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Mensaje  Helyare Dom Jun 25 2017, 22:10

Moralidad del hada:

Varios kilómetros separaban ya a Helyare de Villasauco, el pueblo maderero donde se había reencontrado con los Lombardi. Sólo habían pasado un par de días desde que fue atacada por ellos y aún sus heridas no se habían curado. Su poder seguía sin hacer efecto y tenía que usar técnicas rudimentarias si quería sanarse: plantas, telas, agua… Pero no importaba en esos momentos, lo único que la elfa tenía en mente era salir de Sandorai cuanto antes. Estaba en peligro y no por lo que había pasado en el poblado, sino por permanecer en el bosque cuando era algo que tenía prohibido a costa de su vida. No sabía cómo había conseguido entrar. De hecho, cuando despertó ya estaba con Franco. Pero estaba dentro del bosque y no debía.

Sentía miedo. Quería salir del territorio élfico cuanto antes. Pero cada paso que daba era en extrema alerta a la espera de encontrarse con algún miembro de su antiguo clan. Una parte de ella trataba de calmarla buscando una buena excusa. “No van a recorrer el bosque para buscarte”, se repetía una y otra vez. ¿Qué no? Ella lo había tenido que hacer en más de una ocasión y es que cuando de justicia se trataba, los Eytherzair no escatimaban en recursos. Pero esperaba que con ella no se cumpliera, que pudiera salir de la linde del bosque e irse lejos, no tener nada que ver con aquellos que un día fueron su familia.

Por desgracia para ella el viaje a pie era más largo de lo que desearía y tener que buscar una ruta larga también hacía que tardase más en salir. Pero era la opción más segura. No estaba en las mejores condiciones para un enfrentamiento con nadie. Iba desarmada, herida y ni siquiera tenía su capa para ocultar su identidad. Lo único inteligente era salir de allí y ya, proseguir su camino, fuera cual fuera. Aunque tampoco tenía rumbo fijo.

Después de horas caminando se sentó a descansar oculta entre unos arbustos, dejando su espalda apoyada en el tronco de un árbol. Así estuvo unas horas, no sabía cuántas, recordando lo que había pasado hacía dos días. De nuevo había tenido que vérselas con esa gente de Vulwulfar y con la maldita ladrona. Había presenciado la muerte de un amigo e incluso habían puesto precio a su cabeza. ¿Los dioses se estaban divirtiendo a su costa? Cada paso que daba parecía ser proclive a desencadenar una cadena de desgracias para la elfa y estaba agotada. Nunca había tenido que enfrentarse a tantos problemas tan de seguido.

Estaba a punto de caer dormida, presa del agotamiento, pero se negó a ello. Cuando sus ojos empezaron a sentirse muy pesados se levantó y continuó su camino. No podía dormir, no ahí. Miraba para todos lados, ignorando los ruidos que escuchaba a su alrededor y fijando sólo la vista al frente. Se sentía desnuda sin su capa ni sus armas, y su territorio, que antes era su protección, ahora era un lugar hostil. No sabía si los elfos a quienes veía eran producto de su imaginación como hacía unos días o eran reales. En ninguno de los dos casos quería comprobarlo. Mas sentía que era perseguida. Y eso tampoco sabía si era cosa de su mente alterada.

Oía pasos tenues, pero de varias personas, alguna ramita partiéndose. Notaba la presencia de alguien más que ella. Y eso era muy preocupante. Pero desde hacía días sentía eso. Había visto a brujos matar a sus hermanos y nadie más parecía prestar atención. No los veían. ¿Esto que notaba era real? Inconscientemente miraba para todos lados buscando el origen de sus sospechas. Pero nada.

Aceleró el paso, nerviosa. Incluso corrió varios metros tratando de alejarse de esas presencias. Respiraba entrecortadamente, pero no por el cansancio, sino por puro agobio al sentirse sola en ese lugar. Sabía el precio a pagar por pisar el bosque sagrado.
Durante su carrera vio una figura que le resultaba muy familiar. Tardó unos segundos en reaccionar al ver quién era y, aún sabiendo su identidad, esperó detrás del tronco de un árbol antes de mostrarse ante él. Era el brujo que la había ayudado.

¿Tenía que salir? Se mordió el labio sin saber qué hacer exactamente. No quería mostrarse así ante él, sin ocultar su rostro. Por suerte, su pelo había crecido algo más y tapaba la marca de su destierro. Lo que era imposible ocultar era que su cabello ya no era pelirrojo, al menos no del todo. Su tonalidad era blanquecina salvo en algunas partes, algo que tampoco era del agrado de la joven.

Esa indecisión duró un par de minutos. Rápido salió en su búsqueda. Era la única persona a quien conocía y su presencia, sorprendentemente, reconfortaba a la elfa. Al menos ahora que estaba nerviosa por todo lo que sucedía en el bosque. Se iría con él y saldrían de allí cuanto antes.

Vincent. –Le llamó con voz tenue a la vez que salía de su escondite. Avanzó despacio, conteniendo las ganas de correr hacia él. Sus pasos eran lentos, mirando al brujo hasta quedar relativamente cerca de Vincent, aunque dejando distancia. Se mantuvo en silencio, no se le ocurría nada que decirle al hombre. Y, por supuesto, nunca admitiría que se alegraba de verlo.


Última edición por Helyare el Miér Oct 17 2018, 23:00, editado 2 veces
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Mensaje  Vincent Calhoun Mar Jul 11 2017, 04:47

¿Por qué todo tenía que ser tan complicado? La empresa en la que se había embarcado, ya era bastante difícil por sí sola, y después de tanto tiempo buscando pistas en vano, ya tenía que barajar la palabra imposible en ella.

No era de los que se rendía fácilmente. Tanto era así, que volvería al linde del Tymer para seguir sus pesquisas. Después de hablar con la elfa, y conocer tanto la historia del amigo de Hel, como su historia con aquel… ¿hechicero? Suponía que sí, pues lo más probable que es fuera un brujo ilusionista. Aunque, por lo que había escuchado de labios de la arquera, era cuanto menos un hechicero muy curioso. Poderoso, como poco.

En cualquier caso, fuera lo que fuese ese tipo, todo apuntaba al lado oeste del río Tymer. A que el origen de las desapariciones debía provenir de allí. Tanto tiempo explorando diversos territorios, finalmente había dado resultado, aunque tenía que reconocer del modo menos esperado.

No esperaba ni por asomo encontrarse una vez más con Helyare. Pero ya se sabe lo que se dice, el mundo es un pañuelo. Y mucho menos hubiera imaginado que la elfa tendría la clave para encauzar su trabajo con las desapariciones. Seguramente era la última persona en la que hubiera pensado para conseguir información.

Pero así había sido. Y le estaba agradecido por ello.

Así que el problema ya no era a dónde dirigirse, sino lo lejos que estaba del lugar al que debía ir.

Vincent suspiró con resignación, mientras oteaba el horizonte de árboles que tenía al frente, contemplando una visión que sabía que era el preludio de más problemas. Unos problemas que se iban amontonando, desgraciadamente para él. Y eso que la escena mostraba una situación que no parecía traer complicaciones. Pues era una visión digna de un cuadro paisajístico, pero que ahora mismo no le reportaba emoción alguna. O no una que pudiera considerar positiva.

Sandorai era un bosque hermoso. Eso se contaba, ya que no lo sabía de primera mano. Había estado en el interior del bosque solamente una vez, y nunca llegó a entrar demasiado en este. Solo hasta una cabaña de una simpática anciana elfa, que vendía joyería y orfebrería élfica a toda persona dispuesta a ir hasta su hogar. A parte de esa experiencia, solamente había estado por los lindes de este. Como el día que se reencontró con Hel

De todos modos, sabía que era cierto, pues su adorable le había contado historias y detalles de su pueblo y de su bosque natal. El amor por su tierra, se palpaba en cada palabra que salía de labios de Níniel, cuando le contaba sus historias. Con el sentimiento que solamente puede encontrarse dentro del afecto y del querer. Esa pasión ayudaba a entender mejor el lugar del que provenía la sacerdotisa.

Pero la realidad, es que ello no le ayudaba ahora mismo. Ahora lo único que importaba, es que se adentraba en un lugar que no era para brujos. Más no tenía elección.

Seguir el rastro de Helyare era lo que lo había alejado de la zona a la que debería haber ido. La zona origen de las desapariciones. Era ello lo que inicialmente le complicaba la misión que tenía entre las manos. No obstante, no iba a dejar a la elfa desamparada, cuando había presenciado su rapto.

Sí, estaba un poco loca, pero no por ello iba a dejar que la capturaran sin un documento que acreditara su autenticidad. Aquel cazarrecompensas podía ser un farsante, y si era así, no era muy distinta la captura de la arquera, que las demás desapariciones que investigaba. Menos cuando realmente la había atrapado otro tipo, con el que no había tenido oportunidad de mediar palabra.

Todo aquello era muy turbio, y solamente había una forma de saber qué demonios pasaba. Encontrar a la chica.

Le extrañaba que aquellos hombres fueran a Sandorai. Pero imaginaba que lo habían hecho para acotar camino, y evitarse un rodeo, en su travesía hacia alguno de los pueblos humanos de la frontera con los elfos. O simplemente, el hombre que había capturado a Helyare, buscaba internarse en el bosque para intentar amedrentar al otro. Pues recordaba muy bien la técnica eléctrica que había usado para desviar la flecha de la elfa.

Ese tipo tenía lo mismos problemas que él al adentrarse en Sandorai. Así que no era una mala idea, si el captor de Hel había optado por esa opción.

En fin, tanto daba el motivo. Eso no cambiaba su situación actual. Debía atravesar el bosque, para seguir el rastro, pues él no tenía ni idea de a donde se dirigían. No tenía más alternativa que seguir las marcas de los cascos de su caballo, así como los restos de sus campamentos. Con la esperanza de que no se cortara en algún momento el rastro, y todo su empeño quedara en vano.

Un ruido lo alertó, por ello, el brujo no tardó en llevarse la mano a la empuñadura de su arma. No obstante, no esperaba ver la silueta que salía de detrás del árbol. Y no solo porque dicha silueta era elfa. En un lugar como Sandorai, no pensaba que ningún elfo hiciera ruido antes de acabar muerto. Es más, imaginaba que moriría con tantas flechas en el cuerpo que parecería un erizo. Y todo ello antes de poder decir: “Hola, me llamo Vincent. Y por supuesto que no soy brujo, querido elfo. La telequinesis y los poderes mágicos son cosas de los dioses. A mí no me mires, ellos fueron los que decidieron darme los dones. Soy un perfecto humano con magia adicional”

Bromas aparte. Ver a la mujer era totalmente inesperado, no solamente por su raza, sino por quién era.

- Vaya, vaya-, comentó, sonriente. - Al fin te alcanzo, y resulta que me encuentras tú a mí, y no al revés. Que caprichoso puede ser el destino-, mantuvo la sonrisa, mientras se quitaba el arco del hombro. - Creo que esto es tuyo-, dijo, alargando el brazo para devolverle su arma predilecta.

No había cargado ese arco y el carcaj por nada. Si había decidido encontrar a la chica, que menos que devolverle sus objetos perdidos. Aunque, lo cierto, es que esperaba encontrarla en una situación totalmente distinta.
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Mensaje  Helyare Mar Jul 18 2017, 01:04

La elfa solo lo miraba, no hizo nada durante unos segundos, a pesar de que Vincent estiraba su arma hacia ella. Sabía que ni él ni ella eran bien recibidos en ese bosque y tenían que salir de allí cuanto antes. Pero ahora era incapaz de moverse. Ver al brujo la había alegrado, en parte, y estaba comprobando que no era una visión. Él había respondido, le tendía su arco y eso sí que no podía ser producto de su imaginación.

Desde que había tenido que irse de Sandorai, siempre se había preocupado excesivamente por  su aspecto físico. Más bien, porque nadie viera absolutamente nada de su cuerpo o cara. Pero en esa ocasión, sorprendentemente, no se preocupó en ese momento por su deplorable aspecto. Su pelo despeinado ya no era pelirrojo, sino blanco, y tampoco era tan corto como cuando salió del bosque la primera vez. Sus ojos verdes eran adornados por marcadas ojeras y su rostro se notaba cansado y algo más demacrado que hacía unos días. Aunque, ella se había asegurado que el brujo no llegase a ver la totalidad de su rostro anteriormente. Ahora no podía hacer nada más que dejarse ver, aunque su aspecto fuese horrible para una elfa.

Avanzó un par de pasos hasta quedar más cerca de él y tomó su arma con suma delicadeza. Pasó la mano por ella, recorriendo su estilizada forma, los preciosos detalles que la adornaban y suspiró de una forma extraña. ¿Alegre? ¿Aliviada? No se sabía exactamente qué quiso expresar con eso, pero parecía perdida observando su arco. Se lo había hecho su padre cuando hizo su ceremonia de maduración. Sin duda, el mejor regalo que podía haber tenido nunca. Y por suerte estaba bien, ni un rasguño. Después de examinarlo volvió la vista hacia el brujo y sonrió muy levemente. –Te agradezco… que... bueno… –Levantó un poco el arco, indicándole sin palabras que estaba agradecida por haber cuidado su arma. Agachó la mirada súbitamente, como avergonzada. ¿Le estaba dando las gracias a un brujo? Sí, en voz baja, pero lo había hecho. Aunque no fuera correcto que alguien como ella hiciera eso, sí que creía que de verdad lo merecía por habérselo devuelto. Lo fácil hubiesen sido otras opciones y en todas ellas se contemplaba que la elfa perdiese su arco. Vincent había sido de honrado corazón, a pesar de ser un brujo. Aún así, una parte de ella se culpaba por haberle dedicado a ese hombre palabras de agradecimiento. Y eso que no era la primera vez que era ayudada por él. Peor aún… Su culpa aumentó al recordar hacía unos días él la había ayudado también.
Helyare creía que en la naturaleza de los hechiceros no había cabida para el bien, así que estos actos le provocaban suma sorpresa.

¿Qué haces aquí? Las desapariciones que buscabas seguro que no están en Sandorai. –Eso también le causaba desconcierto. ¿Por qué pisaba la tierra de los elfos si sabía que se estaba jugando el cuello? En ningún momento barajó que pudiera haber ido a buscarla. Ella pensaba que se habían encontrado solo por casualidad y había aprovechado para devolverle el arco, pero nada más. –Creo… Que es mejor que nos vayamos. –Comentó mientras tomaba también el carcaj y se lo colocaba todo, sin dejar de mirar a todos lados de reojo.

Veía sombras, ¿había gente escondiéndose tras los árboles? Instintivamente se llevó la mano a la empuñadura de su daga, aunque no la sacó. No estaba segura si eran animales, elfos reales o los que eran producto de su imaginación, quienes todavía la perseguían y la hacían partícipe de sus cruentas luchas. Necesitaban salir del bosque cuanto antes. Sacudió un poco su cabeza pensando que era todo fruto de su extremo cansancio. ¿Cuánto hacía que no dormía bien? Ya ni se acordaba, tal vez desde su segunda visita a Lunargenta. El resto de noches habían sido un verdadero caos para conciliar el sueño. Todo eso no era más que su imaginación jugándole malas pasadas a su cerebro. Le hizo un gesto a Vincent para continuar su camino, colocándose a su lado.

Has… Has demostrado ser un buen hombre... Para ser un… brujo. –Se aclaró la garganta, sin ni siquiera mirar a su acompañante cuando dijo eso. Lo decía susurrando, como cuando había dado las gracias. –Has cuidado de mi arco, no tenía ningún rasguño. Es… Muy importante para mí.

Era la primera vez que ella hablaba de algo importante. Al menos, que era capaz de decírselo a otra persona. Helyare  se caracterizaba por ser muy celosa de su intimidad. Si tenía que hablar, hablaba de cosas sin importancia o directamente no emitía palabra. Ingela ya conocía esa faceta de la elfa, podía tirarse horas y horas callada mientras la joven dragona hablaba por las dos. Pero tanto tiempo juntas y la muchacha del norte no la conocía realmente.
No mencionó nada más, simplemente siguió caminando, tratando de mirar al suelo e ignorar las siluetas y gritos que escuchaba entre los árboles. Otra vez esas peleas y toda esa sangre derramada. En una de las ocasiones pisó un charco de ese líquido e hizo una mueca, pero era algo que sólo ella podía ver. Sus visiones no habían acabado, iban y venían por pocos segundos, pero la mella que dejaban era grande.

Tan ocupada estaba ignorando a esas sombras del pasado que no se dio cuenta de lo que sucedía en el presente. Antes, incluso, de que se hubiesen reencontrado, un gran número de elfos seguía los movimientos de Helyare.

De repente, mientras caminaban, uno de ellos se abalanzó sobre ella haciendo que perdiese el equilibrio y cayese al suelo. Ambos rodaron por la inercia del golpe y otros dos más hicieron acto de aparición, apuntando con sus arcos a Helyare cuando por fin se detuvieron. Quedó tendida entre las hierbas, bocabajo, totalmente desconcertada.
Al abrir los ojos pudo ver cómo varios elfos con unas vestimentas muy características en verde y marrón, repartidos entre las ramas de los árboles y el suelo, les estaban rodeando. Usando los árboles, las ramas y el follaje a modo de escondite, se encontraban los arqueros, apuntando hacia donde estaba Vincent. Entre los árboles, ya en el suelo, había varios elfos que llevaban escudos, el resto blandía espadas y otras armas cortantes. Esa formación no era aleatoria, y Helare la conocía muy bien. Pese a no poder ver demasiado desde su posición, sabía que no tenía sólo a un guerrero detrás de ella, sujetándola. Estaba segura que había más, apuntando con sus armas. –¡No te muevas! –Le pidió al brujo, esperando que no hiciera algún movimiento raro y le atacasen.

Sin tiempo apenas para reaccionar pudo notar cómo le arrebataban el arco y lo lanzaban lejos de ambos, al igual que el carcaj y la daga. Lo quiso evitar, resistiéndose a que tocasen sus armas, pero sólo recibió una patada en un costado. Cerró los ojos con fuerza y trató de tomar aire.

Al abrirlos de nuevo, vio como un elfo de cabellos plateados aparecía entre los árboles, clavando su gélida mirada en ambos y sonriendo con altanería mientras jugaba con una pequeña bola de luz entre sus dedos. –Bienvenida a casa, sucia traidora. Veo que tienes la compañía de alguien especial. No esperaba menos de alguien como tú. –Dijo con total desprecio, escupiendo sus palabras. El elfo miró a Vincent y sin previo aviso hizo la bola más grande y se la lanzó.
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Mensaje  Vincent Calhoun Jue Jul 27 2017, 06:01

Qué probabilidades tenía de encontrar a Helyare por esa zona. Francamente, pocas. Muy pocas.
Sobre todo porque aquellos hombres le llevaban una gran ventaja a caballo, y le debían sacar una gran distancia aún. No era lógico haberse tropezado con la elfa tan pronto, cuando calculaba que le quedaban días para llegar hasta ellos, en el pueblo de destino al que fueran.

Sin duda, una localización que debía estar fuera del territorio elfo, por evidentes razones. Y que le permitían tener una idea aproximada de lo que todavía le aguardaba por delante.

Además, si el dato de la distancia, ya hacía poco probable el encuentro con Hel. Menos previsible aún eran las circunstancias en las que la había encontrado. Totalmente libre. Y sin aquellos tipos raros que la habían secuestrado en las inmediaciones.

Por unos instantes había pensado que quizás estuviera coaccionada. Que el hombre que se había llevado el gato al agua, o más concretamente en este caso, la elfa, había decidido en ese punto crear una emboscada. Usando a la arquera como señuelo obligado si no quería acabar muerta.

No era una mala opción teniendo en cuenta que lo perseguía aquel pedante brujo. Y que también podría seguirlo el otro tipo que estaba junto a la elfa y el tensai, en el momento de la captura. Es decir, él mismo.

Sin embargo, se notaba por la expresión y gestos de Helyare, que estaba fuera de peligro. Sin contar que si ese hombre tenía intención de atacarlo, debía haberlo hecho mucho antes de que la elfa se le acercara lo suficiente para advertirle, y a su vez para él armarla.

No. Simplemente la tiradora había conseguido escapar de algún modo. Por su cuenta. Y en su andar había regresado hacia el bosque de Sandorai. Haciendo el improbable encuentro por la distancia, en algo totalmente real y posible. Solamente había que tener dos dedos de frente, y mirar ante sí, para tener la evidencia de ello.

- Era lo mínimo que podía hacer. Teniendo en cuenta como fue nuestra despedida, me parecía lo más apropiado traerte el arco-, bromeó, pasando a su vez el carcaj de flechas a la arquera. - Tú le darás mucho mejor uso que yo. La verdad, soy más útil usando otro tipo de ataques a distancia. Ya me entiendes-, le guiñó un ojo. - Y con el arco tengo más probabilidades de darme en un pie que al enemigo-, exageró.

Por supuesto sabía tensar el arco y lanzar una flecha. No había misterio en eso. El problema sería darle a alguien con esa flecha, al menos a la persona que apuntara. Ya que le diera a cualquier otro que pasara por allí…

- No. Seguro que no están aquí. Es más, ya había llegado a la conclusión de que el origen de las desapariciones estará al oeste del Tymer-, respondió. - Pero dadas las circunstancias. A ti también te podía considerar una desaparecida ¿no? - sonrió.

Esa mujer no dejaba de sorprenderle. Seguro que pensaba que no iría tras ella porque era un “maldito brujo”, como ella tanto gustaba en mencionar. Por lo menos podía darse con un canto en los dientes, al no verse con una espada al cuello, apuntado con una flecha, o con una directamente disparada hacia su persona. Seguramente estas dos últimas ocurrieran porque directamente esta vez era él quien tenía el arco.

Eso le provocó una risa dentro de su mente, que tuvo a bien no hacerla físicamente real, para no parecer un imbécil que se reía solo. Pero había tenido gracia.

En cualquier caso, bromas aparte. Era palpable el cambio de actitud de la elfa hacia su persona. Quizás, en esta ocasión, podría pasar un tiempo sin que la mujer le atacara. Puede que unas horas tal vez, si había suerte. ¡Y maldita sea! Solamente había tenido que invitarla a sopa para lograr algo de confianza. Se hubiera traído una buena cantidad de verduras la primera vez que la había conocido, eso le hubiera ahorrado un disgusto y pasar un momento apurado.

- Sí, es mejor salir de Sandorai. Yo solamente seguía el rastro para poder encontrarte. De otro modo nunca hubiera pisado suelo élfico-, confesó. - Pero como ya te encontrado. Ya puedo salir y volver a seguir el rastro de las desapariciones. Por cierto. No hace falta que me des las gracias. Tengo un gran talento para salvar a personas en apuros-, comentó, en un tono que mostraba claramente que lo decía en broma.

Por supuesto, la sopa no había tenido nada que ver en su cambio de actitud. No de forma significativa. Más bien había sido un cúmulo de circunstancias. Que no la atacara después de lo que había pasado en la cueva, demostrando que los brujos podían ser civilizados y no unos malnacidos cualquiera, Que la cuidara después de su desmayo en el segundo encuentro, y la invitara a cenar. Y que ahora fue en su búsqueda, cerraba un círculo de buenas acciones, donde no tenía cabida la imagen predefinida que tenía de los brujos.

- Para ser un brujo-, contestó con las mismas palabras que había dicho la elfa, riendo corto y bajo nada más repetirlas. - Sí, creo que para ser un brujo no ha estado nada mal. No tenía motivos para destrozar tu arco. Si iba a devolvértelo, mejor hacerlo en buen estado ¿no? - contestó, dibujando una sonrisa en los labios, y luego negando con la cabeza. - En menuda consideración me tienes. Lo protegí porque es tu arma predilecta. No me costaba nada traerlo, ya que iba en tu busca. Pero me alegra saber que has podido recuperarlo, siendo tan importante como es para ti-, dijo finalmente.

Ahora solamente quedaba salir del bosque. Pero por los dioses. No había un día en que un elfo no lo amenazara. Empezaba a ser costumbre. Una odiosa costumbre.

- Veo que se ya conocen. Y con unos apelativos de lo más interesante-, contestó el brujo, manteniéndose poco amenazador.

No iba a atacar a los elfos en su tierra sin más. Era lógico que defendieran sus territorios, así que no pensaba provocarles. Además, si los elfos no consideraban que merecían estar en Sandorai, y no tenían motivos para entrar en su bosque, simplemente los expulsarían. Los guiaran de vuelta al exterior, sin más. Era lo normal, si no hacían ninguna tontería, y no cometían ninguna agresión contra los guardias forestales. Eso le había contado Níniel, como normal general, aunque no todos los clanes actuasen del mismo modo.

- Mi nombre es Finn-, mintió.

Normalmente no hubiera mentido con respecto a su nombre. Quizás tal vez con respecto a su raza, por el lugar donde se encontraba, pese a que realmente no tendría nada que temer como brujo. Les haría aún menos gracia que fuera brujo en vez de humano, pero en ambos casos, solamente lo expulsarían. No había guerra entre brujos y elfos. Había la suficiente paz y armonía, como para que ambas razas cruzaran la frontera de la otra, aunque el recibimiento, no fuera el más deseable posible.

Pero el tono usado por ese elfo… Más las distinciones que les había otorgado, a una como traidora, y a él como especial, no presagiaban nada bueno. Incluso aunque el adjetivo especial, no se podía considerar ni de lejos tan malo como el de traidor, había sonado tan mal de labios de ese guardabosque, que era mejor actuar con cautela. Y sin mostrar sus cartas, por ahora.

- Finn, el especial…-, siguió hablando, intentando parecer que pensaba sobre a qué se refería. Parecer un poco lelo, nunca estaba de más para sorprender a los soberbios. - Pues que apelativo tan extraño... Ah, ya entiendo. Lo dices por mis orejas redondas-, hizo como que ahora se había dado cuenta. -  Sí, lo siento. Soy humano. Finn el humano, supongo. Aunque puede referirse a mí como especial si así lo desea-, sonrió a los elfos. - Pero tranquilos, no vengo con malas intenciones. Solo soy un viajero solitario en busca de aprender del resto del mundo. Y no podía estar más ilusionado de poder contemplar a los grandes elfos, que conocía de relatos e historias, en persona-, se mostró animado, como si toda aquella situación fuera de lo más normal.

Ay Vincent. Si no te hubieras decidido por ser mercenario… Qué gran trilero de la palabras se había perdido el mundo.
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Mensaje  Helyare Jue Jul 27 2017, 22:03

La elfa era incapaz de procesar las frases que salían de la boca de Vincent. Se sentía abrumada por la cantidad de buenas palabras que venían del brujo. No sabía si mirarle o no, lo hacía de reojo, incapaz de clavar su mirada en un punto fijo, tratando de buscar un doble sentido maquiavélico a lo que decía su acompañante. Decía que llevar el arco era lo mínimo que podía hacer, ¿en serio? ¿Se había metido en Sandorai para ir a buscarla y devolverle su arma? Helyare se mordió el labio sin saber qué hacer. Sus palabras de agradecimiento se quedaban en nada después de ver el esfuerzo que había hecho el brujo por traer de vuelta a su dueña su tesoro más preciado sin un simple rasguño. Incapaz de decir nada balbuceó algo inentendible, pero decidió callarse porque no salían más palabras hacia él.

Estaba muy, muy agradecida. Pese a su mal comportamiento con él, el desprecio a su raza y a él mismo en ciertas ocasiones, Vincent se había comportado con gran amabilidad con ella, y no era la primera vez. Se sentía horriblemente abrumada por la situación. No entendía por qué un hechicero se estaba portando tan bien con una elfa, si desde que tenía uso de razón todas las lecciones que aprendió eran para enseñarle lo malvados que eran y lo mucho que merecían una muerte lenta y dolorosa por todo el daño que les habían hecho. ¿Pretendía algo raro ese brujo? No podía evitar pensar mal, pero no tenía ningún sentido. Pudo haberle tendido una trampa en la cueva, pudo haberla dejado desmayada en el borde del Tymer, haberle robado las cosas e incluso haberla matado. Y no tenía necesidad de entrar en ese territorio hostil para él sólo para encontrarla. ¿Por qué hacía eso? Seguía sin entenderlo y posiblemente le costase.

Todavía cavilaba las palabras que Vincent le había dicho cuando se vio sorprendida por los soldados de su antiguo clan. Tirada en el suelo pudo ver como un elfo salía de entre los árboles y Vincent trataba de convencerlo de que no era brujo, con agradables palabras. Helyare esperaba que funcionase, aunque no parecían convencidos. Además, ¿cómo sabían que era un brujo? El elfo de cabello plateado lanzó una bola de energía hacia él, pero casi al instante de llegar a su objetivo la recogió. Ella miraba estupefacta cómo había controlado la energía, y ella ni siquiera contaba con ese don. ¿Por qué había hecho eso? Posiblemente esperaba desencadenar los poderes de Vincent para demostrar que era un hechicero. –¡Parad! Os… Os está diciendo la verdad. –La elfa se movió un poco tratando de quitarse de encima a los soldados que la aprisionaban, pero no lo consiguió. –Es… Un humano que me he encontrado. Sólo quiere aprender…

¡Silencio! –El que parecía líder, llamado Rhiak, hizo un gesto para que acercasen a Helyare hacia él y, con brusquedad, la levantaron del suelo y la dejaron frente a quien la reclamaba. Él puso una mano en la zona de la mandíbula de la elfa, apretando y haciendo que elevase la cabeza hacia él, pues eran más de veinte centímetros los que el guerrero sacaba a la muchacha. –¿Un humano, Kaeltha? ¿Estás segura? ¿Recuerdas lo que te sucedió la última vez que mentiste? –La sonrisa ladina del elfo se volvió más abierta, apartando los mechones blancos del pelo de Helyare y poniéndoselos detrás de la oreja que llevaba la marca de su destierro. –Y lo que te puede pasar si te atreves a defender a un brujo. –Esas palabras las pronunció muy despacio, en voz baja a modo de amenaza con un deje de burla y soberbia, y acercándose a escasos centímetros del rostro de Helyare.  –¿Acaso lo defiendes? –Empujó la mano con la que sujetaba a la elfa hacia atrás, empujándola a ella y soltándola.

La sensación de impotencia se adueñó de ella y miró de reojo a Vincent, incapaz de volver a intercambiar una mirada con él. En esos momentos sentía que todo había sido culpa suya. Las palabras amables que antes el hechicero le había dedicado la hicieron sentirse peor, pues no quería esto para él. Y sabía que estaban metidos en problemas muy serios. Él era amable y así se lo pagaba… Desde que había tenido que abandonar el bosque nunca se había sentido mal por nadie, pero en esos momentos lo estaba sintiendo elevado a la máxima potencia.

Mientras tanto, Rhiak dio un par de pasos hacia Vincent, pero sin apartarse mucho de la elfa. –Así que humano, ¿eh? –Preguntó con sorna. –¿Y por qué tu amiguita te ha nombrado como brujo? –Pasó la vista por ambos, como si de verdad buscase la respuesta, enarcando las cejas. Sonrió con soberbia de nuevo. –Nunca pensé que viviría para ver a Kaeltha diciendo “has demostrado ser un buen hombre para ser un brujo”. –Intentó agudizar el tono de su voz para hacerlo más femenino y, sobre todo, burlesco. Acto seguido empezó a reír y el resto de elfos también soltaron alguna que otra carcajada. –¿Qué pensarán tu hermana y tus padres cuando se enteren de esto, taarindil? O… ¿Qué pensarán los Atanatári? –Aquello heló la sangre a la elfa, que permanecía inmóvil sin atreverse a mirar a ningún lado. Si se enteraban de que paseaba por Sandorai con un brujo la iban a matar. Las reglas de su clan eran muy claras en cuanto a las relaciones con otras razas, sobre todo, con brujos. Y, para más inri, ella tenía totalmente prohibido el paso al bosque. –Colantë! –Tres de los elfos que estaban más cerca de Vincent crearon con sus manos varias corrientes de luz que le lanzaron como si fueran lazos para atrapar animales. Querían inmovilizarle los brazos y también agarrarle del cuello con los haces. Solían ser efectivos, pues también producían quemaduras. Y, por supuesto, también pretendían arrebatarle su espada para evitar que se defendiera.

Cuando Hely vio las intenciones que tenían para con Vincent se dirigió hacia él. –Rhiak, á pusta, alassenyan! –Gritó la elfa tratando de que su compañero de cabello plateado se detuviese. Pero en cuanto trató de aproximarse más al nuevo prisionero otro elfo apareció a su lado y le propinó una fuerte patada en un lateral de la rodilla, haciendo que perdiera el equilibrio y cayese al suelo, a varios metros del brujo.

Amortaccë, nuuta dhaerow!! –Bramó el soldado, que la agarró del brazo con violencia y la levantó, dándole un empujón para que caminase bosque a través, pero sin soltarla. Ni siquiera agarrándola pudo evitar perder de nuevo el equilibrio. El golpe había sido muy fuerte y sentía un fuerte dolor en la rodilla, cosa que pareció ser gracioso para el resto, que se reían en élfico de que tiempo atrás ella había sido su líder y ahora estaba en esa posición tan desfavorable.
Atrás había quedado el tiempo en el que ella estaba en la posición del guerrero que la obligaba a caminar. Nunca le había importado cómo se sintiera el elfo a quien iban dirigidos sus gritos. Entendía que era para disciplinarlos y humillarlos por algo malo que habían hecho. Pero visto del revés...


Vais a ser muy bien recibidos. –Concluyó Rhiak con una sonrisa llena de veneno.

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Mensaje  Vincent Calhoun Jue Ago 17 2017, 03:06

Seguramente sus trolas acabaran más mal que bien, pues a esos elfos parecían importarles bien poco lo que decía. Es más, por cada palabra que salía del que parecía el líder de ellos, podía entender que habían ido todos a la misma academia de mala leche que Helyare. Donde Hel había sacado un aprobado, pero sus compañeros eran las putitas preferidas del profesor de turno.

Joder. Seguro que tenían la nota más alta del mundo en gilipollez contenida en un ser vivo.

- ¿Un brujo? De qué demonios hablan-, se hizo el loco, con la cara más inocente que pudo ser capaz de mostrar. - ¡Vamos! No creerá que soy un estúpido isleño-, negó con la cabeza, riendo por lo bajo. - Yo…

Su conversación fue interrumpida por uno de los elfos, que le dio un golpe con el pomo de su espada en el bajo vientre, cortando el hilo de sus palabras con puro y siempre efectivo dolor.

No pudo evitar inclinarse hacia adelante por el golpe, y por supuesto, pensar en las madres élficas de todos esos capullos. Maldita sea. Níniel no toleraría un comportamiento así entre los suyos. Es más, por como los describía, no eran ni por asomo parecidos a lo que estaba contemplando. Era como ver un mundo distinto, aunque no tenía que recordar lo aprendido con la sacerdotisa para saber que los compañeros de Helyare… eran especiales. Por no decir que eran unos malnacidos.

Había conocido suficientes elfos, para saber que estos eran más agresivos que de costumbre. Estos guardabosques que lo acosaban, no podían considerarse ni mucho menos pacíficos.

Por eso mismo debía intentar mantener la mentira, ya una vez dicha. Porque aunque fuera difícil engañar a los elfos con simples palabras, ya de perdidos al río… No tenía muchas opciones. Daba igual que lo descubrieran y lo amenazaran con colgarlo si descubrían que lo hacía, estaba seguro de que lo harían de todos modos por ser un brujo.

- Yo, como iba diciendo-, miró con resquemor al chico que le había golpeado. - No soy de las islas. Como dije antes, me llamo Finn, y soy oriundo de un pueblo cercano a Lunargenta-, comentó.

Llevaba tiempo viviendo en la capital humana. Conocía la zona y seguro que eso ayudaría a mantener su tapadera por un rato.

- ¡Qué! ¿Brujo? - se hizo de repente el sorprendido, para ganar tiempo para pensar. - Ah, porque ella me dijo brujo. Bueno, no la conozco desde hace mucho-, se acercó al líder de los elfos de forma amistosa y se colocó de soslayo a su lado. Bueno, todo lo que le dejaron acercarse. - Verá. Entre usted y yo-, dijo, pese a hablar suficientemente alto para ser escuchador por todos. - Me parece que esta mujer no está muy bien de la cabeza. A cada rato me llamaba maldito brujo y cosas por el estilo. No sé qué perreta le ha dado con eso. Supongo que los humanos tampoco les caemos muy bien, y es su forma de decir que para ella somos todos iguales.

En ese aspecto, la verdad es que los compañeros de Hel eran peores. Estaba convencido de ello, pero debía intentar mantener su condición de brujo el mayor tiempo posible. Hasta el momento de encontrar una solución al problema.

Aunque, no estaba seguro de cuándo llegaría dicha oportunidad. Uno de los elfos le lanzó una magia de luz alrededor de su cuerpo, y nada más rozar con ella, notó el potente calor que desprendía. Debía tener cuidado, pues aunque no lo apretaba, si abría demasiado los brazos se quemaría. Era un modo interesante de maniatar a alguien.

Esos elfos estaban locos, pero incluso en situaciones tan negativas, si se era observador, se podían aprender cosas de los demás. Ya fueran amigos, o enemigos como en este caso.

- A ver. No hacen falta todas estas precauciones. Ya le digo que me la crucé por primera vez en el linde del bosque, y como me gusta la compañía… Pues decidí que era mejor ir con ella que en solitario. Para que los elfos vieran que iba con una de los suyos, y no era un simple intruso-, intentó explicarse. - Verá, como le comenté antes. Mi única intención al entrar en Sandorai es aprender más de los elfos. De su cultura-, dijo animado. - Pero si les molesta mi presencia, puedo irme por donde vine.

En ese instante, el bruto que lo había golpeado anteriormente, lo empujó hacia adelante, provocando que cayera de bruces. La luz mágica que lo rodeaba, le quemó en el pecho y en los brazos, entre el codo y los hombros, que era donde estaba situada. Y otra de las luces que rodeaba sus antebrazos, hizo que se quemara en esa parte de su cuerpo. No puedo evitar gritar de dolor al sentir el roce de la luz mágica, y se levantó lo más rápido que pudo, para dejar de quemarse con ese calor tan intenso.

- Pero a ti que te pasa-, le respondió al elfo tan bruto, que por respuesta solo lo zarandeó y lo empujó otra vez para que avanzara.

Esta vez estaba esperando otro ataque del soldado, así que aunque fue impulsado hacia adelante, caminó unos pasos y evitó caer. Luego, miró por encima del hombro, dedicándole una mirada de odio al guerrero, tan diligente y animado cuando se trataba de repartir golpes.

El tiempo pasó, y tanto él como Helyare avanzaban por el bosque de los elfos, hacia un destino que no conocía, pero que era más que evidente para cualquier con cerebro.

- Así que volvemos a casa-, le susurró a la tiradora a su lado. - ¿Algún plan para salir de esta? Lo mejor es que parezca que no somos amigos, por ahora.

Los elfos tenían buen oído, por eso podía hablar mucho más bajo que lo normal, y así conseguir que solo la escuchara Hel, que estaba muy cerca de él. Los demás lo oirían, pero no lo entenderían. Tanto fue así, que otro de los guerreros elfos le dio un golpe.

- Deja de cuchichear-, comentó, seguramente fastidiado, al no haber podido escuchar bien lo que había dicho.

- Vaya. Es una alegría que me pegue otro distinto-, bromeó, antes de sentir otra caricia del mismo elfo. - Vamos. Un poco de simpatía. La vida es corta para estar amargado. Al menos para un humano como yo-, bromeó. Sonriendo, y negando con la cabeza, pero dejándolo en paz, para evitar más golpes.

De todos modos, había algo a lo que no dejaba de darle vueltas en la cabeza. A una frase que había dicho uno de los elfos, y que le resultaba sumamente extraña. Aunque, lo cierto, es que la solución para dicho enigma era sencillo. Simple y llanamente había entendido mal. Era la explicación más obvia, ante tal suceso. Níniel le había enseñado algunas cosas de su cultura. De su lengua. Pero no era ni de lejos, un experto en la materia. Le quedaba mucho que aprender, sobre todo del complejo lenguaje de los elfos, así que seguro que le fallaba alguna palabra de la frase.

- Oiga, señorita elfa. ¿Por qué le dijeron? Levántate, maldita silla-, empezó a hablar en alto, pues esto no era relevante. - Es un apodo un tanto extraño.
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Mensaje  Helyare Sáb Ago 19 2017, 00:12

Aunque el brujo tratase de seguir con su mentira sabía que no serviría de nada. Ya les habían escuchado y algunos de ellos podrían notar el maná, aunque no estaba segura de que los soldados que estaban ahí pudieran hacerlo. Hace tiempo hubiera sido la primera en golpear a Vincent, pero no ahora. Era incapaz de pegar a una persona que la había ayudado tanto, contra todo pronóstico por ser de la raza que era. Pero esta vez no debería estar ahí, sólo había atravesado el bosque para ayudarla.

La elfa se mordió el labio, estaba entre la espada y la pared. Si decía la verdad y afirmaba que su acompañante era un brujo, que ella había tenido la osadía de adentrarse en Sandorai con un hechicero, su sentencia era conocida incluso antes de llegar al pueblo. Pero si mentía, la condena sería la misma. Hiciera lo que hiciera estaba perdida. Pero no solo ella, Vincent también, y no encontraba la forma ni la fuerza para confesarle cuál iba a ser su destino una vez entrasen en los dominios del clan Eytherzair. Ella lo había hecho en más ocasiones, cuando todavía vestía la capa verde que ahora llevaba Rhiak. Vigilaba el perímetro del lugar y a cada intruso que rondaba por la zona le daban un correctivo por haber estado tan cerca de sus casas. Dependiendo de la raza y sus intenciones se les aplicaba una sentencia u otra. Pero para los brujos no había juicio siquiera. Ni se les escuchaba, sus palabras eran inservibles. Su destino estaba firmado desde que se encontraban con los elfos.

Con tristeza miró a Vincent, quien todavía trataba de dialogar con ellos haciendo acopio del buen humor que le caracterizaba. Lo empujaron y cayó, a lo que Helyare intentó acercarse, preocupada, pero también se fue al suelo al fallarle la pierna debido al golpe que había recibido. Desde su posición pudo ver que él se levantaba y todavía podía hablar. Por suerte llevaba armadura y costaba más atravesarla con los haces de luz, pero a las personas desprotegidas les solía hacer graves quemaduras y un paseo bastante doloroso cuando se resistían a caminar.
Delante de ella se colocó uno de los soldados y la levantó con extrema violencia. –Amortaccë! –Musitó, separando las sílabas, muy enfadado, y volvió a empujarla. Estuvo a punto de caer otra vez, pero consiguió apoyarse en el tronco de un árbol. Caía varias veces y por cada nuevo tropiezo recibía un golpe o un empujón. Por más que el brujo trataba de hablar con ellos, sus palabras eran ignoradas o las tomaban como si fuera algo gracioso, aunque no se reían por lo que decía, sino por la superioridad y ventaja que tenían.

El camino siguió y Vincent consiguió ponerse a la altura de la elfa para susurrarle algo sobre el plan a seguir. En esos momentos ella se sentía abatida. Ya le habían dejado claro lo que sucedería si mentía y ni siquiera tenía fuerzas para mirar al hombre, así que mantuvo su vista en el suelo a pesar de que le hablase. Sólo se quedó con una frase “que parezca que no somos amigos”. ¿Acaso eran amigos? Era un brujo, no podían ser amigos, ¿por qué él había dicho eso? Movió ligeramente la cabeza para mirar de reojo a Vincent, preguntándose el porqué de esa expresión. Pero fue efímero, ya que volvió la vista al suelo. Justo a tiempo, pues uno de los soldados arremetió contra él.
No le dio tiempo a responder a Vincent, la verdad es que no tenía ningún plan a seguir. Todos la iban a llevar al mismo sitio y su cabeza estaba maquinando qué hacer con el brujo para que pudiera salir de allí con la cabeza aún sobre su cuerpo. A pesar de tener la mente en otro sitio, todavía seguía sin comprender cómo era que Vincent podía mantener tan buen humor a pesar de la circunstancia. Probablemente porque no conocía a esos elfos.

Maldita traidora. –Respondió con sorna el mismo que empujaba a la elfa a avanzar, cuando el hechicero preguntó qué le habían dicho a la joven. No lo había hecho para responder a la duda del hombre, sino para reírse, de nuevo, de Helyare, aunque aprovechó la pregunta para dirigirse a él. –Ma istal quet’ Eldarin? –Quiso comprobar el guerrero, mirando a Vincent con la ceja enarcada. Que entendiera en gran parte lo que habían dicho les causaba curiosidad. Ellos pensaban que la lengua élfica debía ser única y exclusivamente para los elfos, nada más. Les generaba cierta controversia que alguien ajeno pudiera entenderles. No merecía conocer ese idioma.

Ya no había camino que seguir, estaban andando entre las hierbas que se hacían cada vez más grandes, llegando a sobrepasar el metro treinta. La vegetación era más frondosa que en otras partes del bosque, y los árboles, más grandes. Todo era de colores muy llamativos, aunque el verde primaba sobre los demás. Las flores eran realmente hermosas, pero parecía que no se pudiera caminar por ahí ya, aunque ellos lo estaban haciendo. Helyare reconocía el camino, al final, allá donde las plantas se juntaban y hacían un pequeño túnel, era la entrada de la que fue su casa. Ahí estaba su pueblo. Y por primera vez no quiso cruzar ese túnel de hojas. A pesar de sentir añoranza, el miedo era más grande y convertía sus pies en un pesado metal que impedía que pudiese caminar, aunque ya se encargaban los guerreros de hacer que avanzase. –A lelyalmë!
Pero Helyare no era capaz de continuar, volvió a caer sin poder remediarlo y el soldado trató de levantarla de nuevo, con brusquedad. Mas le fue imposible.
Un pequeño destello salió de entre los árboles, emitiendo zumbidos y, sin poder ver bien cómo ocurrió, el impacto de una fuerte ráfaga de energía chocó contra el guerrero que trataba de levantar a la elfa, haciendo que este cayera al suelo, sin vida, al lado de Helyare. Ante la sorprendida mirada de todos, la pequeña hada fue a ocultarse cerca de la elfa para impedir cualquier ataque contra ella. Los guerreros cargaron con intención de darle al pequeño ser, pero Rhiak los detuvo. Ni siquiera Helyare entendía qué había pasado y miró a Vincent pensando que él había tenido algo que ver. El elfo de cabello plateado se acercó a Helyare, quien seguía tirada en el suelo, y la levantó con violencia, haciendo que su espalda chocase contra el tronco del árbol más cercano. –¿¡QUÉ HA SIDO ESO!? –Volvió la cabeza hacia el brujo, pensando que era algún truquito de ambos. Un par de guerreros golpearon al hombre para hacer que se quedase de rodillas. Buscaban explicaciones a lo sucedido. –¡¡YA SABES LO QUE PASA SI MATAS A ALGUIEN DEL CLAN, MALDITA TRAIDORA!! –Parecía fuera de sí, y sin pensarlo sacó su daga ante la atónita mirada de la elfa, que no entendía del todo qué había pasado. Trató de explicarse, pero él la tenía sujeta por el cuello y no le salían las palabras.

Rhiak, á pusta. –La armoniosa y calmada voz de una joven de largo cabello rojizo, expresivos ojos azules y tez nívea, detuvo las ansias de matar del guerrero. La elfita pasó la vista por todo el escenario antes de volver a hablar. Estaba justo al final del pequeño túnel, expectante. Su excesiva tranquilidad contrastaba muchísimo con la violencia que habían sufrido los prisioneros todo el camino. Parecía inmutable ante la situación. –Mamilnya quentë van-denginantë. –Dicho eso, todos los guerreros hicieron una inclinación de la cabeza, justo antes de que la joven elfita rehiciese el camino hasta el poblado. Rhiak soltó a Helyare y avanzó, siguiendo a la muchacha. El resto, apresuraron a los prisioneros y atravesaron el túnel de hojas y flores para aparecer en uno de los lugares más bellos de todo Aerandir. Su hermosura contrastaba con el genio de esos elfos. Grandes y frondosos árboles albergaban los hogares de muchos de sus habitantes, todo estaba rodeado de bellas flores y el lugar desprendía un aura de tranquilidad y armonía imposible de imaginar para esos guerreros. Daba la sensación de ser un completo remanso de felicidad y calma, como si esa gente no supiese coger un arma y sólo supiese hacer coronitas de flores.
Pero nada más lejos de la realidad. El lugar era maravilloso, pero sus leyes muy estrictas.

¿Extrañabas a tu hermana? –Comentó el guerrero que la sujetaba, con un tono bromista. Mientras caminaban por el poblado se podían escuchar los insultos de los habitantes del lugar. Pedían la cabeza de ambos.
Esta vez fue Helyare quien se acercó a Vincent, sin tan siquiera mirarle aún. –Lo siento. Pero no sé cómo hacer que escapes. Nos van a matar. –Se lamentó, mordiéndose el labio. –Perdóname.
Jamás pensó poder estar disculpándose con un brujo, deseaba a todos muertos, pero no a él. Seguían custodiados por varios soldados, que los mantenían a una distancia prudencial de la gente del poblado, estaban a la espera de que solicitasen a los prisioneros ir al juicio que se les iba a hacer por sus actos. Rhiak, quien parecía líder, se había ido con la pequeña elfa, dejándolos a su suerte. A su mala suerte.  


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Mensaje  Vincent Calhoun Mar Sep 19 2017, 04:41

Por los dioses. En menudo lío se había metido. No estaba seguro de si esa situación era el peor de su vida, pero lo más probable es que no estuviera lejos de serlo.

Había luchado en demasiadas guerras y batallas como para que un paseo por el bosque de Sandorai fuera el peor momento de su vida. Más era indudable que el carácter de Helyare no había nacido de forma aislada y particular.

No pudo evitar dibujar una sonrisa en los labios mientras pensaba en ello.

Claro que no. Después de todo, no solía ser así ¿no?

Las personas de un modo u otro, estaban influenciadas por el entorno que les rodeaba. Aprendían de él, y por lo general, se volvían como él. Salvo en casos muy particulares de rebeldía. A fin de cuentas, el mundo nos influye, pero nosotros decidimos como reaccionar ante él. Cómo aprender de él. Pero la realidad, a veces triste, es que la gente por lo general se dejaba llevar, y acababa teniendo una educación más bien costumbrista.

Él se había criado en una familia pudiente de las islas. Son título nobiliario, ni una riqueza descomunal, pero con una buena educación y modo de vida. Sus padres eran profesores de la academia de magia de la capital, y a diferencia del común de los brujos tenían una mentalidad abierta. Igual que sus amigos más cercanos.

Por ello era fácil comprender de donde había salido el carácter y personalidad de Vincent. No era más que un reflejo de su padre, con una buena dosis en vena del sarcasmo de su madre.

Dicho esto. Había conocido suficientes elfos para que Helyare le pareciera un poco distinta. Un poco por ser bueno, porque era un ejemplo de elfa jodidamente raro. Cuando la había conocido, era la primera sensación que había tenido. Primero había recibido toda una oleada de desconfianza que no era extraño en el siempre cauto pueblo élfico, pero después había obtenido todo un golpe de odio contra su ser de la forma más repentina y salvaje.

No era un secreto que los brujos no eran la raza con mejor consideración entre los elfos, pero no solían ser así. Solían ser mucho más comedidos y pacíficos, guardándose su mala opinión para ellos. Una punta de flecha apuntando su cara a corta distancia no era lo más normal en uno de los hijos del bosque. No si no estabas pisando su suelo sagrado.

No obstante, ahora que conocía más sujetos del clan de Hel, sólo podía considerar que lo raro es que aún siguiera vivo. Que esa mujer no lo hubiera ensartado en aquella cueva en tiempo pasado.

Sus corazones estaban infectados por el poderoso, y siempre difícil de erradicar, odio. Se podía notar el manchón oscuro de sus almas a una legua de distancia. Con el añadido del siempre reconocible orgullo élfico, que en esta ocasión daban un efecto totalmente distinto a los miembros del clan de Hel. Si a los elfos corrientes les daban un aura distante, que como mucho, en sentido negativo, podía hacerlos parecer pedante; a los soldados que contemplaba les daba una dosis de crueldad al mezclarse con el odio que circulaba por sus venas.

Ahora era fácil comprender que Helyare no era un producto aislado dentro del pueblo élfico. Sino que en realidad era una perfecta creación de su clan. Es más, no era perfecta, o de otro modo no estaría en la misma situación que él. Como una rea más. Por esta circunstancia sabía que para los ex compañeros de la elfa, ella no era exactamente como deseaban que fuera. Podía ver como para sus antiguos compañeros, la arquera era distinta de ellos. Para su antigua tribu, Hel era demasiado abierta, y por tanto, no la podían considerar como a una igual.

Así pasaba con las mentalidades cerradas. Era algo que había aprendido hacía mucho tiempo. Y que ahora volvía a ver.

Los elfos del clan de Helyare, tenían una mentalidad tan cerrada y racista, que les era imposible ver las similitudes entre los seres que contemplaban. La gente así, sólo veía las diferencias.

Por lo que entendía que había tenido suerte al haberse encontrado en el pasado con la tiradora, y no con otro miembro de su tribu. Los demás no se habrían pensado ni medio instante matarlo. Ella sí lo había hecho. Esa era la diferencia. Pero bendita diferencia. No le cabía ninguna duda, de que el clan de Hel estaba perdido, y de que la arquera, aunque sintiera vergüenza por las miradas de reproche de sus ex compañeros, era mucho mejor que ellos.

Ella tenía una oportunidad de cambiar. Lo sabía. Desde el día en la cueva. Desde el día en que no había dejado volar la flecha. Por eso la había ayudado en el pasado, cuando estuvo enferma. Para la batidora no era aún tarde para cambiar.

Él estaba en este mundo para poner su granito y hacer de dicho mundo, un lugar mejor. Y eso no se conseguía con grandes movimientos. Un hombre. Un brujo. Poco podía hacer para cambiar tantas cosas de la noche a la mañana. Pero cada pequeño detalle, cada semilla que colocara en cada persona que conociera, expandiría su propia mentalidad, para seguir el camino hacia un mundo donde primara la ética y la justica, por encima de los odios y las diferencias. Donde no importara tanto la aristocracia, la riqueza, ni siquiera la meritocracia, sino las propias personas, el amor, la ética y la bondad.

Era su sueño. Su credo. Y el motivo por el cual luchaba cada día. Lo que lo movía a pelear por cada persona que valía la pena, o podía cambiar.

Seguramente fuese considerado un iluso por la mayoría de las personas. Más no lo era. Sabía que solo podía ayudar poco a poco, que mayormente las cosas seguirían igual, pero no por ello iba a dejar de luchar. Si el común de los mortales lo consideraba un iluso por tener sueños de un mundo mejor, que así fuera. Poco le interesaban sus opiniones.

- Un poco, señor elfo. Hablo un poco de élfico. Ya le dije que soy un gran amante de los elfos. Mi única razón para estar aquí, es por su gran cultura. La atracción que ejercen en mí-, sonrió al guardia. - No pretendo hacer daño a Sandorai. Sólo soy un hombre, Si mis razones fueran hacer daño, hubiera venido con muchas más personas-, comentó, y luego negó con la cabeza. - No. Créanme. Soy un simple viajero con ganas de conocer de cerca el pueblo élfico. Soy amante de su cultura.

De todos modos, sus palabras cayeron en saco roto y no obtuvieron respuesta. En concreto porque una magia mandó al guardia a reunirse con sus dioses. Él no había hecho nada, y no creía que Hel pudiera haber hecho nada, cuando estaba en una posición tan precaria como la suya.

- Tranquilo, señor elfo-, le dijo al que parecía el líder, y que estaba perdiendo los papeles por momentos. - Esa joven está tan inmovilizada como yo, no podría haber hecho nada contra su amigo-, intentó ayudar a apaciguarlo, con un razonamiento lógico.

¿Qué coño había sido eso? ¿De dónde había salido ese pequeño ser?

La última vez que había visto a Hel, no iba en compañía de nadie. Y bien parecía que no le gustaba la compañía en sí. Además, ahora que se fijaba, desde cuando la arquera llevaba el pelo blanco. Muchas cosas debían haber pasado desde el momento que la capturara aquel hombre a caballo.

Por fortuna, ese elfo dejó sus ansias asesinas aparcadas. No gracias a su aportación, a él nunca le hubiera hecho caso. Sino a la divina intervención de una elfa de cabellos rojizos.

Suspiró aliviado al ver como el peliblanco obedecía las palabras que le había dicho la pequeña elfa. No entendió muy bien lo que había dicho la pelirroja. Pero era algo de que debían seguir vivos. O de que no tocaba morir. Lo importante es que el líder de la patrulla obedeció, para suerte de Helyare.

Ya pensaba que la arquera no lo contaba. Si había entendido bien a la recién llegada, al menos vivirían un poco más. Quien no se consolaba, era porque no quería. Eso decía el dicho, y no podía estar más de acuerdo con él. Cada instante que siguieran vivos, era una oportunidad para escapar.

Un hermoso túnel de hojas apareció ante su mirada, para corroborar que todas las creaciones de los elfos eran hermosas, aunque fueran producto de una tribu de pirados.

Tras el túnel apareció el pueblo, que como había imaginado, era aún más bello que el dosel de hojas y flores que hacía de entrada al poblado. Sus casas construidas sobre los árboles y en sus troncos y ramas, eran de una hermosura difícil de describir. Y en cierta forma, le recordaban al pueblo de Níniel, que pudiera observar por medio de la magia del sueño de Otrore.

- ¿Tu hermana? ¿Era tu hermana? - contestó a Helyare, en tono bajo, obviando sus siguientes palabras pesimistas, y los insultos de los habitantes del pueblo. - Ha sido una forma curiosa de conocer a tu hermana-, rió levemente, después de hablar con cierto tono irónico. - No te ofendas, pero dime, ¿todos por aquí son tan racistas? - dijo más serio. - Con sinceridad, tenéis una visión del mundo bastante alejada de la realidad-, comentó sin tapujos, porque era cierto. - Y tranquila, no vamos a morir hoy. Ten fe. Estás ante un magnífico guerrero. Primera lección del gran Finn, nunca estás completamente desarmado. La cabeza es tu mejor arma, y siempre va contigo-, susurró. Después sonrió de forma cálida, y le guiñó el ojo.

Los guardias los siguieron guiando hacia un destino incierto. Aunque imaginaba que pronto conocería a los líderes del clan de Helyare. Y a partir de ahí, la situación se iba a complicar aún más, si eso era posible.

Pronto sabría si los dioses estaban de su parte, o del lado de los elfos locos.
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Mensaje  Helyare Mar Sep 26 2017, 19:59

Con esfuerzo trató de recobrar el aliento, dejándose caer al suelo hasta que, sin tardar, la levantaron de la misma forma brusca que la habían estado tratando desde que se encontraron. A pesar de que no se podía asesinar a ningún compañero, había sentido miedo cuando Rhiak había sucumbido a su rabia y había empuñado su daga. Pero no, al final respetó el trato a los condenados, aunque no gracias a Vincent, sino a la oportuna aparición de Luinil, su hermana.

Un cúmulo de sentimientos apareció en la mente de la arquera, incapaz de olvidar los mejores momentos que había pasado en ese poblado, contrastándolos con los peores, que también habían sido ahí. Todos esos árboles los había trepado, había corrido, había jugado con sus compañeros, había entrenado, nadado en el arroyo que había en la parte de atrás del pueblo… Aquel sitio, Eytherzair, era el lugar más bello de Aerandir. Sentía nostalgia, pero también pena por regresar a casa en esas circunstancias. Desde hacía unos días que no llevaba la capucha pero hubiese dado todos sus aeros por tenerla de nuevo, se sentía el centro de todas las miradas según iba caminando. Todos clavaban su vista en ella y no tenía con qué ocultar su rostro, tan solo podía agachar la cabeza y mirar el suelo por donde caminaba. El juicio social era una de las peores cosas a las que se podían enfrentar los miembros de ese  clan y a ella le estaba afectando mucho. ¿Sus padres la estarían viendo? Los guardias tenían que custodiarles, no por si se escapaban, sino por lo que los otros pudieran hacerles. Por ahora sólo eran insultos, pero en cuanto tuviesen permiso acabarían linchándolos.

Vincent había tratado de ayudarla, seguía manteniendo la misma excusa que había creado desde el principio: Era un humano apasionado por la cultura élfica. Y Helyare rezaba a sus dioses para que ningún miembro del clan pudiese sentir el maná que había en su cuerpo. Ella no lo había sentido y sabía que los soldados tampoco pero, ¿y su madre? ¿O su hermana? Ellas eran las que más en contacto con la magia estaban. Y, posiblemente también pudieran sentir la presencia de Nillë, quien intentaba hacerse bola en la bolsita de los aeros, ocultándose a las miradas.

Helyare miró hacia atrás durante un segundo, tratando de buscar una escapatoria por el túnel de flores por donde habían entrado, pero no era factible, había guardias detrás. Y una pequeña luz de color azulada, apenas imperceptible, rodeaba la salida. Era magia creada mediante runas, el modo de proteger al poblado de “visitantes”. Posiblemente, Vincent no supiera nada, pero ella sí sabía a dónde se dirigían, había hecho el camino en varias ocasiones. La diferencia era que siempre había estado en la posición que ocupaban los guardias. Miró de reojo al brujo, pues era incapaz de mirarle a la cara, se sentía muy mal por lo que estaba ocurriendo. A pesar de eso, el hombre parecía ser positivo, algo que ella no entendía. –Sí, es mi hermana. –Se limitó a responder, sólo a eso. Incluso esas palabras le dolían, pues quien era la persona más importante para ella apenas la miraba. Tanta positividad importunaba a Helyare, que se sentía abatida y no era capaz de comprender cómo podrían salir de allí con vida. Sin embargo, esa sonrisa la destrozó. Pudo ver la esperanza en su rostro, tanta calidez en un solo gesto como no había tenido desde hacía meses. En ese momento giró la cabeza, evitando cualquier tipo de contacto con el brujo.

Poco más duró el trayecto, adentrándose ya más en el poblado hasta llegar a una de las pocas edificaciones de piedra que todavía quedaban más o menos en pie. Había partes que estaban derruidas, pero aun así conservaban una gran belleza. Las ramas y las plantas que se entremezclaban con el lugar le daban un aspecto mágico. En el centro había varios tronos construidos con madera, muy estilizados. Eran cinco en total, todos de la misma altura y dispuestos en semicírculo, ocupados todos por unos elfos cuyo aspecto rozaba la divinidad. A los pies de la escalera, a un lado, estaba Rhiak, al otro estaban Luinil y tres elfas más aguardaban la llegada de los dos condenados.  Una de las elfas, de cabello rubio, agarraba con evidente rabia la empuñadura de su espada, sin desenvainarla. La segunda, cuyo cabello moreno resaltaba sobre los claros del resto de elfos del lugar, no llevaba armas encima, pero sí tenía el arco cerca. Su rostro mostraba cierta pena, aunque Helyare no lo vio. La tercera de las elfas, de larga cabellera pelirroja, estaba un paso por delante de las demás, al lado de la joven elfita, y no portaba armas. A la sacerdotisa del clan no le hacían falta, su magia era tan fuerte que podía ser sentida por cualquier ser que tuviese maná. Helyare no alzó la vista en ningún momento, se sentía avergonzada. Estaba frente a los líderes de su clan, a quienes debía rendirles respeto. Pero la mirada de una de las cuatro elfas que estaban a su derecha era más sentenciadora que la de los propios líderes: la de su madre.

Los guardias soltaron a los reos y, tras una coordinada reverencia, se hicieron a un lado en cuanto una de las elfas que estaba sentada en los tronos de madera se levantó. Era Nisselië Helreash, líder del clan y antigua guerrera. –Ensí, hecilë –su tono imponente hizo que reinase el silencio en todo el lugar. Después se dirigió a Vincent. –Veo que tenemos un invitado especial, ¿nos lo quieres presentar, Kaeltha? Rhiak ha dicho que es un humano afín a nuestra raza, eldameldor.
No es humano –la sacerdotisa era capaz de sentir la magia de cualquiera de los presentes.
Lo sabemos, Ancalimë Hareth. Que nos lo explique tu hija –la mirada entre las dos se volvió demasiado dura. Con un gesto, la líder instó a que hablasen. –Quiero ver si todavía tiene ganas de mentir, al igual que la otra vez.
En esta ocasión fue la elfa rubia, Nalarhiel Thal’Dael, quien cambió su expresión, apretando con más fuerza la empuñadura de su espada. La mujer había perdido a su hijo mayor por culpa de esa elfa y al pequeño casi le costó su status el haberse relacionado con ella. Para Nalarhiel, Helyare había destrozado a su familia. Y había presenciado su juicio anterior, alegrándose por su destierro.

Él… es… –Helyare intentó alzar la voz, mas no fue capaz de seguir. Miró a Vincent, completamente conmovida y negó sutilmente con su cabeza. No sabía qué decir, estaba entre la espada y la pared y sabía que no saldría de esa. Si mentía, sería condenada por ello, y si decía la verdad, por andar con un brujo. Aparte de sus otros cargos, que rápido aprovechó la líder para recordárselos, interrumpiéndola al ver que no iba a continuar.
No lo intentes, no podrás defenderte –empezó a caminar, bajando un par de escalones. –Has incumplido tu condena entrando en Sandorai, manipulando las runas que nos protegen. Paseas por el bosque, a pesar de tenerlo prohibido, con un hombre que posee magia. ¿Aún quieres insistir en tu humanidad? –miró un segundo al brujo y luego de nuevo a la elfa. –Y has tratado de protegerlo. Has matado a uno de tus antiguos hermanos. ¿Piensas que cualquier defensa que puedas tener servirá para evitar tu… umbar? –de nuevo volvió a mirar a Vincent, deteniéndose al pie de la corta escalera. –¿Tratarás de defenderte? Tu amiga no lo está haciendo bien. ¿Tienes algo que decir? Como, por ejemplo, ¿qué eres?
¡Es un brujo! ¡Kaeltha le nombró como tal!
Áva quetë, Rhiak. ¿Qué eres?

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Hareth Naezhelis:
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Mensaje  Vincent Calhoun Miér Oct 18 2017, 06:25

Pronto. Muy pronto.

Era cuestión de tiempo que supiera con certeza hacia donde lo llevaban. Y por más preso que fuera, no tenía que esforzarse mucho para imaginar a donde lo llevaban. No tanto al lugar, sino ante quienes.

Muy fácil suponer que lo llevarían ante los líderes del clan, o en su defecto, ante el máximo representante de los soldados del poblado. Cabía la posibilidad de que no fuese este el caso, y que le tocara lidiar con otra figura del clan élfico. O incluso puede que solo acabara viendo poco más que cuatro paredes.

Los elfos se tenían por un pueblo pacífico y honorable. Justo, en mayor medida. Por ello le parecía lógico pensar que tendría que parlamentar con alguno de sus representantes. Parecía obvio. No obstante, ¿por qué ganaba tanto peso, la sensación de que acabaría lanzado a un pozo oscuro para su eterno olvido?

Sencillo. Por el simple hecho de que los elfos que contemplaba ante sus ojos tenían de elfo las orejas puntiagudas, y poco más. Tenían las piernas, los brazos, la figura de un habitante de los bosques. Pero sus almas eran otro cantar.

Él lo había visto. Con sus propios ojos. Nada de cuentos y leyendas. Había visto de lo que era capaz de hacer una persona llena de odio cuando se encontraba frente a frente con la muerte. Había visto un hombre alzarse. Un hombre muerto, y a la vez que no lo estaba. Dominado. Infectado por la oscuridad.

Había pasado mucho tiempo desde aquella noche, y sin embargo, no había podido evitar recordarla al escuchar a los soldados del clan de Helyare.

Esas palabras cargadas con el sibilante sonido del rencor, perceptible con facilidad para todo aquel que estuviera dispuesto a escucharlos con detenimiento.

Nunca habría imaginado que un clan élfico le recordara aquella noche. Aquel ser. Mucho menos hubiera podido suponer que miembros del pueblo élfico pudieran tener tanta inquina en el interior de su ser.

Era sorprendente que pudiera existir un clan tan perdido dentro del seno élfico. Aunque no era el calificativo que le venía a la mente en ese momento. La realidad es que era irónico que algunos hijos de la luz estuvieran tan infectados por el rencor.

- Seguro que ella no te odia como el resto-, la animó, con palabras simples pero sinceras.

El brujo se había decidido a responder a Helyare después de haber seguido otro tramo del trayecto, pero pronto volvió a sumarse dentro de sus pensamientos mientras seguía el resto del camino guiado por los guardias.

El odio era muy poderoso. Podía llegar a levantar muertos, como había visto en el pasado. Pero mucho peor, podía llegar a enfrentar a sangre contra sangre. Hermano contra hermano.

Había decidido animar a la elfa peliblanca que lo acompañaba con su misma condición de cautivo, pero sabía de lo que era capaz de conseguir la maldad, y era evidente de que allí no relucía por su ausencia.

Sí, así era la situación en la que se encontraba, más allá de la obviedad de una captura. Lo que todo el mundo podía ver con facilidad. La realidad detrás de todo ello, era que no vivía solo un peligro para sí mismo, al estar preso por gentes a las que tan poco les gustaba uno de su raza.

Todo se podía ver con un prisma distinto si estaba en la posición correcta. Y desde su punto había aprendido una nueva lección.

El rencor era tan poderoso, que podía alcanzar el corazón de los hijos más puros de los dioses. Los practicantes de la magia blanca.

De todos modos, había hablado con tintes sinceros. Sabía lo mal que estaba ese pueblo, pero aún así le gustaba pensar que se podía salvar. Y de verdad deseaba que la hermana de Helyare no la odiase, por los supuestos motivos por los que tendría que hacerlo.

Si ese clan tenía alguna posibilidad de salvarse era con esperanza. A la oscuridad no se le hacía frente en una gran guerra. Se la derrotaba con cada granito de amor y compasión, y la hermana de la arquera podía ser ese primer paso.

Sólo había que observar el cielo en noche cerrada para insuflarse esperanza. Cada punto de luz en el cielo era una bandera de victoria frente a la oscuridad. Y si bien, era notable la diferencia entre la cantidad de luz y tinieblas, no había que dejarse llevar por el desaliento. Sólo piensen que al principio de los tiempos todo  era oscuridad. Y ahora, al mirar al cielo, casi infinitos puntos de fulgor iluminan los cielos.

Piensen y recuerden, que pese a la gran diferencia entre la oscuridad y la luz que habita en el firmamento ante sus ojos, quien más destaca en este, son los pequeños fulgores que van ganando terreno a las tinieblas. Brillando con fuerza, sin oposición.
Helyare era distinta al resto de sus compañeros. Así lo había notado, después de su primer encuentro con ella.

La arquera podía ser el faro en la noche en la que estaba embarcado aquel poblado élfico, y su hermana, quizás otro posible punto de luz que naciera en el firmamento. Uno que quizás influyera aún más en los otros miembros del clan, ya que esta no estaba siendo tratada como una traidora como Hel.

Cómo bien creía, la lucha contra la oscuridad no era una batalla campal. Era una guerra de pequeños detalles. Era su credo. Por lo que se levantaba cada mañana y hacía lo que hacía, muchas veces luchando por gente sin nada, y que no tenía nada con que pagarle.

Siempre pensaría en formas de ayudar en cada lugar que pisara, aunque su destino cercano tuviera una pinta tan poco halagüeña.

Los guardias lo llevaron a un lugar que manifestaba importancia nada más contemplarse a la vista. Una de las pocas edificaciones de piedra del poblado, y que le hacían indicar que debía ser de una gran antigüedad. Las partes más deterioradas del recinto habían sido recubiertas por la naturaleza, con toda probabilidad, ayudadas con la magia de los elfos para que fuera de esta manera. Ya que las ramas y el follaje parecían como si fueran la argamasa natural de las zonas donde la piedra estaba más estropeada.

Los elfos comprendían la naturaleza como ninguna otra raza era capaz. Sabían guiarla para beneficio propio, o mejor dicho, para beneficio de ambas partes. Era una especie de intercambio ente naturaleza y elfos. O así era como lo entendía él.

En cualquier caso, fue llevado ante personas que imaginaba que serían los líderes del clan, y que no tardó en entender que así era, nada más escucharlos hablar. Por suerte, nadie lo había lanzado a un pozo. Al menos por ahora.

- ¿Qué soy? -, contestó, repitiendo la pregunta de la elfa.

Había podido intervenir antes, pero había preferido dejar que la situación fluyera, y que alguien le preguntara de manera directa. Es más, se le habían ocurrido miles de bromas que hacer al respecto, como que era fácil saber lo que era, cuando te lo acababa de decir otra persona antes. Sin embargo, no quería molestar más de lo debido, así que no comentó nada al respecto, y espero su turno de palabra con educación.

- Supongo que un hombre. Ya me entiende, un ser de género masculino-, bromeó con tono cálido, para no ofender y que pareciera una burla. - Ya lo sabe perfectamente-, comentó en tono más serio. - Aunque la realidad es que lo intuye, la única que de verdad puede saberlo con certeza es la sacerdotisa-, hizo un movimiento con la cabeza señalando a la elfa de pelo cobrizo. Pues era con lo poco que podía señalar en estos momentos. - Imagino que sacerdotisa porque ya he conocido en el pasado a otros elfos con su don-, matizó.

Sabía que ese instante llegaría más tarde o temprano. El momento en el que alguien pudiera ver a través del cuerpo, y espiar su condición de mago. Sin embargo, con lo hostiles que se habían mostrado los soldados del clan de Helyare, había optado por retrasar dicha posibilidad el mayor tiempo posible. A poder ser, a un momento donde hubiera elfos con más cerebro y menos ganas de matar.

- Sí, soy un brujo. Es en lo único que he mentido-. Irónicamente. Una frase que exponía que había mentido en una sola cuestión, pero en la que también mentía. Ya que asimismo había hecho lo propio con el nombre, y también con su presencia allí. La realidad, es que ser del género masculino era la única verdad que había dicho. - Sus guardias-, miró al tal Rhiak, y negó con la cabeza mientras volvía a mirar hacia la elfa que le había preguntado. - Su guardias no parecían muy amigables, así que preferí mentir a ese respecto en un primer momento. Y ya que me sincero, la realidad es que tampoco me llamo Finn. Aunque esto no lo dije por mentir, todos me suelen decir así-, volvió a mentir para encubrir un engaño.

¿Quién coño le decía Finn? El único Finn que conocía era un guardia de Lunargenta que tenía un perro de pelaje amarillo llamado Jake. Ni estaba seguro de por qué coño le había venido ese nombre a la cabeza.

- Mi nombre real es Vincent. Pueden llamarme así o Finn, como más les guste-, siguió hablando en tono amable. - Y lo demás es cierto. Vine al bosque para empaparme de la cultura élfica. Soy un gran admirador de los elfos. Y la joven a mi lado-, ladeó la cabeza hacia ella para señalarla. - Me la encontré en el linde del bosque-, dijo recuperando la verticalidad de la testa.

Mentiras y más mentiras. Estaba en el bosque porque seguía el rastro de los captores de Hel. Pero en esa situación decir la verdad no le hubiera servido de nada. Ni a él ni a Helyare, que por paradójico que pareciera, estaba en una posición peor que la suya. Eso al menos notaba, por la forma tan dura con la que se dirigían a ella.

Aunque una verdad si había dicho. Admiraba la cultura élfica, desde antes de conocer y tener una relación sentimental con Níniel.

- No podría por ello considerarla una amiga. No con lo poco que ha pasado desde que la conozco. Aunque me gustaría romper una lanza a su favor, ella sólo me siguió para echarme del bosque, pero yo fui tozudo y no le hice caso-, engañó a sus interlocutores por enésima vez. - El resto ya lo conocen. Sus guardias nos capturaron.

Un bonito alegato. Que no estaba seguro de que sirviera para salvarlo, pero que era lo mínimo que podía hacer. Aunque lo que dijera fuera mentira en muchos puntos, no los engañaba porque les deseara mal. Al contrario, tenía que hacerlo porque ellos le deseaban mal a él por haber nacido en otra parte. No lo juzgaban por cómo era, sólo por la raza a la que pertenecía.

Además, tampoco estaba de más en echarle una ayuda a la arquera. En el tercer encuentro con ella había evitado dispararle nada más verle, como había sucedido en el segundo. Eso era ya todo un progreso, y las luces del firmamento no se iluminaban solas. A veces había que darles un empujoncito, mostrándoles el verdadero poder de la bondad y lo justo.

- Creo que lo que digo no es ninguna locura. Ni siquiera los brujos somos tan tontos para iniciar una invasión de un solo hombre-, manifestó con sensatez. - Por cierto, espero no importunaros con unas preguntas. Pero me gustaría saber con quién trato. Sois la líder de vuestro clan, ¿me equivoco? Y la dama del pelo pelirrojo una de las sacerdotisas del pueblo ¿no? - miró hacia la que imaginaba como la sacerdotisa, con una duda resonando en el interior de su mente. - Y de verdad ella es madre de…-, ladeó la cabeza hacia Helyare una vez más, y después la miró con una ceja enarcada, en un claro gesto que marcaba su confusión en el rostro. - No entiendo nada-, se sinceró, volviendo a clavar la vista sobre la lideresa de los elfos.
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Mensaje  Helyare Lun Oct 30 2017, 14:19

Sorprendida, Helyare miraba al brujo confesar su raza. El ambiente se iba tensando más cuantas más palabras salían de su boca. Todos los rostros estaban serios e incluso los cuatro líderes, que aún ocupaban los tronos de madera, se inclinaron hacia delante para oírle mejor y no perderse ni una palabra.
Nisselië Helreash, quien estaba a varios metros frente a ellos también había tornado su expresión de forma seria. Ella había sido una de las guerreras que había luchado en la Segunda Guerra Illidense, había visto a su familia morir en ambas batallas y su odio hacia los brujos era incontrolable, la sola mención de esa raza era capaz de desatar una tormenta en ella. Su único objetivo era recuperar las Islas y acabar con cada uno de esos hechiceros. Pero esa vez sólo sonrió clavando sus ojos en Vincent. Lo siguiente que se pudo escuchar fue el sonido del acero de las espadas que se desenvainaban. Los miembros de la guardia se estaban preparando para recibir cualquier orden de su líder. Un simple gesto de ella sirvió para que bajasen las armas, aunque seguían preparados para cualquier imprevisto.

Prosiguieron escuchando las palabras del brujo y Helyare seguía fijándose en sus rostros: incredulidad, asco, odio, sed de sangre… hasta encontrarse con la mirada de su hermana. La joven elfita hizo una negación casi imperceptible con su cabeza. No sabía si entendía o no la situación, siempre la había visto demasiado pequeña para el cargo que iba a ejercer, pero lo cierto es que Luinil rondaba ya los trece años y había muchas cosas que debía saber. Sí sabía, más o menos, por qué había sido desterrada su hermana y, aunque la extrañaba, todo el mundo sabía que el status y la honra eran más importantes que cualquier lazo de sangre. Todo se hacía por y para la comunidad, no para uno mismo. A su lado, Nalarhiel Thal’Dael sí tenía empuñada su espada con fuerza y en alto, preparada para atacar en cualquier momento, a pesar de la orden de Nisselië. Pero no mirada a Vincent, sino a la elfa que lo acompañaba. Nada le satisfacería más que decapitar a la joven que tanto dolor había causado a su familia. En su momento, la había querido como a la hija que nunca tuvo, alguien con honor, perfecta para su primogénito. Pero ahí la tenía junto a un brujo, era lo más bajo que podía haber caído.

Casi al acabar lo que Vincent decía, Hareth Naezhelis avanzó un par de pasos, haciendo que sus manos alcanzasen un brillo dorado –No vuelvas a decir que yo soy la madre de esta traidora, maldito brujo –ya había compartido una mirada sentenciante con su líder cuando se había referido al parentesco que ambas tenían. Al instante, la elfa de cabello moreno habló por primera vez, interponiéndose entre los reos y la sacerdotisa.
Ancalimë Hareth,… no diga eso -Nárie Taryanïs apoyó sus manos en los brazos de la mujer –un hijo es una bendición de los dioses –trató de relajar el ambiente pasando la mirada por ambas hijas de la sacerdotisa. Luinil seguía ahí quita, sin moverse. Helyare simplemente agachó la mirada, sintiendo que se le encogía el pecho ante esas palabras.
Es una bendición de los dioses cuando no deshonran a su familia. Cuando lo hacen lamentas haberlos llevado en tu vientre –dicho eso regresó a su sitio, haciendo desaparecer el aura de luz que rodeaba sus manos.  
Silencio –la líder había presenciado demasiadas interrupciones. Ambas mujeres volvieron a sus puestos y ella tomó la palabra de nuevo, dirigiéndose a los presos. –Respondiendo a tus preguntas, sí. Soy Nisselië Helreash, la líder del clan Eytherzair, mas no la única –miró al lugar donde estaban todavía los cuatro elfos sentados en los tronos de madera –, y ella, Hareth Naezhelis, nuestra sacerdotisa. Y ya sabes más de lo que deberías. –Tomó un momento para coger aire y volver a dirigirse a ellos. – Así que, ¿un brujo? Tenemos un hechicero en nuestra casa –comenzó a avanzar hacia ellos y cuatro guardias se acercaron para escoltar a Nisselië –, y dice que admira nuestra cultura. La admiras pero no la respetas, pues si esta elfa te hubiera dicho que te fueras de Sandorai, te habrías ido de habernos admirado tanto. Si no abandonaste el bosque es porque ella no te dijo nada o tú no nos “amas” tanto como para respetar nuestro territorio –se detuvo frente a Vincent. –De nada sirve la admiración si no sientes respeto por lo que admiras. Hay clanes que, lamentablemente, tienen una visión distorsionada de vuestra raza y acogerían a alguien como tú sin reparos. ¿Tampoco lo sabías? ¿Cuánto admiras a los elfos para desconocer que serías bien recibido en otros clanes? Y, sin embargo, aquí estás. Ignorando las palabras de quien te pidió que abandonases nuestra casa.  ¿Cierto? ¿Debo creerlo? –los guardias estaban con sus armas en ristre, preparados para el ataque, aunque Nisselië no pronunciaba las palabras que les harían ir contra los reos. Más bien estaban protegiendo a la elfa. –Estás hablando de que desechaste las palabras de Kaeltha Naezhelis –miró a Helyare, señalándola con la palma de la mano hacia arriba, en un gesto bastante delicado –, ex líder de nuestra guardia, de todos ellos –el gesto ahora fue señalando con ambas manos a todos los soldados que se encontraban formados, los que evitaban que la gente del pueblo se encontrase con los reos y los que protegían a los líderes –, y veo que has llegado aquí sin un bonito ramo de flechas en tu pecho, ni tan siquiera un rasguño de la puya de una de sus flechas. ¿No te trató de detener pese a ir armada? –volteó la vista hacia la elfa, que seguía quieta con la mirada en el suelo. Nisselië se colocó frente a ella –mírame –Helyare alzó la vista y la líder apoyó una de sus manos en la cara de la joven, como imitando una caricia. –¿Has permitido que este brujo miserable cruzase el bosque, nuestro hogar, sin tan siquiera tratar de impedírselo? Bien… cúrya –uno de los soldados, quien llevaba su arco, se acercó para dárselo a la elfa de pelo blanco. En ese momento, Helyare trató de avanzar hacia Nisselië con desesperación, pero dos de los guardias impedían que lo hiciera.
Áva carë!! Cúnya!! –repetía, tratando de zafarse. –Áva carë!!
No lo necesitas si no lo usas cuando es debido –tras esas palabras una pequeña explosión de luz salió de las manos de la mujer, partiendo el arco en mil pedazos ante la expresión descompuesta de la elfa. El arco había sido un regalo de sus padres cuando alcanzó la maduración y era lo más importante que tenía. La única de sus pertenencias que mostraba el vínculo con su familia ahora estaba destrozada. Casi incapaces de contener a la joven, los dos guardias que la custodiaban la tiraron al suelo para facilitar que se estuviera quieta.
No le impidió su paso porque, según Kaeltha, este miserable “ha demostrado ser un buen hombre para ser brujo” –comentó Rhiak con cierto tono jocoso, como quien no quiere la cosa, mostrando esa sonrisa ladina y altanera que tanto fastidiaba a la elfa, que al instante trató de levantarse para ir a por él. Quería cerrarle la boca, pero los soldados se lo impedían.
ÁVA QUETË!!!Una fuerte luz dorada salió del cuerpo de Helyare e hizo volar a los dos soldados por los aires, entre gritos de dolor y de desconcierto por parte de los presentes. Aún confusa, agarró la espada de uno de los guardias y se levantó del suelo. En ese momento sintió ganas de matarlos a todos, de ver las cabezas de sus hermanos rodando a sus pies. Pero ella no sabía usar la espada y los más de cincuenta soldados que había ahí, sí. Estaba perdida si se atrevía a utilizarla. Aunque ya no le quedaba nada que perder, iban a matarla de todas formas. Nisselië parecía no perturbarse por nada, algo obvio si tenía a un ejército que atacaría a la mínima señal que hiciera.

A modo de advertencia, un par de flechas volaron hasta clavarse cerca de los pies de la joven, que se había quedado mirando los pedazos de su arco como si estuviera hipnotizada.

Uno de los líderes, que todavía estaban sentados en los tronos de madera, se levantó –Kaeltha Naezhelis, fuiste una de nuestras hijas predilectas, líder de la guardia y honrada por los dioses. Pero tus actos de rebeldía y desacato te llevaron al destierro. Una condena que te has negado a cumplir, trayéndonos al enemigo a nuestra casa. Alterando nuestras runas para poder incumplir tu condena y pasear libremente con un brujo por Sandorai, a quien has defendido ante tus hermanos, contra quienes te has atrevido a levantar un arma y has osado atacarles con la magia de nuestros dioses. Si tanto amas a los hechiceros, morirás como tal –todo quedó en completo silencio. –Aquí y ahora, yo, Shakar Lor’fë, líder del clan Eytherzair, te condeno a muerte. Quemada en una pira, la muerte que merece un brujo. Ni los dioses se apiadarán de ti.

La elfa dejó la espada clavada en el suelo, cerca de Vincent y simplemente se quedó ahí, sin decir nada. Sentía que la cabeza le iba a explotar y que se caería de un momento a otro al suelo. ¡Era un mal sueño! Tenía que despertar cuanto antes, pero el dolor que sentía en el pecho y el nudo en la garganta le hacían entender que no estaba dormida.

Y tú, brujo. Compartirás el mismo destino que tu “amiga” por haber cruzado un territorio donde no puedes entrar. ¡Preparad la pira!  

Helyare miró a Vincent con una expresión extraña en el rostro y simplemente negó, invadida por la tristeza.


Aclaraciones:

Shakar Lor'fë:
Nárie Taryanïs, la elfa de pelo moreno:
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Mensaje  Vincent Calhoun Vie Ago 10 2018, 18:35

El brujo no necesitaba escuchar toda aquella perorata para saber cómo eran las gentes de aquel pueblo.
No necesitó cruzar la hermosa floresta que daba acceso al pueblo para imaginar cómo eran los elfos de ese clan, ni escuchar los insultos del populacho, ni tampoco esperar la resolución de la lideresa, de la madre de Helyare, o toda esa panda de salvajes que se autodenominaban consejo.

Ya hacía tiempo que se había hecho a la idea de la forma de vida en el clan élfico al que había pertenecido alguna vez Helyare. Desde su primer encuentro con ellos lo sabía, pues los guardias que lo habían apresado eran la prueba viviente de cómo se las gastaban en aquel pueblo, y de que su inherente odio hacia las demás razas, con especial enconamiento contra aquellos despreciables brujos, como ellos los llamaban.

¿Acaso un imbécil como aquel, podría liderar una patrulla si no fuera aceptado tal y como era en la sociedad a la que pertenecía? Y para ser admitido en un puesto tan significativo siendo así de racista… la sociedad a la que pertenecía también debía de serlo.

Rhiak. Ese nombre no se le olvidaría en la vida. Y sí, es lo que están pensando, ese mamonazo no mandaría ni sobre sus propias pelotas si estuviera bajo las órdenes del bueno de Vincent. No le daría ninguna misión de relevancia, mucho menos dejarle el mando de una patrulla. Para dar espadazos como un animal cualquier valía, pero para liderar… para liderar había que estar hecho de otra pasta, y este elfo no lo estaba. Una persona tan obtusa, que era incapaz de replantearse sus propias ideas adquiridas, no podía adaptarse a las circunstancias que la guerra ponía sobre el tapete de juego.

Para desgracia de aquel pueblo, los que mandaban por encima del mentecato estaban igual de incapacitados para gobernar. Era casi imposible de entender como un clan había acabado de esa manera, más la explicación era muy sencilla, el odio era un sentimiento muy poderoso.

En cierta manera se sentía culpable, pues sabía que su raza había tenido la culpa de ello, ya que habían echado a los elfos de las islas. No obstante, esa historia era más complicada, y no valía sólo con decir: los brujos son muy malos porque echaron a los druidas, y fin del cuento. Las guerras eran mucho más complejas que eso, y las causas de ellas mucho más. Además, él no estuvo allí para echar a los druidas, ni ninguno de los brujos existentes en la actualidad, y teniendo en cuenta que en los conflictos todos los implicados tenían su propia dosis de dolor y compañeros muertos, nadie podía apropiarse del sentido de la causa justa. Al menos ya no. Había pasado demasiado tiempo, y cómo ya había mencionado, los actuales brujos no tienen la culpa de las guerras del pasado, por descendiente de los culpables que sean.

Así pues, era lógico sentirse un poco mal por los elfos, siendo miembro de la raza que los obligó a mudarse. Pero la única culpa del odio que sentían ahora era exclusivamente culpa de ellos. Eran ellos los que se habían dejado llevar por el pasado, y los que habían construido un presente alimentado por la venganza.

Y en fin, solía ser tolerante, pero hasta la paciencia del rubio tenía un límite, y todo aquel cuento que sólo podía ser cierto dentro de la cabeza de unos enfermos mentales era la gota que colmaba el vaso.

Si había dialogado con ellos es porque no tenía más remedio que hacerlo. Su situación no era precisamente la más halagüeña posible. Y de igual modo, prefería hablar antes de desenvainar la espada y ponerse a dar tajos a diestro y siniestro. Digamos que era su filosofía de vida, aunque esto a veces le acarreara problemas.

- Es un placer conocerlas, aunque mi situación es un tanto incómoda-, contestó a Nisselië. Fue un comentario bastante irónico y burlesco, aunque su tono de voz no podía ser más serio. - Será porque ella no me dijo nada, o no amo tanto a los elfos como digo, o…-, comenzó a decir, aunque se pausó un momento para dejar la frase en el aire y captar la atención de los presentes. - O porque alguien me capturó antes de que pudiera hacerle caso a nadie-, comentó un poco más alto, para que les entrara bien en la cabeza lo que acababa de mencionar. - No sé si no se dan cuenta, pero atado y apresado poco podía hacer por irme. Y si Rhiak-, hizo un gesto con la cabeza para señalarlo. - no me hubiera traído al pueblo, jamás habría venido. No estaría en vuestro territorio si no me hubieran obligado a permanecer en él-, terminó por decir, el mismo tono calmado que tenía desde el principio.

Joder, era tan simple que un niño pequeño lo comprendería. Más estaba claro que lo comprendían, pero aquello era una farsa para matarlo por el simple y horrible pecado de ser un endemoniado brujo. Por eso su vaso de la paciencia se había colapsado, porque daba igual lo que dijera o replicara, por sensato que fuera, no le iban a hacer caso porque deseaban matarlo.
Esa era la justicia de aquel maldito clan.

- Sé perfectamente que algunos clanes me acogerían-. Aunque era mejor no decirles que su pareja pertenecía a uno de ellos. Ya querían matarlo por ser un brujo cualquiera, imagina lo que le haría si les dijera que además amaba y compartía cama con una de los suyos. - Lo que no sabía era que pisaba la tierra de uno de los que no lo haría. Y si me hubieran dado tiempo y la oportunidad, hubiese obedecido y me hubiera ido como tanto desean.

Claro, pero lo que deseaban no era que se fuera, era que se quemara como un cerdo asado.

En cualquier caso, el hilo de los acontecimientos tomó un cariz esperado, pero no por ello agradable. Aunque Vinc no conocía mucho a Helyare, sabía que ese arco era importante para ella. Tanto como para notar y percibir su sufrimiento al ver como se rompía en pedazos. Si la paciencia del encantador estaba hace tiempo rebasada, ver como castigaban a una de los suyos sólo por haber pisado su territorio, y por haber hablado con un brujo, no ayudó a encauzar el enfado que se abría paso en el interior de su mente.

Una ira que por ahora debía dejar en reposo y oculta, pues en esos instantes, atrapado como estaba, no le servían de mucho. Debía guardarla para cuando pudiera contraatacar, si esa posibilidad llegaba, claro estaba. Bien podría convertirse en una antorcha viviente, sin llegar a tener la oportunidad de sobrevivir a todo aquello.

En cierta manera, era bastante triste la posibilidad de pasar sus últimas horas con unos psicópatas como aquellos. Sin ni siquiera la oportunidad de luchar por sus vidas. Porque, con franqueza, en el momento que Helyare es considerada una traidora y destinada a morir con él, automáticamente se había convertido en una de los “suyos”, como bien dirían aquellos elfos locos. Y Vincent, si podía, nunca dejaba atrás a uno de los suyos. El rubio no era de los que abandonaba a sus camaradas.

Una onda de luz lanzó por los aires a los guardias que retenían a Hel. Esta, de algún modo, había conseguido usar una magia con gran intensidad, algo, que Vinc nunca había visto que pudiera hacer en el pasado. Es más, había sido testigo de cómo era incapaz de sanar la herida de uno de los hombres de Maron.

Esta nueva revelación se volvía interesante, pues podía marcar una diferencia en el situación problemática en la que estaban.

Tanto era así, que pese a que Helyare pareció rendirse en cuánto se calmó y comprobó su desventaja numérica, todo su espectáculo fue una maniobra excelente. La llave de su celda…

- Es hora de morir, brujo-[/color], dijo, por no decir que escupió, el guardia a su espalda que lo retenía con su magia.

Vincent por su parte, en vez de responder a su capturó, pateó la guarda de la espada que clavó Helyare delante suya. Esta se alzó por encima de su cabeza de tan fuerte que le había dado, y cuando en su vuelo quedó casi en horizontal, algo inclinada hacia el suelo, el brujo se apartó y por medio de la telequinesis hizo que ganara gran velocidad desde el pomo hacia adelante.

El arma se movió a gran velocidad, y lo más importante, antes de que el guardia pudiera entender que estaba pasando. Tanto fue así, que la primera sensación que tuvo el mencionado guardia, fue el dolor en su muslo cuando el acero se clavó en este. El dolor invadió la mente del mago élfico, y le hizo romper su concentración sobre el hechizo que retenía al brujo, así como inclinarse un poco, momento que Vincent aprovechó para volver a colocarse donde estaba antes de que la espada saliera volando, y mover el codo hacia atrás con todas sus fuerza. El sonido de la nariz rompiéndose fue pura poesía.

- Por supuesto que es hora de morir, pero si no te importa, lo haré luchando-, contestó al ya inconsciente elfo, al tiempo que tiraba de la espada clavada en el muslo del susodicho elfo.

El guardia más próximo intentó reaccionar, pero fue demasiado tarde, para cuando quiso contraatacar, ya tenía un sangrente tajo en su antebrazo derecho, que lo obligó a dejar caer lo que llevaba. No eran otra cosa que el cinto con las armas del brujo, así que de una patada en el abdomen empujó hacia atrás al herido guarda, y después lanzó la espada que empuñaba contra unos arqueros que se disponían a atacar contra él.

Esto le granjeó un bendito tiempo, con el que pudo agacharse, y tomar sus armas. Aunque después tuvo que rodar por el suelo para no acabar como un erizo de un modo del indeseado por él.

- Un poco de calma, sólo intento mantener mi pellejo intacto-, bromeó, quitándole hierro al asunto.

De todos modos la maniobra fue efectiva, y le permitió tanto sobrevivir como acercarse a un poco a Helyare. Y con la misma rapidez con la que se había movido hasta ahora, se ajustó el cinto.

- ¡Lo ven, todos los brujos son iguales! ¡Son un peligro para todos los elfos! -, gritó Nisselië.

Vinc, por su parte, desenvainó su espada que estalló en llamas nada más hacerlo.

- A que ahora te hubiera apetecido quedarte con mi espada-, se burló de Rhiak, mirando directamente hacia él, son una gran sonrisa dibujaba en el rostro.

Sin embargo, no esperó que le contestara, y antes de que nadie pudiera evitarlo, creó unos proyectiles mágicos que nacieron del fuego que rodeaba el acero de su arma, y lanzó varios contra el trono del elfo que había hablado en última instancia.

- Toma, para que condenes a ser quemado a tu puta madre la próxima vez-, le dijo al mismo tiempo que lanzaba otros tantos proyectiles de fuego contra los demás tronos.

Usó fuego simple, no explosivo. No quería reventar a nadie, pues aunque lo merecían, no quería crear más problemas. Básicamente porque había elfos en aquel clan, que podían ser reconducidos y sacados del odio, si se les mostraba que hasta los brujos podían tener compasión.

Los líderes del consejo se levantaron corriendo de sus asientos, para evitar morir abrasados, pero sus tronos de madera no podían decir lo mismo.

En todo caso, el brujo aprovechó el desastre y la confusión para terminar de acercarse a Helyare.

- Supongo que el típico brujo los hubiera matado-, comentó, mirando hacia donde se encontraba la hermana de Hel, lo dijo lo suficientemente alto para que esta lo pudiera escuchar. - Así que por ello, también supongo que no todos los brujos son iguales-, le guió un ojo, para luego cambiar la mirada hacia donde se encontraba la madre de ambas. - Ni tampoco los elfos-, dijo de forma que ella también pudiera oírlo, con un tono compasivo en la voz.

- ¡Matadlos! -, gritó en esta ocasión la sacerdotisa, echa una furia.

Las fechas élficas volaron hasta ellos, pero antes de que impactaran contra sus cuerpos, se desviaban sin razón aparente. Eso pensaron los elfos, al menos antes de fijarse mejor y notar el aire tan veloz que giraba alrededor de sus objetivos.  

- Bueno, qué puedo decir. Podéis perder el tiempo intentando matarnos, o quizás deberíais centraros en apagar el fuego, y evitar que vuestro hermoso pueblo sea pasto de las llamas-, hizo un ademán con la cabeza, señalando el fuego, que se estaba propagando cada vez con mayor rapidez por la madera y floresta de aquel lugar.

No había usado un fuego explosivo, pero sí que se había permitido el lujo de aumentarlo de intensidad y fuerza, para crear un generoso incendio en la zona de los tronos, antes de conjurar su hechizo defensivo de aire. Un hechizo que no tardó en combinar con el fuego de su espada, para que el vórtice de aire pasase a ser todo un giro de llamas a su alrededor.

No terminó ahí, con el poder de su mente hizo que algunas ascuas saltaran del vórtice de fuego, y estas comenzaron a crear más y más fuegos por el salón, mientras las flechas de los elfos demostraban ser insuficientes para atravesar su defensa.

- No sé tú, Hel, pero será mejor que nos vayamos mientras tienen que perder el tiempo en apagar los incendios-, le dijo con toda seriedad, pero con cierto aprecio en la voz. - Es momento de dejar los sentimientos a un lado. Que mueras no sirve de nada, y aquí no encontrarás más que muerte. Hazme caso, y vente conmigo, aunque no confíes en mí-, terminó por decirle, al tiempo que la tomaba por el hombro para animarla a ir con él.

Volvió a alzar la vista para mirar a la hermana de Helyare, y le hizo un gesto amable y afectivo con la cabeza, antes de mirar hacia donde estaba la madre de esta.

-  ¡Hareth Naezhelis! -, gritó para hacerse escuchar por encima del crepitar del fuego. - ¡Lo quieras o no, ella siempre será tu hija! -, la apuñaló con sus palabras, mejor de lo que nadie podría haberlo hecho con una daga.

Luego se movió un paso hacia la salida, pero no se alejó de Helyare para no dejarla sin protección mágica.

- Debemos irnos-, le recalcó, volviendo a su tono serio y neutro, pero teñido con afecto, a la vez que posaba sus ojos sobre los suyos.

Era consciente de que no había sido un momento fácil para la elfa. Ser condenada a morir por tu propio clan, ver como destruían tu arma predilecta, y además, ver como en esos instantes ardía parte del poblado que había jurado proteger en el pasado. Y todo rematado por un brujo que la ayudaba, quemando su poblado natal y luchando contra los que fueron su familia.

Era demasiado para cualquiera. Sin embargo, cómo le había dicho antes, no era momento de dejarse llevar por los sentimientos. Era momento de sobrevivir.



Offrol
______________________________________________________________

Uso mi maestría en fuego y mi habilidad de nivel de nivel 2, Vórtice de Fuego.

Mensaje para Helyare del futuro (?): El vórtice te protegerá mientras estés a mi lado, porque se moverá conmigo y siempre estará a mi alrededor durante al menos dos turnos. Si ves que te sirve de utilidad para la huida, tienes permiso para moverme sin problemas, y decir que estoy a tu lado en todo momento para cubrirte con mi magia ^^

Si te interesa, claro está ;P
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Mensaje  Helyare Dom Ago 12 2018, 13:51

Rhiak levantó las manos, encogiéndose de hombros y sonriendo mientras enarcaba una ceja, como si le diera igual lo que estaba diciendo Vincent. Y, ciertamente, le daba igual. Su captura había sido buena: a Helyare saltándose la condena y acompañada de un brujo. Mejor, imposible. Poco le importaba que se fueran a ir después de un rato, lo que le interesaba al elfo era haberlos pillado juntos y en Sandorai. Ese era el hecho condenable.
Tan condenable que, incluso, Helyare, veía como lógico el futuro que le esperaba. Se había rendido, y la culpa la inundaba cuando, también, habían condenado a Vincent. Sí, sabía que era lo más probable, pues su raza no era bien recibida en Sandorai, pero… no quería que se viera involucrado en esa condena, cuando él la había ayudado en tantas ocasiones. La mirada que le echó fue indescifrable. Sentía miedo, culpa, angustia, pena…
A él no… –musitó, casi para sí misma, aunque llegó a oídos de la líder del clan, quien no tardó hacer un gesto de incredulidad, ante semejantes palabras. ¿Le estaba intentando ayudar? ¿A un brujo? ¿Tras haber atacado a los guardias de su antiguo clan? De sus manos comenzó a fluir la magia de los dioses, con un tono azulado. Pero no pudo usar su poder, pues el brujo empezó a hacer de las suyas y la distrajo. Su mirada de hielo se clavó en la de Vincent, quien trataba de defenderse, por todos los medios, de los guardias que intentaban conducirlo a su final.

Helyare, por su parte, seguía quieta, en shock. Miraba hacia el suelo, donde antes había estado la espada que después había usado el hechicero. El fuego crepitó por encima de ella y fue a parar a los cinco tronos que tenía enfrente. Los líderes se levantaron rápidamente para esquivarlo, y varios guardias intentaron resguardarlos usando escudos de luz. Pero nada impidió que los troncos prendieran. Varios soldados rodearon a ambas sacerdotisas y a Nárie, y trataban de sacarlas de allí. Por su parte, Nalarhiel sí quería la cabeza de la elfa, y rauda fue a por ella, aunque Vincent se interpuso cuando se acercó a la pelirroja, y los incendios que había creado impedían que la rubia cumpliese su objetivo: vengar a sus hijos. Helyare alzó la vista para mirar al hechicero –yo… –no sabía qué decir, si disculparse, si decirle que se fuera o que se quedase junto a ella. Giró la cabeza y se quedó mirando el fuego, cómo prendía las ramas, cómo alteraba tanto todo, que ahora estaban más centrados en apagar las llamas que en capturarlos a ellos. Separados por los vórtices que Vincent había creado, pudo ver la mirada pétrea de Rhiak, maldiciendo en su lengua materna, tan solo moviendo los labios.

De nuevo, posó su mirada en la de Vincent. Ese tono con que le hablaba, ¿amabilidad? Estaba intentando ayudarla… por tercera vez. Bueno, estaba intentando salvar también su vida, no solo la de él mismo. Siguió petrificada, alternando la vista entre el brujo y los incendios, y no fue hasta que éste se giró, que ella trató de moverse. Iba a irse con Vincent. Él estaba intentando ayudarla. La última mirada se dirigió a su hermana, quien estaba siendo rodeada por los soldados. Después, trató de irse con el brujo, pero en cuanto dio el primer paso, cayó al suelo bajo un intenso dolor: su rodilla. Antes de ir al poblado, le habían dado un golpe en esa zona para que no pudiera moverse. Y ahora le costaba. Había estado todo el rato de pie, en la misma posición. No recordaba el dolor físico. En el suelo, tomó uno de los trozos astillados de su antiguo arco, y se intentó incorporar, ayudándose del brujo. Tomó su mano y avanzó un poco, pese a que le costaba correr. Pero sí, él tenía razón, tenían tiempo para huir mientras trataban de apagar los incendios. Y no iban a quedarse ahí para ser lanzados a uno.

Permaneció cerca de él para aprovechar el vértice que la rodeaba. No sabía qué era, o qué hacía, pero se sentía segura. Sorprendentemente, estaba a gusto rodeada de la magia de un hechicero. Y su amabilidad no tenía límites, pues, lejos de huir rápido y dejarla atrás, esperaba junto a ella, a su ritmo, para que el hechizo pudiera hacerle efecto a ambos.
Lo siento –dijo, con un hilo de voz. Esa disculpa podía abarca todo: desde lo ocurrido en Sandorai, el haberse encontrado con él y ser la culpable de su condena, hasta el simple hecho de que no podía correr bien. Pero siguió. Tenía que hacerlo. A cada paso que daba, pese a que le costara, se veía con más posibilidades de sobrevivir. Quería alejarse de allí, cuanto antes.

No sabía cuánto tiempo estuvieron corriendo, pero ya no se escuchaban los gritos, el crepitar del fuego consumiendo los troncos de los árboles, o las maldiciones de los miembros del clan. Parecía que el mismo bosque acallaba lo sucedido. Algo que seguía rondando en la mente de la elfa. Otra caída más, tras las tantas que había tenido, le sirvió para pedirle al brujo que se detuviera –espera… –trató de coger aire, mientras se incorporaba, apoyada en un árbol -. Será mejor que nos separemos, Vincent. Les será más complicado venir a por ambos por separado. Y no quiero que a ti te pase nada -posó su mirada en la de él –, y… gracias –se mantuvo en silencio unos segundos –. Sí confío en ti –giró la cabeza para no mirarle cuando dijo eso –, pero, no debería. Y, sin embargo… –sonrió haciendo una mueca. Inspiró, y, de nuevo, habló pasados unos segundos –ve por otro lado. Yo estaré bien, pero quiero que tú también lo estés. Estamos lejos ya del poblado. Por aquí hacia el este hay un camino de mercaderes. Ahí no atacarán, ya que es la zona de unos clanes que sí tienen convenios comerciales con Verisar. Yo iré hacia el sur, hacia la Playa de los Ancestros. Ahí tampoco tienen jurisdicción alguna –informó.

Se quedó apoyada en el árbol que había usado para levantarse, mirando al brujo, incapaz de asimilar, aún, que había salvado su vida. Quería hacer algo, pero no tenía valor. Y sabía que no estaba bien… pero necesitaba hacerlo. Como si fuera Ingela, otra persona que también había estado con ella incluso en la adversidad, quiso darle las gracias. Dio un pequeño paso hacia delante, para acercarse al hechicero –Vincent… –aun temblando como estaba, le rodeó con sus brazos, intentando evitar que su tono saliera ahogado –... gracias –repitió, mientras se fundía en un abrazo con el brujo.

Fue rápido, antes de que se despidiera por última vez y emprendiera el camino hacia el sur, lo más rápido que podía.

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Mensaje  Vincent Calhoun Sáb Sep 22 2018, 03:02

Y de este modo una nueva batalla había comenzado.

La facilidad para que nuestro querido brujo se metiera en problemas, combates y guerras, era digna de mención. Bien parecía que una maldición alargaba su oscura sombra sobre el brujo de dorados cabellos, más la realidad es que al bueno de Vincent le encantaban los problemas.

¿Tenerlos? No, a nadie le gustaba tenerlos, pero ayudar a solventarlos era todo un vicio para el hechicero de este relato. Tanto, que era costumbre acabar metido en líos por querer ayudar y solucionar dichos problemas. En definitiva, que no hacía falta ninguna maldición para que Vincent Calhoun acabara envuelto en dificultades, y prácticamente se podía decir que su nombre era sinónimo de follones.

De todos modos, quizás en esta ocasión sería injusto considerar que el brujo había hecho una de las suyas, y que por su culpa había terminado enfrascado en una nueva pelea. Lo cierto es que esta vez no había hecho más que caminar, y que solo por eso, un atajo de elfos locos habían decidido quemarlo. Porque según ellos, posar sus pies sobre sus tierras era suficiente afrenta para merecer la pena capital.

En este punto, para Vinc era inevitable pensar que quizás esa gente se excedía un poquito con sus leyes, un poquito por lo menos, o en su defecto, no tenían muy bien señalizado donde empezaba y terminaba lo que se podría considerar las tierras de ese clan élfico… A sus ojos, ¡con leyes tan contundentes era lo mínimo que podían hacer! Con una buena señalización habrían menos intrusos, y por qué no decirlo, menos intrusos muertos.

En fin, estaba bien claro que a ese grupo de elfos le importaba bien poco quien pisara sus tierras. Simplemente, cualquier excusa era buena para matar a un brujo y a una elfa que consideraban traidora. Poner unos carteles que dijeran: “Eh tú, si eres brujo o traidor, tenemos una noticia que darte. Date media vuelta o tus días acabarán dentro de las llamas de una pira”, era una consideración que, por estúpida que sonara, no harían jamás. Daba igual si era una broma dentro de su cabeza, o  de verdad una idea genial, lo único que deseaban en ese poblado era que los incautos cruzaran la frontera de sus tierras, y poder mandar a la hoguera al mayor número de brujos posible.

Brujos porque su odio hacia ellos era extremista y del todo singular, incluso para ser elfos, pero a estas alturas de la obra de teatro, no le extrañaría en absoluto que también quemaran humanos o cualquier miembro de otra especie. Se notaba que eran demasiado…, cómo decirlo, puristas con respecto a su propia cultura. Todo lo que no fuera elfo era malo, y todo lo que fuera elfo y se juntara con lo no élfico, era igualmente malo.

Vamos, que al brujo no se le cayeron los anillos por ayudar a la elfa a incorporarse y darle apoyo para iniciar su andar. Cuánto menos tiempo permanecería allí, mucho mejor para sus intereses.

Ya había tenido suficiente sermón racista por una buena temporada, y si no aprovechaban la ventaja que les proporcionaba el fuego, jamás saldrían de allí.

No ocultó su satisfacción al ver como Helyare apretaba el paso, pese a sus molestias en una de sus rodillas. Caminando nunca lo lograrían, y notar como mejoraba poco a poco, y cada vez podían huir le alegra, pues ese dato marcaría la diferencia entre la vida y la muerte.

Por irónico que pareciese, no tuvieron muchos problemas para escapar. Algunos elfos les lanzaron flechas y otros objetos, más no traspasaron el viento que los rodeaba, y además no insistieron en hostigarlos y perseguirlos. Las llamas que había generado en los tronos con ayuda de su magia se tenían que estar extendiendo con rapidez. Esa era la idea, y solo si los elfos se concentraban en apagar el fuego mágico podrían salvar su poblado.

Por tanto debían elegir, matar al brujo y la traidora, o salvar sus hogares. Hasta para unos racistas como aquellos la elección era sencilla.

No sabría calcular cuánto tiempo estuvieron corriendo, pero en cuanto estuvieron suficientemente alejados del poblado, bajó su defensa mágica de viento, y se permitió echar una ojeada a su espalda. Una visión de humo por encima de las copas de los árboles, y del fulgor del fuego ascendiendo junto a este, se dibujaron en sus ojos al tiempo que contemplaba la distracción que había creado. Una ligera comprobación del éxito de su plana antes de volver a correr hacia su libertad.

- ¿Por qué lo sientes? - preguntó, cuando ya no se escuchaba el ruido del caos a sus espaldas.

En realidad no se escuchaba absolutamente nada, cómo si el propio bosque hubiera decidido que era un día funesto, en el que debía permanecer en sagrado silencio.

- Que yo sepa no tenías pensado quemarme, o acaso sí lo has pensado-, bromeó, medio sonriente. - La culpa es de ellos, y solamente de ellos. Querían matarme por cometer el sacrilegio de nacer de otra raza distinta. Cómo si hubiese tenido elección en su día, ¿no? - rió levemente.

Ahora que no estaba en inminente peligro podía relajarse un poco. Lo justo para no parecer que tenía un palo metido por donde la espalda pierde su casto nombre.

- No hace falta que me des las gracias. Digamos que tenía motivos personales para salir vivo de esa encerrona-, se mostró animado y sonriente. - Y sí, tienes toda la razón. Es mejor que nos separemos. Una vez controlen el fuego deberán repartir sus  rastreadores en dos direcciones, y bueno, no soy elfo, pero te aseguro que media vida metido en los caminos da para muchos trucos para volatilizar tu rastro-, volvió a reír, esta vez con más fuerza. - Bien, entonces iré hacia el este, encontraré ese camino y lo seguiré. Igual hasta puedo hacer algún trato con los elfos, uno que no signifique pactar con mi vida, para variar-, medio sonrió con descaro.

Después de cada batalla toda persona hacía bien en sentirse más vivo que nunca. Era algo que todo veterano sabía bien, pues salir airoso de la guerra era motivo de celebración. No todos tenían tanta suerte, o tenían a los dioses de su lado.

- Y no sé por qué no deberías confiar en mí. Sólo soy una persona como otra cualquier…-, empezó a decir, pero antes de terminar la frase la elfa le dio un abrazo que no se esperaba. - Hey, esto es nuevo. Dónde quedan tus ansias de matarme. Mmm, no sé si podré acostumbrarme-, comentó divertido y algo socarrón. - Igual no tengas tanta prisa-, le dijo a la ya espalda de la elfa, que se encaminaba hacia el sur. - Apagar mi fuego les llevará bastante tiempo, podemos continuar un rato juntos, antes de que tengas que desviarte al sur. Si quieres, claro, así me cuentas por qué demonios tienes el pelo blanco-, se cruzó de brazos, con una sonrisa dibujada en los labios, y esperando respuesta. - He barajado algunas posibilidades, más por algún extraño motivo he decidido descartar que hayas usado un tinte alquímico de Beltrexus-, ensanchó su sonrisa y enarcó una ceja, mostrando un pícaro rostro que hasta cierto punto le daba cierta apariencia lobuna.
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Mensaje  Helyare Jue Sep 27 2018, 23:58

No pudo decir, en voz alta, por qué lo sentía. No se atrevía o no le salían las palabras. Tal vez el miedo, el orgullo, o que no sabía cómo explicar lo que quería decir. Pero el caso es que no respondió a esa pregunta de Vincent. Todavía estaba temblando y el dolor de la rodilla le subía por el muslo y le bajaba hasta el talón. Cuando el brujo empezó a hablar de si tenía pensamientos de quemarlo, Helyare pensó. ¿Quería quemarlo? Realmente nunca quiso. Matarlo sí, pero no de esa forma, sino de un flechazo. ¿Y por qué nunca lo hizo? Había tenido varias oportunidades de oro para ensartarle una flecha entre ceja y ceja, pero nunca lo había hecho, o había fallado para que solo quedara en un aviso. ¿Por qué no había conseguido matar a Vincent y a otros brujos sí? Le miró, con una mezcla de desconcierto y tristeza. En realidad, se sentía mal por la condena que había caído sobre él. Y, a pesar de todo, todavía tenía ganas de reírse y hacer chistecitos. No alcanzaba a entender a ese hechicero tan extraño.

Pero la había salvado. Y no una vez, sino varias.
A pesar de que no comprendía su espontánea alegría, trató de sonreír sutilmente para agradecerle. Aunque ella no tenía motivos para sonreír. Las duras palabras de su madre, el odio en la mirada de quien había sido su suegra, de quien había cuidado tanto de ella, el desconcierto y… ¿qué más? No alcanzó a leer la mirada de su hermana. La decepción en el resto, juntado con el odio, el asco al verla… ¿Por qué iba a sonreír? Su propia madre había renegado de ella. Su cabeza le dolía como si hubiera recibido ahí la patada. Apoyó la mano en su mejilla para interceptar una lágrima que le caía. Y todavía no lo había asimilado del todo. Estaba más centrada en los caminos que debían seguir. Y, realmente, a ella ya le importaba poco si la descubrían y la condenaban. Lo había perdido absolutamente todo. Pero no quería que Vincent fuera una víctima, aunque fuera brujo no se merecía eso, no se merecía nada malo. Era todo lo contrario a lo que le habían enseñado que tenía que ser un mago. Y no podía estar más agradecida, por mucho que le pesase el tener que reconocer eso de alguien de la raza de Vincent.
Quien era su familia, quienes debían cuidarse y protegerse, la habían condenado a muerte; quien era el enemigo, la había salvado. Su cabeza iba a estallar.

No te acostumbres… brujo… –musitó, aún tratando de ahogar su voz. Después de separarse de él y querer emprender la marcha, se giró, de nuevo, mirando al brujo y negó –. No podemos ir juntos, Vincent… en cuanto hayan controlado la situación mandarán a los ejércitos a por nosotros, mientras, los que no son guerreros se quedarán apagando el fuego. O usan la magia… tampoco tenemos mucho tiempo para escapar –no quería separarse de él, de verdad que estaba atemorizada. Pero no podían volver a caer en las garras del antiguo clan de Helyare. Nadie les garantizaba que volverían a salir con vida. Suspiró –. Tenemos que separarnos.

La curiosidad del brujo por su pelo blanco y la calma que llevaba fueron algo chocantes para la elfa, quien seguía temblando, como si tuviese frío, y estaba muy nerviosa, inquieta y alerta todo el rato.
Mi pelo –se tocó un mechón y lo trató de colocar, bastante apurada –… no sé por qué lo tengo así. Se fue volviendo blanco. Supongo que es magia por el destierro, igual que… mis poderes –agachó la cabeza y se miró las manos. No podía usar su magia, trataban de convertirla en una humana cualquiera, arrebatarle la identidad de elfa. Realmente, no sabía por qué su pelo se había vuelto así, pero dijo lo que ella imaginaba que podía ser –. Será mejor que me vaya –suspiró y levantó un poco la vista hacia él –. Por favor, Vincent, ve por el sitio que te he dicho, no te retrases, intenta buscar protección en clanes que te la puedan dar. Ellos no te atacarán si estás en otro territorio de Sandorai. Pero, por favor, no dejes que te atrapen –casi lo estaba suplicando. Por alguna extraña –y no tan extraña –razón, no quería que él sufriese más.

Durante un instante más, intercambió una mirada con él; después se fue, aunque le costaba andar. Pero tenía que irse sola. El camino que ella seguiría era el que estaba más cercano al poblado y, aunque podía escapar si se apuraba, les podía entretener antes de que fueran a buscar al brujo. Su camino, por desgracia, era el más largo, pero, sin duda, el más seguro.

Emprendió el camino sola, a duras penas, mientras su cabeza daba vueltas y vueltas, su pecho parecía estar siendo aplastado por una gran losa y sus extremidades eran una especie de pudin. Sentía una soga anudarse a su cuello con fuerza, y sus ojos escocían de tanto aguantar el llanto. Hasta que no pudo más.

Incapaz de asumir lo que había ocurrido, Helyare siguió corriendo por entre los árboles con intención de salir cuanto antes del bosque. Había dejado a Vincent atrás, asegurándose que él también conseguía escapar. Y ahora estaba sola, completamente sola de nuevo. El lugar que durante años había sido su hogar, conociéndose cada raíz, cada rama, cada flor que salía en la base de los árboles, ahora se le hacía desconocido. Se veía torpe, tropezaba con las raíces como lo hubiera hecho cualquier humano. Tardaba demasiado en levantarse del suelo y seguir su patética carrera. ¡Cualquiera diría que era una elfa! Pero su mente estaba nublada y sus ojos empañados en lágrimas al conocer cuál sería su futuro. Ya no tenía el arco, sólo un pequeño trozo de la madera envuelto entre sus dedos. No se daba cuenta, pero lo apretaba con tanta fuerza que se estaba clavando las astillas. Ahora ese dolor daba igual, apenas lo sentía. Ni siquiera era consciente de su propio cuerpo durante la carrera. Y así, tropezó varias veces más, además que una de sus piernas no estaba del todo bien. No ayudaba mucho a mantener el equilibrio.
Su aspecto era horrible, estaba sucia, despeinada y cualquiera hubiese dicho que era una vagabunda que había ido a sacarse unos aeros a la fiesta. Pero nada más lejos de la realidad. Helyare ni siquiera sabía que había fiesta.

Al salir de entre los árboles volvió a caer, apoyándose en sus antebrazos. Los tenía descubiertos, pudo ver perfectamente las cicatrices que los cubrían. ¿Qué dios la odiaba tanto para hacerle esto? Miró hacia atrás con rapidez y, al encontrarse con los árboles, retrocedió hacia la playa, aún en el suelo. Sólo unos segundos, luego se quedó ahí, sentada, mirando al bosque.
Quien hubiese conocido a Helyare unos años atrás y ahora iba a ver a dos personas completamente diferentes. Destacaba su fortaleza, determinación, capacidad de mando. Nada quedaba de todo eso en ese momento. Parecía un fantasma, un ente sin alma.

Ni supo cuánto tiempo estuvo allí, sentada. Ya no pasaba el tiempo a pesar de que su vida iba a contrarreloj. Su cerebro trabajaba en exceso, y a veces se bloqueaba. Ni siquiera era capaz de razonar, pensar, o tan siquiera hablar. Tampoco era consciente de que estaba llorando. Simplemente estaba ahí, sentada.

Sonagashira revoloteaba contenta por la costa con intención de dirigirse a la festividad. Había escuchado a unos mercaderes hablar sobre el Midsummarblot, una celebración con hogueras. Pero lo más importante: con baile y flores.
Aclaración:
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Mensaje  Vincent Calhoun Sáb Oct 13 2018, 02:20

El titubeo de la elfa duró el mismo tiempo que un aleteo de colibrí. Tal era su voluntad, que con esa rapidez no tardó en contestarle al brujo, y ni por un instante se replanteó su decisión inicial.

Los elfos controlarían el fuego y saldrían en su persecución. Era una futurible del que el rubio estaba tan seguro como lo estaba Helyare. Porque si por un momento, pudiera pensarse que los elfos del pueblo ya habían tenido suficiente, sólo había que añadirle a esa idea el pequeño detalle que había destruido parte del edifico que se levantaba en  representación del poder y liderazgo de aquel clan, para darse cuánta que nunca los olvidaría.

Si esa gente ya tenía ganas de matarlo por racistas y por su ideología tan extremista, ahora que había osado destruir los tronos de su consejo, no escatimarían en recursos y tiempo para encontrarlo.

El fuego había sido un plan genial. La única posibilidad que tenía de lograr una fuga exitosa, que con tal desventaja numérica, era imposible de realizar sin una distracción que los mantuviera entretenidos. No obstante, era un plan de corta duración, y en cuanto se pasara ese tiempo de ventaja, los elfos los perseguirían con todas sus fuerzas, y con el odio por ellos mucho más que intacto. De aquí en adelante, mucho se temía, ambos se habían vuelto en el principal enemigo para el antiguo clan de Helyare.

Y ese pensamiento era un tanto desolador para el mercenario, pues sabía lo que significaba para la elfa, y hasta cierto punto sentía que tenía la culpa de ello. Si no los hubieran encontrado juntos en el bosque, puede que la arquera hubiera salido mejor parada de todo aquello. Una fútil ilusión, claro estaba, más el rubio no podía dejar de ser un iluso en un mundo falto de ilusiones.

Qué podía decir. Sólo había un modo de hacer del mundo un lugar mejor, y era creer que era posible.

El caso es que para nuestro brujo no era una sensación agradable. Sabía que la elfa no lo estaba pasando bien, aunque se mostrara fuerte ante sus ojos. Y no, no lo decía porque pareciera que era fuerte sin serlo, en realidad estaba seguro de que lo era, más ser fuerte no te deja exento de sentimientos. Y ojalá ni los dioses se les ocurriera dejar a los mortales sin ellos, pues eran la parte fundamental de todo ser, y la que definía el carácter de cada persona en aquel duro e implacable mundo. Sin los sentimientos no se podían tomar buenas decisiones, por raro que pudiese sonar, porque sin ellos hasta la lógica dejaba de tener lógica. Sin ellos, ningún hombre o mujer podía entender lo que era la crueldad, la generosidad o el honor… Un mundo que hacía parecer Aerandir un juego de niños, y en el poco mortales merecerían vivir con tal castigo sobre sus hombros.

En fin, asuntos filosóficos aparte, no se sentía bien al haber empeorado la relación de la arquera con los elfos de su pueblo natal. Incluso aunque sabía  que, en realidad, no había forma de empeorar tal relación.

- Es más difícil evitar acostumbrarse a esto, que a tus intentos de asesinato hacia mi persona-, bromeó, sobre todo para evitar anclarse en los negativos y tristes pensamientos que albergaba. - Sí, sé que no tenemos tiempo, pero pensé que quizás podríamos haber seguido unos metros juntos-, se encogió de hombros. - Pero lo entiendo, será mejor separarnos y aprovechar todo el tiempo que nos he dado-, dijo, a la vez que asentía con la cabeza, dándole la razón a la elfa.

Habían tenido muchísima suerte en aquel poblado. Ni con la distracción del fuego pensaba que lo lograrían, pero debía intentarlo de todos modos. No pensaba morir sin luchar. Y bueno, ahora que se había hecho realidad el mejor escenario posible, no era momento de joderla y perder la oportunidad de escapar.

- Vaya, deberías ir a ver un experto. Hay muchos elfos que viven fuera de Sandorai, quizás algún sacerdote, una sanadora o alquimista podría ayudarte-, intentó aconsejarla, sin saber muy bien como. Lo único que tuvo claro, es que pese a los últimos acontecimientos, era mejor no decirle que fuera a ver a un brujo. - Tranquila. Llevo casi toda mi vida en los caminos. No me atraparán ni aunque esté en territorio élfico. Pronto encontraré el sendero que me dices y llegaré hasta el poblado de los elfos que me comentaste-, se mostró tranquilo.

Helyare ya tenía suficiente angustia por una buena temporada, no hacía falta preocuparla más. Además, tampoco decía ninguna mentira piadora. Era verdad que era buen rastreador, y con las indicaciones de la peliblanca llegaría a lugar seguro.

- Lo mismo digo. Y sobre todo, cuídate, que no siempre me tendrás a mano para salvarte el trasero-, se despidió bromista y socarrón, antes de reír levemente. - En serio, cuídate. Seguro que nos volvemos algún día. Quien sabe-, comentó más serio. - Suerte en la senda.

Una despedida clásica y corta de mercenario, que rezaba por la buenaventura del compañero mercenario que afrontaba su destino. Y que en esta ocasión fue el punto final del trayecto junto a la elfa. A partir de ese momento estaba solo, perseguido por enemigos expertos en el rastreo y la lucha en el bosque, y que además contaban con la ventaja de estar en su territorio… Y no obstante no tenía miedo. Sabía que lo lograría, o que moriría intentándolo. Con las botas puestas, como se solía decir.

Al fin y al cabo, por qué sentir miedo, básicamente, sólo era un día más de la peligrosa vida que había elegido. Nada nuevo bajo el sol de Aerandir.
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