Ser parte de algo [privado][cerrado]

El Pasado

El lago de los reencuentros mascullé tirando una piedra en el agua. Habíamos organizado una partida de caza, pero esto de trabajar en equipo no era lo mío. Si bien ya no iba por la vida gritándole “perra maldita” a Hera o alguna de las mujeres de la agrupación… no, pueblo… tampoco, la palabra correcta era “clan”. Si bien no iba gritando insensateces vergonzosas, tampoco era como que me había podido adaptar. Las casas de Ulmer ya casi estaban terminadas, pero más que un poblado, estábamos construyendo una familia de licántropos. Todos aquellos que no teníamos un lugar, ahora estábamos bajo el cuidado y la protección de Nana y su selecto grupo. No me hacía a la idea de “pertenencia”, tampoco a la de “familia” y mucho menos ambas en la misma oración, y aplicadas a mí.

La mayoría de los licántropos que estaban en Ulmer parecían haberse sintonizado con el resto, pero habíamos unos pocos renegados que todavía no dábamos con el clavo; que no nos acostumbrábamos a no cuidar nuestras espaldas y escuchar tantas voces. Tal vez porque no teníamos más familia o porque no teníamos una causa con la que nos sintiéramos precisamente involucrados. Éramos pocos esos que teníamos la vida prometida a los caminos, y que no teníamos ni puta idea qué sería de nosotros en la próxima hora. Aquellos que nunca tuvimos a nadie quien nos protegiera. Nana nos lo daba todo, pero… ¿quería todo? El pueblo de los licántropos era un sueño, pero no sabía si estaba preparada para asentarme y vivirlo.

Tiré otra piedra al lago y detecté su presencia, no me di la vuelta para saludarle o darle mis excusas por haberme perdido. Ella era una líder, una de esas innatas, que te convence con la mirada porque ella ha vivido mucho más que nosotros. No le miraría y no permitiría que me hechizara con sus palabras que hacían realidad las fantasías más escondidas en nuestros corazones. No me estaba fugando. Sólo necesitaba unas horas para poner mis cosas en orden. Esto de pertenecer a un clan de un día para el otro y… ¿qué es eso de general? No tenemos ni ejército ni cárcel, ¿Qué tendría que hacer con alguien como yo por ejemplo? No sé si estoy hecha para esto. Tal vez Eirik o no se… me llevé ambas manos al rostro, no quería que me viera en ese estado.

Tampoco estaba hecha para hablar, era una mercenaria igual que una asesina y daba lo mismo que hablara mal o bien mientras que las cosas estuvieran hechas. Todavía no me terminaba de hacer a la idea de que no podíamos atacar humanos sin un buen motivo. Esto de las "reglas y convenciones" de la vida en manada... ¡la misma comunicación era difícil! ¿Y cómo te referías a un líder? Yo no era de las que agachaban la cabeza y metía la cola entre las patas, pero dado que todos la trataban con respeto a su modo, y yo... no tenía un modo propio, hacía la comunicación bastante difícil, al menos de mi parte. Prefería darle la espalda y no tener que afrontar la realidad "Nana", ser sólo una sombra no vista y no necesitada.

Aparte de todo lo anterior, al parecer, unos pocos éramos valorados por nuestras experiencias con el mundo exterior... Era demasiado confuso y complejo para mi cabeza tan simplona. ¿Por qué no podía reducirse a solo matar y despellejar cosas? Además, estaba todo aquello de aprender un oficio para resultar más útil en esos primeros tiempos en el poblado. ¿De qué estábamos hablando? Yo era una asesina, ese era un buen oficio, aunque nada de aceptable, probablemente. Tal vez esa era otra de las cosas que ella quería hablar, tal vez se había enterado y venía a exiliarme o quizás no estaba conforme con que aún no me había dedicado a adquirir nuevos conocimientos y habilidaes.

Ulmer a penas era un poblado cochambroso, formado por tiendas de tela rígida. A penas se empezaban a levantar los primeros cimientos de las chozas, con una disposición algo caótica. Todos aquellos con un mínimo de idea en carpintería y albañilería, se habían quedado en el fiordo, mientras, un grupo bastante numeroso de jóvenes cazadores se había vuelto al lugar de origen, a la parte más Oeste de los reinos. Aquella zona le traía demasiados recuerdos, Brendarid.

-¿Y Wood? -Le preguntó Alec una vez hubieron llegado al campamento base, situado en la cueva cerca del río.

Todos se miraron entre sí, contándose. Efectivamente, faltaba ella. La loba con una actitud desinteresada, alzó el brazo mientras se abrochaba la recién puesta camisa blanca y se abrochaba los botones después de su transformación. La caza había sido fructífera, y ya tenía un equipo de cinco despellejando y desalando las partes más carnosas de tres ciervos para hacer cecina y jamón. Otros, comenzaban a tratar las pieles para curtirlas. Nana tomó una de las botellas de ron que sobresalía de una de las bolsas de pertrechos.

-Ya voy yo. -Sentenció alzando la mano con la que sujetaba el vino mientras se abrochaba los botones con la otra mano.

A decir verdad, no recuerdo exactamente si era otoño, o quizá primavera. Pero el tiempo invitaba a darse un buen baño en el lago. Por aquel entonces Nana no era aquella mujer que cargaba a hombros una responsabilidad tan grande, era otra totalmente diferente. Desaliñada, descuidada, incluso desvergonzada. No terminó siquiera de abrocharse los últimos botones de la camisa, demasiado impaciente por abrir la botella descorchándola con los dientes, escupió a un lado el corcho llevándose el morro de la botella a los labios. Soltó un gran suspiro tras pegar un buen trago.

La maleza acariciaba sus pies descalzos y sucios. Los pantalones le venían exageradamente grandes, porque no eran suyos, se los había tenido que robar a Leo, el pintor, y se amarraban a su cintura con un cinturón de cuero desgastado con una hebilla tosca. Se abrió paso entre la maleza que separaba el bosque de la orilla de piedras pequeñas redondeadas, hasta llegar junto a Wood. Wood le gustaba, era de las pocas personas con las que simplemente se podía beber en silencio, sin tener que explicar absolutamente nada. Pero ese día tenía un aire diferente. Demasiado orgullosa para preguntar a las personas qué se les pasaba por la cabeza, su estrategia era esperar, y ya lo contarían. Y así fue. Escuchó las palabras de la albina, pero casi sin mirarla. Simplemente daba tragos a la botella. Se tumbó junto a la otra licántropa, estirando las piernas, tan cerca del lago que el agua le hacía cosquillas en los tobillos. Posó la botella entre sus piernas y se apoyó con las manos detrás del cuerpo para recostarse ligeramente y mirar hacia arriba, para mirarla a ella.

-No tenemos ni ejército, ni cárcel, ni casas. -Añadió como si aquello fuera un juego de palabras. -¡Joder! Por no tener, no tenemos ni taberna.

Se echó a reír negando con la cabeza. La sonrisa de Nana era diferente por aquellos tiempos, era una sonrisa de medio lado, jobial y cercana, totalmente desinteresada.

-Lo de general es una mera formalidad. -Comentó volviendo a tomar la botella con una mano para darle otro sorbo.

La alzó sobre su cabeza, ofreciéndole.

-Eirik es más tonto que pegarle a un padre. Necesitamos gente como tú, como yo, como Alec o Aleki, gente que sabe los peligros del bosque y lo duro que es clavar los colmillos en la yugular de una persona. Porque somos nosotros los que estamos hechos para proteger a aquellos que no pueden vivir con esas culpas. Y así, algún día, esa gente no necesite a gente como nosotros, porque haya paz. -Apretó suavemente los labios en una sonrisa ridícula. -No, es todo mentira. La paz no existe, pero si se lo creen, podrán vivir tranquilos sin el miedo de que La Manada asesine a sus hijos, o que los cazadores los cacen como si fueran meros animales en su propio bosque.

Se recogió las piernas, incorporándose levemente y cruzando las piernas para sentarse.

-Ahí es donde entramos los compañeros. Porque, ¿Qué más da una muerte más, que una muerte menos? Si hemos nacido para eso. Y algún día, cuando la guerra toque las enoooooormes puertas de Ulmer, nosotros, estaremos preparados. -Movió los brazos exagerando su última frase, como si de un acto teatral se tratara.

Lo que no sabían es que, la guerra, finalmente tocó la puerta.

Aunque quisiera, no lo podía evitar, negué con la cabeza y me reí junto con ella, agachándome para sentarme a su lado. Los sueños entraban por mis orejas aunque tuviera los ojos cerrados, peor aún, porque quería tener los ojos cerrados las ilusiones se volvían casi tangibles. La peor parte para algunos era lo de la taberna y ella lo había entendido muy rápido, es más, parecía ser parte de los dañados en ese punto… Esa botella se veía muy tentadora, acepté y me eché un trago largo entre pecho y espalda, escuchándole. Ella aceptaba lo que era y lo abrazaba ¿…y yo? Tenía muchos demonios, no sabía si podría, no sabía si tenía la fuerza de voluntad suficiente…

Miré a Nana con ojos grandes, anticipaba una guerra. Bueno, siempre todos los solitarios lo hacíamos, era nuestra filosofía de vida, no valía la pena correr ni esconderse, la guerra era la forma de vivir de nosotros, los de las armas… pero que esas palabras vinieran de ella era bastante perturbador, como si ella estuviera muchos años por delante de quienes le seguíamos. Volví a echarme otro trago y le devolví la botella con una sonrisa grande, podía adaptarme a la idea si venía con sangre y acción. Supongo que podré vivir con eso… por ahora. ¿Una guerra? Que vengan todos los perros malditos del mal, en Ulmer van a encontrar puertas teñidas con sangre y sudor. ¡No les dejaremos pasar! La manada será historia pasada con el florecimiento del Colmillo de Hierro el alcohol era mi perdición. Casi que estaba a punto de desvestirme para vivir la vida loca.

Afortunadamente Nana no había venido a exiliarme. Pero volver al pueblo todavía me daba un poco de cosa. Tenía los dedos hinchados de tanto intentar ayudar a clavar cosas, había intentado ayudar a montar una forja, pero no dio resultado. También quise iniciarme con aquellos que leían la lengua de los dragones primitivos, pero una explosión casi me dejó como un chucho calvo… de hecho todavía tenía peladuras en la cabeza. Finalmente me había decidido por la curtiembre. No era tan malo despellejar la caza. Poco a poco entendía un poco más de qué iba eso de ser más social y civilizado. Bueno, me parece bien… sólo que… tu sabes… ¿tal vez me sentaría mejor ayudar a amansar las bestias que plantando en las cosechas? le hice ojitos de perrito mojado. Sabía que todos teníamos que ayudar, pero estaba segura de que estaba haciendo más daño ayudando a plantar en comparación con no estar allí del todo.





El presente


El lago de los reencuentros mascullé tirando una piedra en el agua. Había estado allí hacía años. La primera vez con Nana, la segunda con Alexein. Entre medio de todo ese tiempo y ahora, habían pasado muchas cosas, muchas celebraciones, el pueblo floreciente. La peste y… la guerra. Sonreí con ironía. Yo había sido una estúpida retando a los dioses con una guerra. No tenía idea de todo lo que se perdería, de todo lo que construiría en esos años y todo lo que podía perder. Había tenido la fuerza de voluntad, había ayudado y había estado allí por más de dos años sin moverme de los confines de nuestro territorio pero la muerte de Alex me había alejado del hogar, a mí y a mis cachorritos. Tantos sueños rotos de un día para el otro. La taberna que no había al comienzo y que había querido erguir ahora era sólo una más de las historias sin cumplir, una gota más en el pozo de los deseos muertos.

La guerra ha llegado. Tenías razón. Pero ahora sabemos mejor… estaba parada mirando al lago, evitando volverme para verle, al igual que en el pasado. Pero esta vez por cobardía, porque sentía que le debía mucho y que el pueblo me necesitaba ahora más que antaño. Pero tenía las manos atadas. No siquiera esperaba volver a encontrarme de nuevo con ella allí, donde muchos años atrás habíamos comenzado una buena amistad. Tuve que irme. Me enteré de la peste, pero ya era demasiado tarde. Hay habladurías de que Siegfried volverá a reclamar su puesto. He hecho cierta alianza con una facción de los nórgedos. Al menos no nos atacarán, pero no están de acuerdo con la supremacía humana. Y… me uní a la condesa Bradbury tomé aire y finalmente sentí que tenía el coraje para afrontar fuera lo que fuera que me deparaba con mi siempreterna Nana. No quería romper mis lazos con ella, y quería volver, pero aún no era el momento.

El tiempo había pasado más rápido de lo que podían imaginar las dos. ¿Cuánto? Tres, cuatro años. La noche del Surnahí fue la última noche que vio a Wood por Ulmer. Y ahora allí estaban, como tiempo atrás, como si nada y todo hubiera acontecido entre ambas. La manada había quedado casi exiliada, a penas quedaba unos reductos en la parte más oculta de la arboleda. Ulmer ahora se enfrentaba al único peligro de los vampiros. 

Las mallas de cuero se ajustaban perfectamente a su cuerpo, como una segunda piel, y sobre el torso una camisa blanca ceñida a la cintura con un cinturón del mismo color que el pantalón. Se puso a la par de Wood. Igual las dos habían recordado ese mismo momento casi a la vez. Se sentó en el suelo cruzada de piernas, pero esta vez en la mano no llevaba una botella de hidromiel, ni de cerveza. 

-Siegfried volverá. 

Su voz casi resonó en toda la orilla. Imperante, una afirmación que daba hasta miedo cuestionar. 

-La peste acabó con mucha gente en Ulmer. Demasiada. Y ahora los vampiros. No puedo simplemente llegar y decirle a aquellas madres que perdieron a sus hijos en la enfermedad, que me presten a aquellos que les quedan para luchar en el frente. 

Las palabras salieron de sus labios como un torrente. Pero sabía que Wood ahora era madre y que la cosa cambiaba. 

-Entenderé si no quieres participar. Pero la guerra ha llamado a las puertas de Ulmer, y está esperando nuestra respuesta. 

Ya no quedaban sonrisas joviales en el rostro de la loba, que ahora cargaba con el peso de las vidas de demasiadas personas sobre los hombros. Responsabilidad que sentía que le quedaba grande.

-Pero recuerda, que esto es lo único que se nos da bien. Nacimos para esto. 

Los ojos de la loba pasearon por la orilla hasta posarse sobre la trémula agua. El agua era la misma, pero aquellas, ellas ya no lo eran. Se levantó con agilidad, y se giró hacia Wood, clavando efímeros sus ojos dorados en los de ella, debía partir. Debía encontrarse con los demás en el camino a Lunargenta esa misma noche. Deshizo sus pasos hasta la maleza por donde había llegado, a paso firme pero lento, esperando una respuesta de su compañera.

Ella estaba regia, de aquella líder innata y de ojos brillosos solamente estaba el recuerdo. Su imagen era mucho más producida ahora, sus movimientos, pulidos y elegantes, toda una señora… la misma que nos representaba como clan y como raza. El orgullo no solamente estaba en su porte, en su estampa. Era algo intangible que la rodeaba, era su forma de pararse, su aire y la voz de comando. No era la joven risueña y con sueños, era la matriarca poniendo orden. Tragué saliva. Tal vez fuera por todo el tiempo que había estado aparte, pero esta Nana imponía. Daba la sensación de realeza, igual que Siegfried en las tres ocasiones en las que había tenido contacto con él.

Asentí decidida a la afirmación sobre nuestro rey, el rey bueno que cuidaba del orden. No sabía qué había salido mal con su reinado y desconocía las causas exactas por las que se había refugiado en las tierras de los brujos, pero desde luego que quería que volviera a su lugar. No quería a esos apestosos chupasangre usurpando la capital humana y aprovechándose de ellos. Nadie es más que nadie y no permitiría que los más débiles pagaran justos por pecadores. Así como lo habíamos hablado años atrás y yo era una mujer vacía, ahora me ponía frente a mi líder, escuchando atentamente lo que tenía para decirme, la vida se había encargado de ir llenando mis espacios en blanco; y aunque no tuviera su visión, ahora sabría escucharla.

Otra vez Nana me dejaba atrás con sus ideas y su forma de ver y sentir las cosas. Por algo ella había sido la que nos unió y la que trajo la paz a los reinos del Este. No había sabido cómo actuar en el pasado frente a ella, si fuese el rey humano me hubiera hincado para besar su mano y prometerle mi vida, pero Nana… más dura y más fiera, o más achacada por los desgajes de su labor y la experiencia del liderazgo, seguía siendo mi hermana de armas. Caminé hasta ella y le tendí mi mano para tomar su antebrazo en un gesto tan viejo como el tiempo. Nacimos para esto asentí.

Estaré con mis hermanos y tal vez… pueda hacer algo desde Sacrestic Ville. Hasta entonces dije mirándole a los ojos. Podía ver en su mirada lo que se sentía estar atada a la tierra y a la gente. Intenté ponerme en su lugar tan sólo por un momento, pero me sobrecogió una angustia impensable. Nana era fuerte. Así como recibía pena por su gente, también recibía su fuerza y confianza. Tendría la mía, solo que esta vez no volvería tras de ella a Ulmer secretamente feliz por pertenecer. Yo también tenía mis avatares y responsabilidades... regresaría a la tierra de esos malditos condenados para continuar con mi propia misión.