y tonos dorados. Era una especie de museo con varios expositores.
Cada zona tenía una vitrina acristalada que albergaba cada una un maniquí con ropajes. Me acerqué a la de tonalidades negras. Era un traje negro, hecho de algún material muy resistente, como si tuviera escamas, chaqueta y pantalones-leggins de cuero reforzado. Y dos cartucheras para enfundar ballestas de mano. Todo de primera caridad, pero la pieza más cara parecía la hebilla del cinturón, hecha de obsidiana y tallada en forma de “B” y, junto al corazón, aparecía bordado en la tela el mismo escudo de la pared.
-Es… fascinante, maestro Dorian. – dije asombrada mirando la reluciente vitrina, apoyando mis manos en el cristal. - ¿Dónde estamos exactamente? – pregunté, sin soltar una de las manos del cristal, como si pensara que me lo iban a robar. Estando Cass allí, no era una idea descabellada.
-Bajo el Hekshold se encuentra la cámara de los Cazadores de Vampiros, el prestigioso gremio al que vuestras familias una vez pertenecieron. – comenzó diciendo. – Como sabéis, el gremio desapareció hace casi treinta años. Pero vuestras familias han decidido dejar esta pequeña sala a modo de museo. Es una pena que no lo hayáis conocido en su apogeo. – se lamentó el maestro. – Concretamente, el traje que observas perteneció a tu abuela, Anastasia di Miraclo, ya sabes…
-Mortagglia. – comenté con fascinación, volviendo a mirar el traje. -
-Sí… Bueno. Tu madre nunca más quiso saber de ella y por eso lo guardó aquí. – comentó el maestro. Parecía incómodo con la palabra. A continuación, me señaló otro expositor, este horizontal. – Allí tenéis más cosas. –
Mientras explicaba a qué “legendario cazador” pertenecieron los ropajes que miraba Cassandra. ¿Legendario cazador? ¿Un Harrowmont? Más bien legendaria billetera. Ya me habían expulsado y no tenía ganas de comentar algo al respecto, así que lo ignoré y me acerqué al nuevo expositor, que esta vez era de armas. Había armas pequeñitas, como dagas de gran factura, y ballestas de mano. Alejada de ellas, como marginada a parte y especialmente protegida y separada de las demás, había también una varita negra que asustaba sólo con mirarala, pero no le di demasiada importancia pues las varitas no me gustaban. Había dos armas que llamaban mucho más la atención, con diferencia, eran las de los laterales. En la parte en negro, una ballesta pesada sobrecargada en vértices y aristas, y, al otro lado, un arco liso de una calidad soberbia.
-Quiero esa ballesta. – le susurré a Cass pegada al cristal con necesidad de abrir aquel expositor y tomar aquella bella arma, tratando que el maestro no me escuchara.
-¿Así que os gusta el equipamiento? – sonrió. – Vuestros padres, desde la disolución del gremio, no quisieron saber más de ellos y los dejaron aquí. Todos me dijeron que se emocionarían al veros así vestidas. – explicó.
-¿Entonces a qué estamos esperando? – pregunté ansiosa.
-Paciencia, joven Boisson. – comentó poniendo una mano delante de mí. – Estos son ropajes de cazadores de vampiros, prometí a vuestros padres que os los daría sólo cuando estuvieseis preparadas. La competitividad, como os he dicho, es importante, pero también la colaboración. Y vosotras habéis fallado en vuestro intento por conseguir los pergaminos. Aún no estáis preparadas para vestirlos. Quizás en unos años... – se frotó las manos lamentándose por ello. – En fin, sólo quería enseñaros esto. Hora de irnos. – explicó el maestro, dándose la vuelta.
-Harrowmont. – le susurré tratando de que no me escuchara. – Vayamos al acantilado por los pergaminos y demostrémosles lo equivocados que están con nosotras. – le propuse a Cassandra. – Si sólo lo consiguió una persona, nosotros seremos las siguientes.– En realidad, me daba igual lo que hiciera Cassandra, seguramente seguiría resentida por lo del ojo y la expulsión, pero hiciera lo que hiciera yo iba a buscarlo por mi cuenta. Si sólo una persona lo había conseguido, seguramente podría hacerlo yo también. No entendía por qué era necesaria la colaboración. Volvería con ellos y obtendría todo ese fabuloso equipamiento.
Anastasia Boisson
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Re: [Cerrado] Huracán y Cassandra {Privado} {Pasado}
No sabía a dónde nos llevaba el maestro Dorian, pero bajé antes que Anastasia a ver qué nos deparaba. No sabía si iba a ser castigo o no, la verdad, porque estaba sonriente, pero… No me fiaba de que no nos fuera a caer otra bronca u otro tipo de castigo.
Antes de abrir, el maestro ya nos echó la charla de la competitividad de forma disimulada. Luego ya nos dejó pasar. Esperaba una sala de entrenamiento o algún tipo de aula de castigo, con mesas para copiar o simplemente estar allí en solitario. Y estar Anastasia y yo a solas en un aula vacía era lo peor que podían hacer. Todavía me dolía el golpe que me había arreado la muy zorra y se lo iba a hacer pagar. Pero cuando vi lo que había en la sala, dejé de lado la venganza contra la Boisson y me acerqué, alucinando, a la parte roja de la sala. Sonreí abiertamente sorprendida. Mientras que mi acompañante se dirigió a la parte más oscura –típico, si parecían murciélagos los de su familia y ella, normal que prefiriesen el negro –. - Wow… ¡Qué bonito! - Me aparté el pelo de la cara para ver mejor lo que había. Eran vitrinas de cristal, como si fueran de un museo, con varias cosas dentro. En ambos lados había una armonía en cuanto a cómo estaban colocados los expositores.
El profesor nos explicó que esa era la cámara donde se guardaban los trajes usados por nuestros padres cuando pertenecían al gremio de los Cazadores. Había escuchado multitud de historias sobre ellos y, desde pequeña, había mostrado mucho interés en pertenecer al grupo, pero estaba acabado y ese museo era la prueba. El lugar era presidido por un escudo bien grande que representaba al gremio.
Mientras el maestro Dorian seguía hablando yo me acerqué a un expositor que me llamó la atención.
En el lado que yo había elegido, el derecho, también había un maniquí con traje negro. Pero no sólo de ese color, este también tenía ribetes en dorado. ¡Era precioso! Lo miré detenidamente: igual que el del lado izquierdo, estaba compuesto por unos pantalones elásticos tipo leggins de tela muy resistente, pero este tenía tenues decoraciones en dorado que lo hacían mucho más bonito que el que estaba enfrente. Apenas se veían pero era el detalle que hacía precioso ese traje. Estaban reforzados por la rodilla y se ajustaban tan bien al maniquí que me dieron ganas de probármelos. ¡A mí me quedarían mejor! Posiblemente un poco largos, pero eran tan bonitos que me daba igual. Y no solo los pantalones. La parte de arriba era una camiseta ajustada de manga larga que, igual, estaba reforzada por varios lugares, como con escamas. También tenía una pechera de un material duro que cubría la camiseta desde los hombros al abdomen, y hombreras en varias láminas. Por la parte de atrás, tanto la pechera como las hombreras parecían dibujar las alas negras de un cuervo.
Y lo último: Tenía un carcaj rígido de color negro ajustado al mismo traje. Las botas eran preciosa, también… Bueno, ¡todo lo era!
El maestro Dorian explicó a quién habían pertenecido los trajes. El del lado izquierdo era de la abuela de Anastasia, el del lado derecho, pertenecía a mi familia. Sonreí. - ¡Yo quiero probármelo! - Comenté ilusionada, pero el profesor dijo que no era el momento. “Ya veremos”, pensé. Algún día vestiría ese traje tan hermoso y saldría a cazar vampiros.
Pasando la mano por el cristal donde estaba el maniquí, me dirigí a la vitrina de al lado. Ahí había varias dagas y emblemas. Me quedé mirando todo con muchísima curiosidad y después, pasé a donde estaban las armas predilectas. Ahí, junto a Anastasia, me fijé en las más llamativas. La varita no me gustaba así que pasé bastante de verla, era muy fea y daba mal rollo. Lo que de verdad me importaba estaba en un expositor más largo. - Y yo el arco. ¿Lo has visto? - Comenté en voz baja con ilusión viendo ese arma plana y metálica. Me imaginaba con el arco disparando y cazando vampiros. No podía sonreír más.
Mientras tanto, el maestro Dorian seguía hablándonos del gremio y nuestros padres. Me aparté un paso para atrás del expositor para ver al maestro mejor, pese a que era más alta que Anastasia su cabeza me molestaba para atender a lo que el profesor contaba. - ¡Pues si quieren vernos vestidas así podemos ponernos los trajes! - Exclamé con alegría, pero el maestro volvió a decir lo mismo: que no todavía. Torcí el gesto con fastidio, pues no me gustaba mucho esperar. La paciencia no era mi mayor virtud. De nuevo nos tocó la chapa de la colaboración y blablabá… Vamos, que si queríamos ponernos esos trajes y ser cazadoras teníamos que colaborar. Si colaborar era fácil pero, ¿con Anastasia? Eso era lo jodido.
El profesor había dicho que cuando estuviéramos preparadas nos daría todo. Vale…
Pues miré a Anastasia justo en el momento en que ella me miraba y me susurraba que podríamos intentar de nuevo conseguir los pergaminos. Asentí. Por el equipamiento más que nada. Lo quería. Y me daba igual que esa mestiza se movía o no, pero yo quería conseguirlo. Y si aún podía, la matrícula también. Al menos rebajaría un poco el castigo que me iban a poner al llegar a casa con la dichosa nota.
Aunque me daban ganas de tirar a Anastasia por el acantilado, era mejor no hacerlo. Primero, porque me buscaba más problemas y, segundo, porque no conseguiría lo que ahora tenía en mente. Teníamos que trabajar juntas, muy a nuestro pesar.
- Vamos, Boisson. Ahora más te vale correr, no hagas el tonto. - Susurré y agarré a mi acompañante de la manga para tirar de ella un poco y salir del lugar. - Adiós, maestro Dorian, gracias por habernos enseñado este lugar. ¡Es fantástico! - Mi mente se quedó ahí mientras que subíamos las escaleras.
Sin que nosotras lo pudiéramos percibir, el profesor sonrió de lado, complacido.
- ¿¡Has visto todo eso!? - Junté mis manos dando una palmada. Cuando se lo contase a mis amigos iban a alucinar. ¡No se lo creerían! Estaba emocionada por lo que nos había enseñado el profesor. Tan emocionada que no me daba cuenta que a quien le estaba compartiendo mi ilusión era a la tonta de la Boisson. Pero me daba igual, lo que me importaba ahora era otra cosa. - ¡Por los dioses! ¡Tenemos que hacer lo posible para que nos dejen vestir esos trajes! - Me planté frente a Anastasia. - ¿Y has visto ese arco? - Me mordí el labio bien entusiasmada y entrelacé mis dedos con fuerza. Suspiré y comencé a pensar en lo que teníamos que hacer ahora. - Vamos, tenemos que conseguirlo. - Animé. - Aunque seas idiota, tenemos que colaborar. Creo que esto lo queremos ambas. Así que no me toques las narices y a trabajar.
El profesor nos explicó que esa era la cámara donde se guardaban los trajes usados por nuestros padres cuando pertenecían al gremio de los Cazadores. Había escuchado multitud de historias sobre ellos y, desde pequeña, había mostrado mucho interés en pertenecer al grupo, pero estaba acabado y ese museo era la prueba. El lugar era presidido por un escudo bien grande que representaba al gremio.
Mientras el maestro Dorian seguía hablando yo me acerqué a un expositor que me llamó la atención.
En el lado que yo había elegido, el derecho, también había un maniquí con traje negro. Pero no sólo de ese color, este también tenía ribetes en dorado. ¡Era precioso! Lo miré detenidamente: igual que el del lado izquierdo, estaba compuesto por unos pantalones elásticos tipo leggins de tela muy resistente, pero este tenía tenues decoraciones en dorado que lo hacían mucho más bonito que el que estaba enfrente. Apenas se veían pero era el detalle que hacía precioso ese traje. Estaban reforzados por la rodilla y se ajustaban tan bien al maniquí que me dieron ganas de probármelos. ¡A mí me quedarían mejor! Posiblemente un poco largos, pero eran tan bonitos que me daba igual. Y no solo los pantalones. La parte de arriba era una camiseta ajustada de manga larga que, igual, estaba reforzada por varios lugares, como con escamas. También tenía una pechera de un material duro que cubría la camiseta desde los hombros al abdomen, y hombreras en varias láminas. Por la parte de atrás, tanto la pechera como las hombreras parecían dibujar las alas negras de un cuervo.
Y lo último: Tenía un carcaj rígido de color negro ajustado al mismo traje. Las botas eran preciosa, también… Bueno, ¡todo lo era!
El maestro Dorian explicó a quién habían pertenecido los trajes. El del lado izquierdo era de la abuela de Anastasia, el del lado derecho, pertenecía a mi familia. Sonreí. - ¡Yo quiero probármelo! - Comenté ilusionada, pero el profesor dijo que no era el momento. “Ya veremos”, pensé. Algún día vestiría ese traje tan hermoso y saldría a cazar vampiros.
Pasando la mano por el cristal donde estaba el maniquí, me dirigí a la vitrina de al lado. Ahí había varias dagas y emblemas. Me quedé mirando todo con muchísima curiosidad y después, pasé a donde estaban las armas predilectas. Ahí, junto a Anastasia, me fijé en las más llamativas. La varita no me gustaba así que pasé bastante de verla, era muy fea y daba mal rollo. Lo que de verdad me importaba estaba en un expositor más largo. - Y yo el arco. ¿Lo has visto? - Comenté en voz baja con ilusión viendo ese arma plana y metálica. Me imaginaba con el arco disparando y cazando vampiros. No podía sonreír más.
Mientras tanto, el maestro Dorian seguía hablándonos del gremio y nuestros padres. Me aparté un paso para atrás del expositor para ver al maestro mejor, pese a que era más alta que Anastasia su cabeza me molestaba para atender a lo que el profesor contaba. - ¡Pues si quieren vernos vestidas así podemos ponernos los trajes! - Exclamé con alegría, pero el maestro volvió a decir lo mismo: que no todavía. Torcí el gesto con fastidio, pues no me gustaba mucho esperar. La paciencia no era mi mayor virtud. De nuevo nos tocó la chapa de la colaboración y blablabá… Vamos, que si queríamos ponernos esos trajes y ser cazadoras teníamos que colaborar. Si colaborar era fácil pero, ¿con Anastasia? Eso era lo jodido.
El profesor había dicho que cuando estuviéramos preparadas nos daría todo. Vale…
Pues miré a Anastasia justo en el momento en que ella me miraba y me susurraba que podríamos intentar de nuevo conseguir los pergaminos. Asentí. Por el equipamiento más que nada. Lo quería. Y me daba igual que esa mestiza se movía o no, pero yo quería conseguirlo. Y si aún podía, la matrícula también. Al menos rebajaría un poco el castigo que me iban a poner al llegar a casa con la dichosa nota.
Aunque me daban ganas de tirar a Anastasia por el acantilado, era mejor no hacerlo. Primero, porque me buscaba más problemas y, segundo, porque no conseguiría lo que ahora tenía en mente. Teníamos que trabajar juntas, muy a nuestro pesar.
- Vamos, Boisson. Ahora más te vale correr, no hagas el tonto. - Susurré y agarré a mi acompañante de la manga para tirar de ella un poco y salir del lugar. - Adiós, maestro Dorian, gracias por habernos enseñado este lugar. ¡Es fantástico! - Mi mente se quedó ahí mientras que subíamos las escaleras.
Sin que nosotras lo pudiéramos percibir, el profesor sonrió de lado, complacido.
- ¿¡Has visto todo eso!? - Junté mis manos dando una palmada. Cuando se lo contase a mis amigos iban a alucinar. ¡No se lo creerían! Estaba emocionada por lo que nos había enseñado el profesor. Tan emocionada que no me daba cuenta que a quien le estaba compartiendo mi ilusión era a la tonta de la Boisson. Pero me daba igual, lo que me importaba ahora era otra cosa. - ¡Por los dioses! ¡Tenemos que hacer lo posible para que nos dejen vestir esos trajes! - Me planté frente a Anastasia. - ¿Y has visto ese arco? - Me mordí el labio bien entusiasmada y entrelacé mis dedos con fuerza. Suspiré y comencé a pensar en lo que teníamos que hacer ahora. - Vamos, tenemos que conseguirlo. - Animé. - Aunque seas idiota, tenemos que colaborar. Creo que esto lo queremos ambas. Así que no me toques las narices y a trabajar.
Cassandra C. Harrowmont
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Re: [Cerrado] Huracán y Cassandra {Privado} {Pasado}
Por una vez estaba de acuerdo con Cassandra. ¿Por qué no vestirnos así de aquella manera si tanto querían vernos enfundadas en aquellos vestidos súper chulos? Menos mal que ella, haciendo gala de su envanecimiento desmesurado, optaba por los tintes dorados y rojizos. Aunque debía reconocer que la hebilla de su cinturón que cerraba en forma de “I-“ por un lado y “-I” por el otro para cerrar en forma de letra “H” dorada me parecía divina y muy original.
Era divertido ver a Cassandra chillar con toda la ilusión y su ojo morado. ¿Se habría olvidado ya del golpe? Al final, quitando la expulsión, no iba a ser tan mal día como apostaría en un principio. – Lo vi tan bien como tú. – le respondí menos efusiva, pero igual de contenta. Diferentes maneras de expresarlo. – Por ese traje incluso aceptaré colaborar contigo. – Maldita sea, el maestro Dorian sabe cómo hacer que nos llevemos bien. ¿Qué mejor manera hay de enseñar a dos jóvenes que consintiéndole todo lo que una quiere? Lazarus siempre me compraba lo que quería por orden de mi madre cuando me enfadaba. Y Cassandra tenía pinta de ser parecida.
Después de agradecer al maestro con un cortés gesto con la cabeza su descubrimiento, salí tras Cass corriendo y me detuve cuando, saliendo de la academia, Cassandra volvió a llamarme idiota. Pese a su alegría, había cosas que no cambiaban. - ¿Idiota? – refunfuñé. De no ser porque quería el traje ya le habría puesto el otro ojo morado.
Ahora sí, corrimos hacia el Acantilado de la Muerte. Por supuesto, con Harrowmont no me dejaba perder ni a las canicas, y mi manejo de habilidades de viento me hacía correr más que ella. - ¡Tortuga! – le vacilaba sonriente cuando le sacaba cierta ventaja. Pero ella con su manejo de la tierra imaginaba que también hacía de las suyas. Pero entonces me detuve detrás de uno de los setos y le tiré del brazo para que se escondiera conmigo. – Chssst, calla. – y señalé al frente.
Delante de nosotros estaba prácticamente toda la clase volviendo junto a la maestra Pantine. Volvían abatidos y decepcionados. Sus caras reflejaban que, claramente, no habían conseguido los pergaminos.
-Un año más, nadie ha conseguido encontrar el pergamino. – comentó la profesora, tratando de animar al abatido grupo. – Bueno, no os preocupéis. Ya hace más de veinte generaciones que ningún alumno los encuentra.
Agazapadas entre los setos, golpeé a Cassandra en el brazo ligeramente. - ¿Has oído, Harrowmont? – miré al cielo. – Está atardeciendo. Démonos prisa, antes de que se haga de noche. – la insté a continuar una vez el grupo pasó de largo.
El maestro Dorian no nos había puesto un límite de tiempo ni tampoco había dicho que teníamos que conseguirla ese mismo día. De hecho, estaba segura de que si supiera dónde nos encontrábamos, nos echaría la bronca. El Acantilado de la Muerte no lo llamaban así porque fuese un lugar asequible, pero nuestra lado más ambicioso y juvenil podía con la cordura y la cabeza.
Terminamos llegando a la zona del acantilado donde, por supuesto, no parecía haber nada interesante. – No puede ser tan obvio de estar en la parte superior de los acantilados. Tiene que estar en los mismos. En la propia roca. Alguna cueva o algo. Desde el mar tendríamos una mejor perspectiva de la zona. – Pero lamentablemente, estábamos en la parte alta del mismo, tomar un barco era impensable y mirar hacia abajo a ver si encontrábamos una cueva era, quizás, demasiado ilusorio. Me asomé ligeramente al precipicio pero desde allí no alcanzaba a ver nada. Aunque había un pequeño saliente rocoso muy alejado al fondo. – Parece que hay un hueco en unas rocas al final. Por donde se cuela una pequeña cascada subterránea, aunque será difícil lleg… - y tanto me estiré por verlo y tan al borde del precipicio, que uno de mis pies deslizó e hice el amago de caerme contra el furioso mar, quedando suspendida por mis brazos al borde de un acantilado.
-¡AH! – grité con voz chillona. - ¡Ay! ¡Socorro! ¡Ayúdame! – supliqué - ¡Por favor, Cassandra! ¡Cassandra bonita! - qué hipócritas éramos de jóvenes, pero es que conociendo a Cassandra, ella era capaz de dejarme caer por el acantilado. - ¡Ayúdame! – le pedí a Cassandra casi en un llanto, sin fuerza en mis brazos para poder levantarme por mí misma y con tremendo miedo a caerme.
Era divertido ver a Cassandra chillar con toda la ilusión y su ojo morado. ¿Se habría olvidado ya del golpe? Al final, quitando la expulsión, no iba a ser tan mal día como apostaría en un principio. – Lo vi tan bien como tú. – le respondí menos efusiva, pero igual de contenta. Diferentes maneras de expresarlo. – Por ese traje incluso aceptaré colaborar contigo. – Maldita sea, el maestro Dorian sabe cómo hacer que nos llevemos bien. ¿Qué mejor manera hay de enseñar a dos jóvenes que consintiéndole todo lo que una quiere? Lazarus siempre me compraba lo que quería por orden de mi madre cuando me enfadaba. Y Cassandra tenía pinta de ser parecida.
Después de agradecer al maestro con un cortés gesto con la cabeza su descubrimiento, salí tras Cass corriendo y me detuve cuando, saliendo de la academia, Cassandra volvió a llamarme idiota. Pese a su alegría, había cosas que no cambiaban. - ¿Idiota? – refunfuñé. De no ser porque quería el traje ya le habría puesto el otro ojo morado.
Ahora sí, corrimos hacia el Acantilado de la Muerte. Por supuesto, con Harrowmont no me dejaba perder ni a las canicas, y mi manejo de habilidades de viento me hacía correr más que ella. - ¡Tortuga! – le vacilaba sonriente cuando le sacaba cierta ventaja. Pero ella con su manejo de la tierra imaginaba que también hacía de las suyas. Pero entonces me detuve detrás de uno de los setos y le tiré del brazo para que se escondiera conmigo. – Chssst, calla. – y señalé al frente.
Delante de nosotros estaba prácticamente toda la clase volviendo junto a la maestra Pantine. Volvían abatidos y decepcionados. Sus caras reflejaban que, claramente, no habían conseguido los pergaminos.
-Un año más, nadie ha conseguido encontrar el pergamino. – comentó la profesora, tratando de animar al abatido grupo. – Bueno, no os preocupéis. Ya hace más de veinte generaciones que ningún alumno los encuentra.
Agazapadas entre los setos, golpeé a Cassandra en el brazo ligeramente. - ¿Has oído, Harrowmont? – miré al cielo. – Está atardeciendo. Démonos prisa, antes de que se haga de noche. – la insté a continuar una vez el grupo pasó de largo.
El maestro Dorian no nos había puesto un límite de tiempo ni tampoco había dicho que teníamos que conseguirla ese mismo día. De hecho, estaba segura de que si supiera dónde nos encontrábamos, nos echaría la bronca. El Acantilado de la Muerte no lo llamaban así porque fuese un lugar asequible, pero nuestra lado más ambicioso y juvenil podía con la cordura y la cabeza.
Terminamos llegando a la zona del acantilado donde, por supuesto, no parecía haber nada interesante. – No puede ser tan obvio de estar en la parte superior de los acantilados. Tiene que estar en los mismos. En la propia roca. Alguna cueva o algo. Desde el mar tendríamos una mejor perspectiva de la zona. – Pero lamentablemente, estábamos en la parte alta del mismo, tomar un barco era impensable y mirar hacia abajo a ver si encontrábamos una cueva era, quizás, demasiado ilusorio. Me asomé ligeramente al precipicio pero desde allí no alcanzaba a ver nada. Aunque había un pequeño saliente rocoso muy alejado al fondo. – Parece que hay un hueco en unas rocas al final. Por donde se cuela una pequeña cascada subterránea, aunque será difícil lleg… - y tanto me estiré por verlo y tan al borde del precipicio, que uno de mis pies deslizó e hice el amago de caerme contra el furioso mar, quedando suspendida por mis brazos al borde de un acantilado.
-¡AH! – grité con voz chillona. - ¡Ay! ¡Socorro! ¡Ayúdame! – supliqué - ¡Por favor, Cassandra! ¡Cassandra bonita! - qué hipócritas éramos de jóvenes, pero es que conociendo a Cassandra, ella era capaz de dejarme caer por el acantilado. - ¡Ayúdame! – le pedí a Cassandra casi en un llanto, sin fuerza en mis brazos para poder levantarme por mí misma y con tremendo miedo a caerme.
Anastasia Boisson
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Re: [Cerrado] Huracán y Cassandra {Privado} {Pasado}
Todavía tenía en mi cabeza mi imagen vestida con uno de esos trajes tan guays. Y con el arco, por supuesto. Salir así de casa te tenía que dar una clase impresionante. Además eran de primera calidad. Estaba segurísima que me quedaría genial. Esos trajes los llevaban los cazadores y eran demasiado chulos como para no llevarlos yo.
Salimos corriendo hacia el acantilado y, cuando Boisson empezaba a vacilar con su velocidad, un “misterioso obstáculo” de tierra aparecía frente a ella. Bueno, y también aparecía un ligero corrimiento en el suelo para hacerme ir a mí más rápido. La verdad es que era divertido picar a Anastasia. - ¡Hasta las tortugas van más rápido! - Me jacté, pero en cuanto me alcanzó me tiró a un seto con ella para que escuchara una cosa que decía la maestra Pantine. - Venga, va. - Susurré cuando vi que el grupo se estaba yendo. - Vamos a demostrarles que podemos conseguirlo. - Esa frase, viniendo de mí y diciéndosela a la mismísima Anastasia Boisson, era de lo más raro del mundo. Pero ese sacrificio tenía como recompensa vestir los trajes de los Cazadores de Vampiros, así que por ese motivo era capaz de colaborar con esa estúpida. Y cuando antes encontrásemos el dichoso pergamino, antes podríamos lucirlos. Y a lo mejor hasta nos daban la matrícula de honor. ¡Y ya si nos quitaban el castigo, mejor! Porque todavía estaba planeando una buena excusa para evitar el castigo y que me dejasen salir esa noche.
Corrimos hacia el acantilado de la Muerte, donde supuestamente estaban los pergaminos. Pero, como dijo Anastasia, era raro que los hubieran dejado ahí, en medio del peñasco para que se vieran. Si tanto valor tenían y tanto costaba encontrarlos, tenían que estar en el mismo muro del acantilado, como mínimo. Aun así miré por todos lados, a lo mejor bajo una roca…
Pero no, nuestros compañeros eran tontos, pero no tanto como para no mirar bajo las piedras de la superficie.
Boisson atisbó una pequeña cueva en el acantilado y me acerqué, justo en el momento en el que ella se resbaló y quedó pendida del precipicio. Al instante la agarré, en cuanto escuché sus gritos. Vale, odiaba a esa chica, pero no iba a dejar que se despeñara así porque sí. Tampoco la quería muerta o que fuera culpa mía que muriera. No iba a dejarla caer, así que me tiré al suelo y sujeté uno de sus antebrazos, con fuerza. Por suerte para mí, Anastasia era más pequeñaja que yo y podía aguantar un poco su peso. - ¡Aguanta un poco! - Le pedí mientras intentaba tirar hacia atrás. Ella también trataba de subir, pero era imposible, el risco estaba un poco más hacia fuera que la misma pared y eso complicaba las cosas. Y, aunque fuera pequeña, no podía levantar su peso a pulso, así que cada vez que pateaba contra la pared y resbalaba, me daba un fuerte tirón que, aunque no me ponía tan en peligro como a ella, sí que me acercaba al precipicio un poco. - ¡Voy a ayudarte! ¡Tranquila! - Lo que le estaba pidiendo era una locura. Y más si miraba abajo y veía la altura de caída. Si me resbalaba ya podíamos rezar a los dioses para caer en una fosa marina, porque si no nos despeñaríamos contra las rocas. Y si caíamos al mar, tampoco era buena idea, porque sólo el sonido de las olas rompiendo contra el acantilado daba miedo. Era capaz de tapar nuestros gritos. - ¡Sujétate fuerte! - Ya que me era imposible levantarla a pulso sin precipitarme al vacío con ella, se me había ocurrido otra idea, pero requería más tiempo y necesitaba que se calmase un poco para dejarme concentración. Y que no se soltase, importante. Aunque se agarraba con tanta fuerza que me hacía daño. Y creo que yo también la estaba sujetando con todas mis fuerzas, aunque fuese solo con un brazo. Le iba a dejar una bonita marca cerca del codo. - Te tengo agarrada, no vas a caer. Pero no puedo subirte a pulso. Estoy creando una roca para que no caigas. - Traté de calmarla, aunque lo de que no iba a caer no sabía hasta qué punto era cierto, así que debía darme prisa. Ignorando sus gritos, miraba en la parte de los pies de mi compañera. Con mi magia estaba intentando crear una roca donde ella pudiese mantenerse y evitar que se cayera. Rezaba mentalmente a los dioses para que fuera una estructura sólida. Si bien Anastasia no pesaba mucho, tampoco quería que la roca fuera terrosa y se destrozara con su peso.
Poquito a poquito fue apareciendo bajo los pies de la muchacha un pequeño trozo de roca blanquecina. Al menos parecía duro y estable, aunque todavía era pequeño. - Te tengo sujeta. - Le recordé. En cuanto la roca que estaba creando tocó uno de los pies de Anastasia hice que se elevara, empujándola hacia mí por medio de mi telequinesis. Con ese pequeño impulso y mi fuerza tirando hacia atrás conseguí que pudiera colocar la parte de arriba de su cuerpo en la parte superior del acantilado. Ya sentada y clavando los talones en la tierra, la sujeté del otro brazo y tiré fuerte. Ahora sí podía con ella, y la roca estaba estable, flotando al borde del acantilado, por lo que no me costó tanto subirla. De un fuerte tirón la acabé sacando del precipicio, casi lanzándola contra mí y agarrándola con fuerza, como si tuviese miedo de que pudiera caer.
La pequeña plataforma de roca blanquecina salió disparada a varios metros de nosotras, a causa de la fuerza que había intentado sacar para ayudar a Anastasia.
Cuando por fin estuvo a salvo suspiré aliviada, mirando al cielo que se oscurecía. Nunca lo admitiría, pero yo también había pasado miedo por mucho que insistiese en que se tranquilizase. Sólo imaginar que podía haberse caído, me había asustado. Pese a que ella no era una persona a quien apreciase, tampoco iba a permitir que muriera.
Había pasado mucho miedo, temblaba sin darme cuenta, aunque lo achaqué a la fuerza que había tenido que hacer para mantenerla ahí. Ahora entendía por qué era tan complicado este lugar.
- ¿Esto cuenta como colaboración? - Hice una mueca asemejándose a una media sonrisa. Negué con la cabeza, volviendo a exhalar el aire con lentitud, formando un suspiro. Entonces fue cuando miré a Anastasia. - ¿Estás bien? Si te has hecho algo podemos ir a que te curen. - Propuse, muy a mi pesar, porque yo quería los trajes. Pero no era plan de dejarla ahí tirada después de que casi se despeña por el acantilado. Tan mal lo había pasado al ver esa imagen que, aunque me cayera fatal, no quería dejarla sola. - Y si quieres, lo del pergamino lo podemos dejar para otro día. ¿Necesitas que vaya a buscar al maestro Dorian?
Si ya nos íbamos a ganar el castigo del siglo por aparecer con esa nota de expulsión, como para informar de que habíamos estado merodeando tan cerca del precipicio del acantilado y que habíamos tenido problemas muy serios. Pero en la escuela era el único de confianza de Boisson, así que si necesitaba ayuda, ¿quién mejor que él?
- Aunque esto me ha quedado genial. - Comenté cuando, por fin, me levanté y me dirigí hacia la plataforma que había creado. Tratando de levantarla con mis manos. - Estaría bien poder usarlo para bajar a la cueva que has visto, pero no sé si aguantaría mi peso. Otro día, si eso... - Ninguna matrícula merecía arriesgar nuestras vidas así. A pesar de todo tenía curiosidad por saber qué había en esa cueva. Pero, sin duda, me sentía orgullosa de que mi plataforma hubiera servido y que fuera una roca tan dura y resistente.
Salimos corriendo hacia el acantilado y, cuando Boisson empezaba a vacilar con su velocidad, un “misterioso obstáculo” de tierra aparecía frente a ella. Bueno, y también aparecía un ligero corrimiento en el suelo para hacerme ir a mí más rápido. La verdad es que era divertido picar a Anastasia. - ¡Hasta las tortugas van más rápido! - Me jacté, pero en cuanto me alcanzó me tiró a un seto con ella para que escuchara una cosa que decía la maestra Pantine. - Venga, va. - Susurré cuando vi que el grupo se estaba yendo. - Vamos a demostrarles que podemos conseguirlo. - Esa frase, viniendo de mí y diciéndosela a la mismísima Anastasia Boisson, era de lo más raro del mundo. Pero ese sacrificio tenía como recompensa vestir los trajes de los Cazadores de Vampiros, así que por ese motivo era capaz de colaborar con esa estúpida. Y cuando antes encontrásemos el dichoso pergamino, antes podríamos lucirlos. Y a lo mejor hasta nos daban la matrícula de honor. ¡Y ya si nos quitaban el castigo, mejor! Porque todavía estaba planeando una buena excusa para evitar el castigo y que me dejasen salir esa noche.
Corrimos hacia el acantilado de la Muerte, donde supuestamente estaban los pergaminos. Pero, como dijo Anastasia, era raro que los hubieran dejado ahí, en medio del peñasco para que se vieran. Si tanto valor tenían y tanto costaba encontrarlos, tenían que estar en el mismo muro del acantilado, como mínimo. Aun así miré por todos lados, a lo mejor bajo una roca…
Pero no, nuestros compañeros eran tontos, pero no tanto como para no mirar bajo las piedras de la superficie.
Boisson atisbó una pequeña cueva en el acantilado y me acerqué, justo en el momento en el que ella se resbaló y quedó pendida del precipicio. Al instante la agarré, en cuanto escuché sus gritos. Vale, odiaba a esa chica, pero no iba a dejar que se despeñara así porque sí. Tampoco la quería muerta o que fuera culpa mía que muriera. No iba a dejarla caer, así que me tiré al suelo y sujeté uno de sus antebrazos, con fuerza. Por suerte para mí, Anastasia era más pequeñaja que yo y podía aguantar un poco su peso. - ¡Aguanta un poco! - Le pedí mientras intentaba tirar hacia atrás. Ella también trataba de subir, pero era imposible, el risco estaba un poco más hacia fuera que la misma pared y eso complicaba las cosas. Y, aunque fuera pequeña, no podía levantar su peso a pulso, así que cada vez que pateaba contra la pared y resbalaba, me daba un fuerte tirón que, aunque no me ponía tan en peligro como a ella, sí que me acercaba al precipicio un poco. - ¡Voy a ayudarte! ¡Tranquila! - Lo que le estaba pidiendo era una locura. Y más si miraba abajo y veía la altura de caída. Si me resbalaba ya podíamos rezar a los dioses para caer en una fosa marina, porque si no nos despeñaríamos contra las rocas. Y si caíamos al mar, tampoco era buena idea, porque sólo el sonido de las olas rompiendo contra el acantilado daba miedo. Era capaz de tapar nuestros gritos. - ¡Sujétate fuerte! - Ya que me era imposible levantarla a pulso sin precipitarme al vacío con ella, se me había ocurrido otra idea, pero requería más tiempo y necesitaba que se calmase un poco para dejarme concentración. Y que no se soltase, importante. Aunque se agarraba con tanta fuerza que me hacía daño. Y creo que yo también la estaba sujetando con todas mis fuerzas, aunque fuese solo con un brazo. Le iba a dejar una bonita marca cerca del codo. - Te tengo agarrada, no vas a caer. Pero no puedo subirte a pulso. Estoy creando una roca para que no caigas. - Traté de calmarla, aunque lo de que no iba a caer no sabía hasta qué punto era cierto, así que debía darme prisa. Ignorando sus gritos, miraba en la parte de los pies de mi compañera. Con mi magia estaba intentando crear una roca donde ella pudiese mantenerse y evitar que se cayera. Rezaba mentalmente a los dioses para que fuera una estructura sólida. Si bien Anastasia no pesaba mucho, tampoco quería que la roca fuera terrosa y se destrozara con su peso.
Poquito a poquito fue apareciendo bajo los pies de la muchacha un pequeño trozo de roca blanquecina. Al menos parecía duro y estable, aunque todavía era pequeño. - Te tengo sujeta. - Le recordé. En cuanto la roca que estaba creando tocó uno de los pies de Anastasia hice que se elevara, empujándola hacia mí por medio de mi telequinesis. Con ese pequeño impulso y mi fuerza tirando hacia atrás conseguí que pudiera colocar la parte de arriba de su cuerpo en la parte superior del acantilado. Ya sentada y clavando los talones en la tierra, la sujeté del otro brazo y tiré fuerte. Ahora sí podía con ella, y la roca estaba estable, flotando al borde del acantilado, por lo que no me costó tanto subirla. De un fuerte tirón la acabé sacando del precipicio, casi lanzándola contra mí y agarrándola con fuerza, como si tuviese miedo de que pudiera caer.
La pequeña plataforma de roca blanquecina salió disparada a varios metros de nosotras, a causa de la fuerza que había intentado sacar para ayudar a Anastasia.
Cuando por fin estuvo a salvo suspiré aliviada, mirando al cielo que se oscurecía. Nunca lo admitiría, pero yo también había pasado miedo por mucho que insistiese en que se tranquilizase. Sólo imaginar que podía haberse caído, me había asustado. Pese a que ella no era una persona a quien apreciase, tampoco iba a permitir que muriera.
Había pasado mucho miedo, temblaba sin darme cuenta, aunque lo achaqué a la fuerza que había tenido que hacer para mantenerla ahí. Ahora entendía por qué era tan complicado este lugar.
- ¿Esto cuenta como colaboración? - Hice una mueca asemejándose a una media sonrisa. Negué con la cabeza, volviendo a exhalar el aire con lentitud, formando un suspiro. Entonces fue cuando miré a Anastasia. - ¿Estás bien? Si te has hecho algo podemos ir a que te curen. - Propuse, muy a mi pesar, porque yo quería los trajes. Pero no era plan de dejarla ahí tirada después de que casi se despeña por el acantilado. Tan mal lo había pasado al ver esa imagen que, aunque me cayera fatal, no quería dejarla sola. - Y si quieres, lo del pergamino lo podemos dejar para otro día. ¿Necesitas que vaya a buscar al maestro Dorian?
Si ya nos íbamos a ganar el castigo del siglo por aparecer con esa nota de expulsión, como para informar de que habíamos estado merodeando tan cerca del precipicio del acantilado y que habíamos tenido problemas muy serios. Pero en la escuela era el único de confianza de Boisson, así que si necesitaba ayuda, ¿quién mejor que él?
- Aunque esto me ha quedado genial. - Comenté cuando, por fin, me levanté y me dirigí hacia la plataforma que había creado. Tratando de levantarla con mis manos. - Estaría bien poder usarlo para bajar a la cueva que has visto, pero no sé si aguantaría mi peso. Otro día, si eso... - Ninguna matrícula merecía arriesgar nuestras vidas así. A pesar de todo tenía curiosidad por saber qué había en esa cueva. Pero, sin duda, me sentía orgullosa de que mi plataforma hubiera servido y que fuera una roca tan dura y resistente.
Cassandra C. Harrowmont
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Re: [Cerrado] Huracán y Cassandra {Privado} {Pasado}
Cassandra me había cogido por el brazo. - ¡Ay! ¡No me sueltes! – le rogué colgando del acantilado. Para colmo la temeraria de mí miró hacia abajo. Se veía como el mar estaba embravecido y las olas rompían con fuerza contra el acantilado. Cada vez me estaba poniendo más nerviosa, pero por suerte Cass era más grande y fuerte que yo y podía aguantar mi peso, al menos de momento.
La rubia generó una pequeña plataforma de tierra a mis pies lo suficientemente grande como para poder sostenerme, aunque como no confiaba en sus capacidades tampoco me atrevía a apoyarme demasiado que temía que terminara por partirse y caerme al precipicio. La bruja elevó la roca con su telequinesis y sumado a su fuerza pudo agarrarme bien y alzarme, poniéndome a salvo y cayendo las dos, yo encima.
-Gracias, gracias. Uf. – le agradecí resoplando con fuerza, haciéndome a un lado y quedando sentada con los brazos tendidos junto a ella. – Creía que me despeñaba. – comenté muy agitada. Ella también parecía cansada por el esfuerzo y la tensión vivida en un instante. – Sí, estoy bien. Pero creo que no lo habría contado si no es por ti. – le respondí agradecida a su pregunta con una sonrisa tímida, algo que ya era raro en mí. Y justo después se cuestionó abandonar la misión, yo ya había agotado una de las vidas que tenía hoy, no era cuestión de volver a tentar la suerte. – Creo que mejor lo dejamos para otro día. Si decimos al maestro lo que pasó nos expulsarán del colegio directamente. – le comenté sonriente y jadeante, apartándome el flequillo de la cara, tanta amabilidad por parte de Cassandra era hasta extraña. – Anda, vayámonos. – le comenté con una sonrisa, tendiéndole la mano para ayudarla a levantarse.
Teníamos que volver a Beltrexus pues estaba anocheciendo, pero no nos alejamos ni dos metros del acantilado hasta que, de nuevo, el camino se volvió a hundir bajo nuestros pies, sólo que ahora fuimos las dos engullidas por una enorme cavidad. Un enorme pasadizo que nos engulló hacia el interior de la tierra.
Al utilizar Cassandra la tierra de los alrededores para crear la plataforma, lo que había hecho en realidad fue desplazar la tierra de una zona contigua, por lo que para crear la plataforma generó al lado una dolina o hueco de tierra vacía a escasos metros nuestros que, al pisar, nos introdujo hacia una de las cavidades de tipo karst propias de los acantilados, que son generadas por la inclusión del agua de mar en las rocas y su desgaste con el paso de millones de años.
Tras casi un minuto de descenso por rocas, terminamos llegando a una especie de cueva interna paralela al borde del precipicio. Tosí un par de veces para alejar el polvo que se había introducido hasta mis pulmones. El lugar estaba muy oscuro, pero la luz amarillenta casi rojiza se colaba por los huecos formados. Estaba a punto de oscurecer.
Intenté hacer amago de volver por donde habíamos venido, pero era imposible. Era demasiado angosto y vertical y no estaba iluminado. - ¡Estamos atrapadas! – grité con desesperación – Pronto anochecerá y nos quedaremos sin luz. Nadie nos encontrará aquí. – auguré. A saber siquiera si el lugar al que habíamos llegado tenía una salida por otra parte o simplemente concluía en el acantilado. Estábamos bien jodidas, y ante la desesperación no tardé en llevarme las manos a la cabeza. No se escuchaba mucho, sólo el agua circular tímidamente por un arroyo cercano.
De repente y mientras Cassandra aún maljuraba, vi una sombra aproximarse a lo lejos, andando a cuatro patas, un tipo encorvado y prácticamente desnudo únicamente tapado por un taparrabos. Me asusté tanto que cogí a la bruja y la escondí angustiada en un recoveco en la pared, haciéndole señas para que se callase. Pronto aquella extraña criatura tan amorfa comenzó a hablar.
-Hmmmm. Thaddeus huele sangre fresca. – comentó aquel hombre. – Hoy Thaddeus no comerá sangre de alacrán. Hoy Thaddeus comerá como un rey. – comentó aquel misterioso hombre a cuatro patas. – Hmmm. Thaddeus huele a la sangre de ¡Anastasia! - esta frase hizo que se me encogiera el corazón.
- ¡Anastasia! ¿Eres tú? ¿Has venido a visitarme? – comenzó a preguntar al vacío.
Caminaba muy despacio, a la vera del río. - ¿Q-Qué es "eso", C-Cassandra? – le susurré temblorosa, muy asustada, señalando al monstruo, que estaba de espaldas a nosotras. - ¿Y cómo sabe como me llamo? – continué. Tenía mucho miedo. Las dos parecíamos igual de acobardadas. Yo al menos jamás había luchado contra nadie en mi vida, y allí no había nadie para ayudarnos, no teníamos más armas que nuestros poderes y jamás nos encontrarían allí mismo.
La rubia generó una pequeña plataforma de tierra a mis pies lo suficientemente grande como para poder sostenerme, aunque como no confiaba en sus capacidades tampoco me atrevía a apoyarme demasiado que temía que terminara por partirse y caerme al precipicio. La bruja elevó la roca con su telequinesis y sumado a su fuerza pudo agarrarme bien y alzarme, poniéndome a salvo y cayendo las dos, yo encima.
-Gracias, gracias. Uf. – le agradecí resoplando con fuerza, haciéndome a un lado y quedando sentada con los brazos tendidos junto a ella. – Creía que me despeñaba. – comenté muy agitada. Ella también parecía cansada por el esfuerzo y la tensión vivida en un instante. – Sí, estoy bien. Pero creo que no lo habría contado si no es por ti. – le respondí agradecida a su pregunta con una sonrisa tímida, algo que ya era raro en mí. Y justo después se cuestionó abandonar la misión, yo ya había agotado una de las vidas que tenía hoy, no era cuestión de volver a tentar la suerte. – Creo que mejor lo dejamos para otro día. Si decimos al maestro lo que pasó nos expulsarán del colegio directamente. – le comenté sonriente y jadeante, apartándome el flequillo de la cara, tanta amabilidad por parte de Cassandra era hasta extraña. – Anda, vayámonos. – le comenté con una sonrisa, tendiéndole la mano para ayudarla a levantarse.
Teníamos que volver a Beltrexus pues estaba anocheciendo, pero no nos alejamos ni dos metros del acantilado hasta que, de nuevo, el camino se volvió a hundir bajo nuestros pies, sólo que ahora fuimos las dos engullidas por una enorme cavidad. Un enorme pasadizo que nos engulló hacia el interior de la tierra.
Al utilizar Cassandra la tierra de los alrededores para crear la plataforma, lo que había hecho en realidad fue desplazar la tierra de una zona contigua, por lo que para crear la plataforma generó al lado una dolina o hueco de tierra vacía a escasos metros nuestros que, al pisar, nos introdujo hacia una de las cavidades de tipo karst propias de los acantilados, que son generadas por la inclusión del agua de mar en las rocas y su desgaste con el paso de millones de años.
Tras casi un minuto de descenso por rocas, terminamos llegando a una especie de cueva interna paralela al borde del precipicio. Tosí un par de veces para alejar el polvo que se había introducido hasta mis pulmones. El lugar estaba muy oscuro, pero la luz amarillenta casi rojiza se colaba por los huecos formados. Estaba a punto de oscurecer.
Intenté hacer amago de volver por donde habíamos venido, pero era imposible. Era demasiado angosto y vertical y no estaba iluminado. - ¡Estamos atrapadas! – grité con desesperación – Pronto anochecerá y nos quedaremos sin luz. Nadie nos encontrará aquí. – auguré. A saber siquiera si el lugar al que habíamos llegado tenía una salida por otra parte o simplemente concluía en el acantilado. Estábamos bien jodidas, y ante la desesperación no tardé en llevarme las manos a la cabeza. No se escuchaba mucho, sólo el agua circular tímidamente por un arroyo cercano.
De repente y mientras Cassandra aún maljuraba, vi una sombra aproximarse a lo lejos, andando a cuatro patas, un tipo encorvado y prácticamente desnudo únicamente tapado por un taparrabos. Me asusté tanto que cogí a la bruja y la escondí angustiada en un recoveco en la pared, haciéndole señas para que se callase. Pronto aquella extraña criatura tan amorfa comenzó a hablar.
-Hmmmm. Thaddeus huele sangre fresca. – comentó aquel hombre. – Hoy Thaddeus no comerá sangre de alacrán. Hoy Thaddeus comerá como un rey. – comentó aquel misterioso hombre a cuatro patas. – Hmmm. Thaddeus huele a la sangre de ¡Anastasia! - esta frase hizo que se me encogiera el corazón.
- ¡Anastasia! ¿Eres tú? ¿Has venido a visitarme? – comenzó a preguntar al vacío.
Caminaba muy despacio, a la vera del río. - ¿Q-Qué es "eso", C-Cassandra? – le susurré temblorosa, muy asustada, señalando al monstruo, que estaba de espaldas a nosotras. - ¿Y cómo sabe como me llamo? – continué. Tenía mucho miedo. Las dos parecíamos igual de acobardadas. Yo al menos jamás había luchado contra nadie en mi vida, y allí no había nadie para ayudarnos, no teníamos más armas que nuestros poderes y jamás nos encontrarían allí mismo.
Anastasia Boisson
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Re: [Cerrado] Huracán y Cassandra {Privado} {Pasado}
- Yo también lo creí… -Resoplé igual que ella y la miré cuando se apartó de mí. Quedamos tiradas en el acantilado y no sabía por cuanto tiempo, pero me temblaban las piernas por el susto que me había pegado. Ella agradeció mi ayuda con una sonrisa. Sí que se había asustado, sí, para llegar a sonreír cuando eso no era típico de ella. Más bien, se pasaba el día refunfuñando y con cara de perro. Pero bueno, le devolví la sonrisa y tendí mi mano cuando me ayudó a levantarme. Creo que estábamos demasiado amables por los nervios, en otra circunstancia ya le habría dado un tortazo por haber sido tan descuidada y haberme puesto en esa situación. La verdad es que no me había gustado nada el ver que podía caerse, por muy mal que me llevase con ella.
Ambas habíamos desistido de conseguir los pergaminos, estábamos todavía muy asustadas como para acercarnos otra vez al risco. Así que decidimos volver a casa antes de que alguien se enterase de lo que había pasado. Creo que después de este susto, la bronca que me iban a echar en casa ya pasaba a un segundo plano.
Suspiré mirando el cielo de nuevo. - No llegaré ya a... - Lo que estaba diciendo quedó interrumpido por mi propio grito cuando noté que el suelo se hundió bajo nuestros pies. En ese momento sí que me asusté. Comenzamos a caer por unos túneles hasta acabar en el suelo de una cueva. Era imposible saber si yo había caído sobre ella, ella sobre mí, ambas sobre una piedra… Estaba totalmente desconcertada después de una caída tan larga. ¡Qué miedo! Ni siquiera sabía dónde estábamos. Tosí y me incorporé con esfuerzo. - ¡Ay! - Me quejé. Me dolía todo por el golpe y el uniforme estaba lleno de polvo. -¿Qué ha pasado? - Quise saber, aun confusa, tratando de ubicarme. Los últimos rayos del sol se colaban entre las grietas, pero no ayudaban mucho a distinguir el lugar donde nos encontrábamos. Anastasia estaba intentando trepar pero fracasó. Por mi parte, yo estaba intentando ver dónde estábamos, pero nada. No tenía ni idea. Eso me ponía más nerviosa aún. - ¡Joder! ¿¡Dónde estamos!? ¡Maldita sea! ¡Está anocheciendo y estamos atrapadas! - Eso ya lo había dicho Anastasia. - ¿Por qué me tiene que pasar todo a mí? A la mierda la fiesta, a la mierda Kellan, a la mierda ¡todo! - Pegué una patada a una roca. - ¡Vamos a morir aqu…! - Mi enfado quedó acallado por Anastasia, quien me empujó al recoveco de una de las paredes y me empezó a hacer señas para que me callase. Tan cabreada estaba que no me había dado cuenta que una sombra se aproximaba. Ni siquiera había visto qué era eso hasta que me asomé ligeramente, y al instante volví a pegarme contra la pared con la cara blanca. ¡Era horrible! Y encima hablaba.
Miré a Anastasia, que estaba pegada a mí, cuando dijo que olía a su sangre. Le agarré el brazo y la mano con fuerza, pues también estaba asustadísima. No sabía qué mierdas era eso, pero era amorfo y caminaba a cuatro patas. Estaba temblando sin darme cuenta, sujetando a mi compañera. Me encogí de hombros cuando preguntó, aunque más bien era causado por el miedo, que me hacía encogerme para tratar de esconderme mejor. - No sé. - Esa era la respuesta a las dos preguntas de Anastasia, y mi voz temblaba tanto como la suya. - ¿Le conoces? Que… Tú te juntas con raros. - Los nervios y el miedo me estaban llevando a decir tonterías que pretendían rebajar la tensión, pero sólo escuchar esos pasitos al lado del río, el miedo aumentaba. - Y si le damos una patada… Y que se lo lleve la corriente. - Propuse entre susurros. - No quiero quedarme aquí con esa cosa cerca. - Apenas podía escuchar mi propia voz de tan bajito que hablaba. Bueno, mientras me escuchase Anastasia era suficiente. Era un plan de mierda pero en mi mente funcionaría, una idea parecía arriesgada y simple, pero no iba a permitir que ese bicho nos hiciera nada y mucho menos ahora que estaba anocheciendo. Con mucho esfuerzo por mi parte solté a mi compañera. - Vale… A la de tres… - No quería contar ni salir, pero era lo único que se me ocurría. - Una… Dos… Tres… - Tardé unos segundos más en salir, pero lo hice, sin pensarlo.
Así, de golpe, salí con intención de arrearle una patada que lo hiciera caer al río. Pero ni el agua tenía tanta corriente, ni era tan profundo como para hacer que se ahogase. Y, encima, el bicho ese se giró de golpe al verme. - Mierda. - Eso lo había pensado y también dicho en voz alta. El hombre amorfo empezó a avanzar hacia mí con una sonrisa en la cara, mostrando unos afilados colmillos.
- Thaddeus nota mucha sangre… Deliciosa sangre. - Sonrió más y yo mientras iba retrocediendo, tropezándome con las rocas.
- ¡Atrás! ¡Atrás! - Grité extendiendo la mano, muerta de miedo, mientras seguía marchando de espaldas. - ¡Si me haces algo no pasarás de esta noche vivo! - La amenaza no sabía si iba a ser efectiva o no, porque si no nos encontraban tampoco podrían ayudarnos. Al final, mi paso torpe y sin mirar al suelo, hizo que me cayera al tropezar con unas rocas, golpeándome la espalda contra el suelo.
- Thaddeus quiere la sangre de Anastasia, pero esta también es deliciosa… - El tipo prosiguió como si nada y usando mi poder hice que cayeran a su lado varias estalactitas, aunque sólo una le acertó en el hombro, haciendo que se enfadase más todavía. No quería decirle dónde estaba mi compañera.
- ¡Si me haces algo echaré la cueva abajo! ¡Quedarás enterrado! - Traté de amenazar de otro modo, buscando usar mis poderes de cualquier forma. Otra idea de mierda.
Haciendo caso omiso se abalanzó sobre mí, que seguía tendida en el suelo tratando de retroceder.
Ambas habíamos desistido de conseguir los pergaminos, estábamos todavía muy asustadas como para acercarnos otra vez al risco. Así que decidimos volver a casa antes de que alguien se enterase de lo que había pasado. Creo que después de este susto, la bronca que me iban a echar en casa ya pasaba a un segundo plano.
Suspiré mirando el cielo de nuevo. - No llegaré ya a... - Lo que estaba diciendo quedó interrumpido por mi propio grito cuando noté que el suelo se hundió bajo nuestros pies. En ese momento sí que me asusté. Comenzamos a caer por unos túneles hasta acabar en el suelo de una cueva. Era imposible saber si yo había caído sobre ella, ella sobre mí, ambas sobre una piedra… Estaba totalmente desconcertada después de una caída tan larga. ¡Qué miedo! Ni siquiera sabía dónde estábamos. Tosí y me incorporé con esfuerzo. - ¡Ay! - Me quejé. Me dolía todo por el golpe y el uniforme estaba lleno de polvo. -¿Qué ha pasado? - Quise saber, aun confusa, tratando de ubicarme. Los últimos rayos del sol se colaban entre las grietas, pero no ayudaban mucho a distinguir el lugar donde nos encontrábamos. Anastasia estaba intentando trepar pero fracasó. Por mi parte, yo estaba intentando ver dónde estábamos, pero nada. No tenía ni idea. Eso me ponía más nerviosa aún. - ¡Joder! ¿¡Dónde estamos!? ¡Maldita sea! ¡Está anocheciendo y estamos atrapadas! - Eso ya lo había dicho Anastasia. - ¿Por qué me tiene que pasar todo a mí? A la mierda la fiesta, a la mierda Kellan, a la mierda ¡todo! - Pegué una patada a una roca. - ¡Vamos a morir aqu…! - Mi enfado quedó acallado por Anastasia, quien me empujó al recoveco de una de las paredes y me empezó a hacer señas para que me callase. Tan cabreada estaba que no me había dado cuenta que una sombra se aproximaba. Ni siquiera había visto qué era eso hasta que me asomé ligeramente, y al instante volví a pegarme contra la pared con la cara blanca. ¡Era horrible! Y encima hablaba.
Miré a Anastasia, que estaba pegada a mí, cuando dijo que olía a su sangre. Le agarré el brazo y la mano con fuerza, pues también estaba asustadísima. No sabía qué mierdas era eso, pero era amorfo y caminaba a cuatro patas. Estaba temblando sin darme cuenta, sujetando a mi compañera. Me encogí de hombros cuando preguntó, aunque más bien era causado por el miedo, que me hacía encogerme para tratar de esconderme mejor. - No sé. - Esa era la respuesta a las dos preguntas de Anastasia, y mi voz temblaba tanto como la suya. - ¿Le conoces? Que… Tú te juntas con raros. - Los nervios y el miedo me estaban llevando a decir tonterías que pretendían rebajar la tensión, pero sólo escuchar esos pasitos al lado del río, el miedo aumentaba. - Y si le damos una patada… Y que se lo lleve la corriente. - Propuse entre susurros. - No quiero quedarme aquí con esa cosa cerca. - Apenas podía escuchar mi propia voz de tan bajito que hablaba. Bueno, mientras me escuchase Anastasia era suficiente. Era un plan de mierda pero en mi mente funcionaría, una idea parecía arriesgada y simple, pero no iba a permitir que ese bicho nos hiciera nada y mucho menos ahora que estaba anocheciendo. Con mucho esfuerzo por mi parte solté a mi compañera. - Vale… A la de tres… - No quería contar ni salir, pero era lo único que se me ocurría. - Una… Dos… Tres… - Tardé unos segundos más en salir, pero lo hice, sin pensarlo.
Así, de golpe, salí con intención de arrearle una patada que lo hiciera caer al río. Pero ni el agua tenía tanta corriente, ni era tan profundo como para hacer que se ahogase. Y, encima, el bicho ese se giró de golpe al verme. - Mierda. - Eso lo había pensado y también dicho en voz alta. El hombre amorfo empezó a avanzar hacia mí con una sonrisa en la cara, mostrando unos afilados colmillos.
- Thaddeus nota mucha sangre… Deliciosa sangre. - Sonrió más y yo mientras iba retrocediendo, tropezándome con las rocas.
- ¡Atrás! ¡Atrás! - Grité extendiendo la mano, muerta de miedo, mientras seguía marchando de espaldas. - ¡Si me haces algo no pasarás de esta noche vivo! - La amenaza no sabía si iba a ser efectiva o no, porque si no nos encontraban tampoco podrían ayudarnos. Al final, mi paso torpe y sin mirar al suelo, hizo que me cayera al tropezar con unas rocas, golpeándome la espalda contra el suelo.
- Thaddeus quiere la sangre de Anastasia, pero esta también es deliciosa… - El tipo prosiguió como si nada y usando mi poder hice que cayeran a su lado varias estalactitas, aunque sólo una le acertó en el hombro, haciendo que se enfadase más todavía. No quería decirle dónde estaba mi compañera.
- ¡Si me haces algo echaré la cueva abajo! ¡Quedarás enterrado! - Traté de amenazar de otro modo, buscando usar mis poderes de cualquier forma. Otra idea de mierda.
Haciendo caso omiso se abalanzó sobre mí, que seguía tendida en el suelo tratando de retroceder.
Cassandra C. Harrowmont
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Re: [Cerrado] Huracán y Cassandra {Privado} {Pasado}
Cassandra se había cuestionado si conocía de algo a ese monstruo. - ¿Pero tú eres tonta o qué te pasa? ¿De qué voy a conocer yo a ese? – refunfuñé entre susurros. En principio creía que había sido una pregunta de las suyas para hacerme cabrear pero no, ¡encima la tía lo había preguntado con total convicción! Si no le debiera una por haberme salvado le habría puesto el otro ojo morado.
Su idea era darle una patada y dejar que se lo llevara la corriente. - Menudo plan de mierda. ¿Eso es lo mejor que se te ocurre? – Sí. Aquel era otro de los planes cutres de Cassandra. Pero era la mejor opción. Luego contó hasta tres para salir a la vez y, cuando contó hasta tres, ambas hicimos el amago de salir a por el bicho, pero al final ninguna se lanzó. Nos miramos con duda un segundo. – Venga, ahora sí. – y salimos al frente.
Cassandra le arreó una patada que lo tiró al río interior. Pero éste tenía un caudal muy pequeño y el animal salió rápidamente, oliendo su sangre interna. Yo aproveché para esconderme detrás de una piedra, quizás aún pudiera sorprenderlo. Cassandra se había asustado y tropezado, por lo que terminó en el suelo, por lo que estaba a merced de la criatura, que se acercaba a ella relamiéndose y buscando su sangre. No había duda, aquel monstruo era un vampiro. El primero que veía en mi vida. Lo cierto es que no me los imaginaba así de escuálidos y muertos de hambre. En los libros los ponían como apuestos hombres fuertes y seductores que no envejecían. Qué decepción.
La criatura se encaró con mi compañera, que desde el suelo se defendía como hacía conmigo. Amenazando con el poder económico de papá Harrowmont. Será inútil. ¿Qué le importará a ese monstruo si ni siquiera nos encontrarían cuando acabase con nosotras? Iba a morder a Cass y tenía que hacer algo.
Salí detrás de la roca rodando por el suelo en una pirueta tan bonita como innecesaria, creyéndome la heroína de las novelas que leía, y conjuré el hechizo que más me gustaba, tal y como me había enseñado el maestro Dorian, empujando con fuerza el brazo izquierdo hacia delante. - ¡Ash balla ná! – Generé así una corriente de aire que esperara hiciera que el bicho saliera por los aires, pero aún no tenía muy dominada la técnica y no hizo nada a parte de hacer trastabillar un paso al bicho y peinarle un poco mejor los pocos pelos que tenía. Eso sí, llamé su atención.
-¡Oh! ¡Anastasia! ¡La sangre de Anastasia huele muy sabrosa para Thaddeus! – el monstruo se olvidó de Cassandra y se fue a por mí.
-¡Ash balla ná! – repetí impulsando de nuevo hacia delante el brazo, con más fuerza que antes. Se escuchó el sonido de la onda, pero la brisa de nuevo había sido muy floja. - ¡Ash balla ná! ¡Ash balla ná! ¡Ash balla ná! – Lo dije tres veces moviendo los brazos otras tantas, a ver si así colaba. Pero nada, cada cual era más floja que la anterior.
No me salía bien el hechizo. Mierda de poderes de mestiza. Rechisté con fastidio mientras la criatura venía a por mí. El monstruo me hablaba, y yo estaba considerablemente asustada.
-Anastasia. ¿Eres tú Anastasia? – saltó hasta una roca cercana evitando pasar por la luz. Sus ojos brillaban en rojo carmesí en la oscuridad. – Snif Snif. – olfateó un par de veces por mi pierna, los ropajes de la larga túnica. – Hueles a Anastasia, la sangre de Anastasia es la mejor que Thaddeus ha probado. – comentó. – Y de eso hace ya casi veinte años.
-Eh… Yo… - el monstruo circulaba a mi lado. Sentía el rozar de su pierna contra la mía. Se iba a lanzar contra mí en cualquier momento. Tenía que decir algo. – Yo no soy Anastasia. – respondí muy rápido cerrando los ojos.
La criatura me miró extrañada, abrió los ojos como platos y tomó una distancia prudencial con respecto a mí.
-¿Entonces, si no eres Anastasia pero hueles a ella, quién eres? – preguntó la criatura extrañada. – Thaddeus estaba convencido de que eras tú. Pero tal vez sea cierto, tu rostro es algo distinto. - ¿Le puedes decir tu nombre a Thaddeus?
-Soy… Eh… - comencé a pensar un nombre. Joder. Ahora mismo no me salía ninguno. Comencé a pensar en todo mirando a Cassandra. No se me ocurría nada creíble. Y el monstruo parecía que iba a lanzarse. Como sentía soplar el viento por el interior de la cabeza, dije lo primero que se me vino a la cabeza. – Huracán. – respondí clara, cerrando los ojos. – Me llamo Huracán. – Era la primera mierda que se me había ocurrido. Menuda basura de nombre me había inventado. ¡Ahora sí que la había cagado y nos iba a pillar! ¿Quién podría creerse algo así?
-¿Huracán? – me miró extrañado el vampiro. Que parecía una criatura totalmente estúpida. – Thaddeus encuentra tu nombre muy raro. Nunca había conocido a nadie llamado así. – el cuadrúpedo se llevó un dedo a la boca. – Bueno sí, los vientos fuertes son huracanes, ¿no? – preguntó asustado. - ¡Ay! Los huracanes de las islas han hecho mucho daño al hogar de Thaddeus. Le asustan mucho. A Thaddeus no le gustan los huracanes. – no la pude ver más gorda.
-¡Sí! ¡Exacto! – aplaudí excitada y le señalé con el índice. – Y si no nos dejas salir y tratas de beber mi sangre, entonces me convertiré en mi verdadera forma de huracán y te barreré la cueva. – le amenacé frunciendo el ceño, tratando de asustarlo poniendo cara de mala, las manos a la altura de la cabeza y agarrotando los dedos. Se me daba mejor en persona. - ¡Buuuuu! - le grité. - ¡Algún día todos me temeréis tan sólo con escuchar mi nombre! - Quizás eso había sobrado pero me vine arriba. A mis dieciséis años fardaba más de lo que debía.
El vampiro se fue a una esquina y comenzó a chillar, sujetándose la cabeza como si lo fuera a matar. Miré con una sonrisa a Cass. ¡Menúdo estúpido!
-¡No! ¡Huracanes no! ¡Thaddeus teme a los huracanes! ¿Por qué los dioses tan poco condescendientes con Thaddeus? – preguntó a voces.
Miré entonces a Cassandra, tensé la boca y ladeé un poco la cabeza, haciéndole gestos con la palma de la mano para que hiciese algo y diese mayor credibilidad a aquella historia de mierda que se me había ocurrido. Yo ya estaba hueca de ideas. Quizás hasta aquel bicho al final pudiera llevarnos hasta una salida.
Su idea era darle una patada y dejar que se lo llevara la corriente. - Menudo plan de mierda. ¿Eso es lo mejor que se te ocurre? – Sí. Aquel era otro de los planes cutres de Cassandra. Pero era la mejor opción. Luego contó hasta tres para salir a la vez y, cuando contó hasta tres, ambas hicimos el amago de salir a por el bicho, pero al final ninguna se lanzó. Nos miramos con duda un segundo. – Venga, ahora sí. – y salimos al frente.
Cassandra le arreó una patada que lo tiró al río interior. Pero éste tenía un caudal muy pequeño y el animal salió rápidamente, oliendo su sangre interna. Yo aproveché para esconderme detrás de una piedra, quizás aún pudiera sorprenderlo. Cassandra se había asustado y tropezado, por lo que terminó en el suelo, por lo que estaba a merced de la criatura, que se acercaba a ella relamiéndose y buscando su sangre. No había duda, aquel monstruo era un vampiro. El primero que veía en mi vida. Lo cierto es que no me los imaginaba así de escuálidos y muertos de hambre. En los libros los ponían como apuestos hombres fuertes y seductores que no envejecían. Qué decepción.
La criatura se encaró con mi compañera, que desde el suelo se defendía como hacía conmigo. Amenazando con el poder económico de papá Harrowmont. Será inútil. ¿Qué le importará a ese monstruo si ni siquiera nos encontrarían cuando acabase con nosotras? Iba a morder a Cass y tenía que hacer algo.
Salí detrás de la roca rodando por el suelo en una pirueta tan bonita como innecesaria, creyéndome la heroína de las novelas que leía, y conjuré el hechizo que más me gustaba, tal y como me había enseñado el maestro Dorian, empujando con fuerza el brazo izquierdo hacia delante. - ¡Ash balla ná! – Generé así una corriente de aire que esperara hiciera que el bicho saliera por los aires, pero aún no tenía muy dominada la técnica y no hizo nada a parte de hacer trastabillar un paso al bicho y peinarle un poco mejor los pocos pelos que tenía. Eso sí, llamé su atención.
-¡Oh! ¡Anastasia! ¡La sangre de Anastasia huele muy sabrosa para Thaddeus! – el monstruo se olvidó de Cassandra y se fue a por mí.
-¡Ash balla ná! – repetí impulsando de nuevo hacia delante el brazo, con más fuerza que antes. Se escuchó el sonido de la onda, pero la brisa de nuevo había sido muy floja. - ¡Ash balla ná! ¡Ash balla ná! ¡Ash balla ná! – Lo dije tres veces moviendo los brazos otras tantas, a ver si así colaba. Pero nada, cada cual era más floja que la anterior.
No me salía bien el hechizo. Mierda de poderes de mestiza. Rechisté con fastidio mientras la criatura venía a por mí. El monstruo me hablaba, y yo estaba considerablemente asustada.
-Anastasia. ¿Eres tú Anastasia? – saltó hasta una roca cercana evitando pasar por la luz. Sus ojos brillaban en rojo carmesí en la oscuridad. – Snif Snif. – olfateó un par de veces por mi pierna, los ropajes de la larga túnica. – Hueles a Anastasia, la sangre de Anastasia es la mejor que Thaddeus ha probado. – comentó. – Y de eso hace ya casi veinte años.
-Eh… Yo… - el monstruo circulaba a mi lado. Sentía el rozar de su pierna contra la mía. Se iba a lanzar contra mí en cualquier momento. Tenía que decir algo. – Yo no soy Anastasia. – respondí muy rápido cerrando los ojos.
La criatura me miró extrañada, abrió los ojos como platos y tomó una distancia prudencial con respecto a mí.
-¿Entonces, si no eres Anastasia pero hueles a ella, quién eres? – preguntó la criatura extrañada. – Thaddeus estaba convencido de que eras tú. Pero tal vez sea cierto, tu rostro es algo distinto. - ¿Le puedes decir tu nombre a Thaddeus?
-Soy… Eh… - comencé a pensar un nombre. Joder. Ahora mismo no me salía ninguno. Comencé a pensar en todo mirando a Cassandra. No se me ocurría nada creíble. Y el monstruo parecía que iba a lanzarse. Como sentía soplar el viento por el interior de la cabeza, dije lo primero que se me vino a la cabeza. – Huracán. – respondí clara, cerrando los ojos. – Me llamo Huracán. – Era la primera mierda que se me había ocurrido. Menuda basura de nombre me había inventado. ¡Ahora sí que la había cagado y nos iba a pillar! ¿Quién podría creerse algo así?
-¿Huracán? – me miró extrañado el vampiro. Que parecía una criatura totalmente estúpida. – Thaddeus encuentra tu nombre muy raro. Nunca había conocido a nadie llamado así. – el cuadrúpedo se llevó un dedo a la boca. – Bueno sí, los vientos fuertes son huracanes, ¿no? – preguntó asustado. - ¡Ay! Los huracanes de las islas han hecho mucho daño al hogar de Thaddeus. Le asustan mucho. A Thaddeus no le gustan los huracanes. – no la pude ver más gorda.
-¡Sí! ¡Exacto! – aplaudí excitada y le señalé con el índice. – Y si no nos dejas salir y tratas de beber mi sangre, entonces me convertiré en mi verdadera forma de huracán y te barreré la cueva. – le amenacé frunciendo el ceño, tratando de asustarlo poniendo cara de mala, las manos a la altura de la cabeza y agarrotando los dedos. Se me daba mejor en persona. - ¡Buuuuu! - le grité. - ¡Algún día todos me temeréis tan sólo con escuchar mi nombre! - Quizás eso había sobrado pero me vine arriba. A mis dieciséis años fardaba más de lo que debía.
El vampiro se fue a una esquina y comenzó a chillar, sujetándose la cabeza como si lo fuera a matar. Miré con una sonrisa a Cass. ¡Menúdo estúpido!
-¡No! ¡Huracanes no! ¡Thaddeus teme a los huracanes! ¿Por qué los dioses tan poco condescendientes con Thaddeus? – preguntó a voces.
Miré entonces a Cassandra, tensé la boca y ladeé un poco la cabeza, haciéndole gestos con la palma de la mano para que hiciese algo y diese mayor credibilidad a aquella historia de mierda que se me había ocurrido. Yo ya estaba hueca de ideas. Quizás hasta aquel bicho al final pudiera llevarnos hasta una salida.
Anastasia Boisson
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Re: [Cerrado] Huracán y Cassandra {Privado} {Pasado}
Tirada en el suelo miraba al bicho ese casi saltar sobre mí. Las amenazas no le importaban y por más que agitase uno de mis brazos las estalactitas no le daban. De pronto, Anastasia apareció y comenzó a lanzar conjuros que fueron igual de efectivos que los míos. Bueno, peor, porque al menos yo había conseguido hacer caer unas cuantas estalactitas. Si teníamos que contar con sus corrientes de aire mejor darnos por muerta. Siguió intentándolo pero fracasó. Lo único bueno es que conseguía distraer al bicho ese.
Si no hubiésemos estado en esa situación tan peliaguda, mis risotadas las iban a escuchar hasta los pueblos vecinos a Beltrexus. ¿¡Pero cómo se podía ser tan fantasma!? Anastasia empezó a venirse arriba y a decir que se llamaba Huracán. ¿Quién se ponía ese nombre tan cutre? Y todavía se quejaba de mis planes, si viendo esa mierda de nombre que había escogido se merecía que ese bicho saltase sobre ella. Anda que no había nombres reales que se tuvo que poner “Huracán”. Si cuando decía que la chica era tonta…
Para más inri le dijo al bicho que podía transformarse en un huracán de verdad y barrerlo. En serio, si no hubiéramos estado en esa situación estaría igualmente en el suelo, pero riéndome de ella a carcajada limpia.
Pero debía reconocer que estaba funcionando. Ese ser inmundo se fue a un rincón a llorar y gritar sobre el miedo que le daban los huracanes, algo que aprovechó mi compañera para infundirle más temor. ¡Estaba funcionando! Si se lo contaba a alguien fijo que no me creerían. Ese sí era un verdadero plan de mierda y estaba dando resultado. Parecía atónita ante la parafernalia de Anastasia y su buen final. Me incorporé.
Ya teníamos al bicho ese en un rincón, encogido. Miré a la chica, enarcando una ceja cuando dijo que todos temeríamos su nombre. Menuda flipada…
Pero teníamos que continuar con el plan aunque fuese increíble que estuviese funcionando. - Amm. Sí… ¡Te hará daño si se convierte en huracán! - No parecía muy convencida diciendo eso. En mi sano juicio se me había ocurrido decir algo bueno de esa caramurciélago. Así que me costaba bastante. Quería dejarme de palabrería y acabar con él porque como descubriera que Anastasia era sólo una cría que no sabía controlar sus poderes nos iba a atacar. Y ahí sí que estábamos jodidas. - Esos huracanes tan fuertes que hay en las islas son causados por ella. - Señalé a Anastasia, poniendo voz tenebrosa yo también. - ¿Quieres uno en esta cueva?
El monstruo ese chillaba más y se encogía tanto que parecía una bola. - ¡Thaddeus no quiere huracanes! ¡No, no, no!
Todavía seguía flipando porque el plan ese de mierda saliera bien, pero debía aprovechar. - ¡Pues si no quieres huracanes, pórtate bien! - Entonces se me encendió la bombilla. - ¡Y ayúdanos! - Ordené, señalándole con el dedo. - ¿Hay… - carraspeé para tratar de entonar mi voz y que pareciera seria, todavía estaba incrédula. - hay algún pergamino en esta cueva? - Sí, era otro plan de mierda, pero por intentarlo…
El bicho feo ese alzó un poco la cabeza, alternando la vista entre mi compañera y yo, atemorizado. Asintió levemente. Esperé a que dijera algo, pero volvió a ocultarse al cruzar la vista con la de Anastasia. Vale que era fea, pero no hacía falta taparse la cara. - ¿Dónde está? - Insistí. - Llévanos y mi amiga no se convertirá en huracán. - Eso de mi amiga había sobrado, pero quedaba mejor así. Cualquiera que me escuchase llamar “amiga” a una Boisson… ¡Ay, no! Mejor en esa cueva y que nadie más tuviera constancia de eso.
- Ahí dentro. Anastasia lo dejó dentro de la cueva. - Seguía ocultando su rostro y resoplé.
- Llévanos. - Al principio se negó, espetando que mi compañera podía hacerle daño. - Si nos llevas no te hará daño. Y no te dejaré enterrado aquí. - Inquirí, como si yo también tuviese el control total de mis poderes. Más que Anastasia tenía, pero la plataforma esa me había salido de chiripa y… Bueno, sólo había que ver dónde habíamos acabado.
Dudando, el bicho se acercó a nosotras y, sin apartar la mirada, empezó a caminar a cuatro patas cueva adentro. A veces miraba para atrás, asegurándose que no le hacíamos nada.
- No estoy muy segura de esto. ¿Lo hacemos? - Pregunté a Anastasia algo dudosa, sin atreverme a seguir a ese bicho. No sabía si iba a atacarnos o no, o lo que había dentro de la cueva. A ver, que conseguir el pergamino era una buena motivación, sobre todo por la matrícula de honor. A lo mejor así me levantaban el castigo que me iban a poner por haber sido expulsada y por no aparecer por casa a la hora a la salida de clase. Que, por cierto, ¿qué hora sería? La cueva estaba más oscura que cuando habíamos entrado. Ya me estaba imaginando las voces de mi madre cuando abriese la puerta. Pero si les llevaba la matrícula a lo mejor suavizaba la chapa.
Pero tenerla a costa de mi vida. Estaba acojonada y no quería avanzar por la cueva, que estaba muy oscura. - ¿No queréis el pergamino? Thaddeus os está llevando a donde está. - Agarré a Anastasia del brazo y le di un ligero tirón para entrar. O las dos o ninguna, pero yo sola me negaba. A pesar de que nos estaba guiando, caminaba muy suavecito, tratando de hacer el menor ruido posible, aunque era imposible que el eco no retumbase por todas las paredes de la cueva.
- ¡¡AY!! - El revoloteo de un murciélago hizo que me asustara y le diera un tirón más fuerte a mi compañera.
El bicho ese se giró por el susto que se llevó y sonrió de lado. - ¿Tienes miedo a los murciélagos? - Rápidamente negué y le insté a que siguiera caminando.
Si no hubiésemos estado en esa situación tan peliaguda, mis risotadas las iban a escuchar hasta los pueblos vecinos a Beltrexus. ¿¡Pero cómo se podía ser tan fantasma!? Anastasia empezó a venirse arriba y a decir que se llamaba Huracán. ¿Quién se ponía ese nombre tan cutre? Y todavía se quejaba de mis planes, si viendo esa mierda de nombre que había escogido se merecía que ese bicho saltase sobre ella. Anda que no había nombres reales que se tuvo que poner “Huracán”. Si cuando decía que la chica era tonta…
Para más inri le dijo al bicho que podía transformarse en un huracán de verdad y barrerlo. En serio, si no hubiéramos estado en esa situación estaría igualmente en el suelo, pero riéndome de ella a carcajada limpia.
Pero debía reconocer que estaba funcionando. Ese ser inmundo se fue a un rincón a llorar y gritar sobre el miedo que le daban los huracanes, algo que aprovechó mi compañera para infundirle más temor. ¡Estaba funcionando! Si se lo contaba a alguien fijo que no me creerían. Ese sí era un verdadero plan de mierda y estaba dando resultado. Parecía atónita ante la parafernalia de Anastasia y su buen final. Me incorporé.
Ya teníamos al bicho ese en un rincón, encogido. Miré a la chica, enarcando una ceja cuando dijo que todos temeríamos su nombre. Menuda flipada…
Pero teníamos que continuar con el plan aunque fuese increíble que estuviese funcionando. - Amm. Sí… ¡Te hará daño si se convierte en huracán! - No parecía muy convencida diciendo eso. En mi sano juicio se me había ocurrido decir algo bueno de esa caramurciélago. Así que me costaba bastante. Quería dejarme de palabrería y acabar con él porque como descubriera que Anastasia era sólo una cría que no sabía controlar sus poderes nos iba a atacar. Y ahí sí que estábamos jodidas. - Esos huracanes tan fuertes que hay en las islas son causados por ella. - Señalé a Anastasia, poniendo voz tenebrosa yo también. - ¿Quieres uno en esta cueva?
El monstruo ese chillaba más y se encogía tanto que parecía una bola. - ¡Thaddeus no quiere huracanes! ¡No, no, no!
Todavía seguía flipando porque el plan ese de mierda saliera bien, pero debía aprovechar. - ¡Pues si no quieres huracanes, pórtate bien! - Entonces se me encendió la bombilla. - ¡Y ayúdanos! - Ordené, señalándole con el dedo. - ¿Hay… - carraspeé para tratar de entonar mi voz y que pareciera seria, todavía estaba incrédula. - hay algún pergamino en esta cueva? - Sí, era otro plan de mierda, pero por intentarlo…
El bicho feo ese alzó un poco la cabeza, alternando la vista entre mi compañera y yo, atemorizado. Asintió levemente. Esperé a que dijera algo, pero volvió a ocultarse al cruzar la vista con la de Anastasia. Vale que era fea, pero no hacía falta taparse la cara. - ¿Dónde está? - Insistí. - Llévanos y mi amiga no se convertirá en huracán. - Eso de mi amiga había sobrado, pero quedaba mejor así. Cualquiera que me escuchase llamar “amiga” a una Boisson… ¡Ay, no! Mejor en esa cueva y que nadie más tuviera constancia de eso.
- Ahí dentro. Anastasia lo dejó dentro de la cueva. - Seguía ocultando su rostro y resoplé.
- Llévanos. - Al principio se negó, espetando que mi compañera podía hacerle daño. - Si nos llevas no te hará daño. Y no te dejaré enterrado aquí. - Inquirí, como si yo también tuviese el control total de mis poderes. Más que Anastasia tenía, pero la plataforma esa me había salido de chiripa y… Bueno, sólo había que ver dónde habíamos acabado.
Dudando, el bicho se acercó a nosotras y, sin apartar la mirada, empezó a caminar a cuatro patas cueva adentro. A veces miraba para atrás, asegurándose que no le hacíamos nada.
- No estoy muy segura de esto. ¿Lo hacemos? - Pregunté a Anastasia algo dudosa, sin atreverme a seguir a ese bicho. No sabía si iba a atacarnos o no, o lo que había dentro de la cueva. A ver, que conseguir el pergamino era una buena motivación, sobre todo por la matrícula de honor. A lo mejor así me levantaban el castigo que me iban a poner por haber sido expulsada y por no aparecer por casa a la hora a la salida de clase. Que, por cierto, ¿qué hora sería? La cueva estaba más oscura que cuando habíamos entrado. Ya me estaba imaginando las voces de mi madre cuando abriese la puerta. Pero si les llevaba la matrícula a lo mejor suavizaba la chapa.
Pero tenerla a costa de mi vida. Estaba acojonada y no quería avanzar por la cueva, que estaba muy oscura. - ¿No queréis el pergamino? Thaddeus os está llevando a donde está. - Agarré a Anastasia del brazo y le di un ligero tirón para entrar. O las dos o ninguna, pero yo sola me negaba. A pesar de que nos estaba guiando, caminaba muy suavecito, tratando de hacer el menor ruido posible, aunque era imposible que el eco no retumbase por todas las paredes de la cueva.
- ¡¡AY!! - El revoloteo de un murciélago hizo que me asustara y le diera un tirón más fuerte a mi compañera.
El bicho ese se giró por el susto que se llevó y sonrió de lado. - ¿Tienes miedo a los murciélagos? - Rápidamente negué y le insté a que siguiera caminando.
Cassandra C. Harrowmont
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Re: [Cerrado] Huracán y Cassandra {Privado} {Pasado}
Era el momento de ganar psicológicamente a aquel monstruito. Mi compañera rápidamente corrió a apoyarme y a continuar sus amenazas. Pero lejos de pedirle cómo salir de la cueva, le preguntó acerca del pergamino. La miré sorprendida. Pero lo mejor era que el vampiro parecía saber la ubicación de éste. Normal. Si vivía allí desde hace siglos había tenido tiempo para recorrer los entramados de las cavernas miles de horas.
Le pidió que fuéramos, pero lo que más gracia me hizo fue que utilizó la palabra “amiga”. Solté una única carcajada bastante seca. Y el bicho, que no lo entendió y más bien asustado, comenzó a caminar. - ¿Amiga? ¿Ahora somos amigas, Harrowmont? – le susurré comenzando a caminar haciendo equilibrios con los brazos para evitar no caerme de piedra en piedra.
Lo cierto es que me asustaba bastante. Y a Cassandra también parecía acongojarla de manera considerable. Ahí dentro no se veía nada pues la cueva apenas iluminaba la roca. Sólo se veían los ojos rojos de vampiro de aquel monstruo brillar, yo nunca había visto uno y estaba muy asustada. – N-No lo s-sé. – contesté con la voz temblorosa. Luego me agarré a su brazo y después a la mano, apretándola con mucha fuerza. Con tensión. - ¿T-te cojo la mano vale? Ya sé q-que no nos caemos bien pero es para q-que no nos perd-damos. ¿Vale? – Entré en conflicto con un “yo” interno que me decía “odias a Cassandra” y otro que me decía “por lo que más quieras no te separes de ella”. Cass también se agarró de mi brazo y así, juntas y miedosas, fuimos avanzando.
Un murciélago salió en determinado momento y Cassandra chilló como la niña pija que era. Yo aguanté la compostura como una campeona. El bicho nos miró con duda, reflexivo acerca de la entereza que habíamos asegurado tener. ¡Harrowmont casi tira por la borda nuestros planes! Ahora ya habíamos ido a buscar el pergamino y no podíamos abandonar. -Aquí es. – indicó Thaddeus después de más de veinte minutos de caminata por un angosto camino. Era increíble que el agua fuese capaz de abrir tanto hueco en el interior de la tierra.
-Thaddeus os advierte que tengáis cuidado con las escaleras. – Y es que habíamos llegado a una parte muy elevada y por poco me vuelvo a despeñar al llegar al filo de un precipicio. El agua calaba por un pequeño patio central, dando la sensación de que estaba lloviendo. Una especie de hongos y raíces de nirn luminiscentes que crecían por allí daban una luz azulada a la estancia, permitiendo verla con relativa claridad. - ¡Oh! ¡Es lo más hermoso que he visto nunca! – exclamé, soltando el brazo de Cass, con los ojos brillantes, repleto de ilusión. Sabía que las islas habían pertenecido hace más de tres mil años a los orejaspicudas, y había restos como trozos de murallas o piedras sueltas que habían pertenecido a los mismos. Pero aquel lugar estaba tan bien conservado que me parecía increíble que alguien pudiese haber vivido allí. Lógico. ¿Quién a parte de Thaddeus conocía aquella ubicación y podía acceder? Aquel lugar era prácticamente inaccesible y nosotras estábamos siendo testigos de la riqueza y poder de los antiguos habitantes de las islas. Aquellos pilares y aquellas columnas se mantenían impolutos y la estructura, aunque estaba desgastada, había aguantado muy bien el paso de los años.
-El pergamino que habéis pedido a Thaddeus está dentro de aquella cámara. – y a cuatro patas nos señaló a un pequeño recinto cerrado al que velozmente me encaminé. El lugar era precioso, pero ya habíamos vivido bastantes aventuras. Había que salir y tomarlo.
Allí estaba, dentro del templo, el pergamino que nadie jamás sino Mortagglia había encontrado. Cerrado e impoluto, pertenecía a los elfos. Si bien estaba por ver como siendo tan amante de las colecciones y los objetos poderosos no se lo llevó. Yo pensaba llevárselo al maestro Dorian para enfundarme el bello traje de los cazadores y a la maestra Pantine para que revocara mi sanción y me diera la matrícula que me merecía.
Poco después comenzamos a ver una escena. Tenía lugar allí mismo. Había una joven poco mayor que nosotras, enfundada en los mismos ropajes que nos había enseñado el maestro Dorian.
-No sé si esto funcionara. ¿Se me escucha? Bueno, me da un poco igual. – la joven dubitativa trasteaba con el pergamino. Lo posó en su sitio y se giró hacia una piedra, donde había posado un segundo pergamino. Era una especie de espectro que no interactuaba con nosotros. – Bien. Mi nombre es Anastasia di Miraclo. Sea quien sea el que está viendo esto, que sepa que está ante un pergamino de ilusión. No tiene ningún valor. Seguro que tal vez tú mismo sepas configurarlos. – rió. Y levantó la mano. – El auténtico lo tengo yo. Aquí. ¿Lo ves? – lo mostró, estaba muy contenta y graciosa. – Los elfos no eran tan estúpidos como creía y parece que ya tenían problemas con los chupasangres. Este pergamino. – lo volvió a señalar con fuerza. – Es un tutorial que enseña a los vampiros a controlar mentes para manejar grandes ejércitos. ¡Y lo dejaron en estas ruinas! Al alcance de cualquiera. ¿Qué pasaría si lo encuentra un vampiro? En esta cueva mismamente hay uno, aunque es imbécil. Se ha escondido de mí cuando iba a matarlo cual alimaña que es. – explicó. Mortagglia ya mostraba odio desde joven. - Tengo que destruir este pergamino. Si los chupasangres se hacen con él... ¿Os imagináis Lunargenta dominada por vampiros? No. Eso nunca pasará. Porque pergaminos como este permanecerán en las manos de una cazadora de vampiros como yo. ¿Mejor míos que de los maestros no crees? – alzó una ceja. - ¿O acaso sabes para qué quieren los maestros? – rió. – Deja que me ría. Ellos llevan décadas buscándolo, pero son tan inútiles que son incapaces de dar con él. Mejor jugar con la ilusión de los jóvenes, ¿verdad? ¿Qué te han ofrecido? ¿Una matrícula? ¡Patético! – rió y se acercó al mismo. – No intentes reproducirlo de nuevo, no funcionará. Sólo tiene un uso. – Y entonces, la ilusión desapareció.
Miré a Cassandra desangelada - Ella... – estaba asustada. Sin duda. Era Mortagglia. Luego miré apenada el pergamino que tenía en mi mano. – Es falso. – aún así, tal vez valiese para la matrícula.
Le pidió que fuéramos, pero lo que más gracia me hizo fue que utilizó la palabra “amiga”. Solté una única carcajada bastante seca. Y el bicho, que no lo entendió y más bien asustado, comenzó a caminar. - ¿Amiga? ¿Ahora somos amigas, Harrowmont? – le susurré comenzando a caminar haciendo equilibrios con los brazos para evitar no caerme de piedra en piedra.
Lo cierto es que me asustaba bastante. Y a Cassandra también parecía acongojarla de manera considerable. Ahí dentro no se veía nada pues la cueva apenas iluminaba la roca. Sólo se veían los ojos rojos de vampiro de aquel monstruo brillar, yo nunca había visto uno y estaba muy asustada. – N-No lo s-sé. – contesté con la voz temblorosa. Luego me agarré a su brazo y después a la mano, apretándola con mucha fuerza. Con tensión. - ¿T-te cojo la mano vale? Ya sé q-que no nos caemos bien pero es para q-que no nos perd-damos. ¿Vale? – Entré en conflicto con un “yo” interno que me decía “odias a Cassandra” y otro que me decía “por lo que más quieras no te separes de ella”. Cass también se agarró de mi brazo y así, juntas y miedosas, fuimos avanzando.
Un murciélago salió en determinado momento y Cassandra chilló como la niña pija que era. Yo aguanté la compostura como una campeona. El bicho nos miró con duda, reflexivo acerca de la entereza que habíamos asegurado tener. ¡Harrowmont casi tira por la borda nuestros planes! Ahora ya habíamos ido a buscar el pergamino y no podíamos abandonar. -Aquí es. – indicó Thaddeus después de más de veinte minutos de caminata por un angosto camino. Era increíble que el agua fuese capaz de abrir tanto hueco en el interior de la tierra.
- Pueblito élfico:
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-Thaddeus os advierte que tengáis cuidado con las escaleras. – Y es que habíamos llegado a una parte muy elevada y por poco me vuelvo a despeñar al llegar al filo de un precipicio. El agua calaba por un pequeño patio central, dando la sensación de que estaba lloviendo. Una especie de hongos y raíces de nirn luminiscentes que crecían por allí daban una luz azulada a la estancia, permitiendo verla con relativa claridad. - ¡Oh! ¡Es lo más hermoso que he visto nunca! – exclamé, soltando el brazo de Cass, con los ojos brillantes, repleto de ilusión. Sabía que las islas habían pertenecido hace más de tres mil años a los orejaspicudas, y había restos como trozos de murallas o piedras sueltas que habían pertenecido a los mismos. Pero aquel lugar estaba tan bien conservado que me parecía increíble que alguien pudiese haber vivido allí. Lógico. ¿Quién a parte de Thaddeus conocía aquella ubicación y podía acceder? Aquel lugar era prácticamente inaccesible y nosotras estábamos siendo testigos de la riqueza y poder de los antiguos habitantes de las islas. Aquellos pilares y aquellas columnas se mantenían impolutos y la estructura, aunque estaba desgastada, había aguantado muy bien el paso de los años.
-El pergamino que habéis pedido a Thaddeus está dentro de aquella cámara. – y a cuatro patas nos señaló a un pequeño recinto cerrado al que velozmente me encaminé. El lugar era precioso, pero ya habíamos vivido bastantes aventuras. Había que salir y tomarlo.
Allí estaba, dentro del templo, el pergamino que nadie jamás sino Mortagglia había encontrado. Cerrado e impoluto, pertenecía a los elfos. Si bien estaba por ver como siendo tan amante de las colecciones y los objetos poderosos no se lo llevó. Yo pensaba llevárselo al maestro Dorian para enfundarme el bello traje de los cazadores y a la maestra Pantine para que revocara mi sanción y me diera la matrícula que me merecía.
Poco después comenzamos a ver una escena. Tenía lugar allí mismo. Había una joven poco mayor que nosotras, enfundada en los mismos ropajes que nos había enseñado el maestro Dorian.
- Joven Mortagglia:
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-No sé si esto funcionara. ¿Se me escucha? Bueno, me da un poco igual. – la joven dubitativa trasteaba con el pergamino. Lo posó en su sitio y se giró hacia una piedra, donde había posado un segundo pergamino. Era una especie de espectro que no interactuaba con nosotros. – Bien. Mi nombre es Anastasia di Miraclo. Sea quien sea el que está viendo esto, que sepa que está ante un pergamino de ilusión. No tiene ningún valor. Seguro que tal vez tú mismo sepas configurarlos. – rió. Y levantó la mano. – El auténtico lo tengo yo. Aquí. ¿Lo ves? – lo mostró, estaba muy contenta y graciosa. – Los elfos no eran tan estúpidos como creía y parece que ya tenían problemas con los chupasangres. Este pergamino. – lo volvió a señalar con fuerza. – Es un tutorial que enseña a los vampiros a controlar mentes para manejar grandes ejércitos. ¡Y lo dejaron en estas ruinas! Al alcance de cualquiera. ¿Qué pasaría si lo encuentra un vampiro? En esta cueva mismamente hay uno, aunque es imbécil. Se ha escondido de mí cuando iba a matarlo cual alimaña que es. – explicó. Mortagglia ya mostraba odio desde joven. - Tengo que destruir este pergamino. Si los chupasangres se hacen con él... ¿Os imagináis Lunargenta dominada por vampiros? No. Eso nunca pasará. Porque pergaminos como este permanecerán en las manos de una cazadora de vampiros como yo. ¿Mejor míos que de los maestros no crees? – alzó una ceja. - ¿O acaso sabes para qué quieren los maestros? – rió. – Deja que me ría. Ellos llevan décadas buscándolo, pero son tan inútiles que son incapaces de dar con él. Mejor jugar con la ilusión de los jóvenes, ¿verdad? ¿Qué te han ofrecido? ¿Una matrícula? ¡Patético! – rió y se acercó al mismo. – No intentes reproducirlo de nuevo, no funcionará. Sólo tiene un uso. – Y entonces, la ilusión desapareció.
Miré a Cassandra desangelada - Ella... – estaba asustada. Sin duda. Era Mortagglia. Luego miré apenada el pergamino que tenía en mi mano. – Es falso. – aún así, tal vez valiese para la matrícula.
Anastasia Boisson
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Re: [Cerrado] Huracán y Cassandra {Privado} {Pasado}
- Cállate. - Le dije a Anastasia cuando repitió lo de “amigas”. No podía salir de esa cueva porque no era cierto, esa idiota no era amiga mía, pero era más creíble si la llamaba así. Cualquier cosa por salvar mi vida, que a saber qué podía hacer ese bicho. Empezamos a caminar, temblorosas, aunque yo quería disimularlo, pero era complicado en un sitio así. Pronto se hizo la oscuridad entera y los pasos eran más complicados. - Vale… - Le dije en un susurro a mi compañera cuando me agarró de la mano. Quería parecer que dominaba la situación, pero yo también estaba temblando como ella o más. Sujeté su mano con fuerza, nuestras pieles estaban blancas de la presión tan grande que estábamos ejerciendo la una a la otra. Mis parecían de plomo, me estaba costando avanzar. A ratos tiraba yo de Anastasia, a ratos ella de mí. En mi mente estaba regañándome por haber tenido la idea de mierda de internarnos más en la cueva. Claro, con los últimos rayos de sol colándose entre las grietas y el bicho ese acojonado en una esquina, era más fácil venirse arriba y tirar con todo. Pero ahora en la oscuridad, sin saber bien a dónde nos llevaba y solas en medio de una cueva que a saber qué profundidad tenía… La valentía se había quedado muy atrás. Se notaba.
Los veinte minutos se nos hicieron eternos, yo ya estaba pensando en todo lo que nos podría pasar: caernos en una grieta, que nos atacasen más bichos como Thaddeus, perdernos… ¡De todo! Me estaba acordando de lo a gusto que estaría en mi cama, calentita, en lugar de estar sufriendo por la asquerosa humedad de esa cueva. O de la cena que me podría dar en lugar de estar pasando hambre y estar oliendo a caca de murciélago por todos lados. ¡Qué asco todo! Eso sin contar que me estaba perdiendo la fiesta del año. ¡No! ¡La fiesta del siglo!
Al menos, llegamos a un lugar donde había algo más de luz. Y era mucho más bonito, sin duda. Al principio no sabía qué era, me extrañó mucho ver escaleras y todo eso bajo la cueva, pero después me acordé de qué era. - Es un poblado élfico. - Comenté mientras admiraba el lugar, soltándome de la mano de Anastasia. La verdad es que era precioso, y ella lo resaltó. - ¡Cierto! ¡Es precioso! - Acompañé a la otra chica desde la distancia, mientras bajaba las escaleras que, al igual que el resto del poblado, estaba repleto de hiedras y plantas trepadoras con un tono luminiscente. Los barandales de las escaleras estaban verdes de tanta hoja que había. Acerqué mi dedo a una de las hojas y un poco de esa resina fosforescente se quedó impregnada en mi dedo. Ignorando ya el pergamino, continué cotilleando el poblado. ¿Aún vivirían elfos aquí? Lo más probable es que si había alguno vivirían en las islas, no bajo una cueva. Aunque tampoco me gustaban, así que, por mí, podían quedarse bajo tierra. Pero debía reconocer que todo lo que les rodeaba era mágico, aunque nada que envidiar a nuestra escuela.
Al ver que Anastasia se encaminaba hacia un templo, la seguí. Thaddeus había dicho que era allí donde se encontraba el pergamino. ¿Y ya? No me fiaba de ese tipo en absoluto. Pero aun así avancé con mi compañera hasta toparnos con un pergamino situado en el centro de la sala. Estaba bastante impoluto para haber estado tantos y tantos años ahí. En cuanto llegué a la altura de mi compañera me quedé mirando sorprendida cómo una mujer apareció frente a nosotras, a modo de ilusión. Parecía poco mayor que nosotras, aunque no mucho más. Miré con atención qué hacía, parecía que estaba comunicándose con nosotras, mas era imposible que pudiéramos contestarla. Era un pergamino de ilusión, incluso nosotras sabíamos cómo hacerlos, así que en cuanto la vi se me pasó la idea de querer preguntar cosas. Además, era más interesante lo que estaba contando ella: Anastasia di Miraclo. Era la abuela de mi compañera. Había sido una famosa cazadora y, de hecho, llevaba el traje propio del gremio en esa ilusión. ¡Qué ganas de ponérmelo yo!
Decía que el pergamino real, el que revelaba el secreto para que los vampiros pudieran controlar las mentes de los demás, guardado por los elfos en ese lugar. Me quedé blanca cuando dijo eso y la miré con más expectación. Ojalá hubiéramos podido tener el pergamino original, pero encima decía que los maestros mandaban a los jóvenes a buscarlos. Eso me empezó a enfadar, pues estábamos haciéndoles el trabajo sucio, arriesgando nuestras vidas, por un cacho de papel falso. Y si acaso hubiese estado el verdadero, por algo que no podríamos tener nosotros. Y todo eso, a cambio de una matrícula. ¡Pues claro que quería la matrícula de honor! Pero me sentía engañada y decepcionada. Miré a mi compañera, ella parecía estar igual, incluso asustada.
Suspiré con pesadez, abatida por no haber podido conseguir el pergamino real. Y todavía nos quedaba salir de la cueva. “Llevan décadas buscándolo”, me imaginé al maestro Dorian o a la maestra Pantine tratando de dar con el pergamino, pero sin éxito. ¿Y tenían que mandarnos a los alumnos? Mediante el soborno, claro. ¿Quién sería el estúpido que arriesgaría su vida en el Acantilado? Por lo visto, todos.
- Entonces vámonos. - Suspiré de nuevo, girándome. - Thaddeus, llévanos a la salida. - Le ordené con voz seria. Era hora de largarnos de aquí.
Si acaso ese cacho de papel servía para la matrícula, nos llevaríamos una alegría. Podrían quitarnos el castigo que teníamos y, a lo mejor, serviría para sembrar la paz en mi casa cuando entregase la notificación. Pero era una grandísima desilusión tener uno falso. El verdadero ocultaba grandes secretos que no estaría mal saber… ¡Y más para futuras cazadoras como nosotras! Porque lo íbamos a ser.
El maestro Dorian tendría que dejar que nos probásemos los trajes, pues habíamos colaborado aunque hubiera sido un fracaso de misión.
El vampiro empezó a caminar sobre sus cuatro patas deshaciendo los pasos que habíamos hecho. Al menos ese tipejo nos sacaría de aquí cuanto antes.
- Bueno… - Dije, sin saber bien qué decir ya. Estaba planchada al descubrir que todo había sido un fiasco. Este día era de esos en los que era mejor no levantarte. Habían metido a Anastasia en nuestra clase, pese a que era una mestiza, nos habíamos peleado, estábamos castigadas, nos habían expulsado, nos habían negado probarnos los trajes, yo había perdido mi oportunidad de ir a la fiesta de esa noche, Anastasia casi se despeña por el acantilado, habíamos caído a una cueva, casi nos merienda un vampiro amorfo y el pergamino que tanto ansiábamos era un trozo de papel inútil. Los dioses se estaban cebando demasiado con nosotras hoy. Pero qué remedio… Lo mejor era intentar salir de allí y dormir. - Al menos hemos visto un poblado élfico. Podemos añadirlo a nuestro trabajo de Historia de las Islas Illidenses. - Continué la frase que había dejado en el aire como mejor pude. Teníamos que presentar un trabajo en unos días, y había un tema que hablaba de estos poblados que se encontraban esparcidos por las Islas.
- Thaddeus piensa que os parecéis. - Empezó a hablar el vampiro, mirando a Anastasia y señalando el pergamino, deteniendo su paso un momento. En un principio pensé que había dicho que ella y yo nos parecíamos y casi estuve a punto de darle una patada en la cara por haber dicho semejante tontería. Yo era más alta, más guapa y mucho mejor que Anastasia, pero de pleno. Me alivié cuando vi que sólo se refería a ella con su abuela.
- Nada que ver. Ella es Huracán. - Recordé, usando su sobrenombre, aunque todavía me parecía estúpido. - Ah… - Me dirigí a mi compañera en un susurro. - Lo de "amigas"… Olvídalo. Y que no salga de aquí. - Comenté en tono muy serio. Tenía una reputación que mantener y no iba a dejar que me la jodiese.
Los veinte minutos se nos hicieron eternos, yo ya estaba pensando en todo lo que nos podría pasar: caernos en una grieta, que nos atacasen más bichos como Thaddeus, perdernos… ¡De todo! Me estaba acordando de lo a gusto que estaría en mi cama, calentita, en lugar de estar sufriendo por la asquerosa humedad de esa cueva. O de la cena que me podría dar en lugar de estar pasando hambre y estar oliendo a caca de murciélago por todos lados. ¡Qué asco todo! Eso sin contar que me estaba perdiendo la fiesta del año. ¡No! ¡La fiesta del siglo!
Al menos, llegamos a un lugar donde había algo más de luz. Y era mucho más bonito, sin duda. Al principio no sabía qué era, me extrañó mucho ver escaleras y todo eso bajo la cueva, pero después me acordé de qué era. - Es un poblado élfico. - Comenté mientras admiraba el lugar, soltándome de la mano de Anastasia. La verdad es que era precioso, y ella lo resaltó. - ¡Cierto! ¡Es precioso! - Acompañé a la otra chica desde la distancia, mientras bajaba las escaleras que, al igual que el resto del poblado, estaba repleto de hiedras y plantas trepadoras con un tono luminiscente. Los barandales de las escaleras estaban verdes de tanta hoja que había. Acerqué mi dedo a una de las hojas y un poco de esa resina fosforescente se quedó impregnada en mi dedo. Ignorando ya el pergamino, continué cotilleando el poblado. ¿Aún vivirían elfos aquí? Lo más probable es que si había alguno vivirían en las islas, no bajo una cueva. Aunque tampoco me gustaban, así que, por mí, podían quedarse bajo tierra. Pero debía reconocer que todo lo que les rodeaba era mágico, aunque nada que envidiar a nuestra escuela.
Al ver que Anastasia se encaminaba hacia un templo, la seguí. Thaddeus había dicho que era allí donde se encontraba el pergamino. ¿Y ya? No me fiaba de ese tipo en absoluto. Pero aun así avancé con mi compañera hasta toparnos con un pergamino situado en el centro de la sala. Estaba bastante impoluto para haber estado tantos y tantos años ahí. En cuanto llegué a la altura de mi compañera me quedé mirando sorprendida cómo una mujer apareció frente a nosotras, a modo de ilusión. Parecía poco mayor que nosotras, aunque no mucho más. Miré con atención qué hacía, parecía que estaba comunicándose con nosotras, mas era imposible que pudiéramos contestarla. Era un pergamino de ilusión, incluso nosotras sabíamos cómo hacerlos, así que en cuanto la vi se me pasó la idea de querer preguntar cosas. Además, era más interesante lo que estaba contando ella: Anastasia di Miraclo. Era la abuela de mi compañera. Había sido una famosa cazadora y, de hecho, llevaba el traje propio del gremio en esa ilusión. ¡Qué ganas de ponérmelo yo!
Decía que el pergamino real, el que revelaba el secreto para que los vampiros pudieran controlar las mentes de los demás, guardado por los elfos en ese lugar. Me quedé blanca cuando dijo eso y la miré con más expectación. Ojalá hubiéramos podido tener el pergamino original, pero encima decía que los maestros mandaban a los jóvenes a buscarlos. Eso me empezó a enfadar, pues estábamos haciéndoles el trabajo sucio, arriesgando nuestras vidas, por un cacho de papel falso. Y si acaso hubiese estado el verdadero, por algo que no podríamos tener nosotros. Y todo eso, a cambio de una matrícula. ¡Pues claro que quería la matrícula de honor! Pero me sentía engañada y decepcionada. Miré a mi compañera, ella parecía estar igual, incluso asustada.
Suspiré con pesadez, abatida por no haber podido conseguir el pergamino real. Y todavía nos quedaba salir de la cueva. “Llevan décadas buscándolo”, me imaginé al maestro Dorian o a la maestra Pantine tratando de dar con el pergamino, pero sin éxito. ¿Y tenían que mandarnos a los alumnos? Mediante el soborno, claro. ¿Quién sería el estúpido que arriesgaría su vida en el Acantilado? Por lo visto, todos.
- Entonces vámonos. - Suspiré de nuevo, girándome. - Thaddeus, llévanos a la salida. - Le ordené con voz seria. Era hora de largarnos de aquí.
Si acaso ese cacho de papel servía para la matrícula, nos llevaríamos una alegría. Podrían quitarnos el castigo que teníamos y, a lo mejor, serviría para sembrar la paz en mi casa cuando entregase la notificación. Pero era una grandísima desilusión tener uno falso. El verdadero ocultaba grandes secretos que no estaría mal saber… ¡Y más para futuras cazadoras como nosotras! Porque lo íbamos a ser.
El maestro Dorian tendría que dejar que nos probásemos los trajes, pues habíamos colaborado aunque hubiera sido un fracaso de misión.
El vampiro empezó a caminar sobre sus cuatro patas deshaciendo los pasos que habíamos hecho. Al menos ese tipejo nos sacaría de aquí cuanto antes.
- Bueno… - Dije, sin saber bien qué decir ya. Estaba planchada al descubrir que todo había sido un fiasco. Este día era de esos en los que era mejor no levantarte. Habían metido a Anastasia en nuestra clase, pese a que era una mestiza, nos habíamos peleado, estábamos castigadas, nos habían expulsado, nos habían negado probarnos los trajes, yo había perdido mi oportunidad de ir a la fiesta de esa noche, Anastasia casi se despeña por el acantilado, habíamos caído a una cueva, casi nos merienda un vampiro amorfo y el pergamino que tanto ansiábamos era un trozo de papel inútil. Los dioses se estaban cebando demasiado con nosotras hoy. Pero qué remedio… Lo mejor era intentar salir de allí y dormir. - Al menos hemos visto un poblado élfico. Podemos añadirlo a nuestro trabajo de Historia de las Islas Illidenses. - Continué la frase que había dejado en el aire como mejor pude. Teníamos que presentar un trabajo en unos días, y había un tema que hablaba de estos poblados que se encontraban esparcidos por las Islas.
- Thaddeus piensa que os parecéis. - Empezó a hablar el vampiro, mirando a Anastasia y señalando el pergamino, deteniendo su paso un momento. En un principio pensé que había dicho que ella y yo nos parecíamos y casi estuve a punto de darle una patada en la cara por haber dicho semejante tontería. Yo era más alta, más guapa y mucho mejor que Anastasia, pero de pleno. Me alivié cuando vi que sólo se refería a ella con su abuela.
- Nada que ver. Ella es Huracán. - Recordé, usando su sobrenombre, aunque todavía me parecía estúpido. - Ah… - Me dirigí a mi compañera en un susurro. - Lo de "amigas"… Olvídalo. Y que no salga de aquí. - Comenté en tono muy serio. Tenía una reputación que mantener y no iba a dejar que me la jodiese.
Cassandra C. Harrowmont
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Re: [Cerrado] Huracán y Cassandra {Privado} {Pasado}
Era hora de marchar. Aunque sólo fuera con los trozos del pergamino que se acababa de fragmentar. Los recogí porque confiaba en que la descripción de lo visto bastaría a los maestros Dorian y Pantine para creer que habíamos estado allí, ponernos la matrícula y quitarnos el castigo.
Al final fuimos calmándonos e incluso Cassandra se atrevió a bromear sobre incluir aquel poblado élfico en el trabajo de Historia de las Islas. – Ah, pero que tú pones cosas originales en los trabajos. Yo creía que te los hacía tu padre. – comenté con naturalidad, volvíamos a estar más calmadas y, de nuevo, seguíamos en las mismas.
Thaddeus, que nos estaba guiando a la salida, comentó que nos parecíamos. A lo que ambas pusimos la misma cara. Cassandra rápidamente lo negó al afirmar que yo era Huracán. Pseudónimo del que me sentía orgullosa, y con el que el bicho casi se tambalea asustado al oírlo de nuevo. Pero finalmente el animal se refería a mi parecido con mi abuela. No lo sabía. Esperaba que fuese sólo parecido físico, porque si no... – Puedes jurarlo. Nada saldrá de aquí. – respondí con confianza a la negativa de Cassandra a comentar algo de lo sucedido aquella misma noche. Ella seguiría siendo la tocapelotas de simpre. Pero encontraría la manera de vengarme, aunque fuera poniéndole el otro ojo morado.
-Thaddeus no puede seguiros más allá. Thaddeus vivirá en esta cueva por siempre. – nos llevó a un túnel muy estrecho que se cerraba y era ascendente, parecía casi imposible entrar por ahí. Pero parecía lógico que el lugar estuviese tan escondido y protegido, la entrada alternativa no podía ser obvia o de lo contrario la habrían encontrado.- Por si queréis haceros amigos de él.
-¡Adiós Thaddeus! – me despedí feliz con la mano. - Vendremos a verte en un tiempo y te traeremos un regalo. – Juro que aquello lo dije con toda la felicidad del mundo fruto de haber conseguido el objetivo y sin la clásica ironía que me caracterizaría años después. Pero lo que no esperaba el bueno de Thaddeus era que Cass y yo cumpliríamos nuestra palabra. El regalo sería una bandada de flechas fruto de uno de nuestros primeros entrenamientos como cazadoras de vampiros. A fin de cuentas era un vampiro flacucho, un buen “sparring” para practicar.
Subimos por el túnel y terminamos saliendo por debajo de una especie de roca prácticamente inaccesible en medio del bosque. Primero lideré la salida y después ayudé a Cass a arrastrarse. Bastante mal lo estaría pasando la pobre con la de gusanos e insectos que había bajo aquel peñasco. Pero lo bueno era que por fin estábamos en tierra firme.
-Bueno, lo hemos hecho. – completé, cogiendo el pergamino partido que había guardado. Luego tomé una parte y se la di a Cass. – Toma. Te doy la mitad de los trozos. Así tendremos la misma nota. – los conté para asegurarme bien. Pero eran impares. – Este lo tiramos. – dije con el último. No quería que me pusieran una décima más a mí o a ella por si acaso llevábamos un trozo más o menos. Como si eso fuera lo verdaderamente importante. – Es muy tarde para ir a ver al maestro. Se lo damos mañana. A ver si llegas a la fiesta esa. ¿Sabes que el otro día vi a Kellan tonteando con Georgina? – Comenté de una manera aparentemente inocente escondiendo un puñal. Sabía que Cassandra andaba por él y era una buena ocasión para hacerla picar.
Ahora quedaba encontrar el camino a casa. Pero era de noche cerrado en el bosque, y tenía cierto miedo por los animales. Ograrcks, lobos, jabalíes. Había mucha fauna libre. Ir solas podía ser imprudente. – Harrowmont, ¿podemos ser amigas hasta que lleguemos a Beltrexus? Luego ya no. – le propuse. Y no esperaba un “no” por respuesta. Seguro que tampoco ella quería ir sola por el bosque.
Afortunadamente, el viaje pronto concluyó y terminamos llegando a Beltrexus ya en la noche cerrada. Se veían las luces del fuego del lugar en el que tenía lugar la fiesta. Pero yo una vez me sentía en mi “zona de seguridad” pasaría y me iría a mi casa. No me gustaban las fiestas. La gente sólo bebía, follaba y se emborrachaba. Además, a mí nadie me invitaba jamás. Yo no era tan guay ni tan chula como la pija de mi lado. – Pásalo bien. – dije en una voz seca, claramente entristecida pues nunca nadie me había invitado. Y antes de que nadie nos viera, o eso creía, me separé de ella, rodeando el muro de la casa.
Craso error pues ahí estaban Tebas, Annelise, Alexa, el gordo Louis, y demás palmeros. Les miré de reojo, tratando de pasar desapercibida. Pero ellos que estaban con sus vasos fuera, rápidamente nos vieron.
-¡Es Cass! – gritó Tebas. Era el imbécil que me había tirado la goma al principio del día. - ¡Está con la mestiza! – rápidamente sus amigos me cortaron el paso. - ¡Eh! ¡Tú! ¿Por qué has pegado a Cass esta tarde? – y me dio un empujón y me tiró al suelo.
-Déjame. – Dije con la cabeza gacha, después de quedar petrificada unos segundos.
-Tú no vas a ninguna parte, mestiza. – Alexa vino por detrás y me tiró de los pelos, grité de dolor. - ¿Por qué vienes con ella, Cass? Desde que te llevó la profesora estuvimos muy preocupados por ti. – le comentó, agarrándome por los pelos. Tebas me agarraba por los pies y yo pataleaba chillando y tratando de liberarme.
*Off: Cass, tienes permiso para que tus amigos me den una paliza,si quieres xD. ¡Recordaré lo que me hagas para bien y para mal, capulla!
Al final fuimos calmándonos e incluso Cassandra se atrevió a bromear sobre incluir aquel poblado élfico en el trabajo de Historia de las Islas. – Ah, pero que tú pones cosas originales en los trabajos. Yo creía que te los hacía tu padre. – comenté con naturalidad, volvíamos a estar más calmadas y, de nuevo, seguíamos en las mismas.
Thaddeus, que nos estaba guiando a la salida, comentó que nos parecíamos. A lo que ambas pusimos la misma cara. Cassandra rápidamente lo negó al afirmar que yo era Huracán. Pseudónimo del que me sentía orgullosa, y con el que el bicho casi se tambalea asustado al oírlo de nuevo. Pero finalmente el animal se refería a mi parecido con mi abuela. No lo sabía. Esperaba que fuese sólo parecido físico, porque si no... – Puedes jurarlo. Nada saldrá de aquí. – respondí con confianza a la negativa de Cassandra a comentar algo de lo sucedido aquella misma noche. Ella seguiría siendo la tocapelotas de simpre. Pero encontraría la manera de vengarme, aunque fuera poniéndole el otro ojo morado.
-Thaddeus no puede seguiros más allá. Thaddeus vivirá en esta cueva por siempre. – nos llevó a un túnel muy estrecho que se cerraba y era ascendente, parecía casi imposible entrar por ahí. Pero parecía lógico que el lugar estuviese tan escondido y protegido, la entrada alternativa no podía ser obvia o de lo contrario la habrían encontrado.- Por si queréis haceros amigos de él.
-¡Adiós Thaddeus! – me despedí feliz con la mano. - Vendremos a verte en un tiempo y te traeremos un regalo. – Juro que aquello lo dije con toda la felicidad del mundo fruto de haber conseguido el objetivo y sin la clásica ironía que me caracterizaría años después. Pero lo que no esperaba el bueno de Thaddeus era que Cass y yo cumpliríamos nuestra palabra. El regalo sería una bandada de flechas fruto de uno de nuestros primeros entrenamientos como cazadoras de vampiros. A fin de cuentas era un vampiro flacucho, un buen “sparring” para practicar.
Subimos por el túnel y terminamos saliendo por debajo de una especie de roca prácticamente inaccesible en medio del bosque. Primero lideré la salida y después ayudé a Cass a arrastrarse. Bastante mal lo estaría pasando la pobre con la de gusanos e insectos que había bajo aquel peñasco. Pero lo bueno era que por fin estábamos en tierra firme.
-Bueno, lo hemos hecho. – completé, cogiendo el pergamino partido que había guardado. Luego tomé una parte y se la di a Cass. – Toma. Te doy la mitad de los trozos. Así tendremos la misma nota. – los conté para asegurarme bien. Pero eran impares. – Este lo tiramos. – dije con el último. No quería que me pusieran una décima más a mí o a ella por si acaso llevábamos un trozo más o menos. Como si eso fuera lo verdaderamente importante. – Es muy tarde para ir a ver al maestro. Se lo damos mañana. A ver si llegas a la fiesta esa. ¿Sabes que el otro día vi a Kellan tonteando con Georgina? – Comenté de una manera aparentemente inocente escondiendo un puñal. Sabía que Cassandra andaba por él y era una buena ocasión para hacerla picar.
Ahora quedaba encontrar el camino a casa. Pero era de noche cerrado en el bosque, y tenía cierto miedo por los animales. Ograrcks, lobos, jabalíes. Había mucha fauna libre. Ir solas podía ser imprudente. – Harrowmont, ¿podemos ser amigas hasta que lleguemos a Beltrexus? Luego ya no. – le propuse. Y no esperaba un “no” por respuesta. Seguro que tampoco ella quería ir sola por el bosque.
Afortunadamente, el viaje pronto concluyó y terminamos llegando a Beltrexus ya en la noche cerrada. Se veían las luces del fuego del lugar en el que tenía lugar la fiesta. Pero yo una vez me sentía en mi “zona de seguridad” pasaría y me iría a mi casa. No me gustaban las fiestas. La gente sólo bebía, follaba y se emborrachaba. Además, a mí nadie me invitaba jamás. Yo no era tan guay ni tan chula como la pija de mi lado. – Pásalo bien. – dije en una voz seca, claramente entristecida pues nunca nadie me había invitado. Y antes de que nadie nos viera, o eso creía, me separé de ella, rodeando el muro de la casa.
Craso error pues ahí estaban Tebas, Annelise, Alexa, el gordo Louis, y demás palmeros. Les miré de reojo, tratando de pasar desapercibida. Pero ellos que estaban con sus vasos fuera, rápidamente nos vieron.
-¡Es Cass! – gritó Tebas. Era el imbécil que me había tirado la goma al principio del día. - ¡Está con la mestiza! – rápidamente sus amigos me cortaron el paso. - ¡Eh! ¡Tú! ¿Por qué has pegado a Cass esta tarde? – y me dio un empujón y me tiró al suelo.
-Déjame. – Dije con la cabeza gacha, después de quedar petrificada unos segundos.
-Tú no vas a ninguna parte, mestiza. – Alexa vino por detrás y me tiró de los pelos, grité de dolor. - ¿Por qué vienes con ella, Cass? Desde que te llevó la profesora estuvimos muy preocupados por ti. – le comentó, agarrándome por los pelos. Tebas me agarraba por los pies y yo pataleaba chillando y tratando de liberarme.
*Off: Cass, tienes permiso para que tus amigos me den una paliza,si quieres xD. ¡Recordaré lo que me hagas para bien y para mal, capulla!
Anastasia Boisson
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Re: [Cerrado] Huracán y Cassandra {Privado} {Pasado}
Miré a Anastasia levantando una ceja. - Y yo creía que eras estúpida. Y he comprobado que lo eres. - Quería quedar por encima de ella cuando dijo que pensaba que los trabajos me los hacía mi padre. No, de eso nada. Los había yo, él estaba demasiado ocupado así que, como mucho, podía pedirle una pequeña ayuda, o a mi madre. Pero no me ayudaban lo suficiente como para que el trabajo estuviese hecho por ellos. Siempre me habían dicho que debía hacerlos yo solita.
Lo bueno es que, a pesar de nuestras rencillas, nada de lo sucedido en la cueva saldría de ahí. Ni nuestra “amistad” temporal, ni nuestra cooperación, ni nada de eso. Así que podía estar contenta, mi imagen iba a seguir siendo la misma y no se vería manchada por el haber querido ayudar a la mestiza. Para que luego dijera que era mala, encima que la trataba bien.
Seguimos caminando hasta que Thaddeus nos guió hasta la salida y empezamos a subir para irnos de allí cuanto antes. Ella sí se despidió, yo no. Vamos, ni de coña me iba a volver a ver ese bicho en la cueva, por mucho que Anastasia hubiera dicho de regresar a darle un regalo. Que volviese ella si quería. A mí ahí no me iban a ver el pelo. Con cierta dificultad conseguimos salir e, incluso, ella me ayudó en el último tramo. - ¡Iugh! ¡Qué asco! - Me sacudí los bichos que se habían quedado pegados a mi uniforme una vez que estuve en tierra firme. Ya era de noche y estábamos en medio del bosque. ¡Genial! Me imaginaba que el castigo iba a acabar siendo como el de un preso de la Base por tantos cargos que me iban a echar encima cuando llegase a casa. Suspiré, tenía que pensar una excusa cuanto antes si quería reducir mi pena. Mientras tanto, Anastasia dejó en mi mano cachos del pergamino, que se había desfragmentado. La miré con interés mientras ella comentaba que teníamos exactamente los mismos, así ninguna conseguiría unas décimas más. Si yo hubiera repartido el pergamino estaba segura que me guardaría el trozo impar para ganar puntos. Pero ella había sido honrada. - Gracias. No sé si ya llegaré a la fiesta, tengo que volver a casa, arreglarme y todo eso. Y ya es tarde. - Me lamenté. Con estas pintas no podía ir a ningún lado. Las costureras me habían hecho un vestido precioso, a medida, para poder ir a la fiesta. Pero al final no iba a estrenarlo. - No tontea con Georgina, idiota, son amigos. - Dije algo picada, aunque luego mi tono cambió a uno chulesco, señalándome - Además, si hace algo me da igual. Yo sólo quiero ver si los rumores sobre él son ciertos. - Traté de arreglarlo para que pareciera que me daba igual, aunque si tenía que ser sincera, me había picado bastante y no quería pensar en que él estaría en la fiesta liándose con otra. Vamos, la iba a arrastrar de los pelos a quien fuera y a él le iba a reventar los dientes. Yo tenía que quedar por encima de todos. - Pero, vamos, tú no sabes nada de estas cosas, no te quiere nadie, así que... - La miré con superioridad, como si hubiese descubierto algo increíble y luego chasqué la lengua para darle más importancia a lo que había dicho.
Me venía bastante arriba cuando hablaba de ligues y gente que estaba por mí. Solía exagerar bastante en ese aspecto, pero estaba claro que siendo tan popular como yo, no se pasaba desapercibida.
Comenzamos a caminar pero rápido empezamos a volvernos más lentas, igual que en la cueva. Cuando me dijo de retomar la amistad hasta salir del bosque acepté sin dudarlo. Yo ese bosque no lo cruzaba sola ni cuando estaba borracha, ¡qué miedo! Había toda clase de animales que nos podían hacer mucho daño, así que lo mejor era que fuéramos las dos. Tregua hasta el final del bosque, y así fue.
Llegamos a la villa y nos separamos, aunque ni con esas pudimos evitar que mis amigos nos vieran juntas y rápido se abalanzaron contra Anastasia, ante mi atónita mirada. Sí, la odiaba, pero me había ayudado en la cueva. Verla tirada en el suelo me estaba causando impresión, algo que no solía pasarme nunca. - Eh…- Farfullé sin enterarme muy bien de todo, estaba como perdida mirando la escenita. Me quería vengar por lo del ojo pero, así, tan de sorpresa. Que llegasen y se abalanzasen contra ella tan de golpe…
Pero tampoco podía decirles que parasen, si no la estaría ayudando, y eso tampoco podía hacerlo. Era Anastasia Boisson, no era bienvenida a nuestro círculo. ¿Y si les decía que la dejasen y luego me dejaban ellos de lado? Además, me estaban defendiendo. Alexa la soltó de los pelos y Louis la agarró de los brazos. Así, entre los dos, se la llevaron dentro de la casa, donde estaban los demás. Ella continuaba pataleando y retorciéndose para intentar liberarse, pero de esos ya era más difícil.
- ¿Cassie? - Preguntó Alexa, moviendo la mano frente a mí, extrañada.
- ¿Eh? - Repetí. - ¡Ah! Gracias por preocuparos… Esto… Al final me castigaron y me han expulsado por su culpa. - Señalé hacia la dirección donde se habían llevado a Anastasia. Luego me encogí de hombros. - Pero bueno, vamos a conseguir la matrícula.
- ¿Lo saben tus padres? - Negué.
- No he llegado a casa aún. Si estábamos juntas porque habíamos terminado de conseguir el pergamino. Y se nos hizo tarde… Ya sabes… Nos perdimos. - La cara de Alexa era un cuadro, tenía las cejas arrugadas, expresando confusión. -¿Qué?
- No, nada. No pensábamos que aguantaras todo el día con la mestiza.
- Después de que me hayan expulsado teníamos que conseguir el pergamino sí o sí, no puedo presentarme en casa con la nota de la profesora así sin más. Al menos si llevo la matrícula…
- Pues sí… - Hizo una mueca e intentó animarme, frotando sus manos en mis brazos.
- ¡Vamos, Cassie! ¡Seguro que tus padres lo entenderán! ¡Les vas a llevar una matrícula! Ninguno la hemos conseguido. - Ella también intentó animarme. - ¡Ahora olvídate de eso y vamos a la fiesta! ¡Nos lo estamos pasando genial y Kellan ya ha preguntado varias veces por ti! - La cara de Annalise era de completa alegría, seguramente llevase más de tres copas de hidromiel.
- Pero… Yo no puedo aparecer en la fiesta con estas pintas, chicas. - Me señalé. Ni de coña iba a ir así ante mis compañeros. Estaba llena de tierra, despeinada, sin maquillaje y sin un vestido bonito. Ni hablar. A mí que no me vieran.
Mientras tanto, los chicos se habían llevado a Anastasia dentro de la casa, lo que ya de entrada causó la risa de todos al verla ahí, llena de suciedad. Nadie quería a la mestiza cerca y se notaba.
- Shh, shh, parad. - Kellan se acercó a ella con una copa metálica llena de hidromiel. - Es nuestra invitada. ¡Además es su primera fiesta! Tenemos que tratarla bien. - Rió. - ¿Quieres una copa? Es hidromiel. - Extendió el brazo para que la cogiera, pero le lanzó el líquido a la cara. - Espero que te guste. - Soltó entre risas, acompañadas de las de los presentes.
- A esta no le des nada, ha pegado a Cassie esta tarde. - Comentó Tebas, dándole un golpe en la cabeza a la chica. - Encima por la espalda. Es una cobarde.
Justo en ese momento entraba yo, acompañada de Alexa y Annalise, quienes me habían convencido para entrar. Ellas me prestarían ropa, me peinarían y maquillarían para estar perfecta. Todos se quedaron atónitos mirándome. Kellan avanzó hacia mí, aún con la copa en la mano y me dio un beso, pasándome la mano por los hombros. - ¡Por fin has llegado! -Estaba sonriendo y yo correspondí esa sonrisa antes de mirar qué estaba sucediendo en la casa.
De ella se estaban riendo por su aspecto, a mí comenzaron a halagarme por haber conseguido la matrícula. Annalise lo había gritado al entrar en la casa. Vi a Anastasia con la cara empapada y luego al resto, cómo se reían. - ¿En serio has tenido que aguantar a la mestiza todo el día? - Preguntaban. - ¡Por los dioses, Cass! ¡Qué paciencia! ¿¡Y no la has tirado por el acantilado!? - Siguieron las risas y yo trataba de poner mi mejor cara. No, no la había tirado, de no ser por mí se habría caído. Y por más que la odiase no quería cargar con la muerte de nadie a mis espaldas.
- Si me disculpáis, debo arreglarme un poco. - Sonreí de lado y señalé las escaleras. - No puedo estar así en una fiesta. ¿Me podéis traer una copa de hidromiel, por favor? - Sabía que alguien me la traería.
- ¡Eh! ¿Por qué no arreglamos a la cara-murciélago? Es una fiesta… - El tono de Alexa era maquiavélico. Corriendo fue al mueble donde se guardaban las tijeras y sacó unas de plata. Tenía la intención de cortarle el pelo a Anastasia. - A lo mejor hasta la ponemos guapa. - Todos volvieron a reír.
-Ya que te pones, arregla su traje, mira cómo lo lleva. - Aportó una muchacha que sujetaba una copa de hidromiel bastante rebosante. - Ponle algo de escote. A lo mejor conseguimos que algún chico se fije en ella. - Rió.
- Mientras no le arreglen la cara… - Contestó Tebas, haciendo un gesto de asco.Yo quise subir corriendo a buscar el vestido que había dicho Annalise que me tenía preparado, pero no era capaz de moverme de ahí hasta que no vi cómo mi amiga ponía las tijeras en el cuello de la prenda de Anastasia y hacia un corte hacia abajo, rompiéndoselo hasta la altura del estómago. Tebas y Louis seguían agarrándola y riéndose.
- Así estás mejor… Sólo falta el pelo. - Sonrió satisfecha al ver su obra.
- ¡Para! - Avancé hacia donde estaba la chica y le quité las tijeras a Alexa. Todos me volvieron a mirar sorprendidos. Estaba defendiendo a la mestiza.
- ¿Cass…?
- No es por ella. - Intenté mirarla con desprecio. - Esto es una fiesta para nosotros. No quiero que la mestiza esté aquí. Suficiente la he tenido que aguantar hoy durante todo el día, como para aguantarla también por la noche. De eso nada. Así que ya la estáis echando de aquí. No la quiero tener cerca, es odiosa. - Resoplé. Sonaba muy convincente, porque de verdad creía en lo que decía. Pero lo había hecho, en el fondo, para que dejasen de meterse con ella de esa forma tan cruel. Y más, después de que ella me había ayudado. - Echadla, que se largue. No quiero que esté aquí. - Reafirmé, pasando la mirada por todos los presentes, que rápido me hicieron caso. Entendían que ese no era el sitio de Anastasia, y Tebas y Louis la empujaron hacia la puerta y la echaron. - Dadle una capa para que se tape. Da vergüenza verla así con todo roto. - Susurré a Alexa que, fastidiada me hizo caso también y le tiró una capa a las escaleras. Se notaba a quién tenían que obedecer.
Ahora ya sí podía continuar la fiesta. En mi aparente calma porque ya no se encontraba en el mismo lugar que yo se escondía la culpabilidad de haber permitido que hicieran eso con la muchacha, aunque era más fácil disfrazarlo y evitar pensar en eso con un par de copas de hidromiel.
Lo bueno es que, a pesar de nuestras rencillas, nada de lo sucedido en la cueva saldría de ahí. Ni nuestra “amistad” temporal, ni nuestra cooperación, ni nada de eso. Así que podía estar contenta, mi imagen iba a seguir siendo la misma y no se vería manchada por el haber querido ayudar a la mestiza. Para que luego dijera que era mala, encima que la trataba bien.
Seguimos caminando hasta que Thaddeus nos guió hasta la salida y empezamos a subir para irnos de allí cuanto antes. Ella sí se despidió, yo no. Vamos, ni de coña me iba a volver a ver ese bicho en la cueva, por mucho que Anastasia hubiera dicho de regresar a darle un regalo. Que volviese ella si quería. A mí ahí no me iban a ver el pelo. Con cierta dificultad conseguimos salir e, incluso, ella me ayudó en el último tramo. - ¡Iugh! ¡Qué asco! - Me sacudí los bichos que se habían quedado pegados a mi uniforme una vez que estuve en tierra firme. Ya era de noche y estábamos en medio del bosque. ¡Genial! Me imaginaba que el castigo iba a acabar siendo como el de un preso de la Base por tantos cargos que me iban a echar encima cuando llegase a casa. Suspiré, tenía que pensar una excusa cuanto antes si quería reducir mi pena. Mientras tanto, Anastasia dejó en mi mano cachos del pergamino, que se había desfragmentado. La miré con interés mientras ella comentaba que teníamos exactamente los mismos, así ninguna conseguiría unas décimas más. Si yo hubiera repartido el pergamino estaba segura que me guardaría el trozo impar para ganar puntos. Pero ella había sido honrada. - Gracias. No sé si ya llegaré a la fiesta, tengo que volver a casa, arreglarme y todo eso. Y ya es tarde. - Me lamenté. Con estas pintas no podía ir a ningún lado. Las costureras me habían hecho un vestido precioso, a medida, para poder ir a la fiesta. Pero al final no iba a estrenarlo. - No tontea con Georgina, idiota, son amigos. - Dije algo picada, aunque luego mi tono cambió a uno chulesco, señalándome - Además, si hace algo me da igual. Yo sólo quiero ver si los rumores sobre él son ciertos. - Traté de arreglarlo para que pareciera que me daba igual, aunque si tenía que ser sincera, me había picado bastante y no quería pensar en que él estaría en la fiesta liándose con otra. Vamos, la iba a arrastrar de los pelos a quien fuera y a él le iba a reventar los dientes. Yo tenía que quedar por encima de todos. - Pero, vamos, tú no sabes nada de estas cosas, no te quiere nadie, así que... - La miré con superioridad, como si hubiese descubierto algo increíble y luego chasqué la lengua para darle más importancia a lo que había dicho.
Me venía bastante arriba cuando hablaba de ligues y gente que estaba por mí. Solía exagerar bastante en ese aspecto, pero estaba claro que siendo tan popular como yo, no se pasaba desapercibida.
Comenzamos a caminar pero rápido empezamos a volvernos más lentas, igual que en la cueva. Cuando me dijo de retomar la amistad hasta salir del bosque acepté sin dudarlo. Yo ese bosque no lo cruzaba sola ni cuando estaba borracha, ¡qué miedo! Había toda clase de animales que nos podían hacer mucho daño, así que lo mejor era que fuéramos las dos. Tregua hasta el final del bosque, y así fue.
Llegamos a la villa y nos separamos, aunque ni con esas pudimos evitar que mis amigos nos vieran juntas y rápido se abalanzaron contra Anastasia, ante mi atónita mirada. Sí, la odiaba, pero me había ayudado en la cueva. Verla tirada en el suelo me estaba causando impresión, algo que no solía pasarme nunca. - Eh…- Farfullé sin enterarme muy bien de todo, estaba como perdida mirando la escenita. Me quería vengar por lo del ojo pero, así, tan de sorpresa. Que llegasen y se abalanzasen contra ella tan de golpe…
Pero tampoco podía decirles que parasen, si no la estaría ayudando, y eso tampoco podía hacerlo. Era Anastasia Boisson, no era bienvenida a nuestro círculo. ¿Y si les decía que la dejasen y luego me dejaban ellos de lado? Además, me estaban defendiendo. Alexa la soltó de los pelos y Louis la agarró de los brazos. Así, entre los dos, se la llevaron dentro de la casa, donde estaban los demás. Ella continuaba pataleando y retorciéndose para intentar liberarse, pero de esos ya era más difícil.
- ¿Cassie? - Preguntó Alexa, moviendo la mano frente a mí, extrañada.
- ¿Eh? - Repetí. - ¡Ah! Gracias por preocuparos… Esto… Al final me castigaron y me han expulsado por su culpa. - Señalé hacia la dirección donde se habían llevado a Anastasia. Luego me encogí de hombros. - Pero bueno, vamos a conseguir la matrícula.
- ¿Lo saben tus padres? - Negué.
- No he llegado a casa aún. Si estábamos juntas porque habíamos terminado de conseguir el pergamino. Y se nos hizo tarde… Ya sabes… Nos perdimos. - La cara de Alexa era un cuadro, tenía las cejas arrugadas, expresando confusión. -¿Qué?
- No, nada. No pensábamos que aguantaras todo el día con la mestiza.
- Después de que me hayan expulsado teníamos que conseguir el pergamino sí o sí, no puedo presentarme en casa con la nota de la profesora así sin más. Al menos si llevo la matrícula…
- Pues sí… - Hizo una mueca e intentó animarme, frotando sus manos en mis brazos.
- ¡Vamos, Cassie! ¡Seguro que tus padres lo entenderán! ¡Les vas a llevar una matrícula! Ninguno la hemos conseguido. - Ella también intentó animarme. - ¡Ahora olvídate de eso y vamos a la fiesta! ¡Nos lo estamos pasando genial y Kellan ya ha preguntado varias veces por ti! - La cara de Annalise era de completa alegría, seguramente llevase más de tres copas de hidromiel.
- Pero… Yo no puedo aparecer en la fiesta con estas pintas, chicas. - Me señalé. Ni de coña iba a ir así ante mis compañeros. Estaba llena de tierra, despeinada, sin maquillaje y sin un vestido bonito. Ni hablar. A mí que no me vieran.
Mientras tanto, los chicos se habían llevado a Anastasia dentro de la casa, lo que ya de entrada causó la risa de todos al verla ahí, llena de suciedad. Nadie quería a la mestiza cerca y se notaba.
- Shh, shh, parad. - Kellan se acercó a ella con una copa metálica llena de hidromiel. - Es nuestra invitada. ¡Además es su primera fiesta! Tenemos que tratarla bien. - Rió. - ¿Quieres una copa? Es hidromiel. - Extendió el brazo para que la cogiera, pero le lanzó el líquido a la cara. - Espero que te guste. - Soltó entre risas, acompañadas de las de los presentes.
- A esta no le des nada, ha pegado a Cassie esta tarde. - Comentó Tebas, dándole un golpe en la cabeza a la chica. - Encima por la espalda. Es una cobarde.
Justo en ese momento entraba yo, acompañada de Alexa y Annalise, quienes me habían convencido para entrar. Ellas me prestarían ropa, me peinarían y maquillarían para estar perfecta. Todos se quedaron atónitos mirándome. Kellan avanzó hacia mí, aún con la copa en la mano y me dio un beso, pasándome la mano por los hombros. - ¡Por fin has llegado! -Estaba sonriendo y yo correspondí esa sonrisa antes de mirar qué estaba sucediendo en la casa.
De ella se estaban riendo por su aspecto, a mí comenzaron a halagarme por haber conseguido la matrícula. Annalise lo había gritado al entrar en la casa. Vi a Anastasia con la cara empapada y luego al resto, cómo se reían. - ¿En serio has tenido que aguantar a la mestiza todo el día? - Preguntaban. - ¡Por los dioses, Cass! ¡Qué paciencia! ¿¡Y no la has tirado por el acantilado!? - Siguieron las risas y yo trataba de poner mi mejor cara. No, no la había tirado, de no ser por mí se habría caído. Y por más que la odiase no quería cargar con la muerte de nadie a mis espaldas.
- Si me disculpáis, debo arreglarme un poco. - Sonreí de lado y señalé las escaleras. - No puedo estar así en una fiesta. ¿Me podéis traer una copa de hidromiel, por favor? - Sabía que alguien me la traería.
- ¡Eh! ¿Por qué no arreglamos a la cara-murciélago? Es una fiesta… - El tono de Alexa era maquiavélico. Corriendo fue al mueble donde se guardaban las tijeras y sacó unas de plata. Tenía la intención de cortarle el pelo a Anastasia. - A lo mejor hasta la ponemos guapa. - Todos volvieron a reír.
-Ya que te pones, arregla su traje, mira cómo lo lleva. - Aportó una muchacha que sujetaba una copa de hidromiel bastante rebosante. - Ponle algo de escote. A lo mejor conseguimos que algún chico se fije en ella. - Rió.
- Mientras no le arreglen la cara… - Contestó Tebas, haciendo un gesto de asco.Yo quise subir corriendo a buscar el vestido que había dicho Annalise que me tenía preparado, pero no era capaz de moverme de ahí hasta que no vi cómo mi amiga ponía las tijeras en el cuello de la prenda de Anastasia y hacia un corte hacia abajo, rompiéndoselo hasta la altura del estómago. Tebas y Louis seguían agarrándola y riéndose.
- Así estás mejor… Sólo falta el pelo. - Sonrió satisfecha al ver su obra.
- ¡Para! - Avancé hacia donde estaba la chica y le quité las tijeras a Alexa. Todos me volvieron a mirar sorprendidos. Estaba defendiendo a la mestiza.
- ¿Cass…?
- No es por ella. - Intenté mirarla con desprecio. - Esto es una fiesta para nosotros. No quiero que la mestiza esté aquí. Suficiente la he tenido que aguantar hoy durante todo el día, como para aguantarla también por la noche. De eso nada. Así que ya la estáis echando de aquí. No la quiero tener cerca, es odiosa. - Resoplé. Sonaba muy convincente, porque de verdad creía en lo que decía. Pero lo había hecho, en el fondo, para que dejasen de meterse con ella de esa forma tan cruel. Y más, después de que ella me había ayudado. - Echadla, que se largue. No quiero que esté aquí. - Reafirmé, pasando la mirada por todos los presentes, que rápido me hicieron caso. Entendían que ese no era el sitio de Anastasia, y Tebas y Louis la empujaron hacia la puerta y la echaron. - Dadle una capa para que se tape. Da vergüenza verla así con todo roto. - Susurré a Alexa que, fastidiada me hizo caso también y le tiró una capa a las escaleras. Se notaba a quién tenían que obedecer.
Ahora ya sí podía continuar la fiesta. En mi aparente calma porque ya no se encontraba en el mismo lugar que yo se escondía la culpabilidad de haber permitido que hicieran eso con la muchacha, aunque era más fácil disfrazarlo y evitar pensar en eso con un par de copas de hidromiel.
Cassandra C. Harrowmont
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Re: [Cerrado] Huracán y Cassandra {Privado} {Pasado}
Tebas y un amigo me arrastraron hasta la casa donde se estaba montando la fiesta. - ¡Soltadme! – gritaba. - ¡Dejadme en paz! ¡Por favor! – pero se parecían divertir a costa de haberme metido allí. Todos se rieron de mí según me vieron entrar. Tan arreglados… Y yo aún con la ropa del colegio. Me sentaron en una esquina y ahí me quedé.
El gracioso de Tebas hizo como que me ofrecía una copa, pero luego terminó vertiéndome el contenido por la cara. Mi cara no pudo ser de mayor odio. Ese imbécil iba a pagármela muy cara en cuanto saliera de allí. ¿Y Cassandra? ¿A qué se dedicaba? Ella reía también y hacía como que no sabía nada. Valiente imbécil. Sólo tenía que decirles lo que me había dicho para que se les cayera el mito, pero lamentablemente en la situación en la que estaba no me creían. Sus amigos eran aún más estúpidos que ella.
Seguí en mi esquinita, tratando de no escuchar a aquellos imbéciles que seguían insultándome. Llamándome fea. Me sentía súper mal, yo sabía que no era muy guapa, pero trataba de vestirme elegantemente y, aunque siempre fuera de negro, parecer una mujer atractiva. ¿Por qué siempre se tenía que llevar Cassandra todos los halagos? Le tenía un asco tremendo.
Pero el límite llegó cuando Alexa apareció con unas tijeras y, entre Tebas y Louis me cogieron y me inmovilizaron. - ¡¿Qué hacéis?! – pregunté. ¡Venía con unas tijerasa! ¡¿Es que acaso iba a cortarme una oreja o utilizarlas para hacerme daño?! Eran capaces. ¡¿En serio estaban tan enfermas?! - ¡No! ¡Por favor, parad! ¡Os lo suplico! – comencé a llorar y a patalear como pude, pero Alexa comenzó a rasgar mis trajes. Y yo a chillar muy asustada. Lloraba mucho. Me cortó por completo la camisa y me cortó el jersey hasta la altura del sujetador, cortando este en el proceso. Traté de taparme para que no se me vieran los pechos. Pero no podía contener la rabia y el dolor que tenía dentro. - ¿Por qué me hacéis esto? Dejadme en paz. – estaba llorando desconsolada. Ellos reían. Alexa fue a cortarme incluso el pelo, pero Cassandra la detuvo. Cuando ella habló, todos los demás callaron.
Sus palabras no fueron mucho mejores. Simplemente dijo que era una escoria y me pidió que me fuera. Si estuviera sola le contestaría allí mismo. Después de todo lo que habíamos vivido, ¿ahora me trataba así? ¡Estúpida niñata! Le haría masticar hierba en cuanto la viera de nuevo sola. Todo era culpa suya.
-¡Vete con los fantasmas de tu mansión, mestiza! – gritó Tebas.
-¡Y date una ducha, guarra! – añadió Annelise.
-¡Eres horrible y nunca serás nada en la vida! – continuó el gordo de Louis.
Salí de la casa entre insultos y vejaciones varias. Tanto que cuando salí por la puerta y me la cerraron de golpe, comencé a llorar desconsoladamente. Me sentía muy mal. Me recubrí el cuerpo con la manta que me habían dado y caminé sola hacia casa. El Palacio de los Vientos estaba lejos, y con las calles vacías tenía mucho miedo ir sola.
Pero por si acaso el día no podía ser aún más mierda: Ahora se ponía a llover. Miré aborrecida al cielo. ¿Qué más malo podía suceder? Al menos faltaban sólo unos pasos para llegar al Palacio de los Vientos. Un piano se escuchaba sonar ya desde fuera. Cuando piqué a la puerta y Lazarus me la abrió, su cara parecía un poema.
-¡Señorita Boisson! ¡Estábamos muy preocupados! – rápidamente comprobó mi estado, con la ropa del colegio ajada, totalmente empapada por la lluvia y la cara pringosa por la graciosaza de tirarme el alcohol por la cara. Mi cara de enfado lo decía todo. No dije nada. Tan sólo alcé una ceja sorpresiva. Hasta donde yo sabía, aquella noche sólo Lazarus debería estar en casa. Aunque era ilógico pues el piano no podía estar tocándose solo. – Vuestra madre acaba de llegar esta tarde. Estaba preocupada por vuestro estado. – el mayordomo me tomó por la espalda y me hizo pasar. – Pasad, milady. Os prepararé algo caliente.
Me adentré despacio, paso a paso, en el oscuro hall de entrada y me dirigí al fondo a la derecha, pasando junto a la escalera y al reloj de cuco. La estancia estaba iluminada por el fuego, que cada vez se hacía más y más espeso.
Isabella tocaba el piano en el gran salón. A su lado, apoyada sobre una de las patas. Estaba recostada la ballesta que la acompañaba a todos sitios. Había vuelto de cacería. Siempre me fascinó preguntar a mi madre qué era lo que buscaba, o a quién buscaba con tanta insistencia. Y por qué insistía con seguir el viejo legado familiar cuando ahora mismo no existía un gremio de cazadores de vampiros.
Movía los dedos elegantemente, con ritmo y con los ojos cerrados. Moviendo el cuerpo al son de la música, armoniosa. Tocaba muy bien. Me apoyé en la puerta y dejé que terminara de tocar la canción que estaba tocando. Lazarus me trajo una taza de leche caliente y yo me recosté sobre el marco de la puerta.
Observé el salón. Me magnificaba ver el enorme retrato de mi madre que colgaba de la pared, justo a un lado de la chimenea. Me llamaba la atención de que no estaba alineado justo con el centro, sino a la izquierda de la misma. Mi madre había movido el cuadro respecto a la derecha, que había sido su posición original. Había un agujero del antiguo clavo, y una marca como de desgaste detrás de la pared. Como si hubiese estado colgado muchos años. ¿Por qué mi madre lo había movido hacia la izquierda? ¿Acaso no le gustaba que estuviera a la derecha? ¡Estaría mejor en el centro! Pero sería otra de sus excentricidades.
Isabella concluyó la pieza y se giró para mirarme con una sonrisa. Recostó sus manos en sus muslos y, sin levantarse, se dirigió a mí.
-Anastasia. ¿Cómo estás, pequeña? – agaché la cabeza, tímida. No sabía si contárselo o no. Era evidente que no estaba bien. – Acabo de llegar y estaba relajándome un poco. ¿Quieres venir a tocar? – negué con la cabeza.
-¿Cómo os fue la caza, madre? – pregunté. Ella sonrió.
-¡Oh! La caza. – volcó su vista en la ballesta. Tenía ciertos brotes de sangre. – He tenido encuentros interesantes. – mi madre jamás revelaba nada. Mantenía en secreto con el maestro Dorian y… - Por cierto, me ha dicho Dorian que te han expulsado del Hekshold. - … y siempre, absolutamente siempre lo sabía todo. Sorbió una taza de café que Lazarus elegantemente le entregó.
-Ha sido culpa de Harrowmont. – dije con la voz apagada.
-Sí. Lo supongo. Igual que imagino que también es su culpa que vengas tan... Así. – rió. – Da igual. No hiciste bien en golpearle el ojo.
-¡Pero mamá, me está insultando siempre! – protesté. - Ella y sus amigos me tratan como si fuera mierda.
-Da igual. Eres una Boisson, no debes rebajarte a su altura. – agaché la cabeza un poco a un lado, molesta. Mi madre me tomó de las manos y con un pañuelo me limpió la suciedad que teñía mi cara. Cambió de tema. – Dorian me dijo que os enseñó los atuendos de cazadoras. ¿Te gustó el de tu abuela?
-Mucho. – contesté. – Y de hecho nos encargó que los vestiríamos cuando fuéramos dignas. – saqué los trocitos del pergamino y se los mostré. Su cara cambió. – Encontramos el pergamino que sólo mi abuela encontró.
Isabella se sorprendió, ni siquiera disteis con ello. Luego me pidió que le contara la historia de cómo lo había conseguido, algo que le expliqué con detalle.
-[…] y le di la mitad de los trocitos a Harrowmont. – concluí.
-¡Ará! – era su pequeño deje cuando se encontraba fascinada. – Y a pesar de ello, has decidido entregarle la mitad. Me gusta, avanzas a pasos acelerados. Ni siquiera yo conseguí dar con el dichoso pergamino. Saber que es tu abuela quien lo tiene no me resulta nada reconfortante, pero es una buena pista para seguirle el paradero. – y se levantó y se dirigió al piano, a cerrarlo. – Y no te preocupes por lo de la expulsión, ya está solucionado. – A veces me gustaría cómo solucionaba todas las cosas mi madre. Su relación con el maestro Dorian probablemente influyera mucho. Había sido su maestro en la infancia.
-Mamá, ¿mañana podrás verme con el traje?
-¡Oh… Hija! – me acarició la cara sin quitar la sonrisa. Muy falsa. – Me encantaría, pero debo coger un barco mañana a primera hora a Lunargenta, y de ahí, a Dundarak.
-Madame Boisson estará ausente los próximos dos meses. – Añadió Lazarus, mi cara volvió a ser un poema. ¿Es que mi madre nunca podía estar en mis momentos importantes?
-Así que si no es molestia. Me iré a dormir. – me dio un beso en la frente. – No te acuestes muy tarde, Anastasia. – me repitió.
Y así, sin más, aquella escasa media hora de conversación sería todo cuanto sabría de mi madre en prácticamente el último medio año. Toda una decepción. ¿Hasta cuándo iba a seguir mi vida así? Cada vez guardaba más rencor y acumulaba más odio. No iba a tardar mucho en explotar.
El gracioso de Tebas hizo como que me ofrecía una copa, pero luego terminó vertiéndome el contenido por la cara. Mi cara no pudo ser de mayor odio. Ese imbécil iba a pagármela muy cara en cuanto saliera de allí. ¿Y Cassandra? ¿A qué se dedicaba? Ella reía también y hacía como que no sabía nada. Valiente imbécil. Sólo tenía que decirles lo que me había dicho para que se les cayera el mito, pero lamentablemente en la situación en la que estaba no me creían. Sus amigos eran aún más estúpidos que ella.
Seguí en mi esquinita, tratando de no escuchar a aquellos imbéciles que seguían insultándome. Llamándome fea. Me sentía súper mal, yo sabía que no era muy guapa, pero trataba de vestirme elegantemente y, aunque siempre fuera de negro, parecer una mujer atractiva. ¿Por qué siempre se tenía que llevar Cassandra todos los halagos? Le tenía un asco tremendo.
Pero el límite llegó cuando Alexa apareció con unas tijeras y, entre Tebas y Louis me cogieron y me inmovilizaron. - ¡¿Qué hacéis?! – pregunté. ¡Venía con unas tijerasa! ¡¿Es que acaso iba a cortarme una oreja o utilizarlas para hacerme daño?! Eran capaces. ¡¿En serio estaban tan enfermas?! - ¡No! ¡Por favor, parad! ¡Os lo suplico! – comencé a llorar y a patalear como pude, pero Alexa comenzó a rasgar mis trajes. Y yo a chillar muy asustada. Lloraba mucho. Me cortó por completo la camisa y me cortó el jersey hasta la altura del sujetador, cortando este en el proceso. Traté de taparme para que no se me vieran los pechos. Pero no podía contener la rabia y el dolor que tenía dentro. - ¿Por qué me hacéis esto? Dejadme en paz. – estaba llorando desconsolada. Ellos reían. Alexa fue a cortarme incluso el pelo, pero Cassandra la detuvo. Cuando ella habló, todos los demás callaron.
Sus palabras no fueron mucho mejores. Simplemente dijo que era una escoria y me pidió que me fuera. Si estuviera sola le contestaría allí mismo. Después de todo lo que habíamos vivido, ¿ahora me trataba así? ¡Estúpida niñata! Le haría masticar hierba en cuanto la viera de nuevo sola. Todo era culpa suya.
-¡Vete con los fantasmas de tu mansión, mestiza! – gritó Tebas.
-¡Y date una ducha, guarra! – añadió Annelise.
-¡Eres horrible y nunca serás nada en la vida! – continuó el gordo de Louis.
Salí de la casa entre insultos y vejaciones varias. Tanto que cuando salí por la puerta y me la cerraron de golpe, comencé a llorar desconsoladamente. Me sentía muy mal. Me recubrí el cuerpo con la manta que me habían dado y caminé sola hacia casa. El Palacio de los Vientos estaba lejos, y con las calles vacías tenía mucho miedo ir sola.
Pero por si acaso el día no podía ser aún más mierda: Ahora se ponía a llover. Miré aborrecida al cielo. ¿Qué más malo podía suceder? Al menos faltaban sólo unos pasos para llegar al Palacio de los Vientos. Un piano se escuchaba sonar ya desde fuera. Cuando piqué a la puerta y Lazarus me la abrió, su cara parecía un poema.
-¡Señorita Boisson! ¡Estábamos muy preocupados! – rápidamente comprobó mi estado, con la ropa del colegio ajada, totalmente empapada por la lluvia y la cara pringosa por la graciosaza de tirarme el alcohol por la cara. Mi cara de enfado lo decía todo. No dije nada. Tan sólo alcé una ceja sorpresiva. Hasta donde yo sabía, aquella noche sólo Lazarus debería estar en casa. Aunque era ilógico pues el piano no podía estar tocándose solo. – Vuestra madre acaba de llegar esta tarde. Estaba preocupada por vuestro estado. – el mayordomo me tomó por la espalda y me hizo pasar. – Pasad, milady. Os prepararé algo caliente.
Me adentré despacio, paso a paso, en el oscuro hall de entrada y me dirigí al fondo a la derecha, pasando junto a la escalera y al reloj de cuco. La estancia estaba iluminada por el fuego, que cada vez se hacía más y más espeso.
- Canción de Isabella:
Isabella tocaba el piano en el gran salón. A su lado, apoyada sobre una de las patas. Estaba recostada la ballesta que la acompañaba a todos sitios. Había vuelto de cacería. Siempre me fascinó preguntar a mi madre qué era lo que buscaba, o a quién buscaba con tanta insistencia. Y por qué insistía con seguir el viejo legado familiar cuando ahora mismo no existía un gremio de cazadores de vampiros.
Movía los dedos elegantemente, con ritmo y con los ojos cerrados. Moviendo el cuerpo al son de la música, armoniosa. Tocaba muy bien. Me apoyé en la puerta y dejé que terminara de tocar la canción que estaba tocando. Lazarus me trajo una taza de leche caliente y yo me recosté sobre el marco de la puerta.
Observé el salón. Me magnificaba ver el enorme retrato de mi madre que colgaba de la pared, justo a un lado de la chimenea. Me llamaba la atención de que no estaba alineado justo con el centro, sino a la izquierda de la misma. Mi madre había movido el cuadro respecto a la derecha, que había sido su posición original. Había un agujero del antiguo clavo, y una marca como de desgaste detrás de la pared. Como si hubiese estado colgado muchos años. ¿Por qué mi madre lo había movido hacia la izquierda? ¿Acaso no le gustaba que estuviera a la derecha? ¡Estaría mejor en el centro! Pero sería otra de sus excentricidades.
Isabella concluyó la pieza y se giró para mirarme con una sonrisa. Recostó sus manos en sus muslos y, sin levantarse, se dirigió a mí.
-Anastasia. ¿Cómo estás, pequeña? – agaché la cabeza, tímida. No sabía si contárselo o no. Era evidente que no estaba bien. – Acabo de llegar y estaba relajándome un poco. ¿Quieres venir a tocar? – negué con la cabeza.
-¿Cómo os fue la caza, madre? – pregunté. Ella sonrió.
-¡Oh! La caza. – volcó su vista en la ballesta. Tenía ciertos brotes de sangre. – He tenido encuentros interesantes. – mi madre jamás revelaba nada. Mantenía en secreto con el maestro Dorian y… - Por cierto, me ha dicho Dorian que te han expulsado del Hekshold. - … y siempre, absolutamente siempre lo sabía todo. Sorbió una taza de café que Lazarus elegantemente le entregó.
-Ha sido culpa de Harrowmont. – dije con la voz apagada.
-Sí. Lo supongo. Igual que imagino que también es su culpa que vengas tan... Así. – rió. – Da igual. No hiciste bien en golpearle el ojo.
-¡Pero mamá, me está insultando siempre! – protesté. - Ella y sus amigos me tratan como si fuera mierda.
-Da igual. Eres una Boisson, no debes rebajarte a su altura. – agaché la cabeza un poco a un lado, molesta. Mi madre me tomó de las manos y con un pañuelo me limpió la suciedad que teñía mi cara. Cambió de tema. – Dorian me dijo que os enseñó los atuendos de cazadoras. ¿Te gustó el de tu abuela?
-Mucho. – contesté. – Y de hecho nos encargó que los vestiríamos cuando fuéramos dignas. – saqué los trocitos del pergamino y se los mostré. Su cara cambió. – Encontramos el pergamino que sólo mi abuela encontró.
Isabella se sorprendió, ni siquiera disteis con ello. Luego me pidió que le contara la historia de cómo lo había conseguido, algo que le expliqué con detalle.
-[…] y le di la mitad de los trocitos a Harrowmont. – concluí.
-¡Ará! – era su pequeño deje cuando se encontraba fascinada. – Y a pesar de ello, has decidido entregarle la mitad. Me gusta, avanzas a pasos acelerados. Ni siquiera yo conseguí dar con el dichoso pergamino. Saber que es tu abuela quien lo tiene no me resulta nada reconfortante, pero es una buena pista para seguirle el paradero. – y se levantó y se dirigió al piano, a cerrarlo. – Y no te preocupes por lo de la expulsión, ya está solucionado. – A veces me gustaría cómo solucionaba todas las cosas mi madre. Su relación con el maestro Dorian probablemente influyera mucho. Había sido su maestro en la infancia.
-Mamá, ¿mañana podrás verme con el traje?
-¡Oh… Hija! – me acarició la cara sin quitar la sonrisa. Muy falsa. – Me encantaría, pero debo coger un barco mañana a primera hora a Lunargenta, y de ahí, a Dundarak.
-Madame Boisson estará ausente los próximos dos meses. – Añadió Lazarus, mi cara volvió a ser un poema. ¿Es que mi madre nunca podía estar en mis momentos importantes?
-Así que si no es molestia. Me iré a dormir. – me dio un beso en la frente. – No te acuestes muy tarde, Anastasia. – me repitió.
Y así, sin más, aquella escasa media hora de conversación sería todo cuanto sabría de mi madre en prácticamente el último medio año. Toda una decepción. ¿Hasta cuándo iba a seguir mi vida así? Cada vez guardaba más rencor y acumulaba más odio. No iba a tardar mucho en explotar.
Anastasia Boisson
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