Buscando un unicornio [libre]

Un húmedo atardecer llegaba a los bosques, había llovido en forma intermitente todo el dia y cuando por fin parecía que que saldría el sol, desaparecía entre los árboles para no volver hasta la mañana siguiente.
Una fresca brisa corría desde el sur, llevando casi en exclusiva, aroma a tierra mojada.

El joven elfo Fingolfin caminaba pesadamente observando la felicidad del bosque por la reciente lluvia, que contrastaba con su malestar por estar mojado y por el peso extra de su equipo.
Su interés principal a esa hora era buscar un refugio donde pasar la noche, alejado de posibles visitantes y en lo posible que no estuviera mojado, una empresa difícil pero algo tenía que encontrar antes que oscureciera del todo y se le hiciera más difícil  la búsqueda de refugio.

Con la luna creciente en el oscuro cielo y esporádicas estrellas se sube el elfo sobre el mayor árbol de la zona para mirar a mayor distancia que le permitiera encontrar algún lugar seguro, cuando por casualidad pisa algo que le suena a hueco.  Retira rápidamente las ramas y hojas  encontrando unas tablas que ocultaban el pasaje a una zona hueca. Golpeando suavemente la madera por si había alguien dentro espero respuesta, y al no escuchar nada movió  las maderas suavemente observando hacia lo que parecía una vivienda abandonada, dentro del tronco del árbol.

Complacido por su buena suerte se introduce dentro del hueco junto con su equipo, cuidando de cerrar nuevamente el la puerta techo. No habia nada dentro, solo olor a humedad, talvez fuera la casa de algún ermitaño, o que alguien aun la usara como escondite o refugio de viaje.

Lo importante es que estaba seca y podría descansar largamente de un agotador día de viaje en la lluvia, y seco.
Se despertó al amanecer, con el cantar armonioso de varias aves, que también tenían como hogar el gran árbol, un dulce despertar para quien no estuviera cansado y con sueño atrasado, pero era imposible pretender no escucharles, no quedaba más que levantarse y seguir camino.

Luego de comer una lemba y beber un trago de miruvor de sus provisiones, vuelve a dirigirse hacia el norte siempre atento a posibles peligros.
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Era una fresca mañana, el viento primaveral había terminado de secar el suelo y llevaba el dulce perfume de los nuevos frutos y flores de la estación.

Fingolfin silbaba imitando el sonido de los pájaros, cuando una huella en el suelo le llama la atención,era similar a la de un caballo pero algo más grande y profunda.
-¿Pero qué comerán los caballos por aquí? se preguntaba el elfo estudiando más detenidamente la huella.
¿Que habrá dejado semejante huella? Pensaba mientras su imaginación empezaba a volar.
Una idea iba tomando forma. Era descabellado pero es lo único que se le ocurría.
¿Y si fuera un unicornio? imaginaba con ilusión, solo había escuchado leyendas de su existencia, se supone que están extintos o que quedan muy pocos. Pero si pudiera encontrar alguno, sería una emocionante aventura, con todo lo que podría significar.

Siguió un poco el rastro, encontrando una huella de mayor tamaño que por lo menos le confirmo que no era un caballo ordinario muy cargado. Ilusionado con la aventura se puso a seguir rápidamente la huella, rumbo norte con la inocente esperanza de ver un unicornio.

La primavera llevaba consigo el regalo del sol, de los frutos y la alegría del nacimiento. El aroma a las flores recién florecidas inundaba el ambiente, aún fresco por la lluvia del día y la noche anterior. El caminar por el suelo húmedo y los charcos de barro que se formaban, dejaban las patas de Akanke sucias, además de sentir su cuerpo húmedo y pelaje pegajoso después de pasar la noche en el peor refugio que encontró: ninguno. Pasar la noche a la intemperie significaba no dormir y mantenerse en movimiento, lo cual era peligroso, teniendo en cuenta que se encontraba en el territorio de los hombres lobo, cuyo particular aroma se sentía en el ambiente, mezclado con el olor de la tierra mojada.

Encontrar un tranquilo riachuelo era un regalo de los dioses para Akanke, quien cansada y sedienta, se desembarazó de sus pertenencias, colgándolas de una rama, así como de sus ornamentos los cuales fue acomodando cuidadosamente en el orden en que se los quitaba. Completamente desnuda, entró al agua que no por estar fía, dejaba de ser agradable y relajante para la centáuride, que fue avanzando hasta que el agua le llegó al borde de sus senos.

Tranquila, se bañaba, limpiando sus brazos y patas, peinando el pelaje que alcanzaba con sus brazos. Luego pasó al ritual de mojar su riza cabellera y, con suma paciencia, peinarla, desde las puntas hacia las raíces, separando por mechones. Quien la viera desde lejos, jamás pensaría que de la cintura hacia abajo su cuerpo era el de un equino color azabache.

<<Vamos, no puede ser tan difícil encontrar ayaba por aquí... creo que me he alejado demasiado -pensó la joven con cierta angustia.

Iredia se encontraba realmente feliz por aquellos bosques aunque llevaba horas caminando, le dolía hasta la raíz de las pestañas y tenía un hambre y una sed voraces. Era normal, como elfa necesitaba cierta dosis de espacio verde, pero obviamente también necesitaba nutrirse. La única parte que le inquietaba es que sabía que por esa zona vivían los hombres lobo y ella no quería convertirse en su aperitivo.

Iba pensando todo esto cuando, a lo lejos, de espaldas, divisó lo que parecía una mujer peinándose felizmente en la orilla de un riachuelo. Riachuelo. Agua. Sus ojos violáceos brillaron entusiasmados.

-Agua...

Sin pensarlo, correteó a toda prisa hasta el riachuelo, sin tener muy en cuenta que quizás la chica se asustase al verla.

El elfo siguió el rastro a buen paso, era fácil seguir las huellas en suelo algo blando y el entusiasmo le hacía devorar kilómetros sin darse cuenta.
Incluso cuando cambió la forma del bosque pareció no importarle, los árboles eran más altos y frondosos, ni dejaban pasar la luz del sol, pero eso no parecía tan importante como el rastro que tenía delante. De todas formas  se mantenía atento a posibles peligros que pudieran aparecer.

Gracias a su buena vista élfica pudo notar un movimiento de ramas a lo lejos. Tratando de no hacer ruido se fue acercando hasta divisar un peludo oso pardo  en su camino.
El respeto a todo ser vivo es sagrado en su religión, pero tal vez no pensara lo mismo el oso y  le atacará si se acercaba demasiado. Solo quedaba rodearlo y esperar encontrar el rastro más adelante.

Cuando más adelante buscó nuevamente el rastro donde se suponia que deberia estar, se dio cuenta  que lo había perdido, Con frustración y sin maldecir  para no atraer al oso, se lamentaba mientras continuaba buscando, con desconsuelo creciente.
Cuando consideraba volver tras sus pasos pudo ver una huella algo alejada y fue tras ella sin examinar demasiado, contento de recuperar la ilusión de ver al mágico animal.

Ya te tengo le decía al unicornio que esperaba ver al subir en cada pequeña colina, pero nunca llegaba.

Su olfato fue el primero en avisar hacia dónde se dirigía el rastro, agua. Podía oler su aroma a la distancia, habría que seguir con cuidado, muchos animales podrían abrevar en esa fuente acuífera, incluso su unicornio.

Las huellas iban directo hacia el agua, al fin podría verle. Como no quería espantarlo se trepo lo mejor que pudo a un árbol,y deslizándose por una rama logró una buena visión de lo que parecía un riachuelo. Pero lo que había en el curso de agua no era lo que esperaba ver. Apenas distinguible le parecía ver una persona bañándose  en el  riachuelo
Pero...¿qué?, ¿cómo? ¿Dónde está mi unicornio?¿Acaso pueden transformarse en personas como los dragones? Todo un misterio que tendría que resolver..
Debería acercarse, pudiera ser mejor vista que la de un unicornio, solo que la socialización no era su fuerte, era bastante torpe, y más con mujeres.

Para mayor sorpresa ve llegar alguien más, que entra también en el riachuelo. Vaya con las casualidades. Algo se decían pero su oído no era tan bueno como su vista, pero le parecio eran voces de mujeres.
Preparándose para bajar pero sin dejar de mirar hacia las mujeres, su torpeza le hace golpearse su muñón con una rama, provocando una punzada de dolor que le hace perder el equilibrio y caer al suelo afortunadamente no muy duro.

No podrían haberle visto  caer pero seguramente habrían escuchado el ruido, y podrían alarmarse, arruinando una presentación más civilizada. Se levantó herido más en el orgullo que en el cuerpo y se quitó  apresuradamente los restos de hojas que le quedaron pegados a las ropas.

Se acerca con mostrando su mano izquierda abierta y su falta de mano derecha, buscando  transmitir sus intenciones pacíficas.
Abrió grande los ojos ante el panorama que tenía por delante, dos jóvenes mujeres muy guapas dentro del riachuelo, le miraban tan sorprendidas como el mismo.

Al principio no logra articular palabra buscando que decir, hasta que saluda sin saber bien a quien dirigirse.
Hola señoritas, no era mi intención molestarles  en su baño, Si necesitan ayuda puedo echarles una mano, dijo moviendo su única mano, y sonriendo a modo de saludo que pretendía poner algo de humor a una situación peculiar. y agrega curioso, ¿por casualidad no habrán visto pasar un unicornio?

Tanta paz y tranquilidad era algo tan extraño para Akanke, que aprovechó al máximo aquellos instantes en que el mundo parecía vacío. La llegada de aquella mujer le recordó que aquello era una ilusión pasajera, temporal y rara que ocurría en tan escasas ocasiones, así como la ilusión de que el mundo era un lugar tranquilo y libre de peligros.

Akanke estaba fuera de su elemento, sumergida en el agua, y lejos de su báculo. Solo podría defenderse con la fuerza de su cuerpo, y eso significaría tener que acercarse a aquel ser que aparecía de súbito entre los árboles e irrumpía en su tan ansiado momento de relajo.

La centáuride chilló alarmada al ver a la muchacha que se metía al agua y retrocedió varios pasos dentro del agua, trastabillando por las piedras que cedían ante el abrupto y fuerte movimiento de sus cascos. Sus ojos desorbitados y su corazón que palpitaba con fuerza, además de la agitación del agua, mostraban que la yegua estaba asustada y que lo mejor sería alejarse de ella. No contentos con la aparición de aquel ser, cerca se escuchó como algo caía al suelo desde los árboles con un sonoro y fuerte golpe.

Akanke estaba aterrada, a la mujer que apareció se le sumaba un hombre, eso había caído de los árboles y se erguía mirándolas. ¿Cómo era posible? ¿Estaban tras ella? Akanke volvió a chillar, tratando de espantarlos con la fiereza de aquel sonido. Sin darles la espalda, retrocedió intentando alcanzar su báculo. Pero aquellos seres no parecían entender, incluso el hombre comenzó a hablar, preguntando algo acerca de un unicornio.

Por fin se acercó a la orilla y salió del brazo de agua, corriendo hasta sus cosas, logró tomar su báculo y apuntar con éste a los aparecidos -¡Fuera!- exclamó con furia la centáuride, amenazadora y enfurecida.

Pues sí, se asustó al verla. Se asustó mucho. Y además, mejorando la situación, se oyó un ruido sordo y luego un hombre... no, un elfo, salió de la nada alzando la mano y un muñón. Fue a contestar, pero la reacción de la centáuride la dejó anonadada y le hizo asustarse a ella también, metiéndose más en el río y tratando de alejarse de ese báculo amenazador. No sabía que era más alucinante: tener delante de ella a un ser mitad caballo y mitad mujer o que un elfo le preguntase por un unicornio tan felizmente. El encuentro prometía.

Alzó las manos en ademán tranquilizador, pues la centáuride parecía más defensiva que ofensiva. Dio gracias a que el riachuelo no tenía una corriente muy fuerte, aunque no tardaría en helarse si se quedaba allí mucho tiempo.

-Lo siento, lo siento, lo siento. Sólo quería beber agua, estaba muerta de sed. No vengo a hacer...ros daño.-miró de reojo al elfo. -Y no, lo más parecido que he visto a un unicornio es a ella... -comentó con una mezcla de ironía y apuro, señalándole con la cabeza a la criatura asustada que les amenazaba.

La presentación no tuvo el efecto esperado para el elfo, ya que una mujer salió apresuradamente del agua haciendo sonidos amenazantes.  Pero sorpresa, no era una mujer por lo menos desde la mitad del cuerpo hacia abajo, unas poderosas patas chapoteaban alejándose. Nunca había visto algo así en sus bosques, seguramente se había alejado mucho más de lo que pensaba. Se le notaba asustada y se podría poner agresiva.

Llegó a pensar que podría no haberle entendido, aunque escucho su amenaza, de todas formas probó hablarle en élfico: bess eryn eldhel dill almië laitalë
(Saludos dama del bosque, Imbar te bendiga)

La joven pelirroja vista de más cerca pudo apreciar que se trataba de una elfa que quedaba en medio del riachuelo que le contestaba sobre su búsqueda y también trataba de calmar a la centauro.
Al tratarse de una mujer de su misma raza le saludo  en el mismo idioma.
Hantalë! hen tindóme ( gracias ojos crepúsculo)  
Espero ella pueda decirme algo mas si es que se calma.

Akanke quería que ellos se marcharan exactamente por el mismo sitio que aparecieron. Que la mujer volviera al bosque, que el hombre manco se subiera al árbol y desapareciera entre el ramaje... que le dejaran sola. No estaba preparada para pelear, no quería hacerlo y por algún extraño motivo, se sentía asustada y en desventaja. No sabía que habían humanos en aquellos parajes. Los odiaba, los odiaba con todo su ser pero también les temía con un miedo visceral que la paralizaba.

Estuvo a punto de dejarlo todo tirado y correr despavorida, hasta que escuchó las palabras del hombre sin mano. No las entendió, pero le sonaron familiares. Lo miró con detenimiento hasta que se percató de sus orejas. ¡Un elfo! El corazón de la centáuride palpitaba fuerte pero ahora de la emoción. Claro que las había escuchado antes, claro que sí. El muchacho del establo donde vivió encadenada tanto tiempo, él era un elfo, él hablaba ese lenguaje pero tenía sus dos manos completas.

Los elfos no eran malos, eso sabía Akanke, eran protectores de la naturaleza y de la magia del bosque. Ella los admiraba y no se sentía amenazada por ellos. No imaginaba a los elfos amarrándola e intentando hacerla correr por pistas. Dio un paso adelante, hacia el elfo, y miró a la mujer, quien del otro lado del riachuelo, también la miraba notablemente asustada. Al verla con un poco más de atención, halló sus orejas puntiagudas. Ella también era un elfo. 

Akanke bajó su báculo, cambió su postura. Eran elfos, no humanos. -Soy Akanke- dijo avanzando hasta que el agua le tapó los cascos.

Oyó las palabras en élfico que le decía aquel ser del bosque a la centáuride. Luego, cuando le agradeció con aquel halago en élfico, ella asintió con una sonrisa leve.

-Ëidalah. (De nada)

Fue a decir algo más, pero entonces se fijó en la curiosa criatura que tanto espectáculo había dado. Parecía que los analizaba fijamente con la mirada, báculo en mano. Entonces, por algún motivo que no entendió, de repente bajó el báculo y se presentó. Iredia la miró fijamente, sin entender lo que le pasaba por la cabeza a esa criatura, pero también con precaución. Seguía en el río, con las ropas caladas y ya notaba la incomodidad del frío. En cuanto vio que la centáuride entraba en la corriente, ella instintivamente retrocedió un par de pasos. Aún no terminaba de fiarse de que no cogiera el báculo de repente y se lo estampara en la cabeza.

Miró entonces a su amigo de raza, fijándose en su muñón.

<<Unos años más y puede que eso tenga solución.>>, pensó, soñando despierta.

-So... so... soy Iredia. Perdóname... -paró un momento, recordando el nombre- Akanke.
No quería asustarte, y seguro que este caballero tampoco. -añadió mirando de soslayo al elfo- No te vamos a hacer daño alguno, criatura del bosque.

En realidad, no sabía las intenciones del elfo manco, pero dado que no les había atacado aún nada más encontrarse, supuso que, de querer hacerles daño, ya lo habría hecho. O quizás quería generar confianza para luego atacarlas. No estaba segura. Por si acaso, se quedó en el río, poniéndose en un punto en el cual estaba a una distancia prudente de ambos.

Fingolfin no tuvo claro si le había entendido,pero igualmente el efecto fue positivo ya que parecía más calmada, no supo si por sus palabras u otra razón, una duda que intentaría resolver más adelante, guardando el detalle en la memoria para mejor ocasión.
Le tocaba el turno de presentarse, lo que hizo dirigiéndose un poco a cada una, en tono alto para que pudieran escucharle.

Akanke, Iredia, yo soy Fingolfin pero todos en mi aldea me llaman Erchamion, que significa el manco en élfico, no sabía si tenía que traducir pero lo hizo de todas formas.
Si no es dicho en tono despectivo no me molesta, es casi como un segundo nombre, y estoy bien con eso, agregando una sonrisa restándole importancia al asunto.
Por favor acérquense que yo no tenía planeado mojarme y no es la idea andar gritando, no quería asustar,  solo  hacerles una consulta.
Veran yo seguía las huellas de lo que creo podría ser un unicornio, que entro a este riachuelo...

Detiene su relato de golpe, avergonzado al darse cuenta  de la inocente idea de creer que podría encontrar una de esas mágicas criaturas de las leyendas, y que a quien había estado siguiendo con tanto entusiasmo era  a Akanke, una criatura fascinante pero no es lo mismo un unicornio que un centauro.
Pero el entusiasmo seguía ahí,, buscando nuevas teorías que explicaran lo sucedido, que tal si el unicornio en su sabiduría le llevará hasta ahí para propiciar el encuentro de importancia futura o tal vez siguiera por ahí, o.. simplemente fueran huellas distintas. Con esa idea recuperó algo el entusiasmo y bajo su vista de las mujeres para buscar la huella que venía siguiendo para estudiarla nuevamente

Akanke escuchó el relato del elfo sin mano con atención y curiosidad. ¿Un unicornio? ¿Qué era eso? Y acercarse, el elfo le pedía acercarse. No, aquella distancia le daba seguridad, no querría estar más cerca de ninguno de ellos por el momento. -¿Qué unicornio es?- preguntó apenas el elfo guardó silencio.

La elfa los seguía mirando como bichos raros, un tanto desconcertada. Akanke la miraba con algo de recelo, no menor ni mayor que con el miraba al elfo. Pero él dijo que había rastreado un unicornio hasta allí. Y la única que allí estaba antes era ella misma y la elfa. -Erchamion- lo llamó -Ella elfa es. Yo... Akanke- le dijo señalando primero a la mujer y luego a ella con su largo dedo. -No unicornio aquí hay- dijo, segura de que cualquier cosa que él llamase unicornio allí no lo iba a encontrar.

A menos... que... -¿¡Akanke unicornio!?- preguntó un poco asustada. Ella era una orgullosa Bij'hago y los llamaban de muchas maneras, pero jamás "unicornio".

Iredia escuchó con interés. Había oído lejanamente hablar sobre unicornios, pero en su pueblo eran concebidos como criaturas míticas que no existían. Aunque ahora mismo ella estaba sufriendo una crisis moral que cuestionaba todo lo que había aprendido en su tribu.

Negó con la cabeza ella también.

-Lo más parecido que he visto a un unicornio es ella. Pero le falta el cuerno, creo. -bromeó.

Decidió salir del río y sacarse el agua de las botas. Después, miró alrededor. Se le estaba haciendo tarde.

-Si me disculpáis, caballero y... caballo. Me tengo que marchar. Ha sido un placer conoceros y espero que vuestro camino sea largo y próspero. -miró entonces a Fingolfin- Ojalá encuentres lo que buscas.

Escurrió su túnica y se colocó de nuevo el cabello. Hizo un gesto con la mano y, con una reluciente sonrisa, echó a andar. No quería que la noche le pillase en ese bosque.




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Podéis saltarme, que voy a salirme de este tema.

El elfo creía por alguna razón que todos conocían las leyendas de los unicornios,y que no fuera así le tomó sorpresa, pero era totalmente comprensible. Las viejas historias se perdían en su raza por otras épocas, y en realidad no conocía a nadie que hubiera visto uno, pero no por eso desconfiaba de su existencia.

Levantó la vista de las huellas, tendría que explicarse, contar viejas historias.
La elfa claro que conocía las historias, son parte su cultura, los elfos son una raza muy antigua y dijo no haber visto ninguno.
Pero parecía tener apuro ya que se despidió amablemente.
Igualmente un gusto en conocerle, una pena que se tenga que marchar, tenga buen viaje y gracias por sus buenos deseos.

Y volviéndose a la centauro que parecía algo asustada de que la confundieran,le explicó. No quiero decir que fueras un unicornio, pero probablemente confundí las huellas ya que son muy parecidas, según la leyenda, porque nunca he visto uno aunque la curiosidad me lleva a querer saber si existen, si puede haber alguno, y eso es lo que hacía cuando llegue hasta aquí.
Según se cuenta, son criaturas parecidas a los caballos con un único cuerno recto sobre la cabeza, muy difíciles de ver, y con grandes propiedades mágicas y medicinales; eran cazados para extraerles el cuerno, por lo que se dice que están extintos, aunque podrían simplemente estar muy bien escondidos.
Ahora viendo mi confusión solo espero ver la huella que seguí, para asegurarme de que es la suya y solo me equivoque, o la perdí en algún momento

Akanke vio a la mujer elfo partir, la siguió con la mirada hasta que la joven se perdió entre los árboles. Ahora solo quedaba el hombre elfo sin una mano, quien insistía en que ella era un unicornio. La mujer negó con la cabeza suavemente -Akanke Bij'hago es. Clan guerrero- dijo suavemente, pronunciando lo mejor que podía las palabras. A esas alturas, el elfo ya no representaba un peligro para ella, al verlo carente de una extremidad tan importante, sabía que no podría someterla.

Chasqueó la lengua en la boca mientras tomaba sus pertenencias y se ponía uno a uno sus collares, cuentas y adornos. De hito en hito miraba a Fingolfin para asegurarse que no se hubiese ido. Una vez estuvo lista, con su tocado de cuernos adornando su cabeza, se acercó a él a paso lento, con su imponente andar y toda la majestuosidad de su torso desnudo. Ciertamente, el nacimiento del primer centauro fue un acontecimiento magnífico, aunque fuese el resultado de los cruentos experimentos de los humanos. Tanto ella como su gente eran seres tan hermosos como feroces, indomables y nobles.

-Juntos, unicornio buscaremos. Que ella eso no es, Akanke ver te hará- le dijo al estar a un poco más de un metro de distancia del elfo. -Yo te ayudaré. Tú de elfos me contarás- le dijo, proponiéndole así un trato. Los elfos le causaban curiosidad y admiración. A fin de cuentas, había sido uno quien la salvase de morir calcinada tiempo atrás.

Se quedó mirando al elfo, esperando su respuesta, y ante el silencio del mismo, volvió a hablar, cosa que le molestaba mucho, pues a ella no se le daba bien la lengua común -Al rastro, vamos- dijo haciendo un gesto hacia el bosque.