El mal del norte, la pandemia.
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El mal del norte, la pandemia.
Pandemia
Una historia de muerte.
La pandemia
Las calles de Dundarak se teñían de gris, pero no del gris que acostumbraba el invierno, sino un gris de primavera. Los habitantes, consternados por la aparición de una extraña edificación a las afueras de la ciudad parecía ser la causante de ese color gris que había infestado no solo las calles, sino también los campos, tema, por otra parte, bastante más peliagudo. Algunos se posicionaron diciendo que aquello no era sino una obra de los dioses, otros, una maldición.
Tardaron quizá demasiado en llegar a la conclusión más obvia, y era que aquello, fuese lo que fuera, no podía quedarse ahí o Dundarak acabaría totalmente deshabitada. Vinieron desde las islas, desde el Hekshold, especialistas en la magia del tensai. Entrar, esa era la misión, pero ¿Cómo? En mitad de la gran pirámide, asomaba un pequeño hueco perfectamente redondo, demasiado perfecto para ser siquiera una casualidad.
Parecía un mal juego del destino que dicha llave estuviese esparcida en fragmentos por todo Dundarak, héroes anónimos fueron aquellos que arriesgaron su vida para librar a Dundarak de la pestilencia. Cinco nombres que deben rezar en Dundarak y en su historia. Asher Daregan, Rachel Roche, Vicent Calhorum, Níniel Thenidiel y Geralt Wolfstein bajo el mando de Abbey Frost y Lucy Fireheart.
Estos dos primeros fueron objeto de persecución por un grupo de extremistas religiosos, derivados de algún tipo de secta del cristianismo que interpretó la pirámide como una señal divina, y cuyo santuario fue de los primeros en infectarse. Aquí fue donde uno de nuestros héroes, Asher, fue infectado por uno de los llamados herejes. Embriagados por la enfermedad, o “don” otorgado por los dioses, estos seres enfermos atacaron, no solo al hombre-bestia Asher y a la dama de hierro Rachel, sino a todos y cada uno de ellos, haciendo que la tarea de recuperar los fragmentos de la llave fuera una ardua tarea.
Bajo el segundo pico, una antigua mina de cobre servía de residencia a dicha secta, lugar en el cual fue infectado el tercero de nuestros héroes, el brujo Geralt,
Fueron la sanadora elfa Níniel y el otro brujo, Vincent quienes por fin consiguieron el último fragmento de la llave en la parte más antigua de Dundarak, donde se hubieron de esconder los cristianos para practicar su religión bajo la persecución de las rígidas leyes de la ciudad de los dragones. Quizá, y solo quizá, les salvara del abismo algo tan simple como la perspicacia de la elfa al detectar el peligro. No obstante, el brujo, su amado, sí cayó bajo la enfermedad.
Abrieron la pirámide, auqnue toda información sobre esta quedó oculta en los archivos de la Logia.
Pero el norte nunca olvida.
Nadie enfermo saldría de Dundarak, esa fue una de las normas más importantes que se emitieron, pero hecha la ley, hecha la trampa. Viajaron ocultos en caravanas. Ulmer sería el siguiente destino de la pandemia, parte de la ruta natural hacia el sur por tierra y por mar, la capital de los lobos casi pudo ser salvada por el vampiro Allzul y la elfa Windorind Crownguard. Pero una serie de catastróficas desdichas hicieron que aquel registro de caravanas en el paso entre las montañas, fallase. Nadie entraría en Ulmer, o al menos esas fueron las órdenes estrictas de Nana Black, líder de Ulmer.
¿Pero qué pasa si la infección está ya dentro? Adie llegó, como siempre, el cuervo de las malas noticias, y predijo que Ulmer caería esa misma noche. Quizá sus habilidades de máquina hicieron una mera estadística, pero hay quienes le llaman oráculo, quién sabe.
Pronto estaría infestada el pozo de la plaza de Ulmer, sembrando el pánico entre la multitud, tal y como había predicho el pájaro de mal agüero. Fredericksen Candau y Cassandra C. Harrowmont, miembro de los cazadores, fueron los héroes de Ulmer, salvaron a Adie de un sacrificio seguro.
Adie, protagonista por otra parte del encuentro con los leónicos y de los úrsidos, venidos desde el sur-oeste tras la súplica de ayuda para Ulmer, la cual mermaba en habitantes cada día. Las pilas de cadáveres se levantaban a las afueras y el humo de las piras crematorias no daba a basto. Dejó de ser, por un tiempo, aquel sueño de una noche de verano para convertirse en hedor, putrefacción y muerte. Falsas promesas fueron las que llevaban a un pueblo en el que ya no quedaba rastro alguno de esperanza, estafaron a la población vendiendo medicinas falsas y robando comida a los más desfavorecidos. Las valientes actuaciones de un herrero, Eltrant Tale y un muchacho del poblado llamado Ircan hicieron que aquello no fuera un mal mayor, pese a la infección del valiente Ircan.
El caos se disipó lentamente de las calles de Ulmer, quienes tuvieron por otra parte la tardía ayuda de Los Cuervos.
La peste se extendía con rapidez, sus tentáculos parecían recorrer cada árbol, cada roca desde Dundarak por los caminos del sur, hasta tocar las puertas de la península de Verisar.
Se gestaba allí donde se gestan las cosas importantes, o al menos así lo pensaban los terrestres. En la base de los bio-cibernéticos, en los laboratorios, trabajaban día y noche intentando aislar el patógeno causante de la infección, buscaban sin tregua una cura.
Johannes y Sarez esos fueron los nombres de los enviados a salvar Aerandir de un final rápido y seguro. Pero por desgracia para los habitantes de Verisar, no fue así. Jamás llegaron a hallar la cura de la peste. Al menos en este primer intento.
Huyeron, todos los que pudieron al lugar más seguro de Aerandir, el mismo en el que se cocía en su interior la cura. De nuevo a la base de los Bio-Cibernéticos. Pegados a sus puertas, humanos de la capital, de las grandes ciudades y de los pueblos más pequeños rezaban a todos los dioses que conocían por una cura. El rumor se extendía, venían de todas partes asediando por completo el complejo. Una pequeña protociudad sin ley. Cuentan, que fue un pequeño humano prodigio cuyo nombre fue Chimar, quien tras contraer la enfermedad en este asentamiento e intentar irrumpir en la ciudadela, fue curado milagrosamente por los elfos.
Quizá no fuera Chimar quien consiguiera infiltrarse en la base, sino algunos maleantes que se aprovecharon de la situación para asaltar la ciudadela y hacerse con sustancias poco legales fuera de allí. A veces, en las historias de verdad, no existen héroes, sino personas. Ese fue el caso de Lexie Ivannovich, quien sin afán alguno por cumplir su misión de proteger la unidad de toxinas del laboratorio, acabó condenando a todo el continente a un destino cuanto menos, cruel.
No, Verisar ya no era un lugar seguro para nadie. Golpeó primero la peste las murallas de Vulwulfar y de Baslodia, las ciudades de paso más al norte de la península. Debían de tomar una decisión rápida, o no habría vuelta atrás. Todo eran idas y venidas de cartas, de cuervos, de mensajeros. Todo eran decisiones rápidas, en ocasiones incluso tomadas a la ligera. Reforzarían las fronteras y rápido, creando controles en los caminos más transitados para separar a la población enferma de la sana, a los cuales aceptarían como refugiados tras sus murallas.
Hay quienes piensan que aquello fue un error, que aquello tan solo fue un llamamiento a todo Aerandir a buscar refugio en las capitales humanas. Pero actos simbólicos en tierras hostiles, en tierras que no son la tuya son los que dan sentido al sentimiento de unidad que promovía el rey Siegfried. Actos valerosos entre los que cabe destacar los de una elfina, Ashryn Elaynor y a su protector, Yomo Taemasu, a quienes muchos de los integrantes de la guardia de Lunargenta deben su vida.
No hay decisiones buenas, ni malas, porque todas conllevan a actos que nosotros no decidimos. Y así fue como finalmente llegó al punto más al sur del continente la peste, en cuestión de semanas ya había infectado todo. Lunargenta fue la última en caer.
El rey Siegfried no pudo evitar mirar cómo caían sus sueños por la ventana de su cuarto, allí recluido por su misma guardia aguardaba a que la guardia pudiera poner orden en la capital humana, hazaña que por otro lado fue imposible. Los barcos se llenaban de gente que lanzaba literalmente a sus hijos a la proa de los barcos que ya habían zarpado, porque ¿Qué peor muerte había que morir cubierto de pústulas y tus propias heces?
Un águila llegó, podemos decir que incluso a tiempo, avisando al rey de que tenía salvaguarda en un barco que zarparía esa misma tarde hacia las islas. Pero cómo iba a dejar el rey su ciudad. ¿Quién la gobernaría? Estaba claro que si él moría, nadie lo haría.
Coaccionado por su propia guardia y su consejo y utilizado casi como una marioneta, Siegfried fue escoltado por la bruja Elen Calhorum hasta el barco que le llevaría junto al mismísimo Kaledor Hartem en Beltrexus.
Aquello dejó una brecha en Lunargenta, que ahora no tenía rey. El puerto más importante de todo el continente, indefenso. La armada se marchó tras el rey una vez este hubo embarcado hacia las islas.
Aprovechando la coyuntura y que todos los aliados de Verisar estaban fuera de combate, los vampiros iniciaron una razia hacia los lindes humanos. Dicen que, lo que está muerto no puede morir, ¿Pero está muerto un vampiro, o solo está condenada su alma?
El caos completo reinaba en la capital humana, la guardia solo acudía en casos excepcionales, esperando órdenes desde el gobierno trasladado a las islas. Muchos desertaron, olvidando su deber como guardias y exiliándose a sus propias casas con el afán de salvar a sus familias de una muerte segura y prematura. Los pocos que quedaron poco podían hacer.
La guardia no tardó en caer, y con ella la poca seguridad que quedaba en Lunargenta. Una joven elfa, Iredia, intentó bajo todos los medios evitar la toma junto a uno de aquellos seres de la noche, Dag Thorlák, quien finalmente traicionó a su compañera y se hizo con el poder.
Dag Thorlák, un vampiro que se convirtió en el nuevo rey de Lunargenta. Pero no sería fácil mantener el trono, ya que tras mermar la peste se desataría una gran guerra para retomar la capital humana.
Mientras, en lo más profundo de Sandorai, un grupo de brujos extremistas atacó varias aldeas con el pretexto de que los elfos tenían la cura a la peste. Pero la realidad era que la enfermedad no había llegado aún allí, y que los elfos a penas sabían los efectos de la pandemia ni a penas de su existencia. Consiguieron hacer frente a los brujos, Helyare e Ingela, devolviendo a Sandorai el remanso de paz en el que estaba sumido. Al menos por ese tiempo.
Por otro lado, miembros de Los Cazadores y de la Guardia de Lunargenta enviaron a sus mejores guerreras a la captura de un importante asesino implicado en las numerosas muertes durante la peste en Lunargenta. Alanna Delteira y Huracán. Vander no fue sino otro chivo expiatorio para calmar al pueblo.
La recientes hostigaciones hacia el lugar donde habitan los elfos causó que un odio que dormía en lo más profundo de ellos saliera a la luz, haciendo responsables a los brujos y a los humanos de haber llevado la muerte hasta las puertas del sagrado árbol madre.
De todas partes de Aerandir llegaban, desesperados, buscando la salvación. La cura milagrosa de la que todos hablaban. Un grupo de Hombres-Bestia acudió a la ayuda de los elfos en esta gesta, ya que los grupos eran demasiado numerosos. Nombres como el de Fennel Escamanegra o la guardiana del bosque Akanke quedarían grabados en los ecos de Sandorai por la ayuda brindada.
Enfermedad, maldición, bendición… La peste trajo consigo desenlaces fatales, odios entre razas que parecían haber desaparecido y conquistas. Pero sobre todo, la oportunidad del mal para obrar a sus anchas por todo el continente.
Parecía que jamás se acabarían las montañas de cuerpos en las capitales más grandes de Aerandir, el fuego purificador se alzaba alto en las piras crematorias. Ya no había sitio para el llanto entre tanta pudredumbre, y donde estaba la lástima, solo quedaba el regocijo por seguir viviendo.
La enfermedad tuvo diferentes nombres según quien la nombrase, ya que parecía tener diferentes efectos dependiendo de la raza del individuo que la contrajera. Sorg dreki (enfermedad de los dragones), así la llamaron los habitantes de Verisar, debido a que ese mal fue traído desde las tierras del norte. Allí, en las tierras del norte se la conoció como Heimr (mal), pues vino enviada por los dioses.
No hubo cura, la peste supuso la muerte de miles de personas, los censos indican que al menos, se quemaron hasta un total de 700 cuerpos en Ulmer, aproximadamente 3000 fueron en la capital de los dragones donde el foco fue más importante. Las muertes de las capitales humanas también fueron desmesuradas, pero los números de los censos no son del todo exactos, pues muchos simplemente huyeron a las islas o a Sandorai, donde la infección aún no había asolado sus tierras.
Aquellos que fueron contagiados y superaron la enfermedad, se hicieron inmunes de alguna manera a un segundo contagio, así como aquellos que jamás fueron infectados. Aún en algunas de las zonas más recónditas del continente quedan resquicios de muerte.
Tardaron quizá demasiado en llegar a la conclusión más obvia, y era que aquello, fuese lo que fuera, no podía quedarse ahí o Dundarak acabaría totalmente deshabitada. Vinieron desde las islas, desde el Hekshold, especialistas en la magia del tensai. Entrar, esa era la misión, pero ¿Cómo? En mitad de la gran pirámide, asomaba un pequeño hueco perfectamente redondo, demasiado perfecto para ser siquiera una casualidad.
Parecía un mal juego del destino que dicha llave estuviese esparcida en fragmentos por todo Dundarak, héroes anónimos fueron aquellos que arriesgaron su vida para librar a Dundarak de la pestilencia. Cinco nombres que deben rezar en Dundarak y en su historia. Asher Daregan, Rachel Roche, Vicent Calhorum, Níniel Thenidiel y Geralt Wolfstein bajo el mando de Abbey Frost y Lucy Fireheart.
Estos dos primeros fueron objeto de persecución por un grupo de extremistas religiosos, derivados de algún tipo de secta del cristianismo que interpretó la pirámide como una señal divina, y cuyo santuario fue de los primeros en infectarse. Aquí fue donde uno de nuestros héroes, Asher, fue infectado por uno de los llamados herejes. Embriagados por la enfermedad, o “don” otorgado por los dioses, estos seres enfermos atacaron, no solo al hombre-bestia Asher y a la dama de hierro Rachel, sino a todos y cada uno de ellos, haciendo que la tarea de recuperar los fragmentos de la llave fuera una ardua tarea.
Bajo el segundo pico, una antigua mina de cobre servía de residencia a dicha secta, lugar en el cual fue infectado el tercero de nuestros héroes, el brujo Geralt,
Fueron la sanadora elfa Níniel y el otro brujo, Vincent quienes por fin consiguieron el último fragmento de la llave en la parte más antigua de Dundarak, donde se hubieron de esconder los cristianos para practicar su religión bajo la persecución de las rígidas leyes de la ciudad de los dragones. Quizá, y solo quizá, les salvara del abismo algo tan simple como la perspicacia de la elfa al detectar el peligro. No obstante, el brujo, su amado, sí cayó bajo la enfermedad.
Abrieron la pirámide, auqnue toda información sobre esta quedó oculta en los archivos de la Logia.
Pero el norte nunca olvida.
Nadie enfermo saldría de Dundarak, esa fue una de las normas más importantes que se emitieron, pero hecha la ley, hecha la trampa. Viajaron ocultos en caravanas. Ulmer sería el siguiente destino de la pandemia, parte de la ruta natural hacia el sur por tierra y por mar, la capital de los lobos casi pudo ser salvada por el vampiro Allzul y la elfa Windorind Crownguard. Pero una serie de catastróficas desdichas hicieron que aquel registro de caravanas en el paso entre las montañas, fallase. Nadie entraría en Ulmer, o al menos esas fueron las órdenes estrictas de Nana Black, líder de Ulmer.
¿Pero qué pasa si la infección está ya dentro? Adie llegó, como siempre, el cuervo de las malas noticias, y predijo que Ulmer caería esa misma noche. Quizá sus habilidades de máquina hicieron una mera estadística, pero hay quienes le llaman oráculo, quién sabe.
Pronto estaría infestada el pozo de la plaza de Ulmer, sembrando el pánico entre la multitud, tal y como había predicho el pájaro de mal agüero. Fredericksen Candau y Cassandra C. Harrowmont, miembro de los cazadores, fueron los héroes de Ulmer, salvaron a Adie de un sacrificio seguro.
Adie, protagonista por otra parte del encuentro con los leónicos y de los úrsidos, venidos desde el sur-oeste tras la súplica de ayuda para Ulmer, la cual mermaba en habitantes cada día. Las pilas de cadáveres se levantaban a las afueras y el humo de las piras crematorias no daba a basto. Dejó de ser, por un tiempo, aquel sueño de una noche de verano para convertirse en hedor, putrefacción y muerte. Falsas promesas fueron las que llevaban a un pueblo en el que ya no quedaba rastro alguno de esperanza, estafaron a la población vendiendo medicinas falsas y robando comida a los más desfavorecidos. Las valientes actuaciones de un herrero, Eltrant Tale y un muchacho del poblado llamado Ircan hicieron que aquello no fuera un mal mayor, pese a la infección del valiente Ircan.
El caos se disipó lentamente de las calles de Ulmer, quienes tuvieron por otra parte la tardía ayuda de Los Cuervos.
La peste se extendía con rapidez, sus tentáculos parecían recorrer cada árbol, cada roca desde Dundarak por los caminos del sur, hasta tocar las puertas de la península de Verisar.
Se gestaba allí donde se gestan las cosas importantes, o al menos así lo pensaban los terrestres. En la base de los bio-cibernéticos, en los laboratorios, trabajaban día y noche intentando aislar el patógeno causante de la infección, buscaban sin tregua una cura.
Johannes y Sarez esos fueron los nombres de los enviados a salvar Aerandir de un final rápido y seguro. Pero por desgracia para los habitantes de Verisar, no fue así. Jamás llegaron a hallar la cura de la peste. Al menos en este primer intento.
Huyeron, todos los que pudieron al lugar más seguro de Aerandir, el mismo en el que se cocía en su interior la cura. De nuevo a la base de los Bio-Cibernéticos. Pegados a sus puertas, humanos de la capital, de las grandes ciudades y de los pueblos más pequeños rezaban a todos los dioses que conocían por una cura. El rumor se extendía, venían de todas partes asediando por completo el complejo. Una pequeña protociudad sin ley. Cuentan, que fue un pequeño humano prodigio cuyo nombre fue Chimar, quien tras contraer la enfermedad en este asentamiento e intentar irrumpir en la ciudadela, fue curado milagrosamente por los elfos.
Quizá no fuera Chimar quien consiguiera infiltrarse en la base, sino algunos maleantes que se aprovecharon de la situación para asaltar la ciudadela y hacerse con sustancias poco legales fuera de allí. A veces, en las historias de verdad, no existen héroes, sino personas. Ese fue el caso de Lexie Ivannovich, quien sin afán alguno por cumplir su misión de proteger la unidad de toxinas del laboratorio, acabó condenando a todo el continente a un destino cuanto menos, cruel.
No, Verisar ya no era un lugar seguro para nadie. Golpeó primero la peste las murallas de Vulwulfar y de Baslodia, las ciudades de paso más al norte de la península. Debían de tomar una decisión rápida, o no habría vuelta atrás. Todo eran idas y venidas de cartas, de cuervos, de mensajeros. Todo eran decisiones rápidas, en ocasiones incluso tomadas a la ligera. Reforzarían las fronteras y rápido, creando controles en los caminos más transitados para separar a la población enferma de la sana, a los cuales aceptarían como refugiados tras sus murallas.
Hay quienes piensan que aquello fue un error, que aquello tan solo fue un llamamiento a todo Aerandir a buscar refugio en las capitales humanas. Pero actos simbólicos en tierras hostiles, en tierras que no son la tuya son los que dan sentido al sentimiento de unidad que promovía el rey Siegfried. Actos valerosos entre los que cabe destacar los de una elfina, Ashryn Elaynor y a su protector, Yomo Taemasu, a quienes muchos de los integrantes de la guardia de Lunargenta deben su vida.
No hay decisiones buenas, ni malas, porque todas conllevan a actos que nosotros no decidimos. Y así fue como finalmente llegó al punto más al sur del continente la peste, en cuestión de semanas ya había infectado todo. Lunargenta fue la última en caer.
El rey Siegfried no pudo evitar mirar cómo caían sus sueños por la ventana de su cuarto, allí recluido por su misma guardia aguardaba a que la guardia pudiera poner orden en la capital humana, hazaña que por otro lado fue imposible. Los barcos se llenaban de gente que lanzaba literalmente a sus hijos a la proa de los barcos que ya habían zarpado, porque ¿Qué peor muerte había que morir cubierto de pústulas y tus propias heces?
Un águila llegó, podemos decir que incluso a tiempo, avisando al rey de que tenía salvaguarda en un barco que zarparía esa misma tarde hacia las islas. Pero cómo iba a dejar el rey su ciudad. ¿Quién la gobernaría? Estaba claro que si él moría, nadie lo haría.
Coaccionado por su propia guardia y su consejo y utilizado casi como una marioneta, Siegfried fue escoltado por la bruja Elen Calhorum hasta el barco que le llevaría junto al mismísimo Kaledor Hartem en Beltrexus.
Aquello dejó una brecha en Lunargenta, que ahora no tenía rey. El puerto más importante de todo el continente, indefenso. La armada se marchó tras el rey una vez este hubo embarcado hacia las islas.
Aprovechando la coyuntura y que todos los aliados de Verisar estaban fuera de combate, los vampiros iniciaron una razia hacia los lindes humanos. Dicen que, lo que está muerto no puede morir, ¿Pero está muerto un vampiro, o solo está condenada su alma?
El caos completo reinaba en la capital humana, la guardia solo acudía en casos excepcionales, esperando órdenes desde el gobierno trasladado a las islas. Muchos desertaron, olvidando su deber como guardias y exiliándose a sus propias casas con el afán de salvar a sus familias de una muerte segura y prematura. Los pocos que quedaron poco podían hacer.
La guardia no tardó en caer, y con ella la poca seguridad que quedaba en Lunargenta. Una joven elfa, Iredia, intentó bajo todos los medios evitar la toma junto a uno de aquellos seres de la noche, Dag Thorlák, quien finalmente traicionó a su compañera y se hizo con el poder.
Dag Thorlák, un vampiro que se convirtió en el nuevo rey de Lunargenta. Pero no sería fácil mantener el trono, ya que tras mermar la peste se desataría una gran guerra para retomar la capital humana.
Mientras, en lo más profundo de Sandorai, un grupo de brujos extremistas atacó varias aldeas con el pretexto de que los elfos tenían la cura a la peste. Pero la realidad era que la enfermedad no había llegado aún allí, y que los elfos a penas sabían los efectos de la pandemia ni a penas de su existencia. Consiguieron hacer frente a los brujos, Helyare e Ingela, devolviendo a Sandorai el remanso de paz en el que estaba sumido. Al menos por ese tiempo.
Por otro lado, miembros de Los Cazadores y de la Guardia de Lunargenta enviaron a sus mejores guerreras a la captura de un importante asesino implicado en las numerosas muertes durante la peste en Lunargenta. Alanna Delteira y Huracán. Vander no fue sino otro chivo expiatorio para calmar al pueblo.
La recientes hostigaciones hacia el lugar donde habitan los elfos causó que un odio que dormía en lo más profundo de ellos saliera a la luz, haciendo responsables a los brujos y a los humanos de haber llevado la muerte hasta las puertas del sagrado árbol madre.
De todas partes de Aerandir llegaban, desesperados, buscando la salvación. La cura milagrosa de la que todos hablaban. Un grupo de Hombres-Bestia acudió a la ayuda de los elfos en esta gesta, ya que los grupos eran demasiado numerosos. Nombres como el de Fennel Escamanegra o la guardiana del bosque Akanke quedarían grabados en los ecos de Sandorai por la ayuda brindada.
Enfermedad, maldición, bendición… La peste trajo consigo desenlaces fatales, odios entre razas que parecían haber desaparecido y conquistas. Pero sobre todo, la oportunidad del mal para obrar a sus anchas por todo el continente.
Parecía que jamás se acabarían las montañas de cuerpos en las capitales más grandes de Aerandir, el fuego purificador se alzaba alto en las piras crematorias. Ya no había sitio para el llanto entre tanta pudredumbre, y donde estaba la lástima, solo quedaba el regocijo por seguir viviendo.
La enfermedad tuvo diferentes nombres según quien la nombrase, ya que parecía tener diferentes efectos dependiendo de la raza del individuo que la contrajera. Sorg dreki (enfermedad de los dragones), así la llamaron los habitantes de Verisar, debido a que ese mal fue traído desde las tierras del norte. Allí, en las tierras del norte se la conoció como Heimr (mal), pues vino enviada por los dioses.
No hubo cura, la peste supuso la muerte de miles de personas, los censos indican que al menos, se quemaron hasta un total de 700 cuerpos en Ulmer, aproximadamente 3000 fueron en la capital de los dragones donde el foco fue más importante. Las muertes de las capitales humanas también fueron desmesuradas, pero los números de los censos no son del todo exactos, pues muchos simplemente huyeron a las islas o a Sandorai, donde la infección aún no había asolado sus tierras.
Aquellos que fueron contagiados y superaron la enfermedad, se hicieron inmunes de alguna manera a un segundo contagio, así como aquellos que jamás fueron infectados. Aún en algunas de las zonas más recónditas del continente quedan resquicios de muerte.
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