Amanda Bradbury [+18] [Desafío]
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Amanda Bradbury [+18] [Desafío]
Las puertas de la mansión estaban abiertas. Enzo se asomó por el umbral con timidez. Le habían asegurado que podía entrar, que no aparecería ningún guardia molesto pidiéndole, con total falta de amabilidad, que abandonase la estancia. Aun así, él no estaba convencido. Imaginaba que, de un momento a otro, un hombre alto y fuerte aparecería de la nada para empujarle hacia fuera.
-¿Hola? ¿Hay alguien?-
Fue entrando a la mansión poco a poco y sin hacer mucho ruido con al pisar. Caminaba dando vueltas sobre su propio cuerpo, quería ver todo lo que allí había: las estanterías de los libros, los sillones, los bustos en honor al conde Alesandro Bradbury…. El lujo de los adornos y la cantidad de libros en las estanterías le llamaban la atención, pero no podía permitirse el lujo de quedarse embobado viéndolos; era más importante vigilar los recovecos y los puntos muertos.
-Estoy entrando. Por favor, no me hagáis nada. Me dijeron que podría entrar. Las puertas estaban abiertas y…-
Dos chicas cogidas de la mano bajaron las escaleras del vestíbulo principal. Ambas estaban completamente desnudas. Enzo bajó la mirada vergonzoso. El único detalle, aparte de la obvia desnudez, que pudo distinguir de las chicas era que una era de piel morena y la otra albina.
-No tema, señor Enzo. Nadie le hará ningún daño. –dijeron al unísono las chicas. –Por favor, tome asiento. La señora Amanda Bradbury se está acicalando para usted, no tardará en bajar-.
Enzo obedeció de forma sumisa. Fue a la sala de estar y se sentó en el sillón. Las chicas permanecieron de pie enfrente de él. El sillón era cómodo y el fuego de la chimenea emanaba un agradable aroma a incienso; Enzó pensó que así debían oler los dulces sueños.
-¿Desea tomar algo mientras espera?- dijeron las dos chicas.
-No gracias- contestó sin mirarles a la cara.
-Señora Bradbury, tenemos el gusto de presentar a Enzo sin apellido conocido. Hijo de Kronen, conocido herrero de Sacrestic, y Veran, quien trabaja durante la noche cantando en diversas posadas de la zona-.
Amanda agradeció a sus doncellas la información del chico con una reverencia. Se sentó en el sillón colindante al de Enzo. No dijo nada. Enzo estaba cada vez más nervioso. Estaba ensuciando el reposabrazos del sillón con su sudor. Tragó saliva. Buscaba un tema de conversación apropiado para romper el hielo. ¿La decoración? No, demasiado ambiguo. ¿Lo guapa que estaba Amanda? Enzo se había peinado y su ropa (las más caras que pudo comprar) parecía estar hecha de sacos reciclados en comparación con la de Amanda. Ella habría llegado la misma conclusión, hablar más sobre el tema sería un error. ¿Preguntar por la desnudez de sus doncellas? Ni loco.
-Los años no pasan para mi madre. Su voz es la misma que cuando tenía quince años. Es lo que dicen quienes la oyen cantar- al final, optó por continuar la presentación de la doncella- Si me permite, le puedo invitar a….-
-No me interesa tu señora madre. Háblame de ti- pidió con dulzura Amanda.
Por segunda o tercera vez en aquella mansión, Enzo tragó saliva.
-Cariño, empieza contándome lo más fácil. ¿Por qué estás aquí?-
-Por el anuncio. Me dijeron que su marido falleció, el conde Bradbury, hace dos semanas y que usted abrió las puertas de la mansión-.
-Así es. Las puertas están abiertas para quien quiera entrar. ¿Algo más?-
-Sí. Me dijeron que estaba dispuesta a casarse de nuevo y lo haría con…-
-Con quien pudiera conquistarme. Muy bien. Me casaré con esa persona y la nombrarán conde de Sacrestic Ville. Cariño, dilo sin rodeos: ¿vienes a conquistar mi corazón?-
-Sí-.
-Qué encanto. ¿Cuántos años tienes? – antes de que Enzo contentaste- Puedes pedir lo que desees de beber, mis amigas te lo traerán. El alcohol ayuda a soltar la lengua-.
-Agua, si no es molestia- después- Tengo 16 años mi señora-.
Amanda hizo una señal con la mano a sus criadas. La mujer albina fue a la cocina a por la bebida. Amanda siguió preguntando datos al chico. Le preguntó sobre sus relaciones, sobre los trabajos que había estudiado, sobre su comida favorita… Parecía querer saber todo de él. Enzo respondía con frases cortas y secas. Perdió la cuenta de cuantas veces se le había secado la garganta.
La mujer albina regresó con una bandeja de plata que contenía una botella de agua clara y dos vasos. Cuando se inclinó a dejar la bandeja encima de la mesita, Amanda le besó la mejilla. La chica sonrió. De nuevo con su compañera, rieron juntas como si se estuvieran intercambiando un íntimo secreto. Enzo tuvo celos del beso.
-Voy a ser sincera contigo. Llevaba cincuenta años viviendo con Alesandro. Soy su capricho. Él quiso casarse con una vampira para tener por siempre una esposa joven y bella. Yo, a cambio, tendría todo lo que me pudiera antojar. Ahora que ha muerto, tengo sus riquezas, el título de condesa y sigo pudiéndome comprar mis caprichos. No tienes nada que me pueda interesar. Lo siento-.
-¡Por favor, mi señora! Vine por el dinero. Lo necesito. Mi padre está enfermo y mi madre ha meditado dedicarse a la prostitución, pretendientes no le faltan. Le confieso: quería ayudar a mis padres porque no sabía lo que se sentía estar a su lado. Ahora que lo sé. Me suicidaré si me abandona. Quiero respirar de su perfume y reír con mis amigos presumiendo que me ha dado un beso. Quiero estar con usted. ¡Qué se pudran mis padres! Déjeme quedarme en su castillo-.
Enzo se puso de pie de un salto. No sabía de dónde estaba sacando el coraje para hablar.
Amanda se acercó a Enzo. Le acarició la mejilla con la mano y le besó los labios. Este sería el beso con el que Enzo presumiría con sus amigos de seguir viviendo.
-Deseo concedido- le dijo al cadáver de Enzo después del beso. -Cincuenta años conviviendo con un hombre son muchos años. Como le dije, no tienes nada que me pueda interesar. –dirigiéndose a las chica. –Recoged la sangre del cuerpo y dejar los restos en la fosa con los demás-.
* Bienvenida mujer amante: Amanda Bradbury ha extendido el rumor que se casará con la pretendiente que pueda conquistarla. En este post deja muy claro que no le interesan los hombres. Es obvio que la condesa guarda un oscuro secreto, nadie regala una vida de bien como conde de Sacrestic tan fácilmente. Tu objetivo será seducir a Amanda y descubrir qué esconde.
La idea de este desafío la aportó Eretria Noorgard. Dadle la enhorabuena a ella.
Requisitos especiales:
Ser mujer
-¿Hola? ¿Hay alguien?-
Fue entrando a la mansión poco a poco y sin hacer mucho ruido con al pisar. Caminaba dando vueltas sobre su propio cuerpo, quería ver todo lo que allí había: las estanterías de los libros, los sillones, los bustos en honor al conde Alesandro Bradbury…. El lujo de los adornos y la cantidad de libros en las estanterías le llamaban la atención, pero no podía permitirse el lujo de quedarse embobado viéndolos; era más importante vigilar los recovecos y los puntos muertos.
-Estoy entrando. Por favor, no me hagáis nada. Me dijeron que podría entrar. Las puertas estaban abiertas y…-
Dos chicas cogidas de la mano bajaron las escaleras del vestíbulo principal. Ambas estaban completamente desnudas. Enzo bajó la mirada vergonzoso. El único detalle, aparte de la obvia desnudez, que pudo distinguir de las chicas era que una era de piel morena y la otra albina.
-No tema, señor Enzo. Nadie le hará ningún daño. –dijeron al unísono las chicas. –Por favor, tome asiento. La señora Amanda Bradbury se está acicalando para usted, no tardará en bajar-.
Enzo obedeció de forma sumisa. Fue a la sala de estar y se sentó en el sillón. Las chicas permanecieron de pie enfrente de él. El sillón era cómodo y el fuego de la chimenea emanaba un agradable aroma a incienso; Enzó pensó que así debían oler los dulces sueños.
-¿Desea tomar algo mientras espera?- dijeron las dos chicas.
-No gracias- contestó sin mirarles a la cara.
[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen] | La señora Bradbury no tardó en llegar. Las chicas anunciaron su presencia. Enzo se giró para verla mientras bajaba por las escaleras. Amanda Bradbury era la mujer más hermosa de Sacrestic Ville y, quizás, también de toda Aerandir. Por esto último, el joven Enzo no pondría su mano en el fuego porque jamás había salido de la ciudad. Enzo dio gracias a los Dioses de que Amanda estuviera vestida; si se hubiera presentado desnuda como sus doncellas, estaba seguro que no podría haberla mirado a los ojos ni dirigido la palabra. El vestido era largo y negro. Dejaba mucho a la imaginación, pero Enzo jamás se caracterizó por ser un hombre fantasioso. Amanda tenía el cabello recogido a excepción de dos dorados tirabuzones que le caían por la frente. Cuando bajó las escaleras y entró a la salita, inundó la habitación de su perfume; olía como debían olor los sueños eróticos. |
-Señora Bradbury, tenemos el gusto de presentar a Enzo sin apellido conocido. Hijo de Kronen, conocido herrero de Sacrestic, y Veran, quien trabaja durante la noche cantando en diversas posadas de la zona-.
Amanda agradeció a sus doncellas la información del chico con una reverencia. Se sentó en el sillón colindante al de Enzo. No dijo nada. Enzo estaba cada vez más nervioso. Estaba ensuciando el reposabrazos del sillón con su sudor. Tragó saliva. Buscaba un tema de conversación apropiado para romper el hielo. ¿La decoración? No, demasiado ambiguo. ¿Lo guapa que estaba Amanda? Enzo se había peinado y su ropa (las más caras que pudo comprar) parecía estar hecha de sacos reciclados en comparación con la de Amanda. Ella habría llegado la misma conclusión, hablar más sobre el tema sería un error. ¿Preguntar por la desnudez de sus doncellas? Ni loco.
-Los años no pasan para mi madre. Su voz es la misma que cuando tenía quince años. Es lo que dicen quienes la oyen cantar- al final, optó por continuar la presentación de la doncella- Si me permite, le puedo invitar a….-
-No me interesa tu señora madre. Háblame de ti- pidió con dulzura Amanda.
Por segunda o tercera vez en aquella mansión, Enzo tragó saliva.
-Cariño, empieza contándome lo más fácil. ¿Por qué estás aquí?-
-Por el anuncio. Me dijeron que su marido falleció, el conde Bradbury, hace dos semanas y que usted abrió las puertas de la mansión-.
-Así es. Las puertas están abiertas para quien quiera entrar. ¿Algo más?-
-Sí. Me dijeron que estaba dispuesta a casarse de nuevo y lo haría con…-
-Con quien pudiera conquistarme. Muy bien. Me casaré con esa persona y la nombrarán conde de Sacrestic Ville. Cariño, dilo sin rodeos: ¿vienes a conquistar mi corazón?-
-Sí-.
-Qué encanto. ¿Cuántos años tienes? – antes de que Enzo contentaste- Puedes pedir lo que desees de beber, mis amigas te lo traerán. El alcohol ayuda a soltar la lengua-.
-Agua, si no es molestia- después- Tengo 16 años mi señora-.
Amanda hizo una señal con la mano a sus criadas. La mujer albina fue a la cocina a por la bebida. Amanda siguió preguntando datos al chico. Le preguntó sobre sus relaciones, sobre los trabajos que había estudiado, sobre su comida favorita… Parecía querer saber todo de él. Enzo respondía con frases cortas y secas. Perdió la cuenta de cuantas veces se le había secado la garganta.
La mujer albina regresó con una bandeja de plata que contenía una botella de agua clara y dos vasos. Cuando se inclinó a dejar la bandeja encima de la mesita, Amanda le besó la mejilla. La chica sonrió. De nuevo con su compañera, rieron juntas como si se estuvieran intercambiando un íntimo secreto. Enzo tuvo celos del beso.
-Voy a ser sincera contigo. Llevaba cincuenta años viviendo con Alesandro. Soy su capricho. Él quiso casarse con una vampira para tener por siempre una esposa joven y bella. Yo, a cambio, tendría todo lo que me pudiera antojar. Ahora que ha muerto, tengo sus riquezas, el título de condesa y sigo pudiéndome comprar mis caprichos. No tienes nada que me pueda interesar. Lo siento-.
-¡Por favor, mi señora! Vine por el dinero. Lo necesito. Mi padre está enfermo y mi madre ha meditado dedicarse a la prostitución, pretendientes no le faltan. Le confieso: quería ayudar a mis padres porque no sabía lo que se sentía estar a su lado. Ahora que lo sé. Me suicidaré si me abandona. Quiero respirar de su perfume y reír con mis amigos presumiendo que me ha dado un beso. Quiero estar con usted. ¡Qué se pudran mis padres! Déjeme quedarme en su castillo-.
Enzo se puso de pie de un salto. No sabía de dónde estaba sacando el coraje para hablar.
Amanda se acercó a Enzo. Le acarició la mejilla con la mano y le besó los labios. Este sería el beso con el que Enzo presumiría con sus amigos de seguir viviendo.
-Deseo concedido- le dijo al cadáver de Enzo después del beso. -Cincuenta años conviviendo con un hombre son muchos años. Como le dije, no tienes nada que me pueda interesar. –dirigiéndose a las chica. –Recoged la sangre del cuerpo y dejar los restos en la fosa con los demás-.
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* Bienvenida mujer amante: Amanda Bradbury ha extendido el rumor que se casará con la pretendiente que pueda conquistarla. En este post deja muy claro que no le interesan los hombres. Es obvio que la condesa guarda un oscuro secreto, nadie regala una vida de bien como conde de Sacrestic tan fácilmente. Tu objetivo será seducir a Amanda y descubrir qué esconde.
La idea de este desafío la aportó Eretria Noorgard. Dadle la enhorabuena a ella.
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Re: Amanda Bradbury [+18] [Desafío]
Correr en mi forma de lobo era una actividad que siempre había disfrutado. Los eventos en Roilkat habían dejado mi corazón agitado; una tormenta de emociones me atacaba sin tregua. Caelia prácticamente me había dado un ultimátum para que no iniciara el recorrido que muy probablemente me llevaría a la muerte ¿mi último viaje? Quizás. Aunque por extraño que fuera, nunca había querido aferrarme más a la vida. ¿Estaba loca? Como siempre, pero tenía un buen propósito. Escondido entre las dunas del desierto volví a encontrar valor y fuerzas para luchar por una causa, para pelear y continuar con vida. A veces, aunque nazcas con un mal designio, las estrellas se alinean para que inicies una buena acción. Tal vez… sólo tal vez, pero ¿Qué pasaría si pudiera convencer a alguien con influencias para que ayude a proteger a los humanos? ¿quién mejor que una condesa y vampiro al mismo tiempo? Un título no daba poder por sí mismo, pero sí ese nombre: Amanda Bradbury, la hermosa, la vampiro…
Esperé a que cayera la noche en las cercanías de la mansión y entré puertas adentro en mi forma humana. Pisaba fuerte, quería anunciar mi presencia a todo aquél que estuviera lo suficientemente cerca. La luna estaba tan grande que parecía brillar como un segundo sol, era pintoresco e incluso irónico. Podía imaginar mil formas de morir y tal vez, apenas podía esbozar una posible forma de salir con vida: seduciendo a una mujer vampiro. Era una misión suicida, negué con la cabeza mientras veía mi propio reflejo en un espejo que podía haber sido más grande que mi casa de Ulmer. Encuadré los hombros y erguí la cabeza. Estaba vestida con la ropa que tradicionalmente usaba en el pueblo de los licántropos, ropas de pieles de mis cazas, un vestido, botas y una media capa, todo de cuero. Mi ropa tan humilde era la mejor metáfora de opuestos: probablemente respirar en esa casa era más caro que toda mi vida puesta junta. No sólo el dinero, sino el detalle y la opulencia, sin contar con el meollo del asunto.
Amanda Bradbury bajó graciosamente por las interminables escaleras que nos separaban. Como quién distingue la tierra del río, era tan dolorosamente hermosa –y fría- que fue casi evidente su identidad. La precedían dos jóvenes desnudas, casi niñas, probablemente sus mascotitas, tan iguales como diferentes. Era como si la vida, el karma o la voluntad de Aerandir quisiera achacarme tantos motivos para arrepentirme de lo que planeaba hacer. “Seducir” incluía cierta pernicie, algo que nunca antes había hecho. Había engatusado a hombres, también había intentado enamorarlos… un par de veces –evidentemente sin buenos resultados- incluso había tratado de atraer a los mejores guerreros a mis dotes de batalla en la arena y en la cama, pero nunca seducir, usar la mente para eso. A juzgar por el lenguaje corporal de las jovencitas, mi presencia debía de representar una alerta roja, de esas situaciones inesperadas a las que no sabes a qué atenerte.
Después del contacto visual con su señora, las dos partes de un solo cuerpo me señalaron un sillón al que me dirigí de buena gana. Amanda me seguía de cerca y en silencio. Su pestilencia a vampiro estaba mezclada con algo… algo estimulante. Podía sentir cómo se me hacía agua la boca viendo sus curvas, me llevé una mano al corazón, el recuerdo de Carmilla estaba casi a flor de piel, pero entre una y la otra había un abismo de distancia. La condesa no tenía un ápice de inocencia bajo esa mirada indescifrable. Esperé a que ella misma estuviese frente a mí para estrecharle su mano. Tocar a un vampiro de buena voluntad era ir un paso más allá de lo que todos mis instintos sugerían. Los vampiros nunca eran de fiar, pero ésta tenía el olor a muerte rodeándola. Mantuve mi mano acariciando su muñeca por un segundo más, sugiriendo mis intenciones sin querer poner mi cuello en evidencia hasta… después.
Buenas noches la etiqueta por delante mi nombre es Feith Greenwood, alias Woodpecker, licántropo. Sonreí, no una sonrisa hipócrita ni compradora, una sonrisa reaseguradora. Probablemente un licántropo a punto de transformarse no sonreía así, no que lo recordara al menos. Gesticuló para que me sentara, haciendo ella lo propio. -Dime más-. No podría estar segura de nada, estaba francamente nerviosa, tenía que convencer a una mujer vampiro en su casa de que yo no estaba loca ni deseaba morir, eso sólo para empezar. Con nuestra cercanía podía sentir cómo mi cuerpo reaccionaba de dos maneras ciertamente opuestas; por un lado, querer tomar distancia de esa cosa abominable y peligrosa, por el otro, arrancarle esos delgados ropajes y hacerla decir mi nombre entre sangre y placer.
A las tierras humanas del Sur ha llegado un rumor… cuatro semanas ya han pasado de su viudez. ¿Tal vez deba dar… mis condolencias? me aclaré la garganta algo incómoda por la situación. Tras una seña, las niñas llegaron con un carrito con varias botellas. -No debes querida. Capricho por capricho, detalles de una larga vida. ¿Algo para beber?- respiré aliviada y serví dos copas de vino. No estaba segura de los detalles de la alimentación de esos… no vivos, así que le ofrecí su porción, ella negó con una delicada sonrisa. Di un sorbo y lo degusté, pensando en mis siguientes palabras. Me acaricié la barbilla algo ausente -Ese no es el único rumor ¿por qué estás aquí?- preguntó, aventurándose a posar sus fríos dedos en mi antebrazo. Luché por no revolverme inquieta bajo aquella sensación.
Ofrece mucho a quién le conquiste. Pero nadie, de ninguna raza, en especial la suya da nada porque sí me recliné hacia ella, sin querer hacer contacto, pero acercándome tanto que el calor entre nuestros cuerpos era como una permanente caricia. La miré fijamente a los ojos, queriendo leer su historia en ellos. Me devolvió la mirada y separó sus labios, lo que sea que fuera a decir se lo guardó para sí. Momentos después agregó -Nadie de ninguna raza, en especial la tuya… se acerca a una vampiro porque sí- tengo que admitir que ese fue un golpe bajo. Estábamos tan cerca y hablando tan bajo que nuestro aliento se mezclaba en el aire. Sonreí y me eché hacia atrás para tomar un buen trago de la bebida. Me puse de pie bruscamente, tiré la capa al piso y rebusqué entre mi ropa hasta dar con lo que buscaba. Ella me miraba sin una expresión en particular, podía estar deliberando si matarme o preguntándose si estaba loca, nada en su mirada delataba sus intenciones.
Me volví a acercar y puse sobre sus piernas la cabeza de león que había recibido en presencia de Siegfried*. Esta es la prueba de mi valor, te lo ofrezco, te ofrezco todo lo que soy, humana, lobo, asesina, mujer o amante, lo que desees, todo por una promesa me arrodillé a sus pies y miré sus ojos con precaución. Nunca había tenido tolerancia al alcohol, el calor bajaba por mi cuerpo a mi entrepierna. Me desabroché el vestido, no lo necesitaba. -¿Qué quieres?- preguntó finalmente. Creí que había pasado una vida por el largo silencio que había seguido a mis fervientes palabras. Casi me había olvidado de lo que quería para ese entonces, toda ella era como una flor que pedía ser mancillada, de igual forma que la pequeña Carmilla... el ejemplo de que el placer no tiene que ver con el género ni con el sexo, sino con el deseo y el placer. La Condesa Bradbury era tan hermosa que podía predecir cuánto más podía dar, cuánto nos podríamos dar.
Ese era el momento por el que había estado rogando, el punto de la noche que lo definiría todo. Di el último sorbo al vino Primero tengo que ser capaz de confiar en ti… Amanda pronuncié su nombre suavemente, pero no dulce, no había lugar para la dulzura, había espacio de sobra para el deseo. Ambas éramos maduras, no pretendía engañarla, mi mejor virtud era querer que me quisiese. Estiré lentamente mi diestra para alcanzar su mentón y separar sus labios, me acerqué a ellos, observando su delgadez, apreciando... Qué demonios, deseo era deseo, besaría al mismo Frendel con la pasión de una misma bestia ,si con esa condena pudiera ganarme a un aliado poderoso. Hacía años que mi cuerpo no era más que una herramienta, mejor disfrutarlo, así, como con mi pequeña de las alas rotas. ¿Cómo se que puedo confiar en tí? Casi rogué, el alcohol poniendo sentimientos a unas palabras vacías, quería respuestas, quería su respuesta. Aman… comencé a recitar su nombre, como un arrullo, pero no terminé.
Esperé a que cayera la noche en las cercanías de la mansión y entré puertas adentro en mi forma humana. Pisaba fuerte, quería anunciar mi presencia a todo aquél que estuviera lo suficientemente cerca. La luna estaba tan grande que parecía brillar como un segundo sol, era pintoresco e incluso irónico. Podía imaginar mil formas de morir y tal vez, apenas podía esbozar una posible forma de salir con vida: seduciendo a una mujer vampiro. Era una misión suicida, negué con la cabeza mientras veía mi propio reflejo en un espejo que podía haber sido más grande que mi casa de Ulmer. Encuadré los hombros y erguí la cabeza. Estaba vestida con la ropa que tradicionalmente usaba en el pueblo de los licántropos, ropas de pieles de mis cazas, un vestido, botas y una media capa, todo de cuero. Mi ropa tan humilde era la mejor metáfora de opuestos: probablemente respirar en esa casa era más caro que toda mi vida puesta junta. No sólo el dinero, sino el detalle y la opulencia, sin contar con el meollo del asunto.
Amanda Bradbury bajó graciosamente por las interminables escaleras que nos separaban. Como quién distingue la tierra del río, era tan dolorosamente hermosa –y fría- que fue casi evidente su identidad. La precedían dos jóvenes desnudas, casi niñas, probablemente sus mascotitas, tan iguales como diferentes. Era como si la vida, el karma o la voluntad de Aerandir quisiera achacarme tantos motivos para arrepentirme de lo que planeaba hacer. “Seducir” incluía cierta pernicie, algo que nunca antes había hecho. Había engatusado a hombres, también había intentado enamorarlos… un par de veces –evidentemente sin buenos resultados- incluso había tratado de atraer a los mejores guerreros a mis dotes de batalla en la arena y en la cama, pero nunca seducir, usar la mente para eso. A juzgar por el lenguaje corporal de las jovencitas, mi presencia debía de representar una alerta roja, de esas situaciones inesperadas a las que no sabes a qué atenerte.
Después del contacto visual con su señora, las dos partes de un solo cuerpo me señalaron un sillón al que me dirigí de buena gana. Amanda me seguía de cerca y en silencio. Su pestilencia a vampiro estaba mezclada con algo… algo estimulante. Podía sentir cómo se me hacía agua la boca viendo sus curvas, me llevé una mano al corazón, el recuerdo de Carmilla estaba casi a flor de piel, pero entre una y la otra había un abismo de distancia. La condesa no tenía un ápice de inocencia bajo esa mirada indescifrable. Esperé a que ella misma estuviese frente a mí para estrecharle su mano. Tocar a un vampiro de buena voluntad era ir un paso más allá de lo que todos mis instintos sugerían. Los vampiros nunca eran de fiar, pero ésta tenía el olor a muerte rodeándola. Mantuve mi mano acariciando su muñeca por un segundo más, sugiriendo mis intenciones sin querer poner mi cuello en evidencia hasta… después.
Buenas noches la etiqueta por delante mi nombre es Feith Greenwood, alias Woodpecker, licántropo. Sonreí, no una sonrisa hipócrita ni compradora, una sonrisa reaseguradora. Probablemente un licántropo a punto de transformarse no sonreía así, no que lo recordara al menos. Gesticuló para que me sentara, haciendo ella lo propio. -Dime más-. No podría estar segura de nada, estaba francamente nerviosa, tenía que convencer a una mujer vampiro en su casa de que yo no estaba loca ni deseaba morir, eso sólo para empezar. Con nuestra cercanía podía sentir cómo mi cuerpo reaccionaba de dos maneras ciertamente opuestas; por un lado, querer tomar distancia de esa cosa abominable y peligrosa, por el otro, arrancarle esos delgados ropajes y hacerla decir mi nombre entre sangre y placer.
A las tierras humanas del Sur ha llegado un rumor… cuatro semanas ya han pasado de su viudez. ¿Tal vez deba dar… mis condolencias? me aclaré la garganta algo incómoda por la situación. Tras una seña, las niñas llegaron con un carrito con varias botellas. -No debes querida. Capricho por capricho, detalles de una larga vida. ¿Algo para beber?- respiré aliviada y serví dos copas de vino. No estaba segura de los detalles de la alimentación de esos… no vivos, así que le ofrecí su porción, ella negó con una delicada sonrisa. Di un sorbo y lo degusté, pensando en mis siguientes palabras. Me acaricié la barbilla algo ausente -Ese no es el único rumor ¿por qué estás aquí?- preguntó, aventurándose a posar sus fríos dedos en mi antebrazo. Luché por no revolverme inquieta bajo aquella sensación.
Ofrece mucho a quién le conquiste. Pero nadie, de ninguna raza, en especial la suya da nada porque sí me recliné hacia ella, sin querer hacer contacto, pero acercándome tanto que el calor entre nuestros cuerpos era como una permanente caricia. La miré fijamente a los ojos, queriendo leer su historia en ellos. Me devolvió la mirada y separó sus labios, lo que sea que fuera a decir se lo guardó para sí. Momentos después agregó -Nadie de ninguna raza, en especial la tuya… se acerca a una vampiro porque sí- tengo que admitir que ese fue un golpe bajo. Estábamos tan cerca y hablando tan bajo que nuestro aliento se mezclaba en el aire. Sonreí y me eché hacia atrás para tomar un buen trago de la bebida. Me puse de pie bruscamente, tiré la capa al piso y rebusqué entre mi ropa hasta dar con lo que buscaba. Ella me miraba sin una expresión en particular, podía estar deliberando si matarme o preguntándose si estaba loca, nada en su mirada delataba sus intenciones.
Me volví a acercar y puse sobre sus piernas la cabeza de león que había recibido en presencia de Siegfried*. Esta es la prueba de mi valor, te lo ofrezco, te ofrezco todo lo que soy, humana, lobo, asesina, mujer o amante, lo que desees, todo por una promesa me arrodillé a sus pies y miré sus ojos con precaución. Nunca había tenido tolerancia al alcohol, el calor bajaba por mi cuerpo a mi entrepierna. Me desabroché el vestido, no lo necesitaba. -¿Qué quieres?- preguntó finalmente. Creí que había pasado una vida por el largo silencio que había seguido a mis fervientes palabras. Casi me había olvidado de lo que quería para ese entonces, toda ella era como una flor que pedía ser mancillada, de igual forma que la pequeña Carmilla... el ejemplo de que el placer no tiene que ver con el género ni con el sexo, sino con el deseo y el placer. La Condesa Bradbury era tan hermosa que podía predecir cuánto más podía dar, cuánto nos podríamos dar.
Ese era el momento por el que había estado rogando, el punto de la noche que lo definiría todo. Di el último sorbo al vino Primero tengo que ser capaz de confiar en ti… Amanda pronuncié su nombre suavemente, pero no dulce, no había lugar para la dulzura, había espacio de sobra para el deseo. Ambas éramos maduras, no pretendía engañarla, mi mejor virtud era querer que me quisiese. Estiré lentamente mi diestra para alcanzar su mentón y separar sus labios, me acerqué a ellos, observando su delgadez, apreciando... Qué demonios, deseo era deseo, besaría al mismo Frendel con la pasión de una misma bestia ,si con esa condena pudiera ganarme a un aliado poderoso. Hacía años que mi cuerpo no era más que una herramienta, mejor disfrutarlo, así, como con mi pequeña de las alas rotas. ¿Cómo se que puedo confiar en tí? Casi rogué, el alcohol poniendo sentimientos a unas palabras vacías, quería respuestas, quería su respuesta. Aman… comencé a recitar su nombre, como un arrullo, pero no terminé.
Off:1- Gracias Eretria, es un desafío con todas las letras \ò.ó/
2- Sigel, no quise hacer abuso de los pnjs...
3- El objeto que le mostré a Amanda es la cabeza de los premios Oscar, segunda edición
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Re: Amanda Bradbury [+18] [Desafío]
Pasó su delicada mano derecha por la mejilla de la mujer loba. Su seguridad y franqueza le impresionaron de buena manera. Hasta ahora, todos los que quisieron presentarle ofrenda, chicos y chicas y vampiros y humanos por igual, mantuvieron una posición dócil que ha Amanda le resultaba cobarde. Feith Greenwood, Woodpecker, fue la primera persona que le hablaba como una igual. También fue la primera en presentarte vestida con ropa humilde sin intención de pretender ser algo que no era. Le gustase o no a Amanda Bradbury, Feith Greenwood era una loba con firmes principios morales, carente de ningún título nobiliario ni grandes riquezas y una rival arraigada de los vampiros. Los triunfos de la chica no se relataban por el peso de sus bolsillos, sino por el olor a sangre que emanaba de su piel (pelaje) y por los trofeos que le otorgaron por ser quien era. Amanda no puso en evidencia el trofeo mostrado. Estaba completamente de acuerdo con todo lo que éste representaba.
Sin duda, la mayor virtud de Feith Greenwood era su inteligencia. No confiaba en Amanda, por supuesto, no tenía por qué hacerlo. Propuso un intercambio de secretos. Amanda le mostraría el suyo y a cambio Feith rebelaría todos los misterios que rondaban su vida. La vampira pensó en una palabra que hacía décadas que no utilizaba; era posible que incluso llegase a olvidar que existía: [/i]“Tentador”[/i].
Utilizó la misma caricia en la mejilla de la loba para conducirlas por las escaleras hasta la habitación superior. El servicio esperó en la planta baja, su labor había finalizado.
Amanda condujo a Feith por los pasillos de la mansión hasta llegar a la habitación principal. La cama estaba decorada con sábanas de colores cálidos, en la mesilla de noche había velas y una varita de incienso que se consumía lentamente para dejar un buen aroma. Nada de perfumes ostentosos ni pétalos de rosa que enturbiasen a los amantes.
-Me gustas, Feith Greenwood, alías Woodpecker. Me gustas mucho –le dijo sin mirarla a la cara. –Eres inteligente, decida y hermosa. Quiero saber todo sobre ti, tus secretos más íntimos y preciados. Sí, podría arrebatártelos utilizando la magia de los vampiros, pero no serviría divertido. –abrió las puertas del armario. –Yo también te contaré mis secretos, hermosa loba. Empezando por confesarte que la mayoría de los vampiros me aburren y que no me importaría si la mitad de ellos desapareciese mañana. Ales me entregó a los vampiros en contra de mi voluntad para que me transformasen. Quería tener a su lado una encantadora chica joven y bella para toda la eternidad. No me mal interpretes, me gustan los juguetes que los vampiros poseemos. Sin embargo, en aquel momento, hubiera decido continuar siendo bruja. No te obligaré a cambies de raza por mí, y si deseas alimentarte de los que ahora son mis hermanos, no seré yo quien te lo impida. Este uno de mis secretos. Para comprender el segundo debes acercarte y ver qué hay en el fondo del armario. Dos cabezas. ¿Las ves? La primera es de Ales. Sí, yo lo maté. La segunda es la cabeza de quien quiso ser una Diosa y lo logró: La gárgola Démora. Ales era fiel creyente de la religión de los humanos. Hizo que un sacerdote nos casara. Recuerdo su nombre: Donald Frank Callahan. Tenía una iglesia en Sacrestic Ville y unos pocos parroquianos que acudían a él buscando consejo, incluido nuestro Alessandro Bradbury. Entiendes que aborrezco tanto la religión de los cristianos como a Ales y a los vampiros. Hace unos meses, unos demonios, el Padre Callahan dijo que eran demonios, poseyeron sus gárgolas y destruyeron su iglesia. Me alegré por ello. Terminada la guerra, fui a las ruinas buscando a los demonios que mataron al Dios de los cristianos. Encontré la cabeza intacta de la gárgola que representaba la lujuria, Démora. La besé en la frente y luego en los labios. Sentí que me hablaba. Ella era como yo: reducida a servir a un señor que odiaba y en cuerpo que no le pertenecía. Me hice cargo de la cabeza. Démora me habló de un Dios muerto, Habakhuk, el primer vampiro. Si cada gárgola era un pecado, Habakhuk era todos. Amé la descripción que la gárgola daba del primer vampiro tanto como la amaba a ella y te amo a ti. Las puertas de mi mansión están abiertas, no solo para los que quieran ofrecerse matrimonio conmigo, sino también para quien quiera acompañarme en mis rezos nocturnos. ¿Quieres saber mi secreto? Quiero traer a la vida al primer vampiro. Él castigará a los vampiros de hoy y a los hombres que me hicieron renunciar a mi vida. Infundirá su fe utilizando los pecados cristianos. A los que les sirvamos, nos elevará a su pedestal y nos convertirá en Nuevos Dioses-.
Cerró las puertas del armario. Caminó lentamente hacia Feith Greenwood y la besé en un lugar entre los labios y la mejilla.
-No tienes por qué seguir mi fe, pero sí entenderme. Es mi secreto. Ahora quiero conocer los tuyos. No te juzgaré por ellos-.
* Woodpecker Has hecho posible que Amanda se enamorase de ti y ella te ha regalado sus secretos más íntimos. Ha recogido los restos de la antigua iglesia de Callahan y les ha otorgado un significado satánico basado en Habakhuk, el primer vampiro. Es aquí donde se crea una disyuntiva.
* Utilizar la violencia (matar) contra Amanda Bradbury antes de que su fe vaya a mayores. Si eliges esta opción serás rival de los vampiros (todavía más de lo que ya eres) y de los otros seguidores de la religión de Habakhuk.
*Confesar tus secretos a Amanda y sellar vuestro amor en la cama. Si eliges esta opción, te casarás con Amanda y recibirás el título de condesa de Sacrestic Ville.
Curiosidad: el tema que se hace mención donde el Padre Callahan perdió su iglesia debido a que las gárgolas del edificio cobraron vida es el siguiente. [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] Una suerte de La Divina Comedia de Dante.
Sin duda, la mayor virtud de Feith Greenwood era su inteligencia. No confiaba en Amanda, por supuesto, no tenía por qué hacerlo. Propuso un intercambio de secretos. Amanda le mostraría el suyo y a cambio Feith rebelaría todos los misterios que rondaban su vida. La vampira pensó en una palabra que hacía décadas que no utilizaba; era posible que incluso llegase a olvidar que existía: [/i]“Tentador”[/i].
Utilizó la misma caricia en la mejilla de la loba para conducirlas por las escaleras hasta la habitación superior. El servicio esperó en la planta baja, su labor había finalizado.
Amanda condujo a Feith por los pasillos de la mansión hasta llegar a la habitación principal. La cama estaba decorada con sábanas de colores cálidos, en la mesilla de noche había velas y una varita de incienso que se consumía lentamente para dejar un buen aroma. Nada de perfumes ostentosos ni pétalos de rosa que enturbiasen a los amantes.
-Me gustas, Feith Greenwood, alías Woodpecker. Me gustas mucho –le dijo sin mirarla a la cara. –Eres inteligente, decida y hermosa. Quiero saber todo sobre ti, tus secretos más íntimos y preciados. Sí, podría arrebatártelos utilizando la magia de los vampiros, pero no serviría divertido. –abrió las puertas del armario. –Yo también te contaré mis secretos, hermosa loba. Empezando por confesarte que la mayoría de los vampiros me aburren y que no me importaría si la mitad de ellos desapareciese mañana. Ales me entregó a los vampiros en contra de mi voluntad para que me transformasen. Quería tener a su lado una encantadora chica joven y bella para toda la eternidad. No me mal interpretes, me gustan los juguetes que los vampiros poseemos. Sin embargo, en aquel momento, hubiera decido continuar siendo bruja. No te obligaré a cambies de raza por mí, y si deseas alimentarte de los que ahora son mis hermanos, no seré yo quien te lo impida. Este uno de mis secretos. Para comprender el segundo debes acercarte y ver qué hay en el fondo del armario. Dos cabezas. ¿Las ves? La primera es de Ales. Sí, yo lo maté. La segunda es la cabeza de quien quiso ser una Diosa y lo logró: La gárgola Démora. Ales era fiel creyente de la religión de los humanos. Hizo que un sacerdote nos casara. Recuerdo su nombre: Donald Frank Callahan. Tenía una iglesia en Sacrestic Ville y unos pocos parroquianos que acudían a él buscando consejo, incluido nuestro Alessandro Bradbury. Entiendes que aborrezco tanto la religión de los cristianos como a Ales y a los vampiros. Hace unos meses, unos demonios, el Padre Callahan dijo que eran demonios, poseyeron sus gárgolas y destruyeron su iglesia. Me alegré por ello. Terminada la guerra, fui a las ruinas buscando a los demonios que mataron al Dios de los cristianos. Encontré la cabeza intacta de la gárgola que representaba la lujuria, Démora. La besé en la frente y luego en los labios. Sentí que me hablaba. Ella era como yo: reducida a servir a un señor que odiaba y en cuerpo que no le pertenecía. Me hice cargo de la cabeza. Démora me habló de un Dios muerto, Habakhuk, el primer vampiro. Si cada gárgola era un pecado, Habakhuk era todos. Amé la descripción que la gárgola daba del primer vampiro tanto como la amaba a ella y te amo a ti. Las puertas de mi mansión están abiertas, no solo para los que quieran ofrecerse matrimonio conmigo, sino también para quien quiera acompañarme en mis rezos nocturnos. ¿Quieres saber mi secreto? Quiero traer a la vida al primer vampiro. Él castigará a los vampiros de hoy y a los hombres que me hicieron renunciar a mi vida. Infundirá su fe utilizando los pecados cristianos. A los que les sirvamos, nos elevará a su pedestal y nos convertirá en Nuevos Dioses-.
Cerró las puertas del armario. Caminó lentamente hacia Feith Greenwood y la besé en un lugar entre los labios y la mejilla.
-No tienes por qué seguir mi fe, pero sí entenderme. Es mi secreto. Ahora quiero conocer los tuyos. No te juzgaré por ellos-.
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* Woodpecker Has hecho posible que Amanda se enamorase de ti y ella te ha regalado sus secretos más íntimos. Ha recogido los restos de la antigua iglesia de Callahan y les ha otorgado un significado satánico basado en Habakhuk, el primer vampiro. Es aquí donde se crea una disyuntiva.
* Utilizar la violencia (matar) contra Amanda Bradbury antes de que su fe vaya a mayores. Si eliges esta opción serás rival de los vampiros (todavía más de lo que ya eres) y de los otros seguidores de la religión de Habakhuk.
*Confesar tus secretos a Amanda y sellar vuestro amor en la cama. Si eliges esta opción, te casarás con Amanda y recibirás el título de condesa de Sacrestic Ville.
Curiosidad: el tema que se hace mención donde el Padre Callahan perdió su iglesia debido a que las gárgolas del edificio cobraron vida es el siguiente. [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] Una suerte de La Divina Comedia de Dante.
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Re: Amanda Bradbury [+18] [Desafío]
Amanda Bradbury era la sensualidad embotellada en un cuerpo doblemente peligroso: seductor y eterno. Sólo lo mejor la rodeaba, su mansión era como una lujosa jaula de cristal; pero yo no tenía tiempo de fijar mi vista –o mis pensamientos- en otra cosa más que ella, de sus movimientos, de sus expresiones cada vez que se daba la vuelta, como una niña pícara para ver si le seguía. Ella no necesitaba hacer todas esas cosas, sus sentidos agudizados probablemente podrían avisarle de mis intenciones incluso antes de que a mí se me ocurriera alguna idea extraña, por eso los vampiros eran nuestros enemigos mortales ¿no?. Pero ella escogía no dejarme fuera, incluirme en ese pequeño juego de intriga y seducción. “Los dioses están locos, seduciendo y dejándome seducir por una vampiresa” sonreí ante lo absurdo de la idea mientras entraba a sus aposentos.
Arrugué la nariz, había incienso. Nunca me había gustado el incienso, aunque suponía que era mejor que luchar contra su esencia natural… además era relajante, no quería admitirlo pero todo en ella parecía llamarme, como una bandera roja en el punto al que debía atacar. Su mirada era tentadora, la habitación ayudaba. La claridad en a que estaba envuelta era reaseguradora, como si nada malo fuese a ocurrir allí. Sentí que se me ponía la piel de gallina cuando escuché sus palabras. Una cosa era ir hasta allí con un propósito, seguir el juego… otra escucharlo de su propia voz en su recámara. Podía suponer que le gustaba, pero ¿podía creerle? ¿y yo? ¿qué sentía? Necesidad. Ella se estaba confesando, por unos momentos no me miró a los ojos, cuando la conexión se rompió sentí que cierto colorcillo me venía a la cara, nunca me había sentido particularmente hermosa, que viniera de ella ese halago… no sabía como tomarlo.
Frente al armario apenas se detuvo, si tenía sus verdaderos secretos allí… bueno, no sabía a qué atenerme. Era muy rápido, muy raro. Mejor. Bueno. Rápido. Adulto. Pero no dejaba de ser raro. Crucé mis antebrazos a la altura de mi cabeza esperando que aquella cosa pestilente que tuviese allí saltara a mi cabeza, pero no sucedió nada. Con un cierto no-se-qué bajé lentamente la guardia para ver dos cabezas prácticamente mirándome. Amanda estaba diciendo cosas sobre amores, odios y desavenencias raciales… yo estaba mirando fijamente los ojos semipodridos de “¿Cómo le había llamado? Alessandro” a esa altura poco quedaba de ellos más que un gris apagado, que rodeaba típicamente las vistas sin luz de los cadáveres. Tan viejo como era al momento de morir, parecía estar empezando a momificarse. La otra cabeza… “Démora” era un tema totalmente diferente.
¿La diosa Démora? Para ser una diosa se veía bastante maltrecha. La cabeza estaba rota en varios lugares, parecía que alguien le había clavado una espada porque tenía una abertura importante, como si la hubiesen querido matar. Matar a una roca. ¡Estábamos todos locos! A pesar de lo mal que se la veía, aún tenía una expresión muy viva, era una mezcla de soberbia con deseo. Sin dudas había sido bien labrada, levanté una mano para tocarla y cuando lo hice, además de sentir su frío inicial, experimenté –por un momento- una oleada de deseo sobrecogedora. Era como si el cuerpo de Amanda fuese mi sol y yo necesitara de su calor. Pestañee y me obligué a escuchar con atención cada palabra de la vampiresa. Estaba segura de que esa no era una cabeza ordinaria y que no era sano que tuviera a su muerto allí, donde la podía ver figuradamente, cada noche con esos ojos muertos.
Demonios… repetí con una voz ausente, entre escuchando y pensando. Había oído ciertos rumores de un clérigo Callahan, lo recordaba de la época de la peste. De la religión… apreté mis ojos, juntando mis recuerdos…allá, cuando mi vida aún era humana, antes de que mis sentimientos se volvieran más ácidos que la bilis, mis padres seguían los consejos de otro predicador que hablaba de demonios y de condena eterna. Como la condena, mucho más reciente, de mi amigo número cuatro. Si esa religión era tan corrupta como aquél muerto y su dios su pastor, prefería que Fenrir siguiera recordándome del camino de la venganza y la traición “Descansen en paz mis muertos: Amén” Que así sea murmuré y llevé mis pensamientos deliberadamente a la cabeza de piedra mutilada Así se ve la lujuria dije volteándome para poner toda mi atención en la condesa. Debía aceptarlo, había tenido una vida difícil y por eso probablemente había perdido la chaveta. Igual que yo, nunca tuvo a nadie, pero nuestra diferencia era que ella había sido transformada a la raza equivocada. Una raza estéril y llena de odio.
No me sorprendí al enterarme que había sido una bruja, Elen también había pasado por lo mismo, pero no dejaba de ser alarmante, me había criado pensando que los vampiros sólo provenían de los humanos. Además, al menos en mí misma, grandes cantidades de su sangre me enfermaban, era bueno saber que Amanda no pretendía intentar cambiarme la raza o moriría como una rata durante la prueba y el ensayo. La sangre de un vampiro era veneno. La mitad de lo que ella decía era razonable, teniendo el título que tenía, y a juzgar por su antigua raza imaginaba que en el pasado había sido una joven resguardada, acatada, que ahora tenía mucho odio y necesitaba ayuda. ¿Qué me amaba decía? Me quería dar un zape por lo que iba a hacer. Quería reventar mi cabeza contra la de esa Démona y dejarle una marca de sangre. Posé una mano sobre el hombro de Amanda cuando ella se acercó y me besó. Le devolví el beso, pero en los labios, instándola a la cama, donde me senté con ella.
Como entenderte te entiendo, he sentido de buena mano los mensajes de los dioses, pero revivir cosas muertas es difícil… posé mis ojos en los suyos y tomé sus manos con convicción, eso no era todo lo que tenía para decirle Tú crees en Habakuk, yo creo en Fenrir. Fenrir es el gran lobo negro. El que fue traicionado por los otros dioses, el que aguarda volver para vengarse de ellos y la humanidad. Creo que todos tenemos algo de ellos dentro. Tomé algo de aire y acaricié su rostro Se dice que tu dios era muy cruel… yo puedo apoyarte sí, pero quiero que sepas que no creo en los “nuevos dioses”. En fin, no quiero juzgar tu secreto, si me amas como me dices, entonces he de protegerte con lo que soy. Solté sus manos y me puse en pie ciertamente nerviosa, sentía que la condesa Bradbury era alguna especie de juez.
Mi secreto… tengo muchos enarqué una ceja y le gesticulé que ya continuaría, desde su confesión parecía un poco más ansiosa. Bien… ya sabes que soy una licántropo y una guerrera también… vine aquí en busca de una aliada en contra de esa mitad de tus hermanos que se han salido de control y amenazan la paz en el mundo humano. Hay personas como lo eras tú antes, que siendo inocentes pagan el precio de los pecadores se me hacía difícil usar una terminología que no había escuchado con atención por tanto tiempo. Realmente no creía que Amanda fuera capaz de revivir un dios muerto, pero por la posibilidad de su ayuda, sería capaz de arriesgarme. Hay personas que deseo proteger, personas humanas e inocentes Amanda. Ese es mi mayor secreto, soy una asesina que quiere salvar vidas ¿retorcida no? Ayúdame a proteger a los humanos y estaré contigo fielmente prometí con solemnidad.
Esa tendencia “Habakukiana” me ponía ciertamente nerviosa, pero yo estaría ahí, en primera plana, viendo y escuchando todo. Si tenía suerte, lograría que ella viera algo de sensatez. Si no, la detendría cuésteme lo que me cueste. Ella se puso en pie, parecía pensativa pero guardó silencio y yo también. Probablemente habíamos llegado a la parte en la que ella se debatía entre ayudarme o no, así que hice lo propio y dejé que mis ojos hablaran por mí. Estiró su mano hacia mi pecho y tocó el tatuaje, aquella vieja promesa de amor. -¿Y esto?- besé la punta de los dedos fríos y la miré a los ojos Muerto. Alex está muerto pareció complacida por la respuesta, bajó su mano recorriendo mis formas hasta alcanzar una línea solitaria que bajaba por mi vientre. La única marca que me recordaba a mis hijos. Esta vez no formuló la pregunta Lejos, muy lejos no estoy segura qué vio en mis ojos, pero no cuestionó esa declaración.
-¿Quieres venganza?- preguntó haciendo un círculo a mi alrededor, lentamente, como analizando a una presa, seduciendo a la vez que dejándose seducir. Podía sentir mi corazón acelerando ininterrumpidamente, sabía que ella también lo podía sentir. Su expresión no tenía desperdicio, le gustaba lo que sus…dotes me provocaban. No. Cada uno de los que dejó una marca ha muerto. Hombres y mujeres. Excepto… me detuve cuando ella depositó con toda la intención su mano en mi montículo. Lo hacía de exprofeso, me mordí el labio superior y sentí que mis ojos sonreían. Ella no era la única con experiencia en ese campo… -¿Excepto?- preguntó deteniéndose hasta que sólo se podía escuchar nuestros corazones. Se aclaró la garganta esperando una respuesta, no estaba segura de… sólo pensaba en que se suponía que ¿los vampiros no tenían corazón? Bueno, ciertamente ella tenía uno. No morir no quiere decir que no tengan… Oh… señalé la cicatriz que reposaba sobre mi ojo derecho.
Se acercó a mí y para mi sorpresa depositó un beso sobre la huella de los viejos tiempos. Una batalla perdida contra un monstruo sin nombre… aclaré, pero sus ojos seguían en el tatuaje de Alex. No te asustes adelanté, antes de tomarla en mis brazos y sentarla sobre una amplia y elevada cómoda, ignorando la cama. Le arranqué el vestido con mis garras metamorfoseadas y le besé la uña del pulgar de su pie derecho. Acéptame murmuré con la esperanza de que mi mirada derritiera cualquier duda que ella pudiera estar albergando. Continué acariciando y besando cada centímetro de su cuerpo, en dirección a la fruta prohibida. Al llegar a la entrepierna le di una pequeña mordida en el labio, y se lo besé terminando en un chupón. Levanté mi rostro y encontré sus ojos con una emoción que no podría reconocer.
Me tomó por debajo del mentón y jaló con fuerza para besarme en la boca. Su lengua invadiendo mi espacio; tenía tanta confianza que me tomó desprevenida, era como si confiara en que no le arrancaría la lengua de una mordida. Yo era muy capaz de eso, ya lo había hecho en el pasado. Ella sintió ese sutil cambio en mi cuerpo y poco a poco recedió en su demanda. Aunque la sensación de besarla era más que agradable… esas palabras se quedaban cortas: besarla era una de las mejores sensaciones, con un toque de adrenalina por el peligro que la rodeaba a toda ella, no se me hacía apetecible. La contrasensación –como podría bautizarla- era como intentar besar una lápida. Toda Amanda era apetecible, no como los guerreros sucios de los campos de batalla; me centré en sus delicias y dejé sus labios para volver al ataque a través de su largo cuello, sus lóbulos… me detuve en ellos saboreándolos, succionando hasta apenas un momento antes de hacerla sangrar. No quería hacerla sangrar. No pensaba repetir lo de la mariposa…Amanda susurré en su oído, asegurándome que mi calor la abrazara. Bajé hasta sus senos y comencé a mordisquearlos, podía ver el temor y la pasión encendida en sus ojos. La viuda Bradbury le estaba mostrando fragilidad al lobo.
No me detuve hasta que empecé a escuchar su voz rasgada, sonidos más ferales que nobiliarios. Haría gemir a esa condesa como si fuese una vendedora de feria. Bajé hasta su zona más íntima y comencé a jugar entre sus pliegues. Vampiro, lobo, humana… sin importar la raza o el género, el olor del deseo era igual de tentador. Amanda era como una flor: no eres de la misma especie, tan hermosa que la quieres observar, pero tan frágil que quieres pisotearla y romperla, porque esa es la única forma de dejar tu impresión en algo como ella. Sentí que cerraba sus piernas, ¿leería mi pensamiento? Levanté la mirada nublada por el deseo, ¿por qué me detenía?. Parecía avergonzada, juraría que tenía cierto tinte en sus mejillas ¿era eso posible? Los vampiros no tenían vergüenza, los vampiros siempre tenían confianza. Pero de nuevo… allí estaba ella, desnuda y hermosa. Me señaló la cama, como urgida. No es necesaria casi gruñí atrayéndola a mí y obligándola a cerrar sus piernas en mi cintura. Mis pezones con sus pezones, había algo erótico en eso. Amanda era voluptuosa y yo la igualaba. Su peso pluma era un elemento a mi favor, la miré a los ojos y fui por su cuello. La tomé del pelo y le eché la cabeza hacia atrás mientras que con la otra acariciaba su espalda baja.
Entrégate casi ordené, como si se tratara de uno de los caballos de la hermandad. La tiré sobre la cama, pero cayó sobre sus cuatro patas, ágil cual un gato salvaje. Sonreí de lado y levanté las manos simbolizando derrota. Ella saltó a mi cuello pero se detuvo titubeante Está bien susurré, volviendo a atacar con mis manos aquella zona prohibida. Parecía que la vampiresa quisiera proteger su castidad… si no supiera mejor, diría que era doncella por lo esquiva que era. El pequeño juego me hacía hervir la sangre, quería hacerla mía, penetrarla con cualquier parte de mi ser. Cecí ante sus deseos y dejé que me echara sobre la cama blanda mientras me colmaba a besos… besos peligrosos. En más de una ocasión pude sentir el olor de mi propia sangre.
Sus intentos por hacerme llegar eran casi inocentes las licántropo no somos princesas dije con la respiración entrecortada en un momento que sentí sus ojos en mi rostro. Se estaba acercando, pero mi cuerpo no se entregaba a la mortal amante. Parecía que algo la desconcentraba, la observé por unos momentos y siempre sus ojos se detenían allí, sobre mi seno izquierdo. Ya no existe. Arráncalo si así lo deseas me haría un favor quitándome ese peso del pecho. Pero la gentil amante se contentó con dejar su impronta entre la A y la M: una media luna labrada con afilados dientes. Cuando mi piel cedió sentí que toda la electricidad acumulada en el ambiente se concentraba en mí. Lo había logrado y ella lo sabía; lamió cada una de las gotas de mi sangre en un gesto sensual y provocativo a la vez, sus ojos invitándome a cobrar una dulce venganza sobre su cuerpo perfecto e inmaculado.
Sus piernas se abrieron como pétalos mostrando su corola, sonreía, me retaba. La recorrí con mi lengua en cada una de sus reparticiones, deteniéndome cuando ella más me apuraba, saboreando su esencia. Entre ese y el otro juego de labios, me quedaba con el del fino néctar, podía olfatear el pronto cambio, pero no se lo permitiría tan fácilmente. Sería una noche tortuosa para la vampiresa. Una noche larga de placer como ningún humano ni vampiro podría darle. La haría sellar las letras de mi nombre a fuego en la oscuridad de su alma. Por amor u odio, yo siempre sería la primera. Esa voz cortada y casi infantil sería mía, solamente mía. Haciendo eco en la mansión de su marido muerto, una cabeza que nos miraba desde la oscuridad del clóset. Mayor razón para levantar el volumen y la temperatura. El orgullo de la vampiresa y condesa se difuminó antes de que los rayos del sol volvieran a romper sobre las oscuras tierras de Sacrestic Ville.
Arrugué la nariz, había incienso. Nunca me había gustado el incienso, aunque suponía que era mejor que luchar contra su esencia natural… además era relajante, no quería admitirlo pero todo en ella parecía llamarme, como una bandera roja en el punto al que debía atacar. Su mirada era tentadora, la habitación ayudaba. La claridad en a que estaba envuelta era reaseguradora, como si nada malo fuese a ocurrir allí. Sentí que se me ponía la piel de gallina cuando escuché sus palabras. Una cosa era ir hasta allí con un propósito, seguir el juego… otra escucharlo de su propia voz en su recámara. Podía suponer que le gustaba, pero ¿podía creerle? ¿y yo? ¿qué sentía? Necesidad. Ella se estaba confesando, por unos momentos no me miró a los ojos, cuando la conexión se rompió sentí que cierto colorcillo me venía a la cara, nunca me había sentido particularmente hermosa, que viniera de ella ese halago… no sabía como tomarlo.
Frente al armario apenas se detuvo, si tenía sus verdaderos secretos allí… bueno, no sabía a qué atenerme. Era muy rápido, muy raro. Mejor. Bueno. Rápido. Adulto. Pero no dejaba de ser raro. Crucé mis antebrazos a la altura de mi cabeza esperando que aquella cosa pestilente que tuviese allí saltara a mi cabeza, pero no sucedió nada. Con un cierto no-se-qué bajé lentamente la guardia para ver dos cabezas prácticamente mirándome. Amanda estaba diciendo cosas sobre amores, odios y desavenencias raciales… yo estaba mirando fijamente los ojos semipodridos de “¿Cómo le había llamado? Alessandro” a esa altura poco quedaba de ellos más que un gris apagado, que rodeaba típicamente las vistas sin luz de los cadáveres. Tan viejo como era al momento de morir, parecía estar empezando a momificarse. La otra cabeza… “Démora” era un tema totalmente diferente.
¿La diosa Démora? Para ser una diosa se veía bastante maltrecha. La cabeza estaba rota en varios lugares, parecía que alguien le había clavado una espada porque tenía una abertura importante, como si la hubiesen querido matar. Matar a una roca. ¡Estábamos todos locos! A pesar de lo mal que se la veía, aún tenía una expresión muy viva, era una mezcla de soberbia con deseo. Sin dudas había sido bien labrada, levanté una mano para tocarla y cuando lo hice, además de sentir su frío inicial, experimenté –por un momento- una oleada de deseo sobrecogedora. Era como si el cuerpo de Amanda fuese mi sol y yo necesitara de su calor. Pestañee y me obligué a escuchar con atención cada palabra de la vampiresa. Estaba segura de que esa no era una cabeza ordinaria y que no era sano que tuviera a su muerto allí, donde la podía ver figuradamente, cada noche con esos ojos muertos.
Demonios… repetí con una voz ausente, entre escuchando y pensando. Había oído ciertos rumores de un clérigo Callahan, lo recordaba de la época de la peste. De la religión… apreté mis ojos, juntando mis recuerdos…allá, cuando mi vida aún era humana, antes de que mis sentimientos se volvieran más ácidos que la bilis, mis padres seguían los consejos de otro predicador que hablaba de demonios y de condena eterna. Como la condena, mucho más reciente, de mi amigo número cuatro. Si esa religión era tan corrupta como aquél muerto y su dios su pastor, prefería que Fenrir siguiera recordándome del camino de la venganza y la traición “Descansen en paz mis muertos: Amén” Que así sea murmuré y llevé mis pensamientos deliberadamente a la cabeza de piedra mutilada Así se ve la lujuria dije volteándome para poner toda mi atención en la condesa. Debía aceptarlo, había tenido una vida difícil y por eso probablemente había perdido la chaveta. Igual que yo, nunca tuvo a nadie, pero nuestra diferencia era que ella había sido transformada a la raza equivocada. Una raza estéril y llena de odio.
No me sorprendí al enterarme que había sido una bruja, Elen también había pasado por lo mismo, pero no dejaba de ser alarmante, me había criado pensando que los vampiros sólo provenían de los humanos. Además, al menos en mí misma, grandes cantidades de su sangre me enfermaban, era bueno saber que Amanda no pretendía intentar cambiarme la raza o moriría como una rata durante la prueba y el ensayo. La sangre de un vampiro era veneno. La mitad de lo que ella decía era razonable, teniendo el título que tenía, y a juzgar por su antigua raza imaginaba que en el pasado había sido una joven resguardada, acatada, que ahora tenía mucho odio y necesitaba ayuda. ¿Qué me amaba decía? Me quería dar un zape por lo que iba a hacer. Quería reventar mi cabeza contra la de esa Démona y dejarle una marca de sangre. Posé una mano sobre el hombro de Amanda cuando ella se acercó y me besó. Le devolví el beso, pero en los labios, instándola a la cama, donde me senté con ella.
Como entenderte te entiendo, he sentido de buena mano los mensajes de los dioses, pero revivir cosas muertas es difícil… posé mis ojos en los suyos y tomé sus manos con convicción, eso no era todo lo que tenía para decirle Tú crees en Habakuk, yo creo en Fenrir. Fenrir es el gran lobo negro. El que fue traicionado por los otros dioses, el que aguarda volver para vengarse de ellos y la humanidad. Creo que todos tenemos algo de ellos dentro. Tomé algo de aire y acaricié su rostro Se dice que tu dios era muy cruel… yo puedo apoyarte sí, pero quiero que sepas que no creo en los “nuevos dioses”. En fin, no quiero juzgar tu secreto, si me amas como me dices, entonces he de protegerte con lo que soy. Solté sus manos y me puse en pie ciertamente nerviosa, sentía que la condesa Bradbury era alguna especie de juez.
Mi secreto… tengo muchos enarqué una ceja y le gesticulé que ya continuaría, desde su confesión parecía un poco más ansiosa. Bien… ya sabes que soy una licántropo y una guerrera también… vine aquí en busca de una aliada en contra de esa mitad de tus hermanos que se han salido de control y amenazan la paz en el mundo humano. Hay personas como lo eras tú antes, que siendo inocentes pagan el precio de los pecadores se me hacía difícil usar una terminología que no había escuchado con atención por tanto tiempo. Realmente no creía que Amanda fuera capaz de revivir un dios muerto, pero por la posibilidad de su ayuda, sería capaz de arriesgarme. Hay personas que deseo proteger, personas humanas e inocentes Amanda. Ese es mi mayor secreto, soy una asesina que quiere salvar vidas ¿retorcida no? Ayúdame a proteger a los humanos y estaré contigo fielmente prometí con solemnidad.
Esa tendencia “Habakukiana” me ponía ciertamente nerviosa, pero yo estaría ahí, en primera plana, viendo y escuchando todo. Si tenía suerte, lograría que ella viera algo de sensatez. Si no, la detendría cuésteme lo que me cueste. Ella se puso en pie, parecía pensativa pero guardó silencio y yo también. Probablemente habíamos llegado a la parte en la que ella se debatía entre ayudarme o no, así que hice lo propio y dejé que mis ojos hablaran por mí. Estiró su mano hacia mi pecho y tocó el tatuaje, aquella vieja promesa de amor. -¿Y esto?- besé la punta de los dedos fríos y la miré a los ojos Muerto. Alex está muerto pareció complacida por la respuesta, bajó su mano recorriendo mis formas hasta alcanzar una línea solitaria que bajaba por mi vientre. La única marca que me recordaba a mis hijos. Esta vez no formuló la pregunta Lejos, muy lejos no estoy segura qué vio en mis ojos, pero no cuestionó esa declaración.
-¿Quieres venganza?- preguntó haciendo un círculo a mi alrededor, lentamente, como analizando a una presa, seduciendo a la vez que dejándose seducir. Podía sentir mi corazón acelerando ininterrumpidamente, sabía que ella también lo podía sentir. Su expresión no tenía desperdicio, le gustaba lo que sus…dotes me provocaban. No. Cada uno de los que dejó una marca ha muerto. Hombres y mujeres. Excepto… me detuve cuando ella depositó con toda la intención su mano en mi montículo. Lo hacía de exprofeso, me mordí el labio superior y sentí que mis ojos sonreían. Ella no era la única con experiencia en ese campo… -¿Excepto?- preguntó deteniéndose hasta que sólo se podía escuchar nuestros corazones. Se aclaró la garganta esperando una respuesta, no estaba segura de… sólo pensaba en que se suponía que ¿los vampiros no tenían corazón? Bueno, ciertamente ella tenía uno. No morir no quiere decir que no tengan… Oh… señalé la cicatriz que reposaba sobre mi ojo derecho.
Se acercó a mí y para mi sorpresa depositó un beso sobre la huella de los viejos tiempos. Una batalla perdida contra un monstruo sin nombre… aclaré, pero sus ojos seguían en el tatuaje de Alex. No te asustes adelanté, antes de tomarla en mis brazos y sentarla sobre una amplia y elevada cómoda, ignorando la cama. Le arranqué el vestido con mis garras metamorfoseadas y le besé la uña del pulgar de su pie derecho. Acéptame murmuré con la esperanza de que mi mirada derritiera cualquier duda que ella pudiera estar albergando. Continué acariciando y besando cada centímetro de su cuerpo, en dirección a la fruta prohibida. Al llegar a la entrepierna le di una pequeña mordida en el labio, y se lo besé terminando en un chupón. Levanté mi rostro y encontré sus ojos con una emoción que no podría reconocer.
Me tomó por debajo del mentón y jaló con fuerza para besarme en la boca. Su lengua invadiendo mi espacio; tenía tanta confianza que me tomó desprevenida, era como si confiara en que no le arrancaría la lengua de una mordida. Yo era muy capaz de eso, ya lo había hecho en el pasado. Ella sintió ese sutil cambio en mi cuerpo y poco a poco recedió en su demanda. Aunque la sensación de besarla era más que agradable… esas palabras se quedaban cortas: besarla era una de las mejores sensaciones, con un toque de adrenalina por el peligro que la rodeaba a toda ella, no se me hacía apetecible. La contrasensación –como podría bautizarla- era como intentar besar una lápida. Toda Amanda era apetecible, no como los guerreros sucios de los campos de batalla; me centré en sus delicias y dejé sus labios para volver al ataque a través de su largo cuello, sus lóbulos… me detuve en ellos saboreándolos, succionando hasta apenas un momento antes de hacerla sangrar. No quería hacerla sangrar. No pensaba repetir lo de la mariposa…Amanda susurré en su oído, asegurándome que mi calor la abrazara. Bajé hasta sus senos y comencé a mordisquearlos, podía ver el temor y la pasión encendida en sus ojos. La viuda Bradbury le estaba mostrando fragilidad al lobo.
No me detuve hasta que empecé a escuchar su voz rasgada, sonidos más ferales que nobiliarios. Haría gemir a esa condesa como si fuese una vendedora de feria. Bajé hasta su zona más íntima y comencé a jugar entre sus pliegues. Vampiro, lobo, humana… sin importar la raza o el género, el olor del deseo era igual de tentador. Amanda era como una flor: no eres de la misma especie, tan hermosa que la quieres observar, pero tan frágil que quieres pisotearla y romperla, porque esa es la única forma de dejar tu impresión en algo como ella. Sentí que cerraba sus piernas, ¿leería mi pensamiento? Levanté la mirada nublada por el deseo, ¿por qué me detenía?. Parecía avergonzada, juraría que tenía cierto tinte en sus mejillas ¿era eso posible? Los vampiros no tenían vergüenza, los vampiros siempre tenían confianza. Pero de nuevo… allí estaba ella, desnuda y hermosa. Me señaló la cama, como urgida. No es necesaria casi gruñí atrayéndola a mí y obligándola a cerrar sus piernas en mi cintura. Mis pezones con sus pezones, había algo erótico en eso. Amanda era voluptuosa y yo la igualaba. Su peso pluma era un elemento a mi favor, la miré a los ojos y fui por su cuello. La tomé del pelo y le eché la cabeza hacia atrás mientras que con la otra acariciaba su espalda baja.
Entrégate casi ordené, como si se tratara de uno de los caballos de la hermandad. La tiré sobre la cama, pero cayó sobre sus cuatro patas, ágil cual un gato salvaje. Sonreí de lado y levanté las manos simbolizando derrota. Ella saltó a mi cuello pero se detuvo titubeante Está bien susurré, volviendo a atacar con mis manos aquella zona prohibida. Parecía que la vampiresa quisiera proteger su castidad… si no supiera mejor, diría que era doncella por lo esquiva que era. El pequeño juego me hacía hervir la sangre, quería hacerla mía, penetrarla con cualquier parte de mi ser. Cecí ante sus deseos y dejé que me echara sobre la cama blanda mientras me colmaba a besos… besos peligrosos. En más de una ocasión pude sentir el olor de mi propia sangre.
Sus intentos por hacerme llegar eran casi inocentes las licántropo no somos princesas dije con la respiración entrecortada en un momento que sentí sus ojos en mi rostro. Se estaba acercando, pero mi cuerpo no se entregaba a la mortal amante. Parecía que algo la desconcentraba, la observé por unos momentos y siempre sus ojos se detenían allí, sobre mi seno izquierdo. Ya no existe. Arráncalo si así lo deseas me haría un favor quitándome ese peso del pecho. Pero la gentil amante se contentó con dejar su impronta entre la A y la M: una media luna labrada con afilados dientes. Cuando mi piel cedió sentí que toda la electricidad acumulada en el ambiente se concentraba en mí. Lo había logrado y ella lo sabía; lamió cada una de las gotas de mi sangre en un gesto sensual y provocativo a la vez, sus ojos invitándome a cobrar una dulce venganza sobre su cuerpo perfecto e inmaculado.
Sus piernas se abrieron como pétalos mostrando su corola, sonreía, me retaba. La recorrí con mi lengua en cada una de sus reparticiones, deteniéndome cuando ella más me apuraba, saboreando su esencia. Entre ese y el otro juego de labios, me quedaba con el del fino néctar, podía olfatear el pronto cambio, pero no se lo permitiría tan fácilmente. Sería una noche tortuosa para la vampiresa. Una noche larga de placer como ningún humano ni vampiro podría darle. La haría sellar las letras de mi nombre a fuego en la oscuridad de su alma. Por amor u odio, yo siempre sería la primera. Esa voz cortada y casi infantil sería mía, solamente mía. Haciendo eco en la mansión de su marido muerto, una cabeza que nos miraba desde la oscuridad del clóset. Mayor razón para levantar el volumen y la temperatura. El orgullo de la vampiresa y condesa se difuminó antes de que los rayos del sol volvieran a romper sobre las oscuras tierras de Sacrestic Ville.
Woodpecker
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Re: Amanda Bradbury [+18] [Desafío]
Había perdido la virtud de doncella hacía muchísimos años, más de los que podía recordar. Aless era un hombre que mitigaba sus complejos físicos en la cama. En el mismo día que compró a Amanda, examinó su virtud y se sobrepasó con ella. Así lo haría el resto de las noches que pasasen juntos; en su juventud y en su vejez. Bebía pociones que hacían alterar su miembro masculino y, antes de utilizarlo, se untaba una loción de aceite de oliva le otorgaba, según aseguraba la elfa a quien se lo compró, un mayor placer. Sería para él. Amanda jamás conoció el significado de la palabra placer hasta que conoció a Feith Greenwood. Hasta entonces, su labor consistía en abrirse de piernas y dejarse hacer. El suspiro de Aless, acompañado del amargo aliento a ajo que emanaba de su boca, marcaba un final demasiado temprano. Junto a Feith Greenwood, Woodpecker, los finales no existían. Los sabores y los olores eran dulces y eternos. Amanda, por primera vez desde su estancia en la mansión del muerto, se sintió eterna; por primera vez se sintió mujer y querida.
En el umbral de la puerta, las siervas eran testigos del enlace de sangre y placer que tenía lugar. Estaban arrodilladas y abrazadas en el suelo. Una parte de ellas sintió envidia de Woodpecker, deseaban estar en su lugar. Otra parte más íntima y sumisa amaba a la loba porque Amanda también la amaba. Las doncellas se besaron, cada una imaginando que la otra era la loba de cabello cenizo. Intentaron emular, en la medida de lo posible cada gesto junto con cada beso que la Woodpecker regalaba a la dama Bradbury. No se atrevían a imitar la pasión desorbitada de la loba; temían que sus perfectos y dulces cuerpos resultasen heridos. Quizás por este motivo, ninguna de las doncellas encontró el placer adulto.
Una nueva Amanda Bradbury hasta ahora oculta, saboreó sus labios manchados con sangre de loba y de vampira. Pasó sin miedo alguno sus delicadas manos por el contorno de las viejas cicatrices de Woodpecker, éstas le hacían hermosa, y la lengua por los arañazos y dentadas que surgieron del encuentro. Las sirvientas tuvieron tanto miedo y sintieron tanto amor por esta nueva Amanda Bradbury como lo sentían por Woodpecker.
* Woodpecker: A Amanda y a mí nos has dejado sin palabras.
Recompensas:
* +2 ptos de experiencia en función de la calidad del texto.
* +3 ptos de experiencia en función de la originalidad del usuario.
* 5 ptos totales de experiencia
Obsequio: Título nobiliario: Condesa de Sacrestic Ville.
No todos los vampiros te aceptarán como parte de la nobleza de su ciudad. Deberás tener en cuenta que la mayoría querrá matarte. Solo una pequeña parte, alentados por los pecados de la carne y por el deseo de resucitar al primer vampiro, te aceptarán como parte de la nobleza. Tengo planes concretos con esta trama; lo resolveremos en un mastereado futuro. Mientras tanto, podrás utilizar esta historia en tus temas siempre que lo necesitas. Te daré instrucciones más precisas por mp.
Obsequio: Aunque la mansión de Bradbury pertenece a Amanda mientras siga con vida, podrás utilizarla siempre que desees.
En el umbral de la puerta, las siervas eran testigos del enlace de sangre y placer que tenía lugar. Estaban arrodilladas y abrazadas en el suelo. Una parte de ellas sintió envidia de Woodpecker, deseaban estar en su lugar. Otra parte más íntima y sumisa amaba a la loba porque Amanda también la amaba. Las doncellas se besaron, cada una imaginando que la otra era la loba de cabello cenizo. Intentaron emular, en la medida de lo posible cada gesto junto con cada beso que la Woodpecker regalaba a la dama Bradbury. No se atrevían a imitar la pasión desorbitada de la loba; temían que sus perfectos y dulces cuerpos resultasen heridos. Quizás por este motivo, ninguna de las doncellas encontró el placer adulto.
Una nueva Amanda Bradbury hasta ahora oculta, saboreó sus labios manchados con sangre de loba y de vampira. Pasó sin miedo alguno sus delicadas manos por el contorno de las viejas cicatrices de Woodpecker, éstas le hacían hermosa, y la lengua por los arañazos y dentadas que surgieron del encuentro. Las sirvientas tuvieron tanto miedo y sintieron tanto amor por esta nueva Amanda Bradbury como lo sentían por Woodpecker.
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* Woodpecker: A Amanda y a mí nos has dejado sin palabras.
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No todos los vampiros te aceptarán como parte de la nobleza de su ciudad. Deberás tener en cuenta que la mayoría querrá matarte. Solo una pequeña parte, alentados por los pecados de la carne y por el deseo de resucitar al primer vampiro, te aceptarán como parte de la nobleza. Tengo planes concretos con esta trama; lo resolveremos en un mastereado futuro. Mientras tanto, podrás utilizar esta historia en tus temas siempre que lo necesitas. Te daré instrucciones más precisas por mp.
Obsequio: Aunque la mansión de Bradbury pertenece a Amanda mientras siga con vida, podrás utilizarla siempre que desees.
Sigel
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