Los comienzos de una neófita [Libre] [2/3] [Noche]
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Los comienzos de una neófita [Libre] [2/3] [Noche]
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Los inquisitivos ojos de la centinela seguían cada movimiento de su “creación”, captando hasta lo más imperceptible. Lo irregular de su respiración, la tensión que se había apoderado de su cuerpo repentinamente, el nerviosismo con que miraba a los presentes en la sala, el débil temblor de sus manos, como apretaba los labios para que los colmillos no quedasen a la vista o la desesperada forma en que buscaba a su esposo, todos aquellos eran detalles que no pasaron desapercibidos para la señora de sombras, pero estaban allí por una razón… y no iban a marcharse hasta terminar.
- Relájate Lyza. - soltó, apoyando el rostro sobre una de las manos. - Hay demasiada gente… sus aromas son… - un suspiro escapó de la garganta de la criatura de la noche, que tras varios días con aquella nueva naturaleza aún se estaba acostumbrando a lo desarrollado de sus sentidos. - … tan tentadores… - prosiguió, conteniendo el aliento. - No hagas eso, respira, la idea de traerte aquí es poner a prueba tu autocontrol. - volvió a intervenir la de cabellos cenicientos, mirándola con seriedad. Lyza obedeció al instante, dejando escapar el aire que tenía en los pulmones e inspirando de nuevo aquella mezcla de olores, la garganta le ardía después de no haber probado una gota de sangre en horas pero sabía que no podía decepcionar a la mujer que le había brindado una segunda oportunidad, ni tampoco a su marido… su vida dependía de ello.
Ambas esperaban sentadas en la mesa más alejada del local, mientras el dragón y el elfo, que habían salido hacía ya rato hacia el mercado, se encargaban de prepararlo todo para que pudiesen abandonar Roilkat y poner rumbo a la bulliciosa Lunargenta en cuanto la recién transformada supiese lidiar algo mejor con la sed y sus instintos. - ¿Crees que regresarán pronto? - preguntó la otrora humana, en un intento de despejar su mente. - No te preocupes por ellos, nosotras somos las recluidas… al menos hasta que el sol se ponga. - contestó Elen, desviando la mirada hacia una de las lejanas ventanas, por donde se colaba la intensa luz del sol de mediodía.
- ¿Alguna vez te has expuesto a sus rayos? - se atrevió a formular, señalando el punto al que miraba la benjamina de los Calhoun. - Sí, y no te lo recomiendo. - respondió ella, recordando la dolorosa experiencia a bordo del barco de la logia, cuando para poner a prueba el daño que podía recibir, dejó que luz le alcanzase una de las manos. De forma inconsciente se frotó el dorso de la misma, agradeciendo que ya no quedase marca alguna del incidente en su pálida piel. - Sé que la transición es dura pero tendrás que acostumbrarte a la vida nocturna, por tu bien. - añadió al poco, clavando la vista en el rostro de su interlocutora.
- Eso no será un problema, debido a mi débil estado y a la enfermedad apenas vi el sol durante las semanas que pasé en la granja… - comentó, bajando la voz hasta que se convirtió en un susurro. - Al menos ahora no dependo de Fëanor para todo, y eso te lo debo a ti. - continuó, esbozando una leve sonrisa y juntando las manos sobre la mesa. - Tenlo presente, ya oíste que tus acciones me afectarán a mí también, debes aprender a controlarte y cuanto antes mejor. - soltó la centinela, recordando las amenazas de Ircan. - Hasta ahora te he mantenido sobrealimentada para evitar problemas pero mis reservas también tienen un límite… - prosiguió tras una breve pausa, procediendo a explicarle por qué estaban en aquella taberna en vez de en la propiedad de los Dodger. - Por eso no te daré sangre hasta que caiga la noche, debes aguantar hasta entonces sin abalanzarte sobre ninguno de los presentes. - reveló, cruzando los brazos sobre el pecho.
La antigua humana la miró con horror, ¿de verdad quería que estuviese toda la tarde allí sin probar ni una gota del rojizo líquido? Le estaba pidiendo demasiado. - Pero ¡no podré! - se quejó, cubriéndose el rostro con las manos. - Tienes que hacerlo Lyza, no olvides que no solo tu vida depende de esto… si llegaras a salirte del camino y atacases a algún inocente yo tendría que matarte… e irremediablemente Fëanor intervendría para ayudarte, con lo que también tendría que hacerme cargo de él. - al escuchar aquellas palabras tan duras, el horror que se había apoderado de la joven se convirtió en una mezcla de miedo y preocupación, no podía perder a su amado, simplemente no podía.
- No por favor, no le hagas nada. - suplicó, alargando ambas manos hacia ella sobre la mesa para intentar tomar una de las suyas y apelar a su misericordia. - Eso depende solo de ti, ¿cómo le vas a pagar todo lo que hizo para mantenerte en este mundo? ¿Rindiéndote a la primera de cambio? - inquirió con seriedad la vampira, mirándola intensamente, como si quisiese meterse en su cabeza para averiguar la respuesta. - No… no lo echaré a perder. - contestó la morena, cerrando los ojos con fuerza y obligándose a respirar, aunque eso solo empeorase el ardor de su garganta. Sin añadir nada más, dejó que el elfo ocupase su mente, él, que era lo más importante para ella, la ayudaría a pasar aquel duro trance.
Las horas pasaron lentamente, haciendo que aquella tarde pareciese eterna para la neófita, pero en cuanto su marido y el dragón regresaron al local, todo empezó a resultarle menos complicado. - Lyza, querida, tienes mala cara. - musitó el curandero en cuanto se sentó a su lado. - No se ha alimentado desde esta mañana, estoy poniendo a prueba su voluntad. - informó la señora de sombras, recibiendo al norteño con una sonrisa. - ¿No crees que es demasiado? Aquí hay mucha gente… - replicó el rubio, ligeramente nervioso. - Lunargenta será mucho peor que esto, si no aprende a lidiar con la sed no podremos llevarla a la capital, sería un peligro para todos y teniendo en cuenta lo mal vistos que estamos ya por culpa de quienes tomaron el poder, un ataque por su parte solo empeoraría las cosas. - soltó, sabiendo que no podrían rebatir sus argumentos.
Fëanor bajó la vista y tomó una de las frías manos de su esposa para darle ánimos, con gusto se habría ofrecido para cederle su sangre pero algo le decía que Elen no permitiría tal cosa. - ¿Sientes su calidez verdad? Céntrate en eso y olvida el hambre. - volvió a intervenir al poco, observando como el sanador acariciaba el dorso de la mano de su amada con delicadeza. Ella misma solía dejar en segundo plano sus ganas de alimentarse cuando tenía ocasión de pasar algo de tiempo con Alister a solas, deleitándose con lo que su cercanía le provocaba a pesar de las limitaciones que tenían.
Casi como si le hubiese leído el pensamiento, el cazador se inclinó hacia ella para besar sus cabellos y le echó un brazo por encima de los hombros, apenas habían tenido tranquilidad en los últimos días, pero debían aprovechar aquellos momentos, por fugaces que fuesen. Tras ver la naturalidad con que actuaba la pareja a pesar de su situación, la otrora humana apoyó su cabeza sobre el hombro de su marido y cerró los ojos para concentrarse solo en su tacto y su aroma, ignorando los del resto.
Así pasarían el resto de la tarde, atentos a cualquier cambio en su comportamiento y preparados para actuar de ser necesario… cosa que afortunadamente, no hizo falta.
- Lo has hecho bien. - admitió la benjamina de los Calhoun, aunque ahora su creación temblaba visiblemente y ocultaba el rostro contra el pecho del rubio, al cual se aferraba firmemente. - Ya puedes soltarlo, deberíamos salir a dar una vuelta por las calles. - aconsejó, al tiempo que echaba mano a uno de sus frascos de sangre y lo depositaba delante de Lyza. La recién transformada reaccionó de inmediato, liberando al curandero de su agarre para hacerse con el recipiente y vaciarlo en cuestión de segundos. Respiraba de forma agitada pero finalmente el ardor que llevaba horas atormentándola desapareció, dándole algo de tregua a su garganta.
Una vez calmada la neófita, los cuatro abandonaron la taberna para que las criaturas de la noche pudiesen respirar algo de aire fresco tras todo un día encerradas entre aquellas cuatro paredes, cosa que sin duda agradecieron.
Los inquisitivos ojos de la centinela seguían cada movimiento de su “creación”, captando hasta lo más imperceptible. Lo irregular de su respiración, la tensión que se había apoderado de su cuerpo repentinamente, el nerviosismo con que miraba a los presentes en la sala, el débil temblor de sus manos, como apretaba los labios para que los colmillos no quedasen a la vista o la desesperada forma en que buscaba a su esposo, todos aquellos eran detalles que no pasaron desapercibidos para la señora de sombras, pero estaban allí por una razón… y no iban a marcharse hasta terminar.
- Relájate Lyza. - soltó, apoyando el rostro sobre una de las manos. - Hay demasiada gente… sus aromas son… - un suspiro escapó de la garganta de la criatura de la noche, que tras varios días con aquella nueva naturaleza aún se estaba acostumbrando a lo desarrollado de sus sentidos. - … tan tentadores… - prosiguió, conteniendo el aliento. - No hagas eso, respira, la idea de traerte aquí es poner a prueba tu autocontrol. - volvió a intervenir la de cabellos cenicientos, mirándola con seriedad. Lyza obedeció al instante, dejando escapar el aire que tenía en los pulmones e inspirando de nuevo aquella mezcla de olores, la garganta le ardía después de no haber probado una gota de sangre en horas pero sabía que no podía decepcionar a la mujer que le había brindado una segunda oportunidad, ni tampoco a su marido… su vida dependía de ello.
Ambas esperaban sentadas en la mesa más alejada del local, mientras el dragón y el elfo, que habían salido hacía ya rato hacia el mercado, se encargaban de prepararlo todo para que pudiesen abandonar Roilkat y poner rumbo a la bulliciosa Lunargenta en cuanto la recién transformada supiese lidiar algo mejor con la sed y sus instintos. - ¿Crees que regresarán pronto? - preguntó la otrora humana, en un intento de despejar su mente. - No te preocupes por ellos, nosotras somos las recluidas… al menos hasta que el sol se ponga. - contestó Elen, desviando la mirada hacia una de las lejanas ventanas, por donde se colaba la intensa luz del sol de mediodía.
- ¿Alguna vez te has expuesto a sus rayos? - se atrevió a formular, señalando el punto al que miraba la benjamina de los Calhoun. - Sí, y no te lo recomiendo. - respondió ella, recordando la dolorosa experiencia a bordo del barco de la logia, cuando para poner a prueba el daño que podía recibir, dejó que luz le alcanzase una de las manos. De forma inconsciente se frotó el dorso de la misma, agradeciendo que ya no quedase marca alguna del incidente en su pálida piel. - Sé que la transición es dura pero tendrás que acostumbrarte a la vida nocturna, por tu bien. - añadió al poco, clavando la vista en el rostro de su interlocutora.
- Eso no será un problema, debido a mi débil estado y a la enfermedad apenas vi el sol durante las semanas que pasé en la granja… - comentó, bajando la voz hasta que se convirtió en un susurro. - Al menos ahora no dependo de Fëanor para todo, y eso te lo debo a ti. - continuó, esbozando una leve sonrisa y juntando las manos sobre la mesa. - Tenlo presente, ya oíste que tus acciones me afectarán a mí también, debes aprender a controlarte y cuanto antes mejor. - soltó la centinela, recordando las amenazas de Ircan. - Hasta ahora te he mantenido sobrealimentada para evitar problemas pero mis reservas también tienen un límite… - prosiguió tras una breve pausa, procediendo a explicarle por qué estaban en aquella taberna en vez de en la propiedad de los Dodger. - Por eso no te daré sangre hasta que caiga la noche, debes aguantar hasta entonces sin abalanzarte sobre ninguno de los presentes. - reveló, cruzando los brazos sobre el pecho.
La antigua humana la miró con horror, ¿de verdad quería que estuviese toda la tarde allí sin probar ni una gota del rojizo líquido? Le estaba pidiendo demasiado. - Pero ¡no podré! - se quejó, cubriéndose el rostro con las manos. - Tienes que hacerlo Lyza, no olvides que no solo tu vida depende de esto… si llegaras a salirte del camino y atacases a algún inocente yo tendría que matarte… e irremediablemente Fëanor intervendría para ayudarte, con lo que también tendría que hacerme cargo de él. - al escuchar aquellas palabras tan duras, el horror que se había apoderado de la joven se convirtió en una mezcla de miedo y preocupación, no podía perder a su amado, simplemente no podía.
- No por favor, no le hagas nada. - suplicó, alargando ambas manos hacia ella sobre la mesa para intentar tomar una de las suyas y apelar a su misericordia. - Eso depende solo de ti, ¿cómo le vas a pagar todo lo que hizo para mantenerte en este mundo? ¿Rindiéndote a la primera de cambio? - inquirió con seriedad la vampira, mirándola intensamente, como si quisiese meterse en su cabeza para averiguar la respuesta. - No… no lo echaré a perder. - contestó la morena, cerrando los ojos con fuerza y obligándose a respirar, aunque eso solo empeorase el ardor de su garganta. Sin añadir nada más, dejó que el elfo ocupase su mente, él, que era lo más importante para ella, la ayudaría a pasar aquel duro trance.
Las horas pasaron lentamente, haciendo que aquella tarde pareciese eterna para la neófita, pero en cuanto su marido y el dragón regresaron al local, todo empezó a resultarle menos complicado. - Lyza, querida, tienes mala cara. - musitó el curandero en cuanto se sentó a su lado. - No se ha alimentado desde esta mañana, estoy poniendo a prueba su voluntad. - informó la señora de sombras, recibiendo al norteño con una sonrisa. - ¿No crees que es demasiado? Aquí hay mucha gente… - replicó el rubio, ligeramente nervioso. - Lunargenta será mucho peor que esto, si no aprende a lidiar con la sed no podremos llevarla a la capital, sería un peligro para todos y teniendo en cuenta lo mal vistos que estamos ya por culpa de quienes tomaron el poder, un ataque por su parte solo empeoraría las cosas. - soltó, sabiendo que no podrían rebatir sus argumentos.
Fëanor bajó la vista y tomó una de las frías manos de su esposa para darle ánimos, con gusto se habría ofrecido para cederle su sangre pero algo le decía que Elen no permitiría tal cosa. - ¿Sientes su calidez verdad? Céntrate en eso y olvida el hambre. - volvió a intervenir al poco, observando como el sanador acariciaba el dorso de la mano de su amada con delicadeza. Ella misma solía dejar en segundo plano sus ganas de alimentarse cuando tenía ocasión de pasar algo de tiempo con Alister a solas, deleitándose con lo que su cercanía le provocaba a pesar de las limitaciones que tenían.
Casi como si le hubiese leído el pensamiento, el cazador se inclinó hacia ella para besar sus cabellos y le echó un brazo por encima de los hombros, apenas habían tenido tranquilidad en los últimos días, pero debían aprovechar aquellos momentos, por fugaces que fuesen. Tras ver la naturalidad con que actuaba la pareja a pesar de su situación, la otrora humana apoyó su cabeza sobre el hombro de su marido y cerró los ojos para concentrarse solo en su tacto y su aroma, ignorando los del resto.
Así pasarían el resto de la tarde, atentos a cualquier cambio en su comportamiento y preparados para actuar de ser necesario… cosa que afortunadamente, no hizo falta.
- Lo has hecho bien. - admitió la benjamina de los Calhoun, aunque ahora su creación temblaba visiblemente y ocultaba el rostro contra el pecho del rubio, al cual se aferraba firmemente. - Ya puedes soltarlo, deberíamos salir a dar una vuelta por las calles. - aconsejó, al tiempo que echaba mano a uno de sus frascos de sangre y lo depositaba delante de Lyza. La recién transformada reaccionó de inmediato, liberando al curandero de su agarre para hacerse con el recipiente y vaciarlo en cuestión de segundos. Respiraba de forma agitada pero finalmente el ardor que llevaba horas atormentándola desapareció, dándole algo de tregua a su garganta.
Una vez calmada la neófita, los cuatro abandonaron la taberna para que las criaturas de la noche pudiesen respirar algo de aire fresco tras todo un día encerradas entre aquellas cuatro paredes, cosa que sin duda agradecieron.
- Fëanor y Lyza:
- Fëanor traspasando energía vital a Lyza para mantenerla con vida antes de su transformación
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Esta sería Lyza, aunque tiene los ojos azules.
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Elen Calhoun
Aerandiano de honor
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Re: Los comienzos de una neófita [Libre] [2/3] [Noche]
¿Cuánto tiempo había pasado desde que había llegado a esas tierras? … Semanas. ¿Cuánto hacía que había decidido irme? Varias noches. Caelia estaba visiblemente enojada conmigo porque me iría; pero no había nada que pudiera hacer para remediarlo, mi instinto de preservación junto con mi impulso de viajar, me impelían a buscar un nuevo destino. Se me había metido entre ceja y ceja, invertir mi tiempo con la recientemente viuda, Amanda Bradbury, pero la decisión aún no estaba tomada, sentía que me faltaba algo. La nórgeda marchaba a mi lado, tan silenciosa como siempre, taciturna. Podría apostar un brazo, a que estaba intentando hacer que me quedase más tiempo con su familia… por mí estaba bien, daba igual que me pusiera a hacer cosas sin sentido, como la tarea que estábamos llevando a cabo juntas en ese momento. Los dioses siempre tenían sus propios planes, si ellos habían decidido que debería permanecer allí un tiempo más, nada torcería su voluntad.
Suspiré y agaché mi vista a la buena Creúsa que descansaba en mis brazos mientras caminábamos. La muchacha apenas tenía quince Sumares y un vientre tan abultado que parecía más grande que todo su ser. Volví a suspirar, pero esta vez de una forma más suave, posando mis ojos en las perlas de sudor que se acumulaban en su frente. La futura madre no estaba teniendo un buen descansar desde que su marido partiera a no se qué misión fuera de la ciudad. No entendía cómo la guerra podía ser más fuerte que el primer hijo de una familia. Me detuve un momento para acomodarla entre mis brazos, sentí que se me fruncía el entrecejo por la facilidad con la que la podía manejar, le faltaba carne a ese cuerpo. Su pequeño tamaño hacía las cosas más sencillas para mí, pero también entendía que probablemente mi fuerza había continuado incrementándose desde la última vez que había estado en batalla.
Caelia le arregló el pelo a su prima y le secó la frente - El calor de Sumar recibirá a la criatura- la voz dulce, pero a la vez salvaje, de mi amiga me sorprendió. Había hablado en algo un poco más fuerte que un susurro, pero la proximidad entre nosotras hacía que pudiéramos escuchar los latidos de nuestros corazones. Asentí algo incómoda, intercambié la mirada entre las dos, pensando en que no se parecían mucho entre ellas. Creúsa era tierna, no estaba hecha para el campo de batalla, sino para cuidar de los demás. Caelia por su parte, era como una flor del desierto, con espinas que podían perforar cualquier defensa. Esperemos que el calor de Sumar no ase a las dos criaturas respondí en un tono de reproche, retomando el camino; para mí la embarazada era extremadamente joven para enfrentarse sola a esos peligros del parto. Era tarde, la noche nos había encontrado en las calles de la ciudad. Aun nos faltaba bastante para llegar donde la partera, algo me decía que las cosas no estaban bien con la mujer en espera.
No podía estar segura de qué se trataba, pero la embarazada me transmitía un profundo sentimiento de inseguridad y nerviosismo, incluso en sus sueños. -Fae…- casi podía sentir la reprobación en el tono de Caelia. Retomé mi camino, tal vez no debí usar esas palabras, pero estaba preocupada y las pesadillas habían arremetido con mucha fuerza desde que decidiera salir de Roilkat. Quería distraerme, no quería pensar en las imágenes que aún rondaban por mi cabeza. En mis sueños, yo era un lobo. Todos los sonidos y todos los olores del mundo se habían silenciado. Era como estar muerta, pero en vida. Entonces podía sentir en mi corazón a mis hijos, comenzaba a correr sobre la arena hacia un punto donde presentía que se encontraban, pero nunca los alcanzaba. De pronto estábamos juntos, pero mis fauces se hallaban encadenadas y no podía protegerlos de los peligros que nos rodeaban. Mis manos se transformaban en calaveras y finalmente en polvo. No podía cuidarlos, no podía escudarlos, sólo podía mirar con horror hasta que todo desaparecía, difuminándose con una luz cegadora.
La mano de Caelia sobre mi brazo me hizo volver en mí. La miré y me di cuenta que Creúsa se había despertado por fin ¿Cómo te sientes? pregunté, bajándola cuidadosamente ante su ruego silencioso. -Como si un pangolín gigante se me hubiese echado en la espalda- rió con ganas, Caelia se le unió –más para reasegurarla que por el chiste-. Yo no pude. Miré la luna y entorné los ojos -Tranquila Fae, todo es como tiene que ser- quería llevarme las manos a la cabeza y golpear algo, no sé. Hacer algo físico con mi frustración… en cambio, le dediqué una media sonrisa. “Sí, todo como tiene que ser” me repetí, tendiéndole una mano para urgirla a que retomemos el camino. Avanzábamos demasiado lento, pero no podíamos hacer nada mejor, puesto que movernos más rápido no era bueno para la joven. Aquello era una lenta tortura para mí, no veía la hora de quitarme todas aquellas responsabilidades de encima y poder seguir mi camino yermo, gris y solitario.
Suspiré y agaché mi vista a la buena Creúsa que descansaba en mis brazos mientras caminábamos. La muchacha apenas tenía quince Sumares y un vientre tan abultado que parecía más grande que todo su ser. Volví a suspirar, pero esta vez de una forma más suave, posando mis ojos en las perlas de sudor que se acumulaban en su frente. La futura madre no estaba teniendo un buen descansar desde que su marido partiera a no se qué misión fuera de la ciudad. No entendía cómo la guerra podía ser más fuerte que el primer hijo de una familia. Me detuve un momento para acomodarla entre mis brazos, sentí que se me fruncía el entrecejo por la facilidad con la que la podía manejar, le faltaba carne a ese cuerpo. Su pequeño tamaño hacía las cosas más sencillas para mí, pero también entendía que probablemente mi fuerza había continuado incrementándose desde la última vez que había estado en batalla.
Caelia le arregló el pelo a su prima y le secó la frente - El calor de Sumar recibirá a la criatura- la voz dulce, pero a la vez salvaje, de mi amiga me sorprendió. Había hablado en algo un poco más fuerte que un susurro, pero la proximidad entre nosotras hacía que pudiéramos escuchar los latidos de nuestros corazones. Asentí algo incómoda, intercambié la mirada entre las dos, pensando en que no se parecían mucho entre ellas. Creúsa era tierna, no estaba hecha para el campo de batalla, sino para cuidar de los demás. Caelia por su parte, era como una flor del desierto, con espinas que podían perforar cualquier defensa. Esperemos que el calor de Sumar no ase a las dos criaturas respondí en un tono de reproche, retomando el camino; para mí la embarazada era extremadamente joven para enfrentarse sola a esos peligros del parto. Era tarde, la noche nos había encontrado en las calles de la ciudad. Aun nos faltaba bastante para llegar donde la partera, algo me decía que las cosas no estaban bien con la mujer en espera.
No podía estar segura de qué se trataba, pero la embarazada me transmitía un profundo sentimiento de inseguridad y nerviosismo, incluso en sus sueños. -Fae…- casi podía sentir la reprobación en el tono de Caelia. Retomé mi camino, tal vez no debí usar esas palabras, pero estaba preocupada y las pesadillas habían arremetido con mucha fuerza desde que decidiera salir de Roilkat. Quería distraerme, no quería pensar en las imágenes que aún rondaban por mi cabeza. En mis sueños, yo era un lobo. Todos los sonidos y todos los olores del mundo se habían silenciado. Era como estar muerta, pero en vida. Entonces podía sentir en mi corazón a mis hijos, comenzaba a correr sobre la arena hacia un punto donde presentía que se encontraban, pero nunca los alcanzaba. De pronto estábamos juntos, pero mis fauces se hallaban encadenadas y no podía protegerlos de los peligros que nos rodeaban. Mis manos se transformaban en calaveras y finalmente en polvo. No podía cuidarlos, no podía escudarlos, sólo podía mirar con horror hasta que todo desaparecía, difuminándose con una luz cegadora.
La mano de Caelia sobre mi brazo me hizo volver en mí. La miré y me di cuenta que Creúsa se había despertado por fin ¿Cómo te sientes? pregunté, bajándola cuidadosamente ante su ruego silencioso. -Como si un pangolín gigante se me hubiese echado en la espalda- rió con ganas, Caelia se le unió –más para reasegurarla que por el chiste-. Yo no pude. Miré la luna y entorné los ojos -Tranquila Fae, todo es como tiene que ser- quería llevarme las manos a la cabeza y golpear algo, no sé. Hacer algo físico con mi frustración… en cambio, le dediqué una media sonrisa. “Sí, todo como tiene que ser” me repetí, tendiéndole una mano para urgirla a que retomemos el camino. Avanzábamos demasiado lento, pero no podíamos hacer nada mejor, puesto que movernos más rápido no era bueno para la joven. Aquello era una lenta tortura para mí, no veía la hora de quitarme todas aquellas responsabilidades de encima y poder seguir mi camino yermo, gris y solitario.
- Creúsa:
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Re: Los comienzos de una neófita [Libre] [2/3] [Noche]
- Que alivio, el ambiente de esa taberna era tan agobiante… - comentó Lyza, sin soltar la mano de su esposo. La neófita llenó sus pulmones con el fresco aire nocturno y empezó a caminar a través de las calles principales con lentitud, ya se había alimentado así que no tenía que preocuparse por la sed, al menos no durante unas horas. - Tienes que acostumbrarte a estar entre la multitud, sino acabarás cometiendo un error fatal. - replicó la de cabellos cenicientos, que junto al dragón, seguía de cerca al matrimonio. - Lo sé. - musitó la otrora humana, mirando al suelo. Aquel proceso no iba a ser fácil ni agradable, tendría que luchar contra sus instintos para mantenerse en el buen camino, pero con algo de ayuda lo lograría, creía firmemente en ello.
- No te preocupes, yo estaré contigo pase lo que pase. - intervino el elfo, ofreciendo una sonrisa a su mujer y acariciándole el dorso de la mano. Al verlos juntos quedaba patente lo mucho que se querían, y con esa esperanza, la benjamina de los Calhoun confiaba en que su creación no cayese en la tentación como ella había estado a punto de hacer. La imagen de la chica bestia calamar apareció en su mente, pero por suerte, en aquella ocasión Alister se encargó de mantenerla bajo control y evitar que hiciese algo de lo que posteriormente se arrepentiría.
En silencio desvió su mirada hacia el norteño, dando gracias a los dioses porque lo hubiesen puesto en su vida. - ¿Qué pasa? - preguntó él, al ver la alegre expresión del rostro de su compañera. - Nada. - contestó Elen, entrelazando sus dedos con los del cazador mientras avanzaban. A veces se preguntaba qué pasaría tras la batalla contra los jinetes, ¿podrían hallar un modo de curar su maldición o seguiría así para siempre? - Fëanor, una vez te pregunté por los sanadores de Sandorai, ¿cuántas posibilidades tengo de que reviertan mi transformación? - inquirió, provocando que el rubio se detuviese para girarse hacia ella. - Nunca he conocido a alguien capaz de hacerlo pero también es verdad que no me relacionaba demasiado con los sabios de mi aldea… - empezó a decir, planteándose la posibilidad de que de existir un modo, pudiese también utilizarse con su querida Lyza.
- Después de la guerra podríamos ir a Sandorai y buscar ayuda en el árbol madre, quizá a vosotros no os dejen acercaros tanto a nuestro lugar sagrado pero yo podría ir hasta allí y dar con las respuestas que necesitas, incluso con algún experto en la materia si lo hubiese. - propuso, en pago por lo que la señora de sombras había hecho para salvar la vida de su esposa. - Eso estaría bien. - accedió al tiempo que iniciaba la marcha de nuevo, a pesar de no tener ninguna garantía de volver con vida del Oblivion.
El problema era el siguiente, todavía tenía mucho que hacer, rastrear a Vladimir y arrebatarle el rubí de sangre para luego ir contra los jinetes, atrayéndolos a Aerandir para minar sus fuerzas antes de cruzar al otro plano, donde se decidiría todo. Una vez allí Alister no podría ayudarla a menos que le entregase la reliquia del inmortal, idea que aunque había considerado no le agradaba, una vez aceptado el portador éste tenía que cargar con la oscuridad de su artefacto de por vida y no quería hacerle pasar por algo semejante, él era bueno, no podía permitir que lo corrompiesen.
Entonces, ¿qué debía hacer con respecto a su relación? Hasta el momento había puesto una barrera entre ambos por miedo a lo que pudiese pasar si llegaban al siguiente paso, el deseo estaba muy presente cuando se encontraban a solas pero no quería que el destino volviese a jugarle una mala pasada… dándole por hijo a un niño que también tuviese que cargar con su maldición. Sin embargo, ¿y si no regresaba con vida de la contienda? ¿y si moría en el Oblivion y lo dejaba solo? Pensar en ello la aterraba, no quería considerar esa posibilidad pero debía hacerlo… y cada vez que esos malos pensamientos pasaban por su cabeza una vocecita le decía que era una estúpida por no estar aprovechando debidamente cada día que tenían.
A aquellas alturas podía controlarse a pesar de su tentador aroma y lo dulce de su sangre, sabía que podría hacerlo, pero todavía no estaba segura de si debía o no dejarse llevar por sus emociones.
- Ughh, que olor tan desagradable. - susurró Lyza, arrugando la nariz. Todavía se estaba acostumbrando a sus nuevos sentidos, pero ciertamente había algo en el ambiente que destacaba, un aroma que para la de ojos verdes resultaba familiar. - Compórtate Lyza. - ordenó con seriedad, antes incluso de doblar la esquina y ver que efectivamente, se trataba de Wood. A veces creía de verdad que vampiros y licántropos estaban hechos para odiarse de forma instintiva, aquel tipo de reacciones y las que ella misma había tenido apoyaban la idea, pero más allá del olor estaba la persona y la loba era su amiga, nada cambiaría eso. - Volvemos a vernos. - dijo a modo de saludo, alzando la mano que tenía libre y situándose por delante del matrimonio. No es que pensase que la neófita iba a cometer una estupidez pero se quedaba más tranquila estando en medio, donde podría controlar la situación a pesar de que se complicase.
No iba sola, dos mujeres más la acompañaban y una de ellas estaba en avanzado estado de gestación, a juzgar por sus movimientos casi podría decirse que el parto era inminente.
- No te preocupes, yo estaré contigo pase lo que pase. - intervino el elfo, ofreciendo una sonrisa a su mujer y acariciándole el dorso de la mano. Al verlos juntos quedaba patente lo mucho que se querían, y con esa esperanza, la benjamina de los Calhoun confiaba en que su creación no cayese en la tentación como ella había estado a punto de hacer. La imagen de la chica bestia calamar apareció en su mente, pero por suerte, en aquella ocasión Alister se encargó de mantenerla bajo control y evitar que hiciese algo de lo que posteriormente se arrepentiría.
En silencio desvió su mirada hacia el norteño, dando gracias a los dioses porque lo hubiesen puesto en su vida. - ¿Qué pasa? - preguntó él, al ver la alegre expresión del rostro de su compañera. - Nada. - contestó Elen, entrelazando sus dedos con los del cazador mientras avanzaban. A veces se preguntaba qué pasaría tras la batalla contra los jinetes, ¿podrían hallar un modo de curar su maldición o seguiría así para siempre? - Fëanor, una vez te pregunté por los sanadores de Sandorai, ¿cuántas posibilidades tengo de que reviertan mi transformación? - inquirió, provocando que el rubio se detuviese para girarse hacia ella. - Nunca he conocido a alguien capaz de hacerlo pero también es verdad que no me relacionaba demasiado con los sabios de mi aldea… - empezó a decir, planteándose la posibilidad de que de existir un modo, pudiese también utilizarse con su querida Lyza.
- Después de la guerra podríamos ir a Sandorai y buscar ayuda en el árbol madre, quizá a vosotros no os dejen acercaros tanto a nuestro lugar sagrado pero yo podría ir hasta allí y dar con las respuestas que necesitas, incluso con algún experto en la materia si lo hubiese. - propuso, en pago por lo que la señora de sombras había hecho para salvar la vida de su esposa. - Eso estaría bien. - accedió al tiempo que iniciaba la marcha de nuevo, a pesar de no tener ninguna garantía de volver con vida del Oblivion.
El problema era el siguiente, todavía tenía mucho que hacer, rastrear a Vladimir y arrebatarle el rubí de sangre para luego ir contra los jinetes, atrayéndolos a Aerandir para minar sus fuerzas antes de cruzar al otro plano, donde se decidiría todo. Una vez allí Alister no podría ayudarla a menos que le entregase la reliquia del inmortal, idea que aunque había considerado no le agradaba, una vez aceptado el portador éste tenía que cargar con la oscuridad de su artefacto de por vida y no quería hacerle pasar por algo semejante, él era bueno, no podía permitir que lo corrompiesen.
Entonces, ¿qué debía hacer con respecto a su relación? Hasta el momento había puesto una barrera entre ambos por miedo a lo que pudiese pasar si llegaban al siguiente paso, el deseo estaba muy presente cuando se encontraban a solas pero no quería que el destino volviese a jugarle una mala pasada… dándole por hijo a un niño que también tuviese que cargar con su maldición. Sin embargo, ¿y si no regresaba con vida de la contienda? ¿y si moría en el Oblivion y lo dejaba solo? Pensar en ello la aterraba, no quería considerar esa posibilidad pero debía hacerlo… y cada vez que esos malos pensamientos pasaban por su cabeza una vocecita le decía que era una estúpida por no estar aprovechando debidamente cada día que tenían.
A aquellas alturas podía controlarse a pesar de su tentador aroma y lo dulce de su sangre, sabía que podría hacerlo, pero todavía no estaba segura de si debía o no dejarse llevar por sus emociones.
- Ughh, que olor tan desagradable. - susurró Lyza, arrugando la nariz. Todavía se estaba acostumbrando a sus nuevos sentidos, pero ciertamente había algo en el ambiente que destacaba, un aroma que para la de ojos verdes resultaba familiar. - Compórtate Lyza. - ordenó con seriedad, antes incluso de doblar la esquina y ver que efectivamente, se trataba de Wood. A veces creía de verdad que vampiros y licántropos estaban hechos para odiarse de forma instintiva, aquel tipo de reacciones y las que ella misma había tenido apoyaban la idea, pero más allá del olor estaba la persona y la loba era su amiga, nada cambiaría eso. - Volvemos a vernos. - dijo a modo de saludo, alzando la mano que tenía libre y situándose por delante del matrimonio. No es que pensase que la neófita iba a cometer una estupidez pero se quedaba más tranquila estando en medio, donde podría controlar la situación a pesar de que se complicase.
No iba sola, dos mujeres más la acompañaban y una de ellas estaba en avanzado estado de gestación, a juzgar por sus movimientos casi podría decirse que el parto era inminente.
Elen Calhoun
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De mutuo acuerdo hasta que podamos retomarlo.
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