Un Anillo para encontrarlos [Privado - Matt]
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Un Anillo para encontrarlos [Privado - Matt]
Nota: Tiene lugar previo a la guerra
El muchacho gruñó fieramente lanzando una última estocada con su espada directo al vientre de la criatura, un engendro vegetal protegido por una gruesa piel áspera y blanquecina. El monstruo profirió un quejido seco y el pequeño licántropo aprovechó la oportunidad para arrojar una descarga de certeros cortes a sus costados. Había acechado a la bestia durante buena parte de la mañana y ahora, al fin, la victoria estaba al alcance de sus manos.
Esbozando una sonrisa satisfecha acercó la punta de su espada al feo rostro de la criatura.
“No deberías haber robado mi desayuno,” dijo preparándose para dar el golpe de gracia, mas una mano velluda le quitó su arma de un tirón, asestándole con ella un feroz golpe en las nalgas que arrancó del muchacho un agudo alarido.
“¿Tú otra vez?” rugió el mercader blandiendo la varilla sobre su cabeza. “¡Jodido mocoso! ¡Deja en paz mis pieles, aún están frescas!”
Gwynn se perdió entre la muchedumbre a la carrera, protegiendo con ambas manos su dolorida retaguardia. ¡Maldición! Aquella era su espada favorita. Sería imposible encontrar otra similar, no sin arriesgar la furia del dueño del puesto donde la había adquirido.
La gente en las ciudades humanas era egoísta. Podías encontrar en el mercado montañas de comida, y un par de calles más allá personas enfermas o débiles pidiendo limosna para comer. La idea arrancó un quejido por parte de su propio estómago y el muchacho suspiró apesadumbrado. Hacía ya una semana que no tenía noticias de Meredydd, y más aún de su hermana. Le habían dejado suficiente dinero para aguantar un buen tiempo, pero Gwynn en su inocencia había perdido la mayor parte durante los primeros días, víctima inconsciente de inescrupulosos estafadores.
Tampoco había posibilidad de cazar en las afueras. Caoimhe había sido tajante al respecto; caminar en su piel de lobo cerca de las granjas humanas sería suicida, más aún ahora que la amenaza de la guerra estaba en boca de todos. El muchacho podía percibirlo en todo el mundo a su alrededor, la impotencia y la angustia como una nube de tormenta escondida bajo una máscara de apesadumbrada indiferencia. Como consecuencia las opciones este último par de días habían estado limitadas a la frugalidad y a la apropiación sigilosa de productos del mercado. Gwynn aún tenía marcada en la espalda el manotazo del mercader que le descubriera ayer cogiendo algunas manzanas.
El pequeño licántropo correteó sobre una línea de adoquines negros estirando los brazos a ambos lados para preservar su equilibrio. La verdad es que poco a poco comenzaba a sentir la angustia de saberse solo en medio de la capital humana. ¿Qué pasaría si Meredydd no volvía? ¿O Caoimhe? No, seguro era cuestión de tiempo, ¿pero cuánto podría durar sin dinero? Y, más importante, ¿qué sucedía si lo que decían era cierto y la guerra estallaba en Lunargenta? Gwynn no tenía referente alguno para entender, siquiera imaginar, lo que la guerra era.
Un minúsculo resplandor le hizo detenerse, apenas un destello sobre el suelo de tierra de un callejón a su izquierda. Al acercarse tan solo pudo ahogar un grito de fascinación.
“Un tesoro...” murmuró acuclillándose frente al objeto; un pesado anillo de plata cubierto de minúsculos cristales similares al cuarzo, pero perfectamente transparentes y, bajo el sol del mediodía, fulgurantes como si arrojasen luz propia. Gwynn cogió el anillo cuidadosamente limpiándolo contra su túnica.
“¿Qué estás mirando, pecoso?” preguntó una voz cargada de sorna a sus espaldas.
“Quizás está cagando en el callejón,” río otra junto a la primera.
Gwynn se irguió sintiendo un escalofrío recorrer su cuerpo y se giró para hacer frente al pequeño grupo de adolescentes al tiempo que intentaba torpemente esconder el anillo tras su espalda. Demasiado tarde. El líder del grupo, un chico alto y escuálido con un bigote embrionario adornando sus facciones obtusas, apuntó un dedo acusador hacia el menor.
“Espera, ¿qué tienes allí?” preguntó dando un par de pasos hacia el licántropo quien a su vez retrocedió de la misma manera.
“Nada,” mintió rápidamente Gwynn sacudiendo la cabeza. Si había un grupo en la ciudad que siempre intentaba evitar, era precisamente el de los humanos que se encontraban a las puertas de la adultez.
“No, no, ¿es una joya? ¿La has robado? Dámela y no le diré a nadie,” ofreció el chico extendiendo una mano. Gwynn observó unos segundos los ojos hambrientos y la poco disimulada sonrisa de triunfo decidiendo de inmediato que no podía confiar en él. Antes de que el humano pudiese dar otro paso el pequeño echó a correr a toda la velocidad que sus piernas le permitían.
“¡Venga, tras él!”
El silencio reinaba a esas horas al interior de El Jabalí Seductor, salvo por el suave crepitar de las brasas al centro del salón y el eco casi inaudible de las velas de sebo. En una de las esquinas una mujer de porte regio leía un pesado tomo de amarillento pergamino a la luz de un abanico de velas de junco perfumadas.
“Un momento, querido,” dijo elevando un índice distraídamente, su voz demasiado grave para sus ademanes elegantes y delicado maquillaje. Terciopelo sobre hielo. El hombre de pie frente a ella se mantuvo congelado en su sitio, su rostro impasible traicionado sólo por la dura línea de su boca. “¿Que sucede?” continuó la mujer tras unos instantes elevando su mirada glacial hacia el aludido. “Buenas noticias, espero.”
“Me temo que no,” respondió el hombre alzando una mano para acariciar los escasos mechones de cabello rubio que el tiempo había perdonado. “Jensen ha perdido el anillo de Didi.”
La mujer arrojó el voluminoso libro sobre la mesa apagando las velas con un ruido sordo. En la penumbra aquellos ojos azules resultaban tanto más aterradores. El silencio subsiguiente fue roto por un gruñido ronco.
“Es coña, ¿no?”
El muchacho gruñó fieramente lanzando una última estocada con su espada directo al vientre de la criatura, un engendro vegetal protegido por una gruesa piel áspera y blanquecina. El monstruo profirió un quejido seco y el pequeño licántropo aprovechó la oportunidad para arrojar una descarga de certeros cortes a sus costados. Había acechado a la bestia durante buena parte de la mañana y ahora, al fin, la victoria estaba al alcance de sus manos.
Esbozando una sonrisa satisfecha acercó la punta de su espada al feo rostro de la criatura.
“No deberías haber robado mi desayuno,” dijo preparándose para dar el golpe de gracia, mas una mano velluda le quitó su arma de un tirón, asestándole con ella un feroz golpe en las nalgas que arrancó del muchacho un agudo alarido.
“¿Tú otra vez?” rugió el mercader blandiendo la varilla sobre su cabeza. “¡Jodido mocoso! ¡Deja en paz mis pieles, aún están frescas!”
Gwynn se perdió entre la muchedumbre a la carrera, protegiendo con ambas manos su dolorida retaguardia. ¡Maldición! Aquella era su espada favorita. Sería imposible encontrar otra similar, no sin arriesgar la furia del dueño del puesto donde la había adquirido.
La gente en las ciudades humanas era egoísta. Podías encontrar en el mercado montañas de comida, y un par de calles más allá personas enfermas o débiles pidiendo limosna para comer. La idea arrancó un quejido por parte de su propio estómago y el muchacho suspiró apesadumbrado. Hacía ya una semana que no tenía noticias de Meredydd, y más aún de su hermana. Le habían dejado suficiente dinero para aguantar un buen tiempo, pero Gwynn en su inocencia había perdido la mayor parte durante los primeros días, víctima inconsciente de inescrupulosos estafadores.
Tampoco había posibilidad de cazar en las afueras. Caoimhe había sido tajante al respecto; caminar en su piel de lobo cerca de las granjas humanas sería suicida, más aún ahora que la amenaza de la guerra estaba en boca de todos. El muchacho podía percibirlo en todo el mundo a su alrededor, la impotencia y la angustia como una nube de tormenta escondida bajo una máscara de apesadumbrada indiferencia. Como consecuencia las opciones este último par de días habían estado limitadas a la frugalidad y a la apropiación sigilosa de productos del mercado. Gwynn aún tenía marcada en la espalda el manotazo del mercader que le descubriera ayer cogiendo algunas manzanas.
El pequeño licántropo correteó sobre una línea de adoquines negros estirando los brazos a ambos lados para preservar su equilibrio. La verdad es que poco a poco comenzaba a sentir la angustia de saberse solo en medio de la capital humana. ¿Qué pasaría si Meredydd no volvía? ¿O Caoimhe? No, seguro era cuestión de tiempo, ¿pero cuánto podría durar sin dinero? Y, más importante, ¿qué sucedía si lo que decían era cierto y la guerra estallaba en Lunargenta? Gwynn no tenía referente alguno para entender, siquiera imaginar, lo que la guerra era.
Un minúsculo resplandor le hizo detenerse, apenas un destello sobre el suelo de tierra de un callejón a su izquierda. Al acercarse tan solo pudo ahogar un grito de fascinación.
“Un tesoro...” murmuró acuclillándose frente al objeto; un pesado anillo de plata cubierto de minúsculos cristales similares al cuarzo, pero perfectamente transparentes y, bajo el sol del mediodía, fulgurantes como si arrojasen luz propia. Gwynn cogió el anillo cuidadosamente limpiándolo contra su túnica.
“¿Qué estás mirando, pecoso?” preguntó una voz cargada de sorna a sus espaldas.
“Quizás está cagando en el callejón,” río otra junto a la primera.
Gwynn se irguió sintiendo un escalofrío recorrer su cuerpo y se giró para hacer frente al pequeño grupo de adolescentes al tiempo que intentaba torpemente esconder el anillo tras su espalda. Demasiado tarde. El líder del grupo, un chico alto y escuálido con un bigote embrionario adornando sus facciones obtusas, apuntó un dedo acusador hacia el menor.
“Espera, ¿qué tienes allí?” preguntó dando un par de pasos hacia el licántropo quien a su vez retrocedió de la misma manera.
“Nada,” mintió rápidamente Gwynn sacudiendo la cabeza. Si había un grupo en la ciudad que siempre intentaba evitar, era precisamente el de los humanos que se encontraban a las puertas de la adultez.
“No, no, ¿es una joya? ¿La has robado? Dámela y no le diré a nadie,” ofreció el chico extendiendo una mano. Gwynn observó unos segundos los ojos hambrientos y la poco disimulada sonrisa de triunfo decidiendo de inmediato que no podía confiar en él. Antes de que el humano pudiese dar otro paso el pequeño echó a correr a toda la velocidad que sus piernas le permitían.
“¡Venga, tras él!”
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El silencio reinaba a esas horas al interior de El Jabalí Seductor, salvo por el suave crepitar de las brasas al centro del salón y el eco casi inaudible de las velas de sebo. En una de las esquinas una mujer de porte regio leía un pesado tomo de amarillento pergamino a la luz de un abanico de velas de junco perfumadas.
“Un momento, querido,” dijo elevando un índice distraídamente, su voz demasiado grave para sus ademanes elegantes y delicado maquillaje. Terciopelo sobre hielo. El hombre de pie frente a ella se mantuvo congelado en su sitio, su rostro impasible traicionado sólo por la dura línea de su boca. “¿Que sucede?” continuó la mujer tras unos instantes elevando su mirada glacial hacia el aludido. “Buenas noticias, espero.”
“Me temo que no,” respondió el hombre alzando una mano para acariciar los escasos mechones de cabello rubio que el tiempo había perdonado. “Jensen ha perdido el anillo de Didi.”
La mujer arrojó el voluminoso libro sobre la mesa apagando las velas con un ruido sordo. En la penumbra aquellos ojos azules resultaban tanto más aterradores. El silencio subsiguiente fue roto por un gruñido ronco.
“Es coña, ¿no?”
Gwynn
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Re: Un Anillo para encontrarlos [Privado - Matt]
Había sido una mala racha, una pésima racha en realidad, algo que podía pasarle a cualquiera, nada que no le hubiese pasado a Matthew ya miles de veces. Pero no por eso dejaba de ser humillante, para el estafador el tener que rebajarse nuevamente al pillaje en las calles era una degradación en su elevada categoría como ladrón. No quedaban muchas alternativas, para poder desenvolverse en algún buen timo necesitaba tener al menos una base de capital neto.
Con toda la cuestión alrededor de los vampiros, la guerra que se aproximaba, los últimos rezagos de la peste y demás, la gente estaba bastante mas desconfiada y violenta de lo que era habitual en una ciudad tan popular como Lunargenta. Ese cumulo de desconfianza y miradas de fastidio no eran un buen ambiente para generar alguna buena estafa.
-¿Y entonces qué vas a hacer? – Le pregunto Will mientras se resguardaba del fuerte sol de verano bajo unas viejas escaleras desvencijadas.
-Robarle a niños y ancianos, claramente – Respondió con ironía Matt. El otro hombre largo una carcajada.
-Eso es muy rastrero – Se rascaba con pereza la barba de varios días – Pero suena a algo que tu harías, si-
-Me ofende que tengas semejante imagen de mi – No conocía a Will de mucho tiempo, ni tampoco iba a seguir viéndolo mucho más, era solo un indigente que había demostrado una buena capacidad para escuchar y no ofenderse por los comentarios desubicados de Owens. Ese tipo de relaciones eran de las favoritas de Matthew, alguien pasajero, con el que pudiera intercambiar un par de charlas y al que luego no volvería a ver – Los niños no son tan inocentes como la mayoría los pinta, aún recuerdo como me aprovechaba de esa creencia popular para vaciar los bolsillos de los incautos-
-¡Burp! – Eructo el vagabundo – Escuché que las casas de los que murieron por la peste quedaron vacías y con todos los objetos de valor adentro – Si, Owens también lo había escuchado, pero había un inconveniente.
-¿Ah si? ¿Y porque no vas tu entonces? Jaja, no, prefiero no tener que pasar por la desagradable experiencia de enfermar y morir – Bien podía ser que nada pasara, pero el riesgo era demasiado alto – Hay opciones mas sencillas.
-¿Trabajar? – Se hizo el silencio durante unos segundos – Vale, no dije nada –
Matt sonrió y se levanto del piso, sacudiendo su pantalón hasta que no quedara marca alguna del polvo. El vagabundo continuó tirado bajo la escalera, partiendo a la mitad un higo con los dedos.
-Fue una charla de lo mas reconfortante, Will. Pero como no quiero terminar comiendo frutas bajo una escalera. Será mejor que me ponga en camino –
-Vete a la mierda – Respondió el vagabundo y le tiro con los restos del higo.
“Parecía molesto” pensó el estafador “Tal vez su nombre no era Will” se encogió de hombros y continuó caminando. Dobló en una esquina para ver el preciso instante en que un grupo de adolescentes perseguía a un niño que debía tener ocho o diez años.
-¡Rápido! ¡Esconde algo! – Decía el cabecilla. En situaciones normales quizás Matthew no se hubiese involucrado, pero si había algo que odiaba más que un niño pequeño, eso era a un grupo de adolescentes. Frunció el ceño y se corrió a un lado cuando el niño mas pequeño pasaba, pero puso un pie para hacerlo tropezar y detener así su huida.
-¡Oh! ¡Pequeño! ¿Te encuentras bien? – Dijo Owens impregnando con ligera angustia su tono, como si él no hubiese tenido nada que ver con la caída.
-¡Apartate anciano! - Dijo uno de los jóvenes, no iban a acobardarse tan fácilmente.
-¿Por qué lo persiguen? Dudo que este pequeño ratero pudiera hacerles algo demasiado grave –
-¿Y a ti que te importa? Tiene algo que es nuestro – Mintió el adolescente. Pero faltar a la verdad frente a Matthew era tan inútil como intentar prender una fogata bajo el agua.
-Con que si, bien, haremos lo siguiente, van a dar media vuelta y se marcharan por donde vinieron – Saco su daga, la que si era visible, para darle mas énfasis a su discurso –
Si bien era evidente que los jóvenes mentían, Owens creía que la parte de que el niño llevaba algo de valor era cierta. Tal vez era solo una moneda, o menos que eso, pero ya que estaba metido en ese embrollo no perdía nada averiguándolo. Robarle a un niño no tenía nada de malo ¿Cierto?
Con toda la cuestión alrededor de los vampiros, la guerra que se aproximaba, los últimos rezagos de la peste y demás, la gente estaba bastante mas desconfiada y violenta de lo que era habitual en una ciudad tan popular como Lunargenta. Ese cumulo de desconfianza y miradas de fastidio no eran un buen ambiente para generar alguna buena estafa.
-¿Y entonces qué vas a hacer? – Le pregunto Will mientras se resguardaba del fuerte sol de verano bajo unas viejas escaleras desvencijadas.
-Robarle a niños y ancianos, claramente – Respondió con ironía Matt. El otro hombre largo una carcajada.
-Eso es muy rastrero – Se rascaba con pereza la barba de varios días – Pero suena a algo que tu harías, si-
-Me ofende que tengas semejante imagen de mi – No conocía a Will de mucho tiempo, ni tampoco iba a seguir viéndolo mucho más, era solo un indigente que había demostrado una buena capacidad para escuchar y no ofenderse por los comentarios desubicados de Owens. Ese tipo de relaciones eran de las favoritas de Matthew, alguien pasajero, con el que pudiera intercambiar un par de charlas y al que luego no volvería a ver – Los niños no son tan inocentes como la mayoría los pinta, aún recuerdo como me aprovechaba de esa creencia popular para vaciar los bolsillos de los incautos-
-¡Burp! – Eructo el vagabundo – Escuché que las casas de los que murieron por la peste quedaron vacías y con todos los objetos de valor adentro – Si, Owens también lo había escuchado, pero había un inconveniente.
-¿Ah si? ¿Y porque no vas tu entonces? Jaja, no, prefiero no tener que pasar por la desagradable experiencia de enfermar y morir – Bien podía ser que nada pasara, pero el riesgo era demasiado alto – Hay opciones mas sencillas.
-¿Trabajar? – Se hizo el silencio durante unos segundos – Vale, no dije nada –
Matt sonrió y se levanto del piso, sacudiendo su pantalón hasta que no quedara marca alguna del polvo. El vagabundo continuó tirado bajo la escalera, partiendo a la mitad un higo con los dedos.
-Fue una charla de lo mas reconfortante, Will. Pero como no quiero terminar comiendo frutas bajo una escalera. Será mejor que me ponga en camino –
-Vete a la mierda – Respondió el vagabundo y le tiro con los restos del higo.
“Parecía molesto” pensó el estafador “Tal vez su nombre no era Will” se encogió de hombros y continuó caminando. Dobló en una esquina para ver el preciso instante en que un grupo de adolescentes perseguía a un niño que debía tener ocho o diez años.
-¡Rápido! ¡Esconde algo! – Decía el cabecilla. En situaciones normales quizás Matthew no se hubiese involucrado, pero si había algo que odiaba más que un niño pequeño, eso era a un grupo de adolescentes. Frunció el ceño y se corrió a un lado cuando el niño mas pequeño pasaba, pero puso un pie para hacerlo tropezar y detener así su huida.
-¡Oh! ¡Pequeño! ¿Te encuentras bien? – Dijo Owens impregnando con ligera angustia su tono, como si él no hubiese tenido nada que ver con la caída.
-¡Apartate anciano! - Dijo uno de los jóvenes, no iban a acobardarse tan fácilmente.
-¿Por qué lo persiguen? Dudo que este pequeño ratero pudiera hacerles algo demasiado grave –
-¿Y a ti que te importa? Tiene algo que es nuestro – Mintió el adolescente. Pero faltar a la verdad frente a Matthew era tan inútil como intentar prender una fogata bajo el agua.
-Con que si, bien, haremos lo siguiente, van a dar media vuelta y se marcharan por donde vinieron – Saco su daga, la que si era visible, para darle mas énfasis a su discurso –
Si bien era evidente que los jóvenes mentían, Owens creía que la parte de que el niño llevaba algo de valor era cierta. Tal vez era solo una moneda, o menos que eso, pero ya que estaba metido en ese embrollo no perdía nada averiguándolo. Robarle a un niño no tenía nada de malo ¿Cierto?
Matthew Owens
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Re: Un Anillo para encontrarlos [Privado - Matt]
Las sandalias de junco lastimaban sus pies mientras corría a toda velocidad por las laberínticas callejas que rodeaban el mercado de la ciudad. ¡Dioses! No estaba acostumbrado a hacer estas cosas en su piel humana. Sus pulmones comenzaban a arder y podía sentir sus músculos perdiendo fuerza con cada paso. Era gracias a la adrenalina y el miedo que podía mantenerse fuera del alcance de los humanos, todos ellos más altos y rápidos que él.
“¡Ayuda!” chilló sin aliento al pasar junto a un guardia que descansaba perezosamente apoyado contra su lanza. El hombre apenas le dedicó una mirada de hastío escupiendo sonoramente al suelo como única respuesta. La ciudad atravesaba una crisis como ninguna otra en la memoria de sus habitantes. Lo último que necesitaba era involucrarse en las desventuras de otro de los tantos huérfanos de la peste que pululaban por las calles de Lunargenta.
Gwynn lanzó un gimoteo entrecortado. No podría seguir corriendo por mucho y entonces, ¿qué? En el mejor de los escenarios le quitarían el anillo y le darían una paliza brutal. ¡No! ¡Un poco más! ¡Sólo un poco más! Pensó cerrando con fuerza los ojos y forzando sus doloridas piernas a un último esfuerzo. Quizás si ganaba algo de distancia podría perder a sus persecutores tras la esquina. Quizás…
El muchacho abrió los ojos boquiabierto. El mundo a su alrededor giraba como un torbellino, mudo y casi congelado en el tiempo. Tardó una fracción de segundo en darse cuenta que ya no tenía los pies en el suelo, y que los ásperos adoquines de la calle se acercaban a velocidad vertiginosa. El pequeño sólo tuvo tiempo de cerrar con fuerza nuevamente los ojos e intentar protegerse torpemente del impacto con ambas manos.
“¡Ow! ¡Ow! ¡Ow!” gimió el licántropo incorporándose con una mueca de dolor. Había rodado un buen par de yardas y ahora, polvoriento y magullado, pudo apreciar el feo rasguño que tenía al costado de la mano que escondía el anillo. ¡Dioses! ¡Cómo ardía! Gwynn mordió su labio inferior intentando contener las lágrimas que nublaban su visión.
Los adolescentes se acercaban a la carrera y lo único que les separaba de ellos era un humano de apariencia pulcra y porte orgulloso. El muchacho, sentado aún en el suelo, negó con la cabeza honestamente ante la pregunta del hombre y observó perplejo cuando este desenfundó una daga en su defensa.
“¿Qué? ¿Piensas apuñalarnos a todos en mitad de la calle?” preguntó uno de los jóvenes dando un paso vacilante hacia el hombre. Su voz era tersa, pero su lenguaje corporal traicionaba su confianza.
“Tranquilo, Kurt,” ordenó el cabecilla bloqueando al otro con el brazo. Sus ojos hambrientos mantuvieron la mirada del desconocido un par de segundos antes de explorar la calle en ambas direcciones. El guardia apoyado sobre la lanza observaba la escena con un ápice de curiosidad. “Esto no quedará así, ¿me oyes? Esa pieza tiene dueño,” declaró apuntando con un dedo al niño en el suelo, “te lo aseguro. Y quien quiera que sea pagará una buena moneda por saber quién ha sido el hijo de puta que la ha robado. Veremos si te salva tu daga entonces.”
Gwynn observó a los jóvenes dar media vuelta y abandonar el lugar dirigiendo miradas furtivas hacia él. Con un poco de dificultad se puso de pie inhalando bruscamente entre dientes.
“Gracias, yo… muchas gracias” dijo mirando un punto cualquiera a su izquierda. Por un momento pensó en abandonar el lugar y volver al ático sobre la tienda de alquimia en el mercado donde pasaba las noches, echarse sobre el suelo en su piel de lobo y lamer su herida para sentirse mejor. Su tolerancia al dolor era mucho mayor en su forma lupina. Había un inconveniente, sin embargo. ¿Qué sucedía si aquellos humanos le seguían, si descubrían dónde dormía? Sacudió la cabeza para ahuyentar la idea.
“¿Puedo quedarme contigo por ahora?” preguntó mirando esta vez fijamente al hombre frente a él. “Yo soy Gwynn.”
El hombre arrugó el rostro intentando en vano bloquear la luz que se filtraba a través de la persiana. Mierda, había dormido más de lo que debía. ¿Qué hora sería? Un pequeño gruñido sobre él le hizo sonreír de manera triunfal. Ah, y he aquí la razón, pensó rodeando perezosamente con sus brazos la delicada figura que descansaba sobre su pecho.
“Buenos días, dulzura,” murmuró con voz aún ronca por la juerga de la noche anterior. Sus dedos acariciaron el suave cabello de la muchacha. ¡Vaya manera de comenzar el día! Ahora sólo cabía entregar el paquete y disfrutar de su paga por una semana o dos. Quiźas comprar un caballo…
¡CRACK!
El hombre se incorporó como un resorte de acero catapultando a la muchacha contra la pared contraria. Sus ojos enrojecidos, abiertos ahora como platos, contemplaron incrédulos la figura elegante de Morgan ingresando a la habitación entre las astillas de lo que fuera su puerta. El rostro de la mujer era una máscara de apática indiferencia mientras analizaba cada detalle de su entorno con la curiosidad ausente de quien contempla la lluvia. La presencia hipnotizante de la bruja casi ahogaba los gritos de dolor y creativos insultos provenientes de la chica en el suelo.
“Jensen. Puedo ver has estado ocupado.” La voz profunda de la mujer mantenía su tradicional compostura, pero el hombre era capaz de oír las grietas en la superficie congelada. Podía adivinar por experiencia la magnitud de la tormenta que se escondía tras ella. “Imagino estarás preparado para entregar el pedido.”
Jensen pasó una mano por su rostro escudriñando desesperadamente la figura de la bruja en búsqueda de alguna explicación. Algo no estaba bien. Sabía que en esos instantes jugaba con fuego pero era incapaz de ver las llamas.
“Precisamente pensaba preparar todo para la entrega, esta… esta mañana. Tarde. Ahora. Didi tendrá su anillo al anochecer como acordamos.”
“Oh, es un alivio escucharte decir eso, querido,” dijo Morgan dedicándole una sonrisa asesina. Jensen intentó tragar saliva sin éxito. ¡Dioses! Su boca se sentía desértica. El semblante de la bruja pareció mutar en una máscara de inhumana furia. “¡En especial porque en estos momentos el anillo está en posesión de un puto niño callejero en algún lugar de esta ciudad, maldito réprobo!”
El rostro del hombre perdió todo rastro de color. La habitación parecía ahora girar a velocidad vertiginosa, como si una resaca portentosa hubiese sido conjurada sobre él.
“El anillo está seguro en… en mi abrigo...” masculló casi a modo de pregunta.
“Hay testigos, querido,” interrumpió la mujer con un movimiento desesperado de su muñeca. “La palabra está en las calles. Nadie jode a Didi en esta ciudad, ¿me oyes? Nadie. Encontraremos ese anillo o pagarás con el que tienes en tu patético trasero.”
---------------------
Morgan:
“¡Ayuda!” chilló sin aliento al pasar junto a un guardia que descansaba perezosamente apoyado contra su lanza. El hombre apenas le dedicó una mirada de hastío escupiendo sonoramente al suelo como única respuesta. La ciudad atravesaba una crisis como ninguna otra en la memoria de sus habitantes. Lo último que necesitaba era involucrarse en las desventuras de otro de los tantos huérfanos de la peste que pululaban por las calles de Lunargenta.
Gwynn lanzó un gimoteo entrecortado. No podría seguir corriendo por mucho y entonces, ¿qué? En el mejor de los escenarios le quitarían el anillo y le darían una paliza brutal. ¡No! ¡Un poco más! ¡Sólo un poco más! Pensó cerrando con fuerza los ojos y forzando sus doloridas piernas a un último esfuerzo. Quizás si ganaba algo de distancia podría perder a sus persecutores tras la esquina. Quizás…
El muchacho abrió los ojos boquiabierto. El mundo a su alrededor giraba como un torbellino, mudo y casi congelado en el tiempo. Tardó una fracción de segundo en darse cuenta que ya no tenía los pies en el suelo, y que los ásperos adoquines de la calle se acercaban a velocidad vertiginosa. El pequeño sólo tuvo tiempo de cerrar con fuerza nuevamente los ojos e intentar protegerse torpemente del impacto con ambas manos.
“¡Ow! ¡Ow! ¡Ow!” gimió el licántropo incorporándose con una mueca de dolor. Había rodado un buen par de yardas y ahora, polvoriento y magullado, pudo apreciar el feo rasguño que tenía al costado de la mano que escondía el anillo. ¡Dioses! ¡Cómo ardía! Gwynn mordió su labio inferior intentando contener las lágrimas que nublaban su visión.
Los adolescentes se acercaban a la carrera y lo único que les separaba de ellos era un humano de apariencia pulcra y porte orgulloso. El muchacho, sentado aún en el suelo, negó con la cabeza honestamente ante la pregunta del hombre y observó perplejo cuando este desenfundó una daga en su defensa.
“¿Qué? ¿Piensas apuñalarnos a todos en mitad de la calle?” preguntó uno de los jóvenes dando un paso vacilante hacia el hombre. Su voz era tersa, pero su lenguaje corporal traicionaba su confianza.
“Tranquilo, Kurt,” ordenó el cabecilla bloqueando al otro con el brazo. Sus ojos hambrientos mantuvieron la mirada del desconocido un par de segundos antes de explorar la calle en ambas direcciones. El guardia apoyado sobre la lanza observaba la escena con un ápice de curiosidad. “Esto no quedará así, ¿me oyes? Esa pieza tiene dueño,” declaró apuntando con un dedo al niño en el suelo, “te lo aseguro. Y quien quiera que sea pagará una buena moneda por saber quién ha sido el hijo de puta que la ha robado. Veremos si te salva tu daga entonces.”
Gwynn observó a los jóvenes dar media vuelta y abandonar el lugar dirigiendo miradas furtivas hacia él. Con un poco de dificultad se puso de pie inhalando bruscamente entre dientes.
“Gracias, yo… muchas gracias” dijo mirando un punto cualquiera a su izquierda. Por un momento pensó en abandonar el lugar y volver al ático sobre la tienda de alquimia en el mercado donde pasaba las noches, echarse sobre el suelo en su piel de lobo y lamer su herida para sentirse mejor. Su tolerancia al dolor era mucho mayor en su forma lupina. Había un inconveniente, sin embargo. ¿Qué sucedía si aquellos humanos le seguían, si descubrían dónde dormía? Sacudió la cabeza para ahuyentar la idea.
“¿Puedo quedarme contigo por ahora?” preguntó mirando esta vez fijamente al hombre frente a él. “Yo soy Gwynn.”
~~o~~
El hombre arrugó el rostro intentando en vano bloquear la luz que se filtraba a través de la persiana. Mierda, había dormido más de lo que debía. ¿Qué hora sería? Un pequeño gruñido sobre él le hizo sonreír de manera triunfal. Ah, y he aquí la razón, pensó rodeando perezosamente con sus brazos la delicada figura que descansaba sobre su pecho.
“Buenos días, dulzura,” murmuró con voz aún ronca por la juerga de la noche anterior. Sus dedos acariciaron el suave cabello de la muchacha. ¡Vaya manera de comenzar el día! Ahora sólo cabía entregar el paquete y disfrutar de su paga por una semana o dos. Quiźas comprar un caballo…
¡CRACK!
El hombre se incorporó como un resorte de acero catapultando a la muchacha contra la pared contraria. Sus ojos enrojecidos, abiertos ahora como platos, contemplaron incrédulos la figura elegante de Morgan ingresando a la habitación entre las astillas de lo que fuera su puerta. El rostro de la mujer era una máscara de apática indiferencia mientras analizaba cada detalle de su entorno con la curiosidad ausente de quien contempla la lluvia. La presencia hipnotizante de la bruja casi ahogaba los gritos de dolor y creativos insultos provenientes de la chica en el suelo.
“Jensen. Puedo ver has estado ocupado.” La voz profunda de la mujer mantenía su tradicional compostura, pero el hombre era capaz de oír las grietas en la superficie congelada. Podía adivinar por experiencia la magnitud de la tormenta que se escondía tras ella. “Imagino estarás preparado para entregar el pedido.”
Jensen pasó una mano por su rostro escudriñando desesperadamente la figura de la bruja en búsqueda de alguna explicación. Algo no estaba bien. Sabía que en esos instantes jugaba con fuego pero era incapaz de ver las llamas.
“Precisamente pensaba preparar todo para la entrega, esta… esta mañana. Tarde. Ahora. Didi tendrá su anillo al anochecer como acordamos.”
“Oh, es un alivio escucharte decir eso, querido,” dijo Morgan dedicándole una sonrisa asesina. Jensen intentó tragar saliva sin éxito. ¡Dioses! Su boca se sentía desértica. El semblante de la bruja pareció mutar en una máscara de inhumana furia. “¡En especial porque en estos momentos el anillo está en posesión de un puto niño callejero en algún lugar de esta ciudad, maldito réprobo!”
El rostro del hombre perdió todo rastro de color. La habitación parecía ahora girar a velocidad vertiginosa, como si una resaca portentosa hubiese sido conjurada sobre él.
“El anillo está seguro en… en mi abrigo...” masculló casi a modo de pregunta.
“Hay testigos, querido,” interrumpió la mujer con un movimiento desesperado de su muñeca. “La palabra está en las calles. Nadie jode a Didi en esta ciudad, ¿me oyes? Nadie. Encontraremos ese anillo o pagarás con el que tienes en tu patético trasero.”
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Morgan:
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Re: Un Anillo para encontrarlos [Privado - Matt]
Fue una pelea de miradas durante algunos segundos, los adolescentes no se amilanaban fácilmente lo cual era de esperarse, si vivían en la calle no era la primera vez que veían una daga. Pero Matt no era ingenuo tampoco, estaba haciendo un intento de terminar las cosas de modo “pacifico”, si no funcionaba, ya vería la manera de convencerlos de que atacar no era su mejor opción.
-No creo que nadie se preocupe demasiado si mueren ¿O no? Un cadáver por la peste, o un cadáver apuñalado, no hay mucha diferencia hoy en día – El estafador detecto al guardia también y evaluó el grado de interés que podría llegar a tener en la situación. Parecía curioso, mas no alarmado, seguramente el tener algunos ladronzuelos menos rondando por las calles no le causaría demasiada pena – Eso va a ahorrarme bastante tiempo. Dile que pregunte por Matthew Owens. Lo estaré esperando.
Cuando el peligro mas inmediato se retiro, el estafador pudo prestarle atención por fin al niño. Se arrodillo junto a él y le dio algunas palmadas a su ropa en un intento de quitarle el polvo.
-No hay nada que agradecer ¿Qué clase de persona sería si no me detuviera para poder ayudar a un pobre niño en apuros? – “Básicamente ese el tipo de persona que eres” Owens hizo un esfuerzo para no reírse – Claro que puedes quedarte conmigo – “Por favor quédate, si” - ¿Dónde están tus padres? ¿Tienes familia siquiera? – “Primero y principal averiguar si puede pedirle ayuda a alguien” – Mira nada mas, eres piel y hueso, consigamos algo de comer primero. Oh, y llámame Matt.
Matthew no era partidario de usar la violencia, siempre prefería conseguir las cosas de buena manera, y en lo posible convenciendo a la gente de que estaba feliz de hacer lo que hacía. Por el precio de una manzana y un pedazo de pan podría conseguir un objeto que “alguien” estaba muy ansioso por recuperar.
Llevo al niño hasta la calle principal, donde estaban los puestos con diferentes tipos de mercancía y alimentos.
-Dime Gwynn ¿Dónde encontraste ese objeto del que hablaban los muchachos esos? Es raro encontrar cosas de valor en estas épocas tan complejas – El humano iba caminando junto al niño, no había revisado la herida que llevaba en la mano, su capacidad de fingir compañerismo tenía un límite – Bien, si lo encontraste es tuyo, que nadie te quiera convencer de lo contrario.
¿Por qué hacía algo que iba en contra de su propio interés? Pues porque cuando terminaran la tarde Gwynn estaría seguro que quería darle como regalo lo que sea que había encontrado “¿Y si resulta que solo es una baratija?” Era una buena suposición “Tal vez podría vender al niño a algún sitio, es bastante bonito, seguro alguien podría aprovecharlo”
-Ven, compraremos algo aquí – En un puesto vendían los panes duros vaciados por dentro con estofado adentro, Matthew pidió dos y le dio uno al niño – Con el estómago lleno el mundo se ve mas hermoso ¿No? – Mentalmente Owens iba contando lo que gastaba, tenía que asegurarse que el resultado final fuera positivo, o habría desperdiciado su tiempo.
-No creo que nadie se preocupe demasiado si mueren ¿O no? Un cadáver por la peste, o un cadáver apuñalado, no hay mucha diferencia hoy en día – El estafador detecto al guardia también y evaluó el grado de interés que podría llegar a tener en la situación. Parecía curioso, mas no alarmado, seguramente el tener algunos ladronzuelos menos rondando por las calles no le causaría demasiada pena – Eso va a ahorrarme bastante tiempo. Dile que pregunte por Matthew Owens. Lo estaré esperando.
Cuando el peligro mas inmediato se retiro, el estafador pudo prestarle atención por fin al niño. Se arrodillo junto a él y le dio algunas palmadas a su ropa en un intento de quitarle el polvo.
-No hay nada que agradecer ¿Qué clase de persona sería si no me detuviera para poder ayudar a un pobre niño en apuros? – “Básicamente ese el tipo de persona que eres” Owens hizo un esfuerzo para no reírse – Claro que puedes quedarte conmigo – “Por favor quédate, si” - ¿Dónde están tus padres? ¿Tienes familia siquiera? – “Primero y principal averiguar si puede pedirle ayuda a alguien” – Mira nada mas, eres piel y hueso, consigamos algo de comer primero. Oh, y llámame Matt.
Matthew no era partidario de usar la violencia, siempre prefería conseguir las cosas de buena manera, y en lo posible convenciendo a la gente de que estaba feliz de hacer lo que hacía. Por el precio de una manzana y un pedazo de pan podría conseguir un objeto que “alguien” estaba muy ansioso por recuperar.
Llevo al niño hasta la calle principal, donde estaban los puestos con diferentes tipos de mercancía y alimentos.
-Dime Gwynn ¿Dónde encontraste ese objeto del que hablaban los muchachos esos? Es raro encontrar cosas de valor en estas épocas tan complejas – El humano iba caminando junto al niño, no había revisado la herida que llevaba en la mano, su capacidad de fingir compañerismo tenía un límite – Bien, si lo encontraste es tuyo, que nadie te quiera convencer de lo contrario.
¿Por qué hacía algo que iba en contra de su propio interés? Pues porque cuando terminaran la tarde Gwynn estaría seguro que quería darle como regalo lo que sea que había encontrado “¿Y si resulta que solo es una baratija?” Era una buena suposición “Tal vez podría vender al niño a algún sitio, es bastante bonito, seguro alguien podría aprovecharlo”
-Ven, compraremos algo aquí – En un puesto vendían los panes duros vaciados por dentro con estofado adentro, Matthew pidió dos y le dio uno al niño – Con el estómago lleno el mundo se ve mas hermoso ¿No? – Mentalmente Owens iba contando lo que gastaba, tenía que asegurarse que el resultado final fuera positivo, o habría desperdiciado su tiempo.
Matthew Owens
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Re: Un Anillo para encontrarlos [Privado - Matt]
“No tengo familia aquí,” respondió el muchacho tocando con sus dedos la piel alrededor del rasguño en su mano. “Mi hermana está ahora en otra ciudad, ¿Roilkat?”
Gwynn observó su propio cuerpo sin detener sus pasos. ¿Piel y huesos? ¿Como un cadáver? Pensó encogiéndose de hombros. Los niños en las calles de Lunargenta solían ser más delgados que él, y había visto uno que era un cadáver de verdad.
Matt parecía ser una persona generosa. No sólo le había salvado antes, sino que le trataba con mayor amabilidad que la enorme mayoría de la gente en la ciudad, apesadumbrados por sus propias miserias sufridas, preocupados por las que vendrían.
“¡El anillo estaba en el suelo, yo lo he encontrado!” anunció Gwynn frunciendo el ceño. En su mente la razón por la cual se encontrara allí en primer lugar no tuvo la más mínima cabida. “Pero sé cómo funciona cuando encuentras algo así,” continuó con la orgullosa seguridad de quien explica un truco a alguien por primera vez. “Puedes llevarlo al mercado y cambiarlo por cualquier cosa que tú quieras. Yo lo cambiaré por manzanas y salchichas, ¡ah! Y pergamino y colores para pintar. Junto a la tienda de Dunstan… Dunstan es un alquimista, como un hechicero-cocinero… junto a la tienda hay un hombre que vende colores para pintar, ¡y hay más de los que encuentras en el arco-iris! Pero él dice que la gente ya no quiere colores debido a la peste...”
A medida que divagaba el muchacho se mostraba crecientemente más animado, avanzando un par de pasos delante de Matt y gesticulando con vehemencia para ilustrar con precisión lo que narraba.
El mercado de la ciudad era un refugio popular frente a la tragedia. Los relatos sobre la peste o los peligros que el caos pudiera ocasionar estaban en boca de todos, pero a pesar de ello los transeúntes se aferraban a la cotidianeidad mundana del regateo, los chismes, las barallas y la cerveza débil que la gente usaba para protegerse de la pestilencia y de los recuerdos.
Gwynn observó con una sonrisa enorme al hombre comprar dos trozos de pan rellenos con un estofado que olía casi exclusivamente a grasa y avena pero que para el estómago hambriento del pequeño resultaba un verdadero manjar.
El muchacho se dejó caer sobre uno de los toscos bancos que rodeaban la única mesa junto al puesto de comida, una tabla extensa cubierta de manera más o menos uniforme por una gruesa película de aceites, brebajes, sebo a medio quemar y quizá cuántos residuos más acumulados allí a través del tiempo. Sin perder un instante el pequeño licántropo atacó su almuerzo frunciendo el ceño concentrado. No fue sino hasta que medio pan hubiese desaparecido que volvió a mirar a Matt con una pequeña sonrisa, sus labios y el contorno de su boca manchados en grasa.
“Gracias, Matt. ¿Sabes? Eres el primer amigo que hago en Lunargenta.”
“Lamento interrumpir vuestra comida,” Gwynn giró la cabeza para observar al sujeto que tomaba asiento casualmente frente a ellos. El hombre superaría los cuarenta años. Su cabello oscura había comenzado a desaparecer sobre su frente y la telaraña de arrugas que enmarcaba sus ojos le daban un aire cansado y extrañamente afable. “Seré breve. Tenemos poco tiempo. Entiendo estás en posesión de un artículo bastante inusual, aunque apostaría una buena moneda a que no sabes aún en qué radica su valor,” continuó el extraño mirando fijamente a Matt. “No está en su confección ni en su material, sino en su dueño. Este es el trato: No podrás venderlo sin acabar con una daga en el vientre, pero nosotros sí. Tenemos los contactos. A cambio de este servicio nos quedaremos con la mitad del dinero, ah, y antes de que preguntes; no, no podemos simplemente cogerlo por la fuerza. No sin crear una escena. Nuestro objetivo es dañar a un competidor específico. No hay trucos aquí. ¿Y el niño?” preguntó mirando a Gwynn por primera vez. “Puedes quedártelo. No tiene relación con el anillo.”
El hombre desvió su atención a un punto al otro lado de la calle y asintió brevemente con la cabeza. Una señal, sin duda.
“No hay tiempo. Otros jugadores han entrado en escena. Vienen a por ti, tendrás que decidir ahora,” sentenció el hombre con la misma tranquilidad inicial en su voz, pero sus dedos juguetearon con los botones de su gambesón. “Es tu única oportunidad de hacer dinero de esta situación. Coge al niño, es un testigo, abandona el mercado discretamente y encuéntranos en El Alambique Oxidado. Asegúrate de que nadie te siga. Te recomiendo que lo hagas ahora, si aprecias tu pellejo. Suerte.”
El sujeto se puso de pie sin esperar respuesta y echó a andar perdiéndose entre la gente. El muchacho tragó la comida que había mantenido sobre la lengua desde el momento de la interrupción y miró a Matt con un tinte de preocupación.
“Um, supongo no podemos quedarnos aquí ahora, ¿no?”
Gwynn observó su propio cuerpo sin detener sus pasos. ¿Piel y huesos? ¿Como un cadáver? Pensó encogiéndose de hombros. Los niños en las calles de Lunargenta solían ser más delgados que él, y había visto uno que era un cadáver de verdad.
Matt parecía ser una persona generosa. No sólo le había salvado antes, sino que le trataba con mayor amabilidad que la enorme mayoría de la gente en la ciudad, apesadumbrados por sus propias miserias sufridas, preocupados por las que vendrían.
“¡El anillo estaba en el suelo, yo lo he encontrado!” anunció Gwynn frunciendo el ceño. En su mente la razón por la cual se encontrara allí en primer lugar no tuvo la más mínima cabida. “Pero sé cómo funciona cuando encuentras algo así,” continuó con la orgullosa seguridad de quien explica un truco a alguien por primera vez. “Puedes llevarlo al mercado y cambiarlo por cualquier cosa que tú quieras. Yo lo cambiaré por manzanas y salchichas, ¡ah! Y pergamino y colores para pintar. Junto a la tienda de Dunstan… Dunstan es un alquimista, como un hechicero-cocinero… junto a la tienda hay un hombre que vende colores para pintar, ¡y hay más de los que encuentras en el arco-iris! Pero él dice que la gente ya no quiere colores debido a la peste...”
A medida que divagaba el muchacho se mostraba crecientemente más animado, avanzando un par de pasos delante de Matt y gesticulando con vehemencia para ilustrar con precisión lo que narraba.
El mercado de la ciudad era un refugio popular frente a la tragedia. Los relatos sobre la peste o los peligros que el caos pudiera ocasionar estaban en boca de todos, pero a pesar de ello los transeúntes se aferraban a la cotidianeidad mundana del regateo, los chismes, las barallas y la cerveza débil que la gente usaba para protegerse de la pestilencia y de los recuerdos.
Gwynn observó con una sonrisa enorme al hombre comprar dos trozos de pan rellenos con un estofado que olía casi exclusivamente a grasa y avena pero que para el estómago hambriento del pequeño resultaba un verdadero manjar.
El muchacho se dejó caer sobre uno de los toscos bancos que rodeaban la única mesa junto al puesto de comida, una tabla extensa cubierta de manera más o menos uniforme por una gruesa película de aceites, brebajes, sebo a medio quemar y quizá cuántos residuos más acumulados allí a través del tiempo. Sin perder un instante el pequeño licántropo atacó su almuerzo frunciendo el ceño concentrado. No fue sino hasta que medio pan hubiese desaparecido que volvió a mirar a Matt con una pequeña sonrisa, sus labios y el contorno de su boca manchados en grasa.
“Gracias, Matt. ¿Sabes? Eres el primer amigo que hago en Lunargenta.”
“Lamento interrumpir vuestra comida,” Gwynn giró la cabeza para observar al sujeto que tomaba asiento casualmente frente a ellos. El hombre superaría los cuarenta años. Su cabello oscura había comenzado a desaparecer sobre su frente y la telaraña de arrugas que enmarcaba sus ojos le daban un aire cansado y extrañamente afable. “Seré breve. Tenemos poco tiempo. Entiendo estás en posesión de un artículo bastante inusual, aunque apostaría una buena moneda a que no sabes aún en qué radica su valor,” continuó el extraño mirando fijamente a Matt. “No está en su confección ni en su material, sino en su dueño. Este es el trato: No podrás venderlo sin acabar con una daga en el vientre, pero nosotros sí. Tenemos los contactos. A cambio de este servicio nos quedaremos con la mitad del dinero, ah, y antes de que preguntes; no, no podemos simplemente cogerlo por la fuerza. No sin crear una escena. Nuestro objetivo es dañar a un competidor específico. No hay trucos aquí. ¿Y el niño?” preguntó mirando a Gwynn por primera vez. “Puedes quedártelo. No tiene relación con el anillo.”
El hombre desvió su atención a un punto al otro lado de la calle y asintió brevemente con la cabeza. Una señal, sin duda.
“No hay tiempo. Otros jugadores han entrado en escena. Vienen a por ti, tendrás que decidir ahora,” sentenció el hombre con la misma tranquilidad inicial en su voz, pero sus dedos juguetearon con los botones de su gambesón. “Es tu única oportunidad de hacer dinero de esta situación. Coge al niño, es un testigo, abandona el mercado discretamente y encuéntranos en El Alambique Oxidado. Asegúrate de que nadie te siga. Te recomiendo que lo hagas ahora, si aprecias tu pellejo. Suerte.”
El sujeto se puso de pie sin esperar respuesta y echó a andar perdiéndose entre la gente. El muchacho tragó la comida que había mantenido sobre la lengua desde el momento de la interrupción y miró a Matt con un tinte de preocupación.
“Um, supongo no podemos quedarnos aquí ahora, ¿no?”
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Re: Un Anillo para encontrarlos [Privado - Matt]
Una amplia sonrisa se dibujó en el rostro del estafador cuando escucho que el niño estaba completamente solo ¡No había obstáculo alguno entonces! “¿Será que lo abandonaron aquí con el cuento que volverían a por él?” pensó Matt mientras hacía como que escuchaba lo que el niño decía, asentía de vez en cuando y sonreía para que no se percatara de su falta de interés.
-¿Mmm? Así que estuviste aprendiendo algo sobre como intercambios en el mercado, eso está muy bien, aunque no faltara el truhan que quiera aprovecharse y darte cosas de mucho menos valor. Deberías averiguar primero cuanto es su costo real – Hizo como que pensaba mientras le daba una mordida a su pan. Hacía mucho que no comía algo tan asquerosamente grasoso, pero no hizo el menor atisbo de desagrado, mastico con cuidado y finalmente agregó – Yo sé algo sobre anillos, si me lo muestras podría decirt…
Sintió la grasa extenderse entre sus dedos cuando apoyó por error la palma en la tabla en la cual estaban sentados. Miro su mano y tuvo que hacer mucho esfuerzo para que no se notara el rotundo asco que le daba, saco un pañuelo y se limpió con esmero.
-¿Soy el primero? Vaya, que casualidad, tampoco tengo muchos amigos en Lunargenta – “Eso podría decirse que es cierto” – ¿Quieres que veamos ese anillo?
Un hombre se sentó frente a ellos y antes de que comenzara a hablar Matthew pudo imaginar de qué se trataba, al fin y acabo, no era la primera vez que tenía un objeto que alguien más quería. Le dio otro mordisco al grasiento pan mientras escuchaba, manteniendo también la vista fija en el sujeto, una especie de cosquilleo extraño le revolvía el estómago, y Matthew prefería pensar que era producto de la emoción y no de lo que estaba comiendo.
No le dijo ni una sola palabra al mensajero, no tenía sentido discutir con alguien que tenía una sola función, no podría sacarle más información que esa, ni tampoco podría negociar con él, estaba demasiado domesticado.
-Supones bien, Pequeño Gwynn, es hora de irnos – Owens le paso lo que quedaba de su pan – Toma, yo ya había comido de todos modos- Se limpió las manos pasándolas por los pantalones y se juró a si mismo que más tarde los quemaría - ¿Sabes lo que tenemos aquí? Es una típica situación de extorsión, te muestra el panorama de tal manera que pareciera que solo tienes una opción: Ir con ellos –
El estafador dejo escapar una carcajada y negó con la cabeza varias veces. Era posible que se estuviera metiendo con sujetos en verdad muy peligrosos, alguna mafia que se había generado en el submundo criminal de Lunargenta. Pero una cosa semejante no iba a hacer que Matthew se preocupara “Vamos, no se llega a mi edad dejándose amilanar por el primer rufián que se le cruce a uno en el camino”
-Parece que vas a aprender cómo se negocia de verdad, Pequeño Gwynn. Y la clase comienza ahora – Tal como el sujeto les había dicho, se fueron del mercado, pero no se dirigieron al “Alambique Oxidado”, sino que caminaron sin un rumbo fijo – Lo cierto es que, en realidad tenemos como mínimo dos interesados en el anillo ¿Cierto? Y parece que ambos conocen de nuestra existencia, el que envió el mensajero y quien nos sigue – Owens hablaba sin mirar atrás, andaban como si estuvieran paseando y no tuvieran preocupación alguna – Ya conocimos a uno de los grupos, ahora veamos si podemos agarrar a los que nos están siguiendo ¿Te parece bien?
Apoyó una mano sobre la cabeza del niño y le revolvió un poco el pelo, era bastante suave, lo típico en los de su edad, y servía perfectamente para quitarse lo que le había quedado de grasa en la mano. Considerando que el niño ya no sería útil lo mejor parecía ser el quitarle el anillo y continuar solo “Pero pensándolo mejor…” uno nunca sabia cuando podía necesitar una carnada.
-¿Hace mucho que estas en la ciudad? Por tu apariencia diría que no – Si bien estaba desprolijo como la mayoría de los niños de la calle, Gwynn parecía especialmente desaliñado, tal vez era un muchacho del campo que había venido a la ciudad – Admito que no estamos en nuestro mejor momento, pero cuando no tienes cadáveres en las calles o vampiros que salen a cazar de noche, Lunargenta puede ser bastante hermosa –
Si alguien los estaba siguiendo, pronto se daría cuenta que le estaban tomando el pelo, habían pasado por esa misma calle unas tres veces ya. Matthew doblo a propósito por un pasaje poco visitado, con la intención de que eso hiciera salir un posible espía. “¿Y luego qué? Luego comienzan las negociaciones”
Se escucharon unos pasos que se detenían detrás de ellos...
-¿Mmm? Así que estuviste aprendiendo algo sobre como intercambios en el mercado, eso está muy bien, aunque no faltara el truhan que quiera aprovecharse y darte cosas de mucho menos valor. Deberías averiguar primero cuanto es su costo real – Hizo como que pensaba mientras le daba una mordida a su pan. Hacía mucho que no comía algo tan asquerosamente grasoso, pero no hizo el menor atisbo de desagrado, mastico con cuidado y finalmente agregó – Yo sé algo sobre anillos, si me lo muestras podría decirt…
Sintió la grasa extenderse entre sus dedos cuando apoyó por error la palma en la tabla en la cual estaban sentados. Miro su mano y tuvo que hacer mucho esfuerzo para que no se notara el rotundo asco que le daba, saco un pañuelo y se limpió con esmero.
-¿Soy el primero? Vaya, que casualidad, tampoco tengo muchos amigos en Lunargenta – “Eso podría decirse que es cierto” – ¿Quieres que veamos ese anillo?
Un hombre se sentó frente a ellos y antes de que comenzara a hablar Matthew pudo imaginar de qué se trataba, al fin y acabo, no era la primera vez que tenía un objeto que alguien más quería. Le dio otro mordisco al grasiento pan mientras escuchaba, manteniendo también la vista fija en el sujeto, una especie de cosquilleo extraño le revolvía el estómago, y Matthew prefería pensar que era producto de la emoción y no de lo que estaba comiendo.
No le dijo ni una sola palabra al mensajero, no tenía sentido discutir con alguien que tenía una sola función, no podría sacarle más información que esa, ni tampoco podría negociar con él, estaba demasiado domesticado.
-Supones bien, Pequeño Gwynn, es hora de irnos – Owens le paso lo que quedaba de su pan – Toma, yo ya había comido de todos modos- Se limpió las manos pasándolas por los pantalones y se juró a si mismo que más tarde los quemaría - ¿Sabes lo que tenemos aquí? Es una típica situación de extorsión, te muestra el panorama de tal manera que pareciera que solo tienes una opción: Ir con ellos –
El estafador dejo escapar una carcajada y negó con la cabeza varias veces. Era posible que se estuviera metiendo con sujetos en verdad muy peligrosos, alguna mafia que se había generado en el submundo criminal de Lunargenta. Pero una cosa semejante no iba a hacer que Matthew se preocupara “Vamos, no se llega a mi edad dejándose amilanar por el primer rufián que se le cruce a uno en el camino”
-Parece que vas a aprender cómo se negocia de verdad, Pequeño Gwynn. Y la clase comienza ahora – Tal como el sujeto les había dicho, se fueron del mercado, pero no se dirigieron al “Alambique Oxidado”, sino que caminaron sin un rumbo fijo – Lo cierto es que, en realidad tenemos como mínimo dos interesados en el anillo ¿Cierto? Y parece que ambos conocen de nuestra existencia, el que envió el mensajero y quien nos sigue – Owens hablaba sin mirar atrás, andaban como si estuvieran paseando y no tuvieran preocupación alguna – Ya conocimos a uno de los grupos, ahora veamos si podemos agarrar a los que nos están siguiendo ¿Te parece bien?
Apoyó una mano sobre la cabeza del niño y le revolvió un poco el pelo, era bastante suave, lo típico en los de su edad, y servía perfectamente para quitarse lo que le había quedado de grasa en la mano. Considerando que el niño ya no sería útil lo mejor parecía ser el quitarle el anillo y continuar solo “Pero pensándolo mejor…” uno nunca sabia cuando podía necesitar una carnada.
-¿Hace mucho que estas en la ciudad? Por tu apariencia diría que no – Si bien estaba desprolijo como la mayoría de los niños de la calle, Gwynn parecía especialmente desaliñado, tal vez era un muchacho del campo que había venido a la ciudad – Admito que no estamos en nuestro mejor momento, pero cuando no tienes cadáveres en las calles o vampiros que salen a cazar de noche, Lunargenta puede ser bastante hermosa –
Si alguien los estaba siguiendo, pronto se daría cuenta que le estaban tomando el pelo, habían pasado por esa misma calle unas tres veces ya. Matthew doblo a propósito por un pasaje poco visitado, con la intención de que eso hiciera salir un posible espía. “¿Y luego qué? Luego comienzan las negociaciones”
Se escucharon unos pasos que se detenían detrás de ellos...
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Re: Un Anillo para encontrarlos [Privado - Matt]
Gwyn recibió el trozo de pan sonriente. ¡Más comida! La verdad ya no podía comer más, pero no pensaba rechazar la generosidad de Matt. Se sentía feliz por el interés que el hombre parecía tener en su anillo. Le hacía sentir que eran camaradas protegiendo un tesoro.
El par abandonó el mercado con paso sosegado. El muchacho asentía de manera enfática a las lecciones de Matt sin entender realmente de qué hablaba, mientras su cabeza giraba observando distraídamente la explosión de estímulos sensoriales que esta parte de la ciudad siempre ofrecía. En una esquina un hombre tan raquítico como desprolijo gritaba a todo quien quisiera escucharle sobre la guerra inminente que consumiría la ciudad en un mar de fuego y sangre. Su rostro, una máscara enjuta de arrugas deformada por la sífilis, permanecía impasible frente a las burlas e improperios arrojados por los transeúntes.
Su atención retornó por completo a Matt al oír que eran seguidos. Instintivamente giró la cabeza para escudriñar la calle tras él, mas se detuvo al sentir la mano del hombre posarse sobre su cabeza revolviendo sus cabellos. Gwynn le dedicó una sonrisa agradeciendo a los dioses el haber encontrado una persona tan amable y generosa como el humano.
“He estado aquí varios días, pero he estado en otros pueblos humanos, aunque ninguno tan grande como Lunargenta,” respondió dando mordiscos perezosos a su trozo de pan. “Es… es muy grande, ¡gigante! Pero pensaba que sería diferente. La gente no es feliz aquí. Dicen que es por la peste y los vampiros, pero quizá sea que es muy grande, ¿sabes? La gente tiene familias pequeñas y se siente sola o asustada, aún estando rodeada de personas. ¿Raro, no?”
Atrás había quedado el centro de la ciudad, su actividad y barullo, y ahora recorrían por tercera vez una de las callejas estrechas que rodeaban el mercado. Matt giró a la derecha por uno de los callejones y Gwynn se detuvo un instante. Frente a él, medio escondido entre unos barriles, un muchacho quizá un par de años mayor que él le hacía señales furtivas con la mano. El licántropo dudo unos instantes antes de acercarse con paso vacilante. El chico le sonreía con picardía cómplice y Gwynn sintió un pequeño vuelco en su estómago. Los pocos niños con los que había interactuado en las calles habían tendido a evitarle burlándose de su acento y su ignorancia respecto a lo cotidiano, por lo que cualquier oportunidad de hacer amistades era una que no pensaba desperdiciar.
“Hola, soy Gwynn. ¿Te he visto antes?” preguntó acercándose al chico antes de meterse el resto de pan y estofado que le quedaba. “Eshpega, dehuo desile a Mad,” añadió enseguida girándose hacia la entrada del callejón, encontrándose a escaso pie de distancia de una imponente barriga bajo una túnica raída que le daba la apariencia de un melón gigante.
“Quieto, mocoso,” dijo el hombre agarrando con fuerza sus hombros. “Danos el anillo y dejarem...”
No hubo justificación racional alguna para las acciones del pequeño licántropo, tan sólo la convicción ferviente y testaruda de que ninguna de estas personas tenía derecho a quedarse con el anillo que había encontrado. Era suyo.
Con un movimiento rápido llevó el anillo aún escondido en su mano hasta su boca y sin perder un instante procedió a tragárselo sonoramente junto al resto de comida.
“¿Qué..? ¿Acaso tú..? ¿Qué coño has hecho?” preguntó el hombre zarandeando al muchacho. Su rostro se debatía entre la estupefacción y la incredulidad.
“Mierda, ¿se lo ha tragado, no?” preguntó un segundo sujeto emergiendo de las sombras de un edificio contiguo. “¡Joder, Willhelm! ¿Qué tan difícil puede ser? Venga, ábrele el vientre, coge el anillo y larguémonos de aquí. Y tú,” añadió dando una seca bofetada en la nuca al chico medio escondido junto a los barriles, “fuera. Ya sabes, ni una palabra a nadie.”
Gwynn abrió los ojos como platos mirando a ambos hombres. ¿Abrirle el vientre? Seguro bromeaban…
“¿En medio de la calle? ¿Has intentado buscar algo en las entrañas de una persona? No es tan sencillo. No aquí. Le llevaremos con nosotros y lo haremos con calma. Esto no puede salir mal.”
Mierda. No bromeaban. Gwynn inspiró profundamente e intentó gritar por ayuda, gritar para que Matt le ayudase nuevamente pero la mano regordeta de Willhelm selló su boca ahogando cualquier sonido.
La calleja era una curva estrecha y prolongada de casas y algunos talleres familiares ahora abandonados. Antes de la peste habría sido un pequeño rincón de comercio, pero ahora las fachadas deterioradas e interiores visiblemente saqueados dotaban al oscuro pasaje de un aire lúgubre. En medio de aquel escenario de ruina la figura regia y oscura erguida en el centro parecía un contraste poético. Se trataba de una mujer alta, elegante, vestida con un fino vestido de lana negro, sus hombros cubiertos por un exquisito medio abrigo de piel de marta azabache, y un delicado sombrero del mismo material. Sus ojos, zafiros gélidos que daban la impresión de fulgurar sobre su piel nívea, parecían estar clavados en la figura de Matt, a unas diez yardas de distancia. Tras ella dos hombres descansaban una mano sobre la empuñadura de sus espadas.
“Veo que te has desecho del niño. Era de esperar. ¿Dónde está?” preguntó la mujer con una voz modulada y fríamente melódica que hablaba de educación y clase, pero que traicionaba por su timbre profundo la naturaleza de su dueña. “No. No es importante. Podrá decir lo que quiera tras este encuentro. Descuida, cariño, no te quitaré mucho tiempo. Esto es muy sencillo: Dame el anillo ahora o muere.”
La mujer llevó un dedo cubierto por delicados guantes de cordero negro hasta sus labios mirando al cielo unos instantes en exagerada contemplación antes de sonreír con una mezcla de mofa y fingida picardía.
“No, espera. Será más sencillo matarte.”
Los hombres desenfundaron sus espadas con la tranquila eficiencia de guerreros templados en batalla y la mujer produje de algún sitio una daga larga y fina.
Un parpadeo más tarde el eco de pasos a la carrera inundaba el callejón.
El par abandonó el mercado con paso sosegado. El muchacho asentía de manera enfática a las lecciones de Matt sin entender realmente de qué hablaba, mientras su cabeza giraba observando distraídamente la explosión de estímulos sensoriales que esta parte de la ciudad siempre ofrecía. En una esquina un hombre tan raquítico como desprolijo gritaba a todo quien quisiera escucharle sobre la guerra inminente que consumiría la ciudad en un mar de fuego y sangre. Su rostro, una máscara enjuta de arrugas deformada por la sífilis, permanecía impasible frente a las burlas e improperios arrojados por los transeúntes.
Su atención retornó por completo a Matt al oír que eran seguidos. Instintivamente giró la cabeza para escudriñar la calle tras él, mas se detuvo al sentir la mano del hombre posarse sobre su cabeza revolviendo sus cabellos. Gwynn le dedicó una sonrisa agradeciendo a los dioses el haber encontrado una persona tan amable y generosa como el humano.
“He estado aquí varios días, pero he estado en otros pueblos humanos, aunque ninguno tan grande como Lunargenta,” respondió dando mordiscos perezosos a su trozo de pan. “Es… es muy grande, ¡gigante! Pero pensaba que sería diferente. La gente no es feliz aquí. Dicen que es por la peste y los vampiros, pero quizá sea que es muy grande, ¿sabes? La gente tiene familias pequeñas y se siente sola o asustada, aún estando rodeada de personas. ¿Raro, no?”
Atrás había quedado el centro de la ciudad, su actividad y barullo, y ahora recorrían por tercera vez una de las callejas estrechas que rodeaban el mercado. Matt giró a la derecha por uno de los callejones y Gwynn se detuvo un instante. Frente a él, medio escondido entre unos barriles, un muchacho quizá un par de años mayor que él le hacía señales furtivas con la mano. El licántropo dudo unos instantes antes de acercarse con paso vacilante. El chico le sonreía con picardía cómplice y Gwynn sintió un pequeño vuelco en su estómago. Los pocos niños con los que había interactuado en las calles habían tendido a evitarle burlándose de su acento y su ignorancia respecto a lo cotidiano, por lo que cualquier oportunidad de hacer amistades era una que no pensaba desperdiciar.
“Hola, soy Gwynn. ¿Te he visto antes?” preguntó acercándose al chico antes de meterse el resto de pan y estofado que le quedaba. “Eshpega, dehuo desile a Mad,” añadió enseguida girándose hacia la entrada del callejón, encontrándose a escaso pie de distancia de una imponente barriga bajo una túnica raída que le daba la apariencia de un melón gigante.
“Quieto, mocoso,” dijo el hombre agarrando con fuerza sus hombros. “Danos el anillo y dejarem...”
No hubo justificación racional alguna para las acciones del pequeño licántropo, tan sólo la convicción ferviente y testaruda de que ninguna de estas personas tenía derecho a quedarse con el anillo que había encontrado. Era suyo.
Con un movimiento rápido llevó el anillo aún escondido en su mano hasta su boca y sin perder un instante procedió a tragárselo sonoramente junto al resto de comida.
“¿Qué..? ¿Acaso tú..? ¿Qué coño has hecho?” preguntó el hombre zarandeando al muchacho. Su rostro se debatía entre la estupefacción y la incredulidad.
“Mierda, ¿se lo ha tragado, no?” preguntó un segundo sujeto emergiendo de las sombras de un edificio contiguo. “¡Joder, Willhelm! ¿Qué tan difícil puede ser? Venga, ábrele el vientre, coge el anillo y larguémonos de aquí. Y tú,” añadió dando una seca bofetada en la nuca al chico medio escondido junto a los barriles, “fuera. Ya sabes, ni una palabra a nadie.”
Gwynn abrió los ojos como platos mirando a ambos hombres. ¿Abrirle el vientre? Seguro bromeaban…
“¿En medio de la calle? ¿Has intentado buscar algo en las entrañas de una persona? No es tan sencillo. No aquí. Le llevaremos con nosotros y lo haremos con calma. Esto no puede salir mal.”
Mierda. No bromeaban. Gwynn inspiró profundamente e intentó gritar por ayuda, gritar para que Matt le ayudase nuevamente pero la mano regordeta de Willhelm selló su boca ahogando cualquier sonido.
~~o~~
La calleja era una curva estrecha y prolongada de casas y algunos talleres familiares ahora abandonados. Antes de la peste habría sido un pequeño rincón de comercio, pero ahora las fachadas deterioradas e interiores visiblemente saqueados dotaban al oscuro pasaje de un aire lúgubre. En medio de aquel escenario de ruina la figura regia y oscura erguida en el centro parecía un contraste poético. Se trataba de una mujer alta, elegante, vestida con un fino vestido de lana negro, sus hombros cubiertos por un exquisito medio abrigo de piel de marta azabache, y un delicado sombrero del mismo material. Sus ojos, zafiros gélidos que daban la impresión de fulgurar sobre su piel nívea, parecían estar clavados en la figura de Matt, a unas diez yardas de distancia. Tras ella dos hombres descansaban una mano sobre la empuñadura de sus espadas.
“Veo que te has desecho del niño. Era de esperar. ¿Dónde está?” preguntó la mujer con una voz modulada y fríamente melódica que hablaba de educación y clase, pero que traicionaba por su timbre profundo la naturaleza de su dueña. “No. No es importante. Podrá decir lo que quiera tras este encuentro. Descuida, cariño, no te quitaré mucho tiempo. Esto es muy sencillo: Dame el anillo ahora o muere.”
La mujer llevó un dedo cubierto por delicados guantes de cordero negro hasta sus labios mirando al cielo unos instantes en exagerada contemplación antes de sonreír con una mezcla de mofa y fingida picardía.
“No, espera. Será más sencillo matarte.”
Los hombres desenfundaron sus espadas con la tranquila eficiencia de guerreros templados en batalla y la mujer produje de algún sitio una daga larga y fina.
Un parpadeo más tarde el eco de pasos a la carrera inundaba el callejón.
Gwynn
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Re: Un Anillo para encontrarlos [Privado - Matt]
Si Matthew hubiese querido ser sincero con el niño, le habría contestado “Todos estamos solos siempre, Gwynn” pero no estaba entre sus planes el ser honesto, ni entablar conversaciones demasiado profundas. Se mantuvo en silencio hasta que termino de hablar, luego sonrió encantador, una de esas sonrisas que en él significaba que no le importaba en lo absoluto, pero por suerte la mayoría de las personas lo interpretaban como una señal amistosa.
-Sin duda, es una ciudad enorme, y muy llena de gente – Dijo el estafador y miro por arriba de su hombro para asegurarse que quien sea que los siguiera no estuviera demasiado cerca – Pero puede llegar a tener su encanto una vez que te acostumbras –
Tomando en cuenta que estaban metidos en medio de una pelea entre dos bandas de matones, que no sabían en qué momento podrían apuñalarlos, que prácticamente estaba desarmado y su única ayuda era un niño pequeño… Lo que en verdad le preocupaba a Matthew era que aún no tenía el anillo en sus manos. Cada vez que había intentado dar pie a Gwynn para que se lo de, los habían interrumpido.
Pensando en esto perdió de vista al niño, absolutamente convencido de que seguiría allí al lado de él contando alguna de sus tonterías.
Una figura en el fondo de la callejuela interrumpió las cavilaciones del estafador, se detuvo de inmediato y se la quedo mirando fijamente, primero con seriedad, pero en seguida sonrió. Hasta entonces caminaba con un talante de fingida indiferencia, cuidándose las espaldas, pero al verse confrontado cambio a una actitud mucho más segura, preparándose para la negociación.
Aunque su sonrisa se esfumo al instante, en primer lugar porque no esperaba semejante tono saliendo de un cuerpo como ese, pero más importante ¡¿Porque le decía que el niño no estaba?! Se giro y miro en todas direcciones: Nada. Era como si se lo hubiese tragado la tierra. “¿Qué vas a hacer ahora, Matthew Owens? Sin el anillo no vales nada, se van a deshacer de ti en un suspiro”
-Espera, espera, espera – Dijo Owens levantando las manos en un intento inútil por detener la orden, pero era imposible, los dos guardaespaldas desenfundaron sus armas y Matt era estafador, no guerrero, no tenía posibilidad alguna en una pelea frente a frente. Retrocedió algunos pasos , pero se detuvo de repente y puso la mano en su bolsillo – Elegiste una mala opción, Cariño – Sacó un frasco tapado y antes de que los hombres lo tuvieran al alcance de sus armas, le dio un sorbo al contenido.
Inmediatamente, donde antes estaba Matthew parado había ahora una rata, una fea rata oscura que no perdió el tiempo y salió corriendo del lugar. Ya se había transformado varias veces, y en animales distintos, pero al final la que le había resultado más sencilla de manejar era esta forma.
Llego en un instante a la esquina, donde encontró los restos de comida tirados que había dejado Gwynn, lo olisqueo “Es increíble, ahora se ve delicioso. Maldita mente de rata” pero no perdió mucho tiempo ya que estaba seguro que sus perseguidores no lo dejarían ir tan fácilmente. Continuó corriendo, desandando el camino que había hecho, todo se veía y se percibía mucho más fuerte cuando tenía los sentidos de un animal. Miro en todas direcciones, pero no lo vio, eligió un camino al azar “Mi amiga la suerte tiene que sonreírme en esta oportunidad”.
Por fortuna esas calles aledañas no estaban demasiado transitadas, luego de correr varios metros Matt pudo ver a lo lejos a unos hombres que arrastraban a un niño. Con perseguidores atrás y el pequeño siendo raptado adelante, no tenía muchas opciones “Los estoy llevando directo al anillo… Pero al menos seré yo quien llegue primero”.
Se acercó a una pared y con asombrosa facilidad comenzó a trepar por una cañería hasta llegar al techo, su mente procesaba todo con mucha velocidad, pronto encontró una soga para la ropa por la cual pasar, un tablón viejo, y la baranda de una escalera rota justo al final. Hacer este recorrido le permitió acortar mucho la distancia hacia su objetivo.
Los hombres entraron a una casa abandonada.
Y por un agujero en el techo entro también la rata-Matthew.
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-Sin duda, es una ciudad enorme, y muy llena de gente – Dijo el estafador y miro por arriba de su hombro para asegurarse que quien sea que los siguiera no estuviera demasiado cerca – Pero puede llegar a tener su encanto una vez que te acostumbras –
Tomando en cuenta que estaban metidos en medio de una pelea entre dos bandas de matones, que no sabían en qué momento podrían apuñalarlos, que prácticamente estaba desarmado y su única ayuda era un niño pequeño… Lo que en verdad le preocupaba a Matthew era que aún no tenía el anillo en sus manos. Cada vez que había intentado dar pie a Gwynn para que se lo de, los habían interrumpido.
Pensando en esto perdió de vista al niño, absolutamente convencido de que seguiría allí al lado de él contando alguna de sus tonterías.
Una figura en el fondo de la callejuela interrumpió las cavilaciones del estafador, se detuvo de inmediato y se la quedo mirando fijamente, primero con seriedad, pero en seguida sonrió. Hasta entonces caminaba con un talante de fingida indiferencia, cuidándose las espaldas, pero al verse confrontado cambio a una actitud mucho más segura, preparándose para la negociación.
Aunque su sonrisa se esfumo al instante, en primer lugar porque no esperaba semejante tono saliendo de un cuerpo como ese, pero más importante ¡¿Porque le decía que el niño no estaba?! Se giro y miro en todas direcciones: Nada. Era como si se lo hubiese tragado la tierra. “¿Qué vas a hacer ahora, Matthew Owens? Sin el anillo no vales nada, se van a deshacer de ti en un suspiro”
-Espera, espera, espera – Dijo Owens levantando las manos en un intento inútil por detener la orden, pero era imposible, los dos guardaespaldas desenfundaron sus armas y Matt era estafador, no guerrero, no tenía posibilidad alguna en una pelea frente a frente. Retrocedió algunos pasos , pero se detuvo de repente y puso la mano en su bolsillo – Elegiste una mala opción, Cariño – Sacó un frasco tapado y antes de que los hombres lo tuvieran al alcance de sus armas, le dio un sorbo al contenido.
Inmediatamente, donde antes estaba Matthew parado había ahora una rata, una fea rata oscura que no perdió el tiempo y salió corriendo del lugar. Ya se había transformado varias veces, y en animales distintos, pero al final la que le había resultado más sencilla de manejar era esta forma.
Llego en un instante a la esquina, donde encontró los restos de comida tirados que había dejado Gwynn, lo olisqueo “Es increíble, ahora se ve delicioso. Maldita mente de rata” pero no perdió mucho tiempo ya que estaba seguro que sus perseguidores no lo dejarían ir tan fácilmente. Continuó corriendo, desandando el camino que había hecho, todo se veía y se percibía mucho más fuerte cuando tenía los sentidos de un animal. Miro en todas direcciones, pero no lo vio, eligió un camino al azar “Mi amiga la suerte tiene que sonreírme en esta oportunidad”.
Por fortuna esas calles aledañas no estaban demasiado transitadas, luego de correr varios metros Matt pudo ver a lo lejos a unos hombres que arrastraban a un niño. Con perseguidores atrás y el pequeño siendo raptado adelante, no tenía muchas opciones “Los estoy llevando directo al anillo… Pero al menos seré yo quien llegue primero”.
Se acercó a una pared y con asombrosa facilidad comenzó a trepar por una cañería hasta llegar al techo, su mente procesaba todo con mucha velocidad, pronto encontró una soga para la ropa por la cual pasar, un tablón viejo, y la baranda de una escalera rota justo al final. Hacer este recorrido le permitió acortar mucho la distancia hacia su objetivo.
Los hombres entraron a una casa abandonada.
Y por un agujero en el techo entro también la rata-Matthew.
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Matthew Owens
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Re: Un Anillo para encontrarlos [Privado - Matt]
Morgan sintió una leve cosquilleo en el vientre al ver la rapidez con que la sonrisa socarrona del hombre había muerto. La bruja había lidiado con suficiente escoria en su vida para identificar en la tranquilidad altanera con la que el humano les había encarado algunos trazos delatores de su personalidad y carácter. Normalmente hubiese intentado negociar una solución sensata y rápida, civilizada, pero había decidido en tan sólo instantes que el hombre frente a ella era una de aquellas víboras sin espina que esgrime la palabra como una daga envenenada. ¿Por qué si no provocarles como había hecho con su merodeo circular, si no confiaba plenamente en su propia elocuencia? No, esta era una de aquellas ocasiones en las cuales una muestra de fuerza podría ser más efectiva. El moreno rogaría por su vida, o la regalaría patéticamente. Había demasiado en juego.
Lo que no esperaba, por supuesto, era que el sujeto tuviese un as mágico bajo la manga.
“¡Jodido bastardo!” exclamó al ver al hombre beber un trago de un pequeño frasco y desaparecer en la forma de una rata. “¡Fuera de mi camino!” gritó a sus hombres apartándoles con un empujón. De uno de los bolsillos escondidos en su abrigo de marta extrajo una diminuta botella de cristal verde.
“Dioses, no puedo creer que desperdiciaré semejante tesoro en esto...” murmuró antes de arrojar la botella violentamente contra el suelo allí donde el sujeto había desaparecido. Un estallido pálido dio paso a una etérea nube de humo blanquecino con un fuerte olor a arsénico la cual pareció danzar caóticamente en su sitio antes de avanzar como un arremolinado tentáculo espectral tras los pasos de la rata. Te tengo, pensó la mujer echando a correr.
El rastro les llevó tan sólo a un par de bloques de distancia, hasta le entrada de una dilapidada casa que parecía estar abandonada. Morgan dispersó el humo con el pie antes de que este entrara en el edificio e ordenó con un gesto certero de sus dedos a uno de los hombres a mirar por entre las persianas de madera.
“Dos hombre y un niño,” susurró el guerrero sin desviar la mirada del interior. “Cabello dorado. Pecas. Reconozco a uno de los hombres. Sirve al Bastardo Azul.”
“¿Wulfric está involucrado también?” preguntó la mujer pensando en voz alta. ¡Mierda! ¿Acaso sabía ya toda la puta ciudad sobre el contratiempo? Esto quería decir que Didi habría recibido también la noticia. Es igual, pensó acariciando una de sus perfectas cejas con un dedo enguantado. Todo lo que necesitaba era recuperar el anillo. En este juego los rumores eran como augurios basados en el vuelo de los pájaros; podían influenciar las decisiones de los distintos actores, pero al final del día sólo aquellos que predecían correctamente la tormenta eran importantes.
“Aelfred. Jensen espera tras la esquina. Tráeme el paquete y dile que bloquee la salida opuesta del edificio. ¡Rápido!”
“Vale, ¿ahora qué?”
“Ahora sacamos el anillo.”
“Willhelm… Es apenas mayor que mis niños.”
“¡Pues empieza a pensar en ellos! Sabes que no tenemos alternativa.”
Gwynn permaneció en silencio arrodillado en una esquina de la habitación mohosa. Sólo tendría una oportunidad de escapar, y para ello debía esperar al momento perfecto. Su corazón golpeaba con fuerza en su pecho, pero no a causa del miedo fingido que mostraba su rostro, sino la excitación expectante. Los hombres no lo sabían, pero estaban encerrados con un lobo. La ventaja era suya.
“Nadie nos ha visto,” dijo uno de los sujetos bajando la voz y girándose para que el niño no pudiese oírle. Los ojos azules del muchacho brillaron con anticipación. Este era el momento. “¿Qué tal si esperamos a que…?”
Con sutileza Gwynn comenzó a quitarse la túnica al mismo tiempo que iniciaba la transformación. La tan familiar sensación de electricidad ardiente se extendió por sus músculos, cartílagos y huesos. Solo unos instantes más...
“Ya te lo he dicho, no tenemos tiempo. Además… ¿qué co..? ¡Por el brazo de Tyr! ¡Es un puto licántropo!” gritó el hombre desenfundando torpemente una daga. Demasiado tarde. El lobo se abalanzó de un salto hundiendo sus colmillos en la mano y muñeca regordeta del sujeto produciendo un crujido sordo que arrancó un alarido desesperado por parte del matón.
Antes de que la daga golpease el suelo las persianas de madera se abrieron violentamente y el lobo observó sin moverse la pequeña pelota de papel humeante que una mujer vestida de negro arrojase por la ventana. El proyectil golpeó la pared contraria liberando una nube de denso humo gris que envolvió la habitación entera en tan sólo un instante.
Gwynn sacudió la cabeza violentamente. Sus ojos y sus pulmones ardían de una manera desesperante. Apenas se percató de los objetos varios que uno de los hombres arrojaba contra su lomo víctima del pánico. Ese humo… debía salir de allí. Aguantando la respiración corrió hacia la ventana cruzándola de un salto al mismo tiempo que Morgan ingresaba por la puerta.
“¡Un lobo! ¡Un jodido lobo!” oyó gritar a uno de sus hombres en la calle. La mujer cerró los ojos suspirando profundamente a pesar del ardor astringente de los químicos en el aire. El niño era un jodido licántropo. Un licántropo corriendo como lobo por las calles de Lunargenta con el anillo más valioso de la ciudad en su vientre. A veces sentía que su vida era una puta parodia de sí misma.
Lo que no esperaba, por supuesto, era que el sujeto tuviese un as mágico bajo la manga.
“¡Jodido bastardo!” exclamó al ver al hombre beber un trago de un pequeño frasco y desaparecer en la forma de una rata. “¡Fuera de mi camino!” gritó a sus hombres apartándoles con un empujón. De uno de los bolsillos escondidos en su abrigo de marta extrajo una diminuta botella de cristal verde.
“Dioses, no puedo creer que desperdiciaré semejante tesoro en esto...” murmuró antes de arrojar la botella violentamente contra el suelo allí donde el sujeto había desaparecido. Un estallido pálido dio paso a una etérea nube de humo blanquecino con un fuerte olor a arsénico la cual pareció danzar caóticamente en su sitio antes de avanzar como un arremolinado tentáculo espectral tras los pasos de la rata. Te tengo, pensó la mujer echando a correr.
El rastro les llevó tan sólo a un par de bloques de distancia, hasta le entrada de una dilapidada casa que parecía estar abandonada. Morgan dispersó el humo con el pie antes de que este entrara en el edificio e ordenó con un gesto certero de sus dedos a uno de los hombres a mirar por entre las persianas de madera.
“Dos hombre y un niño,” susurró el guerrero sin desviar la mirada del interior. “Cabello dorado. Pecas. Reconozco a uno de los hombres. Sirve al Bastardo Azul.”
“¿Wulfric está involucrado también?” preguntó la mujer pensando en voz alta. ¡Mierda! ¿Acaso sabía ya toda la puta ciudad sobre el contratiempo? Esto quería decir que Didi habría recibido también la noticia. Es igual, pensó acariciando una de sus perfectas cejas con un dedo enguantado. Todo lo que necesitaba era recuperar el anillo. En este juego los rumores eran como augurios basados en el vuelo de los pájaros; podían influenciar las decisiones de los distintos actores, pero al final del día sólo aquellos que predecían correctamente la tormenta eran importantes.
“Aelfred. Jensen espera tras la esquina. Tráeme el paquete y dile que bloquee la salida opuesta del edificio. ¡Rápido!”
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“Vale, ¿ahora qué?”
“Ahora sacamos el anillo.”
“Willhelm… Es apenas mayor que mis niños.”
“¡Pues empieza a pensar en ellos! Sabes que no tenemos alternativa.”
Gwynn permaneció en silencio arrodillado en una esquina de la habitación mohosa. Sólo tendría una oportunidad de escapar, y para ello debía esperar al momento perfecto. Su corazón golpeaba con fuerza en su pecho, pero no a causa del miedo fingido que mostraba su rostro, sino la excitación expectante. Los hombres no lo sabían, pero estaban encerrados con un lobo. La ventaja era suya.
“Nadie nos ha visto,” dijo uno de los sujetos bajando la voz y girándose para que el niño no pudiese oírle. Los ojos azules del muchacho brillaron con anticipación. Este era el momento. “¿Qué tal si esperamos a que…?”
Con sutileza Gwynn comenzó a quitarse la túnica al mismo tiempo que iniciaba la transformación. La tan familiar sensación de electricidad ardiente se extendió por sus músculos, cartílagos y huesos. Solo unos instantes más...
“Ya te lo he dicho, no tenemos tiempo. Además… ¿qué co..? ¡Por el brazo de Tyr! ¡Es un puto licántropo!” gritó el hombre desenfundando torpemente una daga. Demasiado tarde. El lobo se abalanzó de un salto hundiendo sus colmillos en la mano y muñeca regordeta del sujeto produciendo un crujido sordo que arrancó un alarido desesperado por parte del matón.
Antes de que la daga golpease el suelo las persianas de madera se abrieron violentamente y el lobo observó sin moverse la pequeña pelota de papel humeante que una mujer vestida de negro arrojase por la ventana. El proyectil golpeó la pared contraria liberando una nube de denso humo gris que envolvió la habitación entera en tan sólo un instante.
Gwynn sacudió la cabeza violentamente. Sus ojos y sus pulmones ardían de una manera desesperante. Apenas se percató de los objetos varios que uno de los hombres arrojaba contra su lomo víctima del pánico. Ese humo… debía salir de allí. Aguantando la respiración corrió hacia la ventana cruzándola de un salto al mismo tiempo que Morgan ingresaba por la puerta.
“¡Un lobo! ¡Un jodido lobo!” oyó gritar a uno de sus hombres en la calle. La mujer cerró los ojos suspirando profundamente a pesar del ardor astringente de los químicos en el aire. El niño era un jodido licántropo. Un licántropo corriendo como lobo por las calles de Lunargenta con el anillo más valioso de la ciudad en su vientre. A veces sentía que su vida era una puta parodia de sí misma.
Gwynn
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Re: Un Anillo para encontrarlos [Privado - Matt]
Al haberse transformado ya varias veces, Matthew había aprendido que mientras más tiempo pasara en esa forma, más características del animal elegido asimilaba. Es que la enorme cantidad de estímulos y sensaciones era tan abrumadora…Y a veces terminaba haciendo cosas que luego, cuando estaba en su forma humana nuevamente, se arrepentía profundamente.
La rata-Matt camino por las vigas que cruzaban por el techo de la habitación, asomando de vez en vez a un lado o a otro para ver qué era lo que pasaba abajo. Vio a dos hombres y a Gwynn “Maldito mocoso, te llevare atado de aquí en más”. Escuchó la conversación, pero no lograba entender porque no agarraban simplemente al muchacho y revisaban sus bolsillos, al fin y al cabo, si ya lo habían secuestrado no tenía sentido que ahora se mostraran tan considerados.
Al estafador no se le ocurrió pensar que el anillo podía estar en ese momento en un sitio de muy difícil acceso, por lo que evaluaba la posibilidad de dejarse caer sobre el niño, agarrar el objeto de su bolsillo y salir huyendo.
Y entonces paso algo de lo más inesperado ¡Gwynn se transformó en un lobo! “¡¡Es un licántropo!! Y pensar que estuve a punto de zarandearlo para que me diera el anillo” una vez más Matthew confirmaba que el ser precavido era el mejor modo de sobrevivir en el tipo de vida que había elegido.
Todos los ojos estaban puestos en el feroz lobo que se defendía en el medio de la sala, pero entonces se escuchó la ventana abriéndose “Es esa mujer de nuevo, que persistente ¿Cómo me siguió tan rápido?” Owens tampoco reconoció la bola de papel que tiro dentro del cuarto, pero no necesitaba saber lo que era para poder imaginar que no era algo bueno.
Un humo denso comenzó a llenar la habitación, el delicado olfato de la rata-Matt encendió todas las alarmas “¿Qué demonios es esta cosa? Es como si mis ojos y mi nariz se fueran a derretir” sentía la urgencia de salir de allí, la parte instintiva tomo control del cuerpo y se arrojó sin pensarlo sobre el lomo de Gwynn.
El licántropo escapo por la ventana con una rata firmemente sujeta a su espalda, ninguno de los dos podía ver bien, pero Matthew escuchaba como chocaban contra toda clase de objetos. Justo al lado de la ventana por la que habían escapado había un conjunto de cajas medio destruidas, Gwynn las golpeó con todo su peso, giro varias veces sobre sí mismo y se pasó las patas por el hocico en un intento de quitarse aquella horrible sensación.
Matthew intentaba cosas parecidas, refregaba su nariz contra el pelaje del lobo, pero el ardor no se iba. De la nada Gwynn dejó de girar y arrastrarse y paso a correr en línea recta, saliendo del callejón y entrando en una de las calles principales. La gente hacía exclamaciones de asombro y de miedo “Tengo que detenerlo o llamaran a la guardia”, la rata-Matt abrió apenas uno de los llorosos ojos justo en el momento en que el licántropo se dirigía hacia un puesto de verduras “¡¡Nos estrellaremos!!”
No tenía forma de hacer que cambiaran el curso, así que se pegó tanto como pudo a la espalda del lobo. Fruta y verdura salió volando en todas direcciones cuando un licántropo parcialmente enceguecido paso por encima “Bueno, ya ha sido suficiente, va a hacer que nos maten si seguimos así”
Matthew comenzó a destransformarse, rodeo con los brazos el cuerpo lobuno de Gwynn e hizo fuerza hacia atrás para lograr que se detenga.
-¡¡Gwynn!! ¡¡Quiero!! ¡¡Quedate quiero!! ¡¡Soy yo, tu amigo Matthew!! – Lo sostenía con un brazo alrededor del cuello, en un intento de que no lo mordiera. Y todo eso mientras aún sentía el espantoso ardor en los ojos.
-¡Mi mercancía! ¡Malditos hijos de puta! ¡Esa era toda mi mercancía! – Gritaba el comerciante mientras se agarraba la cabeza. No había manera alguna de negar la culpabilidad, Matt y Gwynn literalmente estaban tirados sobre toda la verdura, más de un listo se acercaba para aprovechar la ocasión y robar.
Owens soltó al licántropo, se sentía sumamente agotado, y comenzaba a pensar que no valía la pena tantas molestias por un simple anillo. Pero lo cierto es que era poco probable que ahora lo dejaran salirse del juego. Se puso en pie con mucha dificultad, y con un par de resbalones en el intento, se acomodó el traje lleno de restos de frutas y verduras, con mucha dignidad y puso su mejor sonrisa.
-Sepa disculpar al pequeñín, Señor. Aún no controla la transformación y a veces se sale un poco de control, pero no era su intención…-
-¡¡¡Esa bestia echó a perder toda mi mercancía!!! –
-Se lo pagaremos – El gesto del comerciante cambió drásticamente cuando escuchó que habían aeros de por medio. Owens se palpo los bolsillos como si buscara el dinero, luego miro atrás del vendedor – Ah, allí viene La Señora, seguro no tendrá problemas en pagarle – Señalo a la Dama que venía persiguiéndolos desde hace un buen rato y en cuanto el hombre desvió la mirada Matthew agarro a Gwynn y salió corriendo – ¡Corre, corre, corre, corre!
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La rata-Matt camino por las vigas que cruzaban por el techo de la habitación, asomando de vez en vez a un lado o a otro para ver qué era lo que pasaba abajo. Vio a dos hombres y a Gwynn “Maldito mocoso, te llevare atado de aquí en más”. Escuchó la conversación, pero no lograba entender porque no agarraban simplemente al muchacho y revisaban sus bolsillos, al fin y al cabo, si ya lo habían secuestrado no tenía sentido que ahora se mostraran tan considerados.
Al estafador no se le ocurrió pensar que el anillo podía estar en ese momento en un sitio de muy difícil acceso, por lo que evaluaba la posibilidad de dejarse caer sobre el niño, agarrar el objeto de su bolsillo y salir huyendo.
Y entonces paso algo de lo más inesperado ¡Gwynn se transformó en un lobo! “¡¡Es un licántropo!! Y pensar que estuve a punto de zarandearlo para que me diera el anillo” una vez más Matthew confirmaba que el ser precavido era el mejor modo de sobrevivir en el tipo de vida que había elegido.
Todos los ojos estaban puestos en el feroz lobo que se defendía en el medio de la sala, pero entonces se escuchó la ventana abriéndose “Es esa mujer de nuevo, que persistente ¿Cómo me siguió tan rápido?” Owens tampoco reconoció la bola de papel que tiro dentro del cuarto, pero no necesitaba saber lo que era para poder imaginar que no era algo bueno.
Un humo denso comenzó a llenar la habitación, el delicado olfato de la rata-Matt encendió todas las alarmas “¿Qué demonios es esta cosa? Es como si mis ojos y mi nariz se fueran a derretir” sentía la urgencia de salir de allí, la parte instintiva tomo control del cuerpo y se arrojó sin pensarlo sobre el lomo de Gwynn.
El licántropo escapo por la ventana con una rata firmemente sujeta a su espalda, ninguno de los dos podía ver bien, pero Matthew escuchaba como chocaban contra toda clase de objetos. Justo al lado de la ventana por la que habían escapado había un conjunto de cajas medio destruidas, Gwynn las golpeó con todo su peso, giro varias veces sobre sí mismo y se pasó las patas por el hocico en un intento de quitarse aquella horrible sensación.
Matthew intentaba cosas parecidas, refregaba su nariz contra el pelaje del lobo, pero el ardor no se iba. De la nada Gwynn dejó de girar y arrastrarse y paso a correr en línea recta, saliendo del callejón y entrando en una de las calles principales. La gente hacía exclamaciones de asombro y de miedo “Tengo que detenerlo o llamaran a la guardia”, la rata-Matt abrió apenas uno de los llorosos ojos justo en el momento en que el licántropo se dirigía hacia un puesto de verduras “¡¡Nos estrellaremos!!”
No tenía forma de hacer que cambiaran el curso, así que se pegó tanto como pudo a la espalda del lobo. Fruta y verdura salió volando en todas direcciones cuando un licántropo parcialmente enceguecido paso por encima “Bueno, ya ha sido suficiente, va a hacer que nos maten si seguimos así”
Matthew comenzó a destransformarse, rodeo con los brazos el cuerpo lobuno de Gwynn e hizo fuerza hacia atrás para lograr que se detenga.
-¡¡Gwynn!! ¡¡Quiero!! ¡¡Quedate quiero!! ¡¡Soy yo, tu amigo Matthew!! – Lo sostenía con un brazo alrededor del cuello, en un intento de que no lo mordiera. Y todo eso mientras aún sentía el espantoso ardor en los ojos.
-¡Mi mercancía! ¡Malditos hijos de puta! ¡Esa era toda mi mercancía! – Gritaba el comerciante mientras se agarraba la cabeza. No había manera alguna de negar la culpabilidad, Matt y Gwynn literalmente estaban tirados sobre toda la verdura, más de un listo se acercaba para aprovechar la ocasión y robar.
Owens soltó al licántropo, se sentía sumamente agotado, y comenzaba a pensar que no valía la pena tantas molestias por un simple anillo. Pero lo cierto es que era poco probable que ahora lo dejaran salirse del juego. Se puso en pie con mucha dificultad, y con un par de resbalones en el intento, se acomodó el traje lleno de restos de frutas y verduras, con mucha dignidad y puso su mejor sonrisa.
-Sepa disculpar al pequeñín, Señor. Aún no controla la transformación y a veces se sale un poco de control, pero no era su intención…-
-¡¡¡Esa bestia echó a perder toda mi mercancía!!! –
-Se lo pagaremos – El gesto del comerciante cambió drásticamente cuando escuchó que habían aeros de por medio. Owens se palpo los bolsillos como si buscara el dinero, luego miro atrás del vendedor – Ah, allí viene La Señora, seguro no tendrá problemas en pagarle – Señalo a la Dama que venía persiguiéndolos desde hace un buen rato y en cuanto el hombre desvió la mirada Matthew agarro a Gwynn y salió corriendo – ¡Corre, corre, corre, corre!
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Matthew Owens
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Re: Un Anillo para encontrarlos [Privado - Matt]
El lobo corrió por las calles como un borrón de nieve. El viento contra su hocico y ojos poco hacían para apaciguar el condenado ardor… ¡Agua! Seguro podría aliviar la irritación con algo de agua.
El licántropo aceleró la carrera hacia el mercado, navegando las enrevesadas calles valiéndose en partes iguales de su memoria y la suerte. Supo que había llegado a la plaza central cuando un coro de gritos nerviosos se extendió a su paso. Por desgracia, navegar el entorno artificial sin olfato y con visión borrosa probó ser un desafío demasiado ambicioso; sus nublados ojos dicrómatas no tuvieron oportunidad de ver el puesto de verduras contra las tiendas en el fondo hasta enterrarse literalmente en él.
Gwynn sintió el trozos vegetales, el jugo de alguna fruta y los gritos desesperados de un hombre junto a él decidiendo que no había más solución que seguir corriendo, pero sus intentos se vieron frustrados por un par de brazos sosteniéndole firmemente. Esa voz… ¿Matt? ¡Matt! El licántropo intentó girarse ladrando con impaciencia pero el agarre era férreo.
Sus ojos ardían ahora un poco menos, pero antes de que pudiese mirar alrededor un tirón en su cuello le instó a seguir corriendo. ¿La señora? ¿Acaso era la misma mujer de la ventana que les seguía? Si se trataba nuevamente del anillo estaban en serios problemas. Dioses, cómo se arrepentía ahora de habérselo tragado.
Abandonaron el mercado a la carrera y una vez alejados de la muchedumbre Gwynn frenó sus pasos para emprender la transformación a su piel humana nuevamente. Aún recordaba las palabras de su hermana, sobre cómo los humanos solían temer y odiar a los cazadores sobre cuatro patas, o aquellos diferentes a ellos.
“¡Matt!” exclamó aferrando la camisa del hombre con una mano. “¡Había un chico, pero había también dos hombres que querían el anillo pero me lo tragué para que no lo consiguieran!”
“¡Tú! ¡Quieto!” gritó una voz severa y Gwynn intentó enfocar su mirada nublaba en los dos hombres uniformados que se acercaban a ellos.
Uno de los guardia, un hombre de barba cana y cejas furiosas, elevó la punta de su lanza hacia Matt, sus ojos oscuros mirando de reojo al niño desnudo y lloroso junto a él.
“Espero puedas explicar esto...”
¡Jodido vestido! Sabía que debía haber llevado pantalones en esta ocasión. ¡Oh, los sacrificios del buen gusto! Pensó la mujer corriendo con pasos tan absurdamente cortos como veloces.
“¡Y una mierda!” exclamó con voz ronca dando una zancada que rasgó el vestido hasta su muslo y el chirrido de la tela fue el sonido más liberador que podría haber oído. Con vigor renovado cruzó el mercado a velocidad de carrera.
“¡Usted! ¡Señorita!” grito un mercader interponiéndose en su camino junto a una pila de verduras. “¿El lobo era suyo? Me han dicho que pagaría…”
La frase murió en su garganta víctima de un feroz puñetazo enguantado. La paciencia de la bruja había oficialmente llegado a niveles críticos.
Morgan dejó atrás el mercado mas no tuvo que correr mucho más antes de encontrar al jodido hombre-rata discutiendo con un par de guardias. Junto a él el niño-lobo permanecía de pie nuevamente en su forma humana.
“¡Señores! ¡Por favor!” dijo entre jadeos desesperados, acercándose al grupo con toda la elegancia posible mientras intentaba acomodar su peluca azabache disimuladamente. ¿Dónde coño estaba su sombrero? “No hay necesitad de esto. Ulfric, aquí presente, sólo intentaba ayudar a mi sobrino. ¡Mi pobre niño! He venido tan rápido como he podido. El pequeño idiota ha logrado prender fuego a sus propias ropas, ¿podéis creerlo? ¡Criaturas!”
Los guardias observaron incrédulos al sujeto frente a ellos de pies a cabeza e intercambiaron miradas estupefactas. La situación se tornaba más extraña cada minuto.
“¿Tu sobrino? Vale, ya. ¿Y tú quién coño eres?” preguntó uno de los guardias dando un paso al frente.
“¿Es esto una especie de culto de degenerados?”
El semblante de Morgan volvió a su frialdad pétrea levantando una mano para indicar a sus hombres, a la carrera tras ella, que no había necesidad aún de medidas extremas.
“Prestad atención, par de palurdos esbirros,” gruño la mujer bajando la voz. “Estoy aquí representando los intereses de Didi, seguro habréis oído ese nombre. Os daré un latido para que deis media vuelta y olvidéis esto o me encargaré personalmente de que el Capitán Dyer os folle con vuestras propias lanzas.”
Los guardias miraron a los hombres armados y al extraño travesti decidiendo de inmediato que no merecía la pena probar su suerte, no si el sujeto conocía realmente a Dyer. Sin otra palabra abandonaron el lugar con un gesto obsceno y un escupitajo como única despedida.
“Y tú,” continuó la bruja girándose para hacer frente a Matt. Por un segundo pareció que vertería su furia sobre él. En lugar de ello se limitó a suspirar pesadamente. “Estoy cansada. Ni siquiera estoy de humor para matarte. Sólo dame el anillo y dejaremos que te marches con el niño.”
El licántropo aceleró la carrera hacia el mercado, navegando las enrevesadas calles valiéndose en partes iguales de su memoria y la suerte. Supo que había llegado a la plaza central cuando un coro de gritos nerviosos se extendió a su paso. Por desgracia, navegar el entorno artificial sin olfato y con visión borrosa probó ser un desafío demasiado ambicioso; sus nublados ojos dicrómatas no tuvieron oportunidad de ver el puesto de verduras contra las tiendas en el fondo hasta enterrarse literalmente en él.
Gwynn sintió el trozos vegetales, el jugo de alguna fruta y los gritos desesperados de un hombre junto a él decidiendo que no había más solución que seguir corriendo, pero sus intentos se vieron frustrados por un par de brazos sosteniéndole firmemente. Esa voz… ¿Matt? ¡Matt! El licántropo intentó girarse ladrando con impaciencia pero el agarre era férreo.
Sus ojos ardían ahora un poco menos, pero antes de que pudiese mirar alrededor un tirón en su cuello le instó a seguir corriendo. ¿La señora? ¿Acaso era la misma mujer de la ventana que les seguía? Si se trataba nuevamente del anillo estaban en serios problemas. Dioses, cómo se arrepentía ahora de habérselo tragado.
Abandonaron el mercado a la carrera y una vez alejados de la muchedumbre Gwynn frenó sus pasos para emprender la transformación a su piel humana nuevamente. Aún recordaba las palabras de su hermana, sobre cómo los humanos solían temer y odiar a los cazadores sobre cuatro patas, o aquellos diferentes a ellos.
“¡Matt!” exclamó aferrando la camisa del hombre con una mano. “¡Había un chico, pero había también dos hombres que querían el anillo pero me lo tragué para que no lo consiguieran!”
“¡Tú! ¡Quieto!” gritó una voz severa y Gwynn intentó enfocar su mirada nublaba en los dos hombres uniformados que se acercaban a ellos.
Uno de los guardia, un hombre de barba cana y cejas furiosas, elevó la punta de su lanza hacia Matt, sus ojos oscuros mirando de reojo al niño desnudo y lloroso junto a él.
“Espero puedas explicar esto...”
~~o~~
¡Jodido vestido! Sabía que debía haber llevado pantalones en esta ocasión. ¡Oh, los sacrificios del buen gusto! Pensó la mujer corriendo con pasos tan absurdamente cortos como veloces.
“¡Y una mierda!” exclamó con voz ronca dando una zancada que rasgó el vestido hasta su muslo y el chirrido de la tela fue el sonido más liberador que podría haber oído. Con vigor renovado cruzó el mercado a velocidad de carrera.
“¡Usted! ¡Señorita!” grito un mercader interponiéndose en su camino junto a una pila de verduras. “¿El lobo era suyo? Me han dicho que pagaría…”
La frase murió en su garganta víctima de un feroz puñetazo enguantado. La paciencia de la bruja había oficialmente llegado a niveles críticos.
Morgan dejó atrás el mercado mas no tuvo que correr mucho más antes de encontrar al jodido hombre-rata discutiendo con un par de guardias. Junto a él el niño-lobo permanecía de pie nuevamente en su forma humana.
“¡Señores! ¡Por favor!” dijo entre jadeos desesperados, acercándose al grupo con toda la elegancia posible mientras intentaba acomodar su peluca azabache disimuladamente. ¿Dónde coño estaba su sombrero? “No hay necesitad de esto. Ulfric, aquí presente, sólo intentaba ayudar a mi sobrino. ¡Mi pobre niño! He venido tan rápido como he podido. El pequeño idiota ha logrado prender fuego a sus propias ropas, ¿podéis creerlo? ¡Criaturas!”
Los guardias observaron incrédulos al sujeto frente a ellos de pies a cabeza e intercambiaron miradas estupefactas. La situación se tornaba más extraña cada minuto.
“¿Tu sobrino? Vale, ya. ¿Y tú quién coño eres?” preguntó uno de los guardias dando un paso al frente.
“¿Es esto una especie de culto de degenerados?”
El semblante de Morgan volvió a su frialdad pétrea levantando una mano para indicar a sus hombres, a la carrera tras ella, que no había necesidad aún de medidas extremas.
“Prestad atención, par de palurdos esbirros,” gruño la mujer bajando la voz. “Estoy aquí representando los intereses de Didi, seguro habréis oído ese nombre. Os daré un latido para que deis media vuelta y olvidéis esto o me encargaré personalmente de que el Capitán Dyer os folle con vuestras propias lanzas.”
Los guardias miraron a los hombres armados y al extraño travesti decidiendo de inmediato que no merecía la pena probar su suerte, no si el sujeto conocía realmente a Dyer. Sin otra palabra abandonaron el lugar con un gesto obsceno y un escupitajo como única despedida.
“Y tú,” continuó la bruja girándose para hacer frente a Matt. Por un segundo pareció que vertería su furia sobre él. En lugar de ello se limitó a suspirar pesadamente. “Estoy cansada. Ni siquiera estoy de humor para matarte. Sólo dame el anillo y dejaremos que te marches con el niño.”
Gwynn
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Re: Un Anillo para encontrarlos [Privado - Matt]
Cuando el niño finalmente volvió a su forma humana el primer pensamiento que cruzo la cabeza de Matthew fue el agarrarlo del cuello y exigirle que no se le ocurriera volver a desaparecer de esa manera. Pero su ira se esfumo al instante cuando escucho que se había tragado el anillo, el gesto del estafador era de absoluto desconcierto, no lograba entender de qué manera a Gwynn le podría haber parecido una buena idea el hacer una cosa semejante.
-Tu… ¿Cómo…? ¿Por qué…? – El humano debía verse bastante gracioso, ligeramente agachado, mirando al niño con desconcierto y sin poder terminar de articular una oración completa “Esta decidido, lo matare.”
Y estaba a punto de cumplir su palabra cuando se vio nuevamente interrumpido, esta vez por dos guardias. Casi como en un acto reflejo, Matt levanto las manos y sonrió en un intento por hacerse el inocente “Momento, esta vez en verdad no hiciste nada” pero las autoridades pedían una explicación y Owens no estaba muy seguro de cómo podía explicarse que estuviera en medio de la ciudad con un niño-licántropo desnudo y no terminar ahorcado en una de las plazas.
-La cuestión es que… Estábamos comprando en el mercado, el niño vio una rata pasar, se emocionó y olvido que aquí no tiene que transformarse en lobo – Se encogió de hombros – Ya saben cómo son los niños, les dices que no hagan algo y se les olvida al medio segundo. Luego intente detenerlo pero chocamos contra uno de los puestos y… -
-Y escapaste para no pagar –
-Oh no, no, no, ocurre que… -
-¿La ropa de los licántropos no aparece y desaparece cuando se transforman? – Pregunto el otro guardia.
-Eso es estúpido ¿Cómo podría una ropa normal desaparecer de la nada? –
Matthew agradecía el tiempo que le daba la discusión entre los guardias para poder pensar algún tipo de plan de acción. Pero su esperanza se desvaneció cuando vio que la mujer aparecía nuevamente en escena “¿Es que no piensa rendirse?” Cuando el estafador escucho lo de Culto de Degenerados ahogo una carcajada sin demasiado éxito.
-¡Pffff! ¡Ja…! – Se mordió el labio, incluso con lo compleja que era la situación no podía evitar que su humor aflorara. Se tapó la cara con una mano y miro para otro lado mientras la mujer concluía con las “negociaciones”.
Por fin las cosas parecían haberse encarrilado, estaban en el escenario que Matthew había planeado para el primer callejón. El estafador agarro de la mano a Gwynn, solo para estar seguro que no escaparía de nuevo, y le sonrió a la dama, aparentando estar muy tranquilo y relajado.
-Estaría más que encantado en darte el anillo, créeme cuando te digo que no era mi intención que las cosas resultaran de esta manera tan… Desprolija – Se aclaró la garganta, el humano sentía la enorme necesidad de escupir, era como si ese extraño humo que había respirado se hubiese metido hasta en su esófago – Pero tenemos un pequeño problema – Señalo a Gwynn – En una acción de lo más inteligente, mi pequeño compañero se tragó el anillo, así que… - Se encogió de hombros – Se lo va a quedar aquel que tenga ganas de revolver entre los desperdicios de un licántropo jajajaja – Matthew se reía de buena gana – ¿Vas a mandar a tus hombres a que lo hagan? Eso sí que pondrá a prueba su lealtad-
-Tu… ¿Cómo…? ¿Por qué…? – El humano debía verse bastante gracioso, ligeramente agachado, mirando al niño con desconcierto y sin poder terminar de articular una oración completa “Esta decidido, lo matare.”
Y estaba a punto de cumplir su palabra cuando se vio nuevamente interrumpido, esta vez por dos guardias. Casi como en un acto reflejo, Matt levanto las manos y sonrió en un intento por hacerse el inocente “Momento, esta vez en verdad no hiciste nada” pero las autoridades pedían una explicación y Owens no estaba muy seguro de cómo podía explicarse que estuviera en medio de la ciudad con un niño-licántropo desnudo y no terminar ahorcado en una de las plazas.
-La cuestión es que… Estábamos comprando en el mercado, el niño vio una rata pasar, se emocionó y olvido que aquí no tiene que transformarse en lobo – Se encogió de hombros – Ya saben cómo son los niños, les dices que no hagan algo y se les olvida al medio segundo. Luego intente detenerlo pero chocamos contra uno de los puestos y… -
-Y escapaste para no pagar –
-Oh no, no, no, ocurre que… -
-¿La ropa de los licántropos no aparece y desaparece cuando se transforman? – Pregunto el otro guardia.
-Eso es estúpido ¿Cómo podría una ropa normal desaparecer de la nada? –
Matthew agradecía el tiempo que le daba la discusión entre los guardias para poder pensar algún tipo de plan de acción. Pero su esperanza se desvaneció cuando vio que la mujer aparecía nuevamente en escena “¿Es que no piensa rendirse?” Cuando el estafador escucho lo de Culto de Degenerados ahogo una carcajada sin demasiado éxito.
-¡Pffff! ¡Ja…! – Se mordió el labio, incluso con lo compleja que era la situación no podía evitar que su humor aflorara. Se tapó la cara con una mano y miro para otro lado mientras la mujer concluía con las “negociaciones”.
Por fin las cosas parecían haberse encarrilado, estaban en el escenario que Matthew había planeado para el primer callejón. El estafador agarro de la mano a Gwynn, solo para estar seguro que no escaparía de nuevo, y le sonrió a la dama, aparentando estar muy tranquilo y relajado.
-Estaría más que encantado en darte el anillo, créeme cuando te digo que no era mi intención que las cosas resultaran de esta manera tan… Desprolija – Se aclaró la garganta, el humano sentía la enorme necesidad de escupir, era como si ese extraño humo que había respirado se hubiese metido hasta en su esófago – Pero tenemos un pequeño problema – Señalo a Gwynn – En una acción de lo más inteligente, mi pequeño compañero se tragó el anillo, así que… - Se encogió de hombros – Se lo va a quedar aquel que tenga ganas de revolver entre los desperdicios de un licántropo jajajaja – Matthew se reía de buena gana – ¿Vas a mandar a tus hombres a que lo hagan? Eso sí que pondrá a prueba su lealtad-
Matthew Owens
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Re: Un Anillo para encontrarlos [Privado - Matt]
Al despertar aquella mañana Morgan había sentido mariposas en su estómago. Aquel era un día clave, un día en el que cementaría su posición como uno de los jugadores clave del bajo mundo de la capital. No es que sintiese especial orgullo por ello. Jamás podrían compararle a la escoria que se abría paso en ese pequeño universo, en su mayoría honmbres toscos y violentos que controlaban a través de la fuerza y el miedo. No, lo suyo era la inteligencia y la diplomacia, la observación, los secretos. La sutileza.
Durante meses todo había ido tal cual como lo había trazado en su mente. Cada paso, cada acontecimiento. Todo, hasta esta endemoniada mañana. Los dioses ciertamente compartían un humor jodidamente retorcido.
“Ya veo,” se limitó a decir desviando su mirada hacia el niño junto al hombre. Un licántropo, nada menos, y uno increíblemente estúpido, tambien. ¿Cuántos años tendría? ¿Nueve? ¿Diez? Sus ojos azules volvieron al hombre frente a ella.
“Me alegra que la situación te ponga de tan buen humor, querido,” dijo la mujer casi mordiendo las palabras. Su voz acarreaba un dejo de furia, pero por sobre todo estaba impregnada de un cansancio existencial que se debatía entre la resignación y la locura.
“Matt”
“¿Perdón?”
“Matt. Se llama Matt. Y yo soy Gwynn.”
Morgan observó al muchacho con una mirada que cuestionaba su inteligencia.
“Matt,” masculló dirigiéndose nuevamente al hombre. “Bien, decía, me alegra esto te parezca divertido pues es ahora también tu problema.”
“Morgan,” interrumpió uno de los guerreros dando un paso hacia ellos. “Mi cuñado tiene una carnicería. Es un hombre discreto, seguro podría...”
La bruja le hizo callar con un movimiento violento de su mano. No oiría una palabra sobre ello. Sabía perfectamente que su reputación, status y potenciales negocios dependían de ese anillo, pero había líneas rojas que no estaba dispuesta a cruzar. Su instinto maternal rugía ante el prospecto de hacer daño a una criatura inocente.
¿Existía la posibilidad de que el hombre, Matt, mintiese? No. La manera en que había cogido firmemente la mano del niño le decía que el anillo estaba en posesión de este, efectivamente… y no tenía, literalmente, ningún sitio donde ocultarlo. Morgan suspiró como si el peso del mundo descansase sobre sus hombros.
“No tienes idea de lo importante que es este anillo. El valor no es material, sólo parcialmente. Hay mucho más en juego de lo que imaginas,” dijo la mujer caminando lentamente de un lado a otro con un dedo enguantado descansando delicadamente sobre su labio inferior, “y puedes estar seguro que no caeré sola. Me ayudarás, por tanto, a conseguir un anillo que pueda ofrecer a Didi, uno suficientemente similar al que hemos perdido. Al menos para darnos un par de días para… errr… recuperar el original,” dijo señalando al niño con un respingo de su cabeza.
“Tenemos medio día para desarrollar un plan alternativo, ejecutarlo y entregar el anillo. Confío en que tendrás una idea o dos sobre como proceder, ¿no? Considera que tu vida, y la mía, depende de ello.”
Morgan suspiró nuevamente y miró furtivamente a la gente presente en la calle. Demasiados ojos, y definitivamente demasiados oídos. La mujer dio un par de pasos hacia el licántropo y cogiendo su mentón con los dedos elevó su rostro para observarle mejor. El muchacho era un triste espectáculo. Su cuerpo tenía restos de fruta y verdura pegadas en la piel, su rostro surcado por las lágrimas de sus ojos irritados por la bomba de humo y, por alguna extraña razón, la parte superior de su cabello dorado estaba cubierta de grasa.
“Dioses, dulzura, necesitas desesperadamente jabón y ropa. Iremos a los baños del Mercado Viejo. Allí podrás lavarte y nosotros,” dijo mirando a Matt con el ceño fruncido coronando sus facciones severas, “tendremos oportunidad de discutir con calma.”
Durante meses todo había ido tal cual como lo había trazado en su mente. Cada paso, cada acontecimiento. Todo, hasta esta endemoniada mañana. Los dioses ciertamente compartían un humor jodidamente retorcido.
“Ya veo,” se limitó a decir desviando su mirada hacia el niño junto al hombre. Un licántropo, nada menos, y uno increíblemente estúpido, tambien. ¿Cuántos años tendría? ¿Nueve? ¿Diez? Sus ojos azules volvieron al hombre frente a ella.
“Me alegra que la situación te ponga de tan buen humor, querido,” dijo la mujer casi mordiendo las palabras. Su voz acarreaba un dejo de furia, pero por sobre todo estaba impregnada de un cansancio existencial que se debatía entre la resignación y la locura.
“Matt”
“¿Perdón?”
“Matt. Se llama Matt. Y yo soy Gwynn.”
Morgan observó al muchacho con una mirada que cuestionaba su inteligencia.
“Matt,” masculló dirigiéndose nuevamente al hombre. “Bien, decía, me alegra esto te parezca divertido pues es ahora también tu problema.”
“Morgan,” interrumpió uno de los guerreros dando un paso hacia ellos. “Mi cuñado tiene una carnicería. Es un hombre discreto, seguro podría...”
La bruja le hizo callar con un movimiento violento de su mano. No oiría una palabra sobre ello. Sabía perfectamente que su reputación, status y potenciales negocios dependían de ese anillo, pero había líneas rojas que no estaba dispuesta a cruzar. Su instinto maternal rugía ante el prospecto de hacer daño a una criatura inocente.
¿Existía la posibilidad de que el hombre, Matt, mintiese? No. La manera en que había cogido firmemente la mano del niño le decía que el anillo estaba en posesión de este, efectivamente… y no tenía, literalmente, ningún sitio donde ocultarlo. Morgan suspiró como si el peso del mundo descansase sobre sus hombros.
“No tienes idea de lo importante que es este anillo. El valor no es material, sólo parcialmente. Hay mucho más en juego de lo que imaginas,” dijo la mujer caminando lentamente de un lado a otro con un dedo enguantado descansando delicadamente sobre su labio inferior, “y puedes estar seguro que no caeré sola. Me ayudarás, por tanto, a conseguir un anillo que pueda ofrecer a Didi, uno suficientemente similar al que hemos perdido. Al menos para darnos un par de días para… errr… recuperar el original,” dijo señalando al niño con un respingo de su cabeza.
“Tenemos medio día para desarrollar un plan alternativo, ejecutarlo y entregar el anillo. Confío en que tendrás una idea o dos sobre como proceder, ¿no? Considera que tu vida, y la mía, depende de ello.”
Morgan suspiró nuevamente y miró furtivamente a la gente presente en la calle. Demasiados ojos, y definitivamente demasiados oídos. La mujer dio un par de pasos hacia el licántropo y cogiendo su mentón con los dedos elevó su rostro para observarle mejor. El muchacho era un triste espectáculo. Su cuerpo tenía restos de fruta y verdura pegadas en la piel, su rostro surcado por las lágrimas de sus ojos irritados por la bomba de humo y, por alguna extraña razón, la parte superior de su cabello dorado estaba cubierta de grasa.
“Dioses, dulzura, necesitas desesperadamente jabón y ropa. Iremos a los baños del Mercado Viejo. Allí podrás lavarte y nosotros,” dijo mirando a Matt con el ceño fruncido coronando sus facciones severas, “tendremos oportunidad de discutir con calma.”
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Re: Un Anillo para encontrarlos [Privado - Matt]
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