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Era viernes, día dedicado a la diosa Frigg, esposa de Odín, diosa del matrimonio y del hogar.
A pesar de que era de noche la plaza estaba llena de luces, y de vida. Una gran mesa alargada con mucha comida, mucha, era la gran protagonista de la fiesta. Todos estaban alrededor comiendo mientras hablan los unos con otros. Y bebiendo, el hidromiel no podía faltar. Se había montado un altar en la zona que quedaba menos iluminada, ahí habían realizado los sacrificios: una cabra para Thórr, una cerda para Freyja y un jabalí Freyr .
Ya se habían realizado el ritual de la entrega de obsequios, los votos junto los anillos. ¡Ya solo quedaba festejar!
La gente reía y bebía. No tardó mucho en comenzar a sonar una música que no cesaría en toda la noche. La gente se arrancó a bailar al instante.
Las novias, ahora casadas, se habían escabullido de la muchedumbre para estar un momento solas.
-Te amo…- susurró Mireya acariciando la mejilla de su mujer.
-Yo sí que te amo. – le contestó Alia reduciendo los centímetros que las separaban para darse un tierno y cálido beso.
Mientras que toda la gente disfrutaba del festejo ellas solo deseaban que terminase para empezar la noche de bodas.
La voz de la madre de Alia les hizo volver al mundo real.
- ¡Ya vamos! – respondieron al unísono entre risas.
Eran las anfitrionas de la ceremonia, tenían que hacer acto de presencia. ¿Que mejor para ello que beberse una buena jarra y lanzarse a bailar? !Beberse dos jarras y arrancarse a bailar!
A pesar de que era de noche la plaza estaba llena de luces, y de vida. Una gran mesa alargada con mucha comida, mucha, era la gran protagonista de la fiesta. Todos estaban alrededor comiendo mientras hablan los unos con otros. Y bebiendo, el hidromiel no podía faltar. Se había montado un altar en la zona que quedaba menos iluminada, ahí habían realizado los sacrificios: una cabra para Thórr, una cerda para Freyja y un jabalí Freyr .
Ya se habían realizado el ritual de la entrega de obsequios, los votos junto los anillos. ¡Ya solo quedaba festejar!
La gente reía y bebía. No tardó mucho en comenzar a sonar una música que no cesaría en toda la noche. La gente se arrancó a bailar al instante.
Las novias, ahora casadas, se habían escabullido de la muchedumbre para estar un momento solas.
-Te amo…- susurró Mireya acariciando la mejilla de su mujer.
-Yo sí que te amo. – le contestó Alia reduciendo los centímetros que las separaban para darse un tierno y cálido beso.
Mientras que toda la gente disfrutaba del festejo ellas solo deseaban que terminase para empezar la noche de bodas.
La voz de la madre de Alia les hizo volver al mundo real.
- ¡Ya vamos! – respondieron al unísono entre risas.
Eran las anfitrionas de la ceremonia, tenían que hacer acto de presencia. ¿Que mejor para ello que beberse una buena jarra y lanzarse a bailar? !Beberse dos jarras y arrancarse a bailar!
***
Bienvenidos a la ceremonia de las nupcias de Mireya y Alia.
·Hay que tener al menos 10 post on rol para poder participar.
·Recompensa de 5 punto de exp y 50 aeros.
·Se puede participar con más de una cuneta.
·Puedes hacer uso de tu profesión en este tema, siempre que quede coherente y se relacione con el tema, de hacerlo debes subrayarlo. Recompensa de 1 punto de profesión.
Extrañamente, no se sabe bien si es por el alcohol o por algún tipo de magia, el ambiente de amor se apodera de todos, haciendo que todos esteis más predispuestos al amor.
! Feliz día del orgullo lgbt+ !
Thorn
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Valeria caminaba entre los invitados saboreando su hidromiel a pequeños sorbos. Observaba con interés todo lo que acontecía a su alrededor pero, aunque mantenía una fachada de cortesía, no compartía la alegría general. No tenía nada en contra de las fiestas y celebraciones, muy al contrario, creía que eran una excusa maravillosa para celebrar que una seguía viva y peleando, a pesar de lo que los dioses se empeñasen en poner en su camino.
Las bodas, por el contrario, le parecían un desperdicio sin más objetivo que el autoengaño. Aún así, mostró su mejor sonrisa cuando le llegó el turno de felicitar a las recién casadas. «Ya veremos lo que os dura», fue lo que se calló. ¿Quién en su sano juicio podía pensar que el amor duraría para siempre? Para muestra, un botón: y es que la bruja ya había tenido ocasión de pillar al padre de una de las novias perdido en el escote de una dama que en nada se parecía a su señora, mientras la susodicha andaba buscando a las desaparecidas anfitrionas.
Era por esto, y no por la felicidad de las recién casadas, que Valeria levantaba su jarra en aquellos momentos, en dirección a la cabecera de la gran mesa, con una amplia sonrisa en el rostro. Al hombre le puso tan nervioso el gesto que a punto estuvo de resbalársele su propia jarra de entre los dedos. A la bruja casi le dio pena, pero no aprovechar una ocasión así sí que hubiera sido un desperdicio.
Aquella era, después de todo, una de las razones de que hubiera aceptado la invitación: la gente se dejaba llevar en las bodas. Hasta el punto de que siempre podía encontrarse a alguien en una situación comprometida; alguien que quizá prefiriese que su indiscreción quedase en el anonimato. Por supuesto que no era necesario recurrir al chantaje para hacer negocios con alguien, pero nunca venía mal un seguro, por lo que pudiera pasar. Después de todo, la información es poder.
«Y el poder siempre viene bien», cavilaba la bruja mientras esquivaba a un grupo de danzantes para acercarse de nuevo a la mesa en busca de otro bocado. Su sitio estaba ocupado por un hombre de recias espaldas, aparentemente, más del agrado de su anterior vecino de lo que lo había sido ella. Sin darle mayor importancia a la usurpación, se sentó en uno de los asientos que los bailarines habían dejado libres, posó su bebida frente a ella y se sirvió algo de estofado sobre una rodaja de pan. La salsa era generosa y la carne se deshacía en la boca. Sí, la comida era otra buena razón para asistir a una boda.
----------
OFF: Mis disculpas a Máster Thorn si me ha quedado poco amoroso, pero es que Reike es muy cínica. Ya veremos en qué acaba la noche.
Las bodas, por el contrario, le parecían un desperdicio sin más objetivo que el autoengaño. Aún así, mostró su mejor sonrisa cuando le llegó el turno de felicitar a las recién casadas. «Ya veremos lo que os dura», fue lo que se calló. ¿Quién en su sano juicio podía pensar que el amor duraría para siempre? Para muestra, un botón: y es que la bruja ya había tenido ocasión de pillar al padre de una de las novias perdido en el escote de una dama que en nada se parecía a su señora, mientras la susodicha andaba buscando a las desaparecidas anfitrionas.
Era por esto, y no por la felicidad de las recién casadas, que Valeria levantaba su jarra en aquellos momentos, en dirección a la cabecera de la gran mesa, con una amplia sonrisa en el rostro. Al hombre le puso tan nervioso el gesto que a punto estuvo de resbalársele su propia jarra de entre los dedos. A la bruja casi le dio pena, pero no aprovechar una ocasión así sí que hubiera sido un desperdicio.
Aquella era, después de todo, una de las razones de que hubiera aceptado la invitación: la gente se dejaba llevar en las bodas. Hasta el punto de que siempre podía encontrarse a alguien en una situación comprometida; alguien que quizá prefiriese que su indiscreción quedase en el anonimato. Por supuesto que no era necesario recurrir al chantaje para hacer negocios con alguien, pero nunca venía mal un seguro, por lo que pudiera pasar. Después de todo, la información es poder.
«Y el poder siempre viene bien», cavilaba la bruja mientras esquivaba a un grupo de danzantes para acercarse de nuevo a la mesa en busca de otro bocado. Su sitio estaba ocupado por un hombre de recias espaldas, aparentemente, más del agrado de su anterior vecino de lo que lo había sido ella. Sin darle mayor importancia a la usurpación, se sentó en uno de los asientos que los bailarines habían dejado libres, posó su bebida frente a ella y se sirvió algo de estofado sobre una rodaja de pan. La salsa era generosa y la carne se deshacía en la boca. Sí, la comida era otra buena razón para asistir a una boda.
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OFF: Mis disculpas a Máster Thorn si me ha quedado poco amoroso, pero es que Reike es muy cínica. Ya veremos en qué acaba la noche.
Reike
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-Snif. Que bonito- empezó Valyria, llorando a cantaros. -¿No crees, Gal?- siguió la elfa, mirando a su hermana, que estaba tumbada sobre una mesa, chillando internamente en algún tipo de súplica a los dioses para que el suplicio acabara, seguramente en forma de meteorito o invasión de mantícoras, tanto ella como sus suplicas invisibles para el resto de invitados. –Oh, venga ya, ha sido bonito, no seas tan aburrida.- Cierto, las ceremonias la aburrían, y eso de comer rodeada de gente alegre, charlando, sin poder hablar… -Solo un poco más, ¿vale?- Recibió como toda respuesta una mirada de pura desesperación, pero se mantuvo firme.
Así que Valyria charló, comió y bebió, puede que más de lo correcto de eso último. ¿Pero que iba a hacer? Una viajaba a Roilkat a conseguir buen y barato vidrio para sus mejunjes de curtiduría y se encontraba una boda. Y una cosa llevaba a la otra y al final ni compraba el vidrio ni vendía lo que pensaba usar para pagar dicho vidrio. Y allí estaba, comiendo suficiente para tres días. Puede que más si cogía un poco de comida disimuladamente, había un montón y nadie iba a quejarse, no iba a dejar que la tiraran…
Pero se sentía culpable. Es decir, claramente se habían tomado muchas molestias para celebrar, con una bonita ceremonia y un montón de comida para esparcir su felicidad. Al menos se merecían un regalo. ¿Pero dónde sacaba una chica un regalo así de la nada, en una ciudad que no era suya, y con más bien poco dinero?
Es decir…sabía que darles, pero había trabajado bastante para eso, y le daba un poco de pena… Pero por otro lado, así, a ojo, tenía las medidas de una de las novias casi perfectamente. Además… se ahorraba las miradas cuando fuera a venderlo… -Todo beneficios.- se mintió a sí misma. Discretamente, puso su regalo en un bolso de cuero, porque por supuesto, no lo había envuelto, y no iba a enseñarlo allí mismo, que vergüenza.
Su regalo era un pequeño experimento en hacer el cuero lo más fino posible, rápidamente descartado en favor de curtir un materia ya de por si fino. Pero la seda era muy cara, e hilar algodón u otras fibras vegetales hasta tal punto estaba muy lejos de sus capacidades, así que había usado intestino. Limpio por supuesto. Mejor no mencionar de donde había sacado la piel. Luego lo había hervido en grasa, con cuidado, muchísimo cuidado, porque los primeros intentos con agua se habían partido o hecho desgarrones. Luego recortar en las formas deseadas, coser las costuras con cuidado y poner adorables gatitos negros para cubrir las zonas más vergonzosas (porque tampoco tenía TAN poca vergüenza) había resultado en ropa interior semitransparente. De color algo soso, eso sí, porque no había conseguido la manera de teñir la maldita cosa mientras mantenía la semitransparencia, un proyecto de futuro.
Así que aprovecho que la novia que, así a ojo, tenía las medidas necesarias, estaba bailando para ponerse a bailar con ella y darle su regalo.
… ¿Era Alia o Mireya? Perfecto Val, sin recordar el maldito nombre de ninguna de las dos novias. Daba igual. La mujer aceptó el bolso con una mirada algo confusa. –Mi regalo. Para ponerte en la noche de bodas. Si quieres. Para… - Valyria alzó las cejas varias veces acabo con una tosecilla por si no había quedado lo suficientemente claro, mientras podía sentir a su hermana poniendo los ojos en blanco varios metros detrás suyo mientras hacia un gesto obsceno que ella ignoro educadamente.
Así que Valyria charló, comió y bebió, puede que más de lo correcto de eso último. ¿Pero que iba a hacer? Una viajaba a Roilkat a conseguir buen y barato vidrio para sus mejunjes de curtiduría y se encontraba una boda. Y una cosa llevaba a la otra y al final ni compraba el vidrio ni vendía lo que pensaba usar para pagar dicho vidrio. Y allí estaba, comiendo suficiente para tres días. Puede que más si cogía un poco de comida disimuladamente, había un montón y nadie iba a quejarse, no iba a dejar que la tiraran…
Pero se sentía culpable. Es decir, claramente se habían tomado muchas molestias para celebrar, con una bonita ceremonia y un montón de comida para esparcir su felicidad. Al menos se merecían un regalo. ¿Pero dónde sacaba una chica un regalo así de la nada, en una ciudad que no era suya, y con más bien poco dinero?
Es decir…sabía que darles, pero había trabajado bastante para eso, y le daba un poco de pena… Pero por otro lado, así, a ojo, tenía las medidas de una de las novias casi perfectamente. Además… se ahorraba las miradas cuando fuera a venderlo… -Todo beneficios.- se mintió a sí misma. Discretamente, puso su regalo en un bolso de cuero, porque por supuesto, no lo había envuelto, y no iba a enseñarlo allí mismo, que vergüenza.
Su regalo era un pequeño experimento en hacer el cuero lo más fino posible, rápidamente descartado en favor de curtir un materia ya de por si fino. Pero la seda era muy cara, e hilar algodón u otras fibras vegetales hasta tal punto estaba muy lejos de sus capacidades, así que había usado intestino. Limpio por supuesto. Mejor no mencionar de donde había sacado la piel. Luego lo había hervido en grasa, con cuidado, muchísimo cuidado, porque los primeros intentos con agua se habían partido o hecho desgarrones. Luego recortar en las formas deseadas, coser las costuras con cuidado y poner adorables gatitos negros para cubrir las zonas más vergonzosas (porque tampoco tenía TAN poca vergüenza) había resultado en ropa interior semitransparente. De color algo soso, eso sí, porque no había conseguido la manera de teñir la maldita cosa mientras mantenía la semitransparencia, un proyecto de futuro.
Así que aprovecho que la novia que, así a ojo, tenía las medidas necesarias, estaba bailando para ponerse a bailar con ella y darle su regalo.
… ¿Era Alia o Mireya? Perfecto Val, sin recordar el maldito nombre de ninguna de las dos novias. Daba igual. La mujer aceptó el bolso con una mirada algo confusa. –Mi regalo. Para ponerte en la noche de bodas. Si quieres. Para… - Valyria alzó las cejas varias veces acabo con una tosecilla por si no había quedado lo suficientemente claro, mientras podía sentir a su hermana poniendo los ojos en blanco varios metros detrás suyo mientras hacia un gesto obsceno que ella ignoro educadamente.
- Spoiler:
- So...tenia mis dudas, pero aparentemente los romanos ya usaban bikinis so...tire para adelante disimuladamente
Valyria
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Pensaba en la chica del rostro cambiante. No sabía su nombre, puede que lo hubiera olvidado. Quizás lo hubiera gritado mientras abusaba de ella. Ya de paso, también podría haber llamado a su padre, a su madre e incluso a su puñetero perro. Preferí no escucharla. La única frase que me interesaba oír consistía de dos únicas palabras: te odio. Nada de nombres, familiares ni (cuánto necesito un trago) edades. Solo odio. ¡Ódiame! Le llegué a pedir. Ódiame como sé que tu amiga Keira me odia. Estaban juntas en ello. Aerandir entera parecía haberse puesto de acuerdo para confabular a mis espaldas. Las paredes me juzgaban cuando les daba la espalda y a cada sombra que veía se le unía una voz que me recordaba lo que había estado haciendo y lo que haría en el futuro que me atribuían. ¡Jodeos! ¡Jodeos todos! No, a todos no. A la chica del rostro cambiante (Eyre, se llama Eyre) no hacía falta. Ya me encargué yo de joderla.
Lléname la jarra. Hasta arriba. El más fuerte que tengáis. Fueron las frases que más me acostumbré a decir. Al alquimista que se le ocurrió comercializar el alcohol en los barres fue un auténtico iluminado; mis enhorabuenas hacia él. Debió hacerse de oro. Y es que no existía ningún analgésico mejor que el alcohol. La primera jarra de cerveza hacía que no pudiese recordar si los ojos de la chica eran verdes o azules. Tras la tercera, me resultaba imposible contar todas las pecas de su infantil rostro; cosa que hasta entonces había hecho repetidas veces en sueños. Con la octava, no hacía falta que me la terminase, no podía retener un pensamiento en mi cabeza por más de cinco segundos. Justo lo que necesitaba. Ebrio como un pirata, la chica podría tener veinte o doce años que a mí no me podía importar menos.
Keira Bravery me encontró borracho en la cama de mi nueva casa. Le di pena. Me bañó y me hizo la cena. No probaba nada sólido desde hacía semanas. Follamos. La cabeza de Talisa reposaba en mi mesita, la giré para que no nos viera desnudos. En un momento dado, exhalé el nombre de la chica del rostro cambiante sin darme cuenta lo que decía. El nombre residía en algún lugar de mi masa cerebral, pero no podía alcanzarlo estando consciente. Keira lo reconoció. Tapó los pechos con las sábanas y se levantó de la cama. Me dijo que volvería otro día. Odiaba cuando me mentía. Quise golpearla y traerla de vuelta a mi lado, pero estaba demasiado cansado y borracho como para hacerlo.
No probé el alcohol en los tres días siguientes. Lo hice por Keira, para hacerla volver. Fueron tres días en los que tuve que ver la cara de la chica del rostro cambiante a cada hora que permanecía despierto. Dormido, era todavía peor. Ella se apropiaba del mundo de la liturgia como si fuera la reina del lugar y mi cabeza su castillo del sueño.
Al cuarto día, decidí coger los macutos e irme de Beltrexus por una larga temporada. Verisar sería un buen lugar. Había estado en otras ocasiones. Buena comida y abundantes salones de variedades. Los juegos de la península me mantendrían ocupado el tiempo suficiente para que dejase de pensar en la chica del rostro cambiante. En caso de que necesitase un aliciente adicional, volvería a recurrir al alcohol. Verisar posee la mayor variedad de bebidas alcoholas de toda Aerandir. Lléname la jarra, hasta arriba y el más fuerte que tengáis.
Tal como me temí, me aburrí enseguida de las variedades de Verisar. Sin embargo, jamás podría aburrirme de sus bares.
Las fiestas de Verisar eran una historia a parte de las organizadas en Beltrexus. En las islas, priorizaban los rituales mágicos antes que las actividades lúdicas propias de una celebración. Los humanos, como eran ajenos a la magia, bebían por cada ritual que no podían realizar. Eran unos paletos, desde el punto de vista de los brujos, pero había que reconocerlo: sabían cómo divertirse (sabían cómo hacer que olvide mis errores).
Escuché la noticia de un enlace entre dos mujeres humanas en Roilkat por las noticias mañaneras del pregonero de la ciudad. Me pareció un motivo como cualquier otro para beber. Brindaría por ellas y por no tener que pensar en la chica del rostro cambiante. Me acicalé como era apropiado. Los humanos solían ser gente hospitalaria, en su inmensa mayoría. Aun así, no quise pecar de confiado. Alguien podría reconocerme de mis desventuras pasadas y señalarme con el dedo. ¡Es él, mi hija está estudiando en el Hekshold y él…! Pensar en aquellas posibilidades no me hacían ningún bien. El alcohol las haría callar.
Había chicas en la taberna donde se celebraba, pero ninguna me interesaba. En todas ellas veía los ojos azules y las pecas de la chica (niña, era una niña y tú abusaste de ella) que no quería recordar. Después de cinco jarras de cerveza, desaparecía este problema. En la comida no veía la cara de ninguna chica, por lo que fui directamente a las mesas. Pasé por alto a los bailarines y a las camareras de alegres caderas que invitaban a comer de los aperitivos que llevaban en las bandejas y a meter la cabeza en su escote.
Me senté en un asiento que, seguramente, no me pertenecía; al fin y al cabo, yo no había sido invitado. Deposité la cabeza de Talisa en el asiento continuo.
—La única mujer que se queda a mi lado, pase lo que pase — con el ajetreo de la fiesta, solo me podría escuchar Talisa —. Brindemos por ello — alcé una jarra de hidromiel enfrente de la cabeza — y por tu fea cara. Te haría bien comprar una crema facial. Te alisaría el cutis y los tornillos — solté una carcajada. No me había dado cuenta que Talisa era la única mujer que veía como realmente era; con tornillos, no con pecas. — Brindemos por eso también. A tu salud.
A estas alturas, todas las bebidas alcohólicas me sabían igual. No me importaba si eran dulces o amargas. Las bebía de un sorbo, lo más rápido posible, sin apenas degustarlas. Cuanto antes pasen al estómago, antes suben a la cabeza. Me decía. Este hidromiel tenía dos peculiaridades que otros hidromieles carecían. Sin querer, noté un extraño regustillo que no alcanzaba a identificar. Especies humanas; pensé sin darle mayor importancia. Al tercer sorbo, dejé de notar ese sabor. La segunda peculiaridad solo los piratas, profesionales de la embriaguez, la podrían notar: el hidromiel subía antes a la cabeza y luego bajaba al estómago. Para mí, mejor. No tuve que embriagarme para olvidar a la chica del rostro cambiante (Eyre). Con un mísero sorbo de doncella, con tan solo sumergir mis labios en la espuma, la chica despareció de mi cabeza.
—Benditos humanos — celebré con Talisa.
Una chica se sentó a mi derecha. La observé con el rabillo del ojo. Reconocí el aroma y el poder que los brujos evocábamos y me alegré de estar sentado al lado de una paisana. Sus ojos eran del color de un fuego joven (ni azules ni verdes). Si tenía alguna peca en su rostro, fui incapaz de verla desde mi ángulo de visión. Propongo un brindis por ello. Lo más importante es que me pareció atractiva y no me sentí culpable por ello. No pensé en la herida permanente que había dejado en la intimidad de la chica del rostro cambiante ni en las mucho que me avergonzaba mendigar la compañía de Keira Bravery cuando ella se separaba de mi lado (o yo me separaba de ella para llamar su atención). Simplemente, me dije que la chica era guapa.
—Bruja, supongo. — procuré hablar en voz baja de forma que solo ella pudiera escucharme —. No te preocupes, estas con amigo. Me creí en el puerto de Beltrexus. Entre hechizos y libros de magia. Igual que tú, supongo. He notado tu éter nada más te has sentado a mi lado — decía más de lo que quería decir. Parecía la primera vez que hablaba a con una mujer — Neph, con mucho gustó —le di la mano.
Puse mis labios sobre el borde de la jarra e incliné la jarra de hidromiel sin llegar a beber. Bastaba que la bebida mojase mis labios para hechizarme.
Offrol: Interactuo con Reike. No he podido evitar participar en el tema. Los temas hardcores son mi debilidad. Perdonad por la extensión. Es hablar de sexo y me emociono (?)
Lléname la jarra. Hasta arriba. El más fuerte que tengáis. Fueron las frases que más me acostumbré a decir. Al alquimista que se le ocurrió comercializar el alcohol en los barres fue un auténtico iluminado; mis enhorabuenas hacia él. Debió hacerse de oro. Y es que no existía ningún analgésico mejor que el alcohol. La primera jarra de cerveza hacía que no pudiese recordar si los ojos de la chica eran verdes o azules. Tras la tercera, me resultaba imposible contar todas las pecas de su infantil rostro; cosa que hasta entonces había hecho repetidas veces en sueños. Con la octava, no hacía falta que me la terminase, no podía retener un pensamiento en mi cabeza por más de cinco segundos. Justo lo que necesitaba. Ebrio como un pirata, la chica podría tener veinte o doce años que a mí no me podía importar menos.
Keira Bravery me encontró borracho en la cama de mi nueva casa. Le di pena. Me bañó y me hizo la cena. No probaba nada sólido desde hacía semanas. Follamos. La cabeza de Talisa reposaba en mi mesita, la giré para que no nos viera desnudos. En un momento dado, exhalé el nombre de la chica del rostro cambiante sin darme cuenta lo que decía. El nombre residía en algún lugar de mi masa cerebral, pero no podía alcanzarlo estando consciente. Keira lo reconoció. Tapó los pechos con las sábanas y se levantó de la cama. Me dijo que volvería otro día. Odiaba cuando me mentía. Quise golpearla y traerla de vuelta a mi lado, pero estaba demasiado cansado y borracho como para hacerlo.
No probé el alcohol en los tres días siguientes. Lo hice por Keira, para hacerla volver. Fueron tres días en los que tuve que ver la cara de la chica del rostro cambiante a cada hora que permanecía despierto. Dormido, era todavía peor. Ella se apropiaba del mundo de la liturgia como si fuera la reina del lugar y mi cabeza su castillo del sueño.
Al cuarto día, decidí coger los macutos e irme de Beltrexus por una larga temporada. Verisar sería un buen lugar. Había estado en otras ocasiones. Buena comida y abundantes salones de variedades. Los juegos de la península me mantendrían ocupado el tiempo suficiente para que dejase de pensar en la chica del rostro cambiante. En caso de que necesitase un aliciente adicional, volvería a recurrir al alcohol. Verisar posee la mayor variedad de bebidas alcoholas de toda Aerandir. Lléname la jarra, hasta arriba y el más fuerte que tengáis.
Tal como me temí, me aburrí enseguida de las variedades de Verisar. Sin embargo, jamás podría aburrirme de sus bares.
Las fiestas de Verisar eran una historia a parte de las organizadas en Beltrexus. En las islas, priorizaban los rituales mágicos antes que las actividades lúdicas propias de una celebración. Los humanos, como eran ajenos a la magia, bebían por cada ritual que no podían realizar. Eran unos paletos, desde el punto de vista de los brujos, pero había que reconocerlo: sabían cómo divertirse (sabían cómo hacer que olvide mis errores).
Escuché la noticia de un enlace entre dos mujeres humanas en Roilkat por las noticias mañaneras del pregonero de la ciudad. Me pareció un motivo como cualquier otro para beber. Brindaría por ellas y por no tener que pensar en la chica del rostro cambiante. Me acicalé como era apropiado. Los humanos solían ser gente hospitalaria, en su inmensa mayoría. Aun así, no quise pecar de confiado. Alguien podría reconocerme de mis desventuras pasadas y señalarme con el dedo. ¡Es él, mi hija está estudiando en el Hekshold y él…! Pensar en aquellas posibilidades no me hacían ningún bien. El alcohol las haría callar.
Había chicas en la taberna donde se celebraba, pero ninguna me interesaba. En todas ellas veía los ojos azules y las pecas de la chica (niña, era una niña y tú abusaste de ella) que no quería recordar. Después de cinco jarras de cerveza, desaparecía este problema. En la comida no veía la cara de ninguna chica, por lo que fui directamente a las mesas. Pasé por alto a los bailarines y a las camareras de alegres caderas que invitaban a comer de los aperitivos que llevaban en las bandejas y a meter la cabeza en su escote.
Me senté en un asiento que, seguramente, no me pertenecía; al fin y al cabo, yo no había sido invitado. Deposité la cabeza de Talisa en el asiento continuo.
—La única mujer que se queda a mi lado, pase lo que pase — con el ajetreo de la fiesta, solo me podría escuchar Talisa —. Brindemos por ello — alcé una jarra de hidromiel enfrente de la cabeza — y por tu fea cara. Te haría bien comprar una crema facial. Te alisaría el cutis y los tornillos — solté una carcajada. No me había dado cuenta que Talisa era la única mujer que veía como realmente era; con tornillos, no con pecas. — Brindemos por eso también. A tu salud.
A estas alturas, todas las bebidas alcohólicas me sabían igual. No me importaba si eran dulces o amargas. Las bebía de un sorbo, lo más rápido posible, sin apenas degustarlas. Cuanto antes pasen al estómago, antes suben a la cabeza. Me decía. Este hidromiel tenía dos peculiaridades que otros hidromieles carecían. Sin querer, noté un extraño regustillo que no alcanzaba a identificar. Especies humanas; pensé sin darle mayor importancia. Al tercer sorbo, dejé de notar ese sabor. La segunda peculiaridad solo los piratas, profesionales de la embriaguez, la podrían notar: el hidromiel subía antes a la cabeza y luego bajaba al estómago. Para mí, mejor. No tuve que embriagarme para olvidar a la chica del rostro cambiante (Eyre). Con un mísero sorbo de doncella, con tan solo sumergir mis labios en la espuma, la chica despareció de mi cabeza.
—Benditos humanos — celebré con Talisa.
Una chica se sentó a mi derecha. La observé con el rabillo del ojo. Reconocí el aroma y el poder que los brujos evocábamos y me alegré de estar sentado al lado de una paisana. Sus ojos eran del color de un fuego joven (ni azules ni verdes). Si tenía alguna peca en su rostro, fui incapaz de verla desde mi ángulo de visión. Propongo un brindis por ello. Lo más importante es que me pareció atractiva y no me sentí culpable por ello. No pensé en la herida permanente que había dejado en la intimidad de la chica del rostro cambiante ni en las mucho que me avergonzaba mendigar la compañía de Keira Bravery cuando ella se separaba de mi lado (o yo me separaba de ella para llamar su atención). Simplemente, me dije que la chica era guapa.
—Bruja, supongo. — procuré hablar en voz baja de forma que solo ella pudiera escucharme —. No te preocupes, estas con amigo. Me creí en el puerto de Beltrexus. Entre hechizos y libros de magia. Igual que tú, supongo. He notado tu éter nada más te has sentado a mi lado — decía más de lo que quería decir. Parecía la primera vez que hablaba a con una mujer — Neph, con mucho gustó —le di la mano.
Puse mis labios sobre el borde de la jarra e incliné la jarra de hidromiel sin llegar a beber. Bastaba que la bebida mojase mis labios para hechizarme.
Offrol: Interactuo con Reike. No he podido evitar participar en el tema. Los temas hardcores son mi debilidad. Perdonad por la extensión. Es hablar de sexo y me emociono (?)
Gerrit Nephgerd
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Aunque fuera de forma imperceptible, Valeria se tensó al oír la palabra “bruja”. No le agradaba sentirse expuesta, prefería ser ella la que hiciera las averiguaciones. Se relajó un poco, sólo un poco, al darse cuenta de que era un paisano quien hablaba. A decir verdad, ella también había notado un ligero cosquilleo al sentarse allí, pero el hombre se veía tan corpulento que había asumido que se trataría de un dragón, quizá un vampiro. «Supongo que yo doy más el tipo», se dijo. Aquello hizo que se relajara un poquito más.
—Encantada —dijo, correspondiendo al saludo del brujo con una sonrisa amable—, yo soy Val. —«Informal, ¿por qué no?; pero eso de “amigo” seré yo quien lo juzgue».
Sostuvo la mano que Neph le tendía durante apenas un instante más de lo estrictamente necesario. «Una mano fuerte», se dijo. «No por el trabajo, es un brujo, usaría su telequinesis. ¿Guerrero, tal vez? Tiene cuerpo para ello». Observando dicho cuerpo, se topó con el martillo que colgaba de su cinturón. «Confirmado queda», apuntó para sus adentros. Con la mirada, buscó sus ojos, de un azul limpio y brillante, semiocultos bajo unos pesados párpados y unas cejas espesas; la mirada era inteligente, quizás algo cansada. Su vestimenta era la adecuada para la ocasión, no se podían sacar grandes conclusiones de ella, dadas las circunstancias. Lo que más intrigada tenía a la bruja era la cabeza de metal que descansaba en la silla contigua al hombre. No le parecía que diera el tipo como inventor, tampoco como artista. Aquello iba a requerir un examen más a fondo. Su sonrisa se amplió.
—Sin duda, el mundo es un pañuelo, Neph. Yo también me crié en Beltrexus. —Acompañó sus palabras con una leve inclinación de cabeza, en reconocimiento de los poderes de deducción de su interlocutor— Mercado del Este —añadió, para más detalles.
Aquello no era del todo cierto. La casa donde nació se encontraba en el Barrio de la Piedra, llamado así, no por sus maravillosas construcciones, sino porque era donde vivían la mayor parte de las familias de albañiles, canteros y constructores en general. También los mozos de carga, como su padre. Un buen manejo de la telequinesis era muy demandado en aquel oficio. El Mercado del Este, un puñado de calles más arriba, era su coto particular de caza, mientras estuvo al cargo de la única familia que le quedaba. Allí aprendió las lecciones más valiosas, las que le habían ayudado a sobrevivir a lo largo de los años; irónicamente, también las que evitaron que el tipo que se las enseñó acabara vendiéndola en alguna esquina.
—Dime, Neph, ¿qué te trae por el continente, aparte del feliz acontecimiento? —Hizo un gesto con una mano que pretendía abarcar los festejos que los rodeaban, mientras se giraba ligeramente en la silla para acomodar la postura y facilitar la conversación— ¿Y a tu amiga? —añadió sin perder la sonrisa, señalando con la barbilla la cabeza de metal.
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OFF: Interactúo con Gerrit.
—Encantada —dijo, correspondiendo al saludo del brujo con una sonrisa amable—, yo soy Val. —«Informal, ¿por qué no?; pero eso de “amigo” seré yo quien lo juzgue».
Sostuvo la mano que Neph le tendía durante apenas un instante más de lo estrictamente necesario. «Una mano fuerte», se dijo. «No por el trabajo, es un brujo, usaría su telequinesis. ¿Guerrero, tal vez? Tiene cuerpo para ello». Observando dicho cuerpo, se topó con el martillo que colgaba de su cinturón. «Confirmado queda», apuntó para sus adentros. Con la mirada, buscó sus ojos, de un azul limpio y brillante, semiocultos bajo unos pesados párpados y unas cejas espesas; la mirada era inteligente, quizás algo cansada. Su vestimenta era la adecuada para la ocasión, no se podían sacar grandes conclusiones de ella, dadas las circunstancias. Lo que más intrigada tenía a la bruja era la cabeza de metal que descansaba en la silla contigua al hombre. No le parecía que diera el tipo como inventor, tampoco como artista. Aquello iba a requerir un examen más a fondo. Su sonrisa se amplió.
—Sin duda, el mundo es un pañuelo, Neph. Yo también me crié en Beltrexus. —Acompañó sus palabras con una leve inclinación de cabeza, en reconocimiento de los poderes de deducción de su interlocutor— Mercado del Este —añadió, para más detalles.
Aquello no era del todo cierto. La casa donde nació se encontraba en el Barrio de la Piedra, llamado así, no por sus maravillosas construcciones, sino porque era donde vivían la mayor parte de las familias de albañiles, canteros y constructores en general. También los mozos de carga, como su padre. Un buen manejo de la telequinesis era muy demandado en aquel oficio. El Mercado del Este, un puñado de calles más arriba, era su coto particular de caza, mientras estuvo al cargo de la única familia que le quedaba. Allí aprendió las lecciones más valiosas, las que le habían ayudado a sobrevivir a lo largo de los años; irónicamente, también las que evitaron que el tipo que se las enseñó acabara vendiéndola en alguna esquina.
—Dime, Neph, ¿qué te trae por el continente, aparte del feliz acontecimiento? —Hizo un gesto con una mano que pretendía abarcar los festejos que los rodeaban, mientras se giraba ligeramente en la silla para acomodar la postura y facilitar la conversación— ¿Y a tu amiga? —añadió sin perder la sonrisa, señalando con la barbilla la cabeza de metal.
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OFF: Interactúo con Gerrit.
Reike
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Cuando escuché el nombre de la chica me di cuenta de que el hidromiel estaba contaminado y que no me importaba. Me sentía bien. Por primera vez en mucho tiempo, había dejado de pensar en la chica del rostro cambiante (Eyre) y me había interesado por otra persona, por Val. Me parecía hermosa y encantadora; pero era posible que solo fuera lo primero. El encanto que me generaba era producido por el veneno. Poción de Freya, elaborada con esencia de amorttenina; conocía la receta. Los humanos habrían endulzado los barriles; no sabían divertirse de otra manera que no fuera estando envenenados. En la invitación, habría un apartado donde se informaba explícitamente que el hidromiel estaría envenenado con poción de Freya. Un sorbo sería suficientemente para despertar al dragón por el resto de la velada. Bebed con moderación.
Como siempre: la solución a los problemas del hombre se encontraba en la alquimia. Para quitarme a la chica del rostro cambiante de la cabeza, simplemente tenía que quedarme encandilado por otra mujer. Tenía que reconocerlo: los humanos dieron con la clave. La suerte hizo que la chica se sentase a mi lado fuera una bruja; cosa que agradecí. De haber sido una elfa, no hubiera sido tan decoroso con ella. Me habría comportado como en mis años de adolescencia, como si Samhain siguiera vivo.
—Val —repetí ladeando la cabeza —. Es un nombre hermoso. — Supuse que Val sería abreviación de su nombre completo. ¿Valentina, tal vez? Me acerqué a ella como si pudiera espiar su nombre. —Corto, sonoro y con energía, o quizás deba decir éter — esto segundo lo dije en voz baja, era un secreto entre nosotros. — Val.
Acababa de empezar la noche, los efectos de la amorttenina no estaban haciendo más que asomar, y ya hablaba como un niño después de su primera noche de cervezas y vino.
—Nada en especial — hice un gesto con la mano para restar importancia a mi estancia en Verisar —. Se podría decir que me aburría de Beltrexus. Es una buena ciudad, no me entiendas mal, pero la tengo muy vista — señalé con el pulgar a la cabeza de Talisa sin verla directamente —. Ella viene conmigo. Es… era una bruja. Se llama Talisa. La pobre perdió la cabeza por mí. Incluso abandonó a quien, por entonces, era su marido. Una larga historia que no acabó nada bien, para ella. Al final, se quedó como la ves. Creo que todavía es capaz de ver y sentir, aunque esté cubierta de metal. Me pareció considerado llevarla conmigo. A veces la oigo. Pronuncia mi nombre sin abrir la boca.
Arrastré la silla hacia Val. Me incliné hacia ella. Estaba tan cerca que casi parecía un vampiro a punto de hincarle el diente. Estaba en la misma posición en la que se encontraba todos los demás amantes hechizados del banquete.
—¿Y quieres saber algo más? Es una celosa. Mañana, dirá tu nombre en vez del mío. Se quejará porque hubiera querido ser tú. Odiará el color de tu piel y el olor de tu perfume —hablaba la amorttenina, no yo.
Negué con la cabeza repetidas veces. Agradecía haberme olvidado de la chica del rostro cambiante (Eyre), pero no me gustaba tener que hablar como imbécil a cambio.
— Amorttenina — dije entre dientes, muy a mi pesar —. Los humanos endulzan su bebida con la poción de Freya. Conozco el veneno. Yo lo fabrico en mi laboratorio. He bebido sin darme cuenta. — eran frases secas y con tono desagradable —. Ayúdame o sal de mi vista. Harás bien en irte — aproveché que tenía un momento para hablar con mi voz real para decir: —. Es cierto, Val es un nombre bonito.
Offrol: Justifico la maldición del evento con la poción que compré en el evento [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]
Como siempre: la solución a los problemas del hombre se encontraba en la alquimia. Para quitarme a la chica del rostro cambiante de la cabeza, simplemente tenía que quedarme encandilado por otra mujer. Tenía que reconocerlo: los humanos dieron con la clave. La suerte hizo que la chica se sentase a mi lado fuera una bruja; cosa que agradecí. De haber sido una elfa, no hubiera sido tan decoroso con ella. Me habría comportado como en mis años de adolescencia, como si Samhain siguiera vivo.
—Val —repetí ladeando la cabeza —. Es un nombre hermoso. — Supuse que Val sería abreviación de su nombre completo. ¿Valentina, tal vez? Me acerqué a ella como si pudiera espiar su nombre. —Corto, sonoro y con energía, o quizás deba decir éter — esto segundo lo dije en voz baja, era un secreto entre nosotros. — Val.
Acababa de empezar la noche, los efectos de la amorttenina no estaban haciendo más que asomar, y ya hablaba como un niño después de su primera noche de cervezas y vino.
—Nada en especial — hice un gesto con la mano para restar importancia a mi estancia en Verisar —. Se podría decir que me aburría de Beltrexus. Es una buena ciudad, no me entiendas mal, pero la tengo muy vista — señalé con el pulgar a la cabeza de Talisa sin verla directamente —. Ella viene conmigo. Es… era una bruja. Se llama Talisa. La pobre perdió la cabeza por mí. Incluso abandonó a quien, por entonces, era su marido. Una larga historia que no acabó nada bien, para ella. Al final, se quedó como la ves. Creo que todavía es capaz de ver y sentir, aunque esté cubierta de metal. Me pareció considerado llevarla conmigo. A veces la oigo. Pronuncia mi nombre sin abrir la boca.
Arrastré la silla hacia Val. Me incliné hacia ella. Estaba tan cerca que casi parecía un vampiro a punto de hincarle el diente. Estaba en la misma posición en la que se encontraba todos los demás amantes hechizados del banquete.
—¿Y quieres saber algo más? Es una celosa. Mañana, dirá tu nombre en vez del mío. Se quejará porque hubiera querido ser tú. Odiará el color de tu piel y el olor de tu perfume —hablaba la amorttenina, no yo.
Negué con la cabeza repetidas veces. Agradecía haberme olvidado de la chica del rostro cambiante (Eyre), pero no me gustaba tener que hablar como imbécil a cambio.
— Amorttenina — dije entre dientes, muy a mi pesar —. Los humanos endulzan su bebida con la poción de Freya. Conozco el veneno. Yo lo fabrico en mi laboratorio. He bebido sin darme cuenta. — eran frases secas y con tono desagradable —. Ayúdame o sal de mi vista. Harás bien en irte — aproveché que tenía un momento para hablar con mi voz real para decir: —. Es cierto, Val es un nombre bonito.
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Gerrit Nephgerd
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Una boda. Aquello nos había pillado de sorpresa. Habían pasado unos cuantos días desde que llegamos a Roilkat, y no habíamos tenido problemas con la habitación de la posada... hasta aquella noche.
La gente hacia ruido. Más de lo normal. No era de extrañar, siendo una celebración, pero a decir verdad, no tenía demasiadas ganas de salir. Mi compañero tampoco, por lo que parecía. Ya habíamos cenado, ninguno de los dos bebía... y definitivamente no quería acercarme más a la fuente del ruido.
-Los humanos dicen algo como "Si no puedes vencerlos, únete a ellos."- recordé. El gato me miró, arqueando una ceja. Me acerqué a una mesa con un par de zancadas, tomando un cuenco de tinta que había preparado esa tarde. Tinta arcana, pero con unos ingredientes distintos a lo común. Había estado experimentando, probando distintas combinaciones para ver en que se diferenciaban los resultados.
Aquella vez, había usado una planta específica. Una rosada, poco común, y relativamente peligrosa. Amortentia. Por supuesto, había separado el valkko, la parte blanquecina que traía sus propiedades serias. Tenía pensado hacer dos mezclas distintas, una solo con la fruta, otra mezclando el valkko. La del cuenco tenía el fruto en sí, por lo que había resultado una tinta rosa, con un olor agradable... y era comestible, incluso. Solo había usado ingredientes que lo fuesen, después de todo.
Coloqué un dedo en el mejunje, y empecé a inscribir un símbolo en un trozo de papel. No podíamos cerrar las ventanas por el horrible calor que hacía esa noche, pero me negaba a soportar aquel ruido. Tras terminarlo, extendí la hoja en la pared que daba a la ventana. La runa se quedó fija, y empezó a hacer efecto: todo el ruido de fuera se acalló de golpe, como si no estuviese allí. Un símbolo de protección que sólo prohibía el sonido.
-Menos mal que puedo vencerlos.- dije, chupándome el dedo para probar lo que había quedado. Tenía un toque dulce. Me relamí. Unté el dedo de nuevo y repetí. Sabía bien. Syl me miró con curiosidad y se irguió sobre la cama.
-Quiero probar.- dijo. Sonreí, y pasé el dedo por el cuenco una vez más, para luego acercar mi mano a sus labios. El gato chasqueó la lengua, pero no se cortó. Puso mi índice entre sus labios, saboreando la mezcla, y lo mantuvo unos cuantos segundos más de lo que era necesario. -Mmmh.-
Cuando lo sacó, me acerqué más, subiéndome a la cama mientras le besaba.
-Sabe bien. Y la "tinta" también.- dijo. Resoplé de buen humor, y me tumbé. El felino hizo lo mismo, junto a mi. Me desprendí de los pocos ropajes que aún tenía puestos. Ahí no harían falta. Le abracé, feliz de tenerlo tan cerca.
Le besé en los labios, y él devolvió el beso. Estaba convencido de que no había nada mejor que aquello. La vista, el contacto, el sonido... incluso el olor y el sabor, todo era increíble. Apreté su cuerpo contra el mío, y besé de nuevo, con más intensidad que antes.
Nos mantuvimos así durante minutos, hasta que fue necesario parar para respirar. E incluso entonces, quería seguir. No había nada que quisiese más en el mundo que estar en ese mismo lugar con esa misma persona. Syl. Murmuré el nombre, y el felino me besó de nuevo. Lo amaba más de lo que podía expresar. Dejé que cambiase de posición en la cama, moviéndome con él hasta que quedó a mi lado.
Me acerqué más a él, rozando su cuello con mi hocico. Syl acarició mi cara, y se recostó ligeramente antes de acercarme a él, invitándome a hacer algo que ambos queríamos. Pero también haría que durase. Me controlé como pude, yendo tan lento como podía permitirme. Primero mediante el olfato. Olisqueé su pecho, su cuello y sus axilas, haciéndole reír. Quizás sintiese que le provocaba, pero nada más lejos de la realidad. Su olor era el mejor aroma que conocía. Olor a hogar, a una calidez reconfortante, a tranquilidad y a libertad. Como con el beso, podía pasarme horas disfrutándolo. Pero lo que venía después era aún mejor.
Lo siguiente fue el sabor. A diferencia de lo demás, el sabor de su pelaje, por limpio que estuviese, no era algo que me entusiasmase. Y sin embargo, pasé mi lengua por su torso con cariño, consciente de lo mucho que le relajaba. Me esforcé en dejar que respirase, sin hacerle cosquillas o aplastarlo demasiado, y el felino soltó un suspiro placentero. Fui metódico, hasta que empezó a guiar mi cabeza ligeramente. Sonreí, y empecé a bajar, primero hasta su estómago, y luego algo más.
Continué pasando mi lengua por distintas partes de su cuerpo, esta vez provocando que una exhalación escapase de sus labios. Aquello fue suficiente para alentarme. Abrí la boca y me acerqué lentamente, con cuidado de no rozarlo con mis dientes. El felino me acarició la cabeza con cariño, y proseguí mis esfuerzos hasta encontrar mi nariz en su pelaje una vez más.
No solía hacer mucho ruido. Pero aquello no me importaba. Un solo vistazo hacia su cara era suficiente como para saber lo mucho que estaba disfrutando. Poco a poco, aumenté el ritmo de mis movimientos, centrándome en las respuestas de su cuerpo. Tomé sus manos con las mías, y las apretó con fuerza. Pero en lugar de apresurarme, fui más lentamente. Quería que lo disfrutase tanto como pudiese, y al parecer, estaba haciendo un buen trabajo.
Tras unos minutos de aquello, movió sus manos a la parte de atrás de mi cabeza. Se estaba acercando. Llevé las mías a mi propio cuerpo, disfrutando casi tanto como él mientras empezaba a manejar mis movimientos. Me gustaba aquella firmeza. Cerré los ojos y me dejé llevar. Syl empezaba a jadear. Finalmente, dejó de mover mi cabeza y me mantuvo junto a él mientras dejaba escapar un sonido placentero y aquel sabor inundaba mi boca.
Me quedé en esa posición durante unos segundos, dándole un momento para respirar, y finalmente, me separé. Sonreí, y el gato se acercó a mi para darme un beso en los labios.
Me tumbé, tomando mi lugar habitual sobre la cama. Me miró, visiblemente contento.
-¿Mi turno?- preguntó. Ensanché mi sonrisa, y me preparé.
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Off: Si, es +18.
Subrayado principio y final del uso de Arcanos (parrafos 3-5). Para que no molestéis con cosas como bodas y celebraciones a los que hacen cosas importantes de verdad (???)
Asher Daregan
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Oh la ciudad de Roilkat, una ciudad impenetrable y bien resguardada. Al menos así la recuerda Lyra de la última vez que la vio.
Ahora mismo estaba allí por negocios, un contrato, era normal ir de ciudad en ciudad para ella ahora, sin acercarse mucho a Lunargenta, claro, aún no estaba preparada para ir allí, le traería malas memorias, memorias que no podía permitirse tener o le llevarían a un estado de ánimo que le impediría continuar con su impuesta tarea.
Por ahora sobrevivía, aprendía del mundo, de los humanos, de las diferentes razas, de sus ciudades, tomaba trabajos que solo ella y los de su calaña podrían realizar, y eso le había llevado a allí. Extrañamente, parecía haber un festival, o una fiesta pública, enorme, mucha gente estaba reunida, mayormente arreglados con preciosos trajes y vestidos, otros... No tanto, pero aún así disfrutaban al unísono de la reunión.
Se encontraba ahí porque no tenía nada mejor que hacer, tenía muy poco dinero y no quería ir a una posada o dormir en la calle, prefería pasar la noche con comida gratis, en los dos sentidos que un vampiro podría tener.
Aunque se sentía incómoda, fuera de lugar, como sí fuera a destacar en ese lugar tan iluminado, mala idea para alguien que por lo contrario, le gustaba estar en la sombra lejos de las miradas ajenas.
¿Y por qué sentía que le miraban? Sencillo, su vestimenta, su apariencia, ya el hecho de ser una vampiro le carcomía la cabeza, y no pudo evitar, con mucha ansiedad, acomodar su pañuelo que tapaba su boca y parte de su nariz, apretándoselo aún más mientras bajaba su capucha, nadie tenía una puesta.
Se apartó en un costado tras tomar disimuladamente una copa de la mesa llena de vino tinto, rojizo, aparentemente sin tocar aún, se colocó contra una columna del lugar, apoyando su hombro y sosteniéndose con él tras apoyarle su peso, dándole un leve trago a la copa de vino mientras miraba el entorno que le rodeaba, más bien, a la gente.
Notó varias miradas sobre ella que rápidamente se apartaron, mayormente de mujeres de vestidos elegantes como también de algunos hombres, eran miradas con sospecha y hasta temor, eso le gustaba generar, soltó una sonrisa complacida.
Aunque algo le sorprendió, una mujer no le apartó la mirada, estaba entre un grupo de chicas de su edad, parecía la más joven de todas, y la más hermosa también.
Tenía su mirada bien puesta en ella, ambas la tenían, pero fue la ajena quien le ganó con una coqueta sonrisa y luego un caminar provocando que poco a poco se separe de su grupo y se ponga a centímetros de la morocha, casi seduciéndole a cada paso, pues se podía observar que meneaba la cadera a cada paso, quizá un poco más exagerado de lo que debía, pero bien que servía.
— Se nota que no eres de por aquí. — Dijo aquella mujer de dorados cabellos con un rostro inocente de unos veinte y tantos años, con una sonrisa que escondía su coquetear mientras miraba a la asesina con cierta intriga.
Lyra sonrió, afirmó y se preparó mentalmente, hacía tiempo que no realizaba este tipo de cosas.
Se quitó su pañuelo y habló, escondiendo sus colmillos con una pequeña ilusión manipulable.
— ¿Se nota mucho que soy una turista? — Miró de arriba a abajo a la rubia de forma un tanto disimulada, manteniendo la sonrisa.
— Quizá necesite alguien que me guíe a un lugar un tanto acogedor para quedarme la fría noche. . . ~ —
La rubia fue algo sorprendida por esto, esperaba que le sean un poco menos directa, pero no por ello dejó de sonreír, al contrario, afirmó mientras su diestra ya se ofrecía ante Lyra, complacida con que rápidamente haya captado a lo que venía.
— Y encantada de acogerte quedaré... —
De forma rápida y fácil solían ser las cosas para la morocha, que sí bien no tenía ni siquiera una labia que se acerque a ser la de un borracho buscando acostarse con quien se le cruce, el hecho de que pueda manipular su apariencia conforme a los gustos ajenos le ayudaba mucho, aunque en este caso no lo había necesitado, no mucho.
De la mano caminaron, entre la gente se movieron y rápidamente la guerrera ya había encontrado un precioso bombón para esta semana de la dulzura, además de un lugar no tan frío como la calle para acurrucarse cómodamente.
Ambas sin ropa tras unos minutos ya se encontraban, fue la morocha quien se abalanzó sobre ella contra la cama, hambrienta y con muchas ganas, sus manos recorrían cada curva de su cuerpo con ganas, rozando su suavidad con la propia mientras los besos no paraban entre ambas.
Y fue allí que entre verla tan vulnerable, tan complacida y con tanto placer encima que no se aguantó, su diestra se dirigió hacia su nuca, la tomó de los cabellos con suavidad y empezando a deslizar su sinhueso por su cuello, le siguieron sus labios, hasta que hartándose de prepararla, pasó a clavar sus colmillos en ella, pero no se resistió, claro que no, raro que lo hicieran en estas circunstancias.
Se alimentaba mientras la rubia se ahogaba en placer, solo alaridos de gusto salían de su boca entre jadeos, todo mientras su zurda aún hacía de las suyas en las preciosas lomas protuberantes de la gimiente.
No sabía ni su nombre, ni siquiera el porque había caído con tanta facilidad en su coqueteo absurdo, pero mientras se acurrucaba en su pecho y la acariciaba con la diestra con cierto cariño, pensó que tan solo era como ella, buscando justamente eso, aunque no era algo que se podía permitir, lo disfrutaría de momento.
Cerró sus ojos y finalmente dejó a la contraria dormir acurrucada. Pasaron horas en esa cómoda posición hasta que supo bien que debía irse, el sol saldría en un par de horas y aún tenía cosas que hacer.
Le dejó acostada y acomodó las frazadas hasta su pecho, se vistió de forma lenta y se fue justo por donde vino, solo dejando la evidencia de su visita dos marcas visibles en su cuello.
—————————————————————————————————————————————
Off: Uso de habilidad, pasiva racial:
Presencia vampírica: El vampiro puede alterar la percepción de los demás sobre su apariencia con una ilusión que le hace parecer más temible o más atractivo, a voluntad. Adicionalmente, esto le permite ocultarse con mayor facilidad en lugares oscuros.
Ahora mismo estaba allí por negocios, un contrato, era normal ir de ciudad en ciudad para ella ahora, sin acercarse mucho a Lunargenta, claro, aún no estaba preparada para ir allí, le traería malas memorias, memorias que no podía permitirse tener o le llevarían a un estado de ánimo que le impediría continuar con su impuesta tarea.
Por ahora sobrevivía, aprendía del mundo, de los humanos, de las diferentes razas, de sus ciudades, tomaba trabajos que solo ella y los de su calaña podrían realizar, y eso le había llevado a allí. Extrañamente, parecía haber un festival, o una fiesta pública, enorme, mucha gente estaba reunida, mayormente arreglados con preciosos trajes y vestidos, otros... No tanto, pero aún así disfrutaban al unísono de la reunión.
Se encontraba ahí porque no tenía nada mejor que hacer, tenía muy poco dinero y no quería ir a una posada o dormir en la calle, prefería pasar la noche con comida gratis, en los dos sentidos que un vampiro podría tener.
Aunque se sentía incómoda, fuera de lugar, como sí fuera a destacar en ese lugar tan iluminado, mala idea para alguien que por lo contrario, le gustaba estar en la sombra lejos de las miradas ajenas.
¿Y por qué sentía que le miraban? Sencillo, su vestimenta, su apariencia, ya el hecho de ser una vampiro le carcomía la cabeza, y no pudo evitar, con mucha ansiedad, acomodar su pañuelo que tapaba su boca y parte de su nariz, apretándoselo aún más mientras bajaba su capucha, nadie tenía una puesta.
Se apartó en un costado tras tomar disimuladamente una copa de la mesa llena de vino tinto, rojizo, aparentemente sin tocar aún, se colocó contra una columna del lugar, apoyando su hombro y sosteniéndose con él tras apoyarle su peso, dándole un leve trago a la copa de vino mientras miraba el entorno que le rodeaba, más bien, a la gente.
Notó varias miradas sobre ella que rápidamente se apartaron, mayormente de mujeres de vestidos elegantes como también de algunos hombres, eran miradas con sospecha y hasta temor, eso le gustaba generar, soltó una sonrisa complacida.
Aunque algo le sorprendió, una mujer no le apartó la mirada, estaba entre un grupo de chicas de su edad, parecía la más joven de todas, y la más hermosa también.
Tenía su mirada bien puesta en ella, ambas la tenían, pero fue la ajena quien le ganó con una coqueta sonrisa y luego un caminar provocando que poco a poco se separe de su grupo y se ponga a centímetros de la morocha, casi seduciéndole a cada paso, pues se podía observar que meneaba la cadera a cada paso, quizá un poco más exagerado de lo que debía, pero bien que servía.
— Se nota que no eres de por aquí. — Dijo aquella mujer de dorados cabellos con un rostro inocente de unos veinte y tantos años, con una sonrisa que escondía su coquetear mientras miraba a la asesina con cierta intriga.
Lyra sonrió, afirmó y se preparó mentalmente, hacía tiempo que no realizaba este tipo de cosas.
Se quitó su pañuelo y habló, escondiendo sus colmillos con una pequeña ilusión manipulable.
— ¿Se nota mucho que soy una turista? — Miró de arriba a abajo a la rubia de forma un tanto disimulada, manteniendo la sonrisa.
— Quizá necesite alguien que me guíe a un lugar un tanto acogedor para quedarme la fría noche. . . ~ —
La rubia fue algo sorprendida por esto, esperaba que le sean un poco menos directa, pero no por ello dejó de sonreír, al contrario, afirmó mientras su diestra ya se ofrecía ante Lyra, complacida con que rápidamente haya captado a lo que venía.
— Y encantada de acogerte quedaré... —
De forma rápida y fácil solían ser las cosas para la morocha, que sí bien no tenía ni siquiera una labia que se acerque a ser la de un borracho buscando acostarse con quien se le cruce, el hecho de que pueda manipular su apariencia conforme a los gustos ajenos le ayudaba mucho, aunque en este caso no lo había necesitado, no mucho.
De la mano caminaron, entre la gente se movieron y rápidamente la guerrera ya había encontrado un precioso bombón para esta semana de la dulzura, además de un lugar no tan frío como la calle para acurrucarse cómodamente.
Ambas sin ropa tras unos minutos ya se encontraban, fue la morocha quien se abalanzó sobre ella contra la cama, hambrienta y con muchas ganas, sus manos recorrían cada curva de su cuerpo con ganas, rozando su suavidad con la propia mientras los besos no paraban entre ambas.
Y fue allí que entre verla tan vulnerable, tan complacida y con tanto placer encima que no se aguantó, su diestra se dirigió hacia su nuca, la tomó de los cabellos con suavidad y empezando a deslizar su sinhueso por su cuello, le siguieron sus labios, hasta que hartándose de prepararla, pasó a clavar sus colmillos en ella, pero no se resistió, claro que no, raro que lo hicieran en estas circunstancias.
Se alimentaba mientras la rubia se ahogaba en placer, solo alaridos de gusto salían de su boca entre jadeos, todo mientras su zurda aún hacía de las suyas en las preciosas lomas protuberantes de la gimiente.
No sabía ni su nombre, ni siquiera el porque había caído con tanta facilidad en su coqueteo absurdo, pero mientras se acurrucaba en su pecho y la acariciaba con la diestra con cierto cariño, pensó que tan solo era como ella, buscando justamente eso, aunque no era algo que se podía permitir, lo disfrutaría de momento.
Cerró sus ojos y finalmente dejó a la contraria dormir acurrucada. Pasaron horas en esa cómoda posición hasta que supo bien que debía irse, el sol saldría en un par de horas y aún tenía cosas que hacer.
Le dejó acostada y acomodó las frazadas hasta su pecho, se vistió de forma lenta y se fue justo por donde vino, solo dejando la evidencia de su visita dos marcas visibles en su cuello.
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Off: Uso de habilidad, pasiva racial:
Presencia vampírica: El vampiro puede alterar la percepción de los demás sobre su apariencia con una ilusión que le hace parecer más temible o más atractivo, a voluntad. Adicionalmente, esto le permite ocultarse con mayor facilidad en lugares oscuros.
Lyra
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A medida que Valeria escuchaba las palabras del brujo, su sonrisa iba desapareciendo. Su rostro, sin embargo, no se mostraba tan alarmado como quizá debiera haberlo estado. Las palabras de Neph eran las de un loco: la cabeza metálica de una bruja le hablaba sin mover la boca. Su voz grave, por otro lado, producía una vibración que aquietaba la mente. Se acercó más a ella y su olor la envolvió como un abrazo.
«¡Despierta, Val!, ¿qué estás haciendo?». “Val”, sonaba tan bien en la voz de Neph. La bruja reaccionó por fin. ¿Qué le estaba pasando? Miro de reojo la bebida que había posado sobre la mesa al sentarse. Más de la mitad del hidromiel seguía en la taza y había bebido muy despacio; no podía ser el alcohol. Se preguntó entonces si el hombre la habría engañado al presentarse como un brujo. Los vampiros tenían el poder de la voz, pero, si ese era el caso, ¿a qué estaba esperando?
Se acercó más a ella, seguía hablando. Y Valeria volvió a sentirse hipnotizada por esa vibración. «Es un demente, Valeria. Va por ahí con una cabeza metálica que “le habla”», trataba de avisarle su cerebro, pero a ella sólo le preocupaba lo mucho que le apetecía morder aquellos labios.
Un brusco cambio en la voz del hombre volvió a despertarla de su trance. “Poción de Freya”. “Ayúdame o sal de mi vista”. «¡Despierta!». Un rápido vistazo alrededor le mostró que no eran los únicos afectados. Volvió a mirar a Neph, al demente de la cabeza metálica. «Está bien, tranquila. Contrólate y controlarás la situación. No le lleves la contraria y, sobre todo, ¡no te lances a sus brazos!». Su mente parecía saber lo que decía, pero su mano, decidida a actuar por su cuenta, se posó sobre la de él y empezó a dibujar garabatos con el dedo corazón sobre el dorso de la ajena.
—Tranquilo —dijo—, estás con una amiga. —Le alegró comprobar que, al menos sobre su propia voz, sí tenía cierto control: hablaba en tono calmado— Yo también he ingerido el veneno —añadió, poniendo especial cuidado en usar la misma palabra que había usado él. «Los dos estamos en el mismo barco, así que no la tomes conmigo»— Entiendo algo de alquimia. Si conoces la fórmula, estoy segura que, entre dos brujos, sabremos dar con el antídoto. —«O podemos divertirnos un rato hasta que se pasen los efectos. Un par de sorbos no pueden dar para mucho, ¿o sí?»— Tengo ingredientes y utensilios en la posada. —«¡Gran idea! ¡Llévate al demente a tu habitación!».
Volviendo a actuar por su cuenta, sus manos se colocaron a ambos lados de la cara de Neph, al tiempo que sus labios se precipitaban sobre los de él como si no acabaran de saciar su sed con otro hacía apenas un par de noches. ¿Quién podía reprochárselo? Aquel hombre no era nadie, ni siquiera recordaba ya su nombre. Y Neph, Neph era el amor de su vida. Tan pronto como la palabra “amor” se coló en su mente, la bruja volvió a reaccionar. Bruscamente, del mismo modo que se había abalanzado sobre aquellos labios, volvió a despegarse.
—Vamos —lo apremió y se levantó en único y rápido movimiento, aunque no llegó a tener claro si sus prisas por volver a la posada se debían su kit de alquimia o a la cama que allí esperaba. En cualquier caso, ambas urgencias conducían al mismo lugar, y Neph era la clave para las dos. Le agarró la mano y tiró de él para que la siguiera. Se dio cuenta al momento de que necesitarían algo más. Volviéndose hacia la mesa, alargó la mano y atrajo hacia sí la jarra de hidromiel. Ahora sí estaban listos.
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OFF: Interactúo con Gerrit.¡ASHER, TRAMPOSO!: Rol de a uno, ya se puede. Lígate a otro pj, si tienes lo que hay que tener =P
«¡Despierta, Val!, ¿qué estás haciendo?». “Val”, sonaba tan bien en la voz de Neph. La bruja reaccionó por fin. ¿Qué le estaba pasando? Miro de reojo la bebida que había posado sobre la mesa al sentarse. Más de la mitad del hidromiel seguía en la taza y había bebido muy despacio; no podía ser el alcohol. Se preguntó entonces si el hombre la habría engañado al presentarse como un brujo. Los vampiros tenían el poder de la voz, pero, si ese era el caso, ¿a qué estaba esperando?
Se acercó más a ella, seguía hablando. Y Valeria volvió a sentirse hipnotizada por esa vibración. «Es un demente, Valeria. Va por ahí con una cabeza metálica que “le habla”», trataba de avisarle su cerebro, pero a ella sólo le preocupaba lo mucho que le apetecía morder aquellos labios.
Un brusco cambio en la voz del hombre volvió a despertarla de su trance. “Poción de Freya”. “Ayúdame o sal de mi vista”. «¡Despierta!». Un rápido vistazo alrededor le mostró que no eran los únicos afectados. Volvió a mirar a Neph, al demente de la cabeza metálica. «Está bien, tranquila. Contrólate y controlarás la situación. No le lleves la contraria y, sobre todo, ¡no te lances a sus brazos!». Su mente parecía saber lo que decía, pero su mano, decidida a actuar por su cuenta, se posó sobre la de él y empezó a dibujar garabatos con el dedo corazón sobre el dorso de la ajena.
—Tranquilo —dijo—, estás con una amiga. —Le alegró comprobar que, al menos sobre su propia voz, sí tenía cierto control: hablaba en tono calmado— Yo también he ingerido el veneno —añadió, poniendo especial cuidado en usar la misma palabra que había usado él. «Los dos estamos en el mismo barco, así que no la tomes conmigo»— Entiendo algo de alquimia. Si conoces la fórmula, estoy segura que, entre dos brujos, sabremos dar con el antídoto. —«O podemos divertirnos un rato hasta que se pasen los efectos. Un par de sorbos no pueden dar para mucho, ¿o sí?»— Tengo ingredientes y utensilios en la posada. —«¡Gran idea! ¡Llévate al demente a tu habitación!».
Volviendo a actuar por su cuenta, sus manos se colocaron a ambos lados de la cara de Neph, al tiempo que sus labios se precipitaban sobre los de él como si no acabaran de saciar su sed con otro hacía apenas un par de noches. ¿Quién podía reprochárselo? Aquel hombre no era nadie, ni siquiera recordaba ya su nombre. Y Neph, Neph era el amor de su vida. Tan pronto como la palabra “amor” se coló en su mente, la bruja volvió a reaccionar. Bruscamente, del mismo modo que se había abalanzado sobre aquellos labios, volvió a despegarse.
—Vamos —lo apremió y se levantó en único y rápido movimiento, aunque no llegó a tener claro si sus prisas por volver a la posada se debían su kit de alquimia o a la cama que allí esperaba. En cualquier caso, ambas urgencias conducían al mismo lugar, y Neph era la clave para las dos. Le agarró la mano y tiró de él para que la siguiera. Se dio cuenta al momento de que necesitarían algo más. Volviéndose hacia la mesa, alargó la mano y atrajo hacia sí la jarra de hidromiel. Ahora sí estaban listos.
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Reike
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Eilydh no supo exactamente cómo llegó hasta allí.
Supuso que se dejó llevar por el alboroto y el sonido de la música, cómo siempre hacía de manera distraída, y antes de que pudiese averiguar siquiera dónde se encontraba, vagaba entre la multitud como si hubiese estado presente en toda la ceremonia. Vio escapar a un lugar solitario a una pareja de chicas. Imaginó que huían de ojos curiosos y avanzó dejándose llevar por el jolgorio.
Irónicamente, Eilydh odiaba las bodas: La ingenuidad humana de contener los sentimientos y asociarlos a una persona en particular aún rozaba la linea difusa entre imaginación y utopia en la cabeza de la elfa. En otras palabras, la ponía de mal humor.
Las muestras de amor eterno, las promesas, los anillos.. no eran más que ataduras a algo perecedero: como la nieve en invierno ajena y a salvo de los rayos del sol; Cómo intentar albergar un océano entero en un vaso pequeño de cristal, embriagados de la seguridad de creer poder contenerlo en las manos y tiznada de la inequívoca certitud de que en algún el vaso explotará dejando cicatrices en tus manos.
Sin embargo.. el único vaso que le preocupaba en aquel momento debía contener algo más fuerte que agua, y dado que no conocía a nadie pensó que podía aprovechar su anonimato y despojarse de su seriedad y relajarse aunque fuese por una noche. Se había pasado la mayor parte del día merodeando por los callejones de Roilkat y podríamos decir que hacía tiempo que no disfrutaba de compañía.
Pasó a dos chicas sentadas cerca de las novias. Una de ella compartía las orejas puntiagudas de los de su raza, y a Eilydh la sorprendió encontrar a otra elfa tan lejos de Sandorai. Hizo una nota mental: Quizás cuando estuviese lo suficientemente ebria como para olvidarse que su cabeza tenía un precio en la comunidad elfica, se acercase a ella
No podía dejar de focalizar su mente en la música de fondo. Un violín? Giró sobre si misma intentando agudizar sus oídos, buscando el foco de aquel sonido. No recordaba la última vez que el rozar de dos cuerpos el uno sobre el otro conseguía entretenerla de aquella manera… Era casi embarazoso.. pero la muchedumbre no parecía estar interesada en la música, Y Eilydh comenzó a sentir sus pies etéreos mientras caminaba en busca de un lugar para sentarse.
Tanteó el terreno a su paso, antes de aceptar alguno de los ofrecimientos de los hombres que se iba encontrando a medida que avanzaba hasta la mesas.Esquivó varias sonrisas lascivas a las que ella correspondió con su mejor ensayado gesto de desdén numero 4: El que tan solo usaba con los "candidatos" de su padre mientras rechazaba una a una las copas que intentaban depositar en sus manos.
No me malinterpretéis: El saberse atractiva y deseada era a la vez una de las mejores virtudes de Eilydh y posiblemente su peor defecto, y aquella noche no estaba dispuesta a pagar el precio que aceptar una bebida de cualquiera de aquellos hombres traía adosada, así que para desagrado de alguno de ellos simplemente bebió más de un sorbo de una de las jarras que las camareras pasaban a los invitados.
Estaba acalorada. Hacía calor? Se arrepintió de la elección de su vestido de seda que había empezado a pegársele a sus formas femeninas. La música de nuevo. Dónde diablos estaba el perpetuador de aquella maravilla?
Finalmente, se sentó en una de las mesas. No muy lejos de ella una pareja hablaba animadamente. El hombre cargaba lo que parecía ser una cabeza de metal y tenía el gesto experto del que tiene un objetivo. La chica lo escuchaba con atención y asentía. Eilydh no estaba lo suficientemente cerca como para escucharlos, y por un momento, más de varios minutos y antes de que la mujer escapase, consideró sentarse con ellos, juguetear con los cabellos de la mujer a la vez que se mordía el labio inferior, invitando al hombre a imaginar sus manos recorriendo…
La música. La música de nuevo. Y ésta vez su creador. Alto, fornido, seguro de que en aquel instante y desde aquel momento tan sólo tocaba para y por ella.
La elfa se acomodó en su asiento, girándose directamente al hombre de cabellos oscuros que sostenía el violin entre sus manos. Había estado sentado hasta que notó que sus música había dejado de ser tan solo ruido blanco. Para entonces, Eilydh ya tenía las mejillas encendidas y su gesto relajado, prestando toda su atención a lo que llegaba a sus oídos, como si aquella comunicación sorda hubiese sido bastante para entenderse.
Los dedos del joven se movían certeros. Eilydh los conocía. Los había besado mil veces, había recorrido cada una de sus yemas con la suavidad de sus labios durante mil y una noches. Las notas del músico se hicieron más rápidas. Sus acordes hablaban de furia, de deseo, de sudor y sábanas revueltas. Cada nota era un poema, cada arpeggio reflejaba el movimiento sincronizado de caderas.
Eilydh bebió otro sorbo de su copa, anonadada. Se sentía rara en su cuerpo, como si se viese a si misma reflejada en un espejo pero no fuese dueña de sus acciones y sus pensamientos, tan solo importaba la música. Tenía rostro aquel hombre? Eran gemidos aquello que escuchaba en cada acorde? Qué importaba? Lo había probado mil veces y en aquel momento tan sólo quería que la música siguiese más. Y más. Y más rápido. Hasta extasiarla.
Supuso que se dejó llevar por el alboroto y el sonido de la música, cómo siempre hacía de manera distraída, y antes de que pudiese averiguar siquiera dónde se encontraba, vagaba entre la multitud como si hubiese estado presente en toda la ceremonia. Vio escapar a un lugar solitario a una pareja de chicas. Imaginó que huían de ojos curiosos y avanzó dejándose llevar por el jolgorio.
Irónicamente, Eilydh odiaba las bodas: La ingenuidad humana de contener los sentimientos y asociarlos a una persona en particular aún rozaba la linea difusa entre imaginación y utopia en la cabeza de la elfa. En otras palabras, la ponía de mal humor.
Las muestras de amor eterno, las promesas, los anillos.. no eran más que ataduras a algo perecedero: como la nieve en invierno ajena y a salvo de los rayos del sol; Cómo intentar albergar un océano entero en un vaso pequeño de cristal, embriagados de la seguridad de creer poder contenerlo en las manos y tiznada de la inequívoca certitud de que en algún el vaso explotará dejando cicatrices en tus manos.
Sin embargo.. el único vaso que le preocupaba en aquel momento debía contener algo más fuerte que agua, y dado que no conocía a nadie pensó que podía aprovechar su anonimato y despojarse de su seriedad y relajarse aunque fuese por una noche. Se había pasado la mayor parte del día merodeando por los callejones de Roilkat y podríamos decir que hacía tiempo que no disfrutaba de compañía.
Pasó a dos chicas sentadas cerca de las novias. Una de ella compartía las orejas puntiagudas de los de su raza, y a Eilydh la sorprendió encontrar a otra elfa tan lejos de Sandorai. Hizo una nota mental: Quizás cuando estuviese lo suficientemente ebria como para olvidarse que su cabeza tenía un precio en la comunidad elfica, se acercase a ella
No podía dejar de focalizar su mente en la música de fondo. Un violín? Giró sobre si misma intentando agudizar sus oídos, buscando el foco de aquel sonido. No recordaba la última vez que el rozar de dos cuerpos el uno sobre el otro conseguía entretenerla de aquella manera… Era casi embarazoso.. pero la muchedumbre no parecía estar interesada en la música, Y Eilydh comenzó a sentir sus pies etéreos mientras caminaba en busca de un lugar para sentarse.
Tanteó el terreno a su paso, antes de aceptar alguno de los ofrecimientos de los hombres que se iba encontrando a medida que avanzaba hasta la mesas.Esquivó varias sonrisas lascivas a las que ella correspondió con su mejor ensayado gesto de desdén numero 4: El que tan solo usaba con los "candidatos" de su padre mientras rechazaba una a una las copas que intentaban depositar en sus manos.
No me malinterpretéis: El saberse atractiva y deseada era a la vez una de las mejores virtudes de Eilydh y posiblemente su peor defecto, y aquella noche no estaba dispuesta a pagar el precio que aceptar una bebida de cualquiera de aquellos hombres traía adosada, así que para desagrado de alguno de ellos simplemente bebió más de un sorbo de una de las jarras que las camareras pasaban a los invitados.
Estaba acalorada. Hacía calor? Se arrepintió de la elección de su vestido de seda que había empezado a pegársele a sus formas femeninas. La música de nuevo. Dónde diablos estaba el perpetuador de aquella maravilla?
Finalmente, se sentó en una de las mesas. No muy lejos de ella una pareja hablaba animadamente. El hombre cargaba lo que parecía ser una cabeza de metal y tenía el gesto experto del que tiene un objetivo. La chica lo escuchaba con atención y asentía. Eilydh no estaba lo suficientemente cerca como para escucharlos, y por un momento, más de varios minutos y antes de que la mujer escapase, consideró sentarse con ellos, juguetear con los cabellos de la mujer a la vez que se mordía el labio inferior, invitando al hombre a imaginar sus manos recorriendo…
La música. La música de nuevo. Y ésta vez su creador. Alto, fornido, seguro de que en aquel instante y desde aquel momento tan sólo tocaba para y por ella.
La elfa se acomodó en su asiento, girándose directamente al hombre de cabellos oscuros que sostenía el violin entre sus manos. Había estado sentado hasta que notó que sus música había dejado de ser tan solo ruido blanco. Para entonces, Eilydh ya tenía las mejillas encendidas y su gesto relajado, prestando toda su atención a lo que llegaba a sus oídos, como si aquella comunicación sorda hubiese sido bastante para entenderse.
Los dedos del joven se movían certeros. Eilydh los conocía. Los había besado mil veces, había recorrido cada una de sus yemas con la suavidad de sus labios durante mil y una noches. Las notas del músico se hicieron más rápidas. Sus acordes hablaban de furia, de deseo, de sudor y sábanas revueltas. Cada nota era un poema, cada arpeggio reflejaba el movimiento sincronizado de caderas.
Eilydh bebió otro sorbo de su copa, anonadada. Se sentía rara en su cuerpo, como si se viese a si misma reflejada en un espejo pero no fuese dueña de sus acciones y sus pensamientos, tan solo importaba la música. Tenía rostro aquel hombre? Eran gemidos aquello que escuchaba en cada acorde? Qué importaba? Lo había probado mil veces y en aquel momento tan sólo quería que la música siguiese más. Y más. Y más rápido. Hasta extasiarla.
Eilydh
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El extraño ambiente llenaba la ciudad minera de Roilkat ¡En serio que tuvo un problema serio de vuelta las otras noches! Pasar por el arenal fue totalmente un infierno del cual espera poder recuperarse ¡Aún así! Los alrededores eran algo extraño, las personas parecían más...pegajosas. Se podían ver algunas parejas aquí y allá besándose, acariciándose y haciendo extraños movimientos en posturas extrañas ¿Alguna clase de festividad de la que jamás escuchó? ¡Interesante!
“Erys, mi lindo trocito de cielo ¡Te amo tanto!”
“Emma ¡Yo te quiero aún más, mi hermosa estrella!”
Dos mujeres de unos 30 años se abrazaban y acicalaban la una a la otra amorosamente y con dejes de lujuria, tocando insistentemente sus cuerpos. La mujer llamada “Eryn”, una mujer castaña, sostenía a su amada por la cintura apasionadamente mientras que con la otra sostenía la mejilla de su compañera gentilmente, como si tocara un tesoro frágil e invaluable que debía ser mimado y protegido. La otra chica, con un castaño más suave y pasteloso, respondía a la cercanía abrazándola por el cuello mientras besaba y ¿lamia? sus labios insistentemente. Uriel ladeó la cabeza curioso ¡Si que eran buenas amigas!
Sin siquiera intentar notar que estaba importunando el romántico momento entre las amantes que parecían vivir en su propio mundo, Uriel correteo de buen humor hacía ellas ¡Quería llegar al centro de la ciudad en donde, por lo general, estaban las posadas! Las dos mujeres al notar al pequeño esbozaron una mueca de molestia pero, comprendiendo que se trataba de un niño que no sabía leer la atmósfera, enseguida se separaron, cambiaron su rostro a uno mas afable y con una voz que pretendía ser amable aunque sonara un tanto descontenta, Emma preguntó
“¿Necesitas algo, pequeño? ¿Te perdiste? No es horario para un pequeño para ti ¿Sabes?”
“¡Oh! ¡Esta bien señorita! Actualmente estoy buscando el centro de la ciudad ¿Sabe el camino mas directo?”
Encarando una ceja, las humanas se miraron un poco confundidas pero de todas formas le dieron direcciones al pequeño vampiro antes de seguir a lo suyo, no era especialmente raro que un niño viajara por su cuenta en Aerandir ¡Aunque no dejaba de serlo si era en plena noche! Aún así, era mejor no meterse en asuntos que no les concernían ¡Era mas importante seguir expresando el amor en aquella apasionada noche, volviendo a darse besos y caricias apasionadas las mujeres enseguida olvidaron al infante que egoistamente les interrumpió antes.
Siguiendo las direcciones de las dos mujeres, Uriel llegó al centro de la ciudad, en donde un estaba la verdadera fiesta y la razón de que todos parecieran tan predispuestos a dejar salir su amor y lujuria a su ser mas amado ¡Una boda! ¡Aunque esta parecía algo distinta! El infante originalmente iba a registrarse en una posada e ir a buscar comida al barrio rojo inmediatamente ¡Pero parece que no hacía falta! Con suerte habrán algún par de borrachos a los que secar~
“¿Una boda? ¡Oh! Deben ser residentes muy queridos si todos parecen tan animados por su boda”
La plaza de la ciudad estaba iluminada y decorada con volantes y farolillos de papel blancos, dorados y rojizos-rosados ¡Había incluso flores aquí y allá! Los bailes, risas y aroma a alcohol llenaba todo el sitio mientras la gente disfrutaban todos por igual ¡Uriel se sintió instantáneamente animado! Como buen niño hiperactivo que era ¡Amaba las festividades y la diversión! ¡Cambio de planes~~! No solo buscaría a borrachos que secar~ Era de noche pero no tan tarde ¡Debían haber un par de niños con los que jugar!
Correteando de forma traviesa y juguetona, el infante husmeó toda la zona ¡En verdad que se habían montado una gran fiesta! La gran hoguera centran en donde se cocinaban algunos platos iluminaba perfectamente la pista de baile, innumerables personas de todas las razas, sexos y edades disfrutaban bailando ¡Todos parecían pasarlo realmente bien! Formando un círculo alrededor de la pista había una gran mesa repleta de un buffet entero de comida para ser devorada, también había barriles repleto de alcohol y sillas desperdigadas, asegurando que cualquier persona pudiera sentarse a saborear su hidromeil entre carcajadas. No parecían haber demasiados niños de la edad de Uriel pero a veces veía unos poquitos correteando aquí para allá ¡Bien! ¡Ya tenía sus futuros compañeros de juegos de esa noche fijados! Con una traviesa sonrisita, el vampiro se dispuso a trotar hacía ellos pero la voz ebria de una mujer le detuvo
“¡O-oh, hola cariño! ¡Hick! Nu-uh creooo habue-....haber ¡Hick! visto tu ca-cara ¿Ere-eres hijuuh de algú- ¡Hick! -n viaje-ero? ¡Nuuuh deberías merodear so-solit-hick.....en u-un lu-lugaaar cu-un borrashoos sin toos papa-hicck cerca, ci-cielo!”
En cuanto el vampirito se aproximó a una de las mesas por mera curiosidad, una mujer claramente borracha se distrajo de su bebida y le soltó esas palabras ¡Parecía totalmente borracha pero no lo suficiente para ser ilógica! Uriel negó animadamente y con una voz animada le contestó
“¡Nope! ¡Esta bien~ Nada va a suceder~! Por otro lado..... ¡Señorita, señorita! ¿Sabe cuál es el motivo de toda esta fiesta? ¡Todos parecen muy animados~!”
“E-es la bu-buda de...!.ehhhh....¿Que estaba dicien-¡Hick!...? ¡Oh, si! ¡E-s la bu-buda de....dos mu-uzas de la so-so...soidad...¡Hick! ¡So-un duus mushashas la.... mar de zimpá-pátices, Mirueca y Aliu...Alie...Aliua....! jejeje....Aliua...."
"¿Señorita?"
"¡A-Ah! ¡P-Peruón! ¡Hick! To-tovierón shu-us ¡Hick! pruble-pro...problemos....y..¡Hick cueflictós ¡P-Pero fi-finunalm-mente poeden estuar ¡Hiclk! juntas......snif.....¡Q-Que bi-bien! ¡M-Mhe aluegro tanto! ¡Hick! ¡L-Larga v-vidua a la noviess! hugg....sniff ¡Q-Que son buenas mossass! hick...."
La mujer parecía ser sincera con sus palabras ¡Tanto que rompió a llorar a mitad de frase mientras les deseaba larga vida a las novias! ¡Debía llevarse bien con las dos muchachas si se alegraba tanto! Por otro lado, Uriel parecía ligeramente confuso, y no solo por la dificultad enorme para comprender las frases de la borracha, sino por el nombre y sexo de la pareja nupcial. Su sonrisilla alegre e inocente no se había perdido pero su carita se ladeo levemente con confusión ¿Mirueca y Aliua?¿No sería mas bien Mireya y Alia? ¿No eran los nombres de dos mujeres? Notando la confusión en los ojos del vampirito, la humana se rió torpemente por el efecto de las copas de mas y dijo de buena gana, como si jamás hubiera roto a llorar, dijo:
“¡Hick! Esh lo que piensha-¡Hcik! ¡Le-uas dosh n-nuevias d-de la ¡Hick! buda shon mu-muejeros! ¿In-incrueíble verdash? ¡Hick!”
“¿Eh~? ¿Dos mujeres pueden casarse? ¡No lo sabía~!”
“¡Ohohh! ¿Tu-tussh padresdh ¡Hick! n-uunuca t-té ha. habla¡Hick! de las relashiiiioné de-el mishmo ¡Hick! seshoo? ¡Nuh suolo dosh mueje-.....¡Hick! mujue-réh pue-pueden estar juntash ¡Hick! dosh huuuombre ta-también! ¡Hick!”
Uriel esbozó un inocente y genuino rostro de sorpresa ¡Quién iba a decirlo! ¡No tenía ni idea! Como se crió para ser un vampiro conservador, no sabía prácticamente nada de las relaciones amorosas desde que es algo que realmente un vampiro no necesita realmente. Uriel no se sentía particularmente asqueado de ello ni especialmente atraído ¡Era pura y dura sorpresa infantil! Como un niño pequeño que acaba de descubrir algo nuevo e increíble sobre el universo ¡Quería saber más! Quería seguir sonsacarle información ala borracha peor esta cayó dormida en redondo contra la mesa de madera como si se hubiera muerto ¡Eso si que es eficacia al dormir!
El vampirito se alejó de la mesa de comida un tanto descontento pero no insatisfhecho ¡Había descubierto algo fascinante y único! En busca de algo que pudiera entretenerle un rato, se aproximó a las guirnaldas y decoraciones con curiosidad ¡Aunque enseguida se aburrió! Recordando al presencia de niños, correteó cerca de ellos y les convenció de que les dejara unirse a sus juegos infantiles ¡Fue realmente divertido! ¡Jugaron a pillarla y al escondite! Obviamente Uriel las ganó todas contra meros humanos~ ¡Una lastima que se hizo tarde para los niños! Todos se fueron a dormir por ordenes de sus padres, dejando solo al pequeño Uriel quien no planeaba retirarse a la posada hasta que no hubiera comido algo. Aún había tiempo hasta el amanecer, y las posadas estaban aún abiertas por motivos del ambiente festivo ¡Aún podía quedarse a humear y aprender un poco mas sobre eso de "matrimonio entre el mismo sexo"! Con suerte incluso encontraría comida~
“Hmhmmhmm~ ¿Hm? ¡Oh!”
Tarareando una divertida e infantil canción, Uriel miró con curiosidad a los innumerables borrachos apilados en las mesas de comida, algunos seguían riendo, otros parecían querer beber más y otras estaban prácticamente desmayados ¡Aunque no era tan tarde ya estaban casi todos completamente borrachos! Sonriendo divertido, clavó sus ojos en los borrachos dormidos ¿Lo notarán si les robaba un poquito de sangre? ¡No la echarán tan en falta, de todas formas! ¿Verdad? ¡No es como si fuese a matarlos~! Esbozando una sonrisita hambrienta y traviesa, comenzó a buscar con la mirada una víctima hasta que….:
“Ah~ ¡N-No aquí, cariño~!”
“Oh, vamos...Con con los borrachos que están todos dudo lo noten~”
Una pareja joven yacían cerca de una de las callejuelas besándose sonoramente y un poco…..intenso. Él comenzó a acariciar los pechos y a pellizcar sus pezones por debajo de la ropa de ella juguetonamente mientras que la abrazaba con la otra. La chica parecía estar quejándose pero por el tono y la sonrisa divertida en sus labios no parecía ir en serio ¿No le dolía que la pellizcaran de esa forma? ¡Ahora que se fijaba, podía notar como ella estaba apretando con su rodilla la entrepierna del hombre con fuerza! ¡Eso si que debía de doler! ¡Como podían estar tan felices cuando estaban claramente haciéndose cosas dolorosas! Uriel estaba curioso e interesado en seguir mirando pero cuando recordó que, jugando con los otros niños, vieron una escena similar y fueron regañados por mirar decidió irse antes de volver a ser escarmentado por los terroríficos adultos humanos.
Curiosamente, no parecían ser los únicos en esa situación ¡Habían más personas! Cuando pasó cerca de una mesa algo alejada y oculta del a fiesta vio, una vez más, otra escena curiosa ¡Esta vez protagonizada por dos hombres! Si no fuera porque es un vampiro y posee una visión nocturna excelente, el infante no lo hubiera notado con tanta exactitud. Debían ser de edades algo desparejas ¿Tal vez una diferencia de 8 o 7 años? Pero eso no impedía que se miraran como si fueran lo más importante y precioso en el mundo mientras se abrazaban y besaban ¡Le recuerda de alguna forma a la mirada que esas mujeres tenían de vuelta cuando llegó a la ciudad y a los amantes del callejón! Uriel no podía entender la complejidad de esas emociones demasiado bien pero podía entender qué era aquello que llamaban “Amor” y era algo que vio a lo largo de la noche innumerables veces; En las dos mujeres del principio, en las dos anfitrionas de la fiesta, en amantes jóvenes, adultos y ancianos ¡E incluso en los dos amantes en el callejón! ¡Todos parecían realmente felices bajo el halo de esa emoción llamada “amor”! Era curioso, extraño e incomprensible para el pequeño vampiro, a quien jamás se le enseñó que era y como sentirlo.
El sonido de un fuerte gemido sacó al vampiro de sus pensamientos y reflexiones, curiosamente, el vampiro miró al foco del ruido -Los dos amantes hombre.- y su mundo se amplió a nuevos horizontes de como se suponía que podía ser usado un pene ¡Quien diría que se podría usar de esa forma! Uriel pensaba que solo se usaba para ir al baño ¡Pero había más usos! Uno de los hombres, el más joven, movía sus caderas juguetonamente para introducir y sacar repetidamente su pene del…¿Ano? ¿Meterlo y sacarlo de su ano? ¿Se usaba para más cosas que-....? ¡Oh! ¡Otra cosa que no sabía! ¡Quien iba a decir que se podía usar de esa forma también! ¿Que más, que más? ¡Oho~! Por lo que podía observar también se podía frotar de esa forma tan particular el pene ¡Que por cierto parecía algo distinto de como normalmente se ve el suyo! Curioso, confuso e internaste cuanto menos~
Maestro…¡Aún hay tantas cosas que no sé ¡Fufu~! ¡Bien! ¡Me aseguraré de aprenderlo todo para esta noche!
Siendo un niño tan curioso y amante de aprender como lo era Uriel, la verdad era que poco le importaba la emoción llamada “amor” de la que su maestro siempre le había hablado tan mal y consideraba absurda a la par que innecesaria ¡En su lugar sentía más curiosidad por aquellas formas de interactuar a raíz del extraño sentimiento llamado “amor”! ¿Tal vez era a lo que Amit se refería con “montar” de vuelta en el Ohdà? ¡Ciertamente se parece! El movimiento rítmico que hacen esos dos humano parecía similar a “montar” ¡Se sentía ahora más sabio que nunca! De buena gana se retiró para seguir observando más de aquella extraña interacción llamada “montar” ¡Sin duda una noche fructífera de aprendizaje! ¡Como regresar a La Esfera!
---------------------------------------------Off rol------------------------------------
Ahora en serio, quería escribir algo un poco mas explicito ¡Pero decidí contenerme! Uriel tiene que aprender de poco a poco (?)
Uri
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•◄Hyro►•
–¿Y qué están haciendo? –preguntó Xana, curiosa.
–Dos anillos, querida –dije con una media sonrisa–, dos anillos de matrimonio.
–Hyro, concéntrate –instó Rauko, que estaba vertiendo el metal líquido sobre el molde que hice con magia, molde que desaparecería si perdía demasiado la concentración. Él, por su parte, estaba demasiado centrado en su labor como para notar el rostro de confusión de la elfa.
–Vale, vale –respondí despreocupadamente–. Solo confía en mí. Esto no es nada para el gran Hyro.
–Y… ¿esos anillos son para…? –se atrevió a preguntar Xana, quien, tal vez, en el fondo deseaba que fuera para ella y Rauko.
Qué triste… y gracioso me resultaba aquello.
–Eso, querida elfa, es un se-cre-to –susurré antes de mostrarle una enorme sonrisa, obteniendo un ceño fruncido por parte de Xana–. Bueno, bueno. Son para dos chicas que van a casarse pronto.
Unos segundos después, Rauko tomó un martillo y un pequeño cincel para darle los últimos retoques a los anillos. Luego, para finalizar, procedió a incrustarles una pequeña esmeralda a cada uno.
Mientras tanto me acerqué a Xana y le susurré al oído:
–¿Sabes? Deberías venir con nosotros a la boda de las chicas. Creo que sería una buena oportunidad para que le hables a Rauko sobre tus sentimientos. Y hablar sin indirectas y sin un tono ambiguo, ¿vale? Con lo tonto que es, solo te entenderá si eres clara.
Tras vacilar un instante, ella asintió con la cabeza. Eso me hizo esbozar una sonrisa de satisfacción. Si todo salía bien, faltaría muy poco para que Rauko finalmente tuviera novia.
–Excelente, Xana. Espero que no me defraudes.
–Dos anillos, querida –dije con una media sonrisa–, dos anillos de matrimonio.
–Hyro, concéntrate –instó Rauko, que estaba vertiendo el metal líquido sobre el molde que hice con magia, molde que desaparecería si perdía demasiado la concentración. Él, por su parte, estaba demasiado centrado en su labor como para notar el rostro de confusión de la elfa.
–Vale, vale –respondí despreocupadamente–. Solo confía en mí. Esto no es nada para el gran Hyro.
–Y… ¿esos anillos son para…? –se atrevió a preguntar Xana, quien, tal vez, en el fondo deseaba que fuera para ella y Rauko.
Qué triste… y gracioso me resultaba aquello.
–Eso, querida elfa, es un se-cre-to –susurré antes de mostrarle una enorme sonrisa, obteniendo un ceño fruncido por parte de Xana–. Bueno, bueno. Son para dos chicas que van a casarse pronto.
Unos segundos después, Rauko tomó un martillo y un pequeño cincel para darle los últimos retoques a los anillos. Luego, para finalizar, procedió a incrustarles una pequeña esmeralda a cada uno.
Mientras tanto me acerqué a Xana y le susurré al oído:
–¿Sabes? Deberías venir con nosotros a la boda de las chicas. Creo que sería una buena oportunidad para que le hables a Rauko sobre tus sentimientos. Y hablar sin indirectas y sin un tono ambiguo, ¿vale? Con lo tonto que es, solo te entenderá si eres clara.
Tras vacilar un instante, ella asintió con la cabeza. Eso me hizo esbozar una sonrisa de satisfacción. Si todo salía bien, faltaría muy poco para que Rauko finalmente tuviera novia.
–Excelente, Xana. Espero que no me defraudes.
•◄Xana►•
No solía beber, pero necesitaba reunir un poco de coraje para llevar la conversación hacia donde quería. Con un sorbo me bastaría; más me dejaría ebria rápidamente.
Sin embargo, había algo extraño en la bebida. Por algún motivo me fue imposible soltar la jarra. Y eso, para mi sorpresa, no me desagradaba.
Pero eso era irrelevante ahora.
Rauko me esperaba en una de las mesas. Debía acercarme, hablar con él y esperar que mi suerte fuera buena. Di otro sorbo de hidromiel y fui a por él.
Mientras me acercaba noté las miradas lascivas de varios hombres… y algunas pocas mujeres. Claramente no solo me habían imaginado desnuda, y eso, en vez de asquearme, me llevó a preguntarme por qué Rauko nunca me había mirado de aquella manera.
Agité la cabeza para despejarme de aquellos pensamientos. Debía centrarme en la conversación que tendría con Rauko y nada más.
Finalmente me senté a su lado. Me recibió con una sonrisa. Me encantaba esa sonrisa. Todas sus sonrisas. Y sus labios. Y sus ojos… que nunca me habían mirado con deseo.
–¿Estás bien? –preguntó, y ladeó la cabeza.
También me encantaba su voz.
–Ah, sí, por supuesto. ¿Por qué preguntas? –Di el último sorbo y dejé la ahora vacía jarra en la mesa.
–Porque… Bueno, porque te quedaste mirándome fijamente y, además, estás sudando.
–¿Ah?
Bajé la mirada, avergonzada, y me hice consciente del calor que hacía, calor que no había segundos atrás.
Algo no estaba bien. Mi comportamiento. Mis pensamientos. ¿Qué me estaba pasando?
De pronto sentí la mano de Rauko en mi frente. Instintivamente alcé la vista. Nuestros ojos se encontraron y me perdí en la hermosa gama de colores de sus iris. Amarillo verdoso, verde menta, aguamarina y otros tonos con nombres desconocidos para mí.
–No parece que tengas fiebre –comentó antes de llevar la mano a mi cuello.
El contacto disparó un escalofrío por mi columna y la cercanía entre ambos hizo hervir mis mejillas.
Todo el mundo desapareció. Ahora solo existía Rauko y un fuego que crecía desde mis entrañas y se convertía en un incendio que necesitaba apagar cuanto antes.
De pronto escuché una voz familiar, pero era tan lejana que no pude entender lo que decía. ¿Tal vez era Hyro? No me importaba. Solo Rauko importaba.
–Hey, toma esto. Te relajará un poco.
Me ofreció una jarra llena. ¿De dónde salió esa jarra? No importaba. La vacié con tres sorbos y la dejé en la mesa sin dejar de mirar a Rauko. No podía apartar la mirada de él. Y tampoco quería.
Luego no sé qué sucedió. Tal vez le pedí que me llevara a la posada. Tal vez él me llevó voluntariamente. No importaba. Lo importante era que estábamos en mi habitación y aún debía deshacerme de un ardiente deseo.
El mundo se oscureció, y cuando la luz regresó estábamos en la cama, sin nada que nos impidiera contemplar nuestros cuerpos. Y me encantaba su cuerpo.
Me situé sobre él. En un único movimiento nos volvimos uno. Una oleada de placer me recorrió y un gemido escapó de mis labios. Sentir a Rauko me encantaba. Sin embargo, el incendio todavía estaba ahí, creciendo, quemándome.
Mi cuerpo empezó a moverse por su cuenta. Mis caderas mantuvieron un ritmo veloz y salvaje. El único ruido existente era el de nuestros cuerpos chocando y exhalaciones de placer. Y escucharlos me encantaba. Todo lo que hiciera con Rauko me encantaba. Demasiado. Tanto que ya no podía pensar con claridad.
Aun así, quería más. Necesitaba sentir a Rauko de todas las maneras posibles.
Lo abracé con fuerza. Ahora podía oler a Rauko, y me encantaba su olor. Pero no era suficiente.
Acerqué mi boca a su cuello y lamí su piel. También me encantaba su sabor.
Sin embargo, necesitaba más, mucho más para apagar el incendio que estaba consumiéndome. Si no lo apagaba perdería la cordura. Ya no podía soportarlo.
¡Necesitaba más!
Hinqué mis dientes en su cuello y arranqué parte él.
Saboreé la sangre, y, por supuesto, también me encantaba. Todo de Rauko me encantaba.
Sin embargo, había algo extraño en la bebida. Por algún motivo me fue imposible soltar la jarra. Y eso, para mi sorpresa, no me desagradaba.
Pero eso era irrelevante ahora.
Rauko me esperaba en una de las mesas. Debía acercarme, hablar con él y esperar que mi suerte fuera buena. Di otro sorbo de hidromiel y fui a por él.
Mientras me acercaba noté las miradas lascivas de varios hombres… y algunas pocas mujeres. Claramente no solo me habían imaginado desnuda, y eso, en vez de asquearme, me llevó a preguntarme por qué Rauko nunca me había mirado de aquella manera.
Agité la cabeza para despejarme de aquellos pensamientos. Debía centrarme en la conversación que tendría con Rauko y nada más.
Finalmente me senté a su lado. Me recibió con una sonrisa. Me encantaba esa sonrisa. Todas sus sonrisas. Y sus labios. Y sus ojos… que nunca me habían mirado con deseo.
–¿Estás bien? –preguntó, y ladeó la cabeza.
También me encantaba su voz.
–Ah, sí, por supuesto. ¿Por qué preguntas? –Di el último sorbo y dejé la ahora vacía jarra en la mesa.
–Porque… Bueno, porque te quedaste mirándome fijamente y, además, estás sudando.
–¿Ah?
Bajé la mirada, avergonzada, y me hice consciente del calor que hacía, calor que no había segundos atrás.
Algo no estaba bien. Mi comportamiento. Mis pensamientos. ¿Qué me estaba pasando?
De pronto sentí la mano de Rauko en mi frente. Instintivamente alcé la vista. Nuestros ojos se encontraron y me perdí en la hermosa gama de colores de sus iris. Amarillo verdoso, verde menta, aguamarina y otros tonos con nombres desconocidos para mí.
–No parece que tengas fiebre –comentó antes de llevar la mano a mi cuello.
El contacto disparó un escalofrío por mi columna y la cercanía entre ambos hizo hervir mis mejillas.
Todo el mundo desapareció. Ahora solo existía Rauko y un fuego que crecía desde mis entrañas y se convertía en un incendio que necesitaba apagar cuanto antes.
De pronto escuché una voz familiar, pero era tan lejana que no pude entender lo que decía. ¿Tal vez era Hyro? No me importaba. Solo Rauko importaba.
–Hey, toma esto. Te relajará un poco.
Me ofreció una jarra llena. ¿De dónde salió esa jarra? No importaba. La vacié con tres sorbos y la dejé en la mesa sin dejar de mirar a Rauko. No podía apartar la mirada de él. Y tampoco quería.
Luego no sé qué sucedió. Tal vez le pedí que me llevara a la posada. Tal vez él me llevó voluntariamente. No importaba. Lo importante era que estábamos en mi habitación y aún debía deshacerme de un ardiente deseo.
El mundo se oscureció, y cuando la luz regresó estábamos en la cama, sin nada que nos impidiera contemplar nuestros cuerpos. Y me encantaba su cuerpo.
Me situé sobre él. En un único movimiento nos volvimos uno. Una oleada de placer me recorrió y un gemido escapó de mis labios. Sentir a Rauko me encantaba. Sin embargo, el incendio todavía estaba ahí, creciendo, quemándome.
Mi cuerpo empezó a moverse por su cuenta. Mis caderas mantuvieron un ritmo veloz y salvaje. El único ruido existente era el de nuestros cuerpos chocando y exhalaciones de placer. Y escucharlos me encantaba. Todo lo que hiciera con Rauko me encantaba. Demasiado. Tanto que ya no podía pensar con claridad.
Aun así, quería más. Necesitaba sentir a Rauko de todas las maneras posibles.
Lo abracé con fuerza. Ahora podía oler a Rauko, y me encantaba su olor. Pero no era suficiente.
Acerqué mi boca a su cuello y lamí su piel. También me encantaba su sabor.
Sin embargo, necesitaba más, mucho más para apagar el incendio que estaba consumiéndome. Si no lo apagaba perdería la cordura. Ya no podía soportarlo.
¡Necesitaba más!
Hinqué mis dientes en su cuello y arranqué parte él.
Saboreé la sangre, y, por supuesto, también me encantaba. Todo de Rauko me encantaba.
•◄Rauko►•
–¿Qué era lo que había en esa jarra? –interpelé mientras sostenía a Xana en mis brazos y examinaba su rostro. Se había dormido apenas unos segundos después de beber lo que sea que me dio Hyro, y ahora soltaba quejidos y gemidos, como si estuviera en una pesadilla. ¡Claramente estaba sufriendo!
–Una pócima hecha con Flor de Nirvana, Inhibis, Flor de felicidad y algo más –explicó Hyro con naturalidad. ¡¿Dónde había conseguido eso?! ¡¿Y para qué?!–. Lo siento, es lo único que tengo ahora para contrarrestar el otro veneno.
–¡¿Veneno?! –Mi rostro se volvió más pálido que de costumbre.
–Mira a tu alrededor, Rauko. Todos están envenenados.
Obedecí. Ciertamente las personas estaban comportándose de una manera extraña. Lo había ignorado hasta ese momento.
–Posiblemente el hidromiel tenía algo más –continuó–. Espero que ese veneno no sea dañino si se mezcla con lo que le diste de beber a Xana.
Solté un grito ahogado. Mis manos se enfriaron y se formó un nudo en la boca del estómago.
Una media sonrisa asomó en los labios de Hyro, tranquilizándome.
–Descuida, no es letal. Solo hará que tenga un sueño… no apto para sensibles –añadió, despreocupado–. Y eso es mejor que haberla dejado despierta. Tal vez mañana se habría arrepentido de sus acciones y tú habrías vivido hoy un momento muy incómodo.
–¿A qué te refieres?
–Confórmate con saber que ambos deberían agradecerme, ¿vale? –Acercó sus labios al oído de Xana y musitó–: Lo lamento, tendrás que intentarlo otro día en un lugar donde no reine la lujuria. –Se separó de ella–. Bueno, Rauko, vete a la posada. Yo tengo que encargarme de algo primero.
–¿De qué?
–Me aprietan los pantalones porque también fui envenenado, y la cura será solamente una chica linda. Así que… deséame suerte.
Tras ver a Hyro comenzar una «cacería», decidí largarme con Xana cuanto antes. Temía que me contagiaran lo que sea que tenían los demás.
–Una pócima hecha con Flor de Nirvana, Inhibis, Flor de felicidad y algo más –explicó Hyro con naturalidad. ¡¿Dónde había conseguido eso?! ¡¿Y para qué?!–. Lo siento, es lo único que tengo ahora para contrarrestar el otro veneno.
–¡¿Veneno?! –Mi rostro se volvió más pálido que de costumbre.
–Mira a tu alrededor, Rauko. Todos están envenenados.
Obedecí. Ciertamente las personas estaban comportándose de una manera extraña. Lo había ignorado hasta ese momento.
–Posiblemente el hidromiel tenía algo más –continuó–. Espero que ese veneno no sea dañino si se mezcla con lo que le diste de beber a Xana.
Solté un grito ahogado. Mis manos se enfriaron y se formó un nudo en la boca del estómago.
Una media sonrisa asomó en los labios de Hyro, tranquilizándome.
–Descuida, no es letal. Solo hará que tenga un sueño… no apto para sensibles –añadió, despreocupado–. Y eso es mejor que haberla dejado despierta. Tal vez mañana se habría arrepentido de sus acciones y tú habrías vivido hoy un momento muy incómodo.
–¿A qué te refieres?
–Confórmate con saber que ambos deberían agradecerme, ¿vale? –Acercó sus labios al oído de Xana y musitó–: Lo lamento, tendrás que intentarlo otro día en un lugar donde no reine la lujuria. –Se separó de ella–. Bueno, Rauko, vete a la posada. Yo tengo que encargarme de algo primero.
–¿De qué?
–Me aprietan los pantalones porque también fui envenenado, y la cura será solamente una chica linda. Así que… deséame suerte.
Tras ver a Hyro comenzar una «cacería», decidí largarme con Xana cuanto antes. Temía que me contagiaran lo que sea que tenían los demás.
(☞゚∀゚)☞ OFFROL ☜(゚∀゚☜)
Sí, parece que la única manera de que el asexual Rauko haga algo rikolino es que sea dentro del sueño húmedo de alguien más.Por cierto, subrayado el uso de la profesión herrería.
¡Y que vivan las yandere! =D
Rauko
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Agradecí que Val hablase con frases cortar y simples. Si hubiera utilizado palabras complejas o divagado en exceso en una misma idea, no hubiese podido prestarla atención. Mientras hablaba, me quedé mirando el movimiento rítmico de sus labios y deseando que se encontrasen con los míos. En algún momento de la noche lo harían, sería cuestión de tiempo. Me dije mentalmente con el mismo de tono que usaba para hablar con Keira cuando se negaba a obedecerme o el que usé para amenazar a la chica que la amorttenina me ha hecho olvidar (Eyre). Sus ojos del color del fuego joven eran otro de sus atractivos. Parecía que me estuvieran invitado a quemarme con ellos. Asentí a mitad de conversación, no porque estuviera de acuerdo con lo que decía, sino porque aceptaba la invitación de arder juntos en una misma hoguera.
El antídoto el cual se refería esperaba que fuera una cama y los ingredientes, un par de hojas de refia que pudiera masticar mientras nos quemásemos. Los utensilios los pondríamos nosotros. Sonreí. La amorttenina no solo consiguió que me expresase como un niño en su primera noche de cervezas, además me había otorgado la capacidad de hacer bromas sexuales, ingeniosas a la par de ridículas; más propias de un humano adolescente que de un brujo adulto.
Quizás, no fuera tan desencaminado y Val estuviera pensando lo mismo que yo. Al fin y al cabo, ambos sufríamos los efectos del mismo veneno. La bruja se abalanzó hacia mi y me besó tímidamente en los labios, anunciando lo que sería capaz de hacer disponiendo de los ingredientes y utensilios adecuados.
Después de ti. Contesté para mis adentros. La amorttenina me hacía hablar más de la cuenta, por lo decidí no decir nada si no fuera preciso. Recogí a Talisa por la boca, como si fuera una bola de bolos, y me puse en píe. Insté a Val ladeando la cabeza. ¿Dónde estaban esas prisas que tenía? Vamos. Ella lo dijo primero. Vamos a la habitación, preparemos el antídoto.
Llegamos al piso superior. No habíamos sido los únicos que pensaron en subir a las habitaciones y fabricar sus propios antídotos. Tras las puertas, se escuchaban toda clase de exhalaciones y gritos. Los problemas aumentaron cuando noté el inconfundible aroma de la amorttenina. En lugar de antorchas, el pasillo estaba iluminado con quemadores; no fue necesario preguntar qué clase de hierbas utilizaban. Apreté la mano de Val con más fuerza. Escuchar a toda aquella gente alentaba y el aroma de la amorttenina aumentaban mis ganas de encontrarme con la bruja.
Llegamos a la puerta de la habitación. No me esperé a que Val abriese la puerta con la llave. Solté la mano de la bruja y abrí la cerradura de la puerta con mi magia telequinética igual que lo hice en el Hekshold (dentro de la habitación espera una niña y parece ser menor de edad).
—¿Te vas a quedar ahí parada? — dije con tono socarrón.
Cogí la mano de la bruja y la arrastré hacia el interior de la habitación. La cama era tentadora, pero preferí jugar con lo que teníamos entre manos. Disfrutaba de esta pequeña superioridad que había adquirido al demostrar que podía abrir las puertas. Cerré la puerta, esta vez con la mano y sin soltar a Val. Empujé a la bruja de forma que su espalda topase con la puerta. Coloqué mi mano derecha en la cintura de Val. Jugaba con el dobladillo de su top sin llegar a subírselo. La izquierda, quedaba sobre el hombro derecho de Val.
Solté la Talisa y la golpeé con el talón. La cabeza rodó hacia la cama. Quedó de forma que sus ojos nos miraban.
—Ahora la oirás como yo la oigo — mi mano derecha ascendía lentamente por debajo de la tela del top como si estuviera saboreando con los dedos cada tramo de su piel—, gritará tu nombre. Se enfadará contigo, con tus labios y tus pechos. Harás bien en ignorarla, ella no es quien te va a morder.
Necesitaba ayuda y ella prometió que la ofrecería. Usurparía el lugar que ocupaba la chica (la niña) en mis pensamientos. A decir verdad, usurparía cualquier otro pensamiento. Quedaría ella y nadie más.
—Vamos a dejarnos de antídotos y pociones convencionales, ¿quieres? — dije a la vez que acerqué mi entre pierna hacia la suya. —No sé tú, pero yo me siento muy bien. He dejado la fase de hablar como un imbécil enamorado; que era lo único por lo que me importaba. Gracias a ti y al exceso de amorttenina en mi cabeza, solo soy capaz de pensar en una cosa: en el antídoto que es tu cuerpo — recogí un mechón de su cabello hacia atrás y acerqué mis labios a su oreja. Susurré en voz baja —. ¿no vas a darme la poción que me has traído?
Me refería la jarra de hidromiel envenenado. Se la arrebaté de la mano y mojé mis labios en el veneno. Llegó el momento de que la besase a ella. La timidez y las promesas quedaron en la planta inferior. La besé como hubiera querido hacerlo abajo, la amorttenina en mis labios hizo el resto. Mi mano derecha estaba en una posición privilegiada, bajo la tela de Val, que no quería abandonar. ¿Y por qué habría de hacerlo? Ella me dijo que me ayudaría, que conocía los ingredientes y que fabricaríamos un antídoto. No había ningún daño en utilizar dichos ingredientes tal como estipulaba la receta.
—Voy a necesitar más — dije al separarme de los labios de Val—, mucho más para curarme.
El antídoto el cual se refería esperaba que fuera una cama y los ingredientes, un par de hojas de refia que pudiera masticar mientras nos quemásemos. Los utensilios los pondríamos nosotros. Sonreí. La amorttenina no solo consiguió que me expresase como un niño en su primera noche de cervezas, además me había otorgado la capacidad de hacer bromas sexuales, ingeniosas a la par de ridículas; más propias de un humano adolescente que de un brujo adulto.
Quizás, no fuera tan desencaminado y Val estuviera pensando lo mismo que yo. Al fin y al cabo, ambos sufríamos los efectos del mismo veneno. La bruja se abalanzó hacia mi y me besó tímidamente en los labios, anunciando lo que sería capaz de hacer disponiendo de los ingredientes y utensilios adecuados.
Después de ti. Contesté para mis adentros. La amorttenina me hacía hablar más de la cuenta, por lo decidí no decir nada si no fuera preciso. Recogí a Talisa por la boca, como si fuera una bola de bolos, y me puse en píe. Insté a Val ladeando la cabeza. ¿Dónde estaban esas prisas que tenía? Vamos. Ella lo dijo primero. Vamos a la habitación, preparemos el antídoto.
Llegamos al piso superior. No habíamos sido los únicos que pensaron en subir a las habitaciones y fabricar sus propios antídotos. Tras las puertas, se escuchaban toda clase de exhalaciones y gritos. Los problemas aumentaron cuando noté el inconfundible aroma de la amorttenina. En lugar de antorchas, el pasillo estaba iluminado con quemadores; no fue necesario preguntar qué clase de hierbas utilizaban. Apreté la mano de Val con más fuerza. Escuchar a toda aquella gente alentaba y el aroma de la amorttenina aumentaban mis ganas de encontrarme con la bruja.
Llegamos a la puerta de la habitación. No me esperé a que Val abriese la puerta con la llave. Solté la mano de la bruja y abrí la cerradura de la puerta con mi magia telequinética igual que lo hice en el Hekshold (dentro de la habitación espera una niña y parece ser menor de edad).
—¿Te vas a quedar ahí parada? — dije con tono socarrón.
Cogí la mano de la bruja y la arrastré hacia el interior de la habitación. La cama era tentadora, pero preferí jugar con lo que teníamos entre manos. Disfrutaba de esta pequeña superioridad que había adquirido al demostrar que podía abrir las puertas. Cerré la puerta, esta vez con la mano y sin soltar a Val. Empujé a la bruja de forma que su espalda topase con la puerta. Coloqué mi mano derecha en la cintura de Val. Jugaba con el dobladillo de su top sin llegar a subírselo. La izquierda, quedaba sobre el hombro derecho de Val.
Solté la Talisa y la golpeé con el talón. La cabeza rodó hacia la cama. Quedó de forma que sus ojos nos miraban.
—Ahora la oirás como yo la oigo — mi mano derecha ascendía lentamente por debajo de la tela del top como si estuviera saboreando con los dedos cada tramo de su piel—, gritará tu nombre. Se enfadará contigo, con tus labios y tus pechos. Harás bien en ignorarla, ella no es quien te va a morder.
Necesitaba ayuda y ella prometió que la ofrecería. Usurparía el lugar que ocupaba la chica (la niña) en mis pensamientos. A decir verdad, usurparía cualquier otro pensamiento. Quedaría ella y nadie más.
—Vamos a dejarnos de antídotos y pociones convencionales, ¿quieres? — dije a la vez que acerqué mi entre pierna hacia la suya. —No sé tú, pero yo me siento muy bien. He dejado la fase de hablar como un imbécil enamorado; que era lo único por lo que me importaba. Gracias a ti y al exceso de amorttenina en mi cabeza, solo soy capaz de pensar en una cosa: en el antídoto que es tu cuerpo — recogí un mechón de su cabello hacia atrás y acerqué mis labios a su oreja. Susurré en voz baja —. ¿no vas a darme la poción que me has traído?
Me refería la jarra de hidromiel envenenado. Se la arrebaté de la mano y mojé mis labios en el veneno. Llegó el momento de que la besase a ella. La timidez y las promesas quedaron en la planta inferior. La besé como hubiera querido hacerlo abajo, la amorttenina en mis labios hizo el resto. Mi mano derecha estaba en una posición privilegiada, bajo la tela de Val, que no quería abandonar. ¿Y por qué habría de hacerlo? Ella me dijo que me ayudaría, que conocía los ingredientes y que fabricaríamos un antídoto. No había ningún daño en utilizar dichos ingredientes tal como estipulaba la receta.
—Voy a necesitar más — dije al separarme de los labios de Val—, mucho más para curarme.
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Los sonidos que se filtraban en aquel pasillo recordaban más a un burdel que a una posada. Valeria volvió brevemente la vista hacia el hombre que apretaba su mano y se preguntó divertida quien de los dos cobraría al acabar la noche. Tenía la sensación de que habían subido allí por un motivo distinto, pero los gemidos que atravesaban puertas y paredes y el aroma dulzón que se respiraba en el local lo habían borrado por completo de su mente, dejando un único objetivo: unirse al coro que la rodeaba.
Al llegar a la puerta de la habitación, se dio cuenta de que tenía las manos demasiado ocupadas como para andar buscando la llave en el bolsillo oculto de su falda. Afortunadamente, no necesitaba las manos para algo tan nimio como abrir una puerta, sobre todo, cuando su acompañante parecía tan ansioso por entrar como lo estaba ella.
En un momento, la puerta volvía a estar cerrada y el aroma de Neph la envolvía de nuevo, como cuando estaban sentados a la mesa. Valeria no entendía por qué se empeñaba en hablar de aquella inútil cabeza de metal; poco le importaba a ella qué pensara esa cosa de sus pechos, si es que acaso podía pensar. Era él el que había prometido morderlos; su mano la que se había abierto paso bajo su ropa, que ahora le molestaba como si estuviera hecha de esparto, y recorría, demasiado despacio, el camino hacia ellos.
Valeria Reike era una mujer tremendamente paciente en la mayoría de los aspectos de su vida. El ámbito del deseo no era uno de ellos y al brujo le estaba llevando mucho tiempo llegar al momento que los dos buscaban. Quizá disfrutaba creyéndose en control de la situación, algo que ella comprendía muy bien.
Tan pronto como sintió la entrepierna del hombre apretarse contra ella, decidió que ya le había dado bastante cuerda. Cerró los ojos y se concentró en el éter que la rodeaba. Había meditado en aquella habitación tanto en la mañana como la noche anterior, por lo que, aun distraída como estaba con los sonidos que la rodeaban y el hechizo en que se encontraba, el contacto fue inmediato. Se afianzaron enseguida los hilos que unían su cuerpo con los objetos que adornaban la estancia, los muebles, su propio equipaje. Había muy pocos elementos nuevos que añadir a su tela: una jarra de hidromiel que sentía más presente desde que el brujo se la arrebató de la mano, una cabeza metálica que rodaba hacia un rincón donde no estorbase, un pesado martillo que se descolgaba poco a poco de un cinturón para ir a descansar tranquilamente bajo la ventana. Y en medio de aquella maraña de hilos, un hombre alto y atractivo que la besaba como si su boca fuese el antídoto definitivo.
—Descuida —dijo la bruja con el sabor del hidromiel adulterado aún en los labios—, tengo de sobra. —Ella también había superado la fase del enamoramiento adolescente y se sentía divinamente— Tú ponte cómodo.
No tuvo que imaginar la cara que pondría Neph cuando sus piernas fallasen de repente. Un empujón de Valeria en el momento adecuado y el hombre caería sobre la cama que acababa de golpear la parte de atrás de sus rodillas, haciendo que se doblaran hacia delante. Ni siquiera necesitó un gesto de la mano para mantener la jarra de hidromiel en el aire; si tanto quería el brujo su poción, no iba a ser ella quien la derramase. La cama ya había emprendido el camino de vuelta a su lugar, con su pasajero a bordo. Valeria caminaba hacia ella dejando atrás los zapatos y agradeciendo internamente su elección de vestuario para la velada, pues con sólo un par de movimientos, se había desprendido de aquella tela que le sobraba y avanzaba libre de restricciones hacia su objetivo. Dispuesta a liberarlo a él también de las suyas, dio un pequeño tironcito a un par de aquellos hilos y su calzado fue a parar a la puerta, cuyo pestillo se cerraba con un sonido seco a su espalda. Del resto, se ocuparía con sus propias manos.
Con Neph sentado sobre la cama, la diferencia de altura entre ambos había dejado de ser un obstáculo para ella. Deslizó una mano hacia su nuca y lo atrajo hacia sí para devolverle el beso de antes. Mientras su lengua exploraba, hambrienta, la boca ajena, su otra mano desabrochaba la camisa con movimientos rápidos y fluidos. No pidió permiso para terminar de retirarla, los dos sabían a qué habían subido y ya eran mayorcitos para andarse con timideces. Después, le llegó el turno a los pantalones. Poniendo ambas manos sobre el pecho desnudo del brujo, Valeria volvió a empujarlo hacia atrás, aunque con algo más delicadeza de la que había empleado antes. Casi tan lentamente como lo había hecho él bajo su ropa, la bruja deslizó sus manos en sentido contrario, hasta toparse con el cinturón que mantenía la prenda en su sitio. Lo desabrochó y tiró del pantalón hasta eliminar el último obstáculo que quedaba entre ambos cuerpos. Lo último que hizo antes de subir a horcajadas sobre el cuerpo de Neph fue retirar el dardo que recogía su cabello, dejando que éste cayera también libremente sobre sus hombros.
—Esto era lo que querías, ¿no es así? —dijo tomando las manos del brujo y llevándolas hasta sus pechos al tiempo que sus caderas comenzaban a moverse—. Pues aquí lo tienes.
Al llegar a la puerta de la habitación, se dio cuenta de que tenía las manos demasiado ocupadas como para andar buscando la llave en el bolsillo oculto de su falda. Afortunadamente, no necesitaba las manos para algo tan nimio como abrir una puerta, sobre todo, cuando su acompañante parecía tan ansioso por entrar como lo estaba ella.
En un momento, la puerta volvía a estar cerrada y el aroma de Neph la envolvía de nuevo, como cuando estaban sentados a la mesa. Valeria no entendía por qué se empeñaba en hablar de aquella inútil cabeza de metal; poco le importaba a ella qué pensara esa cosa de sus pechos, si es que acaso podía pensar. Era él el que había prometido morderlos; su mano la que se había abierto paso bajo su ropa, que ahora le molestaba como si estuviera hecha de esparto, y recorría, demasiado despacio, el camino hacia ellos.
Valeria Reike era una mujer tremendamente paciente en la mayoría de los aspectos de su vida. El ámbito del deseo no era uno de ellos y al brujo le estaba llevando mucho tiempo llegar al momento que los dos buscaban. Quizá disfrutaba creyéndose en control de la situación, algo que ella comprendía muy bien.
Tan pronto como sintió la entrepierna del hombre apretarse contra ella, decidió que ya le había dado bastante cuerda. Cerró los ojos y se concentró en el éter que la rodeaba. Había meditado en aquella habitación tanto en la mañana como la noche anterior, por lo que, aun distraída como estaba con los sonidos que la rodeaban y el hechizo en que se encontraba, el contacto fue inmediato. Se afianzaron enseguida los hilos que unían su cuerpo con los objetos que adornaban la estancia, los muebles, su propio equipaje. Había muy pocos elementos nuevos que añadir a su tela: una jarra de hidromiel que sentía más presente desde que el brujo se la arrebató de la mano, una cabeza metálica que rodaba hacia un rincón donde no estorbase, un pesado martillo que se descolgaba poco a poco de un cinturón para ir a descansar tranquilamente bajo la ventana. Y en medio de aquella maraña de hilos, un hombre alto y atractivo que la besaba como si su boca fuese el antídoto definitivo.
—Descuida —dijo la bruja con el sabor del hidromiel adulterado aún en los labios—, tengo de sobra. —Ella también había superado la fase del enamoramiento adolescente y se sentía divinamente— Tú ponte cómodo.
No tuvo que imaginar la cara que pondría Neph cuando sus piernas fallasen de repente. Un empujón de Valeria en el momento adecuado y el hombre caería sobre la cama que acababa de golpear la parte de atrás de sus rodillas, haciendo que se doblaran hacia delante. Ni siquiera necesitó un gesto de la mano para mantener la jarra de hidromiel en el aire; si tanto quería el brujo su poción, no iba a ser ella quien la derramase. La cama ya había emprendido el camino de vuelta a su lugar, con su pasajero a bordo. Valeria caminaba hacia ella dejando atrás los zapatos y agradeciendo internamente su elección de vestuario para la velada, pues con sólo un par de movimientos, se había desprendido de aquella tela que le sobraba y avanzaba libre de restricciones hacia su objetivo. Dispuesta a liberarlo a él también de las suyas, dio un pequeño tironcito a un par de aquellos hilos y su calzado fue a parar a la puerta, cuyo pestillo se cerraba con un sonido seco a su espalda. Del resto, se ocuparía con sus propias manos.
Con Neph sentado sobre la cama, la diferencia de altura entre ambos había dejado de ser un obstáculo para ella. Deslizó una mano hacia su nuca y lo atrajo hacia sí para devolverle el beso de antes. Mientras su lengua exploraba, hambrienta, la boca ajena, su otra mano desabrochaba la camisa con movimientos rápidos y fluidos. No pidió permiso para terminar de retirarla, los dos sabían a qué habían subido y ya eran mayorcitos para andarse con timideces. Después, le llegó el turno a los pantalones. Poniendo ambas manos sobre el pecho desnudo del brujo, Valeria volvió a empujarlo hacia atrás, aunque con algo más delicadeza de la que había empleado antes. Casi tan lentamente como lo había hecho él bajo su ropa, la bruja deslizó sus manos en sentido contrario, hasta toparse con el cinturón que mantenía la prenda en su sitio. Lo desabrochó y tiró del pantalón hasta eliminar el último obstáculo que quedaba entre ambos cuerpos. Lo último que hizo antes de subir a horcajadas sobre el cuerpo de Neph fue retirar el dardo que recogía su cabello, dejando que éste cayera también libremente sobre sus hombros.
—Esto era lo que querías, ¿no es así? —dijo tomando las manos del brujo y llevándolas hasta sus pechos al tiempo que sus caderas comenzaban a moverse—. Pues aquí lo tienes.
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Val hizo que la cama trotase como si fuera un animal de cuatro patas y se situase detrás de mí. Aprovechando el momento de sorpresa, tanto sea porque la estaba besando como porque me había sobresalto al ver a la cama caminar, me empujó haciendo caer en la cama. Ponte cómodo, me dijo. ¿Cómodo? ¿Cómo podía estarlo? Había dejado que la bruja me sometiese, era la primera vez que una mujer se ponía encima de mí sin que yo se lo pidiese antes. Para colmo, la cabeza de Talisa miraba hacia el lado contrario. Val, con un leve empujón y la sorpresa de la cama-caballo, me sacó de mi zona de confort. Ponte cómodo, que voy a por ti. La frase se acomodaba a otras situaciones que había vivido y no quería recordar; en esos casos, sería yo quien la dijera. La bruja me haría lo mismo que yo había hecho a la chica rostro cambiante, a Keira Bravery, a Aaliz Neferet y tantas otras más. Cuando terminase conmigo, quedaría tumbado en la cama exhausto y dolorido, pensaría que era el fin del mundo para mí. Fueron la sonrisa socarrona de Val y la promesa de que podía recibir todo el antídoto que quisiera los que me convencieron de que el final no sería tan malo. Keira siempre acababa volviendo a mi cama, por algo sería. Necesitaba toda la medicina, el cuerpo de Val entero. Dámelo, decía mi sonrisa, te necesito entera.
La cabeza de tal movió (moví con magia telequinética) la boca como si estuviera pronunciando el nombre de Val. No pude ver su boca, pero imaginé cómo sería su voz: una llamada de auxilio.
El cambio resultó más agradable de lo que había esperado. Cuando me quise dar cuenta, ambos nos encontrábamos sin ropa. No había tiempo para entretenernos. Estaba enfermo y ella debía curarme. El dardo que sujetaba el cabello de la mujer salió volando y, por un momento, pensé que iría directamente a mi frente. Val estaba encima de mí, podía hacer lo que quisiera conmigo y yo quería que lo hiciera a toda costa. Era suyo. En caso de que no estuviera sufriendo los efectos de la amorttenina, tal vez hubiera hecho por cambiar las tornas. La habría cogido del trasero, levantado un palmo del suelo (la chica no debía pesar demasiado) y tirado a la cama o, quizá, me hubiera redimido como lo estaba haciendo ahora. Val era la medicina que debía tomar para sanarme, no de la amorttenina, sino de lo que hice en el pasado (el más tardío y el más reciente).
Val condujo mis manos hacia sus pechos. Tomé el control la jarra de hidromiel que volaba en nuestro alrededor derramando un poco del alcohol envenenado sobre su torso. El líquido descendía en el punto medio entre sus pechos hasta el ombligo. Sin aparta las manos de las mamas, me incliné y besé el vientre de la bruja. El veneno hizo que el siguiente beso fuera un chupetón y para el siguiente, usase solo la lengua. Recorrí el camino en el cuerpo de Val que el hidromiel había levantado. Me erguía lentamente a cada tramo. No tenía ninguna prisa. Estaba bajo el control de sus ojos de fuego y su piel envenenada. Si ella me dijera que me tumbase en la cama y que debía morir esta noche, obedecería con gusto.
Mi lengua llegó a su destino. Nuestras lenguas compartieron la amorttenina que había recogido en el vientre de la bruja con un beso que, por desgracia, nació para morir. Las puntas de mis dientes se aferraron a su labio superior en un leve mordisco como si no quisieran separarse de ella.
Tuve razón, la bruja no pesaba demasiado. Puse mis manos en su trasero y la subí a mis rodillas casi sin dificultad. Noté la zona caliente de su cuerpo en mi pierna (todo el antídoto y la necesito entera). Me pregunté si es que sus genitales tiraban del resto de su cuerpo como estaban haciendo los míos. Acerqué a Val hacia mi entrepierna sin pronunciar palabra. Mi sonrisa repetía las mismas frases que la bruja. Descuida, tengo de sobra. Tú ponte cómoda. Añadiría dos palabras de mi propia colección: soy tuyo.
La cabeza de tal movió (moví con magia telequinética) la boca como si estuviera pronunciando el nombre de Val. No pude ver su boca, pero imaginé cómo sería su voz: una llamada de auxilio.
El cambio resultó más agradable de lo que había esperado. Cuando me quise dar cuenta, ambos nos encontrábamos sin ropa. No había tiempo para entretenernos. Estaba enfermo y ella debía curarme. El dardo que sujetaba el cabello de la mujer salió volando y, por un momento, pensé que iría directamente a mi frente. Val estaba encima de mí, podía hacer lo que quisiera conmigo y yo quería que lo hiciera a toda costa. Era suyo. En caso de que no estuviera sufriendo los efectos de la amorttenina, tal vez hubiera hecho por cambiar las tornas. La habría cogido del trasero, levantado un palmo del suelo (la chica no debía pesar demasiado) y tirado a la cama o, quizá, me hubiera redimido como lo estaba haciendo ahora. Val era la medicina que debía tomar para sanarme, no de la amorttenina, sino de lo que hice en el pasado (el más tardío y el más reciente).
Val condujo mis manos hacia sus pechos. Tomé el control la jarra de hidromiel que volaba en nuestro alrededor derramando un poco del alcohol envenenado sobre su torso. El líquido descendía en el punto medio entre sus pechos hasta el ombligo. Sin aparta las manos de las mamas, me incliné y besé el vientre de la bruja. El veneno hizo que el siguiente beso fuera un chupetón y para el siguiente, usase solo la lengua. Recorrí el camino en el cuerpo de Val que el hidromiel había levantado. Me erguía lentamente a cada tramo. No tenía ninguna prisa. Estaba bajo el control de sus ojos de fuego y su piel envenenada. Si ella me dijera que me tumbase en la cama y que debía morir esta noche, obedecería con gusto.
Mi lengua llegó a su destino. Nuestras lenguas compartieron la amorttenina que había recogido en el vientre de la bruja con un beso que, por desgracia, nació para morir. Las puntas de mis dientes se aferraron a su labio superior en un leve mordisco como si no quisieran separarse de ella.
Tuve razón, la bruja no pesaba demasiado. Puse mis manos en su trasero y la subí a mis rodillas casi sin dificultad. Noté la zona caliente de su cuerpo en mi pierna (todo el antídoto y la necesito entera). Me pregunté si es que sus genitales tiraban del resto de su cuerpo como estaban haciendo los míos. Acerqué a Val hacia mi entrepierna sin pronunciar palabra. Mi sonrisa repetía las mismas frases que la bruja. Descuida, tengo de sobra. Tú ponte cómoda. Añadiría dos palabras de mi propia colección: soy tuyo.
Gerrit Nephgerd
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Por la expresión en el rostro de Neph al caer sobre la cama, Valeria había anticipado cierta resistencia por parte del hombre, pero, en contra del pronóstico inicial, no tardó en aceptar su papel en aquella historia. «No tendría por qué quejarse», razonaba la bruja, «le estoy dando justo lo que quería».
Con las manos aún apoyadas en el dorso de las del brujo, Valeria guiaba sus movimientos para indicarle lo que ella quería. Neph captó pronto el mensaje y puso buen cuidado de no soltar sus pechos mientras añadía algunos movimientos de su propia cosecha. A la bruja le agradó notar que sabía usar la lengua para algo más que decir locuras.
El recorrido del brujo por su cuerpo le arrancó, junto a un estremecimiento, el primer gemido de la noche, demasiado débil aún para hacerles sombra a los que se filtraban por las paredes, la puerta, la ventana cerrada. Enredó los dedos entre los cabellos rubios de Neph y recibió el regalo que le traía desde su ombligo con una sonrisa y una lengua dispuesta. Tan dispuesta, que el beso le supo a poco y, cuando los dientes del hombre soltaron su labio, se lanzó hacia delante para lamer su mentón.
Quiso darle también un mordisco pero, de repente, a Neph le habían entrado las prisas y buscaba un contacto más profundo. Valeria rió traviesa. Aquel era un deseo que estaba más que dispuesta a cumplir, pues era también el suyo. Sin apartar sus ojos de los del brujo, pasó un brazo alrededor de su cuello y acercó la boca a la suya, casi rozando sus labios, pero sin llegar a besarle todavía. La otra mano descendió con calma por su pecho, su vientre y terminó por sujetar su miembro para guiarlo en el camino al interior de su cuerpo. Cuerpo que se pegó por completo al del hombre, al tiempo que un suspiro de placer escapaba de su boca para chocar con la de él.
Sentada sobre Neph, y abrazada a él con brazos y piernas, comenzó a moverse; lentamente al principio, explorando, buscando la postura y cadencia adecuadas. Un golpe de pelvis, un beso; un giro de cadera, un suspiro; ahí, ahí está bien. Siguiendo las señales que su cuerpo le enviaba, sus movimientos se hicieron más acompasados. Un grito de éxtasis atravesó las paredes, desde otra habitación, y Valeria se sintió espoleada. Su cadera se movió con más rapidez, con más intensidad; sus manos acariciaban, arañaban la espalda de su amante; sus labios besaban, su lengua lamía, sus dientes mordían. Su piel ardía y se estremecía con cada sacudida de su cuerpo.
Su respiración se aceleró y llegó un punto en que le faltó el aire. Liberando a Neph del abrazo que le aprisionaba, la bruja se inclinó un poco hacia atrás. Apoyó las manos detrás de ella, en las piernas del brujo, para mantener el equilibrio. Con la pelvis aún pegada a la de él y sin pausar el ritmo de sus movimientos, alzó el rostro al techo, como un lobo que aúlla a la luna. No era suficiente. El aire de la habitación no era suficiente, sus gemidos necesitaban aún más para existir, para unirse al coro de placer que los rodeaba. Un tironcito a otro hilo, y la ventana se abrió de golpe. Con el frescor de la noche, inundaron la habitación los sonidos del banquete, en el que a nadie le preocupaba ya la comida, sino los comensales.
La música del exterior aumentó la sensación de urgencia en Valeria. Sabía lo que se acercaba. Lo conocía bien, lo buscaba. Casi podía saborearlo. Su pelvis se agitó con más velocidad, con más ímpetu. Su cuerpo se tensó anticipando el momento. Sus dedos se arquearon como garras, desgarraban la piel en la que se apoyaban.
Más duro. Más rápido. Más.
Y llegó la liberación. Y mientras su cuerpo flotaba en el dormitorio, su voz saltó por la ventana abierta al encuentro de sus hermanas.
Con las manos aún apoyadas en el dorso de las del brujo, Valeria guiaba sus movimientos para indicarle lo que ella quería. Neph captó pronto el mensaje y puso buen cuidado de no soltar sus pechos mientras añadía algunos movimientos de su propia cosecha. A la bruja le agradó notar que sabía usar la lengua para algo más que decir locuras.
El recorrido del brujo por su cuerpo le arrancó, junto a un estremecimiento, el primer gemido de la noche, demasiado débil aún para hacerles sombra a los que se filtraban por las paredes, la puerta, la ventana cerrada. Enredó los dedos entre los cabellos rubios de Neph y recibió el regalo que le traía desde su ombligo con una sonrisa y una lengua dispuesta. Tan dispuesta, que el beso le supo a poco y, cuando los dientes del hombre soltaron su labio, se lanzó hacia delante para lamer su mentón.
Quiso darle también un mordisco pero, de repente, a Neph le habían entrado las prisas y buscaba un contacto más profundo. Valeria rió traviesa. Aquel era un deseo que estaba más que dispuesta a cumplir, pues era también el suyo. Sin apartar sus ojos de los del brujo, pasó un brazo alrededor de su cuello y acercó la boca a la suya, casi rozando sus labios, pero sin llegar a besarle todavía. La otra mano descendió con calma por su pecho, su vientre y terminó por sujetar su miembro para guiarlo en el camino al interior de su cuerpo. Cuerpo que se pegó por completo al del hombre, al tiempo que un suspiro de placer escapaba de su boca para chocar con la de él.
Sentada sobre Neph, y abrazada a él con brazos y piernas, comenzó a moverse; lentamente al principio, explorando, buscando la postura y cadencia adecuadas. Un golpe de pelvis, un beso; un giro de cadera, un suspiro; ahí, ahí está bien. Siguiendo las señales que su cuerpo le enviaba, sus movimientos se hicieron más acompasados. Un grito de éxtasis atravesó las paredes, desde otra habitación, y Valeria se sintió espoleada. Su cadera se movió con más rapidez, con más intensidad; sus manos acariciaban, arañaban la espalda de su amante; sus labios besaban, su lengua lamía, sus dientes mordían. Su piel ardía y se estremecía con cada sacudida de su cuerpo.
Su respiración se aceleró y llegó un punto en que le faltó el aire. Liberando a Neph del abrazo que le aprisionaba, la bruja se inclinó un poco hacia atrás. Apoyó las manos detrás de ella, en las piernas del brujo, para mantener el equilibrio. Con la pelvis aún pegada a la de él y sin pausar el ritmo de sus movimientos, alzó el rostro al techo, como un lobo que aúlla a la luna. No era suficiente. El aire de la habitación no era suficiente, sus gemidos necesitaban aún más para existir, para unirse al coro de placer que los rodeaba. Un tironcito a otro hilo, y la ventana se abrió de golpe. Con el frescor de la noche, inundaron la habitación los sonidos del banquete, en el que a nadie le preocupaba ya la comida, sino los comensales.
La música del exterior aumentó la sensación de urgencia en Valeria. Sabía lo que se acercaba. Lo conocía bien, lo buscaba. Casi podía saborearlo. Su pelvis se agitó con más velocidad, con más ímpetu. Su cuerpo se tensó anticipando el momento. Sus dedos se arquearon como garras, desgarraban la piel en la que se apoyaban.
Más duro. Más rápido. Más.
Y llegó la liberación. Y mientras su cuerpo flotaba en el dormitorio, su voz saltó por la ventana abierta al encuentro de sus hermanas.
Reike
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-Espero que estéis disfrutando de estos sonidos celestiales, traídos para ustedes por nuestro pequeño grupo: 'Los rompe caderas"- la voz del violinista de pronto interrumpió el sonido de su instrumento y dejó las voces de los coros inundando la oscuridad de la noche en los alrededores.- Vamos a hacer una pequeña pausa para que todo aquel que ha estado prestando atención tenga tiempo de coger aire antes del siguiente tema.. por lo que veo hoy tenemos una gran audiencia... No sean timidos, alcen las copas si están disfrutando del espectáculo...- el chico alzó su copa deliberadamente y miró a Eilydh como esperando una respuesta.
La elfa bebió de ella de manera tímida, como si no hubiese estado prestando atención a cada uno de los acordes del músico. La multitud pareció volver a lo suyo y el violinista bajó del improvisado escenario y para bochorno de la elfa, parecía decidido a entablar conversación. Cuándo le había dado la impresión de que estaba en la necesidad de hacerlo? Ella tan solo quería que siguiese tocando.. todas y cada uno de sus acordes una y otra...
-Eres demasiado bonita para beber sola- dijo el chico. Eilydh intuyó un gesto de autosuficiencia en el músico que decía : tengo una habitación sola y tu voz sonaría bien en mis coros- Así que pensé que podía contrarestar y acercarme a ti.. así tan solo somos un par de mediocres bebiendo juntos- añadió.
Aquella falsa humildad la molestó. Estaba segura que podría apostar su dedo meñique sin perderlo a que aquel hombre había usado esa frase de manera exitosa mas de mil veces en el último año. Sonrió con su sonrisa ensayada numero 2: Afirmación forzada e ignoró deliberadamente cualquier intento de entablar conversación. Lo mismo se daba cuenta de que no le interesaba y se iba. Bebió otro sorbo.
-Qué hace una elfa como tú en un sitio como...- empezó el chico, adecentando su cabello y avanzando a través de la mesa en un intento de posicionar su mano de manera fortuíta en el muslo derecho de Eilydh.
-Aghhh.. honestamente dudo que esas frases te hayan ganado a una chica alguna vez- se giró hacia él decidida y apartando su muslo de las manos del violinista.. aunque irónicamente eran justo lo que la chica deseaba más de él- De hecho me preguntaba como podías seguir usándolas? Eres terco? insistente? intentas probar algún punto en concreto- se acercó peligrosamente a la oreja del violinista de nuevo acalorada- O es que simplemente nunca has estado con una mujer?- sonrió. Esta vez traspasando la mueca a sus ojos.
El chico parecía haberse dado cuenta de que Eilydh existía más allá de sus curvas en ese preciso momento y la miró con interés como si esperase otra respuesta.
-Perdón pensé que estabas interesada en mi música y....- comenzó el chico.
-Y lo estoy. Muchísimo- agarró una de las manos del hombre y se la llevó a los labios, rozándolos levemente, con las mejillas encendidas.Qué demonios le pasaba? este comportamiento en público? Es como si estuviese luchando con su propio instinto.. ese que le estaba haciendo tener ideas de arrancar la camisa de aquel desconocido allí en medio, mientras la voz sensata de Eilydh se odiaba por aquel mero pensamiento.-
-Que te parece entonces sí.. bueno.. te hago un pequeño concierto luego. Cuando todos se hayan ido y así puedes apreciar mejor el punteo de mis acordes en tus.. oidos- el chico pasó la mano por su mejilla de manera cariñosa.
Eilydh se retiró de él como sorprendida de encontrar el roce de sus dedos en su cara.El chico la miró por un segundo, suspiró y bebió de un sorbo el contenido que quedaba en su jarra antes de levantarse del asiento y partir al escenario.
Una vez allí, agarró de nuevo su violín y voceó a la audiencia.
-Espero que estéis preparados para seguir con la fiesta. Tenemos algún que otro movimiento oculto bajo la manga- sonrió dirigiendo la sonrisa a Eilydh- Así que... no dejen de escucharnos.- dijo y le guiñó un ojo.
La elfa se posicionó de manera cómoda en su asiento. Bebió de nuevo de su copa antes de notar el coro de gemidos en la noche de nuevo. Ella se habría marchado mucho antes de que acabasen, una vez que estuviese satisfecha.
O no.. quién sabe?
La elfa bebió de ella de manera tímida, como si no hubiese estado prestando atención a cada uno de los acordes del músico. La multitud pareció volver a lo suyo y el violinista bajó del improvisado escenario y para bochorno de la elfa, parecía decidido a entablar conversación. Cuándo le había dado la impresión de que estaba en la necesidad de hacerlo? Ella tan solo quería que siguiese tocando.. todas y cada uno de sus acordes una y otra...
-Eres demasiado bonita para beber sola- dijo el chico. Eilydh intuyó un gesto de autosuficiencia en el músico que decía : tengo una habitación sola y tu voz sonaría bien en mis coros- Así que pensé que podía contrarestar y acercarme a ti.. así tan solo somos un par de mediocres bebiendo juntos- añadió.
Aquella falsa humildad la molestó. Estaba segura que podría apostar su dedo meñique sin perderlo a que aquel hombre había usado esa frase de manera exitosa mas de mil veces en el último año. Sonrió con su sonrisa ensayada numero 2: Afirmación forzada e ignoró deliberadamente cualquier intento de entablar conversación. Lo mismo se daba cuenta de que no le interesaba y se iba. Bebió otro sorbo.
-Qué hace una elfa como tú en un sitio como...- empezó el chico, adecentando su cabello y avanzando a través de la mesa en un intento de posicionar su mano de manera fortuíta en el muslo derecho de Eilydh.
-Aghhh.. honestamente dudo que esas frases te hayan ganado a una chica alguna vez- se giró hacia él decidida y apartando su muslo de las manos del violinista.. aunque irónicamente eran justo lo que la chica deseaba más de él- De hecho me preguntaba como podías seguir usándolas? Eres terco? insistente? intentas probar algún punto en concreto- se acercó peligrosamente a la oreja del violinista de nuevo acalorada- O es que simplemente nunca has estado con una mujer?- sonrió. Esta vez traspasando la mueca a sus ojos.
El chico parecía haberse dado cuenta de que Eilydh existía más allá de sus curvas en ese preciso momento y la miró con interés como si esperase otra respuesta.
-Perdón pensé que estabas interesada en mi música y....- comenzó el chico.
-Y lo estoy. Muchísimo- agarró una de las manos del hombre y se la llevó a los labios, rozándolos levemente, con las mejillas encendidas.Qué demonios le pasaba? este comportamiento en público? Es como si estuviese luchando con su propio instinto.. ese que le estaba haciendo tener ideas de arrancar la camisa de aquel desconocido allí en medio, mientras la voz sensata de Eilydh se odiaba por aquel mero pensamiento.-
-Que te parece entonces sí.. bueno.. te hago un pequeño concierto luego. Cuando todos se hayan ido y así puedes apreciar mejor el punteo de mis acordes en tus.. oidos- el chico pasó la mano por su mejilla de manera cariñosa.
Eilydh se retiró de él como sorprendida de encontrar el roce de sus dedos en su cara.El chico la miró por un segundo, suspiró y bebió de un sorbo el contenido que quedaba en su jarra antes de levantarse del asiento y partir al escenario.
Una vez allí, agarró de nuevo su violín y voceó a la audiencia.
-Espero que estéis preparados para seguir con la fiesta. Tenemos algún que otro movimiento oculto bajo la manga- sonrió dirigiendo la sonrisa a Eilydh- Así que... no dejen de escucharnos.- dijo y le guiñó un ojo.
La elfa se posicionó de manera cómoda en su asiento. Bebió de nuevo de su copa antes de notar el coro de gemidos en la noche de nuevo. Ella se habría marchado mucho antes de que acabasen, una vez que estuviese satisfecha.
O no.. quién sabe?
Eilydh
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Una nueva diferencia con respecto a las otras chicas con las que había estado, un detalle que seguramente Val pasaría desapercibido: cerraba los ojos, intermitente, como el niño que quería pasar la noche despierto. No porque estuviera cansado, sino tranquilo. Los movimientos de caderas de Val hallaron un lugar en mi memoria que creí olvidado. Retrocedí a mi adolescencia, cuando todavía sabía distinguir una tenue barrera entre el bien y el mal. Los fantasmas del pasado no perturbaban mis sueños y mis pasos no dejaban un rastro de lágrimas halla por donde viajase. Mi osadía era una virtud de la que sentirse orgulloso. Me atrevía a contestar a los hombres adinerados que trabajaban con mi padre como si fueran iguales. Para mí lo eran, puesto que a los once años pesaba lo mismo que muchos de ellos. Los burgueses, panda de creídos, intentaban asustarme con pobres cuentos infantiles. ¿No sabes que La bruja del lago se lleva a los niños condescendientes? Claro que lo sabía, pero no me importaba. Entrecerraba mientras me hablaban. Si La bruja del lago existía de verdad y venía a mí casa para llevarme a su cabaña donde me cocinaría como una gallina, me enfrentaría a ella. Mi electricidad contra su enorme saco de cuero viejo y la verruga en su nariz; a ver quién ganaba. Ganaría yo, por supuesto. A aquella edad, pensaba que nadie podía derrotarme y nada podía herirme. Al siguiente año, Walter Nephgerd me demostraría que estaba equivocado. Me hirió donde más me dolía. Me decepcionó como padre y como brujo al dejarse matar por mí. Sembró la semilla de la culpabilidad que hoy me perturba y fue el primer fantasma en aparecer en mis pesadillas.
Faltaba un año para encontrarme frente a él; en coger a Suuri y dejarla caer con torpeza sobre la cabeza de Walter repetidas veces hasta que dejase de tener forma redonda. No tenía prisa para que llegase. Los once años estaban bien. Me aferré a aquella edad metafórica y literalmente. Tenía las manos sobre la cintura de Val. Apretaba mis dedos sobre su piel dirigiendo sus movimientos rítmicos. Más rápido y más rápido. No pares jamás. En el momento que ralentizase la marcha, veintidós años caerían sobre mí con el peso cincuenta caballos. No sabía si conseguiría resistirlo el dolor y la pena de esos años o me echaría a llorar como Keira. No íbamos a acabar tan rápido. La noche nos pertenecía, igual que al niño que combate contra sus párpados caídos. Cabalgo sobre un caballo con los ojos cerrados porque no tengo miedo de caer. La bruja del lago, por muy poderosa que sea, no tendrá nada que hacer contra mí. Romperé su gran saco de cuero viejo, mataré a la bruja y clavaré su cabeza en una asta para que todo el mundo pudiera verla.
Noté que el cuerpo de Val se alejaba ligeramente del mío y abrí los ojos para comprobar que ella permanecería conmigo incluso después que cuando terminásemos. Val tenía la espalda en forma de arco. Miraba hacia arriba como si pudiera ver a través del techo. Todavía es pronto para terminar, pensé con una amarga sonrisa. Sin darme cuenta, estaba inclinándome hacia Val como si el perfume que desprendía sus pechos estuviera atrayéndome hacia ella. Deslicé mis manos a los glúteos de la chica y hundí en mi entrepierna. Grita. Cierra los ojos y grita conmigo.
Gritó con gusto, como no gritaron Keira ni la chica del rostro cambiante. Las marcas de mis dedos en las caderas y glúteos de la chica sería un recuerdo del cual presumir al día siguiente y no una cicatriz que quisiera olvidar. También lo serían los olores y sabores que durante la noche compartimos. Val sabía a magia, pero también belleza y veneno. El mismo veneno que usaba La bruja del lago para adormecer a los niños antes de cocinarlos.
Osado, cerré los ojos. Estaba preparado para enfrentarme a la bruja. Al cabello que descendía por su rostro como su fueran olas de obsidiana, a sus finos labios envenenados y su lengua de amorttenina.
— Con dulzura — quise decir socarrón, pero no creo que se llegase a entender.
Quedaba poco para el clímax. Cada vez me encontraba más cerca de los labios de mi Val. Mis manos ascendían por su espalda. Me agarraba a ella, si no lo hacía me caería hacia abajo. Abrí los ojos y rugí victorioso. Había derrotado a La bruja del lado y lo había hecho con los ojos cerrados; como lo haría un niño de once años.
Besé la nariz de Val. No apunté bien, quería haberla besado en la boca. Lo hice para el segundo beso y me detuve para saborear todo el veneno que tenía para mí. Nada podía herirme a su lado. Las pesadillas y la culpa habían desaparecido.
— Dilo — le pedí en voz baja —, dime cuánto te ha gustado.
Esa sería otra novedad. Las lágrimas serían de excitación y el dolor el suficiente para hacerlo disfrutable.
Offrol: tengo la sensación que no he sabido explicar bien lo que quería. Son días muy cansados. En resumen, no quiero un redención por arte de magia ni que Gerrit se cure por amor. Quiero que Gerrit se obsesione con Reike para que luego ella pueda usarme de malagana. En este post, me habría gustado sorprender. Dejar por un alto el rollo sexual y centrarme solo en la mentalidad de Gerrit, hacerlo parecer una bestia que, por ahora, está dormida pero cuando despierte habría que tener cuidado con ella. Con lo bien que escribe Reike las escenas de sexo, no he podido resistirme a continuarla (aunque al principio no era mi idea para dar un cierre a este asunto). Lo dicho, no he escrito este post también como me hubiera gustado, por eso dejo esto (llamadlo explicación, aunque yo lo veo más como disculpa por no estar al nivel de Reike) aquí.
Faltaba un año para encontrarme frente a él; en coger a Suuri y dejarla caer con torpeza sobre la cabeza de Walter repetidas veces hasta que dejase de tener forma redonda. No tenía prisa para que llegase. Los once años estaban bien. Me aferré a aquella edad metafórica y literalmente. Tenía las manos sobre la cintura de Val. Apretaba mis dedos sobre su piel dirigiendo sus movimientos rítmicos. Más rápido y más rápido. No pares jamás. En el momento que ralentizase la marcha, veintidós años caerían sobre mí con el peso cincuenta caballos. No sabía si conseguiría resistirlo el dolor y la pena de esos años o me echaría a llorar como Keira. No íbamos a acabar tan rápido. La noche nos pertenecía, igual que al niño que combate contra sus párpados caídos. Cabalgo sobre un caballo con los ojos cerrados porque no tengo miedo de caer. La bruja del lago, por muy poderosa que sea, no tendrá nada que hacer contra mí. Romperé su gran saco de cuero viejo, mataré a la bruja y clavaré su cabeza en una asta para que todo el mundo pudiera verla.
Noté que el cuerpo de Val se alejaba ligeramente del mío y abrí los ojos para comprobar que ella permanecería conmigo incluso después que cuando terminásemos. Val tenía la espalda en forma de arco. Miraba hacia arriba como si pudiera ver a través del techo. Todavía es pronto para terminar, pensé con una amarga sonrisa. Sin darme cuenta, estaba inclinándome hacia Val como si el perfume que desprendía sus pechos estuviera atrayéndome hacia ella. Deslicé mis manos a los glúteos de la chica y hundí en mi entrepierna. Grita. Cierra los ojos y grita conmigo.
Gritó con gusto, como no gritaron Keira ni la chica del rostro cambiante. Las marcas de mis dedos en las caderas y glúteos de la chica sería un recuerdo del cual presumir al día siguiente y no una cicatriz que quisiera olvidar. También lo serían los olores y sabores que durante la noche compartimos. Val sabía a magia, pero también belleza y veneno. El mismo veneno que usaba La bruja del lago para adormecer a los niños antes de cocinarlos.
Osado, cerré los ojos. Estaba preparado para enfrentarme a la bruja. Al cabello que descendía por su rostro como su fueran olas de obsidiana, a sus finos labios envenenados y su lengua de amorttenina.
— Con dulzura — quise decir socarrón, pero no creo que se llegase a entender.
Quedaba poco para el clímax. Cada vez me encontraba más cerca de los labios de mi Val. Mis manos ascendían por su espalda. Me agarraba a ella, si no lo hacía me caería hacia abajo. Abrí los ojos y rugí victorioso. Había derrotado a La bruja del lado y lo había hecho con los ojos cerrados; como lo haría un niño de once años.
Besé la nariz de Val. No apunté bien, quería haberla besado en la boca. Lo hice para el segundo beso y me detuve para saborear todo el veneno que tenía para mí. Nada podía herirme a su lado. Las pesadillas y la culpa habían desaparecido.
— Dilo — le pedí en voz baja —, dime cuánto te ha gustado.
Esa sería otra novedad. Las lágrimas serían de excitación y el dolor el suficiente para hacerlo disfrutable.
Offrol: tengo la sensación que no he sabido explicar bien lo que quería. Son días muy cansados. En resumen, no quiero un redención por arte de magia ni que Gerrit se cure por amor. Quiero que Gerrit se obsesione con Reike para que luego ella pueda usarme de malagana. En este post, me habría gustado sorprender. Dejar por un alto el rollo sexual y centrarme solo en la mentalidad de Gerrit, hacerlo parecer una bestia que, por ahora, está dormida pero cuando despierte habría que tener cuidado con ella. Con lo bien que escribe Reike las escenas de sexo, no he podido resistirme a continuarla (aunque al principio no era mi idea para dar un cierre a este asunto). Lo dicho, no he escrito este post también como me hubiera gustado, por eso dejo esto (llamadlo explicación, aunque yo lo veo más como disculpa por no estar al nivel de Reike) aquí.
Gerrit Nephgerd
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Una noche interesante, larga para unos y corta para otros. Llena de emociones o sumida en la más aburrida monotonía.
Era tarde, pero la gente parecía no querer terminar hasta que saliese el sol. Mireya y Alia abandonaron el festejo incluso antes que algunos de los invitados. Fueron a su nueva casa, la cual llevaban preparando meses para despreocuparse llegado aquel día. Se acostaron en la cama dejando un camino de prendas de ropa por el pasillo. Se abrazaron y dejaron que las horas pasasen sin percatarse del resto del mundo.
Aquella mañana lloviznó, mojando los restos de la fiesta y a los que se habían quedado dormidos en las mesas o el suelo a causa de un exceso de alcohol. El agua se llevó los restos de la sangre de los sacrificios, así como las horas hicieron desaparecer el efecto de la “droga del amor”
Espero que todos lo hayáis pasado bien en la boda, aunque alguno se han atrevido más a sucumbir a los poderes del amor.
Todos obtenéis:
5 puntos de exp
50 aeros
Reike y Gerrit +50 aeros por plus de participación
Valyria y Asher + 1 pp
Era tarde, pero la gente parecía no querer terminar hasta que saliese el sol. Mireya y Alia abandonaron el festejo incluso antes que algunos de los invitados. Fueron a su nueva casa, la cual llevaban preparando meses para despreocuparse llegado aquel día. Se acostaron en la cama dejando un camino de prendas de ropa por el pasillo. Se abrazaron y dejaron que las horas pasasen sin percatarse del resto del mundo.
Aquella mañana lloviznó, mojando los restos de la fiesta y a los que se habían quedado dormidos en las mesas o el suelo a causa de un exceso de alcohol. El agua se llevó los restos de la sangre de los sacrificios, así como las horas hicieron desaparecer el efecto de la “droga del amor”
***
Espero que todos lo hayáis pasado bien en la boda, aunque alguno se han atrevido más a sucumbir a los poderes del amor.
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