Veneno para el alma. [Privado] CERRADO
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Veneno para el alma. [Privado] CERRADO
La luz anaranjada bañaba las calles a esas horas de la tarde. En otras circunstancias la humana sería capaz de apreciarlo por sus colores cálidos, pero su mente no estaba dándose cuenta de eso. Detalles que en su aldea era capaz de disfrutar, en aquella ciudad simplemente le pasaban desapercibidos. Iori se deslizaba entre la marea de personas que llenaba la calle de Lunargenta sin chocar con nadie. Llegar pasado el medio día estaba detrás del problema que tenía en aquel momento. Se encontraba con las manos vacías ante el único objetivo que había guiado sus pasos a la ciudad que prometió no volvería a pisar. No había podido encontrar ningún comercio abierto en el que algún elfo o erudito pudiera atenderla. Tendría que continuar la búsqueda al día siguiente y aquello se estaba convirtiendo en un dolor de cabeza.
El anillo. Más concretamente, la inscripción del anillo. Primero lo había intentado con Aylizz y su compañera elfa poca información pudo aclarar, apenas dos palabras. Y sin embargo en aquel momento para ella había significado todo. Tras el encuentro inesperado con Nousis, se lo mostró al elfo. Recordaba la expresión que había puesto... Este le había indicado que lo único legible para él eran las palabras "enemigo" y "espada", exactamente igual que Aylizz. Y Iori no pudo evitar sentir un poco de decepción e inquietud. Decepción porque había puesto expectativas en que un elfo con las décadas de vida que tenía él a sus espaldas pudiera ayudarla. Inquietud porque comenzaba a pensar que si dos elfos con conocimiento no habían sido capaces de comprender más allá, quizá el anillo que tenía era un objeto más complicado de lo que pensaba. Y eso no le gustaba.
Lo miró con gesto pensativo mientras lo giraba acariciándolo con el dedo índice. Se detuvo entonces en la esquina de una calle que daba a una gran plaza. El metal seguía teniendo aquel aspecto extremadamente pulido, y reflejaba sin dificultad las imágenes de lo que tenía alrededor. La humana suspiró recostándose contra la pared y miró entorno con gesto cansado. No estaba avanzando. Tendría que hacer noche en Lunargenta por supuesto. Pero gracias a los Dioses, esa Iori no era la misma incauta que había llegado por primera vez allí hacía casi tres meses. O eso pensaba ella. Los recuerdos recientes en su última incursión por el norte, le habían servido para conocer a gente nueva, volver a verlo a él, y descubrir en ella cosas que no había imaginado nunca que estaban ahí. Sorpresas te da la vida... Como en otras ocasiones, el recuerdo del moreno se intentó deslizar a traición en su cabeza. Tenía el último encuentro reciente y sabía que por eso le estaba costando mantenerlo bajo control. Dejar de pensar en lo que había sucedido allí era obligatorio en aquel instante si la humana quería evitar volver sobre sus pasos para ir a en su busca.
Alzó el rostro apartando la vista del anillo que portaba en el pulgar, pensando a dónde dirigirse para encontrar una posada económica. Inició el camino de nuevo intentando fijarse en los carteles, cuando un aroma delicioso hizo que se parase en seco. Sus ojos azules se abrieron mucho mientras identificaba el olor de la carne cocinada sobre brasas, y el del pan recién horneado. Trató de aclararse sobre qué dirección tomar y se encaminó hacia dónde su olfato la guiaba. Premio a la señorita curiosa. Ante sus ojos se abría una gran plaza que no había visitado en su primera vez allí. Parecía que con el atardecer estaban celebrando algún tipo de evento. Público, música, baile, y lo más importante de todo. La comida. Apenas invirtió tiempo en observar el animado ambiente mientras, deslizándose como una ardilla, se movió entre los puestos para hacer un primer reconocimiento del terreno.
Había muchísimos puestos en el mercado de comida, que se movían entre el pan de diversos tipos, a la carne a la parrilla acompañada de distintos tipos de hortalizas, a postres en base a miel y canela que perfumaban el aire con su olor. Mientras memorizaba la posición de los sitios en los que quería comprar rebuscó en el interior de su alforja para tomar más dinero del que realmente debería de gastar en alimentación. Quizá tendría que conformarse esa noche con dormir en una cuadra. Quizá luego se arrepentiría de no haber sido más comedida con su estómago y más previsora con la importancia de dormir guarecida. Quizá en dos horas pudiera estar muerta... ¡Y qué mejor manera de hacerlo que con la tripa llena! Asintió con la cabeza, feliz por haberse dado la razón a si misma en su mente. Pasó por los puestos que le habían interesado comprando sin remordimiento lo que le apetecía en cada uno de ellos.
Cuando se sentó para cenar en uno de los muchos bancos dispuestos para esa función en una zona, Iori observó con los ojos brillantes su pequeño tesoro de esa noche. Media hogaza de pan horneado con uvas pasas, una bandeja de tamaño medio llena con cosquitar de cerdo y un buen filete de ternera. Acompañado evidentemente de sus cuatro chorizos recién asados. Puré de castañas y pimientos fritos para ayudar a bajar la carne. Para el postre, había optado por un bizcocho de miel y nueces, y una porción de empanada dulce rellena de mermelada. De bebida agua. La cual había sido ligeramente complicada de encontrar entre tanta cerveza, vino y licores. Rebuscó en uno de sus bolsillos mientras se mordía el labio de pura impaciencia y extrajo un pequeño lazo. Lo colocó en su pelo con la destreza propia de alguien que lo tenía hecho cientos veces antes, alzando el cabello oscuro en una coleta alta. Esto le aseguraba comodidad para poder comer sin interrupciones. Tomó un pedazo de pan y colocó sobre él uno de los chorizos, era el primer paso para dejarse arrastrar por la gula más pura que podía experimentar un ser humano. Y Iori se abrazó con gozo al pecado.
El anillo. Más concretamente, la inscripción del anillo. Primero lo había intentado con Aylizz y su compañera elfa poca información pudo aclarar, apenas dos palabras. Y sin embargo en aquel momento para ella había significado todo. Tras el encuentro inesperado con Nousis, se lo mostró al elfo. Recordaba la expresión que había puesto... Este le había indicado que lo único legible para él eran las palabras "enemigo" y "espada", exactamente igual que Aylizz. Y Iori no pudo evitar sentir un poco de decepción e inquietud. Decepción porque había puesto expectativas en que un elfo con las décadas de vida que tenía él a sus espaldas pudiera ayudarla. Inquietud porque comenzaba a pensar que si dos elfos con conocimiento no habían sido capaces de comprender más allá, quizá el anillo que tenía era un objeto más complicado de lo que pensaba. Y eso no le gustaba.
Lo miró con gesto pensativo mientras lo giraba acariciándolo con el dedo índice. Se detuvo entonces en la esquina de una calle que daba a una gran plaza. El metal seguía teniendo aquel aspecto extremadamente pulido, y reflejaba sin dificultad las imágenes de lo que tenía alrededor. La humana suspiró recostándose contra la pared y miró entorno con gesto cansado. No estaba avanzando. Tendría que hacer noche en Lunargenta por supuesto. Pero gracias a los Dioses, esa Iori no era la misma incauta que había llegado por primera vez allí hacía casi tres meses. O eso pensaba ella. Los recuerdos recientes en su última incursión por el norte, le habían servido para conocer a gente nueva, volver a verlo a él, y descubrir en ella cosas que no había imaginado nunca que estaban ahí. Sorpresas te da la vida... Como en otras ocasiones, el recuerdo del moreno se intentó deslizar a traición en su cabeza. Tenía el último encuentro reciente y sabía que por eso le estaba costando mantenerlo bajo control. Dejar de pensar en lo que había sucedido allí era obligatorio en aquel instante si la humana quería evitar volver sobre sus pasos para ir a en su busca.
Alzó el rostro apartando la vista del anillo que portaba en el pulgar, pensando a dónde dirigirse para encontrar una posada económica. Inició el camino de nuevo intentando fijarse en los carteles, cuando un aroma delicioso hizo que se parase en seco. Sus ojos azules se abrieron mucho mientras identificaba el olor de la carne cocinada sobre brasas, y el del pan recién horneado. Trató de aclararse sobre qué dirección tomar y se encaminó hacia dónde su olfato la guiaba. Premio a la señorita curiosa. Ante sus ojos se abría una gran plaza que no había visitado en su primera vez allí. Parecía que con el atardecer estaban celebrando algún tipo de evento. Público, música, baile, y lo más importante de todo. La comida. Apenas invirtió tiempo en observar el animado ambiente mientras, deslizándose como una ardilla, se movió entre los puestos para hacer un primer reconocimiento del terreno.
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Había muchísimos puestos en el mercado de comida, que se movían entre el pan de diversos tipos, a la carne a la parrilla acompañada de distintos tipos de hortalizas, a postres en base a miel y canela que perfumaban el aire con su olor. Mientras memorizaba la posición de los sitios en los que quería comprar rebuscó en el interior de su alforja para tomar más dinero del que realmente debería de gastar en alimentación. Quizá tendría que conformarse esa noche con dormir en una cuadra. Quizá luego se arrepentiría de no haber sido más comedida con su estómago y más previsora con la importancia de dormir guarecida. Quizá en dos horas pudiera estar muerta... ¡Y qué mejor manera de hacerlo que con la tripa llena! Asintió con la cabeza, feliz por haberse dado la razón a si misma en su mente. Pasó por los puestos que le habían interesado comprando sin remordimiento lo que le apetecía en cada uno de ellos.
Cuando se sentó para cenar en uno de los muchos bancos dispuestos para esa función en una zona, Iori observó con los ojos brillantes su pequeño tesoro de esa noche. Media hogaza de pan horneado con uvas pasas, una bandeja de tamaño medio llena con cosquitar de cerdo y un buen filete de ternera. Acompañado evidentemente de sus cuatro chorizos recién asados. Puré de castañas y pimientos fritos para ayudar a bajar la carne. Para el postre, había optado por un bizcocho de miel y nueces, y una porción de empanada dulce rellena de mermelada. De bebida agua. La cual había sido ligeramente complicada de encontrar entre tanta cerveza, vino y licores. Rebuscó en uno de sus bolsillos mientras se mordía el labio de pura impaciencia y extrajo un pequeño lazo. Lo colocó en su pelo con la destreza propia de alguien que lo tenía hecho cientos veces antes, alzando el cabello oscuro en una coleta alta. Esto le aseguraba comodidad para poder comer sin interrupciones. Tomó un pedazo de pan y colocó sobre él uno de los chorizos, era el primer paso para dejarse arrastrar por la gula más pura que podía experimentar un ser humano. Y Iori se abrazó con gozo al pecado.
Última edición por Iori Li el Lun 6 Jul - 0:54, editado 1 vez
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Re: Veneno para el alma. [Privado] CERRADO
Keira Bravery se encuentra sentada al borde de una cama que no reconoce. Se queda en esta posición durante un tiempo que no es capaz de determinar. Horas, deben ser horas, piensa desorientada. Cuando despertó era de día, pudo ver con claridad la habitación en la que se encontraba: los viejos muebles, las cortinas plegadas del color de un bosque otoñal y el vuelto que duerme al lado opuesto de la cama. Ahora es de noche y Keira da gracias si la luz del exterior le permite distinguir el marco de la ventana y la silueta de las cortinas. La puerta, la bendita puerta de salida, no era capaz de verla. Siempre puede saltar por la ventana. Con suerte caería en…. Keira hace severos movimientos de cabeza para alejar los horribles pensamientos suicidas. Saltar encima de un puñado de picas apiladas en vertical, una hoguera encendida, un pozo sin fondo, un puesto de espadas afiladas…. Sería muy fácil. Sería tan fácil acabar con todo que le hace gracia. Keira sonríe por primera vez en mucho tiempo. Hace acopió de reír, pero reprime la risa arrugando su nariz. Sería tan fácil acabar con todo como lo es conjurar una llamarada. Las cortinas prenderían pronto, la tela es de mala calidad. Los muebles viejos servirán para alimentar el incendio. Ella morirá en la habitación porque la oscuridad no le deja ver dónde está la puerta y porque es demasiado cobarde como para saltar por la venta. El hombre que duerme inocentemente al otro lado de la cama, soñando con la que fue la mejor y última noche de su vida, morirá con ella. ¡Así de fácil! ¡Así de gracioso! La risa de Keira se oirá por encima de las llamas.
La bruja consigue levantarse de la cama. Le duelen los pechos. Aunque no es capaz de recordar qué sucedió la noche anterior, cree saber qué ha pasado: lo mismo que otras veces. Un hombre debió encontrarla mientras ella se encontraba inconsciente, confusa. El hombre cogió de la bruja y preguntó con una falsa educación qué le sucedía. Keira no supo de qué contestar. Durante los trances mentales no era ella, camina instintivamente como un fantasma que no reconoce que ha fallecido. El hombre se ofreció para darle cobijo. La noche es peligrosa. Estas calles son peligrosas. Esta ciudad es peligrosa. Keira, que no era Keira, caminó con el hombre. Éste lo llevó a su casa, a su habitación y luego a su cama. Dejó caer sus enormes manos en los pechos de la bruja, descubriendo cuáles eran sus verdaderas intenciones. No hubo cariño ni misericordia. Keira no apartaba la vista del frente. El hombre le hacía daño, pero ella no podía hacer nada. Keira era un fantasma sin razón.
Ahora puede hacer algo. Ha despertado de la ensoñación. Sabe lo que ha pasado y sabe lo que le gustaría hacer.
Keira Bravery regresa a la cama, se coloca encima del hombre con la posición de un felino hambriento. El hombre abre lentamente los ojos. La sonrisa en sus labios y el bulto creciente en su entrepierna indican que ha despertado. Keira se mueve con rapidez, se inclina hacia el rostro del hombre como si fuera a besarle. El hombre busca los labios de la mujer, pero acaba encontrando sus dientes. Keira Bravery muerde la nariz del desconocido y la arranca de cuajo. Antes de que pueda gritar, coge la almohada y estampa contra la boca del hombre.
La bruja ríe y llora al mismo tiempo mientras mata al hombre. Todos los hombres merecen morir. Todas las mujeres son víctimas inconscientes. Todos los hombres son como Gerrit Nephgerd. Todas las mujeres, en consecuencia, son víctimas inconscientes de Gerrit Nephgerd.
(Te va a doler. Mañana será peor).
(Voy a ser bueno contigo).
(¿Alguna vez te has sentido sola?).
Mantiene la misma posición, con las manos apretando la almohada sobre el rostro del desconocido, durante más tiempo del que éste tarda en fallecer. Está casi segura que ha vuelto a perder el conocimiento, en convertirse en un fantasma. Ocurre cada vez que piensa en Gerrit, en las cosas que hizo con esas chicas y las cosas que le hizo a ella.
Keira se levanta de la cama espantada. Busca en los armarios ropa que puedan servirla. Encuentra una larga sotana de monje que ha perdido el color por el paso del tiempo. No es de su talla, es mucho más grande, pero servirán para ocultar sus intimidades.
Sale de la habitación por la puerta, la misma que parecía invisible. Keira piensa en los cuentos de fantasía, donde las puertas son hechizadas por los malvados monstruos y los caballeros prisioneros no pueden escapar si no es matando primero a los monstruos. Keira Bravery tiene a sus propios monstruos y sus propias puertas. Hubo un momento que creía poder abrirlas, un cuchillo sería la llave y el cerrojo, sus brazos. Pero el monstruo está vivo. Gerrit Nephgerd vive. Keira apenas pudo introducir el cuchillo en su piel. Al ver la sangre, soltó el arma y se abrazó sobre sí misma. La puerta está cerrada.
Fuera del edificio se celebra un modesto mercado. Personas de diferentes razas, malvados hombres y mujeres ignorantes, dirigen sus ojos hacia la bruja. Keira agacha la cabeza y camina con rapidez, huyendo de las miradas. Los hombres son todos iguales, son como Gerrit, y las mujeres dan pena, no reconocen que son víctimas de los hombres. Keira parece ser la única que se da cuenta.
(Te va a doler. Mañana será peor).
(Voy a ser bueno contigo).
(¿Alguna vez te has sentido sola?).
Keira se cubre el rostro con la capucha de la sotana y mueve un brazo sin dejar de caminar como si estuviera deshaciéndose de un abrazo amigo. ¡No me toquéis! ¡No me toquéis! Puedo sola. Siempre he podido sola. ¡Dejadme en paz!
Lo ve. No cree verlo. Lo ve. Lo ve claramente. No puede olvidar su rostro. Es guapo. Es malvado. Keira reprime las lágrimas y los hechizos de fuego. Levanta la cabeza lentamente. Los ojos de la bruja se topan directamente con los ojos azules del monstruo que no le permite vivir en paz ni morir tranquila.
Keira se sube a un banco, ignorando a la chica que queda sentada a su lado. Desde lo alto puede ver mejor al monstruo de sus pesadillas. No le dejará escapar. Siente que dos orbes de fuego formándose en su mano. Por fortuna, el hechizo no llega a completarse. El nombre del monstruo la hace entrar en otro trance. Gerrit Nephgerd.
(Te va a doler. Mañana será peor).
(Voy a ser bueno contigo).
(¿Alguna vez te has sentido sola?).
Keira Bravery extendió los brazos pensando en qué hacer con ellos. Parecían las ramas quebradizas de un viejo árbol. Vi que sus manos estaban manchadas de sangre y que alrededor de los dedos salían chispas, el inicio de una llamarada. Se quedó en esta posición, paralizada como una estatua.
Los humanos de Verisar se apartaron rápidamente de ella, dejándola en el centro de un círculo de miradas y confusión. Me sumé a la multitud, evitando que se me relacionase con la loca bruja. ¡A mí La Guardia! Gritaban la gente y gritaba yo con ellos.
Caballeros armados con espadas y escudos entraron en la escena. Caminaron despacio hacia la bruja, poniendo sus escudos por delante y con la mano de la espada, indicando a la multitud que se hiciera atrás. Keira no contestó a los caballeros. Sus ojos estaban absortos, me buscaban entre la muchedumbre.
Keira bajó los brazos, instada por los caballeros. Un soldado la cogió del brazo. Ella no contestó ni hizo esfuerzo por resistirse (la noche es peligrosa y estas calles son peligrosas). Los guardias, ante la duda, se llevaron a la bruja al calabozo. Fui tras ellos. Keira me había reconocido. Podría decir algo a La Guardia, algo acerca de mí, de mi pasado o de mi presente. Quise asegurarme que Keira mantuviera el pico cerrado.
—¡Regresad a vuestros quehaceres! — gritó uno de los caballeros mientras los demás se llevaban a Keira — ¡Aquí no ha pasado nada!
Offrol: Keira ha sido testigo durante años de los crímenes de Gerrit. Esto le ha llevado a un estado de extrema locura en la que es incapaz de reconocer. Especialmente cuando recuerda las violaciones, a ella y a otras chicas. Keira padece severos trances que la dejan prácticamente inconsciente. En este estado, se sube al banquito donde está Iori, interrumpiendo su cena.
Las tres frases que recuerda Keira antes de entrar en trance han sido extraídas del tema: [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]. Gerrit se las dijo a Eyre antes de… bueno… no hace falta decirlo.
La bruja consigue levantarse de la cama. Le duelen los pechos. Aunque no es capaz de recordar qué sucedió la noche anterior, cree saber qué ha pasado: lo mismo que otras veces. Un hombre debió encontrarla mientras ella se encontraba inconsciente, confusa. El hombre cogió de la bruja y preguntó con una falsa educación qué le sucedía. Keira no supo de qué contestar. Durante los trances mentales no era ella, camina instintivamente como un fantasma que no reconoce que ha fallecido. El hombre se ofreció para darle cobijo. La noche es peligrosa. Estas calles son peligrosas. Esta ciudad es peligrosa. Keira, que no era Keira, caminó con el hombre. Éste lo llevó a su casa, a su habitación y luego a su cama. Dejó caer sus enormes manos en los pechos de la bruja, descubriendo cuáles eran sus verdaderas intenciones. No hubo cariño ni misericordia. Keira no apartaba la vista del frente. El hombre le hacía daño, pero ella no podía hacer nada. Keira era un fantasma sin razón.
Ahora puede hacer algo. Ha despertado de la ensoñación. Sabe lo que ha pasado y sabe lo que le gustaría hacer.
Keira Bravery regresa a la cama, se coloca encima del hombre con la posición de un felino hambriento. El hombre abre lentamente los ojos. La sonrisa en sus labios y el bulto creciente en su entrepierna indican que ha despertado. Keira se mueve con rapidez, se inclina hacia el rostro del hombre como si fuera a besarle. El hombre busca los labios de la mujer, pero acaba encontrando sus dientes. Keira Bravery muerde la nariz del desconocido y la arranca de cuajo. Antes de que pueda gritar, coge la almohada y estampa contra la boca del hombre.
La bruja ríe y llora al mismo tiempo mientras mata al hombre. Todos los hombres merecen morir. Todas las mujeres son víctimas inconscientes. Todos los hombres son como Gerrit Nephgerd. Todas las mujeres, en consecuencia, son víctimas inconscientes de Gerrit Nephgerd.
(Te va a doler. Mañana será peor).
(Voy a ser bueno contigo).
(¿Alguna vez te has sentido sola?).
Mantiene la misma posición, con las manos apretando la almohada sobre el rostro del desconocido, durante más tiempo del que éste tarda en fallecer. Está casi segura que ha vuelto a perder el conocimiento, en convertirse en un fantasma. Ocurre cada vez que piensa en Gerrit, en las cosas que hizo con esas chicas y las cosas que le hizo a ella.
Keira se levanta de la cama espantada. Busca en los armarios ropa que puedan servirla. Encuentra una larga sotana de monje que ha perdido el color por el paso del tiempo. No es de su talla, es mucho más grande, pero servirán para ocultar sus intimidades.
Sale de la habitación por la puerta, la misma que parecía invisible. Keira piensa en los cuentos de fantasía, donde las puertas son hechizadas por los malvados monstruos y los caballeros prisioneros no pueden escapar si no es matando primero a los monstruos. Keira Bravery tiene a sus propios monstruos y sus propias puertas. Hubo un momento que creía poder abrirlas, un cuchillo sería la llave y el cerrojo, sus brazos. Pero el monstruo está vivo. Gerrit Nephgerd vive. Keira apenas pudo introducir el cuchillo en su piel. Al ver la sangre, soltó el arma y se abrazó sobre sí misma. La puerta está cerrada.
Fuera del edificio se celebra un modesto mercado. Personas de diferentes razas, malvados hombres y mujeres ignorantes, dirigen sus ojos hacia la bruja. Keira agacha la cabeza y camina con rapidez, huyendo de las miradas. Los hombres son todos iguales, son como Gerrit, y las mujeres dan pena, no reconocen que son víctimas de los hombres. Keira parece ser la única que se da cuenta.
(Te va a doler. Mañana será peor).
(Voy a ser bueno contigo).
(¿Alguna vez te has sentido sola?).
Keira se cubre el rostro con la capucha de la sotana y mueve un brazo sin dejar de caminar como si estuviera deshaciéndose de un abrazo amigo. ¡No me toquéis! ¡No me toquéis! Puedo sola. Siempre he podido sola. ¡Dejadme en paz!
Lo ve. No cree verlo. Lo ve. Lo ve claramente. No puede olvidar su rostro. Es guapo. Es malvado. Keira reprime las lágrimas y los hechizos de fuego. Levanta la cabeza lentamente. Los ojos de la bruja se topan directamente con los ojos azules del monstruo que no le permite vivir en paz ni morir tranquila.
Keira se sube a un banco, ignorando a la chica que queda sentada a su lado. Desde lo alto puede ver mejor al monstruo de sus pesadillas. No le dejará escapar. Siente que dos orbes de fuego formándose en su mano. Por fortuna, el hechizo no llega a completarse. El nombre del monstruo la hace entrar en otro trance. Gerrit Nephgerd.
(Te va a doler. Mañana será peor).
(Voy a ser bueno contigo).
(¿Alguna vez te has sentido sola?).
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Keira Bravery extendió los brazos pensando en qué hacer con ellos. Parecían las ramas quebradizas de un viejo árbol. Vi que sus manos estaban manchadas de sangre y que alrededor de los dedos salían chispas, el inicio de una llamarada. Se quedó en esta posición, paralizada como una estatua.
Los humanos de Verisar se apartaron rápidamente de ella, dejándola en el centro de un círculo de miradas y confusión. Me sumé a la multitud, evitando que se me relacionase con la loca bruja. ¡A mí La Guardia! Gritaban la gente y gritaba yo con ellos.
Caballeros armados con espadas y escudos entraron en la escena. Caminaron despacio hacia la bruja, poniendo sus escudos por delante y con la mano de la espada, indicando a la multitud que se hiciera atrás. Keira no contestó a los caballeros. Sus ojos estaban absortos, me buscaban entre la muchedumbre.
Keira bajó los brazos, instada por los caballeros. Un soldado la cogió del brazo. Ella no contestó ni hizo esfuerzo por resistirse (la noche es peligrosa y estas calles son peligrosas). Los guardias, ante la duda, se llevaron a la bruja al calabozo. Fui tras ellos. Keira me había reconocido. Podría decir algo a La Guardia, algo acerca de mí, de mi pasado o de mi presente. Quise asegurarme que Keira mantuviera el pico cerrado.
—¡Regresad a vuestros quehaceres! — gritó uno de los caballeros mientras los demás se llevaban a Keira — ¡Aquí no ha pasado nada!
Offrol: Keira ha sido testigo durante años de los crímenes de Gerrit. Esto le ha llevado a un estado de extrema locura en la que es incapaz de reconocer. Especialmente cuando recuerda las violaciones, a ella y a otras chicas. Keira padece severos trances que la dejan prácticamente inconsciente. En este estado, se sube al banquito donde está Iori, interrumpiendo su cena.
Las tres frases que recuerda Keira antes de entrar en trance han sido extraídas del tema: [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]. Gerrit se las dijo a Eyre antes de… bueno… no hace falta decirlo.
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Re: Veneno para el alma. [Privado] CERRADO
Tuvo que recordar por un instante que nadie la estaba apurando. No estaba en medio de una carrera ni tenía que terminar la comida con premura para ir a trabajar. Rebajó el ansia con la que había devorado el primer pedazo de pan con chorizo, y sentándose más cómodamente en el banco inspiró con calma. Se anticipó al disfrute de lo que aún tenía para comer mediante el aroma que llegaba a sus fosas nasales. Las preocupaciones, el desánimo que la habían abatido hacía un rato se habían diluido. La actitud actual de la humana rezumaba placidez mientras tomaba un pedazo de costilla asada entre las manos.
Clavó con decisión los dientes hasta encontrar el hueso, y retiró la boca arrancando el mayor tajo de carne que podía. No le resultó complicado. Estaba tan bien asada que apenas hacía falta esfuerzo para separarla de la costilla. Cerró los ojos por inercia, masticando lentamente, dejando que aquel placer acometiese con fuerza en el resto de sus sentidos. Casi podía sentir su estómago bailar. Como bailaría ella después de cenar por supuesto. Un poco de ejercicio ligero. Le gustaba la música, tenía facilidad para perderse en los movimientos de su cuerpo siguiendo el ritmo de cualquier melodía. Que lo hiciese bien o mal dependía del ojo que observase. Pero Iori se lo pasaba en grande dejándose llevar.
Notó la vibración en la mesa y abrió los ojos de golpe pensando que algún otro comensal se había sentado a su lado. La sorpresa fue evidente cuando observó unos pies subidos encima de la madera, a unos peligrosos centímetros de distancia de su adorado botín. Tragó de mala manera y alzó el rostro para mirar con un leve matiz de molestia a la persona dueña de aquellas extremidades. Con mi comida NO. Rodeó con los brazos las viandas tirando de ellas para desplazarlas algo más lejos de aquella mujer vestida con sotana de monje. Iba a hablar con ella, mirarla con el ceño fruncido intentando no ser demasiado maleducada para recordarle que la comida era sagrada... Pero fue incapaz de articular lo que estaba pensando cuando primero lo escuchó y luego lo vio.
Primero lo escuchó ya que, a oídos de Iori llegó con toda la claridad que la cercanía podía darle un leve chisporroteo. El tipo de sonido que hacen los palos finos y secos que se usan para iniciar un fuego. El tipo de crujido que indica que las llamas comienzan a prenderse. Luego lo vio, cuando alzando la vista para mirar a la mujer que estaba prácticamente encima de ella, se fijó que en la palma de sus manos comenzaban a cobrar vida unas minúsculas chispas. La humana tardó un segundo en procesar esa información. En entender el prodigio que estaba viendo justo delante, y entonces saltó en el banco echándose hacia atrás. Como una tromba de agua entrando por la ventana abierta, Iori fue consciente de golpe del pánico que se había extendido entre las personas en la plaza. Gritaban y señalaban llamando a la guardia hacia la mujer que, sin embargo, no se movía ni un centímetro de encima de la mesa. Tenía la vista clavada en una dirección frente a ella, entre las personas que contemplaban con horror. Intentó seguir la línea de su mirada pero no encontró nada en concreto que tuviese a aquella mujer tan concentrada.
Los ojos azules se abrían de manera desorbitada, repartiendo su atención entre los soldados que no tardaron en llegar y aquella mujer. Una vez que se acercaron a ella pareció dejarse conducir de forma dócil por la guardia. Fuera de allí. Aun habiendo estado a un paso de la actriz principal, Iori se sentía por completo fuera de escena. La observó alejarse escoltada por los soldados, entre el gentío y poco a poco el ambiente pareció recobrar la normalidad. Parpadeó aún anonadada mientras trataba de comprender que aquella chica estaba iniciando fuego en la palma de sus manos. Uno más de los muchos prodigios que ocurrían en el mundo real. Y otro ejemplo de como hasta entonces ella había vivido completamente ajena a la realidad de Aerandir durante todos sus años de vida.
Cruzó los brazos sobre la mesa, delante de la comida, mirando sin ver. El corazón le latía de forma pesada, fruto del susto. Y eso que había tardado en comprender qué era lo que estaba sucediendo a su alrededor. Fue un leve golpe en la cabeza lo que la sacó de su ensoñación. Se llevó la palma de la mano a la nuca y observó con incredulidad, como un muchacho espigado y de pelo rojizo se perdía corriendo entre la gente. Cargando a su espalda la alforja de Iori. Y evidentemente su palo de combate anudado a ella. Se puso de pie al instante y acalló en su cabeza la protesta que comenzaba a formarse por abandonar aquella deliciosa cena a su suerte. La comida era sabrosísima, era importante y vital, pero lo que llevaba en aquella bolsa era todo lo que tenía para poder llegar sana y salva de regreso a casa. No podía dejarlo escapar.
Se lanzó hacia delante a la carrera. Desde pequeña había aprovechado la gran independencia que le proporcionada no pertenecer a una familia para explorar las cercanías de su aldea poniendo a prueba su físico. Más allá del trabajo del campo, Iori poseía unos reflejos agudos, unos músculos flexibles y ágiles y una coordinación extraordinaria. Junto con la temeridad que la caracterizaba había desarrollado unas habilidades únicas para según lo definía ella, moverse en línea recta intentando sortear los obstáculos que apareciesen. En plena persecución de un pícaro con ganas de joder a los visitantes, la humana descubrió que correr de aquella forma en una ciudad como Lunargenta era ligeramente más fácil que entre las escarpadas laderas de su aldea de origen. Y de alguna forma más divertido.
Avanzaba intentando apurar sin comprometer la seguridad de sus pasos. Sorteó a gente, a puestos de comida y usó paredes para apoyarse y conseguir saltar a zonas que le permitiesen ganar en proximidad a él. El crío de los cojones se movía como una culebra. Pero Iori estaba decidida a ser el halcón que la cazase. O el hurón, que para el caso, resultaba igual de agresivo y letal. Fue al girar la esquina de una calle que la morena tropezó contra un muro humano. O al menos eso pensó. Casi lo consiguió esquivar, pero aquel hombre tenía un tamaño que convertía en imposible una maniobra de evasión. ¿Era legal tener un físico como aquel? Lo golpeó en el brazo izquierdo, arrastrándolo ligeramente hacia delante sin querer. - ¡Perdón! ¡Lo siento! ¡De verdad! - Iori lo miró un instante hacia atrás, lo justo para pensar que tenía unos ojos parecidos a los de ella misma, y emprendió la carrera de nuevo, perdiéndose entre la gente de la ciudad.
Subiendo por los pequeños saledizos de la fachada que tenía delante, escaló hasta el alero de la tercera planta. El pelo brillante del muchacho lo hacía reconocible entre la muchedumbre, y la chica se deslizó corriendo en equilibrio por el estrecho camino. Cuando lo vio girar hacia la entrada de un callejón sonrió para sus adentros antes de lanzarse en picado. Apoyándose contra la pared de enfrente frenó la inercia de la caída, aterrizando en el suelo con una voltereta hacia delante que absorbió gran parte del impacto. - Te cacé...- Siseó conteniendo la rabia que sentía. - Y ahora, desgraciado bastardo, vas a devolverme mis pertenencias antes de que tenga que ponerme seria contigo... Y me vas a pagar una cena por cierto...- No estaba segura de la cara que debía de tener. Ahora que el muchacho no veía escapatoria, la humana se sentía ligeramente más segura, y bastante más cabreada.
Apretó la mandíbula evidenciando la tensión en su rostro, avanzando hacia él. Un ladronzuelo en una gran ciudad. No era un gran pecado pero, Iori no se sentía hermana mayor de nadie para mostrar compasión. Quizá una buena hostia ayudaría a reconducir su vida mejor que una palabra de aliento. Se acercó dispuesta a tomar lo que era suyo por la fuerza cuando el muchacho, después de haber valorado el riesgo de la situación decidió lanzar la alforja con el palo al aire y salir corriendo. Apostó bien su carta ya que, entre golpearlo hasta que dijese basta y recuperar lo que era suyo, la morena escogería lo segundo. Dejó que el pelirrojo huyese a sus espaldas por la entrada del callejón y aferró la bolsa antes de que esta cayese al suelo. El alivio se extendió por su pecho mezclado con el sabor agrio de la pérdida. La pérdida irreparable de la comida por la que tanto dinero había pagado. - Maldita ciudad...- farfullo acuclillándose un instante para recuperar entonces con calma la respiración.
Off rol: El muro humano contra el que choca Iori en su carrera es Gerrit. El callejón en el que recupera su bolsa está al lado de los calabozos a los que los soldados han llevado a Keira
Clavó con decisión los dientes hasta encontrar el hueso, y retiró la boca arrancando el mayor tajo de carne que podía. No le resultó complicado. Estaba tan bien asada que apenas hacía falta esfuerzo para separarla de la costilla. Cerró los ojos por inercia, masticando lentamente, dejando que aquel placer acometiese con fuerza en el resto de sus sentidos. Casi podía sentir su estómago bailar. Como bailaría ella después de cenar por supuesto. Un poco de ejercicio ligero. Le gustaba la música, tenía facilidad para perderse en los movimientos de su cuerpo siguiendo el ritmo de cualquier melodía. Que lo hiciese bien o mal dependía del ojo que observase. Pero Iori se lo pasaba en grande dejándose llevar.
Notó la vibración en la mesa y abrió los ojos de golpe pensando que algún otro comensal se había sentado a su lado. La sorpresa fue evidente cuando observó unos pies subidos encima de la madera, a unos peligrosos centímetros de distancia de su adorado botín. Tragó de mala manera y alzó el rostro para mirar con un leve matiz de molestia a la persona dueña de aquellas extremidades. Con mi comida NO. Rodeó con los brazos las viandas tirando de ellas para desplazarlas algo más lejos de aquella mujer vestida con sotana de monje. Iba a hablar con ella, mirarla con el ceño fruncido intentando no ser demasiado maleducada para recordarle que la comida era sagrada... Pero fue incapaz de articular lo que estaba pensando cuando primero lo escuchó y luego lo vio.
Primero lo escuchó ya que, a oídos de Iori llegó con toda la claridad que la cercanía podía darle un leve chisporroteo. El tipo de sonido que hacen los palos finos y secos que se usan para iniciar un fuego. El tipo de crujido que indica que las llamas comienzan a prenderse. Luego lo vio, cuando alzando la vista para mirar a la mujer que estaba prácticamente encima de ella, se fijó que en la palma de sus manos comenzaban a cobrar vida unas minúsculas chispas. La humana tardó un segundo en procesar esa información. En entender el prodigio que estaba viendo justo delante, y entonces saltó en el banco echándose hacia atrás. Como una tromba de agua entrando por la ventana abierta, Iori fue consciente de golpe del pánico que se había extendido entre las personas en la plaza. Gritaban y señalaban llamando a la guardia hacia la mujer que, sin embargo, no se movía ni un centímetro de encima de la mesa. Tenía la vista clavada en una dirección frente a ella, entre las personas que contemplaban con horror. Intentó seguir la línea de su mirada pero no encontró nada en concreto que tuviese a aquella mujer tan concentrada.
Los ojos azules se abrían de manera desorbitada, repartiendo su atención entre los soldados que no tardaron en llegar y aquella mujer. Una vez que se acercaron a ella pareció dejarse conducir de forma dócil por la guardia. Fuera de allí. Aun habiendo estado a un paso de la actriz principal, Iori se sentía por completo fuera de escena. La observó alejarse escoltada por los soldados, entre el gentío y poco a poco el ambiente pareció recobrar la normalidad. Parpadeó aún anonadada mientras trataba de comprender que aquella chica estaba iniciando fuego en la palma de sus manos. Uno más de los muchos prodigios que ocurrían en el mundo real. Y otro ejemplo de como hasta entonces ella había vivido completamente ajena a la realidad de Aerandir durante todos sus años de vida.
Cruzó los brazos sobre la mesa, delante de la comida, mirando sin ver. El corazón le latía de forma pesada, fruto del susto. Y eso que había tardado en comprender qué era lo que estaba sucediendo a su alrededor. Fue un leve golpe en la cabeza lo que la sacó de su ensoñación. Se llevó la palma de la mano a la nuca y observó con incredulidad, como un muchacho espigado y de pelo rojizo se perdía corriendo entre la gente. Cargando a su espalda la alforja de Iori. Y evidentemente su palo de combate anudado a ella. Se puso de pie al instante y acalló en su cabeza la protesta que comenzaba a formarse por abandonar aquella deliciosa cena a su suerte. La comida era sabrosísima, era importante y vital, pero lo que llevaba en aquella bolsa era todo lo que tenía para poder llegar sana y salva de regreso a casa. No podía dejarlo escapar.
Se lanzó hacia delante a la carrera. Desde pequeña había aprovechado la gran independencia que le proporcionada no pertenecer a una familia para explorar las cercanías de su aldea poniendo a prueba su físico. Más allá del trabajo del campo, Iori poseía unos reflejos agudos, unos músculos flexibles y ágiles y una coordinación extraordinaria. Junto con la temeridad que la caracterizaba había desarrollado unas habilidades únicas para según lo definía ella, moverse en línea recta intentando sortear los obstáculos que apareciesen. En plena persecución de un pícaro con ganas de joder a los visitantes, la humana descubrió que correr de aquella forma en una ciudad como Lunargenta era ligeramente más fácil que entre las escarpadas laderas de su aldea de origen. Y de alguna forma más divertido.
Avanzaba intentando apurar sin comprometer la seguridad de sus pasos. Sorteó a gente, a puestos de comida y usó paredes para apoyarse y conseguir saltar a zonas que le permitiesen ganar en proximidad a él. El crío de los cojones se movía como una culebra. Pero Iori estaba decidida a ser el halcón que la cazase. O el hurón, que para el caso, resultaba igual de agresivo y letal. Fue al girar la esquina de una calle que la morena tropezó contra un muro humano. O al menos eso pensó. Casi lo consiguió esquivar, pero aquel hombre tenía un tamaño que convertía en imposible una maniobra de evasión. ¿Era legal tener un físico como aquel? Lo golpeó en el brazo izquierdo, arrastrándolo ligeramente hacia delante sin querer. - ¡Perdón! ¡Lo siento! ¡De verdad! - Iori lo miró un instante hacia atrás, lo justo para pensar que tenía unos ojos parecidos a los de ella misma, y emprendió la carrera de nuevo, perdiéndose entre la gente de la ciudad.
Subiendo por los pequeños saledizos de la fachada que tenía delante, escaló hasta el alero de la tercera planta. El pelo brillante del muchacho lo hacía reconocible entre la muchedumbre, y la chica se deslizó corriendo en equilibrio por el estrecho camino. Cuando lo vio girar hacia la entrada de un callejón sonrió para sus adentros antes de lanzarse en picado. Apoyándose contra la pared de enfrente frenó la inercia de la caída, aterrizando en el suelo con una voltereta hacia delante que absorbió gran parte del impacto. - Te cacé...- Siseó conteniendo la rabia que sentía. - Y ahora, desgraciado bastardo, vas a devolverme mis pertenencias antes de que tenga que ponerme seria contigo... Y me vas a pagar una cena por cierto...- No estaba segura de la cara que debía de tener. Ahora que el muchacho no veía escapatoria, la humana se sentía ligeramente más segura, y bastante más cabreada.
Apretó la mandíbula evidenciando la tensión en su rostro, avanzando hacia él. Un ladronzuelo en una gran ciudad. No era un gran pecado pero, Iori no se sentía hermana mayor de nadie para mostrar compasión. Quizá una buena hostia ayudaría a reconducir su vida mejor que una palabra de aliento. Se acercó dispuesta a tomar lo que era suyo por la fuerza cuando el muchacho, después de haber valorado el riesgo de la situación decidió lanzar la alforja con el palo al aire y salir corriendo. Apostó bien su carta ya que, entre golpearlo hasta que dijese basta y recuperar lo que era suyo, la morena escogería lo segundo. Dejó que el pelirrojo huyese a sus espaldas por la entrada del callejón y aferró la bolsa antes de que esta cayese al suelo. El alivio se extendió por su pecho mezclado con el sabor agrio de la pérdida. La pérdida irreparable de la comida por la que tanto dinero había pagado. - Maldita ciudad...- farfullo acuclillándose un instante para recuperar entonces con calma la respiración.
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Iori Li
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Re: Veneno para el alma. [Privado] CERRADO
Después del desafortunado incidente de Keira con La Guardia de Lunargenta, la mayoría de brujos que frecuentaban el mercado decidieron ocultar sus rasgos raciales lo mejor que sabían. Realizaron hechizos de ocultación para esconder sus báculos, se subieron encima aceras y escalones queriendo parecer más alto de lo que la raza les permitía y evitaron a toda costa agarrar un libro con ambas manos. La imagen de ese hombre pequeño que vestía una larga túnica de colores, se ayudaba de un bastón al caminar y sostenía un libro de hechizos bajo el brazo, desapareció por completo a los ojos de los humanos, y de las demás razas de intelecto inferior (todos son inferiores a los ojos de un brujo), sin que éstos se dieran cuenta. A mí no me hizo falta realizar ningún hechizo de ocultación puesto que no parecía un brujo. Para ellos, soy un monstruo, una abominación marcado por el asesinato que realizó nada más nacer. Mi corpulencia y altura superaba a la de dos brujos ordinarios atados con una cuerda, no me interesaban los libros ni pergaminos, salvo a excepción de los que hablasen de alquimia, y mis armas eran las que uno se esperaría que portase un humano o quizás un salvaje hombre bestia: martillo (Suuri), escudo y un hacha de guerra.
Mi camuflaje natural, el hechizo de ocultación que no fue necesario recitar, me permitió caminar detrás de los soldados de La Guardia sin que se percatasen de mi relación con Keira.
Fueron cuatro los soldados que llevaron a Keira al calabozo de la ciudad. Portaban pesadas armaduras de cota de malla con los colores de Lunargenta. La armadura no dejaba un flanco al descubierto, apenas pude distinguir el género de los soldados a través de su yelmo: tres hombres con la quijada repleta de barba y una mujer de rasgos suaves. Les seguí a una distancia prudencial, era uno más de los muchos curiosos que deseaban saber quién era esa bruja y por qué parecía haberse peleado con un puñado de perros por un hueso sin carne. La mujer de La Guardia caminaba mirando hacia atrás, hacia la masa de personas curiosas que seguía a los soldados. La mujer marcaba la distancia con la mirada, un paso más de lo permitido por la soldado haría que el inocente y curioso mercader acompañase a la bruja maldita por una noche en el calabozo.
Dos hombres de la Guardia arrastraban a Keira por las calles de Lunargenta. La bruja se había negado a caminar. Era típico de ella desobedecer a los hombres, lo extraño es que me pareció que incluso había dejado de desobedecerse a sí misma. La Keira Bravery que conocía habría preferido esconderse bajo una roca que dejarse ver en público en el estado enfermizo en el que se encontraba. Antes morir que verme llorar, había dicho una vez apretando los dientes. Si bien era cierto que no lloraba, estaba siendo arrastrada, con las rodillas pegadas en el pavimento ofreciendo la imagen de una mujer apenada que parecía rezar a Los Dioses por su salud. Unos Dioses que Keira Bravery nunca creería.
Absorto en mis pensamientos no vi a la chica que corría en dirección contraria al gentilicio de humanos. A mis ojos, era menuda, un brujo común la consideraría alta. Tenía los labios manchados de jugo cárnico. ¿Vampira o licántropa? Me pregunté para mis adentros imaginando que, tal vez, la chica hubiera topado contra mi pecho justo después de haber devorado a su presa.
Levanté una mano con gesto agresivo. La chica salvaje hizo que perdiese a La Guardia y Keira Bravery. La llevaron al calabozo, aquello era obvio, pero me perdí el momento en el que la introducían arrastras al edificio y la indicaban qué celda era la suya. Estuve a punto de estampar mi manaza en la mejilla de las chicas. Sus perdones no bastaban, sus perdones no me devolverían a Keira. Retiré la mano con un movimiento alegre en el aire, como si fuera el de una bailarina. Tuve la suficiente consideración como para no golpear a una salvaje delante de tantísimos testigos y de cuatro miembros armados de La Guardia de Lunargenta.
—Fuera — dije con una voz cantarina que escondía mi verdadero enfado.
Los Guardias deshicieron el gentilicio que se congregaba alrededor del calabozo. Aquí no hay anda que ver. En ningún momento desenvainaron sus espadas, espantaban a los mercaderes con las manos desnudas. Durante un pequeño tramo, seguí a la multitud que regresaba a las tareas que habían abandonado en el mercado tras querer saber qué pasó con la bruja de fuego. Cuando lo consideré oportuno, me escabullí por un callejón secundario. Cubrí mi rostro con la capucha de la capa y retomé el camino al calabozo.
Dos Guardias, un hombre y la mujer que había identificado, protegían la entrada del edificio de piedra y barrotes. Los otros dos debían haber vuelto al mercado. Fui por la parte trasera del edificio y espíe las ventanas embarrotadas con la esperanza de que en una de ellas estuviera Keira Bravery. Las ventanas eran bajas, estaban talladas bajo el suelo, y tan pequeñas que apenas cabrían las ratas. Me agaché frente la primera ventana y miré en su interior acercando toda mi cabeza como lo haría un cerdo trufero. Una mano huesuda y de uñas largas emergió de los barrotes, pude esquivarla antes de que me arañase la cara. ¿Keira? No. El preso número uno se trataba de un anciano demente. Sacó la segunda mano, ésta con marcas de dientes de roedor en la palma (la cena de la anterior noche) y la movía enérgicamente como si quisiera emprender el vuelo. Vi la barba blanca y los dos ojos pequeños y brillantes, como dos gotas de aceite, del viejo. Me encargué de él antes de que pudiera gritar y llamar la atención de los soldados. Deslicé mi mano convocando una corriente eléctrica, pequeña y delgada como una larva de tierra, que mandó dormir al demente nada más golpearle en la frente. Para las siguientes ventanas fui más precavido, espíe su interior desde la distancia, alejándome para tener una mejor perspectiva del lugar. La segunda y tercera estaban vacías. Faltaba la cuarta….
De nuevo, la misma chica salvaje hizo que me distrajera. Escuché un rumor a mi espalda, no muy lejos del calabozo. Vi a la chica enfrentándose contra un escuálido humano pelirrojo, otro chico que parecía pelearse con los perros por una pieza de comida. El chico deshizo el agarre y escapo de la chica salvaje mirando hacia atrás como si no creyera que su treta había funcionado.
— ¿Sabes que eso no habría pasado si le hubieras matado? — dije a la chica salvaje sin mirarla a la cara. La lección era para ambos. Yo no me hubiera distraído por el griterío de los salvajes si hubiera matado a la chica cuando se encontraba a un centímetro de distancia de mi mano. Keira Barevery no estaría jodiendo en Lunargenta de no haberla matado la última vez que la vi — Sé más rápida la próxima vez.
Olvidándome de la mala experiencia con el viejo demente, me agaché para espiar tras los barrotes de la cuarta ventana. Escuché el inconfundible llanto de una mujer que se prometió no llorar jamás. Ahí estaba ella, Keira Bravery, en una esquina de la celda, abrigada bajo un manto de fría oscuridad. Se había quitado la túnica y la había tirado contra la pared. Su desnudez hacía visible la suciedad en su cuerpo y las cicatrices de una alegre noche de pasión. ¿Le has puesto mi cara mientras te lo follabas? Conocía la respuesta: sí. Keira Bravery ponía mi cara a todos los hombres y la suya a todas las mujeres.
—Ven, acércate — dije a la chica salvaje mientras examinaba las cicatrices de Keira — ¿Sabes quién es ella? Yo te lo diré: la persona que estuvo a punto de matarte si Los Guardias no hubieran acudido a tiempo. Vi cómo se subió al banco donde comías y el fuego que encendía sus manos. ¿Qué crees que habría hecho si Los Guardias hubieran tardado unos segundos más? Ese chico te quitó la cena. La bruja de fuego podría haberte quitado la vida — dejé unos segundos de silencio para hacer recapacitar a la muchacha —. Sé más rápida la próxima vez.
Mi plan funcionaba. No tenía ningún interés con la chica salvaje. Conversar con ella era un medio para que Keira Bravery escuchase mi voz. Que supiera que siempre estaré detrás de ella y nunca podrá escapar de mí. Me verá allá donde vaya y mi voz (Te va a doler. Mañana será peor) (¿Alguna vez te has sentido sola?) la hará perder la cabeza. Al empezar a hablar, la bruja levantó la cabeza como un ciervo asustado que ha escuchado las pisadas del cazador. Dejó de llorar e hizo acopio de ponerse en pie, pero sus piernas le fallaron dejándola de nuevo de rodillas. Dos esferas de fuego sobre las manos de la bruja se encargaban de disipaban la oscuridad que la había protegido de mí y de ella.
Mi camuflaje natural, el hechizo de ocultación que no fue necesario recitar, me permitió caminar detrás de los soldados de La Guardia sin que se percatasen de mi relación con Keira.
Fueron cuatro los soldados que llevaron a Keira al calabozo de la ciudad. Portaban pesadas armaduras de cota de malla con los colores de Lunargenta. La armadura no dejaba un flanco al descubierto, apenas pude distinguir el género de los soldados a través de su yelmo: tres hombres con la quijada repleta de barba y una mujer de rasgos suaves. Les seguí a una distancia prudencial, era uno más de los muchos curiosos que deseaban saber quién era esa bruja y por qué parecía haberse peleado con un puñado de perros por un hueso sin carne. La mujer de La Guardia caminaba mirando hacia atrás, hacia la masa de personas curiosas que seguía a los soldados. La mujer marcaba la distancia con la mirada, un paso más de lo permitido por la soldado haría que el inocente y curioso mercader acompañase a la bruja maldita por una noche en el calabozo.
Dos hombres de la Guardia arrastraban a Keira por las calles de Lunargenta. La bruja se había negado a caminar. Era típico de ella desobedecer a los hombres, lo extraño es que me pareció que incluso había dejado de desobedecerse a sí misma. La Keira Bravery que conocía habría preferido esconderse bajo una roca que dejarse ver en público en el estado enfermizo en el que se encontraba. Antes morir que verme llorar, había dicho una vez apretando los dientes. Si bien era cierto que no lloraba, estaba siendo arrastrada, con las rodillas pegadas en el pavimento ofreciendo la imagen de una mujer apenada que parecía rezar a Los Dioses por su salud. Unos Dioses que Keira Bravery nunca creería.
Absorto en mis pensamientos no vi a la chica que corría en dirección contraria al gentilicio de humanos. A mis ojos, era menuda, un brujo común la consideraría alta. Tenía los labios manchados de jugo cárnico. ¿Vampira o licántropa? Me pregunté para mis adentros imaginando que, tal vez, la chica hubiera topado contra mi pecho justo después de haber devorado a su presa.
Levanté una mano con gesto agresivo. La chica salvaje hizo que perdiese a La Guardia y Keira Bravery. La llevaron al calabozo, aquello era obvio, pero me perdí el momento en el que la introducían arrastras al edificio y la indicaban qué celda era la suya. Estuve a punto de estampar mi manaza en la mejilla de las chicas. Sus perdones no bastaban, sus perdones no me devolverían a Keira. Retiré la mano con un movimiento alegre en el aire, como si fuera el de una bailarina. Tuve la suficiente consideración como para no golpear a una salvaje delante de tantísimos testigos y de cuatro miembros armados de La Guardia de Lunargenta.
—Fuera — dije con una voz cantarina que escondía mi verdadero enfado.
Los Guardias deshicieron el gentilicio que se congregaba alrededor del calabozo. Aquí no hay anda que ver. En ningún momento desenvainaron sus espadas, espantaban a los mercaderes con las manos desnudas. Durante un pequeño tramo, seguí a la multitud que regresaba a las tareas que habían abandonado en el mercado tras querer saber qué pasó con la bruja de fuego. Cuando lo consideré oportuno, me escabullí por un callejón secundario. Cubrí mi rostro con la capucha de la capa y retomé el camino al calabozo.
Dos Guardias, un hombre y la mujer que había identificado, protegían la entrada del edificio de piedra y barrotes. Los otros dos debían haber vuelto al mercado. Fui por la parte trasera del edificio y espíe las ventanas embarrotadas con la esperanza de que en una de ellas estuviera Keira Bravery. Las ventanas eran bajas, estaban talladas bajo el suelo, y tan pequeñas que apenas cabrían las ratas. Me agaché frente la primera ventana y miré en su interior acercando toda mi cabeza como lo haría un cerdo trufero. Una mano huesuda y de uñas largas emergió de los barrotes, pude esquivarla antes de que me arañase la cara. ¿Keira? No. El preso número uno se trataba de un anciano demente. Sacó la segunda mano, ésta con marcas de dientes de roedor en la palma (la cena de la anterior noche) y la movía enérgicamente como si quisiera emprender el vuelo. Vi la barba blanca y los dos ojos pequeños y brillantes, como dos gotas de aceite, del viejo. Me encargué de él antes de que pudiera gritar y llamar la atención de los soldados. Deslicé mi mano convocando una corriente eléctrica, pequeña y delgada como una larva de tierra, que mandó dormir al demente nada más golpearle en la frente. Para las siguientes ventanas fui más precavido, espíe su interior desde la distancia, alejándome para tener una mejor perspectiva del lugar. La segunda y tercera estaban vacías. Faltaba la cuarta….
De nuevo, la misma chica salvaje hizo que me distrajera. Escuché un rumor a mi espalda, no muy lejos del calabozo. Vi a la chica enfrentándose contra un escuálido humano pelirrojo, otro chico que parecía pelearse con los perros por una pieza de comida. El chico deshizo el agarre y escapo de la chica salvaje mirando hacia atrás como si no creyera que su treta había funcionado.
— ¿Sabes que eso no habría pasado si le hubieras matado? — dije a la chica salvaje sin mirarla a la cara. La lección era para ambos. Yo no me hubiera distraído por el griterío de los salvajes si hubiera matado a la chica cuando se encontraba a un centímetro de distancia de mi mano. Keira Barevery no estaría jodiendo en Lunargenta de no haberla matado la última vez que la vi — Sé más rápida la próxima vez.
Olvidándome de la mala experiencia con el viejo demente, me agaché para espiar tras los barrotes de la cuarta ventana. Escuché el inconfundible llanto de una mujer que se prometió no llorar jamás. Ahí estaba ella, Keira Bravery, en una esquina de la celda, abrigada bajo un manto de fría oscuridad. Se había quitado la túnica y la había tirado contra la pared. Su desnudez hacía visible la suciedad en su cuerpo y las cicatrices de una alegre noche de pasión. ¿Le has puesto mi cara mientras te lo follabas? Conocía la respuesta: sí. Keira Bravery ponía mi cara a todos los hombres y la suya a todas las mujeres.
—Ven, acércate — dije a la chica salvaje mientras examinaba las cicatrices de Keira — ¿Sabes quién es ella? Yo te lo diré: la persona que estuvo a punto de matarte si Los Guardias no hubieran acudido a tiempo. Vi cómo se subió al banco donde comías y el fuego que encendía sus manos. ¿Qué crees que habría hecho si Los Guardias hubieran tardado unos segundos más? Ese chico te quitó la cena. La bruja de fuego podría haberte quitado la vida — dejé unos segundos de silencio para hacer recapacitar a la muchacha —. Sé más rápida la próxima vez.
Mi plan funcionaba. No tenía ningún interés con la chica salvaje. Conversar con ella era un medio para que Keira Bravery escuchase mi voz. Que supiera que siempre estaré detrás de ella y nunca podrá escapar de mí. Me verá allá donde vaya y mi voz (Te va a doler. Mañana será peor) (¿Alguna vez te has sentido sola?) la hará perder la cabeza. Al empezar a hablar, la bruja levantó la cabeza como un ciervo asustado que ha escuchado las pisadas del cazador. Dejó de llorar e hizo acopio de ponerse en pie, pero sus piernas le fallaron dejándola de nuevo de rodillas. Dos esferas de fuego sobre las manos de la bruja se encargaban de disipaban la oscuridad que la había protegido de mí y de ella.
Gerrit Nephgerd
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Re: Veneno para el alma. [Privado] CERRADO
En plena carrera era complicado que aquel pícaro hubiera conseguido abrir su bolsa y extraer algo de ella. Iori guardaba dentro de su alforja un paño grande anudado en sus cuatro esquinas, dentro del cual, se encontraban otros pequeños paquetitos envueltos, separando lo que eran útiles de cocina básicos, las mudas de ropa, y al fondo de todo, dentro de otra bolsita de cuero más pequeña, el dinero. Ella misma tardaba lo suyo en conseguir abrirse paso hasta el objeto que deseaba. Aquel pequeño ladrón no lo habría conseguido en plena huida aunque hubiera querido. Respiró satisfecha reconociendo el nudo exterior de la bolsa intacto y se incorporó sobre sus dos piernas con decisión.
La cena estaba perdida, pero ahora le restaba encontrar algún lugar en el que pasar la noche a salvo. Era increíble lo rápido que se iba el dinero. Quizá debería de pensar en encontrar algún trabajo sencillo que le permitiera financiarse. Iba a dar un paso para salir de aquel callejón cuando, una figura que podía tapar la luz de la luna si se lo proponía, le habló a unos metros delante de ella. Ladeó el rostro, reconociendo en aquel cabello y aquello ojos al armario con el que había tropezado hacía unos minutos cuando estaba en plena persecución. Le había enfadado, había sido evidente por su contestación y por el gesto con la mano del que la humana se había escabullido con presteza. No la miró mientras le dirigía aquellas palabras. Las cuales por supuesto, Iori no tomó en serio de ninguna manera. - Lo de antes, de verdad que lo siento, no pude esquivarte a tiempo...- intentó justificar sintiendo que debía de pedir disculpas de nuevo.
Cuando se agachó para escrudiñar a través de unos barrotes en la pared del edificio, la humana caminó detrás de él para marcharse de allí. Sin estar a la carrera, pudiendo mirarlo con calma en aquella distancia, sentía que había algo en él que resultaba ligeramente intimidante. ¿La expresión dura de su cara? ¿Las armas que llevaba con él? ¿Las fibras de músculo que cubrían una estructura ósea potente? Aunque todos estos atributos lo convertían en un hombre notable, alguien que impresionaba al primer vistazo, Iori sabía que había otra cosa más allá de su increíble físico. Se detuvo justo detrás de él cuando volvió a escuchar su voz dura hablarle. Frunció el ceño y miró, dando un par de pasos vacilantes hacia la ventana por la que él estaba mirando. Permaneció de pie, a sus espaldas mientras se inclinaba lo suficiente como para ojear lo que podía desde esa distancia.
Apenas percibió con claridad la figura de una persona. ¿Era la mujer de la plaza? - No. No se trataba de mí. Yo simplemente estaba allí. Esa mujer no me estaba buscando cuando se subió a la mesa. Cuando hizo... "eso" con las manos ella estaba mirando a alguien que tenía justo delante - Hablaba con seguridad cuando se opuso parcialmente a lo que él había dicho. - Puede que hubiera salido herida con ese fuego, pero es evidente que ella ni me había prestado atención.- Podría haber muerto, como él había dicho. Quién sabía. Iori desconocía lo que era la magia de aquel tipo, excepto por las historias que tenía escuchado. Realidades de las que nunca había sido testigo y que solo alcanzaba a imaginar ahora en forma de chisporroteo y chispas. La vida de las personas podía terminar de muchas maneras, y para ella la intencionalidad o la falta de ella cambiaba la forma de ver las cosas.
Cuando la sombra que era la mujer dentro de la celda se movió no pudo evitar sentir una punzada de lástima por ella. Estaba maltrecha, sentada sobre sus rodillas, cuando de las palmas de sus manos se materializaron dos bolas de fuego. Aquello era la concreción de las chispas que Iori había visto en la mesa de la plaza. Abrió los ojos de forma desmesurada, viendo de frente ahora el peligro que suponía aquella bruja. El corazón tronó con fuerza, golpeando la sangre haciendo que barriese con todo dentro de su cuerpo. Escuchó el ahora ya familiar pitido detrás de sus oídos, cuando una mezcla entre miedo y ansiedad se desencadenaban en ella en situaciones de peligro. Y aquel lo era muy real. Para ella y para él. O eso pensaba.
Los procesos mentales se atropellaron en la humana de manera que fue su médula espinal la encargada de tomar la primera decisión, y la más urgente. Salir del radio de acción de aquel peligro inminente. Pero claro que no lo haría sola. El enorme cuerpo agachado del rubio la guarecía parcialmente, sería él quien se comería prácticamente la totalidad del impacto. Pero Iori había sido criada en un grupo. Y su forma de pensar natural incluía al grupo. Para bien o para mal. - ¡Cuidado! -
Sin usar más de dos segundos entre ver el fuego y ejecutar la orden, la humana se abalanzó sobre el cuerpo del hombre para intentar tirarlo al suelo aprovechando su posición agachada. Quería arrastrarlo con ella al pavimento del callejón, lejos de la abertura de la ventana que lo convertía en un blanco fácil. Fue en ese instante, al chocar contra él con fuerza para intentar derribarlo, cuando en su mente se definió un segundo pensamiento. Una sospecha, que se deslizó en forma de pregunta muda en su cabeza. Aquella mujer de dentro de la celda, ¿Había reaccionado creando ese fuego cuando lo había visto a él?
Off rol: Intentará usar su agilidad para reaccionar y trata de tirar al suelo a Gerrit para alejarlos de la ventana.
La cena estaba perdida, pero ahora le restaba encontrar algún lugar en el que pasar la noche a salvo. Era increíble lo rápido que se iba el dinero. Quizá debería de pensar en encontrar algún trabajo sencillo que le permitiera financiarse. Iba a dar un paso para salir de aquel callejón cuando, una figura que podía tapar la luz de la luna si se lo proponía, le habló a unos metros delante de ella. Ladeó el rostro, reconociendo en aquel cabello y aquello ojos al armario con el que había tropezado hacía unos minutos cuando estaba en plena persecución. Le había enfadado, había sido evidente por su contestación y por el gesto con la mano del que la humana se había escabullido con presteza. No la miró mientras le dirigía aquellas palabras. Las cuales por supuesto, Iori no tomó en serio de ninguna manera. - Lo de antes, de verdad que lo siento, no pude esquivarte a tiempo...- intentó justificar sintiendo que debía de pedir disculpas de nuevo.
Cuando se agachó para escrudiñar a través de unos barrotes en la pared del edificio, la humana caminó detrás de él para marcharse de allí. Sin estar a la carrera, pudiendo mirarlo con calma en aquella distancia, sentía que había algo en él que resultaba ligeramente intimidante. ¿La expresión dura de su cara? ¿Las armas que llevaba con él? ¿Las fibras de músculo que cubrían una estructura ósea potente? Aunque todos estos atributos lo convertían en un hombre notable, alguien que impresionaba al primer vistazo, Iori sabía que había otra cosa más allá de su increíble físico. Se detuvo justo detrás de él cuando volvió a escuchar su voz dura hablarle. Frunció el ceño y miró, dando un par de pasos vacilantes hacia la ventana por la que él estaba mirando. Permaneció de pie, a sus espaldas mientras se inclinaba lo suficiente como para ojear lo que podía desde esa distancia.
Apenas percibió con claridad la figura de una persona. ¿Era la mujer de la plaza? - No. No se trataba de mí. Yo simplemente estaba allí. Esa mujer no me estaba buscando cuando se subió a la mesa. Cuando hizo... "eso" con las manos ella estaba mirando a alguien que tenía justo delante - Hablaba con seguridad cuando se opuso parcialmente a lo que él había dicho. - Puede que hubiera salido herida con ese fuego, pero es evidente que ella ni me había prestado atención.- Podría haber muerto, como él había dicho. Quién sabía. Iori desconocía lo que era la magia de aquel tipo, excepto por las historias que tenía escuchado. Realidades de las que nunca había sido testigo y que solo alcanzaba a imaginar ahora en forma de chisporroteo y chispas. La vida de las personas podía terminar de muchas maneras, y para ella la intencionalidad o la falta de ella cambiaba la forma de ver las cosas.
Cuando la sombra que era la mujer dentro de la celda se movió no pudo evitar sentir una punzada de lástima por ella. Estaba maltrecha, sentada sobre sus rodillas, cuando de las palmas de sus manos se materializaron dos bolas de fuego. Aquello era la concreción de las chispas que Iori había visto en la mesa de la plaza. Abrió los ojos de forma desmesurada, viendo de frente ahora el peligro que suponía aquella bruja. El corazón tronó con fuerza, golpeando la sangre haciendo que barriese con todo dentro de su cuerpo. Escuchó el ahora ya familiar pitido detrás de sus oídos, cuando una mezcla entre miedo y ansiedad se desencadenaban en ella en situaciones de peligro. Y aquel lo era muy real. Para ella y para él. O eso pensaba.
Los procesos mentales se atropellaron en la humana de manera que fue su médula espinal la encargada de tomar la primera decisión, y la más urgente. Salir del radio de acción de aquel peligro inminente. Pero claro que no lo haría sola. El enorme cuerpo agachado del rubio la guarecía parcialmente, sería él quien se comería prácticamente la totalidad del impacto. Pero Iori había sido criada en un grupo. Y su forma de pensar natural incluía al grupo. Para bien o para mal. - ¡Cuidado! -
Sin usar más de dos segundos entre ver el fuego y ejecutar la orden, la humana se abalanzó sobre el cuerpo del hombre para intentar tirarlo al suelo aprovechando su posición agachada. Quería arrastrarlo con ella al pavimento del callejón, lejos de la abertura de la ventana que lo convertía en un blanco fácil. Fue en ese instante, al chocar contra él con fuerza para intentar derribarlo, cuando en su mente se definió un segundo pensamiento. Una sospecha, que se deslizó en forma de pregunta muda en su cabeza. Aquella mujer de dentro de la celda, ¿Había reaccionado creando ese fuego cuando lo había visto a él?
Off rol: Intentará usar su agilidad para reaccionar y trata de tirar al suelo a Gerrit para alejarlos de la ventana.
Iori Li
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Re: Veneno para el alma. [Privado] CERRADO
—Habrías salido herida — repetí con desdén —. No habrías hecho nada, pero la bruja te habría quemado esa larga melena tuya. ¿Sabes lo que tarda en crecer el pelo quemado? Pregúntale a ella — señalé la ventana del calabozo —, seguro que lo sabrá.
Hablaba con el tono de voz de un maestro experimentado, del viajero que ha recorrido toda Aerandir y del guerrero que se ha enfrentado a innumerables peligros. Estaba dando una lección una la chica salvaje: el bienestar de uno mismo por encima del bienestar del prójimo. Observaba a la chica de la calle con ojos perspicaces. Creía conocerla: era un diamante en bruto. Me demostró que era lo suficientemente inteligente como para reconocer que Keira no quería hacerla ningún daño y lo bastante estúpida como para quedarse a su lado pese a saber que el fuego podría herirla. Lo bastante estúpida como para permitir que otro mendigo le robase el trozo de carne que tanto le había costado conseguir (imaginé que robar).
Le faltaba coraje, el valor de golpear primero antes de salir perjudicada. Era la imagen personificada de la inocencia y de la bondad, dos atributos que la habrían llevado a vestir como vestía y oler como olía. Era bonita. Me gustaban sus ojos azules, del color de la electricidad estática. La suciedad de su cara me impedía determinar cuántos años tendrían, supuse que superaba por poco la veintena. Podría hacer que la chica se viera de una manera muy diferente, una manera me gustase más. Sus manos no volverían a unirse para pedir disculpas y su nuevo vestuario resaltarían sus piernas y pechos. Haría sentir una mujer, en lugar de un animal.
Distraído, imaginando lo bien que le quedaría vestido ajustado con un generoso escote a la chica salvaje, no vi las dos esferas de fuego que se formaban en las manos de Keira Bravery. La primera esfera impactó en la pared del calabozo y la segunda atravesó los barrotes de la ventana, iba dirigida hacia mí. La chica salvaje saltó con la agilidad de un felino y me empujó hacia un lateral. Los dos caímos al suelo, ella encima de mí. Estábamos tan cerca que desde lejos parecía que fuéramos a besarnos. Desde esta distancia distinguí otros rasgos de la chica: los labios rojos sin necesidad de utilizar maquillaje y los surcos naturales que dibujaban sus expresiones faciales. Repetí mentalmente: era bonita, un diamante en bruto.
Agarré la cintura de la chica con las dos manos y la hice rodar hacia un lado, esta vez quedando yo por encima. Silencio. Le hice saber chasqueando la lengua. No hagas ningún ruido.
Escuchamos la puerta del metal del calabozo abrirse y pesados pasos entrar al interior de la celda. Era la pareja de guardias, fueron a ver qué había sido las dos explosiones que oyeron desde la puerta. Ambos estarían armados, preparados para actuar (matar), en caso de que Keira Bravery supusiera una amenaza.
Escuchamos las voces de los soldados, pero no entendimos que decían. Uno de ellos se asomó por la ventana, antes habría estado examinando la muesca que produjo el hechizo de Keira sobre la pared del calabozo. Tapé la boca de la chica salvaje con una mano, a la vez que la mantuve en la misma posición, lejos del campo de visión del guardia.
—Aquí no hay nadie — pudimos escuchar a la voz del soldado en perfecta claridad. Su compañero contestó con algo más, pero a él no le entendimos —. De acuerdo, iré a ver — añadió el primero.
—Quédate aquí — le dije a la chica muy despacio a media que me iba poniendo en pie.
Keira Bravery y yo siempre tuvimos una conexión especial. En nuestros mejores tiempos, logramos sincronizar nuestros hechizos. En la cama saltaban chispas de electricidad y de fuego. En el combate, nuestros enemigos morían electrocutados y quemados al mismo tiempo. Separados y enemistados, nuestra conexión volvía a brillar. Ella comenzó conjurar entre susurros un nuevo hechizo de fuego al mismo tiempo que yo embutía mi martillo de magia elemental. Los ataques surgieron a la vez. El guardia de la ventana salió del edificio y dio la vuelta hasta mi posición, encontrándose directamente con la cabeza de Suuri. El golpe hizo pedazos el cráneo del soldado. De haberle dejado oportunidad, nos habría encerrado, a mí y a la chica salvaje, por espiar los calabozos. Justo en el mismo tiempo, el segundo guardia notaba que las manos de la bruja comenzaban a calentarse. No tuvo ocasión de defenderse. Las llamas rodearon su cuerpo humano y la oscuridad de la celda desapareció por completo.
—Tenemos que irnos — cogí la mano de la chica salvaje y la arrastré por los callejones, huyendo de la escena —. Vendrán más guardias y no querrás estar ahí cuando lleguen. Eres tan tonta que te dejarías atrapar. Confesarías que tu mataste a los dos guardias solo para que te dejen en paz y por tonta serías ejecutada al día siguiente.
Desde lo lejos escuchábamos las voces de los presos escapar del calabozo. Dos faros de luz, dos esferas de fuego, seguían nuestros pasos.
—¿La ves? Esa es tu amiguita, la bruja.
Hablaba con el tono de voz de un maestro experimentado, del viajero que ha recorrido toda Aerandir y del guerrero que se ha enfrentado a innumerables peligros. Estaba dando una lección una la chica salvaje: el bienestar de uno mismo por encima del bienestar del prójimo. Observaba a la chica de la calle con ojos perspicaces. Creía conocerla: era un diamante en bruto. Me demostró que era lo suficientemente inteligente como para reconocer que Keira no quería hacerla ningún daño y lo bastante estúpida como para quedarse a su lado pese a saber que el fuego podría herirla. Lo bastante estúpida como para permitir que otro mendigo le robase el trozo de carne que tanto le había costado conseguir (imaginé que robar).
Le faltaba coraje, el valor de golpear primero antes de salir perjudicada. Era la imagen personificada de la inocencia y de la bondad, dos atributos que la habrían llevado a vestir como vestía y oler como olía. Era bonita. Me gustaban sus ojos azules, del color de la electricidad estática. La suciedad de su cara me impedía determinar cuántos años tendrían, supuse que superaba por poco la veintena. Podría hacer que la chica se viera de una manera muy diferente, una manera me gustase más. Sus manos no volverían a unirse para pedir disculpas y su nuevo vestuario resaltarían sus piernas y pechos. Haría sentir una mujer, en lugar de un animal.
Distraído, imaginando lo bien que le quedaría vestido ajustado con un generoso escote a la chica salvaje, no vi las dos esferas de fuego que se formaban en las manos de Keira Bravery. La primera esfera impactó en la pared del calabozo y la segunda atravesó los barrotes de la ventana, iba dirigida hacia mí. La chica salvaje saltó con la agilidad de un felino y me empujó hacia un lateral. Los dos caímos al suelo, ella encima de mí. Estábamos tan cerca que desde lejos parecía que fuéramos a besarnos. Desde esta distancia distinguí otros rasgos de la chica: los labios rojos sin necesidad de utilizar maquillaje y los surcos naturales que dibujaban sus expresiones faciales. Repetí mentalmente: era bonita, un diamante en bruto.
Agarré la cintura de la chica con las dos manos y la hice rodar hacia un lado, esta vez quedando yo por encima. Silencio. Le hice saber chasqueando la lengua. No hagas ningún ruido.
Escuchamos la puerta del metal del calabozo abrirse y pesados pasos entrar al interior de la celda. Era la pareja de guardias, fueron a ver qué había sido las dos explosiones que oyeron desde la puerta. Ambos estarían armados, preparados para actuar (matar), en caso de que Keira Bravery supusiera una amenaza.
Escuchamos las voces de los soldados, pero no entendimos que decían. Uno de ellos se asomó por la ventana, antes habría estado examinando la muesca que produjo el hechizo de Keira sobre la pared del calabozo. Tapé la boca de la chica salvaje con una mano, a la vez que la mantuve en la misma posición, lejos del campo de visión del guardia.
—Aquí no hay nadie — pudimos escuchar a la voz del soldado en perfecta claridad. Su compañero contestó con algo más, pero a él no le entendimos —. De acuerdo, iré a ver — añadió el primero.
—Quédate aquí — le dije a la chica muy despacio a media que me iba poniendo en pie.
Keira Bravery y yo siempre tuvimos una conexión especial. En nuestros mejores tiempos, logramos sincronizar nuestros hechizos. En la cama saltaban chispas de electricidad y de fuego. En el combate, nuestros enemigos morían electrocutados y quemados al mismo tiempo. Separados y enemistados, nuestra conexión volvía a brillar. Ella comenzó conjurar entre susurros un nuevo hechizo de fuego al mismo tiempo que yo embutía mi martillo de magia elemental. Los ataques surgieron a la vez. El guardia de la ventana salió del edificio y dio la vuelta hasta mi posición, encontrándose directamente con la cabeza de Suuri. El golpe hizo pedazos el cráneo del soldado. De haberle dejado oportunidad, nos habría encerrado, a mí y a la chica salvaje, por espiar los calabozos. Justo en el mismo tiempo, el segundo guardia notaba que las manos de la bruja comenzaban a calentarse. No tuvo ocasión de defenderse. Las llamas rodearon su cuerpo humano y la oscuridad de la celda desapareció por completo.
—Tenemos que irnos — cogí la mano de la chica salvaje y la arrastré por los callejones, huyendo de la escena —. Vendrán más guardias y no querrás estar ahí cuando lleguen. Eres tan tonta que te dejarías atrapar. Confesarías que tu mataste a los dos guardias solo para que te dejen en paz y por tonta serías ejecutada al día siguiente.
Desde lo lejos escuchábamos las voces de los presos escapar del calabozo. Dos faros de luz, dos esferas de fuego, seguían nuestros pasos.
—¿La ves? Esa es tu amiguita, la bruja.
Gerrit Nephgerd
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Re: Veneno para el alma. [Privado] CERRADO
En su mente estaba preparada para empotrarse contra un muro, a juzgar por el aspecto de aquel hombre. En la práctica, la posición agachada había jugado a su favor. El centro de gravedad del rubio estaba por debajo de donde ella chocó. Darle a la altura de los hombros, tomándolo ligeramente por sorpresa posibilitó que ambos se precipitasen hacia un lado del callejón. Apenas tuvo tiempo de asombrarse por la suerte que tuvo al poder derribarlo. Sentía el cuerpo masculino bajo ella en aquel instante, pero cualquier percepción quedó opacada cuando notó el abrumador calor de la bola de fuego que pasó rozando su espalda. Los ojos de la humana estaban muy abiertos, aparentemente congelada en su reacción, con la vista clavada en la mirada azul del hombre. Su mente en cambio estaba intentando procesar en unos segundos toda la información que sus sentidos estaban captando. ¿Podía tratarse de él? ¿Era a él a quien la bruja buscaba?
Las enormes manos la apartaron con una facilidad insultante agarrándola por la cintura. Posiciones invertidas, y una señal para mantener el silencio que era del todo innecesaria. Iori estaba prácticamente en apnea aguantando el aliento. No podría hablar en aquel momento aunque quisiera. Las voces de los guardias se escucharon con eco en el callejón, y de nuevo pensando que era necesario, el rubio cubrió con su mano la boca de la humana. Y parte de su cara, y parcialmente su cuello. Su tamaño no era en absoluto normal. El corazón de la humana latía con golpes secos y fuertes, arrastrando con dificultad su sangre en el cuerpo. Se mantuvo paralizada, realizando su mejor esfuerzo para convertirse en una estatua bajo él.
Se incorporó con gesto felino, y por tercera vez le volvió a indicar que se mantuviese quieta sin hacer notar su presencia. Muy tonta la tenía que ver desde sus ojos para haber tenido que repetirle en tantas ocasiones algo que ya estaba haciendo a las mil maravillas sin necesidad de que se lo hubieran indicado. A todos los efectos, Iori se había mimetizado en aquel instante con un ciervo ante el peligro. La cuestión ahora era, ¿Cuál era el peligro real? ¿La mujer de la celda o el rubio tamaño caballo percherón? Caminó con paso decidido y Iori apenas tuvo tiempo de seguir su figura con la mirada. En direcciones opuestas se produjeron dos acontecimientos que pasaron a engrosar la lista de muertes de las que la humana era testigo.
No pudo evitar abrir la boca cuando de un solo golpe ¿eléctrico? el hombre reventaba la cabeza del guardia que acababa de aparecer en el callejón. No tuvo tiempo de parpadear cuando notó que saliendo de la ventana de la celda, una llamarada enorme calentaba el callejón a sus pies. Encogió las rodillas contra su pecho sentándose en el suelo, y percibió en el aire el olor a carne quemada. Sin poder evitarlo, sintió que la combinación de ambas imágenes producían un latigazo incómodo en el estómago. Poca cena había sido capaz de comer pero la suficiente como para vomitar si no lo contenía. En otro instante sería capaz de pensar en los horrores que acababa de ver. Pero en aquel preciso momento, el mal recuerdo del fuego que la había quemado en el festival de Beltane lo pospuso para luego. El miedo espoleó la determinación de la humana que no dudó en salir corriendo de su mano huyendo de aquella mujer.
Tenía la boca seca y el corazón latiendo a trompicones en el pecho. Por eso tardó un poco en responder. Salieron del callejón y se fundieron con el gentío. Las personas que había en la vía principal mostraban su confusión por los evidentes ruidos que estaban escuchando pero sin comprender aun qué los había provocado. - Esa mujer te conoce - apuntó como primer comentario inteligente de la noche. Bien Iori. El análisis que aquel desconocido había realizado tan alegremente sobre ella y su poca capacidad de sobrevivir iban a ser ciertos después de todo. Odiaba las ciudades. - No sé porqué te busca pero no quiero saber nada del fuego. Será mejor que nos separemos - Y como para reforzar su afirmación, los dedos de la humana sostuvieron con más fuerza la manaza de aquel hombre tomando ella ahora la delantera.
Conocía aquella zona de la ciudad. Era en la que había estado la primera vez que visitó Baslodia. Se estaban internando hacia la zona más humilde, pegada a una sección lateral de los muros de la gran ciudad. - Me llamo Iori - se presentó ante una persona de la que evidentemente no quería saber nada más. Buena forma de cortar lazos. Avanzar esquivando a las personas en la calle comenzó a ser más fácil conforme se reducía el número de gente transitando aquella dirección. Cuando fueron capaces de caminar hombro con hombro la humana lo soltó y se colocó bien la alforja sobre el hombro, asegurándose de que el palo todavía estaba con ella. - Eso es magia - ¿No? pensó en su mente aunque no le transmitió a él la pregunta. - Nunca había visto nada parecido - Y en el caso de Iori, era evidente que la ignorancia daba la felicidad. Demasiado limitada como para comprender el peligro real en el que estaba envuelta.
Se detuvo en una pequeña glorieta ciega mal iluminada. Aquella zona era conocida como la Plaza del Hierro; todas las construcciones que había allí eran negocios dedicados a la herrería. Con la luna ya alta en la noche, no había ni un solo comercio abierto por lo que aquel lugar era igual de animado que el cementerio de la capital. Se encaró a él mirándolo sin entender... y acortó la distancia que la separaba del pozo de la zona. Tomó agua con presteza y se limpió la cara más allá de lo que era necesario. Arrastrar el sudor, la suciedad del camino... la sensación de sofoco, el calor de su cuerpo, el miedo al fuego... con la cara empapada y las ropas ligeramente humedecidas se remangó los antebrazos y los sumergió en el caldero, haciendo su mejor esfuerzo para borrar de su mente la hoguera de Beltane.
- Evidentemente no necesitas nada de una persona como yo. - Tiró el agua al suelo con decisión y tomó otro cubo limpio, que dejó preparado en el borde de piedra para él. - Yo tampoco necesito nada de ti con lo cual, ha sido... una experiencia...- Hablaba sin pensar mucho, esforzándose en contener las puertas de su cordura. Sabía que en el instante preciso en el que se abriesen, a la humana le llevaría un rato poder caminar con seguridad sobre sus dos piernas. Unos meses de viajes por Verisar no conseguirían cambiar en ella esa naturaleza básica de colaboración que tenía tan bien asumida. Apoyó ambas manos en la cintura y permaneció delante de él tratando de mantenerse calmada.
- Cuando giramos a la altura del templo esa mujer estaba detrás de nuestros pasos. No sé si consiguieron interceptarla pero deberías de tenerlo en cuenta para planear el resto de la noche - Los gritos lejanos de la gente en la calle le habían dejado claro a Iori que la bruja no había pasado desapercibida al principio. Pero no tenía forma de saber si podía haberlos seguido hasta allí. Lo miró un instante más a los ojos, dispuesta al segundo siguiente de salir por la única calle de entrada, la misma por la que había llegado ellos.
Las enormes manos la apartaron con una facilidad insultante agarrándola por la cintura. Posiciones invertidas, y una señal para mantener el silencio que era del todo innecesaria. Iori estaba prácticamente en apnea aguantando el aliento. No podría hablar en aquel momento aunque quisiera. Las voces de los guardias se escucharon con eco en el callejón, y de nuevo pensando que era necesario, el rubio cubrió con su mano la boca de la humana. Y parte de su cara, y parcialmente su cuello. Su tamaño no era en absoluto normal. El corazón de la humana latía con golpes secos y fuertes, arrastrando con dificultad su sangre en el cuerpo. Se mantuvo paralizada, realizando su mejor esfuerzo para convertirse en una estatua bajo él.
Se incorporó con gesto felino, y por tercera vez le volvió a indicar que se mantuviese quieta sin hacer notar su presencia. Muy tonta la tenía que ver desde sus ojos para haber tenido que repetirle en tantas ocasiones algo que ya estaba haciendo a las mil maravillas sin necesidad de que se lo hubieran indicado. A todos los efectos, Iori se había mimetizado en aquel instante con un ciervo ante el peligro. La cuestión ahora era, ¿Cuál era el peligro real? ¿La mujer de la celda o el rubio tamaño caballo percherón? Caminó con paso decidido y Iori apenas tuvo tiempo de seguir su figura con la mirada. En direcciones opuestas se produjeron dos acontecimientos que pasaron a engrosar la lista de muertes de las que la humana era testigo.
No pudo evitar abrir la boca cuando de un solo golpe ¿eléctrico? el hombre reventaba la cabeza del guardia que acababa de aparecer en el callejón. No tuvo tiempo de parpadear cuando notó que saliendo de la ventana de la celda, una llamarada enorme calentaba el callejón a sus pies. Encogió las rodillas contra su pecho sentándose en el suelo, y percibió en el aire el olor a carne quemada. Sin poder evitarlo, sintió que la combinación de ambas imágenes producían un latigazo incómodo en el estómago. Poca cena había sido capaz de comer pero la suficiente como para vomitar si no lo contenía. En otro instante sería capaz de pensar en los horrores que acababa de ver. Pero en aquel preciso momento, el mal recuerdo del fuego que la había quemado en el festival de Beltane lo pospuso para luego. El miedo espoleó la determinación de la humana que no dudó en salir corriendo de su mano huyendo de aquella mujer.
Tenía la boca seca y el corazón latiendo a trompicones en el pecho. Por eso tardó un poco en responder. Salieron del callejón y se fundieron con el gentío. Las personas que había en la vía principal mostraban su confusión por los evidentes ruidos que estaban escuchando pero sin comprender aun qué los había provocado. - Esa mujer te conoce - apuntó como primer comentario inteligente de la noche. Bien Iori. El análisis que aquel desconocido había realizado tan alegremente sobre ella y su poca capacidad de sobrevivir iban a ser ciertos después de todo. Odiaba las ciudades. - No sé porqué te busca pero no quiero saber nada del fuego. Será mejor que nos separemos - Y como para reforzar su afirmación, los dedos de la humana sostuvieron con más fuerza la manaza de aquel hombre tomando ella ahora la delantera.
Conocía aquella zona de la ciudad. Era en la que había estado la primera vez que visitó Baslodia. Se estaban internando hacia la zona más humilde, pegada a una sección lateral de los muros de la gran ciudad. - Me llamo Iori - se presentó ante una persona de la que evidentemente no quería saber nada más. Buena forma de cortar lazos. Avanzar esquivando a las personas en la calle comenzó a ser más fácil conforme se reducía el número de gente transitando aquella dirección. Cuando fueron capaces de caminar hombro con hombro la humana lo soltó y se colocó bien la alforja sobre el hombro, asegurándose de que el palo todavía estaba con ella. - Eso es magia - ¿No? pensó en su mente aunque no le transmitió a él la pregunta. - Nunca había visto nada parecido - Y en el caso de Iori, era evidente que la ignorancia daba la felicidad. Demasiado limitada como para comprender el peligro real en el que estaba envuelta.
Se detuvo en una pequeña glorieta ciega mal iluminada. Aquella zona era conocida como la Plaza del Hierro; todas las construcciones que había allí eran negocios dedicados a la herrería. Con la luna ya alta en la noche, no había ni un solo comercio abierto por lo que aquel lugar era igual de animado que el cementerio de la capital. Se encaró a él mirándolo sin entender... y acortó la distancia que la separaba del pozo de la zona. Tomó agua con presteza y se limpió la cara más allá de lo que era necesario. Arrastrar el sudor, la suciedad del camino... la sensación de sofoco, el calor de su cuerpo, el miedo al fuego... con la cara empapada y las ropas ligeramente humedecidas se remangó los antebrazos y los sumergió en el caldero, haciendo su mejor esfuerzo para borrar de su mente la hoguera de Beltane.
- Evidentemente no necesitas nada de una persona como yo. - Tiró el agua al suelo con decisión y tomó otro cubo limpio, que dejó preparado en el borde de piedra para él. - Yo tampoco necesito nada de ti con lo cual, ha sido... una experiencia...- Hablaba sin pensar mucho, esforzándose en contener las puertas de su cordura. Sabía que en el instante preciso en el que se abriesen, a la humana le llevaría un rato poder caminar con seguridad sobre sus dos piernas. Unos meses de viajes por Verisar no conseguirían cambiar en ella esa naturaleza básica de colaboración que tenía tan bien asumida. Apoyó ambas manos en la cintura y permaneció delante de él tratando de mantenerse calmada.
- Cuando giramos a la altura del templo esa mujer estaba detrás de nuestros pasos. No sé si consiguieron interceptarla pero deberías de tenerlo en cuenta para planear el resto de la noche - Los gritos lejanos de la gente en la calle le habían dejado claro a Iori que la bruja no había pasado desapercibida al principio. Pero no tenía forma de saber si podía haberlos seguido hasta allí. Lo miró un instante más a los ojos, dispuesta al segundo siguiente de salir por la única calle de entrada, la misma por la que había llegado ellos.
- Plaza del Hierro:
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Iori Li
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Re: Veneno para el alma. [Privado] CERRADO
La ingenuidad de la chica salvaje llegó a su límite más alto. Hablaba sobre sus deducciones como si se estuviera enfrentando contra su reflejo en el espejo, su parte opuesta con pensamientos completamente contrarios. En un momento levantó el dedo índice señalando su brillante idea: reconoció que Keira Bravery me conocía y que era a mí a quien perseguía, quería verme muerto, calcinado. Una persona sensata, la chica que compartió la brillante idea en voz alta, habría hecho uso de sus rápidos pies. Se habría largado, bien lejos de mí y, por tanto, del fuego de Keira Bravery. La chica salvaje hizo completamente lo opuesto a lo debido. Incluso pareció que su voz hubiera cambiado, dejando el paso al reflejo del espejo. La chica dijo su nombre: Iori. Giré la cabeza hacia ella, incrédulo. Me costaba creer que la chica era tan ingenua para decir su nombre, seguramente su verdadero nombre, a la persona que había visto cómo mataba a un miembro de La Guardia de Verisar.
Necesita a alguien que la enseñe como es el mundo. Me dije para mí mismo en una mezcla de compasión y pena.
—Neph — las diferencias de ambas presentaciones se encontraban en los pequeños detalles. Yo no la traté cómo una estúpida, ni le dije mi verdadero nombre, sino la abreviación de mi apellido.
Iori volvió hacer acto de su característica inocencia. Reconoció no saber nada sobre magia, lo mejor y lo peor que se le puede decir a un brujo. Ahora sabía que cualquier hechizo, por pequeño que fuera, la sorprendería. La sorprendí con un simple encantamiento en el arma, un conjuro cuya utilidad se limitaba a potenciar el golpe del martillo. Habría matado al guardia de la misma forma sin hacer uso de la magia. Sin embargo, Iori quedó fascinada. Parecía un niño pequeño frente al más grande de los piratas de Aerandir. ¿Es eso una espada? La pregunta del niño, igual de la Iori, escondía muchas otras: ¿A cuántas personas has matado con esa espada? ¿Me matarás a mí también? Hice acopió de negar con la cabeza, pero acabé ladeándola. Solo si no te portas bien. Me dije mentalmente imitando la voz del pirata.
El tiempo era hora. Seguí corriendo ignorando los temas de conversaciones que quiso abrir Iori. No le hablé de Keira ni de la magia, por mucho que ella insistiese. A esas alturas, los otros miembros de La Guardia habrían descubierto a sus compañeros caídos. Las quemaduras en ambos cuerpos apuntarían a la bruja fugada. Nuestra relación con los cadáveres dependía de cuán lejos estuviéramos de ellos.
—Calla y corre — hice acopió de levantar la mano y abofetear a Iori, pero la bajé antes de que ella pudiera darse cuenta. Si hubiera pedido que le recitase un conjuro por puro entretenimiento, como si fuera un espectáculo de feria, no habría tenido la misma suerte.
Llegamos a La Plaza del Hierro, llamada así por el número de herreros y comercios relacionados con los metales que ahí se encontraban. El bullicio del mercado no había llegado todavía a este lugar, los comercios más beneficiados en los mercados eran los de pieles y especies. Contadas eran las personas que salían y entraban de los comercios. La Guardia y Keira Bravery tampoco habían llegado. El sitio estaba tranquilo, manso. La bruja de fuego que los guardias habían atrapado era solo un rumor en los transeúntes.
Mientras Iori se limpiaba la cara en el pozo de la plaza, tomé mi tiempo para examinar el lugar. La plaza conectaba con cuatro calles, contando por la que habíamos llegado. Keira vendría por ésta. Eso nos daba una oportunidad de perderla de vista. Con tomar cualquiera de las otras tres calles, Keira se quedaría quieta por un largo momento intento averiguar cuál habríamos tomado. Pensé en alguna manera de confundir, obrar una pista falsa que le condujese por un camino erróneo. Pensé también en los pocos comerciantes del lugar, el pequeño segmento del mercado que se había traslado a La Plaza de Hierro. ¿Qué clase de clientes acudirían a los comercios de los herreros? Guerreros del tipo que buscan reparar o mejorar sus armaduras y armaduras. En cuanto Keira pisase este lugar, semidesnuda y con una esfera de fuego en cada mano, estaría muerta.
Me di la vuelta hacia Iori con aire cansado. Ella dijo una nueva obviedad, otra de sus ideas brillantes. ¿Qué se creía que estaba haciendo mientras ella se limpiaba la cara?
—Lo tengo en cuenta — dije secamente y, acto seguido, comencé a caminar lentamente hacia el templo, procurando que la chica pudiera escucharme —. Voy a enseñarte un nuevo hechizo mágico. ¿Quieres verlo? Ven, ven conmigo.
Continué caminando sin comprobar que la chica me seguía. Sabía que lo haría. La curiosidad mató al gato. El reflejo opuesto de Iori la obligaría a seguirme como un animal entrenado. Pondría atención a cada uno de mis movimientos y a cada una de las palabras que pronunciase. La magia la sorprendía tanto como haberse dado cuenta que era capaz de decir su nombre a un peligroso brujo.
Ven, ven conmigo. La orden era para Iori y para Keira.
Nada más introducirme en la calle del templo, vi dos esferas de luz aproximándose hacia nuestra dirección.
—Presta mucha atención porque solo lo haré una vez— dije con voz de maestro.
Levanté el martillo y lo dejé caer en el suelo tomando el impulso de la altura. Una onda circular de electricidad nació del impacto y se dirigió hacia el lugar donde estaban las esferas de fuego y la mujer que las sostenía. Oímos un ruido, el ruido de un cuerpo pesado cayendo al suelo. La luz se extinguió.
—Vamos a ver qué le ha pasado, ¿te parece? — ladeé la cabeza como si estuviera analizando lo que acababa de ocurrir desde otra perspectiva —. ¿O prefieres quedarte aquí y contestar a las preguntas de los humanos? No tardarán en salir de sus casas atraídos por el fuerte sonido. Quizás prefieras quedarte y responder a todas las preguntas que tengan para ti — enderecé de nuevo la cabeza y contesté por Iori —. No, eso es muy aburrido. Es más divertido ver los efectos de un hechizo mágico.
Offrol: Habilidad Nivel 1 Tronido (activable) El brujo levanta una onda eléctrica de dos metros de radio que daña y repele a los enemigos cercanos.
Enfriamiento: 4 turnos
Necesita a alguien que la enseñe como es el mundo. Me dije para mí mismo en una mezcla de compasión y pena.
—Neph — las diferencias de ambas presentaciones se encontraban en los pequeños detalles. Yo no la traté cómo una estúpida, ni le dije mi verdadero nombre, sino la abreviación de mi apellido.
Iori volvió hacer acto de su característica inocencia. Reconoció no saber nada sobre magia, lo mejor y lo peor que se le puede decir a un brujo. Ahora sabía que cualquier hechizo, por pequeño que fuera, la sorprendería. La sorprendí con un simple encantamiento en el arma, un conjuro cuya utilidad se limitaba a potenciar el golpe del martillo. Habría matado al guardia de la misma forma sin hacer uso de la magia. Sin embargo, Iori quedó fascinada. Parecía un niño pequeño frente al más grande de los piratas de Aerandir. ¿Es eso una espada? La pregunta del niño, igual de la Iori, escondía muchas otras: ¿A cuántas personas has matado con esa espada? ¿Me matarás a mí también? Hice acopió de negar con la cabeza, pero acabé ladeándola. Solo si no te portas bien. Me dije mentalmente imitando la voz del pirata.
El tiempo era hora. Seguí corriendo ignorando los temas de conversaciones que quiso abrir Iori. No le hablé de Keira ni de la magia, por mucho que ella insistiese. A esas alturas, los otros miembros de La Guardia habrían descubierto a sus compañeros caídos. Las quemaduras en ambos cuerpos apuntarían a la bruja fugada. Nuestra relación con los cadáveres dependía de cuán lejos estuviéramos de ellos.
—Calla y corre — hice acopió de levantar la mano y abofetear a Iori, pero la bajé antes de que ella pudiera darse cuenta. Si hubiera pedido que le recitase un conjuro por puro entretenimiento, como si fuera un espectáculo de feria, no habría tenido la misma suerte.
Llegamos a La Plaza del Hierro, llamada así por el número de herreros y comercios relacionados con los metales que ahí se encontraban. El bullicio del mercado no había llegado todavía a este lugar, los comercios más beneficiados en los mercados eran los de pieles y especies. Contadas eran las personas que salían y entraban de los comercios. La Guardia y Keira Bravery tampoco habían llegado. El sitio estaba tranquilo, manso. La bruja de fuego que los guardias habían atrapado era solo un rumor en los transeúntes.
Mientras Iori se limpiaba la cara en el pozo de la plaza, tomé mi tiempo para examinar el lugar. La plaza conectaba con cuatro calles, contando por la que habíamos llegado. Keira vendría por ésta. Eso nos daba una oportunidad de perderla de vista. Con tomar cualquiera de las otras tres calles, Keira se quedaría quieta por un largo momento intento averiguar cuál habríamos tomado. Pensé en alguna manera de confundir, obrar una pista falsa que le condujese por un camino erróneo. Pensé también en los pocos comerciantes del lugar, el pequeño segmento del mercado que se había traslado a La Plaza de Hierro. ¿Qué clase de clientes acudirían a los comercios de los herreros? Guerreros del tipo que buscan reparar o mejorar sus armaduras y armaduras. En cuanto Keira pisase este lugar, semidesnuda y con una esfera de fuego en cada mano, estaría muerta.
Me di la vuelta hacia Iori con aire cansado. Ella dijo una nueva obviedad, otra de sus ideas brillantes. ¿Qué se creía que estaba haciendo mientras ella se limpiaba la cara?
—Lo tengo en cuenta — dije secamente y, acto seguido, comencé a caminar lentamente hacia el templo, procurando que la chica pudiera escucharme —. Voy a enseñarte un nuevo hechizo mágico. ¿Quieres verlo? Ven, ven conmigo.
Continué caminando sin comprobar que la chica me seguía. Sabía que lo haría. La curiosidad mató al gato. El reflejo opuesto de Iori la obligaría a seguirme como un animal entrenado. Pondría atención a cada uno de mis movimientos y a cada una de las palabras que pronunciase. La magia la sorprendía tanto como haberse dado cuenta que era capaz de decir su nombre a un peligroso brujo.
Ven, ven conmigo. La orden era para Iori y para Keira.
Nada más introducirme en la calle del templo, vi dos esferas de luz aproximándose hacia nuestra dirección.
—Presta mucha atención porque solo lo haré una vez— dije con voz de maestro.
Levanté el martillo y lo dejé caer en el suelo tomando el impulso de la altura. Una onda circular de electricidad nació del impacto y se dirigió hacia el lugar donde estaban las esferas de fuego y la mujer que las sostenía. Oímos un ruido, el ruido de un cuerpo pesado cayendo al suelo. La luz se extinguió.
—Vamos a ver qué le ha pasado, ¿te parece? — ladeé la cabeza como si estuviera analizando lo que acababa de ocurrir desde otra perspectiva —. ¿O prefieres quedarte aquí y contestar a las preguntas de los humanos? No tardarán en salir de sus casas atraídos por el fuerte sonido. Quizás prefieras quedarte y responder a todas las preguntas que tengan para ti — enderecé de nuevo la cabeza y contesté por Iori —. No, eso es muy aburrido. Es más divertido ver los efectos de un hechizo mágico.
Offrol: Habilidad Nivel 1 Tronido (activable) El brujo levanta una onda eléctrica de dos metros de radio que daña y repele a los enemigos cercanos.
Enfriamiento: 4 turnos
Gerrit Nephgerd
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Re: Veneno para el alma. [Privado] CERRADO
Era evidente que alguien como Neph habría estado analizando la situación desde que se alejaron de la zona de los calabozos. La humana casi pudo sentir el ¿desdén? que usó para hablar con ella cuando le respondió secamente. Aquellas palabras sonaron como un chasquido en la mente apurada de Iori. Le sirvieron de alguna forma para detener la corriente de pensamientos y recordar. Quién era él y quién era ella. Sin aparentar excesivamente mayor, era un hombre curtido por la experiencia. Su físico asombroso permitía adivinar un largo camino de combates, y sus habilidades mágicas implicaban un conocimiento y un largo tiempo de estudio. A ojos de ella, era como comparar un roble grande, capaz de crear varios metros de sombra a sus pies, con un brote tierno que todavía nacía, listo para romperse ante cualquier adversidad. Y por supuesto, Iori no quería romperse esa noche con él.
Lanzó el pie para salir de allí de una vez cuando el rubio tomó la delantera. La llamó de nuevo, le hizo la oferta. Como en el callejón hacía unos minutos, cuando la invitó a mirar hacia el interior de la celda. Había algo que le impidió ignorarlo, más allá de la formación recibida en su aldea. Algo que no tenía que ver con la mala educación de rechazar una propuesta de alguien que se mostraba amable en la superficie. Observó la enorme espalda de Neph frente a ella, y sin aclarar sus pensamientos lo siguió por inercia. Gente con más experiencia que ella sabría que "hechizo" no era una palabra que debiese de causar impresión. Para mala suerte de la humana, carecía de esa experiencia. Era una hoja en blanco, en la que se comenzaban a escribir los primeros trazos del apartado dedicada a la magia por una mano experta. La de Neph. Avanzó a su sombra, unos metros por detrás, a tiempo de ver como en la penumbra de la calle se identificaba la luz en las manos de aquella mujer.
Contuvo el aliento y agudizó la vista observándola. Había algo extraño en su forma de comportarse. Casi automático. Parecía no ser muy consciente de lo que pasaba alrededor de ella y sin embargo, lo que tuviera que ver con el rubio resultaba completamente claro, a juzgar por la fijeza con la que iba detrás de él. Algo muy intenso había conectado a ambos, y una vocecita a la que apenas le estaba prestando caso decía en la cabeza de Iori que continuar allí solo significaría problemas. Una voz, que hablaba con más decisión y fuerza se imponía. Solo déjame ver un poquito más... El brillo metálico del martillo en su mano captó toda su atención, silenciando así las dudas que todavía pudiera tener sobre aquello. Agazapada cerca de la pared, escuchó el espectacular golpe que dio en el suelo sin ser capaz de imaginar como aquello podría afectar de alguna forma a la bruja.
La sorpresa fue mayúscula cuando una onda de chispas avanzó como la que produce una gota de agua en el lago, haciéndose más grande hasta llegar a los pies de aquella mujer. La mandíbula descolgada de Iori era el vivo reflejo del estupor que sentía... tratando de entender en su cabeza que aquella ráfaga eléctrica había sido real. Joder. Parpadeó, con la luz de la magia de Neph aún clavada en el fondo de sus retinas sin ser capaz de apartar los ojos del cuerpo de la bruja. Dudó un instante sobre si estaría viva o muerta, pero juzgando por los comentarios del rubio parecía estar únicamente inconsciente. Se apresuró a cerrar la boca cuando él volvió a hablar. Tenían apenas unos segundos antes de que las pequeñas ventanas y puertas de aquel tramo de calle se abriesen para observar con curiosidad. ¡Maldito Neph! Resopló con evidente molestia mirándolo por primera vez en la noche con un matiz de enfado en los ojos. - Hablas como si tuviese elección, pero desde lo del callejón sabes que realmente no la tengo. Tengo que continuar contigo quiera o no. - Caminó con paso largo pasando a su lado ignorando el hecho de que podría golpearla en aquel instante con el martillo. Su cabeza saltaría por los aires como sucedió con el guardia del callejón. O podría electrocutarla como a la bruja. Suficientes tormentas tenía visto en su vida como para saber qué sucedía cuando un rayo hacía contacto con un árbol.
Iori estaba metida ya en un buen lío, y por el momento lo único que podía hacer era intentar nadar por dónde la llevase la corriente evitando los obstáculos. Ya vería cómo se las arreglaba para salir de aquella. Apretó las manos cuando se detuvo delante de la mujer, maldiciendo lo condenadamente estúpida que era. - Conozco un lugar, es una entrada al sistema de cisternas que almacenan el agua de la lluvia en esta zona de la ciudad. Dejará que las cosas se calmen en la superficie antes de separarnos - Porque lo harían. Y esa vez la humana no se dejaría seducir por la curiosidad que tan mala consejera estaba siendo. Lo miró proyectando la rabia que sentía en forma de culpabilidad, repartida a medias entre él por tentador, y ella por inocente. Por imbécil más bien. Chasqueó la lengua y giró sobre los talones, escurriéndose por detrás del templo. Confiaba en que aquella anchura de huesos no fuese solo fachada, y que Neph pudiera usarlos para cargar con él a la bruja. Jamás pensó que se alegraría de volver a cruzar la puerta de salida de aquel lugar. En aquella ocasión, había conseguido escapar de allí por los pelos en compañía de Bruna. Ahora, era el único refugio cercano que se le ocurría a la humana para dar tiempo y que no los encontrasen juntos.
Agachó la cabeza y bajó por los menudos escalones, confiando en que Neph no tuviese problemas al cruzar por allí. El subterráneo bajaba unos cuantos metros hasta dar a una sala hueca sostenida con toscas columnas. El suelo estaba cubierto de agua unos centímetros, y en la zona central se encontraba la cisterna principal que guardaba agua. En la época de lluvias el líquido inundaba la mayor parte del espacio pero en aquel momento se encontraba contenido en la piscina central. Había un denso eco que a pesar de su sonoridad, quedaba aislado del exterior gracias al gran grosor que tenían los muros. Una oquedad en el techo cubierta con unas rejas permitía que la luz de la luna llenase de una leve claridad el espacio. Suspiró con resignación observando al brujo cuando entró tras ella. Ni cena para ella y, por lo que parecía, tampoco posibilidad de un descanso reparador aquella noche. Y solo estaba empezando... - Te aseguro que ahora lo que más me gustaría es algo de comida caliente en el estómago y una cama mullida en la que poder dormir...- le respondió mirando con reparo el cuerpo electrocutado de la bruja. Los pequeños placeres de la vida, centrarse en ellos podrían ayudarla a bloquear la fascinación creciente que no había podido evitar sentir por el primer brujo al que conocía en su vida.
Lanzó el pie para salir de allí de una vez cuando el rubio tomó la delantera. La llamó de nuevo, le hizo la oferta. Como en el callejón hacía unos minutos, cuando la invitó a mirar hacia el interior de la celda. Había algo que le impidió ignorarlo, más allá de la formación recibida en su aldea. Algo que no tenía que ver con la mala educación de rechazar una propuesta de alguien que se mostraba amable en la superficie. Observó la enorme espalda de Neph frente a ella, y sin aclarar sus pensamientos lo siguió por inercia. Gente con más experiencia que ella sabría que "hechizo" no era una palabra que debiese de causar impresión. Para mala suerte de la humana, carecía de esa experiencia. Era una hoja en blanco, en la que se comenzaban a escribir los primeros trazos del apartado dedicada a la magia por una mano experta. La de Neph. Avanzó a su sombra, unos metros por detrás, a tiempo de ver como en la penumbra de la calle se identificaba la luz en las manos de aquella mujer.
Contuvo el aliento y agudizó la vista observándola. Había algo extraño en su forma de comportarse. Casi automático. Parecía no ser muy consciente de lo que pasaba alrededor de ella y sin embargo, lo que tuviera que ver con el rubio resultaba completamente claro, a juzgar por la fijeza con la que iba detrás de él. Algo muy intenso había conectado a ambos, y una vocecita a la que apenas le estaba prestando caso decía en la cabeza de Iori que continuar allí solo significaría problemas. Una voz, que hablaba con más decisión y fuerza se imponía. Solo déjame ver un poquito más... El brillo metálico del martillo en su mano captó toda su atención, silenciando así las dudas que todavía pudiera tener sobre aquello. Agazapada cerca de la pared, escuchó el espectacular golpe que dio en el suelo sin ser capaz de imaginar como aquello podría afectar de alguna forma a la bruja.
La sorpresa fue mayúscula cuando una onda de chispas avanzó como la que produce una gota de agua en el lago, haciéndose más grande hasta llegar a los pies de aquella mujer. La mandíbula descolgada de Iori era el vivo reflejo del estupor que sentía... tratando de entender en su cabeza que aquella ráfaga eléctrica había sido real. Joder. Parpadeó, con la luz de la magia de Neph aún clavada en el fondo de sus retinas sin ser capaz de apartar los ojos del cuerpo de la bruja. Dudó un instante sobre si estaría viva o muerta, pero juzgando por los comentarios del rubio parecía estar únicamente inconsciente. Se apresuró a cerrar la boca cuando él volvió a hablar. Tenían apenas unos segundos antes de que las pequeñas ventanas y puertas de aquel tramo de calle se abriesen para observar con curiosidad. ¡Maldito Neph! Resopló con evidente molestia mirándolo por primera vez en la noche con un matiz de enfado en los ojos. - Hablas como si tuviese elección, pero desde lo del callejón sabes que realmente no la tengo. Tengo que continuar contigo quiera o no. - Caminó con paso largo pasando a su lado ignorando el hecho de que podría golpearla en aquel instante con el martillo. Su cabeza saltaría por los aires como sucedió con el guardia del callejón. O podría electrocutarla como a la bruja. Suficientes tormentas tenía visto en su vida como para saber qué sucedía cuando un rayo hacía contacto con un árbol.
Iori estaba metida ya en un buen lío, y por el momento lo único que podía hacer era intentar nadar por dónde la llevase la corriente evitando los obstáculos. Ya vería cómo se las arreglaba para salir de aquella. Apretó las manos cuando se detuvo delante de la mujer, maldiciendo lo condenadamente estúpida que era. - Conozco un lugar, es una entrada al sistema de cisternas que almacenan el agua de la lluvia en esta zona de la ciudad. Dejará que las cosas se calmen en la superficie antes de separarnos - Porque lo harían. Y esa vez la humana no se dejaría seducir por la curiosidad que tan mala consejera estaba siendo. Lo miró proyectando la rabia que sentía en forma de culpabilidad, repartida a medias entre él por tentador, y ella por inocente. Por imbécil más bien. Chasqueó la lengua y giró sobre los talones, escurriéndose por detrás del templo. Confiaba en que aquella anchura de huesos no fuese solo fachada, y que Neph pudiera usarlos para cargar con él a la bruja. Jamás pensó que se alegraría de volver a cruzar la puerta de salida de aquel lugar. En aquella ocasión, había conseguido escapar de allí por los pelos en compañía de Bruna. Ahora, era el único refugio cercano que se le ocurría a la humana para dar tiempo y que no los encontrasen juntos.
Agachó la cabeza y bajó por los menudos escalones, confiando en que Neph no tuviese problemas al cruzar por allí. El subterráneo bajaba unos cuantos metros hasta dar a una sala hueca sostenida con toscas columnas. El suelo estaba cubierto de agua unos centímetros, y en la zona central se encontraba la cisterna principal que guardaba agua. En la época de lluvias el líquido inundaba la mayor parte del espacio pero en aquel momento se encontraba contenido en la piscina central. Había un denso eco que a pesar de su sonoridad, quedaba aislado del exterior gracias al gran grosor que tenían los muros. Una oquedad en el techo cubierta con unas rejas permitía que la luz de la luna llenase de una leve claridad el espacio. Suspiró con resignación observando al brujo cuando entró tras ella. Ni cena para ella y, por lo que parecía, tampoco posibilidad de un descanso reparador aquella noche. Y solo estaba empezando... - Te aseguro que ahora lo que más me gustaría es algo de comida caliente en el estómago y una cama mullida en la que poder dormir...- le respondió mirando con reparo el cuerpo electrocutado de la bruja. Los pequeños placeres de la vida, centrarse en ellos podrían ayudarla a bloquear la fascinación creciente que no había podido evitar sentir por el primer brujo al que conocía en su vida.
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Iori Li
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Re: Veneno para el alma. [Privado] CERRADO
Son los últimos minutos de la vida de Keira Bravery. Gerrit se los concede con misericordia, pena. Deja el cadáver de la bruja en el suelo con una parsimonia casi religiosa. Keira, que apenas puede abrir los ojos, es plenamente consciente del último acto de maldad que Gerrit Nephgerd tendrá sobre ella. El brujo no tendrá la bondad de matarla, acabar con el dolor de un plumazo, un golpe sordo de martillo que reduzca la cabeza de Keira en irreconocibles esquirlas de huesos. Gerrit se halla de pie frente a la bruja con rostro implacable. Keira lo odia. Hace ademán de escupirle en la cara, pero la saliva (y la sangre) queda retenida por una pared de dientes fatigados.
Lentamente, como si estuviera despertando de un sueño demasiado corto como para que pudiera ser reparador, Keira toma conciencia del pésimo estado en el que se encuentra. Su cuerpo se halla tendido en el suelo con los brazos y piernas abiertos, en una posición que recuerda a una estrella de mar fuera del agua. Tiene la boca apretada, en tensión. La mandíbula de lado a lado haciendo rechinar los dientes, el sonido es horrible. Suena como un montón de ratas correteando por una superficie de metal.
Nota la ausencia de la lengua en la boca. En algún momento debió mordérsela y arrancársela de cuajo. Eso explica el sabor a agrio de la sangre y el dolor en la garganta.
Y el dolor… es justo como lo había soñado, tal como lo dijo Gerrit.
Te va a doler. Mañana será peor.
Ha llegado ese día. Se ha hecho el mañana. El dolor no puede empeorar. Lo siente en los brazos, estáticos y marchitos como las ramas de un árbol muerto. Lo siente en el corazón, palpita a un ritmo que no va a poder mantener por mucho tiempo. Y lo siente en el alma, la magia. La electricidad de Gerrit ha alterado el éter de la bruja. Un fuego invisible, mágico, devora a Keira desde el interior. Empezando por el lugar donde debería estar su lengua y que se extiende por el resto de su cuerpo con la velocidad del más hambriento de los incendios.
Gerrit se acomoda el cabello detrás de las orejas sin dejar de mirar hacia Keira. Da un paso atrás, como si estuviera presentando a la mujer que la acompaña. Es bonita. Keira siente celos de la mujer porque piensa que será ella quien acompañe a Gerrit está noche y porque está viva. La bruja hace un intento para levantarse, consigue abrir las palmas de las manos y ejercer un leve impulso contra el suelo. La espalda de Keira se separa unos pocos centímetros del suelo, luego cae produciendo un sonido sordo que reverbera por toda la cámara.
—En seguida terminamos — empezar a hablar Gerrit luciendo la mejor de sus sonrisas —, nos iremos a un hostal donde nos servirán deliciosa carne en salsa y nos prepararán dos camas mullidas. La mañana siguiente, los hosteleros solo se encontrarán con una deshecha. Terminamos en un momento.
Gerrit extrae una daga de su cinturón y se la entrega a la mujer. Keira reconoce haberse equivocado. El último acto de maldad de Gerrit no será dejarla con vida, dejarla sufrir, sino convencer a la persona que Keira más odia en este momento para que sea ella quien la mate.
—Pero primero, quiero enseñarte una cosa — Gerrit señala con una mano a Keira, la otra la deja caer en el hombro de la chica —. Esa podrías haber sido tú. Te conozco desde hace… ¿cuánto? ¿Dos horas? En este tiempo, por cuatro veces, habrías podido terminar como ella. La bruja se puso a tu lado, casi convierte tu cabello en cenizas. No hiciste nada. El ladronzuelo, el otro chico de la calle. Te robó la comida, pero podría haber hecho mucho más. Podría haber tenido un pergamino de conjuración en sus manos, una runa arcana o una poción de fuego. No sabes nada de él, dónde estuvo ni que hizo antes de querer robarte. Tuviste suerte, sus manos estaban desnudas. Sudorosas y desnudas. Suerte de principiante. Los soldados de la ciudad también podrían haberte matado. Mira tus pintas, pareces salida de un agujero de trasgos. Desde el punto de vista de la honorable Guardia de Lunargenta vistes como lo haría un criminal. Si no hubieras estado entretenida persiguiendo al ladrón, te habrían encerrado en compañía de nuestra amiga.
Keira levanta la cabeza al ver que Gerrit se menciona a ella. Muestra su colección de dientes como un animal rabioso.
—Y la cuarta persona que podría haberte se halla detrás de ti, te está tocando ahora mismo. Tu curiosidad te obliga a seguirme, a querer saber más sobre mí y mi situación. Debe ser la primera vez que te encuentras con un brujo o, quizás, sea la primera persona que te muestre una realidad que no conocías hasta ahora. No me conoces y, aquí estás, a mi lado, observando con ojos de felina a la muerte cara a cara. Esa mujer está muriendo. Podrías ser tú tienes suerte de no serlo.
No se lo digas. Es una niña. Gerrit, por favor. ¡No lo hagas! ¡No hagas que se vuelva como tú! ¡No la obligues a enamorarse de ti!
—¿Alguna te has sentido sola? ¿Has creído vivir rodeada de cuerpos que se mueven como si estuvieran y que, sin embargo, su falta de realidad les hace ver como fantasmas en la ciudad? Así es la realidad en la que nos encontramos. Los demás son fantasmas. La mayor parte del tiempo la pasan ignorante, los notarás solo si tropiezas con ellos. Disculpa, no ha sido mi intención. Dicen los fantasmas. Las personas reales pensarán que el fantasma eres tú, fue lo que yo pensé. Solo cuando los fantasmas necesitan algo de ti reconocen tu existencia. Te harán daño para conseguir lo que deseen. Te dolerá, pero sabes que mañana será peor.
Keira consigue separar los dientes de su boca y emitir un grito gutural. Es el sonido que producen los Dioses cuando se enfurecen.
—Puedo hacer que eso cambie. Nunca más te sentirás sola porque me tendrás a tu lado, cuidando de ti y enseñándote a vivir. Todo empieza con un no. Ahora, toma la daga y di que sí. Di que no quieres estar sola y que no vas a permitir que nadie más te pisoteé.
La última palabra que Gerrit pronuncia hace que Keira vuelva a caer.
—Mátala.
Lentamente, como si estuviera despertando de un sueño demasiado corto como para que pudiera ser reparador, Keira toma conciencia del pésimo estado en el que se encuentra. Su cuerpo se halla tendido en el suelo con los brazos y piernas abiertos, en una posición que recuerda a una estrella de mar fuera del agua. Tiene la boca apretada, en tensión. La mandíbula de lado a lado haciendo rechinar los dientes, el sonido es horrible. Suena como un montón de ratas correteando por una superficie de metal.
Nota la ausencia de la lengua en la boca. En algún momento debió mordérsela y arrancársela de cuajo. Eso explica el sabor a agrio de la sangre y el dolor en la garganta.
Y el dolor… es justo como lo había soñado, tal como lo dijo Gerrit.
Te va a doler. Mañana será peor.
Ha llegado ese día. Se ha hecho el mañana. El dolor no puede empeorar. Lo siente en los brazos, estáticos y marchitos como las ramas de un árbol muerto. Lo siente en el corazón, palpita a un ritmo que no va a poder mantener por mucho tiempo. Y lo siente en el alma, la magia. La electricidad de Gerrit ha alterado el éter de la bruja. Un fuego invisible, mágico, devora a Keira desde el interior. Empezando por el lugar donde debería estar su lengua y que se extiende por el resto de su cuerpo con la velocidad del más hambriento de los incendios.
Gerrit se acomoda el cabello detrás de las orejas sin dejar de mirar hacia Keira. Da un paso atrás, como si estuviera presentando a la mujer que la acompaña. Es bonita. Keira siente celos de la mujer porque piensa que será ella quien acompañe a Gerrit está noche y porque está viva. La bruja hace un intento para levantarse, consigue abrir las palmas de las manos y ejercer un leve impulso contra el suelo. La espalda de Keira se separa unos pocos centímetros del suelo, luego cae produciendo un sonido sordo que reverbera por toda la cámara.
—En seguida terminamos — empezar a hablar Gerrit luciendo la mejor de sus sonrisas —, nos iremos a un hostal donde nos servirán deliciosa carne en salsa y nos prepararán dos camas mullidas. La mañana siguiente, los hosteleros solo se encontrarán con una deshecha. Terminamos en un momento.
Gerrit extrae una daga de su cinturón y se la entrega a la mujer. Keira reconoce haberse equivocado. El último acto de maldad de Gerrit no será dejarla con vida, dejarla sufrir, sino convencer a la persona que Keira más odia en este momento para que sea ella quien la mate.
—Pero primero, quiero enseñarte una cosa — Gerrit señala con una mano a Keira, la otra la deja caer en el hombro de la chica —. Esa podrías haber sido tú. Te conozco desde hace… ¿cuánto? ¿Dos horas? En este tiempo, por cuatro veces, habrías podido terminar como ella. La bruja se puso a tu lado, casi convierte tu cabello en cenizas. No hiciste nada. El ladronzuelo, el otro chico de la calle. Te robó la comida, pero podría haber hecho mucho más. Podría haber tenido un pergamino de conjuración en sus manos, una runa arcana o una poción de fuego. No sabes nada de él, dónde estuvo ni que hizo antes de querer robarte. Tuviste suerte, sus manos estaban desnudas. Sudorosas y desnudas. Suerte de principiante. Los soldados de la ciudad también podrían haberte matado. Mira tus pintas, pareces salida de un agujero de trasgos. Desde el punto de vista de la honorable Guardia de Lunargenta vistes como lo haría un criminal. Si no hubieras estado entretenida persiguiendo al ladrón, te habrían encerrado en compañía de nuestra amiga.
Keira levanta la cabeza al ver que Gerrit se menciona a ella. Muestra su colección de dientes como un animal rabioso.
—Y la cuarta persona que podría haberte se halla detrás de ti, te está tocando ahora mismo. Tu curiosidad te obliga a seguirme, a querer saber más sobre mí y mi situación. Debe ser la primera vez que te encuentras con un brujo o, quizás, sea la primera persona que te muestre una realidad que no conocías hasta ahora. No me conoces y, aquí estás, a mi lado, observando con ojos de felina a la muerte cara a cara. Esa mujer está muriendo. Podrías ser tú tienes suerte de no serlo.
No se lo digas. Es una niña. Gerrit, por favor. ¡No lo hagas! ¡No hagas que se vuelva como tú! ¡No la obligues a enamorarse de ti!
—¿Alguna te has sentido sola? ¿Has creído vivir rodeada de cuerpos que se mueven como si estuvieran y que, sin embargo, su falta de realidad les hace ver como fantasmas en la ciudad? Así es la realidad en la que nos encontramos. Los demás son fantasmas. La mayor parte del tiempo la pasan ignorante, los notarás solo si tropiezas con ellos. Disculpa, no ha sido mi intención. Dicen los fantasmas. Las personas reales pensarán que el fantasma eres tú, fue lo que yo pensé. Solo cuando los fantasmas necesitan algo de ti reconocen tu existencia. Te harán daño para conseguir lo que deseen. Te dolerá, pero sabes que mañana será peor.
Keira consigue separar los dientes de su boca y emitir un grito gutural. Es el sonido que producen los Dioses cuando se enfurecen.
—Puedo hacer que eso cambie. Nunca más te sentirás sola porque me tendrás a tu lado, cuidando de ti y enseñándote a vivir. Todo empieza con un no. Ahora, toma la daga y di que sí. Di que no quieres estar sola y que no vas a permitir que nadie más te pisoteé.
La última palabra que Gerrit pronuncia hace que Keira vuelva a caer.
—Mátala.
Gerrit Nephgerd
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Re: Veneno para el alma. [Privado] CERRADO
Neph consiguió atravesar la menuda oquedad en la pared que permitía la entrada a la zona. Observó con cierta aflicción cómo el rubio dejaba en el suelo el cuerpo de la mujer. Los ojos de Iori se agudizaron, intentando distinguir en los metros de distancia que las separaban signos de vida en ella. Respiraba de forma muy superficial, y tras yacer en el suelo pareció recobrar cierta capacidad de movimiento. La sangre salía manchando sus labios. La imagen moribunda de la bruja entraba llenando las retinas de Iori sin que pudiese ser capaz de apartar los ojos de aquel espectáculo. Por supuesto, no era la primera muerte que veía en su vida. Ni las naturales en su aldea, ni las producidas en medio de combates en las que debías de escoger entre vivir o morir.
En cambio, aquella situación tenia un regusto nuevo, que consiguió que la humana sintiese como se erizaba el vello de sus brazos. Había un componente de desesperación en ella, y de disfrute en él. Ladeó la vista para observar como Neph se colocaba el pelo tras las orejas, y la falta de empatía ante el triste espectáculo de la mujer intentando incorporarse, la hizo esbozar de forma inevitable un gesto de asco ante la actitud que él mostraba. Lo escuchó, llenando con el eco de su voz aquella cámara. Su tranquilidad, la forma casual que tenía de hablar produjo en ella un sentimiento similar a que hubiese metido la mano en agua fría, pero terminar quemada. Un cruce de sentimientos que la descolocaron por completo. Comenzaba a entender... creía ver ahora un matiz distinto en las palabras del rubio.
Su directa propuesta de ligue hubiera sido recibida de otra forma en circunstancias diferentes. Tanto su físico como su rostro poseían un innegable atractivo, que Iori en esos instantes estaba dejando de ver. Ya no era consciente de la profundidad de sus ojos ni de lo bien marcados que podían estar los músculos de sus brazos. La humana estaba mirándolo de forma descarnada ahora, dejando que fuesen los actos de Neph los que lo revistiesen de su verdadero encanto. Uno que distaba mucho de la definición que ella entendía por atractivo. En caso de que solamente una cama estuviese deshecha, tenía muy claro que se debería a que ella no pasaría la noche con él. Tendría que revolverse solo entre las sábanas como el animal que era.
Su mirada se quedó congelada, observando la daga que el brujo le tendió. Alternó la vista entre la brillante hoja y los engañosamente hermosos ojos. Una mirada azul que recordaba al cielo, pero que la humana estaba viendo que prometía todo menos libertad. La manaza ciñó su hombro, y la confusión que estaba llenando la mente de Iori jugó por una vez a su favor. La mantuvo pétrea, de pie a su lado dejando que regase con aquellas palabras venenosas. Notaba el calor que la piel de Neph transmitía a través de su contacto y tomó la daga entre los dedos mientras se esforzaba en recordase lo rematadamente imbécil que era. Retorció con sus palabras la realidad, dándoles un brillo distinto. Donde Iori solo había leído hasta entonces el camino de la vida que había elegido, él era capaz de plasmar la impronta de su ineptitud y poca preparación. Lo estúpida que era.
No la movió ni un centímetro del sitio, y sin embargo sentía que la estaba zarandeando. Tembló levemente bajo él, sintiendo que con sus palabras la estaba abofeteando en la cara. La bruja... el ladronzuelo de la plaza... la guardia de Lunargenta y, por supuesto, él. Giró la cabeza como un resorte, clavando azul contra azul cuando Neph la hizo ser consciente que, desde el principio él había sido el mayor peligro al que se había enfrentado. Y tenía la sensación de que ella no era la única persona que había torcido su vida tras haber cruzado caminos con él. Continuaba congelada, por el miedo, por la incertidumbre, escuchándolo sin ser capaz de apartarse de él. Asumir que de alguna forma, continuaba respirando porque él así lo quería, la hizo sentir de una forma miserable que no había experimentado nunca en su vida. Después de la serie de decisiones equivocadas que había tomado esa noche, Iori estaba allí enteramente por su culpa, y ahora dependiendo completamente de él.
Se obligó a tragar el punto de desesperación que comenzaba a nacer en ella. Lo sentía en su pecho, deslizándose lentamente, igual de suaves que eran las palabras que Neph pronunciaba casi a su oído. Su respiración se hizo más pesada y bajó la vista observando la daga en su mano. El metal antes frío, comenzaba a calentarse al contacto de su piel. La piel de una persona que seguía viva. Apretó los dientes mientras él continuaba su alegato. La ignorancia supina de la que era poseedora, la había conducido hasta allí. Dejar que su total falta de conocimiento dictase sus siguientes acciones podía ser quizá, la única forma de salir de aquello. Apartó la idea del martillo rompiendo la cabeza del soldado, de su magia de rayo desplomando a la bruja en el suelo, y decidió jugar con lo único que tenía. - Te equivocas - Se sorprendió a si misma por la firmeza con la que su voz sonó en un leve eco. Alzó los ojos para mantener su mirada, digiriendo las últimas palabras con las que quería emponzoñar su mente. Continuar empujándola a un lugar del que no sabía si podría salir.
- ¿Sentirme sola dices? Nacemos solos, vivimos solos, morimos solos. Esa es la única verdad. Lo que encontramos por el camino son momentos, espectros temporales que siempre quedan atrás. ¿Hablas de fantasmas? Los míos y los tuyos son diferentes. - Las palabras salían tensas de la garganta de Iori, más por la situación en la que se encontraba que porque no tuviese fe en lo que pensaba. La campesina había vivido de esa forma toda su vida; para ella, eso era su normalidad. De haber tenido un vínculo con alguien, un lazo estable, un lugar al que llamar verdaderamente hogar y gente a quien querer, las palabras del rubio habrían tenido un efecto distinto. Y a pesar de esa anomalía en su vida, Iori tenía muy claro qué tipo de persona quería ser. No vivía de la envidia ni del rencor. - Quizá eres tú el que no acepta el cómo son las cosas. Quién pone en algo el corazón, sin duda sufre. - Por un segundo, las últimas palabras que le dedicó a Nousis junto con su cara irrumpieron con fuerza. Frunció el ceño un instante, reflejando un gesto de asco a medias repartido entre el elfo, y el brujo que tenía delante, y giró sobre sus talones.
Cruzó los metros que la separaban del cuerpo de la bruja notando los ojos de Neph clavados en su espalda. Mantenía la daga agarrada por la empuñadura, y su corazón se encogió al observarla de cerca. Era joven, parecía que en otro momento había sido alguien fuerte, hermosa... pero en el suelo a sus pies apenas era capaz de sentir otra cosa que no fuese pena. Si, aunque hubiera podido matarla cuando se había subido a la mesa en la plaza. Iori no se movía en el plano de las posibilidades. Resultaba inútil. Los hechos era lo que contaban en la cabeza de una muchacha demasiado estúpida como para comprender en profundidad la realidad en la que se encontraba. Se arrodilló dejando que la humedad del suelo mojase su ropa, a la altura de la cabeza de la bruja. Sus miradas conectaron. Había un matiz fanático en la expresión de ella, y en cambio la mirada azul le devolvió una parecida a una disculpa. - Lo siento... Es lo único que puedo hacer por ti - murmuró inclinándose hacia ella antes de cerrar los ojos. Giró el anillo que llevaba en el dedo anular tres veces. (1)
Recordaba una vez cuando tenía apenas doce años. Había un potrillo de colores oscuros que se había encariñado mucho con ella en la aldea. El animal le había tomado confianza después de que fuese necesario que lo alimentase con un rudimentario biberón después de que su madre lo rechazase. Sin familia, viviendo dentro del grupo, Iori sentía que de alguna forma, el pequeño caballo y ella estaban conectados. Había sido una tarde, cuando galopando por una loma había caído fracturándose las patas traseras. Los relinchos de dolor todavía eran audibles en sus pesadillas, y sin embargo, fue capaz de darle con sus propias manos el descanso y la paz que precisaba para dejar de sufrir. Había sacrificado al animal entre lágrimas, sabiendo que era lo mejor para él. De la misma forma ahora, los ojos azules estaban llorando, deseando que de alguna manera, Keira encontrase la paz de aquella forma. El poder del anillo prendió un fuego vivo en sus ropas, que se extendieron con rapidez por la simple túnica que llevaba puesta. Se puso en pie y se apartó, cuando notó que el calor del fuego comenzaba a ser demasiado intenso en ella.
Volvió sobre sus pasos a él, como un perro busca a su amo, apesadumbrada por lo que acababa de hacer, pero siendo consciente que había sido su decisión. Fuego al fuego. De alguna manera para Iori parecía lo correcto. Clavó los ojos en él, sin preocuparse de esconder las lagrimas ni el gesto duro en su cara con el que lo miró - Duele, claro que duele. Pero no voy a dejar que se convierta en odio. ¿Te alimentas de esto? No te preocupes, no importa que esté rota. Continuaré adelante. No voy a dejar que esto me cambie. - Tomó una de las manos de Neph, girándola con la palma hacia arriba para colocar allí la empuñadura de la daga y luego cerrando sus dedos. - No le temo a la soledad. Le temo a poner expectativas en la gente que luego puede fallar. Dices que cuidarás de mí, que me enseñarás a vivir... buscó con su mano agarrarlo de la ropa en el pecho, e hizo presión para tirar de él hacia ella, estrechar la cercanía. - Quizá eres tú el que me precisa a mí para hacer eso por ti - siseó mirándolo con furia en los ojos. El olor a carne quemada y el humo comenzaba a ascender, llenando todo en aquel lugar y saliendo por el hueco en el techo. Pronto acudiría allí gente. Lo soltó despacio, manteniéndole la mirada, siendo más consciente que nunca de la ignorancia sobre qué sería de ella en los siguientes cinco segundos. Se apartó, con la intención de alejarse de él. De salir de allí. De dejar atrás aquella locura mientras secaba las lagrimas de sus ojos.
Offrol: (1) Anillo incandescente: [Joya,3 cargas] Al rotar 3 veces el anillo en tu dedo anular, se activa un pequeño fuego sobre una superficie inerte (excepto equipamiento) a menos de 5 metros de distancia. Puede consumir objetos o dañar a la personas si éstos están lo suficientemente cerca ( a menos de 1 metro) de donde las llamas aparecen.
En cambio, aquella situación tenia un regusto nuevo, que consiguió que la humana sintiese como se erizaba el vello de sus brazos. Había un componente de desesperación en ella, y de disfrute en él. Ladeó la vista para observar como Neph se colocaba el pelo tras las orejas, y la falta de empatía ante el triste espectáculo de la mujer intentando incorporarse, la hizo esbozar de forma inevitable un gesto de asco ante la actitud que él mostraba. Lo escuchó, llenando con el eco de su voz aquella cámara. Su tranquilidad, la forma casual que tenía de hablar produjo en ella un sentimiento similar a que hubiese metido la mano en agua fría, pero terminar quemada. Un cruce de sentimientos que la descolocaron por completo. Comenzaba a entender... creía ver ahora un matiz distinto en las palabras del rubio.
Su directa propuesta de ligue hubiera sido recibida de otra forma en circunstancias diferentes. Tanto su físico como su rostro poseían un innegable atractivo, que Iori en esos instantes estaba dejando de ver. Ya no era consciente de la profundidad de sus ojos ni de lo bien marcados que podían estar los músculos de sus brazos. La humana estaba mirándolo de forma descarnada ahora, dejando que fuesen los actos de Neph los que lo revistiesen de su verdadero encanto. Uno que distaba mucho de la definición que ella entendía por atractivo. En caso de que solamente una cama estuviese deshecha, tenía muy claro que se debería a que ella no pasaría la noche con él. Tendría que revolverse solo entre las sábanas como el animal que era.
Su mirada se quedó congelada, observando la daga que el brujo le tendió. Alternó la vista entre la brillante hoja y los engañosamente hermosos ojos. Una mirada azul que recordaba al cielo, pero que la humana estaba viendo que prometía todo menos libertad. La manaza ciñó su hombro, y la confusión que estaba llenando la mente de Iori jugó por una vez a su favor. La mantuvo pétrea, de pie a su lado dejando que regase con aquellas palabras venenosas. Notaba el calor que la piel de Neph transmitía a través de su contacto y tomó la daga entre los dedos mientras se esforzaba en recordase lo rematadamente imbécil que era. Retorció con sus palabras la realidad, dándoles un brillo distinto. Donde Iori solo había leído hasta entonces el camino de la vida que había elegido, él era capaz de plasmar la impronta de su ineptitud y poca preparación. Lo estúpida que era.
No la movió ni un centímetro del sitio, y sin embargo sentía que la estaba zarandeando. Tembló levemente bajo él, sintiendo que con sus palabras la estaba abofeteando en la cara. La bruja... el ladronzuelo de la plaza... la guardia de Lunargenta y, por supuesto, él. Giró la cabeza como un resorte, clavando azul contra azul cuando Neph la hizo ser consciente que, desde el principio él había sido el mayor peligro al que se había enfrentado. Y tenía la sensación de que ella no era la única persona que había torcido su vida tras haber cruzado caminos con él. Continuaba congelada, por el miedo, por la incertidumbre, escuchándolo sin ser capaz de apartarse de él. Asumir que de alguna forma, continuaba respirando porque él así lo quería, la hizo sentir de una forma miserable que no había experimentado nunca en su vida. Después de la serie de decisiones equivocadas que había tomado esa noche, Iori estaba allí enteramente por su culpa, y ahora dependiendo completamente de él.
Se obligó a tragar el punto de desesperación que comenzaba a nacer en ella. Lo sentía en su pecho, deslizándose lentamente, igual de suaves que eran las palabras que Neph pronunciaba casi a su oído. Su respiración se hizo más pesada y bajó la vista observando la daga en su mano. El metal antes frío, comenzaba a calentarse al contacto de su piel. La piel de una persona que seguía viva. Apretó los dientes mientras él continuaba su alegato. La ignorancia supina de la que era poseedora, la había conducido hasta allí. Dejar que su total falta de conocimiento dictase sus siguientes acciones podía ser quizá, la única forma de salir de aquello. Apartó la idea del martillo rompiendo la cabeza del soldado, de su magia de rayo desplomando a la bruja en el suelo, y decidió jugar con lo único que tenía. - Te equivocas - Se sorprendió a si misma por la firmeza con la que su voz sonó en un leve eco. Alzó los ojos para mantener su mirada, digiriendo las últimas palabras con las que quería emponzoñar su mente. Continuar empujándola a un lugar del que no sabía si podría salir.
- ¿Sentirme sola dices? Nacemos solos, vivimos solos, morimos solos. Esa es la única verdad. Lo que encontramos por el camino son momentos, espectros temporales que siempre quedan atrás. ¿Hablas de fantasmas? Los míos y los tuyos son diferentes. - Las palabras salían tensas de la garganta de Iori, más por la situación en la que se encontraba que porque no tuviese fe en lo que pensaba. La campesina había vivido de esa forma toda su vida; para ella, eso era su normalidad. De haber tenido un vínculo con alguien, un lazo estable, un lugar al que llamar verdaderamente hogar y gente a quien querer, las palabras del rubio habrían tenido un efecto distinto. Y a pesar de esa anomalía en su vida, Iori tenía muy claro qué tipo de persona quería ser. No vivía de la envidia ni del rencor. - Quizá eres tú el que no acepta el cómo son las cosas. Quién pone en algo el corazón, sin duda sufre. - Por un segundo, las últimas palabras que le dedicó a Nousis junto con su cara irrumpieron con fuerza. Frunció el ceño un instante, reflejando un gesto de asco a medias repartido entre el elfo, y el brujo que tenía delante, y giró sobre sus talones.
Cruzó los metros que la separaban del cuerpo de la bruja notando los ojos de Neph clavados en su espalda. Mantenía la daga agarrada por la empuñadura, y su corazón se encogió al observarla de cerca. Era joven, parecía que en otro momento había sido alguien fuerte, hermosa... pero en el suelo a sus pies apenas era capaz de sentir otra cosa que no fuese pena. Si, aunque hubiera podido matarla cuando se había subido a la mesa en la plaza. Iori no se movía en el plano de las posibilidades. Resultaba inútil. Los hechos era lo que contaban en la cabeza de una muchacha demasiado estúpida como para comprender en profundidad la realidad en la que se encontraba. Se arrodilló dejando que la humedad del suelo mojase su ropa, a la altura de la cabeza de la bruja. Sus miradas conectaron. Había un matiz fanático en la expresión de ella, y en cambio la mirada azul le devolvió una parecida a una disculpa. - Lo siento... Es lo único que puedo hacer por ti - murmuró inclinándose hacia ella antes de cerrar los ojos. Giró el anillo que llevaba en el dedo anular tres veces. (1)
Recordaba una vez cuando tenía apenas doce años. Había un potrillo de colores oscuros que se había encariñado mucho con ella en la aldea. El animal le había tomado confianza después de que fuese necesario que lo alimentase con un rudimentario biberón después de que su madre lo rechazase. Sin familia, viviendo dentro del grupo, Iori sentía que de alguna forma, el pequeño caballo y ella estaban conectados. Había sido una tarde, cuando galopando por una loma había caído fracturándose las patas traseras. Los relinchos de dolor todavía eran audibles en sus pesadillas, y sin embargo, fue capaz de darle con sus propias manos el descanso y la paz que precisaba para dejar de sufrir. Había sacrificado al animal entre lágrimas, sabiendo que era lo mejor para él. De la misma forma ahora, los ojos azules estaban llorando, deseando que de alguna manera, Keira encontrase la paz de aquella forma. El poder del anillo prendió un fuego vivo en sus ropas, que se extendieron con rapidez por la simple túnica que llevaba puesta. Se puso en pie y se apartó, cuando notó que el calor del fuego comenzaba a ser demasiado intenso en ella.
Volvió sobre sus pasos a él, como un perro busca a su amo, apesadumbrada por lo que acababa de hacer, pero siendo consciente que había sido su decisión. Fuego al fuego. De alguna manera para Iori parecía lo correcto. Clavó los ojos en él, sin preocuparse de esconder las lagrimas ni el gesto duro en su cara con el que lo miró - Duele, claro que duele. Pero no voy a dejar que se convierta en odio. ¿Te alimentas de esto? No te preocupes, no importa que esté rota. Continuaré adelante. No voy a dejar que esto me cambie. - Tomó una de las manos de Neph, girándola con la palma hacia arriba para colocar allí la empuñadura de la daga y luego cerrando sus dedos. - No le temo a la soledad. Le temo a poner expectativas en la gente que luego puede fallar. Dices que cuidarás de mí, que me enseñarás a vivir... buscó con su mano agarrarlo de la ropa en el pecho, e hizo presión para tirar de él hacia ella, estrechar la cercanía. - Quizá eres tú el que me precisa a mí para hacer eso por ti - siseó mirándolo con furia en los ojos. El olor a carne quemada y el humo comenzaba a ascender, llenando todo en aquel lugar y saliendo por el hueco en el techo. Pronto acudiría allí gente. Lo soltó despacio, manteniéndole la mirada, siendo más consciente que nunca de la ignorancia sobre qué sería de ella en los siguientes cinco segundos. Se apartó, con la intención de alejarse de él. De salir de allí. De dejar atrás aquella locura mientras secaba las lagrimas de sus ojos.
Offrol: (1) Anillo incandescente: [Joya,3 cargas] Al rotar 3 veces el anillo en tu dedo anular, se activa un pequeño fuego sobre una superficie inerte (excepto equipamiento) a menos de 5 metros de distancia. Puede consumir objetos o dañar a la personas si éstos están lo suficientemente cerca ( a menos de 1 metro) de donde las llamas aparecen.
Iori Li
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Re: Veneno para el alma. [Privado] CERRADO
Fuego. No sabe lo que hace. La chica de Gerrit no sabe que el fuego es la fuente de poder de Keira. En un acto de misericordia, la chica convoca la habilidad del anillo mágico, lo hace girar varias veces sobre su dedo. El fuego hace su entrada, rodea el cuerpo de Keira. La bruja lo recibe entre risas. Una risa amargada que hace raquetear los flojos dientes como si estuvieran a punto de caerse. Keira no se da cuenta, con la pérdida de la lengua, también perdió el gusto por las cosas, pero un vomito de sangre desciende por su boca a la vez que ríe. No deja de reír.
Se ríe de la chica de Gerrit. ¡Es tan tonta que intenta quemar a una bruja de fuego!
Keira hace acopio de estirar los brazos, recoger las llamas que la envuelven. Consigue mover los dedos de las manos, es un gran avance. El fuego alimenta a la bruja, la enaltece una energía nunca antes conocida. Es lo que brujos denominan magia, éter. La magia es como la sangre, piensa, circula por las venas recorriendo todo el cuerpo, pero una no sabe lo que es hasta que no se hace un corte. Entonces aparece la sangre, el vital líquido carmesí. De la misma manera, Keira siente la magia. Siempre ha estado ahí, pero ahora es capaz de verlo y, pese a haberse tragado su propia lengua, Keira cree poder saborear la esencia. Abre la boca hasta alcanzar su límite, como lo haría un niño pidiendo comida.
La imagen es grotesca pues, incluso con la boca abierta, Keira no deja de reír. Una pequeña protuberancia, lo que queda de su lengua, se mueve de lado a lado buscando alimento.
Las palabras de la chica de Gerrit describen las fases de transición por las que Keira está pasando. La bruja se ríe a viva voz con la primera pregunta. ¿Te alimentas de esto? ¡Sí! Intenta contestar, pero la falta de lengua hace que el sonido de la palabra suene como un crujido de madera. Keira toma toda la energía, todo el éter, que ha almacenado del fuego para seguir el consejo de la chica de Gerrit: seguir hacia delante. Consigue separar, una vez más, la espalda del suelo, tomando el pilar como apoyo. Keira acaba rompiéndose, como las otras veces. Ve la daga cambiar de mano y la espalda de la bruja choca contra el suelo. Entiende el intercambio como una relación de complicidad entre los dos. Keira es incapaz de comprender lo que dicen, escucha sus voces como si estuvieran muy lejos. Sin embargo, conoce (creer conocer) el motivo de la conversación y dónde acabarán luego de que terminen de hablar, de cenar y de reír. Ese paranoico pensamiento es suficiente para hacer que Keira Bravery pierda la concentración y que el fuego la comience a afectarla como a una persona ordinaria.
Quien ríe el último ríe mejor. Keira no ha dejado de reír. No se da cuenta del leve cambio que ha surgido en su organismo. La piel, antes nívea, ha cobrado el color del hierro viejo. El cabello es lo primero en desaparecer, calcinarse. Le siguen los labios, las orejas y la nariz.
El fuego es un buen amigo, siempre ha estado con la bruja. Keira niega la posibilidad de que el mismo fuego que tantas veces le ha acompañado sea ahora el que le esté matando. Tiene los ojos clavados en la chica de Gerrit y la grita, entre una risa malévola, una colección de groserías incomprensible.
Ríe la última y ríe mejor.
Ríe hasta que sus ojos estallan, dejando a su paso dos cuencas llameantes.
Cierra la boca lentamente. Para fortuna de Gerrit y su acompañante, la bruja ha dejado de emitir ningún sonido.
Keira Bravery toma conciencia de que está muriendo, ardiendo. El fuego, su mejor y único amigo, la está matando. El pequeño cuerpo de la bruja no puede contener el éter absorbido. Un humo negro emerge por el orificio donde antes hubo una nariz y ahora deja entrever la figura de la calavera de la bruja.
Es lo mejor que la chica de Gerrit podía hacer por Keira Bravery: enseñarla, antes de morir, que nunca tuvo ningún amigo.
Escuchaba por igual a las dos chicas. Las ineptas lecciones de Iori en una oreja y la demencia de Keira en la otra. Ambas resultaban valiosas, cada una a su manera. Aprendí cómo pensaba Iori y todas las debilidades que, sin querer, me desveló. Estaba sola. ¿Alguna te has sentido sola? Siempre ha estado sola. Esbocé una ligera sonrisa triunfal. Supe que botones pulsar para manipular, romper. Iori, aunque quisiera negarlo, estaba completamente sometida a mi voluntad. Recogió la daga, tal y como lo había previsto. Un infantil acto de rebeldía, más propia de mí que de una chica comedida, hizo alarde de un truco de magia: conjuró un mar de llamas con el que calcinar a Keira. Iori no lo sabía, nadie se lo había dicho: ella no había sido la primera persona en intentar quemar a Keira Bravery. La ataron a una hoguera y la prendieron fuego. La bruja salió de las llamas con paso sereno; desnuda, desatada y completamente intacta. Entonces, el fuego parecía bailar a su alrededor. Ahora, era una enorme criatura que, antes de morder, saboreaba el delicioso bocado. La magia de Keira se debilitó, su gracilidad desvaneció como si fuera cenizas. Sus gritos, su risa macabra, penetraba en mi cabeza queriendo acusarme delito. Escapé de la culpa tal como lo planeé: yo no lo hice.
—Tú dirás.
Había un cambio en mi tono de voz, sonaba serio, sereno. No era difícil averiguar la causa del cambio. Keira Bravery había muerto. La chica que había compartido su fuego conmigo, había muerto por mi culpa. Lo peor: eso era lo que quería. Lo había planeado desde el principio, desde que vi a Iori detrás de los calabozos de La Guardia de Lunargenta.
—¿Por qué te necesito? ¿Qué es eso que puedes hacer por mí? — la culpabilidad se confundía con la ira y el enfado —. Demuéstramelo, venga — extendí mis brazos mostrando que estaba desarmado (no necesitaba armas para hacer daño —. Aquí estoy, haz lo que tengas que hacer. Es tu turno de hablar.
Un rápido movimiento de manos, agarré el cuello de Iori con la mano derecha antes de que se diera cuenta. Apreté haciendo el daño suficiente para mostrar mi superioridad física, mis dedos no dejarían marca. Acerqué la cabecita de Iori hacia mí. Sus morritos estaban por tocar los míos.
—No me hagas hacerte hablar….
Se ríe de la chica de Gerrit. ¡Es tan tonta que intenta quemar a una bruja de fuego!
Keira hace acopio de estirar los brazos, recoger las llamas que la envuelven. Consigue mover los dedos de las manos, es un gran avance. El fuego alimenta a la bruja, la enaltece una energía nunca antes conocida. Es lo que brujos denominan magia, éter. La magia es como la sangre, piensa, circula por las venas recorriendo todo el cuerpo, pero una no sabe lo que es hasta que no se hace un corte. Entonces aparece la sangre, el vital líquido carmesí. De la misma manera, Keira siente la magia. Siempre ha estado ahí, pero ahora es capaz de verlo y, pese a haberse tragado su propia lengua, Keira cree poder saborear la esencia. Abre la boca hasta alcanzar su límite, como lo haría un niño pidiendo comida.
La imagen es grotesca pues, incluso con la boca abierta, Keira no deja de reír. Una pequeña protuberancia, lo que queda de su lengua, se mueve de lado a lado buscando alimento.
Las palabras de la chica de Gerrit describen las fases de transición por las que Keira está pasando. La bruja se ríe a viva voz con la primera pregunta. ¿Te alimentas de esto? ¡Sí! Intenta contestar, pero la falta de lengua hace que el sonido de la palabra suene como un crujido de madera. Keira toma toda la energía, todo el éter, que ha almacenado del fuego para seguir el consejo de la chica de Gerrit: seguir hacia delante. Consigue separar, una vez más, la espalda del suelo, tomando el pilar como apoyo. Keira acaba rompiéndose, como las otras veces. Ve la daga cambiar de mano y la espalda de la bruja choca contra el suelo. Entiende el intercambio como una relación de complicidad entre los dos. Keira es incapaz de comprender lo que dicen, escucha sus voces como si estuvieran muy lejos. Sin embargo, conoce (creer conocer) el motivo de la conversación y dónde acabarán luego de que terminen de hablar, de cenar y de reír. Ese paranoico pensamiento es suficiente para hacer que Keira Bravery pierda la concentración y que el fuego la comience a afectarla como a una persona ordinaria.
Quien ríe el último ríe mejor. Keira no ha dejado de reír. No se da cuenta del leve cambio que ha surgido en su organismo. La piel, antes nívea, ha cobrado el color del hierro viejo. El cabello es lo primero en desaparecer, calcinarse. Le siguen los labios, las orejas y la nariz.
El fuego es un buen amigo, siempre ha estado con la bruja. Keira niega la posibilidad de que el mismo fuego que tantas veces le ha acompañado sea ahora el que le esté matando. Tiene los ojos clavados en la chica de Gerrit y la grita, entre una risa malévola, una colección de groserías incomprensible.
Ríe la última y ríe mejor.
Ríe hasta que sus ojos estallan, dejando a su paso dos cuencas llameantes.
Cierra la boca lentamente. Para fortuna de Gerrit y su acompañante, la bruja ha dejado de emitir ningún sonido.
Keira Bravery toma conciencia de que está muriendo, ardiendo. El fuego, su mejor y único amigo, la está matando. El pequeño cuerpo de la bruja no puede contener el éter absorbido. Un humo negro emerge por el orificio donde antes hubo una nariz y ahora deja entrever la figura de la calavera de la bruja.
Es lo mejor que la chica de Gerrit podía hacer por Keira Bravery: enseñarla, antes de morir, que nunca tuvo ningún amigo.
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Escuchaba por igual a las dos chicas. Las ineptas lecciones de Iori en una oreja y la demencia de Keira en la otra. Ambas resultaban valiosas, cada una a su manera. Aprendí cómo pensaba Iori y todas las debilidades que, sin querer, me desveló. Estaba sola. ¿Alguna te has sentido sola? Siempre ha estado sola. Esbocé una ligera sonrisa triunfal. Supe que botones pulsar para manipular, romper. Iori, aunque quisiera negarlo, estaba completamente sometida a mi voluntad. Recogió la daga, tal y como lo había previsto. Un infantil acto de rebeldía, más propia de mí que de una chica comedida, hizo alarde de un truco de magia: conjuró un mar de llamas con el que calcinar a Keira. Iori no lo sabía, nadie se lo había dicho: ella no había sido la primera persona en intentar quemar a Keira Bravery. La ataron a una hoguera y la prendieron fuego. La bruja salió de las llamas con paso sereno; desnuda, desatada y completamente intacta. Entonces, el fuego parecía bailar a su alrededor. Ahora, era una enorme criatura que, antes de morder, saboreaba el delicioso bocado. La magia de Keira se debilitó, su gracilidad desvaneció como si fuera cenizas. Sus gritos, su risa macabra, penetraba en mi cabeza queriendo acusarme delito. Escapé de la culpa tal como lo planeé: yo no lo hice.
—Tú dirás.
Había un cambio en mi tono de voz, sonaba serio, sereno. No era difícil averiguar la causa del cambio. Keira Bravery había muerto. La chica que había compartido su fuego conmigo, había muerto por mi culpa. Lo peor: eso era lo que quería. Lo había planeado desde el principio, desde que vi a Iori detrás de los calabozos de La Guardia de Lunargenta.
—¿Por qué te necesito? ¿Qué es eso que puedes hacer por mí? — la culpabilidad se confundía con la ira y el enfado —. Demuéstramelo, venga — extendí mis brazos mostrando que estaba desarmado (no necesitaba armas para hacer daño —. Aquí estoy, haz lo que tengas que hacer. Es tu turno de hablar.
Un rápido movimiento de manos, agarré el cuello de Iori con la mano derecha antes de que se diera cuenta. Apreté haciendo el daño suficiente para mostrar mi superioridad física, mis dedos no dejarían marca. Acerqué la cabecita de Iori hacia mí. Sus morritos estaban por tocar los míos.
—No me hagas hacerte hablar….
Gerrit Nephgerd
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Re: Veneno para el alma. [Privado] CERRADO
Los sonidos provenientes de aquella bruja se habían silenciado por fin. Únicamente restaba el crepitar del fuego, consumiendo su cuerpo y su ropa. Escudarse en la idea de que había sido un acto de misericordia era lo único detrás de sus acciones. La humana había reaccionado como sabía en aquellos casos. Como se sacrificaba a animales en la aldea tras una herida que no se podía curar. O se deslizaba en la comida de algún anciano un poco de acónito, para acortar su sufrimiento. Los ojos azules habían visto en sus veinticinco años de vida ese tipo de prácticas, y en su mente estaba convencida de que le había hecho un favor. Un favor a la bruja, y el trabajo sucio a aquel desgraciado.
Ella quería marcharse de allí, con la rapidez del humo que salía por la oquedad del techo. Neph parecía no haber tenido suficiente charla. Era bueno con las palabras. Como se decía de los brujos, seguro que aquel había pasado años estudiando, relacionándose con muchas personas, leyendo documentos que ella misma no sabría interpretar. La vida que ambos habían recorrido los había dotado de experiencias distintas. De ponerlos en una balanza, sabía que ella saldría perdiendo en prácticamente todo. Estaba casi convencida de que él no sería capaz de preparar un jabón de lavanda y miel mejor que el que ella fabricaba. Pero más allá de esa habilidad... él podría hacerle sombra en todo.
Debía de huir. Los golpeteos pesados de su corazón la acuciaban a moverse, como si aquello fuese una cuenta atrás. Tiempo perdido, error cometido. Continuar allí, pensar si quiera en replicarle a sus preguntas era una jodida trampa de la que debía de salir. Cerrar filas y no dejar que él entrase más de lo que había hecho. Iori estúpida. La mano de Nehp la tomó por sorpresa, cubriendo con facilidad su cuello. Apenas pudo resollar antes de sentir sus dedos cerrándose con fuerza. La giró mirándola de cerca y Iori pudo comprobar entonces cuan parecidos eran el color de sus pupilas desde aquella escasa distancia. La sangre subió a su cara, coloreándola, mientras se esforzaba por tragar. Le dolió como fuego el paso de la saliva a través de la tráquea y llevó sus propias manos a la muñeca del rubio, aferrándose con fuerza mientras contenía el pánico.
Sus palabras podrían interpretarse como una invitación sugerente, pero sus acciones eran rudas y bestias. Clavar los ojos en él era lo único que le quedaba en aquel instante, mientras se esforzaba por impedir que el miedo la bloquease por completo. Abrió los labios, casi rozando los suyos, y pensó sentir que él aflojaba un poco, sin soltarla, lo justo para facilitarle hablar. - Quizá en otras circunstancias...- su voz sonó algo ronca, por la presión en el cuello. Sabía que era cierto. Si se hubiera encontraron con ese hombre en un lugar diferente, si desde el inicio entre ellos se hubiese establecido un interés mutuo, la humana se habría asegurado de pasar esa noche subida a su cadera. Hubiera encontrado diversión en la exploración de aquel cuerpo, y su imaginación le decía que había una promesa espectacular en lo que cubrían sus pantalones.
Todas las posibilidades que le permitirían avanzar por un camino que la condujese a sentir el calor de su cuerpo, habían muerto en el callejón en donde se encontraron a la bruja. Iori lo tenía claro. Sin embargo él no lo sabía. Cerró un instante los ojos y recordó ocasiones pasadas. Encuentros deseados, y otros que no lo habían sido tanto. En su cabeza pudo ver en un instante la última vez que había tenido que quitarse de encima a un hombre que no había entendido un no por respuesta. Sin más tiempo para analizar, con la mano de Neph aferrando su cuello, la humana tomó una decisión. Volvió a mirarlo abriendo los ojos, con una expresión diferente ahora. Se obligó a pensar en que estaba cediendo a su juego. Imaginó que lo único que sentía por él era deseo, y dejó a un lado el asco y miedo. Los finos dedos de la chica ascendieron por su brazo, y acercó algo más la cabeza a la suya, probando hasta donde él le permitía llegar.
Encontró con sorpresa que, incluso un brujo de su talla parecía tener el mismo tipo de debilidades que otros hombres. Tras la escena del rayo se había inclinado a pensar que estaba más próximo a una divinidad que a un humano. Pero cuando se trataba de pasiones, de alguna forma todos se veían esclavizados. Pareciera que iba a besarlo, que iba a forzar aquel encuentro entre ellos, pero Iori esquivó sus labios en el último segundo. Dio un paso aproximando sus cuerpos, y juntó sus formas femeninas a la dura pared que era el torso de Neph. -¿Quieres que te rompa? ¿Quieres experimentar lo que se siente? - Habló de forma ambigua deliberadamente, dejando que fuese él quien escogiese el significado de sus palabras. Acarició con la punta de la nariz el lóbulo de la oreja, y se abrazó lentamente a su cuerpo. - ¿Nunca viste lo que hace el agua con las piedras del río? - Intentar seducir a un hombre en aquella situación estaba haciéndola sentir completamente devastada por dentro. Sentía que la esperanza de salir de allí con vida comenzara a desvanecerse, y necesitaba concentrarse en su objetivo con desesperación.
La misma desesperación que usó para precipitarse sobre la piel expuesta del cuello de Neph. Lo hizo de forma brusca, acelerando el juego que intentaba mantener, poniendo todos sus sentidos en ello. Apretó los labios en su calor mientras una mano subía para agarrarlo en la nuca. Entrelazó los dedos en el cabello rubio y abrió la boca, dejando que la lengua le trajese el sabor salado de su piel. Mientras se afanaba por moldearlo en sus manos, volvió a pensar, a lamentar por un instante que aquellas fuesen sus circunstancias. Buscó su cercanía, tocando en todos los centímetros posibles el cuerpo del hombre, mientras lo usaba al mismo tiempo para apoyarse en él para permanecer de puntillas. La mano con la que acariciaba todavía su brazo, descendió por su costado, de camino a la curva que hacía la tela de sus pantalones. Pensó equivocarse mientras sentía una forma dura contra el hueco de su mano. Por el tamaño pensó que era algún tipo de protección, una equipación que él llevase puesta para guardar una parte tan sensible. Mientras respiraba de forma acelerada recorriendo el cuello de Neph en aquellos besos, pudo salir de dudas comprendiendo que, la forma que perfilaba entre sus dedos era una parte más de su cuerpo.
Ella quería marcharse de allí, con la rapidez del humo que salía por la oquedad del techo. Neph parecía no haber tenido suficiente charla. Era bueno con las palabras. Como se decía de los brujos, seguro que aquel había pasado años estudiando, relacionándose con muchas personas, leyendo documentos que ella misma no sabría interpretar. La vida que ambos habían recorrido los había dotado de experiencias distintas. De ponerlos en una balanza, sabía que ella saldría perdiendo en prácticamente todo. Estaba casi convencida de que él no sería capaz de preparar un jabón de lavanda y miel mejor que el que ella fabricaba. Pero más allá de esa habilidad... él podría hacerle sombra en todo.
Debía de huir. Los golpeteos pesados de su corazón la acuciaban a moverse, como si aquello fuese una cuenta atrás. Tiempo perdido, error cometido. Continuar allí, pensar si quiera en replicarle a sus preguntas era una jodida trampa de la que debía de salir. Cerrar filas y no dejar que él entrase más de lo que había hecho. Iori estúpida. La mano de Nehp la tomó por sorpresa, cubriendo con facilidad su cuello. Apenas pudo resollar antes de sentir sus dedos cerrándose con fuerza. La giró mirándola de cerca y Iori pudo comprobar entonces cuan parecidos eran el color de sus pupilas desde aquella escasa distancia. La sangre subió a su cara, coloreándola, mientras se esforzaba por tragar. Le dolió como fuego el paso de la saliva a través de la tráquea y llevó sus propias manos a la muñeca del rubio, aferrándose con fuerza mientras contenía el pánico.
Sus palabras podrían interpretarse como una invitación sugerente, pero sus acciones eran rudas y bestias. Clavar los ojos en él era lo único que le quedaba en aquel instante, mientras se esforzaba por impedir que el miedo la bloquease por completo. Abrió los labios, casi rozando los suyos, y pensó sentir que él aflojaba un poco, sin soltarla, lo justo para facilitarle hablar. - Quizá en otras circunstancias...- su voz sonó algo ronca, por la presión en el cuello. Sabía que era cierto. Si se hubiera encontraron con ese hombre en un lugar diferente, si desde el inicio entre ellos se hubiese establecido un interés mutuo, la humana se habría asegurado de pasar esa noche subida a su cadera. Hubiera encontrado diversión en la exploración de aquel cuerpo, y su imaginación le decía que había una promesa espectacular en lo que cubrían sus pantalones.
Todas las posibilidades que le permitirían avanzar por un camino que la condujese a sentir el calor de su cuerpo, habían muerto en el callejón en donde se encontraron a la bruja. Iori lo tenía claro. Sin embargo él no lo sabía. Cerró un instante los ojos y recordó ocasiones pasadas. Encuentros deseados, y otros que no lo habían sido tanto. En su cabeza pudo ver en un instante la última vez que había tenido que quitarse de encima a un hombre que no había entendido un no por respuesta. Sin más tiempo para analizar, con la mano de Neph aferrando su cuello, la humana tomó una decisión. Volvió a mirarlo abriendo los ojos, con una expresión diferente ahora. Se obligó a pensar en que estaba cediendo a su juego. Imaginó que lo único que sentía por él era deseo, y dejó a un lado el asco y miedo. Los finos dedos de la chica ascendieron por su brazo, y acercó algo más la cabeza a la suya, probando hasta donde él le permitía llegar.
Encontró con sorpresa que, incluso un brujo de su talla parecía tener el mismo tipo de debilidades que otros hombres. Tras la escena del rayo se había inclinado a pensar que estaba más próximo a una divinidad que a un humano. Pero cuando se trataba de pasiones, de alguna forma todos se veían esclavizados. Pareciera que iba a besarlo, que iba a forzar aquel encuentro entre ellos, pero Iori esquivó sus labios en el último segundo. Dio un paso aproximando sus cuerpos, y juntó sus formas femeninas a la dura pared que era el torso de Neph. -¿Quieres que te rompa? ¿Quieres experimentar lo que se siente? - Habló de forma ambigua deliberadamente, dejando que fuese él quien escogiese el significado de sus palabras. Acarició con la punta de la nariz el lóbulo de la oreja, y se abrazó lentamente a su cuerpo. - ¿Nunca viste lo que hace el agua con las piedras del río? - Intentar seducir a un hombre en aquella situación estaba haciéndola sentir completamente devastada por dentro. Sentía que la esperanza de salir de allí con vida comenzara a desvanecerse, y necesitaba concentrarse en su objetivo con desesperación.
La misma desesperación que usó para precipitarse sobre la piel expuesta del cuello de Neph. Lo hizo de forma brusca, acelerando el juego que intentaba mantener, poniendo todos sus sentidos en ello. Apretó los labios en su calor mientras una mano subía para agarrarlo en la nuca. Entrelazó los dedos en el cabello rubio y abrió la boca, dejando que la lengua le trajese el sabor salado de su piel. Mientras se afanaba por moldearlo en sus manos, volvió a pensar, a lamentar por un instante que aquellas fuesen sus circunstancias. Buscó su cercanía, tocando en todos los centímetros posibles el cuerpo del hombre, mientras lo usaba al mismo tiempo para apoyarse en él para permanecer de puntillas. La mano con la que acariciaba todavía su brazo, descendió por su costado, de camino a la curva que hacía la tela de sus pantalones. Pensó equivocarse mientras sentía una forma dura contra el hueco de su mano. Por el tamaño pensó que era algún tipo de protección, una equipación que él llevase puesta para guardar una parte tan sensible. Mientras respiraba de forma acelerada recorriendo el cuello de Neph en aquellos besos, pudo salir de dudas comprendiendo que, la forma que perfilaba entre sus dedos era una parte más de su cuerpo.
Iori Li
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Re: Veneno para el alma. [Privado] CERRADO
Pregunté a Iori qué era lo que ella podía hacer por mí, por qué dijo, con tanta seguridad, que necesitaba de su ayuda. No la necesitaba y la prueba se encontraba en que la tenía agarrada por el cuello, inmovilizada. Bastaba que ejerciese un poco más de presión de la considerada y que ascendiese mis dedos hasta el nivel de la garganta, para cortarle la respiración. La ahogaría, abandonaría su cuerpo sin piedad, al lado del cadáver calcinado de Keira y jamás sabría qué era eso tan maravilloso que Iori podría hacer por mí.
Se equivocó, quizás escuchase mal mi orden. En lugar de mostrarme qué sabía hacer por mí, mostró una conducta egoísta y me enseñó que sería capaz de hacer por ella misma.
Iori había realizado un terrible asesinato. Había creído que el fuego daría una muerte piadosa a la bruja, sin embargo, se había encontrado con un método de tortura. Keira Bravery resistió el fuego más tiempo que ningún mortal podría llegar a imaginar. Las llamas consumían a la bruja y ella, parecía nutrirse del dolor; su risa incrementaba por momentos, no nacía de la garganta, sino de un lugar más profundo que los brujos entendemos por éter. Iori había escuchado la risa y visto a Keira enloquecer por el fuego. Fue una muerte lenta y dolorosa. Los últimos estragos de las llamas, ya apagadas, todavía podían verse. El cuerpo de la bruja, carbonizado y envuelto en un lecho de cenizas, continuaba moviéndose. La pierna derecha de Keira sufría inexplicables impulsos nerviosos. ¿Cómo era posible si tanto si no quedaba nervio que no hubiera sido quemado? Los humanos no lo entenderían, creerían ver un cadáver volviendo a la vida. Iori, una chica salvaje con (suponía) precarios estudios, estaría pensando algo mucho peor. No entendería que se trataba de los últimos vestigios de magia que conservaba el cuerpo de Keira Bravery.
La chica veía un cadáver negando haber sufrido una grotesca muerte. Giraría la cabeza y se toparía cara a cara con las estatúas de los Dioses del templo, sus Dioses humanos. La juzgarían por el sacrilegio cometido, el asesinato en el sagrado lugar.
Aun así, Iori tenía la desfachatez de recriminarme y amenazarme por algo que había hecho ella. Cualquier cosa que hiciera no sería por mí, sino por ella, por cuidar de su marchita honradez.
Polvo a polvo y cenizas a las cenizas (a Keira Bravery).
Iori rompió las últimas cadenas de honradez que conservaba. El brutal asesinato y la blasfemia a los Dioses humanos que la observaban, excitaron a la chica. Solté el cuello de Iori y ella se lanzó a besar mi cuello como si fuera lo único que quisiera hacer.
Incliné la cabeza hacia la derecha dejando espacia a que los labios de Iori recorriesen cada centímetro de piel.
Fui considerado. Puse mis manos en las caderas de la chica y las descendí, con una lentitud que volvía a demostrar mi superioridad física, hasta su trasero. Hice notar mi fuerza, elevando desde el agarre el pequeño cuerpecito de la muchacha.
—Así llegarás mejor — dije sonriendo —. No estás acostumbrada a besar a chicos más altos que tú, por lo que veo.
Mis manos saborearon el volumen del trasero de Iori. La chica conservaría la marca de mis dedos durante varios días. Durante el primero sentirá dolor, al segundo, un tenue escozor, y será en el tercer en el que quede el recuerdo y la necesidad de repetir.
Iori puso su mano en mi entrepierna y encontró aquello de lo que hablan las canciones picantes de los bardos y que, posiblemente, hubiera imaginado en la intimidad. A juzgar por la sonrisa de la chica, deduje que estaba más que satisfecha con la veracidad de las canciones de los bardos. No mentían. Allí estaba, la promesa de una noche de pasión, el motivo por el cual los Dioses jamás perdonarían a la joven humana y aquello que el aroma a ceniza y muerte impulsaba a la chica a conocer.
Ascendí las manos, con recorrido lento, a los pechos de a la chica. Con un suave empujón, la alejé de mí. Disfruté creyendo ver en sus ojos el ansia de una mujer desesperada.
—Has matado, torturado, a una bruja y sacado la lengua a tus Dioses — me reí de la chica —. Enséñame qué más sabes hacer. Esa lengua debe servir para algo más que para burlarse de las deidades humanas.
Estiré de la tela de bruja, desgarrándola y dejando libres los redondos pechos de Iori. Hice que la chica cayera encima de mí y admirase el contorno de mi dorso. La observé de la misma manera que la vería un Dios misericordioso. Has matado a Keira y burlado de los Dioses humanos, pero yo te perdono. Con magia telekinética, deshice los galones que quedaban del tejido de la camisa superior de la chica, descendieron a los pies de la chica con la suavidad de unas plumas llevadas por una suave brisa.
Mis manos se divertían reconociendo el contorno de los pechos de la chica. Al mismo tiempo, bajaba la cabeza, buscando los labios de la chica. Esperaba encontrarlos sellados, resguardando a una lengua hambrienta. Una lengua que había probado el sabor de las cenizas, que se había burlado de los Dioses humanos en el sagrado templo y que necesitaba más; lo necesitaba todo.
Se equivocó, quizás escuchase mal mi orden. En lugar de mostrarme qué sabía hacer por mí, mostró una conducta egoísta y me enseñó que sería capaz de hacer por ella misma.
Iori había realizado un terrible asesinato. Había creído que el fuego daría una muerte piadosa a la bruja, sin embargo, se había encontrado con un método de tortura. Keira Bravery resistió el fuego más tiempo que ningún mortal podría llegar a imaginar. Las llamas consumían a la bruja y ella, parecía nutrirse del dolor; su risa incrementaba por momentos, no nacía de la garganta, sino de un lugar más profundo que los brujos entendemos por éter. Iori había escuchado la risa y visto a Keira enloquecer por el fuego. Fue una muerte lenta y dolorosa. Los últimos estragos de las llamas, ya apagadas, todavía podían verse. El cuerpo de la bruja, carbonizado y envuelto en un lecho de cenizas, continuaba moviéndose. La pierna derecha de Keira sufría inexplicables impulsos nerviosos. ¿Cómo era posible si tanto si no quedaba nervio que no hubiera sido quemado? Los humanos no lo entenderían, creerían ver un cadáver volviendo a la vida. Iori, una chica salvaje con (suponía) precarios estudios, estaría pensando algo mucho peor. No entendería que se trataba de los últimos vestigios de magia que conservaba el cuerpo de Keira Bravery.
La chica veía un cadáver negando haber sufrido una grotesca muerte. Giraría la cabeza y se toparía cara a cara con las estatúas de los Dioses del templo, sus Dioses humanos. La juzgarían por el sacrilegio cometido, el asesinato en el sagrado lugar.
Aun así, Iori tenía la desfachatez de recriminarme y amenazarme por algo que había hecho ella. Cualquier cosa que hiciera no sería por mí, sino por ella, por cuidar de su marchita honradez.
Polvo a polvo y cenizas a las cenizas (a Keira Bravery).
Iori rompió las últimas cadenas de honradez que conservaba. El brutal asesinato y la blasfemia a los Dioses humanos que la observaban, excitaron a la chica. Solté el cuello de Iori y ella se lanzó a besar mi cuello como si fuera lo único que quisiera hacer.
Incliné la cabeza hacia la derecha dejando espacia a que los labios de Iori recorriesen cada centímetro de piel.
Fui considerado. Puse mis manos en las caderas de la chica y las descendí, con una lentitud que volvía a demostrar mi superioridad física, hasta su trasero. Hice notar mi fuerza, elevando desde el agarre el pequeño cuerpecito de la muchacha.
—Así llegarás mejor — dije sonriendo —. No estás acostumbrada a besar a chicos más altos que tú, por lo que veo.
Mis manos saborearon el volumen del trasero de Iori. La chica conservaría la marca de mis dedos durante varios días. Durante el primero sentirá dolor, al segundo, un tenue escozor, y será en el tercer en el que quede el recuerdo y la necesidad de repetir.
Iori puso su mano en mi entrepierna y encontró aquello de lo que hablan las canciones picantes de los bardos y que, posiblemente, hubiera imaginado en la intimidad. A juzgar por la sonrisa de la chica, deduje que estaba más que satisfecha con la veracidad de las canciones de los bardos. No mentían. Allí estaba, la promesa de una noche de pasión, el motivo por el cual los Dioses jamás perdonarían a la joven humana y aquello que el aroma a ceniza y muerte impulsaba a la chica a conocer.
Ascendí las manos, con recorrido lento, a los pechos de a la chica. Con un suave empujón, la alejé de mí. Disfruté creyendo ver en sus ojos el ansia de una mujer desesperada.
—Has matado, torturado, a una bruja y sacado la lengua a tus Dioses — me reí de la chica —. Enséñame qué más sabes hacer. Esa lengua debe servir para algo más que para burlarse de las deidades humanas.
Estiré de la tela de bruja, desgarrándola y dejando libres los redondos pechos de Iori. Hice que la chica cayera encima de mí y admirase el contorno de mi dorso. La observé de la misma manera que la vería un Dios misericordioso. Has matado a Keira y burlado de los Dioses humanos, pero yo te perdono. Con magia telekinética, deshice los galones que quedaban del tejido de la camisa superior de la chica, descendieron a los pies de la chica con la suavidad de unas plumas llevadas por una suave brisa.
Mis manos se divertían reconociendo el contorno de los pechos de la chica. Al mismo tiempo, bajaba la cabeza, buscando los labios de la chica. Esperaba encontrarlos sellados, resguardando a una lengua hambrienta. Una lengua que había probado el sabor de las cenizas, que se había burlado de los Dioses humanos en el sagrado templo y que necesitaba más; lo necesitaba todo.
Gerrit Nephgerd
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Re: Veneno para el alma. [Privado] CERRADO
- Ni chicos ni chicas - fue su lacónica respuesta cuando notó como las manos del brujo la alzaban para facilitarle el trabajo. Un pinchazo de curiosidad se encendió en alguna parte de su mente. La misma que no tenía especial cuidado en guiar sus pasos para mantenerla viva. La temeridad más pura, que por un segundo le hizo pensar que quizá valía la pena correr el riesgo para pasar una noche con él. Apartó la cabeza de su cuello pero sin separarse de su cuerpo, buscando en los ojos del brujo alguna respuesta a sus muchas dudas. Si no tenía cuidado, ella misma caería en su propia trampa. Aunque él fuese deseable, aunque prometiese una buena noche de sexo, sabía que al día siguiente podría aplastar su cabeza o electrocutarla sin un ápice de culpabilidad. Y ningún revolcón era tan bueno como para pagar ese precio. Todavía observando los ojos azules del brujo, la mirada de Iori la traicionó mostrando por un instante el anhelo que sentía por inclinarse hacia sus labios. Comprendió que deseaba besarlo, comprobar cómo de duros podían llegar a ser sus fríos labios, y aquello hizo saltar todo por los aires. Confió en no haber mostrado nada de eso por su expresión.
Fue entonces, cuando las palabras de Neph y el olor a carne quemada la hicieron despertar. Los gritos, los sonidos procedentes del cuerpo que tardó más de lo humanamente posible en arder, golpearon en su conciencia. Le recordaron que sus acciones habían supuesto una lenta forma de morir para la bruja. Frunció el ceño un instante, intentando pensar que no pocas personas en Aerandir celebrarían la muerte de un ser como ella. Y sin embargo quitar vidas no era lo que Iori deseaba hacer en la suya. Pensar en lo hecho no la iba a ayudar en aquel momento. Y cuando él decidió rasgar con sus manos la parte superior que la cubría la distrajo por completo de cualquier tipo de culpa. Resolló suavemente ante el brusco roce de la ropa en su piel, pero contuvo las ganas de abofetearlo. Debía de aguantar para terminar con aquella treta. Nunca había sentido vergüenza de la desnudez, ni propia ni ajena. Se habría entregado alegremente en aquel juego, pero desde el inicio de su encuentro, todo lo que los había unido estaba torcido. Neph tiró de nuevo de ella para pegarla a su cuerpo, en cambio Iori no podía estar más lejos de él. Lejos de aquel lugar, de aquella ciudad...
Cerró los ojos con fuerza. La pestilencia del cuerpo quemado le hizo recordar el hedor de su propia piel cuando se había quemado en el festival de Beltaine. Con lo que supuso que era su poder mágico, los pedazos de tela que permanecían todavía sobre sus hombros cayeron al suelo, y las manos del rubio encontraron sus pechos. En otro momento, en otras circunstancias... ella lo hubiera deseado. Sabía que lo abría abrazado, guiando su cabeza contra ella para continuar con la noche. Pero Iori no podía estar más lejos de él. Lejos de aquel lugar, de aquella ciudad...
Sus dedos se cerraron engarfiándose en la piel de Neph mientras observaba como era él ahora el que bajaba con sus labios. Cuello y nuca recibieron la presión contenida de sus uñas, mientras Iori luchaba internamente con sus propios recuerdos. -....¡NO...! - Gritó apartando el dolor del fuego de su mente y sacudió con fuerza la cabeza, sin soltarlo a él todavía. El aire comenzaba a ser irrespirable, y el calor sofocante. Tenía que salir de allí, no sin antes asegurarse la escapatoria. Y todo ello pasaba por dejar fuera de combate al brujo. Era el momento, confió en que sus engaño hubiera ayudado a que él bajase su guardia. Cerró con toda la fuerza de la que era capaz sus dedos sobre la entrepierna del rubio, y asegurándose de que lo tenía bien aferrado hizo un brusco giro de muñeca. Vio como doblaba ligeramente el abdomen hacia delante, y sin perder tiempo lo soltó, dejando espacio a que su rodilla entrase con fuerza con toda la inercia que podía imprimir hacia arriba. La clavó con profundidad notando como la carne allí cedía al golpe, y el rubio cayó de rodillas al suelo.
Ya estaba hecho, aquello le permitiría la escapatoria, pero Iori no era exactamente Iori en aquel momento. Las llamas subiendo iluminaban por completo las paredes de la cisterna subterránea en la que se encontraban, y, de alguna manera, estaba iluminando también en ella una parte que desconocía. Una que deseaba hacerle sentir a él algo más. Pero lejos del placer. Ahora que lo tenía a la altura correcta, la humana dirigió un golpe de canto contra la nariz perfectamente esculpida en su cara. - Es una lástima que estoy tenga que ser así. Quizá estabas demasiado acostumbrado a hacer tu voluntad. - apoyando el pie en su pecho, lo hizo caer sobre su espalda. Cualquier golpe que imprimiese en él después del rodillazo parecía no surtir efecto, mientras sus manos no eran capaces de moverse de otro sitio que no fuese el lugar de su lastimada hombría. Parecía incluso que le faltaba el aire para respirar, mientras que Iori solamente era capaz de sentir como una furia casi irreal clamaba por descontrolarla por completo. Se inclinó sobre el y agarró la daga del lugar en el que le había visto guardarla. (1)
- Brujo o no, parece que ese punto débil lo tenéis en común todos los machos. No importa la raza ni la especie - De alguna forma pensó que, como se quemaba el cuerpo de la bruja a unos metros de ellos, él debería de ser consumido por el mismo fuego. Eso le permitiría a ella colocar a ambos personajes en el mundo de los sueños sin sentido de su vida. Convencerse de que nada de aquello había sido real. Hacer que desapareciesen hasta que no quedase más que polvo. Los dedos que instantes antes se habían entrelazado en su cabello rubio con deseo, lo aferraron ahora con brutalidad alzanzo su cabeza del suelo. - Mírame. ¿Te parece esta una lección de suficiente importancia? Someter al enemigo sin tener que plantar batalla. - Evidentemente, Iori no era rival para absolutamente nadie en el planeta. Neph hubiera podido romperle el cuello con una sola mano de forma fácil. Y sin embargo, aprovecharse de la forma en la que la subestimó, de como cedió ante el calor de su cuerpo había sido la única manera en la mente de Iori para intentar salir con vida.
Aproximó la daga a su nuca, tirando todavía más de su pelo rubio. - Eres un gilipollas, y me has convertido a mí en una gilipollas aún mayor de lo que ya era. Te recordaré para siempre pero, voy a asegurarme de que tú tampoco te olvides de mí. - Una promesa como esa, ante un brujo era lo opuesto a una decisión inteligente que la humana podía tomar. Cegada como estaba por el enfado, deslizó la hoja afilada por el cabello que tenía agarrado, cortandolo de forma desordenada. Observó los mechones rubios en sus dedos, ensordecida ahora por la velocidad con la que corría la sangre en su cabeza. La percepción de la realidad se mezclaba con los recuerdos en su cabeza de forma desordenada. Observó un instante el rostro de Neph en el suelo y cerró los ojos cubriendo los oídos con sus manos. Se sentía atrapada, clavada en aquel lugar con su mente saltando de una idea a otra, todas sucias, todas desagradables. Crueldad tras crueldad de la que ya se había convertido en la noche de sus próximas pesadillas.
Le costaba masticar, asimilar lo vivido, y la angustia subió por su pecho estrujándole la garganta, de una forma más efectiva a como lo había hecho antes el rubio. Se inclinó entonces, apoyando la frente en el pecho de Neph, jadeando como si estuviese agotándose en aquella lucha interna que la estaba sometiendo. Sí, efectivamente, de alguna forma sentía que tenía el corazón roto. Pero deseaba continuar adelante. No quería que la desesperanza la engullese. Le había dicho a él que no dejaría que aquello la cambiase. No podía permitirse perder de vista a la persona que era en su interior. Su rostro se contrajo en una mueca de angustia mientras se incorporaba de nuevo mirándolo bajo ella. Entendió entonces que, mientras tuviese la posibilidad de despertarse cada mañana, tendría una nueva oportunidad para conducir su vida de la forma que ella creía correcta.
Tomó por la ropa del cuello el rubio de mala manera, notando aun la furia que la recorría por dentro. - No puedes cambiarme, en cambio tú, ten cuidado porque una vez que una piedra se rompe jamás vuelve a ser igual. - Aproximó su rostro al suyo, buscando sus ojos. Quería que la mirase, que no perdiese ni un ápice de información. No se iba a convertir en un ser retorcido por sus palabras maliciosas. El golpe había sido duro, necesitaría tiempo para encajarlo pero la humana tenía muy claro cuál era la dirección en la que deseaba avanzar en su vida - A pesar de todo, volvería a saltar encima de ti como hice en aquel callejón - aquella última frase era toda una declaración de intenciones. - Aunque tú seas un cabrón más allá de toda definición. Aunque yo sea una estúpida más allá del instinto de supervivencia - Había desafío en la forma en la que lo miraba, sin compasión por el dolor que todavía debía de estar experimentando en sus partes más delicadas.
Fue entonces cuando unos fuertes golpes tronaron en la puerta de entrada a la cisterna. Iori miró con urgencia por encima de su hombro. Los refuerzos habían llegado para extinguir el fuego que ya era evidente en la calle. Era tonta, pero no tanto como para incluir a Neph en sus planes de huida esta vez. - Quizá en la próxima vida podamos tener una oportunidad juntos - murmuró dedicándole una mirada fugaz antes de apartarse de él. No podía perder más tiempo. Tomó los jirones de tela más grandes del suelo y trató de cubrirse como pudo con ellos. Correr parcialmente desnuda por la ciudad no parecía una buena idea. Se precipitó corriendo al borde de piedra tallado justo debajo de las rejas del techo. Saltó con agilidad y colgándose de ellas, usó toda la fuerza que podía para accionar la pequeña bisagra que cerraba el cuadrado de entrada. La empujó hacia fuera y con destreza propia de un gato, el menudo cuerpo de Iori desapareció entre el humo que salía por allí hacia la oscuridad de la noche.
Offrol: (1) maldición de Beltaine.
Fue entonces, cuando las palabras de Neph y el olor a carne quemada la hicieron despertar. Los gritos, los sonidos procedentes del cuerpo que tardó más de lo humanamente posible en arder, golpearon en su conciencia. Le recordaron que sus acciones habían supuesto una lenta forma de morir para la bruja. Frunció el ceño un instante, intentando pensar que no pocas personas en Aerandir celebrarían la muerte de un ser como ella. Y sin embargo quitar vidas no era lo que Iori deseaba hacer en la suya. Pensar en lo hecho no la iba a ayudar en aquel momento. Y cuando él decidió rasgar con sus manos la parte superior que la cubría la distrajo por completo de cualquier tipo de culpa. Resolló suavemente ante el brusco roce de la ropa en su piel, pero contuvo las ganas de abofetearlo. Debía de aguantar para terminar con aquella treta. Nunca había sentido vergüenza de la desnudez, ni propia ni ajena. Se habría entregado alegremente en aquel juego, pero desde el inicio de su encuentro, todo lo que los había unido estaba torcido. Neph tiró de nuevo de ella para pegarla a su cuerpo, en cambio Iori no podía estar más lejos de él. Lejos de aquel lugar, de aquella ciudad...
Cerró los ojos con fuerza. La pestilencia del cuerpo quemado le hizo recordar el hedor de su propia piel cuando se había quemado en el festival de Beltaine. Con lo que supuso que era su poder mágico, los pedazos de tela que permanecían todavía sobre sus hombros cayeron al suelo, y las manos del rubio encontraron sus pechos. En otro momento, en otras circunstancias... ella lo hubiera deseado. Sabía que lo abría abrazado, guiando su cabeza contra ella para continuar con la noche. Pero Iori no podía estar más lejos de él. Lejos de aquel lugar, de aquella ciudad...
Sus dedos se cerraron engarfiándose en la piel de Neph mientras observaba como era él ahora el que bajaba con sus labios. Cuello y nuca recibieron la presión contenida de sus uñas, mientras Iori luchaba internamente con sus propios recuerdos. -....¡NO...! - Gritó apartando el dolor del fuego de su mente y sacudió con fuerza la cabeza, sin soltarlo a él todavía. El aire comenzaba a ser irrespirable, y el calor sofocante. Tenía que salir de allí, no sin antes asegurarse la escapatoria. Y todo ello pasaba por dejar fuera de combate al brujo. Era el momento, confió en que sus engaño hubiera ayudado a que él bajase su guardia. Cerró con toda la fuerza de la que era capaz sus dedos sobre la entrepierna del rubio, y asegurándose de que lo tenía bien aferrado hizo un brusco giro de muñeca. Vio como doblaba ligeramente el abdomen hacia delante, y sin perder tiempo lo soltó, dejando espacio a que su rodilla entrase con fuerza con toda la inercia que podía imprimir hacia arriba. La clavó con profundidad notando como la carne allí cedía al golpe, y el rubio cayó de rodillas al suelo.
Ya estaba hecho, aquello le permitiría la escapatoria, pero Iori no era exactamente Iori en aquel momento. Las llamas subiendo iluminaban por completo las paredes de la cisterna subterránea en la que se encontraban, y, de alguna manera, estaba iluminando también en ella una parte que desconocía. Una que deseaba hacerle sentir a él algo más. Pero lejos del placer. Ahora que lo tenía a la altura correcta, la humana dirigió un golpe de canto contra la nariz perfectamente esculpida en su cara. - Es una lástima que estoy tenga que ser así. Quizá estabas demasiado acostumbrado a hacer tu voluntad. - apoyando el pie en su pecho, lo hizo caer sobre su espalda. Cualquier golpe que imprimiese en él después del rodillazo parecía no surtir efecto, mientras sus manos no eran capaces de moverse de otro sitio que no fuese el lugar de su lastimada hombría. Parecía incluso que le faltaba el aire para respirar, mientras que Iori solamente era capaz de sentir como una furia casi irreal clamaba por descontrolarla por completo. Se inclinó sobre el y agarró la daga del lugar en el que le había visto guardarla. (1)
- Brujo o no, parece que ese punto débil lo tenéis en común todos los machos. No importa la raza ni la especie - De alguna forma pensó que, como se quemaba el cuerpo de la bruja a unos metros de ellos, él debería de ser consumido por el mismo fuego. Eso le permitiría a ella colocar a ambos personajes en el mundo de los sueños sin sentido de su vida. Convencerse de que nada de aquello había sido real. Hacer que desapareciesen hasta que no quedase más que polvo. Los dedos que instantes antes se habían entrelazado en su cabello rubio con deseo, lo aferraron ahora con brutalidad alzanzo su cabeza del suelo. - Mírame. ¿Te parece esta una lección de suficiente importancia? Someter al enemigo sin tener que plantar batalla. - Evidentemente, Iori no era rival para absolutamente nadie en el planeta. Neph hubiera podido romperle el cuello con una sola mano de forma fácil. Y sin embargo, aprovecharse de la forma en la que la subestimó, de como cedió ante el calor de su cuerpo había sido la única manera en la mente de Iori para intentar salir con vida.
Aproximó la daga a su nuca, tirando todavía más de su pelo rubio. - Eres un gilipollas, y me has convertido a mí en una gilipollas aún mayor de lo que ya era. Te recordaré para siempre pero, voy a asegurarme de que tú tampoco te olvides de mí. - Una promesa como esa, ante un brujo era lo opuesto a una decisión inteligente que la humana podía tomar. Cegada como estaba por el enfado, deslizó la hoja afilada por el cabello que tenía agarrado, cortandolo de forma desordenada. Observó los mechones rubios en sus dedos, ensordecida ahora por la velocidad con la que corría la sangre en su cabeza. La percepción de la realidad se mezclaba con los recuerdos en su cabeza de forma desordenada. Observó un instante el rostro de Neph en el suelo y cerró los ojos cubriendo los oídos con sus manos. Se sentía atrapada, clavada en aquel lugar con su mente saltando de una idea a otra, todas sucias, todas desagradables. Crueldad tras crueldad de la que ya se había convertido en la noche de sus próximas pesadillas.
Le costaba masticar, asimilar lo vivido, y la angustia subió por su pecho estrujándole la garganta, de una forma más efectiva a como lo había hecho antes el rubio. Se inclinó entonces, apoyando la frente en el pecho de Neph, jadeando como si estuviese agotándose en aquella lucha interna que la estaba sometiendo. Sí, efectivamente, de alguna forma sentía que tenía el corazón roto. Pero deseaba continuar adelante. No quería que la desesperanza la engullese. Le había dicho a él que no dejaría que aquello la cambiase. No podía permitirse perder de vista a la persona que era en su interior. Su rostro se contrajo en una mueca de angustia mientras se incorporaba de nuevo mirándolo bajo ella. Entendió entonces que, mientras tuviese la posibilidad de despertarse cada mañana, tendría una nueva oportunidad para conducir su vida de la forma que ella creía correcta.
Tomó por la ropa del cuello el rubio de mala manera, notando aun la furia que la recorría por dentro. - No puedes cambiarme, en cambio tú, ten cuidado porque una vez que una piedra se rompe jamás vuelve a ser igual. - Aproximó su rostro al suyo, buscando sus ojos. Quería que la mirase, que no perdiese ni un ápice de información. No se iba a convertir en un ser retorcido por sus palabras maliciosas. El golpe había sido duro, necesitaría tiempo para encajarlo pero la humana tenía muy claro cuál era la dirección en la que deseaba avanzar en su vida - A pesar de todo, volvería a saltar encima de ti como hice en aquel callejón - aquella última frase era toda una declaración de intenciones. - Aunque tú seas un cabrón más allá de toda definición. Aunque yo sea una estúpida más allá del instinto de supervivencia - Había desafío en la forma en la que lo miraba, sin compasión por el dolor que todavía debía de estar experimentando en sus partes más delicadas.
Fue entonces cuando unos fuertes golpes tronaron en la puerta de entrada a la cisterna. Iori miró con urgencia por encima de su hombro. Los refuerzos habían llegado para extinguir el fuego que ya era evidente en la calle. Era tonta, pero no tanto como para incluir a Neph en sus planes de huida esta vez. - Quizá en la próxima vida podamos tener una oportunidad juntos - murmuró dedicándole una mirada fugaz antes de apartarse de él. No podía perder más tiempo. Tomó los jirones de tela más grandes del suelo y trató de cubrirse como pudo con ellos. Correr parcialmente desnuda por la ciudad no parecía una buena idea. Se precipitó corriendo al borde de piedra tallado justo debajo de las rejas del techo. Saltó con agilidad y colgándose de ellas, usó toda la fuerza que podía para accionar la pequeña bisagra que cerraba el cuadrado de entrada. La empujó hacia fuera y con destreza propia de un gato, el menudo cuerpo de Iori desapareció entre el humo que salía por allí hacia la oscuridad de la noche.
Offrol: (1) maldición de Beltaine.
Iori Li
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Re: Veneno para el alma. [Privado] CERRADO
Se ha largado. No hay más. Se fue. ¿A dónde? Era lo que me gustaría saber. Caminé en círculos, ofreciendo una patada a los restos calcinados de Keira cada vez que pasaba por el lado del cadáver. ¡Iori se ha largado! Intenté hacerme una idea de a dónde podía hacer ido para así sorprenderla en lugar antes de que llegase. No habría palabras, no por mí parte. Dejaría que fuera Suuri quien hablase, que pidiese a Iori que se disculpase por lo que había hecho. Escaparse de mí era lo de menos, lo que realmente molestó fue la humillación por haberme cortado la melena a traición. Suuri haría que Iori se arrodillase, más por la imposibilidad de mantenerse en pie que por pura voluntad. Acabaría por disculparse, quisiera o no, y perdería la cabeza como tantas otras personas con las que Suuri discutió.
Me relamí los labios imaginando como sabría la boca de la chica una vez que Suuri la hubiera ensuciado de sangre. Era una imagen tan deliciosa como traicionera, pues no me permitía concentrarme en otros asuntos igual de importantes. La obsesión que evocaba hacia Iori era la misma que sentí hacia las demás personas que se acercaron a mí con promesas de ayuda para luego largarse. Mentirosa. Bajé la cabeza y miré directamente a las cuencas vacías de la calavera de Keira Bravery. Mentirosos todos.
Que no se diga que no le había prestado la oportunidad de poder demostrarme qué podía hacer por mí. Tuve su vida en mis manos, podría haberla matado, no una, si hasta diez veces. Fue considerado, incluso gentil. Le permití que hablase y le enseñé los muchos peligros que la rodeaban. Así era como me lo agradecía; largándose por patas y tomando un mechón rubio de mi cabello como recuerdo.
En un arrebato de furia, aplasté la calavera de Keira con la bota. Reduje los últimos añicos del hueso con el pie como si estuviera apagando el viejo fuego de una hoguera. La Keira Bravery que yo conocía hubiera sido capaz de avivar las llamas, posiblemente, incluso después de muerta. Lo que quedaba de ella escapaba a mi comprensión. Era incapaz de reconocer los restos del cadáver, eran un montón de huesos negros, carbonizados, apilados en el pie de una columna. Con la pérdida de la calavera, ni siquiera parecía que el cadáver tuviera forma humana. Las extremidades parecían las ramas supervivientes de un feroz incendio.
Giré sobre mi posición, como si quiera estar atento a cualquier detalle que ocurría en la cámara.
Los golpes de los guerreros de la Guardia de Lunargenta eran cada vez más cercanos. Me aseé el cabello (lo que quedaba de éste) haciendo acopio de tranquilizarme. Examiné el reflejo de mi rostro en metal del martillo. Por mi aspecto, enfadado y nervioso, daba la impresión de estar más cerca del viejo loco de los calabozos que de un poderoso brujo.
Un puñado de soldados se adentraron al lugar armados con lanzas y espadas. Los esperé con los brazos en alto, que no desarmados. Sostenía a Suuri en la mano derecha y la daga (que Iori soltó en un último momento) en la izquierda. Mi sonrisa era una malvada invitación hacia los soldados de Verisar.
Los cibernéticos, que por rasgos raciales eran los más resistentes a mis habilidades mágicas, dieron el primer paso. Ladeé la cabeza haciendo crujir las cervicales. La oscuridad de la cámara aventajaba mi posición. Los hombres de La Guardia solo eran capaces de distinguir dos luces brillantes, eléctricas, en mis manos. Los cibernéticos se acercaron cautelosos. La daga atravesó la cabeza del primero al mismo tiempo que con el martillo contenía al segundo.
Un lancero humano quiso atacarme por la espalda. Realicé una finta hacia atrás y detuve la punta de la lanza. La daga había desparecido, en la mano izquierda sostenía mi escudo de metal. Al mismo tiempo, el hacha ocupó el lugar del martillo, cambié de maniobra y sorprendí al segundo cibernético con un ataque cortante que le cercenó el brazo derecho y parte del torso.
El humano utilizó su lanza para medir la distancia con las armas que le atacaban, viéndose abrumado por el número de armas que sostenía en manos. En un nuevo abrir y cerrar de ojos, tenía el hacha y el martillo en manos. Con el hacha deslicé la lanza en vertical y con el martillo hice añicos la cabeza del humano.
Los soldados retrocedieron cautelosos pasos. Tomaron una posición defensiva en las escaleras de la cámara. Un grupo de arqueros se encontraba en los escalones.
—¡Hemos contado cuatro armas! — gritó una voz humana —. ¡Nuestros enemigos se esconden en las sombras! ¡A mi señal, disparad!
Vi el reflejo de una espada señalar el techo.
Entrechoqué las armas, todas: martillo, hacha, daga y escudo. Mi magia me permitía intercambiar las armas de mano. En lo que duraba un pestañeo, el martillo desaparecía de mis manos, regresaba a mi cinturón, y la mediana hacha ocupaba su lugar.
Los choques de los diferentes metales convocaron un resplandor que hizo que los humanos bajasen la cabeza, entumecidos por el brillo.
Aproveché el momento de vacilación para escapar. Me deslicé arrastrando los pies por un lateral y hui por una puerta secreta que daba al pozo de la plaza del hierro.
Salí mojado, malhumorado y con un corte de pelo que yo no había elegido.
Offrol: Uso de habilidades
Nivel 2 Cruce de armas: (activable) En sus manos aparece su arsenal completo, haciendo teletransportar las armas de las vainas a sus manos y de vuelta a las vainas. Realiza un ataque múltiple con todo el arsenal el cual combina con magia eléctrica.
Enfriamiento: 3 turnos
Me relamí los labios imaginando como sabría la boca de la chica una vez que Suuri la hubiera ensuciado de sangre. Era una imagen tan deliciosa como traicionera, pues no me permitía concentrarme en otros asuntos igual de importantes. La obsesión que evocaba hacia Iori era la misma que sentí hacia las demás personas que se acercaron a mí con promesas de ayuda para luego largarse. Mentirosa. Bajé la cabeza y miré directamente a las cuencas vacías de la calavera de Keira Bravery. Mentirosos todos.
Que no se diga que no le había prestado la oportunidad de poder demostrarme qué podía hacer por mí. Tuve su vida en mis manos, podría haberla matado, no una, si hasta diez veces. Fue considerado, incluso gentil. Le permití que hablase y le enseñé los muchos peligros que la rodeaban. Así era como me lo agradecía; largándose por patas y tomando un mechón rubio de mi cabello como recuerdo.
En un arrebato de furia, aplasté la calavera de Keira con la bota. Reduje los últimos añicos del hueso con el pie como si estuviera apagando el viejo fuego de una hoguera. La Keira Bravery que yo conocía hubiera sido capaz de avivar las llamas, posiblemente, incluso después de muerta. Lo que quedaba de ella escapaba a mi comprensión. Era incapaz de reconocer los restos del cadáver, eran un montón de huesos negros, carbonizados, apilados en el pie de una columna. Con la pérdida de la calavera, ni siquiera parecía que el cadáver tuviera forma humana. Las extremidades parecían las ramas supervivientes de un feroz incendio.
Giré sobre mi posición, como si quiera estar atento a cualquier detalle que ocurría en la cámara.
Los golpes de los guerreros de la Guardia de Lunargenta eran cada vez más cercanos. Me aseé el cabello (lo que quedaba de éste) haciendo acopio de tranquilizarme. Examiné el reflejo de mi rostro en metal del martillo. Por mi aspecto, enfadado y nervioso, daba la impresión de estar más cerca del viejo loco de los calabozos que de un poderoso brujo.
Un puñado de soldados se adentraron al lugar armados con lanzas y espadas. Los esperé con los brazos en alto, que no desarmados. Sostenía a Suuri en la mano derecha y la daga (que Iori soltó en un último momento) en la izquierda. Mi sonrisa era una malvada invitación hacia los soldados de Verisar.
Los cibernéticos, que por rasgos raciales eran los más resistentes a mis habilidades mágicas, dieron el primer paso. Ladeé la cabeza haciendo crujir las cervicales. La oscuridad de la cámara aventajaba mi posición. Los hombres de La Guardia solo eran capaces de distinguir dos luces brillantes, eléctricas, en mis manos. Los cibernéticos se acercaron cautelosos. La daga atravesó la cabeza del primero al mismo tiempo que con el martillo contenía al segundo.
Un lancero humano quiso atacarme por la espalda. Realicé una finta hacia atrás y detuve la punta de la lanza. La daga había desparecido, en la mano izquierda sostenía mi escudo de metal. Al mismo tiempo, el hacha ocupó el lugar del martillo, cambié de maniobra y sorprendí al segundo cibernético con un ataque cortante que le cercenó el brazo derecho y parte del torso.
El humano utilizó su lanza para medir la distancia con las armas que le atacaban, viéndose abrumado por el número de armas que sostenía en manos. En un nuevo abrir y cerrar de ojos, tenía el hacha y el martillo en manos. Con el hacha deslicé la lanza en vertical y con el martillo hice añicos la cabeza del humano.
Los soldados retrocedieron cautelosos pasos. Tomaron una posición defensiva en las escaleras de la cámara. Un grupo de arqueros se encontraba en los escalones.
—¡Hemos contado cuatro armas! — gritó una voz humana —. ¡Nuestros enemigos se esconden en las sombras! ¡A mi señal, disparad!
Vi el reflejo de una espada señalar el techo.
Entrechoqué las armas, todas: martillo, hacha, daga y escudo. Mi magia me permitía intercambiar las armas de mano. En lo que duraba un pestañeo, el martillo desaparecía de mis manos, regresaba a mi cinturón, y la mediana hacha ocupaba su lugar.
Los choques de los diferentes metales convocaron un resplandor que hizo que los humanos bajasen la cabeza, entumecidos por el brillo.
Aproveché el momento de vacilación para escapar. Me deslicé arrastrando los pies por un lateral y hui por una puerta secreta que daba al pozo de la plaza del hierro.
Salí mojado, malhumorado y con un corte de pelo que yo no había elegido.
Offrol: Uso de habilidades
Nivel 2 Cruce de armas: (activable) En sus manos aparece su arsenal completo, haciendo teletransportar las armas de las vainas a sus manos y de vuelta a las vainas. Realiza un ataque múltiple con todo el arsenal el cual combina con magia eléctrica.
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