Se busca hombre de metal [Libre] [Cerrado]

Cuando hube abatido a aquellos que se interponían entre los chicos y yo, eché una rápida mirada al campo de batalla para comprobar que no quedaba nadie con intención de seguirnos desde la retaguardia. Sonreí con una mirada de desafío al que estaba más próximo. Me miraba con miedo, pero parecía evidente que no iba a hacer nada.

Alward dio una instrucción para comenzar a correr. Di unos pasos hacia atrás, sonriendo y sin quitar la vista al tipo y volví a transformarme en estela negra. Ahora tenía que guiar al grupo hacia un lugar seguro, ya que conocía bien los parajes. El Palacio de los Vientos no quedaba demasiado, algo menos que la ciudad de Beltrexus. Tras adleantar al grupo en mi forma de vapor, me materializaría de nuevo la primera, corriendo sin mirar atrás.

Jules y el cibernético de Eyre cerrarían el grupo de huida. Si bien el brujo no advirtió que uno de los bandidos se disponía atacar a la bruja adolescente, algo que sí advirtió Alward. El chico fue más el rápido y con una exquisita precisión manejando el arco, abatió al atacante. Aquel que primero había manoseado a Eyre.

Más rezagado, el brujo quedó impresionado por la puntería que mostró el mercenario. Eficiente tanto con espadas como con armas a distancia. Pero no era momento para los halagos, sino más bien para huir y evitar la menor pérdida de vidas humanas posibles. - ¡Vamos! – hostigó el brujo para incitar al equipo a correr aún más rápido.

Tras unos minutos de carrera, finalmente terminaríamos llegando a la carretera principal. Ya nadie nos seguía. De ahí al Palacio de los Vientos, apenas había diez minutos cuesta arriba. Las luces de las antorchas de Beltrexus se podían ver cuesta abajo, a unos veinte minutos. Tras ver el cansancio del grupo y, en particular, el de Eyre, creía que lo mejor sería que viniesen conmigo a la mansión. Bastante habían sufrido ya.

Manteniendo mi mirada seria e inquisitiva, insté al grupo a dirigirse a la mansión con un mero gesto de cabeza. Jules, lo primero que hizo, fue dirigirse a Alward, al cual dio una palmada en el hombro.

-Me has sorprendido, chico. – comenzó diciéndole. – Un mercenario que cree en la justicia, habilidoso con la espada… Con el arco… El último que conocí así era un buen tipo. – afirmó en una referencia a Eltrant Tale. - ¿Hay algo que se te de mal? – el treintañero estiró sus cejas y miró al tipo con el ceño fruncido. – Quizás se te resistan las relaciones sociales, como a Doña Alegrías. – bromeó en voz baja haciendo un gesto con la cabeza hacia mí.

Tras cubrir el trayecto completo, llegamos al Palacio de los Vientos. Algunas de las luces de la sede de los Cazadores permanecían encendidas. No era un secreto que algunos de ellos dormían mal. La de Cassandra Harrowmont una de ellas.

Un preocupado Lázarus, salió a recibirnos, se encargó de abrir la enorme reja y negra de estilo recargado que daba acceso a los jardines. Acercándome

-Maestra Cazadora, ¿se encuentra usted bien? Nos tenía a todos en vilo. – preguntó el encorvado nórgedo. – La noto fatigada. ¿Ha combatido?
-Más o menos… - respondí brevemente, secándome las manos de sudor con la toalla que me había provisto. – Dales un par de habitaciones a nuestros invitados. – comenté de brazos cruzados, mirando al trío. – Pasarán aquí la noche. – comenté, aunque aún estaban a tiempo de cambiar de opinión.
-A sus órdenes, maestra. – asintió el obediente mayordomo. Dirigiéndose inmediatamente a abrir la puerta de acceso al interior de la mansión.
-¿Los vas a invitar a quedarse? ¡Cielos, Anastasia! Hoy sí que estás de buen humor. – dijo el bromista brujo guardando sus armas en el despacho de Armas, habilitado en la sala contigua para ello, a la derecha según entrábamos.

El brujo tenía razón en dicha afirmación. Poca gente pisaba alguna vez el Palacio de los Vientos. Pero era mi manera de cuidar a Eyre, y de mostrar cordialidad por su ayuda a Alward.

Allí podrían ver el lujo y la decoración cargante y lujosa, donde la madera de ébano era la principal protagonista. Llena de grabados, con claros tonos negros, que tanto odiaba Cass. Así como la enorme escalera de madera en el mismo salón de entrada que daba acceso al piso superior, en cuyo descansillo, una vez se dividía a izquierda y derecha, podrían ver un enorme retrato en el que nos encontrábamos yo de pie y Cassandra, sentada, a quien Eyre seguramente conociera de clase. Si bien por las partes comunes no parecía haber nadie, ya que presumiblemente todos los cazadores estarían en sus cuartos por las horas que eran. Tras unos segundos para que lo vieran, y antes de que Lázarus los guiara a sus habitaciones en la primera planta, me dirigí a ellos por última vez.

-Si decidís quedaros, antes de iros mañana, pasad juntos a primera hora por mi despacho, en la primera planta. – afirmé sentenciante, cruzándome de brazos y señalándolos con el índice a los dos. – Buenas noches. – y comencé a subir, como siempre, acariciando el pasamanos.
-La que tiene el escudo de la ballesta colgando sobre el marco de la puerta. – complementó, saliendo desde su espalda. Tras depositar sus manos en sus hombros, les envió un guiño a ambos y, entonces subió a su habitación detrás de mí, también en la primera planta.