Aquellos que luchan [Privado Alanna-Alward]
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Aquellos que luchan [Privado Alanna-Alward]
Hacía tiempo que no lo probaba, montar a caballo. Cuando su yegua; Epons, se había recuperado totalmente de sus heridas y estaba lista para emprender un viaje de ciudad en ciudad, no dudó en llevarla consigo. Llevaba poco equipaje y suministros en los faldones de la silla de montar, ya que esperaba que su estancia fuera de casa no llevase más de dos o tres días.
Iba a paso tranquilo, acompañado por el carromato de Rischer, el cual manejaba este y, a su lado, se encontraba el brujo Ivens. Los tres se encaminaban hacia Vulwufar para hacer unos recados. Alward estaba concentrado en poder manejar a Epons lo más suelto posible y que esta mostrase la misma confianza de siempre en su jinete. De vez en cuando la acariciaba para mantener y desarrollar aún más el vínculo, para que esta no se mostrase desconfiada o se pusiera nerviosa.
-Eso es...-Le acariciaba su majestuosa crin-...Buena chica
-¿Cómo la ves?-Dijo el brujo inclinando un poco su tronco hacia adelante para mirar al humano
-Mejor que nunca, ¿Verdad, Epons?-Le dio un par de palmaditas suaves en la nuca
La yegua relinchó y sacudió el cuello con delicadeza, como si de algún modo afirmase su estado. Era curioso, Alward sentía que si pudiera hablar, habría dicho que sí.
-Epons es una chica de batalla. No como estos-Miró a los caballos que tiraban del carromato-Los pobres siempre se asustan con el más mínimo estruendo
-...¿No tienen nombre?
-Son alquilados-Se encogió de hombros-Aunque Cid siempre me da los mismos
-Eso suena a una indirecta para que los compres-Soltó una risa que contagió al brujo
-El elfo se encogió de nuevo de hombros-Saldría más rentable que alquilarlos una y otra vez
Cuando llegaron a la ciudad, Alward se separó de sus amigos junto a su yegua. Quería practicar su montura a lomos de Epons mientras que sus dos amigos se encargaban de arreglar sus asuntos sin él, además de que al joven Sevna le aburría bastante ir de recados y todas esas cosas que se asimilaran a "comprar", por así decirlo.
Recorrió al menos durante algo más de media hora los alrededores de la ciudad costera. El ambiente a agua salada se notaba y entraba por sus vías respiratorias como una esencia reconfortante y renovadora, sin duda le encantaba el mar y el paisaje costero.
Se detuvo en lo alto de una colina, la cual se encontraba al lado de un camino que se dirigía a una pequeña aldea pesquera que estaba más o menos a media hora de la ciudad. Se bajó de Epons para que esta pudiese pastar y descansar cuanto gustase. No tenía prisa, ya que probablemente hasta el día siguiente no partiría hacia Lunargenta de nuevo, así podría incluso hasta despejarse él de todo.
El mercenario se quedó de brazos cruzados y estático mirando a aquella aldea, y por consiguiente, al mar, absorto y ensimismado.
Sintió un relinchar en su espalda y se volteó. Epons se le había acercado y le miraba, estaba intentando captar la atención de Alward. Este se acercó a ella y le agarró de la cabeza con suavidad para luego acariciarle un lateral de esta, mientras dibujaba una sonrisa en su rostro.
-¿Qué te parece tu primera excursión después de tanto tiempo?-Se pausó unos segundos-Pero, no te relajes demasiado, ¡En cuanto volvamos a Lunargenta habrá que entrenarte!
Iba a paso tranquilo, acompañado por el carromato de Rischer, el cual manejaba este y, a su lado, se encontraba el brujo Ivens. Los tres se encaminaban hacia Vulwufar para hacer unos recados. Alward estaba concentrado en poder manejar a Epons lo más suelto posible y que esta mostrase la misma confianza de siempre en su jinete. De vez en cuando la acariciaba para mantener y desarrollar aún más el vínculo, para que esta no se mostrase desconfiada o se pusiera nerviosa.
-Eso es...-Le acariciaba su majestuosa crin-...Buena chica
-¿Cómo la ves?-Dijo el brujo inclinando un poco su tronco hacia adelante para mirar al humano
-Mejor que nunca, ¿Verdad, Epons?-Le dio un par de palmaditas suaves en la nuca
La yegua relinchó y sacudió el cuello con delicadeza, como si de algún modo afirmase su estado. Era curioso, Alward sentía que si pudiera hablar, habría dicho que sí.
-Epons es una chica de batalla. No como estos-Miró a los caballos que tiraban del carromato-Los pobres siempre se asustan con el más mínimo estruendo
-...¿No tienen nombre?
-Son alquilados-Se encogió de hombros-Aunque Cid siempre me da los mismos
-Eso suena a una indirecta para que los compres-Soltó una risa que contagió al brujo
-El elfo se encogió de nuevo de hombros-Saldría más rentable que alquilarlos una y otra vez
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Cuando llegaron a la ciudad, Alward se separó de sus amigos junto a su yegua. Quería practicar su montura a lomos de Epons mientras que sus dos amigos se encargaban de arreglar sus asuntos sin él, además de que al joven Sevna le aburría bastante ir de recados y todas esas cosas que se asimilaran a "comprar", por así decirlo.
Recorrió al menos durante algo más de media hora los alrededores de la ciudad costera. El ambiente a agua salada se notaba y entraba por sus vías respiratorias como una esencia reconfortante y renovadora, sin duda le encantaba el mar y el paisaje costero.
Se detuvo en lo alto de una colina, la cual se encontraba al lado de un camino que se dirigía a una pequeña aldea pesquera que estaba más o menos a media hora de la ciudad. Se bajó de Epons para que esta pudiese pastar y descansar cuanto gustase. No tenía prisa, ya que probablemente hasta el día siguiente no partiría hacia Lunargenta de nuevo, así podría incluso hasta despejarse él de todo.
El mercenario se quedó de brazos cruzados y estático mirando a aquella aldea, y por consiguiente, al mar, absorto y ensimismado.
Sintió un relinchar en su espalda y se volteó. Epons se le había acercado y le miraba, estaba intentando captar la atención de Alward. Este se acercó a ella y le agarró de la cabeza con suavidad para luego acariciarle un lateral de esta, mientras dibujaba una sonrisa en su rostro.
-¿Qué te parece tu primera excursión después de tanto tiempo?-Se pausó unos segundos-Pero, no te relajes demasiado, ¡En cuanto volvamos a Lunargenta habrá que entrenarte!
Alward Sevna
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Re: Aquellos que luchan [Privado Alanna-Alward]
Esa mañana amaneció fresca y tranquila. La nieve cubría la zona de campamento y aunque el fuego se había apagado al rededor de las cinco, el frío no había entrado en la tienda. Tessa se desperezó haciendo crujir sus músculos agarrotados y deshizo la trenza de su pelo con los ojos cerrados. Ese tenía pinta de ir a ser un gran día. Tranquilo, pacífico, soleado. Ni el frío ni el madrugón iban a ponerla de mal humor. Por primera vez en semanas, desde que se habían vuelto a acercar a la capital humana, parecía que todo volvía a ir bien.
Sintió que tenía mucho sitio. Era extraño, de normal Alanna se levantaba más tarde que ella. La guardia no había perdido la costumbre de entrenar por las mañanas, pero en ese tiempo frío le gustaba remolonear entre las sábanas mientras los primeros sonidos se expandían por el campamento. Rodó estirando brazos y piernas con un gruñido similar al que haría un perro al estirarse, y se dejó caer sin fuerzas, notando un trozo de papel chocar con el dorso de su mano.
Con gesto arrugado, se giró y tomó la carta entre sus manos. La pulcra letra cursiva de la Gata era claramente visible en el dorso, donde había puesto en grande: "TESSA". Eso le olía mal. Desplegó la misiva y leyó rápido: "Me he ido a Vulwulfar por eso que leímos el otro día. No te preocupes, nos vemos a mi vuelta. Con cariño; Alanna." La rabia comenzó a subir por la garganta de la arquera que, poniéndose de un tirón las botas y la capa, salió de la tienda, consciente de que la chica ya estaría lejos, por lo fría que había estado la cama, y gritó, por el simple gusto de desahogarse.
— ¡ALANNA! — Y ahí fue cuando despertó a todo el campamento, y se acabó la paz.
La espadachín, mientras tanto, avanzaba ya a lomos de Briane hacia las tierras de la pesca. Había salido de madrugada, cuando el sol ni siquiera asomaba y la luna comenzaba a bajar, adormilada. Se había calado la capa y la capucha, había ensillado a Briane y, tras coger un poco de comida y unas mantas para llenar su fardo, había montado y había salido al galope con ese cartel de "se busca a venturero" a salvo en el interior de su armadura ligera.
El viento fresco le golpeaba la cara, que se le había quedado ya roja por el frío, y la sonrisa, algo seca por el aire aun adornaba su gesto. Hacía mucho que no iba a buscar una aventura por su cuenta y riesgo. Estaba segura de que Tessa iba a regañarla largo y tendido, pero el cartel le había parecido sencillo, divertido y fácil. Estaba segura de que no tendría problemas para solucionarlo si lo único que pedían era "aventureros" no decía nada de "Socorro", "Ayuda" o similar. Solo podía esperar divertirse y tomar algo delicioso en alguna taberna.
El sol le dio en la cara cuando alcanzó a lomos de Briane la colina que precedía ese pueblecito pesquero. Probablemente Tessa se hubiera criado en un lugar así. Con el olor a sal meciendo le los cabellos, las estrellas guía brillándole en los ojos, y los gritos del mercado en los oídos. Y es que en ese prado, probablemente el único que quedase sin cubrir de nieve de todo Aerandir, podía sentirse todo eso. La fresca brisa del mar enredándose en el pelo, deshaciendo el precario agarre de su lazo, que salió volando a quién sabía dónde, las risas de los vendedores que intentaban engatusar a los grandes compradores de que su pesca era la mejor del día, el sol claro bañándole los ojos, iluminándolos en verde.
Descendió de la yegua y la dejó trotar mientras estiraba las piernas, agarrotadas por el largo viaje. Estiró los brazos al cielo, destensando los hombros, haciendo sonar un levísimo "crack" al relajar los músculos y se acercó para completar en su totalidad el paisaje, sin esa cegadora luz solar.
Caminó con paso tranquilo, apartando los rebeldes mechones de pelo castaño de su cara, y respirando a fondo el salitre. Ese lugar era más cálido que el resto de Aerandir, probablemente el mar regulase la temperatura. Se deshizo de su capa y miró de nuevo hacia arriba, distinguiendo un par de formas hacia las que su yegua se acercó corriendo.
— ¡Briane, no molestes! — le pidió al animal corriendo a su encuentro, aunque la yegua, ciertamente, era el sumum de la dulzura.
Sintió que tenía mucho sitio. Era extraño, de normal Alanna se levantaba más tarde que ella. La guardia no había perdido la costumbre de entrenar por las mañanas, pero en ese tiempo frío le gustaba remolonear entre las sábanas mientras los primeros sonidos se expandían por el campamento. Rodó estirando brazos y piernas con un gruñido similar al que haría un perro al estirarse, y se dejó caer sin fuerzas, notando un trozo de papel chocar con el dorso de su mano.
Con gesto arrugado, se giró y tomó la carta entre sus manos. La pulcra letra cursiva de la Gata era claramente visible en el dorso, donde había puesto en grande: "TESSA". Eso le olía mal. Desplegó la misiva y leyó rápido: "Me he ido a Vulwulfar por eso que leímos el otro día. No te preocupes, nos vemos a mi vuelta. Con cariño; Alanna." La rabia comenzó a subir por la garganta de la arquera que, poniéndose de un tirón las botas y la capa, salió de la tienda, consciente de que la chica ya estaría lejos, por lo fría que había estado la cama, y gritó, por el simple gusto de desahogarse.
— ¡ALANNA! — Y ahí fue cuando despertó a todo el campamento, y se acabó la paz.
La espadachín, mientras tanto, avanzaba ya a lomos de Briane hacia las tierras de la pesca. Había salido de madrugada, cuando el sol ni siquiera asomaba y la luna comenzaba a bajar, adormilada. Se había calado la capa y la capucha, había ensillado a Briane y, tras coger un poco de comida y unas mantas para llenar su fardo, había montado y había salido al galope con ese cartel de "se busca a venturero" a salvo en el interior de su armadura ligera.
El viento fresco le golpeaba la cara, que se le había quedado ya roja por el frío, y la sonrisa, algo seca por el aire aun adornaba su gesto. Hacía mucho que no iba a buscar una aventura por su cuenta y riesgo. Estaba segura de que Tessa iba a regañarla largo y tendido, pero el cartel le había parecido sencillo, divertido y fácil. Estaba segura de que no tendría problemas para solucionarlo si lo único que pedían era "aventureros" no decía nada de "Socorro", "Ayuda" o similar. Solo podía esperar divertirse y tomar algo delicioso en alguna taberna.
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El sol le dio en la cara cuando alcanzó a lomos de Briane la colina que precedía ese pueblecito pesquero. Probablemente Tessa se hubiera criado en un lugar así. Con el olor a sal meciendo le los cabellos, las estrellas guía brillándole en los ojos, y los gritos del mercado en los oídos. Y es que en ese prado, probablemente el único que quedase sin cubrir de nieve de todo Aerandir, podía sentirse todo eso. La fresca brisa del mar enredándose en el pelo, deshaciendo el precario agarre de su lazo, que salió volando a quién sabía dónde, las risas de los vendedores que intentaban engatusar a los grandes compradores de que su pesca era la mejor del día, el sol claro bañándole los ojos, iluminándolos en verde.
Descendió de la yegua y la dejó trotar mientras estiraba las piernas, agarrotadas por el largo viaje. Estiró los brazos al cielo, destensando los hombros, haciendo sonar un levísimo "crack" al relajar los músculos y se acercó para completar en su totalidad el paisaje, sin esa cegadora luz solar.
Caminó con paso tranquilo, apartando los rebeldes mechones de pelo castaño de su cara, y respirando a fondo el salitre. Ese lugar era más cálido que el resto de Aerandir, probablemente el mar regulase la temperatura. Se deshizo de su capa y miró de nuevo hacia arriba, distinguiendo un par de formas hacia las que su yegua se acercó corriendo.
— ¡Briane, no molestes! — le pidió al animal corriendo a su encuentro, aunque la yegua, ciertamente, era el sumum de la dulzura.
Alanna Delteria
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Re: Aquellos que luchan [Privado Alanna-Alward]
Soltó el morro del animal y echó un pequeño vistazo a la silla de montar. Estaba toda destartalada y vieja.
-Hmmm... Debería de comprar una nueva silla de montar, parece que es la que verdaderamente salió mal parada de aquella emboscada-Rió, aunque eso a Epons poca gracia le hizo, ya que le empujó con su morro con suavidad mientras soltaba un pequeño y corto relincho molesta-¿Qué? Vamos, tú eres una chica fuerte y te has recuperado-Se encogió de hombros-¡Además, si es por lo de la silla, no he tenido ni tiempo ni dinero para comprarte una nueva!-La yegua pegó otra relinchada, esta vez sacudiendo su cabeza de un lado a otro-¡No soy rico!-Se excusó
En ese momento, sintió otros pasos acercándose con firmeza, parecía otro caballo. El mercenario echó un vistazo hacia la procedencia de dichos pasos y vio que, efectivamente, se trataba de un pariente de Epons.
-Vaya, aquí tienes un amigo... O una amiga
El pariente de Epons se le acercó y esta la saludó con una relinchada larga y acercándole su morro al cuello, para luego sacudir la cabeza y las orejas. El joven Sevna observaba la escena con una sonrisa dibujada en sus labios.
Alward oyó una voz que acompañaba al animal por detrás y le era extrañamente familiar. Se fijó bien para ver de quién se trataba. Era una mujer, con pelo castaño, un poco ondulado...
-...¿Alanna?-Se adelantó un par de pasos para ver mejor-¡Alanna!-Confirmó-Qué... ¡Extraña coincidencia!-Esbozó una sonrisa-Veo que te gusta el mar-Dijo con sarcasmo, aunque por otra parte era una casualidad que las dos veces que la había visto, contando esta, era en zonas marítimas. La primera vez, hace bastantes días, casi ni la cuenta si no llega a ser por Eiko, ya que aquel plan de entrar en el barco con sigilo no salió muy bien... Desde ese día no ha tenido muchas ganas de volver a sumergirse en ningún agua que cubra más allá del pecho.-Pero, ahora en serio, ¿Qué te trae por aquí?-Echó un vistazo hacia la montura, que suponía que era de la chica-Por cierto, es una yegua, ¿Verdad?-Volvió a centrar su mirada en Alanna-Es bastante bonita
Epons en ese momento giró todo su cuello, mirando a los dos humanos y relinchó molesta. Alward entonces elevó la mirada, poniendo los ojos en blanco, y llevó sus manos a la cintura adoptando una postura relajada para luego centrar su atención en su yegua.
-...Sí, Epons. Tú también eres hermosa-Suspiró mientras miraba con una sonrisa y mirada de complicidad a Alanna-Es una niña mimada-Se explicó
-Hmmm... Debería de comprar una nueva silla de montar, parece que es la que verdaderamente salió mal parada de aquella emboscada-Rió, aunque eso a Epons poca gracia le hizo, ya que le empujó con su morro con suavidad mientras soltaba un pequeño y corto relincho molesta-¿Qué? Vamos, tú eres una chica fuerte y te has recuperado-Se encogió de hombros-¡Además, si es por lo de la silla, no he tenido ni tiempo ni dinero para comprarte una nueva!-La yegua pegó otra relinchada, esta vez sacudiendo su cabeza de un lado a otro-¡No soy rico!-Se excusó
En ese momento, sintió otros pasos acercándose con firmeza, parecía otro caballo. El mercenario echó un vistazo hacia la procedencia de dichos pasos y vio que, efectivamente, se trataba de un pariente de Epons.
-Vaya, aquí tienes un amigo... O una amiga
El pariente de Epons se le acercó y esta la saludó con una relinchada larga y acercándole su morro al cuello, para luego sacudir la cabeza y las orejas. El joven Sevna observaba la escena con una sonrisa dibujada en sus labios.
Alward oyó una voz que acompañaba al animal por detrás y le era extrañamente familiar. Se fijó bien para ver de quién se trataba. Era una mujer, con pelo castaño, un poco ondulado...
-...¿Alanna?-Se adelantó un par de pasos para ver mejor-¡Alanna!-Confirmó-Qué... ¡Extraña coincidencia!-Esbozó una sonrisa-Veo que te gusta el mar-Dijo con sarcasmo, aunque por otra parte era una casualidad que las dos veces que la había visto, contando esta, era en zonas marítimas. La primera vez, hace bastantes días, casi ni la cuenta si no llega a ser por Eiko, ya que aquel plan de entrar en el barco con sigilo no salió muy bien... Desde ese día no ha tenido muchas ganas de volver a sumergirse en ningún agua que cubra más allá del pecho.-Pero, ahora en serio, ¿Qué te trae por aquí?-Echó un vistazo hacia la montura, que suponía que era de la chica-Por cierto, es una yegua, ¿Verdad?-Volvió a centrar su mirada en Alanna-Es bastante bonita
Epons en ese momento giró todo su cuello, mirando a los dos humanos y relinchó molesta. Alward entonces elevó la mirada, poniendo los ojos en blanco, y llevó sus manos a la cintura adoptando una postura relajada para luego centrar su atención en su yegua.
-...Sí, Epons. Tú también eres hermosa-Suspiró mientras miraba con una sonrisa y mirada de complicidad a Alanna-Es una niña mimada-Se explicó
Alward Sevna
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Re: Aquellos que luchan [Privado Alanna-Alward]
Hizo pantalla con la mano y se retiró el pelo de la cara cuando la brisa marina se lo revolvió. Era un alivio, ese lugar parecía sacado de un cuento de hadas. La guerra estaba siendo peor que la plaga. El hambre había acabado con más personas que la peste. La soledad había hecho enloquecer a tanta gente que los sanatorios no daban a basto. Las calles de las ciudades olían a sangre y polvo. Por eso era un verdadero alivio encontrarse allí. En ese sitio pacífico, limpio y brillante.
Por fin, cuando ya casi había alcanzado la cima de la colina, vio a Briane saludar con entusiasmo a otro caballo. La cola de su yegua se mecía de lado a lado, como si fuera un perro feliz de encontrar a otro con quien jugar. Alanna sonrió y se acercó dispuesta a disculparse cuando distinguí la voz que la llamaba por su nombre.
Frunció en ceño, en un principio. No esperaba encontrar a nadie que la conociera allí cerca. Pero al reconocer la cara del guerrero con quien colaboró para sacar a los esclavos del barco del puerto de Lunargenta. Sonrió y saludó con la mano acelerando el paso para acercarse. Había pensado que estaría sola ese viaje, pero acababa de encontrar un compañero de travesía. Tal vez él hubiera llegado allí por la misma razón que ella. Asintió a sus palabras. Sí, definitivamente era una coincidencia, el mundo era un pañuelo.
— Adoro el mar. — asintió suavemente, con una sonrisa que demostraba su buen humor. Podría decir lo mismo de él. ¿Siempre iba a encontrarlo en la costa? — Es una larga historia. — suspiró. — Sí, la compré hará un año. Es la mejor compañera del mundo para el campo de batalla. — sonrió ante el cumplido, satisfecha, cuidaba mucho de su caballo, era agradable que lo vieran. — Gracias. — Respondió y el resoplido del otro caballo la hizo apartar la vista de su yegua.
Paseó alrededor del animal, tocándolo de quijada a lomo, se alijo cuando le dio la vuelta por detrás, evitando una posible coz, y repitió el proceso a la inversa, llegando a la quijada. Se sacó unos terrones de azúcar y preguntó con un gesto si podía dárselos. La tomó de las bridas con suavidad, y sonrió cuando comió el dulce de su mano.
— Es preciosa, y está muy bien cuidada. — Le palmeó el cuello con calma. — He venido porque vi un cartel que ponía "Se necesitan aventureros", supongo que las viejas costumbres no se pierden. — rió un poco. — En la guardia siempre era yo la que se presentaba voluntaria para ir a cualquier lado. — Explicó. — pero me da la impresión de que era todo una broma, porque... bueno, mira esto. — Señaló el pueblo, extendiendo la mano y dando un paseo con sus ojos verdes por los tejados rojizos. — Es el colmo de la paz, no creo que se esté tan bien en ningún lado con los tiempos que corren. ¿Y a tí? ¿Qué te trae tan lejos? — Preguntó girándose a mirarlo con el ceño algo fruncido por la curiosidad.
No muy lejos, en la casa que presidía el pueblo, un grupo de mujeres encapuchadas parecía recitar extraños cantos. El terciopelo granate que les cubría hombros y cabeza ocultaba cabelleras de diferentes colores, y compartían un curioso color de ojos ambarinos y una sonrisa torcida. Todas, menos una.
En uno de los lados de ese amplio cuarto con suelo de madera clara, una sola mesa alargada sin silla alguna, dos grandes ventanales cubiertos por cortinas blancas, y un sin fin de grabados extraños repartidos por cualquier superficie de madera existente, había una mujer de largos cabellos rubios. Sus ojos de un azul profundo miraban a su alrededor con miedo. Procuraba que la capucha le ensombreciera el gesto, después de todo, ella no quería estar allí. Su hijo la esperaba en casa, por suerte, la esperaba en casa.
— Shalacadula. — Exclamó la voz cantante de la reunión, con tono ronco, haciendo que todas coreasen la extraña palabra. — Es hora hermanas, hoy pediremos el tributo. — dijo bajando las manos para unirlas en su regazo. — ¿Fleur, estás lista para señalar? — preguntó mirando a la mujer de la esquina con un brillo feroz en los ojos.
La mujer, que rondaba la treintena, asintió con sus parpados cerrados, respirando hondo. Se acercó y señaló una parte del grabado, evitando, conscientemente, su propia casa. Su mirada azul se inundó al ver que el pequeño Dave estaba condenado. Pero, ¿qué niño no lo estaba? Debía mantener a su pequeño con vida. Esperaba que alguien hubiera visto su cartel, de verdad necesitaban a alguien que les sacase de ese embrollo.
Por fin, cuando ya casi había alcanzado la cima de la colina, vio a Briane saludar con entusiasmo a otro caballo. La cola de su yegua se mecía de lado a lado, como si fuera un perro feliz de encontrar a otro con quien jugar. Alanna sonrió y se acercó dispuesta a disculparse cuando distinguí la voz que la llamaba por su nombre.
Frunció en ceño, en un principio. No esperaba encontrar a nadie que la conociera allí cerca. Pero al reconocer la cara del guerrero con quien colaboró para sacar a los esclavos del barco del puerto de Lunargenta. Sonrió y saludó con la mano acelerando el paso para acercarse. Había pensado que estaría sola ese viaje, pero acababa de encontrar un compañero de travesía. Tal vez él hubiera llegado allí por la misma razón que ella. Asintió a sus palabras. Sí, definitivamente era una coincidencia, el mundo era un pañuelo.
— Adoro el mar. — asintió suavemente, con una sonrisa que demostraba su buen humor. Podría decir lo mismo de él. ¿Siempre iba a encontrarlo en la costa? — Es una larga historia. — suspiró. — Sí, la compré hará un año. Es la mejor compañera del mundo para el campo de batalla. — sonrió ante el cumplido, satisfecha, cuidaba mucho de su caballo, era agradable que lo vieran. — Gracias. — Respondió y el resoplido del otro caballo la hizo apartar la vista de su yegua.
Paseó alrededor del animal, tocándolo de quijada a lomo, se alijo cuando le dio la vuelta por detrás, evitando una posible coz, y repitió el proceso a la inversa, llegando a la quijada. Se sacó unos terrones de azúcar y preguntó con un gesto si podía dárselos. La tomó de las bridas con suavidad, y sonrió cuando comió el dulce de su mano.
— Es preciosa, y está muy bien cuidada. — Le palmeó el cuello con calma. — He venido porque vi un cartel que ponía "Se necesitan aventureros", supongo que las viejas costumbres no se pierden. — rió un poco. — En la guardia siempre era yo la que se presentaba voluntaria para ir a cualquier lado. — Explicó. — pero me da la impresión de que era todo una broma, porque... bueno, mira esto. — Señaló el pueblo, extendiendo la mano y dando un paseo con sus ojos verdes por los tejados rojizos. — Es el colmo de la paz, no creo que se esté tan bien en ningún lado con los tiempos que corren. ¿Y a tí? ¿Qué te trae tan lejos? — Preguntó girándose a mirarlo con el ceño algo fruncido por la curiosidad.
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No muy lejos, en la casa que presidía el pueblo, un grupo de mujeres encapuchadas parecía recitar extraños cantos. El terciopelo granate que les cubría hombros y cabeza ocultaba cabelleras de diferentes colores, y compartían un curioso color de ojos ambarinos y una sonrisa torcida. Todas, menos una.
En uno de los lados de ese amplio cuarto con suelo de madera clara, una sola mesa alargada sin silla alguna, dos grandes ventanales cubiertos por cortinas blancas, y un sin fin de grabados extraños repartidos por cualquier superficie de madera existente, había una mujer de largos cabellos rubios. Sus ojos de un azul profundo miraban a su alrededor con miedo. Procuraba que la capucha le ensombreciera el gesto, después de todo, ella no quería estar allí. Su hijo la esperaba en casa, por suerte, la esperaba en casa.
— Shalacadula. — Exclamó la voz cantante de la reunión, con tono ronco, haciendo que todas coreasen la extraña palabra. — Es hora hermanas, hoy pediremos el tributo. — dijo bajando las manos para unirlas en su regazo. — ¿Fleur, estás lista para señalar? — preguntó mirando a la mujer de la esquina con un brillo feroz en los ojos.
La mujer, que rondaba la treintena, asintió con sus parpados cerrados, respirando hondo. Se acercó y señaló una parte del grabado, evitando, conscientemente, su propia casa. Su mirada azul se inundó al ver que el pequeño Dave estaba condenado. Pero, ¿qué niño no lo estaba? Debía mantener a su pequeño con vida. Esperaba que alguien hubiera visto su cartel, de verdad necesitaban a alguien que les sacase de ese embrollo.
Alanna Delteria
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Re: Aquellos que luchan [Privado Alanna-Alward]
Alward se cruzó de brazos, sonriente, viendo como la chica acariciaba y daba de comer a Epons. La yegua, ante el cumplido de Alanna, relinchó con alegría y meneó su cabeza. Respondía a las caricias de esta intentando tocarla suavemente con su morro.
-Saben cuando hablan bien o mal de ella-Soltó una risilla-Creo que le has caído bien-Ante la respuesta de Alanna sobre qué hacía allí, el mercenario se quedó pensativo, para luego hablar-"Se necesitan aventureros..."-Recitó-Está muy visto, ¿No?-Sonrió
Cuando Alanna mencionó a la guardia, el joven Sevna se quedó ensimismado por unos segundos, con un rostro solemnemente serio. Luego de eso, volvió a la conversación.
-...Sí, es un lugar bastante agradable-Dijo refiriéndose al entorno, mientras hacía un barrido extenso y profundo al lugar. La verdad que era idílico. Un lugar donde la vida podría ser apacible, tranquila y lejos de todos problema que acarrease una vida como la de mercenario, por ejemplo-Al menos esta vez no tenemos que partirnos la cara con ningún apestoso esclavista-Soltó con sarcasmo mientras ponía las manos en la cintura de forma relajada, mientras miraba a la chica castaña-¿A mí?-Contestó a la última pregunta-Bueno...-Miró a Epons-He ido a Vulwufar para hacer unos recados con unos amigos, pero... Me aburría-Dibujó una sonrisa delatadora en sus labios-Así que me fui de paseo con Epons; mi yegua, y encontramos este lugar-En ese momento, el mercenario empezó a rebuscar algo en sus bolsillos-Por cierto...
Siguió rebuscando en cada uno de sus bolsillos, repartidos por su cintura y su zurrón. Hasta que, ante la desesperación, encontró lo que buscaba; un pañuelo de tela, blanco e impoluto.
-Creo que esto te pertenece-Se lo ofreció-Tranquila-Rió-Lo limpié a fondo. Se me olvidó devolvértelo aquel día y...-Se pausó unos segundos-No sé, lo guardé-Se encogió de hombros sin darle mucha más importancia mientras un tono de rubor le empezaba a inundar el rostro
Tras eso, desvió su mirada para concentrarse nuevamente en el entorno. Miró a las yeguas y acto seguido, volvió su atención hacia Alanna
-...Has mencionado a la guardia antes, ¿Verdad?-Esperó a que contestase-¿Cómo es...? El estar allí
Era su sueño incumplido. Quizás no estaba lejos de él ahora, quizás era el momento de volver a intentarlo... Pero algo le decía que no lo hiciese. Cada segundo de cada día, algo le decía que quizás no era el momento, que el momento pasó y que sólo quizás, nunca vuelva a tener esa ilusión y ganas de alistarse... Se hizo un guerrero, un espadachín, estos últimos cinco años, pero aparte de eso encontró otra cosa; una familia. La corrupción en la guardia actual tampoco ayudaba para nada, y la inestabilidad en el poder tampoco. Definitivamente, poniendo una balanzas de pros y contras, la respuesta era un rotundo: No.
Aunque... Sentía curiosidad por cómo era aquella vida.
Dejó a Alanna explicarse. Cuando vio que la conversación había acabado, miró a las yeguas y se le ocurrió una repentina idea. Algo muy loco, o quizás no tanto... Como fuese, quería un poco de acción y tampoco estaría mal entrenar un poco... Sin más, se fue hacia Epons y se subió en ella.
-¿Te hace una carrera?-Señaló al poblado-Hasta allí. Y luego si quieres te acompaño para preguntar sobre aquel extraño papel que encontraste-Esperó a la respuesta de la chica-Tranquila, todo lo que ofrezcan como recompensa será para ti-Asintió con sinceridad, mientras la instaba a montarse en su yegua para iniciar la carrera. El mercenario pensaba que sería divertido, y así de paso llegarían a la pequeña aldea pesquera para ver quién necesitaba ayuda.
-Saben cuando hablan bien o mal de ella-Soltó una risilla-Creo que le has caído bien-Ante la respuesta de Alanna sobre qué hacía allí, el mercenario se quedó pensativo, para luego hablar-"Se necesitan aventureros..."-Recitó-Está muy visto, ¿No?-Sonrió
Cuando Alanna mencionó a la guardia, el joven Sevna se quedó ensimismado por unos segundos, con un rostro solemnemente serio. Luego de eso, volvió a la conversación.
-...Sí, es un lugar bastante agradable-Dijo refiriéndose al entorno, mientras hacía un barrido extenso y profundo al lugar. La verdad que era idílico. Un lugar donde la vida podría ser apacible, tranquila y lejos de todos problema que acarrease una vida como la de mercenario, por ejemplo-Al menos esta vez no tenemos que partirnos la cara con ningún apestoso esclavista-Soltó con sarcasmo mientras ponía las manos en la cintura de forma relajada, mientras miraba a la chica castaña-¿A mí?-Contestó a la última pregunta-Bueno...-Miró a Epons-He ido a Vulwufar para hacer unos recados con unos amigos, pero... Me aburría-Dibujó una sonrisa delatadora en sus labios-Así que me fui de paseo con Epons; mi yegua, y encontramos este lugar-En ese momento, el mercenario empezó a rebuscar algo en sus bolsillos-Por cierto...
Siguió rebuscando en cada uno de sus bolsillos, repartidos por su cintura y su zurrón. Hasta que, ante la desesperación, encontró lo que buscaba; un pañuelo de tela, blanco e impoluto.
-Creo que esto te pertenece-Se lo ofreció-Tranquila-Rió-Lo limpié a fondo. Se me olvidó devolvértelo aquel día y...-Se pausó unos segundos-No sé, lo guardé-Se encogió de hombros sin darle mucha más importancia mientras un tono de rubor le empezaba a inundar el rostro
Tras eso, desvió su mirada para concentrarse nuevamente en el entorno. Miró a las yeguas y acto seguido, volvió su atención hacia Alanna
-...Has mencionado a la guardia antes, ¿Verdad?-Esperó a que contestase-¿Cómo es...? El estar allí
Era su sueño incumplido. Quizás no estaba lejos de él ahora, quizás era el momento de volver a intentarlo... Pero algo le decía que no lo hiciese. Cada segundo de cada día, algo le decía que quizás no era el momento, que el momento pasó y que sólo quizás, nunca vuelva a tener esa ilusión y ganas de alistarse... Se hizo un guerrero, un espadachín, estos últimos cinco años, pero aparte de eso encontró otra cosa; una familia. La corrupción en la guardia actual tampoco ayudaba para nada, y la inestabilidad en el poder tampoco. Definitivamente, poniendo una balanzas de pros y contras, la respuesta era un rotundo: No.
Aunque... Sentía curiosidad por cómo era aquella vida.
Dejó a Alanna explicarse. Cuando vio que la conversación había acabado, miró a las yeguas y se le ocurrió una repentina idea. Algo muy loco, o quizás no tanto... Como fuese, quería un poco de acción y tampoco estaría mal entrenar un poco... Sin más, se fue hacia Epons y se subió en ella.
-¿Te hace una carrera?-Señaló al poblado-Hasta allí. Y luego si quieres te acompaño para preguntar sobre aquel extraño papel que encontraste-Esperó a la respuesta de la chica-Tranquila, todo lo que ofrezcan como recompensa será para ti-Asintió con sinceridad, mientras la instaba a montarse en su yegua para iniciar la carrera. El mercenario pensaba que sería divertido, y así de paso llegarían a la pequeña aldea pesquera para ver quién necesitaba ayuda.
Alward Sevna
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Re: Aquellos que luchan [Privado Alanna-Alward]
Sonrió con la afirmación. Sí, los caballos eran inteligentes, y leales. Su madre le decía que eran como perros grandes, y aunque ella no había topado con un caballo de monta, tan veloz como lo era Briane o el magnifico ejemplar que tenía Alward, antes de ingresar a la guardia, sabía bien que no había mejor compañero, no solo en terreno de guerra, si no en cualquier otro. Nunca fue muy diestra en la monta, no de niña, al menos. Los caballos de la granja, de tiro, mucho más pesados que los que frecuentaba ahora, habían tenido la paciencia de un santo.
Tras más de diez años de práctica había mejorado mucho, no era la mejor domadora, ni la más rápida, ni la que usaba más la fusta, no le gustaban esas cosas. Pero al igual que el caballo mismo, era una compañera paciente que intentaba guiar, y no dirigir, y que prefería fiarse del instinto del animal. Briane no es que fuera la yegua más fácil de tratar del mundo.
Tenía mal genio, y paciencia corta, pero habían logrado encajar y coordinarse, sabían cuando dejar que la otra tomase cartas en el asunto e intercambiaban el mando. Aunque el caballo no hablase, era más fácil trabajar con ella que con muchas personas con las que había tratado.
Tal vez, como decía el mercenario, esa forma de pedir algo estaba muy vista. Pero por eso mismo había querido acceder. Los clichés habían pasado a segundo plano en época de guerra y en esos tiempos, justamente, era en los que más se añoraban las cosas simples. Se había visto arrastrada por ese pedido, casi infantil, que le había emocionado y trasladado a tiempos más fáciles.
Distraída como estaba, solo el "por cierto" consiguió recuperar por completo su atención. Frunció levemente el ceño, curiosa por la exhaustiva búsqueda que el mercenario llevaba a cabo por todos los bolsillos que podía haber en su ropa. Hasta que finalmente reconoció su pañuelo, con una "A" y una "D" delicadamente bordadas.
Extendió la mano con una sonrisa, para cogerlo, sorprendida de que lo hubiera guardado. Había sido un detalle muy amable por su parte, sobretodo teniendo en cuenta que no había habido seguridad de volver a verse. Le sonrió y lo guardó en su bolsa. Poco le quedaba de su vida acomodada de cuando era guardia, solo algunos pañuelos y unas cuantas prendas de ropa. No los necesitaba y no le importaba mancharlo o perderlo si era por una buena razón. Pero definitivamente le alegraba poder recuperar algunas cosas.
— Muchas gracias. — Le respondió con sinceridad.
No es que añorase, especialmente, ser guardia, o la vida que esto le permitía. Pero si que echaba de menos tener un sitio estable al que volver, un lugar al que llamar hogar. Lo bueno es que había cambiado una casa por un sinfín de personas, de aventuras y de experiencias.
Pero si, la guardia podía tener muy mala fama, pero solo cuando lo habías vivido desde dentro podías saber que era en realidad. Altos cargos corruptos, soldados rasos con ojos esperanzados, queriendo cambiar el lugar con el que habían soñado con tanto tiempo. Lanzó una sonrisa cansada ante la pregunta de Alward y tomó aire mientras Briane empujaba su hombro, con cariño.
— Era... bueno, difícil. Al menos para mi. — comentó recordando las incontables ocasiones en las que sus dagas habían atravesado la piel de despistados, o sus venenos habían cruzado la garganta de los culpables. ¿Juicios? ¿Qué era eso? En su división eso no lo conocían. — Y muy divertido, los entrenamientos eran duros, pero conseguías compañeros para toda la vida. Lo peor eran los informes, me pasaba horas en el despacho, y aun así, merecía la pena. — comenzó a pensar en los líos que se armaban cuando se burlaban de los oficiales y los ratos charlando con la chica de la biblioteca. — Era difícil, duro y exigente, pero merecía la pena. — aseguró con cierta añoranza mientras se ponía un mechón rebelde de pelo tras la oreja.
Briane comenzó a patalear en el momento en el que Alward le propuso una carrera, y una sonrisa de reto se instaló en la cara de la chica, que asintió y se sentó encima de la yegua, que ya parecía ansiosa por empezar. Asintió y avanzó hasta colocarse justo antes de la bajada de la colina.
— Vale, si ganas, te cuento lo que quieras de la guardia. — Prometió viendo el interés que había demostrado el chico. — Uno... dos... ¡YA! — gritó antes de azuzar a Briane camino al pueblo.
Tras más de diez años de práctica había mejorado mucho, no era la mejor domadora, ni la más rápida, ni la que usaba más la fusta, no le gustaban esas cosas. Pero al igual que el caballo mismo, era una compañera paciente que intentaba guiar, y no dirigir, y que prefería fiarse del instinto del animal. Briane no es que fuera la yegua más fácil de tratar del mundo.
Tenía mal genio, y paciencia corta, pero habían logrado encajar y coordinarse, sabían cuando dejar que la otra tomase cartas en el asunto e intercambiaban el mando. Aunque el caballo no hablase, era más fácil trabajar con ella que con muchas personas con las que había tratado.
Tal vez, como decía el mercenario, esa forma de pedir algo estaba muy vista. Pero por eso mismo había querido acceder. Los clichés habían pasado a segundo plano en época de guerra y en esos tiempos, justamente, era en los que más se añoraban las cosas simples. Se había visto arrastrada por ese pedido, casi infantil, que le había emocionado y trasladado a tiempos más fáciles.
Distraída como estaba, solo el "por cierto" consiguió recuperar por completo su atención. Frunció levemente el ceño, curiosa por la exhaustiva búsqueda que el mercenario llevaba a cabo por todos los bolsillos que podía haber en su ropa. Hasta que finalmente reconoció su pañuelo, con una "A" y una "D" delicadamente bordadas.
Extendió la mano con una sonrisa, para cogerlo, sorprendida de que lo hubiera guardado. Había sido un detalle muy amable por su parte, sobretodo teniendo en cuenta que no había habido seguridad de volver a verse. Le sonrió y lo guardó en su bolsa. Poco le quedaba de su vida acomodada de cuando era guardia, solo algunos pañuelos y unas cuantas prendas de ropa. No los necesitaba y no le importaba mancharlo o perderlo si era por una buena razón. Pero definitivamente le alegraba poder recuperar algunas cosas.
— Muchas gracias. — Le respondió con sinceridad.
No es que añorase, especialmente, ser guardia, o la vida que esto le permitía. Pero si que echaba de menos tener un sitio estable al que volver, un lugar al que llamar hogar. Lo bueno es que había cambiado una casa por un sinfín de personas, de aventuras y de experiencias.
Pero si, la guardia podía tener muy mala fama, pero solo cuando lo habías vivido desde dentro podías saber que era en realidad. Altos cargos corruptos, soldados rasos con ojos esperanzados, queriendo cambiar el lugar con el que habían soñado con tanto tiempo. Lanzó una sonrisa cansada ante la pregunta de Alward y tomó aire mientras Briane empujaba su hombro, con cariño.
— Era... bueno, difícil. Al menos para mi. — comentó recordando las incontables ocasiones en las que sus dagas habían atravesado la piel de despistados, o sus venenos habían cruzado la garganta de los culpables. ¿Juicios? ¿Qué era eso? En su división eso no lo conocían. — Y muy divertido, los entrenamientos eran duros, pero conseguías compañeros para toda la vida. Lo peor eran los informes, me pasaba horas en el despacho, y aun así, merecía la pena. — comenzó a pensar en los líos que se armaban cuando se burlaban de los oficiales y los ratos charlando con la chica de la biblioteca. — Era difícil, duro y exigente, pero merecía la pena. — aseguró con cierta añoranza mientras se ponía un mechón rebelde de pelo tras la oreja.
Briane comenzó a patalear en el momento en el que Alward le propuso una carrera, y una sonrisa de reto se instaló en la cara de la chica, que asintió y se sentó encima de la yegua, que ya parecía ansiosa por empezar. Asintió y avanzó hasta colocarse justo antes de la bajada de la colina.
— Vale, si ganas, te cuento lo que quieras de la guardia. — Prometió viendo el interés que había demostrado el chico. — Uno... dos... ¡YA! — gritó antes de azuzar a Briane camino al pueblo.
Alanna Delteria
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Re: Aquellos que luchan [Privado Alanna-Alward]
La mujer aceptó su desafío. Eso era algo bastante positivo, ya que lo aprovecharía además para entrenar su montura con Epons.
Alanna era bastante amable, además de para su parecer, hermosa. Algo bastante escaso de encontrar en esos días y que era de agradecer. No parecía tampoco mala persona y de verdad se le notaba preocupada si había alguien que requería su ayuda con ese cartel de "Se busca aventurero" que había encontrado.
Alward preparó las riendas de Epons y esperó a la señal de la chica para empezar a galopar. La ex-guarda, además, le dio un pequeño incentivo; le contaría más cosas de la guardia si era el mercenario el que ganaba. Curioso, no sabía si quería saber más o no de ese mundo, ya que realmente no sabía ni qué pensar al respecto, pero agradeció el gesto que la chica había ofrecido con una sonrisa y un breve pero seguro asentimiento de cabeza.
Alanna dio el aviso de salida y ambos dieron las órdenes a sus respectivas monturas para comenzar la carrera. Salieron casi al mismo tiempo, estaban bastante coordinados.
El viento, a paso de galope, le golpeaba en el rostro al joven Sevna y frunció el ceño para mayor concentración y visión. El camino era bastante apto para el trote de las yeguas y poco pedregoso, cosa que desde luego sus jinetes agradecerían. Desvió la mirada hacia Alanna y la fulminó con esta, gesto acompañado de un sonrisa pícara, instándole en el reto y dejando en claro que no iba a dejarse ganar.
Por un momento, Epons perdió velocidad con respecto a la yegua de Alanna y se colocó detrás de esta. En parte era lógico, el esfuerzo le estaría pasando factura y quizás necesitaba más tiempo para asimilar un galope al nivel de carrera. Alward entonces se pudo fijar en algo peculiar que llevaba la mujer detrás, en su nuca, una especie de "tatuaje" en forma de mariposa de color azul. Era curioso cuanto menos, quizás luego le preguntaría sobre ello, ya que ese no era el momento idóneo. La "meta" estaba cerca, a unos trescientos metros, y cada vez Alanna cogía más ventaja.
Finalmente, llegaron a la aldea. Alanna ganó la carrera y Alward llegó unos segundos más tarde. Epons caminaba a paso lento hasta llegar a la yegua de la ex-guardia, el mercenario le daba palmaditas en su cuello y caricias.
-¡Estás mejor de lo que esperaba!
La yegua respondió con un pequeño movimiento lateral de cabeza y una leve relinchada cansada.
-Enhorabuena, has ganado, chica mariposa-Dijo mientras sonreía, aceptando solemnemente su derrota. Se llevó su mano derecha a la nuca, mientras que con la izquierda agarraba las riendas de Epons. Con la mano libre, se señaló la nuca-Ese dibujo, es bastante bonito
Se bajó de su montura y agarró sus riendas. Echó un rápido vistazo a su alrededor. Estaban en la entrada a la aldea, pero había algo extraño en el ambiente; demasiado silencio, muy vacía, casi como si fuese de noche en pleno día... ¿Sería una aldea habitada por vampiros...? No, no era posible, cosas así alertarían al resto de la península, y más aún estando tan lejos de la Lunargenta tomada por los seres de la noche y cerca de una ciudad humana.
-Bonitas vistas-Dijo mirando a Alanna, refiriéndose al poblado-...Pero no hay nadie
De pronto, de una de las casas de la zona, salió la figura de, lo que parecía a primera vista, una mujer encapuchada. Al ver allí a los dos visitantes, se quedó algo consternada y sorprendida. Parecía también un poco nerviosa. Alward también la divisó y desvió su vista hacia su, en ese momento, nueva compañera.
-¡Eh, allí hay alguien!-Dijo mientras señalaba con la mirada a la encapuchada
Alanna era bastante amable, además de para su parecer, hermosa. Algo bastante escaso de encontrar en esos días y que era de agradecer. No parecía tampoco mala persona y de verdad se le notaba preocupada si había alguien que requería su ayuda con ese cartel de "Se busca aventurero" que había encontrado.
Alward preparó las riendas de Epons y esperó a la señal de la chica para empezar a galopar. La ex-guarda, además, le dio un pequeño incentivo; le contaría más cosas de la guardia si era el mercenario el que ganaba. Curioso, no sabía si quería saber más o no de ese mundo, ya que realmente no sabía ni qué pensar al respecto, pero agradeció el gesto que la chica había ofrecido con una sonrisa y un breve pero seguro asentimiento de cabeza.
Alanna dio el aviso de salida y ambos dieron las órdenes a sus respectivas monturas para comenzar la carrera. Salieron casi al mismo tiempo, estaban bastante coordinados.
El viento, a paso de galope, le golpeaba en el rostro al joven Sevna y frunció el ceño para mayor concentración y visión. El camino era bastante apto para el trote de las yeguas y poco pedregoso, cosa que desde luego sus jinetes agradecerían. Desvió la mirada hacia Alanna y la fulminó con esta, gesto acompañado de un sonrisa pícara, instándole en el reto y dejando en claro que no iba a dejarse ganar.
Por un momento, Epons perdió velocidad con respecto a la yegua de Alanna y se colocó detrás de esta. En parte era lógico, el esfuerzo le estaría pasando factura y quizás necesitaba más tiempo para asimilar un galope al nivel de carrera. Alward entonces se pudo fijar en algo peculiar que llevaba la mujer detrás, en su nuca, una especie de "tatuaje" en forma de mariposa de color azul. Era curioso cuanto menos, quizás luego le preguntaría sobre ello, ya que ese no era el momento idóneo. La "meta" estaba cerca, a unos trescientos metros, y cada vez Alanna cogía más ventaja.
Finalmente, llegaron a la aldea. Alanna ganó la carrera y Alward llegó unos segundos más tarde. Epons caminaba a paso lento hasta llegar a la yegua de la ex-guardia, el mercenario le daba palmaditas en su cuello y caricias.
-¡Estás mejor de lo que esperaba!
La yegua respondió con un pequeño movimiento lateral de cabeza y una leve relinchada cansada.
-Enhorabuena, has ganado, chica mariposa-Dijo mientras sonreía, aceptando solemnemente su derrota. Se llevó su mano derecha a la nuca, mientras que con la izquierda agarraba las riendas de Epons. Con la mano libre, se señaló la nuca-Ese dibujo, es bastante bonito
Se bajó de su montura y agarró sus riendas. Echó un rápido vistazo a su alrededor. Estaban en la entrada a la aldea, pero había algo extraño en el ambiente; demasiado silencio, muy vacía, casi como si fuese de noche en pleno día... ¿Sería una aldea habitada por vampiros...? No, no era posible, cosas así alertarían al resto de la península, y más aún estando tan lejos de la Lunargenta tomada por los seres de la noche y cerca de una ciudad humana.
-Bonitas vistas-Dijo mirando a Alanna, refiriéndose al poblado-...Pero no hay nadie
De pronto, de una de las casas de la zona, salió la figura de, lo que parecía a primera vista, una mujer encapuchada. Al ver allí a los dos visitantes, se quedó algo consternada y sorprendida. Parecía también un poco nerviosa. Alward también la divisó y desvió su vista hacia su, en ese momento, nueva compañera.
-¡Eh, allí hay alguien!-Dijo mientras señalaba con la mirada a la encapuchada
Alward Sevna
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Re: Aquellos que luchan [Privado Alanna-Alward]
La carrera comenzó con el salto brioso de las dos yeguas, que ni cortas ni perezosas avanzaban a gran velocidad por la pendiente de la colina. El olor a sal se coló en la nariz cuando se alzó la ventolera. Miró a su rival, que, avanzando junto a ella, le dio una mirada retadora. Alanna volvió su vista al frente soltando una carcajada que se elevó con el aire.
La risa de la amazona pareció animar a Briane, que aceleró el paso notando el terreno seguro. El pasto estaba lo bastante seco como para que no se resbalase, las piedras eran escasas y la luz, a sus espaldas, no la cegaba interrumpiendo el avance. Tenía todo a favor. Aunque poco notó que Alward se quedaba tras ella. A esas alturas sentía como si hubiera vuelto a ser niña, y su viejo caballo de carga intentase correr con ella a cuestas gritando entusiasmada.
Cerró los ojos. Si soltaba las riendas, juraría que podría notar las briznas de maíz que comenzaban a crecer y pronto la ocultarían, por mucho que fuera sobre la grupa del enorme corcel. El olor del mar se cambiaba por el de las flores, y el arrullo de las olas por el trino de los pájaros y el molesto canto de alguna gallina. Solo cuando abrió los ojos y vio una gran ola chocar contra las rompientes sus ojos se volvieron nostálgicos. Eso no era su granja ni ella era una niña. Muchos años habían pasado desde que dejó de cuidar pollos y cerdos y no podía decir que todos hubieran sido malos.
El paso de Briane se empezó a detener en la entrada de la villa marítima y solo entonces notó la ausencia de Alward. Se giró, aun sobre la yegua, en su busca, y al segundo lo vio a su lado, felicitando a Epons. Alanna sonrió nuevamente, divertida, sacando unos azucarillos de su zurrón. Descendió de la montura, palmeando el cuello de Briane, y le dio el dulce con una sonrisa, a modo de felicitación por su velocidad. No esperaba ganar, ni le importaba tampoco, pero las pequeñas victorias siempre llegaban a ser agradables.
— Muy buena carrera. — Felicitó a Alward dándole otros tantos terrones a Epons. Antes de recibir la felicitación del chico.
Frunció el ceño. Pero pronto entendió. Llevó la mano a su propia nuca y se acarició el tatuaje. Su dibujo se dejaba ver pocas veces. cuando combatía, con el pelo recogido, y poco más. Eran pocas las personas que de verdad habían podido fijarse en la pequeña mariposa que aleteaba en su cuello, tiñéndolo de azul. Se mordió el labio, pensativa, y sonrió apartando la mano de su tatuaje. Le había dolido horrores cuando se lo había hecho, y había tenido pánico de que la herida se infectase al añadir el tinte, pero no había pasado nada y se sentía orgullosa de que eso que siempre fue, para ella, signo de mala suerte, se hubiera vuelto un recordatorio de fuerza. Esperaba que las alas de la mariposa la ayudasen a alzar, siempre, el vuelo.
— Gracias. — No supo si lo dijo por la felicitación por la victoria, o por el tatuaje, pero valdría para ambas.
Siguió la mirada del mercenario sosteniendo las bridas de Briane. Si de lejos había sido bonito, lo era aun más de cerca. Parecía sacado de algún cuento, con sus paredes blancas, sus decoraciones azules, sus techos pajizos y sus porches níveos. Asintió. Sí, definitivamente era precioso, ¿pero dónde estaba la gente? El reloj del campanario retumbó indicando el medio día. Eso debería ser un hervidero.
Una única mujer parecía mirarlos, con cierto aire asustado, desde lejos. Los ojos verdes de Alanna buscaron por la mirada esmeralda de la mujer enjuta. Tomó aire. Si se acercaban, era más que probable que la señora, que no sobrepasaría la treintena, saliera corriendo como alma que lleva al diablo. Tomó aire y miró a su alrededor. A dos casas de distancia había un cartel que rezaba "Taberna".
— Alward, vamos, te invito a tomar algo a cambio de que me cedieras la victoria. — señaló con la cabeza. Fue entonces cuando dio un paso y la voz de la mujer la detuvo de dar más.
— Esperen.— pidió. — yo... ¿pueden ayudarme? — La pregunta salió de forma temblorosa.
Alanna miró a Alward, esperando una confirmación. En cuanto la tuvo, ató a Briane en un abrevadero y comenzó a seguir a la mujer a su casa. Ella debía ser la que había dejado ese mensaje pasado de moda, pero, claramente, cierto.
La risa de la amazona pareció animar a Briane, que aceleró el paso notando el terreno seguro. El pasto estaba lo bastante seco como para que no se resbalase, las piedras eran escasas y la luz, a sus espaldas, no la cegaba interrumpiendo el avance. Tenía todo a favor. Aunque poco notó que Alward se quedaba tras ella. A esas alturas sentía como si hubiera vuelto a ser niña, y su viejo caballo de carga intentase correr con ella a cuestas gritando entusiasmada.
Cerró los ojos. Si soltaba las riendas, juraría que podría notar las briznas de maíz que comenzaban a crecer y pronto la ocultarían, por mucho que fuera sobre la grupa del enorme corcel. El olor del mar se cambiaba por el de las flores, y el arrullo de las olas por el trino de los pájaros y el molesto canto de alguna gallina. Solo cuando abrió los ojos y vio una gran ola chocar contra las rompientes sus ojos se volvieron nostálgicos. Eso no era su granja ni ella era una niña. Muchos años habían pasado desde que dejó de cuidar pollos y cerdos y no podía decir que todos hubieran sido malos.
El paso de Briane se empezó a detener en la entrada de la villa marítima y solo entonces notó la ausencia de Alward. Se giró, aun sobre la yegua, en su busca, y al segundo lo vio a su lado, felicitando a Epons. Alanna sonrió nuevamente, divertida, sacando unos azucarillos de su zurrón. Descendió de la montura, palmeando el cuello de Briane, y le dio el dulce con una sonrisa, a modo de felicitación por su velocidad. No esperaba ganar, ni le importaba tampoco, pero las pequeñas victorias siempre llegaban a ser agradables.
— Muy buena carrera. — Felicitó a Alward dándole otros tantos terrones a Epons. Antes de recibir la felicitación del chico.
Frunció el ceño. Pero pronto entendió. Llevó la mano a su propia nuca y se acarició el tatuaje. Su dibujo se dejaba ver pocas veces. cuando combatía, con el pelo recogido, y poco más. Eran pocas las personas que de verdad habían podido fijarse en la pequeña mariposa que aleteaba en su cuello, tiñéndolo de azul. Se mordió el labio, pensativa, y sonrió apartando la mano de su tatuaje. Le había dolido horrores cuando se lo había hecho, y había tenido pánico de que la herida se infectase al añadir el tinte, pero no había pasado nada y se sentía orgullosa de que eso que siempre fue, para ella, signo de mala suerte, se hubiera vuelto un recordatorio de fuerza. Esperaba que las alas de la mariposa la ayudasen a alzar, siempre, el vuelo.
— Gracias. — No supo si lo dijo por la felicitación por la victoria, o por el tatuaje, pero valdría para ambas.
Siguió la mirada del mercenario sosteniendo las bridas de Briane. Si de lejos había sido bonito, lo era aun más de cerca. Parecía sacado de algún cuento, con sus paredes blancas, sus decoraciones azules, sus techos pajizos y sus porches níveos. Asintió. Sí, definitivamente era precioso, ¿pero dónde estaba la gente? El reloj del campanario retumbó indicando el medio día. Eso debería ser un hervidero.
Una única mujer parecía mirarlos, con cierto aire asustado, desde lejos. Los ojos verdes de Alanna buscaron por la mirada esmeralda de la mujer enjuta. Tomó aire. Si se acercaban, era más que probable que la señora, que no sobrepasaría la treintena, saliera corriendo como alma que lleva al diablo. Tomó aire y miró a su alrededor. A dos casas de distancia había un cartel que rezaba "Taberna".
— Alward, vamos, te invito a tomar algo a cambio de que me cedieras la victoria. — señaló con la cabeza. Fue entonces cuando dio un paso y la voz de la mujer la detuvo de dar más.
— Esperen.— pidió. — yo... ¿pueden ayudarme? — La pregunta salió de forma temblorosa.
Alanna miró a Alward, esperando una confirmación. En cuanto la tuvo, ató a Briane en un abrevadero y comenzó a seguir a la mujer a su casa. Ella debía ser la que había dejado ese mensaje pasado de moda, pero, claramente, cierto.
Alanna Delteria
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Re: Aquellos que luchan [Privado Alanna-Alward]
Los dos humanos ataron sus respectivas monturas en un abrevadero cercano. En cuanto estuvieron dispuestos, siguieron a la mujer, la cual les indicó discretamente que hiciesen tal acto.
La chica parecía tímida, no muy dispuesta a hablar más de lo necesario y convencida, al menos a medias, de lo que estaba haciendo. Podría ser que aquella mujer fuese la propietaria del cartel que encontró Alanna. Su mirada azulada, como el mismo océano, era penetrante en el alma, y obviamente Alward se percató de ello. No mostraba mucho su rostro, pero se podían ver mechones rubios asomando en su rostro, una tez blanquecina y unos labios rojos llamativos se hacían notar. Sin duda era una mujer hermosa, pero no era momento para pensar en esas cosas. La chica parecía asustada y no parecía llegar a confiar del todo en los recién llegados.
El mercenario desviaba su mirada hacia los lados, intentando localizar algún que otro habitante del lugar. Era en vano, como si una especie de peste hubiese llegado a la villa y no pudiesen salir de sus casas o dejarse ver. Eso pensó el joven Sevna, quizás era lo más lógico.
-¿...Hay alguna enfermedad en la zona?
— Es peligroso hablar aquí, incluso que os mostréis—Apresuró el paso, instando a Alanna y Alward a que hicieran lo mismo—Si alguien se entera de que estáis aquí... O de que yo lo sé...—Comentó con una voz temblorosa, no queriendo terminar la frase. Quizás le rondaría por la cabeza que haber escrito esa petición de ayuda no había sido buena idea.
-Bueno, estamos aquí para ayudar-Sonrió con sinceridad
Finalmente, la extraña encapuchada se detuvo enfrente de una de las casas. No era distinta a las demás de la villa; misma estructura, materiales, colores... Era, por así decirlo "una casa más", lo que indicaba que aquella mujer era un habitante normal de la villa, nadie especialemente importante, al menos de primera instancia
— Pasen—-Dijo abriendo la puerta e invitando a los dos forasteros
Al entrar, vieron cómo la casa acogía una armonía y sencillez bastante peculiar, además de tener un olor bastante hogareño y dulce, probablemente por una vela de olor que estaba colocada en el centro de una mesa redonda que presidía la estancia. El recibidor era un pequeño habitáculo que daba paso a lo que parecía ser la sala de estar; donde estaba la mesa y la vela, y alrededor de esta primera había unas cuatro sillas del mismo material que la mesa; madera. En las paredes habían decoraciones sencillas y extraños cuadros pintados a mano, no eran nada del otro mundo, pero resaltaban con más belleza el lugar. Había una ventana en una de las paredes que pronto fue tapada por una cortina por la muchacha rubia. Parece que tenía especial prisa y miraba con recelo si alguien les había seguido o se habían percatado de la llegada de los forasteros. Demás vasijas y pequeños armarios seguían decorando el entorno, pero nada más en especial por destacar y que le impresionase al mercenario.
-Bonita casa
La mujer se acercó de nuevo a los recién llegados y se bajó la capucha. Fue entocnes cuando su supuesta belleza observada debajo de tanto escondrijo y misterio se reveló. Todo lo anterior que Alward pensó sobre la joven y vio, se multiplicó por dos.
—Gracias—Contestó con cortesía
Alward se ruborizó levemente y apartó su mirada, tosiendo falsamente para guardar la compostura. Miró brevemente a Alanna y luego centró de nuevo su vista en la muchacha rubia.
-¿Puedes decirnos a qué viene tanto secretismo?-Se pausó unos segundos-¿Y por qué no hay nadie en las calles?
La chica parecía tímida, no muy dispuesta a hablar más de lo necesario y convencida, al menos a medias, de lo que estaba haciendo. Podría ser que aquella mujer fuese la propietaria del cartel que encontró Alanna. Su mirada azulada, como el mismo océano, era penetrante en el alma, y obviamente Alward se percató de ello. No mostraba mucho su rostro, pero se podían ver mechones rubios asomando en su rostro, una tez blanquecina y unos labios rojos llamativos se hacían notar. Sin duda era una mujer hermosa, pero no era momento para pensar en esas cosas. La chica parecía asustada y no parecía llegar a confiar del todo en los recién llegados.
El mercenario desviaba su mirada hacia los lados, intentando localizar algún que otro habitante del lugar. Era en vano, como si una especie de peste hubiese llegado a la villa y no pudiesen salir de sus casas o dejarse ver. Eso pensó el joven Sevna, quizás era lo más lógico.
-¿...Hay alguna enfermedad en la zona?
— Es peligroso hablar aquí, incluso que os mostréis—Apresuró el paso, instando a Alanna y Alward a que hicieran lo mismo—Si alguien se entera de que estáis aquí... O de que yo lo sé...—Comentó con una voz temblorosa, no queriendo terminar la frase. Quizás le rondaría por la cabeza que haber escrito esa petición de ayuda no había sido buena idea.
-Bueno, estamos aquí para ayudar-Sonrió con sinceridad
Finalmente, la extraña encapuchada se detuvo enfrente de una de las casas. No era distinta a las demás de la villa; misma estructura, materiales, colores... Era, por así decirlo "una casa más", lo que indicaba que aquella mujer era un habitante normal de la villa, nadie especialemente importante, al menos de primera instancia
— Pasen—-Dijo abriendo la puerta e invitando a los dos forasteros
Al entrar, vieron cómo la casa acogía una armonía y sencillez bastante peculiar, además de tener un olor bastante hogareño y dulce, probablemente por una vela de olor que estaba colocada en el centro de una mesa redonda que presidía la estancia. El recibidor era un pequeño habitáculo que daba paso a lo que parecía ser la sala de estar; donde estaba la mesa y la vela, y alrededor de esta primera había unas cuatro sillas del mismo material que la mesa; madera. En las paredes habían decoraciones sencillas y extraños cuadros pintados a mano, no eran nada del otro mundo, pero resaltaban con más belleza el lugar. Había una ventana en una de las paredes que pronto fue tapada por una cortina por la muchacha rubia. Parece que tenía especial prisa y miraba con recelo si alguien les había seguido o se habían percatado de la llegada de los forasteros. Demás vasijas y pequeños armarios seguían decorando el entorno, pero nada más en especial por destacar y que le impresionase al mercenario.
-Bonita casa
La mujer se acercó de nuevo a los recién llegados y se bajó la capucha. Fue entocnes cuando su supuesta belleza observada debajo de tanto escondrijo y misterio se reveló. Todo lo anterior que Alward pensó sobre la joven y vio, se multiplicó por dos.
—Gracias—Contestó con cortesía
Alward se ruborizó levemente y apartó su mirada, tosiendo falsamente para guardar la compostura. Miró brevemente a Alanna y luego centró de nuevo su vista en la muchacha rubia.
-¿Puedes decirnos a qué viene tanto secretismo?-Se pausó unos segundos-¿Y por qué no hay nadie en las calles?
Alward Sevna
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