[Zona de culto] Nueva Uppsala

Los suyos propios o los elficos, aquel dios único todopoderoso y los guías de Syl.

Tantos dioses, tantos seres omnipotentes. Y todos decían tan poco.

Eltrant no estaba seguro de por qué había acabado allí aquella noche. Él y los dioses nunca se habían llevado del todo bien, después de todo. Siempre los había visto como borrachos caprichosos que disfrutaban jugando a juegos de azar.

Realmente, salvando el hecho de que eran capaces de crear y destruir mundo a voluntad, los dioses no parecían ser muy diferentes a los habituales de la posada en la que se estaba hospedando.

Estaba seguro de que estos serían a carcajadas cada vez que los mortales luchaban contra las abrumadoras fuerzas que se encargaban de desatar sobre el mundo.

En apenas un par de días se marcharía al norte una temporada. No era una decisión demasiado difícil, ya la había tomado varias veces a lo largo de su vida, nunca había pasado más de dos meses en el mismo sitio, ni cuando compró aquella pequeña casita en los bosques del este.

El motivo por el que se había decidido, aquella vez, por viajar al norte sí que había sido diferente. Decía que era para huir de los carteles con su cara en todas partes, aunque si era completamente honesto consigo mismo, podía ver que iba a acabar de la misma manera; metiéndose en problemas con la única diferencia de que lo iba a hacer a temperaturas más bajas.

Dada la hora que era, no fue ninguna sorpresa para él encontrarse completamente solo, únicamente acompañado por el susurro del aire otoñal y el suave canto de los últimos grillos del año, que parecían negarse a admitir que el verano hacía tiempo que había pasado.

Frunciendo el ceño, continuó mirando fijamente la estatua de Freyja que descansaba frente a él. Tenía un acabado impoluto, el paso de los años no parecía haber causado demasiados estragos en el material en el que habían tallado la efigie.

Se arrodilló frente a la estatua. No era lo que solía hacer, pero le pareció apropiado. ¿Cómo conversaba uno con un dios? Normalmente la única interacción que tenía con ellos era para maldecirles de formas varias al haber recibido una nueva puñalada.

- No tengo mucho. – dijo a la estatua, se sintió un poco ridículo diciéndole aquello a una talla. – Así que no sé… - Freyja era la diosa a la que adoraban con más fervor en la granja de los Tale, la que cuidaba de los granjeros y velaba porque sus cosechas floreciesen año tras año. – Bueno, tengo mi sangre. – Tomó el cuchillo que ocultaba en el interior de su bota derecha desde que tenía memoria y se hizo un rápido corte en la palma de la mano derecha. –  Y mientras me siga quedando algo dentro… - Dejó que la sangre cayese a los pies de la estatua, a los dioses le gustaba eso, podían llegar a ser bastante… sanguinarios. - … no voy a detenerme. Voy a hacer lo que sea necesario para ayudar… voy a actuar. – dijo, se detuvo unos instantes y envolvió la mano herida en un trapo que llevaba consigo.

Suspiró, se frotó los ojos.

– Eso no… significa que no necesite vuestra ayuda. – Los Jinetes, el Hombre Muerto… tantas cosas que podían matarle con tanta facilidad. Era ridículo. – No… no puedo hacerlo todo yo solo. – Masculló para sí, sintiendo el peso de cada palabra que sentía como una losa sobre sus hombros. – Solo…  soy un humano. – dijo en voz baja, agachando la cabeza. – Así que… - Tragó saliva. – Por favor… no me vendría mal algo de ayuda. – El silencio volvió a apoderarse del lugar. La brisa incluso parecía haberse detenido, los grillos se habían marchado; solo estaba él y la estatua de Freyja.

Se quedó así durante varios largos minutos, arrodillado, en silencio, esperando alguna respuesta divina por parte de esas personas sobrecogedoras que supuestamente velaban por el bien de los mortales. Pero, como de costumbre, no recibió nada nuevo.

Un punzante dolor en la mano de la espada, quizás.

Tras aguardar de aquel modo un rato más se decidió por levantarse y se encaminó hacía el angosto camino que conducía de nuevo hacía la posada en la que iba a pasar la noche.

Quisiesen o no los dioses poner algo de su parte, no era algo que fuesen a decidir en aquel momento.