[Guerra de Lunargenta] El orden del desorden. [Libre 2/2]
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[Guerra de Lunargenta] El orden del desorden. [Libre 2/2]
Ya he matado vampiros y a brujos... No es que me caigan mal ni nada, pero... Los primeros me molestan, mientras que los segundos amenazaron al niño equivocado. No tengo nada en contra de la búsqueda del mayor poder de este mundo, de hecho es algo que me interesa, aunque no me va la temática sectaria de creencias absurdas. De todas formas es tarde para pensar en eso, o muy pronto, ¿quién sabe? Mis preocupaciones actuales son más económicas que de poder. Primero una cosa y luego otra. Se acerca una guerra. Eso implica saqueos, violaciones, etc... Una ruina vamos. Pero... ¿Por qué tiene que ser así?
Sonrió mientras ando por las calles del sector de los negocios; que con guerra o sin guerra siempre está abarrotado de gente. Estas pobres criaturas, pobres y masacradas moralmente por las periódicas acciones de lo vampiros, venden hasta su cuerpo con tal de almacenar una hogaza de mugriento pan antes del desenlace bélico. Y no les da para mucho más. Los mercaderes, astutos como zorros, han inflado los precios hasta cotas que rozan el sacrilegio.
Bueno, es su forma de ganarse la vida; totalmente respetable por supuesto, aunque para ello usen un numeroso cuerpo armado de mercenarios que prácticamente dominan el sector como una improvisada guardia urbana. Pero yo también tengo que ganarme la vida... Y que los mercaderes ganen dinero no me beneficia, aún...
Hay que imponer un nuevo orden, uno que nazca del desorden, para que gentes humildes y honradas como yo, o cualquier tipo de ladrón, puedan robar o aprovecharse de estos ladrones de mercadillo. Y no hay nada que más beneficie a los ladrones con honor que una situación bastante caótica en la que no haya ningún tipo de cuerpo armado que nos impida robar a los que en realidad tienen el dinero en este momento. Incluso podría considerar este acto como una buena acción; pero eso me daría diarrea y no podría dormir, prefiero pensarlo a mi manera.
Me siento en uno de los bancos de la plaza central; aún no es medio día, no hemos llegado a la verdadera hora punta. El escenario aún no se ha montado y tampoco han llegado los espectadores.
¿Tendré tiempo para enrolar a alguien en mi alocada idea?
Sonrió mientras ando por las calles del sector de los negocios; que con guerra o sin guerra siempre está abarrotado de gente. Estas pobres criaturas, pobres y masacradas moralmente por las periódicas acciones de lo vampiros, venden hasta su cuerpo con tal de almacenar una hogaza de mugriento pan antes del desenlace bélico. Y no les da para mucho más. Los mercaderes, astutos como zorros, han inflado los precios hasta cotas que rozan el sacrilegio.
Bueno, es su forma de ganarse la vida; totalmente respetable por supuesto, aunque para ello usen un numeroso cuerpo armado de mercenarios que prácticamente dominan el sector como una improvisada guardia urbana. Pero yo también tengo que ganarme la vida... Y que los mercaderes ganen dinero no me beneficia, aún...
Hay que imponer un nuevo orden, uno que nazca del desorden, para que gentes humildes y honradas como yo, o cualquier tipo de ladrón, puedan robar o aprovecharse de estos ladrones de mercadillo. Y no hay nada que más beneficie a los ladrones con honor que una situación bastante caótica en la que no haya ningún tipo de cuerpo armado que nos impida robar a los que en realidad tienen el dinero en este momento. Incluso podría considerar este acto como una buena acción; pero eso me daría diarrea y no podría dormir, prefiero pensarlo a mi manera.
Me siento en uno de los bancos de la plaza central; aún no es medio día, no hemos llegado a la verdadera hora punta. El escenario aún no se ha montado y tampoco han llegado los espectadores.
¿Tendré tiempo para enrolar a alguien en mi alocada idea?
Rumpel
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Re: [Guerra de Lunargenta] El orden del desorden. [Libre 2/2]
Como siempre, el mercado bulle de gente. Ni tan siquiera los rumores y señales de que una guerra se aproximan parecían apagar la fiebre comercial, ¿quién sabe?, puede que incluso la aumentaban. Los civiles, esos que siempre son las primeras víctimas de cualquier guerra, intentaban aprovisionarse en vista de la carestía que podía venir después y los comerciantes, por supuesto vendían.
Y vendían a precio de oro. Las cosas costaban cada día más; una simple hogaza de pan costaba lo que valía hace un par de semanas un kilo de buen filete vaya a saber uno lo que va a costar todo cuando realmente haya escasez. De todos modos, el tema de las provisiones no me preocupaba; mi despensa estaba bien provista gracias a Zinnia que es quien se encargaba de esos menesteres.
De lo que yo debía preocuparme es de que mis arcas no se vaciaran. Y aun cuando no había ido o al mercado en plan de trabajo, no por ello dejaba de considerar las posibilidades que podían presentarse para un buen golpe futuro. Por supuesto, la presencia de guardias armados no me hacía la menor gracia, no sólo los locatarios del mercado habían alquilado mercenarios para su protección, en muchas casas ricas también lo habían hecho – los llamados a la revolución les provocaban terror – y todo eso hacía más difícil mi trabajo.
La política no me interesaba y quien ganara la guerra me era bastante indiferente, mientras pudiera seguir viviendo mi vida como me diera la gana, pero comenzaba a darme cuenta de que la maldita guerra en ciernes si iba a complicar mi vida y eso me causaba muchísimo disgusto. Disgusto que olvidé momentáneamente mientras examinaba la exquisita pieza de seda que había venido a comprar. De un hermoso color turquesa, finamente bordado, ¡una maravilla! Ya me podía ver en el vestido que me haría confeccionar, el que haría destacar mis bellos ojos y realzaría mis curvas. Ni siquiera discutí el precio, valía la pena cada aero pagado por ella.
Con mi compra bien envuelta y sujeta bajo el brazo y antojo de tomar una buena taza de chocolate, me dirigí a la plaza central en busca de un pequeño local donde lo preparaban tan delicioso que, de sólo pensarlo, se me hacía agua la vuelta. Caminaba resuelta, pero alerta, que en los mercados hay muchos rateros que pueden quitarle a uno su mercancía, cuando en uno de los bancos de la plaza vi una cara conocida
- Buenos días, señor Gregor- saludé acercándome.
Y vendían a precio de oro. Las cosas costaban cada día más; una simple hogaza de pan costaba lo que valía hace un par de semanas un kilo de buen filete vaya a saber uno lo que va a costar todo cuando realmente haya escasez. De todos modos, el tema de las provisiones no me preocupaba; mi despensa estaba bien provista gracias a Zinnia que es quien se encargaba de esos menesteres.
De lo que yo debía preocuparme es de que mis arcas no se vaciaran. Y aun cuando no había ido o al mercado en plan de trabajo, no por ello dejaba de considerar las posibilidades que podían presentarse para un buen golpe futuro. Por supuesto, la presencia de guardias armados no me hacía la menor gracia, no sólo los locatarios del mercado habían alquilado mercenarios para su protección, en muchas casas ricas también lo habían hecho – los llamados a la revolución les provocaban terror – y todo eso hacía más difícil mi trabajo.
La política no me interesaba y quien ganara la guerra me era bastante indiferente, mientras pudiera seguir viviendo mi vida como me diera la gana, pero comenzaba a darme cuenta de que la maldita guerra en ciernes si iba a complicar mi vida y eso me causaba muchísimo disgusto. Disgusto que olvidé momentáneamente mientras examinaba la exquisita pieza de seda que había venido a comprar. De un hermoso color turquesa, finamente bordado, ¡una maravilla! Ya me podía ver en el vestido que me haría confeccionar, el que haría destacar mis bellos ojos y realzaría mis curvas. Ni siquiera discutí el precio, valía la pena cada aero pagado por ella.
Con mi compra bien envuelta y sujeta bajo el brazo y antojo de tomar una buena taza de chocolate, me dirigí a la plaza central en busca de un pequeño local donde lo preparaban tan delicioso que, de sólo pensarlo, se me hacía agua la vuelta. Caminaba resuelta, pero alerta, que en los mercados hay muchos rateros que pueden quitarle a uno su mercancía, cuando en uno de los bancos de la plaza vi una cara conocida
- Buenos días, señor Gregor- saludé acercándome.
Angélique Beauchat
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Re: [Guerra de Lunargenta] El orden del desorden. [Libre 2/2]
A medida que el sol se alza, la plaza se llena de estridentes gritos. Los codiciosos venden sus productos como si fueran predicadores del final del mundo, y sacan cuantiosas sumas de dicho efecto; aunque no están desencaminados. Gritos de suplica mezclados con risas de satisfacción. Es una maldad hasta interesante, un modo de tortura mental que puede que no tuviera nada que envidiar a la física; pero por nada del mundo la cambiaría por mis llamas, creo firmemente que mi modo es más hermoso.
El numero de personas aumenta sustancialmente, el escenario esta preparado y los espectadores ya están llenando las tribunas, no queda lejos el momento en que de comienzo la obra.
Entro toda aquella penosa muchedumbre, destacada una bella y altiva figura. Simplemente su andar seguro y confiado hacer que sobresalga como una flor en medio del desierto. Una visión perfectamente reconocible en mi cerebro. He conocido pocas mujeres bestia de tipo felino.
La hermosa Ángel ha hecho acto de presencia en la plaza. Puede que esto se convierta en una ventaja.
La fémina se acerca a mi banco con ese hipnotizante movimiento de caderas que me hace esbozar una sonrisa.
-Buenos días, señorita Ángel. - me levanto y beso con delicadez el dorso de su mano. - Es una gran alegría verla en un día como hoy. Hace que todo sea más brillante. - le guiño un ojo y observo sus compras. - ¡Oh! Gran adquisición la suya, sin duda es uno de los colores que más le favorece. Si gusta de sentarse. - le indico el banco a modo de invitación. -A nos le gustaría platicar con vos un rato.
Yo, por mi parte, si tomo asiento y miro de nuevo a la plaza apoyando mi cabeza en mis manos con los dedos entrelazados.
-¿Qué ve usted en todo ese movimiento de personas? ¿En los gritos de los codiciosos mercaderes? ¿En la dura represión de sus guardias privados? - esbozo una media sonrisa mientras me pierdo en mis pensamientos. - ¿No ve una gorda piñata; como esas que les gustan a los niños, que ha sido muy apaleada y que sólo falta un ultimo golpe para recoger todos sus frutos? ¿No ve una increible oportunidad?
Me giro hacia mi acompañante y escruto su rostro, esperando su respuesta y sus gestos no verbales; a parte de admirar su exótica belleza, mientras me acaricio las manos.
El numero de personas aumenta sustancialmente, el escenario esta preparado y los espectadores ya están llenando las tribunas, no queda lejos el momento en que de comienzo la obra.
Entro toda aquella penosa muchedumbre, destacada una bella y altiva figura. Simplemente su andar seguro y confiado hacer que sobresalga como una flor en medio del desierto. Una visión perfectamente reconocible en mi cerebro. He conocido pocas mujeres bestia de tipo felino.
La hermosa Ángel ha hecho acto de presencia en la plaza. Puede que esto se convierta en una ventaja.
La fémina se acerca a mi banco con ese hipnotizante movimiento de caderas que me hace esbozar una sonrisa.
-Buenos días, señorita Ángel. - me levanto y beso con delicadez el dorso de su mano. - Es una gran alegría verla en un día como hoy. Hace que todo sea más brillante. - le guiño un ojo y observo sus compras. - ¡Oh! Gran adquisición la suya, sin duda es uno de los colores que más le favorece. Si gusta de sentarse. - le indico el banco a modo de invitación. -A nos le gustaría platicar con vos un rato.
Yo, por mi parte, si tomo asiento y miro de nuevo a la plaza apoyando mi cabeza en mis manos con los dedos entrelazados.
-¿Qué ve usted en todo ese movimiento de personas? ¿En los gritos de los codiciosos mercaderes? ¿En la dura represión de sus guardias privados? - esbozo una media sonrisa mientras me pierdo en mis pensamientos. - ¿No ve una gorda piñata; como esas que les gustan a los niños, que ha sido muy apaleada y que sólo falta un ultimo golpe para recoger todos sus frutos? ¿No ve una increible oportunidad?
Me giro hacia mi acompañante y escruto su rostro, esperando su respuesta y sus gestos no verbales; a parte de admirar su exótica belleza, mientras me acaricio las manos.
Rumpel
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Re: [Guerra de Lunargenta] El orden del desorden. [Libre 2/2]
Gregor no era lo que se dice un hombre guapo. Sin embargo, sus modales podían convertirlo en una persona bastante atractiva. Por lo menos, a mí me encantaba que me saludaran de besamanos y me dedicaran toda suerte de halagos. Correspondí con una seductora sonrisa a su saludo y me senté a su lado, aceptando su invitación. Por lo que conocía de él, el tema del que quería platicarme podía resultar muy interesante.
- No es común encontrar en un hombre buen gusto aunado a buenos modales – comenté – De esta hermosa tela saldrá un primoroso vestido, quizás tenga usted oportunidad de admirarlo algún día. ¿De qué quiere que hablemos?
Antes de contestarme, Gregor paseó su vista por la plaza, como reflexionando y luego me largó una serie de preguntas, la mayoría de las cuales eran más bien retóricas, hechas para enfatizar un punto más que para ser respondidas. Sólo la última era la que aguardaba una respuesta.
Me tomé un tiempo antes de contesta, ya que me había presentado la situación bajo un nuevo punto de vista. Que todo aquel maremágnum que nos rodeaba, guardias incluidos, fuera una oportunidad, era algo que yo no había considerado antes. Pero ahora que me lo había planteado, veía que todo aquello sí podía ser una oportunidad de algo bueno y la idea de una piñata a punto de estallar me parecía muy atractiva. Sin duda, aquel mercado era una piñata llena de muchísimo dinero.
- La verdad es que no había visto todo esto como una oportunidad de ningún tipo, más allá de mis operaciones habituales de compra y venta – señalé, al cabo de un momento - Pero ahora que usted lo señala, creo que si puede haber oportunidad de algo muy bueno, si se puede introducir cierto tipo de caos en esta situación ¿Tiene usted pensado como darle el último golpe a la piñata?- pregunté, mirándolo a los ojos.
- No es común encontrar en un hombre buen gusto aunado a buenos modales – comenté – De esta hermosa tela saldrá un primoroso vestido, quizás tenga usted oportunidad de admirarlo algún día. ¿De qué quiere que hablemos?
Antes de contestarme, Gregor paseó su vista por la plaza, como reflexionando y luego me largó una serie de preguntas, la mayoría de las cuales eran más bien retóricas, hechas para enfatizar un punto más que para ser respondidas. Sólo la última era la que aguardaba una respuesta.
Me tomé un tiempo antes de contesta, ya que me había presentado la situación bajo un nuevo punto de vista. Que todo aquel maremágnum que nos rodeaba, guardias incluidos, fuera una oportunidad, era algo que yo no había considerado antes. Pero ahora que me lo había planteado, veía que todo aquello sí podía ser una oportunidad de algo bueno y la idea de una piñata a punto de estallar me parecía muy atractiva. Sin duda, aquel mercado era una piñata llena de muchísimo dinero.
- La verdad es que no había visto todo esto como una oportunidad de ningún tipo, más allá de mis operaciones habituales de compra y venta – señalé, al cabo de un momento - Pero ahora que usted lo señala, creo que si puede haber oportunidad de algo muy bueno, si se puede introducir cierto tipo de caos en esta situación ¿Tiene usted pensado como darle el último golpe a la piñata?- pregunté, mirándolo a los ojos.
Angélique Beauchat
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Re: [Guerra de Lunargenta] El orden del desorden. [Libre 2/2]
-Nos no es un hombre común. - le guiño un ojo dejando bien marcado mi amor propio. - Y por supuesto que espero ser digno de admirar dicha visión divina de usted; aunque no le haga falta la tela para eso. - le dedico una media sonrisa.
Amplio mi sonrisa y me levanto del banco apuntando con mis brazos a la plaza.
-Los esteros de leña han sido colocados. La hojarasca seca está deseando arder. Todos los pasos previos se dieron hace unos días con cierto discurso de un anciano en una taberna. - me giro hacia mi acompañante con elegancia. -Los vampiros, la avaricia de los mercaderes, la guerra... Cada acontecimiento ha hecho que cada vez la pila de madera sea mayor, cada vez más seca; una pila que está deseando arder.
Tomo de la mano de Ángel y la apremio a levantarse.
-Ahora es nuestro momento. La gente comprenderá que personas como nosotros somos el peor de sus males. Incluso podemos ser sus salvadores. - la tomo del brazo con elegancia y avanzo con ella hacía el centro de la plaza. - Un nuevo orden se acerca. - le susurro cerca de su oído. - Un nuevo orden de ladrones. Aseguremos nuestra posición en este nuevo régimen que será impuesto por fuerzas mayores a las que pueden ofrecer dos personas. Hagamos méritos para un puesto de honor en sus filas... Démosle un territorio que gobernar.
Nos internamos entre la muchedumbre, alejándonos de la vista de los guardias privados que mantienen a su placer el orden.
-El deber de nos es prender fuego a esta pila. El de vos evitar que terceros lo apaguen demasiado rápido. - tomo el dorso de la mano y deposito un nuevo beso. -Ya sabe lo que dicen... A los soldados les pesa mucho el cinturón ante una mujer hermosa. Y un soldado sin cinturón es tan peligroso como un campesino desarmado.- le guiñó un ojo antes de colocarme la mascará que saco del bolsillo interior de mi jubón. -En cuanto el fuego este prendido, nos te ayudara a aumentar el caos. Y luego de eso... mi bello Ángel podrá adquirir riqueza sin riesgos físicos.
Sin más platica, me adentré más entre la muchedumbre acercándome al improvisado atril formado por la estatua que reinaba el lugar.
Amplio mi sonrisa y me levanto del banco apuntando con mis brazos a la plaza.
-Los esteros de leña han sido colocados. La hojarasca seca está deseando arder. Todos los pasos previos se dieron hace unos días con cierto discurso de un anciano en una taberna. - me giro hacia mi acompañante con elegancia. -Los vampiros, la avaricia de los mercaderes, la guerra... Cada acontecimiento ha hecho que cada vez la pila de madera sea mayor, cada vez más seca; una pila que está deseando arder.
Tomo de la mano de Ángel y la apremio a levantarse.
-Ahora es nuestro momento. La gente comprenderá que personas como nosotros somos el peor de sus males. Incluso podemos ser sus salvadores. - la tomo del brazo con elegancia y avanzo con ella hacía el centro de la plaza. - Un nuevo orden se acerca. - le susurro cerca de su oído. - Un nuevo orden de ladrones. Aseguremos nuestra posición en este nuevo régimen que será impuesto por fuerzas mayores a las que pueden ofrecer dos personas. Hagamos méritos para un puesto de honor en sus filas... Démosle un territorio que gobernar.
Nos internamos entre la muchedumbre, alejándonos de la vista de los guardias privados que mantienen a su placer el orden.
-El deber de nos es prender fuego a esta pila. El de vos evitar que terceros lo apaguen demasiado rápido. - tomo el dorso de la mano y deposito un nuevo beso. -Ya sabe lo que dicen... A los soldados les pesa mucho el cinturón ante una mujer hermosa. Y un soldado sin cinturón es tan peligroso como un campesino desarmado.- le guiñó un ojo antes de colocarme la mascará que saco del bolsillo interior de mi jubón. -En cuanto el fuego este prendido, nos te ayudara a aumentar el caos. Y luego de eso... mi bello Ángel podrá adquirir riqueza sin riesgos físicos.
Sin más platica, me adentré más entre la muchedumbre acercándome al improvisado atril formado por la estatua que reinaba el lugar.
Rumpel
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Re: [Guerra de Lunargenta] El orden del desorden. [Libre 2/2]
Gregor no era un hombre guapo, pero para ser atractivo no es un requisito indispensable serlo; había conocido muchos hombres muy apuestos, pero tan sosos como una estatua de mármol. Mi interlocutor tenía un cierto atractivo basado en su amor propio, su modo de hablar y sus modales y, realmente, no era un hombre común.
Correspondí con una sonrisa a su elogio y escuché sus planes, intentando captar lo esencial tras las metáforas. Recordaba que Reivy me había hablado sobre un hombre que había hablado en la taberna, pero en ese momento mi atención estaba centrada en cosas muy diferentes y placenteras.
Ahora, caminando el brazo de Gregor por la plaza podía visualizar el orden de que él hablaba y el grano de arena que se requería de mí. Permitir que la hoguera creciera, neutralizando a los guardias que podían intentar bloquear a los incendiarios. ¿Por qué no? Desarmar a un grupo de guardias era un desafío interesante y hasta divertido y aunque Gregor no habló de un pago, la sola idea de adquirir riquezas sin riesgos físicos era muy tentadora.
- Puede contar con que nadie evitará la hoguera- declaré haciéndole una venia a guisa de despedida, luego de que él besara mi mano.
Mientras él se dirigía al atril de la plaza, yo trazaba mis propios planes. Podía distraer a los guardias sin problemas, de eso estaba seguro y hasta podía atraerlos para irlos desarmando de uno en uno, pero eso sería muy poco eficaz. Necesitaba algunos secuaces y sabía perfectamente donde conseguirlos.
En el mercado menudean los raterillos y yo conocía a varios de ellos; sabía que por unos pocos aeros y el gusto de hacerles una trastada a los guardias no vacilarían en ayudarme. Una vez que hube reunido a un grupo, les expliqué lo que tenían que hacer.
- ¿Ven a los guardias? Yo voy a hacer un espectáculo para ellos que los tendrá muy distraídos; lo que a ustedes les toca es acercarse muy silenciosamente a ellos y quitarles el cinturón sin que ellos se den cuenta. Luego tienen que llevárselos a ese hombre que está allá- indiqué, señalando a Gregor.- Les daré un aero por cada cinturón que le birlen a un guardia. Recuerden, sólo tiene que actuar cuando vean que están muy distraídos.
Luego que me hube asegurado de que entendieran bien mis instrucciones y estuvieran de acuerdo, fui en busca de otro secuaz: un músico al que di la instrucción de colocarse en un punto preciso y empezar a tocar a mi señal.
Concluidos los preparativos, me encaminé hacia donde estaban los guardias. Había desabotonada un poco mi blusa para mostrar mis hombros y el nacimiento de mis senos y cimbreaba mis caderas más de lo habitual. Caminé frente a ellos, deteniendo mis ojos en cada uno y sonriendo de manera insinuante. Podía sentir sus miradas hambrientas sobre mi cuerpo mientras avanzaba. Una vez los hube rebasado, me detuve un momento, como si se me hubiera ocurrido algo y volví sobre mis pasos.
Lenta, cadenciosamente, llegué hasta el que me pareció el jefe de todos ellos y me planté frente a él.
- El trabajo que ustedes hacen para cuidarnos es tan valioso, que me gustaría ofrecerles a usted y sus hombres una recompensa- dije con voz insinuante.
-¿Una recompensa? ¿Qué tipo de recompensa? - preguntó el hombre con una mezcla de codicia y desconfianza.
- No tengo dinero, pero estoy segura de que la recompensa que voy a darles será muy del gusto de sus hombres y usted. ¿Quieren verla? - pregunté, coqueta e insinuante, a los hombres que en ese momento habían hecho un corro en torno mío. Los gritos afirmativos no se hicieron esperar. Sonriente, les pedí que me hicieron espacio y, haciéndole una señal al músico, comencé a bailar.
Contoneé mi cuerpo al compás de la música, girando, alejándome y acercándome. Con ayuda de la tela, enlazaba a alguno de los guardias acercándolo hacía mi hasta casi tocarme, para luego liberarlo, bailar sola y luego capturar a otro más. Mantuve mi baile durante varios minutos, mientras Gregor hacía su discurso y mis ocasionales pequeños ayudantes cumplían su misión.
Correspondí con una sonrisa a su elogio y escuché sus planes, intentando captar lo esencial tras las metáforas. Recordaba que Reivy me había hablado sobre un hombre que había hablado en la taberna, pero en ese momento mi atención estaba centrada en cosas muy diferentes y placenteras.
Ahora, caminando el brazo de Gregor por la plaza podía visualizar el orden de que él hablaba y el grano de arena que se requería de mí. Permitir que la hoguera creciera, neutralizando a los guardias que podían intentar bloquear a los incendiarios. ¿Por qué no? Desarmar a un grupo de guardias era un desafío interesante y hasta divertido y aunque Gregor no habló de un pago, la sola idea de adquirir riquezas sin riesgos físicos era muy tentadora.
- Puede contar con que nadie evitará la hoguera- declaré haciéndole una venia a guisa de despedida, luego de que él besara mi mano.
Mientras él se dirigía al atril de la plaza, yo trazaba mis propios planes. Podía distraer a los guardias sin problemas, de eso estaba seguro y hasta podía atraerlos para irlos desarmando de uno en uno, pero eso sería muy poco eficaz. Necesitaba algunos secuaces y sabía perfectamente donde conseguirlos.
En el mercado menudean los raterillos y yo conocía a varios de ellos; sabía que por unos pocos aeros y el gusto de hacerles una trastada a los guardias no vacilarían en ayudarme. Una vez que hube reunido a un grupo, les expliqué lo que tenían que hacer.
- ¿Ven a los guardias? Yo voy a hacer un espectáculo para ellos que los tendrá muy distraídos; lo que a ustedes les toca es acercarse muy silenciosamente a ellos y quitarles el cinturón sin que ellos se den cuenta. Luego tienen que llevárselos a ese hombre que está allá- indiqué, señalando a Gregor.- Les daré un aero por cada cinturón que le birlen a un guardia. Recuerden, sólo tiene que actuar cuando vean que están muy distraídos.
Luego que me hube asegurado de que entendieran bien mis instrucciones y estuvieran de acuerdo, fui en busca de otro secuaz: un músico al que di la instrucción de colocarse en un punto preciso y empezar a tocar a mi señal.
Concluidos los preparativos, me encaminé hacia donde estaban los guardias. Había desabotonada un poco mi blusa para mostrar mis hombros y el nacimiento de mis senos y cimbreaba mis caderas más de lo habitual. Caminé frente a ellos, deteniendo mis ojos en cada uno y sonriendo de manera insinuante. Podía sentir sus miradas hambrientas sobre mi cuerpo mientras avanzaba. Una vez los hube rebasado, me detuve un momento, como si se me hubiera ocurrido algo y volví sobre mis pasos.
Lenta, cadenciosamente, llegué hasta el que me pareció el jefe de todos ellos y me planté frente a él.
- El trabajo que ustedes hacen para cuidarnos es tan valioso, que me gustaría ofrecerles a usted y sus hombres una recompensa- dije con voz insinuante.
-¿Una recompensa? ¿Qué tipo de recompensa? - preguntó el hombre con una mezcla de codicia y desconfianza.
- No tengo dinero, pero estoy segura de que la recompensa que voy a darles será muy del gusto de sus hombres y usted. ¿Quieren verla? - pregunté, coqueta e insinuante, a los hombres que en ese momento habían hecho un corro en torno mío. Los gritos afirmativos no se hicieron esperar. Sonriente, les pedí que me hicieron espacio y, haciéndole una señal al músico, comencé a bailar.
Contoneé mi cuerpo al compás de la música, girando, alejándome y acercándome. Con ayuda de la tela, enlazaba a alguno de los guardias acercándolo hacía mi hasta casi tocarme, para luego liberarlo, bailar sola y luego capturar a otro más. Mantuve mi baile durante varios minutos, mientras Gregor hacía su discurso y mis ocasionales pequeños ayudantes cumplían su misión.
- Referencia del baile:
Angélique Beauchat
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Re: [Guerra de Lunargenta] El orden del desorden. [Libre 2/2]
Esquivo a los pequeños grupos de gente, a veces a empujones y otras con habilidad. Me repugna el olor y la sensación de sudor contenido en esos cuerpos que llevan todo el día bajo el sol y que no conocen el perfecto uso de la higiene personal.
En fin... nadie dijo que un rebaño de ovejas tuviera que oler a rosas...
La gata había acertado en la descripción del hombre del discurso, aunque al igual que yo no pudo estar allí los rumores sobre aquel acontecimiento se extendieron como el fuego sobre el aceite.
Y ahora yo tengo que hacer un buen simil.
Tras varios metros de empujones y de olor a rancio, consigo alcanzar la pequeña estatua que domina la sala. Me subo a su púlpito y miro al gentío intentando captar su atención.
No puedo mentirme a mi mismo. Esto me pone un poco nervioso...
Algunos giran la mirada para verme, pero ninguno se para. Es obvio que debo de hacer algo más para llamar su atención, aunque, por el hecho de llevar una mascará, algunos ya me hubiesen catalogado de bufón.
-¡GENTES DE LUNARGENTA! - con un grito, que casi desgarra mis cuerdas vocales para poder hacerme oír por encima del bullicio, intento llamar la atención de mis futuros espectadores. -¡ESCUCHADME! ¡EL FIN SE ACERCA!
Mi plan de hacerme pasar por uno de esos locos tan populares que hablan sobre el fin del mundo no da resultado, al parecer tengo que estar algo más loco para eso. Aunque algunos si que se detienen. Hay que darle otro enfoque...
-¡La guerra se acerca y sólo pululáis por la ciudad como moscas! ¡DE MIERDA EN MIERDA! ¡Y ASÍ OSÁIS LLAMAROS HOMBRES!
Como siempre, un insulto es más llamativo que un halago, la gente no tarda en girarse hacía mi para increparme y tirarme cosas.
-¿¡Acaso miento!? ¡Miraos! ¡Famélicos! ¡Sudorosos! ¡Oliendo a estiércol! ¿Y que hacéis para evitarlo? ¡NADA! - corto el aire con un tajante movimiento de mi mano. -Paseáis de un lado al otro humillándonos por un maldito aeros o vendiendo vuestro cuerpo para vivir un sólo día más; engordando cada vez más a los mismos cerdos que os cagan en cima. - lo ultimo crea un pequeño silencio generalizado, las verdades duelen y eso me ha hecho ganarme toda su atención.
Los mercenarios comienzan a mirarme de forma extraña, aunque no tardo en discernir la contoneante figura de la gata que hace que tengan otros "bultos" a los que mirar; los entiendo perfectamente.
-¡Vuestros dioses os abandonan! ¿Y que hacéis? Seguís perdiendo vuestro tiempo y donáis parte de vuestras ganancias a su bendita gloria. ¿¡PARA QUÉ!? Para que vuestros hijos se mueran de hambre sin poder darles un misera hogaza de pan. ¿¡De que sirve tanto sacrificio!? ¿Dónde están vuestras justas ganancias? ¿¡Acaso la muerte es un premio!? - ando por el improvisado estrado mirando a todas las partes del publico para no perder su atención. -¡También pagáis a los señores! ¡Al rey! Para que os proteja de todo mal. ¡JA! Ellos fueron los primeros pájaros en volar cuando vino la enfermedad. ¿Dónde está su protección? ¿Dónde estaba cuando nos invadieron los vampiros? ¿Dónde está la Guardia? ¡Esos mismos que nos pegaban palizas sin compasión cuando robábamos una manzana para no morir de hambre! - los murmullos, los chirridos de dientes y el crujir de los nudillos comienzan a ser una música armónica dentro de la plaza. -Pero aquí seguís... Siguiendo su orden, como imbéciles corderos que esperan a un pastor ausente; unos corderos que no saben que el pastor es el lobo.
-¡Pero el rey está en camino! ¡Nos liberará con su ejercito y el de sus aliados! ¡Los vampiros no tienen nada que hacer!
Se alza una voz en discordia a mi discurso, con una fragilidad confianza reforzada por otro pequeño grupo de voces. Mi respuesta es un paseo tranquilo, en mi incesante y constante balanceo.
-¿Alguien aquí a vivido algún asedio? - dirijo mi vista por toda la plaza. Los tiempos de paz han sido muy largos en la ciudad como para que alguien tenga dicha memoria. -Los asedios pueden durar meses, puede que incluso un año... Aún no ha comenzado y ya os estáis matando para conseguir una hogaza de pan. ¿¡De verdad vais a sobrevivir durante un año!? Permiteme que lo dude.- aquel que se había alzado orgullo baja la cabeza y los hombros, sabe que tengo razón. -Yo se quién no va a pasar hambre. En primer lugar los vampiros, en un asedió sois como enormes vacas para ellos, unas vacas debilitadas por la falta de comida que no opondrán ninguna resistencia. Y en segundo lugar nuestros amigos los mercaderes, - apunto con un dedo inquisitorial hacia el puesto más cercano. -si, esos que os han esquilmado como a ovejas hasta el ultimo aero por un mendrugo. Esos guardan grandes cantidades de comida en sus almacenes, y la sacaran poco a poco hasta que no tengáis ni una una gota de sangre que ofrecer por un migaja. En cierto modo son peores que los vampiros, pues jugaran con vuestras ilusiones mientras que ellos tendrán el buche lleno.
La desesperación ya es casi palpable. Incluso casi puede olerse y saborearse. Sus cuerpos se mueven inquietos, sin saber bien que hacer, a dónde ir. Un poco más... sólo hay que subir un poco más el fuego para que el menú salga en su punto.
-Eso sin hablar de los saqueos y violaciones producidos por todo honrodado soldado que tras meses de campaña quiere dos cosas... follar y ganar dinero fácil; siendo vosotros las mejores presas. Ya se aprovechaban de vosotros antes, imaginaos con la escusa del "fulgor de la batalla"...
-¿¡Y que hacemos!? - gritaron voces a coro.
Por fin era el momento.
-Hace unos días...Un anciano en una taberna mencionó unas palabras... "Liberad vuestras cadenas y destruid los pilares de los reyes y Dioses que os han maldito. Que vuestras armas estén hechas amor, del que a ellos no les interesa que sintáis. Proyectad el odio que os han instaurado hacia vuestros señores;" - así se me habían transmitido en los rumores. -¡HA LLEGADO EL MOMENTO AMIGOS MÍOS! - la tensión crece, estaba cerca del momento culmen. -¡LIBERAD VUESTRAS CADENAS!
-¡EH TU! ¡Bajate de ahí! ¡Ya has hecho demasiado el tonto!
-¡TOMAR VUESTRAS ARMAS! - de repente unos cuatro o cinco cinturones con espadas y cuchillos caen a mis pies. Esto ha salido mejor de lo que había planeado. -¡DIRIGIOS CONTRA AQUELLOS QUE OS REPRIMEN, YA SEAN MERCADERES, VAMPIROS O MERCENARIOS! ¡TOMAR VUESTRO PROPIO DESTINO!
-¡YA ESTÁ BIEN! ¡HE DICHO QUE TE BAJES! - el mercenario comienza a acercarse demasiado.
-¡Y QUE EL FUEGO DE LA JUSTICIA HAGA ARDER A VUESTROS ENEMIGOS! - prendo mis manos en mi característico fuego carmesí y dirijo una potente ráfaga de su mortal y cálido abrazo hacía aquel hombre, que sólo puede gritar y retorcerse por el dolor de las quemaduras. -¡REBELAOS!
Suena un clamor al unisono y la marabunta de personas comienza a extenderse por la plaza ávidas de la sangre de aquellos que los habían torturado durante tanto tiempo. Ahora nuestro deber es que todo aquello tuviera éxito.
En fin... nadie dijo que un rebaño de ovejas tuviera que oler a rosas...
La gata había acertado en la descripción del hombre del discurso, aunque al igual que yo no pudo estar allí los rumores sobre aquel acontecimiento se extendieron como el fuego sobre el aceite.
Y ahora yo tengo que hacer un buen simil.
Tras varios metros de empujones y de olor a rancio, consigo alcanzar la pequeña estatua que domina la sala. Me subo a su púlpito y miro al gentío intentando captar su atención.
No puedo mentirme a mi mismo. Esto me pone un poco nervioso...
Algunos giran la mirada para verme, pero ninguno se para. Es obvio que debo de hacer algo más para llamar su atención, aunque, por el hecho de llevar una mascará, algunos ya me hubiesen catalogado de bufón.
-¡GENTES DE LUNARGENTA! - con un grito, que casi desgarra mis cuerdas vocales para poder hacerme oír por encima del bullicio, intento llamar la atención de mis futuros espectadores. -¡ESCUCHADME! ¡EL FIN SE ACERCA!
Mi plan de hacerme pasar por uno de esos locos tan populares que hablan sobre el fin del mundo no da resultado, al parecer tengo que estar algo más loco para eso. Aunque algunos si que se detienen. Hay que darle otro enfoque...
-¡La guerra se acerca y sólo pululáis por la ciudad como moscas! ¡DE MIERDA EN MIERDA! ¡Y ASÍ OSÁIS LLAMAROS HOMBRES!
Como siempre, un insulto es más llamativo que un halago, la gente no tarda en girarse hacía mi para increparme y tirarme cosas.
-¿¡Acaso miento!? ¡Miraos! ¡Famélicos! ¡Sudorosos! ¡Oliendo a estiércol! ¿Y que hacéis para evitarlo? ¡NADA! - corto el aire con un tajante movimiento de mi mano. -Paseáis de un lado al otro humillándonos por un maldito aeros o vendiendo vuestro cuerpo para vivir un sólo día más; engordando cada vez más a los mismos cerdos que os cagan en cima. - lo ultimo crea un pequeño silencio generalizado, las verdades duelen y eso me ha hecho ganarme toda su atención.
Los mercenarios comienzan a mirarme de forma extraña, aunque no tardo en discernir la contoneante figura de la gata que hace que tengan otros "bultos" a los que mirar; los entiendo perfectamente.
-¡Vuestros dioses os abandonan! ¿Y que hacéis? Seguís perdiendo vuestro tiempo y donáis parte de vuestras ganancias a su bendita gloria. ¿¡PARA QUÉ!? Para que vuestros hijos se mueran de hambre sin poder darles un misera hogaza de pan. ¿¡De que sirve tanto sacrificio!? ¿Dónde están vuestras justas ganancias? ¿¡Acaso la muerte es un premio!? - ando por el improvisado estrado mirando a todas las partes del publico para no perder su atención. -¡También pagáis a los señores! ¡Al rey! Para que os proteja de todo mal. ¡JA! Ellos fueron los primeros pájaros en volar cuando vino la enfermedad. ¿Dónde está su protección? ¿Dónde estaba cuando nos invadieron los vampiros? ¿Dónde está la Guardia? ¡Esos mismos que nos pegaban palizas sin compasión cuando robábamos una manzana para no morir de hambre! - los murmullos, los chirridos de dientes y el crujir de los nudillos comienzan a ser una música armónica dentro de la plaza. -Pero aquí seguís... Siguiendo su orden, como imbéciles corderos que esperan a un pastor ausente; unos corderos que no saben que el pastor es el lobo.
-¡Pero el rey está en camino! ¡Nos liberará con su ejercito y el de sus aliados! ¡Los vampiros no tienen nada que hacer!
Se alza una voz en discordia a mi discurso, con una fragilidad confianza reforzada por otro pequeño grupo de voces. Mi respuesta es un paseo tranquilo, en mi incesante y constante balanceo.
-¿Alguien aquí a vivido algún asedio? - dirijo mi vista por toda la plaza. Los tiempos de paz han sido muy largos en la ciudad como para que alguien tenga dicha memoria. -Los asedios pueden durar meses, puede que incluso un año... Aún no ha comenzado y ya os estáis matando para conseguir una hogaza de pan. ¿¡De verdad vais a sobrevivir durante un año!? Permiteme que lo dude.- aquel que se había alzado orgullo baja la cabeza y los hombros, sabe que tengo razón. -Yo se quién no va a pasar hambre. En primer lugar los vampiros, en un asedió sois como enormes vacas para ellos, unas vacas debilitadas por la falta de comida que no opondrán ninguna resistencia. Y en segundo lugar nuestros amigos los mercaderes, - apunto con un dedo inquisitorial hacia el puesto más cercano. -si, esos que os han esquilmado como a ovejas hasta el ultimo aero por un mendrugo. Esos guardan grandes cantidades de comida en sus almacenes, y la sacaran poco a poco hasta que no tengáis ni una una gota de sangre que ofrecer por un migaja. En cierto modo son peores que los vampiros, pues jugaran con vuestras ilusiones mientras que ellos tendrán el buche lleno.
La desesperación ya es casi palpable. Incluso casi puede olerse y saborearse. Sus cuerpos se mueven inquietos, sin saber bien que hacer, a dónde ir. Un poco más... sólo hay que subir un poco más el fuego para que el menú salga en su punto.
-Eso sin hablar de los saqueos y violaciones producidos por todo honrodado soldado que tras meses de campaña quiere dos cosas... follar y ganar dinero fácil; siendo vosotros las mejores presas. Ya se aprovechaban de vosotros antes, imaginaos con la escusa del "fulgor de la batalla"...
-¿¡Y que hacemos!? - gritaron voces a coro.
Por fin era el momento.
-Hace unos días...Un anciano en una taberna mencionó unas palabras... "Liberad vuestras cadenas y destruid los pilares de los reyes y Dioses que os han maldito. Que vuestras armas estén hechas amor, del que a ellos no les interesa que sintáis. Proyectad el odio que os han instaurado hacia vuestros señores;" - así se me habían transmitido en los rumores. -¡HA LLEGADO EL MOMENTO AMIGOS MÍOS! - la tensión crece, estaba cerca del momento culmen. -¡LIBERAD VUESTRAS CADENAS!
-¡EH TU! ¡Bajate de ahí! ¡Ya has hecho demasiado el tonto!
-¡TOMAR VUESTRAS ARMAS! - de repente unos cuatro o cinco cinturones con espadas y cuchillos caen a mis pies. Esto ha salido mejor de lo que había planeado. -¡DIRIGIOS CONTRA AQUELLOS QUE OS REPRIMEN, YA SEAN MERCADERES, VAMPIROS O MERCENARIOS! ¡TOMAR VUESTRO PROPIO DESTINO!
-¡YA ESTÁ BIEN! ¡HE DICHO QUE TE BAJES! - el mercenario comienza a acercarse demasiado.
-¡Y QUE EL FUEGO DE LA JUSTICIA HAGA ARDER A VUESTROS ENEMIGOS! - prendo mis manos en mi característico fuego carmesí y dirijo una potente ráfaga de su mortal y cálido abrazo hacía aquel hombre, que sólo puede gritar y retorcerse por el dolor de las quemaduras. -¡REBELAOS!
Suena un clamor al unisono y la marabunta de personas comienza a extenderse por la plaza ávidas de la sangre de aquellos que los habían torturado durante tanto tiempo. Ahora nuestro deber es que todo aquello tuviera éxito.
Última edición por Rumpel el Vie Jun 01 2018, 17:16, editado 1 vez
Rumpel
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Re: [Guerra de Lunargenta] El orden del desorden. [Libre 2/2]
Mi baile no terminó exactamente de la forma en que esperaba y acostumbraba porque el discurso de Gregor resultó incendiario y es que, según las circunstancias, verter ciertas palabras sobre una muchedumbre es como dejar caer una chispa sobre pasto seco… todo arde de inmediato.
El jefe de los mercenarios dejó de prestar atención a mi baile cuando comenzó a notar que la multitud reunida cerca de la plaza se inquietaba - y hasta yo me distraje un poco, tengo que reconocerlo- y se dirigió a ver que causaba tal alboroto. Aunque con reluctancia, lentamente, algunos de sus hombres decidieron seguirlo; nadie había notado aún la desaparición de sus cinturones y armas.
Ese fue el momento en que decidí hacer mutis por el foro; momento más que oportuno porque ya el gentío se extendía como una mancha de aceite por el mercado buscando mercenarios y mercaderes en los que saciar sus ansias de revancha; los vampiros estarían a buen recaudo hasta que cayera la noche.
Busqué a los chiquillos que me habían ayudado para darles su paga mientras había combates por aquí y por allá entre miembros de la multitud sublevada y mercenarios, algunos puestos eran asaltados y un buen número de mercaderes cerraba sus establecimientos e intentaba huir para ponerse a salvo.
Por precaución había ocultado la rica tela que había comprado bajo mi ropa – no quería que por error me tomaran por el enemigo al verme con una tela tan valiosa- y apenas hube satisfecho la deuda con mis provisorios ayudantes – con esos rapazuelos es mejor estar en buenos términos, uno nunca sabe cuándo los puede necesitar – me puse a reflexionar sobre mi próximo paso.
No me repugna la idea de matar a alguien si es necesario, pero una matanza no era algo que me resultara muy tentador ni como participante ni como espectadora, así que me decidí a buscar a Gregor a ver si tenía otras ideas en las que pudiera colaborar.
El jefe de los mercenarios dejó de prestar atención a mi baile cuando comenzó a notar que la multitud reunida cerca de la plaza se inquietaba - y hasta yo me distraje un poco, tengo que reconocerlo- y se dirigió a ver que causaba tal alboroto. Aunque con reluctancia, lentamente, algunos de sus hombres decidieron seguirlo; nadie había notado aún la desaparición de sus cinturones y armas.
Ese fue el momento en que decidí hacer mutis por el foro; momento más que oportuno porque ya el gentío se extendía como una mancha de aceite por el mercado buscando mercenarios y mercaderes en los que saciar sus ansias de revancha; los vampiros estarían a buen recaudo hasta que cayera la noche.
Busqué a los chiquillos que me habían ayudado para darles su paga mientras había combates por aquí y por allá entre miembros de la multitud sublevada y mercenarios, algunos puestos eran asaltados y un buen número de mercaderes cerraba sus establecimientos e intentaba huir para ponerse a salvo.
Por precaución había ocultado la rica tela que había comprado bajo mi ropa – no quería que por error me tomaran por el enemigo al verme con una tela tan valiosa- y apenas hube satisfecho la deuda con mis provisorios ayudantes – con esos rapazuelos es mejor estar en buenos términos, uno nunca sabe cuándo los puede necesitar – me puse a reflexionar sobre mi próximo paso.
No me repugna la idea de matar a alguien si es necesario, pero una matanza no era algo que me resultara muy tentador ni como participante ni como espectadora, así que me decidí a buscar a Gregor a ver si tenía otras ideas en las que pudiera colaborar.
Angélique Beauchat
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Re: [Guerra de Lunargenta] El orden del desorden. [Libre 2/2]
Los gritos de dolor, de ambos bandos, provocados por el caos no tardan de tornarse en una arritmica melodía; con cierto encanto por supuesto. Pero ya habría momento de deleitarse con lo logrado; la partida aún se estaba jugando.
Con la mirada busco a mi compinche, pero esta ya no se haya en el mismo sitio que antes. Así que toca buscarla de nuevo, aunque no es que sea muy difícil encontrar a una mujer bestia, y encima hermosa, en un lugar como este y que para más inri avanza hacía ti.
Bajo del púlpito de un salto y me comienzo a abrir paso. Esta vez mi camino se ve menos interrumpido; pues el gentío a salido disparado hacia las calles más cercanas ávidos de venganza. Así pues, me acerco a la hermosa Ángel y me tomo la libertad de cogerla del brazo para unir el destino de nuestros pasos.
-Muy buena actuación mi bella dama. - le halago con una delicada inclinación de la cabeza. -Seguro que esos hombres se sintieron muy aliviados cuando fueron desprovistos de sus cinturones. - suelto una pequeña carcajada. -Más, los pequeños mercaderes de este distrito no son el fruto del verdadero interés de nos. - la dirijo en medio del caos, esquivando tumultos y distintos linchamientos. -Gentes de altas capacidades como usted y nos, aspiran a objetivos más... ambiciosos...- me percato del tacto de su brazo junto al mio. -Por cierto, he de deciros que el contacto con vuestra piel es uno de los mayores placeres de los que he disfrutado en meses; aunque eso no tenga nada que ver con el asunto que nos ocupa.
Previendo la llegada de algunos mercenarios por la calle central que transitamos, la saco con cierta brusquedad del camino y la aprisiono contra uno de los portales intentando ocultarnos. La estratagema tiene éxito al escuchar como los pasos se van alejando de nosotros.
-Nuestro deber ahora es impedir que cierren las puertas del distrito rico; donde está el dinero de verdad. Debemos dar a nuestro improvisado ejercito más que migajas. - asomo la cabeza para asegurarme de que no hay más enemigos y comienzo a salir. -Para ello necesitaré tus habilidades de escaladora, la puerta debe de quedar abierta. Nos se ocupara de los guardias. ¿Está de acuerdo?
El tiempo es nuestro peor aliado, pues cuando los mercenarios se den cuenta de que es una batalla perdida clausurarán el lugar, dejándonos totalmente desprovisto de una salida y de capacidades de abastecimiento.
Con la mirada busco a mi compinche, pero esta ya no se haya en el mismo sitio que antes. Así que toca buscarla de nuevo, aunque no es que sea muy difícil encontrar a una mujer bestia, y encima hermosa, en un lugar como este y que para más inri avanza hacía ti.
Bajo del púlpito de un salto y me comienzo a abrir paso. Esta vez mi camino se ve menos interrumpido; pues el gentío a salido disparado hacia las calles más cercanas ávidos de venganza. Así pues, me acerco a la hermosa Ángel y me tomo la libertad de cogerla del brazo para unir el destino de nuestros pasos.
-Muy buena actuación mi bella dama. - le halago con una delicada inclinación de la cabeza. -Seguro que esos hombres se sintieron muy aliviados cuando fueron desprovistos de sus cinturones. - suelto una pequeña carcajada. -Más, los pequeños mercaderes de este distrito no son el fruto del verdadero interés de nos. - la dirijo en medio del caos, esquivando tumultos y distintos linchamientos. -Gentes de altas capacidades como usted y nos, aspiran a objetivos más... ambiciosos...- me percato del tacto de su brazo junto al mio. -Por cierto, he de deciros que el contacto con vuestra piel es uno de los mayores placeres de los que he disfrutado en meses; aunque eso no tenga nada que ver con el asunto que nos ocupa.
Previendo la llegada de algunos mercenarios por la calle central que transitamos, la saco con cierta brusquedad del camino y la aprisiono contra uno de los portales intentando ocultarnos. La estratagema tiene éxito al escuchar como los pasos se van alejando de nosotros.
-Nuestro deber ahora es impedir que cierren las puertas del distrito rico; donde está el dinero de verdad. Debemos dar a nuestro improvisado ejercito más que migajas. - asomo la cabeza para asegurarme de que no hay más enemigos y comienzo a salir. -Para ello necesitaré tus habilidades de escaladora, la puerta debe de quedar abierta. Nos se ocupara de los guardias. ¿Está de acuerdo?
El tiempo es nuestro peor aliado, pues cuando los mercenarios se den cuenta de que es una batalla perdida clausurarán el lugar, dejándonos totalmente desprovisto de una salida y de capacidades de abastecimiento.
Rumpel
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Re: [Guerra de Lunargenta] El orden del desorden. [Libre 2/2]
Acepté los cumplidos de Gregor, tanto los referentes a mi actuación como los que atañían al tacto de mi piel, con una sonrisa y una leve reverencia; me encanta recibir cumplidos y halagos, sobre todo cuando son totalmente merecidos.
Me sorprendió un poco la brusquedad con que me sacó del camino y me aprisionó contra una de las paredes y me tensé aprestándome a rechazarlo, no me atraía tanto como para llegar a ese nivel de intimidad, pero rápidamente me di cuenta de su verdadera intención y me relajé y presté total atención a lo que me estaba diciendo.
Era cierto que lo del mercado era una pequeñez en relación al objetivo del que me había hablado cuando nos encontramos, una operación en el distrito rico era mucho más concordante con eso, así que estuve totalmente de acuerdo.
- ¿Me proporcionará algún de sus instrumentos mágicos, un pergamino explosivo o algo así para la misión o deberé valerme de mis propios recursos?- quise saber mientras nos dirigíamos rápidamente a nuestro destino.
Yo conocía bastante bien el distrito rico – aunque no vivía en él, si lo había visitado muchas veces- y sabía cómo funcionaban sus puertas. Un mecanismo que se accionaba con una manivela ubicada en lo alto de las puertas permitía abrirlas y cerrarlas. De modo que había guardias tanto abajo en la entrada, que controlaban a todo extraño que quisiera entrar como arriba, para vigilar y accionar la rueda que ponía en acción el mecanismo. Estos eran sólo dos y como seguramente no esperarían un ataque en la altura, no me sería difícil dar cuenta de ellos; podía ser algo tan simple como empujarlos al vacío, aunque probablemente sería preferible algún método un poco más discreto, para que no encontrarán los cuerpos enseguida y advirtieran que la manivela estaba desprotegida y sin alguien que la manejara.
Sin embargo, eliminar a los guardias no garantizaría que las puertas permanecerán abiertas mucho tiempo. Apenas vieran que las órdenes de cerrarlas no eran cumplidas enviarían gente a investigar y, sinceramente, tengo mejores cosas que hacer con mi tiempo que pasarme horas en lo alto de las puertas esperando a quien viniera a cerrarlas para despacharlo. Si Gregor no tenía nada para destruir la manivela, tendría que buscar alguna manera de trancarla.
Angélique Beauchat
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Re: [Guerra de Lunargenta] El orden del desorden. [Libre 2/2]
No paso desapercibido su lógica reacción al acercamiento a mi persona.
Sólo el oro puede paliar ese efecto de respulsión... Sonrío para mi mismo y atiendo a su pregunta. -Mis disculpas señorita, pero este acto ha surgido más del azar de una mente brillante que de una preparación previa. - la miro de arriba abajo disfrutando de las vistas. -Deberá de hacer uso de sus bellas acrobacias para cumplir con su parte. - levanto mi máscara tomando el dorso de su mano y deposito un beso. -Espero que nos veamos al otro lado de la puerta.
Me alejo de ella emanando un gran aire de autosuficiencia, dirigiéndome a los soldados que custodiaban la puerta con una sonrisa, ahora oculta por mi complemento. Desde una distancia prudencial, formo una bola de fuego carmesí y se la lanzó directa a la cara al guardia más cercano1, que cae hacía atrás llevándose la manos al rostro y rodando mientras aúlla de dolor.
-¿¡Pero que te crees que haces, puto hediondo!?- escupe uno de los guerreros que apunta su alabarda hacia mi.
-¿Hediondo? - no oculto mi risa ante el comentario y buscando provocarle. - Deberíais preguntarle a vuestra mujer. - pongo los brazos en jarra ante el creciente enrojecimiento del careto de mi interlocutor - Y a vuestro hijo... ¡oh perdón!, ¿dije vuestro? - hago una pequeña y burlesca reverencia. -Mil perdones.
El enemigo grita furioso e incita a sus amigos a que le sigan para darme una paliza, lógico, lógico y previsible. Pero si mis calculos no son erróneos...
-¡El brujo! ¡Ahí está! ¡Ayudad al brujo! ¡Vamos! - a mi espalda suenan varías voces a coro y el inconfundible sonido de cientos de pies.
Mientras cargo otra bola de fuego, el semblante de los soldados empalidece y comienzan a mostrar en sus ojos las dudas sobre sus actos, lo que inicia un temblor que les hace querer retroceder buscando la protección del rastrillo a sus espaldas.
-¡BAJAD EL RASTRILLO! ¡SON DEMASIADOS! - el guardia que grita cae embestido por uno de los ciudadanos y es rápidamente linchado por muchos otros.
¿Serán sus rezos escuchados por los dioses y por aquellos que aguardan en las puertas y al menos servirán para salvar a sus compañeros? Me rasco el mentón y observo con gran interés lo que está apunto de ocurrir.
Sólo el oro puede paliar ese efecto de respulsión... Sonrío para mi mismo y atiendo a su pregunta. -Mis disculpas señorita, pero este acto ha surgido más del azar de una mente brillante que de una preparación previa. - la miro de arriba abajo disfrutando de las vistas. -Deberá de hacer uso de sus bellas acrobacias para cumplir con su parte. - levanto mi máscara tomando el dorso de su mano y deposito un beso. -Espero que nos veamos al otro lado de la puerta.
Me alejo de ella emanando un gran aire de autosuficiencia, dirigiéndome a los soldados que custodiaban la puerta con una sonrisa, ahora oculta por mi complemento. Desde una distancia prudencial, formo una bola de fuego carmesí y se la lanzó directa a la cara al guardia más cercano1, que cae hacía atrás llevándose la manos al rostro y rodando mientras aúlla de dolor.
-¿¡Pero que te crees que haces, puto hediondo!?- escupe uno de los guerreros que apunta su alabarda hacia mi.
-¿Hediondo? - no oculto mi risa ante el comentario y buscando provocarle. - Deberíais preguntarle a vuestra mujer. - pongo los brazos en jarra ante el creciente enrojecimiento del careto de mi interlocutor - Y a vuestro hijo... ¡oh perdón!, ¿dije vuestro? - hago una pequeña y burlesca reverencia. -Mil perdones.
El enemigo grita furioso e incita a sus amigos a que le sigan para darme una paliza, lógico, lógico y previsible. Pero si mis calculos no son erróneos...
-¡El brujo! ¡Ahí está! ¡Ayudad al brujo! ¡Vamos! - a mi espalda suenan varías voces a coro y el inconfundible sonido de cientos de pies.
Mientras cargo otra bola de fuego, el semblante de los soldados empalidece y comienzan a mostrar en sus ojos las dudas sobre sus actos, lo que inicia un temblor que les hace querer retroceder buscando la protección del rastrillo a sus espaldas.
-¡BAJAD EL RASTRILLO! ¡SON DEMASIADOS! - el guardia que grita cae embestido por uno de los ciudadanos y es rápidamente linchado por muchos otros.
¿Serán sus rezos escuchados por los dioses y por aquellos que aguardan en las puertas y al menos servirán para salvar a sus compañeros? Me rasco el mentón y observo con gran interés lo que está apunto de ocurrir.
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