[Guerra en Lunargenta] Bajo la tierra y el mar [Libre] [Cerrado]
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[Guerra en Lunargenta] Bajo la tierra y el mar [Libre] [Cerrado]
Estaba sentado en la orilla del puerto observando las olas del mar chocar contra las rocas. Las horas las medía gracias a un peñasco con forma de dedo pulgar. Durante la mañana, se podía ver todo el dedo de piedra: desde su nacimiento hasta el fin de la uña. A altas horas de la tarde, el nivel del mar aumentaba y las tapaban el pulgar hasta el principio de la uña. Finalmente, durante la noche, el peñasco desaparecía quedaba totalmente oculto. Desde que perdió a varios miembros de su tripulación, el Capitán Werner se sentaba en el mismo lugar en el puerto y veía desaparecer a los peñascos de la costa como vio desaparecer a sus piratas en la Isla Corvo. “Ellos siguen con vida. Como sucede con los peñones, el mar no me deja verlos”. Se repetía mentalmente.
Cuatro humanos, tres hombres y una mujer, de la Guardia de Lunargenta rondaban el casco de El Promesa. El Capitán Werner les miraba desde lo lejos sin prestarles interés. Pese al odio que la Guardia pudiera tener a los piratas, no le pareció que los humanos fueran un problema. Pensó que serían simples curiosos atraídos al ver las dos banderas que bailaban en lo alto del hasta mayor: la calavera con tentáculos en la barbilla propia del capitán pirata Alfred Werner y la bandera de la Guardia de Lunargenta de la capitana Leonor Mendoza. Werner recogió la segunda bandera de los restos de La Golondrina el día que ella, y tres piratas de El Promesa, desaparecieron como peñasco en el mar.
Sacó la pipa de fumar y una bolsita de hierbas perfumadas del bolsillo del interior de la gabardina. Fumar para olvidar y dejar de maldecirse por lo ocurrido en Corvo era la solución más sencilla. Se quedó horas mirando los peñascos de la playa. El mar ocultó el dedo pulgar hasta la mitad de la uña.
Sintió una gota de agua caer encima de su sombrero; creyó que venía de las olas al chocar contra el puerto. A su espalda, el molesto vendedor ambulante dejó de gritar el precio de sus productos, una madre llamó a viva a voz a su hijo y los guardias se cobijaron bajo el porche del astillero. Ellos vieron las señales en las nubes que indicaban tormenta; el Capitán las había ignorado porque se había quedado viendo los peñascos.
Primero vino la luz cegadora del relámpago y luego el estruendo del trueno. El Capitán se levantó de su asiento en el puerto. Fue hasta el Promesa. El navío cobraba una tonalidad de triste gris cuando estaba vacío. Subió al hasta mayor y recogió las dos banderas, el viento y la lluvia podrían rasgarlas. Las pequeñas gotas que caían sobre su cabeza era un preámbulo de lo que estaba por venir. La bandera de la calavera no le importaba demasiado, tenía otra igual en su casa. La bandera de Mendoza, sin embargo, era irremplazable. Plegó ambas y las guardo en una bolsa de cuero viejo.
De nuevo en cubierta, el Capitán observó una cortina de agua que se acercaba desde el norte. Allí, las gotas caían como finos alfileres. Antes de bajar al barco, echó un último vistazo a los peñones (a su tripulación), la lluvia le impidió verlos con nitidez. Suspiró sonoramente.
Los guardias seguían en la misma posición que donde les había dejado, cubiertos por el poste del astillero. La mujer hizo una señal con la mano al Capitán para que se acercase a hablar con él. Werner le respondió dándole la espalda.
-¡Sabemos quién eres!- gritaba la mujer del grupo de guardias haciéndose oír por encima de la tormenta – ¡Combatió contra la Diosa Koran y sigue vivo para contarlo! ¡Necesitamos su ayuda!-
El hombre más alto del grupo se acercó al oído de la mujer y le susurró algo que el Capitán no pudo alcanzar a escuchar. Se imaginó que le había dicho: “No te hará caso, es un pirata”. Estaba en lo cierto.
La mujer se zafó del hombre y salió al descubierto de la lluvia. Guardia y pirata quedaban rebajados al mismo nivel: mojados por el agua de la lluvia. Corrió hacia el capitán y le tomó de la pinza.
-¡Escúcheme, por favor se lo pido!-
-No- contestó el pirata con sequedad.
-¡¿Es que no le importa lo que le fuera a ocurrir a Lunargenta?!-
El Capitán vaciló unos instantes para terminar negando con la cabeza. Las personas que le importaban quedaban ocultas bajo el agua.
Dio un ligero golpe con la pinza a la cara de la mujer, solo para reprenderla y que dejase de molestar. Los hombres en el porche desenvainaron sus armas, la mujer les indicó con la palma de la mano que se detuvieran, que estaba bien.
-Sé dónde se encuentra la capitana Mendoza- dijo la mujer de la guardia. En ese mismo instante, la uña del peñasco asomó por encima del mar y la lluvia – No es la única persona que ha desaparecido en los últimos días. Desde lo ocurrido en Corvo, decenas de personas se han esfumado y nosotros no somos capaces de encontrarlas-.
-Ultrud Fren, Gerald Des, Medina Lorten…-
-¿Disculpe?-
-Son algunos de los nombres de las personas que desaparecieron esta semana- el Capitán sonrió bajo la sombra de sus tentáculos- Decís haber estado buscándolos y no conoces sus nombres; no esperaba menos de la Guardia-.
El Capitán dio por finalizada la conversación. Se giró de espaldas a la mujer y caminó de nuevo hacia la orilla del puerto. Los tablones de madera sonaban al ritmo de las agujas de lluvia. Bajó la cabeza y observó el fondo del mar.
-Yo, de ustedes, me apartaría del astillero-.
Los guardias no obedecieron y quedaron ocultos como peñasco en la noche. El nivel del mar había subido hasta alcanzar los tablones del puerto. Unas manos finas y grasientas asomaron del agua, cogieron los pies de los guardias y los arrastraron hasta el fondo del agua.
-¡¿Qué ha sido eso?!- gritó la mujer.
-Eso es lo que combatí en Terpoli y por lo que fui engañado en Corvo. Espero que sus amigos mueran ahogados. Es una muerte más dulce de la que les espera bajo – el característico acento del Capitán hizo que la segunda frase sonara más grotesca de lo que era de por sí.
-¿Bajo?-
-Sí, bajo de Lunargenta,- bajo del agua se esconden los peñascos- en las Cloacas-.
Una ola de mar traía una mano que se dirigía a la pierna del Capitán. Éste la vio antes de que pudieran agarrarle. Se zafó de ella dando un salto hacia atrás y la atrapó de la muñeca con la pinza. Estiró de la mano, como si estuviera pescando un gran pez, y sacó el muerto viviente a quien pertenecía. El cadáver estaba hinchado por el agua. Su piel era de color gris pálidos, se desprendía de su cuerpo creando surcos que eran ocupados por pedazos de algas. Al cadáver le quedaban ocho hebras contadas de cabello, éste era del mismo color de la piel.
-Esto es lo que harán con sus amigos.- desenvainó la espada con la mano libre y cortó la cabeza del muerto viviente – Deseo que tenga el coraje de matarles la próxima vez que les vea-.
La mujer dio un paso atrás. Fue una negativa, no creía poder matar a sus amigos si llegan a ser convertidos en “esas cosas”.
- ¿Cómo sabe…?-
-Llevo tres años combatiendo contra estas cosas. Sería un idiota si no supiera que ocurre. Dígame, ¿es usted una idiota?- ella tragó saliva- No, no lucharé por ustedes ni por Lunargenta. Lo hago por mí y por las personas a quienes amo- dijo mirando la bolsa con las banderas colgada en su cintura.
Dicho esto, saltó al mar. Con la espada en la mano izquierda y la tenaza del brazo izquierdo abierta para evitar sorpresas, el Capitán se sumergía en el agua. Buscaba una entrada hacia las cloacas. Los peñascos estaban ocultos por el mar y la tormenta. Era la hora de encontrarlos. Un cadáver le agarró del cuello. En el mar, el Werner era más diestro en combate. Deshizo rápidamente el agarre y le cortó la cabeza sin la menor complicación.
La mujer de la guardia, cuyo nombre todavía desconocía, era atrevida. Imitó al Capitán cuando esté saltó al mar. Desgraciadamente, para ella, no era tan buena nadadora. Un cadáver la tomó de la pierna, le arrastraba hacia el fondo. El Capitán se impulsó hacia ellos. Fue rápido. Clavó la espada en el estómago del muerto y le cogió del cuello con la tenaza; una vez lo tuvo atrapado, le apartó de la chica. Cerró la tenaza cortándole la cabeza.
Estaba inconsciente. Había tragado mucha agua. Poco a poco, cerraba los ojos. Fue una insensata al creer que podría respirar bajo el agua como un cadáver o como un hombre bestia con esencias del mar. El Capitán le cogió del cuello de la camisa y nadó, lo más rápido que pudo, hacia la entrada a las cloacas: un enorme tubo anclado en la costa por el que podía pasar un gigante.
Dentro, el agua baja de nivel. Había una zona de madera hinchada con refuerzos de metal por el que podían respirar. El Capitán dejó a la mujer acostada. Le golpeó en el estómago para sacarle el agua que había tragado y le hizo el boca a boca para darle aliento. ¡Respiró!
-Graci…- la palabra fue interrumpida por una fuerte tos.
-Dime, chica, ¿cómo te llamas?-
-Beatriz Mendoza-.
-Lo suponía. Tienes los ojos de tu hermana. No deberías de haberme seguido-.
-Es lo que hubiera hecho ella, yo que…- otra vez la tos.
-Tú eres una estúpida-.
Offrol: Hago mucho incapié en lo sucedido en la misión: [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]
Subrayo el uso de mi habilidad de nivel 2: Vida marina.
Esto sucede en las Cloacas de Lunargenta.
En este tema nos enfrentaremos a grandes enemigos y hay un riesgo muy alto de terminar maldito (lo dijo Master Ger). Abstenerse cobardes.
Cuatro humanos, tres hombres y una mujer, de la Guardia de Lunargenta rondaban el casco de El Promesa. El Capitán Werner les miraba desde lo lejos sin prestarles interés. Pese al odio que la Guardia pudiera tener a los piratas, no le pareció que los humanos fueran un problema. Pensó que serían simples curiosos atraídos al ver las dos banderas que bailaban en lo alto del hasta mayor: la calavera con tentáculos en la barbilla propia del capitán pirata Alfred Werner y la bandera de la Guardia de Lunargenta de la capitana Leonor Mendoza. Werner recogió la segunda bandera de los restos de La Golondrina el día que ella, y tres piratas de El Promesa, desaparecieron como peñasco en el mar.
Sacó la pipa de fumar y una bolsita de hierbas perfumadas del bolsillo del interior de la gabardina. Fumar para olvidar y dejar de maldecirse por lo ocurrido en Corvo era la solución más sencilla. Se quedó horas mirando los peñascos de la playa. El mar ocultó el dedo pulgar hasta la mitad de la uña.
Sintió una gota de agua caer encima de su sombrero; creyó que venía de las olas al chocar contra el puerto. A su espalda, el molesto vendedor ambulante dejó de gritar el precio de sus productos, una madre llamó a viva a voz a su hijo y los guardias se cobijaron bajo el porche del astillero. Ellos vieron las señales en las nubes que indicaban tormenta; el Capitán las había ignorado porque se había quedado viendo los peñascos.
Primero vino la luz cegadora del relámpago y luego el estruendo del trueno. El Capitán se levantó de su asiento en el puerto. Fue hasta el Promesa. El navío cobraba una tonalidad de triste gris cuando estaba vacío. Subió al hasta mayor y recogió las dos banderas, el viento y la lluvia podrían rasgarlas. Las pequeñas gotas que caían sobre su cabeza era un preámbulo de lo que estaba por venir. La bandera de la calavera no le importaba demasiado, tenía otra igual en su casa. La bandera de Mendoza, sin embargo, era irremplazable. Plegó ambas y las guardo en una bolsa de cuero viejo.
De nuevo en cubierta, el Capitán observó una cortina de agua que se acercaba desde el norte. Allí, las gotas caían como finos alfileres. Antes de bajar al barco, echó un último vistazo a los peñones (a su tripulación), la lluvia le impidió verlos con nitidez. Suspiró sonoramente.
Los guardias seguían en la misma posición que donde les había dejado, cubiertos por el poste del astillero. La mujer hizo una señal con la mano al Capitán para que se acercase a hablar con él. Werner le respondió dándole la espalda.
-¡Sabemos quién eres!- gritaba la mujer del grupo de guardias haciéndose oír por encima de la tormenta – ¡Combatió contra la Diosa Koran y sigue vivo para contarlo! ¡Necesitamos su ayuda!-
El hombre más alto del grupo se acercó al oído de la mujer y le susurró algo que el Capitán no pudo alcanzar a escuchar. Se imaginó que le había dicho: “No te hará caso, es un pirata”. Estaba en lo cierto.
La mujer se zafó del hombre y salió al descubierto de la lluvia. Guardia y pirata quedaban rebajados al mismo nivel: mojados por el agua de la lluvia. Corrió hacia el capitán y le tomó de la pinza.
-¡Escúcheme, por favor se lo pido!-
-No- contestó el pirata con sequedad.
-¡¿Es que no le importa lo que le fuera a ocurrir a Lunargenta?!-
El Capitán vaciló unos instantes para terminar negando con la cabeza. Las personas que le importaban quedaban ocultas bajo el agua.
Dio un ligero golpe con la pinza a la cara de la mujer, solo para reprenderla y que dejase de molestar. Los hombres en el porche desenvainaron sus armas, la mujer les indicó con la palma de la mano que se detuvieran, que estaba bien.
-Sé dónde se encuentra la capitana Mendoza- dijo la mujer de la guardia. En ese mismo instante, la uña del peñasco asomó por encima del mar y la lluvia – No es la única persona que ha desaparecido en los últimos días. Desde lo ocurrido en Corvo, decenas de personas se han esfumado y nosotros no somos capaces de encontrarlas-.
-Ultrud Fren, Gerald Des, Medina Lorten…-
-¿Disculpe?-
-Son algunos de los nombres de las personas que desaparecieron esta semana- el Capitán sonrió bajo la sombra de sus tentáculos- Decís haber estado buscándolos y no conoces sus nombres; no esperaba menos de la Guardia-.
El Capitán dio por finalizada la conversación. Se giró de espaldas a la mujer y caminó de nuevo hacia la orilla del puerto. Los tablones de madera sonaban al ritmo de las agujas de lluvia. Bajó la cabeza y observó el fondo del mar.
-Yo, de ustedes, me apartaría del astillero-.
Los guardias no obedecieron y quedaron ocultos como peñasco en la noche. El nivel del mar había subido hasta alcanzar los tablones del puerto. Unas manos finas y grasientas asomaron del agua, cogieron los pies de los guardias y los arrastraron hasta el fondo del agua.
-¡¿Qué ha sido eso?!- gritó la mujer.
-Eso es lo que combatí en Terpoli y por lo que fui engañado en Corvo. Espero que sus amigos mueran ahogados. Es una muerte más dulce de la que les espera bajo – el característico acento del Capitán hizo que la segunda frase sonara más grotesca de lo que era de por sí.
-¿Bajo?-
-Sí, bajo de Lunargenta,- bajo del agua se esconden los peñascos- en las Cloacas-.
Una ola de mar traía una mano que se dirigía a la pierna del Capitán. Éste la vio antes de que pudieran agarrarle. Se zafó de ella dando un salto hacia atrás y la atrapó de la muñeca con la pinza. Estiró de la mano, como si estuviera pescando un gran pez, y sacó el muerto viviente a quien pertenecía. El cadáver estaba hinchado por el agua. Su piel era de color gris pálidos, se desprendía de su cuerpo creando surcos que eran ocupados por pedazos de algas. Al cadáver le quedaban ocho hebras contadas de cabello, éste era del mismo color de la piel.
-Esto es lo que harán con sus amigos.- desenvainó la espada con la mano libre y cortó la cabeza del muerto viviente – Deseo que tenga el coraje de matarles la próxima vez que les vea-.
La mujer dio un paso atrás. Fue una negativa, no creía poder matar a sus amigos si llegan a ser convertidos en “esas cosas”.
- ¿Cómo sabe…?-
-Llevo tres años combatiendo contra estas cosas. Sería un idiota si no supiera que ocurre. Dígame, ¿es usted una idiota?- ella tragó saliva- No, no lucharé por ustedes ni por Lunargenta. Lo hago por mí y por las personas a quienes amo- dijo mirando la bolsa con las banderas colgada en su cintura.
Dicho esto, saltó al mar. Con la espada en la mano izquierda y la tenaza del brazo izquierdo abierta para evitar sorpresas, el Capitán se sumergía en el agua. Buscaba una entrada hacia las cloacas. Los peñascos estaban ocultos por el mar y la tormenta. Era la hora de encontrarlos. Un cadáver le agarró del cuello. En el mar, el Werner era más diestro en combate. Deshizo rápidamente el agarre y le cortó la cabeza sin la menor complicación.
La mujer de la guardia, cuyo nombre todavía desconocía, era atrevida. Imitó al Capitán cuando esté saltó al mar. Desgraciadamente, para ella, no era tan buena nadadora. Un cadáver la tomó de la pierna, le arrastraba hacia el fondo. El Capitán se impulsó hacia ellos. Fue rápido. Clavó la espada en el estómago del muerto y le cogió del cuello con la tenaza; una vez lo tuvo atrapado, le apartó de la chica. Cerró la tenaza cortándole la cabeza.
Estaba inconsciente. Había tragado mucha agua. Poco a poco, cerraba los ojos. Fue una insensata al creer que podría respirar bajo el agua como un cadáver o como un hombre bestia con esencias del mar. El Capitán le cogió del cuello de la camisa y nadó, lo más rápido que pudo, hacia la entrada a las cloacas: un enorme tubo anclado en la costa por el que podía pasar un gigante.
Dentro, el agua baja de nivel. Había una zona de madera hinchada con refuerzos de metal por el que podían respirar. El Capitán dejó a la mujer acostada. Le golpeó en el estómago para sacarle el agua que había tragado y le hizo el boca a boca para darle aliento. ¡Respiró!
-Graci…- la palabra fue interrumpida por una fuerte tos.
-Dime, chica, ¿cómo te llamas?-
-Beatriz Mendoza-.
-Lo suponía. Tienes los ojos de tu hermana. No deberías de haberme seguido-.
-Es lo que hubiera hecho ella, yo que…- otra vez la tos.
-Tú eres una estúpida-.
- Beatriz Mendoza:
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Última edición por Capitán Werner el Jue 05 Jul 2018, 12:27, editado 1 vez
El Capitán Werner
Honorable
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Re: [Guerra en Lunargenta] Bajo la tierra y el mar [Libre] [Cerrado]
Ojos casi negros, algo pequeños para el conjunto de la cabeza, cabello rizado corto de un castaño claro, con un mechón que insistentemente intentaba irse hacia las cejas, piel tostada con una suave cicatriz en la mejilla izquierda. Así era el rostro del chico que caminaba por el puerto.
Excepto que ese no era su verdadero rostro.
Usar su magia ilusoria se había vuelto casi tan automático como respirar, un simple hecho de sí mismo, algo por lo que no necesitaba pensar mucho. No imitaba a nadie en particular, ese tipo de ilusiones requería de un esfuerzo mucho mayor, simplemente se tapaba a sí mismo como lo hacía desde... ni siquiera estaba seguro cuánto tiempo había llevado la máscara de Sinclair.
No era la primera, ni la última. Cuando el nombre y rostro de Sinclair fueran perseguidos por la ley debería crear otro alias. Por ahora le gustaba el nombre. Lo había oído en una taberna, donde un mago se había presentado como Artabán Sinclair antes de invitarle a una comida. Tras ese incidente no lo había vuelto a ver, pero aquel nombre le había gustado.
Pero eso no ocupaba sus pensamientos, no. Había un asunto más urgente (y más fétido) que reclamaba su atención. Ya los había enfrentado antes y sabía el horror que significaban. La primera vez había sido en Térpoli, mas no sería la última. Esas cosas no se detendrían
por sí solas y ahora la cosa era personal.
Nadie se metía con Lunargenta. Él podía no ser humano, pero en esa ciudad había crecido su legado, ese grupo de niños de la calle que buscaban un refugio en conjunto, que habían hecho su hogar en ese viejo y abandonado torreón, el que la gente creía embrujado. No iba a dejar que un grupo de cadáveres que se resistían a permanecer bajo tierra arruinara el que había sido su hogar ni amenazara a aquellos que en sus aventuras había aprendido a querer.
Fue entonces que vio a aquellos sujetos conversando.
Casi por instinto, Demian activó su ilusión característica, permitiendo que las sombras le rodearan hasta ocultarle por completo. Como un fantasma, se convirtió en una presencia fundida en el entorno, casi flotando con sus pisadas ligeras, sin causar ruido, hasta estar cerca de ese grupo.
Preparó sus dagas. En los tiempos que corrían no sabía con exactitud quién era amigo o enemigo. Sospechaba que podía haber muchos infiltrados causando daño y debilitando a las fuerzas de la defensa de la ciudad. Por supuesto, si descubría que alguien era de tales infiltrados no dudaría en clavar el hielo de su acero en el punto más frágil y expuesto que encontrara, antes que siquiera le pudieran ver entrar en acción.
Les oyó conversar, presenció cómo el muerto viviente atacaba a uno de ellos y finalmente decidió que estaban por la misma causa.
Emergió de las sombras y de su ilusión al mismo tiempo. La noche le ayudaba, dando la impresión de que simplemente salía de entre la oscuridad.
Sus armas ahora estaban nuevamente en su cinturón, envainadas y listas para ser desenfundadas en menos de lo que tarda un suspiro. Hizo un gesto de saludo algo incómodo. Aún no aprendía a ser espontáneamente expresivo, ni siquiera al saludar, por lo que su rostro más bien parecía estar ausente, serio y algo molesto, aunque su mano hiciera ademán de hacer amistad.
–¿Van a entrar all-ll-llí o tengo que ir solo? —dijo apuntando a la oscuridad de las cloacas. Podía ocultar su rostro, pero su ilusión, lamentablemente, no ocultaba su defecto característico, su tartamudez.
Sus manos reposaron suave y causalmente sobre el pomo de sus dagas.
Demian ha usado su habilidad de nivel 0: Presencia Fantasmal.
Demian
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Re: [Guerra en Lunargenta] Bajo la tierra y el mar [Libre] [Cerrado]
El gran maestre envió una carta urgente a su único efectivo hace una semana avisando de seguras hostilidades en Lunargenta, sospecha de una posible influencia de Exos en toda la situación. Claramente no en una de las facciones pugnantes involucradas, sino como apoyo a posibles sucesores del nuevo orden una vez se apaguen las llamas.
Siempre actúa de la misma forma, colando fichas sin relación aparente. Casi nunca apunta a reyes, generales o jueces, se centra en efectivos más discretos pero que influyen en igual o mayor medida. Lo que más valora es la información, uno de sus lugartenientes principales esta encargado directamente en la acumulación del panorama actual.
Es triste que los Jägers existan desde hace tanto y nunca hayan podido realmente oponerse al sujeto en cuestión, se extiende demasiado rápido y actúa en consecuencia. Actualmente tiene demasiados efectivos por lo que un ataque directo sería suicida para cualquier fuerza pequeña, como su anonimato obra bien en evitar atraer intereses fuertes… es intocable.
Y allí se encuentra Reiko, en el paseo marítimo de un destino que no conoce aun los problemas que se cierran alrededor. Tristemente su segunda visita a Lunargenta termina siendo en una situación más inestable todavía, solo espera que las fuerzas oficiales puedan restablecer el control total sin causar demasiadas bajas.
La carta del líder informa varios detalles complejos pero no describen toda la verdad, la realidad es mucho más oscura. Pronto el propio joven lo descubre cuando una amenaza salta de la oscuridad y ataca al primer personaje que se le atraviesa. Logra ser rechazado aunque termina huyendo a las cloacas sin daño considerable.
Dicho guerrero se acerca al agujero, detecta el olor inconfundible de las cloacas y algo más pertinente de paso, cierto tufo a cadáver. Suspira, une cabos con lo observado segundos atrás concluyendo que se trata de un cadáver animado. Nunca se había encontrado uno y ciertamente no esperaba hacerlo en medio de la capital.
Claramente este sitio ha visto días mejores.
Posa sus ojos en los demás, una cortesía tardada pues lleva ignorándolos todo el rato. Dos hombres y un niño, este último con más valor acumulado que los primeros. Cuando el personaje más pequeño solicita ayuda para una persecución ambos ciudadanos bufan al unísono y se retiran agradeciendo salir por sus propias fuerzas.
Ve a casa chico y cierra la puerta, será una semana complicada.
Aspira aire limpio antes de volverse al agujero, cubre su rostro inferior con una bufanda negra y salta. La caída resulta controlada sin contar el último instante, aterriza de pie sobre un cadáver caminante apoyando todo el peso de su cuerpo. El sonido característico de huesos rompiéndose inunda la cámara subterránea, como esa víctima aún sigue funcionando le descarga dos golpes de tomahawk en el cráneo para terminar su existencia.
“Enciende una lampara de aceite y la ajusta a su cintura”
Siempre actúa de la misma forma, colando fichas sin relación aparente. Casi nunca apunta a reyes, generales o jueces, se centra en efectivos más discretos pero que influyen en igual o mayor medida. Lo que más valora es la información, uno de sus lugartenientes principales esta encargado directamente en la acumulación del panorama actual.
Es triste que los Jägers existan desde hace tanto y nunca hayan podido realmente oponerse al sujeto en cuestión, se extiende demasiado rápido y actúa en consecuencia. Actualmente tiene demasiados efectivos por lo que un ataque directo sería suicida para cualquier fuerza pequeña, como su anonimato obra bien en evitar atraer intereses fuertes… es intocable.
Y allí se encuentra Reiko, en el paseo marítimo de un destino que no conoce aun los problemas que se cierran alrededor. Tristemente su segunda visita a Lunargenta termina siendo en una situación más inestable todavía, solo espera que las fuerzas oficiales puedan restablecer el control total sin causar demasiadas bajas.
La carta del líder informa varios detalles complejos pero no describen toda la verdad, la realidad es mucho más oscura. Pronto el propio joven lo descubre cuando una amenaza salta de la oscuridad y ataca al primer personaje que se le atraviesa. Logra ser rechazado aunque termina huyendo a las cloacas sin daño considerable.
Dicho guerrero se acerca al agujero, detecta el olor inconfundible de las cloacas y algo más pertinente de paso, cierto tufo a cadáver. Suspira, une cabos con lo observado segundos atrás concluyendo que se trata de un cadáver animado. Nunca se había encontrado uno y ciertamente no esperaba hacerlo en medio de la capital.
Claramente este sitio ha visto días mejores.
Posa sus ojos en los demás, una cortesía tardada pues lleva ignorándolos todo el rato. Dos hombres y un niño, este último con más valor acumulado que los primeros. Cuando el personaje más pequeño solicita ayuda para una persecución ambos ciudadanos bufan al unísono y se retiran agradeciendo salir por sus propias fuerzas.
Ve a casa chico y cierra la puerta, será una semana complicada.
Aspira aire limpio antes de volverse al agujero, cubre su rostro inferior con una bufanda negra y salta. La caída resulta controlada sin contar el último instante, aterriza de pie sobre un cadáver caminante apoyando todo el peso de su cuerpo. El sonido característico de huesos rompiéndose inunda la cámara subterránea, como esa víctima aún sigue funcionando le descarga dos golpes de tomahawk en el cráneo para terminar su existencia.
“Enciende una lampara de aceite y la ajusta a su cintura”
Reiko
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Re: [Guerra en Lunargenta] Bajo la tierra y el mar [Libre] [Cerrado]
En la ciudad se olía una peste insólita, de las cloacas de la capital emanaba un olor a muerte difícil de ignorar, y lo que era menos fácil de pasar por alto, eran los cadáveres que esporádicamente salían del subsuelo a atacar a los vivos. Uno de estos se encontraba en el piso con su cabeza cercenada a golpe de hacha cuando un verdulero observaba aterrorizado al extraño que lo había salvado del cadáver reanimado al tumbarlo contra el piso para decapitarlo con su arma.
El mercenario era un hombre joven de más de metro ochenta de estatura armado hasta los dientes y acompañado de una niña de unos seis años de cabellos rojizos con la runa Teiwaz marcada en su frente, el hombre tenía un enorme arete con forma de dragón que cubría la mitad de esa porción de su cráneo y parecía que se movía en ocasiones, este estaba preparando una antorcha improvisada al enrollar un trapo viejo a un palo de madera y luego bañarlo en aceite.
El mercenario volcó la mirada al hombre tirado en el piso y le pregunto –¿de dónde cuernos salió ese fugado del helheim?- a lo que el hombre respondió simplemente señalando un agujero cerca de una casa cercana que daba con las cloacas, el espadachín se preparo para entrar, encendió la antorcha y desenfundo una de sus espadas listo para batallar contra cualquier horror que se le plantara en frente, pero antes le hecho una mirada a la niña -¿Skadi te quedaras aquí? abajo puede ser peligroso- la niña lo miro fijamente por unos segundos y saco una daga de hoja serpenteada con la cual le hizo un pequeño corte en el brazo al mercenario –supuse que no…- dijo con un suspiro –no te alejes de mi.
El verdulero se levanto de golpe y dijo a los gritos –espera… no piensas entrar ahí ¿o sí?- el hombre estaba aun temblando de miedo, tanto su cuerpo como su voz –¡solo Odín sabe que mas horrores se esconden ahí abajo!- el espadachín soltó un suspiro y apoyo su espada sobre su hombro derecho –con más razones e de bajar- se dio la vuelta para ver al verdulero y le dedico una macabra sonrisa, en ese instante parecía que la cabeza del dragón en el arete estuviese sonriendo con el –nadie quiere que esos condenados suban a la superficie.
El mercenario pego un salto y se adentro en la oscuridad, seguido a corta distancia por aquella niña que representaba el recordatorio de la condena de su alma al Nastrand si no podía conseguir venganza por el daño que le había sido hecho, la antorcha iluminaba su camino y su espada reflejaba la luz que esta emanaba, ambos avanzaban lentamente por aquella penumbra tratando de guiarse a la fuente de todo ese mal.
El mercenario era un hombre joven de más de metro ochenta de estatura armado hasta los dientes y acompañado de una niña de unos seis años de cabellos rojizos con la runa Teiwaz marcada en su frente, el hombre tenía un enorme arete con forma de dragón que cubría la mitad de esa porción de su cráneo y parecía que se movía en ocasiones, este estaba preparando una antorcha improvisada al enrollar un trapo viejo a un palo de madera y luego bañarlo en aceite.
El mercenario volcó la mirada al hombre tirado en el piso y le pregunto –¿de dónde cuernos salió ese fugado del helheim?- a lo que el hombre respondió simplemente señalando un agujero cerca de una casa cercana que daba con las cloacas, el espadachín se preparo para entrar, encendió la antorcha y desenfundo una de sus espadas listo para batallar contra cualquier horror que se le plantara en frente, pero antes le hecho una mirada a la niña -¿Skadi te quedaras aquí? abajo puede ser peligroso- la niña lo miro fijamente por unos segundos y saco una daga de hoja serpenteada con la cual le hizo un pequeño corte en el brazo al mercenario –supuse que no…- dijo con un suspiro –no te alejes de mi.
El verdulero se levanto de golpe y dijo a los gritos –espera… no piensas entrar ahí ¿o sí?- el hombre estaba aun temblando de miedo, tanto su cuerpo como su voz –¡solo Odín sabe que mas horrores se esconden ahí abajo!- el espadachín soltó un suspiro y apoyo su espada sobre su hombro derecho –con más razones e de bajar- se dio la vuelta para ver al verdulero y le dedico una macabra sonrisa, en ese instante parecía que la cabeza del dragón en el arete estuviese sonriendo con el –nadie quiere que esos condenados suban a la superficie.
El mercenario pego un salto y se adentro en la oscuridad, seguido a corta distancia por aquella niña que representaba el recordatorio de la condena de su alma al Nastrand si no podía conseguir venganza por el daño que le había sido hecho, la antorcha iluminaba su camino y su espada reflejaba la luz que esta emanaba, ambos avanzaban lentamente por aquella penumbra tratando de guiarse a la fuente de todo ese mal.
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Re: [Guerra en Lunargenta] Bajo la tierra y el mar [Libre] [Cerrado]
Otra gente, más observadora que los difuntos guardias, entraron a las cloacas: dos adultos. Esto complicaba la situación. El Capitán tenía en cuenta que, tardío o temprano, los héroes del pasado entrarían en escena para enfrentarse a los peligros de hoy. Su idea era retirarse, quedarse en una posición neutral. Odiaba a la Guardia: sus hombres eran un convenio de criminales y violadores disfrazados con lustres armaduras. Odiaba a los Dioses que hacían emerger a los cadáveres, en especial a la Diosa Koran quien por poco acaba con la vida de su tripulación. En una situación en la que estaba bajo amenaza la ciudad de Lunargenta, Alfred Werner había decidido soltar las riendas de su barco y ver la guerra desde la distancia. No quería saber nada de guerras ni muertos; tan solo le importaba su tripulación y su vida. Con la aparición de las cuatro nuevas personas (dos infantes y dos adultos) observándole, le fue imposible evitar que se relacionarse con uno de los bandos. En un vano intento de evitar que sacasen conclusiones precipitadas, movió los tentáculos del brazo izquierdo al pecho de la Beatriz Mendoza para tapar el escudo de la Guardia de Lunargenta. A un hombre con ojos de berberecho, tal vez, le hubiera podido engañar; a éstos, lo más seguro, fuera que no. La armadura de Beatriz lucía los colores azules y plateados de Lunargenta y la pinza del Capitán estaba recubierta de la sangre gris y seca de los muertos que caminan, la misma que se veía en la sangre de ambos adultos. Al haber ayudado a Beatriz, en un gesto paternal y desgraciado, eligió un bando en la guerra: luchar codo con codo con los criminales de lustras armaduras en contra de los Dioses.
Lento y cansado, se puso de pie. Ofreció su pinza a Beatriz para ayudar que se reincorporase, todavía pareciese que le costaba respirar con naturalizad. Se acercó al chico, una vez que el primer guerrero hubo desaparecido de escena, y le puso la mano izquierda en la cabeza.
-Obedece, ve a tu casa. Tus padres te necesitan- nadie mejor que el Capitán para hablar de la necesidad que tenía un padre a abrazar a sus hijos. Ulareena Werner tenía el fastidioso caprichoso de desaparecer de su lado.
Los otros dos desconocidos parecían ser un padre y su hija. El Capitán ladeo la cabeza. Pensó en renegar al padre por traer a su hija a un lugar tan peligroso como aquel. Una niña tan pequeña no debería los horrores de la muerte. Sin embargo, sería hipócrita acusarle. Quizás fuera un padre viudo, terriblemente osado, que deseaba enfrentarse al peligro. Entonces, comprendería que no quisiera alejarse de su hija, puesto a que no tendría ninguna otra persona. Les miró con gesto vacilante durante largo rato. Terminó diciendo lo que le pareció más consolador, aunque su acento hizo que la frase sonase una amenaza.
-Mantén a tu niña al margen de los combates- sacó una venda, mojada tras la pelea submarina, del bolsillo de su chaqueta y se la ofreció al guerrero- tápale los ojos en los escenarios crudos-.
Al fondo del camino, se escuchó un grito humano que le hizo recordar a los cerdos en el matadero. Beatriz apretó la pinza del Capitán con la mano izquierda a la vez que deslizaba la derecha hasta la empuñadura de su espada colgada en su cintura. El Capitán comprendió que aquel sería el momento perfecto para las presentaciones, mitigaría el temor y el odio.
-Mi nombre es Alfred Werner, capitán de El Promesa Enardecida. Todos me llaman, simplemente, Capitán- agudizó su vista al enfrente, solo veía oscuridad y temor- Esto no es un juego de niños y os pediría que, si tenéis un mínimo aprecio por vuestras vidas, regreséis a vuestros hogares- soltó a Beatriz Mendoza- disfrutad de ellos por el poco tiempo de vida que les quede-.
Lento y cansado, se puso de pie. Ofreció su pinza a Beatriz para ayudar que se reincorporase, todavía pareciese que le costaba respirar con naturalizad. Se acercó al chico, una vez que el primer guerrero hubo desaparecido de escena, y le puso la mano izquierda en la cabeza.
-Obedece, ve a tu casa. Tus padres te necesitan- nadie mejor que el Capitán para hablar de la necesidad que tenía un padre a abrazar a sus hijos. Ulareena Werner tenía el fastidioso caprichoso de desaparecer de su lado.
Los otros dos desconocidos parecían ser un padre y su hija. El Capitán ladeo la cabeza. Pensó en renegar al padre por traer a su hija a un lugar tan peligroso como aquel. Una niña tan pequeña no debería los horrores de la muerte. Sin embargo, sería hipócrita acusarle. Quizás fuera un padre viudo, terriblemente osado, que deseaba enfrentarse al peligro. Entonces, comprendería que no quisiera alejarse de su hija, puesto a que no tendría ninguna otra persona. Les miró con gesto vacilante durante largo rato. Terminó diciendo lo que le pareció más consolador, aunque su acento hizo que la frase sonase una amenaza.
-Mantén a tu niña al margen de los combates- sacó una venda, mojada tras la pelea submarina, del bolsillo de su chaqueta y se la ofreció al guerrero- tápale los ojos en los escenarios crudos-.
Al fondo del camino, se escuchó un grito humano que le hizo recordar a los cerdos en el matadero. Beatriz apretó la pinza del Capitán con la mano izquierda a la vez que deslizaba la derecha hasta la empuñadura de su espada colgada en su cintura. El Capitán comprendió que aquel sería el momento perfecto para las presentaciones, mitigaría el temor y el odio.
-Mi nombre es Alfred Werner, capitán de El Promesa Enardecida. Todos me llaman, simplemente, Capitán- agudizó su vista al enfrente, solo veía oscuridad y temor- Esto no es un juego de niños y os pediría que, si tenéis un mínimo aprecio por vuestras vidas, regreséis a vuestros hogares- soltó a Beatriz Mendoza- disfrutad de ellos por el poco tiempo de vida que les quede-.
El Capitán Werner
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Re: [Guerra en Lunargenta] Bajo la tierra y el mar [Libre] [Cerrado]
Les habría contado allí mismo sobre sus aventuras y les habría hecho un recuento de sus asesinatos, con lujo de detalles y especial mención a las técnicas usadas o a explicaciones sobre cómo desangrar a alguien con apenas una incisión, o bien sobre cómo prolongar la muerte de tu enemigo en caso de querer obtener antes algo de información, pero, ¿qué sentido tenía?, iba a ir a por esas cosas con o sin la aprobación de aquel grupo improvisado.
Corrió su cabeza de inmediato ante el gesto de tocarla. No era este acto provocado por el hecho de que se le mirara como un niño, sino por el simple hecho de que Demian odia que le toquen. No importa si es por afecto o por desprecio, el chico no se siente cómodo con el contacto físico humano.
–¿Casa?, no tengo casa donde ir, no desde que los vampiros llegaron y trajeron estas c-c-cosas consigo. No voy a quedarme mirando mientras el mundo se cae a p-pedazos. Ya se ha mostrado que los adultos poco han hecho —mintió.
Sacó una de sus dagas, la lanzó al aire y la atrapó sin siquiera mirarla, a su espalda. No pretendía impresionar a nadie con eso, pero sí dar a entender que no era la primera vez que tenía un arma entre sus jóvenes manos.
–Disfrutar encerrado, capitán, es como p-p-pedirle a un pájaro que se quede en su jaula tranquilo mientras la casa se quema, aún cuando le han abierto la puerta.
Se dirige entonces al más joven de los mayores, aquel imberbe soldado que poca experiencia parece tener en combate de todos modos, al menos en comparación al otro par. En cierta manera parece un objetivo más vulnerable.
–Tu hacha o mis dagas, veamos cuál mata más de esas co-co-o-osas allí adentro — añade con una sonrisa que bordea lo maléfico.
Nuevamente, no lo dice realmente por fanfarronear. Usualmente en el combate se concentra al máximo y es muy pragmático, como le enseñó su maestro en lo que le parecía tanto tiempo atrás. Era un movimiento calculado, para provocar lo suficiente como para que no lo descartaran simplemente por su edad. Tenía curiosidad por saber lo que encontraría allí abajo y sabía que, de cualquier modo, no era muy sensato aventurarse solo. En última instancia, siempre era bueno tener alguien a quien sacrificar para emprender la huida.
Demian
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Re: [Guerra en Lunargenta] Bajo la tierra y el mar [Libre] [Cerrado]
Para bien o para mal la rudimentaria cloaca se llena de personajes, cada uno atraído al sitio por sus propios intereses. No es natural ver tantas personas dispuestas a ensuciarse las manos, los ciudadanos indisciplinados de las ciudades suelen quedarse al margen.
Quien más resalta a los ojos de Reiko es la criatura marina humanoide, sin importar cuantos se encuentre siempre termina sorprendido al ver un hombre bestia. Según las paginas de su diario no fueron algo patente en su vida pasada, eso sin mencionar que nunca encuentra dos personajes con la misma ascendencia.
Por otro lado también aparece un guerrero, tiene un aspecto extraño gracias al articulo que ostenta en su cabeza. Viene acompañado de una niña que deja entrever una madures superior a la normal. El joven luchador no tiene mucha experiencia en cuestiones familiares por obvias razones así que es incapaz de endosarles un parentesco.
La ultima pieza del tablero en aparecer es el mismo niño de hace instantes, no sigue los consejos espetados por el Jäger y termina en aquella cloaca colectiva. Su manera de pensar es diferente al chiquillo promedio demostrándolo cada que puede, un personaje curioso como mínimo.
No vine a jugar quien es el mejor asesino chico.
Ya no queda duda para hunter de que las ciudades albergan muchos individuos únicos y no solo seres corrientes, siguen siendo una minoría aunque su número debe tomarse en cuenta también. Solo la mujer inconsciente a pies del capitán puede catalogarse como normal, claro que las conclusiones apresuradas nunca salen bien.
Me llamo Reiko, esto me pilla de paso pero quizás este relacionado con mi misión, todos los problemas tienen intereses en común.
Una forma dispersa de anotarse a la pelea, ya se ensucio por lo que en su mente debe llegar hasta el final. Es difícil que los conceptos de moralidad o deber manejados por sus nuevos compañeros sean compartidos en ambos sentidos aunque como dice el dicho, el enemigo de mi enemigo es mi amigo.
Una de las facciones de Exos se encarga específicamente de sus intereses mágicos, es dominada por cierto personaje que se hace llamar “Gran Inquisidor”. Suelen jugar con artes prohibidas en busca de… lo que sea que busque su líder. La nigromancia esta entre sus habilidades favoritas y son muy selectivos a la hora de soltar esa correa.
Es curioso que a vísperas de un problema grande aparezcan estas cosas, si alguien tiene información pertinente me gustaría escucharla, ¿quizás tu capitán?
Es el que parece entender mejor la situación, bajo sus emociones encontradas se puede apreciar un conocimiento más extenso del tema. Mientras espera el cazador limpia su tomahawk con una prenda del mismo muerto caminante, la sangre putrefacta oxida las armas si se le da oportunidad.
Quien más resalta a los ojos de Reiko es la criatura marina humanoide, sin importar cuantos se encuentre siempre termina sorprendido al ver un hombre bestia. Según las paginas de su diario no fueron algo patente en su vida pasada, eso sin mencionar que nunca encuentra dos personajes con la misma ascendencia.
Por otro lado también aparece un guerrero, tiene un aspecto extraño gracias al articulo que ostenta en su cabeza. Viene acompañado de una niña que deja entrever una madures superior a la normal. El joven luchador no tiene mucha experiencia en cuestiones familiares por obvias razones así que es incapaz de endosarles un parentesco.
La ultima pieza del tablero en aparecer es el mismo niño de hace instantes, no sigue los consejos espetados por el Jäger y termina en aquella cloaca colectiva. Su manera de pensar es diferente al chiquillo promedio demostrándolo cada que puede, un personaje curioso como mínimo.
No vine a jugar quien es el mejor asesino chico.
Ya no queda duda para hunter de que las ciudades albergan muchos individuos únicos y no solo seres corrientes, siguen siendo una minoría aunque su número debe tomarse en cuenta también. Solo la mujer inconsciente a pies del capitán puede catalogarse como normal, claro que las conclusiones apresuradas nunca salen bien.
Me llamo Reiko, esto me pilla de paso pero quizás este relacionado con mi misión, todos los problemas tienen intereses en común.
Una forma dispersa de anotarse a la pelea, ya se ensucio por lo que en su mente debe llegar hasta el final. Es difícil que los conceptos de moralidad o deber manejados por sus nuevos compañeros sean compartidos en ambos sentidos aunque como dice el dicho, el enemigo de mi enemigo es mi amigo.
Una de las facciones de Exos se encarga específicamente de sus intereses mágicos, es dominada por cierto personaje que se hace llamar “Gran Inquisidor”. Suelen jugar con artes prohibidas en busca de… lo que sea que busque su líder. La nigromancia esta entre sus habilidades favoritas y son muy selectivos a la hora de soltar esa correa.
Es curioso que a vísperas de un problema grande aparezcan estas cosas, si alguien tiene información pertinente me gustaría escucharla, ¿quizás tu capitán?
Es el que parece entender mejor la situación, bajo sus emociones encontradas se puede apreciar un conocimiento más extenso del tema. Mientras espera el cazador limpia su tomahawk con una prenda del mismo muerto caminante, la sangre putrefacta oxida las armas si se le da oportunidad.
Reiko
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Re: [Guerra en Lunargenta] Bajo la tierra y el mar [Libre] [Cerrado]
El mercenario soltó una carcajada al ver lo valiente que resultaba el chico con las dagas, en cierta forma le recordaba a sí mismo una década antes –tienes agallas, pero no se dé que te servirá desangrar a un muerto con una puñalada certera de una daga- dijo alzando su espada –la sangre de estos desgraciados está podrida y estancada en sus venas, ya no la usan para moverse, son como las sanguijuelas que controlan la ciudad, solo te aseguras que estén muertas cuando les cortas la cabeza- dijo apoyando su espada sobre sus hombros, lo cierto es que no había matado a más de un no muerto, pero esa experiencia le permitió darse cuenta de varios detalles, no sentían dolor ni miedo, seguramente ni se cansaban y no necesitarían comer ni dormir mientras la magia que les dio falsa vida.
El que se identificaba a sí mismo como capitán le lanzo un trapo para que le tapara los ojos a la niña que lo acompañaba, el guerrero recogió ese trapo húmedo y lo uso para limpiar el rostro de la pequeña con mucho cuidado –esta niña no es mi hija, y ha visto mas horrores de los que podrías imaginar antes de que me empezara a seguir- dijo con un tono que casi parecía triste, para luego volver a levantarse y guardar el trapo atándoselo a la cortada que la chica le había hecho antes del el brazo –si vino aquí conmigo fue por voluntad propia, y si es capaz de tomar decisiones por si misma debe ser capaz de vivir con las consecuencias, no me pidas que le vende los ojos para que vaya a ciegas en un campo de muerte.
De pronto se escucho un grito de terror desde el fondo del camino donde no llegaba la luz del sol, el mercenario volvió a desenfundar su arma y uso la antorcha para llevar luz a aquel lugar donde nunca llegaba en condiciones normales –¡mi nombre es Klinge!- dijo al escuchar la presentación del capitán –soy una espada de alquiler, repudiado por los dioses y condenado por el destino- la luz de su antorcha permitía ver la horda de los muertos que se movía más adelante –este lugar de pus y peste, las entrañas de Fenrir o la comodidad de una posada, ¡para mí no hay diferencia en esos tres lugares!- bramo listo para lanzarse al ataque sin miramiento, pero lo detuvo la mirada penetrante de Skadi detrás de él recordándole que esta vez las cosas eran distintas, ya no lucharía por gloria y fama, desde el momento que conoció a la pequeña lucharía por redención y venganza.
El que se identificaba a sí mismo como capitán le lanzo un trapo para que le tapara los ojos a la niña que lo acompañaba, el guerrero recogió ese trapo húmedo y lo uso para limpiar el rostro de la pequeña con mucho cuidado –esta niña no es mi hija, y ha visto mas horrores de los que podrías imaginar antes de que me empezara a seguir- dijo con un tono que casi parecía triste, para luego volver a levantarse y guardar el trapo atándoselo a la cortada que la chica le había hecho antes del el brazo –si vino aquí conmigo fue por voluntad propia, y si es capaz de tomar decisiones por si misma debe ser capaz de vivir con las consecuencias, no me pidas que le vende los ojos para que vaya a ciegas en un campo de muerte.
De pronto se escucho un grito de terror desde el fondo del camino donde no llegaba la luz del sol, el mercenario volvió a desenfundar su arma y uso la antorcha para llevar luz a aquel lugar donde nunca llegaba en condiciones normales –¡mi nombre es Klinge!- dijo al escuchar la presentación del capitán –soy una espada de alquiler, repudiado por los dioses y condenado por el destino- la luz de su antorcha permitía ver la horda de los muertos que se movía más adelante –este lugar de pus y peste, las entrañas de Fenrir o la comodidad de una posada, ¡para mí no hay diferencia en esos tres lugares!- bramo listo para lanzarse al ataque sin miramiento, pero lo detuvo la mirada penetrante de Skadi detrás de él recordándole que esta vez las cosas eran distintas, ya no lucharía por gloria y fama, desde el momento que conoció a la pequeña lucharía por redención y venganza.
Klinge
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Re: [Guerra en Lunargenta] Bajo la tierra y el mar [Libre] [Cerrado]
Contestó al guerrero con un seco carraspeo. Decir que la niña había visto grandes horrores no le parecía excusa suficiente como para permitir que viese más. Era una actitud egoísta e, incluso, malévola. Discutir con él hubiera sido inútil, los jóvenes de su edad solían ser demasiado orgullosos y estúpidos como para aceptar los consejos de los viejos. El Capitán decidió evitar confrontaciones innecesarias. Al frente, amanecía una guerra; Los hombres debían estar unidos para poder vencerla. Aquello no evitó que dedicase un último pensamiento a la niña: Pobre chiquilla, condenada a presenciar las atrocidades de la magia y la muerte.”
El segundo niño, muy diferente de la niña, hizo gala de sus habilidades con las dagas. Acto seguido, se adelantó y desafió al joven del hacha pequeña a ver qué arma devolvía más cadáveres a los brazos de la muerte: ¿las dagas del infante o el hacha del adulto? El tono que utilizó para retarle era el mismo que utilizaría un joven de quince años orgulloso de su polla. El Capitán se arrepintió de haberle tratado con gesto paternal. Comprendió que era un niño huérfano, sin padres ni hogar. ¿A causa de los vampiros? Éstos llegaron a Lunargenta hacía, relativamente, poco tiempo. El niño se manejaba muy bien con las dagas, debía haber estado utilizándolas durante muchos años; quizás, durante toda su vida. Su historia importantes agujeros que daban al Capitán en qué pensar. Ellos, el niño y el chico del hacha, también tenían cosas en qué pensar. Lo primero, y más importante, era sobra su prepotencia. El orgullo y el sentimiento de superioridad, en batalla, era sinónimo de derrota. Si no meditaban sus acciones corrían el riesgo de ser asesinados por los cadáveres andantes. Si llegase a pasar, el Capitán se cruzaría de brazos. No haría nada por evitar sus muertos ni tampoco por impedir que la niña les viese morir para luego ser revividos como guerreros sin alma.
Reiko, así se llamaba el chico del hacha, tuvo un mínimo de decencia al negarse a participar en el juego de chiquillo de las dagas. Las noticias volaban como cuervos, bien sabía Reiko que lo que estaba ocurriendo en las cloacas era el preámbulo de una guerra mayor. Klinge, el otro guerrero, por su parte, no parecía entender qué sucedía. Se presentó como un mercenario acostumbrado a combatir en escenarios atroces. El Capitán se preguntó mentalmente quién, en su sano juicio, pagaría una sola persona para que entrase a explorar las cloacas. La respuesta más probable sería: el causante del mismo mal. A más guerreros que cayesen en sus manos, mucho mejor para él; su ejército se haría más grande de lo que ya era. Si no pronunció sus elucubraciones en voz alta fue porque estaba ocupado respondiendo la pregunta que Reiko le hizo.
-Chico, en las islas Illidenses tienen a los piratas como pájaros de mal agüero por las malas noticias que allá llevamos. Sí, conozco lo que está pasando, una parte al menos. No puedo concretar una fecha de cuándo nuestro rival en común se plantó en armas, pero os diré eventos en los cuales ha aparecido. Terpoli, una ciudad próspera de Verisar, fue masacrada por el mismo ejército con el que luchamos hoy. ¿Con qué fin? Es la pregunta que nos hicimos aquellos que luchamos por recuperar la ciudad. Buscamos en las crónicas de las Bibliotecas. Encontramos un nombre, Frendel, y unas técnicas de magia negra: Nigromancia. Terpoli no fue la primera ciudad en caer, pero sí la primera lo suficientemente grande como para que se le prestase interés. Desde entonces, más ciudades han parecido bajo la mano negra del nigromante. Otros enemigos de los humanos, ignoro si cooperan o rivalizan en contra del nigromante, han aprovechado la oportunidad para surgir en acciones. Jinetes de otras dimensiones, vampiros y Dioses. En la biblioteca se hablaba de ellos. Por desgracia, recordaréis que la enfermedad de los dragones se propagó por toda Aerandir (a excepción de las islas). Centenares de libros y papiros ardieron para calentar los hogares de las buenas gentes en la época en la que nos faltó víveres por sobrevivir. Os diré un nombre que destaca sobre estos enemigos: La Diosa Koran-.
-Ella se llevó a mi hermana- Beatriz Mendoza se incorporó al escuchar el nombre de la Diosa; se soltó de la tenaza del Capitán y habló con voz fuerte y segura.
-La capitana de la Guardia de Lunargenta, Leonor Mendoza, hermana de nuestra amiga, combatió a mi lado contra la Diosa en la isla Corvo Preto. Koran hizo sumergir la isla. Leonor, junto algunos miembros de mi tripulación, desaparecieron en el agua. Logré encontrar la superficie gracias a mis atributos marinos. Sed conscientes del poder al que nos enfrentamos. Tenemos suerte que la Diosa Koran, al igual que los otros villanos que combatimos, disfruta del sufrimiento que provocan; de no ser así, acabarían con nuestras vidas con un chasquido-.
Hubo un momento de intranquilo silencio. El Capitán lo aprovechó para mirar las caras de cada uno de los miembros del grupo: Beatriz, Klinge, Reiko y los dos niños.
-Comprended ahora el peligro que nos enfrentamos. No exagero cuando digo que el destino de Aerandir está sobre nuestras manos. Un paso en falso…-
No terminó la frase, para expresar visualmente lo que quería decir cerró bruscamente su tenaza. El crujido que se escuchó hizo eco entre las paredes de la cloaca.
El segundo niño, muy diferente de la niña, hizo gala de sus habilidades con las dagas. Acto seguido, se adelantó y desafió al joven del hacha pequeña a ver qué arma devolvía más cadáveres a los brazos de la muerte: ¿las dagas del infante o el hacha del adulto? El tono que utilizó para retarle era el mismo que utilizaría un joven de quince años orgulloso de su polla. El Capitán se arrepintió de haberle tratado con gesto paternal. Comprendió que era un niño huérfano, sin padres ni hogar. ¿A causa de los vampiros? Éstos llegaron a Lunargenta hacía, relativamente, poco tiempo. El niño se manejaba muy bien con las dagas, debía haber estado utilizándolas durante muchos años; quizás, durante toda su vida. Su historia importantes agujeros que daban al Capitán en qué pensar. Ellos, el niño y el chico del hacha, también tenían cosas en qué pensar. Lo primero, y más importante, era sobra su prepotencia. El orgullo y el sentimiento de superioridad, en batalla, era sinónimo de derrota. Si no meditaban sus acciones corrían el riesgo de ser asesinados por los cadáveres andantes. Si llegase a pasar, el Capitán se cruzaría de brazos. No haría nada por evitar sus muertos ni tampoco por impedir que la niña les viese morir para luego ser revividos como guerreros sin alma.
Reiko, así se llamaba el chico del hacha, tuvo un mínimo de decencia al negarse a participar en el juego de chiquillo de las dagas. Las noticias volaban como cuervos, bien sabía Reiko que lo que estaba ocurriendo en las cloacas era el preámbulo de una guerra mayor. Klinge, el otro guerrero, por su parte, no parecía entender qué sucedía. Se presentó como un mercenario acostumbrado a combatir en escenarios atroces. El Capitán se preguntó mentalmente quién, en su sano juicio, pagaría una sola persona para que entrase a explorar las cloacas. La respuesta más probable sería: el causante del mismo mal. A más guerreros que cayesen en sus manos, mucho mejor para él; su ejército se haría más grande de lo que ya era. Si no pronunció sus elucubraciones en voz alta fue porque estaba ocupado respondiendo la pregunta que Reiko le hizo.
-Chico, en las islas Illidenses tienen a los piratas como pájaros de mal agüero por las malas noticias que allá llevamos. Sí, conozco lo que está pasando, una parte al menos. No puedo concretar una fecha de cuándo nuestro rival en común se plantó en armas, pero os diré eventos en los cuales ha aparecido. Terpoli, una ciudad próspera de Verisar, fue masacrada por el mismo ejército con el que luchamos hoy. ¿Con qué fin? Es la pregunta que nos hicimos aquellos que luchamos por recuperar la ciudad. Buscamos en las crónicas de las Bibliotecas. Encontramos un nombre, Frendel, y unas técnicas de magia negra: Nigromancia. Terpoli no fue la primera ciudad en caer, pero sí la primera lo suficientemente grande como para que se le prestase interés. Desde entonces, más ciudades han parecido bajo la mano negra del nigromante. Otros enemigos de los humanos, ignoro si cooperan o rivalizan en contra del nigromante, han aprovechado la oportunidad para surgir en acciones. Jinetes de otras dimensiones, vampiros y Dioses. En la biblioteca se hablaba de ellos. Por desgracia, recordaréis que la enfermedad de los dragones se propagó por toda Aerandir (a excepción de las islas). Centenares de libros y papiros ardieron para calentar los hogares de las buenas gentes en la época en la que nos faltó víveres por sobrevivir. Os diré un nombre que destaca sobre estos enemigos: La Diosa Koran-.
-Ella se llevó a mi hermana- Beatriz Mendoza se incorporó al escuchar el nombre de la Diosa; se soltó de la tenaza del Capitán y habló con voz fuerte y segura.
-La capitana de la Guardia de Lunargenta, Leonor Mendoza, hermana de nuestra amiga, combatió a mi lado contra la Diosa en la isla Corvo Preto. Koran hizo sumergir la isla. Leonor, junto algunos miembros de mi tripulación, desaparecieron en el agua. Logré encontrar la superficie gracias a mis atributos marinos. Sed conscientes del poder al que nos enfrentamos. Tenemos suerte que la Diosa Koran, al igual que los otros villanos que combatimos, disfruta del sufrimiento que provocan; de no ser así, acabarían con nuestras vidas con un chasquido-.
Hubo un momento de intranquilo silencio. El Capitán lo aprovechó para mirar las caras de cada uno de los miembros del grupo: Beatriz, Klinge, Reiko y los dos niños.
-Comprended ahora el peligro que nos enfrentamos. No exagero cuando digo que el destino de Aerandir está sobre nuestras manos. Un paso en falso…-
No terminó la frase, para expresar visualmente lo que quería decir cerró bruscamente su tenaza. El crujido que se escuchó hizo eco entre las paredes de la cloaca.
El Capitán Werner
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Re: [Guerra en Lunargenta] Bajo la tierra y el mar [Libre] [Cerrado]
El rostro de Demian habría mostrado preocupación, quizás apretado el ceño en el momento del reconocimiento de la palabra "Térpoli", tierra maldita que él mismo había pasado en su momento más oscuro. Tal vez habría tensado la comisura de sus labios en señal de preocupación o al menos soltado un leve, imperceptible suspiro, ante la idea del peligro que se cernía sobre ellos.
Pero hablamos de Demian, así que nada cambió tras su fingida fanfarronería, apenas una máscara del inexpresivo muchacho.
–Mira a tu alrededor, capitán —dice de pronto, levantando sus dos brazos hasta dejarlos a la altura de la cabeza.
Gira, mostrando las cloacas, o tal ves la oscuridad... quizás sólo la nada.
–Aquí está la única div-vi-inidad que necesito, ¿no la ves?... ¿no la sientes?.
Se detiene y da un suspiro, dejando que su ilusión caiga como una fina capa de polvo. Su cabello se torna oscuro y liso, sus ojos se vuelen azules, la piel deja el tono tostado por uno apagado y la cicatriz cae, como si pequeñas escamas se salieran de su piel, tan finas que se vuelven una con el aire.
Este es su verdadero rostro, ya ha pasado la hora de las caretas y las presentaciones, es el rostro de Demian.
–¿No lo sientes, capitán? el Éter está aquí. Esos bastardos creen que pueden corromper el Éter con sus s-s-sucios juegos, pero es más grande que ellos, es como arrojar una bola de lodo al océano. El Éter está de nuestro lado. Una persona muy importante para m-mi decía "sólo los débiles le temen a la oscuridad".
Hecho este pequeño desplante, Demian deja que el Éter le envuelva, que su instinto y don de sangre guíen a esta fuerza misteriosa hasta que se impregna en cada uno de sus poros, como una fina e imperceptible película sobre su piel. A los pocos segundos la película se hace visible, aunque quizás más preciso sería decir invisible, pues le hace desaparecer de la vista. Normalmente a plena luz del día se notarían pequeñas imperfecciones, la forma vaga de una silueta en el aire que podrían delatar su presencia, pero allí, en la oscuridad, hasta el ojo más avezado tendría graves problemas para verle.
Comienza a caminar. No se quedará a esperar discursos y explicaciones, o que el resto finalmente se ponga de acuerdo. De cualquiera manera, no es ningún idiota, no correrá a lo loco a encontrar el peligro, sino que va sigiloso, caminando suave, dejando que sus pies apenas realicen movimientos de una lenta fluidez, sincronizados hasta con los latidos de su corazón.
Está en calma, atento al peligro, como un gato en la oscuridad adentrándose al nido de las ratas, cuidadoso, pero sin miedo, buscando a su presa.
"Soy la daga negra" se dice a sí mismo.
Dentro de sí hay un pequeño gozo. Desde que llegó a Lunargenta ha aprendido a reprimir su entrenamiento y sus impulsos asesinos, a valorar la vida de las personas y comprender que no puede simplemente cegar la existencia de los otros. Pero allí es distinto, allí abajo las reglas cambian.
Ahora tiene permiso para matar.
Demian ha usado su habilidad de nivel 0: Presencia Fantasmal.
Demian
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Re: [Guerra en Lunargenta] Bajo la tierra y el mar [Libre] [Cerrado]
A medida que pasan los minutos se hace evidente la afiliación de cada personaje. Klinge es una espada de alquiler con cierto gusto por la batalla, cosa que suele ser una tendencia bastante común entre mercenarios. La trama de la niña sin embargo es aún más misteriosa, desgraciadamente ninguna de las dos partes planea soltar prenda en ese asunto.
El capitán como buen pirata no es un personaje demasiado apreciado por la sociedad aunque ese no es su mayor atractivo ahora, posee buena información sobre lo que esta ocurriendo. Lo suelta en seco, a veces desvariando con los detalles pero sin omitir cosas.
Parece la misma triste historia de siempre.
Dice con cierta melancolía, las facciones pugnantes en la situación actual le recuerdan bastante al problema que su orden lleva décadas tratando de solucionar “sin mucho éxito vale destacar”. Entidades poderosas, seguidores oscuros y personajes con delirios divinos… nada cambia solo los nombres.
Aquel sujeto tentacular da unas referencias que el Jäger no logra entender, menciona sucesos que no reconoce. Al final este último suspira, seguro quedo relegado en su antigua memoria. Nunca a tenido tiempo ni voluntad para ponerse al día con respecto a su entorno, combatir requiere pocos detalles.
Por otro lado el chico de las dagas es quien se lleva la mayor impronta mental, demasiado anormal. Reiko no sabe si sentir lastima, admiración o temor por él. Decide que lo mejor es ignorar sus intentos por llamar la atención, no tiene experiencia con niños pero eso suele evitar mayores interacciones con ellos en el camino.
¿Es normal que los chicos sean así?
Pregunta cuando dicho personaje desaparece entre la oscuridad, es algo fundamentado que suelta más que todo por curiosidad. No puede evitar preguntarse como habrá sido su propia infancia, duda haber mostrado tales señales de locura pero… nunca se sabe.
Varios sonidos poco amistosos provenientes de los laterales terminan poniéndoles en alerta, no están en territorio seguro. Ciertamente el pequeño instante de paz tiene toda la pinta de ser la calma antes de la tormenta, el núcleo debe tener mucha protección.
Mejor seguir avanzando si queremos neutralizar a la fuente.
Ya tienen fuerza, iluminación y un objetivo, no se necesita más para continuar avanzando. Hunter no puede evitar formarse ideas sobre quien estará manejando los hilos en esta oportunidad, escucho el relato de Werner aunque deja mucho a la imaginación. Los Jägers casi siempre se ven involucrados en tramas trabajadas, situaciones complejas en las que nunca se sabe si un hacha afilada puede terminar ayudando o empeorando todo.
Debo admitir que es un… poderoso olor “dice mientras se ajusta la bufanda e ilumina el trayecto más cercano”
El capitán como buen pirata no es un personaje demasiado apreciado por la sociedad aunque ese no es su mayor atractivo ahora, posee buena información sobre lo que esta ocurriendo. Lo suelta en seco, a veces desvariando con los detalles pero sin omitir cosas.
Parece la misma triste historia de siempre.
Dice con cierta melancolía, las facciones pugnantes en la situación actual le recuerdan bastante al problema que su orden lleva décadas tratando de solucionar “sin mucho éxito vale destacar”. Entidades poderosas, seguidores oscuros y personajes con delirios divinos… nada cambia solo los nombres.
Aquel sujeto tentacular da unas referencias que el Jäger no logra entender, menciona sucesos que no reconoce. Al final este último suspira, seguro quedo relegado en su antigua memoria. Nunca a tenido tiempo ni voluntad para ponerse al día con respecto a su entorno, combatir requiere pocos detalles.
Por otro lado el chico de las dagas es quien se lleva la mayor impronta mental, demasiado anormal. Reiko no sabe si sentir lastima, admiración o temor por él. Decide que lo mejor es ignorar sus intentos por llamar la atención, no tiene experiencia con niños pero eso suele evitar mayores interacciones con ellos en el camino.
¿Es normal que los chicos sean así?
Pregunta cuando dicho personaje desaparece entre la oscuridad, es algo fundamentado que suelta más que todo por curiosidad. No puede evitar preguntarse como habrá sido su propia infancia, duda haber mostrado tales señales de locura pero… nunca se sabe.
Varios sonidos poco amistosos provenientes de los laterales terminan poniéndoles en alerta, no están en territorio seguro. Ciertamente el pequeño instante de paz tiene toda la pinta de ser la calma antes de la tormenta, el núcleo debe tener mucha protección.
Mejor seguir avanzando si queremos neutralizar a la fuente.
Ya tienen fuerza, iluminación y un objetivo, no se necesita más para continuar avanzando. Hunter no puede evitar formarse ideas sobre quien estará manejando los hilos en esta oportunidad, escucho el relato de Werner aunque deja mucho a la imaginación. Los Jägers casi siempre se ven involucrados en tramas trabajadas, situaciones complejas en las que nunca se sabe si un hacha afilada puede terminar ayudando o empeorando todo.
Debo admitir que es un… poderoso olor “dice mientras se ajusta la bufanda e ilumina el trayecto más cercano”
Reiko
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Re: [Guerra en Lunargenta] Bajo la tierra y el mar [Libre] [Cerrado]
El grupo continuaba con sus presentaciones y argumentos sobre el tema de los muertos vivientes, el mercenario no le prestaba demasiada atención a ellos, pero se mostraba preocupado por Skadi quien seguía con su daga en mano, apretándola con fuerza, Klinge decidió pasarle la antorcha a ella para calmarla, la luz de la llama parecía tranquilizar mas a la niña quien guardo su daga, aun bañada con la sangre del mercenario y tomo la antorcha con ambas manos.
Mientras, el otro chiquillo decidió hacer un truco de desaparición después de cambiar de rostro, el mercenario sospecho inicialmente que ese niño no fuera normal, pues incluso armado, nadie en su sano juicio, a su edad, se metería en una situación así, finalmente el grupo decidió avanzar tras terminar la conversación, y no les tomo casi nada en encontrarse con un comité de bienvenida.
Frente a ellos, un enorme grupo de cadáveres putrefactos se alzaba listos para agredirlos, algunos de ellos llevaban armas oxidadas y viejas, otros simplemente avanzaban con sus manos frías y muertas listas para agarrar a sus víctimas; frente a los insólitos héroes se podían distinguir alrededor de diez, incluso veinte cadáveres caminantes, pero la oscuridad del lugar era capaz de estar enmascarando una horda mucho mayor.
El espadachín se puso al frente del grupo desenfundado su otra espada, y encaro a la horda con una hoja en cada mano, el primero de los muertos se lanzo por el blandiendo un martillo, los restos de lo que parecía un herrero cargo contra el guerrero con toda la velocidad e impulso que sus piernas podridas le permitían, listo para asesinar al que se le ponía en frente con un golpe de martillo a la cabeza, pero Klinge era más veloz, y dando un paso asía la derecha con un rápido movimiento, ejecuto un preciso tajo con su espada izquierda, el que alguna vez fue un herrero, solo pudo dar cuatro pasos antes de caer al suelo inerte con su cabeza cercenada.
La cabeza rodo por el piso hasta llegar a los pies de Skadi, que se limito a observar con su mirada inexpresiva los dientes podridos y cuencas vacías de los ojos, antes de levantar la mirada y ver como su cuidador ya estaba acabando con el cuarto muerto al aplastarle el cráneo entre la pared de la cloaca y el pomo de su espada derecha, los dos cadáveres que lo precedieron yacían en el piso con la cabeza cortada o abierta en dos por un tajo, los demás malditos se lanzaban a por el mercenario uno tras otro armados con cualquier objeto de metal punzo cortante que podían conseguir, pero debido al angosto del campo de batalla, el espadachín solo tendría que enfrentarse a uno o dos a la vez, siempre y cuando el guerrero fuera capaz de despacharlos rápidamente no tendría problemas.
Luego de matar al séptimo muerto de un doble golpe al cráneo que separo su cabeza del resto de su cuerpo con la simple fuerza del impacto debido a lo frágil de su cuello el espadachín dio un par de saltos asía atrás para tomar distancia ganándose una breve pausa –siete seguidos...- dijo mientras paraba un golpe de hoz del octavo, los restos de un campesino –son lentos y torpes, y no tienen el concepto de técnica de combate- decía para sí mismo mientras cercenaba el brazo del difunto y lo remataba con un golpe de guarda al lado derecho del cráneo –además los cadáveres están ya muy descompuesto, su carne se cae sola y sus huesos son frágiles como el vidrio.
Lo cierto era que en esas condiciones lo vivos tenían varias ventajas, la principal era que los cadáveres los atacaban solo desde un lado e individualmente no representaban gran amenaza para un guerrero experimentado, si los cuatro formaban una línea serian capaces de avanzar sin grandes inconvenientes, aun así, el mercenario era consciente que estaban siendo superados en número bastante abismalmente –¡será mejor que la capitana vaya por refuerzos!- dijo el mercenario observando que los muertos no se acababan –un muro de cincuenta escudos y mazas deberían ser suficientes para limpiar estos túneles, ¡debería apurarse no sé si cuatro de nosotros seres capaces de contenerlos a todos por mucho tiempo!- por más de que Klinge hablara a los gritos, no se notaba ni una pizca de preocupación en su tono, el guerrero reía y gritaba de euforia mientras iba matando al muerto número once, la pequeña pelirroja por mientras seguía observando al guerrero, con lo que parecía una sonrisa, como si disfrutara ver al guerrero divertirse tanto.
Mientras, el otro chiquillo decidió hacer un truco de desaparición después de cambiar de rostro, el mercenario sospecho inicialmente que ese niño no fuera normal, pues incluso armado, nadie en su sano juicio, a su edad, se metería en una situación así, finalmente el grupo decidió avanzar tras terminar la conversación, y no les tomo casi nada en encontrarse con un comité de bienvenida.
Frente a ellos, un enorme grupo de cadáveres putrefactos se alzaba listos para agredirlos, algunos de ellos llevaban armas oxidadas y viejas, otros simplemente avanzaban con sus manos frías y muertas listas para agarrar a sus víctimas; frente a los insólitos héroes se podían distinguir alrededor de diez, incluso veinte cadáveres caminantes, pero la oscuridad del lugar era capaz de estar enmascarando una horda mucho mayor.
El espadachín se puso al frente del grupo desenfundado su otra espada, y encaro a la horda con una hoja en cada mano, el primero de los muertos se lanzo por el blandiendo un martillo, los restos de lo que parecía un herrero cargo contra el guerrero con toda la velocidad e impulso que sus piernas podridas le permitían, listo para asesinar al que se le ponía en frente con un golpe de martillo a la cabeza, pero Klinge era más veloz, y dando un paso asía la derecha con un rápido movimiento, ejecuto un preciso tajo con su espada izquierda, el que alguna vez fue un herrero, solo pudo dar cuatro pasos antes de caer al suelo inerte con su cabeza cercenada.
La cabeza rodo por el piso hasta llegar a los pies de Skadi, que se limito a observar con su mirada inexpresiva los dientes podridos y cuencas vacías de los ojos, antes de levantar la mirada y ver como su cuidador ya estaba acabando con el cuarto muerto al aplastarle el cráneo entre la pared de la cloaca y el pomo de su espada derecha, los dos cadáveres que lo precedieron yacían en el piso con la cabeza cortada o abierta en dos por un tajo, los demás malditos se lanzaban a por el mercenario uno tras otro armados con cualquier objeto de metal punzo cortante que podían conseguir, pero debido al angosto del campo de batalla, el espadachín solo tendría que enfrentarse a uno o dos a la vez, siempre y cuando el guerrero fuera capaz de despacharlos rápidamente no tendría problemas.
Luego de matar al séptimo muerto de un doble golpe al cráneo que separo su cabeza del resto de su cuerpo con la simple fuerza del impacto debido a lo frágil de su cuello el espadachín dio un par de saltos asía atrás para tomar distancia ganándose una breve pausa –siete seguidos...- dijo mientras paraba un golpe de hoz del octavo, los restos de un campesino –son lentos y torpes, y no tienen el concepto de técnica de combate- decía para sí mismo mientras cercenaba el brazo del difunto y lo remataba con un golpe de guarda al lado derecho del cráneo –además los cadáveres están ya muy descompuesto, su carne se cae sola y sus huesos son frágiles como el vidrio.
Lo cierto era que en esas condiciones lo vivos tenían varias ventajas, la principal era que los cadáveres los atacaban solo desde un lado e individualmente no representaban gran amenaza para un guerrero experimentado, si los cuatro formaban una línea serian capaces de avanzar sin grandes inconvenientes, aun así, el mercenario era consciente que estaban siendo superados en número bastante abismalmente –¡será mejor que la capitana vaya por refuerzos!- dijo el mercenario observando que los muertos no se acababan –un muro de cincuenta escudos y mazas deberían ser suficientes para limpiar estos túneles, ¡debería apurarse no sé si cuatro de nosotros seres capaces de contenerlos a todos por mucho tiempo!- por más de que Klinge hablara a los gritos, no se notaba ni una pizca de preocupación en su tono, el guerrero reía y gritaba de euforia mientras iba matando al muerto número once, la pequeña pelirroja por mientras seguía observando al guerrero, con lo que parecía una sonrisa, como si disfrutara ver al guerrero divertirse tanto.
Klinge
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Re: [Guerra en Lunargenta] Bajo la tierra y el mar [Libre] [Cerrado]
-Yo no creo en el Éter. He recorrido el océano de un extremo a otro, he visto cosas muy raras, pero nunca vi nada que me impulsara a creer que haya una única fuerza poderosa que lo controla todo. Ningún campo de energía mística controla mi destino. Todo eso no son más que leyendas y tonterías-.
Terminó de hablar sin darse cuenta que donde estaba el niño solo quedaba una sombra que se difundía en el denso aire de la cloaca. Giró la cabeza de lado a lado buscándolo. No vio nada más allá de la oscura neblina. El pasillo era estrecho: dos paredes cilíndricas y un pequeño riachuelo, a la altura de los tobillos, de agua residual. No había muchos lugares donde esconderse. El Capitán Werner relacionó la misteriosa desaparición del chiquillo con lo que dijo sobre el Éter. Se trataba, obviamente, de un brujo. ¿Quién, sino, tendría una obsesión tan arraigada sobre los olores de la magia?
El joven del hacha volvió a tomar la figura de la voz de la razón. Preguntó al aire si todos los niños eran igual de extraños (aquello se lo debió preguntar a la niña del grupo) y propuso seguir avanzando hacia el interior del de la cloaca. El Capitán suspiró. Nada le apetecía menos que continuar el camino que había empezado; sin embargo, aceptó su deber esperanzado con la ilusión que Beatriz Mendoza le creó: “Sé dónde se encuentra la capitana Leonor Mendoza”.
Al frente, los cadáveres andantes hicieron su aparición. El Capitán se quedó conscientemente retrasado. Prefirió preocuparse porque su compañera se rehabilitase por completo después de haber tragado tanta agua de mar. El guerrero, Klinge, hizo gala de sus mejores virtudes enfrentándose contra los cadáveres. El Capitán Werner le observó con ojo analítico a la vez que reposaba su pinza sobre la espalda de Beatriz para ayudarla a caminar. Klinge era ágil y fuerte, pero un niño en comparación al viejo pirata. Su mayor error era el de infravalorar el poder de sus oponentes. No por carecer de vida hacía de los cadáveres andantes rivales débiles, al contrario; ellos eran como moscas que se abalanzaban a tropel a una pieza de carne. Al no tener consciencia, significaba que ellos no entendían que estaban muriendo (por segunda vez). Corrían feroces hacia a Klinge. Sin espera y sin piedad. Si seguía utilizando la misma táctica de combate de enfrentarse cara a cara contra los cadáveres, pronto acabaría aplastado. Igual que la pieza de carne quedaría envuelta de una capa negra de moscas.
-Estamos juntos en esto- contestó Werner a la propuesta de Klinge – Si fuera a buscar auxilio, tal y como yo lo veo, desembocaría en las siguientes dos circunstancias: los guardias no creen que las cloacas estén ocupadas por cadáveres renacidos o la ayuda llega tarde, cuando nosotros formamos parte del ejército que habíamos estado combatiendo-.
-De los hombres de mi guarnición, solo yo y dos amigos más- se refería a sus difuntos compañeros- creímos las historias de los marineros. Hace dos años, todos vimos a los cadáveres renacer en Terpoli; pero nos cuesta creer que han regresado. Luego está esa nueva Diosa, Koran. No forma parte del panteón de Odín que creen los hombres-.
Era de mala educación detenerse a conversar mientras, a dos metros de distancia, un compañero utilizaba sus armas en batalla. Tanto el Capitán como Beatriz Mendoza conocían de buena mano los códigos de modales. Pese a ello, era preciso seleccionar una escala de prioridades. En primer lugar se situaba la vida de cada individuo del grupo, si uno se separaba del grupo no podría garantizar la supervivencia (ni derrota) del resto. En segundo lugar quedaban los compañeros perdidos, Beatriz tenía a su hermana Leonor y el Capitán a Wes Fungai y a Roger Baraun. Después quedaban las vidas de las personas desconocidas de Lunargenta. Y en último lugar, la propia ciudad de Lunargenta como identidad individual separada de sus habitantes.
En cuestión de segundos, el número de enemigos crecía exponencialmente. Imposible determinar cuántos cadáveres sin vida quedaban a los pies de Klinge y cuántos con vida corrían desde las profundidades de la cloaca. El Capitán pensaba en una manera de poder detener el avance. No podían luchar por toda la eternidad contra los muertos. Además que, como bien había señalado Klinge, los muertos estaban muertos, valga la redundancia. Se les podía cortar los brazos, las piernas y la cabeza. Tiempo después, hacían intención de mover sus miembros cercenados para reformarse de nuevo. Huir de un ejército invencible era la solución más tentadora. La segunda, a la que el Capitán prestaba sus esperanzas, era pedirle al niño brujo que usase su magia para hacer desvanecer al grupo entero y así poder pasar por en medio de los muertos sin que éstos se dieran cuenta.
La pregunta que quedaba ahora era:
-¿Dónde estás niño brujo? Necesitamos tu ayuda-.
Desenvainó la espada y se situó enfrente de Beatriz y de la niña, protegiendo a los miembros más débiles del grupo.
Offrol: ¿Os gusta mi referencia a Star Wars?
Terminó de hablar sin darse cuenta que donde estaba el niño solo quedaba una sombra que se difundía en el denso aire de la cloaca. Giró la cabeza de lado a lado buscándolo. No vio nada más allá de la oscura neblina. El pasillo era estrecho: dos paredes cilíndricas y un pequeño riachuelo, a la altura de los tobillos, de agua residual. No había muchos lugares donde esconderse. El Capitán Werner relacionó la misteriosa desaparición del chiquillo con lo que dijo sobre el Éter. Se trataba, obviamente, de un brujo. ¿Quién, sino, tendría una obsesión tan arraigada sobre los olores de la magia?
El joven del hacha volvió a tomar la figura de la voz de la razón. Preguntó al aire si todos los niños eran igual de extraños (aquello se lo debió preguntar a la niña del grupo) y propuso seguir avanzando hacia el interior del de la cloaca. El Capitán suspiró. Nada le apetecía menos que continuar el camino que había empezado; sin embargo, aceptó su deber esperanzado con la ilusión que Beatriz Mendoza le creó: “Sé dónde se encuentra la capitana Leonor Mendoza”.
Al frente, los cadáveres andantes hicieron su aparición. El Capitán se quedó conscientemente retrasado. Prefirió preocuparse porque su compañera se rehabilitase por completo después de haber tragado tanta agua de mar. El guerrero, Klinge, hizo gala de sus mejores virtudes enfrentándose contra los cadáveres. El Capitán Werner le observó con ojo analítico a la vez que reposaba su pinza sobre la espalda de Beatriz para ayudarla a caminar. Klinge era ágil y fuerte, pero un niño en comparación al viejo pirata. Su mayor error era el de infravalorar el poder de sus oponentes. No por carecer de vida hacía de los cadáveres andantes rivales débiles, al contrario; ellos eran como moscas que se abalanzaban a tropel a una pieza de carne. Al no tener consciencia, significaba que ellos no entendían que estaban muriendo (por segunda vez). Corrían feroces hacia a Klinge. Sin espera y sin piedad. Si seguía utilizando la misma táctica de combate de enfrentarse cara a cara contra los cadáveres, pronto acabaría aplastado. Igual que la pieza de carne quedaría envuelta de una capa negra de moscas.
-Estamos juntos en esto- contestó Werner a la propuesta de Klinge – Si fuera a buscar auxilio, tal y como yo lo veo, desembocaría en las siguientes dos circunstancias: los guardias no creen que las cloacas estén ocupadas por cadáveres renacidos o la ayuda llega tarde, cuando nosotros formamos parte del ejército que habíamos estado combatiendo-.
-De los hombres de mi guarnición, solo yo y dos amigos más- se refería a sus difuntos compañeros- creímos las historias de los marineros. Hace dos años, todos vimos a los cadáveres renacer en Terpoli; pero nos cuesta creer que han regresado. Luego está esa nueva Diosa, Koran. No forma parte del panteón de Odín que creen los hombres-.
Era de mala educación detenerse a conversar mientras, a dos metros de distancia, un compañero utilizaba sus armas en batalla. Tanto el Capitán como Beatriz Mendoza conocían de buena mano los códigos de modales. Pese a ello, era preciso seleccionar una escala de prioridades. En primer lugar se situaba la vida de cada individuo del grupo, si uno se separaba del grupo no podría garantizar la supervivencia (ni derrota) del resto. En segundo lugar quedaban los compañeros perdidos, Beatriz tenía a su hermana Leonor y el Capitán a Wes Fungai y a Roger Baraun. Después quedaban las vidas de las personas desconocidas de Lunargenta. Y en último lugar, la propia ciudad de Lunargenta como identidad individual separada de sus habitantes.
En cuestión de segundos, el número de enemigos crecía exponencialmente. Imposible determinar cuántos cadáveres sin vida quedaban a los pies de Klinge y cuántos con vida corrían desde las profundidades de la cloaca. El Capitán pensaba en una manera de poder detener el avance. No podían luchar por toda la eternidad contra los muertos. Además que, como bien había señalado Klinge, los muertos estaban muertos, valga la redundancia. Se les podía cortar los brazos, las piernas y la cabeza. Tiempo después, hacían intención de mover sus miembros cercenados para reformarse de nuevo. Huir de un ejército invencible era la solución más tentadora. La segunda, a la que el Capitán prestaba sus esperanzas, era pedirle al niño brujo que usase su magia para hacer desvanecer al grupo entero y así poder pasar por en medio de los muertos sin que éstos se dieran cuenta.
La pregunta que quedaba ahora era:
-¿Dónde estás niño brujo? Necesitamos tu ayuda-.
Desenvainó la espada y se situó enfrente de Beatriz y de la niña, protegiendo a los miembros más débiles del grupo.
Offrol: ¿Os gusta mi referencia a Star Wars?
El Capitán Werner
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Re: [Guerra en Lunargenta] Bajo la tierra y el mar [Libre] [Cerrado]
Algo andaba mal.
En térpoli había visto a los muertos combatir y no tenían nada que envidiarle a un guerrero vivo, al contrario, parecían incluso mejorados por una inmunidad al dolor y un deseo ferviente de muerte y sangre.
Estos enemigos, despachados con facilidad uno tras otro, como si fueran niños de 5 años armados con cuchillos de mesa, no podían ser la verdadera amenaza. Algo mucho peor debía estar más adentro y los muertos que ahora se levantaban en su contra eran meras herramientas, pero... ¿para qué?
A pesar de su corta edad, Demian había sido entrenado para enfrentar los problemas con una mente fría, buscando siempre la ventaja antes de atacar. ¿Qué ventaja podía haber en esto?
Se sentó sobre una piedra en la posición de la flor de loto.
El Éter estaba allí, disponible, incluso en un lugar tan putrefacto y corrupto como aquel, fluyendo como un río de innumerables vertientes, rodeando todo.
Oyó al capitán y su estado mental de conciencia le hizo procesar sus palabras con calma. Se requería algo de él, la magia podía otorgarles una ventaja. ¿Qué querían sus compañeros?
Los brujos más conocidos eran aquellos que lanzaban bolas de fuego para acabar con multitudes de rivales e inspirar terror en sus corazones. Pero Demian no era uno de esos, con suerte podía encender una fogata si se concentraba profundamente en ello. Él no había ido a la escuela de los elementos, sus trucos estaban diseñados para el asesinato, no de masas, sino de un simple objetivo, de preferencia antes que se percatara que tenía tal estatus.
¿Qué buscaban los enemigos lanzando a los más débiles entre ellos a morir como hormigas?
Las únicas opciones que se le ocurrían era que fuera una mera casualidad y justo encontraron un nido de esas cosas, aunque eso sonaba muy conveniente. La otra opción era que la tarea de los débiles era preparar el camino para los fuertes, desgastar mediante su abrumador número para que luego llegaran los enemigos de verdad cuando los recursos se hubieran agotado. No podía simplemente seguirles el juego, debía cambiar las reglas del juego.
Su mente se expandió, se hizo una con sus alrededores, siguiendo el flujo de los ríos del Éter. Se imaginó las redes de los canales, al menos los cercanos, en base a lo que podía ver, y el flujo de las hordas de enemigos. Dejó entonces a su creatividad hacer el trabajo.
La imagen cambió. No fue de golpe, fue gradual, deformando levemente el camino que seguían las hordas de muertos vivientes. Sabía que su rabia sobrenatural les cegaba, podían ser temibles, pero no tenían el juicio propio de una persona viva.
Desde el punto de vista de los muertos, seguramente verían cómo la entrada al punto donde estaban los enemigos se cerraba, lentamente, de manera casi imperceptible, pero sin detenerse, hasta que ya no había tal entrada. En cambio, podían ver en el camino siguiente, más hacia su derecha, que el camino seguía y que allí había ahora un grupo de enemigos luchando, de invasores que no debían estar allí. Los invasores comenzaban a alejarse, siguiendo el camino. Debían ser alcanzados y morir.
Desde el otro lado de la entrada, en cambio, la ilusión no hacía efecto. Los aliados seguramente verían que los muertos vivientes simplemente tomaban otro camino e ignoraban la evidente (desde este lado) entrada.
Crear una ilusión de tal magnitud exigía una enorme concentración, por lo que la figura de Demian volvió a aparecer, ahora sentado sobre la roca. Todos sus otros esfuerzos cesaron, toda su conciencia estaba puesta en la ilusión, consciente de que sólo iba a resultar efectiva si la mantenía el tiempo suficiente y a la distancia suficiente para que las hordas enemigas se alejaran por las cloacas.
–No v-v-voy a po-poder man-ntener esto po-por siempre. Capita-ta-tán, será mejoor que piensen en un pl-plan pronto.
Su tartamudez empeoraba por la concentración requerida, sin embargo no estaba gastando todas sus fuerzas. Mantenía su mente en calma para potenciar al máximo sus habilidades ilusorias.
Demian
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Re: [Guerra en Lunargenta] Bajo la tierra y el mar [Libre] [Cerrado]
La calma termina rápido cuando un nutrido grupo de muertos aparece para incordiarles, Su número es abrumador y sin duda demandan atención. Por suerte Klinge toma la misión personal de eliminarles, avanza encolerizado despachando cadáveres como si de una competencia se tratara.
Aquellos restos son débiles a un punto ridículo, frágiles a más no poder. Cada golpe del mercenario termina por destrozar cualquier despojo atravesado, no tiene sentido a menos que los exploradores pasen por alto un detalle pertinente.
¡¡Alto, solo lo empeoras!!
Dice con potestad, con cada baja enemiga puede ver como cinco criaturas se suman. No son una fuerza directa de asalto, se basan en un ataque horda para saturar cualquier amenaza. Como una hidra que multiplica sus cabezas cuando es decapitada los muertos aumentan astronómicamente el número con cada perdida.
Klinge sigue allí peleando como si nada pero cuando alcanza once bajas ahora tienen que preocuparse por decenas de remplazos, continuar esa estrategia es el camino del desastre. Un enemigo con números ilimitados no puede neutralizarse de manera convencional, se debe encontrar su origen.
Werner entiende el concepto también y le pide ayuda al chico raro, es de suponer que sigue cerca. Mientras su golpeador predilecto continúa luchando Reiko espera en segunda línea, como la cancha de batalla es angosta solo un guerrero puede llevar el combate. Sin duda apreciara más un intervalo de relevo para respirar que otro luchador atravesado.
Quietos.
Expresa en tono bajo al ver como la masa de muertos animados avanza por otro camino ignorando la única amenaza del lugar, acciones tan extrañas solo pueden ser producto de intervenciones mágicas. La razón del hecho aparece pronto en un lateral, su colega de escaso tamaño ha salvado la partida.
No durara mucho, propongo dar un rodeo.
La forma errática en la que habla aquel chico delata su esfuerzo, claramente no podrá mantener la protección mucho tiempo. Las cloacas son enormes y tienen muchos caminos, seguir por otro lado eludiendo el grueso de la horda se ve como la única respuesta sensata.
Reiko se pone cerca del brujo para llevarlo encima cuando su magia colapse, algo le dice que no podrá funcionar bien por peligrosos segundos. De momento no hace nada, la concentración es crucial cuando se trata de habilidades arcanas como bien a podido constatar en el mundo corriente.
Traten de no matar a ninguno pues eso altera al resto, mejor neutralicen sus extremidades y sigan.
Los Jägers tienen una adaptación peligrosamente viable en cualquier campo de batalla, carecen de pasado pero usan bien su presente. No solo luchan con violencia si no que tratan de entender todo en plena refriega, vertiente de su propósito original.
Aquellos restos son débiles a un punto ridículo, frágiles a más no poder. Cada golpe del mercenario termina por destrozar cualquier despojo atravesado, no tiene sentido a menos que los exploradores pasen por alto un detalle pertinente.
¡¡Alto, solo lo empeoras!!
Dice con potestad, con cada baja enemiga puede ver como cinco criaturas se suman. No son una fuerza directa de asalto, se basan en un ataque horda para saturar cualquier amenaza. Como una hidra que multiplica sus cabezas cuando es decapitada los muertos aumentan astronómicamente el número con cada perdida.
Klinge sigue allí peleando como si nada pero cuando alcanza once bajas ahora tienen que preocuparse por decenas de remplazos, continuar esa estrategia es el camino del desastre. Un enemigo con números ilimitados no puede neutralizarse de manera convencional, se debe encontrar su origen.
Werner entiende el concepto también y le pide ayuda al chico raro, es de suponer que sigue cerca. Mientras su golpeador predilecto continúa luchando Reiko espera en segunda línea, como la cancha de batalla es angosta solo un guerrero puede llevar el combate. Sin duda apreciara más un intervalo de relevo para respirar que otro luchador atravesado.
Quietos.
Expresa en tono bajo al ver como la masa de muertos animados avanza por otro camino ignorando la única amenaza del lugar, acciones tan extrañas solo pueden ser producto de intervenciones mágicas. La razón del hecho aparece pronto en un lateral, su colega de escaso tamaño ha salvado la partida.
No durara mucho, propongo dar un rodeo.
La forma errática en la que habla aquel chico delata su esfuerzo, claramente no podrá mantener la protección mucho tiempo. Las cloacas son enormes y tienen muchos caminos, seguir por otro lado eludiendo el grueso de la horda se ve como la única respuesta sensata.
Reiko se pone cerca del brujo para llevarlo encima cuando su magia colapse, algo le dice que no podrá funcionar bien por peligrosos segundos. De momento no hace nada, la concentración es crucial cuando se trata de habilidades arcanas como bien a podido constatar en el mundo corriente.
Traten de no matar a ninguno pues eso altera al resto, mejor neutralicen sus extremidades y sigan.
Los Jägers tienen una adaptación peligrosamente viable en cualquier campo de batalla, carecen de pasado pero usan bien su presente. No solo luchan con violencia si no que tratan de entender todo en plena refriega, vertiente de su propósito original.
Reiko
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Re: [Guerra en Lunargenta] Bajo la tierra y el mar [Libre] [Cerrado]
Para cuando la ilusión del pequeño brujo entro en efecto Klinge ya había abatido otros 7 muertos que ahora hacían a sus pies, el guerrero permanecía parado jadeando con una sonrisa en el rostro mientras observaba como el resto de no muertos lo ignoraban y se iban por otro lado, sus espadas estaban cubiertas de la sangre de los putrefactos, también estaba manchado con salpicaduras típicas de cuando uno combate cuerpo a cuerpo contra un gran grupo de enemigos.
El mercenario ajito sus espadas un par de veces para sacudir la sangre de sus rivales y una vez que estuvieron limpias las volvió a enfundar para luego regresar junto al grupo donde Skadi lo recibiría queriendo devolverle la antorcha, a lo que el guerrero reacciono acariciándole la cabeza mientras le sonreía con ternura –consérvala, yo necesitare mis dos manos para luchar, tu se mi luz.- por un segundo parecía que los ojos de la niña comenzaran a brillar con esas palabras y levanto la antorcha lo más alto que pudo para poder iluminar mejor el lugar.
El sujeto que se identificaba como Reiko, propuso la sensata táctica de evitar combates directos con las hordas de muertos y buscar circunnavegar los grandes grupos de centinelas que rondaban por las alcantarillas –me parece razonable, pero, ¿sabes por donde tenemos que ir?- lo cierto es que no tenían ni idea de donde se encontraba su objetivo, pero el mercenario había comprendido un poco de lo que tenían que hacer, las criaturas eran como títeres movidas por un brujo, si lo mataban los muertos cesarían de ser un problema, el único tema era saber dónde encontrarlos –no sabemos donde están los que mueven las cuerdas, pero ellos ya han de tener nuestra ubicación aproximada, debemos movernos con cuidado o arriesgamos de caer en mas emboscadas, o incluso perdernos...- entonces su mirada se ilumino, el chico brujo era la clave, sus ilusiones habían distraído a los muertos y los condujeron por otro camino, era de esperarse que para poder lograr eso tendría que tener cierto entendimiento de los alrededores, aparte de que ya era un lugareño de la ciudad, eso le daba cierta ventaja sobre el resto del grupo –una vez que nos alejemos de los muertos lo suficiente el chico debería guiarnos, es obvio que tiene cierto conocimiento del lugar, o de otro modo no se explicaría como sabría por donde alejar a los muertos, alternativamente podríamos intentar ir por donde los cadáveres llegaron, capaz eso nos guie a la fuente, pero creo que es más arriesgado.- Klinge estaba haciendo gala de su entendimiento de tácticas militares, uno siempre era capaz de encontrar el campamento enemigo al recorrer al revés el camino que ellos hicieron para atacarte, aunque eso te lleve directamente a la puerta principal enemiga.
El mercenario ajito sus espadas un par de veces para sacudir la sangre de sus rivales y una vez que estuvieron limpias las volvió a enfundar para luego regresar junto al grupo donde Skadi lo recibiría queriendo devolverle la antorcha, a lo que el guerrero reacciono acariciándole la cabeza mientras le sonreía con ternura –consérvala, yo necesitare mis dos manos para luchar, tu se mi luz.- por un segundo parecía que los ojos de la niña comenzaran a brillar con esas palabras y levanto la antorcha lo más alto que pudo para poder iluminar mejor el lugar.
El sujeto que se identificaba como Reiko, propuso la sensata táctica de evitar combates directos con las hordas de muertos y buscar circunnavegar los grandes grupos de centinelas que rondaban por las alcantarillas –me parece razonable, pero, ¿sabes por donde tenemos que ir?- lo cierto es que no tenían ni idea de donde se encontraba su objetivo, pero el mercenario había comprendido un poco de lo que tenían que hacer, las criaturas eran como títeres movidas por un brujo, si lo mataban los muertos cesarían de ser un problema, el único tema era saber dónde encontrarlos –no sabemos donde están los que mueven las cuerdas, pero ellos ya han de tener nuestra ubicación aproximada, debemos movernos con cuidado o arriesgamos de caer en mas emboscadas, o incluso perdernos...- entonces su mirada se ilumino, el chico brujo era la clave, sus ilusiones habían distraído a los muertos y los condujeron por otro camino, era de esperarse que para poder lograr eso tendría que tener cierto entendimiento de los alrededores, aparte de que ya era un lugareño de la ciudad, eso le daba cierta ventaja sobre el resto del grupo –una vez que nos alejemos de los muertos lo suficiente el chico debería guiarnos, es obvio que tiene cierto conocimiento del lugar, o de otro modo no se explicaría como sabría por donde alejar a los muertos, alternativamente podríamos intentar ir por donde los cadáveres llegaron, capaz eso nos guie a la fuente, pero creo que es más arriesgado.- Klinge estaba haciendo gala de su entendimiento de tácticas militares, uno siempre era capaz de encontrar el campamento enemigo al recorrer al revés el camino que ellos hicieron para atacarte, aunque eso te lleve directamente a la puerta principal enemiga.
Klinge
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Re: [Guerra en Lunargenta] Bajo la tierra y el mar [Libre] [Cerrado]
La estrategia funcionó a la perfección. El improvisado grupo de héroes caminaba entre los cadáveres sin ser detectados. El Capitán se sentía como si estuviera navegando en una densa niebla de gris oscura. El mar serían los muertos y el viento que empujaba el barco (la niebla) era la magia del niño brujo. Era impresionante. Vaciante, levantó el brazo derecho y rozó con la tenaza la mejilla deshecha de uno de los cadáveres; ni se inmutó. Beatriz, desconfiada, apuntaba con su espada a todo muerto que se levantase del suelo. El Capitán Werner supuso, a juzgar por las acciones de Beatriz, que Demian sería el primer brujo que la mujer se encontró en sus viajes; al menos, el primero que dominase la siniestra magia del ilusionismo. No sería de extrañar que, una vez hubieran esquivado a los muertos, Beatriz apuntase con su espada a niño.
Los túneles comenzaron a bi y trifurcarse. Se hacía más complicado determinar un camino correcto. Al principio, pensaron en tomar el camino por dónde venían los muertos. Más tarde, comprendieron que aquella primera idea fue una reverenda estupidez; el ejército de muertos nacía de todos los canales. Mordieron el anzuelo y sedal. Estaban atrapados en un laberinto de túneles sin nada con lo que poder orientarse. Por varias ocasiones, al Capitán le pareció haber pasado enfrente del mismo montón de huesos de rata. ¿Esa serpiente flotando en el agua no la habían visto hacía apenas siete minutos, antes de aquella bifurcación? Se le ocurrió medir el nivel y el caudal del agua residual. El camino correcto sería aquel que viniera con mayor velocidad. Hizo frenar al grupo levantando la mano y puso su sombrero boca abajo en el agua, contando mentalmente, midió el caudal. Siempre era el mismo. No se volvió a poner el sombrero en la cabeza. Con la marca gris que dejaba el agua sobre sus pantalones medía el nivel. No variaba. Luego de un buen rato, no supo determinar cuánto con exactitud, expuso lo que todos sabían:
-Estamos dando vueltas-.
El niño brujo era quien peor parado quedaba. Su magia parecía necesitar algún tipo de moneda energética. Alcanzaron las reservas y el cuerpo de Demian se resentía. Las arrugas faciales se le marcaron en su piel haciéndole parecer un hombre de cincuenta años atrapado en un cuerpo de doce. La niebla creciendo entre sus dedos no le hacían tener un mejor aspecto. La espada de Beatriz, como bien había predicho el Capitán, dirigía su punta hacia el chico. El Capitán se acercó a él, le puso su mano izquierda sobre el hombro y le dijo en tono paternal:
-Debes descansar. No es necesario que continúes maltratando tu cuerpo-.
Reiko y Klinge tenían sus propias ideas acerca de cómo tratar a los cadáveres. Reiko aprovechó su invisibilidad para inutilizar, a base de golpes con su hacha, a todo enemigo que se le cruzase por su lado. Hizo lo posible para no matar a ninguno y que los gritos de éstos no desvelasen su posición sobre la niebla negra. Klinge le imitó. Las ideas de barbaros guerreros se expandían más rápido que una enfermedad. Pronto, incluso Beatriz empezó a cercenar cadáveres. El Capitán no desenvainó su espada. No servía para nada. En el suelo, las manos y piernas cortadas se arrastraban buscando el torso al que pertenecían. La piel de los extremos cortados se abría como si se estuviera descosiendo y, una vez pegada al lugar correcto, se volvía a coser.
Si algo era cierto es que debían de hacer algo para salir de aquel laberinto de túneles. Lo incorrecto, por parte de Klinge, era exigir que el niño brujo continuase utilizando su magia. Demian podía acabar consumido por su propia niebla.
Se llevó la tenaza en la sien y la apretó como si esto le ayudase a pensar. Se imaginó que se encontraba en una de las historias que los trovadores cantaban cada mañana en la plaza de la Lunargenta. Para preservar su negocio, jamás desvelaban el final de una historia en una única sesión, se callaban en el momento en que el héroe se encontraba con el terrible dragón que le separaba de su amada princesa y…. Al día siguiente continuaban. Un Alfred Werner, veinte años más joven, pasaba las tardes imaginándose los finales posibles a las historias de los trovadores. Lo bautizó como el juego “Escape” en alusión a que, en la mayoría de pausas de los trovadores, el héroe se encontraba en un momento de peligro del cual tenía que escapar: traspasando un precipicio por un puente consumido por el tiempo, engullido por una ballena o atrapado por un momento de elfos arqueros que dirigen sus flechas a su cabeza. En esta ocasión, los héroes se encontraban en sumergidos por una niebla negra en un mar de cadáveres vivientes. La niebla empezaba a difundirse y los ojos de los muertos a desviarse hacia ellos.
¡Escapa! Gritó la voz del pequeño Alfred en la cabeza del Capitán. No había una tarde para pensar en el final; tenía escasos segundos. ¡Escapa! Un muerto dio un paso hacia delante, su aliento de perro chocó en las fauces del Capitán. ¡Escapa!
-Lo tengo- sacó la lengua y lamió el aire. El gas que emitía el agua residual era sumamente inflamable, su sabor era inconfundible – Chico retira la niebla a mi señal-.
Buscó entre sus bolsillos de la gabardina la pipa y la bolsa de hierba; mojadas por primer combate en el mar. No fue un inconveniente para el Capitán. Juntó un montón de hierba en su mano izquierda y la lanzó a la cara del muerto que le había echado el aliento. Lo siguiente fue chasquear la pinza y dar un brinco hacia atrás.
-¡Ahora!- (¡Escapa!)
La cabeza del muerto ardió en el acto. Corrió unos segundos por la cloaca como una gallina degollada y terminó con una combustión que se llevó consigo a gran parte de sus amigos sin vida.
-Si me imitáis, ir con cuidado. Lo habéis visto. El gas de las cloacas hace que una chica se convierta en una explosión. Un segundo y es un montón de llamas. Cuatro segundos más, un estallido que un brujo envidiaría- lo último lo dijo en referencia a la conversación anterior con Demian. El Capitán no creía en el Éter, en una fuerza invisible que controlaba la vida de los hombres. En la filosofía del pirata, era la fuerza de los hombres la que controlaba la naturaleza.
Offrol: El gas explosivo que se hace referencia es el metano. No he podido resistirme a utilizar mis dotes de químico en este post.
Los túneles comenzaron a bi y trifurcarse. Se hacía más complicado determinar un camino correcto. Al principio, pensaron en tomar el camino por dónde venían los muertos. Más tarde, comprendieron que aquella primera idea fue una reverenda estupidez; el ejército de muertos nacía de todos los canales. Mordieron el anzuelo y sedal. Estaban atrapados en un laberinto de túneles sin nada con lo que poder orientarse. Por varias ocasiones, al Capitán le pareció haber pasado enfrente del mismo montón de huesos de rata. ¿Esa serpiente flotando en el agua no la habían visto hacía apenas siete minutos, antes de aquella bifurcación? Se le ocurrió medir el nivel y el caudal del agua residual. El camino correcto sería aquel que viniera con mayor velocidad. Hizo frenar al grupo levantando la mano y puso su sombrero boca abajo en el agua, contando mentalmente, midió el caudal. Siempre era el mismo. No se volvió a poner el sombrero en la cabeza. Con la marca gris que dejaba el agua sobre sus pantalones medía el nivel. No variaba. Luego de un buen rato, no supo determinar cuánto con exactitud, expuso lo que todos sabían:
-Estamos dando vueltas-.
El niño brujo era quien peor parado quedaba. Su magia parecía necesitar algún tipo de moneda energética. Alcanzaron las reservas y el cuerpo de Demian se resentía. Las arrugas faciales se le marcaron en su piel haciéndole parecer un hombre de cincuenta años atrapado en un cuerpo de doce. La niebla creciendo entre sus dedos no le hacían tener un mejor aspecto. La espada de Beatriz, como bien había predicho el Capitán, dirigía su punta hacia el chico. El Capitán se acercó a él, le puso su mano izquierda sobre el hombro y le dijo en tono paternal:
-Debes descansar. No es necesario que continúes maltratando tu cuerpo-.
Reiko y Klinge tenían sus propias ideas acerca de cómo tratar a los cadáveres. Reiko aprovechó su invisibilidad para inutilizar, a base de golpes con su hacha, a todo enemigo que se le cruzase por su lado. Hizo lo posible para no matar a ninguno y que los gritos de éstos no desvelasen su posición sobre la niebla negra. Klinge le imitó. Las ideas de barbaros guerreros se expandían más rápido que una enfermedad. Pronto, incluso Beatriz empezó a cercenar cadáveres. El Capitán no desenvainó su espada. No servía para nada. En el suelo, las manos y piernas cortadas se arrastraban buscando el torso al que pertenecían. La piel de los extremos cortados se abría como si se estuviera descosiendo y, una vez pegada al lugar correcto, se volvía a coser.
Si algo era cierto es que debían de hacer algo para salir de aquel laberinto de túneles. Lo incorrecto, por parte de Klinge, era exigir que el niño brujo continuase utilizando su magia. Demian podía acabar consumido por su propia niebla.
Se llevó la tenaza en la sien y la apretó como si esto le ayudase a pensar. Se imaginó que se encontraba en una de las historias que los trovadores cantaban cada mañana en la plaza de la Lunargenta. Para preservar su negocio, jamás desvelaban el final de una historia en una única sesión, se callaban en el momento en que el héroe se encontraba con el terrible dragón que le separaba de su amada princesa y…. Al día siguiente continuaban. Un Alfred Werner, veinte años más joven, pasaba las tardes imaginándose los finales posibles a las historias de los trovadores. Lo bautizó como el juego “Escape” en alusión a que, en la mayoría de pausas de los trovadores, el héroe se encontraba en un momento de peligro del cual tenía que escapar: traspasando un precipicio por un puente consumido por el tiempo, engullido por una ballena o atrapado por un momento de elfos arqueros que dirigen sus flechas a su cabeza. En esta ocasión, los héroes se encontraban en sumergidos por una niebla negra en un mar de cadáveres vivientes. La niebla empezaba a difundirse y los ojos de los muertos a desviarse hacia ellos.
¡Escapa! Gritó la voz del pequeño Alfred en la cabeza del Capitán. No había una tarde para pensar en el final; tenía escasos segundos. ¡Escapa! Un muerto dio un paso hacia delante, su aliento de perro chocó en las fauces del Capitán. ¡Escapa!
-Lo tengo- sacó la lengua y lamió el aire. El gas que emitía el agua residual era sumamente inflamable, su sabor era inconfundible – Chico retira la niebla a mi señal-.
Buscó entre sus bolsillos de la gabardina la pipa y la bolsa de hierba; mojadas por primer combate en el mar. No fue un inconveniente para el Capitán. Juntó un montón de hierba en su mano izquierda y la lanzó a la cara del muerto que le había echado el aliento. Lo siguiente fue chasquear la pinza y dar un brinco hacia atrás.
-¡Ahora!- (¡Escapa!)
La cabeza del muerto ardió en el acto. Corrió unos segundos por la cloaca como una gallina degollada y terminó con una combustión que se llevó consigo a gran parte de sus amigos sin vida.
-Si me imitáis, ir con cuidado. Lo habéis visto. El gas de las cloacas hace que una chica se convierta en una explosión. Un segundo y es un montón de llamas. Cuatro segundos más, un estallido que un brujo envidiaría- lo último lo dijo en referencia a la conversación anterior con Demian. El Capitán no creía en el Éter, en una fuerza invisible que controlaba la vida de los hombres. En la filosofía del pirata, era la fuerza de los hombres la que controlaba la naturaleza.
Offrol: El gas explosivo que se hace referencia es el metano. No he podido resistirme a utilizar mis dotes de químico en este post.
El Capitán Werner
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Re: [Guerra en Lunargenta] Bajo la tierra y el mar [Libre] [Cerrado]
La suposición de Klinge no estaba errada. Como miembro de los Gorriones, robar y esconderse eran el pan de cada día y una de las estrategias para evitar guardias demasiado molestos era simplemente bajar a las cloacas y esperar allí a que todo se calmara.
Ahora bien, el entramado bajo las calles no era tan simple como podía suponerse y, con la ausencia de puntos de referencia, era difícil memorizar y reconocer cada posible esquina y túnel. Aún así, el chico tenía cierta familiaridad con el tema.
El problema estaba en que su concentración completa estaba en mantener la ilusión para desviar a los enemigos. Al principio su plan era sólo distraerlos lo suficiente para que lograran encontrar un camino libre y dejar de usar la magia, pero esas cosas seguían y seguían llegando y no parecían encontrar un camino a salvo, lo que no le daba descanso.
El éter podía ser virtualmente eterno, pero había que invertir energía para usarlo. Si bien Demian estaba bastante acostumbrado a usar la magia, tarde o temprano iba a agotar todas sus energías.
Acaba aceptando la invitación del humano.
Montado sobre su espalda, continúa el avance y conserva energías, pero aún no parecen encontrar una solución al problema y el reloj sigue haciendo su tic tac. En ese momento notó que la espada de la mujer estaba sospechosamente apuntando en su dirección.
La inexpresividad de Demian no mostró nada, pero sus ojos exploraron a la soldado. Ya de por sí sus labores comunes le hacían tener poca afinidad con los agentes armados de la corona, mucho menos con alguno que mostrara hostilidad. El chico tomó nota, quizás, antes de que salieran de esas cloacas, iba a tener que untar su daga en sangre más cálida. No podía negarse a sí mismo el hecho de que la idea sonaba atractiva.
Finalmente, a señal del capitán, descansó.
Los muros volvieron a su natural posición para los enemigos, mientras el capitán usaba ciertos recursos poco comunes para incinerar a los cadáveres. A Demian le resultaba una movida arriesgada, no sólo podía llamar la atención de más enemigos con el fuego, sino que también estaba la posibilidad de que el fuego no saliera exactamente en la dirección e intensidad deseados. Con la magia los magos Tensai controlaban cada matiz que tomaban las llamas, pero eso no era magia.
Decidió no participar de aquel ejercicio y, aún trepado en el útil humano, miraba los alrededores.
Un destello de fuego le hizo ver con más claridad una señal. Las bifurcaciones del alcantarillado no eran del todo azarosas, había cierto orden. Era difícil de ver las señales, pero el gorrión había estado bajo las calles en variadas ocasiones.
–Hacia la izquierda —dice apuntando a una de las bifurcaciones –. No puedo estar comp-pletamente seguro, pero recuerdo que hacia allí hay una ma-matriz.
Si la memoria no le fallaba, aquellos caminos debían desembocar en una matriz central, una cloaca más grande y amplia que suponía podía también ser un centro importante de operaciones de los enemigos. Si querían acabar con ellos debían llegar al corazón del asunto.
Demian
Aerandiano de honor
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Re: [Guerra en Lunargenta] Bajo la tierra y el mar [Libre] [Cerrado]
El chico extraño acepta la invitación de Reiko, este último lo sube a su espalda en un solo movimiento certero. No pesa casi nada… es la primera vez que lleva un niño a cuestas en su nueva memoria y puede decir ahora que es una curiosa experiencia.
Con ese detalle solucionado ya pueden avanzar, por desgracia los muertos campan a sus anchas en toda la cloaca. Por más que cubren terreno siempre terminan cerca de otros grupos descompuestos, deben haber cientos de hostiles en los túneles.
Los demás combatientes de primera línea deciden seguir las indicaciones del Jäger, utilizan fuerza no letal para incapacitar cualquier rezagado. Si bien aquellos seres logran rearmarse, gastan tiempo y eso permite al grupo seguir adelante.
Otra cosa resulta pertinente, el chico brujo comienza a quedarse sin reservas. Incluso Reiko puede percibir su agotamiento energético, la miasmita suele darle mayor afinidad arcana que a un humano corriente. Detecta manifestaciones de esa índole cuando las tiene cerca… o encima. Aquello funciona en doble sentido pero de momento no es relevante.
Le debemos la vida a este niño, busca enemigos en otro lado.
Dice mientras usa su tomahawk para bajar la espada del elemento femenino adulto, su amenaza es una mala compensación. Le deben la seguridad actual al chiquillo, por lo que al guerrero respecta tiene su confianza. Las peleas internas destruyen partidas tan eficientemente como un batallón contrario y es algo que tiene bien en cuenta.
Al final Werner logra detectar un apoyo ambiental, forma llamas con solo hacer saltar chispas. Hunter baja a una posición segura y procura que su carga no sufra daños. Cuando se levanta nuevamente puede observar la obra del capitán, nada que envidiarle a un hechicero elemental.
El gas apestoso explota, anotado.
Para el peculiar luchador nunca es posible acostarse sin aprender algo nuevo, en esta oportunidad es un poco más real. Aerandir tiene muchos misterios y se requieren décadas para poder entender sus nociones más básicas.
Una posibilidad es mejor que nada, mejor asegurarnos.
Luego de dar tantas vueltas es de agradecer algo mas seguro, mejor llegar al desenlace rápido antes de que las heridas y el cansancio hagan estragos. Klinge tenia razón sobre el niño, sabe bastante de la ciudad a pesar de su corta existencia.
Por cierto, ¿Cuál es tu nombre?
Dice al chiquillo que tiene en la espalda, fue el único que no se presentó y admite tener cierta curiosidad. Lo bueno es que tienen el camino despejado, aquella manifestación ardiente consiguió eliminar de golpe muchos enemigos abriendo cierta ventana. Esta vez Reiko se queda a la mitad del grupo para darle tiempo al pequeño de recuperarse, seguramente volverá a caminar por iniciativa propia cuando sus reservas logren subir.
Con ese detalle solucionado ya pueden avanzar, por desgracia los muertos campan a sus anchas en toda la cloaca. Por más que cubren terreno siempre terminan cerca de otros grupos descompuestos, deben haber cientos de hostiles en los túneles.
Los demás combatientes de primera línea deciden seguir las indicaciones del Jäger, utilizan fuerza no letal para incapacitar cualquier rezagado. Si bien aquellos seres logran rearmarse, gastan tiempo y eso permite al grupo seguir adelante.
Otra cosa resulta pertinente, el chico brujo comienza a quedarse sin reservas. Incluso Reiko puede percibir su agotamiento energético, la miasmita suele darle mayor afinidad arcana que a un humano corriente. Detecta manifestaciones de esa índole cuando las tiene cerca… o encima. Aquello funciona en doble sentido pero de momento no es relevante.
Le debemos la vida a este niño, busca enemigos en otro lado.
Dice mientras usa su tomahawk para bajar la espada del elemento femenino adulto, su amenaza es una mala compensación. Le deben la seguridad actual al chiquillo, por lo que al guerrero respecta tiene su confianza. Las peleas internas destruyen partidas tan eficientemente como un batallón contrario y es algo que tiene bien en cuenta.
Al final Werner logra detectar un apoyo ambiental, forma llamas con solo hacer saltar chispas. Hunter baja a una posición segura y procura que su carga no sufra daños. Cuando se levanta nuevamente puede observar la obra del capitán, nada que envidiarle a un hechicero elemental.
El gas apestoso explota, anotado.
Para el peculiar luchador nunca es posible acostarse sin aprender algo nuevo, en esta oportunidad es un poco más real. Aerandir tiene muchos misterios y se requieren décadas para poder entender sus nociones más básicas.
Una posibilidad es mejor que nada, mejor asegurarnos.
Luego de dar tantas vueltas es de agradecer algo mas seguro, mejor llegar al desenlace rápido antes de que las heridas y el cansancio hagan estragos. Klinge tenia razón sobre el niño, sabe bastante de la ciudad a pesar de su corta existencia.
Por cierto, ¿Cuál es tu nombre?
Dice al chiquillo que tiene en la espalda, fue el único que no se presentó y admite tener cierta curiosidad. Lo bueno es que tienen el camino despejado, aquella manifestación ardiente consiguió eliminar de golpe muchos enemigos abriendo cierta ventana. Esta vez Reiko se queda a la mitad del grupo para darle tiempo al pequeño de recuperarse, seguramente volverá a caminar por iniciativa propia cuando sus reservas logren subir.
Reiko
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Re: [Guerra en Lunargenta] Bajo la tierra y el mar [Libre] [Cerrado]
A pesar de los problemas que tuvieron por culpa de los no muertos el grupo consiguió avanzar y reubicarse gracias al pensamiento rápido del capitán, llegando a una matriz central de las cloacas.
Klinge llego primero seguido a corta distancia por Skadi que lo acompañaba como una sombra luminosa, puesto que aun cargaba con la antorcha que le dio el espadachín, el resto del grupo no tardo en llegar justo detrás de ellos.
La cloaca se bifurcaba en otros cuatro posibles caminos, cinco contando por donde llego el grupo, Klinge hizo seña para que se detuvieran -¿ahora por donde?- pregunto irritado -no podemos decir "donde se mueven los muertos se encuentran los que los controlan", porque están por todos lados- dijo apretando su entrecejo intentando pensar; mientras tanto, Skadi miraba a todos lados con curiosidad cuando de pronto escucho voces que venían de un de los caminos a la izquierda.
La pequeña empezó a tironear el pantalón de su guardián para llamar su atención, cuando este si dio la vuelta a verla, Skadi le señalo con su mano la cloaca de la que provenían las voces, el espadachín hizo seña a los demás para que quedasen en silencio mientras el acercaba al túnel lentamente con su oreja izquierda asomada para escuchar mejor.
Del fondo del túnel se escuchaban voces, no los chillidos de los muertos, pero cantos, cantos rituales de los vivos, una sonrisa se dibujo en el rostro del guerrero, quien se dio la vuelta a ver a sus compañeros y desenfundo sus armas para luego darle una señal al grupo con su cabeza para que lo siguieran, antes de adentrarse en la oscuridad.
Klinge llego primero seguido a corta distancia por Skadi que lo acompañaba como una sombra luminosa, puesto que aun cargaba con la antorcha que le dio el espadachín, el resto del grupo no tardo en llegar justo detrás de ellos.
La cloaca se bifurcaba en otros cuatro posibles caminos, cinco contando por donde llego el grupo, Klinge hizo seña para que se detuvieran -¿ahora por donde?- pregunto irritado -no podemos decir "donde se mueven los muertos se encuentran los que los controlan", porque están por todos lados- dijo apretando su entrecejo intentando pensar; mientras tanto, Skadi miraba a todos lados con curiosidad cuando de pronto escucho voces que venían de un de los caminos a la izquierda.
La pequeña empezó a tironear el pantalón de su guardián para llamar su atención, cuando este si dio la vuelta a verla, Skadi le señalo con su mano la cloaca de la que provenían las voces, el espadachín hizo seña a los demás para que quedasen en silencio mientras el acercaba al túnel lentamente con su oreja izquierda asomada para escuchar mejor.
Del fondo del túnel se escuchaban voces, no los chillidos de los muertos, pero cantos, cantos rituales de los vivos, una sonrisa se dibujo en el rostro del guerrero, quien se dio la vuelta a ver a sus compañeros y desenfundo sus armas para luego darle una señal al grupo con su cabeza para que lo siguieran, antes de adentrarse en la oscuridad.
- disculpa:
- lamento mucho este error y retraso, no estuve con acceso a una pc y tuve que pedirle ayuda a alguien mas para que postee por mi, obviamente se cometieron errores.
Klinge
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Re: [Guerra en Lunargenta] Bajo la tierra y el mar [Libre] [Cerrado]
Es estallido que se escuchaba como si un gigante hubiera eructado a lo lejos, le despertó del trance. Tenía los brazos y las piernas encadenados contra la pared. Miró con amargura los cuatro grilletes; acto seguido, pronunció una maldición. De haber estado en a bordo de El Promesa, el Capitán Werner le había renegado por su mal lenguaje. <>. Solía decir.
El hombre canguro intentó repetir las palabras de su capitán. Unió el labio superior con la quijada huesuda que los nigromantes le habían dejado.
-Bif, bif. Rofgie- sonó.
Los cabrones se lo habían pasado en grande. Durante el tiempo que Roger Baraun había permanecido inconsciente, los nigromantes aprovecharon para cortar tanto como les diera en gana. El canguro tenía mitad derecha de su cara desollada, su quijada quedaba a la vista. Aquellas personas que quisieran perder peso vomitando no tenían que molestar con meterse los dedos en la boca, con ver de cerca la cara de Roger bastaba. Una desgracia que allí abajo no hubiera ninguna persona. Los habitantes de las cloacas eran monstruos maltrechos.
Analizó a cada uno de los individuos que alcanzaba a ver igual como lo hubiera hecho el Capitán. En su mayoría, eran marginados sociales, seres deformes, desesperados por conseguir el cuerpo perfecto que los Dioses les habían negado: dos jorobados, una especie de gigante idiota y otro que no sabía diferencia si era un hombre o una mujer, tal vez fuera las dos cosas a la vez. Entre los monstruos destacaba una figura vestida con una túnica negra con adornos púrpuras, el nigromante y el maestro de los monstruos. Tenía un cuchillo en la mano derecha y la quijada de un animal en la izquierda. El nigromante dio la quijada a uno de los jorobados y le prometió algo que, dada a la distancia, Roger fue incapaz de escuchar; no fue difícil imaginarse qué sería. El jorobado tomó la quijada con las dos manos y la lamió como si fuera el pecho de una dama. El nigromante levantó las manos y rezó a pleno pulmón:
-Somos los creadores de la vida. Nosotros decidimos qué ser. Podemos nacer infinidad de veces. No tenemos miedo al abrazo de la muerte pues ella, es sabia y justa. La muerte nos ofrecerá aquello que los Dioses en vida nos negaron. Mírame, hijo mío. ¿Estás preparado para nacer de nuevo? ¿Estás preparado para tomar decisiones? ¿Estás preparado para tomar aquello que quieras y negar lo que odies? Acércate, - y el jorobado se acercó - recibe el don de la muerte-.
El nigromante atravesó la garganta del jorobado con el cuchillo. Roger quiso apartar la vista, pero las enseñanzas que el Capitán Werner le obligaron a mantener los ojos fijos en el ritual. El jorobado cayó de bruces contra el suelo. Estuvo agonizando unos segundos. Roger había visto sacrificar a conejos que habían sufrido menos de lo que lo estaba haciendo aquel miserable.
-¿Y fief? ¿Quiéf tefdrá el gusto de coferfe aftes de forir? ¿El idiota cof cara de cerdo o el cerdo cof cara de idiota?- Bip, bip.
Los monstruos de circo y el nigromante hicieron caso omiso de las provocaciones del canguro, estaban demasiado ajetreados con lo que fuera que estuvieran haciendo.
Después de unos minutos más, cuando los estallidos parecían estar a pocos metros de distancia de la sala de sacrificios, el jorobado muerto se levantó. Efectivamente, su joroba había pasado a la historia, estaba perfectamente erguido. Sin embargo, seguía siendo un monstruo. La grasa de la piel se le caía a jirones; parecía una bolsa de carne deshinchada. El exjorobado se apartó de sus antiguos compañeros. Fue a una zona de la sala donde había una mesa de metal vacía, la levantó en el aire y la volcó varios metros. Estaba probando su nueva fuerza.
Roger rió sonoramente. ¿Qué otra cosa podía hacer antes de morir si no reír como un pirata?
***************************************************
El plan del Capitán Werner funcionó a la perfección. Antes de que se diera cuenta, el grupo empezó a correr en la dirección en la que el pequeño brujo les señalaba, la cual coincidía con la dirección en la que provenían los gritos.
Las bifurcaciones fueron menguando. Los cadáveres calcinados que dejaban atrás no volvían a levantarse. Todo apuntaba que la batalla iba por buen camino. Más adelante, el Capitán Werner encontraría a los miembros de su tripulación perdida y Beatriz Mendoza a su hermana.
¡Luces! Desde el fondo del túnel se alcanzaba a ver una débil luz tapada por la peste de la alcantarilla, parecía que estuvieran viendo el sol reflejado por el agua de un pantano.
-Descansa, te lo has ganado. - le dijo al niño brujo poniendo la tenaza en su hombro- gracias-.
El Capitán comprobó que la punta de su tenaza estaba quemada; no le dio importancia. Le dolía ligeramente, su protección natural de quitina le permitía el lujo de ignorar cierto daño que recibía la tenaza.
-Podrás protegerlo- sonaba como una pregunta, pero tanto el pirata como el guerrero del hacha sabían que no lo era. Hacia el resto del grupo: - Entremos. Quiero terminar con esto lo antes posible-.
La escena fue de espanto. Una sala en las alcantarillas dedicada a la tortura, a la disección y a la nigromancia. El centro estaba ocupado por estanterías repletas de pociones y artilugios que el Capitán no supo diferenciar. Las paredes estaban reservadas para los hombres y mujeres que servían como experimentos.
Beatriz se acercó a la espalda del Capitán y le tiró del hombro. Intentó hablar en un susurro, que solo él pudiera escucharle, pero no lo consiguió. Estaba tan nerviosa que no podía evitar hablar de otra manera que no fuera en voz alta y sonora; todo el grupo le escuchó decir:
-No veo a Leonor. ¡No está! Hemos llegado tarde- todo el grupo le escuchó llorar.
El Capitán no contestó. Sus ojos estaban atentos a una cara conocida que encontró entre los presos: Roger Baraun, uno de los miembros perdidos de su tripulación, estaba entre los presentes. Werner se preocupó al ver que solo media cara del hombre canguro tenía carne. La otra media, se la habrían comido los engendros.
-Bip, Bip. Rogie- dijo el Capitán para sí mismo.
Offrol: Esta parte del tema es la que más tiene que ver con la maldición que Master Ger me impuso. Debo buscar a los miembros perdidos de mi tripulación. En las alcantarillas, tenía que encontrar a Roger Baraun. He querido que su aparición sea "épica". Espero que os guste. [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]
La batalla en sí os lo dejo a vuestro gusto, el Capitán es un personaje soporte.
El hombre canguro intentó repetir las palabras de su capitán. Unió el labio superior con la quijada huesuda que los nigromantes le habían dejado.
-Bif, bif. Rofgie- sonó.
Los cabrones se lo habían pasado en grande. Durante el tiempo que Roger Baraun había permanecido inconsciente, los nigromantes aprovecharon para cortar tanto como les diera en gana. El canguro tenía mitad derecha de su cara desollada, su quijada quedaba a la vista. Aquellas personas que quisieran perder peso vomitando no tenían que molestar con meterse los dedos en la boca, con ver de cerca la cara de Roger bastaba. Una desgracia que allí abajo no hubiera ninguna persona. Los habitantes de las cloacas eran monstruos maltrechos.
Analizó a cada uno de los individuos que alcanzaba a ver igual como lo hubiera hecho el Capitán. En su mayoría, eran marginados sociales, seres deformes, desesperados por conseguir el cuerpo perfecto que los Dioses les habían negado: dos jorobados, una especie de gigante idiota y otro que no sabía diferencia si era un hombre o una mujer, tal vez fuera las dos cosas a la vez. Entre los monstruos destacaba una figura vestida con una túnica negra con adornos púrpuras, el nigromante y el maestro de los monstruos. Tenía un cuchillo en la mano derecha y la quijada de un animal en la izquierda. El nigromante dio la quijada a uno de los jorobados y le prometió algo que, dada a la distancia, Roger fue incapaz de escuchar; no fue difícil imaginarse qué sería. El jorobado tomó la quijada con las dos manos y la lamió como si fuera el pecho de una dama. El nigromante levantó las manos y rezó a pleno pulmón:
-Somos los creadores de la vida. Nosotros decidimos qué ser. Podemos nacer infinidad de veces. No tenemos miedo al abrazo de la muerte pues ella, es sabia y justa. La muerte nos ofrecerá aquello que los Dioses en vida nos negaron. Mírame, hijo mío. ¿Estás preparado para nacer de nuevo? ¿Estás preparado para tomar decisiones? ¿Estás preparado para tomar aquello que quieras y negar lo que odies? Acércate, - y el jorobado se acercó - recibe el don de la muerte-.
El nigromante atravesó la garganta del jorobado con el cuchillo. Roger quiso apartar la vista, pero las enseñanzas que el Capitán Werner le obligaron a mantener los ojos fijos en el ritual. El jorobado cayó de bruces contra el suelo. Estuvo agonizando unos segundos. Roger había visto sacrificar a conejos que habían sufrido menos de lo que lo estaba haciendo aquel miserable.
-¿Y fief? ¿Quiéf tefdrá el gusto de coferfe aftes de forir? ¿El idiota cof cara de cerdo o el cerdo cof cara de idiota?- Bip, bip.
Los monstruos de circo y el nigromante hicieron caso omiso de las provocaciones del canguro, estaban demasiado ajetreados con lo que fuera que estuvieran haciendo.
Después de unos minutos más, cuando los estallidos parecían estar a pocos metros de distancia de la sala de sacrificios, el jorobado muerto se levantó. Efectivamente, su joroba había pasado a la historia, estaba perfectamente erguido. Sin embargo, seguía siendo un monstruo. La grasa de la piel se le caía a jirones; parecía una bolsa de carne deshinchada. El exjorobado se apartó de sus antiguos compañeros. Fue a una zona de la sala donde había una mesa de metal vacía, la levantó en el aire y la volcó varios metros. Estaba probando su nueva fuerza.
Roger rió sonoramente. ¿Qué otra cosa podía hacer antes de morir si no reír como un pirata?
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El plan del Capitán Werner funcionó a la perfección. Antes de que se diera cuenta, el grupo empezó a correr en la dirección en la que el pequeño brujo les señalaba, la cual coincidía con la dirección en la que provenían los gritos.
Las bifurcaciones fueron menguando. Los cadáveres calcinados que dejaban atrás no volvían a levantarse. Todo apuntaba que la batalla iba por buen camino. Más adelante, el Capitán Werner encontraría a los miembros de su tripulación perdida y Beatriz Mendoza a su hermana.
¡Luces! Desde el fondo del túnel se alcanzaba a ver una débil luz tapada por la peste de la alcantarilla, parecía que estuvieran viendo el sol reflejado por el agua de un pantano.
-Descansa, te lo has ganado. - le dijo al niño brujo poniendo la tenaza en su hombro- gracias-.
El Capitán comprobó que la punta de su tenaza estaba quemada; no le dio importancia. Le dolía ligeramente, su protección natural de quitina le permitía el lujo de ignorar cierto daño que recibía la tenaza.
-Podrás protegerlo- sonaba como una pregunta, pero tanto el pirata como el guerrero del hacha sabían que no lo era. Hacia el resto del grupo: - Entremos. Quiero terminar con esto lo antes posible-.
La escena fue de espanto. Una sala en las alcantarillas dedicada a la tortura, a la disección y a la nigromancia. El centro estaba ocupado por estanterías repletas de pociones y artilugios que el Capitán no supo diferenciar. Las paredes estaban reservadas para los hombres y mujeres que servían como experimentos.
Beatriz se acercó a la espalda del Capitán y le tiró del hombro. Intentó hablar en un susurro, que solo él pudiera escucharle, pero no lo consiguió. Estaba tan nerviosa que no podía evitar hablar de otra manera que no fuera en voz alta y sonora; todo el grupo le escuchó decir:
-No veo a Leonor. ¡No está! Hemos llegado tarde- todo el grupo le escuchó llorar.
El Capitán no contestó. Sus ojos estaban atentos a una cara conocida que encontró entre los presos: Roger Baraun, uno de los miembros perdidos de su tripulación, estaba entre los presentes. Werner se preocupó al ver que solo media cara del hombre canguro tenía carne. La otra media, se la habrían comido los engendros.
-Bip, Bip. Rogie- dijo el Capitán para sí mismo.
- Roger Baraun:
- [Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]
Offrol: Esta parte del tema es la que más tiene que ver con la maldición que Master Ger me impuso. Debo buscar a los miembros perdidos de mi tripulación. En las alcantarillas, tenía que encontrar a Roger Baraun. He querido que su aparición sea "épica". Espero que os guste. [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]
La batalla en sí os lo dejo a vuestro gusto, el Capitán es un personaje soporte.
El Capitán Werner
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Re: [Guerra en Lunargenta] Bajo la tierra y el mar [Libre] [Cerrado]
Lo trataban como si ya no tuviera fuerzas y fuera sólo una carga, pero no trató de mostrar otra cosa. A veces lo mejor era tener un bajo perfil y esperar al momento justo, como un gato cuando acecha a su presa. En este caso, un gorrión subido a la espalda de un guerrero. La situación le hizo acordarse de Chispa, su mascota gorrión. Era una lástima que el pajarillo no pudiera adentrarse en esos lugares, tan lejos del cielo.
Llegaron finalmente al centro de los eventos, un lugar no sólo horrible en apariencia, sino también en las cosas que allí ocurrían.
El chico se bajó de la espalda de Reiko y miró con calma. Dio unos pasos atrás y se sentó en un rincón, a descansar...
...o eso es lo que pudo haber dado la impresión al resto.
Cuando el combate comenzaba, Demian llamó nuevamente al éter a su presencia, comandándolo para que le envolviera, generando una ilusión. Disolviéndose en la oscuridad, Demian se volvió invisible, tanto para aliados como para enemigos.
Se puso de pie y caminó. Pasó junto a un no-muerto y tuvo que dar unos pasos al costado para que un ser de gran fuerza y con grasa cayéndole de la piel pasara a su lado. No hizo nada, sólo esperó, observando, estudiando. Sus compañeros seguro tendrían que luchar contra esa cosa, pero no iba a perder su posición ventajosa por unirse al combate en primera línea.
Caminó más.
Pasó junto a una especie de canguro humanoide que parecía haber sido víctima de horribles torturas. Pensó en matarle, allí, terminar su sufrimiento como un acto de piedad, acabar con su vida de una manera tan rápida que apenas alcanzara a sentir la daga en su cuerpo. Sería un bonito gesto, pero perdería la ventaja. No, debía dejar eso para después.
Pasaron más criaturas, todas horribles, todas llenas de sufrimiento, rencor y mucho dolor. Las mejores armas del chico eran sus temibles ilusiones, pero por lo que se veía, esas cosas ya tenían suficiente dosis de ello como para que tales ilusiones fueran muy decisivas. Debía ir más al fondo.
Finalmente le encontró. Un nigromante, a juzgar por su apariencia y posición en el asunto, manejando una mesa de elementos macabros y lo que parecía un cuchillo sacrificial.
La visión de Demian cambió. Sobre el nigromante se dibujaron una serie de zonas marcadas por llamas fatuas. Estas llamas no estaban realmente allí, eran una ilusión impuesta sobre sí mismo y nadie más, para ayudarse en lo que estaba por hacer. Marcaban los puntos más sensibles e importantes del cuerpo, donde la daga podía causar el mayor daño posible.
Avanzó en cuclillas, sacando el escalpelo que escondía en su muñequera. Era un arma corta, poco apropiada para el combate directo, pero especialmente diseñada para una tarea: cortar la carne como si fuera mantequilla. Su filo era mantenido a diario por Demian para lograr un corte preciso, exacto.
Demian llegó a un costado del nigromante, esperó a que diera un pequeño giro y descargó su ataque sobre la unión del muslo con la ingle, exactamente donde marcaba el fuego fatuo que debería estar la arteria femoral.
Extrajo el escalpelo para provocar un derrame prominente de sangre.
Siempre le había gustado ese momento, cuando la sangre salía a chorro, aún caliente.
Notas:
- Demian ha usado su habilidad de nivel 2: Presencia Fantasmal, que le permite volverse invisible y su habilidad de nivel 1: Puñalada del Fantasma, que luego ha usado para atacar a su enemigo. La puñalada está diseñada para herir puntos vitales y es el doble de eficaz cuando se ataca desde la invisibilidad.
Demian
Aerandiano de honor
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Re: [Guerra en Lunargenta] Bajo la tierra y el mar [Libre] [Cerrado]
Con el camino despejado la cuadrilla logra llegar a su objetivo, la guarida principal de los nigromantes. Reiko no puede evitar fruncir el ceño ante la cruel escena, es increíble que tal salvajismo tenga cabida en una capital por muy ocupada que este.
Alrededor solo puede ver barbarie y eso hace que su sangre hierva, siente la adrenalina fluir. Solo existe una forma de combatir la maldad, destruirla sin mediar palabra. Esas son las enseñanzas de los Jägers... sea o no Exos el culpable.
Suspira y canaliza su indignación pues tiene bien presente que toda guarida tiene sus propias bestias, por suerte esta vez no combate en solitario. El rumor de una batalla colectiva se siente en el aire como el aroma de un exquisito platillo.
Pronto el chiquillo vuelve a caminar con sus propias facultades para luego desaparecer entre ilusiones, sin duda posee una reserva bastante elevada de magia. Con su elemento más viable moviéndose entre sombras ya no pueden retrasar la refriega.
El joven guerrero se adentra en la mazmorra, trata de no reparar en las victimas pues nota como numerosos hostiles avanzan a su posición. Solo distingue un desgraciado entre los demás, cierto hombre bestial con las marcas del sufrimiento caladas en su rostro. Por un momento Hunter barajea la idea de parar su sufrimiento de manera rápida y humana pero un enemigo le hace volver al mundo real.
Cierta criatura oscura y especialmente repugnante aparece bloqueando su camino, suelta grasa por todos lados lo que la vuelve soberanamente repulsiva. Reiko desenfunda su tomahawk, luego toma algunos instante para jugar con el usando la mano hábil mientras busca un ángulo de ataque.
No le toma mucho iniciar el enfrentamiento, avanza como un rayo y propina diversos ataques. Lo bueno del arma que ostenta es su versatibilidad, no tiene nada que envidiarle a cualquier herramienta combativa del momento.
Aquel hostil desagradable prueba ser más resistente que sus semejantes, es claro que lleva poco tiempo como cadáver. Un ser vivo transformado en muerto viviente de inmediato siempre será más poderoso que cualquier despojo.
Una arremetida frenética hace que el Jäger tenga que retroceder, logra mantener el equilibrio pero le cuesta buen esfuerzo. Por más cortes que propina su enemigo sigue en pie, es tiempo de un cambio en la estrategia.
Usa su puñal para mantener fija una extremidad y luego corta con el hacha, ya sin un brazo la carga disminuye por lo que tiene oportunidad de hacer lo mismo otra vez. No importa que tan poderoso sea la amenaza, una vez se queda sin miembros superiores es menos que un chiste.
Pasa a sujetar de la cabeza al miserable ser cuidando de no ser sorprendido por otro elemento, una vez toma impulso le descarga su tomahawk en el cuello. Toma varios cortes pero al final solo queda un títere sin cabeza, parte que termina siendo aplastada por el mismo luchador para que no pueda volverse a unir.
Alrededor solo puede ver barbarie y eso hace que su sangre hierva, siente la adrenalina fluir. Solo existe una forma de combatir la maldad, destruirla sin mediar palabra. Esas son las enseñanzas de los Jägers... sea o no Exos el culpable.
Suspira y canaliza su indignación pues tiene bien presente que toda guarida tiene sus propias bestias, por suerte esta vez no combate en solitario. El rumor de una batalla colectiva se siente en el aire como el aroma de un exquisito platillo.
Pronto el chiquillo vuelve a caminar con sus propias facultades para luego desaparecer entre ilusiones, sin duda posee una reserva bastante elevada de magia. Con su elemento más viable moviéndose entre sombras ya no pueden retrasar la refriega.
El joven guerrero se adentra en la mazmorra, trata de no reparar en las victimas pues nota como numerosos hostiles avanzan a su posición. Solo distingue un desgraciado entre los demás, cierto hombre bestial con las marcas del sufrimiento caladas en su rostro. Por un momento Hunter barajea la idea de parar su sufrimiento de manera rápida y humana pero un enemigo le hace volver al mundo real.
Cierta criatura oscura y especialmente repugnante aparece bloqueando su camino, suelta grasa por todos lados lo que la vuelve soberanamente repulsiva. Reiko desenfunda su tomahawk, luego toma algunos instante para jugar con el usando la mano hábil mientras busca un ángulo de ataque.
No le toma mucho iniciar el enfrentamiento, avanza como un rayo y propina diversos ataques. Lo bueno del arma que ostenta es su versatibilidad, no tiene nada que envidiarle a cualquier herramienta combativa del momento.
Aquel hostil desagradable prueba ser más resistente que sus semejantes, es claro que lleva poco tiempo como cadáver. Un ser vivo transformado en muerto viviente de inmediato siempre será más poderoso que cualquier despojo.
Una arremetida frenética hace que el Jäger tenga que retroceder, logra mantener el equilibrio pero le cuesta buen esfuerzo. Por más cortes que propina su enemigo sigue en pie, es tiempo de un cambio en la estrategia.
Usa su puñal para mantener fija una extremidad y luego corta con el hacha, ya sin un brazo la carga disminuye por lo que tiene oportunidad de hacer lo mismo otra vez. No importa que tan poderoso sea la amenaza, una vez se queda sin miembros superiores es menos que un chiste.
Pasa a sujetar de la cabeza al miserable ser cuidando de no ser sorprendido por otro elemento, una vez toma impulso le descarga su tomahawk en el cuello. Toma varios cortes pero al final solo queda un títere sin cabeza, parte que termina siendo aplastada por el mismo luchador para que no pueda volverse a unir.
Reiko
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Re: [Guerra en Lunargenta] Bajo la tierra y el mar [Libre] [Cerrado]
La guarida de los nigromantes era algo difícil de digerir incluso para el estomago de Klinge, un guerrero que había visto mas batalla y muerte en su corta vida que la mayoría de guardias de la ciudad veteranos con décadas de servicio en su haber: Esa escena y aquella criatura que su compañero había logrado abatir podrían haber salido de las pesadillas de cualquiera, y dárselas a a cualquiera con la desgracia de encontrarse con ellas.
Aun así, los camaradas del espadachín demostraron ser sumamente capaces, a gusto del guerrero quien observo complacido como Reiko conseguía vencer a la monstruosidad de carne y grasa por si solo mientras que el líder de los cultistas caía al piso, seguramente por obra del niño brujo, quien se demostraba sumamente útil como aliado en batalla.
Klinge avanza con antorcha y espada en mano para asistir al guerrero del hacha, cuando ve como dos criaturas salen de la nada para asaltarlo, eran dos muertos de aspecto horripilante, cadáveres momificados vestidos con viejas armaduras derruidas y armados, uno con dos espadas oxidadas, y el otro con un hacha de mano y escudo de madera podrida, el de las espadas lanzo un tajo en dirección a Reiko que fue interceptado por el acero del mercenario, quien, intento contraatacar usando su antorcha, pero el monstruo se defiendo lanzando un golpe con su otra espada con tanta fuerza que destroza la antorcha con espantosa facilidad para el horror de Klinge quien queda estupefacto por unos segundos mientras el monstruo se le quedaba mirando con sus ojos azules brillantes mientras una risa gutural salia de entre sus podridos dientes.
El guerrero comprendió que estos no eran como los anteriores, los cadáveres podridos de las alcantarillas eran campesinos, herreros o mendigos, pero lo que enfrentaban ahora eran los restos reanimados de poderosos guerreros, quienes se erguían por encima de los dos metros de altura listos para abatir a sus adversarios -¡Draugr!- grito el mercenario mientras desenfundaba su otra espada incapaz de esconder el miedo en su voz, cuando un tercer monstruo, parecido a los otros dos, solo que mas grande y armado con una gigantesco mandoble apareció detrás del grupo cortando les la retirada.
El draugr de las dos espadas se dispuso a atacar a Klinge quien a duras penas conseguía defenderse de los ataques de la criatura quien arremetía contra el con una velocidad y fuerza casi sobrenaturales, mientras que el del hacha se encargaría de despachar a Reiko y el del mandoble de masacrar a los demás.
El joven reconocía a los draugr de viejas historias contadas por su mentor sobre muertos vivientes de guerreros malditos a los que no se le había dado un entierro digno y regresaban a atormentar a los vivos con sus poderes sobrenaturales, nunca pensó que se tendría que enfrentar a uno tan cerca de la ciudad, pero ahora estaba limitado a la defensiva, esquivando, desviando y bloqueando los ataques de este monstruo que no le daban tiempo ni de respirar con sus continuos y rápidos cortes y estocadas.
Klinge no se había encontrado en una situación parecida desde su duelo con Ingul en Balsodia, pero a diferencia de la jefa bandido su adversario no atacaba de forma enloquecida y cegado por la ira asesina de una espada maldita, pero cada ataque era lanzado con precisión, destreza y experiencia a los puntos vitales del guerrero, quien recibe una brutal patada al estomago de parte del no muerto tan fuerte que lo manda a volar y un par de metros y contra una pared luego de rodar por el piso unos cuantos metros mas como si fuera una pelota.
Mientras que el guerrero se reincorporaba con dificultad, el draugr se burlaba de el agitando sus espadas en el aire como provocan dolo en lugar de rematarlo rápidamente y soltando esa espantosa risa suya mientras la pobre Skadi solo podía observar preocupada desde la distancia.
El mercenario se levanto recostándose por la pared mientras recuperaba el aliento al toser y sangrar por la boca debido al impacto de antes -con que en esas estamos bastardo...- dijo el mercenario sonriendo de forma macabra -¡ahora es mi turno!
El espadachín se lanzo al ataque dándole una patada a la pared tras de si para ganar mas impulso a una velocidad tan bestial, que le permitió recorrer la distancia que lo separa de su enemigo en meros instantes tomando totalmente desprevenido al draugr quien ahora veía la situación puesta de cabeza, siendo el quien estaba atorado defendiéndose desesperadamente de las constantes arremetidas de un feroz enemigo, quien, tomando ventaja de su diferencia en estatura, asume una postura baja y logra asestar un golpe, provocando un profundo corte en la pierna derecha del monstruo, dificultándole moverse a gran velocidad, para luego tomar distancia fuera del alcance de las espadas de la criatura, asiendo alarde de una súbita superioridad en movilidad.
Ahora el espadachín era quien provocaba al draugr dando vuelta a sus espadas mientras daba saltitos al rededor de la criatura y sonriendo confiado al ver como se habían igualado las cosas.
Aun así, los camaradas del espadachín demostraron ser sumamente capaces, a gusto del guerrero quien observo complacido como Reiko conseguía vencer a la monstruosidad de carne y grasa por si solo mientras que el líder de los cultistas caía al piso, seguramente por obra del niño brujo, quien se demostraba sumamente útil como aliado en batalla.
Klinge avanza con antorcha y espada en mano para asistir al guerrero del hacha, cuando ve como dos criaturas salen de la nada para asaltarlo, eran dos muertos de aspecto horripilante, cadáveres momificados vestidos con viejas armaduras derruidas y armados, uno con dos espadas oxidadas, y el otro con un hacha de mano y escudo de madera podrida, el de las espadas lanzo un tajo en dirección a Reiko que fue interceptado por el acero del mercenario, quien, intento contraatacar usando su antorcha, pero el monstruo se defiendo lanzando un golpe con su otra espada con tanta fuerza que destroza la antorcha con espantosa facilidad para el horror de Klinge quien queda estupefacto por unos segundos mientras el monstruo se le quedaba mirando con sus ojos azules brillantes mientras una risa gutural salia de entre sus podridos dientes.
El guerrero comprendió que estos no eran como los anteriores, los cadáveres podridos de las alcantarillas eran campesinos, herreros o mendigos, pero lo que enfrentaban ahora eran los restos reanimados de poderosos guerreros, quienes se erguían por encima de los dos metros de altura listos para abatir a sus adversarios -¡Draugr!- grito el mercenario mientras desenfundaba su otra espada incapaz de esconder el miedo en su voz, cuando un tercer monstruo, parecido a los otros dos, solo que mas grande y armado con una gigantesco mandoble apareció detrás del grupo cortando les la retirada.
El draugr de las dos espadas se dispuso a atacar a Klinge quien a duras penas conseguía defenderse de los ataques de la criatura quien arremetía contra el con una velocidad y fuerza casi sobrenaturales, mientras que el del hacha se encargaría de despachar a Reiko y el del mandoble de masacrar a los demás.
El joven reconocía a los draugr de viejas historias contadas por su mentor sobre muertos vivientes de guerreros malditos a los que no se le había dado un entierro digno y regresaban a atormentar a los vivos con sus poderes sobrenaturales, nunca pensó que se tendría que enfrentar a uno tan cerca de la ciudad, pero ahora estaba limitado a la defensiva, esquivando, desviando y bloqueando los ataques de este monstruo que no le daban tiempo ni de respirar con sus continuos y rápidos cortes y estocadas.
Klinge no se había encontrado en una situación parecida desde su duelo con Ingul en Balsodia, pero a diferencia de la jefa bandido su adversario no atacaba de forma enloquecida y cegado por la ira asesina de una espada maldita, pero cada ataque era lanzado con precisión, destreza y experiencia a los puntos vitales del guerrero, quien recibe una brutal patada al estomago de parte del no muerto tan fuerte que lo manda a volar y un par de metros y contra una pared luego de rodar por el piso unos cuantos metros mas como si fuera una pelota.
Mientras que el guerrero se reincorporaba con dificultad, el draugr se burlaba de el agitando sus espadas en el aire como provocan dolo en lugar de rematarlo rápidamente y soltando esa espantosa risa suya mientras la pobre Skadi solo podía observar preocupada desde la distancia.
El mercenario se levanto recostándose por la pared mientras recuperaba el aliento al toser y sangrar por la boca debido al impacto de antes -con que en esas estamos bastardo...- dijo el mercenario sonriendo de forma macabra -¡ahora es mi turno!
El espadachín se lanzo al ataque dándole una patada a la pared tras de si para ganar mas impulso a una velocidad tan bestial, que le permitió recorrer la distancia que lo separa de su enemigo en meros instantes tomando totalmente desprevenido al draugr quien ahora veía la situación puesta de cabeza, siendo el quien estaba atorado defendiéndose desesperadamente de las constantes arremetidas de un feroz enemigo, quien, tomando ventaja de su diferencia en estatura, asume una postura baja y logra asestar un golpe, provocando un profundo corte en la pierna derecha del monstruo, dificultándole moverse a gran velocidad, para luego tomar distancia fuera del alcance de las espadas de la criatura, asiendo alarde de una súbita superioridad en movilidad.
Ahora el espadachín era quien provocaba al draugr dando vuelta a sus espadas mientras daba saltitos al rededor de la criatura y sonriendo confiado al ver como se habían igualado las cosas.
nota: Klinge usa su habilidad de nivel 1 carrera de obstáculos para para subir un 30% su destreza en los próximos tres turnos.
Klinge
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Re: [Guerra en Lunargenta] Bajo la tierra y el mar [Libre] [Cerrado]
La batalla había empezado y cada guerrero se buscó su contrincante más digno. El niño mágico desapareció entre las sombras, cosa que ya era habitual en él, para luego aparecer encima del nigromante maestro de la guarnición. Lo mató con la magia que el Capitán Werner era incapaz de entender. Reiko se desenvolvía en un desfile de movimientos bellos y precisos con el hacha; un perfecto equilibrio entre la técnica y la ira. Klinge encontró a la bestia más grande de la sala, le retó en duelo y venció.
Mientras los guerreros y el niño brujo realizaban las heroicidades por las que los poetas escribirían sus canciones, el Capitán Werner caminaba en línea recta como si estuviera paseando tranquilamente en la orilla de la playa. Estaba habituado al combate, nada de lo que veía le lograba infundir temor ni aversión por las atrocidades. Estaba tranquilo, la situación requería que se mantuviese la calma.
Por dos veces, Reiko pasó, hacha en mano, por el lado derecho del Capitán. Por la izquierda, el cuerpo de Klinge era lanzado por la gran bestia. Pronto, Klinge devolvería el ataque dándole muerte. El Capitán ignoró a ambos guerreros, ellos podían controlar sus peligros sin necesidad que nadie les ayudase. Un muerto viviente se atrevió a empuñar su espada en contra del Capitán. Él, sin prestarle atención ni verle, detuve el ataque con la pinza y lo desvío fuera de su camino. Beatriz Mendoza, que caminaba detrás del Capitán, se encargó de dar derrotar a aquellos muertos que el Capitán rechazaba.
El final del camino lo marcaba Roger Baraun, encadenado en la pared como si fuera un animal preparado para un espectáculo de feria. El hombre canguro levantó la cabeza y dirigió su mirada a los ojos del Capitán. El canguro se puso a llorar de alegría, impotencia y miedo. Werner desenvainó su espada de pirata y cortó los grilletes. Braun cayó de rodillas contra el suelo. Su pierna, después del incidente en la isla Corvo Preto, no había sido curada. Tosió una mezcla de sangre, bilis y mocos desagradable. Cuando pudo hablar dio las gracias al Capitán por rescatarle. Él le contestó besándole la frente.
-Por favor, dime que has visto a mi hermana. ¿Dónde está?-
-¿Quién?- respondió Baraun confundido.
-Se refiere a Leonor Mendoza. ¿La recuerdas? ¿Sabes dónde se la llevaron? ¿Y qué hay de Wes Fungai? –eran demasiadas preguntas para tan poco tiempo- No importa, está claro que aquí no está. Nos iremos-.
Al darse la vuelta, el Capitán vio un baluarte de muerte y gritos de miseria. Los criados del nigromante se habían dispersado hacia las estanterías. Bebían y se echaban por encima los productos alquímicos del nigromante esperando que una reacción que curase de su cuerpo. La mayoría de ellos morían al instante ya sea por envenenamiento, combustión espontánea o por incomprensibles males mágicos. Uno de ellos, envejeció a ritmo acelerado hasta que su piel se marchitó como los árboles en otoñó y sus huesos se convirtieron en ceniza. Peor sería no morir. Hubo a quien se le hinchó el estómago como si fuera el cuello de un sapo. La piel se la tiñó de verde musgo. Roger Baraun desvío la cara para no ver el hombre inflado, justo en el momento en que burbujas de pus se formaban en el cuerpo del hombre. Las ampollas explotaron y el interior brotaron toda clase de insectos: moscas y cucarachas en su mayoría.
-Por favor… piedad-.
Un hombre habló a los pies del Capitán Werner. Su aspecto no era tan horrible como el hombre sapo. Sin embargo, Roger Baraun también se negó a mirarle directamente. La piel del chico se había convertido en un denso fluido, parecía un flan que se derretía lentamente por la cara.
El hombre de la cara derretida puso la mano sobre pinza del capitán pidió, no, suplicó que le matasen.
-Tenéis lo que merecéis-.
El Capitán Werner pasó de largo. Dio una patada con la pierna buena al estómago del siervo de la cara derretida y siguió al Capitán. Beatriz, la más joven de los tres, concedió la piedad que demandaba el hombre.
-Nos vamos – lo dijo cuando ninguno de los muertos se levantaba de su sitio. -Aquí hemos terminado-
Se notaba un cierto tono de prisa en la voz del Capitán. No era para menos. Leonor Mendoza y Wes Fungai estaban en algún lugar de Aerandir, lejos de las cloacas. Agradecía haber encontrado a Roger Baraun, pero no podía permitirse el lujo de celebrar un pequeño logro.
-Gracias a todos por ayudarnos- se dirigió a Demian, Reiko, Klinge y Skadi. -Mi amigo está vivo gracias a vosotros. -la palabra amigo sonó con el mismo cariño que hubiera sonado haber dicho la palabra "hijo".
Offrol: último turno. Si queréis, podéis darle fin a la aventura y cerramos. Muchas gracias por el tema. Lo he disfrutado muchísimo.
Mientras los guerreros y el niño brujo realizaban las heroicidades por las que los poetas escribirían sus canciones, el Capitán Werner caminaba en línea recta como si estuviera paseando tranquilamente en la orilla de la playa. Estaba habituado al combate, nada de lo que veía le lograba infundir temor ni aversión por las atrocidades. Estaba tranquilo, la situación requería que se mantuviese la calma.
Por dos veces, Reiko pasó, hacha en mano, por el lado derecho del Capitán. Por la izquierda, el cuerpo de Klinge era lanzado por la gran bestia. Pronto, Klinge devolvería el ataque dándole muerte. El Capitán ignoró a ambos guerreros, ellos podían controlar sus peligros sin necesidad que nadie les ayudase. Un muerto viviente se atrevió a empuñar su espada en contra del Capitán. Él, sin prestarle atención ni verle, detuve el ataque con la pinza y lo desvío fuera de su camino. Beatriz Mendoza, que caminaba detrás del Capitán, se encargó de dar derrotar a aquellos muertos que el Capitán rechazaba.
El final del camino lo marcaba Roger Baraun, encadenado en la pared como si fuera un animal preparado para un espectáculo de feria. El hombre canguro levantó la cabeza y dirigió su mirada a los ojos del Capitán. El canguro se puso a llorar de alegría, impotencia y miedo. Werner desenvainó su espada de pirata y cortó los grilletes. Braun cayó de rodillas contra el suelo. Su pierna, después del incidente en la isla Corvo Preto, no había sido curada. Tosió una mezcla de sangre, bilis y mocos desagradable. Cuando pudo hablar dio las gracias al Capitán por rescatarle. Él le contestó besándole la frente.
-Por favor, dime que has visto a mi hermana. ¿Dónde está?-
-¿Quién?- respondió Baraun confundido.
-Se refiere a Leonor Mendoza. ¿La recuerdas? ¿Sabes dónde se la llevaron? ¿Y qué hay de Wes Fungai? –eran demasiadas preguntas para tan poco tiempo- No importa, está claro que aquí no está. Nos iremos-.
Al darse la vuelta, el Capitán vio un baluarte de muerte y gritos de miseria. Los criados del nigromante se habían dispersado hacia las estanterías. Bebían y se echaban por encima los productos alquímicos del nigromante esperando que una reacción que curase de su cuerpo. La mayoría de ellos morían al instante ya sea por envenenamiento, combustión espontánea o por incomprensibles males mágicos. Uno de ellos, envejeció a ritmo acelerado hasta que su piel se marchitó como los árboles en otoñó y sus huesos se convirtieron en ceniza. Peor sería no morir. Hubo a quien se le hinchó el estómago como si fuera el cuello de un sapo. La piel se la tiñó de verde musgo. Roger Baraun desvío la cara para no ver el hombre inflado, justo en el momento en que burbujas de pus se formaban en el cuerpo del hombre. Las ampollas explotaron y el interior brotaron toda clase de insectos: moscas y cucarachas en su mayoría.
-Por favor… piedad-.
Un hombre habló a los pies del Capitán Werner. Su aspecto no era tan horrible como el hombre sapo. Sin embargo, Roger Baraun también se negó a mirarle directamente. La piel del chico se había convertido en un denso fluido, parecía un flan que se derretía lentamente por la cara.
El hombre de la cara derretida puso la mano sobre pinza del capitán pidió, no, suplicó que le matasen.
-Tenéis lo que merecéis-.
El Capitán Werner pasó de largo. Dio una patada con la pierna buena al estómago del siervo de la cara derretida y siguió al Capitán. Beatriz, la más joven de los tres, concedió la piedad que demandaba el hombre.
-Nos vamos – lo dijo cuando ninguno de los muertos se levantaba de su sitio. -Aquí hemos terminado-
Se notaba un cierto tono de prisa en la voz del Capitán. No era para menos. Leonor Mendoza y Wes Fungai estaban en algún lugar de Aerandir, lejos de las cloacas. Agradecía haber encontrado a Roger Baraun, pero no podía permitirse el lujo de celebrar un pequeño logro.
-Gracias a todos por ayudarnos- se dirigió a Demian, Reiko, Klinge y Skadi. -Mi amigo está vivo gracias a vosotros. -la palabra amigo sonó con el mismo cariño que hubiera sonado haber dicho la palabra "hijo".
Offrol: último turno. Si queréis, podéis darle fin a la aventura y cerramos. Muchas gracias por el tema. Lo he disfrutado muchísimo.
El Capitán Werner
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