Falsa quemadura [Desafío]
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Falsa quemadura [Desafío]
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-Enano, ¿lo has traído todo?-
-Sí señor-.
-¿Qué es?-
-Lo llaman Falsa Quemadura-.
-¿Y lo hacéis los actores?-
-No señor, esto viene de Sandorai. Un mercader me lo enseñó. Algunos de los mendigos se mutilan para dar más pena y recoger más monedas; otros, sin embargo, hacen esto. Este negocio es muy peligroso, mi señor Rutherford-.
-Por favor, no me llames “señor”. Hoy solo Ernest-.
-Sí se…. Ernest- El enano sacó un cuenco de cerámica que contenía una extraña masa. Atento, antes de que Rutherford preguntase de nuevo qué era, el enano respondió- Esto es jabón: una mezcla de huesos, grasa y ceniza. Las mujeres la usan para labor la ropa. Nos lo tenemos que poner en la cara y en las manos-.
Los dos hombres se quedaron desnudos el uno en frente del otro. Ninguno se quedó mirando los defectos de la desnudez del otro. El enano no miró las manchas ni las arrugas del viejo y éste no se fijó ni un solo momento en las cortas y regordetas piernas del enano. Poco a poco, el cuenco de cerámica se fue vaciando. Se frotaron en el jabón por la cara, brazos y piernas.
-Huele muy mal Enano-
-Licio, si tú eres Ernest yo soy Licio- soltó una graciosa carcajada que hizo sonreír a Ernest- Y recuerda que los mendigos no destacan por sus fragancias-.
Una vez terminaron con el jabón, Licio sacó la botella de Falsa Quemadura. La poción tenía un extraño color rojizo que a Ernest Rutherford le recordaba a la sangre. No era de buen augurio echarse sangre por el cuerpo. Por un momento pensó que Licio, quizás, se estaría aprovechando de él. La agradable risa del enano fue prueba suficiente para confiar en él. El viejo asintió y siguió adelante con el plan.
-Apesta a vinagre barato-.
-Es que es vinagre, traído directamente desde Sandorai. Los alquimistas lo pintan de colores para que parezca más exótico y caro. –Ayudó a Ernest a echarse la Falsa Quemadura por la cara sin que ninguna gota cayese en sus ojos. Podría enfermar más de lo que ya estaba-¿Lo nota? El jabón levanta las ampollas. Para cualquiera que nos viera, nuestra piel parecerá quemada y ulcerada-.
-Más rápido que espárrago hervido- al lado de Licio, era difícil no seguir con sus bromas.
-¿Está listo, señor?-
-Ernest, recuerda que hoy somos dos enfermos más, amigo-.
-¡Claro!-
-Bien, veamos que nos depara Dundarak- dijo Ernest para sí mismo.
Pasaron meses desde que la pirámide se abrió y toda la península cayó en su peor maldición. Dundarak parecía un desierto de muertos que luchaban por mantenerse con vida. Ernest pidió viajar expresamente al lugar. Sus compañeros, en la academia Hekshold le advirtieron, por pasiva y por activa, que se deshiciera de sus locas ideas. En Dundarak no había que ver, insistieron, solo muerte y lágrimas. Ernest, un viejo brujo que vivía más años de los que jamás llegó a imaginar que nadie podía vivir, no tenía miedo a la muerte. Si pudiera, si la muerte fuera una persona corpórea, la abrazaría con todas sus fuerzas para luego recriminarle por qué se llevaba a la gente más joven y, en cambio, dejaba con vida a un viejo brujo amante del discurso y la lógica (aburrido). Licio, enano y actor, le dio la oportunidad para que Ernest pudiera dar el abrazo metafórico que tanto ansiaba. Jabón y vinagre de Sandorai o, como él lo llamaba, Falsa Quemadura; tan sencillo como eso. Ernest y Licio parecían dos infectados más. No les fue nada difícil integrarse con los otros enfermos. Simplemente, se sentaron en unos escalones de un templó dragón repleto de enfermos que oraban piedad y la ayuda llegó inmediatamente. Realmente, ¿quién ayudaba a quién? Cierto era que Ernest necesitaba ayuda para entrar al templo de los dragones; pero, por otra parte, era él quién viajó para ayudar para los infectos. El abrazo con la Muerte, no olvidaba. Primero tenía que abrazarla y luego, reprimirla por sus actos egoístas.
* Bienhallado/a buscador/a de viejos: El maestro más anciano del Hekshold ha desaparecido. Nadie sabe dónde ha ido. Piden una jugosa recompensa para aquel que lo encuentre. Tú, no me importa por qué razón pero si deseas explicarla eres libre de hacerlo, estás interesado por dicha recompensa. Accedes a ir en busca del maestro Rutherford. ¿Dónde encontrarlo? Obviamente, has leído el tema y sabes que está en un templo que sirve como refugio para los dragones enfermos de la pandemia, Rutherford está buscando a la muerte de cara. En este primer turno, deberás encontrar pistas que te lleven hacia el refugio de Dundarak e infiltrarte allí dentro como un enfermo más.
Si consigues el favor de la maestra Rutherford podrás ganar una plaza en la Academia Hekshold, concretamente, en la Casa Myrddin
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-Sí señor-.
-¿Qué es?-
-Lo llaman Falsa Quemadura-.
-¿Y lo hacéis los actores?-
-No señor, esto viene de Sandorai. Un mercader me lo enseñó. Algunos de los mendigos se mutilan para dar más pena y recoger más monedas; otros, sin embargo, hacen esto. Este negocio es muy peligroso, mi señor Rutherford-.
-Por favor, no me llames “señor”. Hoy solo Ernest-.
-Sí se…. Ernest- El enano sacó un cuenco de cerámica que contenía una extraña masa. Atento, antes de que Rutherford preguntase de nuevo qué era, el enano respondió- Esto es jabón: una mezcla de huesos, grasa y ceniza. Las mujeres la usan para labor la ropa. Nos lo tenemos que poner en la cara y en las manos-.
Los dos hombres se quedaron desnudos el uno en frente del otro. Ninguno se quedó mirando los defectos de la desnudez del otro. El enano no miró las manchas ni las arrugas del viejo y éste no se fijó ni un solo momento en las cortas y regordetas piernas del enano. Poco a poco, el cuenco de cerámica se fue vaciando. Se frotaron en el jabón por la cara, brazos y piernas.
-Huele muy mal Enano-
-Licio, si tú eres Ernest yo soy Licio- soltó una graciosa carcajada que hizo sonreír a Ernest- Y recuerda que los mendigos no destacan por sus fragancias-.
Una vez terminaron con el jabón, Licio sacó la botella de Falsa Quemadura. La poción tenía un extraño color rojizo que a Ernest Rutherford le recordaba a la sangre. No era de buen augurio echarse sangre por el cuerpo. Por un momento pensó que Licio, quizás, se estaría aprovechando de él. La agradable risa del enano fue prueba suficiente para confiar en él. El viejo asintió y siguió adelante con el plan.
-Apesta a vinagre barato-.
-Es que es vinagre, traído directamente desde Sandorai. Los alquimistas lo pintan de colores para que parezca más exótico y caro. –Ayudó a Ernest a echarse la Falsa Quemadura por la cara sin que ninguna gota cayese en sus ojos. Podría enfermar más de lo que ya estaba-¿Lo nota? El jabón levanta las ampollas. Para cualquiera que nos viera, nuestra piel parecerá quemada y ulcerada-.
-Más rápido que espárrago hervido- al lado de Licio, era difícil no seguir con sus bromas.
-¿Está listo, señor?-
-Ernest, recuerda que hoy somos dos enfermos más, amigo-.
-¡Claro!-
-Bien, veamos que nos depara Dundarak- dijo Ernest para sí mismo.
- Tulio (Enano):
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Pasaron meses desde que la pirámide se abrió y toda la península cayó en su peor maldición. Dundarak parecía un desierto de muertos que luchaban por mantenerse con vida. Ernest pidió viajar expresamente al lugar. Sus compañeros, en la academia Hekshold le advirtieron, por pasiva y por activa, que se deshiciera de sus locas ideas. En Dundarak no había que ver, insistieron, solo muerte y lágrimas. Ernest, un viejo brujo que vivía más años de los que jamás llegó a imaginar que nadie podía vivir, no tenía miedo a la muerte. Si pudiera, si la muerte fuera una persona corpórea, la abrazaría con todas sus fuerzas para luego recriminarle por qué se llevaba a la gente más joven y, en cambio, dejaba con vida a un viejo brujo amante del discurso y la lógica (aburrido). Licio, enano y actor, le dio la oportunidad para que Ernest pudiera dar el abrazo metafórico que tanto ansiaba. Jabón y vinagre de Sandorai o, como él lo llamaba, Falsa Quemadura; tan sencillo como eso. Ernest y Licio parecían dos infectados más. No les fue nada difícil integrarse con los otros enfermos. Simplemente, se sentaron en unos escalones de un templó dragón repleto de enfermos que oraban piedad y la ayuda llegó inmediatamente. Realmente, ¿quién ayudaba a quién? Cierto era que Ernest necesitaba ayuda para entrar al templo de los dragones; pero, por otra parte, era él quién viajó para ayudar para los infectos. El abrazo con la Muerte, no olvidaba. Primero tenía que abrazarla y luego, reprimirla por sus actos egoístas.
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* Bienhallado/a buscador/a de viejos: El maestro más anciano del Hekshold ha desaparecido. Nadie sabe dónde ha ido. Piden una jugosa recompensa para aquel que lo encuentre. Tú, no me importa por qué razón pero si deseas explicarla eres libre de hacerlo, estás interesado por dicha recompensa. Accedes a ir en busca del maestro Rutherford. ¿Dónde encontrarlo? Obviamente, has leído el tema y sabes que está en un templo que sirve como refugio para los dragones enfermos de la pandemia, Rutherford está buscando a la muerte de cara. En este primer turno, deberás encontrar pistas que te lleven hacia el refugio de Dundarak e infiltrarte allí dentro como un enfermo más.
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Sigel
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Re: Falsa quemadura [Desafío]
El frescor otoñal se internaba en mi cuerpo con una suave brisa, aliviándome momentáneamente del ardor que la enfermedad provocaba en mi cuerpo. Suspiré lentamente agradeciendo cada segundo de aquel tacto mientras recorría aquel camino arenoso. El infeccioso mal me daba pocos momentos de paz, así que había que disfrutarlos al máximo. Y así fue, no me pude recrear demasiado. Mi cuerpo se dobló mientras me llevaba la mano a la boca y sentía como mi interior se desgarraba, como si lo estuvieran lijando. El pequeño paraíso que se había formado fue borrado del mapa por aquel violento golpe de tos. Caminé con dificultad y sin dejar de toser hasta un árbol cercano buscando apoyo. Me agarré al tronco e intenté recomponerme. El mensaje era claro, necesitaba descanso, y a mi cuerpo le daba igual que sólo hubiera andado unas horas. Aún sintiendo las pequeñas replicas del ataque, oteé el horizonte todo lo bien que pude pese al espesor del bosque. Pude identificar una pequeña columna gris que ascendía sinuosa y sin pensármelo dos veces marqué mi nuevo rumbo.
Mis pasos me llevaron a una pequeña aldea. No tenía ni idea de dónde demonios estaba, sólo podía deducir que estaba en algún punto de los Bosques del Este. El hecho de no saber muy bien el camino de vuelta y el no haberme acercado a alguien para preguntar, debido a mi situación de enfermo, me estaban haciendo caminar errante de un lado a otro. Sin duda debía de cambiar de método, había llegado el momento de retomar el contacto con el mundo. Me acerqué a la entrada de la aldea, aún con ciertas reticencias y temor a que me sacaran de allí a palazos.
"Dundakar" rezaba una flecha sobre un poste que señalaba una bifurcación del camino. "Ulmer" rezaba otra flecha un poco más abajo señalando otra bifurcación. Ambos dos no señalaban a la aldea, cuya placa o flecha de madera había desaparecido. "Bueno, ¿estaré en un punto intermedio?" me rasqué el mentón. No sabría bien decir si era más un deseo que una pregunta.
Sea como fuera, a mi cuerpo todo aquello le daba igual. Las piernas me flaquearon unos instantes y desfallecí hacía delante. Me cogí del poste para no caer, pero fue inútil, mis brazos habían decidido unirse a mis piernas. Resignado me acomodé apoyando mi espalda en la señal. No había podido ni llegar al interior del poblado. Acostumbrado a la continua decepción conmigo mismo en aquel viaje, me rendí a la situación y cerré los ojos para descansar un rato.
-¡Bah!... ¡Tonterías!... - una estridente voz me despertó de mi descanso.
Abrí lentamente los ojos y al momento fui cegado por las primeras luces del atardecer. Llevé la mano delante de mi cara para protegerme del sol y darle tiempo a mi vista para que se adaptara tras el improvisto despertar.
-¿Estas majara o que Flint? -sonó otra voz diferente cargada de reproche.
Miré atontado a un lado y al otro. No había nadie. ¿Definitivamente me había vuelto loco?
-¡Pero amigo! - replicó enérgica la otra voz, supuse que era la del tal Flint. - ¡Es un maestro del Hekshold! ¡Esos tíos están forrados! ¿¡Tú sabes lo que podríamos....!?
¡COMO SI ES EL REY DE LUNARGENTA! - le cortó el otro totalmente contrariado. -¡Ninguna recompensa vale tu vida!
Seguí girando mi cabeza de un lado a otro, sin comprender porque escuchaba las voces de alguien a quien no veía. Sin duda aún estaba bastante adormilado.
-¡Pe...pe...pero...!
-¡NADA DE PEROS! ¡CABEZA DE CHORLITO!- no fue hasta ese segundo grito cuando me di cuenta que los sonidos venían de mi espalda y no de enfrente mía. -¿¡De que te sirve que te prometan una montaña de oro si te envían a una muerte segura!? ¡Nadie se salva de la enfermedad! ¡Y ese viejo chiflado ha decidido meterse de lleno en una ciudad llena de muertos y enfermos! ¡Ninguna persona, con dos dedos de frente y aprecio a la vida, se metería en un lugar así! ¿O acaso quieres infectarte Flint?
Me giré y vi como dos hombres, uno bastante joven y otro con cabellos plateados que se asomaban tímidamente en su cabello, discutían frente a lo que parecía ser un tablón de anuncios.
-N...n...no...
-¡Pues tira pa casa y deja de decir chorradas!
La discusión termino en aquel instante, el joven se fue caminando penosamente con la cabeza baja, y el más entrado en años con un paso altivo y el pecho inflado de orgullo. Yo, curioso por naturaleza y recientemente motivado por las palabras "recompensa" y "montaña de oro", me levanté para indagar sobre el motivo de la discusión.
El tablón estaba lleno de diversos anuncios: "Busco cerdo para aparear a mi cerda", "¿Alguien me vende estiércol?", "¿Habéis visto las pechugas de la hija del carnicero?" y otros anuncios similares que asocie al mundo campesino por experiencia propia. Al final encontré lo que queria: "Se busca: El anciano y distinguido profesor Ernest Rutherford ha desaparecido. Lo último que se sabe de él es que realizo una alocada expedición a Dundakar, para visitar un cubil de infectados. Desde la Academia Hekshold se hace saber que aquel que consiga traer sano y salvo a nuestro valiosisimo docente será considerablemente recompensado." rezaba el cartel que iba acompañado de un retrato del susodicho. Ahora entendía la escandalosa negativa del hombre más anciano. Era obvio que meterse en una zona infectada gozando de buena salud era de imbeciles pero...
"Yo ya estoy infectado" pensé mientras me rascaba el mentón observando las posibilidades del anuncio. Levanté la vista y observé el poste de señales.
Estaba cerca de casa, o eso suponía, un camino me llevaba a ella pero el otro... ¡el otro me llevaba a una oportunidad única! "¡Es un maestro del Hekshold!" había gritado el joven. Aquella frase escondía más que una importante suma económica. Sabía poco de los brujos y sus tierras, pero obviamente no podía desconocer aquella mítica academia que los bardos tanto habían cantado cuando visitaron mi aldea. Si por lo menos la mitad de todo lo que cantaban era cierto... ¡Salvar a alguien del Hekshold me podía llevar a algo más valioso que el dinero! Al conocimiento. Algo que sin duda necesitaba si quería librarme algún día de aquella enfermedad. No lograría curarme nunca paseando errante por aldeas llenas de gente normal y corriente, necesitaba una alianza con alguien sabio, con alguien con influencia. Aquellas eran sin duda cosas que poseía un maestro de la mítica escuela. Además, ¿que tenía que perder? A diferencia del otro joven, yo ya estaba enfermo. Era poca la perdida y mucha la posible ganancia. Ulmer debía esperar, tenía que salvar a aquel anciano brujo.
Pasaron unas semanas hasta que por fin vislumbre las características torres de Dundarak. El camino no había sido nada halagüeño. Todo parecía... podrido... maldito... Pero sin duda nada era comparado con la visión que me ofrecía la capital de los dragones. Era la imagen de la más completa desolación. Daba la sensación de que una neblina oscura envolvía la ciudad y sus alrededores, incluso en el ambiente parecía que se escuchaban los agónicos gemidos de las almas que habían dejado este mundo, por el mal caído del cielo. Fue en ese momento en el que me plantee si en verdad había sido buena idea haber ido a aquel lugar. Toda la seguridad que había expresado unas semanas antes se dispersó como el humo. Si las almas iban a algún lugar después de la muerte, definitivamente Dundarak podía ser la viva imagen de dicho lugar. Caminé hasta sus solitarias puertas sintiendo un incesante escalofrió a mi espalda. Las sombras parecían perseguirme y mirarme con unos ojos invisibles.
Las puertas estaban vacías, sin duda las autoridades ya se habían resignado desde hacía tiempo a contener a cualquier visitante que quisiera entrar, nadie en su sano juicio entraría, o a cualquiera que quisiera salir, lo que casi les solucionaba un problema pues abría menos gente a la cual atender. Si la visión de Dundarak del exterior era desoladora, el interior era como una bajada a los mismísimos infiernos. La podredumbre era la única y verdadera reina de la ciudad. Un ambiente nauseabundo vigilaba atentó las calles acariciando a sus transeúntes como si de un fino velo se tratase. Los ojos, de unos cuerpos sin vida que se esparcían a lo largo de las vías y los callejones entre las casas, fueron los únicos en darme la bienvenida a parte de las ratas y demás insectos que se alimentaban de ellos. El aire entraba espeso a mis pulmones, como si comiese miel, y me hacía sentir que por cada minuto que lo respirase mi vida se acortaría por horas. Pero ya no había marcha atrás.
Hasta que no deambulé durante unos minutos más por aquellas desérticas calles no caí en la cuenta.
"¿Como demonios voy a encontrar a un viejo brujo en una ciudad asolada por la miseria? La gente probablemente esté escondida si es que no los han reunido en guetos, de los cuales ya no podrían salir." caminaba pensativo mientras la rabia comenzaba a aflorar en mi. "Podría internarme en uno pero... ¿Cómo puedo saber cual es dónde se encuentra el viejo? ¿Cómo voy a salir después? Y lo más importante, ¿cómo iba a convencer al viejo de escapar si había ido allí por voluntad propia?" resoplé enfadado conmigo mismo y miré ceñudo el final de la calle que parecia infinito por el efecto de la neblina."¡Imbécil!" pensé de inmediato mordiéndome de nuevo el labio y pateando una adoquín suelto de la calle. "¡Debería haberme hecho todas estas preguntas antes de llegar aquí!"
"¡Ninguna persona, con dos dedos de frente y apreció a la vida, se metería en un lugar así!" recordó mi celebro con cierta maldad. Lo de apreció a la vida no me dolía mucho dada mi situación, pero lo de los dos dedos de frente ya era otro cantar.
Me detuve un momento, tenía que pensar, puede que aún no fuera demasiado tarde. Crucé mi vientre con una mano cogiéndome la cadera y luego apoyé en ella el brazo con cuyo puño tapaba mis labios mientras miraba pensativo a la nada, recopilando toda la información que tenía. "Docente de Hekshold", "Expedición", "Enfermos", "Posibles Guetos", "Mal del cielo", las palabras se arremolinaban en mi mente y buscaba sin éxito darles un sentido, encontrar una pista oculta... Sólo llegué a la conclusión que si aquello era una expedición de un docente reputado no iría a lugares poco importantes. Y si encima era un suicida, ya que aquella expedición no tenía mucha pinta de regirse por un juicio cabal, iría al sitio más peligroso de la ciudad. Pero todas esas hipótesis carecían de importancia al tener un nulo conocimiento sobre la ciudad en la que me encontraba. Necesitaba recabar más información, al menos eso recomendaban siempre en el gremio*.
De repente unos pasos interrumpieron mis pensamientos. ¡Debía esconderme! ¡Y rápido! Me aparté torpemente del centro de la calle, con la mala suerte de tropezar con uno de los cuerpos que la infectaban, cayendo y rodando hasta uno de los callejones. Con el corazón apunto de salirse del pecho me escondí tras los restos, tanto orgánicos como no orgánicos, de una especie de montaña que ya había perdido toda posible forma de descripción. No me atrevía ni a respirar, aquella ocasión de obtener información era demasiado valiosa como para echarla a perder.
-Malditos enfermos...- masculló una voz áspera. -¡Deberíamos quemarlos a todos! ¡Los sanos ahora mismo somos lo único que importa!- me asomé un poco para ver como dos guardias venían por una de las calles principales cargando con una especie de carreta. -Pero aquí estamos, poniendo en juego nuestras vida para cuidar a esos apestados.
-¡Callate! - le espetó el otro -Como se nota que no has perdido a nadie con todo esto, ¡maldita sabandija! ¡Siempre quejándote!
-Uhhhh....- se burló el otro -¿Quieres que me compadezca de ti? ¿Quieres que llore contigo?
¡Que te den Kirck! ¡Yo pienso en mi! ¡Deberías hacer lo mismo!
-¡Vete a la mierda!
-¡Lo haría encantado! ¡Que por si fuera poco, el hecho de aguantar a un llorica y el puto ambiente nauseabundo de este cementerio, encima ahora tengo que aguantar las quejas de ese viejo chiflado sobre el trato a los enfermos! ¡Un día de estos la comida que lleve al templo irá con sorpresa!
"¿Un viejo chiflado?" aquello despertó mi interés, puede que demasiado.
Me apoyé en aquella montaña de restos para ver mejor la dirección que tomaban los soldados, olvidándome por un segundo de la prudencia que debía de guardar. Algo cedió y cayó rodando por el suelo creando un ligero sonido que, pese a ser leve, obviamente atrajo la atención de los guardias.
-¿Que ha sido eso?- el malhumorado comenzó a girarse en busca del ruido.
Me agaché lo más rápido que pude encomendándome, a todos los dioses habidos y por haber, para que no me vieran. Escuché el sonido de sus botas chocar contra los adoquines. Un sonido que cada vez se escuchaba más cercano. Un sonido que no cesaba en su avance.... Un sonido que ya casi estaba encima de mi.
-¡Agghh! - grito de improvisto haciendo que me diera un vuelco el corazón. -¡Una puta rata! ¡Que asco!
-¿¡Vas a dejar de jugar ya o qué!? ¡Mueve tu jodido culo de una vez!
-¡Que te den Kirck! ¡Que te den! ¡Un día te pegaré una paliza!
-¡Bah!
Los soldados se alejaron mientras yo me preguntaba si había algún dios rata al que debía de darle las gracias.
Me levanté un poco y vi por dónde se alejaban los soldados. Eran la mejor pista que esperaba conseguir, así que simplemente me la jugué. Tosí intentando hacer el mínimo sonido, parecía que hasta la enfermedad había entendido que antes no era el momento de hacer ruido, y los seguí a una distancia prudencial.
Poco a poco, aquella viscosa tela etérea que campaba por la ciudad mostró las columnas de piedra de lo que parecía ser un templo bastante deteriorado, del que salían múltiples sonidos de toses y gemidos. Me escondí detrás de lo poco que quedaba de un carro y vi como los guardias a los que había perseguido conversaban con un tercero, que aguardaba en la puerta del gran templo, antes de internarse en él.
"De perdidos al rió." pensé saliendo del escondite dirigiéndome directamente al guardia.
¡Eh! - reaccionó el guardia con violencia enarbolando su alabarda a los pocos segundos de verme. -¿¡Quien eres tú!? ¿Que haces fuera de la zona de cuarentena?
Levanté las manos y lo miré directamente intentando que no se pusiera nervioso y aquello diese paso a una trifulca que no esperaba ganar.
-Tranquilo... Soy sólo un viajero, que viene de lejanas tierras a buscar un refugio para los enfermos. - mentí un poco cargando la mentira con una gran parte de verdad. Sin dejar de mantener los brazos en alto, avancé lentamente impidiéndole ver la espada que colgaba de mi espalda, ocultándola con mi capucha. -Como ve...- añadí dirigiendo una mano hacía la venda que cubría mi cara. El guardia se movió nervioso azuzándome con el arma advirtiendo que no hiciera nada raro. Y baje la venda. -Soy sólo una victima más de este mal. -terminé mostrándole mi rostro demacrado por aquellas postulas rojas características de la enfermedad.
-¿Por qué de repente le ha dado a la gente por venirse a morir aquí?- preguntó el guardia a la nada con cierto desespero -Hace unas semanas un viejo y un enano. Hoy tú. ¿Qué os ha dado con Dundarak? ¡Va tira para dentro! ¡O acabaré con tu sufrimiento aquí mismo!
Y así hice, pero sin darle en ningún momento la espalda, no quería que descubriera que en verdad iba armado. Aprovechando un recoveco me alejé de su campo de visión y comencé mi búsqueda. La cual, por gracioso que parezca, fue lo más sencillo de todo aquel periplo. Una vez entré no tardaron en escucharse los gritos de un hombre anciano quejándose del estado de la comida, respondidos de forma inmediata por la voz conocida de aquel guardia malhumorado. Me acerqué lo más rápido que pude esquivando los cuerpos que se arremolinaban en el templo, tanto los de los vivos como los de los muertos.
-¡Maldito viejo! ¡Es lo que hay! ¡Haber ido a morirte a otro lado!- los gritos de aquel guardia resonaban por todo el templo.
Lo encontré completamente rojo por la ira junto a un hombre muy anciano, que miraba con gesto de indignación al guardia.
-¡Le exijo que sus superiores nos traigan enseguida...!- intentó replicar el viejo con aplomo y enfado.
-¡Tú no exiges nada! ¡A no ser que quieras que te vuele los dientes de una hostia!- le cortó sin reparos cruzando el aire con la mano.
-¡Pagarás por estas insolencias! - se notaba que no era un anciano cualquiera. Sin era la persona a la que buscaba,
-¡Bah! - respondió el guardia haciendo un ofensivo gesto con la mano dándole la espalda para irse. -¡Ahí tienes la comida! Si no la quieres ¡Muérete de hambre! ¡Vamonos Kirck!
El otro guardia, sin muchas ganas, siguió a su compañero en silencio. Seguramente no le gustaba la situación, pero por todo lo que había escuchado, podría decirse que el malhumorado era su superior y sólo podía ver, oír y callar.
-¡Esto no quedará asi!- alcanzó gritar el anciano antes de que le diera un achaque de tos, más propio de la edad que de la enfermedad. Yo lo sabía, eran toses muy diferentes.
-¡Bla! ¡Bla! ¡Bla!- se burló el guardia moviendo la mano como si esta tuviera labios, antes de desaparecer por la puerta que daba a la salida.
El anciano profesor, ya algo más recuperado del achaque, cogió con rabia la comida y se retiró. Lo seguí, con la intención de hablar con él, hasta uno de los recovecos del templo, al cobijo de una estatua dragón, donde lo esperaba un hombre muy pequeño. Me acerqué algo tímido y rezando por no haberme equivocado de persona.
-¿Señor Rutherford? - pregunté esperando que reaccionara a aquel nombre. El anciano se giró y una enorme alegría me invadió. -Usted no me conoce. Me llamo Ircan y he venido a sacarlo de aquí. Sus amigos de la Academia Hekshold están muy preocupados por usted.- fue lo primero que se me ocurrió, apelar a la posible amistad que podría mantener aquel hombre con el resto del cuerpo docente.
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*: Este tema va después del tema que tengo con Bio, dónde me invita al gremio de informantes, al que ya hice solicitud y estoy en el tema de integración.
Sigo bajo los efectos de la enfermedad pues aún no me encontrado la cura.
PD: Perdón si es demasiado extenso se me fue la mano con la imaginación u.u
Mis pasos me llevaron a una pequeña aldea. No tenía ni idea de dónde demonios estaba, sólo podía deducir que estaba en algún punto de los Bosques del Este. El hecho de no saber muy bien el camino de vuelta y el no haberme acercado a alguien para preguntar, debido a mi situación de enfermo, me estaban haciendo caminar errante de un lado a otro. Sin duda debía de cambiar de método, había llegado el momento de retomar el contacto con el mundo. Me acerqué a la entrada de la aldea, aún con ciertas reticencias y temor a que me sacaran de allí a palazos.
"Dundakar" rezaba una flecha sobre un poste que señalaba una bifurcación del camino. "Ulmer" rezaba otra flecha un poco más abajo señalando otra bifurcación. Ambos dos no señalaban a la aldea, cuya placa o flecha de madera había desaparecido. "Bueno, ¿estaré en un punto intermedio?" me rasqué el mentón. No sabría bien decir si era más un deseo que una pregunta.
Sea como fuera, a mi cuerpo todo aquello le daba igual. Las piernas me flaquearon unos instantes y desfallecí hacía delante. Me cogí del poste para no caer, pero fue inútil, mis brazos habían decidido unirse a mis piernas. Resignado me acomodé apoyando mi espalda en la señal. No había podido ni llegar al interior del poblado. Acostumbrado a la continua decepción conmigo mismo en aquel viaje, me rendí a la situación y cerré los ojos para descansar un rato.
-¡Bah!... ¡Tonterías!... - una estridente voz me despertó de mi descanso.
Abrí lentamente los ojos y al momento fui cegado por las primeras luces del atardecer. Llevé la mano delante de mi cara para protegerme del sol y darle tiempo a mi vista para que se adaptara tras el improvisto despertar.
-¿Estas majara o que Flint? -sonó otra voz diferente cargada de reproche.
Miré atontado a un lado y al otro. No había nadie. ¿Definitivamente me había vuelto loco?
-¡Pero amigo! - replicó enérgica la otra voz, supuse que era la del tal Flint. - ¡Es un maestro del Hekshold! ¡Esos tíos están forrados! ¿¡Tú sabes lo que podríamos....!?
¡COMO SI ES EL REY DE LUNARGENTA! - le cortó el otro totalmente contrariado. -¡Ninguna recompensa vale tu vida!
Seguí girando mi cabeza de un lado a otro, sin comprender porque escuchaba las voces de alguien a quien no veía. Sin duda aún estaba bastante adormilado.
-¡Pe...pe...pero...!
-¡NADA DE PEROS! ¡CABEZA DE CHORLITO!- no fue hasta ese segundo grito cuando me di cuenta que los sonidos venían de mi espalda y no de enfrente mía. -¿¡De que te sirve que te prometan una montaña de oro si te envían a una muerte segura!? ¡Nadie se salva de la enfermedad! ¡Y ese viejo chiflado ha decidido meterse de lleno en una ciudad llena de muertos y enfermos! ¡Ninguna persona, con dos dedos de frente y aprecio a la vida, se metería en un lugar así! ¿O acaso quieres infectarte Flint?
Me giré y vi como dos hombres, uno bastante joven y otro con cabellos plateados que se asomaban tímidamente en su cabello, discutían frente a lo que parecía ser un tablón de anuncios.
-N...n...no...
-¡Pues tira pa casa y deja de decir chorradas!
La discusión termino en aquel instante, el joven se fue caminando penosamente con la cabeza baja, y el más entrado en años con un paso altivo y el pecho inflado de orgullo. Yo, curioso por naturaleza y recientemente motivado por las palabras "recompensa" y "montaña de oro", me levanté para indagar sobre el motivo de la discusión.
El tablón estaba lleno de diversos anuncios: "Busco cerdo para aparear a mi cerda", "¿Alguien me vende estiércol?", "¿Habéis visto las pechugas de la hija del carnicero?" y otros anuncios similares que asocie al mundo campesino por experiencia propia. Al final encontré lo que queria: "Se busca: El anciano y distinguido profesor Ernest Rutherford ha desaparecido. Lo último que se sabe de él es que realizo una alocada expedición a Dundakar, para visitar un cubil de infectados. Desde la Academia Hekshold se hace saber que aquel que consiga traer sano y salvo a nuestro valiosisimo docente será considerablemente recompensado." rezaba el cartel que iba acompañado de un retrato del susodicho. Ahora entendía la escandalosa negativa del hombre más anciano. Era obvio que meterse en una zona infectada gozando de buena salud era de imbeciles pero...
"Yo ya estoy infectado" pensé mientras me rascaba el mentón observando las posibilidades del anuncio. Levanté la vista y observé el poste de señales.
Estaba cerca de casa, o eso suponía, un camino me llevaba a ella pero el otro... ¡el otro me llevaba a una oportunidad única! "¡Es un maestro del Hekshold!" había gritado el joven. Aquella frase escondía más que una importante suma económica. Sabía poco de los brujos y sus tierras, pero obviamente no podía desconocer aquella mítica academia que los bardos tanto habían cantado cuando visitaron mi aldea. Si por lo menos la mitad de todo lo que cantaban era cierto... ¡Salvar a alguien del Hekshold me podía llevar a algo más valioso que el dinero! Al conocimiento. Algo que sin duda necesitaba si quería librarme algún día de aquella enfermedad. No lograría curarme nunca paseando errante por aldeas llenas de gente normal y corriente, necesitaba una alianza con alguien sabio, con alguien con influencia. Aquellas eran sin duda cosas que poseía un maestro de la mítica escuela. Además, ¿que tenía que perder? A diferencia del otro joven, yo ya estaba enfermo. Era poca la perdida y mucha la posible ganancia. Ulmer debía esperar, tenía que salvar a aquel anciano brujo.
* * *
Pasaron unas semanas hasta que por fin vislumbre las características torres de Dundarak. El camino no había sido nada halagüeño. Todo parecía... podrido... maldito... Pero sin duda nada era comparado con la visión que me ofrecía la capital de los dragones. Era la imagen de la más completa desolación. Daba la sensación de que una neblina oscura envolvía la ciudad y sus alrededores, incluso en el ambiente parecía que se escuchaban los agónicos gemidos de las almas que habían dejado este mundo, por el mal caído del cielo. Fue en ese momento en el que me plantee si en verdad había sido buena idea haber ido a aquel lugar. Toda la seguridad que había expresado unas semanas antes se dispersó como el humo. Si las almas iban a algún lugar después de la muerte, definitivamente Dundarak podía ser la viva imagen de dicho lugar. Caminé hasta sus solitarias puertas sintiendo un incesante escalofrió a mi espalda. Las sombras parecían perseguirme y mirarme con unos ojos invisibles.
Las puertas estaban vacías, sin duda las autoridades ya se habían resignado desde hacía tiempo a contener a cualquier visitante que quisiera entrar, nadie en su sano juicio entraría, o a cualquiera que quisiera salir, lo que casi les solucionaba un problema pues abría menos gente a la cual atender. Si la visión de Dundarak del exterior era desoladora, el interior era como una bajada a los mismísimos infiernos. La podredumbre era la única y verdadera reina de la ciudad. Un ambiente nauseabundo vigilaba atentó las calles acariciando a sus transeúntes como si de un fino velo se tratase. Los ojos, de unos cuerpos sin vida que se esparcían a lo largo de las vías y los callejones entre las casas, fueron los únicos en darme la bienvenida a parte de las ratas y demás insectos que se alimentaban de ellos. El aire entraba espeso a mis pulmones, como si comiese miel, y me hacía sentir que por cada minuto que lo respirase mi vida se acortaría por horas. Pero ya no había marcha atrás.
Hasta que no deambulé durante unos minutos más por aquellas desérticas calles no caí en la cuenta.
"¿Como demonios voy a encontrar a un viejo brujo en una ciudad asolada por la miseria? La gente probablemente esté escondida si es que no los han reunido en guetos, de los cuales ya no podrían salir." caminaba pensativo mientras la rabia comenzaba a aflorar en mi. "Podría internarme en uno pero... ¿Cómo puedo saber cual es dónde se encuentra el viejo? ¿Cómo voy a salir después? Y lo más importante, ¿cómo iba a convencer al viejo de escapar si había ido allí por voluntad propia?" resoplé enfadado conmigo mismo y miré ceñudo el final de la calle que parecia infinito por el efecto de la neblina."¡Imbécil!" pensé de inmediato mordiéndome de nuevo el labio y pateando una adoquín suelto de la calle. "¡Debería haberme hecho todas estas preguntas antes de llegar aquí!"
"¡Ninguna persona, con dos dedos de frente y apreció a la vida, se metería en un lugar así!" recordó mi celebro con cierta maldad. Lo de apreció a la vida no me dolía mucho dada mi situación, pero lo de los dos dedos de frente ya era otro cantar.
Me detuve un momento, tenía que pensar, puede que aún no fuera demasiado tarde. Crucé mi vientre con una mano cogiéndome la cadera y luego apoyé en ella el brazo con cuyo puño tapaba mis labios mientras miraba pensativo a la nada, recopilando toda la información que tenía. "Docente de Hekshold", "Expedición", "Enfermos", "Posibles Guetos", "Mal del cielo", las palabras se arremolinaban en mi mente y buscaba sin éxito darles un sentido, encontrar una pista oculta... Sólo llegué a la conclusión que si aquello era una expedición de un docente reputado no iría a lugares poco importantes. Y si encima era un suicida, ya que aquella expedición no tenía mucha pinta de regirse por un juicio cabal, iría al sitio más peligroso de la ciudad. Pero todas esas hipótesis carecían de importancia al tener un nulo conocimiento sobre la ciudad en la que me encontraba. Necesitaba recabar más información, al menos eso recomendaban siempre en el gremio*.
De repente unos pasos interrumpieron mis pensamientos. ¡Debía esconderme! ¡Y rápido! Me aparté torpemente del centro de la calle, con la mala suerte de tropezar con uno de los cuerpos que la infectaban, cayendo y rodando hasta uno de los callejones. Con el corazón apunto de salirse del pecho me escondí tras los restos, tanto orgánicos como no orgánicos, de una especie de montaña que ya había perdido toda posible forma de descripción. No me atrevía ni a respirar, aquella ocasión de obtener información era demasiado valiosa como para echarla a perder.
-Malditos enfermos...- masculló una voz áspera. -¡Deberíamos quemarlos a todos! ¡Los sanos ahora mismo somos lo único que importa!- me asomé un poco para ver como dos guardias venían por una de las calles principales cargando con una especie de carreta. -Pero aquí estamos, poniendo en juego nuestras vida para cuidar a esos apestados.
-¡Callate! - le espetó el otro -Como se nota que no has perdido a nadie con todo esto, ¡maldita sabandija! ¡Siempre quejándote!
-Uhhhh....- se burló el otro -¿Quieres que me compadezca de ti? ¿Quieres que llore contigo?
¡Que te den Kirck! ¡Yo pienso en mi! ¡Deberías hacer lo mismo!
-¡Vete a la mierda!
-¡Lo haría encantado! ¡Que por si fuera poco, el hecho de aguantar a un llorica y el puto ambiente nauseabundo de este cementerio, encima ahora tengo que aguantar las quejas de ese viejo chiflado sobre el trato a los enfermos! ¡Un día de estos la comida que lleve al templo irá con sorpresa!
"¿Un viejo chiflado?" aquello despertó mi interés, puede que demasiado.
Me apoyé en aquella montaña de restos para ver mejor la dirección que tomaban los soldados, olvidándome por un segundo de la prudencia que debía de guardar. Algo cedió y cayó rodando por el suelo creando un ligero sonido que, pese a ser leve, obviamente atrajo la atención de los guardias.
-¿Que ha sido eso?- el malhumorado comenzó a girarse en busca del ruido.
Me agaché lo más rápido que pude encomendándome, a todos los dioses habidos y por haber, para que no me vieran. Escuché el sonido de sus botas chocar contra los adoquines. Un sonido que cada vez se escuchaba más cercano. Un sonido que no cesaba en su avance.... Un sonido que ya casi estaba encima de mi.
-¡Agghh! - grito de improvisto haciendo que me diera un vuelco el corazón. -¡Una puta rata! ¡Que asco!
-¿¡Vas a dejar de jugar ya o qué!? ¡Mueve tu jodido culo de una vez!
-¡Que te den Kirck! ¡Que te den! ¡Un día te pegaré una paliza!
-¡Bah!
Los soldados se alejaron mientras yo me preguntaba si había algún dios rata al que debía de darle las gracias.
Me levanté un poco y vi por dónde se alejaban los soldados. Eran la mejor pista que esperaba conseguir, así que simplemente me la jugué. Tosí intentando hacer el mínimo sonido, parecía que hasta la enfermedad había entendido que antes no era el momento de hacer ruido, y los seguí a una distancia prudencial.
Poco a poco, aquella viscosa tela etérea que campaba por la ciudad mostró las columnas de piedra de lo que parecía ser un templo bastante deteriorado, del que salían múltiples sonidos de toses y gemidos. Me escondí detrás de lo poco que quedaba de un carro y vi como los guardias a los que había perseguido conversaban con un tercero, que aguardaba en la puerta del gran templo, antes de internarse en él.
"De perdidos al rió." pensé saliendo del escondite dirigiéndome directamente al guardia.
¡Eh! - reaccionó el guardia con violencia enarbolando su alabarda a los pocos segundos de verme. -¿¡Quien eres tú!? ¿Que haces fuera de la zona de cuarentena?
Levanté las manos y lo miré directamente intentando que no se pusiera nervioso y aquello diese paso a una trifulca que no esperaba ganar.
-Tranquilo... Soy sólo un viajero, que viene de lejanas tierras a buscar un refugio para los enfermos. - mentí un poco cargando la mentira con una gran parte de verdad. Sin dejar de mantener los brazos en alto, avancé lentamente impidiéndole ver la espada que colgaba de mi espalda, ocultándola con mi capucha. -Como ve...- añadí dirigiendo una mano hacía la venda que cubría mi cara. El guardia se movió nervioso azuzándome con el arma advirtiendo que no hiciera nada raro. Y baje la venda. -Soy sólo una victima más de este mal. -terminé mostrándole mi rostro demacrado por aquellas postulas rojas características de la enfermedad.
-¿Por qué de repente le ha dado a la gente por venirse a morir aquí?- preguntó el guardia a la nada con cierto desespero -Hace unas semanas un viejo y un enano. Hoy tú. ¿Qué os ha dado con Dundarak? ¡Va tira para dentro! ¡O acabaré con tu sufrimiento aquí mismo!
Y así hice, pero sin darle en ningún momento la espalda, no quería que descubriera que en verdad iba armado. Aprovechando un recoveco me alejé de su campo de visión y comencé mi búsqueda. La cual, por gracioso que parezca, fue lo más sencillo de todo aquel periplo. Una vez entré no tardaron en escucharse los gritos de un hombre anciano quejándose del estado de la comida, respondidos de forma inmediata por la voz conocida de aquel guardia malhumorado. Me acerqué lo más rápido que pude esquivando los cuerpos que se arremolinaban en el templo, tanto los de los vivos como los de los muertos.
-¡Maldito viejo! ¡Es lo que hay! ¡Haber ido a morirte a otro lado!- los gritos de aquel guardia resonaban por todo el templo.
Lo encontré completamente rojo por la ira junto a un hombre muy anciano, que miraba con gesto de indignación al guardia.
-¡Le exijo que sus superiores nos traigan enseguida...!- intentó replicar el viejo con aplomo y enfado.
-¡Tú no exiges nada! ¡A no ser que quieras que te vuele los dientes de una hostia!- le cortó sin reparos cruzando el aire con la mano.
-¡Pagarás por estas insolencias! - se notaba que no era un anciano cualquiera. Sin era la persona a la que buscaba,
-¡Bah! - respondió el guardia haciendo un ofensivo gesto con la mano dándole la espalda para irse. -¡Ahí tienes la comida! Si no la quieres ¡Muérete de hambre! ¡Vamonos Kirck!
El otro guardia, sin muchas ganas, siguió a su compañero en silencio. Seguramente no le gustaba la situación, pero por todo lo que había escuchado, podría decirse que el malhumorado era su superior y sólo podía ver, oír y callar.
-¡Esto no quedará asi!- alcanzó gritar el anciano antes de que le diera un achaque de tos, más propio de la edad que de la enfermedad. Yo lo sabía, eran toses muy diferentes.
-¡Bla! ¡Bla! ¡Bla!- se burló el guardia moviendo la mano como si esta tuviera labios, antes de desaparecer por la puerta que daba a la salida.
El anciano profesor, ya algo más recuperado del achaque, cogió con rabia la comida y se retiró. Lo seguí, con la intención de hablar con él, hasta uno de los recovecos del templo, al cobijo de una estatua dragón, donde lo esperaba un hombre muy pequeño. Me acerqué algo tímido y rezando por no haberme equivocado de persona.
-¿Señor Rutherford? - pregunté esperando que reaccionara a aquel nombre. El anciano se giró y una enorme alegría me invadió. -Usted no me conoce. Me llamo Ircan y he venido a sacarlo de aquí. Sus amigos de la Academia Hekshold están muy preocupados por usted.- fue lo primero que se me ocurrió, apelar a la posible amistad que podría mantener aquel hombre con el resto del cuerpo docente.
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*: Este tema va después del tema que tengo con Bio, dónde me invita al gremio de informantes, al que ya hice solicitud y estoy en el tema de integración.
Sigo bajo los efectos de la enfermedad pues aún no me encontrado la cura.
PD: Perdón si es demasiado extenso se me fue la mano con la imaginación u.u
Ircan
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Re: Falsa quemadura [Desafío]
El maestro Rutherford opinaba que estaba permitido ser violento si es que había violencia en el corazón. Miró de soslayo a la pareja de guardias; los comprendió en el acto. Sus corazones debían de estar negros, cargados de violencia y malos pensamientos. Lógico, era muy comprensible. Trabajaban para los enfermos de la pandemia de la pirámide o, como ellos los llamaban, “esas ratas con granos y sangre”. Tenían los nervios a flor de piel. Un mal paso, una decisión incorrecta, y acabarían tan enfermos como los demás. Más ratas para la colección. Ernest Rutherford, con el corazón vacío de violencia, mostró una neutral sonrisa y agradeció a los guardias su buena voluntad como gesto de despedida.
-Mis señores, agradecemos sus servicios-.
Tulio se tapó la boca con las dos manos para ocultar la risa traviesa que se asomaba entre sus labios. Le hacía gracia que Ernest fuera tomado por un viejo loco por hablar con una civilizada educación. Era posible que sí estuviera loco, pero era por soñar en buscar a la Señora Muerte, al menos un heraldo de la misma. El respeto y el buen parlar era cuestión de educación, no de locura.
-Sí, sí. Agradecemos que nos hagáis comer el polvo del suelo, en vez de darnos un pequeña ración de vuestros almuerzos- dijo Tulio cuando los guardias se fueron marchados.
-Están en su derecho de no ofrecernos comida- Ernest puso su mano en el pequeño hombro del enano - Para ellos, somos futuros cadáveres que pasean - sacó un pequeño racimo de uvas doradas del bolsillo de la túnica - Dime, mi buen Tulio, ¿las has probado?-
-¿Bromeas? Soy un simple actor callejero, con lo que gano doy gracias en conformarme con un par de manzanas- cogió el racimo con las dos manos y se lo fue comiendo, pieza por pieza, ensuciándose las manos como si fuera un niño pequeño- ¿Son de vuestra tierra, maestro?-
Abrió los parpados al completo al escuchar la última palabra de Tulio. Los ojos de Ernest eran dos soles de ceniza que brillaban con una luz tenue y apagada. Fue un error llamarle por el nombre “maestro” y decirle que ésta no era su tierra. Cualquiera de los presentes del templo pudiera haberles oído, enlazar los cabos sueltos y reconocer al maestro del Hekshold. Entonces, ¿de qué serviría haberse disfrazado con la Falsa quemadura si hasta el más pobre de razón podía descubrir su identidad? Castigó a Tulio con una mirada gris y juiciosa; no fue necesario decir nada. El actor se encogió sobre sus hombros, parecía que se hacía más pequeño de lo era.
-No te preocupes, Tulio. Me has ayudado mucho en nuestra campaña, no podría estar más agradecido contigo-.
Un chico se acercó a la pareja, quizás escuchó el error de Tulio. Ernest no le dio importancia. Recibió al nuevo joven con la misma sonrisa con la que se hubo recibido de los guardias y le habló con su característica buena educación.
-Me temo que se ha confundido de persona. El Hekshold le queda muy lejos de Dundarak- para mayor afán, Tulio asintió en compañía de Ernest. –Ahora, si me disculpa, tengo una cita a la que debo acudir-.
Dio la espalda al joven y siguió con su búsqueda. Desde que llegó al templo de los dragones, vio a tres dragones morir entre espasmos y sofocos. En ninguna de aquellas muertes encontró lo que estaba buscando. Y estaba ahí, podía sentirlo, estaba a su lado pero no podía verla. No era cuestión de su vejez ni que se estuviera quedando ciego a paso acelerado, la dama se ocultaba en las sombras para que absolutamente nadie pudiera verla y solo unos pocos sentirla. Tenía tantas preguntas que hacerle que se las repitió, una vez más, mentalmente, para acordarse de cada una de ellas: “¿Por qué sigo viviendo? ¿Por qué mueren hombres que ni siquiera han alcanzado la tercera parte de mi edad? ¿Por qué me duele seguir con vida? ¿Por qué permites que esto suceda? ¿Me das la mano? ¿Me llevaras contigo?”
Una mujer, entre el grupo de los enfermos, sufría sus últimos minutos de vida. Su cuerpo parecía un trozos de mimbre que se estiraba y contraía a una voluntad mayor que la de la mujer (la voluntad de la Dama Muerte). Rutherford fue corriendo al costado de la dragona, faltó poco para que se tropezase con su propia túnica y cayese de bruces contra el suelo; podría haberse matado, podría haber muerto. Si no lo mataba la torpeza, lo haría la pandemia. Se arrodilló al lado de la cabeza de la dragona y la cogió con suavidad. Tulio, más precavido, esperó a unos metros de distancia.
-Querida, te deseo tranquilidad. Pronto la Dama te tocará y tu dolor finalizará- le dijo con suavidad a la mujer dragón.
* Ircan: Dos cosas a tener en cuenta:
1 Te recomiendo leer la ficha de Ernest Rutherford y los temas en los que ha estado antes que éste. Puse el link del Hekshold y los profesores con ese propósito. Él es un viejo hombre educado. Ni exige ni amenaza. Es como el típico héroe inglés, un James Bond (de los de antes) pero terriblemente viejo (y sin beber alcohol).
2 El post que da inicio al tema se centra en que Ernest está disfrazado como un enfermo para que no le reconozcan. Parte del encanto de este desafío reside en ser original y buscar una manera correcta de saber cómo reconocerle. Un ejemplo es lo que he hecho en este post con el error de Tulio al llamarle “maestro”. Tú, en cambio, le has reconocido en seguida sin darle emoción al asunto. En otras palabras: no has cumplido al 100% con el objetivo del primer turno.
Hechas mis observaciones, no me las he podido callar, hablemos del objetivo de este último turno. Ernest está empeñado en ver a la personificación de la Muerte, cree que aparece cuando una persona muere para acompañarla al lugar donde van los muertos. Es consciente del peligro que corre: infectarse de la pandemia, pero no le importa. Deberás decidir: coger al maestro Rutherford y sacarlo del templo para que no se infecte o dejar que cumpla sus vagos deseos.
Todavía puedes redimirte de los errores del primer post. Cumple los objetivos que te propongo y lee la información que se te presenta; de no hacerlo, serás penalizado.
-Mis señores, agradecemos sus servicios-.
Tulio se tapó la boca con las dos manos para ocultar la risa traviesa que se asomaba entre sus labios. Le hacía gracia que Ernest fuera tomado por un viejo loco por hablar con una civilizada educación. Era posible que sí estuviera loco, pero era por soñar en buscar a la Señora Muerte, al menos un heraldo de la misma. El respeto y el buen parlar era cuestión de educación, no de locura.
-Sí, sí. Agradecemos que nos hagáis comer el polvo del suelo, en vez de darnos un pequeña ración de vuestros almuerzos- dijo Tulio cuando los guardias se fueron marchados.
-Están en su derecho de no ofrecernos comida- Ernest puso su mano en el pequeño hombro del enano - Para ellos, somos futuros cadáveres que pasean - sacó un pequeño racimo de uvas doradas del bolsillo de la túnica - Dime, mi buen Tulio, ¿las has probado?-
-¿Bromeas? Soy un simple actor callejero, con lo que gano doy gracias en conformarme con un par de manzanas- cogió el racimo con las dos manos y se lo fue comiendo, pieza por pieza, ensuciándose las manos como si fuera un niño pequeño- ¿Son de vuestra tierra, maestro?-
Abrió los parpados al completo al escuchar la última palabra de Tulio. Los ojos de Ernest eran dos soles de ceniza que brillaban con una luz tenue y apagada. Fue un error llamarle por el nombre “maestro” y decirle que ésta no era su tierra. Cualquiera de los presentes del templo pudiera haberles oído, enlazar los cabos sueltos y reconocer al maestro del Hekshold. Entonces, ¿de qué serviría haberse disfrazado con la Falsa quemadura si hasta el más pobre de razón podía descubrir su identidad? Castigó a Tulio con una mirada gris y juiciosa; no fue necesario decir nada. El actor se encogió sobre sus hombros, parecía que se hacía más pequeño de lo era.
-No te preocupes, Tulio. Me has ayudado mucho en nuestra campaña, no podría estar más agradecido contigo-.
Un chico se acercó a la pareja, quizás escuchó el error de Tulio. Ernest no le dio importancia. Recibió al nuevo joven con la misma sonrisa con la que se hubo recibido de los guardias y le habló con su característica buena educación.
-Me temo que se ha confundido de persona. El Hekshold le queda muy lejos de Dundarak- para mayor afán, Tulio asintió en compañía de Ernest. –Ahora, si me disculpa, tengo una cita a la que debo acudir-.
Dio la espalda al joven y siguió con su búsqueda. Desde que llegó al templo de los dragones, vio a tres dragones morir entre espasmos y sofocos. En ninguna de aquellas muertes encontró lo que estaba buscando. Y estaba ahí, podía sentirlo, estaba a su lado pero no podía verla. No era cuestión de su vejez ni que se estuviera quedando ciego a paso acelerado, la dama se ocultaba en las sombras para que absolutamente nadie pudiera verla y solo unos pocos sentirla. Tenía tantas preguntas que hacerle que se las repitió, una vez más, mentalmente, para acordarse de cada una de ellas: “¿Por qué sigo viviendo? ¿Por qué mueren hombres que ni siquiera han alcanzado la tercera parte de mi edad? ¿Por qué me duele seguir con vida? ¿Por qué permites que esto suceda? ¿Me das la mano? ¿Me llevaras contigo?”
Una mujer, entre el grupo de los enfermos, sufría sus últimos minutos de vida. Su cuerpo parecía un trozos de mimbre que se estiraba y contraía a una voluntad mayor que la de la mujer (la voluntad de la Dama Muerte). Rutherford fue corriendo al costado de la dragona, faltó poco para que se tropezase con su propia túnica y cayese de bruces contra el suelo; podría haberse matado, podría haber muerto. Si no lo mataba la torpeza, lo haría la pandemia. Se arrodilló al lado de la cabeza de la dragona y la cogió con suavidad. Tulio, más precavido, esperó a unos metros de distancia.
-Querida, te deseo tranquilidad. Pronto la Dama te tocará y tu dolor finalizará- le dijo con suavidad a la mujer dragón.
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* Ircan: Dos cosas a tener en cuenta:
1 Te recomiendo leer la ficha de Ernest Rutherford y los temas en los que ha estado antes que éste. Puse el link del Hekshold y los profesores con ese propósito. Él es un viejo hombre educado. Ni exige ni amenaza. Es como el típico héroe inglés, un James Bond (de los de antes) pero terriblemente viejo (y sin beber alcohol).
2 El post que da inicio al tema se centra en que Ernest está disfrazado como un enfermo para que no le reconozcan. Parte del encanto de este desafío reside en ser original y buscar una manera correcta de saber cómo reconocerle. Un ejemplo es lo que he hecho en este post con el error de Tulio al llamarle “maestro”. Tú, en cambio, le has reconocido en seguida sin darle emoción al asunto. En otras palabras: no has cumplido al 100% con el objetivo del primer turno.
Hechas mis observaciones, no me las he podido callar, hablemos del objetivo de este último turno. Ernest está empeñado en ver a la personificación de la Muerte, cree que aparece cuando una persona muere para acompañarla al lugar donde van los muertos. Es consciente del peligro que corre: infectarse de la pandemia, pero no le importa. Deberás decidir: coger al maestro Rutherford y sacarlo del templo para que no se infecte o dejar que cumpla sus vagos deseos.
Todavía puedes redimirte de los errores del primer post. Cumple los objetivos que te propongo y lee la información que se te presenta; de no hacerlo, serás penalizado.
Sigel
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Re: Falsa quemadura [Desafío]
Bueno todo aquello había salido estrepitosamente mal, peor que mal. Una de dos, o me había equivocado de anciano o éste no quería ser ese anciano, ¡Ambas eran malísimas! No había pasado por alto la palabra "Maestro" que le había escuchado decir al enano, ni tampoco lo de la procedencia de las uvas que se estaba zampando cuando llegué. Tampoco pasé por alto su nivel de educación en aquella situación ni sus buenos movimientos a pesar de la edad aparente y la enfermedad. Algo en todo aquello fallaba. Me quedé mirando como el anciano y el enano se marchaban hasta acercarse a una mujer tendida en el suelo, que parecía experimentar sus últimos instantes de vida. El anciano se acercó sin pensárselo dos veces, pero el enano, que a simple vista también estaba enfermo, aguardó inseguro a una distancia prudencial con cierto temor.
"Si de verdad está enfermo, ¿qué le importa acercarse?" me rasqué el mentón y los miré, sin duda aquello era sospechoso.
No había olvidado la imagen que vi en el tablón de anuncios, y aquel anciano, pese a las deformaciones de la enfermedad, se parecía demasiado. Y tampoco olvidaba el hecho de sus movimientos, pues si para mí que era una persona joven era un verdadero tormento moverme, ¿cómo podría aquel anciano moverse casi mejor que yo sin los mínimos síntomas de dolor?. A parte, la tos que había escuchado no se parecía en nada a las que tenía yo o el resto de enfermos. Tampoco había sudor en sus frentes debido a la fiebre que bien yo conocía. Puede que fuera una locura, pero si los miraba detenidamente parecía que ellos dos no estaban enfermos, aún...
"¿Está jugando conmigo?" arqueé una ceja y escuché las palabras de consuelo del anciano a la mujer. No podía haberme equivocado debía jugármela "¿De qué dará clases este profesor que necesito encontrar? ¿Por qué fingir ser alguien que no es y venir hasta aquí?" me acerqué a paso lento al anciano mientras pensaba en cómo abordar la situación. "Bueno pues si quiere jugar, vamos a jugar."
Terminé por acercarme y me incliné sobre la mujer enfrente del anciano. Miré los estragos que la enfermedad había causado en ella, fue como mirar mi propio futuro.
-Puede que en unas semanas siga tus pasos. - la tomé de la mano y la miré achinando los ojos con verdadera tristeza. -Siento haberos confundido anciano. - cambié mi vista para mirar al hombre enfrente mía. -Me pudo la esperanza de encontrar un milagro.
-No se preocupe joven. Errar es humano y bastante típico entre los jóvenes, les enseña a ver... - pese a que sus palabras y su tono fueron amables, me respondió sin mirarme, sus ojos apagados sólo se centraban en la mujer moribunda y en algo más...
"¿Qué busca?" escudriñé con la mirada a la mujer, la imagen era deprimente, pero no había mucho más que encontrar en ella. -Si bueno, pero no puedo ser joven por mucho más tiempo. El tiempo es algo que me escasea últimamente. -tomé la mano de la mujer y la acaricié con ternura. "¿Tendré yo a alguien a mi lado en mis últimos momentos de vida?" me mordí el labio para intentar reprimir las lágrimas. -Por eso vine aquí. Si lo encuentro sé que todo puede cambiar. No sólo para mí, para toda Aerandir.
- ¿Qué te hace pensar eso? -me preguntó amablemente el hombre, pese a que yo no era su principal objeto de interés. Seguía buscando con aquellos ojos que carecían de luz a alguien o algo que parecía que se escondía de él.
Dejé la mano de la mujer, cada vez más fría e inerte, en el regazo de ésta. De repente un violento golpe de tos desgarró mis entrañas. Me llevé la mano a la boca por inercia y la acabé manchando de mi propia sangre. Miré la mancha de mi mano como si contara el tiempo que me quedaba para encontrarme en la misma situación que la mujer.
-Es un Maestro del Hekshold, yo tampoco sé muy bien que significa eso. Mi único conocimiento viene de los cuentos que me contaba mi madre o las gestas cantadas por los bardos sobre ese lugar. Es a la única esperanza a la que me agarro. - volví a mirar mi mano antes de limpiarme la sangre en el pantalón. -Ya he podido comprobar que la vida no es como la escriben en los libros o como las canciones de los bardos, pero... - apreté los dientes con cierta furia producida por mi impotencia ante toda aquella situación. - ¡Me niego a creer que no hay esperanza!
En ese momento la mujer expiró su último aliento de vida, abandonando este mundo para siempre. Ambos nos quedamos callados durante unos minutos. Yo en señal de respeto y el anciano con un sentimiento de tristeza e incluso, de fracaso.
-Que la Dama te guíe al fin de tus penurias. -dijo mientras me imitaba y dejaba la mano ya inerte y muerta encima del regazo de la mujer.
-No puede ser todo una mentira...todo lo que me contaron... continué aguantando las lágrimas al vislumbrar de nuevo un futuro que ya no era tan lejano. -Debe haber alguien lo suficientemente valiente para plantarse delante de a la que usted llama Dama y decirle "No te llevarás un alma más hoy”.
-No se puede detener el trabajo de la Dama, joven. - el anciano se le veía cansado y como derrotado, como si algo no hubiese salido como él esperaba.
-No hablo de detener su trabajo, hablo de mitigarlo. - miré al anciano a los ojos, aunque sus ojos no me miraban a mí. -No vine precisamente por el dinero del contrato, vine porque quería hacer algo más grande. Esta historia, la historia de todo Aerandir, necesita alguien que se plante frente a la muerte sin temer las represalias que ésta pudiera tomar con él. Necesita a alguien sabio, no vale el músculo a la hora de enfrentarse a la muerte, ¿y qué ser más sabio hay en este mundo que un profesor del Hekshold del que he oído que es el más anciano? Él tiene el conocimiento y el Hekshold tiene los medios para realizar esta gesta. - tomé aire intentando reprimir otro golpe de tos en vano. La sangre volvió a manchar mi mano. Suspire y tragué saliva intentando recuperarme. -No vine sólo para rescatarlo de este lugar, dudo que pueda rescatar a alguien de un sitio al que ha decidido ir por voluntad propia. Vine a darle una alternativa, un camino por el cual ser ese alguien. Alguien del cual saldrán canciones, libros y leyendas, y que podrá tomar la mano de la Dama como si fuera una vieja amiga cuando llegue el momento de pagar por la osadía de arrebatarle almas.
Hice una pausa y miré al cadáver de la mujer. Estaba inerte y me miraba con unos ojos sólidos como espejos. Por un momento vi mi vivo reflejo en ella.
-Vine para que me llevara con él a esa academia e hiciera conmigo todos los experimentos necesarios para detener este infierno. Ha llegado el momento de decir basta. - alargué la mano y cerré los ojos de la difunta. -Debo encontrarlo, por el bien de Aerandir. Nada me asegura el éxito en este plan, seguramente sea un completo fracaso, pero al menos cuando muera podre sonreírle a la Dama Negra y decirle que lo intenté. No hay muchos en estos tiempos que puedan darse el lujo de decírselo.
Me levanté del suelo y miré al anciano desde arriba, había llegado el momento de lanzar los dados del destino.
-Voy a seguir buscando a ese hombre, aunque tenga que remover cada piedra de Dundarak. Pero creo que voy a necesitar ayuda. ¿Vendrá conmigo para ayudarme a encontrar al hombre que se plantará enfrente de la muerte para mirarle a los ojos? - le ofrecí mi mano para ayudarle a levantarse con la esperanza de que aceptara mi oferta.
"Si de verdad está enfermo, ¿qué le importa acercarse?" me rasqué el mentón y los miré, sin duda aquello era sospechoso.
No había olvidado la imagen que vi en el tablón de anuncios, y aquel anciano, pese a las deformaciones de la enfermedad, se parecía demasiado. Y tampoco olvidaba el hecho de sus movimientos, pues si para mí que era una persona joven era un verdadero tormento moverme, ¿cómo podría aquel anciano moverse casi mejor que yo sin los mínimos síntomas de dolor?. A parte, la tos que había escuchado no se parecía en nada a las que tenía yo o el resto de enfermos. Tampoco había sudor en sus frentes debido a la fiebre que bien yo conocía. Puede que fuera una locura, pero si los miraba detenidamente parecía que ellos dos no estaban enfermos, aún...
"¿Está jugando conmigo?" arqueé una ceja y escuché las palabras de consuelo del anciano a la mujer. No podía haberme equivocado debía jugármela "¿De qué dará clases este profesor que necesito encontrar? ¿Por qué fingir ser alguien que no es y venir hasta aquí?" me acerqué a paso lento al anciano mientras pensaba en cómo abordar la situación. "Bueno pues si quiere jugar, vamos a jugar."
Terminé por acercarme y me incliné sobre la mujer enfrente del anciano. Miré los estragos que la enfermedad había causado en ella, fue como mirar mi propio futuro.
-Puede que en unas semanas siga tus pasos. - la tomé de la mano y la miré achinando los ojos con verdadera tristeza. -Siento haberos confundido anciano. - cambié mi vista para mirar al hombre enfrente mía. -Me pudo la esperanza de encontrar un milagro.
-No se preocupe joven. Errar es humano y bastante típico entre los jóvenes, les enseña a ver... - pese a que sus palabras y su tono fueron amables, me respondió sin mirarme, sus ojos apagados sólo se centraban en la mujer moribunda y en algo más...
"¿Qué busca?" escudriñé con la mirada a la mujer, la imagen era deprimente, pero no había mucho más que encontrar en ella. -Si bueno, pero no puedo ser joven por mucho más tiempo. El tiempo es algo que me escasea últimamente. -tomé la mano de la mujer y la acaricié con ternura. "¿Tendré yo a alguien a mi lado en mis últimos momentos de vida?" me mordí el labio para intentar reprimir las lágrimas. -Por eso vine aquí. Si lo encuentro sé que todo puede cambiar. No sólo para mí, para toda Aerandir.
- ¿Qué te hace pensar eso? -me preguntó amablemente el hombre, pese a que yo no era su principal objeto de interés. Seguía buscando con aquellos ojos que carecían de luz a alguien o algo que parecía que se escondía de él.
Dejé la mano de la mujer, cada vez más fría e inerte, en el regazo de ésta. De repente un violento golpe de tos desgarró mis entrañas. Me llevé la mano a la boca por inercia y la acabé manchando de mi propia sangre. Miré la mancha de mi mano como si contara el tiempo que me quedaba para encontrarme en la misma situación que la mujer.
-Es un Maestro del Hekshold, yo tampoco sé muy bien que significa eso. Mi único conocimiento viene de los cuentos que me contaba mi madre o las gestas cantadas por los bardos sobre ese lugar. Es a la única esperanza a la que me agarro. - volví a mirar mi mano antes de limpiarme la sangre en el pantalón. -Ya he podido comprobar que la vida no es como la escriben en los libros o como las canciones de los bardos, pero... - apreté los dientes con cierta furia producida por mi impotencia ante toda aquella situación. - ¡Me niego a creer que no hay esperanza!
En ese momento la mujer expiró su último aliento de vida, abandonando este mundo para siempre. Ambos nos quedamos callados durante unos minutos. Yo en señal de respeto y el anciano con un sentimiento de tristeza e incluso, de fracaso.
-Que la Dama te guíe al fin de tus penurias. -dijo mientras me imitaba y dejaba la mano ya inerte y muerta encima del regazo de la mujer.
-No puede ser todo una mentira...todo lo que me contaron... continué aguantando las lágrimas al vislumbrar de nuevo un futuro que ya no era tan lejano. -Debe haber alguien lo suficientemente valiente para plantarse delante de a la que usted llama Dama y decirle "No te llevarás un alma más hoy”.
-No se puede detener el trabajo de la Dama, joven. - el anciano se le veía cansado y como derrotado, como si algo no hubiese salido como él esperaba.
-No hablo de detener su trabajo, hablo de mitigarlo. - miré al anciano a los ojos, aunque sus ojos no me miraban a mí. -No vine precisamente por el dinero del contrato, vine porque quería hacer algo más grande. Esta historia, la historia de todo Aerandir, necesita alguien que se plante frente a la muerte sin temer las represalias que ésta pudiera tomar con él. Necesita a alguien sabio, no vale el músculo a la hora de enfrentarse a la muerte, ¿y qué ser más sabio hay en este mundo que un profesor del Hekshold del que he oído que es el más anciano? Él tiene el conocimiento y el Hekshold tiene los medios para realizar esta gesta. - tomé aire intentando reprimir otro golpe de tos en vano. La sangre volvió a manchar mi mano. Suspire y tragué saliva intentando recuperarme. -No vine sólo para rescatarlo de este lugar, dudo que pueda rescatar a alguien de un sitio al que ha decidido ir por voluntad propia. Vine a darle una alternativa, un camino por el cual ser ese alguien. Alguien del cual saldrán canciones, libros y leyendas, y que podrá tomar la mano de la Dama como si fuera una vieja amiga cuando llegue el momento de pagar por la osadía de arrebatarle almas.
Hice una pausa y miré al cadáver de la mujer. Estaba inerte y me miraba con unos ojos sólidos como espejos. Por un momento vi mi vivo reflejo en ella.
-Vine para que me llevara con él a esa academia e hiciera conmigo todos los experimentos necesarios para detener este infierno. Ha llegado el momento de decir basta. - alargué la mano y cerré los ojos de la difunta. -Debo encontrarlo, por el bien de Aerandir. Nada me asegura el éxito en este plan, seguramente sea un completo fracaso, pero al menos cuando muera podre sonreírle a la Dama Negra y decirle que lo intenté. No hay muchos en estos tiempos que puedan darse el lujo de decírselo.
Me levanté del suelo y miré al anciano desde arriba, había llegado el momento de lanzar los dados del destino.
-Voy a seguir buscando a ese hombre, aunque tenga que remover cada piedra de Dundarak. Pero creo que voy a necesitar ayuda. ¿Vendrá conmigo para ayudarme a encontrar al hombre que se plantará enfrente de la muerte para mirarle a los ojos? - le ofrecí mi mano para ayudarle a levantarse con la esperanza de que aceptara mi oferta.
Ircan
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Re: Falsa quemadura [Desafío]
La mujer estaba agonizando. Sobre su pecho se había formado un charco de flemas de sangre que ella misma había vomitado. El maestro Rutherford se sacó un pañuelo de seda blanca del bolsillo de la sucia túnica, que formaba parte del disfraz de infectado que Tulio le había confeccionado, y lo utilizó para limpiarle el pecho de la mujer. Era relativamente joven, no tanto como el chico que no dejaba de hablar sin importar el estado de la mujer, pero sí mucho menos que Rutherford. Sentía lástima por ella, no porque fuera a morir, sino porque Tulio y el chico la trataban como si ya hubiera muerto. El enano había sacado de su bolsillo unas bolas de cuero y se entretenía haciendo malabares; el chico, que por como hablaba no parecía que se hubiese creído la treta que utilizó para engañarle y seguía insistiendo ser su aprendiz de forma indirecta, hablaba, hablaba y hablaba sobre conocimientos, experimentos y, en especialmente, del maestro Rutherford. La mujer se debió sentir muy incómoda. Ernest le acarició el cabello con la suavidad y delicadeza que lo haría a una joven y preciosa doncella. La belleza de la mujer quedó atrás el día que enfermó; ella era la primera en saberlo, por eso agradeció a Rutherford que la estuviera cuidando con tanto mimo. Puso ambas manos sobre la mano derecha del maestro y susurro una palabra que parecía ser gracias. Le hacía sentirse joven, guapa y, sobre todas esas cosas, vivas. El maestro, le devolvió el gesto besándola en la frente.
Como si el beso hubiera sido un el punto y final de un hechizo, la mujer murió en paz, sonriendo y con los ojos cerrados. El maestro Rutherford se levantó del suelo con mucha dificultad. El chico, presentó sus respetos besando la mano de la mujer, tarde.
-Dejemos está farsa, ¿de acuerdo? Veo que sabes quién soy y que por mucho que lo niegue vas a seguir insistiendo, disimuladamente, que te muestre los secretos que pocos hombres conocen – dio un fuerte suspiro, como si estuviera haciendo un esfuerzo enorme por habla r- Sigues un mal camino, no debes permitir, y menos ofrecer voluntario a que nadie experimente con tu cuerpo. Observa a esa mujer, céntrate en ella. ¿Qué ves? ¿Una mujer que he usado por mis propios fines o a alguien que le he acompañado en sus últimos momentos? Date cuenta del error que reside en tus palabras. Has creído decir mucho y, realmente no me has dicho nada-.
Era increíble la ternura que el joven podía llegar a transmitir. Al verle de frente, de una manera tan personal, creyó estar hablando con un niño que requería toda su atención y que haría cualquier cosa por conseguirla, incluida perder su vida. Del bolsillo contrario del cual sacó el pañuelo de seda, Rutherford sacó un pequeño vial que la maestra Lovelace le había regalado, dijo que un caldero saltarín escupió el líquido, y lo dejó caer sobre las manos del chico.
-Me iré de aquí, seguiré tú consejo, a cambio deseo que tú sigas el mío: sobrevive, no ofrezcas tu vida ni tu dignad por nadie y, algún día, quizás, nos podamos volver a encontrar-.
-¿Ya nos vamos, tan pronto?- dijo Tulio a espaldas del maestro.
-El chico lo ha dicho: Aerandir necesita mis conocimientos. Se acabaron las vacaciones-.
-Usted paga y usted manda-.
A espaldas de la dragona, recientemente fallecida, una mujer de cabello negro y alborotado, le acariciaba la sien. Ernest sabía quién era, la persona que había estado buscando. Pensó en dar la vuelta y tomar la conversación con la Dama que tanto había soñado conocer. Dio un largo resoplido. Por mucho que quisiera, no podía girarse; no por él, sino por el chico. Si Ernest cumplía su palabra, él también tendría que hacerlo.
* Ircan: ¿La Dama Muerte era real o una alucinación por parte de Ernest? Lamentablemente, nunca lo sabremos. Hubiera sido interesante que hubieras elegido la opción de quedarte a observar qué sucede… Quizás así te hubieras ganado el aprecio del maestro.
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Objeto: Vial de Lovelace
Como si el beso hubiera sido un el punto y final de un hechizo, la mujer murió en paz, sonriendo y con los ojos cerrados. El maestro Rutherford se levantó del suelo con mucha dificultad. El chico, presentó sus respetos besando la mano de la mujer, tarde.
-Dejemos está farsa, ¿de acuerdo? Veo que sabes quién soy y que por mucho que lo niegue vas a seguir insistiendo, disimuladamente, que te muestre los secretos que pocos hombres conocen – dio un fuerte suspiro, como si estuviera haciendo un esfuerzo enorme por habla r- Sigues un mal camino, no debes permitir, y menos ofrecer voluntario a que nadie experimente con tu cuerpo. Observa a esa mujer, céntrate en ella. ¿Qué ves? ¿Una mujer que he usado por mis propios fines o a alguien que le he acompañado en sus últimos momentos? Date cuenta del error que reside en tus palabras. Has creído decir mucho y, realmente no me has dicho nada-.
Era increíble la ternura que el joven podía llegar a transmitir. Al verle de frente, de una manera tan personal, creyó estar hablando con un niño que requería toda su atención y que haría cualquier cosa por conseguirla, incluida perder su vida. Del bolsillo contrario del cual sacó el pañuelo de seda, Rutherford sacó un pequeño vial que la maestra Lovelace le había regalado, dijo que un caldero saltarín escupió el líquido, y lo dejó caer sobre las manos del chico.
-Me iré de aquí, seguiré tú consejo, a cambio deseo que tú sigas el mío: sobrevive, no ofrezcas tu vida ni tu dignad por nadie y, algún día, quizás, nos podamos volver a encontrar-.
-¿Ya nos vamos, tan pronto?- dijo Tulio a espaldas del maestro.
-El chico lo ha dicho: Aerandir necesita mis conocimientos. Se acabaron las vacaciones-.
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A espaldas de la dragona, recientemente fallecida, una mujer de cabello negro y alborotado, le acariciaba la sien. Ernest sabía quién era, la persona que había estado buscando. Pensó en dar la vuelta y tomar la conversación con la Dama que tanto había soñado conocer. Dio un largo resoplido. Por mucho que quisiera, no podía girarse; no por él, sino por el chico. Si Ernest cumplía su palabra, él también tendría que hacerlo.
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Objeto: Vial de Lovelace
- Vial con la cura:
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Por las elecciones que has hecho, no has podido entrar en el Hekshold; sin embargo, has ganado algo que quizás sea mejor que entrar en la Academia. Rutherford siente una ternura extrema por ti y es por esto que te regala la cura que Lovelace le había dado por si las cosas se ponían feas en la ciudad de los dragones. El vial contiene cierta dos dosis de una cura contra la pandemia, una para ti y otra para quien otra persona. Para darle la cura, deberás tener un tema con el enfermo donde le des la medicina.Serás famoso, los enfermos harán cola por querer rolear contigo.
Sigel
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