Pater Noster [Desafío]
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Pater Noster [Desafío]
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– Pater Noster,… qui es in caelis, s-sanctificetur nomen tu-uum. Adveniat regnum… –musitaba entre temblores el monje cristiano, aprovechando sus muñecas atadas para juntar sus palmas y apoyar las plegarias a su Señor. –tuum.
Jacob, que así se llamaba el joven sacerdote, nombrado como el nieto del gran profeta, estaba esa mañana, como cada día, limpiando las imágenes de culto de su religión. Todos los días rezaba a su Dios porque tuviera en su gloria a todos esos paganos que no tenían conocimientos suficientes para leerse las Sagradas Escrituras o para seguir la senda de Jesús. Oraba por sus perdidas almas para que encontrasen el camino correcto y dejasen de alabar a dioses falsos tallados en madera, o a árboles o animales. Dios sólo había uno, y era al que pedía porque les iluminase.
- Jacob:
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Su pequeña y humilde parroquia, a las afueras de Lunargenta, había sido lugar de peregrinación durante la Gran Pandemia y él, como buen cristiano, había intentado auxiliar a quien se lo pidiera, orando por todas las almas y tomándolo como un castigo hacia los paganos por su culto a falsos dioses.
Pero ese día no había sido como otro cualquiera. Mientras limpiaba las imágenes había sido asaltado por un grupo de bárbaros, quienes lo habían llevado a su aldea y lo tenían atado en la plaza a un mástil de madera. Cada vez que pasaba uno de ellos, le arrojaba algo: desde piedras hasta excrementos.
–¿Dónde está tu dios, cristiano? –se jactaban al no ver ninguna talla. Habían encontrado cruces de oro y de madera y una estatua de un hombre crucificado que ahora quemaban cerca de él, en una improvisada hoguera. En la puerta de una de las casas, el herrero afilaba un hacha de gran tamaño. Pronto reunirían al cristiano con su Dios.
–En… todas partes… os está observando –aclaró y volvió a sus rezos. Eso hizo que estallaran las carcajadas entre la multitud.
Hacía tiempo que en las grandes ciudades como Lunargenta o Baslodia se habían prohibido los sacrificios humanos, pero en pequeñas aldeas, donde la religión era muchísimo más arraigada que en esas ciudades, creía conveniente honrar al gran dios Odin con el sacrificio de un cristiano. Había pocos, nadie tenía por qué enterarse…
Las mujeres de la aldea iban llevando cuencos de madera a donde estaba el tocón de madera; recogerían su sangre y la usarían para llamar la atención de sus dioses. Freyja y Odin estarían mirándolos, velando por ellos.
– Et dimitte nobis debita… nostra sicut et nos dimittimus… – proseguía. Sus oraciones sólo causaban risas y más burlas. Un hombre fornido se acercó y le lanzó una piedra.
– ¡Calla, monje! ¡Tu dios no te escucha! – rió – ¡No hace nada para salvarte!
Incluso los pequeños llegaban a lanzarle objetos, lo que tuvieran en las manos, alentados por sus padres y demás adultos. Y se sentían orgullosos de ello. Bien es sabido que los mortales influencian a sus pequeños para que sean el reflejo de lo que son ellos.
– Amen – concluyó. Jacob tenía la esperanza de ser salvado o, de que al menos, Dios le abriría las puertas del cielo. Había sido un buen cristiano, no podía acabar así. Y, por supuesto, no iba a hacer lo que otros traidores al Señor y renunciar a su religión por su vida. Eso jamás. Otro excremento voló hasta estamparse en su pecho y desparramarse por sus ropajes. Hizo una mueca de asco al sentir el desagradable olor. Aunque, entre el barro y todo lo que le estaban tirando, ya no distinguía tantos olores. Pero estaba harto, ya llevaba varias horas atado y no paraban de vejarle y hacerle daño. “Dios os castigará, os mandará otra plaga mayor que la anterior para salvar a sus hijos”, pensaba en silencio. Sabía que el Señor era justo y sabio, y que enseñaría a esos paganos lo que sucedía si se levantaba su furia.
Y es que, en un lugar donde varias religiones confluían, siempre había problemas en cuanto a teología. Los que esperaban el Valhalla estaban ansiosos de sangre; el que esperaba el Cielo, de venganza. Unos sí lo decían en voz alta; el otro en silencio, a sabiendas de que la furia divina debía esperar su tiempo.
– ¡Acaba con él! – gritaban cuando vieron al herrero, gran luchador también, alzar el hacha. Debían esperar al despunte de la noche. - ¡Que su sangre sea para Odin! – Tanto hombres, mujeres como niños gritaban consignas así, mientras que el monje, en su cabeza, seguía con otros rezos. Esos salvajes, que permitían la indecencia de sus mujeres y la violencia de sus niños, y que tenían sus manos salpicadas de sangre, no tendrían lugar en el Cielo. Eso le tranquilizaba, en la otra vida no tendría que aguantarlos.
Los vítores al ver el hacha se hacían cada vez más grandes. Poco faltaba para la hora del sacrificio, el momento en que demostrarían su apoyo a los dioses. Los únicos y existentes. Desde el Valhalla, sonreirían por la acción de este pueblo. – ¿Quién quiere ver derramada la sangre del cristiano sobre nuestras cosechas? – preguntó el herrero, con una sonrisa de oreja a oreja, una vez se hubo subido al tocón donde pronto estaría la cabeza de Jacob.
– ¡¡¡YO!!! – gritaron todos.
– ¡Que Odin os oiga! – Jacob temblaba, sentado en el suelo y atado al mástil de madera. Cerró los ojos y rezó con más ahínco a su Dios. Tenía que salvar su vida.
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Bienvenido/a: Has llegado a una pequeña aldea de Verisar y me interesa saber el porqué. Cuando llegues, verás que van a sacrificar a una persona, un joven cristiano de la capital. Tu objetivo en este primer turno dependerá, casi en exclusiva, de tu afiliación teológica, o sea, de tu religión. ¿Apoyarás el sacrificio? ¿O piensas que es una salvajada? Tu primer objetivo será posicionarte. La indiferencia también es una opción de posicionamiento muy válida. Los dioses lo hacemos en la suerte media, así que aquí también será aceptada. Puede que un sacrificio más no te importe, o puede que sí. Tú decides. ¿A favor? ¿En contra?
Deberás hacerles ver a las gentes del pueblo tu posicionamiento. Como te puedes imaginar, la indiferencia llevará al sacrificio inevitable del monje. Y, puedes intentar tratar de convencerlos de que no lo hagan… aunque dudo que un forastero consiga aunar la idea de sacrificio de un pueblo entero. Pero…
Suerte, mortal.
Este desafío puede pasar a ser +18, dependiendo de tus acciones.
Fehu
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Re: Pater Noster [Desafío]
Se volvió a agachar junto al imponente roble que tenía delante de él y, cuidadosamente, introdujo una de las tantas rosas que crecían no muy lejos de allí en el agujero que acababa de cavar, justo después, aun sin levantarse, cubrió dicha rosa con la tierra que rodeaba el agujero, enterrándola.
Ya estaba hecho.
Había sido relativamente sencillo, algo extraño, pero sencillo. Respiró hondo, dejó que la brisa penetrara profundamente en sus pulmones, se concentró en el suave ulular de los distantes búhos.
Cerró los ojos; cómo había sucedido con Duvén, la voz de Rose se había esfumado, desaparecido sin dejar rastro tan pronto Eltrant completó la petición de la mujer. Como si nunca hubiese estado ahí para empezar.
¿Qué hacía ahora? Unió ambas manos, parecía ser un momento bastante solemne, casi como la despedida definitiva de la mujer que, en su cabeza, había afirmado ser una granjera que apenas había llegado a cumplir la veintena de edad.
Desafortunada para ella, Eltrant no conocía demasiadas oraciones para aquellos casos.
- Que… - Volvió a tomar aire meditando, quizás demasiado, que decir a continuación. – Que Odín y Freyja te acojan en su seno. – dijo al final. ¿Podría ir Rose al Valhalla? Por lo que sabía de los dioses a los que decía seguir, ese lugar estaba reservado para los que morían en combate y Rose no era precisamente una guerrera nata.
Suspiró, tenía que haber prestado más atención a la sacerdotisa de su aldea.
Se levantó y estiró los brazos por encima de su cabeza. Era casi tan extraño como la última vez, las voces habían desaparecido y suponía que, al menos, tendría unos días de margen hasta que estas volviesen.
Torció el gesto apenas unos segundos, cuando cumplió el encargo del dragón casi pensó que estaba curado y se encontró con que no lo estaba de golpe, tenía que mantener sus esperanzas, pero tampoco hacerse demasiadas ilusiones con todo aquello; Quien sabía cuánto tiempo tardaría en curarse.
Virgo había afirmado que “Un tiempo”. Pero diez años entraban dentro de ese margen que le había dado facilmente.
- ¿Eso es…? ¿Eso es todo? – Lyn a su espalda se acercó hasta donde estaba de brazos cruzados y curioseó el lugar dónde su compañero había enterrado la planta. - ¿Enterrar una rosa bajo un árbol? – Preguntó, Eltrant se encogió de hombros sonriendo y asintió. - ¿Es que era el fantasma de un perro? – Tras unos segundos pensativa, abrió los ojos de par en par y señaló a Eltrant. - ¡¿Asher sigue vivo, verdad!? – Preguntó zarandeando a Eltrant, quien dejó escapar una carcajada y sacudió la cabeza.
- Vamos a la aldea, anda. – dijo tras deslizar la mano, por última vez, sobre el tronco del roble. – Pasamos la noche aquí y nos volvemos a Lunargenta. ¿Qué te parece? – dijo Eltrant emprendiendo la marcha hacía el diminuto poblado en el que había vivido Rose antes de pasar a mejor vida.
- A mi faz le place, Mortal. – Aseveró la ojiazul de forma grandilocuente, saltando sobre la espalda de Eltrant en apenas dos movimientos para, después apoyarse sobre su hombro derecho, señalar a un punto indeterminado del camino que tenían que recorrer para llegar hasta la aldea - ¡Adelante mi fiel montura! ¡Avanza sin miedo! ¡Hacía nuestro destino! – Añadió de buen humor, soltando, al final, una carcajada en el mismo tono que aquel pequeño discurso.
- Que graciosa que estás hoy… - dijo Eltrant sonriendo según se alejaba del árbol, dejando entrever en su tono de voz lo que realmente pensaba. - ¿Es que has terminado algún capítulo de la novela o algo? – preguntó.
En cierto modo agradecía la actitud de la vampiresa. Sentía que, aunque acabasen de despedir a Rose, una mujer humilde, un punto anónimo en la historia de Aerandir que no había sido capaz de superar la plaga, no había motivos para deprimirse.
Podía seguir adelante. Al menos hasta que la siguiente voz se apareciese en su cabeza.
Se detuvo cuando, al internarse en la calle principal de la población, contempló como más de una veintena de aldeanos, todos ellos portando hoces, horcas y, por supuesto, antorchas, caminaban de un lugar a otro con aparente prisa.
Frunció levemente el ceño, estaban tan absortos que parecía que ellos, los dos únicos extraños en la aldea, no estaban allí presentes siquiera. La muchedumbre avanzaba a lo largo de las distintas calles de la ciudad sin percatarse en nada más que en su destino, encaminándose hacía lo que, por lo que había visto Eltrant cuando llegó, era la plaza.
De vez en cuando dejaban escapar algún grito, alguna chanza a los dioses.
Se cruzó de brazos y se quedó allí, parado, observando como los aldeanos iban de aquí allá hasta que, al cabo de varios minutos, desvió su mirada hasta Lyn, quien, después devolverle la mirada, se encogió de hombros.
O en aquel poblado se trabajaba hasta altas horas de la madrugada, o allí pasaba algo raro. Por no hablar que incluso los niños estaban levantados.
Todo el poblado parecía estar preparándose para algo.
- ¿Alguna fiesta? – Preguntó Lyn apartándose a un lado e indicando a Eltrant que hiciese lo mismo, dejando, de esta forma, paso a un amplio carromato que iba cargado de personas.
El castaño negó con la cabeza y se atusó la barba, no recordaba que hubiese ninguna fiesta en aquellas fechas.
Lo más sencillo era preguntar.
No le fue muy complicado detener a alguien, después de todo, prácticamente todo el poblado estaba fuera de sus casas, lo único que tuvo que hacer fue avanzar un par de pasos y colocarse frente a alguien. Ese alguien resultó ser un hombre de aspecto fornido y espesa barba cobriza a juego con su cabello; uno de tantos granjeros que vivían allí, no tenía nada de particular en realidad, caminaba portando una horca y cargaba a una niña pequeña a su espalda. Junto a él, una mujer de cabellos dorados y cara de pocos amigos portaba una antorcha, Eltrant supuso que era su esposa.
El hombre parecía, en un principio, tan molesto como la mujer, pero en cuanto comprobó quien era el que lo había detenido su expresión cambió casi al momento.
- Tú eres el amigo de Rose. ¿Verdad? Ese de fuera. – Preguntó tomando amistosamente la hombrera de Eltrant y agitándola, sonriendo. La niña de cabellos rubios que iba a espalda del granjero miró, con cierta curiosidad, la armadura de Eltrant, la cual brillaba tenuemente bajo la luz de la antorcha que portaba su madre – Una desgracia lo de la esa chiquilla. Tan joven… – dijo el hombre negando con la cabeza, sin dejar hablar al exguarda. – Pero al menos tenía amigos fuera de este pueblucho, eso está bien. – Aseveró, volviendo a sonreír - ¿Quién lo habría imaginado? – Miró a Eltrant de arriba abajo, analizándole, sus ojos después se clavaron en los de Lyn - Que alguien como vosotros… - Tras aquel susurro inicial, dejó escapar una carcajada de la nada y le dio varios manotazos a Eltrant en la armadura, en el pecho, concretamente – Bueno, da igual. Te estabas alojando en la vieja choza de Franz, ¿No? ¿Necesitas algo? Puedo pasarme con un par mañana a tapar agujeros, solo tienes que decirlo. Todos saben que ese sitio está a punto de venirse abajo – Eltrant, ligeramente asombrado por la repentina amabilidad de aquel hombre, sonrió, pero apenas tardó un instante en negar aquella proposición.
- Sí, sí. Todo está muy bien… – dijo a la vez que volvía a otear a los aldeanos que se movían por la calle. - ¿Puedo preguntarle qué está pasando? ¿Alguna fiesta del pueblo o algo así? – Inquirió al final.
El granjero sonrió e hinchó el pecho, casi como si se enorgulleciese de lo que estaba sucediendo.
- ¡Justicia, amigo mío! – dijo - ¡Justicia! – Agregó. Eltrant tensó los músculos en cuanto escuchó esto. ¿Justicia? Aquella palabra usada en aquel contexto solo podía significar una cosa: linchamiento. – Ah, y mi nombre el Hördt – Afirmó sin dejar de sonreír. – Aquí, esta pequeña tigresa… – dio un pequeño salto, la niña se agarró con más fuerza a su espalda y dejó escapar una carcajada. – …Se llama Aestrid. Y la belleza de ojos azules que me acompaña es mi mujer. ¡Que también es Aestrid! – Dejó escapar una risotada. - ¡Llamarlas en casa es todo un reto! – Añadió, la rubia se unió a su marido y le dijo un leve toque en el hombro.
Eltrant forzó una sonrisa y miró a Lyn, la cual contemplaba la calle pensativa. ¿Qué clase de justicia era la que estaban pretendiendo hacer valer en aquel lugar? ¿Habían capturado a bandidos y pensaban colgarlos? Aquello tenía un significado más importante detrás, parecía casi simbólico.
Nadie montaba un espectáculo por un grupo de malhechores.
- ¿Queréis acompañarnos? – Preguntó entonces Aestrid, su expresión había cambiado bastante, casi parecía agradable.
- ¡Sí! – dijo Hördt prácticamente al instante - ¡Podéis ocupar el lugar de Rose! ¡Todos van a estar encantados, ya verás! – Añadió.
Eltrant tomó aire e interrogó a Lyn con la mirada, quien asintió al cabo de unos segundos y volvió a perder la mirada en el gentío. La vampiresa parecía mucho más tensa que hacía apenas unos minutos y creía comprender el por qué; Algo le decía a Eltrant que aquellas gentes no eran especialmente amistosas con los vampiros.
- ¿Por qué no? – Respondió Eltrant al final, siguiendo de cerca a la familia que, sin apenas esperar a que la pareja decidiese, ya habían comenzado a caminar.
Lyn, mientras tanto, después de darle un par de golpecitos a Eltrant en la espalda, se deslizó disimuladamente hacía el lado contrario y se fundió con las sombras antes de que nadie presente se percatase de que estaba allí siquiera.
Suspiró. Aquello era peor de lo que se imaginaba.
Un hombre yacía sentado en el centro de la plaza, maniatado a un grueso mástil de madera como si de un bandido se tratase. Al mismo tiempo la gente que había ido allí a impartir “justicia” se reía a costa de aquel pobre desgraciado y le lanzaban objetos, coreaban las chanzas que un hombre corpulento que blandía un hacha diseñada para su tamaño decía.
Al parecer la muerte era un castigo apropiado para alguien que creía en otros dioses.
Cristiano, decían que era. Frunció el ceño y, desde dónde estaba, observó cómo se sucedía aquel juicio en el que, aparentemente, ya habían decidido qué hacer con el preso aun cuando apenas habían empezado a decir las cosas horribles que, por lo que afirmaban todos los lugareños, este había hecho.
Por lo que sabía el cristianismo era una creencia en la que solo había un dios o algo así. Nunca le había prestado demasiada atención, después de todo, apenas le había prestado atención a los dioses a los que decía seguir.
- Tale. ¿Dónde está la muchacha que te acompañaba? – Hördt se acercó hasta donde estaba, llevaba a su hija a los hombros, para que viese mejor el espectáculo probablemente. - ¿Se ha ido? – Con todo el gentío de fondo gritando era difícil comunicarse, pero Hördt no tenía ningún problema alzando la voz todo lo que fuese necesario para hacerse oír.
- Sí. – Contestó Eltrant. Conociendo a Lyn, probablemente estaría en aquel momento observando desde algún tejado cercano, fundida con la oscuridad; No podía negar que era una habilidad realmente útil. – Tiene un problema con la sangre, no le gusta demasiado. – Añadió, Hördt sonrió y asintió.
- Mujeres. ¿Verdad? – dijo soltando una risotada, dándole un par de codazos a Eltrant.
El público continuó gritando y los distintos objetos que estos lanzaban al cristiano se fueron sucediendo. No solo querían matar a aquel hombre, querían humillarle en el proceso.
- ¿Quién quiere ver derramada la sangre del cristiano sobre nuestras cosechas? – Preguntó el individuo del hacha a la vez que levantaba su arma y se la pasaba de una mano a otra, nervioso.
- ¡¡¡YO!!! – Contestaron todos los presentes, incluidos Hördt y su familia, que estaban a su lado.
Se acabó. El pueblo había decidido y Eltrant también lo había hecho. Sabía que iba a hacer.
Sin decir nada más a nadie, se abrió paso entre la multitud hasta que salió del semicirculo que se había formado en torno al prisionero. Algunas voces se acallaron al ver a la nueva cara irrumpir en aquel curioso escenario, otras siguieron gritando, pidiendo la sangre del cristiano. Pero la atención, mayoritariamente, se centró en él. La de todos menos la del hombre del hacha.
– ¡Que Odín os oiga! – Gritó este alzando su arma sobre su cabeza.
- Odín no va a oír a nadie si seguís con esto. – dijo Eltrant, el tipo se giró hacía el recién llegado y esbozó algo parecido a una sonrisa. Tenía la impresión de que no parecía precisamente contento de verle irrumpir así en su pequeño juicio. - Odín no escucha a barbaros, deberíais saberlo si lo adoráis. Poco honor de guerrero hay en matar a una persona que no puede defenderse. Hasta yo soy capaz de ver eso. – Aseguró bajando las manos hasta su cinturón. Las voces cesaron, ahora todos le miraban a él. – ¿Sangre cristiana sobre las cosechas? – Preguntó a continuación riendo por lo bajo, negando con la cabeza y pasando junto al líder de aquella muchedumbre enfurecida, el cual le seguía con la mirada sin soltar su hacha. Se agachó junto al prisionero. – ¿Estás bien? – La respuesta a esa pregunta era, obviamente, no. – No te preocupes. – le dijo según se levantaba. – Te sacaré de esta. – dijo en apenas un susurro, separandose de él. Aquel hombre había pasado miedo suficiente para el resto de su vida y, Eltrant, en aquel momento, tenía intención de que esta llegase al menos hasta la mañana siguiente.
Bajo la atenta mirada de todos los presentes, se movió fingiendo que estaba calmado alrededor del poste en el que estaba atado el cristiano. Trató de formar un plan en su cabeza, de pensar que hacer si todos los presentes decidían atacarle a una.
Esperaba que Lyn no estuviese muy lejos.
Afortunadamente, nadie parecía querer hacerlo en un principio. A simple vista estaba bastante bien armado y la mayoría de aquellas personas no tenían más que hoces y horcas, evidentemente nadie quería ser el primero en atacarle.
Respiró hondo y, tras un rato, se detuvo frente al cristiano. No quería hacerle daño a nadie, podía resolver aquello hablando. Se dijo a sí mismo, en su cabeza, que podía hacerlo. No pudo evitar pensar en Rose en aquel momento, la joven había demostrado bastante
Aquellas personas no eran malas, no eran malvadas de por sí, solo eran… ignorantes, lo suficiente como para querer matar a alguien por que sí. Y la ignorancia no era algo que podía paliar con una espada.
– Decidme aldea Umbert. – Oteó el lugar desde dónde estaba, le pareció ver a Hördt entre la multitud. Parecía enfadado. - ¿Cómo pensabais contentar a Freyja, la diosa del amor y la fertilidad, con esto? – Sonrió agotado - Sobre todo después de la Ostara. – Aseguró, cruzándose de brazos. - ¿No habéis hecho los ritos para las cosechas ya? ¿No es una falta de respeto hacía ella? – Y ahí se le acababan los conocimientos acerca de su religión, a partir de ahí no le quedaba más remedio que improvisar. – Hay muchas formas de honrar a los dioses - Estaba haciéndolo bastante bien si tenía en cuenta de que le habían lanzado alguna piedra que otra, su madre estaría orgullosa; Siempre había ignorado bastante las enseñanzas religiosas en casa, ahora se arrepentía de haberlo hecho – Estoy seguro de que podéis hacerlo sin matar a nadie. – dijo Eltrant. - Bebiendo es una buena forma. ¿No creeis? - Afirmó, al final, pasandose la mano por la barba.
¿Merecía Ashryn y Níniel morir porque creían en los dioses elficos? ¿Merecían Syl y Rakfyr hacerlo por los guías? ¿Merecía el cristiano morir porque creía en un único dios? Había viajado lo suficiente para saber responder a aquello de una forma muy sencilla.
No.
Entornó los ojos al ver a Eltrant comportase como lo hacía normalmente.
¿Por qué, de entre todas las formas que tenía de ayudar a aquel hombre, se había metido en medio a charlar con la multitud?
Sin decir nada y fundida con las sombras se deslizó entre las distintas personas que había en la plaza. Hacía tiempo que no probaba sus sombras de ese modo. Era divertido.
Apenas podían verla y, si lo hacían, no verían más que a una chiquilla normal corretear. La cosa cambiaria, por supuesto, si alguien se quedaba mirándola fijamente. ¿Pero con Eltrant captando toda la atención? Podía gritar con todas sus fuerzas: “¡El tipo de la armadura me está secuestrando!” y nadie se daría cuenta de que estaba allí. Sonrió, tenía que hacerlo en algún momento, en alguna ciudad grande, cómo Lunargenta y con el Mortal a un lado.
Solo por ver la cara que este ponía.
Se posicionó varios metros detrás del poste en el que estaba atado el prisionero. En este lugar no había nadie, todos querían mirarle a la cara mientras le menospreciaban y, por eso mismo, habían dejado una zona perfecta para ella.
Una zona sin antorchas.
Se colocó detrás de un par de barriles ocultándose todo lo que pudo y esperó. Si todo iba bien ni su compañero se enteraría de que estaba allí, si, por el contrario, el Mortal acababa con un pueblo en su contra, tenía pensada varias formas de ayudarle.
Se mordió el labio inferior y jugueteó con su flequillo, analizó las distintas miradas de odio que los aldeanos lanzaban al prisionero. Las había visto tantas veces, en tantos lugares distintos…
- Maestra... - Respiró hondo y cerró los ojos. Suspiró y negó con la cabeza, alejando aquellos pensamientos. Eltrant contaba con ella, podía hacerlo.
Además, ya tenía pensado que decir si alguno de aquellos granjeros armados con guadañas decidía usarla. Sonrió y se agachó un poco más.
Solo tenía que esperar.
Ya estaba hecho.
Había sido relativamente sencillo, algo extraño, pero sencillo. Respiró hondo, dejó que la brisa penetrara profundamente en sus pulmones, se concentró en el suave ulular de los distantes búhos.
“Ve a Umbert y, después de tomar una rosa del pequeño claro que se extiende a las afueras, entiérrala bajo el árbol más grueso e imponente que veas, lo reconocerás al verlo. Por favor.”
Cerró los ojos; cómo había sucedido con Duvén, la voz de Rose se había esfumado, desaparecido sin dejar rastro tan pronto Eltrant completó la petición de la mujer. Como si nunca hubiese estado ahí para empezar.
¿Qué hacía ahora? Unió ambas manos, parecía ser un momento bastante solemne, casi como la despedida definitiva de la mujer que, en su cabeza, había afirmado ser una granjera que apenas había llegado a cumplir la veintena de edad.
Desafortunada para ella, Eltrant no conocía demasiadas oraciones para aquellos casos.
- Que… - Volvió a tomar aire meditando, quizás demasiado, que decir a continuación. – Que Odín y Freyja te acojan en su seno. – dijo al final. ¿Podría ir Rose al Valhalla? Por lo que sabía de los dioses a los que decía seguir, ese lugar estaba reservado para los que morían en combate y Rose no era precisamente una guerrera nata.
Suspiró, tenía que haber prestado más atención a la sacerdotisa de su aldea.
Se levantó y estiró los brazos por encima de su cabeza. Era casi tan extraño como la última vez, las voces habían desaparecido y suponía que, al menos, tendría unos días de margen hasta que estas volviesen.
Torció el gesto apenas unos segundos, cuando cumplió el encargo del dragón casi pensó que estaba curado y se encontró con que no lo estaba de golpe, tenía que mantener sus esperanzas, pero tampoco hacerse demasiadas ilusiones con todo aquello; Quien sabía cuánto tiempo tardaría en curarse.
Virgo había afirmado que “Un tiempo”. Pero diez años entraban dentro de ese margen que le había dado facilmente.
- ¿Eso es…? ¿Eso es todo? – Lyn a su espalda se acercó hasta donde estaba de brazos cruzados y curioseó el lugar dónde su compañero había enterrado la planta. - ¿Enterrar una rosa bajo un árbol? – Preguntó, Eltrant se encogió de hombros sonriendo y asintió. - ¿Es que era el fantasma de un perro? – Tras unos segundos pensativa, abrió los ojos de par en par y señaló a Eltrant. - ¡¿Asher sigue vivo, verdad!? – Preguntó zarandeando a Eltrant, quien dejó escapar una carcajada y sacudió la cabeza.
- Vamos a la aldea, anda. – dijo tras deslizar la mano, por última vez, sobre el tronco del roble. – Pasamos la noche aquí y nos volvemos a Lunargenta. ¿Qué te parece? – dijo Eltrant emprendiendo la marcha hacía el diminuto poblado en el que había vivido Rose antes de pasar a mejor vida.
- A mi faz le place, Mortal. – Aseveró la ojiazul de forma grandilocuente, saltando sobre la espalda de Eltrant en apenas dos movimientos para, después apoyarse sobre su hombro derecho, señalar a un punto indeterminado del camino que tenían que recorrer para llegar hasta la aldea - ¡Adelante mi fiel montura! ¡Avanza sin miedo! ¡Hacía nuestro destino! – Añadió de buen humor, soltando, al final, una carcajada en el mismo tono que aquel pequeño discurso.
- Que graciosa que estás hoy… - dijo Eltrant sonriendo según se alejaba del árbol, dejando entrever en su tono de voz lo que realmente pensaba. - ¿Es que has terminado algún capítulo de la novela o algo? – preguntó.
En cierto modo agradecía la actitud de la vampiresa. Sentía que, aunque acabasen de despedir a Rose, una mujer humilde, un punto anónimo en la historia de Aerandir que no había sido capaz de superar la plaga, no había motivos para deprimirse.
Podía seguir adelante. Al menos hasta que la siguiente voz se apareciese en su cabeza.
[…]
Se detuvo cuando, al internarse en la calle principal de la población, contempló como más de una veintena de aldeanos, todos ellos portando hoces, horcas y, por supuesto, antorchas, caminaban de un lugar a otro con aparente prisa.
Frunció levemente el ceño, estaban tan absortos que parecía que ellos, los dos únicos extraños en la aldea, no estaban allí presentes siquiera. La muchedumbre avanzaba a lo largo de las distintas calles de la ciudad sin percatarse en nada más que en su destino, encaminándose hacía lo que, por lo que había visto Eltrant cuando llegó, era la plaza.
De vez en cuando dejaban escapar algún grito, alguna chanza a los dioses.
Se cruzó de brazos y se quedó allí, parado, observando como los aldeanos iban de aquí allá hasta que, al cabo de varios minutos, desvió su mirada hasta Lyn, quien, después devolverle la mirada, se encogió de hombros.
O en aquel poblado se trabajaba hasta altas horas de la madrugada, o allí pasaba algo raro. Por no hablar que incluso los niños estaban levantados.
Todo el poblado parecía estar preparándose para algo.
- ¿Alguna fiesta? – Preguntó Lyn apartándose a un lado e indicando a Eltrant que hiciese lo mismo, dejando, de esta forma, paso a un amplio carromato que iba cargado de personas.
El castaño negó con la cabeza y se atusó la barba, no recordaba que hubiese ninguna fiesta en aquellas fechas.
Lo más sencillo era preguntar.
No le fue muy complicado detener a alguien, después de todo, prácticamente todo el poblado estaba fuera de sus casas, lo único que tuvo que hacer fue avanzar un par de pasos y colocarse frente a alguien. Ese alguien resultó ser un hombre de aspecto fornido y espesa barba cobriza a juego con su cabello; uno de tantos granjeros que vivían allí, no tenía nada de particular en realidad, caminaba portando una horca y cargaba a una niña pequeña a su espalda. Junto a él, una mujer de cabellos dorados y cara de pocos amigos portaba una antorcha, Eltrant supuso que era su esposa.
El hombre parecía, en un principio, tan molesto como la mujer, pero en cuanto comprobó quien era el que lo había detenido su expresión cambió casi al momento.
- Tú eres el amigo de Rose. ¿Verdad? Ese de fuera. – Preguntó tomando amistosamente la hombrera de Eltrant y agitándola, sonriendo. La niña de cabellos rubios que iba a espalda del granjero miró, con cierta curiosidad, la armadura de Eltrant, la cual brillaba tenuemente bajo la luz de la antorcha que portaba su madre – Una desgracia lo de la esa chiquilla. Tan joven… – dijo el hombre negando con la cabeza, sin dejar hablar al exguarda. – Pero al menos tenía amigos fuera de este pueblucho, eso está bien. – Aseveró, volviendo a sonreír - ¿Quién lo habría imaginado? – Miró a Eltrant de arriba abajo, analizándole, sus ojos después se clavaron en los de Lyn - Que alguien como vosotros… - Tras aquel susurro inicial, dejó escapar una carcajada de la nada y le dio varios manotazos a Eltrant en la armadura, en el pecho, concretamente – Bueno, da igual. Te estabas alojando en la vieja choza de Franz, ¿No? ¿Necesitas algo? Puedo pasarme con un par mañana a tapar agujeros, solo tienes que decirlo. Todos saben que ese sitio está a punto de venirse abajo – Eltrant, ligeramente asombrado por la repentina amabilidad de aquel hombre, sonrió, pero apenas tardó un instante en negar aquella proposición.
- Sí, sí. Todo está muy bien… – dijo a la vez que volvía a otear a los aldeanos que se movían por la calle. - ¿Puedo preguntarle qué está pasando? ¿Alguna fiesta del pueblo o algo así? – Inquirió al final.
El granjero sonrió e hinchó el pecho, casi como si se enorgulleciese de lo que estaba sucediendo.
- ¡Justicia, amigo mío! – dijo - ¡Justicia! – Agregó. Eltrant tensó los músculos en cuanto escuchó esto. ¿Justicia? Aquella palabra usada en aquel contexto solo podía significar una cosa: linchamiento. – Ah, y mi nombre el Hördt – Afirmó sin dejar de sonreír. – Aquí, esta pequeña tigresa… – dio un pequeño salto, la niña se agarró con más fuerza a su espalda y dejó escapar una carcajada. – …Se llama Aestrid. Y la belleza de ojos azules que me acompaña es mi mujer. ¡Que también es Aestrid! – Dejó escapar una risotada. - ¡Llamarlas en casa es todo un reto! – Añadió, la rubia se unió a su marido y le dijo un leve toque en el hombro.
Eltrant forzó una sonrisa y miró a Lyn, la cual contemplaba la calle pensativa. ¿Qué clase de justicia era la que estaban pretendiendo hacer valer en aquel lugar? ¿Habían capturado a bandidos y pensaban colgarlos? Aquello tenía un significado más importante detrás, parecía casi simbólico.
Nadie montaba un espectáculo por un grupo de malhechores.
- ¿Queréis acompañarnos? – Preguntó entonces Aestrid, su expresión había cambiado bastante, casi parecía agradable.
- ¡Sí! – dijo Hördt prácticamente al instante - ¡Podéis ocupar el lugar de Rose! ¡Todos van a estar encantados, ya verás! – Añadió.
Eltrant tomó aire e interrogó a Lyn con la mirada, quien asintió al cabo de unos segundos y volvió a perder la mirada en el gentío. La vampiresa parecía mucho más tensa que hacía apenas unos minutos y creía comprender el por qué; Algo le decía a Eltrant que aquellas gentes no eran especialmente amistosas con los vampiros.
- ¿Por qué no? – Respondió Eltrant al final, siguiendo de cerca a la familia que, sin apenas esperar a que la pareja decidiese, ya habían comenzado a caminar.
Lyn, mientras tanto, después de darle un par de golpecitos a Eltrant en la espalda, se deslizó disimuladamente hacía el lado contrario y se fundió con las sombras antes de que nadie presente se percatase de que estaba allí siquiera.
[…]
Suspiró. Aquello era peor de lo que se imaginaba.
Un hombre yacía sentado en el centro de la plaza, maniatado a un grueso mástil de madera como si de un bandido se tratase. Al mismo tiempo la gente que había ido allí a impartir “justicia” se reía a costa de aquel pobre desgraciado y le lanzaban objetos, coreaban las chanzas que un hombre corpulento que blandía un hacha diseñada para su tamaño decía.
Al parecer la muerte era un castigo apropiado para alguien que creía en otros dioses.
Cristiano, decían que era. Frunció el ceño y, desde dónde estaba, observó cómo se sucedía aquel juicio en el que, aparentemente, ya habían decidido qué hacer con el preso aun cuando apenas habían empezado a decir las cosas horribles que, por lo que afirmaban todos los lugareños, este había hecho.
Por lo que sabía el cristianismo era una creencia en la que solo había un dios o algo así. Nunca le había prestado demasiada atención, después de todo, apenas le había prestado atención a los dioses a los que decía seguir.
- Tale. ¿Dónde está la muchacha que te acompañaba? – Hördt se acercó hasta donde estaba, llevaba a su hija a los hombros, para que viese mejor el espectáculo probablemente. - ¿Se ha ido? – Con todo el gentío de fondo gritando era difícil comunicarse, pero Hördt no tenía ningún problema alzando la voz todo lo que fuese necesario para hacerse oír.
- Sí. – Contestó Eltrant. Conociendo a Lyn, probablemente estaría en aquel momento observando desde algún tejado cercano, fundida con la oscuridad; No podía negar que era una habilidad realmente útil. – Tiene un problema con la sangre, no le gusta demasiado. – Añadió, Hördt sonrió y asintió.
- Mujeres. ¿Verdad? – dijo soltando una risotada, dándole un par de codazos a Eltrant.
El público continuó gritando y los distintos objetos que estos lanzaban al cristiano se fueron sucediendo. No solo querían matar a aquel hombre, querían humillarle en el proceso.
- ¿Quién quiere ver derramada la sangre del cristiano sobre nuestras cosechas? – Preguntó el individuo del hacha a la vez que levantaba su arma y se la pasaba de una mano a otra, nervioso.
- ¡¡¡YO!!! – Contestaron todos los presentes, incluidos Hördt y su familia, que estaban a su lado.
Se acabó. El pueblo había decidido y Eltrant también lo había hecho. Sabía que iba a hacer.
Sin decir nada más a nadie, se abrió paso entre la multitud hasta que salió del semicirculo que se había formado en torno al prisionero. Algunas voces se acallaron al ver a la nueva cara irrumpir en aquel curioso escenario, otras siguieron gritando, pidiendo la sangre del cristiano. Pero la atención, mayoritariamente, se centró en él. La de todos menos la del hombre del hacha.
– ¡Que Odín os oiga! – Gritó este alzando su arma sobre su cabeza.
- Odín no va a oír a nadie si seguís con esto. – dijo Eltrant, el tipo se giró hacía el recién llegado y esbozó algo parecido a una sonrisa. Tenía la impresión de que no parecía precisamente contento de verle irrumpir así en su pequeño juicio. - Odín no escucha a barbaros, deberíais saberlo si lo adoráis. Poco honor de guerrero hay en matar a una persona que no puede defenderse. Hasta yo soy capaz de ver eso. – Aseguró bajando las manos hasta su cinturón. Las voces cesaron, ahora todos le miraban a él. – ¿Sangre cristiana sobre las cosechas? – Preguntó a continuación riendo por lo bajo, negando con la cabeza y pasando junto al líder de aquella muchedumbre enfurecida, el cual le seguía con la mirada sin soltar su hacha. Se agachó junto al prisionero. – ¿Estás bien? – La respuesta a esa pregunta era, obviamente, no. – No te preocupes. – le dijo según se levantaba. – Te sacaré de esta. – dijo en apenas un susurro, separandose de él. Aquel hombre había pasado miedo suficiente para el resto de su vida y, Eltrant, en aquel momento, tenía intención de que esta llegase al menos hasta la mañana siguiente.
Bajo la atenta mirada de todos los presentes, se movió fingiendo que estaba calmado alrededor del poste en el que estaba atado el cristiano. Trató de formar un plan en su cabeza, de pensar que hacer si todos los presentes decidían atacarle a una.
Esperaba que Lyn no estuviese muy lejos.
Afortunadamente, nadie parecía querer hacerlo en un principio. A simple vista estaba bastante bien armado y la mayoría de aquellas personas no tenían más que hoces y horcas, evidentemente nadie quería ser el primero en atacarle.
Respiró hondo y, tras un rato, se detuvo frente al cristiano. No quería hacerle daño a nadie, podía resolver aquello hablando. Se dijo a sí mismo, en su cabeza, que podía hacerlo. No pudo evitar pensar en Rose en aquel momento, la joven había demostrado bastante
Aquellas personas no eran malas, no eran malvadas de por sí, solo eran… ignorantes, lo suficiente como para querer matar a alguien por que sí. Y la ignorancia no era algo que podía paliar con una espada.
– Decidme aldea Umbert. – Oteó el lugar desde dónde estaba, le pareció ver a Hördt entre la multitud. Parecía enfadado. - ¿Cómo pensabais contentar a Freyja, la diosa del amor y la fertilidad, con esto? – Sonrió agotado - Sobre todo después de la Ostara. – Aseguró, cruzándose de brazos. - ¿No habéis hecho los ritos para las cosechas ya? ¿No es una falta de respeto hacía ella? – Y ahí se le acababan los conocimientos acerca de su religión, a partir de ahí no le quedaba más remedio que improvisar. – Hay muchas formas de honrar a los dioses - Estaba haciéndolo bastante bien si tenía en cuenta de que le habían lanzado alguna piedra que otra, su madre estaría orgullosa; Siempre había ignorado bastante las enseñanzas religiosas en casa, ahora se arrepentía de haberlo hecho – Estoy seguro de que podéis hacerlo sin matar a nadie. – dijo Eltrant. - Bebiendo es una buena forma. ¿No creeis? - Afirmó, al final, pasandose la mano por la barba.
¿Merecía Ashryn y Níniel morir porque creían en los dioses elficos? ¿Merecían Syl y Rakfyr hacerlo por los guías? ¿Merecía el cristiano morir porque creía en un único dios? Había viajado lo suficiente para saber responder a aquello de una forma muy sencilla.
No.
__________________________________________________________
Entornó los ojos al ver a Eltrant comportase como lo hacía normalmente.
¿Por qué, de entre todas las formas que tenía de ayudar a aquel hombre, se había metido en medio a charlar con la multitud?
Sin decir nada y fundida con las sombras se deslizó entre las distintas personas que había en la plaza. Hacía tiempo que no probaba sus sombras de ese modo. Era divertido.
Apenas podían verla y, si lo hacían, no verían más que a una chiquilla normal corretear. La cosa cambiaria, por supuesto, si alguien se quedaba mirándola fijamente. ¿Pero con Eltrant captando toda la atención? Podía gritar con todas sus fuerzas: “¡El tipo de la armadura me está secuestrando!” y nadie se daría cuenta de que estaba allí. Sonrió, tenía que hacerlo en algún momento, en alguna ciudad grande, cómo Lunargenta y con el Mortal a un lado.
Solo por ver la cara que este ponía.
Se posicionó varios metros detrás del poste en el que estaba atado el prisionero. En este lugar no había nadie, todos querían mirarle a la cara mientras le menospreciaban y, por eso mismo, habían dejado una zona perfecta para ella.
Una zona sin antorchas.
Se colocó detrás de un par de barriles ocultándose todo lo que pudo y esperó. Si todo iba bien ni su compañero se enteraría de que estaba allí, si, por el contrario, el Mortal acababa con un pueblo en su contra, tenía pensada varias formas de ayudarle.
Se mordió el labio inferior y jugueteó con su flequillo, analizó las distintas miradas de odio que los aldeanos lanzaban al prisionero. Las había visto tantas veces, en tantos lugares distintos…
- Maestra... - Respiró hondo y cerró los ojos. Suspiró y negó con la cabeza, alejando aquellos pensamientos. Eltrant contaba con ella, podía hacerlo.
Además, ya tenía pensado que decir si alguno de aquellos granjeros armados con guadañas decidía usarla. Sonrió y se agachó un poco más.
Solo tenía que esperar.
Eltrant Tale
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Re: Pater Noster [Desafío]
Todas las chanzas y arengas se silenciaron cuando el forastero avanzó hacia donde estaba Jacob, quien había visto la señal de su Señor al mandarle a ese guerrero. Lo miró con devoción, como si en ese momento estuviera viendo a Dios. Se estaba atreviendo a plantar cara al pueblo, a dar un paso adelante para salvar su vida – gracias, señor, gracias. Que Dios te bendiga…
No cabía en sí de emoción, casi lloraba e intentaba por todos los medios agarrarle la mano al muchacho. Todavía seguía temblando. El silencio del pueblo era casi peor que sus voces bárbaras. A la vez, algunas personas miraban a Eltrant con curiosidad. No la mayoría, claro está. Pero sí que su última pregunta había hecho dudar a algunos. ¿No ofenderían a la diosa Freyja al verter sangre cristiana en sus cosechas? Miraron al jarl con curiosidad, esperando la respuesta adecuada para sanar su pequeño desasosiego en cuanto a los dioses. No tardó en manifestarse en contra de ese forastero que osaba poner en duda la palabra de Odin. ¿Ese también era cristiano?
– Pero, ¿¡qué dices, muchacho!? ¿Cómo osas blasfemar así? Eres joven y no entiendes las enseñanzas de nuestros dioses. Sí tenemos honor en la batalla… contra nuestros iguales. ¡Estos cristianos no son nuestros iguales! – rió. – Son gentuza que sigue a dioses falsos. ¡Que les honran con oro! ¿Qué dios necesita ser honrado con candelabros y cálices de oro? – esta vez consiguió las risas del resto del pueblo también.
– Son… donaciones… para nuestro Dios – intentó defenderse.
– ¡A callar, cristiano! – el herrero movió el hacha a modo de advertencia. – Te acabaré cortando la lengua si sigues hablando.
El líder miró a Eltrant de malas maneras. – Vuelve con los demás, muchacho. O lárgate si no quieres ver el ritual. Los dioses tendrán su furia reservada para ti por defender a alguien que adora a uno falso. – Negó con la cabeza, chasqueando la lengua. Por su parte, los lugareños estaban más convencidos después de oír a su jarl hablar con tanta seguridad de los habitantes del Valhalla. No se enfadarían con ellos al sacrificar al cristiano. Benditos mortales, que honran a los que habitamos en el Gran Salón. Aunque, a veces, no de las formas correctas. O sí…
Jacob volvió a sentir más miedo, viendo que no iban a dejarlo por las buenas. Desesperado, miró a Eltrant, pidiendo ayuda sin emitir una sola palabra.
– ¡Este hombre ha venido a interrumpir el sacrificio para nuestros dioses! ¿Qué hacemos con él? – preguntó el líder. Y, como respuesta, se escuchó de todo:
– ¡Acaba con él! ¡¡Es amigo del cristiano!! ¡Él también es cristiano! ¡Está ofendiendo a nuestros dioses! – y muchas cosas más, nada agradables, dirigidas a Eltrant. Ese hombre con quien había hecho migas también se mostraba enfadado y con ganas de ajusticiarlo, por semejante desfachatez.
– Dice que derramar la sangre de un cristiano no contentará a nuestros dioses. ¡Infame! Nuestra diosa Freyja, seguro que se alegrará de que le hagamos tantas ofrendas. ¡Nos recompensará con buenas cosechas para el invierno! ¡¡Porque estamos pensando en ella!! ¡¡Porque le ofrecemos sacrificios mejores que los de los animales!! ¡¡La sangre de un cristiano!! ¡¡De alguien que no la honra!! ¡¡Y que acabará siendo su sacrificio!! – Cada vez gritaba más, hasta el punto de desgañitarse. Sus arengas eran mayores, instando a la gente del pueblo a gritar más y más, con él, coreando lo mismo. ¡No iban a dejar escapar al cristiano así porque sí!
El herrero, con su hacha en ristre se acercó a Eltrant – lárgate, muchacho. Nos estás interrumpiendo.
Jacob estaba viendo el futuro bastante negro. Su Señor le había mandado a ese caballero para intentar ayudar, pero… él contra todo el pueblo de paganos salvajes… Volvió a rezar con más fuerza, rogando por la benevolencia de Dios para poder seguir con vida.
– ¡¡Beberemos para celebrar que las cosechas crecerán mucho más este año!! – gritó uno desde el público, acercándose de malas maneras para sacar al forastero de ahí.
– ¡Eso es! –animó el líder – ¡Traedme al cristiano! – Y, rápidamente, Hördt se adelantó junto con otro hombre para agarrar a Jacob y llevarlo a la roca donde tendría lugar el sacrificio. Todos preparaban sus cuencos para ir corriendo a derramar la sangre en sus granjas. Ansiosos, con ganas de honrar a sus dioses. Si ese hombre no les hubiera interrumpido, probablemente, ya habrían acabado con el cristiano.
Eltrant: Sólo a ti se te ocurre ponerte en medio de la plaza para intentar salvar a uno de ser sacrificado.Inconsciente Valiente héroe. Más inteligente es Lyn: nadie se ha percatado de su presencia. Tal vez porque quien llama la atención eres tú. Como has podido comprobar, no son muy dados al diálogo, por tanto, es muy sencillo que alguno haya desenfundado su espada para enfrentarse a ti. Tu segundo objetivo será intentar ayudar a Jacob, ya que te has mostrado en contra de que se produzca el sacrificio.
Puedes intentar convencer a la muchedumbre, para ello deberás tirara carisma la voluntad de los Dioses, a ver si consigues algo. Por ahora, no les ha gustado que entres a irrumpir, tendrás ese penalizador que bajará una runa, hacia las malas.
Por el contrario, también puedes intentar “razonar” con ellos al “modo medieval”: a espadazos. No son muy inteligentes, tampoco grandes guerreros, pero son muchos. Ten cuidado, pues deberás ayudarte de la voluntad de los Dioses.
Tu alta constitución dará el potenciador inverso al penalizador: Subirá una runa, hacia las buenas.
Hay una forma de conseguir que los lugareños no te ataquen, aunque sí hay que derramar sangre. Si consigues averiguar cuál es… serás recompensado con el éxito, independientemente de las runas.
Como siempre digo, la única pista que puedo dar, es que soy un Dios que hace claras referencias a aspectos vikingos.
También puedes aceptar que te echen del pueblo y huir, dejando a Jacob a su suerte y evitando así, el derramamiento de tu sangre. Ya sabes el dicho: “guerrero que huye, vale para otra guerra”. En este caso no habrá runasni honor.
No cabía en sí de emoción, casi lloraba e intentaba por todos los medios agarrarle la mano al muchacho. Todavía seguía temblando. El silencio del pueblo era casi peor que sus voces bárbaras. A la vez, algunas personas miraban a Eltrant con curiosidad. No la mayoría, claro está. Pero sí que su última pregunta había hecho dudar a algunos. ¿No ofenderían a la diosa Freyja al verter sangre cristiana en sus cosechas? Miraron al jarl con curiosidad, esperando la respuesta adecuada para sanar su pequeño desasosiego en cuanto a los dioses. No tardó en manifestarse en contra de ese forastero que osaba poner en duda la palabra de Odin. ¿Ese también era cristiano?
– Pero, ¿¡qué dices, muchacho!? ¿Cómo osas blasfemar así? Eres joven y no entiendes las enseñanzas de nuestros dioses. Sí tenemos honor en la batalla… contra nuestros iguales. ¡Estos cristianos no son nuestros iguales! – rió. – Son gentuza que sigue a dioses falsos. ¡Que les honran con oro! ¿Qué dios necesita ser honrado con candelabros y cálices de oro? – esta vez consiguió las risas del resto del pueblo también.
– Son… donaciones… para nuestro Dios – intentó defenderse.
– ¡A callar, cristiano! – el herrero movió el hacha a modo de advertencia. – Te acabaré cortando la lengua si sigues hablando.
El líder miró a Eltrant de malas maneras. – Vuelve con los demás, muchacho. O lárgate si no quieres ver el ritual. Los dioses tendrán su furia reservada para ti por defender a alguien que adora a uno falso. – Negó con la cabeza, chasqueando la lengua. Por su parte, los lugareños estaban más convencidos después de oír a su jarl hablar con tanta seguridad de los habitantes del Valhalla. No se enfadarían con ellos al sacrificar al cristiano. Benditos mortales, que honran a los que habitamos en el Gran Salón. Aunque, a veces, no de las formas correctas. O sí…
Jacob volvió a sentir más miedo, viendo que no iban a dejarlo por las buenas. Desesperado, miró a Eltrant, pidiendo ayuda sin emitir una sola palabra.
– ¡Este hombre ha venido a interrumpir el sacrificio para nuestros dioses! ¿Qué hacemos con él? – preguntó el líder. Y, como respuesta, se escuchó de todo:
– ¡Acaba con él! ¡¡Es amigo del cristiano!! ¡Él también es cristiano! ¡Está ofendiendo a nuestros dioses! – y muchas cosas más, nada agradables, dirigidas a Eltrant. Ese hombre con quien había hecho migas también se mostraba enfadado y con ganas de ajusticiarlo, por semejante desfachatez.
– Dice que derramar la sangre de un cristiano no contentará a nuestros dioses. ¡Infame! Nuestra diosa Freyja, seguro que se alegrará de que le hagamos tantas ofrendas. ¡Nos recompensará con buenas cosechas para el invierno! ¡¡Porque estamos pensando en ella!! ¡¡Porque le ofrecemos sacrificios mejores que los de los animales!! ¡¡La sangre de un cristiano!! ¡¡De alguien que no la honra!! ¡¡Y que acabará siendo su sacrificio!! – Cada vez gritaba más, hasta el punto de desgañitarse. Sus arengas eran mayores, instando a la gente del pueblo a gritar más y más, con él, coreando lo mismo. ¡No iban a dejar escapar al cristiano así porque sí!
El herrero, con su hacha en ristre se acercó a Eltrant – lárgate, muchacho. Nos estás interrumpiendo.
Jacob estaba viendo el futuro bastante negro. Su Señor le había mandado a ese caballero para intentar ayudar, pero… él contra todo el pueblo de paganos salvajes… Volvió a rezar con más fuerza, rogando por la benevolencia de Dios para poder seguir con vida.
– ¡¡Beberemos para celebrar que las cosechas crecerán mucho más este año!! – gritó uno desde el público, acercándose de malas maneras para sacar al forastero de ahí.
– ¡Eso es! –animó el líder – ¡Traedme al cristiano! – Y, rápidamente, Hördt se adelantó junto con otro hombre para agarrar a Jacob y llevarlo a la roca donde tendría lugar el sacrificio. Todos preparaban sus cuencos para ir corriendo a derramar la sangre en sus granjas. Ansiosos, con ganas de honrar a sus dioses. Si ese hombre no les hubiera interrumpido, probablemente, ya habrían acabado con el cristiano.
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Eltrant: Sólo a ti se te ocurre ponerte en medio de la plaza para intentar salvar a uno de ser sacrificado.
Puedes intentar convencer a la muchedumbre, para ello deberás tirar
Por el contrario, también puedes intentar “razonar” con ellos al “modo medieval”: a espadazos. No son muy inteligentes, tampoco grandes guerreros, pero son muchos. Ten cuidado, pues deberás ayudarte de la voluntad de los Dioses.
Tu alta constitución dará el potenciador inverso al penalizador: Subirá una runa, hacia las buenas.
Hay una forma de conseguir que los lugareños no te ataquen, aunque sí hay que derramar sangre. Si consigues averiguar cuál es… serás recompensado con el éxito, independientemente de las runas.
Como siempre digo, la única pista que puedo dar, es que soy un Dios que hace claras referencias a aspectos vikingos.
También puedes aceptar que te echen del pueblo y huir, dejando a Jacob a su suerte y evitando así, el derramamiento de tu sangre. Ya sabes el dicho: “guerrero que huye, vale para otra guerra”. En este caso no habrá runas
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Re: Pater Noster [Desafío]
Por supuesto. Debía de haberlo imaginado, nadie iba a querer dejar pasar aquel sacrificio fácilmente. Estaban todos ciegos, si los dioses de verdad quisieran sangre tan desesperadamente la pedirían de forma bastante más explícita.
El jarl había menospreciado sus palabras, alzando la voz, el líder de la aldea se aseguró de hacerle ver a todos lo equivocado que estaba el extranjero, se encargó de hacer saber a los presentes que su voz no era la de un adulto sino la de un joven ignorante que aún no había aprendido lo suficiente sobre los dioses.
Freyja adoraría aquella sangre decía, era la sangre de un enemigo humano y esa sangre, despues de todo, era mejor que la sangre de un animal. Frunció el ceño cuando, al terminar el jarl de hablar, todos los aldeanos comenzaron a jalear de nuevo, cuando todos volvieron a clamar la sangre del cristiano.
Aquello comenzaba a ir mal.
- Dioses… - Se pasó la mano por el pelo, suspirando. Los lugareños parecían más centrados en idolatrar al jarl de esa aldea que al mismo Odín.
Ni en su pueblo natal, un lugar relativamente apartado, dónde las tradiciones estaban aun firmemente afianzadas se alcanzaba aquellos niveles de fervor por los sacrificios religiosos. Aunque tenía que admitir que su pueblo era raro, era un sitio en el que se agradecía más el ser capaz de trabajar duro que las diferentes creencias de las personas que vivían en él.
Según Lyn el pueblo en el que se crio era la “Explicación perfecta de por qué su personalidad se basaba en mover piedras grandes y recibir puñaladas”
Cerró los ojos, concentrándose en el centenar de voces que, ahora, también pedían verle a él muerto frente a los dioses. Había llegado a un punto en el que él también se había convertido en un objetivo, ahora no había vuelta atrás, aunque aún podía tratar de hablar las cosas con los presentes y hacerles ver que los dioses podían ser bastante menos sanguinarios de lo que ellos creían, sabía que no iba a servir de mucho.
Tenía que buscar otra forma de salvar a aquel hombre.
Se quedó quieto en medio de la plaza, el hombre del hacha se acercó a él, instándole a que se apartase de su camino, informándole, de malas maneras, que estaba interrumpiendo un evento muy importante.
Eltrant le sostuvo la mirada con el ceño fruncido, durante varios largos segundos.
- No. – Contestó Eltrant al tipo del hacha, posicionándose, justo después, frente al cristiano cuando notó como Hördt junto a otro par de aldeanos se acercaban con intención de seguir el rito. – No vais a matar a nadie. – Sentenció entornando los ojos, comprobando.
Los aldeanos se detuvieron frente a él con cara de pocos amigos, algunos echaron mano de las armas que llevaban consigo, Eltrant hizo lo mismo y trasladó su mano útil hasta la empuñadura de Olvido a su espalda, esto obligó a todos los que tenía a su alrededor a que retrocediesen un par de pasos.
Notaba como gigantesca claymore de viento vibraba con suavidad en su mano, esperando ser extraída de su vaina. No quería llegar a ese punto.
Algunos de los lugareños, los más valientes, quizás, comenzaron a avanzar hacía Eltrant con sus armas en mano, dispuestos a acallar aquella molesta interrupción de una vez por todas. Tenía que pensar rápido, si les dejaba atacar o si atacaba él primero aquello podía acabar en un baño de sangre.
Podía hacerlo de otra forma, todavía podía.
- ¡Los dioses se avergonzarían de esta aldea! – exclamó rápidamente, girándose hacía el jarl, obligando a que los aldeanos se detuviesen frente a él fingiendo, por un instante, que iba a desenvainar a Olvido. Prácticamente estaba improvisándolo todo, no tenía control alguno sobre lo que decía. – Escuchadme. – Pidió sin soltar el pomo de su espadón en ningún momento, pero sin llegar a desenvainarlo. Lo último que quería era mostrarla antes de tiempo. – Mi nombre es Eltrant Tale. – dijo – Y como mi familia, soy un adorador de Freyja desde que tengo uso de razón. – Aseguró. - ¿Queréis un buen sacrificio de verdad? ¿Uno que Odín se sienta orgulloso de recibir? Entonces enfrentadme en un combate justo. – Volvió a retroceder al ver que esta pregunta no había contentado precisamente a la multitud y volvían a tratar de alcanzarle, pero los aldeanos pararon de avanzar hacía Eltrant cuando el jarl levantó su mano derecha.
Sonrió para sí, parecía haber captado la atención de aquel tipo. Por lo que Eltrant podía intuir, el jarl quería escuchar errante tenía que decir, hasta el final.
– Me enfrentaré al campeón de esta aldea en nombre del cristiano. – Sentenció. – Si me vencéis tenéis dos sacrificios y más sangre con la que... – Miró a los pueblerinos y frunció el ceño. Aquellas gentes no eran mejores que esos elfos fánaticos a los que se había enfrentado en más de una ocasión. No estaban siendo pocas las veces en la que pensaba que, de algún modo, estaba siendo incluso benevolente con aquella turba enfurecida. – …cubrir vuestras cosechas. - No pasaba nada, había estado en peores situaciones. Podía salir de aquella.
Todos se quedaron en silencio, mirándose los unos a los otros. Eltrant podía leer en sus caras lo que la gran mayoría estaba pensando ¿Por qué alguien que decía adorar a los verdaderos dioses se ofrecía como sacrificio para ayudar a un cristiano? ¿Es que era idiota?
- ¿Y si tu vences… Eltrant Tale? ¿Qué sucederá en ese caso? – Preguntó el líder sin ocultar un ápice la sonrisa de satisfacción que se había apoderado de su rostro. Era evidente que el hombre creía controlar la situación, algo que Eltrant, que veía como evolucionaba la situación, también pensaba.
– Si yo gano... bueno… – Sonrió - …el cristiano sale de aquí con vida y usted, querido Jarl. Usted se queda sin sacrificio. –
- “¡Tienes piedras por cerebro, Mortal!” – Gritó Lyn en su cabeza desde su escondite.
Podía admitir que la idea no era de por sí mala. El Mortal había logrado pasar de tener doscientos rivales a tener, con suerte, solo uno. Pero seguía siendo una de esas situaciones en las que se metía en la boca del lobo y ella, como buena ama y señora, le tocaba ayudarle.
Se mordió el labio inferior y sacudió la cabeza.
Tres veces había estado de oscurecer la plaza, tres, habría sido tan fácil deslizarse por la oscuridad, desatar al cristiano e irse de allí sin que nadie se enterase… y no lo había hecho porque por algún motivo, seguía pensando que el parte-nueces-con-las-manos de Eltrant tenía alguna especie de plan brillante.
Llegados a ese punto ya ni se sorprendía. Sonrió agotada y tomó levemente aire, dejó que la brisa de la noche refrescase sus ideas. Por mucho que le costase admitirlo, le gustaba esa faceta de él, nunca se lo diría, pero le recordaba a tiempos pasados, a cuando estaba aprendiendo a usar las sombras.
Iba a salir bien, se obligó a pensar que iba a hacerlo.
Tragó saliva y se movió de lugar, necesitaba ver mejor. Ágilmente, y tras realizar varios saltos que cualquier humano habría considerado imposibles, se subió a uno de los tantos tejados del lugar, no muy lejos de dónde había estado oculta en primer lugar, y se ocultó tras la chimenea que sobresalía.
Las sombras, como siempre, se encargarían de mantenerla oculta. Desde allí podía ver claramente todo lo que pasa. Lo máximo que podía hacer por el momento era permanecer oculta y, si todo se complicaba, intervenir.
Eltrant no lo querría de otra forma. Le conocía lo suficiente como para saberlo.
- “¿Es que estas tratando de sembrar el pánico o algo así?” – Pensó mirando a un tipo flacucho, uno que estaba armado solo con una hoz, cuando se ofreció como voluntario para enfrentarse al Mortal.
Acumuló sombras a su alrededor, estas comenzaron a bailar sutilmente en torno a sus brazos como si poseyeran vida propia; Desde dónde estaba podía levantar un escudo de sombras en el "escenario" con facilidad, tenía que prepararse.
Respiró hondo.Todo iba a salir bien.
El jarl había menospreciado sus palabras, alzando la voz, el líder de la aldea se aseguró de hacerle ver a todos lo equivocado que estaba el extranjero, se encargó de hacer saber a los presentes que su voz no era la de un adulto sino la de un joven ignorante que aún no había aprendido lo suficiente sobre los dioses.
Freyja adoraría aquella sangre decía, era la sangre de un enemigo humano y esa sangre, despues de todo, era mejor que la sangre de un animal. Frunció el ceño cuando, al terminar el jarl de hablar, todos los aldeanos comenzaron a jalear de nuevo, cuando todos volvieron a clamar la sangre del cristiano.
Aquello comenzaba a ir mal.
- Dioses… - Se pasó la mano por el pelo, suspirando. Los lugareños parecían más centrados en idolatrar al jarl de esa aldea que al mismo Odín.
Ni en su pueblo natal, un lugar relativamente apartado, dónde las tradiciones estaban aun firmemente afianzadas se alcanzaba aquellos niveles de fervor por los sacrificios religiosos. Aunque tenía que admitir que su pueblo era raro, era un sitio en el que se agradecía más el ser capaz de trabajar duro que las diferentes creencias de las personas que vivían en él.
Según Lyn el pueblo en el que se crio era la “Explicación perfecta de por qué su personalidad se basaba en mover piedras grandes y recibir puñaladas”
Cerró los ojos, concentrándose en el centenar de voces que, ahora, también pedían verle a él muerto frente a los dioses. Había llegado a un punto en el que él también se había convertido en un objetivo, ahora no había vuelta atrás, aunque aún podía tratar de hablar las cosas con los presentes y hacerles ver que los dioses podían ser bastante menos sanguinarios de lo que ellos creían, sabía que no iba a servir de mucho.
Tenía que buscar otra forma de salvar a aquel hombre.
Se quedó quieto en medio de la plaza, el hombre del hacha se acercó a él, instándole a que se apartase de su camino, informándole, de malas maneras, que estaba interrumpiendo un evento muy importante.
Eltrant le sostuvo la mirada con el ceño fruncido, durante varios largos segundos.
- No. – Contestó Eltrant al tipo del hacha, posicionándose, justo después, frente al cristiano cuando notó como Hördt junto a otro par de aldeanos se acercaban con intención de seguir el rito. – No vais a matar a nadie. – Sentenció entornando los ojos, comprobando.
Los aldeanos se detuvieron frente a él con cara de pocos amigos, algunos echaron mano de las armas que llevaban consigo, Eltrant hizo lo mismo y trasladó su mano útil hasta la empuñadura de Olvido a su espalda, esto obligó a todos los que tenía a su alrededor a que retrocediesen un par de pasos.
Notaba como gigantesca claymore de viento vibraba con suavidad en su mano, esperando ser extraída de su vaina. No quería llegar a ese punto.
Algunos de los lugareños, los más valientes, quizás, comenzaron a avanzar hacía Eltrant con sus armas en mano, dispuestos a acallar aquella molesta interrupción de una vez por todas. Tenía que pensar rápido, si les dejaba atacar o si atacaba él primero aquello podía acabar en un baño de sangre.
Podía hacerlo de otra forma, todavía podía.
- ¡Los dioses se avergonzarían de esta aldea! – exclamó rápidamente, girándose hacía el jarl, obligando a que los aldeanos se detuviesen frente a él fingiendo, por un instante, que iba a desenvainar a Olvido. Prácticamente estaba improvisándolo todo, no tenía control alguno sobre lo que decía. – Escuchadme. – Pidió sin soltar el pomo de su espadón en ningún momento, pero sin llegar a desenvainarlo. Lo último que quería era mostrarla antes de tiempo. – Mi nombre es Eltrant Tale. – dijo – Y como mi familia, soy un adorador de Freyja desde que tengo uso de razón. – Aseguró. - ¿Queréis un buen sacrificio de verdad? ¿Uno que Odín se sienta orgulloso de recibir? Entonces enfrentadme en un combate justo. – Volvió a retroceder al ver que esta pregunta no había contentado precisamente a la multitud y volvían a tratar de alcanzarle, pero los aldeanos pararon de avanzar hacía Eltrant cuando el jarl levantó su mano derecha.
Sonrió para sí, parecía haber captado la atención de aquel tipo. Por lo que Eltrant podía intuir, el jarl quería escuchar errante tenía que decir, hasta el final.
– Me enfrentaré al campeón de esta aldea en nombre del cristiano. – Sentenció. – Si me vencéis tenéis dos sacrificios y más sangre con la que... – Miró a los pueblerinos y frunció el ceño. Aquellas gentes no eran mejores que esos elfos fánaticos a los que se había enfrentado en más de una ocasión. No estaban siendo pocas las veces en la que pensaba que, de algún modo, estaba siendo incluso benevolente con aquella turba enfurecida. – …cubrir vuestras cosechas. - No pasaba nada, había estado en peores situaciones. Podía salir de aquella.
Todos se quedaron en silencio, mirándose los unos a los otros. Eltrant podía leer en sus caras lo que la gran mayoría estaba pensando ¿Por qué alguien que decía adorar a los verdaderos dioses se ofrecía como sacrificio para ayudar a un cristiano? ¿Es que era idiota?
- ¿Y si tu vences… Eltrant Tale? ¿Qué sucederá en ese caso? – Preguntó el líder sin ocultar un ápice la sonrisa de satisfacción que se había apoderado de su rostro. Era evidente que el hombre creía controlar la situación, algo que Eltrant, que veía como evolucionaba la situación, también pensaba.
– Si yo gano... bueno… – Sonrió - …el cristiano sale de aquí con vida y usted, querido Jarl. Usted se queda sin sacrificio. –
__________________________________________________________________
- “¡Tienes piedras por cerebro, Mortal!” – Gritó Lyn en su cabeza desde su escondite.
Podía admitir que la idea no era de por sí mala. El Mortal había logrado pasar de tener doscientos rivales a tener, con suerte, solo uno. Pero seguía siendo una de esas situaciones en las que se metía en la boca del lobo y ella, como buena ama y señora, le tocaba ayudarle.
Se mordió el labio inferior y sacudió la cabeza.
Tres veces había estado de oscurecer la plaza, tres, habría sido tan fácil deslizarse por la oscuridad, desatar al cristiano e irse de allí sin que nadie se enterase… y no lo había hecho porque por algún motivo, seguía pensando que el parte-nueces-con-las-manos de Eltrant tenía alguna especie de plan brillante.
Llegados a ese punto ya ni se sorprendía. Sonrió agotada y tomó levemente aire, dejó que la brisa de la noche refrescase sus ideas. Por mucho que le costase admitirlo, le gustaba esa faceta de él, nunca se lo diría, pero le recordaba a tiempos pasados, a cuando estaba aprendiendo a usar las sombras.
Iba a salir bien, se obligó a pensar que iba a hacerlo.
Tragó saliva y se movió de lugar, necesitaba ver mejor. Ágilmente, y tras realizar varios saltos que cualquier humano habría considerado imposibles, se subió a uno de los tantos tejados del lugar, no muy lejos de dónde había estado oculta en primer lugar, y se ocultó tras la chimenea que sobresalía.
Las sombras, como siempre, se encargarían de mantenerla oculta. Desde allí podía ver claramente todo lo que pasa. Lo máximo que podía hacer por el momento era permanecer oculta y, si todo se complicaba, intervenir.
Eltrant no lo querría de otra forma. Le conocía lo suficiente como para saberlo.
- “¿Es que estas tratando de sembrar el pánico o algo así?” – Pensó mirando a un tipo flacucho, uno que estaba armado solo con una hoz, cuando se ofreció como voluntario para enfrentarse al Mortal.
Acumuló sombras a su alrededor, estas comenzaron a bailar sutilmente en torno a sus brazos como si poseyeran vida propia; Desde dónde estaba podía levantar un escudo de sombras en el "escenario" con facilidad, tenía que prepararse.
Respiró hondo.Todo iba a salir bien.
Eltrant Tale
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Re: Pater Noster [Desafío]
El jarl miró con atención al muchacho que osaba interrumpir el sacrificio. Los gritos de los bárbaros se habían acallado con su movimiento. Esa situación casi le causaba risa. ¿En serio alguien en su sano juicio podría arriesgar su vida por la de un miserable cristiano? Incomprensible. Pero si lo que decía ese hombre era cierto, tendrían más sangre. Soltó una sonora carcajada ante semejante ofrecimiento y, seguidamente, un hombre de más de metro noventa de altura salió de entre el gentío con su hoz. Como todos en ese pueblo, también portaba un pequeño hacha y lo sacó para intentar vanagloriarse de sus dos armas, frente al defensor del cristiano.
Jacob estaba aterrorizado. Sólo con ver los tamaños de esos hombres ya le bastaba para obedecer a sus órdenes de “silencio”. Para él, un menudo hombre que apenas llegaba al 1.75 de altura, esos tipos eran como las columnas de las catedrales. En sus ojos se podía ver el miedo, pero trataba de buscar a Eltrant con la mirada. Ese desconocido, enviado por Dios, seguro, iba a luchar por él. No podía estar más henchido de gratitud hacia su Señor, aunque su situación fuese peliaguda.
Desde su sillón, el jarl ordenó a todos los presentes que se alejasen de la roca del sacrificio y dejasen un círculo para que pudieran pelear. Después se levantó. – Bien. Tendréis derecho a dos armas y un escudo. El combate será a muerte y con la sangre del perdedor se bañará la arena sobre la que ha perecido. No se podrá salir de ese círculo, tampoco golpear a los espectadores ni usarlos como escudo. Si alguno de los dos huye, será atrapado y sacrificado junto con el cristiano. Ya Odin se encargará de cerrarle las puertas del Valhalla por su cobardía. Adelante. – Sonrió, muy seguro de su campeón, Gustaf, quien iba al círculo alzando sus fuertes brazos para mostrar bien sus armas, como si se las estuviera brindando a los dioses.
De nuevo, Jacob empezó a rezar su oración, esta vez no rogando por su vida, sino por la del campeón que se estaba arriesgando por él. Quería que Dios lo protegiera contra las heridas y cualquier otro daño, que sus armas fueran fuertes y su armadura inquebrantable.
Los que miraban empezaron a chocar sus armas contra los escudos, haciendo un estruendoso ruido al paso de su campeón, y prosiguieron por unos minutos, gritando y soltando berridos que Jacob calificaba de salvajes bestias, más que de personas.
El plan propuesto por Eltrant Tale era el de luchar de forma honorable para salvar al cristiano. Hasta ahí parecían haberlo entendido. Pero el jarl no iba a dejar que un forastero de fe mellada interrumpiera la ofrenda a Odin. Las esperanzas puedas en su campeón le hacían pensar en la victoria absoluta. Pero, en caso de que no, ya encontraría algún guerrero que quisiera acabar con ese muchacho. Los dioses se ofenderían si él, como líder del poblado, dejaba ir a alguien que ofrecía sus plegarias a dioses falsos. Y a quien defendía a esos hombres. Su trabajo como jarl era el de guiar a su pueblo y darles una gran educación en la historia y los dioses, evitando que se perdieran las grandes costumbres de sus antepasados. Ese cristiano iba a morir, sí o sí. Y el hombre que había hecho la locura de retarles, también.
Los ruidos y gritos continuaron, incluso cuando iba a empezar la pelea. De hecho, parecían acrecentarse conforme llegaba la hora de usar las armas. Estaban deseosos de sangre. Incluso los niños, esos a quien los mortales normales creen inocentes, estaban en primera fila, con hachas de pequeño tamaño, chocándolas contra el suelo o alzándolas para vitorear a Gustaf. Pedían sangre. Independientemente de su género o edad.
– Rezaré por ti – murmuró Jacob, al borde de la desesperación. – Dios te protegerá. – Y, dicho esto, comenzó su oración, alzando la vista hacia el cielo, para hablar con su Padre y, también, para evitar mirar al lugar donde iban a despiezarse como quien despiezaba los cerdos. Él, como monje cristiano, no estaba nada familiarizado con las armas y, solo el ruido de estas, le causaba angustia y miedo. Su Señor pedía paz para todos sus hijos, no guerras. Y, sin embargo, ese tal Odin pedía sacrificios. Sin duda, eran salvajes. Él prefería ilustrar las escrituras de Dios y dedicarse a su vida de clérigo. Pero esta vez tenía que estar a favor de una lucha: la que determinaría su vida… si el jarl quería. – Pater Noster, qui es in caelis, sanctificetur nomen tuum. Adveniat regnum tuum. Fiat voluntas tua, sicut in caelo et in terra. Panem nostrum quotidianum da nobis hodie, et dimitte nobis debita nostra sicut et nos dimittimus debitoribus nostris. Et ne nos inducas in tentationem, sed libera nos a malo. Amen.
Gustaf tomó su hoz y arremetió contra Eltrant.
_________________________
Eltrant: La forma de desarrollar este segundo turno ha sido original y te has conseguido librar de la dicha de los dioses. Pero no has sabido a quién elegir para evitar derramar sangre innecesaria. El jarl es quien controla el pueblo y quien cree decidir sobre vuestras vidas.
Has optado por hacer como en Game of Thrones, un “juicio por combate”, buena elección. Esto desencadenará que tu desafío sea un poco más largo que el de los demás, de tres turnos.
Los objetivos se separarán en este último turno: tú tendrás que vencer a Gustaf, campeón de la aldea. Para ello, deberás lanzar las runas, a ver qué suerte te dan los dioses.
El objetivo de Lyn: Tendrá que intentar salvar al cristiano del jarl ya que, aunque ganes, querrá matarlo. El ejecutor está cerca de él. Tendrá que hacerlo de forma sigilosa, confío en su buen hacer, como ha estado haciendo en estos dos turnos. No habrá que lanzar runas por Lyn, dado que el combate ha distraído a todos los aldeanos. ¿Qué mejor que un buen baño de sangre para que todos se emboben mirando?
En tu caso, dado que la situación es parecida a la de tu compañero Friðþjófur, tendrás que hacer lo mismo que él: yo he lanzado una runa a favor de Gustaf ([Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]). Para ganar el combate, deberás intentar sacar una runa mejor que la mía, de lo contrario, no saldrás victorioso. Pero, en tu caso habrá algo diferente: Lyn puede ayudarte. Con la ayuda de la vampiresa en el combate, tu suerte aumentará una tanda de runas.
Es decir: Runa muy mala/mala, se transforman en media; Runa media, en buena/muy buena. Por ello, es aconsejable que las lances antes de realizar tu post.
Ej.: Si mi runa es media y la tuya también, con la ayuda de Lyn podrás sacar una buena. Si la mía es media y la tuya mala, podrías empatar con el guerrero.
Dependiendo de tu suerte, este puede ser tu futuro en el último turno:
• Runa mayor que la mía: Ganas y sales ileso. A pesar de la furia del jarl habrás cumplido el objetivo.
• Runa igual; empate: Dependerá de tus habilidades. Tu futuro será incierto, pues los dioses no se pronuncian.
• Runa menor que la mía: Quedarás heridos. Pero... míralo por el lado bueno, Lyn habrá conseguido salvar al cristiano.
Al igual que le he dicho a tu compañero, tendré en cuenta tus habilidades y atributos a la hora de decidir tu suerte.
Jacob estaba aterrorizado. Sólo con ver los tamaños de esos hombres ya le bastaba para obedecer a sus órdenes de “silencio”. Para él, un menudo hombre que apenas llegaba al 1.75 de altura, esos tipos eran como las columnas de las catedrales. En sus ojos se podía ver el miedo, pero trataba de buscar a Eltrant con la mirada. Ese desconocido, enviado por Dios, seguro, iba a luchar por él. No podía estar más henchido de gratitud hacia su Señor, aunque su situación fuese peliaguda.
Desde su sillón, el jarl ordenó a todos los presentes que se alejasen de la roca del sacrificio y dejasen un círculo para que pudieran pelear. Después se levantó. – Bien. Tendréis derecho a dos armas y un escudo. El combate será a muerte y con la sangre del perdedor se bañará la arena sobre la que ha perecido. No se podrá salir de ese círculo, tampoco golpear a los espectadores ni usarlos como escudo. Si alguno de los dos huye, será atrapado y sacrificado junto con el cristiano. Ya Odin se encargará de cerrarle las puertas del Valhalla por su cobardía. Adelante. – Sonrió, muy seguro de su campeón, Gustaf, quien iba al círculo alzando sus fuertes brazos para mostrar bien sus armas, como si se las estuviera brindando a los dioses.
De nuevo, Jacob empezó a rezar su oración, esta vez no rogando por su vida, sino por la del campeón que se estaba arriesgando por él. Quería que Dios lo protegiera contra las heridas y cualquier otro daño, que sus armas fueran fuertes y su armadura inquebrantable.
Los que miraban empezaron a chocar sus armas contra los escudos, haciendo un estruendoso ruido al paso de su campeón, y prosiguieron por unos minutos, gritando y soltando berridos que Jacob calificaba de salvajes bestias, más que de personas.
El plan propuesto por Eltrant Tale era el de luchar de forma honorable para salvar al cristiano. Hasta ahí parecían haberlo entendido. Pero el jarl no iba a dejar que un forastero de fe mellada interrumpiera la ofrenda a Odin. Las esperanzas puedas en su campeón le hacían pensar en la victoria absoluta. Pero, en caso de que no, ya encontraría algún guerrero que quisiera acabar con ese muchacho. Los dioses se ofenderían si él, como líder del poblado, dejaba ir a alguien que ofrecía sus plegarias a dioses falsos. Y a quien defendía a esos hombres. Su trabajo como jarl era el de guiar a su pueblo y darles una gran educación en la historia y los dioses, evitando que se perdieran las grandes costumbres de sus antepasados. Ese cristiano iba a morir, sí o sí. Y el hombre que había hecho la locura de retarles, también.
Los ruidos y gritos continuaron, incluso cuando iba a empezar la pelea. De hecho, parecían acrecentarse conforme llegaba la hora de usar las armas. Estaban deseosos de sangre. Incluso los niños, esos a quien los mortales normales creen inocentes, estaban en primera fila, con hachas de pequeño tamaño, chocándolas contra el suelo o alzándolas para vitorear a Gustaf. Pedían sangre. Independientemente de su género o edad.
– Rezaré por ti – murmuró Jacob, al borde de la desesperación. – Dios te protegerá. – Y, dicho esto, comenzó su oración, alzando la vista hacia el cielo, para hablar con su Padre y, también, para evitar mirar al lugar donde iban a despiezarse como quien despiezaba los cerdos. Él, como monje cristiano, no estaba nada familiarizado con las armas y, solo el ruido de estas, le causaba angustia y miedo. Su Señor pedía paz para todos sus hijos, no guerras. Y, sin embargo, ese tal Odin pedía sacrificios. Sin duda, eran salvajes. Él prefería ilustrar las escrituras de Dios y dedicarse a su vida de clérigo. Pero esta vez tenía que estar a favor de una lucha: la que determinaría su vida… si el jarl quería. – Pater Noster, qui es in caelis, sanctificetur nomen tuum. Adveniat regnum tuum. Fiat voluntas tua, sicut in caelo et in terra. Panem nostrum quotidianum da nobis hodie, et dimitte nobis debita nostra sicut et nos dimittimus debitoribus nostris. Et ne nos inducas in tentationem, sed libera nos a malo. Amen.
Gustaf tomó su hoz y arremetió contra Eltrant.
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Eltrant: La forma de desarrollar este segundo turno ha sido original y te has conseguido librar de la dicha de los dioses. Pero no has sabido a quién elegir para evitar derramar sangre innecesaria. El jarl es quien controla el pueblo y quien cree decidir sobre vuestras vidas.
Has optado por hacer como en Game of Thrones, un “juicio por combate”, buena elección. Esto desencadenará que tu desafío sea un poco más largo que el de los demás, de tres turnos.
Los objetivos se separarán en este último turno: tú tendrás que vencer a Gustaf, campeón de la aldea. Para ello, deberás lanzar las runas, a ver qué suerte te dan los dioses.
El objetivo de Lyn: Tendrá que intentar salvar al cristiano del jarl ya que, aunque ganes, querrá matarlo. El ejecutor está cerca de él. Tendrá que hacerlo de forma sigilosa, confío en su buen hacer, como ha estado haciendo en estos dos turnos. No habrá que lanzar runas por Lyn, dado que el combate ha distraído a todos los aldeanos. ¿Qué mejor que un buen baño de sangre para que todos se emboben mirando?
En tu caso, dado que la situación es parecida a la de tu compañero Friðþjófur, tendrás que hacer lo mismo que él: yo he lanzado una runa a favor de Gustaf ([Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]). Para ganar el combate, deberás intentar sacar una runa mejor que la mía, de lo contrario, no saldrás victorioso. Pero, en tu caso habrá algo diferente: Lyn puede ayudarte. Con la ayuda de la vampiresa en el combate, tu suerte aumentará una tanda de runas.
Es decir: Runa muy mala/mala, se transforman en media; Runa media, en buena/muy buena. Por ello, es aconsejable que las lances antes de realizar tu post.
Ej.: Si mi runa es media y la tuya también, con la ayuda de Lyn podrás sacar una buena. Si la mía es media y la tuya mala, podrías empatar con el guerrero.
Dependiendo de tu suerte, este puede ser tu futuro en el último turno:
• Runa mayor que la mía: Ganas y sales ileso. A pesar de la furia del jarl habrás cumplido el objetivo.
• Runa igual; empate: Dependerá de tus habilidades. Tu futuro será incierto, pues los dioses no se pronuncian.
• Runa menor que la mía: Quedarás heridos. Pero... míralo por el lado bueno, Lyn habrá conseguido salvar al cristiano.
Al igual que le he dicho a tu compañero, tendré en cuenta tus habilidades y atributos a la hora de decidir tu suerte.
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Re: Pater Noster [Desafío]
- Dile a tu dios que no se preocupe por mí. – Le dijo Eltrant al prisionero con una sonrisa, soltando la empuñadura de Olvido y cruzándose de brazos. – Seguro que tiene creyentes con problemas más importantes con los que lidiar. – Aseveró, apenas en un susurro, girándose hacía la multitud que coreaba el nombre de Gustaf.
Frunció el ceño y llevó ambas manos hasta su cinturón. Apenas habían bastado unos segundos de reflexión por parte del líder de la aldea para que este quedase convencido con aquella propuesta, era evidente que quería sangre a toda costa y le daba igual quien era la persona que la derramaba.
Los feligreses no podían estar más contentos.
Era escalofriante ver lo que el fanatismo podía hacerles a las personas, no habían pasado ni dos días desde que se había adentrado en aquel poblado debido a la petición de Rose y, entonces, le habían recibido con los brazos abiertos.
- ¡Cárgate a ese falso! - ¡Que pague su afrenta con sangre! - ¡Gustaf, no le dejes salir de aquí!
El hombre de casi dos metros de altura que respondía al nombre que todos vitoreaban se internó hasta el centro de la plaza con ambos brazos en alto, en señal de orgullo, mostrando a los presentes que aquella era una victoria fácilmente asequible para él.
La multitud gritó entusiasmada al verlo.
- ¿Cómo hacemos esto? – Eltrant comenzó a caminar lentamente en torno al círculo que se había formado y del que no podían salir durante lo que durase aquella pelea. - ¿Hacemos como que peleamos y después nos vamos a tomar algo? ¿Qué te parece? No lo veo un mal plan. – Gustaf no dijo nada, simplemente se quedó mirándole desde el otro lado del círculo, con ambas armas aún en sus manos. - ¿No? – Sonriendo se alejó un par de pasos, cada palabra que salía de sus labios parecía enfadar más y más a aquel tipo.
En cierto modo era una ventaja, no había nada más predecible que un tipo furioso con ganas de matar a alguien, pero, por supuesto, si habían dejado que aquel hombre se enfrentase a un extranjero ataviado con armadura completa era por algún motivo. No podía confiarse.
Aun así, echó mano de Recuerdo, sujetó firmemente el pomo de la espada de hielo que yacía en su cintura y dejó a Olvido a su espalda. La claymore plateada, después de todo, podía traerle en aquel momento incluso más problemas, principalmente porque no pretendía darle a ninguno de los presentes el gusto de ver como mataba a su oponente; nadie iba a servir como sacrifico aquella noche, por mucho que el jarl pretendiese hacerlo.
Pero sí que le iba a dar una lección a aquel tipo.
Respiró hondo y desenvainó lentamente a Recuerdo. El pálido resplandor azulado de su espada de hielo captó la atención de los espectadores, que se callaron de inmediato. La expresión del campeón de la aldea no cambió un ápice, tenía que admitir que aquel grandullón era interesante.
Entornó los ojos y, todavía moviéndose alrededor del círculo, tanteó los distintos movimientos que hacía el campeón al otro lado del pequeño coliseo que los aldeanos habían formado.
Una hoz y un hacha: esa eran las armas del campeón. Para defenderse contaba con un escudo redondo con lo que, por lo que supuso Eltrant, el emblema de la población dibujado en él. Mientras que la hoz no parecía gran cosa, Eltrant pudo ver con claridad los distintos grabados que poseía el hacha que también blandía.
Aquella arma sí que iba a darle problemas.
Y entonces, mientras el cristiano susurraba cosas en un idioma que Eltrant era incapaz de comprender y los aldeanos volvían a recuperar su entusiasmo, Gustag arremetió contra él. Lo hizo apenas instantes después de que Eltrant desenvainase a Recuerdo, el campeón se lanzó contra el exguarda con la hoz por delante, dispuesto a acabar con a la vida del hereje que se había atrevido a mancillar el sacrificio del pueblo.
Anticipando el golpe, Eltrant tensó su cuerpo y colocó la espada de hielo frente a su cara deteniéndole casi de inmediato, pero, aun así, se vio forzado a retroceder un par de pasos debido a la fuerza con la que aquel tipo le golpeó.
El gentío volvió a estallar en ovaciones cuando los aceros que esgrimían ambos hombres se encontraron.
Mascullando un par de insultos en voz baja, Eltrant tomó la iniciativa y, sin dejar de batallar un instante con la hoz de su rival, obligó a Gustaf a que retrocediese tras hacer acopio de sus fuerzas.
- ¡Mátalo! - ¡Queremos ver sangre! - ¡Deshazte de él! –
Desafortunadamente para Eltrant, Gustaf era sorpresivamente rápido para un hombre de su tamaño, en apenas lo que dura un parpadeó escapó del alcance de Recuerdo y, con su escudo por delante, se encargó de acertar al exmercenario en el costado con la hoz.
Un chirrido metálico el indicó que, de no haber tenido puesta la armadura en aquel instante, todo su interior estaría en aquel momento desparramado por el suelo.
Más alabanzas, Gustaf se alejó de Eltrant y levantó la hoz y el escudo, saludo a su público. Los niños golpearon las hachas que llevaban con entusiasmo.
- Y yo que creía que Sacrestic era mal sitio para vivir… - Murmuro al ver la reacción de los presentes, ganando algo más de distancia entre él y su oponente.
Mientras Gustaf se vanagloriaba de su habilidad, Eltrant repasó con una de sus manos la marca que había hecho la hoz del campeón en su armadura.
Aquel tipo tenía velocidad y fuerza. ¿Lo había infravalorado? Parecía ser que sí, pues apenas instantes después se encontró de nuevo con el escudo del campeón de la aldea frente a su cara, apenas había tenido tiempo de aprovechar la ventaja que había conseguido, pero no dejó que eso le intimidase, nunca había dejado que algo así lo hiciese.
Atacó.
La hoja de Recuerdo se deslizó sobre el escudo de Gustaf, rallando el emblema de la aldea en el proceso y otorgándole al lugareño la oportunidad perfecta para acertarle en el mismo lugar que lo había hecho antes.
La armadura del castaño emitió otro chasquido, informando a su dueño que habían vuelto a acertarle. Pero esta vez no importaba, era lo que Eltrant había pretendido desde un principio. Quería que le golpease.
La forma de la hoz la convertía en un arma bastante eficaz para segar a tipos sin nada de armadura, era rápida, eficaz y muy ligera. Pero por eso mismo también era un arma que, muy a menudo, podía atascarse entre las distintas capas de metal de una coraza.
Cómo acababa de sucederle en aquel momento al confuso Gustaf que tenía delante.
- ¿¡A que esto no te lo esperabas!? – Exclamó Eltrant pateando al feligrés en el pecho con todas sus fuerzas, el cual retrocedió como toda respuesta, dejando la hoz encallada en mitad de la armadura del exmercenario. – ¡Ahora tengo tu hoz! – Agregó Eltrant sonriendo con orgullo, tratando de desencajar la hoz de su cuerpo de modo que, al final, lo único que logró fue partirla en dos.
Dejó caer el mango a un lado y enarcó una ceja según examinaba a Eir, la mitad del metal que había constituido la hoz se había quedado alojado en ella, eso no podía ser bueno. Gustaf, desde dónde estaba, sonrió y se ajustó el escudo al brazo y se hizo con el hacha que colgaba de su cintura.
- Me parece bien, hereje. Quédatela. –
Y ya habían empezado.
Como tantas otras veces, Lyn contempló como su compañero peleaba en mitad de una de las tantas plazas que había a lo largo y ancho de Aerandir.
Miró en silencio, durante varios largos minutos, como Eltrant se había visto atrapado en una especie de baile de metal del que solo podía salir de dos formas: después de matar a su rival o después de que le matasen a él.
Se mordió el labio inferior y respiró profundamente, tomó todo el aire que pudo en aquel momento. Cada crujido del metal, cada aclamación del público la ponían ligeramente más nerviosa. Todos los presentes parecían estar disfrutando demasiado de aquello.
¿Y era ella la que era considerada un monstruo?
Sacudió la cabeza, alejando aquellos pensamientos; No era el momento ni el lugar para ponerse melancólica, tenía cosas más importantes en las que centrarse. Sobre todo, porque no tardó en contemplar cómo un hombre armado se acercaba de forma casual hacía el prisionero.
Frunció el ceño y se acercó un poco más, siempre amparada por las sombras. ¿Era un guardia? ¿Estaba encargándose de que aquel pobre desgraciado no se escapase mientras todos peleaban?
No podía arriesgarse a ser vista, pero cuando el hombre que se acercaba al prisionero desenvainó, cuidadosamente, una daga y la colocó en el cuello de este comprendió lo que pasaba. Habían engañado al Mortal, le estaban haciendo pelear por nada, por su regocijo, por el mero hecho de disfrutar viendo como alguien acababa desangrándose en el suelo.
Bajó del tejado y se movió por las sombras, saltando de una cobertura a otra con la gracilidad de un felino. Aquel tipo que ahora conversaba con el aterrado cristiano no era la única persona en aquel lugar que podía aprovechar todo el ruido que causaba la pelea.
¿Ellos hacían trampas? Pues no iban a ser los únicos.
Se apareció tras el hombre al que habían encargado matar al reo, envuelta parcialmente en sobre.
- ¡Hola! – dijo lo suficientemente alto como para que le oyesen las dos personas que estaban allí, frente a ella.
Mientras que el sacerdote la había visto aparecerse de entre las sombras y ahora trataba de articular alguna palabra, aún más asustado si fuese posible, el tipo de la daga se giró a mirar a la persona que se había acercado hasta allí sin ser vista. Lyn sonrió a ambos.
– Se ha quedado buena la noche. ¿Eh? – dijo entrelazando ambas manos a su espalda. – Ni una nube. Ideal para organizar peleas a muerte y sacrificar personas atadas a un poste de madera. - Un estrepito indicó a la vampiresa que algo importante acababa de suceder en la arena, en el combate, pero se obligó a no girarse a ver cómo le iba a su compañero.
- ¿Qué se supone que er…? – En cuanto los ojos del hombre del puñal se cruzaron con los suyos aquel tipo se calló, no llegó a terminar la pregunta. [1]
- Eres. – Aunque Lyn sabía perfectamente lo que quería decir. - ¿Qué se supone que soy? – Se llevó la mano hasta el mentón y fingió que pensaba por unos instantes. - ¡Una admiradora de tu trabajo, por supuesto! – Aseveró, sin dejar de mirarle a los ojos, sin romper por un instante el contacto visual que le garantizaba que podía controlar a aquella persona por un tiempo limitado. - ¡Trabajas como el amante de… de…! – Rápidamente estudió sus alrededores, sonrió. - ¡Ese rastrillo! – dijo señalando al objeto que había a casi una decena de pasos, apoyado sobre varios sacos que descansaban junto a la entrada del edificio de mayor tamaño del lugar.
El sujeto, tras dejar caer el puñal a un lado, se fue al lugar al que había señalado Lyn como si de un autómata se tratase, sin decir nada más. Iba a tener una noche interesante.
Tragó saliva y parpadeó repetidamente, durante unos segundos se sintió levemente mareada, se tambaleó por unos instantes. Quizás debería seguir con sus sombras y dejar aquel tipo de habilidades a otros vampiros.
Después de asegurarse que el humano seguía arañándose la cara intentando besar a una herramienta de jardín se agachó junto al cristiano, el cual seguía en el que ya parecía ser su estado natural: asustado.
- No te preocupes. – Le dijo sonriendo, en un inútil intento por tranquilizarle, colocándose tras él y desanudando sus ataduras. – Soy amigo del grandullón de ahí delante. – dijo liberando al cristiano. – Ahora… - Cubrió al hombre de pies a cabeza en sombras. – Arrástrate hacía allí y… - Un grito que procedía de una voz que conocía muy bien la hizo detenerse a mitad de frase, buscó a Eltrant con la mirada.
¿Lo habían herido? Eso le pasaba por despistarse.
- ¡Escóndete! ¡Rápido! – Indicó la vampiresa al hombre, instándole con las manos a que se moviese a toda prisa. - ¡Y no te levantes! – dijo justo después señalando las cajas tras las que había estado ella oculta en un principio.
Una vez el hombre se hubo alejado lo suficiente tomó uno de los tres frasquitos de líquido rojo que llevaba atado a la cintura y, tras abrirlo con los dientes, se lo bebió de un largo trago.
Saboreó la sangre que le había cedido el Mortal, notó como las fuerzas le volvían, tenía que agradecérselo más adelante, la petición que le había hecho era rara. “Eh, Mortal. ¿Puedo llevar sangre tuya encima en todo momento?” Le seguía sorprendiendo que hubiese accedido a hacerlo.
Una vez notó como las sombras de sus alrededores volvían a responderle con naturalidad se concentró en uno de los tejados circundantes y, tras desaparecer envuelta en humo negro, se apareció sobre el lugar al que había estado mirando. [2]
Desde allí volvía a ver a Eltrant.
Sacudió a Recuerdo frente a él, forzó a Gustaf a que se alejase de él.
Dejó escapar una retahíla de insultos bastante originales a la vez que se llevaba la mano al costado, desde dónde ahora sangraba. El hacha había atravesado su armadura limpiamente, lo único que había tenido que hacer Gustaf era empujar la hoja de la hoz.
- ¿Algo que decirles a los dioses? – La gente seguía gritando a su alrededor, pero casi no la oía, se habían vuelto una especie de ruido blanco, ahora estaba totalmente centrado en el campeón del pueblo. – Quizás decidan perdonar tus afrentas antes de morir… si te disculpas. – Era un hecho, no le llamaban campeón simplemente por presumir.
¿Cómo un lugar tan alejado de todas partes contaba con alguien tan hábil para pelear? Tenía que haber esperado algo así, se había confiado demasiado y lo estaba pagando con sangre. Literalmente.
Volvió a defenderse, evitó que el hacha de Gustaf abriese otro agujero en alguna otra parte dentada de Eir saltando hacía atrás e intercambió algunos golpes con su escudo.
Pero estaba siendo más lento, ligeramente más lento que antes, al menos. No podía sino seguir esquivando, defendiéndose, Gustaf no le dejaba tiempo alguno para contratacar. Apretó los dientes y continuó de igual forma, buscando alguna apertura en la increíblemente férrea defensa del aldeano.
Un escudazo en plena cara le sacó todo pensamiento racional de su cabeza salvo uno: ¿Por qué no se había puesto el yelmo en aquella situación?
El tiempo pareció ralentizarse, observó, incapaz de hacer nada, como el hacha de su rival se acercaba a su cuello, como estaba a punto de recibir un golpe que iba a ser incapaz de parar. Pero una sombra se colocó entre su piel y el acero de Gustaf.
La sombra estalló como si de un espejo se tratase, desapareció, pero aquello sí que pilló desprevenido a su oponente, quien, mientras trataba de comprender por qué su hacha no había matado al extranjero recibió un cabezazo en mitad de la cara por parte del mismo.
El hombre dejó escapar un gemido dolorido y reculó apenas unos centímetros llevándose ambas manos hasta a la nariz, la cual estaba evidentemente rota.
Había sido Lyn, tenía que haber sido ella. ¿Estaba entre el público? ¿Qué significaba aquello para el jarl? ¿Se habría dado cuenta de lo que acababa de suceder? ¿Invalidaba eso el trato que había hecho con él? En aquel momento daba igual, por mucho que lo pensase no recibiría ninguna respuesta inmediata, por lo que se limitó a alejarse de Gustaf.
No se arrepentía de haber empezado aquella pelea, pero sí de como lo había hecho.
Se irguió completamente, tratando de ignorar el dolor. Se concentró en la calidez que emanaba el tatuaje que recorría su brazo izquierdo, la herida de su vientre estaba comenzando a sanar, lentamente, pero podía notar como el dolor cesaba de forma lenta, pero constante.
Envainó a Recuerdo.
- ¡Já! ¡Miradle! ¡Se está rindiendo! – ¡Machácalo Gustaf! - ¡¿Por qué no lo has matado todavia?!
Pero Gustaf también ignoró aquellas voces, como si no estuviesen. Parecía confuso, casi como si no terminase de creerse que su hacha no hubiese acertado, pero por otro lado, era obvio por su expresión que le gustaba lo que estaba viendo.
El campeón no se movió de dónde estaba, se quedó contemplando lo que hacía Eltrant. El cual no tardó en desenvainar a Olvido.
La espada vibró en sus manos, con suavidad, parecía aliviada de haber sido extraída de su vaina. Eltrant sintió como la brisa que rodeaba a la hoja comenzaba a ascender por sus brazos, envolviéndole a él también como si de una armadura se tratase.
Deslizó su mano por la hoja de Olvido y, como ya había hecho otras veces, dejó que el viento que envolvía la hoja le ayudase. Su armadura se volvió más ligera, la espada apenas pesaba la mitad de lo que lo había hecho hacía apenas unos segundos. [3]
Ahora sin limitaciones.
[1] Habilidad Nivel 3 Lyn: Control Mental Moderado.
[2] Habilidad Nivel 2 Lyn: Entre Tinieblas.
[3] Primera Habilidad de Olvido, la espada de Eltrant:
-La primera de sus habilidades brindará un aumento de resistencia, fuerza y velocidad del 50%. Lo que te permitirá atacar primero, esquivar y soportar las magulladuras más que en tu estado normal.
He sacado runa mala, pero con la ayuda de Lyn se convierte en media. Empate entonces. :'D
Frunció el ceño y llevó ambas manos hasta su cinturón. Apenas habían bastado unos segundos de reflexión por parte del líder de la aldea para que este quedase convencido con aquella propuesta, era evidente que quería sangre a toda costa y le daba igual quien era la persona que la derramaba.
Los feligreses no podían estar más contentos.
Era escalofriante ver lo que el fanatismo podía hacerles a las personas, no habían pasado ni dos días desde que se había adentrado en aquel poblado debido a la petición de Rose y, entonces, le habían recibido con los brazos abiertos.
- ¡Cárgate a ese falso! - ¡Que pague su afrenta con sangre! - ¡Gustaf, no le dejes salir de aquí!
El hombre de casi dos metros de altura que respondía al nombre que todos vitoreaban se internó hasta el centro de la plaza con ambos brazos en alto, en señal de orgullo, mostrando a los presentes que aquella era una victoria fácilmente asequible para él.
La multitud gritó entusiasmada al verlo.
- ¿Cómo hacemos esto? – Eltrant comenzó a caminar lentamente en torno al círculo que se había formado y del que no podían salir durante lo que durase aquella pelea. - ¿Hacemos como que peleamos y después nos vamos a tomar algo? ¿Qué te parece? No lo veo un mal plan. – Gustaf no dijo nada, simplemente se quedó mirándole desde el otro lado del círculo, con ambas armas aún en sus manos. - ¿No? – Sonriendo se alejó un par de pasos, cada palabra que salía de sus labios parecía enfadar más y más a aquel tipo.
En cierto modo era una ventaja, no había nada más predecible que un tipo furioso con ganas de matar a alguien, pero, por supuesto, si habían dejado que aquel hombre se enfrentase a un extranjero ataviado con armadura completa era por algún motivo. No podía confiarse.
Aun así, echó mano de Recuerdo, sujetó firmemente el pomo de la espada de hielo que yacía en su cintura y dejó a Olvido a su espalda. La claymore plateada, después de todo, podía traerle en aquel momento incluso más problemas, principalmente porque no pretendía darle a ninguno de los presentes el gusto de ver como mataba a su oponente; nadie iba a servir como sacrifico aquella noche, por mucho que el jarl pretendiese hacerlo.
Pero sí que le iba a dar una lección a aquel tipo.
Respiró hondo y desenvainó lentamente a Recuerdo. El pálido resplandor azulado de su espada de hielo captó la atención de los espectadores, que se callaron de inmediato. La expresión del campeón de la aldea no cambió un ápice, tenía que admitir que aquel grandullón era interesante.
Entornó los ojos y, todavía moviéndose alrededor del círculo, tanteó los distintos movimientos que hacía el campeón al otro lado del pequeño coliseo que los aldeanos habían formado.
Una hoz y un hacha: esa eran las armas del campeón. Para defenderse contaba con un escudo redondo con lo que, por lo que supuso Eltrant, el emblema de la población dibujado en él. Mientras que la hoz no parecía gran cosa, Eltrant pudo ver con claridad los distintos grabados que poseía el hacha que también blandía.
Aquella arma sí que iba a darle problemas.
Y entonces, mientras el cristiano susurraba cosas en un idioma que Eltrant era incapaz de comprender y los aldeanos volvían a recuperar su entusiasmo, Gustag arremetió contra él. Lo hizo apenas instantes después de que Eltrant desenvainase a Recuerdo, el campeón se lanzó contra el exguarda con la hoz por delante, dispuesto a acabar con a la vida del hereje que se había atrevido a mancillar el sacrificio del pueblo.
Anticipando el golpe, Eltrant tensó su cuerpo y colocó la espada de hielo frente a su cara deteniéndole casi de inmediato, pero, aun así, se vio forzado a retroceder un par de pasos debido a la fuerza con la que aquel tipo le golpeó.
El gentío volvió a estallar en ovaciones cuando los aceros que esgrimían ambos hombres se encontraron.
Mascullando un par de insultos en voz baja, Eltrant tomó la iniciativa y, sin dejar de batallar un instante con la hoz de su rival, obligó a Gustaf a que retrocediese tras hacer acopio de sus fuerzas.
- ¡Mátalo! - ¡Queremos ver sangre! - ¡Deshazte de él! –
Desafortunadamente para Eltrant, Gustaf era sorpresivamente rápido para un hombre de su tamaño, en apenas lo que dura un parpadeó escapó del alcance de Recuerdo y, con su escudo por delante, se encargó de acertar al exmercenario en el costado con la hoz.
Un chirrido metálico el indicó que, de no haber tenido puesta la armadura en aquel instante, todo su interior estaría en aquel momento desparramado por el suelo.
Más alabanzas, Gustaf se alejó de Eltrant y levantó la hoz y el escudo, saludo a su público. Los niños golpearon las hachas que llevaban con entusiasmo.
- Y yo que creía que Sacrestic era mal sitio para vivir… - Murmuro al ver la reacción de los presentes, ganando algo más de distancia entre él y su oponente.
Mientras Gustaf se vanagloriaba de su habilidad, Eltrant repasó con una de sus manos la marca que había hecho la hoz del campeón en su armadura.
Aquel tipo tenía velocidad y fuerza. ¿Lo había infravalorado? Parecía ser que sí, pues apenas instantes después se encontró de nuevo con el escudo del campeón de la aldea frente a su cara, apenas había tenido tiempo de aprovechar la ventaja que había conseguido, pero no dejó que eso le intimidase, nunca había dejado que algo así lo hiciese.
Atacó.
La hoja de Recuerdo se deslizó sobre el escudo de Gustaf, rallando el emblema de la aldea en el proceso y otorgándole al lugareño la oportunidad perfecta para acertarle en el mismo lugar que lo había hecho antes.
La armadura del castaño emitió otro chasquido, informando a su dueño que habían vuelto a acertarle. Pero esta vez no importaba, era lo que Eltrant había pretendido desde un principio. Quería que le golpease.
La forma de la hoz la convertía en un arma bastante eficaz para segar a tipos sin nada de armadura, era rápida, eficaz y muy ligera. Pero por eso mismo también era un arma que, muy a menudo, podía atascarse entre las distintas capas de metal de una coraza.
Cómo acababa de sucederle en aquel momento al confuso Gustaf que tenía delante.
- ¿¡A que esto no te lo esperabas!? – Exclamó Eltrant pateando al feligrés en el pecho con todas sus fuerzas, el cual retrocedió como toda respuesta, dejando la hoz encallada en mitad de la armadura del exmercenario. – ¡Ahora tengo tu hoz! – Agregó Eltrant sonriendo con orgullo, tratando de desencajar la hoz de su cuerpo de modo que, al final, lo único que logró fue partirla en dos.
Dejó caer el mango a un lado y enarcó una ceja según examinaba a Eir, la mitad del metal que había constituido la hoz se había quedado alojado en ella, eso no podía ser bueno. Gustaf, desde dónde estaba, sonrió y se ajustó el escudo al brazo y se hizo con el hacha que colgaba de su cintura.
- Me parece bien, hereje. Quédatela. –
_____________________________________________________________
Y ya habían empezado.
Como tantas otras veces, Lyn contempló como su compañero peleaba en mitad de una de las tantas plazas que había a lo largo y ancho de Aerandir.
Miró en silencio, durante varios largos minutos, como Eltrant se había visto atrapado en una especie de baile de metal del que solo podía salir de dos formas: después de matar a su rival o después de que le matasen a él.
Se mordió el labio inferior y respiró profundamente, tomó todo el aire que pudo en aquel momento. Cada crujido del metal, cada aclamación del público la ponían ligeramente más nerviosa. Todos los presentes parecían estar disfrutando demasiado de aquello.
¿Y era ella la que era considerada un monstruo?
Sacudió la cabeza, alejando aquellos pensamientos; No era el momento ni el lugar para ponerse melancólica, tenía cosas más importantes en las que centrarse. Sobre todo, porque no tardó en contemplar cómo un hombre armado se acercaba de forma casual hacía el prisionero.
Frunció el ceño y se acercó un poco más, siempre amparada por las sombras. ¿Era un guardia? ¿Estaba encargándose de que aquel pobre desgraciado no se escapase mientras todos peleaban?
No podía arriesgarse a ser vista, pero cuando el hombre que se acercaba al prisionero desenvainó, cuidadosamente, una daga y la colocó en el cuello de este comprendió lo que pasaba. Habían engañado al Mortal, le estaban haciendo pelear por nada, por su regocijo, por el mero hecho de disfrutar viendo como alguien acababa desangrándose en el suelo.
Bajó del tejado y se movió por las sombras, saltando de una cobertura a otra con la gracilidad de un felino. Aquel tipo que ahora conversaba con el aterrado cristiano no era la única persona en aquel lugar que podía aprovechar todo el ruido que causaba la pelea.
¿Ellos hacían trampas? Pues no iban a ser los únicos.
Se apareció tras el hombre al que habían encargado matar al reo, envuelta parcialmente en sobre.
- ¡Hola! – dijo lo suficientemente alto como para que le oyesen las dos personas que estaban allí, frente a ella.
Mientras que el sacerdote la había visto aparecerse de entre las sombras y ahora trataba de articular alguna palabra, aún más asustado si fuese posible, el tipo de la daga se giró a mirar a la persona que se había acercado hasta allí sin ser vista. Lyn sonrió a ambos.
– Se ha quedado buena la noche. ¿Eh? – dijo entrelazando ambas manos a su espalda. – Ni una nube. Ideal para organizar peleas a muerte y sacrificar personas atadas a un poste de madera. - Un estrepito indicó a la vampiresa que algo importante acababa de suceder en la arena, en el combate, pero se obligó a no girarse a ver cómo le iba a su compañero.
- ¿Qué se supone que er…? – En cuanto los ojos del hombre del puñal se cruzaron con los suyos aquel tipo se calló, no llegó a terminar la pregunta. [1]
- Eres. – Aunque Lyn sabía perfectamente lo que quería decir. - ¿Qué se supone que soy? – Se llevó la mano hasta el mentón y fingió que pensaba por unos instantes. - ¡Una admiradora de tu trabajo, por supuesto! – Aseveró, sin dejar de mirarle a los ojos, sin romper por un instante el contacto visual que le garantizaba que podía controlar a aquella persona por un tiempo limitado. - ¡Trabajas como el amante de… de…! – Rápidamente estudió sus alrededores, sonrió. - ¡Ese rastrillo! – dijo señalando al objeto que había a casi una decena de pasos, apoyado sobre varios sacos que descansaban junto a la entrada del edificio de mayor tamaño del lugar.
El sujeto, tras dejar caer el puñal a un lado, se fue al lugar al que había señalado Lyn como si de un autómata se tratase, sin decir nada más. Iba a tener una noche interesante.
Tragó saliva y parpadeó repetidamente, durante unos segundos se sintió levemente mareada, se tambaleó por unos instantes. Quizás debería seguir con sus sombras y dejar aquel tipo de habilidades a otros vampiros.
Después de asegurarse que el humano seguía arañándose la cara intentando besar a una herramienta de jardín se agachó junto al cristiano, el cual seguía en el que ya parecía ser su estado natural: asustado.
- No te preocupes. – Le dijo sonriendo, en un inútil intento por tranquilizarle, colocándose tras él y desanudando sus ataduras. – Soy amigo del grandullón de ahí delante. – dijo liberando al cristiano. – Ahora… - Cubrió al hombre de pies a cabeza en sombras. – Arrástrate hacía allí y… - Un grito que procedía de una voz que conocía muy bien la hizo detenerse a mitad de frase, buscó a Eltrant con la mirada.
¿Lo habían herido? Eso le pasaba por despistarse.
- ¡Escóndete! ¡Rápido! – Indicó la vampiresa al hombre, instándole con las manos a que se moviese a toda prisa. - ¡Y no te levantes! – dijo justo después señalando las cajas tras las que había estado ella oculta en un principio.
Una vez el hombre se hubo alejado lo suficiente tomó uno de los tres frasquitos de líquido rojo que llevaba atado a la cintura y, tras abrirlo con los dientes, se lo bebió de un largo trago.
Saboreó la sangre que le había cedido el Mortal, notó como las fuerzas le volvían, tenía que agradecérselo más adelante, la petición que le había hecho era rara. “Eh, Mortal. ¿Puedo llevar sangre tuya encima en todo momento?” Le seguía sorprendiendo que hubiese accedido a hacerlo.
Una vez notó como las sombras de sus alrededores volvían a responderle con naturalidad se concentró en uno de los tejados circundantes y, tras desaparecer envuelta en humo negro, se apareció sobre el lugar al que había estado mirando. [2]
Desde allí volvía a ver a Eltrant.
__________________________________________________________
Sacudió a Recuerdo frente a él, forzó a Gustaf a que se alejase de él.
Dejó escapar una retahíla de insultos bastante originales a la vez que se llevaba la mano al costado, desde dónde ahora sangraba. El hacha había atravesado su armadura limpiamente, lo único que había tenido que hacer Gustaf era empujar la hoja de la hoz.
- ¿Algo que decirles a los dioses? – La gente seguía gritando a su alrededor, pero casi no la oía, se habían vuelto una especie de ruido blanco, ahora estaba totalmente centrado en el campeón del pueblo. – Quizás decidan perdonar tus afrentas antes de morir… si te disculpas. – Era un hecho, no le llamaban campeón simplemente por presumir.
¿Cómo un lugar tan alejado de todas partes contaba con alguien tan hábil para pelear? Tenía que haber esperado algo así, se había confiado demasiado y lo estaba pagando con sangre. Literalmente.
Volvió a defenderse, evitó que el hacha de Gustaf abriese otro agujero en alguna otra parte dentada de Eir saltando hacía atrás e intercambió algunos golpes con su escudo.
Pero estaba siendo más lento, ligeramente más lento que antes, al menos. No podía sino seguir esquivando, defendiéndose, Gustaf no le dejaba tiempo alguno para contratacar. Apretó los dientes y continuó de igual forma, buscando alguna apertura en la increíblemente férrea defensa del aldeano.
Un escudazo en plena cara le sacó todo pensamiento racional de su cabeza salvo uno: ¿Por qué no se había puesto el yelmo en aquella situación?
El tiempo pareció ralentizarse, observó, incapaz de hacer nada, como el hacha de su rival se acercaba a su cuello, como estaba a punto de recibir un golpe que iba a ser incapaz de parar. Pero una sombra se colocó entre su piel y el acero de Gustaf.
La sombra estalló como si de un espejo se tratase, desapareció, pero aquello sí que pilló desprevenido a su oponente, quien, mientras trataba de comprender por qué su hacha no había matado al extranjero recibió un cabezazo en mitad de la cara por parte del mismo.
El hombre dejó escapar un gemido dolorido y reculó apenas unos centímetros llevándose ambas manos hasta a la nariz, la cual estaba evidentemente rota.
Había sido Lyn, tenía que haber sido ella. ¿Estaba entre el público? ¿Qué significaba aquello para el jarl? ¿Se habría dado cuenta de lo que acababa de suceder? ¿Invalidaba eso el trato que había hecho con él? En aquel momento daba igual, por mucho que lo pensase no recibiría ninguna respuesta inmediata, por lo que se limitó a alejarse de Gustaf.
No se arrepentía de haber empezado aquella pelea, pero sí de como lo había hecho.
Se irguió completamente, tratando de ignorar el dolor. Se concentró en la calidez que emanaba el tatuaje que recorría su brazo izquierdo, la herida de su vientre estaba comenzando a sanar, lentamente, pero podía notar como el dolor cesaba de forma lenta, pero constante.
Envainó a Recuerdo.
- ¡Já! ¡Miradle! ¡Se está rindiendo! – ¡Machácalo Gustaf! - ¡¿Por qué no lo has matado todavia?!
Pero Gustaf también ignoró aquellas voces, como si no estuviesen. Parecía confuso, casi como si no terminase de creerse que su hacha no hubiese acertado, pero por otro lado, era obvio por su expresión que le gustaba lo que estaba viendo.
El campeón no se movió de dónde estaba, se quedó contemplando lo que hacía Eltrant. El cual no tardó en desenvainar a Olvido.
La espada vibró en sus manos, con suavidad, parecía aliviada de haber sido extraída de su vaina. Eltrant sintió como la brisa que rodeaba a la hoja comenzaba a ascender por sus brazos, envolviéndole a él también como si de una armadura se tratase.
Deslizó su mano por la hoja de Olvido y, como ya había hecho otras veces, dejó que el viento que envolvía la hoja le ayudase. Su armadura se volvió más ligera, la espada apenas pesaba la mitad de lo que lo había hecho hacía apenas unos segundos. [3]
Ahora sin limitaciones.
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[1] Habilidad Nivel 3 Lyn: Control Mental Moderado.
[2] Habilidad Nivel 2 Lyn: Entre Tinieblas.
[3] Primera Habilidad de Olvido, la espada de Eltrant:
-La primera de sus habilidades brindará un aumento de resistencia, fuerza y velocidad del 50%. Lo que te permitirá atacar primero, esquivar y soportar las magulladuras más que en tu estado normal.
He sacado runa mala, pero con la ayuda de Lyn se convierte en media. Empate entonces. :'D
Última edición por Eltrant Tale el Lun Mayo 07 2018, 01:33, editado 6 veces
Eltrant Tale
Aerandiano de honor
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Re: Pater Noster [Desafío]
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Re: Pater Noster [Desafío]
Con Olvido fuera de su vaina y la ayuda de Lyn, a Gustaff no le quedaba nada que hacer en aquel desafío, estaba sentenciado. Puede que Eltrant no hubiese buscado ese final, pero no había otra escapatoria posible: sin limitaciones, a muerte. Su contrincante no permitiría otro resultado.
Con la sangre de Gustaff regando el suelo de la plaza, sería Eltrant a quien le tocase preguntarse si valía la pena segar una vida para salvar otra. O, quizá, para salvar otras dos, pues no había forma de que él mismo pudiese abandonar aquel pueblo mientras Gustaff siguiese en pie.
El público, que había estado pidiendo sangre durante todo el combate, se quedó mudo ante el resultado. Ninguno esperaba que la sangre derramada aquel día sería la de su vecino. Había, incluso, quien había empezado a repartirse mentalmente la armadura del extranjero. Estaba hecha de buen metal y no era la talla de Gustaff, después de todo.
El jarl estaba lívido de furia. Se volvió hacia donde debía estar el verdugo para ordenar la ejecución del prisionero, de todas formas, pero lo que vio hizo que se enfureciera aún más: ni el verdugo ni el prisionero estaban a la vista. Gracias a las sombras de Lyn, aquella distracción sería todo lo que necesitasen nuestros héroes para escapar de allí.
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Con la sangre de Gustaff regando el suelo de la plaza, sería Eltrant a quien le tocase preguntarse si valía la pena segar una vida para salvar otra. O, quizá, para salvar otras dos, pues no había forma de que él mismo pudiese abandonar aquel pueblo mientras Gustaff siguiese en pie.
El público, que había estado pidiendo sangre durante todo el combate, se quedó mudo ante el resultado. Ninguno esperaba que la sangre derramada aquel día sería la de su vecino. Había, incluso, quien había empezado a repartirse mentalmente la armadura del extranjero. Estaba hecha de buen metal y no era la talla de Gustaff, después de todo.
El jarl estaba lívido de furia. Se volvió hacia donde debía estar el verdugo para ordenar la ejecución del prisionero, de todas formas, pero lo que vio hizo que se enfureciera aún más: ni el verdugo ni el prisionero estaban a la vista. Gracias a las sombras de Lyn, aquella distracción sería todo lo que necesitasen nuestros héroes para escapar de allí.
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