Entre Fantasmas. [Interpretativo][Libre][4/4]
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Entre Fantasmas. [Interpretativo][Libre][4/4]
Se ajustó la bufanda que rodeaba su cuello, intentando vanamente que la gélida brisa que recorría le calase hasta los huesos. Suspiró tímidamente, dejando escapar una ligera voluta de vaho entre sus labios, quizás en el sur hiciese en aquella época del año más calor, pero en Dundarak hacía tanto frío como de costumbre, aun cuando el sol estaba bien alto.
Se quedó parado en mitad de la calle durante varios largos segundos. Pensando cómo resolver la, probablemente incomoda, conversación que estaba a punto de entablar.
Clavó, entonces, su mirada en la agosta vivienda de granito que descansaba al otro lado de la pequeña plazoleta a la que estaba a punto de internarse. La casa, alojada entre dos edificios de mayor tamaño, parecía gritar a todo el que la mirase apenas un instante que las personas que vivían en su interior no eran precisamente miembros de la alta sociedad de Dundarak.
La voz de Duvén volvió a resonar en sus pensamientos, casi como si este estuviese prácticamente a su lado hablándole a voces y no muerto. Al menos, desde que aceptó ayudarle, las voces de los demás espectros habían desaparecido.
Se llevó la mano hasta la sien y evitó responderle, hacerlo en mitad de la calle era la forma más fácil que tenía para que los pocos transeúntes que pasaban por allí le tomasen por loco. Muy a su pesar, aunque la voz de fantasma sonase en su cabeza, había averiguado durante el viaje que no podía responderle mentalmente.
Asintiendo para sí comenzó a caminar hacía la casa del muerto, decidido a terminar lo que había ido a hacer hasta la urbe del norte. El encargo que aquel dragón le había pedido era relativamente sencillo, solo quería decirle a su familia que les echaba de menos.
Algo completamente lógico, a su parecer.
Lyn, mientras tanto, se había quedado en la posada esperando. Tras hablarlo con ella, habían llegado a la conclusión que ir a visitar a alguien tras caer la noche y hablarle de un familiar muerto no era, quizás, la forma más adecuada de afrontar la responsabilidad que había decidido tomar con Duvén.
Enarcó una ceja al notar el evidente tono de sorpresa que el espectro dejó escapar cuando dos niños salieron al exterior y se agacharon junto a la entrada comenzando, inmediatamente, a jugar con la nieve.
Sonrió, incluso con la plaga se podían permitir ser niños.
Duvén parecía orgulloso de ellos, nunca había sido capaz de verle, solo de oír su voz, pero podía asegurar que, en aquel instante, estaba flotando alrededor de los jóvenes.
Dijo el fantasma, supuso que el chico, el que parecía más joven de aquella pareja, era el que compartía nombre con su padre mientras que la joven que rondaba la adolescencia era Eliza. Los niños se giraron al ver acercarse a Eltrant y, con una curiosa expresión de impasibilidad en su mirada, se levantaron a recibir al recién llegado.
- ¡Hola chicos! – dijo Eltrant agachándose junto a ellos. ¿Cómo iba a decirles aquello? Después de todo no era muy creíble soltar simplemente: “Vuestro padre os quiere mucho”. Como mínimo, era raro decirlo así, de la nada. – Soy un amigo de vuestro… - Antes de que pudiese terminar de hablar, el joven Duvén negó con la cabeza, cortando al exmercenario a mitad de la frase.
- Si vienes a cobrarte las deudas de padre no nos queda nada. – dijo con sencillez, casi parecía que había ensayado aquel discurso con anterioridad – Madre dice que se lo gastó todo en mujerzuelas antes de que se fuese. – aseguró, Eltrant arqueó ambas cejas, dejando escapar entre sus labios un “euh” confuso, y se giró hacía Eliza sin saber que decir, la cual, tras cruzarse de brazos, alejó un poco a su hermano de Eltrant.
- Y en alcohol barato. – Añadió la muchacha – Y en apuestas. – Agregó enseguida. – Y una vez me llevó a ver peleas de dragones. Aunque perdió todos mis ahorros. – dijo esbozando una tímida sonrisa, como si recordase algo muy muy distante. – Eso fue divertido. – dijo al final, agachándose a ayudar a su hermano. – Pero no tenemos nada más. Ya se lo han llevado todo. – dijo obviando la presencia del exmercenario y centrándose de nuevo en la nieve.
- ¿¡Qué clase de padre eres?! – Preguntó Eltrant en voz alta, atrayendo la mirada de los dos jóvenes que, incrédulos, miraron al desconocido con cara de no comprender a que había venido esa pregunta.
“¡Uno realista!”
Se aclaró la garganta después de varios segundos más presa de aquel incomodo silencio en el que se había visto atrapado y se levantó. Respiró hondo, dejando que el fantasma siguiese hablando de fondo y negó con la cabeza.
- “¡Ese no es el maldito problema, borracho sin vida!” – gritó en su cabeza cuando el muerto hizo referencia a la supuesta flexibilidad de su hija.
- Quiero decir… que vuestro padre era la clase de persona que os quería mucho. O eso es lo que me decía. – dijo bajando ambas manos hasta su cinturón, donde descansaba Recuerdo. - ¿Esta vuestra madre en casa? – Preguntó a continuación, la pareja asintió y volvió a sus asuntos, ignorando todo lo que Eltrant acababa de decir.
Gruñendo en voz baja Eltrant pasó junto a los niños, dejándolos jugando con la nieve, y golpeó la pesada puerta de madera que hacía de entrada de la casa.
Tras unos segundos, una mujer regordeta y de baja estatura, dueña de vivarachos ojos verdes y largos cabellos cobrizos recogidos en una senda coleta, se presentó frente a él. La mujer apenas tardó un parpadeo en fruncir el ceño al verle.
Conteniéndose para no poner los ojos en blanco Eltrant le dedicó una sonrisa a la esposa de Duvén.
- ¿Es usted… Matilde? – preguntó aun sabiendo la respuesta. La mujer, tras apoyarse en el marco de la puerta, se cruzó de brazos.
- Sí. – respondió de forma seca, sin quitarle los ojos de encima al castaño. - ¿Qué quieres? ¿Eres otro matón? – Tomó de forma casual, pero evidentemente teatral, un largo cuchillo de cocina - Creo que el último se fue sin un dedo. ¿Te sobran los dedos? – Eltrant suspiró y negó con la cabeza, al parecer la muerte de Duvén no había impedido que su familia tuviese que lidiar con sus deudas.
- Soy un amigo de su… esposo y… - Matilde clavó el cuchillo en el marco de la puerta, Eltrant retrocedió un par de pasos sobresaltado.
- ¿¡Eres un amigo de ese dragón borracho y mujeriego?! – Exclamó avanzando un par de pasos. – ¡Duvén tenía muchos amigos! - Obligó al exmercenario a que se apartase de la entrada de su casa. - ¡Por tener tenía muchas amantes por toda la ciudad! – gritó.
- ¡Pero al final, tantos amigos, y ninguno impidió que ese imbécil borracho se ahogase en un maldito abrevadero de cerdos después de beberse media Dundarak! – Bramó Matilde, desclavando el cuchillo y zarandeándolo frente a la cara de Eltrant.
Volvió a retroceder, aquello se estaba descontrolando demasiado. ¿Qué clase de persona era Duvén en realidad? Por lo que estaba oyendo lo raro es que hubiese conseguido tener una familia, no que estuviese muerto.
- Solo… me dijo que si le pasaba algo… - La mujer se detuvo y bajó el puñal, enarcó una ceja. – Os dijese que os quería mucho. – Afirmó al final. La mujer desvió la mirada durante unos segundos, después miró a Eltrant, frunciendo de nuevo el ceño.
- Niños. – dijo sin apartar la mirada del exmercenario, aunque parecía más calmada, era obvio que seguía enfadada. – Entrad en casa. – Los jóvenes, que habían contemplado como su madre se encaraba con otro de los “amigos” de su padre, corrieron hacia el interior de la vivienda tan pronto esta se los ordenó. – No sé quién eres. – dijo girándose – Pero te has confundido. – Aseguró. – El Duvén que conozco nunca habría dicho nada así. No a nosotros, al menos. – dijo cerrando tras de sí la entrada a su hogar.
Se quedó de nuevo, solo, con sus pensamientos. Era de agradecer. ¿Aquello contaba como que había hecho el encargo? ¿Podría el fantasma irse a dónde se fuesen los fantasmas cuando lidiaban con sus asuntos? Sorpresivamente, Duvén había estado callado durante todo el final de la conversación.
Algo le decía que aquello no era lo que el hombre había esperado. Comenzó a caminar de vuelta a la posada en la que se hospedaba.
Cuando llevaba, aproximadamente, la mitad del camino, la voz del muerto volvió a resonar en su cabeza.
Eltrant tomo aire y continuó avanzando. ¿Acaso tenía opción? Asintió.
Eltrant se detuvo frente a la entrada a la posada y se quedó ahí quieto durante unos instantes. Algunos transeúntes se giraron a mirarle, pero, al ver que no era nada fuera de lo común, reemprendieron sus caminos.
- Muy bien. – dijo entrando en la posada - ¿Recuerdas algo que nos pueda ayudar a empezar? –
Se quedó parado en mitad de la calle durante varios largos segundos. Pensando cómo resolver la, probablemente incomoda, conversación que estaba a punto de entablar.
Clavó, entonces, su mirada en la agosta vivienda de granito que descansaba al otro lado de la pequeña plazoleta a la que estaba a punto de internarse. La casa, alojada entre dos edificios de mayor tamaño, parecía gritar a todo el que la mirase apenas un instante que las personas que vivían en su interior no eran precisamente miembros de la alta sociedad de Dundarak.
“¡Vamos Tale! ¿¡A qué esperas!? ¡Está ahí delante! ¡Ya verás que cara de felicidad ponen todos! ¡Mi señora seguro que llora y todo!”
La voz de Duvén volvió a resonar en sus pensamientos, casi como si este estuviese prácticamente a su lado hablándole a voces y no muerto. Al menos, desde que aceptó ayudarle, las voces de los demás espectros habían desaparecido.
Se llevó la mano hasta la sien y evitó responderle, hacerlo en mitad de la calle era la forma más fácil que tenía para que los pocos transeúntes que pasaban por allí le tomasen por loco. Muy a su pesar, aunque la voz de fantasma sonase en su cabeza, había averiguado durante el viaje que no podía responderle mentalmente.
Asintiendo para sí comenzó a caminar hacía la casa del muerto, decidido a terminar lo que había ido a hacer hasta la urbe del norte. El encargo que aquel dragón le había pedido era relativamente sencillo, solo quería decirle a su familia que les echaba de menos.
Algo completamente lógico, a su parecer.
Lyn, mientras tanto, se había quedado en la posada esperando. Tras hablarlo con ella, habían llegado a la conclusión que ir a visitar a alguien tras caer la noche y hablarle de un familiar muerto no era, quizás, la forma más adecuada de afrontar la responsabilidad que había decidido tomar con Duvén.
“¡Oh! ¡Mírales! ¡En la puerta de mi casa!”
Enarcó una ceja al notar el evidente tono de sorpresa que el espectro dejó escapar cuando dos niños salieron al exterior y se agacharon junto a la entrada comenzando, inmediatamente, a jugar con la nieve.
Sonrió, incluso con la plaga se podían permitir ser niños.
“¡Son mis chiquillos!”
Duvén parecía orgulloso de ellos, nunca había sido capaz de verle, solo de oír su voz, pero podía asegurar que, en aquel instante, estaba flotando alrededor de los jóvenes.
“Eliza y Duvén.”
Dijo el fantasma, supuso que el chico, el que parecía más joven de aquella pareja, era el que compartía nombre con su padre mientras que la joven que rondaba la adolescencia era Eliza. Los niños se giraron al ver acercarse a Eltrant y, con una curiosa expresión de impasibilidad en su mirada, se levantaron a recibir al recién llegado.
- ¡Hola chicos! – dijo Eltrant agachándose junto a ellos. ¿Cómo iba a decirles aquello? Después de todo no era muy creíble soltar simplemente: “Vuestro padre os quiere mucho”. Como mínimo, era raro decirlo así, de la nada. – Soy un amigo de vuestro… - Antes de que pudiese terminar de hablar, el joven Duvén negó con la cabeza, cortando al exmercenario a mitad de la frase.
- Si vienes a cobrarte las deudas de padre no nos queda nada. – dijo con sencillez, casi parecía que había ensayado aquel discurso con anterioridad – Madre dice que se lo gastó todo en mujerzuelas antes de que se fuese. – aseguró, Eltrant arqueó ambas cejas, dejando escapar entre sus labios un “euh” confuso, y se giró hacía Eliza sin saber que decir, la cual, tras cruzarse de brazos, alejó un poco a su hermano de Eltrant.
- Y en alcohol barato. – Añadió la muchacha – Y en apuestas. – Agregó enseguida. – Y una vez me llevó a ver peleas de dragones. Aunque perdió todos mis ahorros. – dijo esbozando una tímida sonrisa, como si recordase algo muy muy distante. – Eso fue divertido. – dijo al final, agachándose a ayudar a su hermano. – Pero no tenemos nada más. Ya se lo han llevado todo. – dijo obviando la presencia del exmercenario y centrándose de nuevo en la nieve.
“Adorables. ¿Verdad? Eliza es muy lista, puede ser lo que se proponga. ¡Y sé que va a ser la mejor bailarina de taberna de todo Dundarak! Y Duvén… Duvén tiene mi fuerza de voluntad. ¡Seguro que puede ser panadero y todo!”
- ¿¡Qué clase de padre eres?! – Preguntó Eltrant en voz alta, atrayendo la mirada de los dos jóvenes que, incrédulos, miraron al desconocido con cara de no comprender a que había venido esa pregunta.
“¡Uno realista!”
Se aclaró la garganta después de varios segundos más presa de aquel incomodo silencio en el que se había visto atrapado y se levantó. Respiró hondo, dejando que el fantasma siguiese hablando de fondo y negó con la cabeza.
- “¡Ese no es el maldito problema, borracho sin vida!” – gritó en su cabeza cuando el muerto hizo referencia a la supuesta flexibilidad de su hija.
- Quiero decir… que vuestro padre era la clase de persona que os quería mucho. O eso es lo que me decía. – dijo bajando ambas manos hasta su cinturón, donde descansaba Recuerdo. - ¿Esta vuestra madre en casa? – Preguntó a continuación, la pareja asintió y volvió a sus asuntos, ignorando todo lo que Eltrant acababa de decir.
“¡Já! ¡Se piensan que estás loco! Les eduqué bien, no se fían de los desconocidos”
Gruñendo en voz baja Eltrant pasó junto a los niños, dejándolos jugando con la nieve, y golpeó la pesada puerta de madera que hacía de entrada de la casa.
Tras unos segundos, una mujer regordeta y de baja estatura, dueña de vivarachos ojos verdes y largos cabellos cobrizos recogidos en una senda coleta, se presentó frente a él. La mujer apenas tardó un parpadeo en fruncir el ceño al verle.
“¡Oh, Matilde! ¡Mi recia y voluptuosa Matilde! ¡Tan recia y voluptuosa como de costumbre!”
Conteniéndose para no poner los ojos en blanco Eltrant le dedicó una sonrisa a la esposa de Duvén.
- ¿Es usted… Matilde? – preguntó aun sabiendo la respuesta. La mujer, tras apoyarse en el marco de la puerta, se cruzó de brazos.
- Sí. – respondió de forma seca, sin quitarle los ojos de encima al castaño. - ¿Qué quieres? ¿Eres otro matón? – Tomó de forma casual, pero evidentemente teatral, un largo cuchillo de cocina - Creo que el último se fue sin un dedo. ¿Te sobran los dedos? – Eltrant suspiró y negó con la cabeza, al parecer la muerte de Duvén no había impedido que su familia tuviese que lidiar con sus deudas.
“¡Que ímpetu!”
- Soy un amigo de su… esposo y… - Matilde clavó el cuchillo en el marco de la puerta, Eltrant retrocedió un par de pasos sobresaltado.
- ¿¡Eres un amigo de ese dragón borracho y mujeriego?! – Exclamó avanzando un par de pasos. – ¡Duvén tenía muchos amigos! - Obligó al exmercenario a que se apartase de la entrada de su casa. - ¡Por tener tenía muchas amantes por toda la ciudad! – gritó.
“¡Pero ninguna era como tú mi fornido pichoncito!”
- ¡Pero al final, tantos amigos, y ninguno impidió que ese imbécil borracho se ahogase en un maldito abrevadero de cerdos después de beberse media Dundarak! – Bramó Matilde, desclavando el cuchillo y zarandeándolo frente a la cara de Eltrant.
Volvió a retroceder, aquello se estaba descontrolando demasiado. ¿Qué clase de persona era Duvén en realidad? Por lo que estaba oyendo lo raro es que hubiese conseguido tener una familia, no que estuviese muerto.
- Solo… me dijo que si le pasaba algo… - La mujer se detuvo y bajó el puñal, enarcó una ceja. – Os dijese que os quería mucho. – Afirmó al final. La mujer desvió la mirada durante unos segundos, después miró a Eltrant, frunciendo de nuevo el ceño.
- Niños. – dijo sin apartar la mirada del exmercenario, aunque parecía más calmada, era obvio que seguía enfadada. – Entrad en casa. – Los jóvenes, que habían contemplado como su madre se encaraba con otro de los “amigos” de su padre, corrieron hacia el interior de la vivienda tan pronto esta se los ordenó. – No sé quién eres. – dijo girándose – Pero te has confundido. – Aseguró. – El Duvén que conozco nunca habría dicho nada así. No a nosotros, al menos. – dijo cerrando tras de sí la entrada a su hogar.
Se quedó de nuevo, solo, con sus pensamientos. Era de agradecer. ¿Aquello contaba como que había hecho el encargo? ¿Podría el fantasma irse a dónde se fuesen los fantasmas cuando lidiaban con sus asuntos? Sorpresivamente, Duvén había estado callado durante todo el final de la conversación.
Algo le decía que aquello no era lo que el hombre había esperado. Comenzó a caminar de vuelta a la posada en la que se hospedaba.
“Tale…”
Cuando llevaba, aproximadamente, la mitad del camino, la voz del muerto volvió a resonar en su cabeza.
“¿Puedo pedirte otro favor?”
Eltrant tomo aire y continuó avanzando. ¿Acaso tenía opción? Asintió.
“Ya te he dicho que todo lo que tiene que ver con mi muerte esta borroso, apenas recuerdo nada… pero… sí que sé que no morí así.”
“O eso creo.”
Eltrant se detuvo frente a la entrada a la posada y se quedó ahí quieto durante unos instantes. Algunos transeúntes se giraron a mirarle, pero, al ver que no era nada fuera de lo común, reemprendieron sus caminos.
- Muy bien. – dijo entrando en la posada - ¿Recuerdas algo que nos pueda ayudar a empezar? –
Última edición por Eltrant Tale el Mar Abr 24 2018, 22:13, editado 1 vez
Eltrant Tale
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Re: Entre Fantasmas. [Interpretativo][Libre][4/4]
- Aclaraciones y advertencias:
- 1. Moralidad del hada: malvada.
Helyare contará con la siguientes penalizaciones:
-Hada asesina: El hada atacará y matará al primer NPC del hilo que se encare con Helyare. Independientemente de que sea malo o bueno. Si es un usuario, le dañará severamente.
-Mala fortuna: La primera runa del hilo que lance (no vale la de “castigo”) será la peor de las posibles.
-Castigo: El hada que acompaña a Helyare la atacará una vez por rol, de cualquier tipo. Tendrás que lanzar una runa antes de los cinco primeros turnos, si sale mala o muy mala, te causará daños graves, si no, resistirás el ataque.[/u]
Cuidado con los NPCs y PJs que se encaren, esa parte no va con runas.
La primera paliza que dé el hada la patrocina Máster Ger, y la que me dé a mí antes de los 5 turnos, también.
2. Alas de Sonagashira, o sea, el tema de mi obsesión:
Las alas de Sonagashira tienen conceden la bendición de embellecer a aquel que la posea. En tus momentos de serenidad, en aquellos en los que disfrutes a solas de tu cuerpo, los signos de fealdad (cicatrices, maldiciones y marcas de nacimiento) desaparecerán paulatinamente. Es decir: en el primer tema que hagas referencia a esta bendición, tal vez veas disminuir tus cicatrices, tras ocho temas las veas mucho más tenues, después de veinte han desaparecido la gran mayoría…etc.
Si alguien te alcanza a ver en este estado, verá en ti a su prototipo de belleza y se sentirá atraído hacia ti.
La maldición: Es justo el lado inverso de la bendición, vas a sentir una terrible obsesión hacia tus ideales de belleza. Esto es, si alguien no te atrae por su físico lo repugnarás de una manera casi enfermiza. En cambio, si alguien te atrae, querrás estar siempre con él (o ella, que mis shippeos son homos), En el caso de que alguien te repugne, tu cuerpo se afeará tanto como nos tiene acostumbrados, tus cicatrices pasadas se abrirán y las sentirás las heridas tan vivas como el día en que te las causaron. A su vez, se volverá visible el ala que tienes acoplada a la espalda. En el caso que alguien te atraiga, tu cuerpo embellecerá como he explicado anteriormente.
El acoso/bullying que os haga durante este hilo, lo patrocina Máster Sigel.
Ahora sí... ¡que comience el rol! xDDD
La sangre caía sobre la hierba, deslizándose por su mejilla izquierda y llegando hasta la barbilla, donde goteaba hasta estamparse contra el suelo. De nuevo, como gran parte de las noches, el dolor volvió a ser muy intenso, pero esta vez no despertó. Alzó la vista hacia quien tenía enfrente y, en un rápido movimiento, consiguió colocarse a su espalda, sujetando la daga que él antes portaba y poniéndosela en el cuello. En ese momento, varios arqueros, lanceros y guerreros alzaron sus armas contra ella. Sin apenas parpadear, deslizó la hoja de la daga por el cuello del elfo rubio, notando su sangre caer sobre su mano.
En ese momento despertó, respirando de forma agitada y, como siempre, se llevó la mano a la cara para verificar que, de verdad, no tuviera sangre. Otra horrible pesadilla. Suspiró y trató de ubicarse, mirando todo alrededor. Era una posada cualquiera de Dundarak. Sentada en la cama y con las piernas encogidas, se tomó un tiempo para acabar de despertarse. Apenas había dormido unos cuarenta y cinco minutos, pero ya sabía que no descansaría en toda la noche, o no tanto como ella quisiera. Ya no estaba con Ingela, ahora le costaba más conciliar el sueño de lo que ya le costaba antes. Nillë, por su parte, era ajena a todo y dormía plácidamente entre las pertenencias de Helyare, acopladas de tal forma que la pequeña hada se pudiera sentir cómoda. La elfa la miró. Ni siquiera cuando dormía su aura azul se apagaba. Se frotó la cara con las manos y miró por la ventana. Estaba todo oscuro, seguía siendo de noche y, por los ruidos de la calle, tampoco demasiado tarde. Definitivamente, sus horarios estaban totalmente cambiados.
Sobre la cama, doblados y arrugados, había pergaminos donde ella había ido escribiendo sus planes. Tenía intenciones de regresar a Sandorai y plantar cara a su familia. O, simplemente, tomar a un elfo y hacerle pagar por lo que le hicieron a ella. Lo que había empezado como una pequeña idea sin mucho sentido, se había convertido en una obsesión: necesitaba vengarse. Incluso había hecho propaganda contra los elfos. Aquellos a quienes había considerado hermanos habían hecho que derramase su sangre. Iba a ir a desangrarles ella misma. Su antiguo yo, Kaeltha, le había hablado para hacer que viese el trato que había recibido, y que era inmerecido, aunque ella, en principio, pensase lo contrario.
Verse a sí misma reflejada en varios lugares, con su larga melena cobriza, su antiguo traje de soldado, la capa y los colores que portaba y, sobre todo, sin cicatrices… era un sueño. Corrió hacia el cuarto de baño y trató de mirarse en el reflejo del agua. Quería encontrar de nuevo su reflejo, a su antiguo yo. Pero nada, quien estaba en el agua era ella misma, con su pelo corto y descolocado, aun con restos blanquecinos, su cara más delgada y con los pómulos muy marcados y ese aspecto de cansancio perpetuo.
–Aparece, Kaeltha. Ven –susurró apoyada en la pared de la bañera de metal, que estaba aún caliente –. Necesito verte. Hace mucho que no te oigo. Ni a ti, ni las guerras. Ya no hay gritos, pero tampoco oigo mi voz pidiendo venganza. Tengo miedo de oír los gritos de la guerra si vuelvo a casa pero... Me voy a vengar, tenías razón –siguió hablando a su reflejo después de una leve pausa, mas no aparecía el de su anterior vida –, ellos me hicieron esto y tienen que pagarlo –se llevó la mano a la parte lateral de la cabeza, sin perder de vista el agua. La había visto y escuchado muy poco tiempo, pero el suficiente como para querer seguir viéndose. Se había olvidado cómo era antaño. –Kaeltha, vuelve, por favor.
Rodeaba su reflejo con sus dedos en el agua, dibujando pequeñas ondas. Nada surtía efecto para traer de vuelta a su yo del pasado. Pero la idea que le había implantado esta no se movía de su mente. Tiempo atrás le habría parecido ridículo pensar siquiera en enfrentar a un elfo. Pero ahora estaba dispuesta. Ingela supo un poco de sus intenciones, aunque no se las desveló del todo. Tampoco sabía, del todo, que quería regresar a Sandorai para llevar su venganza a cabo.
Ingela…
Se mordió el labio al pensar en su amiga. Era por ella por quien había tenido que irse a esa posada. En realidad, se había alejado porque no soportaba estar cerca de la dragona. Su familia y ella eran muy agradables y amables al acogerla en casa, mas se había visto obligada a alejarse.
Pese a que conocía que el don de la belleza era un regalo de los dioses a los elfos, la joven del norte también había sido bendecida de la misma forma y la consideraba curiosa, guapa. Pero desde hacía unas semanas, ni idea de cuántas, había empezado a querer estar muy cerca de la dragona. Demasiado. Soñaba con su belleza, con poder acariciar sus cabellos rubios, con ver esos ojos azules tan hermosos… ¡Maldita sea! Angustiada, Helyare se echó el pelo para atrás y resopló. No entendía qué le estaba sucediendo. Quería estar cerca de ella a toda costa, hasta el punto de pensar en ir a visitarla esa misma noche. ¡No! No podía hacerlo. No hasta que supiera qué le estaba sucediendo. Impedírselo a sí misma hacía que la deseara con más ahínco. Pero no sólo le había pasado con la joven del norte, sino con otra elfa, igual. Cuando veía algo que le gustaba, su mente se centraba sólo en eso. ¡Era horrible! Aunque, lo que sí era horrible era Zatch. Ese maldito zorro le estaba resultando tan repugnante que hasta le daban ganas de vomitar, o de matarlo, con solo verlo. Siempre le había caído mal, pero desde hacía unas semanas, cuando empezó a obsesionarse con ciertos aspectos de la gente, también empezó a caerle peor. Hasta el punto de sentir asco. ¡Y es que era repugnante! Un ser que daba retortijones. No había podido estar en la misma sala que él dado que le daban ganas de abrirle en canal con su daga. ¿Se podía ser más repulsivo? Ese aspecto… tan deforme. Ese pelo de animal que fijo que tendría gran cantidad de parásitos…
Con un escalofrío le dio un puñetazo al agua fría. No era capaz de volver a la tranquilidad que había experimentado con las piedras de la bruja. Ahora se sentía frustrada al haberse tenido que alejar de todo el mundo para no acabar como una loca, y pensando durante todas las horas del día en qué podía hacer para consumar su venganza. Mas había algo que la preocupaba: Aran. ¿Qué pasaría con él cuando apareciera en Sandorai? Él, tan amigo que era, también había respaldado las reglas como los demás. La había dejado sola… y también merecía su castigo.
Estar sin la dragona se notaba, la habitación se le hacía pequeña y se sentía ahogada ahí dentro. No tardó mucho en ponerse una túnica cómoda y una de las capas de abrigo para bajar a comer algo. No tenía mucha hambre, la verdad, pero era mejor que estar sola. Nillë, que ya se había despertado después de que su compañera golpease el agua, también bajó con ella.
–Ya no me veo a mí misma. Pero sé que tengo que volver a Sandorai para vengarme –le comentó, a lo que el hada negó fervientemente, revoloteando a su alrededor. Nillë conocía lo que pasaba por la mente de su compañera y era, en ocasiones, la única forma que tenía de discernir entre realidad y sus visiones. –Debo ir, no puedo dejar las cosas así, Nillë. ¡Tú sabes lo que pasó! –masculló. Pero el hada no se dejaba convencer y seguía negando, indicándole varias cosas por gestos, aunque Helyare aún no alcanzaba a entenderla.
–Chiri… ¡Chiri! –comenzó a hablar mientras se sentaban en una mesa alejada, la elfa de espaldas al resto del mundo. No quería ver a nadie. Sentía que no podía mirar absolutamente a ningún ser. No quería que se repitiera lo mismo de las últimas semanas. La capucha también evitaba que cruzase miradas con los demás, salvo con Nillë, que se empeñaba en evitar que fuera. Pese a que quisiera pasar desapercibida, el color azulado de su hada sí llamaba la atención –chiri, chi-chiri…
Se mostraban ajenas a todo, y eso que el alcohol y los gritos eran el sonido oficial de cualquier taberna.
Helyare
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Re: Entre Fantasmas. [Interpretativo][Libre][4/4]
Si inhalabas con toda tu fuerza, podías sentir como el aire congelado de los reinos del norte podía entrar por todo tu ser, congelando desde la punta de tus pies hasta la última punta de tu cabello, pasando por tus pulmones, navegando por tu sangre y congelando incluso tus ideas. Mucha gente lo detestaba, sobre todo los extranjeros. Los seres acostumbrados al calor del sol, caer sobre el pasto y estar con poca ropa encontraban que esta ciudad era casi la representación helada de las peores pesadillas imaginadas por la humanidad.
Pero aquello solo era una cara de la moneda. Si subías a un edificio bien alto, abrías tus brazos hacia el mundo e inhalabas con todas las ganas que tenías, podías sentir algo más allá que el frío inicialmente te daba: la pureza del aire, la historia de un pueblo, la sensación de estar viva…
Claro, eso acompañado por dolor de garganta, el como los ojos se volvían llorosos, el como tu piel se erizaba por el frío en cada centímetro de tu cuerpo…
Realmente extrañaré esta ciudad, saben. Aun cuando nací y crecí en las estepas, las aventuras más inocentes que viví, y las amistades más duraderas que conseguí, las hice entre las paredes que tienen siglos de pie. Paredes que aguantaron quizás cientos de borrashos vomitando encima… borrashos orinando sobre ellas… o borrashos apoyándose en ellas para “dormir”, o caer inconscientes...
… realmente no cuidamos nuestra herencia, ¿eh?
Pues, si, extrañaré todo esto. Pero si hay algo que no extrañaré son los eternos estafadores, hijos de sus madres y caraduras que la gente normalmente conoce como “mercaderes”
- Espera, espera, vamos a recapitular absolutamente desde el principio como es el tema.
- De acuerdo, de acuerdo…
Ahí me encontraba yo, en aquellos eventos desafortunados de la vida, en donde un ladrón intentaba robar mis pertenencias de manera “legítima” a vista y plena luz del día, o como se le conocía por el resto del mundo, como “trueque”. Claramente ambos nos encontrábamos con cara de hastío, debido a que ninguno de los dos encontraba un punto en donde ambos estuviéramos felices. Mientras el situaba una barrera alta, por mi parte, intentaba que aquella balanza fuera más justa. Aquello no lograba que tuviéramos nuestras mejores caras.
- El tema es que, desde hace mucho tiempo, desde que tengo memoria - y le indiqué mi sien, con un par de toques enojados con mi dedo índice -, lo que te estoy ofreciendo por estas pieles de Yak, el peso de este, la calidad con la que siempre hemos comercializado, es justamente lo que mi padre lograba comercializar hasta… 2 semanas atrás - dedo índice y dedo medio, y se los mostré bien enojada - por lo que estoy pidiendo de carne seca, y el equivalente a lo que comercializabas por esos pequeños contenedores de agua para que el agua dure 30 días.
- Y si hubieras llegado hace dos semanas, te hubiera mantenido el precio de intercambio exactamente como siempre lo hemos mantenido, mi pequeña
El mercader se llamaba Héctor. Hijo de vendedores ambulantes, desde pequeño aprendió los gajes del oficio, lo que lo llevó a ser muy exitoso en el ambiente mercantil. Se podría decir que… muy, muy exitoso.
Verán, Héctor no es de los trigos muy limpios. Tenía esas cosas raras que casi todos los mercaderes exitosos tenían. Sus ojos siempre se encontraban atentos, y no solo con su mercancía, sino con el ambiente en general. Parecía permanentemente preocupado de que algo, o alguien, llegara hacia él en un momento desprevenido y lo moliera a palos, le rompiera las alas, o cosas por el estilo. Papá decía que eso normalmente le pasaba a la gente poco correcta, que vivían tan preocupados por sus pecados y errores que nunca podían vivir tranquilos. No creo que sea un caso tan extremo con Héctor, solo podía hablar por mi experiencia…
… y mi experiencia me decía que era capaz de estafar incluso a su hijo de 12 años.
- La plaga ha hecho que muchos insumos de primera necesidad se vuelvan escasos y demandantes - ¿Era siempre normal que los mercaderes intentaran hablar con términos poco usuales y rebuscados? - Por ende, lo que era válido hace unos días ya no lo es. Ni lo será mañana, ni hace dos semanas. La gente lo que más demanda son alimentos y alimentos no perecibles, como la harina y el trigo, mientras que hace días que tengo estas pieles del rancho de los Pincheira.
- Mira, entiendo todo esto - le interrumpí, aunque me tomé unos segundos en respirar para evitar decir algo que realmente podía arrepentirme de decir -. Estos tiempos han exigido más cosas de primera necesidad, pero hasta donde he visto y vivido, han llegado muchos extranjeros a estas tierras intentando escapar de la plaga, ladrones o… lo que sea que estén escapando, o que muchas familias han sido saqueadas, así que, aun cuando no estemos a mitad de invierno, todavía algo tan básico como un abrigo sigue siendo siendo una necesidad, y…
Entonces, caí en el hecho
- Espera, solamente ayer me encontré con Matilde, la hija de los Pincheira. Y traía sus cosas para comercializar. Esas cosas que tienes ahí.
Me acerqué a él, mirándolo inquisitivamente, mientras me cruzaba de brazos. Estas cosas no estaban “desde hace días” como me había dicho, ¡solo estaban desde ayer! Ya sabía yo que tenía que andarme con cuidado frente a este mentiroso pelafustán, víbora adicta al dinero.
- Pues… técnicamente, un día y medio cuenta como “días”, ¿no?
No me decidí a responderle, pero las ganas no me faltaron. Echarle en cara las cosas no era mi estilo, así que decidí que iba a mirarlo de forma inquisidora por varios segundos. Su voz ya parecía nerviosa al ver que su “mentirilla”, como probablemente la llamaría, salía a luz, pero el sudor no demoró en aparecer, mientras intentaba desviar su mirada. Aunque mi rostro solo le mostraba enojo y poca paciencia, en mi interior, sentía que podía aprovechar esta situación a mi favor, esperando que ese poquito de consciencia lo hiciera actuar, aunque fuera en culpa. No era algo muy correcto, pero la Siria agradable y bonachona se acaba cuando intentas estafarla.
- …
- …
- … mira… hagamos algo - oh, no, yo no haré nada más que traer la mirada inquisitiva hasta que decidas hacer lo correcto - Mañana viene gente de Lunargenta a intercambiar algunos artículos. Cerca del mediodía vendrá su caravana, ellos traen bastantes artículos que buscas, y probablemente busquen algo de lo que tengas. Planeaba hacer negocios con ellos, ya sabes… regatear, dejarme interesar por algún perfume que tengan por ahí…
- Ajá…
- Puedes traer tus cosas y yo podría actuar como intermediario por una pequeña comisi-- ¡Au, au, está bien, está bien, sin comisión, sin comisión, pero suéltame la oreja!
- Que sepa yo que estás mintiendome, Héctor…
- No, no, esto es 100% serio. No me arriesgaría a perder para siempre un proveedor de insumos como tu padre.
Cuando estoy muy enojada, o cuando pierdo mis cabales de manera temporal, intento recordar las palabras que una vez dijo mi padre cuando era pequeña “no digas nada que otros puedan usar en tu contra”. Y afortunadamente, aquel pensamiento se manifestó antes que pudiera abrir mi boca. Decidí darle la espalda, y me dirigí al gran cúmulo de pieles, telas, telares y demases artículos que llevaba conmigo. Las junté todas en un gran fardo envuelto en una improvisada manta que llevaba para protegerlas durante el viaje hasta acá, hasta formar una enorme bola. Incluso creo que mi enojo iba dentro, aunque no había suficiente espacio para todo, porque no pude evitar irme murmurando del mercado.
- La gente de campo como nosotros siempre recibíamos las miserias de nuestro trabajo, mientras que otros lucran con nuestro sudor, solo bastándoles el conocimiento del intercambio. ¿Qué sabían de tener callos por cuidar a los animales? ¿Qué sabían acaso del sudor helado que te hacía enfermar cuando el frío de la estepa te castigaba? Apuesto a que no podrían durar un mugroso día en la intemperie aun si su vida dependiera de ello.
Creo que muchos de ustedes deben saberlo de antemano. Me refiero, a las consecuencias inadvertidas de cuando alguien hace algo con enojo, cuando la cabeza no se encuentra muy calmada como para tomar decisiones inteligentes.
Pues bien, mientras me dirigía a la posada donde pasaba la noche, recordé el por qué había llevado a Momo el día anterior. Pues, unos 30 kilos de carga sobre la espalda de cualquiera ayudan a recordar a traer siempre consigo un animal para ayudar a llevar las cosas importantes consigo. Y apenas llevaba la mitad del trayecto cuando todo el arrepentimiento me llegó de golpe. Arrepentimiento por haber dejado a Momo en el establo de Leveru para que papá lo fuera a recoger, por no haberles pedido ayuda a las chicas en traer todo esto, por mostrarme tan orgullosa con ese mercader estafador… no, en realidad, no me arrepiento de esto último.
- Mendigo estafador, maldito Héctor. Se supone que debemos ser unidos en las buenas y en las malas como una única raza, y el hecho de que estés lucrando con la plaga solo te reduce a alguien equivalente a los sucios mercaderes humanos o brujos, en donde les vendes un collar que te cuesta 200 aeros en costos, y se los venden a 1500 a otras personas, y a sabiendas que no cuesta tanto el llevar la mercancía de un lado a otr--
No pude continuar refunfuñando conmigo misma al sentir que había topado con algo, o alguien. Al menos, podía confirmar que era una persona, ya que alcanzaba a ver sus rodillas debido la posición que debía encorvar mi espalda para llevar las cosas...
… a menos que las paredes comenzaran a salirle piernas para escapar de la ciudad.
- Perdone, no pude fijarme bien por donde iba - no pude siquiera mirarlo a los ojos, y cuando me incliné levemente hacia él en modo de disculpa, pude sentir cómo las lámparas que llevaba consigo se movían hacia adelante, metiendo ruido en el proceso.
Al menos era lo suficientemente inteligente como para amarrar esas cosas, no sé qué hubiera hecho si se caían encima de él. Retrocedí un par de pasos, rodeé su cuerpo, y continué hacia el lugar de reposo.
- Mendiga posada, que te mueves de lugar y haces que choque con el resto de la gente, me haces pasar vergüenza y tengo que disculparme por cosas que no estoy buscando hacer. Apuesto que te divierte todo esto…
Por ir refunfuñando, no me di cuenta en ese entonces que el enorme fardo de objetos que llevaba conmigo se había trabado en el marco de la puerta gracias a su tamaño, impidiendome entrar al lugar. No pude notarlo en ese momento, ya saben… por refunfuñar y todo, pero aun cuando caminaba y caminaba, no me movía de ese lugar. Ni notaba que alguien estaba delante mío, o que la gente se acumulaba detrás de mi.
De haberme visto, hubiera deseado que el dragón de tierra me hubiera tragado.
Pero aquello solo era una cara de la moneda. Si subías a un edificio bien alto, abrías tus brazos hacia el mundo e inhalabas con todas las ganas que tenías, podías sentir algo más allá que el frío inicialmente te daba: la pureza del aire, la historia de un pueblo, la sensación de estar viva…
Claro, eso acompañado por dolor de garganta, el como los ojos se volvían llorosos, el como tu piel se erizaba por el frío en cada centímetro de tu cuerpo…
Realmente extrañaré esta ciudad, saben. Aun cuando nací y crecí en las estepas, las aventuras más inocentes que viví, y las amistades más duraderas que conseguí, las hice entre las paredes que tienen siglos de pie. Paredes que aguantaron quizás cientos de borrashos vomitando encima… borrashos orinando sobre ellas… o borrashos apoyándose en ellas para “dormir”, o caer inconscientes...
… realmente no cuidamos nuestra herencia, ¿eh?
Pues, si, extrañaré todo esto. Pero si hay algo que no extrañaré son los eternos estafadores, hijos de sus madres y caraduras que la gente normalmente conoce como “mercaderes”
- Espera, espera, vamos a recapitular absolutamente desde el principio como es el tema.
- De acuerdo, de acuerdo…
Ahí me encontraba yo, en aquellos eventos desafortunados de la vida, en donde un ladrón intentaba robar mis pertenencias de manera “legítima” a vista y plena luz del día, o como se le conocía por el resto del mundo, como “trueque”. Claramente ambos nos encontrábamos con cara de hastío, debido a que ninguno de los dos encontraba un punto en donde ambos estuviéramos felices. Mientras el situaba una barrera alta, por mi parte, intentaba que aquella balanza fuera más justa. Aquello no lograba que tuviéramos nuestras mejores caras.
- El tema es que, desde hace mucho tiempo, desde que tengo memoria - y le indiqué mi sien, con un par de toques enojados con mi dedo índice -, lo que te estoy ofreciendo por estas pieles de Yak, el peso de este, la calidad con la que siempre hemos comercializado, es justamente lo que mi padre lograba comercializar hasta… 2 semanas atrás - dedo índice y dedo medio, y se los mostré bien enojada - por lo que estoy pidiendo de carne seca, y el equivalente a lo que comercializabas por esos pequeños contenedores de agua para que el agua dure 30 días.
- Y si hubieras llegado hace dos semanas, te hubiera mantenido el precio de intercambio exactamente como siempre lo hemos mantenido, mi pequeña
El mercader se llamaba Héctor. Hijo de vendedores ambulantes, desde pequeño aprendió los gajes del oficio, lo que lo llevó a ser muy exitoso en el ambiente mercantil. Se podría decir que… muy, muy exitoso.
Verán, Héctor no es de los trigos muy limpios. Tenía esas cosas raras que casi todos los mercaderes exitosos tenían. Sus ojos siempre se encontraban atentos, y no solo con su mercancía, sino con el ambiente en general. Parecía permanentemente preocupado de que algo, o alguien, llegara hacia él en un momento desprevenido y lo moliera a palos, le rompiera las alas, o cosas por el estilo. Papá decía que eso normalmente le pasaba a la gente poco correcta, que vivían tan preocupados por sus pecados y errores que nunca podían vivir tranquilos. No creo que sea un caso tan extremo con Héctor, solo podía hablar por mi experiencia…
… y mi experiencia me decía que era capaz de estafar incluso a su hijo de 12 años.
- La plaga ha hecho que muchos insumos de primera necesidad se vuelvan escasos y demandantes - ¿Era siempre normal que los mercaderes intentaran hablar con términos poco usuales y rebuscados? - Por ende, lo que era válido hace unos días ya no lo es. Ni lo será mañana, ni hace dos semanas. La gente lo que más demanda son alimentos y alimentos no perecibles, como la harina y el trigo, mientras que hace días que tengo estas pieles del rancho de los Pincheira.
- Mira, entiendo todo esto - le interrumpí, aunque me tomé unos segundos en respirar para evitar decir algo que realmente podía arrepentirme de decir -. Estos tiempos han exigido más cosas de primera necesidad, pero hasta donde he visto y vivido, han llegado muchos extranjeros a estas tierras intentando escapar de la plaga, ladrones o… lo que sea que estén escapando, o que muchas familias han sido saqueadas, así que, aun cuando no estemos a mitad de invierno, todavía algo tan básico como un abrigo sigue siendo siendo una necesidad, y…
Entonces, caí en el hecho
- Espera, solamente ayer me encontré con Matilde, la hija de los Pincheira. Y traía sus cosas para comercializar. Esas cosas que tienes ahí.
Me acerqué a él, mirándolo inquisitivamente, mientras me cruzaba de brazos. Estas cosas no estaban “desde hace días” como me había dicho, ¡solo estaban desde ayer! Ya sabía yo que tenía que andarme con cuidado frente a este mentiroso pelafustán, víbora adicta al dinero.
- Pues… técnicamente, un día y medio cuenta como “días”, ¿no?
No me decidí a responderle, pero las ganas no me faltaron. Echarle en cara las cosas no era mi estilo, así que decidí que iba a mirarlo de forma inquisidora por varios segundos. Su voz ya parecía nerviosa al ver que su “mentirilla”, como probablemente la llamaría, salía a luz, pero el sudor no demoró en aparecer, mientras intentaba desviar su mirada. Aunque mi rostro solo le mostraba enojo y poca paciencia, en mi interior, sentía que podía aprovechar esta situación a mi favor, esperando que ese poquito de consciencia lo hiciera actuar, aunque fuera en culpa. No era algo muy correcto, pero la Siria agradable y bonachona se acaba cuando intentas estafarla.
- …
- …
- … mira… hagamos algo - oh, no, yo no haré nada más que traer la mirada inquisitiva hasta que decidas hacer lo correcto - Mañana viene gente de Lunargenta a intercambiar algunos artículos. Cerca del mediodía vendrá su caravana, ellos traen bastantes artículos que buscas, y probablemente busquen algo de lo que tengas. Planeaba hacer negocios con ellos, ya sabes… regatear, dejarme interesar por algún perfume que tengan por ahí…
- Ajá…
- Puedes traer tus cosas y yo podría actuar como intermediario por una pequeña comisi-- ¡Au, au, está bien, está bien, sin comisión, sin comisión, pero suéltame la oreja!
- Que sepa yo que estás mintiendome, Héctor…
- No, no, esto es 100% serio. No me arriesgaría a perder para siempre un proveedor de insumos como tu padre.
Cuando estoy muy enojada, o cuando pierdo mis cabales de manera temporal, intento recordar las palabras que una vez dijo mi padre cuando era pequeña “no digas nada que otros puedan usar en tu contra”. Y afortunadamente, aquel pensamiento se manifestó antes que pudiera abrir mi boca. Decidí darle la espalda, y me dirigí al gran cúmulo de pieles, telas, telares y demases artículos que llevaba conmigo. Las junté todas en un gran fardo envuelto en una improvisada manta que llevaba para protegerlas durante el viaje hasta acá, hasta formar una enorme bola. Incluso creo que mi enojo iba dentro, aunque no había suficiente espacio para todo, porque no pude evitar irme murmurando del mercado.
- La gente de campo como nosotros siempre recibíamos las miserias de nuestro trabajo, mientras que otros lucran con nuestro sudor, solo bastándoles el conocimiento del intercambio. ¿Qué sabían de tener callos por cuidar a los animales? ¿Qué sabían acaso del sudor helado que te hacía enfermar cuando el frío de la estepa te castigaba? Apuesto a que no podrían durar un mugroso día en la intemperie aun si su vida dependiera de ello.
Creo que muchos de ustedes deben saberlo de antemano. Me refiero, a las consecuencias inadvertidas de cuando alguien hace algo con enojo, cuando la cabeza no se encuentra muy calmada como para tomar decisiones inteligentes.
Pues bien, mientras me dirigía a la posada donde pasaba la noche, recordé el por qué había llevado a Momo el día anterior. Pues, unos 30 kilos de carga sobre la espalda de cualquiera ayudan a recordar a traer siempre consigo un animal para ayudar a llevar las cosas importantes consigo. Y apenas llevaba la mitad del trayecto cuando todo el arrepentimiento me llegó de golpe. Arrepentimiento por haber dejado a Momo en el establo de Leveru para que papá lo fuera a recoger, por no haberles pedido ayuda a las chicas en traer todo esto, por mostrarme tan orgullosa con ese mercader estafador… no, en realidad, no me arrepiento de esto último.
- Mendigo estafador, maldito Héctor. Se supone que debemos ser unidos en las buenas y en las malas como una única raza, y el hecho de que estés lucrando con la plaga solo te reduce a alguien equivalente a los sucios mercaderes humanos o brujos, en donde les vendes un collar que te cuesta 200 aeros en costos, y se los venden a 1500 a otras personas, y a sabiendas que no cuesta tanto el llevar la mercancía de un lado a otr--
No pude continuar refunfuñando conmigo misma al sentir que había topado con algo, o alguien. Al menos, podía confirmar que era una persona, ya que alcanzaba a ver sus rodillas debido la posición que debía encorvar mi espalda para llevar las cosas...
… a menos que las paredes comenzaran a salirle piernas para escapar de la ciudad.
- Perdone, no pude fijarme bien por donde iba - no pude siquiera mirarlo a los ojos, y cuando me incliné levemente hacia él en modo de disculpa, pude sentir cómo las lámparas que llevaba consigo se movían hacia adelante, metiendo ruido en el proceso.
Al menos era lo suficientemente inteligente como para amarrar esas cosas, no sé qué hubiera hecho si se caían encima de él. Retrocedí un par de pasos, rodeé su cuerpo, y continué hacia el lugar de reposo.
- Mendiga posada, que te mueves de lugar y haces que choque con el resto de la gente, me haces pasar vergüenza y tengo que disculparme por cosas que no estoy buscando hacer. Apuesto que te divierte todo esto…
Por ir refunfuñando, no me di cuenta en ese entonces que el enorme fardo de objetos que llevaba conmigo se había trabado en el marco de la puerta gracias a su tamaño, impidiendome entrar al lugar. No pude notarlo en ese momento, ya saben… por refunfuñar y todo, pero aun cuando caminaba y caminaba, no me movía de ese lugar. Ni notaba que alguien estaba delante mío, o que la gente se acumulaba detrás de mi.
De haberme visto, hubiera deseado que el dragón de tierra me hubiera tragado.
Siria
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Re: Entre Fantasmas. [Interpretativo][Libre][4/4]
-Estúpido norte con su estúpida nieve y su estúpido frío.- Protestó por enésima vez Catherine mientras caminaba por las calles de la ciudad, pateando cada montón de nieve que sobresalía de alguna forma con respecto al resto con tanta fuerza como para mandar la blanca cellisca volando varios metros por los aires antes de acabar de nuevo en el suelo, o contra alguna pared cercana. Níniel caminaba un par de pasos tras ella, en silencio y con paso tranquilo, bien cubierta por su gruesa capa negra y con el rostro tapado casi por completo, a excepción de sus ojos aguamarina que observaban a su hermana con una mezcla de reproche y comprensión. -Había que informar al gran inquisidor...Pues el estúpido gran inquisidor tiene alas, y bien grandes, podría ir él volando hasta el sur y ahorrarnos el viaje...- Realmente la felina odiaba el frío, más incluso que Níniel, que había dado ya por hecho que nunca acabaría de acostumbrarse del todo a aquel clima, por mucho tiempo que pasara allí.
-Debes mostrar más respeto hacia el inquisidor, Cath. Si no por su edad, sabiduría o poder, al menos sí por su tamaño. No suele ser buena idea llamar estúpido a un ser que puede tragarte de un solo bocado. Mucho menos a uno capaz de lanzar rayos de hielo y solo los dioses saben qué más.- Aleccionó la joven peliblanca, forzando su voz para que se escuchara a través de su gruesa capa de abrigo. La elfa respetaba mucho a sus superiores en la Logia. Por muy permisiva que fuese con su amiga, todo tenía un límite. Aunque sus reproches hacia ella fuesen muchas veces sutiles e indirectos.
-Sí, sí...pero sigue teniendo alas y nosotras no.- Aceptó a regañadientes la pelirroja justo antes de coger algo de carrerilla para golpear un nuevo cúmulo de nieve. Con tan mala suerte que, justo en aquel preciso momento, la ventana contra el que iba a chocar inocuamente el proyectil resultante se abrió, causando que su inquilino recibiese una dosis mayor de la esperada de "frescor norteño" directamente en la cara. -¡Uy!- Fue todo cuanto la felina dijo, dando media vuelta y tratando de disimular echándose la capucha de su capa encima.
-¿Quién ha sido? Como te coja te voy a partir los morros. Maldita sea.- Vociferaba el hombre llamando la atención de los caminantes cercanos, algunos de los cuales, al verle la cara no pudieron evitar comenzar a reírse. -Sí ríete, Raynor, ya me reiré yo está noche con tu mujer.- Un comentario excesivo y desacertado por parte de la víctima de Catherine y que inició una fuerte discusión, momento que la felina aprovechó para seguir caminando sin detenerse hasta haberse alejado lo suficiente, comenzando entonces a reírse a carcajadas.
-Jajaja, menuda cara...Que palurdo...Y el otro tipo...Muy bueno.-Parecía habérsele pasado el frío, aunque Níniel la miraba con aún más reproche que antes. -Deberías haberte disculpado, a veces creo que nunca lograré hacer un dama de ti.- La riñó la peliblanca, y aunque consiguió que dejara de reírse, aún se le escapó una lagrimita por las carcajadas ya emitidas. - Ya sabía yo que al final ibas a acabar dándole a alguien con la nieve, te lo dije.-
-Es cierto, lo siento Nín...Pero, ha sido divertido, no puedes negarlo. Fue casi como la voluntad de los dioses. Abrió la venta y...- Níniel la miró fijamente. -Vale, lo siento de veras. Si quieres vuelvo a disculparme.- La elfa continuó caminando, denotando que no era su intención que su amiga volviera, al menos ya no.
-Me parece que aquellos dos hombres ahora discuten por algo mucho más serio que un poco de nieve en la cara, mejor dejarlo estar. Además ya hemos llegado. -Anunció la joven sacerdotisa mientras señalaba con la cabeza el letrero de madera de una de las posadas locales. Los gritos y el jolgorio se escuchaban incluso desde la calle, sin duda la mayoría de ellos producidos por culpa del exceso con el alcohol. Aunque no es que Níniel fuese a reprocharles nada en aquella ocasión. Con todo lo que había pasado aquella ciudad en los últimos tiempos sus habitantes se habían ganado con creces poder divertirse un poco. Un poco, al primero que alargara su mano para tocarla de manera indecente se la cortaría.
-Así que aquí es dónde sirven ese famoso "filete invernal"...Desde luego el lugar parece animado, justo el tipo de lugares que me gustan. No te lo tomes a mal Nín, esos bailes de gala tuyos están bien, y sirven muy buena comida, pero, les falta algo.-Argumentó la felina antes de darse cuenta de que en la entrada del establecimiento parecía haber algún tipo de problema.
Un grupo de personas, cada vez más molestas, increpaban a alguien por impedirles el paso al interior. Tras acercarse un poco más Níniel pudo ver con detalle el motivo exacto. Se trataba de una mujer cargada con un abultado fardo de aspecto pesado. Debido a lo abultado de su carga, parecía haberse quedado enganchada en la puerta sin poder avanzar, ni por culpa de la agonía de las personas tras ella, retroceder. Aquella gente en su estupidez, y su afán y gusto por el insulto fácil, estaban contribuyendo a aumentar el problema, no a resolverlo. de seguir así incluso podrían acabar haciéndole daño a alguien.
-Por favor, apártense y verán que el problema no es para tanto.- Pidió la elfa de buenos modos, lo cual como era de esperar la llevó a ser ignorada. -Si fuesen tan amables de escucharme un instante...- De nuevo nada. A veces la joven elfa no sabía ni por qué lo intentaba. Parecía que los buenos modales no funcionaban fuera de Sandorai. -Como quieran, esto es por su bien.- Añadió generando un pequeño orbe de luz que flotó por encima de aquel grupo hasta acabar situado sobre el enorme fardo, lo cual atrajo la atención de la gente, justo antes de estallar en un brillante fulgor que cegó a los allí congregados, haciendo que se llevasen las manos a los ojos y se dispersaran sin saber muy bién que acababa de pasar, salvo que no podían ver. -Muchas gracias.- Agradeció la peliblanca acercándose entonces hasta la puerta mientras Catherine volvía a sonreír con cierta malicia, tomando de los hombros al último de aquellos hombres y dirigiéndolo en una dirección libre de obstáculos.
-Y luego me dices a mi...-Dijo estudiando con curiosidad aquel fardo ahora que podía tocarlo, tirando de él hacia atrás para ayudar a su propietaria a maniobrar.
-Solo ha sido un fogonazo, y lo he hecho por su bien. Al paso que iban hubiesen podido causar una desgracia, y todo por una bobada.- Respondió la elfa ayudando también con aquel bulto de tan grandes dimensiones. -Ya puede ir hacia atrás...Y si ahora se mueve un poco abajo y a la derecha, creo que podrá pasar.- Indicó a la sobrecargada mujer. -Claro que a lo mejor es que eres una mala influencia, Cath.- Añadió.
-Debes mostrar más respeto hacia el inquisidor, Cath. Si no por su edad, sabiduría o poder, al menos sí por su tamaño. No suele ser buena idea llamar estúpido a un ser que puede tragarte de un solo bocado. Mucho menos a uno capaz de lanzar rayos de hielo y solo los dioses saben qué más.- Aleccionó la joven peliblanca, forzando su voz para que se escuchara a través de su gruesa capa de abrigo. La elfa respetaba mucho a sus superiores en la Logia. Por muy permisiva que fuese con su amiga, todo tenía un límite. Aunque sus reproches hacia ella fuesen muchas veces sutiles e indirectos.
-Sí, sí...pero sigue teniendo alas y nosotras no.- Aceptó a regañadientes la pelirroja justo antes de coger algo de carrerilla para golpear un nuevo cúmulo de nieve. Con tan mala suerte que, justo en aquel preciso momento, la ventana contra el que iba a chocar inocuamente el proyectil resultante se abrió, causando que su inquilino recibiese una dosis mayor de la esperada de "frescor norteño" directamente en la cara. -¡Uy!- Fue todo cuanto la felina dijo, dando media vuelta y tratando de disimular echándose la capucha de su capa encima.
-¿Quién ha sido? Como te coja te voy a partir los morros. Maldita sea.- Vociferaba el hombre llamando la atención de los caminantes cercanos, algunos de los cuales, al verle la cara no pudieron evitar comenzar a reírse. -Sí ríete, Raynor, ya me reiré yo está noche con tu mujer.- Un comentario excesivo y desacertado por parte de la víctima de Catherine y que inició una fuerte discusión, momento que la felina aprovechó para seguir caminando sin detenerse hasta haberse alejado lo suficiente, comenzando entonces a reírse a carcajadas.
-Jajaja, menuda cara...Que palurdo...Y el otro tipo...Muy bueno.-Parecía habérsele pasado el frío, aunque Níniel la miraba con aún más reproche que antes. -Deberías haberte disculpado, a veces creo que nunca lograré hacer un dama de ti.- La riñó la peliblanca, y aunque consiguió que dejara de reírse, aún se le escapó una lagrimita por las carcajadas ya emitidas. - Ya sabía yo que al final ibas a acabar dándole a alguien con la nieve, te lo dije.-
-Es cierto, lo siento Nín...Pero, ha sido divertido, no puedes negarlo. Fue casi como la voluntad de los dioses. Abrió la venta y...- Níniel la miró fijamente. -Vale, lo siento de veras. Si quieres vuelvo a disculparme.- La elfa continuó caminando, denotando que no era su intención que su amiga volviera, al menos ya no.
-Me parece que aquellos dos hombres ahora discuten por algo mucho más serio que un poco de nieve en la cara, mejor dejarlo estar. Además ya hemos llegado. -Anunció la joven sacerdotisa mientras señalaba con la cabeza el letrero de madera de una de las posadas locales. Los gritos y el jolgorio se escuchaban incluso desde la calle, sin duda la mayoría de ellos producidos por culpa del exceso con el alcohol. Aunque no es que Níniel fuese a reprocharles nada en aquella ocasión. Con todo lo que había pasado aquella ciudad en los últimos tiempos sus habitantes se habían ganado con creces poder divertirse un poco. Un poco, al primero que alargara su mano para tocarla de manera indecente se la cortaría.
-Así que aquí es dónde sirven ese famoso "filete invernal"...Desde luego el lugar parece animado, justo el tipo de lugares que me gustan. No te lo tomes a mal Nín, esos bailes de gala tuyos están bien, y sirven muy buena comida, pero, les falta algo.-Argumentó la felina antes de darse cuenta de que en la entrada del establecimiento parecía haber algún tipo de problema.
Un grupo de personas, cada vez más molestas, increpaban a alguien por impedirles el paso al interior. Tras acercarse un poco más Níniel pudo ver con detalle el motivo exacto. Se trataba de una mujer cargada con un abultado fardo de aspecto pesado. Debido a lo abultado de su carga, parecía haberse quedado enganchada en la puerta sin poder avanzar, ni por culpa de la agonía de las personas tras ella, retroceder. Aquella gente en su estupidez, y su afán y gusto por el insulto fácil, estaban contribuyendo a aumentar el problema, no a resolverlo. de seguir así incluso podrían acabar haciéndole daño a alguien.
-Por favor, apártense y verán que el problema no es para tanto.- Pidió la elfa de buenos modos, lo cual como era de esperar la llevó a ser ignorada. -Si fuesen tan amables de escucharme un instante...- De nuevo nada. A veces la joven elfa no sabía ni por qué lo intentaba. Parecía que los buenos modales no funcionaban fuera de Sandorai. -Como quieran, esto es por su bien.- Añadió generando un pequeño orbe de luz que flotó por encima de aquel grupo hasta acabar situado sobre el enorme fardo, lo cual atrajo la atención de la gente, justo antes de estallar en un brillante fulgor que cegó a los allí congregados, haciendo que se llevasen las manos a los ojos y se dispersaran sin saber muy bién que acababa de pasar, salvo que no podían ver. -Muchas gracias.- Agradeció la peliblanca acercándose entonces hasta la puerta mientras Catherine volvía a sonreír con cierta malicia, tomando de los hombros al último de aquellos hombres y dirigiéndolo en una dirección libre de obstáculos.
-Y luego me dices a mi...-Dijo estudiando con curiosidad aquel fardo ahora que podía tocarlo, tirando de él hacia atrás para ayudar a su propietaria a maniobrar.
-Solo ha sido un fogonazo, y lo he hecho por su bien. Al paso que iban hubiesen podido causar una desgracia, y todo por una bobada.- Respondió la elfa ayudando también con aquel bulto de tan grandes dimensiones. -Ya puede ir hacia atrás...Y si ahora se mueve un poco abajo y a la derecha, creo que podrá pasar.- Indicó a la sobrecargada mujer. -Claro que a lo mejor es que eres una mala influencia, Cath.- Añadió.
Níniel este turno usa una versión poco potente de su habilidad radiancia. Si es que la gente no hace caso...
Níniel Thenidiel
Aerandiano de honor
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Re: Entre Fantasmas. [Interpretativo][Libre][4/4]
Oteó el lugar desde la entrada, dejando entrever una minúscula sonrisa en su rostro al comprobar la suave calidez que emanaba desde el lugar.
Al final le habían hecho caso y, al menos, se habían encargado de tapar firmemente todas las ventanas para que no entrase la luz solar al lugar. No había sido demasiado complicado convencer al dueño del local para que lo hiciese, además de una buena suma de Aeros, el hombre tenía, después de todo, las ventanas la mayor parte del tiempo cerradas por el frío. Lo único que había tenido que hacer era proponer a Lyn como camarera durante el tiempo que estuviesen allí.
El hombre acepto casi de inmediato, en cierto modo le daba algo de pena.
Asimismo, afortunadamente para la vampiresa, aquel lugar contaba con una especie de antesala antes del edificio principal. Dicho recibidor era pequeño, apenas cabían más de dos personas al mismo tiempo en su interior, pero, además de impedir que Lyn se derritiese por culpa de un rayo de sol mientras estaba allí, también se encargaba de impedir que el viento norteño enfriase a los clientes y los espantase.
Cerró los ojos y, justo cuando se disponía a adentrarse por completo en la posada, notó como algo le empujaba de improviso, como una persona chocaba contra él. Trastabilló un poco y se vio obligado a sujetarse en el marco de la puerta, para encontrarse, justo a su espalda a una joven que, apenas sin levantar la cabeza del suelo, cargaba un enorme fardo.
La muchacha no tardó apenas unos segundos en disculparse, Eltrant ignoró al fantasma y le dedicó una sonrisa a la joven negando con la cabeza.
- No te preocupes. – Afirmó el castaño ampliando la sonrisa. Enarcó una ceja, no podía verle bien la cara, estaba inclinada hacia adelante. Aquel fardo debía pesar más de lo que parecía. - Llevas… bastante carga – Observó llevándose la mano hasta la cara, atusándose la barba, retrocediendo un poco para esquivar dos lámparas que colgaban de la carga de la joven y que, al menos dos veces, habían pasado peligrosamente cerca de su cara. - ¿Necesitas ayuda? – Preguntó al final, bajando ambas manos hasta la cintura.
Antes de que Eltrant pudiese añadir algo más la mujer le sorteó mientras murmuraba algo en voz baja y, demostrando que su tamaño hacía juego con su fuerza, trató de adentrarse en la taberna. Quedando, al final, atrapada en el marco de la puerta por culpa del voluminoso fardo.
- Necesitas ayuda. – Aseveró Eltrant, dejando escapar una carcajada corta, a la vez que se acercaba a la chica y buscaba la mejor forma de que pasase por la puerta sin dañar ninguno de sus objetos – No te muevas, vamos a ver si… - Quizás fuese la hora del día en la que los norteños decidían comer, o quizás, simplemente, tenían mala suerte, pero apenas segundos después casi una decena de individuos se colocaron tras Eltrant.
Y tan pronto comprendieron que la entrada estaba bloqueada, comenzaron los improperios.
- ¿Queréis tranquilizaros? – Preguntó Eltrant, con el ceño fruncido, girándose como toda respuesta a los distintos empujones que estaba recibiendo. – No va a ir más rápido cuanto más empujéis. – Otro empujón le hizo chocar contra la chica, volvió a mirar a los lugareños. Más voces se sucedían. ¿Es que no eran capaces de comprender de más aquello no facilitaba las cosas? - ¿Qué parte de lo que he dicho no entendeis? – Inquirió, algunas voces se alzaros, otros corearon a dichas voces.
Cuando todo parecía que iba a empeorar y que aquella horda de borrachos sedientos por un poco de alcohol iba a embestir a la muchacha como si de un ariete se tratasen un intenso resplandor apareció de la nada y le dejó, momentáneamente, cegado.
Masculló un par de insultos en voz baja con los ojos cerrados y llevó su mano útil hasta el pomo de Recuerdo de forma instintiva, la cual, como siempre, pendía de su cintura.
¿Qué era aquello? ¿Estaba sobre la carga que llevaba la chica?
El resplandor apenas duró varios segundos, pero fue intenso, lo suficiente como para que aun cuando se esté desvaneció apenas segundos después, Eltrant fuese incapaz de ver nada. No obstante, una vez recuperó la capacidad de ver esto facilitó las cosas, la muchedumbre se dispersó.
- ¿Níniel? – Reconoció la voz de la sacerdotisa entre los distintos clientes. Estaba allí, junto a una mujer que, por su aspecto, era evidente que era un mujer-bestia.
Lo primero que se preguntó, mientras esperaba a que sus ojos terminasen de habituarse a la iluminación, fue a que se debía la presencia de la elfa en aquel lugar. Pero pertenecía a la Logia, era lógico que estuviese en Dundarak.
¿Había conjurado ella el fogonazo? No escuchó el breve intercambio de palabras que Níniel y la mujer que iba con ella tuvieron frente a él, pero era lo más probable. ¿Desde cuándo no la veía? La última vez que la vio aún pertenecía a la guardia.
En la pirámide. Suspiró.
- Ha pasado tiempo… -
Negó con la cabeza, casi se había olvidado de la joven.
- ¡Lo siento! Ya casi está. – dijo apoyando las manos en el fardo de la muchacha, palpándolo; Ayudando a Níniel, que también se había propuesto a dejar pasar a la joven – Vale, creo que ya lo tenemos. – Empujando varias partes del gigantesco saco que cargaba logró, junto a la elfa, liberar a la joven. - ¡Listo! – Dijo respirando aliviado.
Hecho esto, los hombres a los que Níniel había cegado comenzaron a adentrarse en la posada a tropel.
En el interior todos, absolutamente todos, habían estado observando cómo se había sucedido la situación desde el otro lado. O eso parecían indicar las caras que Eltrant se encontró cuando liberaron a la joven. Si era sincero consigo mismo, había algunas que parecían haberse estado riendo todo el rato.
Tomó aire y le quitó con cuidado el fardo de encima a la muchacha.
- ¿Estas bie…? -
- ¡Ya era hora, Mortal! – Exclamó Lyn acercándose al grupo que esperaba en la entrada una vez se hubo asegurado de que no entraba luz del exterior. - ¡Llevo trabajando aquí horas mientras tú te ibas a…! – La vampiresa dejó de hablar y miró a todos los presentes encharcando una ceja. Sonrió. - ¿Has hecho amigos? – Eltrant se cruzó de brazos. - ¿Tú? No me lo creo. – Añadió enseguida, Eltrant puso los ojos en blanco.
- Viejos amigos. – Afirmó asintiendo, al final, con una sonrisa. Se giró hacia la sacerdotisa – La última vez que nos vimos… - Se detuvo unos instantes, pensando en la pirámide que descansaba a las afueras de la ciudad, había oído rumores de que la logia la había investigado más de cerca – Nada. – dijo, encogiéndose de hombros - Me alegro de verte bien, Níniel. Gracias por el… resplandor de antes. – dijo recuperando su buen humor al mismo tiempo que se giraba hacía la mujer que había estado atrapada en la entrada, obligándose a no pensar en la pirámide y en la plaga que asolaba Aerandir.
Todo lo que acababa de suceder con la puerta había sido muy raro, pero gracias a los dioses no había acabado mal, lo mínimo que podía hacer era decirle su nombre a la joven.
– Yo soy Eltrant. – dijo señalándose con el pulgar, sin perder la sonrisa. – Y ella es Lyn – Agregó a los pocos segundos, la vampiresa amplió su sonrisa y saludó con la mano.
Lyn, entonces, tras sacudir la cabeza con fuerza, casi como si se estuviese centrando en algo importante, se giró hacia la mujer-bestia; siempre sin perder el buen humor que la caracterizaba.
- ¿Puedo…? – Ahí estaba, sabía muy bien lo que venía a continuación. - ¿¡Puedo darte un abrazo!? – Tan pronto como extendió los brazos Eltrant la sujetó de un hombro y la alejó un par de pasos de la acompañante de Níniel. Lyn infló los mofletes.
- ¿Qué hemos hablado del espacio personal de los demás? - Preguntó el castaño dejando escapar un suspiro.
- ¡Ya lo sé! ¡Pero es superior a mí! ¡Es superior a todos nosotros! – La vampiresa se llevó una mano dramáticamente hasta la cara, cosa que atrajo algunas miradas. Eltrant la imitó, pero dejó escapar un sonido que parecía más bien un gemido de dolor. Por cosas como aquella les habían echado de posadas en muchas partes - ¡Tanta suavidad contenida en una sola persona, Mortal! – Exclamó, Eltrant suspiró y pasó su mirada de Níniel a la joven y, al final, a la gata. - ¡Yo solo quiero que compartan parte de su suavidad! ¡Que compartan sus dones con el resto de los No-Suaves! – Volvió a extender los brazos, dejando escapar, esta vez, una ligera carcajada.
Algunas de las personas que estaban más cerca aplaudieron.
- Lo… lo siento. Es muy… ¿Efusiva? – Dijo Eltrant llevándose una de las manos hasta la nuca como toda disculpa, agachando levemente la cabeza frente a la felina.
- ¡Buen trabajo lacayo! – Sintió como la vampiresa le daba una palmada en el hombro - ¡Siempre defendiendo el honor de tu ama! Así me gusta. – Eltrant taladró a Lyn con la mirada, lo que hizo que, de ser posible, sonriese aún más.
Estaba disfrutando aquello demasiado.
- ¿Tú no estabas trabajando? – Preguntó al final, Lyn entornó los ojos y se cruzó de brazos.
- Ahora vuelvo. Creo que alguien por… aquí quería una ensalada o algo… – dijo alejándose del grupo a paso ligero. Eltrant se atusó la barba ¿Cuántos vasos habría destrozado aquella noche? Más de una decena, estaba seguro.
- ¿Qué os parece si…? – Miró a su alrededor, buscando mesas libres. - ¿…Os invito a algo? Por las molestias y todo eso. – dijo. Miró a la joven del fardo desproporcionado y se cruzó de brazos. – Tú también, vamos. – sonrió - Insisto. – dijo dejándose caer en una de las pocas mesas vacías que quedaban.
- Enseguida. – Dijo a Duvén en apenas un susurro.
Níniel era, quizás, de las pocas personas que podían entender lo que le pasaba. Lo único que tenía que hacer era encontrar una forma de decirle lo que le pasaba sin que esta pensase que estuviese loco.
Fuese como fuese, lo que había pedido ya estaba listo así que se acercó a su mesa a paso ligero, haciendo malabares para que aquella bandeja no acabase como las otras tres que había destrozado momentos atrás.
Terminaba aquel pedido y podría sentarse con el Mortal a descansar. ¿Habría acabado con la petición de Duvén? Suspiró levemente y miró hacía la mesa en la que Eltrant estaba sentado.
Esperaba que sí.
- ¡Aquí tienes lo que has pedido! – dijo Lyn dejando un plato de comida frente a la joven elfa. – He tardado un poco más porque el… - Se acercó levemente, como si estuviese compartiendo un secreto muy importante. – El cocinero es horriblemente lento. – dijo - ¡Así que tambien te he traído una botella de…! – Miró la etiqueta y enarcó una ceja. ¿Vino? No parecía vino, aunque era de color rojo. La había probado así que daba igual, sabía que estaba rico. – …algo. – Sentenció al final - Como compensación – Añadió antes de marcharse en dirección a la mesa en la que estaba Eltrant sentado.
Al final le habían hecho caso y, al menos, se habían encargado de tapar firmemente todas las ventanas para que no entrase la luz solar al lugar. No había sido demasiado complicado convencer al dueño del local para que lo hiciese, además de una buena suma de Aeros, el hombre tenía, después de todo, las ventanas la mayor parte del tiempo cerradas por el frío. Lo único que había tenido que hacer era proponer a Lyn como camarera durante el tiempo que estuviesen allí.
El hombre acepto casi de inmediato, en cierto modo le daba algo de pena.
Asimismo, afortunadamente para la vampiresa, aquel lugar contaba con una especie de antesala antes del edificio principal. Dicho recibidor era pequeño, apenas cabían más de dos personas al mismo tiempo en su interior, pero, además de impedir que Lyn se derritiese por culpa de un rayo de sol mientras estaba allí, también se encargaba de impedir que el viento norteño enfriase a los clientes y los espantase.
“¿Me estas escuchando? Menudas pintas de borracho tienes ahí plantado en la puerta sin hacer nada”
Cerró los ojos y, justo cuando se disponía a adentrarse por completo en la posada, notó como algo le empujaba de improviso, como una persona chocaba contra él. Trastabilló un poco y se vio obligado a sujetarse en el marco de la puerta, para encontrarse, justo a su espalda a una joven que, apenas sin levantar la cabeza del suelo, cargaba un enorme fardo.
“¡Buen juego de piernas Tale! La verdad es que …la he visto detrás de ti, pero no te he avisado.”
La muchacha no tardó apenas unos segundos en disculparse, Eltrant ignoró al fantasma y le dedicó una sonrisa a la joven negando con la cabeza.
“Me hubiese reído tanto si te llegas a dar contra el suelo”
- No te preocupes. – Afirmó el castaño ampliando la sonrisa. Enarcó una ceja, no podía verle bien la cara, estaba inclinada hacia adelante. Aquel fardo debía pesar más de lo que parecía. - Llevas… bastante carga – Observó llevándose la mano hasta la cara, atusándose la barba, retrocediendo un poco para esquivar dos lámparas que colgaban de la carga de la joven y que, al menos dos veces, habían pasado peligrosamente cerca de su cara. - ¿Necesitas ayuda? – Preguntó al final, bajando ambas manos hasta la cintura.
Antes de que Eltrant pudiese añadir algo más la mujer le sorteó mientras murmuraba algo en voz baja y, demostrando que su tamaño hacía juego con su fuerza, trató de adentrarse en la taberna. Quedando, al final, atrapada en el marco de la puerta por culpa del voluminoso fardo.
“¡Eh! ¡Esa lámpara se parece a la que tenía en mi habitación! ¡Esta muchacha tiene buen gusto!”
- Necesitas ayuda. – Aseveró Eltrant, dejando escapar una carcajada corta, a la vez que se acercaba a la chica y buscaba la mejor forma de que pasase por la puerta sin dañar ninguno de sus objetos – No te muevas, vamos a ver si… - Quizás fuese la hora del día en la que los norteños decidían comer, o quizás, simplemente, tenían mala suerte, pero apenas segundos después casi una decena de individuos se colocaron tras Eltrant.
Y tan pronto comprendieron que la entrada estaba bloqueada, comenzaron los improperios.
- ¿Queréis tranquilizaros? – Preguntó Eltrant, con el ceño fruncido, girándose como toda respuesta a los distintos empujones que estaba recibiendo. – No va a ir más rápido cuanto más empujéis. – Otro empujón le hizo chocar contra la chica, volvió a mirar a los lugareños. Más voces se sucedían. ¿Es que no eran capaces de comprender de más aquello no facilitaba las cosas? - ¿Qué parte de lo que he dicho no entendeis? – Inquirió, algunas voces se alzaros, otros corearon a dichas voces.
“¡Usa la defensa Hörgart! ¡Patada en sus partes y si no funciona grita!”
Cuando todo parecía que iba a empeorar y que aquella horda de borrachos sedientos por un poco de alcohol iba a embestir a la muchacha como si de un ariete se tratasen un intenso resplandor apareció de la nada y le dejó, momentáneamente, cegado.
Masculló un par de insultos en voz baja con los ojos cerrados y llevó su mano útil hasta el pomo de Recuerdo de forma instintiva, la cual, como siempre, pendía de su cintura.
¿Qué era aquello? ¿Estaba sobre la carga que llevaba la chica?
El resplandor apenas duró varios segundos, pero fue intenso, lo suficiente como para que aun cuando se esté desvaneció apenas segundos después, Eltrant fuese incapaz de ver nada. No obstante, una vez recuperó la capacidad de ver esto facilitó las cosas, la muchedumbre se dispersó.
“¡No veo! ¡Mis ojos, mis preciosos ojos azules! ¡A las mozas le gustaban mis ojos!”
- ¿Níniel? – Reconoció la voz de la sacerdotisa entre los distintos clientes. Estaba allí, junto a una mujer que, por su aspecto, era evidente que era un mujer-bestia.
Lo primero que se preguntó, mientras esperaba a que sus ojos terminasen de habituarse a la iluminación, fue a que se debía la presencia de la elfa en aquel lugar. Pero pertenecía a la Logia, era lógico que estuviese en Dundarak.
¿Había conjurado ella el fogonazo? No escuchó el breve intercambio de palabras que Níniel y la mujer que iba con ella tuvieron frente a él, pero era lo más probable. ¿Desde cuándo no la veía? La última vez que la vio aún pertenecía a la guardia.
En la pirámide. Suspiró.
- Ha pasado tiempo… -
“¿No estabas ayudando a...?”
Negó con la cabeza, casi se había olvidado de la joven.
- ¡Lo siento! Ya casi está. – dijo apoyando las manos en el fardo de la muchacha, palpándolo; Ayudando a Níniel, que también se había propuesto a dejar pasar a la joven – Vale, creo que ya lo tenemos. – Empujando varias partes del gigantesco saco que cargaba logró, junto a la elfa, liberar a la joven. - ¡Listo! – Dijo respirando aliviado.
Hecho esto, los hombres a los que Níniel había cegado comenzaron a adentrarse en la posada a tropel.
En el interior todos, absolutamente todos, habían estado observando cómo se había sucedido la situación desde el otro lado. O eso parecían indicar las caras que Eltrant se encontró cuando liberaron a la joven. Si era sincero consigo mismo, había algunas que parecían haberse estado riendo todo el rato.
Tomó aire y le quitó con cuidado el fardo de encima a la muchacha.
- ¿Estas bie…? -
- ¡Ya era hora, Mortal! – Exclamó Lyn acercándose al grupo que esperaba en la entrada una vez se hubo asegurado de que no entraba luz del exterior. - ¡Llevo trabajando aquí horas mientras tú te ibas a…! – La vampiresa dejó de hablar y miró a todos los presentes encharcando una ceja. Sonrió. - ¿Has hecho amigos? – Eltrant se cruzó de brazos. - ¿Tú? No me lo creo. – Añadió enseguida, Eltrant puso los ojos en blanco.
“¿Tú? ¿Amigo de esa elfa? … Sí, ya, seguro. Bueno… Dile que salte, quiero ver como de ceñido lleva esos ropajes que viste”
- Viejos amigos. – Afirmó asintiendo, al final, con una sonrisa. Se giró hacia la sacerdotisa – La última vez que nos vimos… - Se detuvo unos instantes, pensando en la pirámide que descansaba a las afueras de la ciudad, había oído rumores de que la logia la había investigado más de cerca – Nada. – dijo, encogiéndose de hombros - Me alegro de verte bien, Níniel. Gracias por el… resplandor de antes. – dijo recuperando su buen humor al mismo tiempo que se giraba hacía la mujer que había estado atrapada en la entrada, obligándose a no pensar en la pirámide y en la plaga que asolaba Aerandir.
Todo lo que acababa de suceder con la puerta había sido muy raro, pero gracias a los dioses no había acabado mal, lo mínimo que podía hacer era decirle su nombre a la joven.
– Yo soy Eltrant. – dijo señalándose con el pulgar, sin perder la sonrisa. – Y ella es Lyn – Agregó a los pocos segundos, la vampiresa amplió su sonrisa y saludó con la mano.
Lyn, entonces, tras sacudir la cabeza con fuerza, casi como si se estuviese centrando en algo importante, se giró hacia la mujer-bestia; siempre sin perder el buen humor que la caracterizaba.
- ¿Puedo…? – Ahí estaba, sabía muy bien lo que venía a continuación. - ¿¡Puedo darte un abrazo!? – Tan pronto como extendió los brazos Eltrant la sujetó de un hombro y la alejó un par de pasos de la acompañante de Níniel. Lyn infló los mofletes.
- ¿Qué hemos hablado del espacio personal de los demás? - Preguntó el castaño dejando escapar un suspiro.
- ¡Ya lo sé! ¡Pero es superior a mí! ¡Es superior a todos nosotros! – La vampiresa se llevó una mano dramáticamente hasta la cara, cosa que atrajo algunas miradas. Eltrant la imitó, pero dejó escapar un sonido que parecía más bien un gemido de dolor. Por cosas como aquella les habían echado de posadas en muchas partes - ¡Tanta suavidad contenida en una sola persona, Mortal! – Exclamó, Eltrant suspiró y pasó su mirada de Níniel a la joven y, al final, a la gata. - ¡Yo solo quiero que compartan parte de su suavidad! ¡Que compartan sus dones con el resto de los No-Suaves! – Volvió a extender los brazos, dejando escapar, esta vez, una ligera carcajada.
Algunas de las personas que estaban más cerca aplaudieron.
- Lo… lo siento. Es muy… ¿Efusiva? – Dijo Eltrant llevándose una de las manos hasta la nuca como toda disculpa, agachando levemente la cabeza frente a la felina.
- ¡Buen trabajo lacayo! – Sintió como la vampiresa le daba una palmada en el hombro - ¡Siempre defendiendo el honor de tu ama! Así me gusta. – Eltrant taladró a Lyn con la mirada, lo que hizo que, de ser posible, sonriese aún más.
Estaba disfrutando aquello demasiado.
- ¿Tú no estabas trabajando? – Preguntó al final, Lyn entornó los ojos y se cruzó de brazos.
- Ahora vuelvo. Creo que alguien por… aquí quería una ensalada o algo… – dijo alejándose del grupo a paso ligero. Eltrant se atusó la barba ¿Cuántos vasos habría destrozado aquella noche? Más de una decena, estaba seguro.
- ¿Qué os parece si…? – Miró a su alrededor, buscando mesas libres. - ¿…Os invito a algo? Por las molestias y todo eso. – dijo. Miró a la joven del fardo desproporcionado y se cruzó de brazos. – Tú también, vamos. – sonrió - Insisto. – dijo dejándose caer en una de las pocas mesas vacías que quedaban.
“¿No querías que te contase el último lugar en el que he trabajado? ¿Ahora te vas a ir de copas?”
- Enseguida. – Dijo a Duvén en apenas un susurro.
Níniel era, quizás, de las pocas personas que podían entender lo que le pasaba. Lo único que tenía que hacer era encontrar una forma de decirle lo que le pasaba sin que esta pensase que estuviese loco.
“Bueno... supongo que no me voy a morir de esperar.”
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Llevaba sola todo aquel tiempo. ¿Estaría bien aquella elfa? Parecía deprimida.Fuese como fuese, lo que había pedido ya estaba listo así que se acercó a su mesa a paso ligero, haciendo malabares para que aquella bandeja no acabase como las otras tres que había destrozado momentos atrás.
Terminaba aquel pedido y podría sentarse con el Mortal a descansar. ¿Habría acabado con la petición de Duvén? Suspiró levemente y miró hacía la mesa en la que Eltrant estaba sentado.
Esperaba que sí.
- ¡Aquí tienes lo que has pedido! – dijo Lyn dejando un plato de comida frente a la joven elfa. – He tardado un poco más porque el… - Se acercó levemente, como si estuviese compartiendo un secreto muy importante. – El cocinero es horriblemente lento. – dijo - ¡Así que tambien te he traído una botella de…! – Miró la etiqueta y enarcó una ceja. ¿Vino? No parecía vino, aunque era de color rojo. La había probado así que daba igual, sabía que estaba rico. – …algo. – Sentenció al final - Como compensación – Añadió antes de marcharse en dirección a la mesa en la que estaba Eltrant sentado.
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Re: Entre Fantasmas. [Interpretativo][Libre][4/4]
Centrada en su mesa, donde estaba Nillë de pie, trataba de convencerla para que apoyase su ida al sur, de nuevo. Sabía que no estaba bien, después de todo lo que habían pasado para poder huir de Sandorai. Pero… sentía las irrefrenables ganas de vengarse, de no huir más. De no esconderse. Desde que había tenido que abandonar su casa, había tenido que vagar de un lado al otro de la zona sur del continente, sin saber a dónde ir o qué hacer, habiendo acabado su vida y sin tener idea de qué camino seguir. Quería que todo acabase, pero solo iba a peor, hasta el punto de tener que huir de las cercanías de lo que fue su hogar durante años. Su vida, tal y como la conocía, se había acabado hacía más de un año. Pero era inevitable pensar en regresar. Esta vez, no a intentar redimirse o encontrar en sus ruegos la misericordia de los suyos, sino a clamar venganza por todo lo que había sufrido.
Nillë, por su parte, trataba de convencerla, en su idioma, que esa no era la mejor opción. Y tenía razón, pero algo lleva a Helyare a querer hacerlo. Las ansias de venganza que no había tenido en todo ese tiempo, surgían ahora.
El plato sobre la mesa hizo que su conversación cesase. La elfa giró levemente la cabeza hacia el lado contrario a donde estaba la camarera. No quería mirarla. No podía, mejor dicho. El hada se apartó cuando puso el plato en la mesa y, revoloteando, le dio las gracias en su idioma –chiri.
La joven trabajadora dejó también una botella de ¿vino? No supo bien qué era, pero no iba a beber. No consumía ningún tipo de bebida que pudiera alterar los sentidos. Jamás lo había hecho, no lo iba a hacer ahora. Ni la miró. Incluso se alejó sutilmente cuando la chica se acercó a ella. El hada revoloteó en torno a la botella, observándola. Para ella, la camarera era muy amable. Para Helyare, indiferente.
La muchacha se fue y ambas se quedaron mirando el plato con expresiones totalmente diferentes. Nillë, muerta de hambre, tomó un guisante y empezó a morderlo. La imagen era graciosa, Helyare se hubiera reído de haberle quedado fuerzas. Esa pequeña hada era más pequeña aún cuando se la comparaba con un guisante. Y eso que no era, tan, tan pequeñita. La elfa, en cambio, parecía indiferente ante la comida. Y, aparte de que la dieta del norte no era su favorita, estaba algo apática con respecto a la comida. Por suerte, gracias a las comidas del lugar, había conseguido ganar algo de peso, ya que había perdido mucho después de tener que dejar su hogar. Empezó a mover la comida de un lado para otro. Estaba echando en falta las piedras de la bruja. Realmente, ¿por qué se sentía así? La obsesión que estaba sintiendo por los seres que veía, las ganas de matar a Zatch porque simplemente le daba asco, el clima tan intenso y desfavorable del norte y sus nuevas ganas de bajar al bosque de Sandorai para emprender una venganza contra su familia, a pesar de saber que estaría todo perdido con apenas verles. Todo eso la dejaba en una situación extraña, como si no fuera ella misma quien dirigía su cuerpo. Sin duda, su único momento de desasosiego fue cuando las pequeñas rocas pasaban por su espalda y cuando pudo ver la nieve por primera vez. Todo lo demás empezó a ser una carga para ella, como si los dioses la hubieran usado de diana para sus maldiciones. ¿Tan mal se había portado? Desde que había dejado su tierra, parecía que Imbar, Anar e Isil no estaban a su favor.
El bullicio de la puerta no paraba. En un principio lo había ignorado, no era más que gente intentando entrar, discutiendo, gritando y bebiendo. Ella, con comer y subirse a la habitación, tenía suficiente. Aunque no cumplió ninguna de las dos tareas. Apenas comió. Estaba demasiado centrada en pensar cómo iba a viajar, cuánto tardaría o cómo iba a vengarse. Parecía una tontería, pero las ganas irrefrenables que tenía la hacían querer hacerlo todo ya. Sentía que no podía detenerse. Además, estaba intentando irse rápido para volver a estar sola. La taberna se estaba llenando demasiado y no era bueno para la elfa, no cuando tenía la facilidad de obsesionarse casi con cualquier aspecto agradable que viera. Cuando dio por terminada la comida, sin apenas haber probado tres bocados, se levantó y comenzó a caminar mirando al suelo.
Pero no resultó. Tuvo que levantar la vista para tratar de esquivar a un grupo de personas que estaba entrando a la taberna, y entonces… la vio. Algo en su mente colapsó y se quedó, durante unos minutos, observando a la elfa de blancos cabellos. En estado normal le habría parecido guapa, como todas las elfas, a quienes Imbar les había dotado de belleza innata. Pero, en ese momento, le pareció hermosa, de belleza sinigual. Demasiado bella. Tanto que era dañino. Ese pelo blanquecino, esos ojos celestes… Sintió ganas imparables de ir a acariciar su cabello y quedarse mirando sus ojos por un rato. O a toda ella. Quería acercarse, estar junto a la elfa. Los que la acompañaban pasaron a un segundo y hasta un tercer plano. No paraba de mirar a Níniel como si estuviera embobada. Por su mente pasaban infinidad de cosas que poder decirle y hacer. La más importante: que la dejase acariciar su melena. Extrañaba el pelo largo, que se movía con el aire en las ceremonias. Echaba de menos peinárselo y recogérselo en hermosos peinados. Ese pelo blanco, el de Níniel, era como una visión de los mismos dioses. Parecía ser tan suave…
Y esos ojos tan azules, tan hermosos. Le recordaban a los ojos de varias personas a quienes amaba. Pero a la vez tan únicos…
Toda su cara era bonita. Quería estar a su lado. Dio un pequeño paso al frente, mientras Nillë revoloteaba a su lado para tratar de devolverla a la realidad. Ya le había pasado en alguna ocasión más. Pero… esta vez era diferente. Quería tenerla cerca, a su lado todo el rato, quería pasar las manos por su suave piel… y a la vez destrozársela.
Esa enorme belleza de los elfos era solo comparable a su maldad. A su maldita sociedad. La misma que le había hecho todo eso a Helyare, quien, instintivamente, se llevó una de sus manos al brazo. Bajo la capa de abrigo y otras mangas, las cicatrices “adornaban” su piel. Y Níniel la tenía tan suave…
Estaba claro que era una elfa de buena posición, como ella lo había sido hacía tiempo. Tan hermosa, claro, ella no había recibido ningún daño. Le recordaba a Luinil, su hermana, quien era aprendiz de sacerdotisa de su clan, e incluso a su madre, la sacerdotisa. Ese aura tan divino que parecía ser tocada por los dioses. Isil la acompañaba, seguro. A esos elfos siempre los acompañaban los dioses. Pero no a los que eran como Helyare, a los que tenían que ocultar su identidad, su cuerpo destrozado y toda su vida convertirla en un mero recuerdo. Con esa gente no estaban los dioses, ya no eran sus “hijos”. Sintió rabia ante tanta belleza. Pero era imposible no querer acercarse a ella.
Pese a los intentos del hada, avanzó hacia el grupo, ignorando a los otros y centrándose solo en la elfa. Era alta, un poco más que ella. Se mordió el labio inferior, nerviosa, pues no la conocía. –Aiya –la miraba fijamente –, nányë Helyare ar melin tirië hendutya sílalë –en condiciones normales no habría dicho eso, no habría importunado a la elfa, pero en esa situación, no estaba atenta de si molestaba o no. Sólo quería estar lo más cerca de ella posible –. Ece nin palta findetyá? Merin palta findetya –la miró apretando la mandíbula –. Ar… hendutya… henduvanya… –tragó saliva –man esselya ná?
Como era costumbre en su pueblo, debía extender su mano solicitando el permiso para tocar su cuerpo, si ella posaba su mano sobre la suya, era una invitación a que sí aceptaba que hubiese cualquier tipo de contacto. No acostumbraban, para nada, a invadir el espacio personal de ningún lugareño. Y Helyare había aprendido que no siempre era así en el resto de Aerandir. Había tenido acercamientos con más seres sin necesidad de el ritual de extender su mano para pedirlo. Y… le había gustado. Aunque sí mantenía la costumbre, esta vez no estaba completamente serena, así que, el tiempo que duró su mano extendida fue ínfimo, apenas unos segundos.
Con actitud temblorosa por saltarse esa costumbre, puso su mano en el brazo de la elfa, sin apretar ni nada, una simple caricia. Como si estuviera ida, desesperada y ansiosa, prosiguió –Írimanyel…
Nillë alternaba la vista entre ambas elfas, mirando, sobre todo, a la peliblanca, con cara de circunstancia. Sabía que el comportamiento de su acompañante no era muy normal. Estaba bajo los efectos de algo que no sabían qué era, pero Helyare no era capaz de controlarlo. En estado normal jamás se acercaría a nadie de esas maneras, jamás tocaría a nadie a no ser que fuese estrictamente necesario, por ejemplo, para sanar heridas. Jamás le diría a un desconocido lo que estaba a punto de decirle a esa elfa –Ece nin tyé-mique?
Dio un paso más hacia ella y alzó su mano para acariciar su rostro. Se había quitado los guantes para comer y le pareció lo mejor. Tocar esa piel tan suave, tan tersa… sin cicatrices.
–Írima nát –pasó su mano por entre los mechones blancos de la joven durante un instante, para luego volver a su rostro. Pero, a pesar de que su cabeza estaba pensando en la hermosura de la elfa, otra parte estaba centrada en que tenía que vengarse. ¿Incluso de ella? Sí, también era una elfa, también conocía lo que suponía un fallo para esa sociedad y, seguramente, ella habría desterrado a alguien en algún momento. La rabia invadió su cuerpo y, con la mano libre, sin dejar de mirar fijamente a la joven, clavando sus ojos verdes en los de ella, empezó a desenvainar su daga despacio. No iba a matarla, no podría acabar con semejante mujer. Pero tenía que vengarse, hacerle a ella lo que le habían hecho y, aunque no era con una daga, no tenía otra cosa en ese momento. Su tersa piel ya no sería tan tersa.
Solo iba a enseñarle lo que suponía su estúpida sociedad, de la que ella había formado parte anteriormente.
El hada no se había dado cuenta de lo que estaba haciendo con la daga, estaba más atenta en intentar disculpar a su compañera por el importunio que estaba cometiendo, rodeando a los presentes con sus destellos azules, tratando de explicarse en su idioma, poco comprensible.
Posó la mano en su nuca, con intenciones de que se agachase un poco para llegar a sus labios. Quería tener su rostro cerca, muy cerca… Incluso sentía el impulso de sacarle sus hermosos ojos, pero si no, no los vería como los estaba viendo. Mientras, seguía intentando sacar la daga de su funda, atada a su cinturón de cuero. El resto de personas que con ella estaban eran invisibles, opacados ante semejante presencia casi divina, y a quien tendría que arrancar esa divinidad. No sin antes disfrutarla. Deseaba hacerlo. Necesitaba hacerlo.
Apenas era consciente de lo que estaba haciendo, si lo fuera estaría yéndose al lugar más recóndito de Aerandir para ocultarse de la furia de sus dioses por haber importunado a la elfa, por haber tocado su cuerpo sin su permiso y por haber insistido. Pero... solo pensaba en que necesitaba pegarse más y más a ella.
Nillë, por su parte, trataba de convencerla, en su idioma, que esa no era la mejor opción. Y tenía razón, pero algo lleva a Helyare a querer hacerlo. Las ansias de venganza que no había tenido en todo ese tiempo, surgían ahora.
El plato sobre la mesa hizo que su conversación cesase. La elfa giró levemente la cabeza hacia el lado contrario a donde estaba la camarera. No quería mirarla. No podía, mejor dicho. El hada se apartó cuando puso el plato en la mesa y, revoloteando, le dio las gracias en su idioma –chiri.
La joven trabajadora dejó también una botella de ¿vino? No supo bien qué era, pero no iba a beber. No consumía ningún tipo de bebida que pudiera alterar los sentidos. Jamás lo había hecho, no lo iba a hacer ahora. Ni la miró. Incluso se alejó sutilmente cuando la chica se acercó a ella. El hada revoloteó en torno a la botella, observándola. Para ella, la camarera era muy amable. Para Helyare, indiferente.
La muchacha se fue y ambas se quedaron mirando el plato con expresiones totalmente diferentes. Nillë, muerta de hambre, tomó un guisante y empezó a morderlo. La imagen era graciosa, Helyare se hubiera reído de haberle quedado fuerzas. Esa pequeña hada era más pequeña aún cuando se la comparaba con un guisante. Y eso que no era, tan, tan pequeñita. La elfa, en cambio, parecía indiferente ante la comida. Y, aparte de que la dieta del norte no era su favorita, estaba algo apática con respecto a la comida. Por suerte, gracias a las comidas del lugar, había conseguido ganar algo de peso, ya que había perdido mucho después de tener que dejar su hogar. Empezó a mover la comida de un lado para otro. Estaba echando en falta las piedras de la bruja. Realmente, ¿por qué se sentía así? La obsesión que estaba sintiendo por los seres que veía, las ganas de matar a Zatch porque simplemente le daba asco, el clima tan intenso y desfavorable del norte y sus nuevas ganas de bajar al bosque de Sandorai para emprender una venganza contra su familia, a pesar de saber que estaría todo perdido con apenas verles. Todo eso la dejaba en una situación extraña, como si no fuera ella misma quien dirigía su cuerpo. Sin duda, su único momento de desasosiego fue cuando las pequeñas rocas pasaban por su espalda y cuando pudo ver la nieve por primera vez. Todo lo demás empezó a ser una carga para ella, como si los dioses la hubieran usado de diana para sus maldiciones. ¿Tan mal se había portado? Desde que había dejado su tierra, parecía que Imbar, Anar e Isil no estaban a su favor.
El bullicio de la puerta no paraba. En un principio lo había ignorado, no era más que gente intentando entrar, discutiendo, gritando y bebiendo. Ella, con comer y subirse a la habitación, tenía suficiente. Aunque no cumplió ninguna de las dos tareas. Apenas comió. Estaba demasiado centrada en pensar cómo iba a viajar, cuánto tardaría o cómo iba a vengarse. Parecía una tontería, pero las ganas irrefrenables que tenía la hacían querer hacerlo todo ya. Sentía que no podía detenerse. Además, estaba intentando irse rápido para volver a estar sola. La taberna se estaba llenando demasiado y no era bueno para la elfa, no cuando tenía la facilidad de obsesionarse casi con cualquier aspecto agradable que viera. Cuando dio por terminada la comida, sin apenas haber probado tres bocados, se levantó y comenzó a caminar mirando al suelo.
Pero no resultó. Tuvo que levantar la vista para tratar de esquivar a un grupo de personas que estaba entrando a la taberna, y entonces… la vio. Algo en su mente colapsó y se quedó, durante unos minutos, observando a la elfa de blancos cabellos. En estado normal le habría parecido guapa, como todas las elfas, a quienes Imbar les había dotado de belleza innata. Pero, en ese momento, le pareció hermosa, de belleza sinigual. Demasiado bella. Tanto que era dañino. Ese pelo blanquecino, esos ojos celestes… Sintió ganas imparables de ir a acariciar su cabello y quedarse mirando sus ojos por un rato. O a toda ella. Quería acercarse, estar junto a la elfa. Los que la acompañaban pasaron a un segundo y hasta un tercer plano. No paraba de mirar a Níniel como si estuviera embobada. Por su mente pasaban infinidad de cosas que poder decirle y hacer. La más importante: que la dejase acariciar su melena. Extrañaba el pelo largo, que se movía con el aire en las ceremonias. Echaba de menos peinárselo y recogérselo en hermosos peinados. Ese pelo blanco, el de Níniel, era como una visión de los mismos dioses. Parecía ser tan suave…
Y esos ojos tan azules, tan hermosos. Le recordaban a los ojos de varias personas a quienes amaba. Pero a la vez tan únicos…
Toda su cara era bonita. Quería estar a su lado. Dio un pequeño paso al frente, mientras Nillë revoloteaba a su lado para tratar de devolverla a la realidad. Ya le había pasado en alguna ocasión más. Pero… esta vez era diferente. Quería tenerla cerca, a su lado todo el rato, quería pasar las manos por su suave piel… y a la vez destrozársela.
Esa enorme belleza de los elfos era solo comparable a su maldad. A su maldita sociedad. La misma que le había hecho todo eso a Helyare, quien, instintivamente, se llevó una de sus manos al brazo. Bajo la capa de abrigo y otras mangas, las cicatrices “adornaban” su piel. Y Níniel la tenía tan suave…
Estaba claro que era una elfa de buena posición, como ella lo había sido hacía tiempo. Tan hermosa, claro, ella no había recibido ningún daño. Le recordaba a Luinil, su hermana, quien era aprendiz de sacerdotisa de su clan, e incluso a su madre, la sacerdotisa. Ese aura tan divino que parecía ser tocada por los dioses. Isil la acompañaba, seguro. A esos elfos siempre los acompañaban los dioses. Pero no a los que eran como Helyare, a los que tenían que ocultar su identidad, su cuerpo destrozado y toda su vida convertirla en un mero recuerdo. Con esa gente no estaban los dioses, ya no eran sus “hijos”. Sintió rabia ante tanta belleza. Pero era imposible no querer acercarse a ella.
Pese a los intentos del hada, avanzó hacia el grupo, ignorando a los otros y centrándose solo en la elfa. Era alta, un poco más que ella. Se mordió el labio inferior, nerviosa, pues no la conocía. –Aiya –la miraba fijamente –, nányë Helyare ar melin tirië hendutya sílalë –en condiciones normales no habría dicho eso, no habría importunado a la elfa, pero en esa situación, no estaba atenta de si molestaba o no. Sólo quería estar lo más cerca de ella posible –. Ece nin palta findetyá? Merin palta findetya –la miró apretando la mandíbula –. Ar… hendutya… henduvanya… –tragó saliva –man esselya ná?
Como era costumbre en su pueblo, debía extender su mano solicitando el permiso para tocar su cuerpo, si ella posaba su mano sobre la suya, era una invitación a que sí aceptaba que hubiese cualquier tipo de contacto. No acostumbraban, para nada, a invadir el espacio personal de ningún lugareño. Y Helyare había aprendido que no siempre era así en el resto de Aerandir. Había tenido acercamientos con más seres sin necesidad de el ritual de extender su mano para pedirlo. Y… le había gustado. Aunque sí mantenía la costumbre, esta vez no estaba completamente serena, así que, el tiempo que duró su mano extendida fue ínfimo, apenas unos segundos.
Con actitud temblorosa por saltarse esa costumbre, puso su mano en el brazo de la elfa, sin apretar ni nada, una simple caricia. Como si estuviera ida, desesperada y ansiosa, prosiguió –Írimanyel…
Nillë alternaba la vista entre ambas elfas, mirando, sobre todo, a la peliblanca, con cara de circunstancia. Sabía que el comportamiento de su acompañante no era muy normal. Estaba bajo los efectos de algo que no sabían qué era, pero Helyare no era capaz de controlarlo. En estado normal jamás se acercaría a nadie de esas maneras, jamás tocaría a nadie a no ser que fuese estrictamente necesario, por ejemplo, para sanar heridas. Jamás le diría a un desconocido lo que estaba a punto de decirle a esa elfa –Ece nin tyé-mique?
Dio un paso más hacia ella y alzó su mano para acariciar su rostro. Se había quitado los guantes para comer y le pareció lo mejor. Tocar esa piel tan suave, tan tersa… sin cicatrices.
–Írima nát –pasó su mano por entre los mechones blancos de la joven durante un instante, para luego volver a su rostro. Pero, a pesar de que su cabeza estaba pensando en la hermosura de la elfa, otra parte estaba centrada en que tenía que vengarse. ¿Incluso de ella? Sí, también era una elfa, también conocía lo que suponía un fallo para esa sociedad y, seguramente, ella habría desterrado a alguien en algún momento. La rabia invadió su cuerpo y, con la mano libre, sin dejar de mirar fijamente a la joven, clavando sus ojos verdes en los de ella, empezó a desenvainar su daga despacio. No iba a matarla, no podría acabar con semejante mujer. Pero tenía que vengarse, hacerle a ella lo que le habían hecho y, aunque no era con una daga, no tenía otra cosa en ese momento. Su tersa piel ya no sería tan tersa.
Solo iba a enseñarle lo que suponía su estúpida sociedad, de la que ella había formado parte anteriormente.
El hada no se había dado cuenta de lo que estaba haciendo con la daga, estaba más atenta en intentar disculpar a su compañera por el importunio que estaba cometiendo, rodeando a los presentes con sus destellos azules, tratando de explicarse en su idioma, poco comprensible.
Posó la mano en su nuca, con intenciones de que se agachase un poco para llegar a sus labios. Quería tener su rostro cerca, muy cerca… Incluso sentía el impulso de sacarle sus hermosos ojos, pero si no, no los vería como los estaba viendo. Mientras, seguía intentando sacar la daga de su funda, atada a su cinturón de cuero. El resto de personas que con ella estaban eran invisibles, opacados ante semejante presencia casi divina, y a quien tendría que arrancar esa divinidad. No sin antes disfrutarla. Deseaba hacerlo. Necesitaba hacerlo.
Apenas era consciente de lo que estaba haciendo, si lo fuera estaría yéndose al lugar más recóndito de Aerandir para ocultarse de la furia de sus dioses por haber importunado a la elfa, por haber tocado su cuerpo sin su permiso y por haber insistido. Pero... solo pensaba en que necesitaba pegarse más y más a ella.
- Off:
Esto del tema es por la maldición de Sigel, la de la obsesión. No me matéis :c
- Traducciones:
Aiya, nányë Helyare ar melin tirië hendutya sílalë - Hola, me llamo Helyare y amo ver tus ojos brillantes.
Ece nin palta findetyá? Merin palta findetya - ¿Puedo acariciar tu pelo? Quiero acariciarte el pelo.
Ar… hendutya… henduvanya… - Y... tus ojos... tan hermosos...
Írimanyel… - Tú eres hermosa...
Ece nin tyé-mique? - ¿Puedo besarte?
Írima nát - Te deseo (eres deseable)
Helyare
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Re: Entre Fantasmas. [Interpretativo][Libre][4/4]
Hasta el día de hoy, desconozco de donde saqué la fuerza necesaria para mover ese fardo de telas y utensilios hasta la posada. Era como si mi enojo y orgullo interior se hubieran mezclado en una fraternidad inequívoca después de años de conflictos y peleas sin sentido. Es como si se entendieran en una razón poderosa, una de las pocas veces en donde la humanidad, los dragones, los magos y el resto de las razas con capacidad de pensar podían estar de acuerdo:
¡Los mercaderes pueden volver a al agujero de ratas asquerosos de donde venían!
Por su culpa ahora estaba cargando esto, mientras la posada parecía querer jugarme una broma, siguiendome el paso y alargando mi camino hacia mi habitación, chocando con las personas que querían entrar, y…
Fue entonces, en esa rabieta, en donde recordé que los objetos inanimados no se movían por sí mismos. Fue entonces cuando debía decidir en qué pensar: si la posada se encontraba embrujada, logrando que accesara a [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]… o que me había atascado con algo.
Fue una voz alrededor, preguntando por si necesitaba ayuda, que me hizo intentar levantar la cabeza, pero me fue casi imposible inclinar mi cuerpo hacia arriba. Giré mi cabeza, para ver detrás de mis pies, y vi que todavía estaba en el marco de la puerta. Y girando de nuevo la cabeza, también encontré los mismos pies con los que había chocado anteriormente.
- …
Fue en ese entonces en donde descubrí que la había arruinado a base de bien.
- Si… si me ayudas a que la tierra me trague... te estaré agradecida...
Menos mal que no nací con el pelo verde. Por lo roja que tenía mi cara, digo.
Por el momento, decidí no moverme y dejar que la persona me ayudara a ver cómo salir del embrollo con mis cosas intactas, ya que con la dignidad era imposible. Pero no tardó poco para que comenzara a escuchar voces detrás mío, voces que lentamente comenzaban del enojo a algunos insultos, en mi opinión, innecesarios.
- Oigan, que trato de… ¡Dejen de empujar, joder! ¡Dejenme retroceder para dejarlos pasar!
Podía sentir cómo las cosas que llevaba conmigo hacían presión en mi espalda, y si no fuera por las correas y los tirantes, me hubiera caído hacia adelante producto de la fuerza que aplicaban. Y no solo las cosas chocaban conmigo, sino que la persona que me intentó ayudar hace poco también chocó conmigo.
Y si están pensando lo que creo que están pensando… ¡No! Y dejen de leer esas novelas, por favor.
- Disculpe por el lenguaje - le susurré al joven, para luego continuar a mi ritmo - ¡Hey! ¡Que dejen de manosearme por allá atrás! ¿Acaso así les enseñaron sus madres a tratar a una dama? - Debo reconocer, haciendo cuenta hacia el pasado, que no estaba ayudando a mejorar la situación, pero el que me truncaran cada intento por hacerme hacia atrás hizo que mis casillas se salieran de su lugar - ¡Si no se dejan, iré personalmente a patearles el trasero a cada uno de...!
Cuando pude alzar mi cabeza para mirar hacia atrás, me quedé muda al ver que intentarían embestirme con todas sus fuerzas, como si fuera un muro al que fuera embestir un ariete de guerra. Aquello estaba destinado a salir horriblemente mal, con todas mis pertenencias dispersadas para todos lados, y probablemente alguna que otra cosa golpeando la cabeza de alguien y dejándolo inconsciente. Y qué decir de nosotros, probablemente estampados contra alguna pared, escalera o mesa.
- … debería dejar de ser tan bocona - fue lo único que alcancé a susurrar antes de que mi primera reacción fuera tomar una que otra lámpara a mi alcance, apretarla contra mi cuerpo y hacer la máxima fuerza que mi cuerpo permitía, apoyando todo mi ser hacia afuera. Si esto se iba a ir al carajo, al menos debía intentar que nadie saliera lastimado por mi culpa.
Quizás fue la fortuna de los dioses dragones que, en ese entonces, aparecieron más viajeros que ayudaron a solucionar la situación.
No conozco cómo fue la situación, pues tenía mis ojos cerrados haciendo fuerza para intentar minimizar el inminente desastre que se avecinaba, pero nada ocurrió. Me quedé esperando un momento, por si habían decidido demorar su ataque por algunos segundos, pero nada. Solo el sonido de unas pisadas de dispersión de delante de mí hicieron que abriera los ojos. Algunos de ellos estaban detrás de mí, creo, y ahora estaban como si nada delante mío.
No podía ocultar mi rostro de no entendimiento, y las cosas se me pusieron más confusas cuando sentí que la parte de atrás cedía en el estancamiento, haciendo que diera dos pasos apresurados hacia atrás, debido al empuje que hubo a mis espaldas. Casi por instinto, seguí la indicación de una de las mujeres que estaban detrás de mí, aunque no pude reaccionar a una parte específica que dijo
- E-espere, ¿mi derecha o su derecha?
No pude evitar darme cuenta, justo después de la pregunta, que quizás la derecha de ambas era la misma.
No podía dejar de ser boba cada segundo que pasaba, ¿eh?
El joven que me ayudó inicialmente removió las cosas que tenía en la espalda para dejarlas a un lado, donde no podía estorbar. Hice un pequeño espacio, y caí detrás del ahora acostado fardo, y me quedé escuchando la conversación, aunque con una mirada algo muerta. Osea, después de cada suceso sucedido hace pocos minutos, y por boberías mías, el sentimiento de que la tierra podría tragarme en estos momentos era una solución muy fácil para dejar de sentirme como una boba.
Lo cierto es que no lo noté inmediatamente, pero mis piernas comenzaron a resentir el haber cargado con tanto.
Mirando al grupo, ahora que podía fijarme bien en todos, me di cuenta que era muy nutrido en variedad. Por un lado, una chica cuya apariencia parecía a la de un felino, quizás adorable para aglunos, que era acompañada por una hermosa chica de cabellos blancos. El muchacho buenmozo parecía alguien de respetar, y que también respetaba, parecía ser humano, y la chica tan animada de antes parecía complementarlo en caracter. Tanto el humano como la elfa tenían un aparente pasado en donde cruzaron caminos, aunque parecía que tenían una relación ligeramente más compleja que solo “viejos amigos”.
- No te disculpes - le comenté desde donde estaba, cuando se disculpó por la "efusividad" de su acompañante -, tengo una amiga que es… muy parecida cuando me ve en mi forma dragón - y aunque fuera difícil de creer, era también por lo de la “suavidad”.
Era curioso. Por un momento, y por su conversación, el chico parecía ser el que tenía los pies en la tierra, mientras que la chica podía irse flotando si es que no tuviera un cable a tierra como él.
No pude evitar preguntarme si había algo ahí que fuera más allá de lo vidente…
¡Ay, no! Tengo que dejar de leer esas novelas que me pasa Leveru.
- ¿Ah? - su invitación me produjo algo de vergüenza, por lo que instintivamente negué con la cabeza - No, no, no… osea, no quiero parecer malagradecida, es que todo este drama ocurrió por mi terquedad - más bien, mi enojo y mi orgullo, pero ahondar en esos detalles era redundante e innecesario - Era demasiado para traerlo por mi sola, aunque si los mercaderes no fueran unos estafadores… - eso último lo susurré, mientras desviaba la mirada, algo enojada todavía - … bueno, eso no es excusa, debí ser más precavida para evitar todo esto, y debería ser yo la que debería invitar las disculpas en estos momentos…
… pero a decir verdad, no tenía aeros como para invitarlos.
Y la panza rugió…
… y me quería morir…
… y Maggie rió.
- … no ayuda a mi caso ese rugido, ¿verdad?
Suspiré, y decidí aceptar su invitación. Pero prometí internamente pagarle con algo. No sé, con algún chiste, o indicaciones, o ser la guía turística, o algo.
Pero antes que pudiera levantarme, casi de improviso y sin notarlo, una persona más, ajena al grupo que originalmente estaba en la puerta, se acercó hacia nosotros. Más bien, se acercó casi inmediatamente hacia la chica de cabellos blancos. Aquella era distinta, también hermosa, pero a su manera. Desplegaba algunos cabellos cobrizos que escapaban rebeldes, y fue entonces en donde me di cuenta de dos cosas: la primera, que la chica de cabellos blancos quizás era elfa, debido a que el lenguaje con el que comenzó a hablar la recién llegada era inentendible para mi, y algunos elfos que conocí antes hablaban de la misma forma, y que…
Pues, lo segundo…
¿Acaso los elfos eran así de cercanos? No estaba acostumbrada a su cultura ni sus comportamientos, pero estar así de cercanas… era como si estuviera embobada por su belleza. Y digamos, si, era tremendamente bella, pero algo parecido no lo había visto antes, y eso que mis dos mejores amigas eran mujeres. Aquello solo lo había visto en…
Esperen. Esto se parece a una novela que me prestó Leveru una vez. La escena es casi idéntica cuando…
¡Ay no! Es como esa escena en donde Elena, la hija de un burgués, escapa junto con Alicia, la hija de un posadero, y ambas están respirando hondo debido a todo el viaje que corrieron con sus pies hasta que se cansaron, y el tropiezo de una de las chicas hizo que se cayera encima de la otra, pegando sus cuerpos cerca, muy cerca, pudiendo ambas sentir la respiración de la otra, y entonces la mano de una de ellas se acerca a la cara de…
¡Y está haciendo lo mismo! ¡Le va a tocar la cara!
No, necesito taparme los ojos. Ya sé donde va todo esto, y no… digo, no… osea, una mujer con otra mujer… osea, no tengo nada contra ello, pero…
Por favor, que alguien heterosexualice la posada
¡Los mercaderes pueden volver a al agujero de ratas asquerosos de donde venían!
Por su culpa ahora estaba cargando esto, mientras la posada parecía querer jugarme una broma, siguiendome el paso y alargando mi camino hacia mi habitación, chocando con las personas que querían entrar, y…
Fue entonces, en esa rabieta, en donde recordé que los objetos inanimados no se movían por sí mismos. Fue entonces cuando debía decidir en qué pensar: si la posada se encontraba embrujada, logrando que accesara a [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]… o que me había atascado con algo.
Fue una voz alrededor, preguntando por si necesitaba ayuda, que me hizo intentar levantar la cabeza, pero me fue casi imposible inclinar mi cuerpo hacia arriba. Giré mi cabeza, para ver detrás de mis pies, y vi que todavía estaba en el marco de la puerta. Y girando de nuevo la cabeza, también encontré los mismos pies con los que había chocado anteriormente.
- …
Fue en ese entonces en donde descubrí que la había arruinado a base de bien.
- Si… si me ayudas a que la tierra me trague... te estaré agradecida...
Menos mal que no nací con el pelo verde. Por lo roja que tenía mi cara, digo.
Por el momento, decidí no moverme y dejar que la persona me ayudara a ver cómo salir del embrollo con mis cosas intactas, ya que con la dignidad era imposible. Pero no tardó poco para que comenzara a escuchar voces detrás mío, voces que lentamente comenzaban del enojo a algunos insultos, en mi opinión, innecesarios.
- Oigan, que trato de… ¡Dejen de empujar, joder! ¡Dejenme retroceder para dejarlos pasar!
Podía sentir cómo las cosas que llevaba conmigo hacían presión en mi espalda, y si no fuera por las correas y los tirantes, me hubiera caído hacia adelante producto de la fuerza que aplicaban. Y no solo las cosas chocaban conmigo, sino que la persona que me intentó ayudar hace poco también chocó conmigo.
Y si están pensando lo que creo que están pensando… ¡No! Y dejen de leer esas novelas, por favor.
- Disculpe por el lenguaje - le susurré al joven, para luego continuar a mi ritmo - ¡Hey! ¡Que dejen de manosearme por allá atrás! ¿Acaso así les enseñaron sus madres a tratar a una dama? - Debo reconocer, haciendo cuenta hacia el pasado, que no estaba ayudando a mejorar la situación, pero el que me truncaran cada intento por hacerme hacia atrás hizo que mis casillas se salieran de su lugar - ¡Si no se dejan, iré personalmente a patearles el trasero a cada uno de...!
Cuando pude alzar mi cabeza para mirar hacia atrás, me quedé muda al ver que intentarían embestirme con todas sus fuerzas, como si fuera un muro al que fuera embestir un ariete de guerra. Aquello estaba destinado a salir horriblemente mal, con todas mis pertenencias dispersadas para todos lados, y probablemente alguna que otra cosa golpeando la cabeza de alguien y dejándolo inconsciente. Y qué decir de nosotros, probablemente estampados contra alguna pared, escalera o mesa.
- … debería dejar de ser tan bocona - fue lo único que alcancé a susurrar antes de que mi primera reacción fuera tomar una que otra lámpara a mi alcance, apretarla contra mi cuerpo y hacer la máxima fuerza que mi cuerpo permitía, apoyando todo mi ser hacia afuera. Si esto se iba a ir al carajo, al menos debía intentar que nadie saliera lastimado por mi culpa.
Quizás fue la fortuna de los dioses dragones que, en ese entonces, aparecieron más viajeros que ayudaron a solucionar la situación.
No conozco cómo fue la situación, pues tenía mis ojos cerrados haciendo fuerza para intentar minimizar el inminente desastre que se avecinaba, pero nada ocurrió. Me quedé esperando un momento, por si habían decidido demorar su ataque por algunos segundos, pero nada. Solo el sonido de unas pisadas de dispersión de delante de mí hicieron que abriera los ojos. Algunos de ellos estaban detrás de mí, creo, y ahora estaban como si nada delante mío.
No podía ocultar mi rostro de no entendimiento, y las cosas se me pusieron más confusas cuando sentí que la parte de atrás cedía en el estancamiento, haciendo que diera dos pasos apresurados hacia atrás, debido al empuje que hubo a mis espaldas. Casi por instinto, seguí la indicación de una de las mujeres que estaban detrás de mí, aunque no pude reaccionar a una parte específica que dijo
- E-espere, ¿mi derecha o su derecha?
No pude evitar darme cuenta, justo después de la pregunta, que quizás la derecha de ambas era la misma.
No podía dejar de ser boba cada segundo que pasaba, ¿eh?
El joven que me ayudó inicialmente removió las cosas que tenía en la espalda para dejarlas a un lado, donde no podía estorbar. Hice un pequeño espacio, y caí detrás del ahora acostado fardo, y me quedé escuchando la conversación, aunque con una mirada algo muerta. Osea, después de cada suceso sucedido hace pocos minutos, y por boberías mías, el sentimiento de que la tierra podría tragarme en estos momentos era una solución muy fácil para dejar de sentirme como una boba.
Lo cierto es que no lo noté inmediatamente, pero mis piernas comenzaron a resentir el haber cargado con tanto.
Mirando al grupo, ahora que podía fijarme bien en todos, me di cuenta que era muy nutrido en variedad. Por un lado, una chica cuya apariencia parecía a la de un felino, quizás adorable para aglunos, que era acompañada por una hermosa chica de cabellos blancos. El muchacho buenmozo parecía alguien de respetar, y que también respetaba, parecía ser humano, y la chica tan animada de antes parecía complementarlo en caracter. Tanto el humano como la elfa tenían un aparente pasado en donde cruzaron caminos, aunque parecía que tenían una relación ligeramente más compleja que solo “viejos amigos”.
- No te disculpes - le comenté desde donde estaba, cuando se disculpó por la "efusividad" de su acompañante -, tengo una amiga que es… muy parecida cuando me ve en mi forma dragón - y aunque fuera difícil de creer, era también por lo de la “suavidad”.
Era curioso. Por un momento, y por su conversación, el chico parecía ser el que tenía los pies en la tierra, mientras que la chica podía irse flotando si es que no tuviera un cable a tierra como él.
No pude evitar preguntarme si había algo ahí que fuera más allá de lo vidente…
¡Ay, no! Tengo que dejar de leer esas novelas que me pasa Leveru.
- ¿Ah? - su invitación me produjo algo de vergüenza, por lo que instintivamente negué con la cabeza - No, no, no… osea, no quiero parecer malagradecida, es que todo este drama ocurrió por mi terquedad - más bien, mi enojo y mi orgullo, pero ahondar en esos detalles era redundante e innecesario - Era demasiado para traerlo por mi sola, aunque si los mercaderes no fueran unos estafadores… - eso último lo susurré, mientras desviaba la mirada, algo enojada todavía - … bueno, eso no es excusa, debí ser más precavida para evitar todo esto, y debería ser yo la que debería invitar las disculpas en estos momentos…
… pero a decir verdad, no tenía aeros como para invitarlos.
Y la panza rugió…
… y me quería morir…
… y Maggie rió.
- … no ayuda a mi caso ese rugido, ¿verdad?
Suspiré, y decidí aceptar su invitación. Pero prometí internamente pagarle con algo. No sé, con algún chiste, o indicaciones, o ser la guía turística, o algo.
Pero antes que pudiera levantarme, casi de improviso y sin notarlo, una persona más, ajena al grupo que originalmente estaba en la puerta, se acercó hacia nosotros. Más bien, se acercó casi inmediatamente hacia la chica de cabellos blancos. Aquella era distinta, también hermosa, pero a su manera. Desplegaba algunos cabellos cobrizos que escapaban rebeldes, y fue entonces en donde me di cuenta de dos cosas: la primera, que la chica de cabellos blancos quizás era elfa, debido a que el lenguaje con el que comenzó a hablar la recién llegada era inentendible para mi, y algunos elfos que conocí antes hablaban de la misma forma, y que…
Pues, lo segundo…
¿Acaso los elfos eran así de cercanos? No estaba acostumbrada a su cultura ni sus comportamientos, pero estar así de cercanas… era como si estuviera embobada por su belleza. Y digamos, si, era tremendamente bella, pero algo parecido no lo había visto antes, y eso que mis dos mejores amigas eran mujeres. Aquello solo lo había visto en…
Esperen. Esto se parece a una novela que me prestó Leveru una vez. La escena es casi idéntica cuando…
¡Ay no! Es como esa escena en donde Elena, la hija de un burgués, escapa junto con Alicia, la hija de un posadero, y ambas están respirando hondo debido a todo el viaje que corrieron con sus pies hasta que se cansaron, y el tropiezo de una de las chicas hizo que se cayera encima de la otra, pegando sus cuerpos cerca, muy cerca, pudiendo ambas sentir la respiración de la otra, y entonces la mano de una de ellas se acerca a la cara de…
¡Y está haciendo lo mismo! ¡Le va a tocar la cara!
No, necesito taparme los ojos. Ya sé donde va todo esto, y no… digo, no… osea, una mujer con otra mujer… osea, no tengo nada contra ello, pero…
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Re: Entre Fantasmas. [Interpretativo][Libre][4/4]
Mientras ayudaba a la joven propietaria del talego de proporciones inadecuadas a salir de su apuro, a Níniel le pareció haber escuchado a alguien cercano pronunciar su nombre, algo que hizo que cesara por unos instantes en su empeño y levantara la vista con curiosidad. ¿Podía haber algún conocido suyo en aquel lugar, o simplemente se lo había imaginado? No es que aquella posada fuese precisamente el lugar más silencioso del mundo como para poder estar segura de que lo que había escuchado no fuese a algún borrachín pidiendo la enésima jarra de "hidromiel". En un primer momento la elfa no vio a nadie, lo cual a punto estuvo de hacer que diera por supuesta su equivocación, pero tras estirar un poco más el cuello, logrando asomar la cabeza por encima de una de las lámparas con la que aquella mujer cargaba, pudo ver, para su sorpresa, que se trataba de Eltrant Tale, el guardia humano con tendencias al cambio de género.
-Eltrant, que agradable, y extraña, coincidencia.- Expresó la peliblanca queriendo mencionar las circunstancias que rodeaban su reencuentro. -Ciertamente, desde que salimos de aquella maldita cosa.- Añadió entonces, recordando todo lo sucedido en el reino de las aves, todos los problemas que tuvieron para entrar en aquella pirámide y como desde entonces las cosas no habían hecho más que empeorar. De hecho casi parecía un milagro que ambos estuvieran vivos con todo lo que había pasado desde entonces; La plaga, la pérdida de Lunargenta...¿Seguiría existiendo la guardia? ¿Guardias en el exilio? Bueno, ya tendría ocasión de preguntárselo, así como las más recientes noticias del sur, si es que las conocía.
En cualquier caso, ya sin gente estorbando y entre todos, finalmente lograron liberar a aquella joven vendedora, o eso parecía por el tipo y cantidad de mercancía que había llevado a sus espaldas y de la que por fin se había librado. Realmente se las había arreglado para quedar bien atascada. Níniel había desenredado tirones y nudos en el pelo de Catherine menos complicados de deshacer que aquel entuerto.
-Buff, por un momento pensé que estábamos más cerca de ser enterradas vivas por todas esas cosas que de lograrlo.- Respiró aliviada y claramente bromeando la felina, mirando entonces a Eltrant con cierta desconfianza. ¿Quizá le sonaba su cara de sus tiempos como ladrona por las calles de la mayor de las ciudades de los hombres? En realidad ella desconfiaba de todo el mundo, y en especial de los hombres. -¿Conoces a este tipo?- Fue cuanto dijo. Más antes de que la elfa pudiera responder a su amiga, una joven pizpireta hizo acto de presencia, y su modo de irrumpir allí la convirtió en el centro de todas las miradas.
-No fue nada...A veces hay que ser un poco dura o nadie te hace ni caso...-Respondió Níniel un tanto confundida aún por la intervención de la muchacha. ¿Esa joven de aspecto alegre y encantador no acababa de llamarlo mortal? Bueno quizá no fuese un tema en el que insistir, porque sí había usado esas palabras haciendo referencia a que ella era inmortal...Normalmente los vampiros no eran muy populares, y en el norte aún menos. Mejor no poner a Eltrant en algún posible compromiso.
-Yo soy Catherine, y ella es mi hermana Níniel.-Presentó la pelirroja imitando al humano. -Y por si no te has dado cuenta, estoy helada. Quiero ir junto al fuego, y quiero ir ya.- Fueron sus palabras. Mirando acto seguido a Lyn y retrocediendo un paso ante su intento por abrazarla. Por poco no había soltado un bufido. -Mi suavidad no es para ti, métete las manos en los bolsillos, so loca.- Espetó después de que volviera a intentar abrazarla y elevara el espectáculo que estaba montando hasta nuevas cuotas.
-Sí...Ya lo veo, muy...enérgica. Presiento que debe de haber toda una historia detrás de...vosotros dos.- Trató de manejar con tacto la joven, pero haciendo clara referencia a que no paraba de decir lo de mortal y lacayo...O vampira o mal de la cabeza, o ambas cosas. Al final iba a conseguir que clavaran su cabeza en una estaca. Prácticamente en todo el norte se estaba preparando una guerra, y los vampiros eran el enemigo.
-Bien, invítanos y os perdonaré. Pero cenar y nada más, no intentes ligar con nosotras. No se me olvida que de no haber sido por ese humano que quería llevarse a Níniel a solas al bosque...- Aún seguía de mal humor por aquello, era adorable. -Tú no digas que no, esto...¿Cómo dices qué te llamas? El humano invita, y por cómo te rugen las tripas tienes tanta hambre como yo. Pidamos un plato especial lleno hasta arriba de esos famosos "filetes invernales"- Instó a la joven comerciante, que también había sido invitada. Eltrant siempre había sido una persona muy amable. Quizá si supiera todo lo que era capaz de comer la felina a pesar de su tamaño se hubiese limitado a invitar a bebidas.
-No creo que sea necesario que nos invites, pero acepto agradecida.- Fueron las palabras de aceptación de la joven, dirigiéndose tras Eltrant a una de las pocas mesas libres y dejando a buen recaudo su nuevo bastón, obsequio del gran inquisidor, y su capa. Acomodando su larga melena blanca antes de sentarse al lado de Catherine, que no paraba de mirar a otras mesas, con la boca hecha agua al ver como otros comensales comían a dos carrillos aquellos filetes de jugosa carne. El lugar de la felina era el más cercano a la chimenea de aquella mesa.
-Perdón, ¿has dicho algo Eltrant? No te he oído.- Inquirió la joven aún de pié ante el susurro del humano, el que no había logrado captar. -Ha dicho "enseguida"- Intervino Cath, demostrando estar atenta a pesar de lo que aparentaba. Su oído era muy fino, a veces incluso parecía que podía llegar a "ver" con él. -¿Enseguida?- enarcó una ceja sin entender a qué se refería. Aunque la pregunta quedaría en el aire cuando una voz cercana la interpeló en su lengua natal, una lengua que hacía tiempo no escuchaba y que se le antojó dulce como la miel en comparación con el tosco idioma común que usaba constantemente desde que saliera por primera vez de Sandorai. Tanto le gustó a la sacerdotisa escuchar aquellas palabras, que al girarse lo hizo esbozando una amplia y encantadora sonrisa. Ignorando que quizá su interlocutora estaba siendo muy "cariñosa" a pesar de no conocerse.
Era una elfa, eso estaba claro. Su cabello cobrizo bajo la capucha era corto y estaba mal cortado y cuidado, a diferencia del propio, largo, suave y cuidado con esmero. Sus facciones eran hermosas y delicadas, pero se veían marcadas por profundas señales de falta de sueño, y sus ojos, verde esmeralda, no brillaban como era habitual en los hijos del bosque. Estaban apagados y tristes. Bajo la capa vestía una túnica cómoda que insinuaba su figura, una que cualquier hombre de aquella posada desearía, y puede que algunas mujeres. Una bendición y a la vez una maldición según el entorno para las hijas e hijos de Sandorai. Era en su conjunto adorable, como una preciosa muñeca mal cuidada a la que Níniel quisiera arreglar; Cortar su pelo, ayudarla a descansar, limpiar su cuerpo deslizando una suave esponja por su piel mientras disfrutaban de un agradable baño en las aguas termales cercanas a su aldea natal...
Sin saber muy bien por qué, quizá a causa de esa ternura, Níniel se sorprendió a sí misma no resistiéndose a su petición. Y aunque no le dio permiso tal y como indicaban las costumbres de su pueblo, no trató de apartarla ni apartarse, dejando que acariciara su brazo y sintiendo una agradable sensación ante su contacto, por mucho que supiera que aquello estaba mal, por más de una razón. -Hantalë, meldonya. Alassia an omentielve.- Agradeció correspondiendo al gesto con timidez. Aquella elfa era muy amable y dulce, realmente bonita. Tanto que la peliblanca ni siquiera pudo reaccionar cuando la recién llegada elevó las apuestas y se propuso besarla, acariciando su rostro, su pelo...¿Por qué se sentía tan bien?
-No puedes...yo...- Trató de balbucear más nerviosa y ya en la lengua común. En cierto modo su subconsciente había cambiado a aquel idioma porque quería ayuda, quería que Catherine o Eltrant, incluso la mujer del fardo gigante hicieran algo, lo que fuera. Incluso sin ser consciente del peligro real que corría sabía que aquello no podía seguir...por mucho que su contacto se le antojase deseable y que una parte de sí misma le dijese que no pasaba nada por un beso. Que sería como aquella vez, un par de veranos atrás, con su prima en las termas...Pero aquello solo había sido...No no estaba bien, por muy bonita que aquella elfa fuera. -No...-Volvió a decir la joven, esta vez más en voz más alta, sintiendo su mano en la nuca. Pero su cuerpo se negaba a actuar de manera decisiva contra aquello.
Y en ese momento, Catherine, que había contemplado la escena boquiabierta sin saber qué diantres estaba pasando, qué coño quería esa mosca cojonera que no paraba de revolotear por allí, ni quién era aquella otra chica y de qué conocía a Níniel, se puso en pié y desplegó las peligrosas garras de su mano derecha, subiendo una de sus piernas al banco de madera acoplado a aquella mesa de taberna y preparada para subirse encima de la misma y abalanzarse sobre aquella chica que ahora sabía estaba haciendo algo que su hermana no quería. No necesitaba más para lanzarse a proteger a Níniel. -Te ha dicho que no, suéltala, ahora.- Dijo mientras tensaba todos los músculos de su cuerpo, preparada para actuar ante una negativa. -Solo yo puedo tocar así a Níniel, y en cualquier caso, ese novio brujo suyo.- Sentenció tajantemente.
-Eltrant, que agradable, y extraña, coincidencia.- Expresó la peliblanca queriendo mencionar las circunstancias que rodeaban su reencuentro. -Ciertamente, desde que salimos de aquella maldita cosa.- Añadió entonces, recordando todo lo sucedido en el reino de las aves, todos los problemas que tuvieron para entrar en aquella pirámide y como desde entonces las cosas no habían hecho más que empeorar. De hecho casi parecía un milagro que ambos estuvieran vivos con todo lo que había pasado desde entonces; La plaga, la pérdida de Lunargenta...¿Seguiría existiendo la guardia? ¿Guardias en el exilio? Bueno, ya tendría ocasión de preguntárselo, así como las más recientes noticias del sur, si es que las conocía.
En cualquier caso, ya sin gente estorbando y entre todos, finalmente lograron liberar a aquella joven vendedora, o eso parecía por el tipo y cantidad de mercancía que había llevado a sus espaldas y de la que por fin se había librado. Realmente se las había arreglado para quedar bien atascada. Níniel había desenredado tirones y nudos en el pelo de Catherine menos complicados de deshacer que aquel entuerto.
-Buff, por un momento pensé que estábamos más cerca de ser enterradas vivas por todas esas cosas que de lograrlo.- Respiró aliviada y claramente bromeando la felina, mirando entonces a Eltrant con cierta desconfianza. ¿Quizá le sonaba su cara de sus tiempos como ladrona por las calles de la mayor de las ciudades de los hombres? En realidad ella desconfiaba de todo el mundo, y en especial de los hombres. -¿Conoces a este tipo?- Fue cuanto dijo. Más antes de que la elfa pudiera responder a su amiga, una joven pizpireta hizo acto de presencia, y su modo de irrumpir allí la convirtió en el centro de todas las miradas.
-No fue nada...A veces hay que ser un poco dura o nadie te hace ni caso...-Respondió Níniel un tanto confundida aún por la intervención de la muchacha. ¿Esa joven de aspecto alegre y encantador no acababa de llamarlo mortal? Bueno quizá no fuese un tema en el que insistir, porque sí había usado esas palabras haciendo referencia a que ella era inmortal...Normalmente los vampiros no eran muy populares, y en el norte aún menos. Mejor no poner a Eltrant en algún posible compromiso.
-Yo soy Catherine, y ella es mi hermana Níniel.-Presentó la pelirroja imitando al humano. -Y por si no te has dado cuenta, estoy helada. Quiero ir junto al fuego, y quiero ir ya.- Fueron sus palabras. Mirando acto seguido a Lyn y retrocediendo un paso ante su intento por abrazarla. Por poco no había soltado un bufido. -Mi suavidad no es para ti, métete las manos en los bolsillos, so loca.- Espetó después de que volviera a intentar abrazarla y elevara el espectáculo que estaba montando hasta nuevas cuotas.
-Sí...Ya lo veo, muy...enérgica. Presiento que debe de haber toda una historia detrás de...vosotros dos.- Trató de manejar con tacto la joven, pero haciendo clara referencia a que no paraba de decir lo de mortal y lacayo...O vampira o mal de la cabeza, o ambas cosas. Al final iba a conseguir que clavaran su cabeza en una estaca. Prácticamente en todo el norte se estaba preparando una guerra, y los vampiros eran el enemigo.
-Bien, invítanos y os perdonaré. Pero cenar y nada más, no intentes ligar con nosotras. No se me olvida que de no haber sido por ese humano que quería llevarse a Níniel a solas al bosque...- Aún seguía de mal humor por aquello, era adorable. -Tú no digas que no, esto...¿Cómo dices qué te llamas? El humano invita, y por cómo te rugen las tripas tienes tanta hambre como yo. Pidamos un plato especial lleno hasta arriba de esos famosos "filetes invernales"- Instó a la joven comerciante, que también había sido invitada. Eltrant siempre había sido una persona muy amable. Quizá si supiera todo lo que era capaz de comer la felina a pesar de su tamaño se hubiese limitado a invitar a bebidas.
-No creo que sea necesario que nos invites, pero acepto agradecida.- Fueron las palabras de aceptación de la joven, dirigiéndose tras Eltrant a una de las pocas mesas libres y dejando a buen recaudo su nuevo bastón, obsequio del gran inquisidor, y su capa. Acomodando su larga melena blanca antes de sentarse al lado de Catherine, que no paraba de mirar a otras mesas, con la boca hecha agua al ver como otros comensales comían a dos carrillos aquellos filetes de jugosa carne. El lugar de la felina era el más cercano a la chimenea de aquella mesa.
-Perdón, ¿has dicho algo Eltrant? No te he oído.- Inquirió la joven aún de pié ante el susurro del humano, el que no había logrado captar. -Ha dicho "enseguida"- Intervino Cath, demostrando estar atenta a pesar de lo que aparentaba. Su oído era muy fino, a veces incluso parecía que podía llegar a "ver" con él. -¿Enseguida?- enarcó una ceja sin entender a qué se refería. Aunque la pregunta quedaría en el aire cuando una voz cercana la interpeló en su lengua natal, una lengua que hacía tiempo no escuchaba y que se le antojó dulce como la miel en comparación con el tosco idioma común que usaba constantemente desde que saliera por primera vez de Sandorai. Tanto le gustó a la sacerdotisa escuchar aquellas palabras, que al girarse lo hizo esbozando una amplia y encantadora sonrisa. Ignorando que quizá su interlocutora estaba siendo muy "cariñosa" a pesar de no conocerse.
Era una elfa, eso estaba claro. Su cabello cobrizo bajo la capucha era corto y estaba mal cortado y cuidado, a diferencia del propio, largo, suave y cuidado con esmero. Sus facciones eran hermosas y delicadas, pero se veían marcadas por profundas señales de falta de sueño, y sus ojos, verde esmeralda, no brillaban como era habitual en los hijos del bosque. Estaban apagados y tristes. Bajo la capa vestía una túnica cómoda que insinuaba su figura, una que cualquier hombre de aquella posada desearía, y puede que algunas mujeres. Una bendición y a la vez una maldición según el entorno para las hijas e hijos de Sandorai. Era en su conjunto adorable, como una preciosa muñeca mal cuidada a la que Níniel quisiera arreglar; Cortar su pelo, ayudarla a descansar, limpiar su cuerpo deslizando una suave esponja por su piel mientras disfrutaban de un agradable baño en las aguas termales cercanas a su aldea natal...
Sin saber muy bien por qué, quizá a causa de esa ternura, Níniel se sorprendió a sí misma no resistiéndose a su petición. Y aunque no le dio permiso tal y como indicaban las costumbres de su pueblo, no trató de apartarla ni apartarse, dejando que acariciara su brazo y sintiendo una agradable sensación ante su contacto, por mucho que supiera que aquello estaba mal, por más de una razón. -Hantalë, meldonya. Alassia an omentielve.- Agradeció correspondiendo al gesto con timidez. Aquella elfa era muy amable y dulce, realmente bonita. Tanto que la peliblanca ni siquiera pudo reaccionar cuando la recién llegada elevó las apuestas y se propuso besarla, acariciando su rostro, su pelo...¿Por qué se sentía tan bien?
-No puedes...yo...- Trató de balbucear más nerviosa y ya en la lengua común. En cierto modo su subconsciente había cambiado a aquel idioma porque quería ayuda, quería que Catherine o Eltrant, incluso la mujer del fardo gigante hicieran algo, lo que fuera. Incluso sin ser consciente del peligro real que corría sabía que aquello no podía seguir...por mucho que su contacto se le antojase deseable y que una parte de sí misma le dijese que no pasaba nada por un beso. Que sería como aquella vez, un par de veranos atrás, con su prima en las termas...Pero aquello solo había sido...No no estaba bien, por muy bonita que aquella elfa fuera. -No...-Volvió a decir la joven, esta vez más en voz más alta, sintiendo su mano en la nuca. Pero su cuerpo se negaba a actuar de manera decisiva contra aquello.
Y en ese momento, Catherine, que había contemplado la escena boquiabierta sin saber qué diantres estaba pasando, qué coño quería esa mosca cojonera que no paraba de revolotear por allí, ni quién era aquella otra chica y de qué conocía a Níniel, se puso en pié y desplegó las peligrosas garras de su mano derecha, subiendo una de sus piernas al banco de madera acoplado a aquella mesa de taberna y preparada para subirse encima de la misma y abalanzarse sobre aquella chica que ahora sabía estaba haciendo algo que su hermana no quería. No necesitaba más para lanzarse a proteger a Níniel. -Te ha dicho que no, suéltala, ahora.- Dijo mientras tensaba todos los músculos de su cuerpo, preparada para actuar ante una negativa. -Solo yo puedo tocar así a Níniel, y en cualquier caso, ese novio brujo suyo.- Sentenció tajantemente.
- Spoiler:
- Hantalë, meldonya. Alassia an omentielve: Gracias, amiga. Estoy feliz por habernos encontrado.
Níniel Thenidiel
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Re: Entre Fantasmas. [Interpretativo][Libre][4/4]
Cruzado de brazos, dejó entrever una sonrisa cuando la gata que se había presentado como Catherine se sentó en la mesa aceptando inmediatamente la proposición de invitarles a la cena. Quizás hubiese rechazado todo contacto con Lyn en un principio, pero por la forma de hablar y de comportarse, lo cierto es que se parecían bastante.
- El humano tiene un nombre… - dijo suspirando, pasándose, después, la mano por la cara a la vez que volvía a dibujar una sonrisa en ella, cuando la felina se aseguró de hacerle ver a la muchacha del fardo que la invitación a la cena por parte del susodicho humano era algo que había que aprovechar. – Y no soy ningún noble… así que no os paséis con lo que… - Antes de que pudiese terminar la frase notó como Lyn volvía a acercarse, esta vez sin el delantal sobre sus ropajes.
- Un nombre que suena a insulto. – dijo la vampiresa dejándose caer en la silla que tenía justo a su derecha. - ¡Ultrajada me hallo siempre que lo pronuncia! – Aseveró con una sonrisa, llevándose una de las manos dramáticamente hasta su cara.
“Tengo que admitir algo de razón sí que tiene, Tale”
Eltrant puso los ojos en blanco y obvió aquello, se giró hacia los demás esperando que, con suerte, no decidiesen arruinarle a base de “Filetes invernales”. No obstante, en lugar de proceder con la cena como habría esperado hacer, dos cosas que el castaño no esperaba se sucedieron una tras otra en apenas una decena de segundos.
En primer lugar, tanto Níniel como Catherine oyeron sus desvaríos de loco. Su corazón se saltó un latido cuando la sacerdotisa se interesó por ese “enseguida” que había lanzado a la nada. Afortunadamente, no tuvo que dar explicaciones en aquel momento, pues tras aquella primera sorpresa, una segunda elfa se acercó a Níniel y comenzó a acariciarle el pelo mientras hablaba en su propio idioma.
Enarcó una ceja y clavó su mirada en la diminuta cosa alada que acompañaba a la desconocida, tratando de intuir que podía ser aquello, a que venía todo aquel alboroto. ¿Eran conocidas? ¿Alguna especie de amiga especial de Níniel?
Todo estaba sucediendo demasiado rápido y, en cualquier caso, era incapaz de comprender de que estaban hablando las elfas pero, por el tono de voz de la desconocida, lo que estaba gritando Duvén en su cabeza no parecía un desenlace muy descabellado para todo aquello.
Aunque Níniel no parecía oponerse en un principio a todo aquel contacto, la sacerdotisa no tardó en negarse al cabo de unos segundos, pero siempre con sus ojos fijos en los de la otra elfa, casi como si fuese físicamente incapaz de dejar de mirarla.
Se levantó de su asiento tan rápido como lo había hecho Catherine.
¿Estaba aquella elfa borracha? ¿Estaba Níniel comportándose así por educación?
Fuese cual fuese la respuesta a aquellas preguntas, avanzó un par de pasos y se acercó a la pareja, era evidente que, por muy embelesada que estuviese Níniel con aquella persona, no quería nada con ella.
Estudió a la joven desconocida durante unos instantes. En un principio todo parecía indicar que había bebido más de la cuenta, que era una de las tantas personas que acababan totalmente desinhibidas con una gota de alcohol.
Sin dejar a que el fantasma terminase de hablarle, agarró a la elfa por la muñeca del brazo que no estaba usando para manosear a la sacerdotisa. Entornó los ojos al comprobar que aquella mano estaba peligrosamente cerca de una daga.
La apartó de Níniel, obligando a la desconocida a romper el contacto visual con esta.
No tenía forma alguna de asegurar, con total seguridad, que la elfa fuese a hacerse con la daga, apenas había podido verla hacer movimiento de tomarla para empezar. Pero después de aquel pequeño espectáculo que, por lo que parecía, había atraído la atención de algunos clientes, lo mejor era asegurarse de que la elfa no hacía movimientos bruscos.
Catherine aparentaba estar a punto de saltar sobre la cara de la recién llegada y él, particularmente, había visto a muchos borrachos hacerse con un arma después de ser rechazados por lo que creían que era el amor de sus vidas. No quería que aquello acabase en un alboroto.
Empezaba a plantearse el hecho de que pasaba mucho más tiempo del razonable pasando el rato en tabernas.
- ¿Qué te parece sí me quedo con esto un rato? No vayas a cortar a nadie – Dijo a continuación suspirando profundamente, liberando a la mujer a la vez que se hacía con la daga que, por lo que el exguarda creía, esta había estado a punto de desenvainar. – Ahora… - Dejó caer el arma sobre la mesa en torno a la que habían estado todos sentados. – Lo mejor que podemos…– Algo parecido al agudo sonido de un metal deslizándose sobre otro le obligó a llevarse una de las manos hasta la sien.
- Ahora no Duvén. – Murmuró agitándola cabeza . – Y contrólate un poco. ¿Quieres? – Agregó.
Contuvo el dolor que siguió a aquel chasquido y sacudió la cabeza unos instantes. Apenas se había dado cuenta de que Lyn se había levantado y ahora estaba con él, a su lado, ayudándole a permanecer en pie.
Aquella vez había sido más fuerte que las anteriores.
- ¿Otra vez? – Preguntó Lyn, con un marcado tono de preocupación en su voz. Eltrant le ofreció una sonrisa, tratando de tranquilizarla, pero aquello no pareció funcionar demasiado bien. - ¿Qué es lo que quiere? – Preguntó sin cambiar un ápice su tono de voz. - ¿No estás haciendo ya suficiente por él? - Añadió enseguida, Eltrant le quitó importancia con un suave gesto de muñeca, y se volvió incorporar por completo.
Frunciendo el ceño Eltrant se giró hacía el lugar que suponía que el fantasma estaría señalando. Lo único que vislumbró, antes de que la puerta se cerrara, fue un colorido blasón que parecía representar un dragón, o un águila.
Era una cosa con alas, de eso estaba seguro.
- ¿Puedo hablar contigo un momento, Níniel? – No tenía más remedio que contarle lo que le estaba pasando, sobre todo ahora que le había visto así, iba a hacer preguntas, la conocía lo suficiente. Sin decir nada más, se giró hacía la chica del fardo, la pobre en un principio solo había querido entrar allí para algo normal y ahora estaba presenciando una cosa rara tras otra. – Creo que aún no he oído tu nombre, con todo este jaleo.. lo siento. – Le dedicó una sonrisa. – Puedes pedir lo que quieras, no te cortes. Incluso el filete ese que decía Catherine – Bajó un poco la voz, para evitar más miradas, se giró hacía la gata. – Y tú también, Catherine. – Añadió enseguida. – Hasta tú si dejas en paz a Níniel. Pídete lo que quieras. – dijo a la recién llegado.
Iba a acabar arruinado, pero en aquel momento todo le importaba más bien poco. Solo quería descansar un par de horas.
Pero no iban a dejarle que lo hiciera, le volvió a palpitar la sien.
- ¡Sé paciente! – Farfulló entre dientes, el dolor de cabeza le estaba dificultando las cosas bastantes para no parecer alguien que debería estar internado en el hospital de Lunargenta.
Dejando a un lado la posible ayuda que la sacerdotisa podía proporcionarle con su ligero “percance” con los muertos, era evidente que el blasón que había visto pertenecía a algún tipo de noble local y la sacerdotisa estaba en la logia, debía saber algo al respecto.
Sus dudas iniciales se habían disipado, acudir a Níniel era una buena opción, había tenido muchísima suerte cruzándose con ella.
Off: Hely me ha dado permiso para que la desarme. :'D
- El humano tiene un nombre… - dijo suspirando, pasándose, después, la mano por la cara a la vez que volvía a dibujar una sonrisa en ella, cuando la felina se aseguró de hacerle ver a la muchacha del fardo que la invitación a la cena por parte del susodicho humano era algo que había que aprovechar. – Y no soy ningún noble… así que no os paséis con lo que… - Antes de que pudiese terminar la frase notó como Lyn volvía a acercarse, esta vez sin el delantal sobre sus ropajes.
- Un nombre que suena a insulto. – dijo la vampiresa dejándose caer en la silla que tenía justo a su derecha. - ¡Ultrajada me hallo siempre que lo pronuncia! – Aseveró con una sonrisa, llevándose una de las manos dramáticamente hasta su cara.
“Tengo que admitir algo de razón sí que tiene, Tale”
Eltrant puso los ojos en blanco y obvió aquello, se giró hacia los demás esperando que, con suerte, no decidiesen arruinarle a base de “Filetes invernales”. No obstante, en lugar de proceder con la cena como habría esperado hacer, dos cosas que el castaño no esperaba se sucedieron una tras otra en apenas una decena de segundos.
En primer lugar, tanto Níniel como Catherine oyeron sus desvaríos de loco. Su corazón se saltó un latido cuando la sacerdotisa se interesó por ese “enseguida” que había lanzado a la nada. Afortunadamente, no tuvo que dar explicaciones en aquel momento, pues tras aquella primera sorpresa, una segunda elfa se acercó a Níniel y comenzó a acariciarle el pelo mientras hablaba en su propio idioma.
“¡Oh, sí! ¡Ahora bésala!”
Enarcó una ceja y clavó su mirada en la diminuta cosa alada que acompañaba a la desconocida, tratando de intuir que podía ser aquello, a que venía todo aquel alboroto. ¿Eran conocidas? ¿Alguna especie de amiga especial de Níniel?
Todo estaba sucediendo demasiado rápido y, en cualquier caso, era incapaz de comprender de que estaban hablando las elfas pero, por el tono de voz de la desconocida, lo que estaba gritando Duvén en su cabeza no parecía un desenlace muy descabellado para todo aquello.
Aunque Níniel no parecía oponerse en un principio a todo aquel contacto, la sacerdotisa no tardó en negarse al cabo de unos segundos, pero siempre con sus ojos fijos en los de la otra elfa, casi como si fuese físicamente incapaz de dejar de mirarla.
Se levantó de su asiento tan rápido como lo había hecho Catherine.
¿Estaba aquella elfa borracha? ¿Estaba Níniel comportándose así por educación?
Fuese cual fuese la respuesta a aquellas preguntas, avanzó un par de pasos y se acercó a la pareja, era evidente que, por muy embelesada que estuviese Níniel con aquella persona, no quería nada con ella.
Estudió a la joven desconocida durante unos instantes. En un principio todo parecía indicar que había bebido más de la cuenta, que era una de las tantas personas que acababan totalmente desinhibidas con una gota de alcohol.
“¡Que se desnuden! … eh… oh… Tale, no es por ser un aguafiestas, pero la otra mano de…”
Sin dejar a que el fantasma terminase de hablarle, agarró a la elfa por la muñeca del brazo que no estaba usando para manosear a la sacerdotisa. Entornó los ojos al comprobar que aquella mano estaba peligrosamente cerca de una daga.
La apartó de Níniel, obligando a la desconocida a romper el contacto visual con esta.
No tenía forma alguna de asegurar, con total seguridad, que la elfa fuese a hacerse con la daga, apenas había podido verla hacer movimiento de tomarla para empezar. Pero después de aquel pequeño espectáculo que, por lo que parecía, había atraído la atención de algunos clientes, lo mejor era asegurarse de que la elfa no hacía movimientos bruscos.
Catherine aparentaba estar a punto de saltar sobre la cara de la recién llegada y él, particularmente, había visto a muchos borrachos hacerse con un arma después de ser rechazados por lo que creían que era el amor de sus vidas. No quería que aquello acabase en un alboroto.
Empezaba a plantearse el hecho de que pasaba mucho más tiempo del razonable pasando el rato en tabernas.
- ¿Qué te parece sí me quedo con esto un rato? No vayas a cortar a nadie – Dijo a continuación suspirando profundamente, liberando a la mujer a la vez que se hacía con la daga que, por lo que el exguarda creía, esta había estado a punto de desenvainar. – Ahora… - Dejó caer el arma sobre la mesa en torno a la que habían estado todos sentados. – Lo mejor que podemos…– Algo parecido al agudo sonido de un metal deslizándose sobre otro le obligó a llevarse una de las manos hasta la sien.
“¡Tale! ¡¡Taaale!! ¡Hazme caso, maldita sea!”
- Ahora no Duvén. – Murmuró agitándola cabeza . – Y contrólate un poco. ¿Quieres? – Agregó.
Contuvo el dolor que siguió a aquel chasquido y sacudió la cabeza unos instantes. Apenas se había dado cuenta de que Lyn se había levantado y ahora estaba con él, a su lado, ayudándole a permanecer en pie.
Aquella vez había sido más fuerte que las anteriores.
- ¿Otra vez? – Preguntó Lyn, con un marcado tono de preocupación en su voz. Eltrant le ofreció una sonrisa, tratando de tranquilizarla, pero aquello no pareció funcionar demasiado bien. - ¿Qué es lo que quiere? – Preguntó sin cambiar un ápice su tono de voz. - ¿No estás haciendo ya suficiente por él? - Añadió enseguida, Eltrant le quitó importancia con un suave gesto de muñeca, y se volvió incorporar por completo.
“¡Deja de quejarte! ¡Mira a ese tipo! ¡El que está saliendo del bar ahora mismo! ¡Poco antes de morir trabajé para él!”
Frunciendo el ceño Eltrant se giró hacía el lugar que suponía que el fantasma estaría señalando. Lo único que vislumbró, antes de que la puerta se cerrara, fue un colorido blasón que parecía representar un dragón, o un águila.
Era una cosa con alas, de eso estaba seguro.
“¿¡A qué esperas!? ¡Ve tras él! ¡Yo más que nadie quiero ver a las elfas besuquearse! ¡Pero muévete!”
Tragó saliva y obviando la voz del norteño se giró hacía Níniel.- ¿Puedo hablar contigo un momento, Níniel? – No tenía más remedio que contarle lo que le estaba pasando, sobre todo ahora que le había visto así, iba a hacer preguntas, la conocía lo suficiente. Sin decir nada más, se giró hacía la chica del fardo, la pobre en un principio solo había querido entrar allí para algo normal y ahora estaba presenciando una cosa rara tras otra. – Creo que aún no he oído tu nombre, con todo este jaleo.. lo siento. – Le dedicó una sonrisa. – Puedes pedir lo que quieras, no te cortes. Incluso el filete ese que decía Catherine – Bajó un poco la voz, para evitar más miradas, se giró hacía la gata. – Y tú también, Catherine. – Añadió enseguida. – Hasta tú si dejas en paz a Níniel. Pídete lo que quieras. – dijo a la recién llegado.
Iba a acabar arruinado, pero en aquel momento todo le importaba más bien poco. Solo quería descansar un par de horas.
“¡Vamos! ¡Vaaamos!”
Pero no iban a dejarle que lo hiciera, le volvió a palpitar la sien.
- ¡Sé paciente! – Farfulló entre dientes, el dolor de cabeza le estaba dificultando las cosas bastantes para no parecer alguien que debería estar internado en el hospital de Lunargenta.
Dejando a un lado la posible ayuda que la sacerdotisa podía proporcionarle con su ligero “percance” con los muertos, era evidente que el blasón que había visto pertenecía a algún tipo de noble local y la sacerdotisa estaba en la logia, debía saber algo al respecto.
Sus dudas iniciales se habían disipado, acudir a Níniel era una buena opción, había tenido muchísima suerte cruzándose con ella.
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Off: Hely me ha dado permiso para que la desarme. :'D
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Re: Entre Fantasmas. [Interpretativo][Libre][4/4]
Deseaba a esa elfa, la necesitaba. Posó la mano en su nuca para atraerla más y más hacia ella. La quería tener tan cerca como fuese posible. Había ignorado al resto de la taberna, incluso a los que estaban en su mismo grupo. Sólo importaba ella y ya. Su sujeto de deseo. Pero algo la interrumpió. Todo fue muy rápido.
Embelesada como estaba con la sacerdotisa, fue incapaz de prever que los demás actuarían. Estaba sacando la daga. Por muy hermosa que fuera esa elfa, también formaba parte de la sociedad a la que tanto repudiaba en esos momentos. Pero no llegó a hacer nada. Algo –o alguien –tiró de ella para apartarla de la muchacha y, en ese instante, Nillë se colocó frente a sus ojos, emitiendo su particular destello azul y cegándola durante unos instantes, que aprovechó para agachar la cabeza y no ver más allá de los zapatos y la parte de abajo de la armadura del chico que la había agarrado. Esa persona, hombre por el tono de la voz, le había quitado la daga. –¡Eh! ¡Devuélvemela! ¡Tengo que vengarme! ¡¡Tengo que vengarme!! –trató de empujar al chico para que se apartase y poder coger su arma, que estaba ahora en la mesa. Pero, en ningún momento miró a nadie más que no hubiera sido Niniel. Nïlle revoloteaba cerca de su cara para evitarlo. Ella sabía lo que ocurriría si su compañera veía a alguien más: o se repetiría lo mismo que con la sacerdotisa, o intentaría matar a esa persona por mera repulsa. Y el hada era bastante cohibida para cualquiera de las dos cosas. Así que protegía a la elfa de acabar embrujada por la obsesión.
Helyare sabía a qué había venido que Nïlle revoloteara tan cerca de su rostro y al instante comprendió que debía centrar su vista en el suelo. Había más gente ahí. Una voz que le había dicho que la dejase. Y algo de un brujo. Justo en el momento que había escuchado esa voz, Nïlle había empezado a emitir un tono azulado más oscuro, a modo de advertencia, aunque ella no se había dado cuenta porque su atención estaba perdida en los azules ojos de la elfa.
Y… ¿los demás? ¿Habían dicho algo? No se había enterado. Quería recuperar la daga y volvió e intentar empujar a quien estaba frente a ella. –¡Tengo que hacer que paguen lo que me hicieron! –Y sus ansias de venganza se acababan cuando veía de reojo a Níniel. Pero sabía que tenía que hacer algo. Volvió a clavar sus ojos en ella, mordiéndose el labio. Aún la deseaba.
Por suerte o por desgracia, el chico se inclinó un poco, hablando de un tal “Duvén”, a quien ella no era capaz de identificar como alguien de la mesa. No les había visto las caras, tal vez pudiera estar ahí. Otra chica, la camarera, se acercó a él para tratar de ayudarle a mantenerse en pie. Helyare retrocedió un par de pasos, acercándose a Níniel para estar cerca de ella, alternando la vista entre ella y el suelo. Sin tan siquiera mirar al hombre de la armadura, sabía que algo le pasaba. Su tono de voz había cambiado un poco y la voz de la camarera denotaba que, en efecto, sucedía algo.
El hada, revoloteando todo el rato cerca de la cabeza de la elfa, para evitar que cayera en una nueva obsesión, bajó de altura para que pudiera mirarla. –Chiri… Chiri… Chiri… –empezó a decir señalando, primero hacia Eltrant, luego su propia cabeza, bajando las manos hacia sus ojos y señalando, después, a Helyare. Para poder verla mejor, se arrodilló en el suelo y Nïlle repitió los gestos, esta vez moviendo sus brazos enérgicamente como si llevase espadas, y bajando su bracito hacia abajo, señalando el suelo insistentemente. Días, semanas y meses de acompañar a Nïlle, podía llegar a imaginarse qué decía, aunque nunca lo sabría a ciencia cierta.
–¿Hay pelea aquí? ¿Con espadas? –negó y volvió a hacer los primeros gestos –Él… ¿piensa? –el gesto del hada hizo que dudase si estaba en lo cierto o no, así que siguió. –Él… ¿ve? ¿Ve a gente peleándose? ¿aquí? –Volvió a hacer el mismo gesto de “más o menos”, y la señaló a ella. –¿Como yo? –Nïlle asintió. –¿Ve cosas? –susurró y el hada volvió a mover la cabeza de forma afirmativa.
La voz del hombre volvió a llamar su atención, esta vez nombrando a la sacerdotisa. Al instante se levantó y volvió a mirarla, embobada. El hada, rauda, se colocó entre ella y el humano. Quien, después, le ofreció a tomar algo a cambio de que dejase a la elfa en paz. ¡Si ella quería! Además, ya había comido, ese trato no era viable para ella. Y, entonces, se volvió a acordar. Se giró, bajando la mirada al suelo, de nuevo, quedándose al lado de la elfa, aunque frente al humano de la armadura y, tras cerrar los ojos, se desabrochó el collar que llevaba, dudando hasta el último momento si hacerlo o no. Esa joya la protegía. Los gritos, los ataques, las muertes, todo rastro de las guerras desaparecían cuando llevaba ese collar. Apretó los ojos un poco y se lo acabó de quitar. Aun con la mano temblorosa se lo ofreció al humano, de quien aún no conocía el rostro. –Esto hace que no oigas voces –susurró, y esperó a que lo cogiera.
Todavía estaba pensando en por qué se lo había dado. Helyare era consciente de que estaba sucediendo algo malo en ella, que había sentido algo muy fuerte por esa desconocida e, incluso, por Ingela, entre otros. Le era indiferente el género: si tenía algo que le gustase, se obsesionaba. Al contrario que como había pasado con el zorro. Y sabía que algo no iba bien. Y ese collar no estaba haciendo efecto. Lo había tenido como un amuleto, pero ahora no surtía el efecto que quería. Realmente, funcionaba, mas ella buscaba que también la despojase de esa maldición de los dioses, que tanto la entristecía. No quería estar obsesionada con la gente. Quería estar sola, tranquila, sin ver a nadie. En lugar de querer todo de una persona. Y, ahora mismo, esa era Níniel, a quien acariciaba la mano con la suya libre pese a saber lo mal que estaba tocar a alguien sin consentimiento. Pero no podía evitarlo, tenía que hacerlo. Era lo único que calmaba esa angustia de verla. Y, ese chico, quien la había agarrado, había interrumpido el que siguiera molestándola. Se lo debía. Pero… aun así, no era capaz de detenerse por sí misma.
–No… no te vayas lejos con ella. La necesito cerca, a mi lado… –pidió, como ida. Quiso alzar la cabeza para pedírselo, pero el hada estuvo rápida para impedirlo, revoloteando y emitiendo un destello más intenso frente a la elfa, de nuevo. Era la única forma que se le ocurría de proteger a su amiga.
Si hubiera podido ver a todos los de la mesa, seguramente, sólo habría aceptado medianamente a la dragona, o también a Níniel, aunque con algo más de decoro del que estaba teniendo ahora. Era una sacerdotisa, probablemente se hubiese mantenido a gran distancia de ella, puesto que sabía el alto cargo que ostentaba para la gente de su raza. Y, bueno, generalmente, los dragones le caían algo mejor, aunque eran muy raros todos. Esas costumbres norteñas chocaban contra cualquier creencia que ella pudiera tener.
Por otro lado, Eltrant y Catherine hubiesen sido de completo desagrado.
En parte quería ver quiénes estaban ahí, curiosidad y costumbre de tratar de conocer el rostro, las facciones, de quienes estaban cerca. Pero, a la vez, Nïlle hacía muy bien en cuidarla y protegerla de otra obsesión que acabase con su amiga siendo golpeada o en su habitación de la taberna, haciendo algo que no deseaba hacer realmente.
Minutos después trató de acercarse de nuevo a la elfa, aunque esta vez con intención de pasar la mano por la mesa para recuperar su daga. Realmente, tenía poco sentido lo que estaba haciendo. Realmente actuaba como una desquiciada, como uno de los borrachos de la taberna pese a que ella jamás había probado una gota de alcohol. Pero, nada de lo que le estaba sucediendo tenía sentido. Deseaba a esa elfa, pero ella sabía que no estaba bien, que era producto de una obsesión. Y, a la vez, quería volver a tomar su daga para vengarse. Pero, también, estaba agradecida al maldito hombre ese de la armadura, porque había hecho que se distrajera durante un momento y evitar que le hiciese algo a la sacerdotisa.
Si hubiera podido se habría ido, pero era incapaz. Necesitaba estar ahí.
Embelesada como estaba con la sacerdotisa, fue incapaz de prever que los demás actuarían. Estaba sacando la daga. Por muy hermosa que fuera esa elfa, también formaba parte de la sociedad a la que tanto repudiaba en esos momentos. Pero no llegó a hacer nada. Algo –o alguien –tiró de ella para apartarla de la muchacha y, en ese instante, Nillë se colocó frente a sus ojos, emitiendo su particular destello azul y cegándola durante unos instantes, que aprovechó para agachar la cabeza y no ver más allá de los zapatos y la parte de abajo de la armadura del chico que la había agarrado. Esa persona, hombre por el tono de la voz, le había quitado la daga. –¡Eh! ¡Devuélvemela! ¡Tengo que vengarme! ¡¡Tengo que vengarme!! –trató de empujar al chico para que se apartase y poder coger su arma, que estaba ahora en la mesa. Pero, en ningún momento miró a nadie más que no hubiera sido Niniel. Nïlle revoloteaba cerca de su cara para evitarlo. Ella sabía lo que ocurriría si su compañera veía a alguien más: o se repetiría lo mismo que con la sacerdotisa, o intentaría matar a esa persona por mera repulsa. Y el hada era bastante cohibida para cualquiera de las dos cosas. Así que protegía a la elfa de acabar embrujada por la obsesión.
Helyare sabía a qué había venido que Nïlle revoloteara tan cerca de su rostro y al instante comprendió que debía centrar su vista en el suelo. Había más gente ahí. Una voz que le había dicho que la dejase. Y algo de un brujo. Justo en el momento que había escuchado esa voz, Nïlle había empezado a emitir un tono azulado más oscuro, a modo de advertencia, aunque ella no se había dado cuenta porque su atención estaba perdida en los azules ojos de la elfa.
Y… ¿los demás? ¿Habían dicho algo? No se había enterado. Quería recuperar la daga y volvió e intentar empujar a quien estaba frente a ella. –¡Tengo que hacer que paguen lo que me hicieron! –Y sus ansias de venganza se acababan cuando veía de reojo a Níniel. Pero sabía que tenía que hacer algo. Volvió a clavar sus ojos en ella, mordiéndose el labio. Aún la deseaba.
Por suerte o por desgracia, el chico se inclinó un poco, hablando de un tal “Duvén”, a quien ella no era capaz de identificar como alguien de la mesa. No les había visto las caras, tal vez pudiera estar ahí. Otra chica, la camarera, se acercó a él para tratar de ayudarle a mantenerse en pie. Helyare retrocedió un par de pasos, acercándose a Níniel para estar cerca de ella, alternando la vista entre ella y el suelo. Sin tan siquiera mirar al hombre de la armadura, sabía que algo le pasaba. Su tono de voz había cambiado un poco y la voz de la camarera denotaba que, en efecto, sucedía algo.
El hada, revoloteando todo el rato cerca de la cabeza de la elfa, para evitar que cayera en una nueva obsesión, bajó de altura para que pudiera mirarla. –Chiri… Chiri… Chiri… –empezó a decir señalando, primero hacia Eltrant, luego su propia cabeza, bajando las manos hacia sus ojos y señalando, después, a Helyare. Para poder verla mejor, se arrodilló en el suelo y Nïlle repitió los gestos, esta vez moviendo sus brazos enérgicamente como si llevase espadas, y bajando su bracito hacia abajo, señalando el suelo insistentemente. Días, semanas y meses de acompañar a Nïlle, podía llegar a imaginarse qué decía, aunque nunca lo sabría a ciencia cierta.
–¿Hay pelea aquí? ¿Con espadas? –negó y volvió a hacer los primeros gestos –Él… ¿piensa? –el gesto del hada hizo que dudase si estaba en lo cierto o no, así que siguió. –Él… ¿ve? ¿Ve a gente peleándose? ¿aquí? –Volvió a hacer el mismo gesto de “más o menos”, y la señaló a ella. –¿Como yo? –Nïlle asintió. –¿Ve cosas? –susurró y el hada volvió a mover la cabeza de forma afirmativa.
La voz del hombre volvió a llamar su atención, esta vez nombrando a la sacerdotisa. Al instante se levantó y volvió a mirarla, embobada. El hada, rauda, se colocó entre ella y el humano. Quien, después, le ofreció a tomar algo a cambio de que dejase a la elfa en paz. ¡Si ella quería! Además, ya había comido, ese trato no era viable para ella. Y, entonces, se volvió a acordar. Se giró, bajando la mirada al suelo, de nuevo, quedándose al lado de la elfa, aunque frente al humano de la armadura y, tras cerrar los ojos, se desabrochó el collar que llevaba, dudando hasta el último momento si hacerlo o no. Esa joya la protegía. Los gritos, los ataques, las muertes, todo rastro de las guerras desaparecían cuando llevaba ese collar. Apretó los ojos un poco y se lo acabó de quitar. Aun con la mano temblorosa se lo ofreció al humano, de quien aún no conocía el rostro. –Esto hace que no oigas voces –susurró, y esperó a que lo cogiera.
Todavía estaba pensando en por qué se lo había dado. Helyare era consciente de que estaba sucediendo algo malo en ella, que había sentido algo muy fuerte por esa desconocida e, incluso, por Ingela, entre otros. Le era indiferente el género: si tenía algo que le gustase, se obsesionaba. Al contrario que como había pasado con el zorro. Y sabía que algo no iba bien. Y ese collar no estaba haciendo efecto. Lo había tenido como un amuleto, pero ahora no surtía el efecto que quería. Realmente, funcionaba, mas ella buscaba que también la despojase de esa maldición de los dioses, que tanto la entristecía. No quería estar obsesionada con la gente. Quería estar sola, tranquila, sin ver a nadie. En lugar de querer todo de una persona. Y, ahora mismo, esa era Níniel, a quien acariciaba la mano con la suya libre pese a saber lo mal que estaba tocar a alguien sin consentimiento. Pero no podía evitarlo, tenía que hacerlo. Era lo único que calmaba esa angustia de verla. Y, ese chico, quien la había agarrado, había interrumpido el que siguiera molestándola. Se lo debía. Pero… aun así, no era capaz de detenerse por sí misma.
–No… no te vayas lejos con ella. La necesito cerca, a mi lado… –pidió, como ida. Quiso alzar la cabeza para pedírselo, pero el hada estuvo rápida para impedirlo, revoloteando y emitiendo un destello más intenso frente a la elfa, de nuevo. Era la única forma que se le ocurría de proteger a su amiga.
Si hubiera podido ver a todos los de la mesa, seguramente, sólo habría aceptado medianamente a la dragona, o también a Níniel, aunque con algo más de decoro del que estaba teniendo ahora. Era una sacerdotisa, probablemente se hubiese mantenido a gran distancia de ella, puesto que sabía el alto cargo que ostentaba para la gente de su raza. Y, bueno, generalmente, los dragones le caían algo mejor, aunque eran muy raros todos. Esas costumbres norteñas chocaban contra cualquier creencia que ella pudiera tener.
Por otro lado, Eltrant y Catherine hubiesen sido de completo desagrado.
En parte quería ver quiénes estaban ahí, curiosidad y costumbre de tratar de conocer el rostro, las facciones, de quienes estaban cerca. Pero, a la vez, Nïlle hacía muy bien en cuidarla y protegerla de otra obsesión que acabase con su amiga siendo golpeada o en su habitación de la taberna, haciendo algo que no deseaba hacer realmente.
Minutos después trató de acercarse de nuevo a la elfa, aunque esta vez con intención de pasar la mano por la mesa para recuperar su daga. Realmente, tenía poco sentido lo que estaba haciendo. Realmente actuaba como una desquiciada, como uno de los borrachos de la taberna pese a que ella jamás había probado una gota de alcohol. Pero, nada de lo que le estaba sucediendo tenía sentido. Deseaba a esa elfa, pero ella sabía que no estaba bien, que era producto de una obsesión. Y, a la vez, quería volver a tomar su daga para vengarse. Pero, también, estaba agradecida al maldito hombre ese de la armadura, porque había hecho que se distrajera durante un momento y evitar que le hiciese algo a la sacerdotisa.
Si hubiera podido se habría ido, pero era incapaz. Necesitaba estar ahí.
Helyare
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Re: Entre Fantasmas. [Interpretativo][Libre][4/4]
Debo reconocer que no sé reaccionar muy bien a estas cosas que hacen los extranjeros en nuestras ciudades. Aun cuando algunos tienen muy buenas intenciones, sean amables y traigan muy lindos sueños y esperanzas, hay algunas cosas que nunca terminaban de cuajar. Esto de que las mujeres fueran tan, tan cercanas entre sí, específicamente. O eso al menos creí en un inicio, porque, contrario a lo que podrían pensar, no me quedé todo el rato con los ojos cerrados. Es que… cuando has leído estas novelas, en donde dices “no seguiré leyendo y le devolveré este libro indignadísima mañana en la mañana”, pero mientras tanto, lees de a poquito, para saber si… ya saben, por una curiosidad netamente académica. Porque lo de las tijeras todavía no lo entiendo muy bien, y…
¿¡Y bueno, qué tienen que entrometerse en mi vida!? Solo miré para saber si todo estaba bien, no para saber si ya estaban en la mesa…. conversando sobre la vida. Y la verdad, el ver que uno de los presentes, el chico específicamente, le había quitado una daga que la joven elfa tuvo en sus manos hace algunos segundos me quitó de golpe la impresión inicial que tuve sobre ambas elfas. Y fue reemplazada momentáneamente con algo de confusión. ¿Cuál había sido su real intención? ¿El hacerle daño? ¿Robarle algo de sus cabellos? ¿O su sangre?
Y no solo eso. La acompañante felina había entrado en modo de “defensa de propiedad”, como cuando mi tío Boris le tocan las botellas de alcohol de su alacena, cuando la elfa peliblanca, la cual llamaban Niniel, fue acosada. Ah, y tenía novio, así que definitivamente ella con el chico que me ayudó no tenían nada amoroso entremedio. Y hablando de él, parecía sufrir de algo en la cabeza que lo mantenía algo denso. Y también parecía hablar solo, o algo en el ambiente le molestaba. El que la chica que lo acompañaba mencionara sobre favores y otra persona me hacía pensar que quizás había algo mágico detrás. Y ni qué decir sobre la elfa, quién parecía mucho más errática que el resto.
Y… ahí estaba yo. Quizás era la única en el centro de esta mesa que no tenía un problema, sentía una aflicción o una daga que me quitaban tan fácilmente.
Por un momento, me di cuenta de algo tan pequeño podía marcar una diferencia en una persona. Me refiero… hace un año atrás, era una chica normal que normalmente no salía de su rutina, con alguno que otro asunto insignificante en Dundarak. Y normalmente no tenía interacciones con extranjeros, ya que… ¿por qué lo harían? No era alguien que pudiera ofrecer algo como otros. No era una guerrera que estaba a la caza de gloria o riquezas. Tampoco sabía manejar la magia, y el regalo que me habían dado los Dioses Dragones no se habían manifestado en alguna forma que afectara a otros, o a mí de partida. En una situación así, ¿qué hubiera hecho?
La respuesta era simple.
Nada.
Porque no poseía nada dentro de mí que pudiera darle a otros.
No tenía nada que hubiera ayudado a otros alcanzar sus metas o logros.
No era nada que pudiera valer la pena.
Pero ahora era distinto. Si tenía algo dentro de mi. Un regalo de los Dioses. Algo que me habían regalado para entender el mundo, para hacerme uno con él, nutrirme de sus alegrías y decepciones, entender a la gente y este mundo.
- Sé que quizás no sirva de mucho, pero… solo denme dos minutos - me armé de valentía y les dije, mientras me dirigía a mi fardo de utensilios. Recuerdo que papá me había echado una de estas, aun cuando le había dicho que no era probable que la usara. Pero debía estar en algún lado, en algún lado… no, debajo de estas ollas no… no, tampoco debajo de la comida…
¡Ajá! Aquí estaba. El arpa que me regaló Alfred en las tierras de los magos. Aun cuando no sabía tocarla muy bien, con un poco de práctica había logrado aprenderme un acorde básico que me permitiera cantar sin desconcentrarme tanto. La llevé con los presentes, y tomé una de las sillas, separandola un poco del centro de la mesa, sentándome y quedando frente a ellas. Probablemente algunos estaban más confundidos que otros, y era esperable. Dentro de esta tensión, de todo este drama que se había armado, ¿”esta chica” pensaba cantar en un momento tan inapropiado?
Lo he visto. He visto cómo mi canto afecta a las personas de maneras diferentes, pero en una señal equitativa para todos: cuando alguien me escuchaba cantar, sentían mucha más calma en sus corazones y en sus mentes. Había visto cómo personas que estuvieron a punto de atentar contra sus vidas se detuvieron. Había visto como personas sumidas en la depresión y en el odio propio se intentaron dar una oportunidad más.
Y eso quería también acá. Quería que tuvieran paz en sus corazones y mentes. No los conocía bien, sólo recientemente… pero todos parecían buenas personas. Incluso la elfa que casi se enfrasca en una lamentable decisión. Parecían ser del tipo de personas que deseaban volver a sus hogares, contarles a sus familias las aventuras que tuvieron, o incluso simplemente estar en paz en sí mismos.
No tenía idea si iba a funcionar. Pero quería intentarlo de todas formas...
El sonido de la arpa prosiguió en un acorde básico, y se mantuvo sin grandes variaciones durante toda la canción, y de solo haber sido la única música que se hubiera manifestado, hubiera pasado tan desapercibida como llegó. Sin embargo, fue acompañada por una dulce voz que emanó de la joven dragona a medida que su confianza adquirió la suficiente fuerza. Era distinta a la sensación que daba cuando conversaba, casi como si se tratara de una persona distinta. Sin embargo, podía sentirse una calidez que abrazaba los espíritus de las personas cuyos oídos alcanzaban sus plegarias.
Pero no era como alguna magia conocida, que se enseñara en las academias, o de padres a hijos. Aquello era distinto. Era como si el viento, el sonido, se mezclaran en uno y se unieran junto al corazón de las personas, en una íntimo abrazo de madre a hijo, como si aquella sensación quisiera que pudieran sentirse bien consigo mismos, como si perdonaran los errores más terribles, como si olvidaran los dolores más profundos del corazón.
Su canto, distinto a muchas veces, pudo entenderse por la gente de la posada, y quienes ocasionalmente paseaban fuera de esta:
Enchanters!
The time has come to be alive
In the Circle of Magi, where we will thrive
With our brothers.
Enchanters remind
That time will not unwind.
The dragon’s crooked spine,
Will never straighten into line.
What we plea will be
A faithful end decree,
Where a man will not retreat
From the defeat of his fathers.
Enchanters!
A time has come for battle lines.
We will cut these knotted ties,
And some may live and some may die.
Enchanter, come to me
Enchanter, come to me
Enchanter, come to see
Can-a you, can-a you come to see,
As you once were blind
In the light now you can sing?
In our strength we can rely,
And history will not repeat.
Enchanter, come to me
Enchanter, come to me
Enchanter, come to see
Can-a you, can-a you come to see,
As you once were blind
In the light now you can sing?
In our strength we can rely,
And history will not repeat.
Cuando terminó, quedó en silencio, abriendo los ojos. No sabía qué esperar de aquella fuerza que la empujó a hacerlo. Solo quería verlos más tranquilos, capaces de poder dejar atrás sus dolores y sus aflicciones aunque fueran por breves minutos.
¿¡Y bueno, qué tienen que entrometerse en mi vida!? Solo miré para saber si todo estaba bien, no para saber si ya estaban en la mesa…. conversando sobre la vida. Y la verdad, el ver que uno de los presentes, el chico específicamente, le había quitado una daga que la joven elfa tuvo en sus manos hace algunos segundos me quitó de golpe la impresión inicial que tuve sobre ambas elfas. Y fue reemplazada momentáneamente con algo de confusión. ¿Cuál había sido su real intención? ¿El hacerle daño? ¿Robarle algo de sus cabellos? ¿O su sangre?
Y no solo eso. La acompañante felina había entrado en modo de “defensa de propiedad”, como cuando mi tío Boris le tocan las botellas de alcohol de su alacena, cuando la elfa peliblanca, la cual llamaban Niniel, fue acosada. Ah, y tenía novio, así que definitivamente ella con el chico que me ayudó no tenían nada amoroso entremedio. Y hablando de él, parecía sufrir de algo en la cabeza que lo mantenía algo denso. Y también parecía hablar solo, o algo en el ambiente le molestaba. El que la chica que lo acompañaba mencionara sobre favores y otra persona me hacía pensar que quizás había algo mágico detrás. Y ni qué decir sobre la elfa, quién parecía mucho más errática que el resto.
Y… ahí estaba yo. Quizás era la única en el centro de esta mesa que no tenía un problema, sentía una aflicción o una daga que me quitaban tan fácilmente.
Por un momento, me di cuenta de algo tan pequeño podía marcar una diferencia en una persona. Me refiero… hace un año atrás, era una chica normal que normalmente no salía de su rutina, con alguno que otro asunto insignificante en Dundarak. Y normalmente no tenía interacciones con extranjeros, ya que… ¿por qué lo harían? No era alguien que pudiera ofrecer algo como otros. No era una guerrera que estaba a la caza de gloria o riquezas. Tampoco sabía manejar la magia, y el regalo que me habían dado los Dioses Dragones no se habían manifestado en alguna forma que afectara a otros, o a mí de partida. En una situación así, ¿qué hubiera hecho?
La respuesta era simple.
Nada.
Porque no poseía nada dentro de mí que pudiera darle a otros.
No tenía nada que hubiera ayudado a otros alcanzar sus metas o logros.
No era nada que pudiera valer la pena.
Pero ahora era distinto. Si tenía algo dentro de mi. Un regalo de los Dioses. Algo que me habían regalado para entender el mundo, para hacerme uno con él, nutrirme de sus alegrías y decepciones, entender a la gente y este mundo.
- Sé que quizás no sirva de mucho, pero… solo denme dos minutos - me armé de valentía y les dije, mientras me dirigía a mi fardo de utensilios. Recuerdo que papá me había echado una de estas, aun cuando le había dicho que no era probable que la usara. Pero debía estar en algún lado, en algún lado… no, debajo de estas ollas no… no, tampoco debajo de la comida…
¡Ajá! Aquí estaba. El arpa que me regaló Alfred en las tierras de los magos. Aun cuando no sabía tocarla muy bien, con un poco de práctica había logrado aprenderme un acorde básico que me permitiera cantar sin desconcentrarme tanto. La llevé con los presentes, y tomé una de las sillas, separandola un poco del centro de la mesa, sentándome y quedando frente a ellas. Probablemente algunos estaban más confundidos que otros, y era esperable. Dentro de esta tensión, de todo este drama que se había armado, ¿”esta chica” pensaba cantar en un momento tan inapropiado?
Lo he visto. He visto cómo mi canto afecta a las personas de maneras diferentes, pero en una señal equitativa para todos: cuando alguien me escuchaba cantar, sentían mucha más calma en sus corazones y en sus mentes. Había visto cómo personas que estuvieron a punto de atentar contra sus vidas se detuvieron. Había visto como personas sumidas en la depresión y en el odio propio se intentaron dar una oportunidad más.
Y eso quería también acá. Quería que tuvieran paz en sus corazones y mentes. No los conocía bien, sólo recientemente… pero todos parecían buenas personas. Incluso la elfa que casi se enfrasca en una lamentable decisión. Parecían ser del tipo de personas que deseaban volver a sus hogares, contarles a sus familias las aventuras que tuvieron, o incluso simplemente estar en paz en sí mismos.
No tenía idea si iba a funcionar. Pero quería intentarlo de todas formas...
El sonido de la arpa prosiguió en un acorde básico, y se mantuvo sin grandes variaciones durante toda la canción, y de solo haber sido la única música que se hubiera manifestado, hubiera pasado tan desapercibida como llegó. Sin embargo, fue acompañada por una dulce voz que emanó de la joven dragona a medida que su confianza adquirió la suficiente fuerza. Era distinta a la sensación que daba cuando conversaba, casi como si se tratara de una persona distinta. Sin embargo, podía sentirse una calidez que abrazaba los espíritus de las personas cuyos oídos alcanzaban sus plegarias.
Pero no era como alguna magia conocida, que se enseñara en las academias, o de padres a hijos. Aquello era distinto. Era como si el viento, el sonido, se mezclaran en uno y se unieran junto al corazón de las personas, en una íntimo abrazo de madre a hijo, como si aquella sensación quisiera que pudieran sentirse bien consigo mismos, como si perdonaran los errores más terribles, como si olvidaran los dolores más profundos del corazón.
Su canto, distinto a muchas veces, pudo entenderse por la gente de la posada, y quienes ocasionalmente paseaban fuera de esta:
Enchanters!
The time has come to be alive
In the Circle of Magi, where we will thrive
With our brothers.
Enchanters remind
That time will not unwind.
The dragon’s crooked spine,
Will never straighten into line.
What we plea will be
A faithful end decree,
Where a man will not retreat
From the defeat of his fathers.
Enchanters!
A time has come for battle lines.
We will cut these knotted ties,
And some may live and some may die.
Enchanter, come to me
Enchanter, come to me
Enchanter, come to see
Can-a you, can-a you come to see,
As you once were blind
In the light now you can sing?
In our strength we can rely,
And history will not repeat.
Enchanter, come to me
Enchanter, come to me
Enchanter, come to see
Can-a you, can-a you come to see,
As you once were blind
In the light now you can sing?
In our strength we can rely,
And history will not repeat.
Cuando terminó, quedó en silencio, abriendo los ojos. No sabía qué esperar de aquella fuerza que la empujó a hacerlo. Solo quería verlos más tranquilos, capaces de poder dejar atrás sus dolores y sus aflicciones aunque fueran por breves minutos.
- Spoiler:
- La canción tocada es esta: [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]
Debido a que la repiten en la segunda parte del video, solo consideren hasta el minuto 1:40. ¡Gracias a Zöe por proporcionarme la canción!
Siria
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Re: Entre Fantasmas. [Interpretativo][Libre][4/4]
¿Por qué aquella elfa no se apartaba? Níniel ya le había dicho que no y su congénere parecía una buena persona, dulce y agradable. Cualquiera de sus hermanas ya habría bajado la cabeza avergonzada y aceptado que había abusado en demasía de la generosidad y buen corazón de la sacerdotisa, entendiendo que la situación había llegado demasiado lejos. La peliblanca quería que la soltase, sus caricias se habían tornado en una presa ya incómoda en torno a su cabeza... Y a la vez había algo en la fuerza de aquel agarre que evitaban que se resistiera como debería, como si una parte de ella quisiera todo aquello, y mucho más. ¿Por qué pasaba algo así? ¿De dónde salía esa sorprendente e intensa atracción mutua? ¿Era eso que la gente llamaba "flechazo"? ¿Entonces por qué se sentía tan...extraño e indebido? Era raro y a la vez tan real...
Entonces los acontecimientos se precipitaron de manera difícilmente predecible. De repente Eltrant apareció para separarlas, y una daga, propiedad de Helyare o al menos tomada de ella acabó sobre la mesa a pesar de las protestas de la elfa, que clamaba venganza. ¿Por qué? Níniel no acaba de comprenderlo, pero al girar su cabeza y cruzar su mirada con su felina hermana pudo ver el gesto serio de Catherine, denotando que estaba pasando algo grave de lo que ella no era plenamente consciente. ¿Acaso la de ojos esmeralda había intentado hacerle algo a ella? ¿Por qué? ¿Todo aquel cariño había sido impostado en un intento por acercarse a ella y hacerle daño? Todo era confuso. Níniel retrocedió un paso, tratando de encontrar alguna explicación a todo aquello.
-¿Qué está pasando?- Llegó a preguntar la peliblanca, pensando en términos generales de la situación y no solo en el asunto de la daga, aunque seguramente su pregunta parecería mucho más superficial y fácil de responder de lo que en verdad la sacerdotisa pretendía. Ninguna respuesta llegaría para aclarar sus dudas, al contrario, las cosas iban a ponerse cada vez más extrañas.
Eltrant, en esos momentos lo único que se interponía entre ambas elfas y que trataba de evitar que Helyare recuperara su daga, de repente dejó de hacerlo aquejado de algún tipo de molestia aguda en la cabeza, siendo auxiliado rápidamente por la extraña chica vampira, la cual parecía ser conocedora del mal que le aquejaba y estar preocupada por ello. Sin dudarlo mucho, y a pesar de la tensa situación, Helyare aprovechó aquel lapsus de debilidad en el guardia para volver a acercarse a Níniel, contentándose con solo mirarla en aquella ocasión. A continuación se sentó en el suelo y comenzó a, ¿conversar? con aquella criatura voladora que llevaba todo el rato revoloteando por el lugar. Parecían hablar de Eltrant, quien por otro lado era evidente que no se estaba comportando de manera muy normal. Resultaba adorable y daban ganas de abrazarla pero...¿Por qué había vuelto a acercarse y por qué ella misma no intentaba volver a distanciarse? Incluso Catherine parecía confundida y no acababa de saber si debía rajarle el cuello a aquella elfa o enviar a las dos a una habitación, teniendo en cuenta las miraditas que se echaban.
-Antes de que intentes llevarte tú también a Níniel a lo oscurito o comer nada hay que aclarar todo esto, porque no entiendo nada.- Interrumpiría la pelirroja el ofrecimiento de tregua mediante soborno en carne que Eltrant quiso proponer tras pedirle a Níniel un momento para hablar a solas. -Primero lo de la daga y ahora le das una baratija al humano...¿Y qué diantres ha dicho esa cosa voladora? Chiri, chiri...- Espetó la pelirroja cada vez más perdida. No sabía si estaba ante una enemiga, ante una amiga rara, o ante una persona arrepentida por sus actos y que entregaba aquel regalo como muestra de buena voluntad. En su opinión lo único claro es que fuese lo que fuese, aquella elfa estaba como un cencerro. -Y ya te he dicho que no la toques.- Añadió entonces la felina al percatarse de que como quién no quiere la cosa ambas elfas volvían a estar tomadas de la mano sin que aquello tuviera lógica alguna. Níniel se sorprendió al darse cuenta de aquello mismo, ni siquiera se había percatado del momento en el que había ocurrido. -¿Y qué demonios te pasa a ti y quién es Duvén?.- Volvió a mirar a Eltrant. -Nadie va a comer hasta que yo me entere, y creedme, tengo tanta hambre que me comería una vaca entera.- Sentenció la felina.
En aquel momento, con la tensión aún palpable en el ambiente, aquella vendedora, metida en todo aquello sin comerlo ni beberlo, nunca mejor dicho porque ni ella ni nadie de aquella mesa había probado bocado aún, se ofreció a ayudar, si es que estaban dispuestos a concederle dos minutos. Níniel no sabía muy bien cuáles eran las intenciones de la mujer o que buscaba con tanto ahínco entre sus abultadas pertenencias, pero ya que que nadie pareció contrario a esperar, ella tampoco puso pega alguna. ¿Acaso aquella desconocida que aún no había dicho su nombre, a pesar de que ya se le había preguntado varias veces, sabía qué era lo que estaba pasando?
La respuesta a aquello resultó ser un no rotundo en forma de extraña canción sutílmente entrelaza con magia, acompañada por un solo acorde de arpa. Un solo acorde que bastó para que Níniel viajara lejos de allí, a sus clases de música y canto en Sandorai, donde se especializó precisamente en aquel instrumento que tan nítidamente podía convertir los sentimientos en melodías. A su lado Catherine pronto también comenzaría a tranquilizarse, sin sospechar que estaba siendo afectada mágicamente.
Quizá cuando aquella canción terminara, todos podrían sentarse, hablar y explicarse, sin más misterios ni secretismo. Sin conversaciones privadas y sin que la vida de alguien pareciera pender permanentemente de un hilo.
Entonces los acontecimientos se precipitaron de manera difícilmente predecible. De repente Eltrant apareció para separarlas, y una daga, propiedad de Helyare o al menos tomada de ella acabó sobre la mesa a pesar de las protestas de la elfa, que clamaba venganza. ¿Por qué? Níniel no acaba de comprenderlo, pero al girar su cabeza y cruzar su mirada con su felina hermana pudo ver el gesto serio de Catherine, denotando que estaba pasando algo grave de lo que ella no era plenamente consciente. ¿Acaso la de ojos esmeralda había intentado hacerle algo a ella? ¿Por qué? ¿Todo aquel cariño había sido impostado en un intento por acercarse a ella y hacerle daño? Todo era confuso. Níniel retrocedió un paso, tratando de encontrar alguna explicación a todo aquello.
-¿Qué está pasando?- Llegó a preguntar la peliblanca, pensando en términos generales de la situación y no solo en el asunto de la daga, aunque seguramente su pregunta parecería mucho más superficial y fácil de responder de lo que en verdad la sacerdotisa pretendía. Ninguna respuesta llegaría para aclarar sus dudas, al contrario, las cosas iban a ponerse cada vez más extrañas.
Eltrant, en esos momentos lo único que se interponía entre ambas elfas y que trataba de evitar que Helyare recuperara su daga, de repente dejó de hacerlo aquejado de algún tipo de molestia aguda en la cabeza, siendo auxiliado rápidamente por la extraña chica vampira, la cual parecía ser conocedora del mal que le aquejaba y estar preocupada por ello. Sin dudarlo mucho, y a pesar de la tensa situación, Helyare aprovechó aquel lapsus de debilidad en el guardia para volver a acercarse a Níniel, contentándose con solo mirarla en aquella ocasión. A continuación se sentó en el suelo y comenzó a, ¿conversar? con aquella criatura voladora que llevaba todo el rato revoloteando por el lugar. Parecían hablar de Eltrant, quien por otro lado era evidente que no se estaba comportando de manera muy normal. Resultaba adorable y daban ganas de abrazarla pero...¿Por qué había vuelto a acercarse y por qué ella misma no intentaba volver a distanciarse? Incluso Catherine parecía confundida y no acababa de saber si debía rajarle el cuello a aquella elfa o enviar a las dos a una habitación, teniendo en cuenta las miraditas que se echaban.
-Antes de que intentes llevarte tú también a Níniel a lo oscurito o comer nada hay que aclarar todo esto, porque no entiendo nada.- Interrumpiría la pelirroja el ofrecimiento de tregua mediante soborno en carne que Eltrant quiso proponer tras pedirle a Níniel un momento para hablar a solas. -Primero lo de la daga y ahora le das una baratija al humano...¿Y qué diantres ha dicho esa cosa voladora? Chiri, chiri...- Espetó la pelirroja cada vez más perdida. No sabía si estaba ante una enemiga, ante una amiga rara, o ante una persona arrepentida por sus actos y que entregaba aquel regalo como muestra de buena voluntad. En su opinión lo único claro es que fuese lo que fuese, aquella elfa estaba como un cencerro. -Y ya te he dicho que no la toques.- Añadió entonces la felina al percatarse de que como quién no quiere la cosa ambas elfas volvían a estar tomadas de la mano sin que aquello tuviera lógica alguna. Níniel se sorprendió al darse cuenta de aquello mismo, ni siquiera se había percatado del momento en el que había ocurrido. -¿Y qué demonios te pasa a ti y quién es Duvén?.- Volvió a mirar a Eltrant. -Nadie va a comer hasta que yo me entere, y creedme, tengo tanta hambre que me comería una vaca entera.- Sentenció la felina.
En aquel momento, con la tensión aún palpable en el ambiente, aquella vendedora, metida en todo aquello sin comerlo ni beberlo, nunca mejor dicho porque ni ella ni nadie de aquella mesa había probado bocado aún, se ofreció a ayudar, si es que estaban dispuestos a concederle dos minutos. Níniel no sabía muy bien cuáles eran las intenciones de la mujer o que buscaba con tanto ahínco entre sus abultadas pertenencias, pero ya que que nadie pareció contrario a esperar, ella tampoco puso pega alguna. ¿Acaso aquella desconocida que aún no había dicho su nombre, a pesar de que ya se le había preguntado varias veces, sabía qué era lo que estaba pasando?
La respuesta a aquello resultó ser un no rotundo en forma de extraña canción sutílmente entrelaza con magia, acompañada por un solo acorde de arpa. Un solo acorde que bastó para que Níniel viajara lejos de allí, a sus clases de música y canto en Sandorai, donde se especializó precisamente en aquel instrumento que tan nítidamente podía convertir los sentimientos en melodías. A su lado Catherine pronto también comenzaría a tranquilizarse, sin sospechar que estaba siendo afectada mágicamente.
Quizá cuando aquella canción terminara, todos podrían sentarse, hablar y explicarse, sin más misterios ni secretismo. Sin conversaciones privadas y sin que la vida de alguien pareciera pender permanentemente de un hilo.
Níniel Thenidiel
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Re: Entre Fantasmas. [Interpretativo][Libre][4/4]
Todo estaba sucediendo demasiado rápido. Ahora tenía un colgante entre las manos, uno que le había entregado la elfa había estado manoseando a Níniel y que, de algún modo, había conseguido acallar la voz de Duvén mínimamente, también estaban las distintas protestas de Catherine que, obviamente, no parecía estar dispuesta a dejar a que su amiga se fuese a solas con un completo desconocido para ella.
La comprendía.
Suspiró profundamente y alternó entre todos los presentes, sin saber a quién responder en primer lugar, en cómo solucionar mínimamente algo de lo que sucedía. ¿Por qué nada era nunca sencillo para él? Para colmo, el dolor de cabeza cada vez era peor, quizás el colgante de la elfa borracha hubiese bajado el volumen de la voz de Duvén, la cual ahora era más bien un susurro distante, pero el fantasma se estaba encargando de hacerse oír de alguna forma u otra.
Todo se quedó de este modo, estancado en aquel supuesto punto de desconfianza general, hasta que la mujer del fardo desproporcionado decidió extraer lo que parecía ser un arpa de entre sus pertenencias y, con una voz que Eltrant solo pudo describir como “hermosa”, entonó una canción que, de algún modo, consiguió que todos dejasen, por unos instantes, de mirarse con suspicacia los unos a los otros y la mirasen a ella.
Era extraño, la canción de la desconocida le había relajado, había conseguido que el dolor de cabeza cesase, se sentía extrañamente tranquilo.
Incluso Duvén parecía convencido. Ya no urgía a Eltrant a correr tras el noble del blasón que se había marchado minutos atrás.
- Supongo que… - Se llevó la mano hasta la barba, girándose hacía a Catherine. Las formas de la gata no eran las más agradables que había visto, pero podía comprender que pasaba por la cabeza de la mujer, o eso creía. Estaba preocupada por su amiga, solo era eso. – Supongo que tienes razón. Os debo una explicación. – dijo dejándose caer sobre el asiento en el que había estado al principio de aquella extraña velando y suspiró profundamente.
Lyn, sin separarse demasiado de su lado, hizo lo mismo. Aunque esta, por otro lado, comenzó a mirar, sutilmente, a todas las salidas que tenía a la vista; Aquella era la forma que tenía la vampiresa para lidiar con las situaciones que la incomodaban, sabía que sentía la imperiosa necesidad de desvanecerse entre las sombras.
- La cosa es… - ¿Cómo podía explicar aquello? Seguía antojándosele como los desvaríos de un loco, de una persona que debía estar internado en el hospital de Lunargenta. O en lo que quedase de él en aquel momento.
- Eltrant escucha a los muertos. – Cortó Lyn de inmediato, el castaño se giró hacía ella, la vampiresa se encogió de hombros. Era raro escucharla decir su nombre. – …Así es más rápido. – dijo con simpleza.
- Es más… complicado que eso. – dijo Eltrant suspirando profundamente, llevándose la mano izquierda hasta la cara. Miró a Níniel. – Cuando dejé la guardia empecé a vagar, a seguir rumores en los que poder ayu… bueno, eso no viene al caso. – Negó con la cabeza – Acabé en una aldea, en los bosques del oeste dónde… - Pensó qué decir. ¿Cómo describía lo que había visto en Lago Sombrío? – Había algo raro ahí. – No sabía cómo describirlo con exactitud. – No había nadie, todos habían muerto… no sé exactamente que había pasado, pero habían desaparecido todos. Las casas, además, estaban carcomidas, como si llevasen años abandonadas… – Aseguró – Y encima de todo eso… un… ¿Ente? Trató de matarnos. También amenazaba con “Escapar” de allí y hacer lo mismo en todas partes. - Miró a Lyn, todo aquello sonaba tan absurdo, casi parecía uno de esos cuentos que vendían los trovadores ambulantes. – El caso es que… aunque lo conseguí matar… ahora, bueno, soy capaz de oír a personas que no están vivas. En mi cabeza, como si estuviesen alrededor mía. – dijo bajando la mirada, avergonzado, estaba bastante seguro que ninguno de los presentes iba a creerle. – Sí, ya sé cómo suena. No tenéis que decir nada. – Levantó la mirada de nuevo. – No es una sensación agradable, me piden favores y si no los cumplo… las voces se vuelven insoportables, es raro. – Se cruzó de brazos y, ahora, miró a Catherine. – Duvén es el… agradable fantasma al que he decidido ayudar. – Afirmó. – Al parecer antes de morir trabajó para un tipo que acaba de salir de aquí y se ha asegurado de hacérmelo saber por las malas. Uno que llevaba un blasón amarillo, uno de algún animal alado. – dijo.
Se quedó en silencio, de brazos cruzados. Afortunadamente había hablado en voz lo suficientemente baja como para que solo le oyesen los que estaban a su alrededor. No quería que le echasen de allí por la historia que acababa de contar, estaba bastante seguro que ser un loco no debía de ser nada agradable en aquel lugar, sobre todo con la plaga y la sensación de que una guerra estaba a punto de estallar.
- Quería hablar con Níniel a solas porqué… - Suspiró – Cómo sacerdotisa esperaba que supiese algo… y porqué suena a que estoy mal de la cabeza. – Cerró los ojos. – Sí que me han comentado que, poco a poco, se va a ir pasando según responda a sus peticiones, pero… - Volvió a depositar su atención en la sacerdotisa. - Quería la opinión de una amiga. – dijo al final.
La comprendía.
Suspiró profundamente y alternó entre todos los presentes, sin saber a quién responder en primer lugar, en cómo solucionar mínimamente algo de lo que sucedía. ¿Por qué nada era nunca sencillo para él? Para colmo, el dolor de cabeza cada vez era peor, quizás el colgante de la elfa borracha hubiese bajado el volumen de la voz de Duvén, la cual ahora era más bien un susurro distante, pero el fantasma se estaba encargando de hacerse oír de alguna forma u otra.
Todo se quedó de este modo, estancado en aquel supuesto punto de desconfianza general, hasta que la mujer del fardo desproporcionado decidió extraer lo que parecía ser un arpa de entre sus pertenencias y, con una voz que Eltrant solo pudo describir como “hermosa”, entonó una canción que, de algún modo, consiguió que todos dejasen, por unos instantes, de mirarse con suspicacia los unos a los otros y la mirasen a ella.
Era extraño, la canción de la desconocida le había relajado, había conseguido que el dolor de cabeza cesase, se sentía extrañamente tranquilo.
“Vaya… eso ha… eso ha estado bien”
Incluso Duvén parecía convencido. Ya no urgía a Eltrant a correr tras el noble del blasón que se había marchado minutos atrás.
“¿Puedes pedirle que cante otra?”
- Supongo que… - Se llevó la mano hasta la barba, girándose hacía a Catherine. Las formas de la gata no eran las más agradables que había visto, pero podía comprender que pasaba por la cabeza de la mujer, o eso creía. Estaba preocupada por su amiga, solo era eso. – Supongo que tienes razón. Os debo una explicación. – dijo dejándose caer sobre el asiento en el que había estado al principio de aquella extraña velando y suspiró profundamente.
Lyn, sin separarse demasiado de su lado, hizo lo mismo. Aunque esta, por otro lado, comenzó a mirar, sutilmente, a todas las salidas que tenía a la vista; Aquella era la forma que tenía la vampiresa para lidiar con las situaciones que la incomodaban, sabía que sentía la imperiosa necesidad de desvanecerse entre las sombras.
- La cosa es… - ¿Cómo podía explicar aquello? Seguía antojándosele como los desvaríos de un loco, de una persona que debía estar internado en el hospital de Lunargenta. O en lo que quedase de él en aquel momento.
- Eltrant escucha a los muertos. – Cortó Lyn de inmediato, el castaño se giró hacía ella, la vampiresa se encogió de hombros. Era raro escucharla decir su nombre. – …Así es más rápido. – dijo con simpleza.
- Es más… complicado que eso. – dijo Eltrant suspirando profundamente, llevándose la mano izquierda hasta la cara. Miró a Níniel. – Cuando dejé la guardia empecé a vagar, a seguir rumores en los que poder ayu… bueno, eso no viene al caso. – Negó con la cabeza – Acabé en una aldea, en los bosques del oeste dónde… - Pensó qué decir. ¿Cómo describía lo que había visto en Lago Sombrío? – Había algo raro ahí. – No sabía cómo describirlo con exactitud. – No había nadie, todos habían muerto… no sé exactamente que había pasado, pero habían desaparecido todos. Las casas, además, estaban carcomidas, como si llevasen años abandonadas… – Aseguró – Y encima de todo eso… un… ¿Ente? Trató de matarnos. También amenazaba con “Escapar” de allí y hacer lo mismo en todas partes. - Miró a Lyn, todo aquello sonaba tan absurdo, casi parecía uno de esos cuentos que vendían los trovadores ambulantes. – El caso es que… aunque lo conseguí matar… ahora, bueno, soy capaz de oír a personas que no están vivas. En mi cabeza, como si estuviesen alrededor mía. – dijo bajando la mirada, avergonzado, estaba bastante seguro que ninguno de los presentes iba a creerle. – Sí, ya sé cómo suena. No tenéis que decir nada. – Levantó la mirada de nuevo. – No es una sensación agradable, me piden favores y si no los cumplo… las voces se vuelven insoportables, es raro. – Se cruzó de brazos y, ahora, miró a Catherine. – Duvén es el… agradable fantasma al que he decidido ayudar. – Afirmó. – Al parecer antes de morir trabajó para un tipo que acaba de salir de aquí y se ha asegurado de hacérmelo saber por las malas. Uno que llevaba un blasón amarillo, uno de algún animal alado. – dijo.
“Buen resumen, algo aburrido, pero buen resumen.”
Se quedó en silencio, de brazos cruzados. Afortunadamente había hablado en voz lo suficientemente baja como para que solo le oyesen los que estaban a su alrededor. No quería que le echasen de allí por la historia que acababa de contar, estaba bastante seguro que ser un loco no debía de ser nada agradable en aquel lugar, sobre todo con la plaga y la sensación de que una guerra estaba a punto de estallar.
- Quería hablar con Níniel a solas porqué… - Suspiró – Cómo sacerdotisa esperaba que supiese algo… y porqué suena a que estoy mal de la cabeza. – Cerró los ojos. – Sí que me han comentado que, poco a poco, se va a ir pasando según responda a sus peticiones, pero… - Volvió a depositar su atención en la sacerdotisa. - Quería la opinión de una amiga. – dijo al final.
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