De hachas en el norte [Privado]
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De hachas en el norte [Privado]
Vi de lado a lado, observado sólo blanco extenderse hasta donde alcanzaba mi vista, y más allá de ella. Cada paso era incertidumbre, cada exhalación mía un rasguño helado a mis interiores, y cada exhalación del cielo uno a mis exteriores.
No consideré en ningún momento que fuese a ser un problema. No me había expuesto demasiado al frío luego de empezar a usar armadura, así que había seguido una lógica simplista; «si el metal protege más que el cuero o la lana, por lo que es mejor, aunque sea más pesado. Y el cuero y la lana dan calor, y tengo mucho metal arriba, entonces tengo mucho calor encima, así que no me debería dar frío».
El metal se enfría, Anders.
Había hecho esa nota mental horas atrás nada más empezar a subir El Macizo Nevado, aunque estaba planteándome que quizá mejor decirle Los Macizos Nevados, es decir, eran varias montañas. ¿No? Eran… no recordaba. Había perdido vista de ellas hace mucho, cuando pise en un montón de nieve apilada y se vino abajo, deslizándome quien sabe cuántos metros y dejándome en quién sabe dónde. Desde entonces había estado probando mi camino con mi golem en la forma de un palo alargado, golpeando el suelo para ver si se desmoronaba.
Por puro sentido común habría empezado a bajar, mínimo si no volvía a Dundarak tenía que alcanzar algún lugar en algún momento. Pero estaba malhumorado, no tenía muy claro ni porque había subido y con lo que me había y estaba pasando no pensaba volver sin hacerme cargo del asunto. También, no quería tener que volver a subir. Todo empezó cuando apenas obtener – err, comprar, mi nuevo encantamiento y abandonar el taller de Asher, un hombre se me acercó, preguntándome si ya me había hecho cargo del hijo de puta.
Un… hombre bestia. Al parecer tenían dos semanas persiguiéndolo, habían puesto un precio sobre su cabeza porque había atacado en la ciudad durante algunas noches, dejando atrás heridos y muertos, con miembros segados; mordidos. Los dragones se temían y confirmaron que no estaba… “atacando”.
Estaba comiendo.
El animal se ocultaba en los alrededores de la ciudad, lentamente lograron acorralarlo. Entonces huyó más allá de los alrededores, montaña arriba. No lo persiguieron, pues el puro hecho de subir, al menos, de subir y sólo intentar ocultarse en el macizo era básicamente lo mismo que suicidarse. No tenía donde ir en este lugar, ¿los templos de los dragones? Lo matarían allí entonces. Era muy mala época, al parecer los gigantes de escarcha en estos tiempos estaban levemente alborotados. Era cuestión de tiempo para que se encontrase uno y muriera.
Eso se habían dicho, pero peor que dos muertos más, habían dado con dos desaparecidos hace sólo cuatro días, así que sólo podían contar con que algún descabellado subiera. Me pareció oír que de hecho lo había hecho alguien muy encabellado, pero no estaba seguro si era un coloquialismo o algo así. Al final, quien me estaba preguntando sólo me había confundido, que es como me enteré de todo eso. Era familiar de una de las víctimas y los guardias le habían informado que al parecer “alguien grande y armado con un hacha” había subido hace unas treinta y cuatro, treinta y cinco horas. Creyó que era yo.
Lo que quería decir que por quien me confundieron no había bajado.
Cada minuto y cada paso que daba sobre la nieve hacían más evidente mis posibles destinos y ninguno de ellos me gustaba. Casi podía excusar que la estrategia de esperar que el tipo se cruzara una bestia peligrosa que lo matase fuese una inteligente, este lugar era una pesadilla, ¿cómo se podía conseguir a alguien en este lugar? Parecía infinito. ¿Y rastrearlos? Los pasos se grababan en la nieve, sí, pero una brisa y tendrías suerte si sabías donde diablos estaban tus pies en ese momento como para saber por dónde estaban tus huellas. La recompensa que tenía sobre su cabeza tampoco valía la pena, no para estas dificultades, y eso era sin tomar en cuenta lo de las bestias que rondasen el lugar. Ellas no diferenciarían entre él o yo. O él, y el otro él que subió.
Concluí que tenía que ser alguien muy estúpido o muy noble.
Al dar otro pasó resbalé, quedando en una pose casi típica de un caballero. La mirada, una rodilla y una mano al suelo. «Y si sigue vivo después de aguantar esto por casi dos días, muy fuerte».
Aparté mi mano del suelo para apoyarla en mi pierna y ponerme de pie. Puede que fuese sólo la falta de costumbre a usar una armadura, pero me sentía pesado. Fue entonces que lo noté. Una huella en mi huella.
No. Al revés. Mi huella en una. «Esto es…» me terminé de alzar, inspeccionando la nieve. Tragué saliva.
La huella de un oso.
Y una sola. ¿La nieve no la había aplastado? Supuse que la nieve que sopló no se movió allí, al menos no para cubrirlas todas. Miré atrás y a los lados, teniendo que fijarme otra vez bien para estar más o menos seguro de que dirección marcaba, estaba completa en su mayoría, pero mi caída la había arruinado.
Caminé en esa dirección tentativamente, no viendo sólo al frente sino también a los lados, haciendo tan buen uso como podía de la buena vista élfica. Di con una segunda. Habría sido emocionante, de no ser porque esa estaba a unos veinte pasos míos de la última, y no parecía tanto una huella, pero la nieve no se hundía así por sí sola.
Si no se había movido suficiente nieve aquí como para desaparecer totalmente un rastro es que era relativamente reciente.
Tenía que apresurarme y seguir todas las que pudiera antes de que, literalmente, el viento se las llevara. Tomé mi hacha y volví el golem un escudo. Sólo había un pequeño problema con todo esto ahora que tenía un camino hacia él.
Ambos quienes buscaba eran osos.
Y ambos usaban un hacha.
No consideré en ningún momento que fuese a ser un problema. No me había expuesto demasiado al frío luego de empezar a usar armadura, así que había seguido una lógica simplista; «si el metal protege más que el cuero o la lana, por lo que es mejor, aunque sea más pesado. Y el cuero y la lana dan calor, y tengo mucho metal arriba, entonces tengo mucho calor encima, así que no me debería dar frío».
El metal se enfría, Anders.
Había hecho esa nota mental horas atrás nada más empezar a subir El Macizo Nevado, aunque estaba planteándome que quizá mejor decirle Los Macizos Nevados, es decir, eran varias montañas. ¿No? Eran… no recordaba. Había perdido vista de ellas hace mucho, cuando pise en un montón de nieve apilada y se vino abajo, deslizándome quien sabe cuántos metros y dejándome en quién sabe dónde. Desde entonces había estado probando mi camino con mi golem en la forma de un palo alargado, golpeando el suelo para ver si se desmoronaba.
Por puro sentido común habría empezado a bajar, mínimo si no volvía a Dundarak tenía que alcanzar algún lugar en algún momento. Pero estaba malhumorado, no tenía muy claro ni porque había subido y con lo que me había y estaba pasando no pensaba volver sin hacerme cargo del asunto. También, no quería tener que volver a subir. Todo empezó cuando apenas obtener – err, comprar, mi nuevo encantamiento y abandonar el taller de Asher, un hombre se me acercó, preguntándome si ya me había hecho cargo del hijo de puta.
Un… hombre bestia. Al parecer tenían dos semanas persiguiéndolo, habían puesto un precio sobre su cabeza porque había atacado en la ciudad durante algunas noches, dejando atrás heridos y muertos, con miembros segados; mordidos. Los dragones se temían y confirmaron que no estaba… “atacando”.
Estaba comiendo.
El animal se ocultaba en los alrededores de la ciudad, lentamente lograron acorralarlo. Entonces huyó más allá de los alrededores, montaña arriba. No lo persiguieron, pues el puro hecho de subir, al menos, de subir y sólo intentar ocultarse en el macizo era básicamente lo mismo que suicidarse. No tenía donde ir en este lugar, ¿los templos de los dragones? Lo matarían allí entonces. Era muy mala época, al parecer los gigantes de escarcha en estos tiempos estaban levemente alborotados. Era cuestión de tiempo para que se encontrase uno y muriera.
Eso se habían dicho, pero peor que dos muertos más, habían dado con dos desaparecidos hace sólo cuatro días, así que sólo podían contar con que algún descabellado subiera. Me pareció oír que de hecho lo había hecho alguien muy encabellado, pero no estaba seguro si era un coloquialismo o algo así. Al final, quien me estaba preguntando sólo me había confundido, que es como me enteré de todo eso. Era familiar de una de las víctimas y los guardias le habían informado que al parecer “alguien grande y armado con un hacha” había subido hace unas treinta y cuatro, treinta y cinco horas. Creyó que era yo.
Lo que quería decir que por quien me confundieron no había bajado.
Cada minuto y cada paso que daba sobre la nieve hacían más evidente mis posibles destinos y ninguno de ellos me gustaba. Casi podía excusar que la estrategia de esperar que el tipo se cruzara una bestia peligrosa que lo matase fuese una inteligente, este lugar era una pesadilla, ¿cómo se podía conseguir a alguien en este lugar? Parecía infinito. ¿Y rastrearlos? Los pasos se grababan en la nieve, sí, pero una brisa y tendrías suerte si sabías donde diablos estaban tus pies en ese momento como para saber por dónde estaban tus huellas. La recompensa que tenía sobre su cabeza tampoco valía la pena, no para estas dificultades, y eso era sin tomar en cuenta lo de las bestias que rondasen el lugar. Ellas no diferenciarían entre él o yo. O él, y el otro él que subió.
Concluí que tenía que ser alguien muy estúpido o muy noble.
Al dar otro pasó resbalé, quedando en una pose casi típica de un caballero. La mirada, una rodilla y una mano al suelo. «Y si sigue vivo después de aguantar esto por casi dos días, muy fuerte».
Aparté mi mano del suelo para apoyarla en mi pierna y ponerme de pie. Puede que fuese sólo la falta de costumbre a usar una armadura, pero me sentía pesado. Fue entonces que lo noté. Una huella en mi huella.
No. Al revés. Mi huella en una. «Esto es…» me terminé de alzar, inspeccionando la nieve. Tragué saliva.
La huella de un oso.
Y una sola. ¿La nieve no la había aplastado? Supuse que la nieve que sopló no se movió allí, al menos no para cubrirlas todas. Miré atrás y a los lados, teniendo que fijarme otra vez bien para estar más o menos seguro de que dirección marcaba, estaba completa en su mayoría, pero mi caída la había arruinado.
Caminé en esa dirección tentativamente, no viendo sólo al frente sino también a los lados, haciendo tan buen uso como podía de la buena vista élfica. Di con una segunda. Habría sido emocionante, de no ser porque esa estaba a unos veinte pasos míos de la última, y no parecía tanto una huella, pero la nieve no se hundía así por sí sola.
Si no se había movido suficiente nieve aquí como para desaparecer totalmente un rastro es que era relativamente reciente.
Tenía que apresurarme y seguir todas las que pudiera antes de que, literalmente, el viento se las llevara. Tomé mi hacha y volví el golem un escudo. Sólo había un pequeño problema con todo esto ahora que tenía un camino hacia él.
Ambos quienes buscaba eran osos.
Y ambos usaban un hacha.
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No tenía luz y el Discord no me abre Mefis lmao
Anders
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Re: De hachas en el norte [Privado]
Respiró lentamente, viendo con curiosidad cómo se dispersaba el vaho frente a su cara. Lo vió hasta que dejó de ser, y en su lugar quedó el paisaje nevado que tenía enfrente. Sonrió levemente ante la vista.
Era su primera visita, e inmediatamente apreció cierto sentido de... pertenencia. Lo que notó de inmediato fue que la temperatura estaba en el punto justo. Como si toda su vida hubiese estado andando por tierras por las que no debía andar, donde el mismo clima jugaba en su contra. No allí. Allí estaba cómodo. Fresco.
Por otra parte, la nieve era como una extensión de su pelaje. Por primera vez Naharu no era la única expansión de blanco en un lugar, y las ventajas que aquello daba a la hora de moverse a la intemperie eran masivas. Sentía que estaba donde debía estar, como un hijo perdido que encuentra su camino a casa. Y aunque hubiese llegado a Dundarak una semana antes, la magia del lugar aún lo tenía cautivado.
Pero por mucho que le hubiese gustado seguir admirando la nieve o jugando con su aliento, no era momento para aquello. Su objetivo en el norte era el mismo que en el sur, o que en cualquier parte. Alguien manchaba la tierra, y estaba ahí fuera. Era su deber detenerlo, y por ese motivo se encontraba en la montaña. Al pensar en ello, el peso de su hacha se hizo presente en su mente. Siguió avanzando, intentado conseguir algún otro rastro.
La historia es bastante graciosa si se ignora la parte que no da risa. Dicha parte sería una serie de asesinatos, de naturaleza bastante agobiante, causados por —y esta es la parte graciosa— un hombre-oso, que lleva un hacha. Cabe mencionar los obvios problemas que eso le causó al inicio a Naharu, pero su participación en el asunto fue rápidamente aclarada gracias a un par de testigos y a la reacia colaboración del hijo de Ombaru. El fin del asunto es que empezó siendo sospechoso, pero terminó siendo el único dispuesto a llevar justicia a las heladas montañas, siguiéndole la pista al desgraciado que no sabía diferenciar entre el ganado y el hermano.
Naharu no tardó en darse cuenta de que, quizás, su disgusto hacia los limitados esfuerzos de las autoridades locales era inmerecido. Es decir, la idea de que el perpetrador de tales repugnantes crímenes seguía suelto, ¿y no tenían intenciones de seguirlo?
Lo entendió bien al pasar la primera noche allí fuera. Fue la primera vez en la vida en la que pasó frío real. ¿Y para un humano, o un dragón? Con suerte sobrevivirían, ni mencionar levantarse y continuar la búsqueda.
Ya sea por lo severo de sus ideales o sus convenientes cualidades físicas, él era la única persona capaz de hacer algo al respecto en ese momento.
Habían pasado un par de horas desde que encontró el último rastro en la nieve, tan bella como traicionera. Se sentó cerca de un árbol a descansar, previendo el agotarse y llegar a un enfrentamiento en mal momento. Reanudaría la búsqueda en lo que el viento apaciguara.
—Y... la niña... exclamó "¡Rápido Jim! ¡Volvamos a casa antes del anocech- anocer— Naharu se detuvo un momento— ¡Anochecer!" "antes del anochecer" —continuó, su tono delatando su entusiasmo.
Desde su encuentro con el dragón Durvatyr, Naharu dio prioridad alta a mejorar su lectura. A partir de entonces un pequeño libro de cuentos infantiles tenía lugar seguro en su equipaje, y procuraba practicar cada vez que tenía tiempo. Pronto su descanso terminaría, y no por decisión propia.
Su nariz reaccionó sola, olfateando rápidamente. El viento traía un olor nuevo. Naharu reaccionó con velocidad entrenada, dejando caer el libro sobre su morral abierto, que descansaba en el suelo. Tras un momento, se encontraba agachado con la mirada en la dirección del viento y el hacha preparada en su mano diestra. Entonces la vio, a lo lejos, una figura, ascendiendo a paso lento.
Observó con cautela, cuidando el no hacer figuras destacables ni con su cuerpo ni con su hacha, que mantuvo a ras de suelo y medio cubierta de nieve. Agradeció, otra vez, que su pelaje parecía estar diseñado precisamente para ese tipo de momentos.
La figura era muy pequeña para ser el oso que buscaba. Tampoco olía como uno. Pero tenía un artefacto raro en una mano, y un hacha en la otra. ¿Sería un intento de hacerle bajar la guardia, disfrazándose con magia? Mientras mejor observaba, más se daba cuenta de que que esa persona parecía estar teniendo... muchos problemas para avanzar.
Naharu prefería que aquél fuese un intento de engañarlo, porque de no ser el caso el mal rato lo tendría que pasar alguien inocente, justo y valiente, si su objetivo era cazar al criminal en un entorno tan hostil.
Naharu siguió observándolo avanzar, como si se tratara de un niño perdido en un pantano.
Quizás también podría ser alguien muy estúpido. De todas formas, Naharu se disculpó mentalmente, y se preparo para pelear de todas formas. Lo primero que tenía que hacer era anunciar su presencia, y así evitar una confrontación con un posible aliado.
Así, Naharu se levantó, y elevó el hacha por encima de su cabeza. Sintió cómo su cuerpo reaccionaba, cómo cada fibra de su musculatura trabajaba al unísono para efectuar el movimiento que había practicado tantas veces desde que consiguió el encantamiento en el taller de Asher Daregan.
Con los ojos firmes en su objetivo, Naharu arrojó su hacha con un movimiento explosivo: Había apuntado a uno de los árboles en la cercanía del hombre rubio, quien parecía haber reaccionado a la presencia del hijo de Ombaru.
—¡Identifícate, viajero¡ —su voz de trueno retumbó por el aire tras el impacto del hacha contra el árbol— ¡Me llamo Naharu, y estoy aquí en busca del asesino en fuga que acosa las calles de Dundarak! ¿Cuál es tu propósito? —Señaló al hombre con un dedo, acentuando su pregunta.
Tras un momento, abrió esa misma mano y orientó su brazo en dirección al hacha, que empezó a temblar en su lugar, aún incrustada en el tronco. Tras unos instantes, el hacha se separó de la madera, y como si fuese halada por cuerdas invisibles, se dirigió por el aire hacia su dueño, con una velocidad peligrosa. Naharu la atajó con firmeza, en un movimiento que en el pasado le había costado bastantes moretones el hacer bien.
Naharu volvió a levantar el hacha sobre su cabeza, esperando la respuesta del rubio. Dependiendo de lo que dijera, Naharu volvería a arrojar el hacha. Y esta vez, sus ojos sí estaban en el extraño.
Era su primera visita, e inmediatamente apreció cierto sentido de... pertenencia. Lo que notó de inmediato fue que la temperatura estaba en el punto justo. Como si toda su vida hubiese estado andando por tierras por las que no debía andar, donde el mismo clima jugaba en su contra. No allí. Allí estaba cómodo. Fresco.
Por otra parte, la nieve era como una extensión de su pelaje. Por primera vez Naharu no era la única expansión de blanco en un lugar, y las ventajas que aquello daba a la hora de moverse a la intemperie eran masivas. Sentía que estaba donde debía estar, como un hijo perdido que encuentra su camino a casa. Y aunque hubiese llegado a Dundarak una semana antes, la magia del lugar aún lo tenía cautivado.
Pero por mucho que le hubiese gustado seguir admirando la nieve o jugando con su aliento, no era momento para aquello. Su objetivo en el norte era el mismo que en el sur, o que en cualquier parte. Alguien manchaba la tierra, y estaba ahí fuera. Era su deber detenerlo, y por ese motivo se encontraba en la montaña. Al pensar en ello, el peso de su hacha se hizo presente en su mente. Siguió avanzando, intentado conseguir algún otro rastro.
La historia es bastante graciosa si se ignora la parte que no da risa. Dicha parte sería una serie de asesinatos, de naturaleza bastante agobiante, causados por —y esta es la parte graciosa— un hombre-oso, que lleva un hacha. Cabe mencionar los obvios problemas que eso le causó al inicio a Naharu, pero su participación en el asunto fue rápidamente aclarada gracias a un par de testigos y a la reacia colaboración del hijo de Ombaru. El fin del asunto es que empezó siendo sospechoso, pero terminó siendo el único dispuesto a llevar justicia a las heladas montañas, siguiéndole la pista al desgraciado que no sabía diferenciar entre el ganado y el hermano.
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Naharu no tardó en darse cuenta de que, quizás, su disgusto hacia los limitados esfuerzos de las autoridades locales era inmerecido. Es decir, la idea de que el perpetrador de tales repugnantes crímenes seguía suelto, ¿y no tenían intenciones de seguirlo?
Lo entendió bien al pasar la primera noche allí fuera. Fue la primera vez en la vida en la que pasó frío real. ¿Y para un humano, o un dragón? Con suerte sobrevivirían, ni mencionar levantarse y continuar la búsqueda.
Ya sea por lo severo de sus ideales o sus convenientes cualidades físicas, él era la única persona capaz de hacer algo al respecto en ese momento.
Habían pasado un par de horas desde que encontró el último rastro en la nieve, tan bella como traicionera. Se sentó cerca de un árbol a descansar, previendo el agotarse y llegar a un enfrentamiento en mal momento. Reanudaría la búsqueda en lo que el viento apaciguara.
—Y... la niña... exclamó "¡Rápido Jim! ¡Volvamos a casa antes del anocech- anocer— Naharu se detuvo un momento— ¡Anochecer!" "antes del anochecer" —continuó, su tono delatando su entusiasmo.
Desde su encuentro con el dragón Durvatyr, Naharu dio prioridad alta a mejorar su lectura. A partir de entonces un pequeño libro de cuentos infantiles tenía lugar seguro en su equipaje, y procuraba practicar cada vez que tenía tiempo. Pronto su descanso terminaría, y no por decisión propia.
Su nariz reaccionó sola, olfateando rápidamente. El viento traía un olor nuevo. Naharu reaccionó con velocidad entrenada, dejando caer el libro sobre su morral abierto, que descansaba en el suelo. Tras un momento, se encontraba agachado con la mirada en la dirección del viento y el hacha preparada en su mano diestra. Entonces la vio, a lo lejos, una figura, ascendiendo a paso lento.
Observó con cautela, cuidando el no hacer figuras destacables ni con su cuerpo ni con su hacha, que mantuvo a ras de suelo y medio cubierta de nieve. Agradeció, otra vez, que su pelaje parecía estar diseñado precisamente para ese tipo de momentos.
La figura era muy pequeña para ser el oso que buscaba. Tampoco olía como uno. Pero tenía un artefacto raro en una mano, y un hacha en la otra. ¿Sería un intento de hacerle bajar la guardia, disfrazándose con magia? Mientras mejor observaba, más se daba cuenta de que que esa persona parecía estar teniendo... muchos problemas para avanzar.
Naharu prefería que aquél fuese un intento de engañarlo, porque de no ser el caso el mal rato lo tendría que pasar alguien inocente, justo y valiente, si su objetivo era cazar al criminal en un entorno tan hostil.
Naharu siguió observándolo avanzar, como si se tratara de un niño perdido en un pantano.
Quizás también podría ser alguien muy estúpido. De todas formas, Naharu se disculpó mentalmente, y se preparo para pelear de todas formas. Lo primero que tenía que hacer era anunciar su presencia, y así evitar una confrontación con un posible aliado.
Así, Naharu se levantó, y elevó el hacha por encima de su cabeza. Sintió cómo su cuerpo reaccionaba, cómo cada fibra de su musculatura trabajaba al unísono para efectuar el movimiento que había practicado tantas veces desde que consiguió el encantamiento en el taller de Asher Daregan.
Con los ojos firmes en su objetivo, Naharu arrojó su hacha con un movimiento explosivo: Había apuntado a uno de los árboles en la cercanía del hombre rubio, quien parecía haber reaccionado a la presencia del hijo de Ombaru.
—¡Identifícate, viajero¡ —su voz de trueno retumbó por el aire tras el impacto del hacha contra el árbol— ¡Me llamo Naharu, y estoy aquí en busca del asesino en fuga que acosa las calles de Dundarak! ¿Cuál es tu propósito? —Señaló al hombre con un dedo, acentuando su pregunta.
Tras un momento, abrió esa misma mano y orientó su brazo en dirección al hacha, que empezó a temblar en su lugar, aún incrustada en el tronco. Tras unos instantes, el hacha se separó de la madera, y como si fuese halada por cuerdas invisibles, se dirigió por el aire hacia su dueño, con una velocidad peligrosa. Naharu la atajó con firmeza, en un movimiento que en el pasado le había costado bastantes moretones el hacer bien.
Naharu volvió a levantar el hacha sobre su cabeza, esperando la respuesta del rubio. Dependiendo de lo que dijera, Naharu volvería a arrojar el hacha. Y esta vez, sus ojos sí estaban en el extraño.
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*Off: Okay de verdad quería usar el encantamiento, ya puedo morir en paz (?Naharu
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Re: De hachas en el norte [Privado]
Inhalé lenta y pesadamente una vez más al dar con lo que había sido la última huella. Sin moverme de mi lugar observé más a los lados, frunciendo el ceño levemente para enfocar más mi vista. No veía nada.
Bueno… nada de utilidad. En realidad veía bastante. Puede que valiese la pena volver a subir un día. Cuando tuviese unas cuatro o cinco mantas encima, o cuando encontrase otra forma de generarme gran calor. Dejando de lado el hecho que no me convenía en nada que el viento soplase, era hermoso.
La forma en que el escape blanquecino danzaba, toda la nieve moviéndose junta, apilándose de un lugar a otro. Era como ver al mundo mismo barrerse. A veces me costaba bastante creer si había algo allí afuera, fuesen Dioses, o fuesen Espíritus. Otras veces, veces como esta, no.
Sonreí un poco con las mejillas calientes, y abrí la boca para exhalar.
Fue en el mismo instante que la figura nevada abandonaba mi boca que vi algo volar frente a mis ojos. Grande. Rápido. Fuerte. Había dejado la boca levemente abierta, saliendo de mi parálisis un segundo después de que el sonido alcanzó mis oídos; la imagen se acomodó en mis ojos; y la realización de que si el hacha hubiese sido mejor apuntada, ese segundo me habría costado la vida.
El árbol que estaba a unos pasos ahora se encontraba levemente torcido. Tenía casi la mitad de su tronco penetrada, y eso había sido un solo impacto. El quién y el dónde cruzaron por mi cabeza como preguntas mientras veía a la dirección de la que parecía haber venido y me movía a tomar el mango de aquella hacha. Antes de llegar yo al hacha llegó a mí un gruñido.
No había escuchado bien, así que apoyé el pie en el tronco y tomé el arma, intentando jalarla afuera. Seguía sin verla. Esta vez con razón; mis ojos habían dado con el asaltante. Y me estaba apuntan...
«Espera, ¿está… hablando?»
Entrecerré los ojos, ladeé la cabeza y dejé de jalar el arma intentando oír lo que decía el oso, interrumpido por el molesto sonido del viento y los crujidos cercanos de la madera. ¿Uh, crujidos…? Me hice consciente de las leves vibraciones en el arma. Al verla de reojo, se despegó del tronco con la misma fuerza que se había pegado en primer lugar. Fue suficiente como para que la fricción me calentase la mano con la que la estaba sosteniendo en cuanto se deslizó fuera de ella.
Creí que le volaría la cabeza al oso al verla ir hacia él, pero increíblemente, la había atrapado. Fruncí levemente el ceño al verla alzarla de nuevo sobre su hombro. Había oído eso último, pero… pero era un oso. El perseguido sabría que lo estaban persiguiendo… ¿no? Y tenía el hacha. Peor que eso, parecía que era un oso mitad brujo, ¿cómo había jalado de vuelta el arma?
No. No. Negué levemente para mí mismo. Eso a un lado del árbol que estaba junto al oso… ¿Equip- Un libro. No. Peor. Esos dibujitos en la portada…
Abrí levemente la boca y la volví a cerrar, teniendo un pequeño corto al no poder formar una frase coherente ante eso. Había terminado de cerrar el caso de porque este no sería el asesino. No estaba cubierto de sangre y supuse que al asesino no le molestaba precisamente estar cubierto de ella; se había tomado la molestia de gritar y revelar su posición, y, casi seguro, de fallar su ataque; y claro, lo más convincente de todo.
Estaba leyendo un cuento para niños.
Sonreí con las mejillas cálidas ante lo último, poniendo en mi cabeza la imagen de lo que parecían dos metros y tanto de músculo y pelo blanco leyendo un cuento. No podía ser.
Paré de sonreír al ver que el oso seguía mirándome, y que yo no había hablado. Subí ambas manos y deje caer el escudo sin cambiar su forma, y mi propia hacha sobre él, desarmándome visualmente para relajarlo. Comencé a avanzar hacia él, empujando el escudo adelante con los pies, y claro, algo más indetectable. Mi éter.
Era una última medida en caso de que me equivocase, si veía el hacha abandonar sus manos tendría tiempo de alzar al golem alterando su forma a una pared, endureciendolo para bloquearla y posiblemente atraparla. Incluso si arrastraba todo el golem de vuelta con su hacha, me aseguraría que arrastrase un muro completamente cubierto de espinas para que no pudiese agarrarlo, y yo tendría mi propia hacha.
No es que un oso necesitase armas para representar un peligro, pero al menos eso me dejaría la ventaja del rango.
—¡Soy Anders! ¡Vine a…!
“Cazar un oso” sonaba terrible cuando se lo decías a uno.
—¡…por el asesino qué buscan en Dundarak!
No estaba seguro si eso había relajado al oso o no, era difícil leerlo visiblemente. Demasiado pelo para poder notar si sus músculos se habían destensado o no, y no es que hubiese visto muchos hombres oso en la vida como para entender los cambios de expresión osunas más delicadas. Me detuve a una distancia cercana, pero una que me produjese confianza de que si me tiraba su arma tendría tiempo de lo planeado.
—Entonces… Er. ¿Cómo dices qué… hiciste eso? De tomar tu hacha otra vez. ¿Telequinesis…? —aguanté la necesidad de pestañear. Sabía que los hombres bestia “no” podían usar magia, al menos, no de la forma que lo hacían los brujos, dragones u elfos. Pero conocía uno que lo hacía, y puede que mejor que casi todos los que conocía—… ¿Runas?
Vi del oso a su arma, buscando alguna. No la conseguí, pero conseguí otra cosa.
Sonreí y me agaché, tomando mi propia hacha. Lentamente para que no reaccionase ante un movimiento que pasó por brusco y veloz. Apunté a la pequeña figura que él dejaba en todos sus trabajos para identificarlos.
La media luna del taller de Eltrant. Conocía al hombre, y tenía confianza en que era bueno juzgando a la gente, no había demasiadas formas de que un arma suya acabase en manos de un demente.
Esperaba que el oso supiese lo mismo.
—¿Tú conoces a Eltrant? —pregunté, aún sonriendo.
Bueno… nada de utilidad. En realidad veía bastante. Puede que valiese la pena volver a subir un día. Cuando tuviese unas cuatro o cinco mantas encima, o cuando encontrase otra forma de generarme gran calor. Dejando de lado el hecho que no me convenía en nada que el viento soplase, era hermoso.
La forma en que el escape blanquecino danzaba, toda la nieve moviéndose junta, apilándose de un lugar a otro. Era como ver al mundo mismo barrerse. A veces me costaba bastante creer si había algo allí afuera, fuesen Dioses, o fuesen Espíritus. Otras veces, veces como esta, no.
Sonreí un poco con las mejillas calientes, y abrí la boca para exhalar.
Fue en el mismo instante que la figura nevada abandonaba mi boca que vi algo volar frente a mis ojos. Grande. Rápido. Fuerte. Había dejado la boca levemente abierta, saliendo de mi parálisis un segundo después de que el sonido alcanzó mis oídos; la imagen se acomodó en mis ojos; y la realización de que si el hacha hubiese sido mejor apuntada, ese segundo me habría costado la vida.
El árbol que estaba a unos pasos ahora se encontraba levemente torcido. Tenía casi la mitad de su tronco penetrada, y eso había sido un solo impacto. El quién y el dónde cruzaron por mi cabeza como preguntas mientras veía a la dirección de la que parecía haber venido y me movía a tomar el mango de aquella hacha. Antes de llegar yo al hacha llegó a mí un gruñido.
No había escuchado bien, así que apoyé el pie en el tronco y tomé el arma, intentando jalarla afuera. Seguía sin verla. Esta vez con razón; mis ojos habían dado con el asaltante. Y me estaba apuntan...
«Espera, ¿está… hablando?»
Entrecerré los ojos, ladeé la cabeza y dejé de jalar el arma intentando oír lo que decía el oso, interrumpido por el molesto sonido del viento y los crujidos cercanos de la madera. ¿Uh, crujidos…? Me hice consciente de las leves vibraciones en el arma. Al verla de reojo, se despegó del tronco con la misma fuerza que se había pegado en primer lugar. Fue suficiente como para que la fricción me calentase la mano con la que la estaba sosteniendo en cuanto se deslizó fuera de ella.
Creí que le volaría la cabeza al oso al verla ir hacia él, pero increíblemente, la había atrapado. Fruncí levemente el ceño al verla alzarla de nuevo sobre su hombro. Había oído eso último, pero… pero era un oso. El perseguido sabría que lo estaban persiguiendo… ¿no? Y tenía el hacha. Peor que eso, parecía que era un oso mitad brujo, ¿cómo había jalado de vuelta el arma?
No. No. Negué levemente para mí mismo. Eso a un lado del árbol que estaba junto al oso… ¿Equip- Un libro. No. Peor. Esos dibujitos en la portada…
Abrí levemente la boca y la volví a cerrar, teniendo un pequeño corto al no poder formar una frase coherente ante eso. Había terminado de cerrar el caso de porque este no sería el asesino. No estaba cubierto de sangre y supuse que al asesino no le molestaba precisamente estar cubierto de ella; se había tomado la molestia de gritar y revelar su posición, y, casi seguro, de fallar su ataque; y claro, lo más convincente de todo.
Estaba leyendo un cuento para niños.
Sonreí con las mejillas cálidas ante lo último, poniendo en mi cabeza la imagen de lo que parecían dos metros y tanto de músculo y pelo blanco leyendo un cuento. No podía ser.
Paré de sonreír al ver que el oso seguía mirándome, y que yo no había hablado. Subí ambas manos y deje caer el escudo sin cambiar su forma, y mi propia hacha sobre él, desarmándome visualmente para relajarlo. Comencé a avanzar hacia él, empujando el escudo adelante con los pies, y claro, algo más indetectable. Mi éter.
Era una última medida en caso de que me equivocase, si veía el hacha abandonar sus manos tendría tiempo de alzar al golem alterando su forma a una pared, endureciendolo para bloquearla y posiblemente atraparla. Incluso si arrastraba todo el golem de vuelta con su hacha, me aseguraría que arrastrase un muro completamente cubierto de espinas para que no pudiese agarrarlo, y yo tendría mi propia hacha.
No es que un oso necesitase armas para representar un peligro, pero al menos eso me dejaría la ventaja del rango.
—¡Soy Anders! ¡Vine a…!
“Cazar un oso” sonaba terrible cuando se lo decías a uno.
—¡…por el asesino qué buscan en Dundarak!
No estaba seguro si eso había relajado al oso o no, era difícil leerlo visiblemente. Demasiado pelo para poder notar si sus músculos se habían destensado o no, y no es que hubiese visto muchos hombres oso en la vida como para entender los cambios de expresión osunas más delicadas. Me detuve a una distancia cercana, pero una que me produjese confianza de que si me tiraba su arma tendría tiempo de lo planeado.
—Entonces… Er. ¿Cómo dices qué… hiciste eso? De tomar tu hacha otra vez. ¿Telequinesis…? —aguanté la necesidad de pestañear. Sabía que los hombres bestia “no” podían usar magia, al menos, no de la forma que lo hacían los brujos, dragones u elfos. Pero conocía uno que lo hacía, y puede que mejor que casi todos los que conocía—… ¿Runas?
Vi del oso a su arma, buscando alguna. No la conseguí, pero conseguí otra cosa.
Sonreí y me agaché, tomando mi propia hacha. Lentamente para que no reaccionase ante un movimiento que pasó por brusco y veloz. Apunté a la pequeña figura que él dejaba en todos sus trabajos para identificarlos.
La media luna del taller de Eltrant. Conocía al hombre, y tenía confianza en que era bueno juzgando a la gente, no había demasiadas formas de que un arma suya acabase en manos de un demente.
Esperaba que el oso supiese lo mismo.
—¿Tú conoces a Eltrant? —pregunté, aún sonriendo.
Anders
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Re: De hachas en el norte [Privado]
Era una persona joven, ahora que Naharu podía verlo mejor. Su falta de vello facial y sus rasgos hicieron que el oso no tuviera seguro de si era humana, bruja o elfo. Tenía un olor demasiado... limpio, para ser una licántropo. Tendría que esperar a escuchar el timbre de su voz.
Y de voz era el problema. Naharu creyó al inicio que el extraño lo estaba ignorando. Peor aún cuando sonrió. ¿Acaso no lo veía como un peligro, o era tan idiota como para no entender la situación en la que estaba metido? ¿Quizás el viento era más fuerte de lo que pensó? Naharu apretó con fuerza el hacha, de todas formas. El otro pareció notarlo. Quizás no era tan idiota.
El extraño dejó caer su armamento, y se acercó con las manos en el aire en señal de paz. Iba empujando el escudo raro con el pie, cosa que a Naharu no le gustó. Sus viajes por Aerandir le hicieron comprender que la magia era algo extremadamente versátil y peligroso. Para un hombre-bestia común, era además invisible.
Naharu le ordenó que se detuviera con un gesto de cabeza y un gruñido. Anders, decía llamarse, sonaba como un hombre. Al menos más a uno que a mujer, así que debía tratarse de un elfo. Los elfos curaban, manejaban la naturaleza y quemaban con luz. El escudo le era algo desconocido para el úrsido, así que prefería mantenerlo alejado. Decía estar ahí por la misma razón que él, pero no se veía muy convencido. Quizás fuesen nervios.
Al menos a esta distancia estaba seguro de que se escucharían bien.
El muchacho empezó a preguntarle cómo hizo que el hacha volviera. Naharu ladeó un poco la cabeza. ¿De verdad pensaba que revelaría esa información, mientras se preparaba para atravesarle la frente con ella si hacía algo estúpido?
Aunque Naharu entendía su curiosidad. La magia era, ciertamente, una nueva dimensión de poder en que él mismo apenas estaba chapoteando, incluso con ayuda de alguien letrado en dicha área. Por ese mismo interés burbujeante, Naharu reaccionó ligeramente cuando el elfo acertó con su segunda suposición, enderezando su cabeza.
No podía permitirse bajar la guardia. Si era un enemigo, ya tenía información de las capacidades del oso. Mientras que al contrario, no hubo ningún avance.
Anders volvió a sonreír, gesto que ya estaba poniendo a Naharu de los nervios. Se agachó lentamente, presuntamente para mostrarle algo en su arma. Naharu se preparó para lanzar.
Y tras ver el símbolo en el hacha de Anders, y oír su pregunta, bajó el hacha inofensivamente.
—Eltrant Tale. Buen herrero. Mejor hombre. —confirmó, y su postura se desinfló un poco. El oso se encontraba visiblemente más relajado al oír un nombre conocido.
Naharu se resignó a bajar al guardia, dejando reposar el hacha en el suelo. Si todo fuese una trampa, su encantamiento le permitiría atacar sin perder tiempo, de todas formas.
El oso se cruzó de brazos.
—Entonces supongo que seremos aliados. —cedió, poco convencido. Su mirada juzgaba al muchacho, que se veía tan poco preparado para la misión— Andando. —le apuró.
El hacha volvió a la mano de Naharu por sí sola, con menos fuerza esta vez al no tener tanta distancia en la que acelerar. El oso quería integrar esa nueva funcionalidad, hasta que su uso fuese reflejo. Aprovechaba cada oportunidad que tenía para practicarlo. Se posó el hacha al hombro y avanzó hasta sus cosas, intentando sutilmente no darle la espalda al elfo. Guardó todo en su morral, y se lo asió a la espalda. Su descanso había sido corto.
Le echó otro largo vistazo a Anders, sus ojos delatando sus pensamientos.
—El último rastro señalaba en aquella dirección —hizo un gesto con la mano libre. Empezó a caminar, sin observar si le seguía o no— Si llegaste vivo hasta acá y nos encontramos, significa que no eres un extraño a rastrear. Esas huellas fueron de ayer, y asumiré que entiendes lo que eso significa. Todas tus fortalezas son bienvenidas. ¿Qué ofreces, chico? —continuó hablando, en voz más alta de lo que acostumbraba.
Se detuvo un momento, para mirar al elfo al rostro.
Al menos tenía coraje. Eso no se podía negar.
Y de voz era el problema. Naharu creyó al inicio que el extraño lo estaba ignorando. Peor aún cuando sonrió. ¿Acaso no lo veía como un peligro, o era tan idiota como para no entender la situación en la que estaba metido? ¿Quizás el viento era más fuerte de lo que pensó? Naharu apretó con fuerza el hacha, de todas formas. El otro pareció notarlo. Quizás no era tan idiota.
El extraño dejó caer su armamento, y se acercó con las manos en el aire en señal de paz. Iba empujando el escudo raro con el pie, cosa que a Naharu no le gustó. Sus viajes por Aerandir le hicieron comprender que la magia era algo extremadamente versátil y peligroso. Para un hombre-bestia común, era además invisible.
Naharu le ordenó que se detuviera con un gesto de cabeza y un gruñido. Anders, decía llamarse, sonaba como un hombre. Al menos más a uno que a mujer, así que debía tratarse de un elfo. Los elfos curaban, manejaban la naturaleza y quemaban con luz. El escudo le era algo desconocido para el úrsido, así que prefería mantenerlo alejado. Decía estar ahí por la misma razón que él, pero no se veía muy convencido. Quizás fuesen nervios.
Al menos a esta distancia estaba seguro de que se escucharían bien.
El muchacho empezó a preguntarle cómo hizo que el hacha volviera. Naharu ladeó un poco la cabeza. ¿De verdad pensaba que revelaría esa información, mientras se preparaba para atravesarle la frente con ella si hacía algo estúpido?
Aunque Naharu entendía su curiosidad. La magia era, ciertamente, una nueva dimensión de poder en que él mismo apenas estaba chapoteando, incluso con ayuda de alguien letrado en dicha área. Por ese mismo interés burbujeante, Naharu reaccionó ligeramente cuando el elfo acertó con su segunda suposición, enderezando su cabeza.
No podía permitirse bajar la guardia. Si era un enemigo, ya tenía información de las capacidades del oso. Mientras que al contrario, no hubo ningún avance.
Anders volvió a sonreír, gesto que ya estaba poniendo a Naharu de los nervios. Se agachó lentamente, presuntamente para mostrarle algo en su arma. Naharu se preparó para lanzar.
Y tras ver el símbolo en el hacha de Anders, y oír su pregunta, bajó el hacha inofensivamente.
—Eltrant Tale. Buen herrero. Mejor hombre. —confirmó, y su postura se desinfló un poco. El oso se encontraba visiblemente más relajado al oír un nombre conocido.
Naharu se resignó a bajar al guardia, dejando reposar el hacha en el suelo. Si todo fuese una trampa, su encantamiento le permitiría atacar sin perder tiempo, de todas formas.
El oso se cruzó de brazos.
—Entonces supongo que seremos aliados. —cedió, poco convencido. Su mirada juzgaba al muchacho, que se veía tan poco preparado para la misión— Andando. —le apuró.
El hacha volvió a la mano de Naharu por sí sola, con menos fuerza esta vez al no tener tanta distancia en la que acelerar. El oso quería integrar esa nueva funcionalidad, hasta que su uso fuese reflejo. Aprovechaba cada oportunidad que tenía para practicarlo. Se posó el hacha al hombro y avanzó hasta sus cosas, intentando sutilmente no darle la espalda al elfo. Guardó todo en su morral, y se lo asió a la espalda. Su descanso había sido corto.
Le echó otro largo vistazo a Anders, sus ojos delatando sus pensamientos.
—El último rastro señalaba en aquella dirección —hizo un gesto con la mano libre. Empezó a caminar, sin observar si le seguía o no— Si llegaste vivo hasta acá y nos encontramos, significa que no eres un extraño a rastrear. Esas huellas fueron de ayer, y asumiré que entiendes lo que eso significa. Todas tus fortalezas son bienvenidas. ¿Qué ofreces, chico? —continuó hablando, en voz más alta de lo que acostumbraba.
Se detuvo un momento, para mirar al elfo al rostro.
Al menos tenía coraje. Eso no se podía negar.
Naharu
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Re: De hachas en el norte [Privado]
Por cómo había adoptado una postura levemente más recta, al final, lo de las runas debía ser cierto. No me empezaba a extrañar tampoco, con su “confirmación” – o al menos lo más parecido que me daría a ello – de que el arma la hiciese Eltrant, podía imaginarme quien estaba detrás del encantamiento. Se recomendaban el uno a otro, y con razón.
«Qué intenso es» pensé en cuanto vi el hacha volver una segunda vez a su mano, incluso desde una posición de reposo. ¿Cómo funcionaba exactamente eso? ¿El hacha siempre volvería a ella cuando dejase de sostenerla?
O sea que…
¿…Debía dormir sosteniendo el hacha? Tenía que haber algo más detrás, una regla, algo que le indicase a la runa cuando funcionar. Y… estaba bastante seguro, ese algo no me seria compartido sólo porque le preguntase. Al menos no ahora mismo.
—¿Estás seguro- err, cómo… decías qué te llamabas? No… escuché muy bien —perseguí al oso en cuanto empezó a andar hacia su morral para guardar las cosas—. Parecías estar en pleno descanso, no me moles-
Casi y me hablaba con los ojos. Bueno, no podía culparlo. Sabiendo que definitivamente no me quería atrás, o al menos, no lo estaba apreciando demasiado, caminé al frente para que pudiese verme con toda la libertad que quisiera, y quizá, se quedase tranquilo.
—Mmm-hmm —fue toda mi respuesta a su gesto con la mano, ni un si ni un no, solamente un sonido que dejase claro que le escuchaba para que prosiguiera—. ¿De... ayer? Si son de ayer significa… una sola cosa:
Sonreí, poniéndome las manos en la cintura.
—Es la única buena suerte que he tenido en este lugar —continué, con cierto sarcasmo a mi tono—. Si soy honesto, me había perdido y las huellas… —miré atrás, y luego volví a ver al oso—... pues no es que hubiese muchas. Sólo las seguí, es bastante promedio, no soy realmente un rastreador como para captar detalles sutiles… pero digamos, las enormes huellas de un oso en algo que queda tan plasmado como la nieve no es mi definición de ‘sutil’.
—Fuerzas, veamos… —me puse la cabeza del hacha sobre la barbilla, empujando el labio inferior arriba—. Sé usar hachas a una mano, me enseñó papá. No diría que las puedo tirar con la fuerza que tú lo hiciste, pero si no es mucha distancia también soy preciso… hmm…
Vi el alrededor. Difícilmente había uno, y, más difícilmente, sentía ganas de tener que derribar alguno yo sólo; pero estaba acompañado por este oso y ya me había demostrado su fuerza. Éramos aliados, así que debía poder contar con él para eso. Aunque…si escribir fuese como hablar, creo que ese ‘aliados’ lo había pronunciado entre comillas.
—Soy carpintero. No puedo decir que mi conocimiento sea extensivo; pero sé hacer trampas, entre otras cosas, pero eso otro difícilmente será útil aquí. A menos de que quieras una banca cómoda para sentarte a descansar —bromeé—. Por obviedad, bueno… soy parte elfo, tengo suficiente sangre de ellos para poder curar también. Cómo la carpintería, no soy muy bueno —pasé de una sonrisa a una mueca, enseñándole una palma al oso, como si significase algo—, nada de recuperar miembros perdidos o algo así, pero puedes contar con que las heridas pequeñas no permanezcan, y con reducir algunas más grandes. Oh, y sé cocinar, tengo plantitas en mi bolso, no soy alquimista, pero puedo cubrir sabores picantes y agrios, y creo que salados, pero en realidad ya no me acuerdo cuales he agarrado.
Pisé fuertemente sobre una esquina del escudo para dispararlo arriba, atrapándolo allí con la mano. En rápida sucesión paso de escudo a otra hacha, parecida a la mía; luego una más como la suya, luego una lanza, y un martillo.
Después, fue todo eso. Hacha, lanza y martillo, a la vez. Le conocían mejor simplemente como “alabarda”, porque por supuesto que se me habían adelantado en el asunto.
—Y por último, soy animador. Er, bueno, no… tan bueno como otros animadores, usualmente ellos tienen estos golems increíbles que tienen como mente propia y pueden pelear por su cuenta —deshice el arma, dejando caer la arcilla como la montañita agrupada que solía ser—. Yo no he llegado a eso, pero bueno, un día, ¿no? —sonreí al oso, acariciándome el cuello—. Perdona, antes cuando caminé hacia ti planeaba atacarte con eso por sorpresa, si llegabas a ser el otro —descolgué el pequeño bolso que llevaba conmigo, enseñándoselo—. Tengo algo de madera, hojas secas, y otras… cosas, como cuerda. Oh, y un pedernal, haría chispa con el metal del armadura o el hacha para montar una fogata, pero…
Vi a otro lado. ¿Una llama se mantendría ante esta brisa y frío? Busqué con los ojos algún otro árbol. No me sorprendía que ‘el siguiente’ estuviese lejos. Me lleve una mano al cuello, acariciándolo lentamente mientras pensaba. Parecía posible que si nos colocásemos en dirección opuesta al viento para que el tronco del árbol nos cubriese, y hacia una especie de carcasa donde poner la fogata con el golem, la llama se mantuviera y pudiésemos parar a descansar.
«Claro», miré al oso, «eso si alguien además de mi necesitase descansar».
Sin quejarme continué tras el osuno. Por preferencias propias, quisiera haberlo hecho aunque sea hablando, pero lucía muy serio, y en realidad no tenía claro de qué hablar. Parecía mejor dejar que él iniciase la conversación, aunque me temía que eso significase que no habría una para empezar. Hmm… ¿sus fuerzas? Visibles, irónicamente una era no serlo, del todo, en este lugar. Debía ser ahora mismo uno de los seres mejores camuflados en el macizo y no estaba intentando serlo. Su tamaño… había demostrado no ser alguien sin entrenamiento que se satisfacerla con ser gigante y poder quebrar a la persona promedio con agitar su brazo. Sabía dirigir su peso, como decían algunos monjes dragón, o no sé qué – no es cuanto sea tu peso, es como lo lanzas alrededor, y él claramente sabía hacerlo. Su olfato… me preguntaba si tenía mejor olfato que oído.
También lucía bastante cálido, pero fijo que si lo abrazaba me mataba ahí y ahora, preguntase o no preguntase.
El frío empeoraba con un caer más profundo de la noche, no sería injusto suponer que caería en cualquier momento. Yo lo estaba suponiendo ya, pero por lo menos las cosas parecían vacías.
Sólo para mí, claro. Si bien era cierto que no había nada que pudiese alcanzar la vista, el olfato del oso pronto daría con otro olor. Uno que no correspondía realmente a personas, ni a otro oso. Un olor fuerte. El aroma era claro, fuerte, y daría montaña arriba.
Entonces yo tendría oportunidad de verlas. Huellas equivalentes al pie de un humano, pero en grande; sin embargo no lo suficiente como para pertenecer a un gigante. Iban acompañadas de otras que siempre estaban al frente levemente más pequeñas. Entre las huellas, un pequeño hilo que solía atravesarlas en medio, pero de a ratos se desviaba.
«Qué intenso es» pensé en cuanto vi el hacha volver una segunda vez a su mano, incluso desde una posición de reposo. ¿Cómo funcionaba exactamente eso? ¿El hacha siempre volvería a ella cuando dejase de sostenerla?
O sea que…
¿…Debía dormir sosteniendo el hacha? Tenía que haber algo más detrás, una regla, algo que le indicase a la runa cuando funcionar. Y… estaba bastante seguro, ese algo no me seria compartido sólo porque le preguntase. Al menos no ahora mismo.
—¿Estás seguro- err, cómo… decías qué te llamabas? No… escuché muy bien —perseguí al oso en cuanto empezó a andar hacia su morral para guardar las cosas—. Parecías estar en pleno descanso, no me moles-
Casi y me hablaba con los ojos. Bueno, no podía culparlo. Sabiendo que definitivamente no me quería atrás, o al menos, no lo estaba apreciando demasiado, caminé al frente para que pudiese verme con toda la libertad que quisiera, y quizá, se quedase tranquilo.
—Mmm-hmm —fue toda mi respuesta a su gesto con la mano, ni un si ni un no, solamente un sonido que dejase claro que le escuchaba para que prosiguiera—. ¿De... ayer? Si son de ayer significa… una sola cosa:
Sonreí, poniéndome las manos en la cintura.
—Es la única buena suerte que he tenido en este lugar —continué, con cierto sarcasmo a mi tono—. Si soy honesto, me había perdido y las huellas… —miré atrás, y luego volví a ver al oso—... pues no es que hubiese muchas. Sólo las seguí, es bastante promedio, no soy realmente un rastreador como para captar detalles sutiles… pero digamos, las enormes huellas de un oso en algo que queda tan plasmado como la nieve no es mi definición de ‘sutil’.
—Fuerzas, veamos… —me puse la cabeza del hacha sobre la barbilla, empujando el labio inferior arriba—. Sé usar hachas a una mano, me enseñó papá. No diría que las puedo tirar con la fuerza que tú lo hiciste, pero si no es mucha distancia también soy preciso… hmm…
Vi el alrededor. Difícilmente había uno, y, más difícilmente, sentía ganas de tener que derribar alguno yo sólo; pero estaba acompañado por este oso y ya me había demostrado su fuerza. Éramos aliados, así que debía poder contar con él para eso. Aunque…si escribir fuese como hablar, creo que ese ‘aliados’ lo había pronunciado entre comillas.
—Soy carpintero. No puedo decir que mi conocimiento sea extensivo; pero sé hacer trampas, entre otras cosas, pero eso otro difícilmente será útil aquí. A menos de que quieras una banca cómoda para sentarte a descansar —bromeé—. Por obviedad, bueno… soy parte elfo, tengo suficiente sangre de ellos para poder curar también. Cómo la carpintería, no soy muy bueno —pasé de una sonrisa a una mueca, enseñándole una palma al oso, como si significase algo—, nada de recuperar miembros perdidos o algo así, pero puedes contar con que las heridas pequeñas no permanezcan, y con reducir algunas más grandes. Oh, y sé cocinar, tengo plantitas en mi bolso, no soy alquimista, pero puedo cubrir sabores picantes y agrios, y creo que salados, pero en realidad ya no me acuerdo cuales he agarrado.
Pisé fuertemente sobre una esquina del escudo para dispararlo arriba, atrapándolo allí con la mano. En rápida sucesión paso de escudo a otra hacha, parecida a la mía; luego una más como la suya, luego una lanza, y un martillo.
Después, fue todo eso. Hacha, lanza y martillo, a la vez. Le conocían mejor simplemente como “alabarda”, porque por supuesto que se me habían adelantado en el asunto.
—Y por último, soy animador. Er, bueno, no… tan bueno como otros animadores, usualmente ellos tienen estos golems increíbles que tienen como mente propia y pueden pelear por su cuenta —deshice el arma, dejando caer la arcilla como la montañita agrupada que solía ser—. Yo no he llegado a eso, pero bueno, un día, ¿no? —sonreí al oso, acariciándome el cuello—. Perdona, antes cuando caminé hacia ti planeaba atacarte con eso por sorpresa, si llegabas a ser el otro —descolgué el pequeño bolso que llevaba conmigo, enseñándoselo—. Tengo algo de madera, hojas secas, y otras… cosas, como cuerda. Oh, y un pedernal, haría chispa con el metal del armadura o el hacha para montar una fogata, pero…
Vi a otro lado. ¿Una llama se mantendría ante esta brisa y frío? Busqué con los ojos algún otro árbol. No me sorprendía que ‘el siguiente’ estuviese lejos. Me lleve una mano al cuello, acariciándolo lentamente mientras pensaba. Parecía posible que si nos colocásemos en dirección opuesta al viento para que el tronco del árbol nos cubriese, y hacia una especie de carcasa donde poner la fogata con el golem, la llama se mantuviera y pudiésemos parar a descansar.
«Claro», miré al oso, «eso si alguien además de mi necesitase descansar».
Sin quejarme continué tras el osuno. Por preferencias propias, quisiera haberlo hecho aunque sea hablando, pero lucía muy serio, y en realidad no tenía claro de qué hablar. Parecía mejor dejar que él iniciase la conversación, aunque me temía que eso significase que no habría una para empezar. Hmm… ¿sus fuerzas? Visibles, irónicamente una era no serlo, del todo, en este lugar. Debía ser ahora mismo uno de los seres mejores camuflados en el macizo y no estaba intentando serlo. Su tamaño… había demostrado no ser alguien sin entrenamiento que se satisfacerla con ser gigante y poder quebrar a la persona promedio con agitar su brazo. Sabía dirigir su peso, como decían algunos monjes dragón, o no sé qué – no es cuanto sea tu peso, es como lo lanzas alrededor, y él claramente sabía hacerlo. Su olfato… me preguntaba si tenía mejor olfato que oído.
También lucía bastante cálido, pero fijo que si lo abrazaba me mataba ahí y ahora, preguntase o no preguntase.
El frío empeoraba con un caer más profundo de la noche, no sería injusto suponer que caería en cualquier momento. Yo lo estaba suponiendo ya, pero por lo menos las cosas parecían vacías.
Sólo para mí, claro. Si bien era cierto que no había nada que pudiese alcanzar la vista, el olfato del oso pronto daría con otro olor. Uno que no correspondía realmente a personas, ni a otro oso. Un olor fuerte. El aroma era claro, fuerte, y daría montaña arriba.
Entonces yo tendría oportunidad de verlas. Huellas equivalentes al pie de un humano, pero en grande; sin embargo no lo suficiente como para pertenecer a un gigante. Iban acompañadas de otras que siempre estaban al frente levemente más pequeñas. Entre las huellas, un pequeño hilo que solía atravesarlas en medio, pero de a ratos se desviaba.
Anders
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Re: De hachas en el norte [Privado]
—Naharu —respondió simplemente.
El oso esperaba conseguir más información de Anders. Era natural si iban a ser compañeros en esta misión. La cosa es que no esperaba... tanta información, tan rápido.
El muchacho hablaba. Hablaba mucho.
«¿Acaso será su forma de combatir el estrés?» pensó el oso.
Aunque sea era información útil, no podía negarlo. La mayoría, al menos.
Los ojos de Naharu se abrieron en sorpresa al ver cómo aquél escudo cambiaba de forma. Arcilla viva. Un montón de preguntas inundaron su mente, pero las forzó a un rincón de la misma. También sintió cierto orgullo: Aquello ciertamente era versátil y peligroso. Su preocupación a la hora de su encuentro había estado justificada.
Lo otro que llamó su atención fue aquello de la curación, y en menor medida lo de cocinar. Aún creía que el elfo —bueno, medio elfo— no debería estar allí, pero al menos no sería inútil.
Caminó un largo rato, en relativo silencio. Su mente estaba separada en dos cosas: Buscar pistas del paradero de su objetivo y formular preguntas que hacerle al elfo respecto a sus capacidades mágicas.
Eso hasta que su estómago le hizo darse cuenta de que estaba oscureciendo ya. Aclaró su mente un poco, sintiendo el descenso de la temperatura. Lanzó un vistazo al elfo, que parecía estar a punto de encenderse fuego con tal de calentarse un poco.
Quizás era un buen momento para detenerse y descansar.
—Chico, creo qu...—olfateó varias veces, buscando el origen de aquel olor familiar.
Su mirada se clavó montaña arriba, e hizo un gesto con la mano para que el muchacho se detuviera.
Había algo. Algo... oloroso, y que le traía malos recuerdos. Tomó el hacha con firmeza.
«Esta vez no tendré que romperla» pensó, apretando su agarre.
Bajó el hacha lentamente, en contra del instinto de batalla que lo había hecho reaccionar.
Aquello no era necesario. Mientras más peligros en la montaña, más difícil le sería moverse a su objetivo. Si había algún troll por ahí, y no había signos de batalla, su objetivo estaba en otra dirección.
Exhaló fuertemente, expulsando una nube de vaho. Lo mejor sería retirarse, descansar y continuar después con la búsqueda.
El oso esperaba conseguir más información de Anders. Era natural si iban a ser compañeros en esta misión. La cosa es que no esperaba... tanta información, tan rápido.
El muchacho hablaba. Hablaba mucho.
«¿Acaso será su forma de combatir el estrés?» pensó el oso.
Aunque sea era información útil, no podía negarlo. La mayoría, al menos.
Los ojos de Naharu se abrieron en sorpresa al ver cómo aquél escudo cambiaba de forma. Arcilla viva. Un montón de preguntas inundaron su mente, pero las forzó a un rincón de la misma. También sintió cierto orgullo: Aquello ciertamente era versátil y peligroso. Su preocupación a la hora de su encuentro había estado justificada.
Lo otro que llamó su atención fue aquello de la curación, y en menor medida lo de cocinar. Aún creía que el elfo —bueno, medio elfo— no debería estar allí, pero al menos no sería inútil.
Caminó un largo rato, en relativo silencio. Su mente estaba separada en dos cosas: Buscar pistas del paradero de su objetivo y formular preguntas que hacerle al elfo respecto a sus capacidades mágicas.
Eso hasta que su estómago le hizo darse cuenta de que estaba oscureciendo ya. Aclaró su mente un poco, sintiendo el descenso de la temperatura. Lanzó un vistazo al elfo, que parecía estar a punto de encenderse fuego con tal de calentarse un poco.
Quizás era un buen momento para detenerse y descansar.
—Chico, creo qu...—olfateó varias veces, buscando el origen de aquel olor familiar.
Su mirada se clavó montaña arriba, e hizo un gesto con la mano para que el muchacho se detuviera.
Había algo. Algo... oloroso, y que le traía malos recuerdos. Tomó el hacha con firmeza.
«Esta vez no tendré que romperla» pensó, apretando su agarre.
Bajó el hacha lentamente, en contra del instinto de batalla que lo había hecho reaccionar.
Aquello no era necesario. Mientras más peligros en la montaña, más difícil le sería moverse a su objetivo. Si había algún troll por ahí, y no había signos de batalla, su objetivo estaba en otra dirección.
Exhaló fuertemente, expulsando una nube de vaho. Lo mejor sería retirarse, descansar y continuar después con la búsqueda.
Naharu
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Re: De hachas en el norte [Privado]
—¿Sí?
Nada más vi al oso olfatear, y luego de hacerlo, levantar su mano, también alcé mí guardia. Ya tenía al golem por encima, sacando espinas para cubrir mi cuerpo, si el otro se acercaba se alejaría al darse cuenta de la pésima idea que era llevar las peleas a ese rango contra mí.
Claro que mi “emoción” fue tirada por la ventana cuando Naharu bajo su arma. Si hacia eso es porque debía estar totalmente seguro de que no era nada peligroso, fuese lo que fuese que había olido. Tenía solos unos minutos con él, pero no era difícil comprender que la bola de pelo blanco era alguien cauteloso. Cauteloso en ese aspecto, al menos. Tirar un hacha de forma preventiva y gritar le restaba y sumaba puntos en eso, a la vez.
—Me voy a congelar —dije tranquilamente, para alguien que iba a congelarse—. Si no conseguimos una cueva… ¿ayúdame a buscar un árbol? —pregunté, sonriéndole al oso.
Con un rato más de andar y la ayuda de Naharu efectivamente alcanzamos un tronco. La verdad, había pedido su ayuda para derribarlo al dar con uno, pero fue innecesario. Este ya lo estaba. Planeaba cortarlo un poco, no era necesario partirlo a la mitad, hmm, solo cortar entre las primeras capas del mismo, si arrancaba eso probablemente bastaría para una buena llama, y tenía mis ideas de cómo hacer una… mini-guarida para la noche. Más para mí que para él: no parecía necesitarlo del todo, pero no es que planease decirle “anda, duerme tirado en la nieve.”
Para bien o para mal, cuando me acerque noté que el tronco no estaba caído sin razón. Marcas de garra. Le vi la cara a Naharu, quizá él podría detectar un olor del mismo, o quizá no. Lamentablemente las diferencias de olfato entre uno y los hombres bestia sonaban como esos temas maravillosos que no podían ser conversados por lo difícil que serían de explicar.
Empecé a trabajar, removiendo lentamente la corteza del árbol. Eran especialmente molestos en invierno por una simple razón: más duros. No se trataba del hecho de que debían serlo nada más para sobrevivir en primer lugar. Se trataba de que literalmente se endurecían por ver sus cortezas expuestas a tanto frío.
—Voy a removerle la corteza a esto para pegarla sobre el golem, si lo estiro suficiente, creo que puedo hacer un par de muros para cubrir la brisa que provenga de ese ángulo. Eres bastante más grande que yo, así que si duermes del otro lado, no sufriré el frío de ninguno. Seguirá habiendo, pero no es que pueda evitarlo por completo.
—Y… hmm… —me puse el hacha en el hombro, pensando con una mano en la barbilla. Puede que bastase, casi—. Si lo estiro bastante más… sí, creo que también puedo cubrir el suelo, y le ponemos un par más de pedazos de madera, junto a las que llevo en el bolso. No será súper cómodo, pero creo que es mejor que dormir sobre nieve, ¿no crees? ¿O a ti no te molesta mucho eso? El resto del árbol lo usaré para una fogata. Aunque con este tamaño, puede que terminé volviendo más bien una hoguera, ayúdame a cortarlo ahí… —apunté a casi uno de los extremos—. Cuando la fogata esté lista, puedo cocinar algo. No tengo demasiada carne conmigo, no estaba pensando en encontrarme a un buen oso, pero partiremos más o menos a mitades —comenté, dando mis propios hachazos al tronco, agachándome para ver si ya podía raspar la corteza con el hacha.
Para eso tenía un espacio entre el mango y el filo siempre, si la sostenía tan arriba, me facilitaba mucho esta tarea. Todavía muy poco profundo.
—¿Ustedes comen mucho? Traje de más por sí… ya sabes. Por sí el asesino de Dundarak tiene a alguien con él vivo todavía —musité, suspirando, con evidente menos alegría en mi voz—; pero no estoy esperando que ni con eso te satisfagas. Luces…
«¿Gordo?»
Pestañeé. No, debía ser músculo. ¿Ambas? Había algo que en cierta forma cubría ambos, sin implicar que era más lo uno o lo otro, ¿pero qué era? ¿Qué era…? También fue algo que me vino a la cabeza nada más verl- oh. Ya.
«Redondo».
Pero tampoco servía. No había tanta confianza con él como para que me permitiese llamarlo así o entendiese que en parte era un chiste.
—…Grande —terminé de hablar, luego de un par de segundos de silencio. Seguí dando hachazos, como para que el sonido de estas cubriese el vacío de esos instantes—. Ah, sí, puedes decirme tu sabor favorito. No como…er- … como decir “upelero quemado”, o algo. Más bien esto de si te gustan las cosas que medio sabe a sal. ¿O picantes? Y había otra, pero no me acuerdo bien. No te cortes en hablar, no sé si te estará incomodando o no, pero por si acaso, no pienso nada malo de ti. Aunque entiendo que puede ser macabro hablar de comida cuando estamos persiguiendo a alguien que come gente. No es por incomodarte, es… bueno, para intentar hacer que la comida sepa a eso.
El proceso fue largo y lento, más de lo que yo estaba acostumbrado. Quizá fue una combinación de mi cansancio y de tener que dar los hachazos así, rodeado de nieve, con tanto frío—por mucho que dar tantos golpes me trajese calor al cuerpo. Cuando todo estaba terminado, era más o menos lo dicho: un par de muros que eran la arcilla alzada y estirada, con una capa mucho menos gruesa estirada sobre el suelo, recubierta de la corteza más suave de la madera para tampoco estar en contacto directo con la arcilla debajo. Por mucho que pudiese volverlo como roca, puede que por la pura idea “estoy acostado sobre barro” el oso no descansara bien.
Al otro extremo diagonal de ese “cuadro” estaba alzado otro pedazo de arcilla, apenas gruesa, pero endurecida como roca para evitar que se desplomase. Apenas y era más alto que Naharu. Estaba sosteniendo el “techo” con otros pedazos más que hicimos del árbol, no tenía ni clavos ni pega aquí, así que el techo había sido hecho más o menos como las paredes: usando la arcilla de pega, juntando los pedazos y sosteniéndolos en lugar con pequeñas cantidades endurecidas para que nada se moviera, y que la arcilla pudiese alcanzar para todo.
La rueda de Naharu la volví una fogata, tanto al cubrirla de toda la yesca que llevaba encima, como de simplemente inscribir una runa sobre ella, aquella misma runa que calentaba muchísimo las cosas con una palabra de activación. Ardió mucho antes la yesca que la rueda; pero al final, ardió también.
Trabajar así era medio complicado… no tenía demasiada agua, pero imaginé que medio serviría aplastar hojas y ponerlas dentro de un pequeño tazón con toda el agua del odre. Luego que calentase un poco en la fogata, simplemente que se remojase la carne allí. Lo demás era cocinarla y rezar a que supiera a algo.
Bostecé varias veces durante el transcurso de eso e incluso de la comida. Estar sentado casi era como tener a mi cabeza susurrándome que fuese a dormir. El resto de mi cuerpo también muy directamente pedía lo mismo.
—¿Quieres hacer guardia primero? —pregunté al oso, luego de masticar y tragar un pedazo—. Puedo ir yo si quieres, tengo entendido… que tienes más tiempo en el macizo.
Nada más vi al oso olfatear, y luego de hacerlo, levantar su mano, también alcé mí guardia. Ya tenía al golem por encima, sacando espinas para cubrir mi cuerpo, si el otro se acercaba se alejaría al darse cuenta de la pésima idea que era llevar las peleas a ese rango contra mí.
Claro que mi “emoción” fue tirada por la ventana cuando Naharu bajo su arma. Si hacia eso es porque debía estar totalmente seguro de que no era nada peligroso, fuese lo que fuese que había olido. Tenía solos unos minutos con él, pero no era difícil comprender que la bola de pelo blanco era alguien cauteloso. Cauteloso en ese aspecto, al menos. Tirar un hacha de forma preventiva y gritar le restaba y sumaba puntos en eso, a la vez.
—Me voy a congelar —dije tranquilamente, para alguien que iba a congelarse—. Si no conseguimos una cueva… ¿ayúdame a buscar un árbol? —pregunté, sonriéndole al oso.
Con un rato más de andar y la ayuda de Naharu efectivamente alcanzamos un tronco. La verdad, había pedido su ayuda para derribarlo al dar con uno, pero fue innecesario. Este ya lo estaba. Planeaba cortarlo un poco, no era necesario partirlo a la mitad, hmm, solo cortar entre las primeras capas del mismo, si arrancaba eso probablemente bastaría para una buena llama, y tenía mis ideas de cómo hacer una… mini-guarida para la noche. Más para mí que para él: no parecía necesitarlo del todo, pero no es que planease decirle “anda, duerme tirado en la nieve.”
Para bien o para mal, cuando me acerque noté que el tronco no estaba caído sin razón. Marcas de garra. Le vi la cara a Naharu, quizá él podría detectar un olor del mismo, o quizá no. Lamentablemente las diferencias de olfato entre uno y los hombres bestia sonaban como esos temas maravillosos que no podían ser conversados por lo difícil que serían de explicar.
Empecé a trabajar, removiendo lentamente la corteza del árbol. Eran especialmente molestos en invierno por una simple razón: más duros. No se trataba del hecho de que debían serlo nada más para sobrevivir en primer lugar. Se trataba de que literalmente se endurecían por ver sus cortezas expuestas a tanto frío.
—Voy a removerle la corteza a esto para pegarla sobre el golem, si lo estiro suficiente, creo que puedo hacer un par de muros para cubrir la brisa que provenga de ese ángulo. Eres bastante más grande que yo, así que si duermes del otro lado, no sufriré el frío de ninguno. Seguirá habiendo, pero no es que pueda evitarlo por completo.
—Y… hmm… —me puse el hacha en el hombro, pensando con una mano en la barbilla. Puede que bastase, casi—. Si lo estiro bastante más… sí, creo que también puedo cubrir el suelo, y le ponemos un par más de pedazos de madera, junto a las que llevo en el bolso. No será súper cómodo, pero creo que es mejor que dormir sobre nieve, ¿no crees? ¿O a ti no te molesta mucho eso? El resto del árbol lo usaré para una fogata. Aunque con este tamaño, puede que terminé volviendo más bien una hoguera, ayúdame a cortarlo ahí… —apunté a casi uno de los extremos—. Cuando la fogata esté lista, puedo cocinar algo. No tengo demasiada carne conmigo, no estaba pensando en encontrarme a un buen oso, pero partiremos más o menos a mitades —comenté, dando mis propios hachazos al tronco, agachándome para ver si ya podía raspar la corteza con el hacha.
Para eso tenía un espacio entre el mango y el filo siempre, si la sostenía tan arriba, me facilitaba mucho esta tarea. Todavía muy poco profundo.
—¿Ustedes comen mucho? Traje de más por sí… ya sabes. Por sí el asesino de Dundarak tiene a alguien con él vivo todavía —musité, suspirando, con evidente menos alegría en mi voz—; pero no estoy esperando que ni con eso te satisfagas. Luces…
«¿Gordo?»
Pestañeé. No, debía ser músculo. ¿Ambas? Había algo que en cierta forma cubría ambos, sin implicar que era más lo uno o lo otro, ¿pero qué era? ¿Qué era…? También fue algo que me vino a la cabeza nada más verl- oh. Ya.
«Redondo».
Pero tampoco servía. No había tanta confianza con él como para que me permitiese llamarlo así o entendiese que en parte era un chiste.
—…Grande —terminé de hablar, luego de un par de segundos de silencio. Seguí dando hachazos, como para que el sonido de estas cubriese el vacío de esos instantes—. Ah, sí, puedes decirme tu sabor favorito. No como…er- … como decir “upelero quemado”, o algo. Más bien esto de si te gustan las cosas que medio sabe a sal. ¿O picantes? Y había otra, pero no me acuerdo bien. No te cortes en hablar, no sé si te estará incomodando o no, pero por si acaso, no pienso nada malo de ti. Aunque entiendo que puede ser macabro hablar de comida cuando estamos persiguiendo a alguien que come gente. No es por incomodarte, es… bueno, para intentar hacer que la comida sepa a eso.
El proceso fue largo y lento, más de lo que yo estaba acostumbrado. Quizá fue una combinación de mi cansancio y de tener que dar los hachazos así, rodeado de nieve, con tanto frío—por mucho que dar tantos golpes me trajese calor al cuerpo. Cuando todo estaba terminado, era más o menos lo dicho: un par de muros que eran la arcilla alzada y estirada, con una capa mucho menos gruesa estirada sobre el suelo, recubierta de la corteza más suave de la madera para tampoco estar en contacto directo con la arcilla debajo. Por mucho que pudiese volverlo como roca, puede que por la pura idea “estoy acostado sobre barro” el oso no descansara bien.
Al otro extremo diagonal de ese “cuadro” estaba alzado otro pedazo de arcilla, apenas gruesa, pero endurecida como roca para evitar que se desplomase. Apenas y era más alto que Naharu. Estaba sosteniendo el “techo” con otros pedazos más que hicimos del árbol, no tenía ni clavos ni pega aquí, así que el techo había sido hecho más o menos como las paredes: usando la arcilla de pega, juntando los pedazos y sosteniéndolos en lugar con pequeñas cantidades endurecidas para que nada se moviera, y que la arcilla pudiese alcanzar para todo.
La rueda de Naharu la volví una fogata, tanto al cubrirla de toda la yesca que llevaba encima, como de simplemente inscribir una runa sobre ella, aquella misma runa que calentaba muchísimo las cosas con una palabra de activación. Ardió mucho antes la yesca que la rueda; pero al final, ardió también.
Trabajar así era medio complicado… no tenía demasiada agua, pero imaginé que medio serviría aplastar hojas y ponerlas dentro de un pequeño tazón con toda el agua del odre. Luego que calentase un poco en la fogata, simplemente que se remojase la carne allí. Lo demás era cocinarla y rezar a que supiera a algo.
Bostecé varias veces durante el transcurso de eso e incluso de la comida. Estar sentado casi era como tener a mi cabeza susurrándome que fuese a dormir. El resto de mi cuerpo también muy directamente pedía lo mismo.
—¿Quieres hacer guardia primero? —pregunté al oso, luego de masticar y tragar un pedazo—. Puedo ir yo si quieres, tengo entendido… que tienes más tiempo en el macizo.
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