Fin de trayecto [Libre] [2/3] [CERRADO]
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Fin de trayecto [Libre] [2/3] [CERRADO]
Me quedé mirando las dunas del arenal, pensativo. Nunca pensé que las vería desde lo alto de la muralla de Roilkat. Pero allí estaba.
La situación era mala. Ya era la tercera caravana de suministros de Dalmasca que habíamos perdido. Todo indicaba que eran aquellos renegados, los miserables que se habían alejado del pueblo Nórgedo incluso en situaciones como aquella. Simplemente, eran los que realmente se merecían el exilio.
Por supuesto, eran minoría. Pero eso no les iba a impedir aprovecharse. Con la expansión de los Nórgedos fuera del arenal y su atención puesta en la guerra, las lineas de suministros quedaban vulnerables. Y aquellos desgraciados estaban reuniendo fuerzas. Todo indicaba a que intentarían atravesar la muralla y salir del exilio, tarde o temprano.
Incluso en momentos como ese, no habría paz.
-¿Estás seguro de que quieres hacer esto?- le pregunté a mi compañero. Syl asintió, aún con la mirada fija en el desierto.
-Fue mi hogar. Y sé mejor que nadie a que nos enfrentamos.- dijo. Me preguntaba si realmente había tenido suficiente tiempo para descansar. Después de la Caza... y lo del Monte de San Pedro. Habían sido situaciones muy difíciles para el hombre gato. -No te preocupes por mi. Puedo con ello.- aseguró, mirándome a los ojos.
Suspiré lentamente. Si no lo intentaba, nunca sabría cuando estaría listo. Y confiaba en él. Di un paso hacia adelante y le abracé, disfrutando del tacto de su pelaje pese a los fuertes vientos que azotaban el muro.
-Muy bien. demuestrame lo bien que dominas el arenal, Alhayit Syl.- dije, sonriendo al pronunciar su antiguo título. El pardo agitó la cola, divertido.
-Si, "señor."- replicó.
-Ja. ¿Crees que Bashira me dará un título militar cuando acabe todo?- pregunté. apoyándome sobre el muro. -No me pegaría mucho, ¿no?-
Con la mayoría de las fuerzas ocupadas en el asalto a Lunargenta, era necesario conseguir algunos "voluntarios a sueldo." Pocos eran los mercenarios que no habían aceptado ya el dinero de Siegfried o de los reinos del Norte. Pero los que aún estaban dispuestos, estarían allí.
Los requisitos no eran excesivos, después de todo. Ni siquiera era necesario haber tocado el arenal antes, aunque los menos acostumbrados podrían acabar mal. Con unos pocos combatientes y alguien adecuado para infiltrarse sería más que suficiente. Aquellos reclutados se encontrarían en una pequeña caravana de suministros falsa. Un cebo. Cuando los bandidos atacasen, esperando un objetivo fácil... se llevarían una sorpresa. Y desde ahí, las cosas empeorarían para ellos.
-¿Todo listo?- pregunté, mirando las carretas por encima. Tendríamos agua y comida de sobra para aquel viaje: probablemente no nos llevaría más de dos o tres días, después de todo.
-Aún faltan algunos por llegar.- dijo el que dirigiría el carruaje. No recordaba su nombre, pero era buen tipo. Acarició a uno de los caballos, aún asegurándose de que todas las ataduras estaban firmes.
Miré al resto. Aparte de a Syl, no conocía a ninguno de los presentes. El resto no deberían de tardar en llegar, fueran quienes fuesen.
La situación era mala. Ya era la tercera caravana de suministros de Dalmasca que habíamos perdido. Todo indicaba que eran aquellos renegados, los miserables que se habían alejado del pueblo Nórgedo incluso en situaciones como aquella. Simplemente, eran los que realmente se merecían el exilio.
Por supuesto, eran minoría. Pero eso no les iba a impedir aprovecharse. Con la expansión de los Nórgedos fuera del arenal y su atención puesta en la guerra, las lineas de suministros quedaban vulnerables. Y aquellos desgraciados estaban reuniendo fuerzas. Todo indicaba a que intentarían atravesar la muralla y salir del exilio, tarde o temprano.
Incluso en momentos como ese, no habría paz.
-¿Estás seguro de que quieres hacer esto?- le pregunté a mi compañero. Syl asintió, aún con la mirada fija en el desierto.
-Fue mi hogar. Y sé mejor que nadie a que nos enfrentamos.- dijo. Me preguntaba si realmente había tenido suficiente tiempo para descansar. Después de la Caza... y lo del Monte de San Pedro. Habían sido situaciones muy difíciles para el hombre gato. -No te preocupes por mi. Puedo con ello.- aseguró, mirándome a los ojos.
Suspiré lentamente. Si no lo intentaba, nunca sabría cuando estaría listo. Y confiaba en él. Di un paso hacia adelante y le abracé, disfrutando del tacto de su pelaje pese a los fuertes vientos que azotaban el muro.
-Muy bien. demuestrame lo bien que dominas el arenal, Alhayit Syl.- dije, sonriendo al pronunciar su antiguo título. El pardo agitó la cola, divertido.
-Si, "señor."- replicó.
-Ja. ¿Crees que Bashira me dará un título militar cuando acabe todo?- pregunté. apoyándome sobre el muro. -No me pegaría mucho, ¿no?-
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Con la mayoría de las fuerzas ocupadas en el asalto a Lunargenta, era necesario conseguir algunos "voluntarios a sueldo." Pocos eran los mercenarios que no habían aceptado ya el dinero de Siegfried o de los reinos del Norte. Pero los que aún estaban dispuestos, estarían allí.
Los requisitos no eran excesivos, después de todo. Ni siquiera era necesario haber tocado el arenal antes, aunque los menos acostumbrados podrían acabar mal. Con unos pocos combatientes y alguien adecuado para infiltrarse sería más que suficiente. Aquellos reclutados se encontrarían en una pequeña caravana de suministros falsa. Un cebo. Cuando los bandidos atacasen, esperando un objetivo fácil... se llevarían una sorpresa. Y desde ahí, las cosas empeorarían para ellos.
-¿Todo listo?- pregunté, mirando las carretas por encima. Tendríamos agua y comida de sobra para aquel viaje: probablemente no nos llevaría más de dos o tres días, después de todo.
-Aún faltan algunos por llegar.- dijo el que dirigiría el carruaje. No recordaba su nombre, pero era buen tipo. Acarició a uno de los caballos, aún asegurándose de que todas las ataduras estaban firmes.
Miré al resto. Aparte de a Syl, no conocía a ninguno de los presentes. El resto no deberían de tardar en llegar, fueran quienes fuesen.
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Seáis reclutados como mercenarios, voluntarios reales o esteis afiliados con los Nórgedos de antes, el comienzo es en esta falsa caravana de suministros. El "conductor" es de uso libre, pero Syl no.
Última edición por Asher el Vie Sep 07 2018, 21:48, editado 1 vez
Asher Daregan
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Re: Fin de trayecto [Libre] [2/3] [CERRADO]
Poco a poco me acercaba al Norte, estaba decidida a vagar eternamente por los caminos de Aerandir. Sin embargo mi subconsciente me llevaba lentamente, como la inexorable muerte, más cerca de mis hijos. Afortunadamente, me encontraba detrás de las murallas de una ciudad. De cierta forma, mi corazón se sentía contenido dentro de la fortaleza. Como si esas delgadas murallas que escudaban la ciudad, cual espejo diluido de Lunargenta, pudieran mantenerme dentro de su cuerpo; como si los interminables arenales que casi me tragan cuando llegaba, fueran capaces de detener el corazón de una loba a vagar hacia su Norte.
Con las manos tras la espalda observé bajo los rayos del sol a Caelia. Era como una flor del desierto, hermosa y salvaje. Una mirada penetrante que despierta la vida en su recipiente, su presencia era tranquilizante, como la niebla otoñal sobre un lago de aguas tranquilas. Acomodé mi pañuelo, estaba colocado de tal forma que impedía el sol sobre mi cabeza y también esos finos granos de arena en mi nariz y boca. Tenía otro punto bueno; el anonimato. Mis hachas, el cuchillo y el cinto, las más valiosas de mis pertenencias se habían reunido conmigo como lo solicité. Me sentía en paz viendo el amarillo. Era irónico como el sol abrazador sobre la arena hirviente podían parecer tan vivos en esos parajes.
El pañuelo escondió una sonrisa. Probablemente era la gente. Me había enterado que era una zona inestable, pero me parecía más bien como una gran comunidad. “Eso después de las revoluciones. Todos saben eso” las palabras distantes de una conversación con Caelia hicieron eco en mis memorias. Ella parecía decidida a adoptarme. Parecía lógico ciertamente, ¿quién no querría adoptar un licántropo mensajero? Dejé escapar el aire de mis pulmones incrédula ante la facilidad con la que su familia abrió sus puertas a mi presencia. Llevaba dos semanas en Roilkat, aunque la primera casi no cuenta por el pobre estado en el que había llegado. Con mi navegador viviente –Chy- muerto, me había perdido en las dunas del desierto y casi morí de sed y hambre como un lobo patético en desgracia.
Fruncí el ceño. Habiendo culminado mis negocios pendientes, había vagado en mi forma feral de lobo como una bestia más, hasta que las lenguas del desierto me tragaron como un insecto en el agua. Las noches congelantes, el sol abrasador, la falta de agua y mi incapacidad para adaptarme al movimiento. Era mil veces peor que las estepas. En una noche sin luna, mientras descansaba de la vida y veía el vaho de mi respiración subir hacia las estrellas ella llegó como un huracán y me adoptó como el hijo pródigo que regresa a casa. No podría explicar su sorpresa cuando descubrió que en lugar de un lobo que se camuflajeaba en la arena había conseguido a una asesina. Bueno, no que lo haya descubierto aún, pero probablemente lo intuía.
Caelia alzó la mirada impaciente, como si no encontrase a su mascota que se porta mal, esa que se aleja de su dueño sin que éste se percate. Vino hacia mí con una sonrisa en sus extraños ojos –aún no sabía si eran verdes o grises- - Hay trabajo Fae- Enarqué una ceja. Era la primera vez que escuchaba la palabra trabajo en su vocabulario, comenzaba a pensar que la comida llegaba del aire en esas tierras. Cuando me miraba con esa expresión, y usaba el nombre que ella misma me había puesto motu proprio, era como si ella deseara que yo volviera a mi forma de lobo. Probablemente la idea de una mascota exótica era atrayente, pero un lobo llamaba demasiado la atención de la puerta de su casa para afuera. Suspiré. La juventud de ahora tenía algo malo en su forma de pensar.
Mientras caminábamos hacia el punto de encuentro la explicación mayor que le sonsaqué a mi “dueña” fueron un par de palabras sueltas mientras se hacía la distraída. Surgieron conceptos como mercenario, crisis, trampa y batalla. Oh bueno, batalla era mi palabra mágica. Mi corazón se saltó un latido. Había alguien que me conocía allí. ¿Será bueno?...¿malo? Miré a Caelia y al hombre perro sopesando las posibilidades. Además de haber visto su rabo desaparecer cuando Joh lo había querido matar o haberlo visto hacía tiempo en una fiesta, no recordaba ninguna enemistad con él. Le di la espalda y procuré mirar al conductor. ¿Viaje largo? pregunté con la voz monótona.
- Fae, deberíamos subir- interrumpió Caelia, interponiéndose entre ambos, puliendo una mota de polvo inexistente en mi armadura. Estaba segura que antes de la siguiente luna recibiría un collar. Extrañamente la idea me pareció interesante, negué con la cabeza mientras sonreía ante la idea. Aunque habían varias personas alrededor del carromato, éramos de las primeras en sentarnos y alistarnos. Espero que esa cimitarra y el arco no sean de adorno. Nunca te he visto practicar comenté. No era extraño que los humanos dominaran más de un estilo de combate, pero me parecía fascinante todo este despliegue de lo desconocido por parte de mi empleadora.
Con las manos tras la espalda observé bajo los rayos del sol a Caelia. Era como una flor del desierto, hermosa y salvaje. Una mirada penetrante que despierta la vida en su recipiente, su presencia era tranquilizante, como la niebla otoñal sobre un lago de aguas tranquilas. Acomodé mi pañuelo, estaba colocado de tal forma que impedía el sol sobre mi cabeza y también esos finos granos de arena en mi nariz y boca. Tenía otro punto bueno; el anonimato. Mis hachas, el cuchillo y el cinto, las más valiosas de mis pertenencias se habían reunido conmigo como lo solicité. Me sentía en paz viendo el amarillo. Era irónico como el sol abrazador sobre la arena hirviente podían parecer tan vivos en esos parajes.
El pañuelo escondió una sonrisa. Probablemente era la gente. Me había enterado que era una zona inestable, pero me parecía más bien como una gran comunidad. “Eso después de las revoluciones. Todos saben eso” las palabras distantes de una conversación con Caelia hicieron eco en mis memorias. Ella parecía decidida a adoptarme. Parecía lógico ciertamente, ¿quién no querría adoptar un licántropo mensajero? Dejé escapar el aire de mis pulmones incrédula ante la facilidad con la que su familia abrió sus puertas a mi presencia. Llevaba dos semanas en Roilkat, aunque la primera casi no cuenta por el pobre estado en el que había llegado. Con mi navegador viviente –Chy- muerto, me había perdido en las dunas del desierto y casi morí de sed y hambre como un lobo patético en desgracia.
Fruncí el ceño. Habiendo culminado mis negocios pendientes, había vagado en mi forma feral de lobo como una bestia más, hasta que las lenguas del desierto me tragaron como un insecto en el agua. Las noches congelantes, el sol abrasador, la falta de agua y mi incapacidad para adaptarme al movimiento. Era mil veces peor que las estepas. En una noche sin luna, mientras descansaba de la vida y veía el vaho de mi respiración subir hacia las estrellas ella llegó como un huracán y me adoptó como el hijo pródigo que regresa a casa. No podría explicar su sorpresa cuando descubrió que en lugar de un lobo que se camuflajeaba en la arena había conseguido a una asesina. Bueno, no que lo haya descubierto aún, pero probablemente lo intuía.
Caelia alzó la mirada impaciente, como si no encontrase a su mascota que se porta mal, esa que se aleja de su dueño sin que éste se percate. Vino hacia mí con una sonrisa en sus extraños ojos –aún no sabía si eran verdes o grises- - Hay trabajo Fae- Enarqué una ceja. Era la primera vez que escuchaba la palabra trabajo en su vocabulario, comenzaba a pensar que la comida llegaba del aire en esas tierras. Cuando me miraba con esa expresión, y usaba el nombre que ella misma me había puesto motu proprio, era como si ella deseara que yo volviera a mi forma de lobo. Probablemente la idea de una mascota exótica era atrayente, pero un lobo llamaba demasiado la atención de la puerta de su casa para afuera. Suspiré. La juventud de ahora tenía algo malo en su forma de pensar.
Mientras caminábamos hacia el punto de encuentro la explicación mayor que le sonsaqué a mi “dueña” fueron un par de palabras sueltas mientras se hacía la distraída. Surgieron conceptos como mercenario, crisis, trampa y batalla. Oh bueno, batalla era mi palabra mágica. Mi corazón se saltó un latido. Había alguien que me conocía allí. ¿Será bueno?...¿malo? Miré a Caelia y al hombre perro sopesando las posibilidades. Además de haber visto su rabo desaparecer cuando Joh lo había querido matar o haberlo visto hacía tiempo en una fiesta, no recordaba ninguna enemistad con él. Le di la espalda y procuré mirar al conductor. ¿Viaje largo? pregunté con la voz monótona.
- Fae, deberíamos subir- interrumpió Caelia, interponiéndose entre ambos, puliendo una mota de polvo inexistente en mi armadura. Estaba segura que antes de la siguiente luna recibiría un collar. Extrañamente la idea me pareció interesante, negué con la cabeza mientras sonreía ante la idea. Aunque habían varias personas alrededor del carromato, éramos de las primeras en sentarnos y alistarnos. Espero que esa cimitarra y el arco no sean de adorno. Nunca te he visto practicar comenté. No era extraño que los humanos dominaran más de un estilo de combate, pero me parecía fascinante todo este despliegue de lo desconocido por parte de mi empleadora.
- Ilustración de Caelia:
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Re: Fin de trayecto [Libre] [2/3] [CERRADO]
El resto de la escolta no tardó en llegar. Sabía más bien poco de cada uno: solo había recibido una descripción muy básica de lo que eran capaces. Lo único medianamente notable: teníamos un brujo. El resto eran combatientes cercanos, a excepción de Syl. La chica de pelo negro también llevaba un arco, por lo que supuse que sería útil.
Una sexta guardia apareció corriendo. Una mujer rubia, de pelo largo y trenzado, enfundada en armadura Nórgeda y con una lanza en la mano. La mujer jadeó pesadamente.
-Tranquila. Aún no nos íbamos.- dije, frunciendo el ceño.
-Ah.- exhaló, intentando recuperar el aliento. Tras unos segundos, se irguió y me miró con una sonrisa. -Gracias a los dioses. Creía que llegaba tarde.- dijo. Me tendió la mano, pero tras un par de segundos, se volvió consciente del sudor y se la limpió por su ropa antes de ofrecermela de nuevo. -Ylva.-
Le estreché la mano, aún con una ceja arqueada.
-Asher Dáregan.- dije. Después, hice un gesto hacia el carromato con la cabeza, invitándola a subir. -Estamos todos.- avisé. Seis guardias era el máximo que nos podíamos permitir. Si llevábamos más, corríamos el riesgo de que no nos atacasen. Me subí al carruaje detrás de la mujer y me senté junto a Syl, que se había quedado en la esquina más recóndita que podía.
Los caballos empezaron a moverse y con ellos, la caravana. Tendríamos un pequeño rato antes de salir de la ciudad en si, y uno mucho más largo antes de que nos encontrásemos con cualquier problema. Tan buen momento como cualquier otro para conocer a la gente con la que arriesgaría mi vida.
-No eres Nórgeda, ¿verdad?- le pregunté a la mujer de la lanza. Era algo pálida, y parecía casi emocionada por la arena. A pesar del atuendo, era evidente que venía de otra parte.
-Vengo de Vulwulfar.- admitió, esbozando una blanca sonrisa. -¿Que hay de vosotros?-
-Yo nací en Dundarak, pero me he criado en Beltrexus.- saltó el brujo. Parecía haber estado atento a cualquier posibilidad para interrumpir. Tenia pelo negro y relativamente largo, con apariencia de estar... mojado. -Me llamo Dion.- añadió, sonriendo directamente a las tres mujeres del carruaje.
-Brujo de agua, ¿cierto?- inquirí. Era prácticamente una pregunta retórica: ese hombre irradiaba humedad, literalmente. Probablemente un truco simple para mantenerse fresco. Era algo incómodo debido a que añadía peso a mi pelaje, pero sería bastante útil para combatir el calor.
-Tensai.- puntualizó, con un deje de orgullo en su voz. -Puedo crear agua y hielo.-
-¡Oh!- exclamó la joven. -Eso debe de ser útil. Con alguien así, no se necesitan barriles de agua, ¿no?- El chico sonrió una vez más ante la atención y abrió la boca para responder, pero no llegó a decir nada antes de que contestase por él.
-No es del todo potable.- expliqué. -Tal vez si la filtrases de alguna manera, quizás, pero tal y como sale...- Las propiedades de los elementos mágicos solo eran comparables a los naturales hasta cierto punto. Si bien era un líquido que fluía y se movía como el agua, la influencia del éter hacía que resultase peligrosa de ingerir en grandes cantidades.
Ignoré la mirada que el brujo me lanzó y me volví hacia las otras dos mujeres.
-¿Que hay de vosotras? ¿Nombres, hogares...? ¿Que sabéis hacer?- inquirí. No era algo que me entusiasmase, pero ayudaba a mantener un grupo. Miré de reojo a Syl. Tan sociable como solía ser.
Una sexta guardia apareció corriendo. Una mujer rubia, de pelo largo y trenzado, enfundada en armadura Nórgeda y con una lanza en la mano. La mujer jadeó pesadamente.
-Tranquila. Aún no nos íbamos.- dije, frunciendo el ceño.
-Ah.- exhaló, intentando recuperar el aliento. Tras unos segundos, se irguió y me miró con una sonrisa. -Gracias a los dioses. Creía que llegaba tarde.- dijo. Me tendió la mano, pero tras un par de segundos, se volvió consciente del sudor y se la limpió por su ropa antes de ofrecermela de nuevo. -Ylva.-
Le estreché la mano, aún con una ceja arqueada.
-Asher Dáregan.- dije. Después, hice un gesto hacia el carromato con la cabeza, invitándola a subir. -Estamos todos.- avisé. Seis guardias era el máximo que nos podíamos permitir. Si llevábamos más, corríamos el riesgo de que no nos atacasen. Me subí al carruaje detrás de la mujer y me senté junto a Syl, que se había quedado en la esquina más recóndita que podía.
Los caballos empezaron a moverse y con ellos, la caravana. Tendríamos un pequeño rato antes de salir de la ciudad en si, y uno mucho más largo antes de que nos encontrásemos con cualquier problema. Tan buen momento como cualquier otro para conocer a la gente con la que arriesgaría mi vida.
-No eres Nórgeda, ¿verdad?- le pregunté a la mujer de la lanza. Era algo pálida, y parecía casi emocionada por la arena. A pesar del atuendo, era evidente que venía de otra parte.
-Vengo de Vulwulfar.- admitió, esbozando una blanca sonrisa. -¿Que hay de vosotros?-
-Yo nací en Dundarak, pero me he criado en Beltrexus.- saltó el brujo. Parecía haber estado atento a cualquier posibilidad para interrumpir. Tenia pelo negro y relativamente largo, con apariencia de estar... mojado. -Me llamo Dion.- añadió, sonriendo directamente a las tres mujeres del carruaje.
-Brujo de agua, ¿cierto?- inquirí. Era prácticamente una pregunta retórica: ese hombre irradiaba humedad, literalmente. Probablemente un truco simple para mantenerse fresco. Era algo incómodo debido a que añadía peso a mi pelaje, pero sería bastante útil para combatir el calor.
-Tensai.- puntualizó, con un deje de orgullo en su voz. -Puedo crear agua y hielo.-
-¡Oh!- exclamó la joven. -Eso debe de ser útil. Con alguien así, no se necesitan barriles de agua, ¿no?- El chico sonrió una vez más ante la atención y abrió la boca para responder, pero no llegó a decir nada antes de que contestase por él.
-No es del todo potable.- expliqué. -Tal vez si la filtrases de alguna manera, quizás, pero tal y como sale...- Las propiedades de los elementos mágicos solo eran comparables a los naturales hasta cierto punto. Si bien era un líquido que fluía y se movía como el agua, la influencia del éter hacía que resultase peligrosa de ingerir en grandes cantidades.
Ignoré la mirada que el brujo me lanzó y me volví hacia las otras dos mujeres.
-¿Que hay de vosotras? ¿Nombres, hogares...? ¿Que sabéis hacer?- inquirí. No era algo que me entusiasmase, pero ayudaba a mantener un grupo. Miré de reojo a Syl. Tan sociable como solía ser.
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Puedes usar, adoptar, mutilar o incinerar a Dion e Ylva a tu antojo. O dialogar con ellos, incluso. Por ahora, algo de introducción antes de que empiece lo bueno :3
Asher Daregan
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Re: Fin de trayecto [Libre] [2/3] [CERRADO]
Caelia me devolvió una enigmática sonrisa como contestación a mis preguntas. Ese era un día de lo más extraño, parecía estar dispuesta a intentar por cualquier medio sacarme de mis casillas, ¿sería una prueba? Enarqué una ceja en señal de pregunta, luego recordé que tenía el pañuelo y me lo quité. Estábamos a buen resguardo de la arena y parecía ser el momento de la socialización. Por desgracia, justo aquél al que quería evitar, parecía ser el líder de la expedición. Esperaba que el dicho “lo que mal comienza bien acaba” fuera el correcto para aplicar en esa situación. Así que teníamos un brujo. Lo miré de arriba abajo, apreciándolo. Así que el agua de los brujos no era digerible… Tomé nota mental.
La que llegó tarde parecía ser de lo más abierta, tenía una lanza. Buen tono muscular. Asentí. Para ser tan pocos estábamos bastante variados. Si hubiéramos tenido un dragón entre nuestras filas sería cantar y chiflar, fuera lo que fuera que hiciéramos. Encuadré los hombros, era mi momento para intervenir, pero nuevamente, mi salvadora parecía estar tentando mi lado menos amable, estaba sorprendida de su comportamiento. Me perfilé para mirarla mientras hablaba.
- Caelia, representante de la familia Peliaes, mercaderes y protectores en Roilkat. Me especializo en el arco, pero soy buena cuerpo a cuerpo. Puedo montar bestias del porte de caballos
Parecía que la chica estaba vendiendo una mercancía más que presentándose. Aunque era joven, no vaciló en dar su mensaje. Parte de la escueta información era también una novedad para mí. Suponía que eran mercantes, pero no tenía idea de que fuesen protectores y dudaba que ella hubiese inventado aquello sin un motivo de peso.
Wood
-Fae- corrigió Caelia
Me aclaré la garganta. Eh… sí, Fae. Vine aquí como ayudante de Caelia sin muchos detalles. Asumo que eres el líder. Apunté al hombre perro y miré al gato que lo acompañaba y ese ¿tu segundo? me encogí de hombros, parecía que la lancera no creía lo que escuchaba. Algo en la postura protectora del gato me hacía preguntarme cuántas flechas estaría dispuesto a parar con su carne para proteger a ese perro. No tenía la devoción de un fanático en sus ojos, por lo que lo dejé pasar y continué.
No soy del desierto, de hecho es la primera vez que voy a luchar en este terreno. No tengo hogar, aunque tuve tres residencias bastante fijas, Lunargenta y Ulmer. Hice una breve pausa, agregar la hermandad no iba a servir de mucho. Soy buena rompiendo cosas jaj… me aclaré la garganta, no todos tenían mi humor. Tengo un hacha y se usarla me encogí de hombros También tengo una especie de don desmembrando con mis manos limpias a las personas. Asentí con la cabeza una vez. El brujo parecía más aguachento que desde que comenzamos a movernos, era crédulo; punto para él, aunque una lástima que intentara buscar frenéticamente con su vista sangre entre mis uñas como prueba de mis palabras. Soy-licántropo-.
Caelia me tocó con una de sus piernas, probablemente quería que mantuviera los detalles para mí. Ella era tan sutil que a veces en vez de seguirla quería encerrarla en un templo. Miré al perro y su segundo. El también debería de ser capaz de desmembrar a fuerza pura. Me sacaba al menos una cabeza de estatura. Comencé a cubrirme nuevamente el rostro, no me gustaba el escrutinio de los jóvenes. Básicamente tenemos que arrasar con lo primero que intente matarnos ¿no? ¿Sin reservas? Aquello era todo lo que me importaba saber. En el pasado hubiera estado nerviosa por tener que mantener la charada de una buena compañera, pero ahora era como tomar el té de la tarde. Una merienda que podría ser evitada pero que era casi saludable.
La que llegó tarde parecía ser de lo más abierta, tenía una lanza. Buen tono muscular. Asentí. Para ser tan pocos estábamos bastante variados. Si hubiéramos tenido un dragón entre nuestras filas sería cantar y chiflar, fuera lo que fuera que hiciéramos. Encuadré los hombros, era mi momento para intervenir, pero nuevamente, mi salvadora parecía estar tentando mi lado menos amable, estaba sorprendida de su comportamiento. Me perfilé para mirarla mientras hablaba.
- Caelia, representante de la familia Peliaes, mercaderes y protectores en Roilkat. Me especializo en el arco, pero soy buena cuerpo a cuerpo. Puedo montar bestias del porte de caballos
Parecía que la chica estaba vendiendo una mercancía más que presentándose. Aunque era joven, no vaciló en dar su mensaje. Parte de la escueta información era también una novedad para mí. Suponía que eran mercantes, pero no tenía idea de que fuesen protectores y dudaba que ella hubiese inventado aquello sin un motivo de peso.
Wood
-Fae- corrigió Caelia
Me aclaré la garganta. Eh… sí, Fae. Vine aquí como ayudante de Caelia sin muchos detalles. Asumo que eres el líder. Apunté al hombre perro y miré al gato que lo acompañaba y ese ¿tu segundo? me encogí de hombros, parecía que la lancera no creía lo que escuchaba. Algo en la postura protectora del gato me hacía preguntarme cuántas flechas estaría dispuesto a parar con su carne para proteger a ese perro. No tenía la devoción de un fanático en sus ojos, por lo que lo dejé pasar y continué.
No soy del desierto, de hecho es la primera vez que voy a luchar en este terreno. No tengo hogar, aunque tuve tres residencias bastante fijas, Lunargenta y Ulmer. Hice una breve pausa, agregar la hermandad no iba a servir de mucho. Soy buena rompiendo cosas jaj… me aclaré la garganta, no todos tenían mi humor. Tengo un hacha y se usarla me encogí de hombros También tengo una especie de don desmembrando con mis manos limpias a las personas. Asentí con la cabeza una vez. El brujo parecía más aguachento que desde que comenzamos a movernos, era crédulo; punto para él, aunque una lástima que intentara buscar frenéticamente con su vista sangre entre mis uñas como prueba de mis palabras. Soy-licántropo-.
Caelia me tocó con una de sus piernas, probablemente quería que mantuviera los detalles para mí. Ella era tan sutil que a veces en vez de seguirla quería encerrarla en un templo. Miré al perro y su segundo. El también debería de ser capaz de desmembrar a fuerza pura. Me sacaba al menos una cabeza de estatura. Comencé a cubrirme nuevamente el rostro, no me gustaba el escrutinio de los jóvenes. Básicamente tenemos que arrasar con lo primero que intente matarnos ¿no? ¿Sin reservas? Aquello era todo lo que me importaba saber. En el pasado hubiera estado nerviosa por tener que mantener la charada de una buena compañera, pero ahora era como tomar el té de la tarde. Una merienda que podría ser evitada pero que era casi saludable.
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Re: Fin de trayecto [Libre] [2/3] [CERRADO]
Especialista en el arco... podía ser útil. Siempre era bueno tener apoyo de ese tipo. Syl era bueno, muy bueno, pero nunca venía mal. Además, ofrecía una linea de defensa entre los combatientes cercanos y los de distancia.
La segunda mujer, "Fae", era algo más habladora. Escuché atentamente. Una licántropo con hachas, pero sin hogar especifico. Me preguntaba cuantos de su raza se encontraban en situaciones similares fuera de los bosques del Oeste. A pesar de su sentido del humor, parecía tener cierto entusiasmo por destrozar cosas.
En cierta forma, me recordaba a Arren.
-Ja. Técnicamente, Syl sería mi superior.- sonreí. El gato agitó una oreja al oirme mencionar su nombre, pero no se inmutó demasiado. -Ha estado protegiendo la muralla de Dalmasca durante bastante tiempo. Conoce este sitio mejor que nadie. Pero... si, podría decir que es mi "segundo."- dije, sonriendo ante la broma que solo los dos podíamos pillar.
Lo siguiente era más importante. Era tan buen momento como cualquier otro para explicar el plan. Carraspeé, asegurándome de tener la atención de todos.
-Necesitamos a al menos uno vivo y consciente. No me importa lo que hagáis con el resto, mientras sean incapaces de volver por su propio pie.- dije. Lo más probable era que no sobreviviesen, de todas formas. No era gente que se mereciese piedad. -Estos son bandidos organizados. Nos atacarán. Esperaremos a que se acerquen lo suficiente. Y entonces, atacamos. Necesitamos averiguar donde está su campamento, y donde tienen los suministros robados.- expliqué. -Una vez lo sepamos... usaremos esto.-
Saqué una pequeña bolsa ligera, camuflada como un monedero. La falta de ruido que emitía al agitarse dejaba claro que su contenido era distinto. Saqué uno de los objetos idénticos del interior, mostrándolo al grupo. Se trataba de una pequeña esfera, transparente y de aspecto inocuo.
-Esta cosa es prácticamente invisible una vez dentro del agua. Pero todo líquido que toque estará contaminado. Si la dejas un par de minutos, puede afectar un barril de agua entero.- expliqué. -Técnicamente venenosa. Pero no es letal de por sí. Lo que vamos a hacer es meter a alguien en el campamento e introducir una de estas en cada barril de agua que tengan.-
-Pero... ¿si no es letal, como nos ayuda esto?- preguntó la lancera. -¿No sería más fácil usar otro tipo de veneno?-
-Si alguien bebe agua y te lo encuentras ahogandose en su propia sangre dos minutos después, probablemente no beberás del mismo barril.- repliqué. -Esto tarda más en hacer efecto. Pero van a morir igual. El veneno les hará vomitar todo lo que tengan dentro. Y todo lo que intenten comer o beber después.- ¿Cuanto tiempo podían aguantar en pleno verano en ese arenal, sin poder comer ni beber nada en absoluto? -Entre el sudor, la fiebre y los vómitos, morirán deshidratados en un par de días, como mucho.-
-Un castigo apropiado para un ladrón de agua.- afirmó Syl, hablando por primera vez desde que comenzó el viaje.
-Ni siquiera sabrán que es por el agua...- musitó el brujo. -Y cuanto más intenten beber...-
-Más sufrirán. Hay antídotos, por supuesto... pero no lo encontrarán tan al sur.- dije. Básicamente, les estaría condenando a muerte. Ya habían tenido demasiadas oportunidades para salvarse.
-Parece un poco... cruel.- dijo la chica rubia.
-Si querían piedad, no deberían haber atacado.- Me encogí de hombros. Cualquier compasión que fuese a sentir por escoria como aquella sería desperdiciada. Tenía una guerra con la que ayudar.
Las dunas del arenal se hacían prácticamente infinitas, salvo por la derecha. Allí se alzaban unos grandes cañones, erosionados por el viento. Siendo lo único que proporcionaba sombra en ese sitio, era un lugar notable para cualquier caminante.
O para cualquier bandido con medio cerebro.
-No van a tardar mucho.- advirtió el conductor. Miré a los miembros del grupo uno a uno y reposé mi mano sobre mi espada.
La segunda mujer, "Fae", era algo más habladora. Escuché atentamente. Una licántropo con hachas, pero sin hogar especifico. Me preguntaba cuantos de su raza se encontraban en situaciones similares fuera de los bosques del Oeste. A pesar de su sentido del humor, parecía tener cierto entusiasmo por destrozar cosas.
En cierta forma, me recordaba a Arren.
-Ja. Técnicamente, Syl sería mi superior.- sonreí. El gato agitó una oreja al oirme mencionar su nombre, pero no se inmutó demasiado. -Ha estado protegiendo la muralla de Dalmasca durante bastante tiempo. Conoce este sitio mejor que nadie. Pero... si, podría decir que es mi "segundo."- dije, sonriendo ante la broma que solo los dos podíamos pillar.
Lo siguiente era más importante. Era tan buen momento como cualquier otro para explicar el plan. Carraspeé, asegurándome de tener la atención de todos.
-Necesitamos a al menos uno vivo y consciente. No me importa lo que hagáis con el resto, mientras sean incapaces de volver por su propio pie.- dije. Lo más probable era que no sobreviviesen, de todas formas. No era gente que se mereciese piedad. -Estos son bandidos organizados. Nos atacarán. Esperaremos a que se acerquen lo suficiente. Y entonces, atacamos. Necesitamos averiguar donde está su campamento, y donde tienen los suministros robados.- expliqué. -Una vez lo sepamos... usaremos esto.-
Saqué una pequeña bolsa ligera, camuflada como un monedero. La falta de ruido que emitía al agitarse dejaba claro que su contenido era distinto. Saqué uno de los objetos idénticos del interior, mostrándolo al grupo. Se trataba de una pequeña esfera, transparente y de aspecto inocuo.
-Esta cosa es prácticamente invisible una vez dentro del agua. Pero todo líquido que toque estará contaminado. Si la dejas un par de minutos, puede afectar un barril de agua entero.- expliqué. -Técnicamente venenosa. Pero no es letal de por sí. Lo que vamos a hacer es meter a alguien en el campamento e introducir una de estas en cada barril de agua que tengan.-
-Pero... ¿si no es letal, como nos ayuda esto?- preguntó la lancera. -¿No sería más fácil usar otro tipo de veneno?-
-Si alguien bebe agua y te lo encuentras ahogandose en su propia sangre dos minutos después, probablemente no beberás del mismo barril.- repliqué. -Esto tarda más en hacer efecto. Pero van a morir igual. El veneno les hará vomitar todo lo que tengan dentro. Y todo lo que intenten comer o beber después.- ¿Cuanto tiempo podían aguantar en pleno verano en ese arenal, sin poder comer ni beber nada en absoluto? -Entre el sudor, la fiebre y los vómitos, morirán deshidratados en un par de días, como mucho.-
-Un castigo apropiado para un ladrón de agua.- afirmó Syl, hablando por primera vez desde que comenzó el viaje.
-Ni siquiera sabrán que es por el agua...- musitó el brujo. -Y cuanto más intenten beber...-
-Más sufrirán. Hay antídotos, por supuesto... pero no lo encontrarán tan al sur.- dije. Básicamente, les estaría condenando a muerte. Ya habían tenido demasiadas oportunidades para salvarse.
-Parece un poco... cruel.- dijo la chica rubia.
-Si querían piedad, no deberían haber atacado.- Me encogí de hombros. Cualquier compasión que fuese a sentir por escoria como aquella sería desperdiciada. Tenía una guerra con la que ayudar.
Las dunas del arenal se hacían prácticamente infinitas, salvo por la derecha. Allí se alzaban unos grandes cañones, erosionados por el viento. Siendo lo único que proporcionaba sombra en ese sitio, era un lugar notable para cualquier caminante.
O para cualquier bandido con medio cerebro.
-No van a tardar mucho.- advirtió el conductor. Miré a los miembros del grupo uno a uno y reposé mi mano sobre mi espada.
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Ya has oído el plan. Siéntete libre de comenzar la escaramuza si quieres, o de proporcionar cualquier otra idea.
Asher Daregan
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Re: Fin de trayecto [Libre] [2/3] [CERRADO]
El comandante perro parecía lo suficientemente seguro de sus palabras y si Caelia creía en ellas, no veía razón por las cuales no debería de seguir su ejemplo. De vez en cuando le echaba una ojeada al tal Syl, no parecía del tipo de la lucha y aunque su cicatriz era testigo muda de su experiencia, esa cara inexpresiva no me ayudaba a sacarle del todo la ficha. Lo que tenía claro era que la lancera era, como lo decía el resto de su carácter, noble. Si Aerandir estuviera lleno de guerreros como ella, las grandes guerras no se desatarían. Por el contrario el capitán, era del tipo que usaba todos los recursos necesarios, y también, de los que se ensuciaban las manos. No era precisamente encomiable, aunque no podía pedir más de mi capitán. Probablemente yo era peor que él pero vivía con ello, la diferencia entre nosotros era que solo yo lo sabía.
No era un secreto la guerra que se estaba desatando en las tierras humanas, evidentemente nuestro capitán estaba a favor “de los buenos”. Probablemente, en otras circunstancias tendría fe ciega en la esperanza de ganar la guerra. Parecía otra vida cuando pensaba en el rey Siegfried. Ideales. Las palabras del capitán me rondaban en la cabeza “Si querían piedad, no deberían haber atacado” eran tan crudas y reales. Podían levantar tanto simpatizantes como rencillas dentro de un escuadrón más grande. Miré a Caelia y me dejé llevar por el bamboleo de nuestro transporte; ella me acarició la cabeza con cierta lejanía en su expresión.
-No van a tardar mucho.-
Vivir el día a día. Un día de a uno. Asentí para mí misma y posé la mirada en cada uno de los presentes. Crucé la vista con el capitán, era un buen capitán. Esperaba que el brujo y la lancera fueran buenos también; mi prioridad era mi salvadora. Le devolvería el favor con mi vida si era necesario, mis ojos se detuvieron en los de ella. Hoy están grises le susurré, un viejo truco adquirido con el propósito de distraerla. No había como poner la vida en juego para sentir un buen temblor, los nervios a flor de piel apostando al momento en el que el lobo saldría de mi piel. Sería una larga jornada. Me pareció escuchar un grito, agucé el oído. La escaramuza daba comienzo.
Los relinchos de los caballos y los gritos fueron más que la prueba necesaria, nos lanzamos al ataque con nuestra pequeña fuerza arrolladora. -Cúbreme- ordenó Caelia buscando un alto desde donde disparar sus flechas. El techo de nuestro carromato era un buen comienzo. El chofer y yo nos cruzamos, algo en sus ojos me dijo que no tendría que preocuparme por él. Nuestra pequeña caravana estaba en un caos controlado ¿cuánto habrían sabido los mercaderes que participaban? ¿y cuánto los pocos guardias que acompañaban cada uno a su señor?. El sonido sordo de los cascos de un caballo cercano sobre la arena me puso alerta. Un nómada corría a lomos de su caballo blanco con la ballesta apuntando a Caelia mientras ella daba un tiro certero a uno de los primeros en querer abordar uno de los botines.
Intenté aproximarme al del caballo, pero no lo lograría. Caelia estaba a sus anchas soltando una tras otra flechas que daban en el blanco, pero a juzgar por los atacantes, probablemente se quedaría corta de saetas antes que los bandidos de compañeros. La arena era traidora cuando buscaba avanzar, estaba desesperada, el primer peligro y ya perdería a mi compañera.
-Ojos en la pelea
Me recordó la lancera. Perpleja vi como Ylva se enfrentaba a un bastardo armado con un cuchillo, salvándome la vida. Estaba quedando como una novata, genial. Escuché a un grito y recordé al del caballo que avanzaba. De alguna forma la pelea parecía transcurrir a mi alrededor. Volví a mirar a Caelia, ella seguía firme, intacta, mientras que el del blanco corcel había cambiado su curso ¿por qué? no tardé mucho en ver cómo el brujo hacía un excelente trabajo cuidándonos las espaldas. Chachis. Aprender el truco de deslizamiento no fue fácil, el sol a plomo tampoco ayudaba mucho, pero pronto comencé a moverme como en mi elemento… casi. Tropezar con las propias piernas no era precisamente muy guerrero que digamos, pero al menos había encontrado uno o dos adversarios.
La primer muerte la recibió un hombre delgado y de mi estatura. Estaba vestido de negro, llevaba un turbante para protegerse del sol. Los dibujos negros en su rostro me hacían perder la concentración. Estaba armado con una lanza adornada con huesos y plumas. Nos miramos, nos rodeamos y con un grito fiero dio un salto hacia mí salvando toda nuestra distancia. En el mismo movimiento de caída echó la lanza contra su espalda cuan larga era e hizo aparecer su punta justo por encima del hueso de su cadera y entre el brazo, de un veloz movimiento lanzó un ataque con todo su cuerpo que iba dirigido a mi estómago. Di un salto hacia atrás, hacha en mano, para bloquear verticalmente la trayectoria horizontal de su ataque, pero mi cálculo no había sido correcto. Él no quería atacar a mi armadura, iba por las conexiones de mi cuerpo. Bloquee sus ataques, una, otra y otra vez. Comenzábamos a girar ¿buscaba marearme?
Mis avances parecían siempre ir un paso atrás a sus planes. Comenzaba a comprender su forma de moverse. Antes de un ataque hacia adelante balanceaba su lanza, como si con ella hiciera equilibrio. Cuando iba a ir a los costados sus ojos vacilaban. Con una artimaña más vieja que el tiempo, revolee mi hacha por sobre la cabeza, usando mi cuerpo como escudo. Como lo esperaba de acuerdo a su comportamiento, no titubeó al ir por mi cabeza, entonces cambié la trayectoria de mi arma y con el extremo le di un golpe en la boca del estómago que lo envió directo al suelo. No perdí el tiempo, de un salto acorté nuestras distancias, coloqué mi pie izquierdo sobre su pecho y lo ejecuté con el mero peso de mi hacha sobre su cuello. Lobo viejo sí aprende trucos nuevos. Los saltos como un modo de empequeñecer las distancias eran una buena idea, aunque nunca hubiera pensado que esos humanos fueran cruza cabra del desierto.
Mis ojos se cruzaron con los de una mujer. Una fiera que parecía más animal que humana. Parecía enojada a juzgar por la forma en la que su expresión se alteró. No podía quejarse, acababa de matar al conductor de otro carro. Avanzamos la una en dirección a la otra, pero al momento que lancé mi primer ataque sentí el golpe del suyo. Dejé escapar el aire en un bufido entre mis dientes. Perfecto. No éramos los únicos que teníamos brujos de nuestro lado. Una fuerza invisible volvió a golpearme, esta vez en la cara, estaba segura de que se me había aflojado una muela. No se estaba guardando nada. Movió su mano y aparecieron cuatro cuchillos levitando a su alrededor. Tragué saliva, había mordido más de lo que podía tragar. Odio a los brujos mi escupitajo de baba y sangre cayó lejos de donde comencé mi carrera. Tenía que haber un límite a su rango… Pero ella no lanzó sus armas, sólo se acercaba a mí, cortando una garganta desprevenida a su paso.
Apreté los dientes, iba a doler. Sonrió. Levanté mis labios dejando ver mis dientes. ¡Puf! Licántropo en dos patas corriendo hacia una bruja que por un instante había perdido la concentración por la sorpresa. No todos los días ves una mujer que huye de los cuchillos flotantes convertirse en lobo e ir directo a una muerte segura. Bueno, no todos los días, el último de su vida. Su vago intento por matarme reflejó la pobreza de su fuerza con relación a mi espíritu de lucha. Con mi cuchillo atravesé su corazón mientras casi pierdo el hocico con su contraataque. Una cortada limpia no muy profunda pero del largo de mi hocico poblaba mis bigotes de sangre. Me sacudí y retribuí mis armas. Había tomado mi tiempo, la lucha estaba casi definida a nuestro favor. Unos pocos de nuestros invasores intentaban huir, pero nuestros arqueros eran eficientes.
Busqué ansiosa con la vista a Caelia y la encontré lejos de donde la había dejado. Tenía manchas de sangre. Corrí a su encuentro, pero a medio camino me di cuenta que dos patas no eran suficientes: se necesitaban cuatro. Llegué a tiempo para chocar con todo mi cuerpo a uno de los bandidos, daga larga en mano. Rodamos por la arena, descendiendo parte de un pequeño médano. Con el Frenesí del depredador en total control de mi cuerpo, sentí que volaba hacia su cuello. La puñalada del hombre-que tenía unos pocos rasgos bestiales- acarició uno de mis hombros. Mis colmillos se aferraron a su clavícula mientras la gravedad nos impelía nuevamente al suelo. Mis instintos me impelían a desgarrarlo parte por parte por su osadía. Una voz se hizo escuchar poco a poco en mis sentidos. -Fae… ¡FAAAE!-. Solté de una vez a mi presa, agachando las orejas. -Dejemos a este con vida- sugirió ahora más calma, mientras lo amenazaba con su cimitarra, desarmándolo.
Algo en mi se sentía ciertamente rencoroso, no había sangre. Ciertamente había sentido un crack bajo la presión de mis fauces… ¿una armadura ligera?
No era un secreto la guerra que se estaba desatando en las tierras humanas, evidentemente nuestro capitán estaba a favor “de los buenos”. Probablemente, en otras circunstancias tendría fe ciega en la esperanza de ganar la guerra. Parecía otra vida cuando pensaba en el rey Siegfried. Ideales. Las palabras del capitán me rondaban en la cabeza “Si querían piedad, no deberían haber atacado” eran tan crudas y reales. Podían levantar tanto simpatizantes como rencillas dentro de un escuadrón más grande. Miré a Caelia y me dejé llevar por el bamboleo de nuestro transporte; ella me acarició la cabeza con cierta lejanía en su expresión.
-No van a tardar mucho.-
Vivir el día a día. Un día de a uno. Asentí para mí misma y posé la mirada en cada uno de los presentes. Crucé la vista con el capitán, era un buen capitán. Esperaba que el brujo y la lancera fueran buenos también; mi prioridad era mi salvadora. Le devolvería el favor con mi vida si era necesario, mis ojos se detuvieron en los de ella. Hoy están grises le susurré, un viejo truco adquirido con el propósito de distraerla. No había como poner la vida en juego para sentir un buen temblor, los nervios a flor de piel apostando al momento en el que el lobo saldría de mi piel. Sería una larga jornada. Me pareció escuchar un grito, agucé el oído. La escaramuza daba comienzo.
Los relinchos de los caballos y los gritos fueron más que la prueba necesaria, nos lanzamos al ataque con nuestra pequeña fuerza arrolladora. -Cúbreme- ordenó Caelia buscando un alto desde donde disparar sus flechas. El techo de nuestro carromato era un buen comienzo. El chofer y yo nos cruzamos, algo en sus ojos me dijo que no tendría que preocuparme por él. Nuestra pequeña caravana estaba en un caos controlado ¿cuánto habrían sabido los mercaderes que participaban? ¿y cuánto los pocos guardias que acompañaban cada uno a su señor?. El sonido sordo de los cascos de un caballo cercano sobre la arena me puso alerta. Un nómada corría a lomos de su caballo blanco con la ballesta apuntando a Caelia mientras ella daba un tiro certero a uno de los primeros en querer abordar uno de los botines.
Intenté aproximarme al del caballo, pero no lo lograría. Caelia estaba a sus anchas soltando una tras otra flechas que daban en el blanco, pero a juzgar por los atacantes, probablemente se quedaría corta de saetas antes que los bandidos de compañeros. La arena era traidora cuando buscaba avanzar, estaba desesperada, el primer peligro y ya perdería a mi compañera.
-Ojos en la pelea
Me recordó la lancera. Perpleja vi como Ylva se enfrentaba a un bastardo armado con un cuchillo, salvándome la vida. Estaba quedando como una novata, genial. Escuché a un grito y recordé al del caballo que avanzaba. De alguna forma la pelea parecía transcurrir a mi alrededor. Volví a mirar a Caelia, ella seguía firme, intacta, mientras que el del blanco corcel había cambiado su curso ¿por qué? no tardé mucho en ver cómo el brujo hacía un excelente trabajo cuidándonos las espaldas. Chachis. Aprender el truco de deslizamiento no fue fácil, el sol a plomo tampoco ayudaba mucho, pero pronto comencé a moverme como en mi elemento… casi. Tropezar con las propias piernas no era precisamente muy guerrero que digamos, pero al menos había encontrado uno o dos adversarios.
La primer muerte la recibió un hombre delgado y de mi estatura. Estaba vestido de negro, llevaba un turbante para protegerse del sol. Los dibujos negros en su rostro me hacían perder la concentración. Estaba armado con una lanza adornada con huesos y plumas. Nos miramos, nos rodeamos y con un grito fiero dio un salto hacia mí salvando toda nuestra distancia. En el mismo movimiento de caída echó la lanza contra su espalda cuan larga era e hizo aparecer su punta justo por encima del hueso de su cadera y entre el brazo, de un veloz movimiento lanzó un ataque con todo su cuerpo que iba dirigido a mi estómago. Di un salto hacia atrás, hacha en mano, para bloquear verticalmente la trayectoria horizontal de su ataque, pero mi cálculo no había sido correcto. Él no quería atacar a mi armadura, iba por las conexiones de mi cuerpo. Bloquee sus ataques, una, otra y otra vez. Comenzábamos a girar ¿buscaba marearme?
Mis avances parecían siempre ir un paso atrás a sus planes. Comenzaba a comprender su forma de moverse. Antes de un ataque hacia adelante balanceaba su lanza, como si con ella hiciera equilibrio. Cuando iba a ir a los costados sus ojos vacilaban. Con una artimaña más vieja que el tiempo, revolee mi hacha por sobre la cabeza, usando mi cuerpo como escudo. Como lo esperaba de acuerdo a su comportamiento, no titubeó al ir por mi cabeza, entonces cambié la trayectoria de mi arma y con el extremo le di un golpe en la boca del estómago que lo envió directo al suelo. No perdí el tiempo, de un salto acorté nuestras distancias, coloqué mi pie izquierdo sobre su pecho y lo ejecuté con el mero peso de mi hacha sobre su cuello. Lobo viejo sí aprende trucos nuevos. Los saltos como un modo de empequeñecer las distancias eran una buena idea, aunque nunca hubiera pensado que esos humanos fueran cruza cabra del desierto.
Mis ojos se cruzaron con los de una mujer. Una fiera que parecía más animal que humana. Parecía enojada a juzgar por la forma en la que su expresión se alteró. No podía quejarse, acababa de matar al conductor de otro carro. Avanzamos la una en dirección a la otra, pero al momento que lancé mi primer ataque sentí el golpe del suyo. Dejé escapar el aire en un bufido entre mis dientes. Perfecto. No éramos los únicos que teníamos brujos de nuestro lado. Una fuerza invisible volvió a golpearme, esta vez en la cara, estaba segura de que se me había aflojado una muela. No se estaba guardando nada. Movió su mano y aparecieron cuatro cuchillos levitando a su alrededor. Tragué saliva, había mordido más de lo que podía tragar. Odio a los brujos mi escupitajo de baba y sangre cayó lejos de donde comencé mi carrera. Tenía que haber un límite a su rango… Pero ella no lanzó sus armas, sólo se acercaba a mí, cortando una garganta desprevenida a su paso.
Apreté los dientes, iba a doler. Sonrió. Levanté mis labios dejando ver mis dientes. ¡Puf! Licántropo en dos patas corriendo hacia una bruja que por un instante había perdido la concentración por la sorpresa. No todos los días ves una mujer que huye de los cuchillos flotantes convertirse en lobo e ir directo a una muerte segura. Bueno, no todos los días, el último de su vida. Su vago intento por matarme reflejó la pobreza de su fuerza con relación a mi espíritu de lucha. Con mi cuchillo atravesé su corazón mientras casi pierdo el hocico con su contraataque. Una cortada limpia no muy profunda pero del largo de mi hocico poblaba mis bigotes de sangre. Me sacudí y retribuí mis armas. Había tomado mi tiempo, la lucha estaba casi definida a nuestro favor. Unos pocos de nuestros invasores intentaban huir, pero nuestros arqueros eran eficientes.
Busqué ansiosa con la vista a Caelia y la encontré lejos de donde la había dejado. Tenía manchas de sangre. Corrí a su encuentro, pero a medio camino me di cuenta que dos patas no eran suficientes: se necesitaban cuatro. Llegué a tiempo para chocar con todo mi cuerpo a uno de los bandidos, daga larga en mano. Rodamos por la arena, descendiendo parte de un pequeño médano. Con el Frenesí del depredador en total control de mi cuerpo, sentí que volaba hacia su cuello. La puñalada del hombre-que tenía unos pocos rasgos bestiales- acarició uno de mis hombros. Mis colmillos se aferraron a su clavícula mientras la gravedad nos impelía nuevamente al suelo. Mis instintos me impelían a desgarrarlo parte por parte por su osadía. Una voz se hizo escuchar poco a poco en mis sentidos. -Fae… ¡FAAAE!-. Solté de una vez a mi presa, agachando las orejas. -Dejemos a este con vida- sugirió ahora más calma, mientras lo amenazaba con su cimitarra, desarmándolo.
Algo en mi se sentía ciertamente rencoroso, no había sangre. Ciertamente había sentido un crack bajo la presión de mis fauces… ¿una armadura ligera?
Off: Me temo que te he hecho leer bastante. Espero que haya sido ameno y... ¿acorde?
Woodpecker
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Re: Fin de trayecto [Libre] [2/3] [CERRADO]
Suspiré y desenfundé lentamente a Brillo, compartiendo una mirada con el gato. Supuse que el esperar a que se acercasen no sería una opción. Eso significaba que su trabajo era acabar con los que intentasen huir. Salí de nuestro transporte mientras el resto tomaba posiciones. No tenía duda alguna de que nos atacarían por ambos flancos.
Me quedé de pie, observando como los jinetes se acercaban rápidamente. Las runas de mi piel se iluminaron bajo mi armadura. Y en cuanto el primero cruzó el umbral de los siete metros, salté, cubriendo la distancia que nos separaba sin tocar la arena del suelo. [1] En un pestañeo, pasé de estar de pie junto a la caravana a tener mi mano izquierda en el cuello del jinete, derribándolo de su caballo y tirándolo al suelo bajo mi peso. Una exhalación ahogada fue lo único que salió de su boca antes de que un destello rojo cubriese la mano que le agarraba y una explosión de fuego atravesase su cuello. [2]
El cadaver voló unos metros, ahora con un enorme agujero chamuscado en lo que antes era su garganta. Los caballos relincharon, asustados, y los jinetes comenzaron a gritar.
El instante de sorpresa fue suficiente para que otro de los bandidos cayese al suelo gracias a un certero virote de mi compañero. El gato recargó su ballesta y apuntó al siguiente. El hombre reaccionó a tiempo: siendo consciente de que era un objetivo, comenzó a cabalgar tan rápido como podía, rodeando la caravana.
Una pequeña piedra apareció por delante suya, rompiéndose en el aire. [3] Y en ese momento, un brillo azulado se lanzó contra su montura, enviando una descarga eléctrica por el cuerpo de ambos y paralizándolos momentáneamente. Con otro objetivo fácil, la siguiente flecha de Syl atravesó su frente sin dificultad.
En otro momento de mi vida, quizás no me habría tomado una escaramuza como aquella en serio. Pero mis promesas me llevaban hacia adelante. Y si eso significaba no darles ninguna oportunidad, que así fuese.
Uno de los jinetes se acercó a la carga, lanzando un tajo con su cimitarra que detuve con mi propia espada. Para cuando lancé un contraataque, ya estaba fuera de mi alcance. Gruñí, girándome hacia uno de los otros que quedaban. Corrí hacia él. El hombre se inclinó hacia un lado, preparando un ataque similar al anterior.
Pero antes de que impactase, salté a un lado, apartándome y colocándome al otro flanco del caballo. Mi garra metálica se hundió en su costado, arañándolo y dibujando unas lineas rojizas. El dolor fue suficiente para hacer que cayese de lado, asustado.
Ni la herida ni el golpe contra la arena no era algo que le fuese a matar, pero su jinete tenía ahora una pierna bajo el peso de su animal. No llegó a arrastrarse antes de que mi espada se clavase en su cuello. La retiré, buscando al siguiente.
No era la primera vez que me enfrentaba a gente de su calaña. Sabía perfectamente cuales eran sus tácticas, su forma de actuar y sus puntos flacos. Estaban en desventaja.
-¡Asher!- gritó la voz más familiar que conocía. El renegado que me había evitado se estaba enfrentando a Syl. En algún momento, había debido desmontar. Ahora el gato se enfrentaba a un hombre de escudo y espada con sed de venganza por sus compañeros caídos. Se lanzó hacia él, buscando su corazón. No lo encontró. El gato evitó el corte con un fluido salto hacia atrás. Había dejado caer su ballesta, pero eso no significaba que estuviese indefenso.
El felino desplegó las cuchillas de su brazal y esquivó otro corte, esta vez cambiando su posición y adoptando una postura ofensiva. Pateó la arena, levantando una nube para cegar a su oponente, pero este la bloqueó con su escudo.
Y, con eso, descuidó su defensa. El arma de Syl se lanzó hacia su pierna, hundiéndose en el muslo del hombre y retrocediendo antes de que pudiese contraatacar. Sin darle un momento para respirar, el hombre gato dio un gran salto mientras se volvía, colocándose a la espalda del bandido y hundiendo sus cuchillas nuevamente en su carne, atravesando su espalda esta vez.
Mi intervención no había sido necesaria. Enfundé a Brillo. El combate ya había acabado. Con el rival de Syl muerto, solo quedaba un superviviente entre los renegados. Un hombre bestia, desarmado e inutilizado por la mujer licántropo.
Miré alrededor, buscando al resto del grupo. Dion tenía una mano en su costado. Sangraba. El brujo cayó de rodillas al suelo, exhalando.
-Véndale la herida.- ordené. El chófer se apresuró hacia la carroza, buscando algo entre las bolsas. Supuse que tendría algo para tratar cosas como aquella. Mientras, me acerqué al cautivo. -Dime que lo quieres hacer por las buenas.- dije, poniéndome en cuclillas
Me quedé de pie, observando como los jinetes se acercaban rápidamente. Las runas de mi piel se iluminaron bajo mi armadura. Y en cuanto el primero cruzó el umbral de los siete metros, salté, cubriendo la distancia que nos separaba sin tocar la arena del suelo. [1] En un pestañeo, pasé de estar de pie junto a la caravana a tener mi mano izquierda en el cuello del jinete, derribándolo de su caballo y tirándolo al suelo bajo mi peso. Una exhalación ahogada fue lo único que salió de su boca antes de que un destello rojo cubriese la mano que le agarraba y una explosión de fuego atravesase su cuello. [2]
El cadaver voló unos metros, ahora con un enorme agujero chamuscado en lo que antes era su garganta. Los caballos relincharon, asustados, y los jinetes comenzaron a gritar.
El instante de sorpresa fue suficiente para que otro de los bandidos cayese al suelo gracias a un certero virote de mi compañero. El gato recargó su ballesta y apuntó al siguiente. El hombre reaccionó a tiempo: siendo consciente de que era un objetivo, comenzó a cabalgar tan rápido como podía, rodeando la caravana.
Una pequeña piedra apareció por delante suya, rompiéndose en el aire. [3] Y en ese momento, un brillo azulado se lanzó contra su montura, enviando una descarga eléctrica por el cuerpo de ambos y paralizándolos momentáneamente. Con otro objetivo fácil, la siguiente flecha de Syl atravesó su frente sin dificultad.
En otro momento de mi vida, quizás no me habría tomado una escaramuza como aquella en serio. Pero mis promesas me llevaban hacia adelante. Y si eso significaba no darles ninguna oportunidad, que así fuese.
Uno de los jinetes se acercó a la carga, lanzando un tajo con su cimitarra que detuve con mi propia espada. Para cuando lancé un contraataque, ya estaba fuera de mi alcance. Gruñí, girándome hacia uno de los otros que quedaban. Corrí hacia él. El hombre se inclinó hacia un lado, preparando un ataque similar al anterior.
Pero antes de que impactase, salté a un lado, apartándome y colocándome al otro flanco del caballo. Mi garra metálica se hundió en su costado, arañándolo y dibujando unas lineas rojizas. El dolor fue suficiente para hacer que cayese de lado, asustado.
Ni la herida ni el golpe contra la arena no era algo que le fuese a matar, pero su jinete tenía ahora una pierna bajo el peso de su animal. No llegó a arrastrarse antes de que mi espada se clavase en su cuello. La retiré, buscando al siguiente.
No era la primera vez que me enfrentaba a gente de su calaña. Sabía perfectamente cuales eran sus tácticas, su forma de actuar y sus puntos flacos. Estaban en desventaja.
-¡Asher!- gritó la voz más familiar que conocía. El renegado que me había evitado se estaba enfrentando a Syl. En algún momento, había debido desmontar. Ahora el gato se enfrentaba a un hombre de escudo y espada con sed de venganza por sus compañeros caídos. Se lanzó hacia él, buscando su corazón. No lo encontró. El gato evitó el corte con un fluido salto hacia atrás. Había dejado caer su ballesta, pero eso no significaba que estuviese indefenso.
El felino desplegó las cuchillas de su brazal y esquivó otro corte, esta vez cambiando su posición y adoptando una postura ofensiva. Pateó la arena, levantando una nube para cegar a su oponente, pero este la bloqueó con su escudo.
Y, con eso, descuidó su defensa. El arma de Syl se lanzó hacia su pierna, hundiéndose en el muslo del hombre y retrocediendo antes de que pudiese contraatacar. Sin darle un momento para respirar, el hombre gato dio un gran salto mientras se volvía, colocándose a la espalda del bandido y hundiendo sus cuchillas nuevamente en su carne, atravesando su espalda esta vez.
Mi intervención no había sido necesaria. Enfundé a Brillo. El combate ya había acabado. Con el rival de Syl muerto, solo quedaba un superviviente entre los renegados. Un hombre bestia, desarmado e inutilizado por la mujer licántropo.
Miré alrededor, buscando al resto del grupo. Dion tenía una mano en su costado. Sangraba. El brujo cayó de rodillas al suelo, exhalando.
-Véndale la herida.- ordené. El chófer se apresuró hacia la carroza, buscando algo entre las bolsas. Supuse que tendría algo para tratar cosas como aquella. Mientras, me acerqué al cautivo. -Dime que lo quieres hacer por las buenas.- dije, poniéndome en cuclillas
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[1] Usada habilidad: Impulso
[2] Usada habilidad: Runa Elemental - Estallido
[3] Usada habilidad: Runa Elemental - Descarga
He [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] para saber quien resultaba herido. Dejo que decidas respecto a:
-Si el rehén habla o requiere tortura (y en cuyo caso, si lo haces tu o yo)
-La gravedad de las heridas de Dion (y si se cura o no)
-Cualquier otro evento que ocurra, si el combate se te ha hecho corto. El arenal es hogar de [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] y [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] que pueden ser atraídos por los cadáveres frescos.
Asher Daregan
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Re: Fin de trayecto [Libre] [2/3] [CERRADO]
El prisionero sonrió de dientes para afuera y escupió a los pies del capitán. Me giré para observar el cielo, era eso o comenzar a reírme. El chico no parecía tener mas de…¿qué? ¿unos dieciséis? ¿dieciocho? Estaba rodeado, el único superviviente de un ataque frustrado y tenía el tupé de insultar con tanto orgullo al que evidentemente era el líder de la defensa. Cuando estuve segura de que podía mantener todos mis sentimientos en orden me volví hacia el capitán, enderecé mi espalda y encuadré los hombros. ¡Capitán! Quiero intentarlo. Tengo un par de ideas para hacerlo quebrar. ¿Señor? Esperé su respuesta mientras veía la cola del hombre bestia ir y venir. Algo en su semblante no me gustaba, parecía confiado.
- Olvídalo. Morirá- Enarqué una ceja, viendo como el prisionero se dirigía al chofer, le mostró una sonrisa de dientes blancos y fuertes -Todos morirán-
Dion empalideció, el chofer no perdía la esperanza; ese tipo cada vez me caía mejor. Estiré mis brazos, el cuestionario iba a tomar algo de tiempo. Así que eres un tipo duro ¿eh? ¿Qué tienes aquí? pregunté con la voz como la seda mientras de un tirón le quitaba la camisola. Enarqué una ceja y chiflé, Ylva se tapó la boca y Caelia desvió la vista. Nuestro hombre bestia era nada más y nada menos que un hombre armadillo. Lo que a primera vista parecía tener apenas unos rasgos bestiales no era menos que la engañosa apariencia. Bajo ropas holgadas estaba una coraza natural lo suficientemente dura como para que en mi frenesí apenas pudiera hacerle unas rajaduras.
Acaricié sus múltiples cicatrices, muchas de ellas recientes... el chico no se hacía el duro. Probablemente tenía más experiencia en esas situaciones que en cualquier otra área. De haber estado en la hermandad sería cantar y cocer, en medio del desierto, con pocas herramientas hacerle hablar sería un trabajo lo bastante consumidor como para querer ir a buscar por mi misma el maldito campamento ¿cuán lejos podría llegar a estar?. Una sola mirada de soslayo de Syl me hizo pensar en actuar lo antes posible. Caelia, ¿puedes hacer una pequeña fogata? ojee a Ylva sopesando mi siguiente decisión. Lancera, cuídalo por un momento.
En mi forma bípeda cargué el eje partido de una de las carretas y lo clavé en el suelo, con la rueda en horizontal, para que pudiera girar a pocos centímetros del suelo, el eje apuntando como una flecha hacia el cielo. La rueda era lo suficientemente grande como para sentar al prisionero y hacerle el tratamiento de la juventud, a ver si pasaba. Sentado con las piernas abiertas y los brazos atados a su espalda en el eje, podía ver cómo sus ojos se movían tratando de enfocarse en un punto mientras la rueda en la que estaba apostado giraba como un trompo. La arena absorbía bien el impulso si le dabas con suficiente fuerza.
-¿Cuántos son?- preguntó Caelia. No hubo respuesta. Con un movimiento de mi pierna hice girar con más violencia la rueda y clavé en uno de los rayos del disco una de las armas de los caídos. Por un momento pude ver cómo abría los ojos grandes, con sorpresa. ¿dónde están?- Otro escupitajo. Una lanza que se clavó apenas rozando una de las piernas del hombre bestia. Caelia me lanzó una mirada dubitativa, sólo le daría una nueva oportunidad, luego comenzaría el verdadero tormento. - ¿Qué han hecho con nuestra comida? Una daga aterrizó en la entrepierna del hombre. Me sonrió y le devolví la sonrisa. El tratamiento del joven había sido una mala elección. Volví a mi forma humana.
Traigan cuatro caballos. Lo vamos a desmembrar. Mientras estoy en eso le voy a quitar la piel al mismo tiempo que Ylva y tres de los sobrevivientes del resto de la caravana desaparecían, me quité el pañuelo, acercándome al rostro del chico. Amagué a lamer su cuello pero saboree la sangre que había surgido de los hoyos de mi mordida. Susurré en su oído Siempre quise una armadura como ésta, estoy segura que cuando te la quite encontraré las costillas ¿has oído hablar de esa muerte...? Tardarás días en morir, aunque claro… no creo que dures tanto. Tendré que protegerte de los raguetos, una vez pelee con uno… temibles...mmm... ¿Una jaula? Eso permitirá que sólo los insectos y las aves te coman parte por parte
Una gota de sudor frío bajó por su sien. Sabía que lo estaba ponderando, que se estaba tomando en serio mis palabras. Intentó zafarse de sus ataduras sin éxito. -No seré un traidor- dijo con los ojos casi salidos de los orbes. Hubiera pagado por tener un suero de la verdad en ese lugar. Suspiré y di la señal para que los caballos comenzaran a tirar. Escuché cómo sus articulaciones comenzaron a quejarse a pesar del control que el prisionero demostraba. Apretó sus dientes, no parecía estar en la mejor de las disposiciones. Levanté una mano Sujeten los caballos ahí ordené. El hombre bestia estaba a más de un metro del suelo, los animales quejándose por el esfuerzo. Estiré la mano y Caelia me trajo un cuchillo al rojo vivo. Sin perder el tiempo, hice un tajo de entre veinte y treinta centímetros. poco profundo, en la piel suave en el centro de su pecho, perpendicular a la línea de la clavícula.
Respiré profundamente, inhalando todo el olor a la carne quemada. Los gritos comenzaron, después del primero empezó una sarta de insensateces seguido de más gritos. Los caballos espantados tiraron con más ahínco más allá del intento de apaciguarlos por las personas a cargo. Tranquilo… sólo falta el resto del abdomen, luego comenzará a desprenderse sola, después de todo la armadura es pesada le mostré una sonrisa angelical, no quería que viera saña en mí Sólo hago mi trabajo chico agregué negando con la cabeza. Una lágrima corría por su rostro, perdiéndose en su pelo sudado. Todo su cuerpo estaba sudado. Me agaché para lamer su cuerpo tembloroso, allí, donde estaba la larga abertura, temblaba bajo mis labios. Mordí y arranqué apenas un pedazo de piel. Sin soltar prenda levanté la cabeza para que me viera y sonreí. Comérmelo no iba a ser una buena propaganda frente a mis compañeros, tiré el trozo y estiré mi mano, pidiendo nuevamente por el cuchillo al rojo vivo. Será rápido, sólo quiero llegar a la parte de las costillas, quiero tocarte por dentro musité. Un nuevo grito desgarrador.
-¡CAPITAAAAAAAN! ¡hablaré con el capitán!-
Tch
- Olvídalo. Morirá- Enarqué una ceja, viendo como el prisionero se dirigía al chofer, le mostró una sonrisa de dientes blancos y fuertes -Todos morirán-
Dion empalideció, el chofer no perdía la esperanza; ese tipo cada vez me caía mejor. Estiré mis brazos, el cuestionario iba a tomar algo de tiempo. Así que eres un tipo duro ¿eh? ¿Qué tienes aquí? pregunté con la voz como la seda mientras de un tirón le quitaba la camisola. Enarqué una ceja y chiflé, Ylva se tapó la boca y Caelia desvió la vista. Nuestro hombre bestia era nada más y nada menos que un hombre armadillo. Lo que a primera vista parecía tener apenas unos rasgos bestiales no era menos que la engañosa apariencia. Bajo ropas holgadas estaba una coraza natural lo suficientemente dura como para que en mi frenesí apenas pudiera hacerle unas rajaduras.
Acaricié sus múltiples cicatrices, muchas de ellas recientes... el chico no se hacía el duro. Probablemente tenía más experiencia en esas situaciones que en cualquier otra área. De haber estado en la hermandad sería cantar y cocer, en medio del desierto, con pocas herramientas hacerle hablar sería un trabajo lo bastante consumidor como para querer ir a buscar por mi misma el maldito campamento ¿cuán lejos podría llegar a estar?. Una sola mirada de soslayo de Syl me hizo pensar en actuar lo antes posible. Caelia, ¿puedes hacer una pequeña fogata? ojee a Ylva sopesando mi siguiente decisión. Lancera, cuídalo por un momento.
En mi forma bípeda cargué el eje partido de una de las carretas y lo clavé en el suelo, con la rueda en horizontal, para que pudiera girar a pocos centímetros del suelo, el eje apuntando como una flecha hacia el cielo. La rueda era lo suficientemente grande como para sentar al prisionero y hacerle el tratamiento de la juventud, a ver si pasaba. Sentado con las piernas abiertas y los brazos atados a su espalda en el eje, podía ver cómo sus ojos se movían tratando de enfocarse en un punto mientras la rueda en la que estaba apostado giraba como un trompo. La arena absorbía bien el impulso si le dabas con suficiente fuerza.
-¿Cuántos son?- preguntó Caelia. No hubo respuesta. Con un movimiento de mi pierna hice girar con más violencia la rueda y clavé en uno de los rayos del disco una de las armas de los caídos. Por un momento pude ver cómo abría los ojos grandes, con sorpresa. ¿dónde están?- Otro escupitajo. Una lanza que se clavó apenas rozando una de las piernas del hombre bestia. Caelia me lanzó una mirada dubitativa, sólo le daría una nueva oportunidad, luego comenzaría el verdadero tormento. - ¿Qué han hecho con nuestra comida? Una daga aterrizó en la entrepierna del hombre. Me sonrió y le devolví la sonrisa. El tratamiento del joven había sido una mala elección. Volví a mi forma humana.
Traigan cuatro caballos. Lo vamos a desmembrar. Mientras estoy en eso le voy a quitar la piel al mismo tiempo que Ylva y tres de los sobrevivientes del resto de la caravana desaparecían, me quité el pañuelo, acercándome al rostro del chico. Amagué a lamer su cuello pero saboree la sangre que había surgido de los hoyos de mi mordida. Susurré en su oído Siempre quise una armadura como ésta, estoy segura que cuando te la quite encontraré las costillas ¿has oído hablar de esa muerte...? Tardarás días en morir, aunque claro… no creo que dures tanto. Tendré que protegerte de los raguetos, una vez pelee con uno… temibles...mmm... ¿Una jaula? Eso permitirá que sólo los insectos y las aves te coman parte por parte
Una gota de sudor frío bajó por su sien. Sabía que lo estaba ponderando, que se estaba tomando en serio mis palabras. Intentó zafarse de sus ataduras sin éxito. -No seré un traidor- dijo con los ojos casi salidos de los orbes. Hubiera pagado por tener un suero de la verdad en ese lugar. Suspiré y di la señal para que los caballos comenzaran a tirar. Escuché cómo sus articulaciones comenzaron a quejarse a pesar del control que el prisionero demostraba. Apretó sus dientes, no parecía estar en la mejor de las disposiciones. Levanté una mano Sujeten los caballos ahí ordené. El hombre bestia estaba a más de un metro del suelo, los animales quejándose por el esfuerzo. Estiré la mano y Caelia me trajo un cuchillo al rojo vivo. Sin perder el tiempo, hice un tajo de entre veinte y treinta centímetros. poco profundo, en la piel suave en el centro de su pecho, perpendicular a la línea de la clavícula.
Respiré profundamente, inhalando todo el olor a la carne quemada. Los gritos comenzaron, después del primero empezó una sarta de insensateces seguido de más gritos. Los caballos espantados tiraron con más ahínco más allá del intento de apaciguarlos por las personas a cargo. Tranquilo… sólo falta el resto del abdomen, luego comenzará a desprenderse sola, después de todo la armadura es pesada le mostré una sonrisa angelical, no quería que viera saña en mí Sólo hago mi trabajo chico agregué negando con la cabeza. Una lágrima corría por su rostro, perdiéndose en su pelo sudado. Todo su cuerpo estaba sudado. Me agaché para lamer su cuerpo tembloroso, allí, donde estaba la larga abertura, temblaba bajo mis labios. Mordí y arranqué apenas un pedazo de piel. Sin soltar prenda levanté la cabeza para que me viera y sonreí. Comérmelo no iba a ser una buena propaganda frente a mis compañeros, tiré el trozo y estiré mi mano, pidiendo nuevamente por el cuchillo al rojo vivo. Será rápido, sólo quiero llegar a la parte de las costillas, quiero tocarte por dentro musité. Un nuevo grito desgarrador.
-¡CAPITAAAAAAAN! ¡hablaré con el capitán!-
Tch
Woodpecker
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Re: Fin de trayecto [Libre] [2/3] [CERRADO]
-No hace falta que me llames capitán. Ni señor.- dije, frunciendo el ceño. Era la primera vez que me trataban con un título similar. Era... raro. En ningún momento me veía como un superior, pese a estar al cargo de aquello. -Pero... venga, adelante.-
No era más que un chaval. De mi raza, además. No me encantaba la idea de destrozar a otro hombre bestia, pero lo haría si era necesario. Por el momento, no lo parecía. Me giré hacia la caravana mientras dejaba a Fae con lo suyo, inspeccionando por encima cualquier desperfecto. No parecía haber nada grave. Los caballos estaban algo agitados, pero no heridos.
Estiré los brazos, haciendo algo de tiempo. El resto del grupo, salvo por Syl, parecía muy inmerso en el tratamiendo del renegado. Me arremangué, apretando distintos puntos de mi brazo izquierdo. Siempre se me quedaba algo tenso después de una explosión. Al menos, la primera vez. Una segunda, y sentiría agarrotamiento y quemazón. Una tercera... y dolería. No quería saber que venía con una cuarta vez sin el debido descanso.
Me senté a la sombra en el carromato. Y entonces, mi compañero se aproximó por un lado.
-He estado registrando los cuerpos. Tenían algunas armas robadas, las he subido.- dijo. Pestañeé, sorprendido. El pardo se me había adelantado. Tras un vistazo al resto del grupo para asegurarse de que nadie miraba, puso sus dedos sobre mi brazo, apretándolo y masajeandolo sin decir nada.
-...Vaya.- dije. -Te noto... muy centrado.- Era extraño. Después de la Caza... había estado demasiado tocado como para actuar como solía hacerlo. No esperaba que se recuperase pronto. ¿Estaba siendo fuerte por mi? ¿O era solo por las circunstancias? Era un territorio y un enemigo familiar, después de todo.
-Aún necesito tiempo.- admitió, con una mirada algo melancólica. -Pero... estoy en ello.- aseguró. Sonreí y le acaricié el cuello con mi mano libre. Le admiraba.
Los gritos del hombre armadillo interrumpieron cualquier momento cómodo que pudiese tener. Me levanté, devolviendo mi manga a su sitio y separándome del gato.
-Voy, voy... pero deja de llamarme capitán.- dije con un suspiro.
-Pero te queda tan bien... ¿Prefieres "jefe", o "milord", quizás?- bromeó. Chasqueé la lengua, alzando el ritmo hasta llegar hasta el pobre desgraciado.
-Espíritus.- solté. Al parecer la licántropo no había mentido al decir que tenía varias ideas. Sacudí la cabeza. -En fin. Tu campamento. ¿Donde está? ¿Cuantos sois?- pregunté, abandonando toda afabilidad y clavando mi mirada en la del chico.
-Seis... seis kilometros. Hacia allí.- dijo, apuntando hacia el desfiladero. -Está escondido. El pasaje es... estrecho.- tragó saliva y soltó un quejido de dolor. -Somos... veinte.-
Arqueé una ceja.
-Syl.- El gato me leyó el pensamiento. Sin mayor indicación, arrastró uno de los cadáveres hasta allí, soltándolo al lado del hombre armadillo. Aquel que había sufrido un estallido y perdido toda su garganta como consecuencia. Los ojos de su compañero se clavaron en el agujero quemado de su cuello. Extendí la palma de mi mano izquierda, mostrando el guantelete metálico y la runa que contenía. -No me gusta que me mientan.- Un brillo carmesí recorrió el símbolo arcano.
-¡No! ¡No, espera!- gritó, intentando revolverse. -¡Setenta y tres! ¡Eramos setenta y tres!- exclamó. Eso ya era más creible.
-Bueno, ahora deben ser... ¿sesenta y cinco?- pregunté. -Ahora, si no quieres que baje a sesenta y cuatro... Dime donde están los suministros.-
-Tenemos un... un almacén. Está al oeste, no lejos de...- Tragó saliva, intentando aclararse. -Es el único edificio de madera dentro de las empalizadas.
Asentí, algo más satisfecho. Eso encajaba con lo que sabía de sus métodos. Quizás ni siquiera hubiesen cambiado de líder en ese año. Me levanté y miré al resto del grupo.
-Muy bien. Nos vamos.- dije. Sin embargo, le hice una señal con la cabeza a Syl. El gato se acercó al chico y le murmuró algo. El armadillo cerró los ojos y, tras unos segundos, asintió. El chasquido de la ballesta de Syl fue lo último que escuchó.
Había tenido suerte. No solía ser tan rápido.
No era más que un chaval. De mi raza, además. No me encantaba la idea de destrozar a otro hombre bestia, pero lo haría si era necesario. Por el momento, no lo parecía. Me giré hacia la caravana mientras dejaba a Fae con lo suyo, inspeccionando por encima cualquier desperfecto. No parecía haber nada grave. Los caballos estaban algo agitados, pero no heridos.
Estiré los brazos, haciendo algo de tiempo. El resto del grupo, salvo por Syl, parecía muy inmerso en el tratamiendo del renegado. Me arremangué, apretando distintos puntos de mi brazo izquierdo. Siempre se me quedaba algo tenso después de una explosión. Al menos, la primera vez. Una segunda, y sentiría agarrotamiento y quemazón. Una tercera... y dolería. No quería saber que venía con una cuarta vez sin el debido descanso.
Me senté a la sombra en el carromato. Y entonces, mi compañero se aproximó por un lado.
-He estado registrando los cuerpos. Tenían algunas armas robadas, las he subido.- dijo. Pestañeé, sorprendido. El pardo se me había adelantado. Tras un vistazo al resto del grupo para asegurarse de que nadie miraba, puso sus dedos sobre mi brazo, apretándolo y masajeandolo sin decir nada.
-...Vaya.- dije. -Te noto... muy centrado.- Era extraño. Después de la Caza... había estado demasiado tocado como para actuar como solía hacerlo. No esperaba que se recuperase pronto. ¿Estaba siendo fuerte por mi? ¿O era solo por las circunstancias? Era un territorio y un enemigo familiar, después de todo.
-Aún necesito tiempo.- admitió, con una mirada algo melancólica. -Pero... estoy en ello.- aseguró. Sonreí y le acaricié el cuello con mi mano libre. Le admiraba.
Los gritos del hombre armadillo interrumpieron cualquier momento cómodo que pudiese tener. Me levanté, devolviendo mi manga a su sitio y separándome del gato.
-Voy, voy... pero deja de llamarme capitán.- dije con un suspiro.
-Pero te queda tan bien... ¿Prefieres "jefe", o "milord", quizás?- bromeó. Chasqueé la lengua, alzando el ritmo hasta llegar hasta el pobre desgraciado.
-Espíritus.- solté. Al parecer la licántropo no había mentido al decir que tenía varias ideas. Sacudí la cabeza. -En fin. Tu campamento. ¿Donde está? ¿Cuantos sois?- pregunté, abandonando toda afabilidad y clavando mi mirada en la del chico.
-Seis... seis kilometros. Hacia allí.- dijo, apuntando hacia el desfiladero. -Está escondido. El pasaje es... estrecho.- tragó saliva y soltó un quejido de dolor. -Somos... veinte.-
Arqueé una ceja.
-Syl.- El gato me leyó el pensamiento. Sin mayor indicación, arrastró uno de los cadáveres hasta allí, soltándolo al lado del hombre armadillo. Aquel que había sufrido un estallido y perdido toda su garganta como consecuencia. Los ojos de su compañero se clavaron en el agujero quemado de su cuello. Extendí la palma de mi mano izquierda, mostrando el guantelete metálico y la runa que contenía. -No me gusta que me mientan.- Un brillo carmesí recorrió el símbolo arcano.
-¡No! ¡No, espera!- gritó, intentando revolverse. -¡Setenta y tres! ¡Eramos setenta y tres!- exclamó. Eso ya era más creible.
-Bueno, ahora deben ser... ¿sesenta y cinco?- pregunté. -Ahora, si no quieres que baje a sesenta y cuatro... Dime donde están los suministros.-
-Tenemos un... un almacén. Está al oeste, no lejos de...- Tragó saliva, intentando aclararse. -Es el único edificio de madera dentro de las empalizadas.
Asentí, algo más satisfecho. Eso encajaba con lo que sabía de sus métodos. Quizás ni siquiera hubiesen cambiado de líder en ese año. Me levanté y miré al resto del grupo.
-Muy bien. Nos vamos.- dije. Sin embargo, le hice una señal con la cabeza a Syl. El gato se acercó al chico y le murmuró algo. El armadillo cerró los ojos y, tras unos segundos, asintió. El chasquido de la ballesta de Syl fue lo último que escuchó.
Había tenido suerte. No solía ser tan rápido.
Asher Daregan
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Re: Fin de trayecto [Libre] [2/3] [CERRADO]
Probablemente Caelia no estaba muy orgullosa de su siempre fiel mascota lobuna, pero no era de las que cerraban sus ojos a la verdad, estaba segura que al volver a su casa sabría qué decisión había tomado sobre mí. Por el momento, me concentré en ayudar a vendar a Dion el brujo mientras el capitán ultimaba detalles con el armadillo. Miré con interés su guante, así que él había sido el responsable de esas explosiones. -Dion no podrá continuar- informó mi humana, me encogí de hombros observando sus ojos claros. Sabía que no le gustaba que mi atención se apartara de ella… así que dejé de mirar el interrogatorio, aunque no por ello dejé de escuchar.
-Supongo que Asher querrá salir lo antes posible. Mejor prepararnos- miré a la lancera como si estuviera hablando en élfico. -Ylva habla del capitán- Caelia siempre parecía leer mi mente. Asentí una vez y me acomodé el pañuelo. Tenía cierta memoria difusa de haber escuchado que se presentaba con la lancera, pero en ese momento no tenía interés en él. Ahora le tenía un poco de respeto. Al menos tenía piedad suficiente como para despachar rápidamente a los caídos. Fui hacia él, ahora que la primera parte del plan se había ejecutado, me interesaba empaparme un poco más en el asunto.
Capi… ajem Asher. Cinco contra más de sesenta. Supongo que el plan incluye pasar desapercibidos… ¿la noche? Si necesita voluntarios, cuente conmigo Me detuve un momento para ver su expresión, hubiese querido decirle que enviara a Caelia de regreso, pero era una tontería. Todos habíamos llegado allí por nuestros propios pies. Mordiéndome la lengua volví hacia una caravana más organizada y me senté al lado de Caelia, quién me esperaba con unas vendas en la mano. Sonreí de lado y me quité la armadura para que limpiara la herida de la espalda, aunque no había sido nada importante, la daga del armadillo muerto escocía. La humana tenía otras intenciones, con un pañuelo me limpió la cara mostrándome un espejo. La cortada se veía fea en mi cara, como una mancha que no iba allí. Era sólo la apariencia, pero mi aspecto de momento era un poco más que aterrador. Me reí y ella puso mala cara. Volví a cubrirme el rostro.
-Nos vamos- Su expresión era serena, no parecía estar fuera de sus cabales. ¿Cómo? pregunté con cierta dificultad. Ella me giró y comenzó a limpiar la herida de la espalda, sin mucho tacto. -Yo te traje. Nos vamos. No nos necesitan para envenenar a un pueblo. Habrán niños-. Sentí como si una descarga bajara por mi espina, había dicho la palabra prohibida para mí. Ella comenzó a vendar con cuidado la espalda. Nada me importaba menos que esa mierda de herida. Mis garras hacían más daño que esa maldita daga. Será mejor que mueran con sus padres. Vuelve a casa prácticamente le estaba dando una orden. Me aparté de ella, quitándome la venda para ponerme la armadura nuevamente. Sus ojos grandes se habían tornado sólidos. - Volvemos- su voz era imperiosa. Apreté los dientes y cerré los puños. Perdón.
Tomé uno de los caballos que habían sido capturados y salté a pelo en él. Pude sentir cómo se quejaba bajo mi cuerpo. No todos los caballos eran lo suficientemente valientes como para aceptar de buena voluntad un licántropo cerca de ellos, mucho menos sobre ellos. Jalé de las riendas y lo dominé a pura fuerza y voluntad. Buscaré el pasaje informé antes de apremiar el caballo con mis tacos, dándole rienda suelta para que buscara su hogar.
-Supongo que Asher querrá salir lo antes posible. Mejor prepararnos- miré a la lancera como si estuviera hablando en élfico. -Ylva habla del capitán- Caelia siempre parecía leer mi mente. Asentí una vez y me acomodé el pañuelo. Tenía cierta memoria difusa de haber escuchado que se presentaba con la lancera, pero en ese momento no tenía interés en él. Ahora le tenía un poco de respeto. Al menos tenía piedad suficiente como para despachar rápidamente a los caídos. Fui hacia él, ahora que la primera parte del plan se había ejecutado, me interesaba empaparme un poco más en el asunto.
Capi… ajem Asher. Cinco contra más de sesenta. Supongo que el plan incluye pasar desapercibidos… ¿la noche? Si necesita voluntarios, cuente conmigo Me detuve un momento para ver su expresión, hubiese querido decirle que enviara a Caelia de regreso, pero era una tontería. Todos habíamos llegado allí por nuestros propios pies. Mordiéndome la lengua volví hacia una caravana más organizada y me senté al lado de Caelia, quién me esperaba con unas vendas en la mano. Sonreí de lado y me quité la armadura para que limpiara la herida de la espalda, aunque no había sido nada importante, la daga del armadillo muerto escocía. La humana tenía otras intenciones, con un pañuelo me limpió la cara mostrándome un espejo. La cortada se veía fea en mi cara, como una mancha que no iba allí. Era sólo la apariencia, pero mi aspecto de momento era un poco más que aterrador. Me reí y ella puso mala cara. Volví a cubrirme el rostro.
-Nos vamos- Su expresión era serena, no parecía estar fuera de sus cabales. ¿Cómo? pregunté con cierta dificultad. Ella me giró y comenzó a limpiar la herida de la espalda, sin mucho tacto. -Yo te traje. Nos vamos. No nos necesitan para envenenar a un pueblo. Habrán niños-. Sentí como si una descarga bajara por mi espina, había dicho la palabra prohibida para mí. Ella comenzó a vendar con cuidado la espalda. Nada me importaba menos que esa mierda de herida. Mis garras hacían más daño que esa maldita daga. Será mejor que mueran con sus padres. Vuelve a casa prácticamente le estaba dando una orden. Me aparté de ella, quitándome la venda para ponerme la armadura nuevamente. Sus ojos grandes se habían tornado sólidos. - Volvemos- su voz era imperiosa. Apreté los dientes y cerré los puños. Perdón.
Tomé uno de los caballos que habían sido capturados y salté a pelo en él. Pude sentir cómo se quejaba bajo mi cuerpo. No todos los caballos eran lo suficientemente valientes como para aceptar de buena voluntad un licántropo cerca de ellos, mucho menos sobre ellos. Jalé de las riendas y lo dominé a pura fuerza y voluntad. Buscaré el pasaje informé antes de apremiar el caballo con mis tacos, dándole rienda suelta para que buscara su hogar.
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Re: Fin de trayecto [Libre] [2/3] [CERRADO]
Una vez Wood se presentó voluntaria para encontrar la zona, nos aproximamos a la pared del cañón que se alzaba sobre la arena. Ahí podriamos pasar desapercibidos por el momento, y era un buen lugar para descansar. Sin embargo, empecé a sentir algo extraño en mi cuerpo.
Me contraje sobre la arena, incapaz de mantenerme en pie. Todo mi cuerpo temblaba. ¿Veneno? No, no era posible... Pero me sentía débil. Y, al mismo tiempo, notaba como mi cuerpo realizaba un esfuerzo extenuante. Miré mi mano. Estaba... perdiendo pelo. Mi pelaje plateado empezó a esparcirse por la arena mientras las sombras del resto del grupo comenzaban a acercarse.
Los sonidos... los olores... empezaban a quedar camuflados. Hasta que casi no podía sentirlos en absoluto. Pero al mismo tiempo, uno de mis sentidos pareció abrirse por completo. Aquello no era nada similar a algo que hubiese sentido antes, pero estaba en todas partes.
El calor del sol comenzó a agravarse, y el viento me alcanzó con más intensidad. Miré atrás. Ylva me miraba, entre preocupada y asombrada. Sin embargo, me alcanzó una mano temblorosa que tomé... solo para soltarla al ver mi brazo extenderse. Humano. Era... un humano.
-¿Que... que demonios...?- Hasta mi voz había cambiado. Espíritus. Debía ser una pesadilla. Sin mis sentidos y mi cola, me sentía mutilado. Pero esa nueva sensación me estaba volviendo loco. No solo podía verla. Se estaba... acercando. Rodeándome y concentrándose a mi alrededor.
No dolia, ni quemaba. La sensación era distinta. Casi placentera. Finalmente, me levanté tras cierto esfuerzo. Mi armadura me quedaba algo pequeña, y al mismo tiempo, la sensación sobre mi piel era molesta. Me tambaleé hacia la caravana. La energía se concentraba más alrededor de Dion... y alrededor de otro hombre que no había visto antes.
-¿...Syl?- pregunté, confuso.
-Oh, no.- dijo. -¿Por qué...? ¿Por qué hemos...?-
Todo aquello resultaba demasiado extraño. ¿Que podía haber causado algo como aquello? Nadie más parecía haber cambiado.
-Oh. No sois humanos. Sois brujos.- dijo Dion. En ese momento, parecía increiblemente interesado en lo que acababa de ocurrir. -Podéis sentir el éter, ¿no?-
¿Era eso lo que sentía? ¿Éter?
Miré a mi compañero. Al parecer, su forma "humana" era... sutil, supuse. Pelo corto y castaño, misma estatura. Me llevé la mano a la cara, intentando discernir los cambios. Barba. No demasiado pelo en la cabeza, aunque si en el resto del cuerpo.
-¿Creéis que podéis conjurar algo?- preguntó. Respiré hondo y me senté, tratando de tranquilizarme. Syl hizo lo mismo. Ese éter... aquello que no había sentido nunca, y que ahora estaba en todas partes... Me nublaba la mente.intenté acercarlo, y con solo un pensamiento, la energía empezó a moverse hacia mi ligeramente.
¿Podría hacer algo con ella?
Me imaginé una llama e intenté hacerla real. Imaginé la forma, el color, el movimiento y el tamaño... y apareció. Delante de mi, se formó una pequeña llama. Podía ver el mismo éter que la formaba, pero no parecía... real. Dion acercó una mano con curiosidad. El fuego le atravesó sin causar daño aparente.
Calor. Le faltaba calor. De repente, Dion apartó la mano con una exclamación de sorpresa. ¿Le había quemado de verdad? Sacudió la mano. No parecía haber causado nada visible.
-¿Una ilusión?- pregunté. Miré a Syl. El antes gato me había estado mirando con curiosidad. -¿Que puedes hacer tú?-
Apartando sus dudas y su sorpresa temporalmente, el joven extendió la mano hacia arriba. Tras unos segundos, una pequeña chispa salió de su palma. Luego, unas ascuas que duraron unos instantes. Ni electricidad ni fuego, supuse. Frunció el ceño. De repente, algo empezó a tomar forma. Una flecha. Abrí los ojos, sorprendido. Rebosaba esa energía... no. Estaba hecha de ella.
-Conjuración.- Me atuse la barba, imitando ese gesto que le había visto hacer a Eltrant tantas veces.
-Espero que esto no sea permanente.- suspiró Syl. -¿Por qué hemos cambiado?- Me encogí de hombros. No recordaba haber estado en ninguna situación que me llevase a aquello.
Por el momento, aún teniamos que esperar a Fae. Sin nada más que hacer, me senté al barde del carromato y empecé a probar lo que podía hacer, moviendo la mano y dejando una estela de luz tras ella.
-¿El plan sigue en pie?- preguntó. -No sé si puedo luchar de esta forma. No veo tan bien como debería.-
-De momento, tendremos que esperar.- dije. Los tatuajes rúnicos de mi cuerpo habían desaparecido. Incluso la marca de mi hombro se había desvanecido. Pero no me daba la sensación de que fuese algo permanente. Honestamente, no quería pensar demasiado en ello.
Por el momento, quería experimentar. Pensé en un arma. Una lanza, una de metal... no. Una dorada y ornamental, larga y resistente. Si era una ilusión, daba igual si la hiciese de oro o de hierro. Me llevó un par de minutos, pero finalmente, la figura del arma tomó forma delante de mi. Ylva me observó con ojos como platos, acercando una mano tentativamente. Sujetó la lanza. Parecía pesada. Suspiré al terminar. Estaba más cansado de lo que debería.
-No se como estás tan tranquilo.- dijo Syl.
-Mantente ocupado.- respondí simplemente. Mi compañero resopló y le hizo un gesto a la mujer para que le acercase el arma. Pasó la mano por la punta, y ante mis ojos, un refuerzo metálico de aspecto pesado y temible la rodeó. Después, enterró el arma en la arena y la levantó, dispersando granos por todas partes. ¿La había hecho física?
-No deberíais ser capaz de hacer eso. Requiere años de estudios y práctica.- musitó Dion. -...y probablemente deberíais parar. Esas cosas cansan más de lo que creéis.-
Tenía razón, supuse. Me detuve, tratando de reposar un poco. Tendriamos que esperar hasta la noche, fuera como fuese.
Me contraje sobre la arena, incapaz de mantenerme en pie. Todo mi cuerpo temblaba. ¿Veneno? No, no era posible... Pero me sentía débil. Y, al mismo tiempo, notaba como mi cuerpo realizaba un esfuerzo extenuante. Miré mi mano. Estaba... perdiendo pelo. Mi pelaje plateado empezó a esparcirse por la arena mientras las sombras del resto del grupo comenzaban a acercarse.
Los sonidos... los olores... empezaban a quedar camuflados. Hasta que casi no podía sentirlos en absoluto. Pero al mismo tiempo, uno de mis sentidos pareció abrirse por completo. Aquello no era nada similar a algo que hubiese sentido antes, pero estaba en todas partes.
El calor del sol comenzó a agravarse, y el viento me alcanzó con más intensidad. Miré atrás. Ylva me miraba, entre preocupada y asombrada. Sin embargo, me alcanzó una mano temblorosa que tomé... solo para soltarla al ver mi brazo extenderse. Humano. Era... un humano.
-¿Que... que demonios...?- Hasta mi voz había cambiado. Espíritus. Debía ser una pesadilla. Sin mis sentidos y mi cola, me sentía mutilado. Pero esa nueva sensación me estaba volviendo loco. No solo podía verla. Se estaba... acercando. Rodeándome y concentrándose a mi alrededor.
No dolia, ni quemaba. La sensación era distinta. Casi placentera. Finalmente, me levanté tras cierto esfuerzo. Mi armadura me quedaba algo pequeña, y al mismo tiempo, la sensación sobre mi piel era molesta. Me tambaleé hacia la caravana. La energía se concentraba más alrededor de Dion... y alrededor de otro hombre que no había visto antes.
-¿...Syl?- pregunté, confuso.
-Oh, no.- dijo. -¿Por qué...? ¿Por qué hemos...?-
Todo aquello resultaba demasiado extraño. ¿Que podía haber causado algo como aquello? Nadie más parecía haber cambiado.
-Oh. No sois humanos. Sois brujos.- dijo Dion. En ese momento, parecía increiblemente interesado en lo que acababa de ocurrir. -Podéis sentir el éter, ¿no?-
¿Era eso lo que sentía? ¿Éter?
Miré a mi compañero. Al parecer, su forma "humana" era... sutil, supuse. Pelo corto y castaño, misma estatura. Me llevé la mano a la cara, intentando discernir los cambios. Barba. No demasiado pelo en la cabeza, aunque si en el resto del cuerpo.
-¿Creéis que podéis conjurar algo?- preguntó. Respiré hondo y me senté, tratando de tranquilizarme. Syl hizo lo mismo. Ese éter... aquello que no había sentido nunca, y que ahora estaba en todas partes... Me nublaba la mente.intenté acercarlo, y con solo un pensamiento, la energía empezó a moverse hacia mi ligeramente.
¿Podría hacer algo con ella?
Me imaginé una llama e intenté hacerla real. Imaginé la forma, el color, el movimiento y el tamaño... y apareció. Delante de mi, se formó una pequeña llama. Podía ver el mismo éter que la formaba, pero no parecía... real. Dion acercó una mano con curiosidad. El fuego le atravesó sin causar daño aparente.
Calor. Le faltaba calor. De repente, Dion apartó la mano con una exclamación de sorpresa. ¿Le había quemado de verdad? Sacudió la mano. No parecía haber causado nada visible.
-¿Una ilusión?- pregunté. Miré a Syl. El antes gato me había estado mirando con curiosidad. -¿Que puedes hacer tú?-
Apartando sus dudas y su sorpresa temporalmente, el joven extendió la mano hacia arriba. Tras unos segundos, una pequeña chispa salió de su palma. Luego, unas ascuas que duraron unos instantes. Ni electricidad ni fuego, supuse. Frunció el ceño. De repente, algo empezó a tomar forma. Una flecha. Abrí los ojos, sorprendido. Rebosaba esa energía... no. Estaba hecha de ella.
-Conjuración.- Me atuse la barba, imitando ese gesto que le había visto hacer a Eltrant tantas veces.
-Espero que esto no sea permanente.- suspiró Syl. -¿Por qué hemos cambiado?- Me encogí de hombros. No recordaba haber estado en ninguna situación que me llevase a aquello.
Por el momento, aún teniamos que esperar a Fae. Sin nada más que hacer, me senté al barde del carromato y empecé a probar lo que podía hacer, moviendo la mano y dejando una estela de luz tras ella.
-¿El plan sigue en pie?- preguntó. -No sé si puedo luchar de esta forma. No veo tan bien como debería.-
-De momento, tendremos que esperar.- dije. Los tatuajes rúnicos de mi cuerpo habían desaparecido. Incluso la marca de mi hombro se había desvanecido. Pero no me daba la sensación de que fuese algo permanente. Honestamente, no quería pensar demasiado en ello.
Por el momento, quería experimentar. Pensé en un arma. Una lanza, una de metal... no. Una dorada y ornamental, larga y resistente. Si era una ilusión, daba igual si la hiciese de oro o de hierro. Me llevó un par de minutos, pero finalmente, la figura del arma tomó forma delante de mi. Ylva me observó con ojos como platos, acercando una mano tentativamente. Sujetó la lanza. Parecía pesada. Suspiré al terminar. Estaba más cansado de lo que debería.
-No se como estás tan tranquilo.- dijo Syl.
-Mantente ocupado.- respondí simplemente. Mi compañero resopló y le hizo un gesto a la mujer para que le acercase el arma. Pasó la mano por la punta, y ante mis ojos, un refuerzo metálico de aspecto pesado y temible la rodeó. Después, enterró el arma en la arena y la levantó, dispersando granos por todas partes. ¿La había hecho física?
-No deberíais ser capaz de hacer eso. Requiere años de estudios y práctica.- musitó Dion. -...y probablemente deberíais parar. Esas cosas cansan más de lo que creéis.-
Tenía razón, supuse. Me detuve, tratando de reposar un poco. Tendriamos que esperar hasta la noche, fuera como fuese.
_______________________________________
Primer tema de la transformación por el Don Interracial del evento "En memoria de Midgar"
- Aspecto Asher:
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- Aspecto Syl:
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- Lanza conjurada:
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Usadas habilidades: "Armas de Maná" (Asher) y "Encantar arma: Filo" (Syl) prestadas del evento de Midgar.
Asher Daregan
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Re: Fin de trayecto [Libre] [2/3] [CERRADO]
Un caballo bastante decente tendría que admitir. Una vez había estado en los arenales con Furia, pero mi querida Bravía estaba hecha para la velocidad y los obstáculos, este pequeñajo blanco, con la nariz respingada y la cola siempre al aire era una pulga en comparación a mi yegua, más cómodo tal vez –era como andar en un sofá con patas- y tenía cierta agilidad cuando hablábamos de roca y dunas de arena. Estaba diseñado para el desierto. Tal vez podría pensar seriamente en usarlo mientras estuviera en esos lares. Aunque pequeño y feucho, tenía que admitir que era inteligente. Seis kilómetros volaron por debajo de esos casquillos. Extrañaba el fuerte kaplat tap tap de los cascos en los caminos duros. Ese sonido apagado era perturbador.
El desfiladero estaba en un alto al que había que ir escalando, antes de comenzar a subir había una abertura en el camino. Pero el caballo pedía rienda recto, roca arriba y seguí su consejo. Al menos el sol estaba comenzando a bajar. Tenía entendido que en el desierto el sol se esconde de un momento para el otro, pero estimaba que aún tenía suficiente tiempo como para hacer una revisión decente. El paso en el desfiladero era complicado. Tendríamos que pasar uno a uno y a pie, si un caballo perdía el pie allí, se iría con su jinete varios metros al despeñadero. Abajo, en lo poco que se veía de la continuación del camino, habían una serie de cuevas de donde emanaba una esencia que no conocía. Era algo salvaje, alguna bestia grande, sea lo que fuera, tenía espantado a Poniente, el nombre provisional del pequeño cuadrúpedo montura.
Después del punto más alto había una saliente o suficientemente grande como para agruparnos. Eso era poco práctico, desde el asentamiento de esos bandidos podrían observarnos con facilidad. Usar el cobijo de la noche y el mayor de los sigilos sería nuestra mejor apuesta. El lugar donde íbamos a atacar era una especie de valle natural, protegido entre la roca. Habían algunas cavernas, pero parecía que la mayoría de los agrupados vivía en carpas. Primaban los hombres guerreros, no habían niños a la vista. Respiré con alivio, sería un peso menos a la carga que llevaba a los hombros. Las fogatas comenzaban a encenderse, podría apostar que las armas las mantenían en las cuevas, si tenían rehenes, también estarían allí. El agua… tendría que estar a resguardo del sol. Hmmm… quería darme un zape mental.
Supongo que no puedo pensar como si estuviera en casa. El agua es más preciada aquí que armas, rehenes y la mitad de las vidas. Murmuré, acariciándole la crin al caballo que comenzaba a impacientarse. Quería bajar al valle Sh… Poniente. Tendrás que hacer un pequeño esfuerzo más le confié, palmeándolo suavemente en el pescuezo. Por lo visto, allí abajo, alrededor de la hoguera principal había alguien que estaba más nervioso que mi caballo. Debía ser el estratega o el líder. Dirigí mi montura hacia el desierto y espolee, alguien había salido montado a caballo, probablemente un mensajero u observador. Tenía que ser más rápida que él.
A menos de un kilómetro de nuestra caravana estaban las bestias dueñas del olor de las cuevas. Tuve que hacer una media luna para rodearlos, eran unos pocos, pero parecía que venían de todas direcciones a por los cadáveres. Esto es una maldita trampa mortal, casi prefiero los bosques de Sacrestic… le comenté a Poniente en un susurro. La noche nos abrazaba. Si el que salió del campamento venía tras de mí, se enteraría tarde de lo que le esperaba el desierto. Claro, si no lo estaba esperando. Me preguntaba cuánto ya sospechaban esas extrañas personas nómadas de los arenales.
Caelia fue la primera en verme, aunque no me dirigió la palabra, parecía alegrarse de verme. Le entregué las riendas del caballo a Ylva y a paso largo busqué al capitán. Capitán Asher o Syl ¿dónde están? llamé, la pregunta dirigida a Dion, quién me señaló con una enigmática sonrisa y un juego de cejas que no entendí a dos personas que no había visto. Olían como si se hubieran estado abrazando con el capitán y su segundo. Era extraña la conjunción de aromas. No pude esconder mi fastidio al no ver al capitán hasta que me enteré que estaba frente mío. Lo ojee midiéndolo. ¿En serio? ¿Capitán? ¡Ahora todo el maldito mundo cambia de raza como si fuese un maldito resfriado! Estornudas y ¡puf! mascullé con sentimientos encontrados. ¿Qué pasa con el maldito orden de las cosas en este mundo? agregué quejándome para mí misma.
En fin, no era como que el cambio de raza fuera espontáneo –suponía- así que encuadré los hombros y me enderecé No hay tiempo, alguien venía tras de mí, probablemente un cuervo –un observador o mensajero me corregí aunque probablemente se lo coman esas bestias. Nunca había visto cosas tan repugnantes, son grandes como perros o más, feos, tienen corazas…están llegando a los cadáveres mi voz se me apagó. El capitán estaba grande, casi me recordaba a Percy por el tamaño, feo –incluso para un humano- lo prefería en su forma de perro. Pero ese Syl… ¿qué le habían hecho a Syl? Era un flacucho enclenque, pálido, escuálido, de no ser por ese intento de barba hubiera parecido más afeminado que yo. Y esa expresión a niño al que le pegaron era muy poco aseguradora… Prefería el misterioso Syl. Tch
Me obligué a seguir con el reporte mientras saltaba sobre Poniente de nuevo. Tendremos que hacer una media luna para rodear a esos bichos, mi olfato en esta forma sigue siendo mejor que eso ¿no? le dije al capitán señalándolo a él todo Los heridos no creo que lo logren, el desfiladero es engañoso, no podemos separarnos, habrá una saliente en el camino, hay que ir directo hacia arriba, mejor no separarnos. Tendremos que desmontar para cruzar y no usar luces o nos verán desde abajo. Con el consentimiento del capitán saldría de allí a todo galope sobre mi pequeña montura, guiando con mi olfato y el corazón del caballo.
El desfiladero estaba en un alto al que había que ir escalando, antes de comenzar a subir había una abertura en el camino. Pero el caballo pedía rienda recto, roca arriba y seguí su consejo. Al menos el sol estaba comenzando a bajar. Tenía entendido que en el desierto el sol se esconde de un momento para el otro, pero estimaba que aún tenía suficiente tiempo como para hacer una revisión decente. El paso en el desfiladero era complicado. Tendríamos que pasar uno a uno y a pie, si un caballo perdía el pie allí, se iría con su jinete varios metros al despeñadero. Abajo, en lo poco que se veía de la continuación del camino, habían una serie de cuevas de donde emanaba una esencia que no conocía. Era algo salvaje, alguna bestia grande, sea lo que fuera, tenía espantado a Poniente, el nombre provisional del pequeño cuadrúpedo montura.
Después del punto más alto había una saliente o suficientemente grande como para agruparnos. Eso era poco práctico, desde el asentamiento de esos bandidos podrían observarnos con facilidad. Usar el cobijo de la noche y el mayor de los sigilos sería nuestra mejor apuesta. El lugar donde íbamos a atacar era una especie de valle natural, protegido entre la roca. Habían algunas cavernas, pero parecía que la mayoría de los agrupados vivía en carpas. Primaban los hombres guerreros, no habían niños a la vista. Respiré con alivio, sería un peso menos a la carga que llevaba a los hombros. Las fogatas comenzaban a encenderse, podría apostar que las armas las mantenían en las cuevas, si tenían rehenes, también estarían allí. El agua… tendría que estar a resguardo del sol. Hmmm… quería darme un zape mental.
Supongo que no puedo pensar como si estuviera en casa. El agua es más preciada aquí que armas, rehenes y la mitad de las vidas. Murmuré, acariciándole la crin al caballo que comenzaba a impacientarse. Quería bajar al valle Sh… Poniente. Tendrás que hacer un pequeño esfuerzo más le confié, palmeándolo suavemente en el pescuezo. Por lo visto, allí abajo, alrededor de la hoguera principal había alguien que estaba más nervioso que mi caballo. Debía ser el estratega o el líder. Dirigí mi montura hacia el desierto y espolee, alguien había salido montado a caballo, probablemente un mensajero u observador. Tenía que ser más rápida que él.
A menos de un kilómetro de nuestra caravana estaban las bestias dueñas del olor de las cuevas. Tuve que hacer una media luna para rodearlos, eran unos pocos, pero parecía que venían de todas direcciones a por los cadáveres. Esto es una maldita trampa mortal, casi prefiero los bosques de Sacrestic… le comenté a Poniente en un susurro. La noche nos abrazaba. Si el que salió del campamento venía tras de mí, se enteraría tarde de lo que le esperaba el desierto. Claro, si no lo estaba esperando. Me preguntaba cuánto ya sospechaban esas extrañas personas nómadas de los arenales.
Caelia fue la primera en verme, aunque no me dirigió la palabra, parecía alegrarse de verme. Le entregué las riendas del caballo a Ylva y a paso largo busqué al capitán. Capitán Asher o Syl ¿dónde están? llamé, la pregunta dirigida a Dion, quién me señaló con una enigmática sonrisa y un juego de cejas que no entendí a dos personas que no había visto. Olían como si se hubieran estado abrazando con el capitán y su segundo. Era extraña la conjunción de aromas. No pude esconder mi fastidio al no ver al capitán hasta que me enteré que estaba frente mío. Lo ojee midiéndolo. ¿En serio? ¿Capitán? ¡Ahora todo el maldito mundo cambia de raza como si fuese un maldito resfriado! Estornudas y ¡puf! mascullé con sentimientos encontrados. ¿Qué pasa con el maldito orden de las cosas en este mundo? agregué quejándome para mí misma.
En fin, no era como que el cambio de raza fuera espontáneo –suponía- así que encuadré los hombros y me enderecé No hay tiempo, alguien venía tras de mí, probablemente un cuervo –un observador o mensajero me corregí aunque probablemente se lo coman esas bestias. Nunca había visto cosas tan repugnantes, son grandes como perros o más, feos, tienen corazas…están llegando a los cadáveres mi voz se me apagó. El capitán estaba grande, casi me recordaba a Percy por el tamaño, feo –incluso para un humano- lo prefería en su forma de perro. Pero ese Syl… ¿qué le habían hecho a Syl? Era un flacucho enclenque, pálido, escuálido, de no ser por ese intento de barba hubiera parecido más afeminado que yo. Y esa expresión a niño al que le pegaron era muy poco aseguradora… Prefería el misterioso Syl. Tch
Me obligué a seguir con el reporte mientras saltaba sobre Poniente de nuevo. Tendremos que hacer una media luna para rodear a esos bichos, mi olfato en esta forma sigue siendo mejor que eso ¿no? le dije al capitán señalándolo a él todo Los heridos no creo que lo logren, el desfiladero es engañoso, no podemos separarnos, habrá una saliente en el camino, hay que ir directo hacia arriba, mejor no separarnos. Tendremos que desmontar para cruzar y no usar luces o nos verán desde abajo. Con el consentimiento del capitán saldría de allí a todo galope sobre mi pequeña montura, guiando con mi olfato y el corazón del caballo.
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Re: Fin de trayecto [Libre] [2/3] [CERRADO]
-¿Todo el mundo?- pregunté, frunciendo el ceño. ¿Había Fae visto algo similar en el pasado? Quizás eso pudiese darnos una pista. -No tenemos tiempo para esto.- gruñí. Abrí una de las bolsas de mi cinturón y rebusqué entre ellas. Tras unos segundos, encontré los viales que buscaba. Desabroché la parte superior de mi armadura y la dejé sobre el carromato.
-Ylva, quédate en la caravana. Dion no puede luchar. - ordené. El chófer también se quedaría atrás. De todas formas, no necesitábamos tanta gente para aquello. Incluso Syl podría hacerlo sólo, en circunstancias normales. Suspiré y me llevé el frasco a los labios, vaciando el contenido en apenas unos segundos. Aquel líquido cremoso me resultó algo dulce, aunque lo siguiente no lo sería tanto.
Mi pecho comenzó a agitarse. Los cambios no tardarían en llegar. Me quité el resto de la ropa, dejándola caer sobre la arena mientras mis piernas adoptaban una forma distinta. Un caparazón empezó a recubrir mi espalda. Me postré en el suelo, incapaz de sostenerme en dos patas bajo el peso añadido. Las manos humanas que había tenido por tan poco tiempo se convirtieron en garras negras. A pesar de todo, mi tamaño aumentó considerablemente.
Para cuando dejé de estremecerme y los cambios habían terminado, ya no era un hombre perro ni un brujo. En su lugar, tenía la forma de un enorme kag del desierto: un kag alfa. Miré a Fae a los ojos. Era la misma criatura que había mencionado, después de todo.
-¿...cada cuanto cambia de forma?- preguntó Ylva.
-No tanto como parece.- aseguró Syl. Apenas un instante después de responder, el hombre comenzó a toser. De nuevo, cayó sobre la arena, sacudiéndose ligeramente. Frente a nuestros ojos, mi compañero comenzó a cubrirse de pelo. Sus manos volvieron a ser garras, y una cola empezó a crecer detrás de él. En tan solo unos segundos, volvía a ser el mismo de siempre. Tras recuperarse y ponerse en pie, suspiró aliviado. -Ugh... estoy bien. Solo... algo desorientado.-
Acerqué mi hocico a él, dándole algo a lo que sujetarse. El felino se apoyó sobre mi lomo. Lancé un largo y seco gruñido, señalando al frente con la cabeza.
-Creo que dice que nos movamos.- tradujo Syl. Tras asegurar su equipo, el gato olisqueó el aire. Iba a ser necesario cabalgar. Caminé sobre la arena, acostumbrándome a aquel cuerpo. No era tan distinto de cuando probé a ser un lagarto, aunque ese tamaño era mucho más cómodo. El olfato era, incluso, más agudo que en mi forma real. Podía sentir el aroma de la carne siendo devorada por otros kags. Cuando me sentí preparado, me dirigí hacia Syl, poniendome frente a él. -¿Seguro...? Bueno, está bien.-
Sin demasiado esfuerzo, el gato pasó una pierna por encima de mi lomo, sentandose justo detrás del caparazón. Se sujetó con fuerza a este, consciente de que ninguno de los dos estaba acostumbrado a aquello. Los primeros pasos no fueron difíciles. Sin embargo, cuando empecé a correr, el gato tuvo que hacer un esfuerzo mayor para conservar el equilibrio. Era una sensación curiosa. La arena estaba fría por la noche, pero era emocionante.
El resto nos siguió de cerca. No tardamos en encontrar algún tipo de cueva: en ella, el olor de los otros kags era aún más fuerte. Y parte de la manada nos estaba observando.
No iba a dejar que se les ocurriese nada raro. Lancé un rugido y clavé los ojos en las criaturas. Eran mucho más pequeños que yo en ese momento. No pensarían en atacar mientras estuviésemos en grupo. Con ese problema resuelto, continuamos hasta el campamento de los bandidos.
Bajé el ritmo, manteniendome relativamente agachado. Syl se bajó de mi lomo y le hizo una señal a Fae. Tenían que acercarse al lugar donde estuviese el agua. Mientras, sólo podía quedarme atrás y crear alguna distracción.
-Ylva, quédate en la caravana. Dion no puede luchar. - ordené. El chófer también se quedaría atrás. De todas formas, no necesitábamos tanta gente para aquello. Incluso Syl podría hacerlo sólo, en circunstancias normales. Suspiré y me llevé el frasco a los labios, vaciando el contenido en apenas unos segundos. Aquel líquido cremoso me resultó algo dulce, aunque lo siguiente no lo sería tanto.
Mi pecho comenzó a agitarse. Los cambios no tardarían en llegar. Me quité el resto de la ropa, dejándola caer sobre la arena mientras mis piernas adoptaban una forma distinta. Un caparazón empezó a recubrir mi espalda. Me postré en el suelo, incapaz de sostenerme en dos patas bajo el peso añadido. Las manos humanas que había tenido por tan poco tiempo se convirtieron en garras negras. A pesar de todo, mi tamaño aumentó considerablemente.
Para cuando dejé de estremecerme y los cambios habían terminado, ya no era un hombre perro ni un brujo. En su lugar, tenía la forma de un enorme kag del desierto: un kag alfa. Miré a Fae a los ojos. Era la misma criatura que había mencionado, después de todo.
-¿...cada cuanto cambia de forma?- preguntó Ylva.
-No tanto como parece.- aseguró Syl. Apenas un instante después de responder, el hombre comenzó a toser. De nuevo, cayó sobre la arena, sacudiéndose ligeramente. Frente a nuestros ojos, mi compañero comenzó a cubrirse de pelo. Sus manos volvieron a ser garras, y una cola empezó a crecer detrás de él. En tan solo unos segundos, volvía a ser el mismo de siempre. Tras recuperarse y ponerse en pie, suspiró aliviado. -Ugh... estoy bien. Solo... algo desorientado.-
Acerqué mi hocico a él, dándole algo a lo que sujetarse. El felino se apoyó sobre mi lomo. Lancé un largo y seco gruñido, señalando al frente con la cabeza.
-Creo que dice que nos movamos.- tradujo Syl. Tras asegurar su equipo, el gato olisqueó el aire. Iba a ser necesario cabalgar. Caminé sobre la arena, acostumbrándome a aquel cuerpo. No era tan distinto de cuando probé a ser un lagarto, aunque ese tamaño era mucho más cómodo. El olfato era, incluso, más agudo que en mi forma real. Podía sentir el aroma de la carne siendo devorada por otros kags. Cuando me sentí preparado, me dirigí hacia Syl, poniendome frente a él. -¿Seguro...? Bueno, está bien.-
Sin demasiado esfuerzo, el gato pasó una pierna por encima de mi lomo, sentandose justo detrás del caparazón. Se sujetó con fuerza a este, consciente de que ninguno de los dos estaba acostumbrado a aquello. Los primeros pasos no fueron difíciles. Sin embargo, cuando empecé a correr, el gato tuvo que hacer un esfuerzo mayor para conservar el equilibrio. Era una sensación curiosa. La arena estaba fría por la noche, pero era emocionante.
El resto nos siguió de cerca. No tardamos en encontrar algún tipo de cueva: en ella, el olor de los otros kags era aún más fuerte. Y parte de la manada nos estaba observando.
No iba a dejar que se les ocurriese nada raro. Lancé un rugido y clavé los ojos en las criaturas. Eran mucho más pequeños que yo en ese momento. No pensarían en atacar mientras estuviésemos en grupo. Con ese problema resuelto, continuamos hasta el campamento de los bandidos.
Bajé el ritmo, manteniendome relativamente agachado. Syl se bajó de mi lomo y le hizo una señal a Fae. Tenían que acercarse al lugar donde estuviese el agua. Mientras, sólo podía quedarme atrás y crear alguna distracción.
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Usado objeto: Cerveza de Mantequilla: Cuando la bebes, te conviertes en un animal. Literalmente. El efecto dura 2 turnos y, mientras esté activo, no podrás utilizar otros objetos ni habilidades.
Asher Daregan
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Re: Fin de trayecto [Libre] [2/3] [CERRADO]
Sabía que no podía volver a poner esa sonrisa invertida en mi cara, no solamente era yo, Poniente también se quedó pasmado mirando el cambio en el capitán. Por todos los dioses de los panteones conocidos en la tierra que pisaba ¡De qué estábamos hablando! sabía que había estado bastante ocupada en mi venganza, que había ignorado al mundo por tanto tiempo, pero tenía que haber un límite a las nuevas locuras que podían verse. Me sentía como una oveja de campo que nunca ha visto los caminos ni la magia. Iba a tener que buscar una nueva expresión más fiera o algo para momentos como ese. De verdad… Negué con la cabeza e hice recular al caballo que felizmente accedió a la orden. La nueva bestia era una de esas cosas repugnantes del desierto Urg… me siento observada. Estoy llegando a mi límite aquí dije reprimiendo un escalofrío. Pude ver el discernimiento en sus ojos. Pero… ¿de verdad era necesario? Esos bichos se veían duros… un dolor de cabeza más, aunque llegar al extremo de convertirse… negué con la cabeza un par de veces, tratando de no perderme la oportunidad de ver detalles de la fisonomía de un posible enemigo.
Gracias Ylva, al menos parecía que las nuevas de esto de cambiar de raza no le habían llegado a ella tampoco, o tal vez, este capitán que me había tocado era… particularmente adepto a todo aquello que me inspiraba cosa. Sentí que me salía del trance en el que estaba cuando Syl volvía a su forma “normal” aunque ya no sabía que era lo normal para ellos. Al menos regresaba a ser un gato del desierto, la forma primaria en la que lo había conocido. El gato y el perro-ahora criatura desconocida- tenían una unión especial, esa mano en ese hocico era un poquito más de lo estrictamente necesario entre un capitán y su segundo. No era como que me importara, sólo tenía cierta envidia de la preocupación del uno por el otro. Mi mitad me había sido arrebatada y Caelia –una relación totalmente diferente- parecía no estar muy contenta conmigo en esos momentos. De hecho estaba segura de que volvería con Dion, estaba pegada a él como resina.
Por un momento fue casi tierno ver esa masa de carne y coraza moverse en la arena. De todas las formas conocidas, la del perro del desierto era mi preferida. Punto para el capitán, casi me divertía viendo su nueva interacción con Syl. Mientras corríamos por el desierto me preguntaba cómo influiría su nuevo tamaño si se encontrara con los otros, porque todos los que había visto hasta entonces eran como sus crías, incluso aquellas a las que les había gruñido. El frío del desierto calaba los huesos, todo allí era descabellado, el cambio de temperatura, del calor donde te podías fritar un huevo en la armadura hasta ese frío que me ponía la piel de gallina. Tenía ganas de hacer uso de mi pelaje como lobo, pero me convenía más estar en la forma humana. Cuando nos apeamos, Syl pasó a estar al mando. El capitán se quedó atrás, en el fondo me preguntaba cuándo volvería a ser “él”.
Syl era sigiloso, como una sombra más en la oscuridad. Era como si estuviéramos en una misión de la hermandad perdida. Así, como cuando Johannes me supervisaba en misiones o entrenamientos. Podía hacerme a la idea, al menos por esta vez. Si todo salía bien, volvería a desaparecer. No dejaba de quitarme de la mente todas las desgracias que le ocurrían a aquellos que estaban a mi alrededor. Después de todo, esa era la razón principal por la que no estaba tratando de volver a vivir una vida pacífica con mi familia. Un día a la vez, una vez una misión repetí las palabras que me había autoimpuesto hasta el cansancio. Nos movíamos en silencio hacia las cuevas, habían seis entradas, tres cercanas y tres más distantes. Le gesticulé que yo iría a las más alejadas, así ahorraríamos tiempo, la seguridad era baja cerca de la pared de roca, allí en la oscuridad. Los bandidos parecían estar en su propio mundo de luz en la mitad del valle, incluso sentía música.
“Saben cómo divertirse” pensé mientras escondía mis armas y me volvía a la forma de lobo. En la primera de las cuevas habían dos guardias con lanzas. Uno de ellos dormitaba contra la roca, el otro parecía concentrado en la suavidad del desierto. Sus ojos se veían como los de un amante recorriendo a la mujer de su corazón, con la diferencia de que éste miraba la nada. El interior de esa cueva tenía aeros, muchos aeros, cofres con aeros. Una pequeña fortuna. Habían armas y armaduras desordenados. Unas cuantas cajas de alimentos, tomé una manzana y me puse a jugar con ella en mi forma humana mientras recorría el interior del lugar. Algo no cuadraba totalmente. En la escena había cierto desprecio por las cosas de guerra, pero los alimentos estaban muy bien preservados. Sólo había un barril de agua. ¿Por qué? me pregunté sentándome sobre un cofre y cruzándome de piernas. Le iba a dar un mordisco a la manzana cuando un olor conocido detuvo mi intención. Sonreí Veneno.
Había descubierto lo que probablemente sería una dádiva a alguien. Una letal dádiva. Olfatee la manzana, era sutil, pero allí estaba, al igual que el resto de los alimentos. Probablemente bajo los aeros también hubiera alguna sorpresa. Evidentemente esa no era mi cueva. Dejé la manzana en su lugar y volví a mi forma feral pensando en volver con Syl para comentarle lo ocurrido. Además, no había llevado conmigo sus “gemitas fabulosas” así que de todas formas debía volver o hacer algo loco, como tirar el agua. Prefería no recurrir a eso, si alguien saboteaba la aldea, sería evidente nuestra incursión. Teníamos que hacer un trabajo limpio. Salía de la cueva, nuevamente con mucho sigilo, cuando un sonido alertó a los guardias. Me detuve en seco, pegándome a la pared de roca como si fuera parte de ella. Mi pelaje era ciertamente beneficioso allí y en medio del bosque, un camuflaje muy decente, esperaba que sirviera.
Gracias Ylva, al menos parecía que las nuevas de esto de cambiar de raza no le habían llegado a ella tampoco, o tal vez, este capitán que me había tocado era… particularmente adepto a todo aquello que me inspiraba cosa. Sentí que me salía del trance en el que estaba cuando Syl volvía a su forma “normal” aunque ya no sabía que era lo normal para ellos. Al menos regresaba a ser un gato del desierto, la forma primaria en la que lo había conocido. El gato y el perro-ahora criatura desconocida- tenían una unión especial, esa mano en ese hocico era un poquito más de lo estrictamente necesario entre un capitán y su segundo. No era como que me importara, sólo tenía cierta envidia de la preocupación del uno por el otro. Mi mitad me había sido arrebatada y Caelia –una relación totalmente diferente- parecía no estar muy contenta conmigo en esos momentos. De hecho estaba segura de que volvería con Dion, estaba pegada a él como resina.
Por un momento fue casi tierno ver esa masa de carne y coraza moverse en la arena. De todas las formas conocidas, la del perro del desierto era mi preferida. Punto para el capitán, casi me divertía viendo su nueva interacción con Syl. Mientras corríamos por el desierto me preguntaba cómo influiría su nuevo tamaño si se encontrara con los otros, porque todos los que había visto hasta entonces eran como sus crías, incluso aquellas a las que les había gruñido. El frío del desierto calaba los huesos, todo allí era descabellado, el cambio de temperatura, del calor donde te podías fritar un huevo en la armadura hasta ese frío que me ponía la piel de gallina. Tenía ganas de hacer uso de mi pelaje como lobo, pero me convenía más estar en la forma humana. Cuando nos apeamos, Syl pasó a estar al mando. El capitán se quedó atrás, en el fondo me preguntaba cuándo volvería a ser “él”.
Syl era sigiloso, como una sombra más en la oscuridad. Era como si estuviéramos en una misión de la hermandad perdida. Así, como cuando Johannes me supervisaba en misiones o entrenamientos. Podía hacerme a la idea, al menos por esta vez. Si todo salía bien, volvería a desaparecer. No dejaba de quitarme de la mente todas las desgracias que le ocurrían a aquellos que estaban a mi alrededor. Después de todo, esa era la razón principal por la que no estaba tratando de volver a vivir una vida pacífica con mi familia. Un día a la vez, una vez una misión repetí las palabras que me había autoimpuesto hasta el cansancio. Nos movíamos en silencio hacia las cuevas, habían seis entradas, tres cercanas y tres más distantes. Le gesticulé que yo iría a las más alejadas, así ahorraríamos tiempo, la seguridad era baja cerca de la pared de roca, allí en la oscuridad. Los bandidos parecían estar en su propio mundo de luz en la mitad del valle, incluso sentía música.
“Saben cómo divertirse” pensé mientras escondía mis armas y me volvía a la forma de lobo. En la primera de las cuevas habían dos guardias con lanzas. Uno de ellos dormitaba contra la roca, el otro parecía concentrado en la suavidad del desierto. Sus ojos se veían como los de un amante recorriendo a la mujer de su corazón, con la diferencia de que éste miraba la nada. El interior de esa cueva tenía aeros, muchos aeros, cofres con aeros. Una pequeña fortuna. Habían armas y armaduras desordenados. Unas cuantas cajas de alimentos, tomé una manzana y me puse a jugar con ella en mi forma humana mientras recorría el interior del lugar. Algo no cuadraba totalmente. En la escena había cierto desprecio por las cosas de guerra, pero los alimentos estaban muy bien preservados. Sólo había un barril de agua. ¿Por qué? me pregunté sentándome sobre un cofre y cruzándome de piernas. Le iba a dar un mordisco a la manzana cuando un olor conocido detuvo mi intención. Sonreí Veneno.
Había descubierto lo que probablemente sería una dádiva a alguien. Una letal dádiva. Olfatee la manzana, era sutil, pero allí estaba, al igual que el resto de los alimentos. Probablemente bajo los aeros también hubiera alguna sorpresa. Evidentemente esa no era mi cueva. Dejé la manzana en su lugar y volví a mi forma feral pensando en volver con Syl para comentarle lo ocurrido. Además, no había llevado conmigo sus “gemitas fabulosas” así que de todas formas debía volver o hacer algo loco, como tirar el agua. Prefería no recurrir a eso, si alguien saboteaba la aldea, sería evidente nuestra incursión. Teníamos que hacer un trabajo limpio. Salía de la cueva, nuevamente con mucho sigilo, cuando un sonido alertó a los guardias. Me detuve en seco, pegándome a la pared de roca como si fuera parte de ella. Mi pelaje era ciertamente beneficioso allí y en medio del bosque, un camuflaje muy decente, esperaba que sirviera.
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Syl se agachó y respiró hondo, agudizando sus sentidos. Tenía que asegurarse de saber donde estaba cada enemigo. Trazar cada ruta y percibir cada obstáculo.
Sin esperar más de un segundo, el saetero se movió, avanzando de forma fluida. Era consciente de que los movimientos que le seguían eran los de Fae, pero le costaba acostumbrarse. Sin dejar de avanzar, buscó entre sus bolsillos y sacó una pequeña esfera de vidrio. El cristal era algo que tenían de sobra en Roilkat. No había problema en hacerse con herramientas como aquella.
La oportunidad para usarla no tardó en presentarse. Uno de los bandidos tenía la mirada distraida, pero enfocada en un estrecho por el que debían atravesar. La esfera voló contra la pared, estrellandose y rompiendose contra ella. El sonido fue suficiente para sacar al hombre de sus pensamientos. Una roca habría pasado desapercibida. Pero un cristal roto implicaba alcohol perdido.
Mientras el hombre investigaba, el pardo continuó avanzando. No tardaron en encontrarse con una serie de cuevas. La licántropa afirmó que se ocuparía de tres de ellas. Syl no respondió. Centró su atención en las tres restantes, oliendo el aire cuidadosamente y escuchando, esperando un sonido en particular.
Dos de las entradas tenian un ligero olor dulce. Comida. Una de ellas era en las cuevas más lejanas, por la que Fae había entrado. El aroma estaba más concentrado en la otra. Sin embargo, el felino se quedó esperando, oculto... hasta escuchar el rugido de su compañero y los gritos de alerta.
La música del campamento se detuvo. Las luces empezaron a propagarse mientras los guardias se movian. Los gritos llegaron hasta las cuevas. Los guardias del interior comenzaron a salir, dejándolas sin vigilancia para centrarse en la amenaza más cercana. Fue entonces cuando el felino aprovechó su oportunidad.
No tardó en encontrar los barriles de agua. Decenas. ¿Cuantas caravanas habían asaltado? Syl no desperdició ni un instante en extraer las esferas transparentes que le había dejado Asher y depositarlas en cada uno de los barriles más cercanos. No tenía suficiente para envenenarlos todos. Pero sería suficiente: lo más probable es que solo usasen los barriles más alejados del fondo, y todos esos estaban corrompidos.
Syl salió de la cueva. Ahora tenían que encontrar la forma de escapar.
_________________________________________________________
-¡Kag alfa!- exclamó el renegado, dándose la vuelta.
No consiguió a dar un par de pasos antes de que me abalanzase sobre su espalda, rompiéndola bajo mi peso. Hundí mis colmillos en su cuello y alcé la cabeza, arrancando piel y carne. La sangre empezó a fluir. Los gritos de los otros guardias empezaron a alertar a la gente.
Mientras, el olor a sangre y carne muerta comenzó a despertar la curiosidad de los insaciables kags cercanos. La manada no tardaría en llegar. No dudaba de que habían tenido problemas con las criaturas en otras ocasiones. Quizás estuviesen tratando de amaestrarlos: la última vez que los vi, tenían algunos con ellos. Fuera como fuese, la gran mayoría seguían siendo salvajes.
Un proyectil se lanzó hacia mi. Lo esquivé de un salto. ¿Una jabalina? Emití un grave gruñido, buscando el origen con la mirada. Mis ojos se encontraron con los del lanzador. Tragó saliva. Podía oler su miedo. No esperaba haber fallado. Pero no se estaba enfrentando a ninguna bestia estúpida.
Corrí hacia él a grandes zancadas, reduciendo la distancia en apenas unos segundos. No tuvo tiempo de arrojar otra jabalina: cuando me lancé contra él, bloqueó mi acometida con la madera del arma. La mordí y tiré, arrancándosela de las manos. Después, el arma cayó... igual que su cuerpo.
Probablemente se habría dado cuenta en el último segundo. No importaba. No podría advertir a nadie. El olor de los kags a mi espalda se hizo más fuerte.
El olor de la carne era tentador. Sin pensarlo demasiado, hundí mis dientes en la carne del bandido muerto, desgarrando la piel. La carne... era justo lo que quería. El sabor de la sangre y los órganos del humano era aún mejor a lo que había podido imaginar. Gloria. Aquello era gloria. Me perdí en las sensaciones, devorando sus tripas mientras un rio de sangre salía de su cuerpo.
Los kags se acercaron. Gruñí, llegando incluso a lanzar un zarpazo a uno de los que se acercó. No llegó a conectar, pero el mensaje estaba claro. Esa era mi presa, no la suya.
Sin embargo, los gritos de los bandidos se hacían cada vez más cercanos. Alcé la cabeza, con las fauces manchadas de sangre.
Quería más.
______________________________________________
Syl ha usado una habilidad: Acechador
Asher Daregan
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Podía escuchar los latidos de mi propio corazón golpeando una venita de mi cabeza. Me mantuve estática, rogando que el color a madera de mi pelaje se camuflara lo suficiente en la oscuridad y las piedras. Los guardias se pusieron alerta y se alejaron unos pasos, pero me bloquearon la vuelta hacia Syl y el mismo lugar por donde había entrado. Inspiraba y exhalaba por la boca, el plan que había descartado se volvió casi tangible. Algo o alguien había puesto en movilización a casi todo el lugar; podía aventurarme a pensar que se trataba del capitán Asher, aunque no podía estar segura, era una distracción demasiado buena.
En la siguiente cueva solamente había un barril con agua y algunas provisiones. Me paré en mis patas inferiores y volqué el contenido del mismo no sin bastante trabajo. Había querido volver a mi forma humana, pero extrañamente había sentido una sensación extraña y lo dejé por ahí. Si era una señal para que lo dejara, así lo haría. Me daba la vuelta como buena mercenaria que era, cuando ¡ZAS! Figura desconocida se mueve en las sombras del final de la cueva. Agucé la vista, pero habían una serie de piedras resplandecientes que me impedían ver más allá de unos metros frente a mi hocico. Di un paso tentativo hacia las luces y escuché unas cadenas.
-Estoy seguro que vi algo
La voz me tomó desprevenida, como no había buena circulación de aire en la cueva, no percibí a tiempo que tenía compañía hasta que fue demasiado tarde. No tenía tiempo de esconderme. “Mierda” pensé, tirándome al suelo y arrastrándome para esconderme del guardia inepto que venía con una antorcha en una mano y una cimitarra en la otra. Ahora que estaba en el suelo yendo hacia aquel ser desconocido, podía ver con claridad esas pequeñas rocas. Tenían grabados arcanos en ellas y más de la mitad resplandecía con un brillo azulado. Formaban un camino hasta el final de la cueva donde se hacía cada vez más visible este misterioso ser.
- Va va. Debieron ser imaginaciones mías
Respondió a un requerimiento que no había terminado de escuchar. Respiré aliviada cuando sentí sus pasos alejarse.
- ¡Te tengo! -La voz estaba sobre mi cabeza. Intenté cambiar de forma, pero se me hizo imposible. -Es un lobo- le informó a otro que se acercaba con una soga. Intenté atacar, intenté defenderme, pero me sentía apagada, sin fuerzas. Curiosamente, a medida que me sentía más cansada, las piedras parecían refulgir con más intensidad.
-No es un lobo cualquiera. Mira como están las rocas. Tenemos una buena caza jejeje.
Perfecto. Excelente. Atrapada en mi forma de lobo por segunda vez en mi vida. Debería de estar orgullosa de esto, era mi propio record. La mujer encadenada estiró una mano hacia mí, como si pudiera hacer algo. Como si yo pudiera hacer algo. Los párpados se me cerraban y sentí que mi conciencia navegaba hacia lo desconocido.
En la siguiente cueva solamente había un barril con agua y algunas provisiones. Me paré en mis patas inferiores y volqué el contenido del mismo no sin bastante trabajo. Había querido volver a mi forma humana, pero extrañamente había sentido una sensación extraña y lo dejé por ahí. Si era una señal para que lo dejara, así lo haría. Me daba la vuelta como buena mercenaria que era, cuando ¡ZAS! Figura desconocida se mueve en las sombras del final de la cueva. Agucé la vista, pero habían una serie de piedras resplandecientes que me impedían ver más allá de unos metros frente a mi hocico. Di un paso tentativo hacia las luces y escuché unas cadenas.
-Estoy seguro que vi algo
La voz me tomó desprevenida, como no había buena circulación de aire en la cueva, no percibí a tiempo que tenía compañía hasta que fue demasiado tarde. No tenía tiempo de esconderme. “Mierda” pensé, tirándome al suelo y arrastrándome para esconderme del guardia inepto que venía con una antorcha en una mano y una cimitarra en la otra. Ahora que estaba en el suelo yendo hacia aquel ser desconocido, podía ver con claridad esas pequeñas rocas. Tenían grabados arcanos en ellas y más de la mitad resplandecía con un brillo azulado. Formaban un camino hasta el final de la cueva donde se hacía cada vez más visible este misterioso ser.
- Spoiler:
- [Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]
- Va va. Debieron ser imaginaciones mías
Respondió a un requerimiento que no había terminado de escuchar. Respiré aliviada cuando sentí sus pasos alejarse.
- ¡Te tengo! -La voz estaba sobre mi cabeza. Intenté cambiar de forma, pero se me hizo imposible. -Es un lobo- le informó a otro que se acercaba con una soga. Intenté atacar, intenté defenderme, pero me sentía apagada, sin fuerzas. Curiosamente, a medida que me sentía más cansada, las piedras parecían refulgir con más intensidad.
-No es un lobo cualquiera. Mira como están las rocas. Tenemos una buena caza jejeje.
Perfecto. Excelente. Atrapada en mi forma de lobo por segunda vez en mi vida. Debería de estar orgullosa de esto, era mi propio record. La mujer encadenada estiró una mano hacia mí, como si pudiera hacer algo. Como si yo pudiera hacer algo. Los párpados se me cerraban y sentí que mi conciencia navegaba hacia lo desconocido.
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Re: Fin de trayecto [Libre] [2/3] [CERRADO]
Había cumplido su objetivo, pero Fae aún no había hecho su aparición. El saetero podía oler su rastro en dos de las cuevas que había dicho que inspeccionaría. Pero el tiempo apremiaba. Los gritos que provenían del otro extremo del campamento eran cada vez mayores. Los renegados buscaban sangre, y si no salía de allí, se quedaría atrapado en ese lugar.
No podía permitirse esperar. Lanzó una última mirada a las cuevas y emprendió el camino de vuelta. De nada serviría arriesgarlo todo sólo para asegurarse de que uno de los mercenarios estaba bien.
Con esa idea en su cabeza, Syl atravesó el campamento a paso ligero. No todos habían sido distraidos por las exclamaciones que había provocado su compañero: aún quedaban algunos rezagados. Sin embargo, moverse resultaba más sencillo con menos fuentes de luz cerca.
Los riesgos eran relativamente menores, de cualquier forma. Incluso si le veían y tenía que matar a alguien, nadie sospecharía de su verdadera misión. Como mucho, quizás pensasen que se trataba de un intento de asesinato hacia su líder.
Aun así, era más snecillo si no metía la pata.
La parte difícil llegó cuando se encontró cerca de aquellas "perreras." Algunos de los kags menores que habían entrenado se encontraban allí, hambrientos y en busca de carne. Si su adiestrador no los estuviese sujetando en ese momento, irían a por la presa más cercana. Debían de tener la intención de cazar a Asher con todo lo que tuviesen. Por lo que oía, el hombre perro no había sido particularmente sutil.
Esperaba que no se confiase demasiado, aunque dudaba de que llegasen a herirle: incluso si una flecha o jabalina le alcanzaba, aquella coraza era más resistente que una armadura de placas.
Syl se quedó completamente quieto, esperando a que el dueño de los kags alejase a los cánidos. Por fortuna, el olor de Syl era tan ajeno como el de cualquier otro de los renegados. Después de todo, aquellos no estaban organizados por raza. Una vez se movieron, el hombre bestia esperó unos segundos más antes de seguirlos.
Las huellas eran claras: una gran parte del grupo había ido detrás de Asher, llevándose todos los caballos que tenían con ellos. Aún podía ver algunos moviéndose a lo lejos, yendo en la misma dirección por la que se habían adentrado en ese lugar. El gato suspiró, buscando con la mirada el caballo que había tomado Fae. No estaba allí. Quizás lo hubiesen encontrado los bandidos.
Adentrarse en el desierto por su cuenta era algo peligroso con una batida de caza volviendo hacia él. El gato buscó un buen lugar para ocultarse cerca de la entrada hasta conformarse con una gran roca colocada junto a la pared. Suficiente espacio para esperar allí a que apareciese Fae o volviesen los bandidos.
Las interrupciones se hacían más frecuentes. Casi no tenía tiempo para saborear a mi última presa antes de que la próxima hiciese su aparición.
Un instante de cordura me hizo retroceder. Había atraido su atención. Tenía que correr. No estaba allí para alimentarme. Las flechas empezaban a volar en mi dirección. Di la vuelta y corrí, dejando atrás a los kags.
Los bandidos me seguían. No tardé en escuchar el galope de los caballos sobre la arena. Había matado a algunos y querrían hacerme pagar. No podrían detenerme. Si bien eran más rápidos con esas bestias, no aguantarían demasiado tiempo corriendo.
Pero no podía llevarlos hasta la caravana. En su lugar, me dirigí a la cueva de los kags. Parte de la manada seguía allí, lanzando ladridos amenazadores. Olisqueé el ambiente. Ahí dentro también había un alfa.
Esperé a que los caballos se acercasen... y me lancé al interior de la cueva, ignorando a los pequeños. Pese a lo territoriales que eran, la amenaza más grande no era yo. Eran los bandidos en caballo. La comida. Dos ojos se abrieron en la penumbra de la cueva. El kag de mi tamaño había despertado, y estaba hambriento.
Salí de la cueva, atrayendo al alfa y a todos los pequeños que iban detrás de él. Junto al líder de la manada, los pequeños no se acobardarían... y la presa más vulnerable no era yo. Los animales se lanzaron hacia los caballos y sus jinetes, derribándolos sin miramientos.
No me detuve. Seguí corriendo. Incluso si el resto de los cazadores llegaba y mataban a la manada, supondrían que era el alfa de la cueva el que había matado a los suyos. Había hecho mi parte. Y justo a tiempo. El cosquilleo de mis extremidades indicaba que me quedaba poco tiempo. Cubrí toda la distancia que pude antes de que mi cuerpo volviese lentamente a la normalidad.
Tras un rato, llegué a la caravana. Sin decir palabra, comencé a vestirme con la ropa que había dejado allí. No parecían haber tenido problemas.
-Oh, eres un hombre bestia otra vez.- observó Ylva. -¿Donde están los demás?-
-Siguen allí. Les he dado una distracción para que aprovechen.- respondí, atándome el cinturón. -Tendremos que esperar, hay demasiados bandidos fuera.- expliqué. Si conocía a Syl, no tardaría mucho. Me senté en el vagón.
-Tienes... algo en la cara.- dijo Dion. -Sangre. ¿Te han...?
-No es mía.- repliqué simplemente, sin entrar en detalles. Iba a necesitar algo de agua.
No podía permitirse esperar. Lanzó una última mirada a las cuevas y emprendió el camino de vuelta. De nada serviría arriesgarlo todo sólo para asegurarse de que uno de los mercenarios estaba bien.
Con esa idea en su cabeza, Syl atravesó el campamento a paso ligero. No todos habían sido distraidos por las exclamaciones que había provocado su compañero: aún quedaban algunos rezagados. Sin embargo, moverse resultaba más sencillo con menos fuentes de luz cerca.
Los riesgos eran relativamente menores, de cualquier forma. Incluso si le veían y tenía que matar a alguien, nadie sospecharía de su verdadera misión. Como mucho, quizás pensasen que se trataba de un intento de asesinato hacia su líder.
Aun así, era más snecillo si no metía la pata.
La parte difícil llegó cuando se encontró cerca de aquellas "perreras." Algunos de los kags menores que habían entrenado se encontraban allí, hambrientos y en busca de carne. Si su adiestrador no los estuviese sujetando en ese momento, irían a por la presa más cercana. Debían de tener la intención de cazar a Asher con todo lo que tuviesen. Por lo que oía, el hombre perro no había sido particularmente sutil.
Esperaba que no se confiase demasiado, aunque dudaba de que llegasen a herirle: incluso si una flecha o jabalina le alcanzaba, aquella coraza era más resistente que una armadura de placas.
Syl se quedó completamente quieto, esperando a que el dueño de los kags alejase a los cánidos. Por fortuna, el olor de Syl era tan ajeno como el de cualquier otro de los renegados. Después de todo, aquellos no estaban organizados por raza. Una vez se movieron, el hombre bestia esperó unos segundos más antes de seguirlos.
Las huellas eran claras: una gran parte del grupo había ido detrás de Asher, llevándose todos los caballos que tenían con ellos. Aún podía ver algunos moviéndose a lo lejos, yendo en la misma dirección por la que se habían adentrado en ese lugar. El gato suspiró, buscando con la mirada el caballo que había tomado Fae. No estaba allí. Quizás lo hubiesen encontrado los bandidos.
Adentrarse en el desierto por su cuenta era algo peligroso con una batida de caza volviendo hacia él. El gato buscó un buen lugar para ocultarse cerca de la entrada hasta conformarse con una gran roca colocada junto a la pared. Suficiente espacio para esperar allí a que apareciese Fae o volviesen los bandidos.
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Las interrupciones se hacían más frecuentes. Casi no tenía tiempo para saborear a mi última presa antes de que la próxima hiciese su aparición.
Un instante de cordura me hizo retroceder. Había atraido su atención. Tenía que correr. No estaba allí para alimentarme. Las flechas empezaban a volar en mi dirección. Di la vuelta y corrí, dejando atrás a los kags.
Los bandidos me seguían. No tardé en escuchar el galope de los caballos sobre la arena. Había matado a algunos y querrían hacerme pagar. No podrían detenerme. Si bien eran más rápidos con esas bestias, no aguantarían demasiado tiempo corriendo.
Pero no podía llevarlos hasta la caravana. En su lugar, me dirigí a la cueva de los kags. Parte de la manada seguía allí, lanzando ladridos amenazadores. Olisqueé el ambiente. Ahí dentro también había un alfa.
Esperé a que los caballos se acercasen... y me lancé al interior de la cueva, ignorando a los pequeños. Pese a lo territoriales que eran, la amenaza más grande no era yo. Eran los bandidos en caballo. La comida. Dos ojos se abrieron en la penumbra de la cueva. El kag de mi tamaño había despertado, y estaba hambriento.
Salí de la cueva, atrayendo al alfa y a todos los pequeños que iban detrás de él. Junto al líder de la manada, los pequeños no se acobardarían... y la presa más vulnerable no era yo. Los animales se lanzaron hacia los caballos y sus jinetes, derribándolos sin miramientos.
No me detuve. Seguí corriendo. Incluso si el resto de los cazadores llegaba y mataban a la manada, supondrían que era el alfa de la cueva el que había matado a los suyos. Había hecho mi parte. Y justo a tiempo. El cosquilleo de mis extremidades indicaba que me quedaba poco tiempo. Cubrí toda la distancia que pude antes de que mi cuerpo volviese lentamente a la normalidad.
Tras un rato, llegué a la caravana. Sin decir palabra, comencé a vestirme con la ropa que había dejado allí. No parecían haber tenido problemas.
-Oh, eres un hombre bestia otra vez.- observó Ylva. -¿Donde están los demás?-
-Siguen allí. Les he dado una distracción para que aprovechen.- respondí, atándome el cinturón. -Tendremos que esperar, hay demasiados bandidos fuera.- expliqué. Si conocía a Syl, no tardaría mucho. Me senté en el vagón.
-Tienes... algo en la cara.- dijo Dion. -Sangre. ¿Te han...?
-No es mía.- repliqué simplemente, sin entrar en detalles. Iba a necesitar algo de agua.
Asher Daregan
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Re: Fin de trayecto [Libre] [2/3] [CERRADO]
El olor a incienso era fuerte, desperté con algo más que un simple dolor de cabeza. Las heridas que había recibido en el combate del día parecían haberse puesto más graves de un momento al otro, además me sentía cansada o más bien, como si me hubieran dado una paliza a cada parte de mi cuerpo por separado. Estaba encadenada a una pata, a mi lado la mujer extraña que parecía en guardia con… “iuuuug” con la fuente del tufo. Las malditas piedras no estaban en ningún lugar donde pudieran ser vistas, no por ello me sentía mejor. Había una mujer pequeñita allí, y hedía a vampiro. Tenía una sonrisa espeluznante, como si realmente fuera temible más allá de su apariencia reducida –aunque bastante proporcionada a lo que corresponde a una adulta-. “Malditos vampiros y sus trucos mentales”.
Probablemente habían quitado las piedras para que la sanguijuela superdesarrollada pudiese entrar como la reina de la elegancia que parecía ser. Tch mordí la cadena sin lograr nada. No habían armas ni nada que pudiera hacer para separar la cadena de la piedra en la que estaba asegurada. Con tiempo y en soledad sí, acompañada y frente a una vampiresa, no.
-No solo decides dejarnos, sino que también mandas buscar a una mascota para que te sirva de familiar… has caído bajo mi ex –amiga. Creí que dándote tiempo para pensar en tus lealtades volverías al camino pero veo que has decidido dejarnos.
Sentí que me daba un chucho de frío. Esos momentos tensos de peleas entre amigas… siempre creí que eran cosas de cuentos. ¿Para qué uno quería enemigos con amigas como esa? La mujer estaba prisionera allí, con cadenas y sin luz. O sea... ¿hola? Nadie puede vivir así, en su lugar en vez de volver al camino querría vengarme. Pero bueno, esa era yo: sin amigos y la reina de las venganzas a medias. Me crucé de manos y bostecé sacando lejos la lengua. Tenía pinta de que iba para rato. La amiga traidora/traicionada se acercó a mí y tomó la cadena entre sus manos de una forma muy sutil.
-No tenías que llegar a esto. Rotunda e indiscutiblemente me niego a usar mis investigaciones en la alquimia para que los usen con fines perniciosos. Me uní a ustedes creyendo que hacía algo bueno, pero no deseo continuar apoyándote en esto. Puedes matarme aquí y ahora pero la loba es un ser libre que fue atraído aquí. Libérala
Ah, pero que tierna. Era la primera vez que recordaba que alguien intercediera por mí. No me di precisamente por aludida, pero vi por el rabillo del ojo como uno de mis eslabones se ponía al rojo vivo. “¿Pero qué?” aunque tuviera guates, eso debería de estar haciéndole bastante daño ¿era una bruja? ¿por qué no usaba sus poderes para liberarse?
-Espero que no creas que soy así de ingenua. Un licántropo no es un animal salvaje. No me mires como si estas son novedades para ti. ¿Me vas a decir que esto es una coincidencia justamente esta noche? Serían muchas casualidades juntas.
-Ese siempre fue tu peor defecto. Deberías de saber mejor mi amiga ¡Ahora perrita! ¡Corre!
No necesité que la bruja me repitiera esa orden. Corrí por mi vida con todo lo que tenía de energía, dejando un rastro de sangre. La vampiresa me miró con una mezcla de odio y sorpresa, pero no fue más allá de un intento por tomar el pedazo de cadena que llevaba a rastras. Miré atrás con cierta preocupación por la amiga incendiaria, nuestras miradas se cruzaron un momento y me pareció distinguir una sonrisa oculta tras un vial de contenido transparente. La explosión hizo que volara un par de metros por los aires. Afortunadamente no había nadie cerca. Alguien con un par de esos perros monstruosos pasó a mi lado. Uno de esos me agarró de una pata y me arrastró varios metros hasta que el cuidador se dio cuenta porque el otro me había agarrado de una mano y se habían empezado a pelear por la presa, entonces les hizo soltarme a base de golpes y con ayuda de otro que venía detrás. El incidente conmigo los estaba retrasando en una agenda desconocida para mí. Gracias Fenrir. Estaba acostumbrada a ser la atacante, pero nunca la comida.
Seguí caminando, estaba desorientada y adolorida. En la cadena se habían atorado un par de esas rocas chupa vidas. Probablemente eso me estaba deteniendo más o podían bien ser imaginaciones mías. Entre manca y renga seguí el rastro de Syl por unos cuantos metros hasta que vi que se dirigía al lugar por donde nos habíamos colado. Aun no podía regresar a mi forma humana. Tal vez la cadena tuviera algo especial también, no me detendría a averiguarlo. Olfatee a Syl antes de verlo tras una gran roca. Al menos él sí había hecho las cosas bien, no olía a sangre o bueno… no dejaba un pequeño rastro como yo. Me preguntaba qué estaba haciendo todavía allí ¿presenciando el espectáculo de gritos de terror? Porque a lo lejos se oían los gruñidos de esas cosas viniendo curiosamente de sus cuevas. Perturbador.
Probablemente habían quitado las piedras para que la sanguijuela superdesarrollada pudiese entrar como la reina de la elegancia que parecía ser. Tch mordí la cadena sin lograr nada. No habían armas ni nada que pudiera hacer para separar la cadena de la piedra en la que estaba asegurada. Con tiempo y en soledad sí, acompañada y frente a una vampiresa, no.
-No solo decides dejarnos, sino que también mandas buscar a una mascota para que te sirva de familiar… has caído bajo mi ex –amiga. Creí que dándote tiempo para pensar en tus lealtades volverías al camino pero veo que has decidido dejarnos.
Sentí que me daba un chucho de frío. Esos momentos tensos de peleas entre amigas… siempre creí que eran cosas de cuentos. ¿Para qué uno quería enemigos con amigas como esa? La mujer estaba prisionera allí, con cadenas y sin luz. O sea... ¿hola? Nadie puede vivir así, en su lugar en vez de volver al camino querría vengarme. Pero bueno, esa era yo: sin amigos y la reina de las venganzas a medias. Me crucé de manos y bostecé sacando lejos la lengua. Tenía pinta de que iba para rato. La amiga traidora/traicionada se acercó a mí y tomó la cadena entre sus manos de una forma muy sutil.
-No tenías que llegar a esto. Rotunda e indiscutiblemente me niego a usar mis investigaciones en la alquimia para que los usen con fines perniciosos. Me uní a ustedes creyendo que hacía algo bueno, pero no deseo continuar apoyándote en esto. Puedes matarme aquí y ahora pero la loba es un ser libre que fue atraído aquí. Libérala
Ah, pero que tierna. Era la primera vez que recordaba que alguien intercediera por mí. No me di precisamente por aludida, pero vi por el rabillo del ojo como uno de mis eslabones se ponía al rojo vivo. “¿Pero qué?” aunque tuviera guates, eso debería de estar haciéndole bastante daño ¿era una bruja? ¿por qué no usaba sus poderes para liberarse?
-Espero que no creas que soy así de ingenua. Un licántropo no es un animal salvaje. No me mires como si estas son novedades para ti. ¿Me vas a decir que esto es una coincidencia justamente esta noche? Serían muchas casualidades juntas.
-Ese siempre fue tu peor defecto. Deberías de saber mejor mi amiga ¡Ahora perrita! ¡Corre!
No necesité que la bruja me repitiera esa orden. Corrí por mi vida con todo lo que tenía de energía, dejando un rastro de sangre. La vampiresa me miró con una mezcla de odio y sorpresa, pero no fue más allá de un intento por tomar el pedazo de cadena que llevaba a rastras. Miré atrás con cierta preocupación por la amiga incendiaria, nuestras miradas se cruzaron un momento y me pareció distinguir una sonrisa oculta tras un vial de contenido transparente. La explosión hizo que volara un par de metros por los aires. Afortunadamente no había nadie cerca. Alguien con un par de esos perros monstruosos pasó a mi lado. Uno de esos me agarró de una pata y me arrastró varios metros hasta que el cuidador se dio cuenta porque el otro me había agarrado de una mano y se habían empezado a pelear por la presa, entonces les hizo soltarme a base de golpes y con ayuda de otro que venía detrás. El incidente conmigo los estaba retrasando en una agenda desconocida para mí. Gracias Fenrir. Estaba acostumbrada a ser la atacante, pero nunca la comida.
Seguí caminando, estaba desorientada y adolorida. En la cadena se habían atorado un par de esas rocas chupa vidas. Probablemente eso me estaba deteniendo más o podían bien ser imaginaciones mías. Entre manca y renga seguí el rastro de Syl por unos cuantos metros hasta que vi que se dirigía al lugar por donde nos habíamos colado. Aun no podía regresar a mi forma humana. Tal vez la cadena tuviera algo especial también, no me detendría a averiguarlo. Olfatee a Syl antes de verlo tras una gran roca. Al menos él sí había hecho las cosas bien, no olía a sangre o bueno… no dejaba un pequeño rastro como yo. Me preguntaba qué estaba haciendo todavía allí ¿presenciando el espectáculo de gritos de terror? Porque a lo lejos se oían los gruñidos de esas cosas viniendo curiosamente de sus cuevas. Perturbador.
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Re: Fin de trayecto [Libre] [2/3] [CERRADO]
El felino tensó la mandíbula al notar el olor de la licántropa y la sangre. La vio poco después. Espero pacientemente a que ella le percibiese también. Nadie parecía seguirla, pero estaba dejando un rastro de sangre.
-Tenemos que movernos.- dijo, observando por encima el lamentable estado de Fae. Se acercó a la licántropa y sacó un cuchillo, mirando fijamente la cadena que estaba arrastrando. -Vamos.-
El gato empezó a moverse, pero no en la dirección que había tomado su compañero para huir. Por ahí volverían los bandidos. Si quería estar seguro, tendría que ir en sentido perpendicular y rodearlos. Un dolor de cabeza, hecho peor por la ausencia de monturas y el rastro de sangre que estaba dejando la licántropa.
Por suerte, la oscuridad de la noche dificultaría que alguien viese la sangre. Mientras no les buscasen directamente, no tendrían problemas.
El camino se hizo más largo y tortuoso de lo que esperaba, pero estaba acostumbrado al arenal. Dudaba de si su compañera podría continuar mucho más. No fue necesario. El felino agitó la oreja y alzó la mirada. Algo se estaba acercando, y no tenían donde esconderse.
No tardó en relajarse. En cuanto reconoció el carruaje, el gato suspiró.
-Sabía que vendrías por aquí.- sonreí. -¿Todo bien?-
-El agua está envenenada. Con suerte, no volverán a dar problemas.- afirmó el gato, subiendose al transporte y sentándose de nuevo a mi lado. -Fae está herida.-
Busqué en uno de mis bolsillos, sacando un tarro de cristal. El olor era repulsivo, pero aquella vez no era yo el que debía usarla, por suerte. Se lo tendí a la mujer.
-Pasta sanadora. Póntela en la herida y déjala reposar.- expliqué. La caravana volvió a moverse, rumbo a Roilkat. -Ha sido un día largo.- comenté, hundiendome en mi asiento.
-Aún estoy pensando en lo que nos ocurrió antes.- musitó Syl.
-Eso del éter... no estaba mal. La última vez que sentí algo parecido fue cuando Koth me hizo inhalar esa... cosa.- recordé, esbozando una mueca. -Solo que con menos sangre.-
Resopló, divertido. El resto del trayecto fue relativamente tranquilo. Algunos en el grupo no dudaron en quedarse dormidos, incluso. Por mi parte, disfruté del aire fresco. Había algo en las noches del arenal que no se respiraba en las ciudades. Quizás fuese la soledad.
-¿Sabeís lo que son los Nómadas?- pregunté en voz baja.
-Es tu grupo, ¿no?- preguntó Ylva. Arqueé una ceja, sorprendido. -Revolucionarios... van contra los nobles y contra el rey de Lunargenta, aliados de los Nórgedos...-
-Somos más que eso. También somos una familia.- repliqué. -Todo el que no encaje en ninguna parte, tiene una oportunidad allí. Si os interesa... podéis tomar parte.- Ofrecí. El clan había ido creciendo las últimas semanas, así que más gente nunca sobraba. Solía pensármelo dos veces antes de ofrecer nada, pero... habían demostrado tener potencial.
Miré a Ylva. La expresión de la humana lo decía todo. No estaba convencida. No pasaba nada, de todas formas. No todo el mundo estaba cómodo rodeandose de gente así. Dirigí la mirada a Fae y a su compañera en su lugar, esperando una respuesta.
-Tenemos que movernos.- dijo, observando por encima el lamentable estado de Fae. Se acercó a la licántropa y sacó un cuchillo, mirando fijamente la cadena que estaba arrastrando. -Vamos.-
El gato empezó a moverse, pero no en la dirección que había tomado su compañero para huir. Por ahí volverían los bandidos. Si quería estar seguro, tendría que ir en sentido perpendicular y rodearlos. Un dolor de cabeza, hecho peor por la ausencia de monturas y el rastro de sangre que estaba dejando la licántropa.
Por suerte, la oscuridad de la noche dificultaría que alguien viese la sangre. Mientras no les buscasen directamente, no tendrían problemas.
El camino se hizo más largo y tortuoso de lo que esperaba, pero estaba acostumbrado al arenal. Dudaba de si su compañera podría continuar mucho más. No fue necesario. El felino agitó la oreja y alzó la mirada. Algo se estaba acercando, y no tenían donde esconderse.
No tardó en relajarse. En cuanto reconoció el carruaje, el gato suspiró.
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-Sabía que vendrías por aquí.- sonreí. -¿Todo bien?-
-El agua está envenenada. Con suerte, no volverán a dar problemas.- afirmó el gato, subiendose al transporte y sentándose de nuevo a mi lado. -Fae está herida.-
Busqué en uno de mis bolsillos, sacando un tarro de cristal. El olor era repulsivo, pero aquella vez no era yo el que debía usarla, por suerte. Se lo tendí a la mujer.
-Pasta sanadora. Póntela en la herida y déjala reposar.- expliqué. La caravana volvió a moverse, rumbo a Roilkat. -Ha sido un día largo.- comenté, hundiendome en mi asiento.
-Aún estoy pensando en lo que nos ocurrió antes.- musitó Syl.
-Eso del éter... no estaba mal. La última vez que sentí algo parecido fue cuando Koth me hizo inhalar esa... cosa.- recordé, esbozando una mueca. -Solo que con menos sangre.-
Resopló, divertido. El resto del trayecto fue relativamente tranquilo. Algunos en el grupo no dudaron en quedarse dormidos, incluso. Por mi parte, disfruté del aire fresco. Había algo en las noches del arenal que no se respiraba en las ciudades. Quizás fuese la soledad.
-¿Sabeís lo que son los Nómadas?- pregunté en voz baja.
-Es tu grupo, ¿no?- preguntó Ylva. Arqueé una ceja, sorprendido. -Revolucionarios... van contra los nobles y contra el rey de Lunargenta, aliados de los Nórgedos...-
-Somos más que eso. También somos una familia.- repliqué. -Todo el que no encaje en ninguna parte, tiene una oportunidad allí. Si os interesa... podéis tomar parte.- Ofrecí. El clan había ido creciendo las últimas semanas, así que más gente nunca sobraba. Solía pensármelo dos veces antes de ofrecer nada, pero... habían demostrado tener potencial.
Miré a Ylva. La expresión de la humana lo decía todo. No estaba convencida. No pasaba nada, de todas formas. No todo el mundo estaba cómodo rodeandose de gente así. Dirigí la mirada a Fae y a su compañera en su lugar, esperando una respuesta.
Asher Daregan
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Re: Fin de trayecto [Libre] [2/3] [CERRADO]
Tal vez por el tono o la expresión de Syl, no me sentí precisamente aliviada al verle. No era como que esperaba una fiesta de bienvenida… agaché la cabeza. Hacía demasiado tiempo que había renunciado al verde de los bosques, a Ulmer y a mi clan. Nadie se preocupa por el bienestar de las espadas alquiladas. Sentí que me hacía pequeña de la vergüenza ante el segundo al mando, entonces levantó el cuchillo y tragué saliva dramáticamente. Sin perder el tiempo el gato se deshizo de la cadena. Moví la pata tentativamente y lamí un poco la peladura que el amarre había dejado.
El subcapitán era grácil en su propia forma mientras se movía en el desierto. Marchaba rápidamente sobre la arena, se notaba su agilidad pero parecía que la regulaba automáticamente para hacer movimientos veloces y certeros. Ahora entendía las palabras del Capitán Asher. En comparación, yo debía de verme como una bolsa de papas con dos piernas que se arrastra lamentablemente, porque por más que hubiera sido extremadamente conveniente volver en la forma feral, tenía que recoger mis armas, que no iba a dejar cerca de un futuro-cementerio comunitario.
El silencio del corto viaje me dejó bastantes cosas para cotejar. Aunque hacía años que recorría los caminos, siempre parecía meterme de la peor manera en problemas y parecía haber dejado de volverme fuerte. Cambiar mi entorno me hizo ver la pobreza de mis habilidades y de mi carácter a través de la toma de decisiones. Tendría que cambiar más de estrategia… por más que hubiera arrancado de mi lado a todo aquél que pudiera resultar dañado, yo era el verdadero problema. El corazón de lo errado era yo.
En la carreta estaban todos, el capitán me tendió algo que olía como ponzoña. Le miré con cierta desconfianza cuando me dio las instrucciones, pero asentí en silencio. La misión había salido bien, pero me había dejado un mal sabor de boca. Todos volvieron a sus asuntos rápidamente, yo comencé a atender mis heridas. Caelia se sentó a mi lado, parecía una sombra. Le miré a los ojos y comencé a esbozar una sonrisa cuando me dio un cachetazo que resonó en mis oídos antes de comenzar a arder en la mejilla. Ou…ch nunca más subestimaría el poder de cinco dedos abiertos en el rostro. No volvió a dirigirme la palabra en el resto del trayecto, sin embargo me ayudó a ponerme el ungüento donde me costaba llegar.
La pregunta del capitán me distrajo de los pensamientos parcos; levanté la vista casi al mismo tiempo que Caelia. Yo no tenía idea de nada relativo a esa región, para mí, "nómada" era todo aquél que había hecho de su hogar los caminos, pero al parecer las cosas por allí eran diferentes. Presté atención, otra palabra nueva “nórgedos”. Me mordí tan fuerte los labios cuando escuché el ofrecimiento que comenzó a sangrar, me había quedado tiesa de la sorpresa. Era como si los dioses me sonrieran, pero con malicia, mirándome desde el firmamento con una incógnita diferente en cada estrella del cielo. - Me interesa. He de discutirlo con mi familia-. Caelia era tan directa como sus afiladas saetas.
Pertenezco al Colmillo de Hierro respondí con gravedad. Estaba lejos de casa, no había forma de que supieran mucho acerca del clan o que hablaran de mi paradero con nadie. De todas formas les había dado un nombre falso De todas formas, agradezco la invitación. Puedes contar conmigo, pueden agregué, refiriéndome a los Nórgedos y al propio Syl … siempre y cuando no sea para ir contra Siegfried. Mi clan tiene fuertes lazos con el verdadero rey y yo soy leal a su persona suspiré. Finalmente había llegado ese momento en el que tenía que tomar las decisiones que no quería tomar. Sentía que debía volver a casa pero faltaba algo.
La situación es grave en general, por lo que alianzas estratégicas pueden llegar a ser una buena solución finalicé. Aunque hiciera años que no fungía propiamente con mi título, aún era un general y debía de tener la autoridad suficiente como para hacer pactos a mí nombre o en nombre del clan, por un bien mayor. Aleki, Kaala y Hera sabrían perdonarme. Sea como fuere, gracias… por esto. Hace tiempo que perdí el derecho de tener una familia la última oración fue más un susurro murmurado que algo dicho como para ser oído por todos, aquellos que no eran humanos sabrían escuchar esas palabras. Tenía mucho para pensar, mis siguientes pasos probablemente decidirían mi destino.
El subcapitán era grácil en su propia forma mientras se movía en el desierto. Marchaba rápidamente sobre la arena, se notaba su agilidad pero parecía que la regulaba automáticamente para hacer movimientos veloces y certeros. Ahora entendía las palabras del Capitán Asher. En comparación, yo debía de verme como una bolsa de papas con dos piernas que se arrastra lamentablemente, porque por más que hubiera sido extremadamente conveniente volver en la forma feral, tenía que recoger mis armas, que no iba a dejar cerca de un futuro-cementerio comunitario.
El silencio del corto viaje me dejó bastantes cosas para cotejar. Aunque hacía años que recorría los caminos, siempre parecía meterme de la peor manera en problemas y parecía haber dejado de volverme fuerte. Cambiar mi entorno me hizo ver la pobreza de mis habilidades y de mi carácter a través de la toma de decisiones. Tendría que cambiar más de estrategia… por más que hubiera arrancado de mi lado a todo aquél que pudiera resultar dañado, yo era el verdadero problema. El corazón de lo errado era yo.
En la carreta estaban todos, el capitán me tendió algo que olía como ponzoña. Le miré con cierta desconfianza cuando me dio las instrucciones, pero asentí en silencio. La misión había salido bien, pero me había dejado un mal sabor de boca. Todos volvieron a sus asuntos rápidamente, yo comencé a atender mis heridas. Caelia se sentó a mi lado, parecía una sombra. Le miré a los ojos y comencé a esbozar una sonrisa cuando me dio un cachetazo que resonó en mis oídos antes de comenzar a arder en la mejilla. Ou…ch nunca más subestimaría el poder de cinco dedos abiertos en el rostro. No volvió a dirigirme la palabra en el resto del trayecto, sin embargo me ayudó a ponerme el ungüento donde me costaba llegar.
La pregunta del capitán me distrajo de los pensamientos parcos; levanté la vista casi al mismo tiempo que Caelia. Yo no tenía idea de nada relativo a esa región, para mí, "nómada" era todo aquél que había hecho de su hogar los caminos, pero al parecer las cosas por allí eran diferentes. Presté atención, otra palabra nueva “nórgedos”. Me mordí tan fuerte los labios cuando escuché el ofrecimiento que comenzó a sangrar, me había quedado tiesa de la sorpresa. Era como si los dioses me sonrieran, pero con malicia, mirándome desde el firmamento con una incógnita diferente en cada estrella del cielo. - Me interesa. He de discutirlo con mi familia-. Caelia era tan directa como sus afiladas saetas.
Pertenezco al Colmillo de Hierro respondí con gravedad. Estaba lejos de casa, no había forma de que supieran mucho acerca del clan o que hablaran de mi paradero con nadie. De todas formas les había dado un nombre falso De todas formas, agradezco la invitación. Puedes contar conmigo, pueden agregué, refiriéndome a los Nórgedos y al propio Syl … siempre y cuando no sea para ir contra Siegfried. Mi clan tiene fuertes lazos con el verdadero rey y yo soy leal a su persona suspiré. Finalmente había llegado ese momento en el que tenía que tomar las decisiones que no quería tomar. Sentía que debía volver a casa pero faltaba algo.
La situación es grave en general, por lo que alianzas estratégicas pueden llegar a ser una buena solución finalicé. Aunque hiciera años que no fungía propiamente con mi título, aún era un general y debía de tener la autoridad suficiente como para hacer pactos a mí nombre o en nombre del clan, por un bien mayor. Aleki, Kaala y Hera sabrían perdonarme. Sea como fuere, gracias… por esto. Hace tiempo que perdí el derecho de tener una familia la última oración fue más un susurro murmurado que algo dicho como para ser oído por todos, aquellos que no eran humanos sabrían escuchar esas palabras. Tenía mucho para pensar, mis siguientes pasos probablemente decidirían mi destino.
Woodpecker
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