La Ciudad Herida [Privado] [Cerrado]
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La Ciudad Herida [Privado] [Cerrado]
Acercó el taburete a la cama y, con un pequeño cuchillo, procedió hacerse un corte en el brazo.
Abrió y cerró la mano varias veces, y tras alzar el brazo, colocó un vaso sobre la mesilla de noche, justo bajo su codo, desde dónde gota a gota la sangre de la herida que acababa de hacerse se precipitaba.
- Suficiente. – dijo Lyn, incorporándose sobre la cama, ajustándose con suavidad las vendas que cubrían sus propios brazos y parte de su cara. – No quiero abusar de tu ya apuñalado cuerpo de por sí. – Aseveró la vampiresa tomando el vaso de sangre y llevándoselo para ella. – Podría. – Aclaró enarcando una ceja, dándole un pequeño sorbo a la bebida. – Pero no lo haré. - Eltrant miró a su compañera y sonriendo, tapó el corte de su brazo con un trapo húmedo que flotaba dentro de un cubo que descansaba a sus pies. – Así de buena persona es tu ama, Mortal. – dijo dejando el vaso, otra vez, sobre la mesilla de noche.
Eltrant, sin decir nada en un principio, miró hacia la ventana tapiada que tenía justo al lado.
Habían pasado tres días desde que le declararon inocente de todo lo sucedido en la ciudad. Era una sensación extraña, se sentía como si le hubiesen mentido; Una mentira piadosa, de esas que le dicen a alguien para que no se sienta mal consigo mismo.
¿Tenía Friddel razón? ¿Todas las personas habían muerto por su culpa?
Lo que le dijo Syl en el desierto hacía ya tanto tiempo volvió a su cabeza. Suspiró y se rascó la barba, jamás tendría que haber abandonado Verisar.
- ¿Cómo te encuentras? – Preguntó a Lyn a la vez que apoyaba ambas manos sobre sus rodillas, mirando fijamente el rostro de la ojiazul. Esta sonrió y, sacudiendo la cabeza, le quitó importancia a la pregunta del castaño.
- Estoy bien. – Respondió la vampiresa por décima vez en lo que iba de día. – No suelo tener muchas oportunidades de pasarme el día tumbada en la cama, ¿Sabes? – Mencionó, jovial, girándose sobre sí misma y enterrando la cara en la almohada. – Es un buen cambio de ritmo. – dijo al final, sin levantar la cabeza del cojín para mirar a su compañero. – Además, puedo destrozarte a las cartas sin sentirme mal por ello. – Eltrant se rio en voz baja y se reclinó sobre su asiento.
- Más bien te dejo hacer trampas. – Aseguró el exmercenario. – Y Kothán también lo hace últimamente, creo. - Lyn amplió su sonrisa y se encogió de hombros.
- Ya, ya. – Se le escapó una risita y salió de entre las sabanas. – Lo que tenéis es mal perder. – Sin perder la sonrisa, clavó sus ojos en los de su acompañante. - ¿Y tú? ¿Cómo estás? – Preguntó abrazándose las rodillas.
- Bien. – Respondió Eltrant inmediatamente, cosa que no pareció conformar a Lyn quien, sin apartar la mirada, continuó aguardando a que el castaño le diese una respuesta que le gustase.
Suspiró.
- Las heridas están prácticamente curadas. – Afirmó pasándose la mano por el pecho, dónde se había ganado nuevas cicatrices. – Y… la ciudad está bien, mejorando. Estoy ayudando a reconstruir algunas cosas. – Admitió, sabía que la vampiresa le había ordenado que descansase, pero no pareció molesta en aquel momento. – Nos culpan de lo que ha pasado... y… – Lyn movió la muñeca y detuvo a Eltrant.
- Qué más da lo que piensen de nosotros. – Aseguró, bostezando, volviendo a tumbarse. – No te preocupes por eso, nosotros sabemos que hicimos, sabemos quiénes somos. – Le dijo de forma casi maternal. – Ya deberías saber que la gente suele odiar lo que no entiende. – Indicó sonriendo, cerrando los ojos. – Créeme. – Asintiendo tímidamente, Eltrant volvió a cruzarse de brazos y a mirar el trozo de madera que impedía que entrase luz del exterior a la habitación. – Eres alguien muy difícil de entender. – Aseguró al final, riéndose en voz baja.
- Supongo. – Admitió Eltrant, riéndose con su compañera.
- Ahora déjame dormir, tu ama está cansada. – Ordenó Lyn tapándose con las mantas, señalando la entrada a la habitación. – ¿No tienes que ir a ayudar por ahí? ¿Algo con lo que distraerte? – Le preguntó. – No sé, ve a cortar leña con las manos o lo que hagáis los aldeanos como tú para entreteneros. – dijo cada vez en voz más baja.
Salió al exterior, aun cuando las calles y los tejados estaban cubiertos por una gruesa capa de nieve, sol brillaba con fuerza sobre su cabeza. Era una imagen que contrastaba con fuerza con lo que recordaba de la noche de hacía tres días.
El olor a hollín y a sangre había desaparecido.
La ciudad, como había sucedido tras la plaga, volvía a reconstruirse.
Como alguien de allí se enterase de que también estuvo involucrado también en eso le linchaban.
Anduvo por varias de las callejuelas más apartadas de la urbe, mirando las reparaciones, como todos ponían de su parte para levantar los edificios que habían quedado reducido a poco más que un montón de escombros.
Frunció el ceño, recordando a los dragones destruir edificios de forma indiscriminada con tal de encontrarle, sin pensar en las personas que podía haber dentro de los mismos, escondiéndose de todo lo que pasaba en las calles.
- Deja que te ayude. – Se acercó a un hombre fornido que llevaba sobre su hombro una pesada viga de madera y consiguió aligerar su peso, evitar que este continuase tambaleándose. - ¿Mejor? – La sonrisa del hombre se convirtió en una mirada estoica cuando este descubrió quien era la persona que le ayudaba.
- Puedo yo solo, gracias. - Quizás ya no fuese un fugitivo de la justicia, pero muchos de sus los carteles con su cara continuaban pegados en las paredes de la ciudad.
Sin decirle nada al hombre dejó que este llevase la carga por sí solo, insistir no servía de nada, ya lo había intentado los días anteriores.
Además, no es como si no le faltase trabajo. Friddel, como los dos días anteriores, le había convocado en una de las plazas más concurridas de la ciudad para que ayudase con la reconstrucción de un templo.
No estaba muy lejos de allí.
Tras ajustarse la capa y atarse mejor la gruesa camisa que vestía en aquel momento para combatir el frío se encaminó hasta el lugar en el que la líder de la guardia de la ciudad le esperaba.
Abrió y cerró la mano varias veces, y tras alzar el brazo, colocó un vaso sobre la mesilla de noche, justo bajo su codo, desde dónde gota a gota la sangre de la herida que acababa de hacerse se precipitaba.
- Suficiente. – dijo Lyn, incorporándose sobre la cama, ajustándose con suavidad las vendas que cubrían sus propios brazos y parte de su cara. – No quiero abusar de tu ya apuñalado cuerpo de por sí. – Aseveró la vampiresa tomando el vaso de sangre y llevándoselo para ella. – Podría. – Aclaró enarcando una ceja, dándole un pequeño sorbo a la bebida. – Pero no lo haré. - Eltrant miró a su compañera y sonriendo, tapó el corte de su brazo con un trapo húmedo que flotaba dentro de un cubo que descansaba a sus pies. – Así de buena persona es tu ama, Mortal. – dijo dejando el vaso, otra vez, sobre la mesilla de noche.
Eltrant, sin decir nada en un principio, miró hacia la ventana tapiada que tenía justo al lado.
Habían pasado tres días desde que le declararon inocente de todo lo sucedido en la ciudad. Era una sensación extraña, se sentía como si le hubiesen mentido; Una mentira piadosa, de esas que le dicen a alguien para que no se sienta mal consigo mismo.
¿Tenía Friddel razón? ¿Todas las personas habían muerto por su culpa?
Lo que le dijo Syl en el desierto hacía ya tanto tiempo volvió a su cabeza. Suspiró y se rascó la barba, jamás tendría que haber abandonado Verisar.
- ¿Cómo te encuentras? – Preguntó a Lyn a la vez que apoyaba ambas manos sobre sus rodillas, mirando fijamente el rostro de la ojiazul. Esta sonrió y, sacudiendo la cabeza, le quitó importancia a la pregunta del castaño.
- Estoy bien. – Respondió la vampiresa por décima vez en lo que iba de día. – No suelo tener muchas oportunidades de pasarme el día tumbada en la cama, ¿Sabes? – Mencionó, jovial, girándose sobre sí misma y enterrando la cara en la almohada. – Es un buen cambio de ritmo. – dijo al final, sin levantar la cabeza del cojín para mirar a su compañero. – Además, puedo destrozarte a las cartas sin sentirme mal por ello. – Eltrant se rio en voz baja y se reclinó sobre su asiento.
- Más bien te dejo hacer trampas. – Aseguró el exmercenario. – Y Kothán también lo hace últimamente, creo. - Lyn amplió su sonrisa y se encogió de hombros.
- Ya, ya. – Se le escapó una risita y salió de entre las sabanas. – Lo que tenéis es mal perder. – Sin perder la sonrisa, clavó sus ojos en los de su acompañante. - ¿Y tú? ¿Cómo estás? – Preguntó abrazándose las rodillas.
- Bien. – Respondió Eltrant inmediatamente, cosa que no pareció conformar a Lyn quien, sin apartar la mirada, continuó aguardando a que el castaño le diese una respuesta que le gustase.
Suspiró.
- Las heridas están prácticamente curadas. – Afirmó pasándose la mano por el pecho, dónde se había ganado nuevas cicatrices. – Y… la ciudad está bien, mejorando. Estoy ayudando a reconstruir algunas cosas. – Admitió, sabía que la vampiresa le había ordenado que descansase, pero no pareció molesta en aquel momento. – Nos culpan de lo que ha pasado... y… – Lyn movió la muñeca y detuvo a Eltrant.
- Qué más da lo que piensen de nosotros. – Aseguró, bostezando, volviendo a tumbarse. – No te preocupes por eso, nosotros sabemos que hicimos, sabemos quiénes somos. – Le dijo de forma casi maternal. – Ya deberías saber que la gente suele odiar lo que no entiende. – Indicó sonriendo, cerrando los ojos. – Créeme. – Asintiendo tímidamente, Eltrant volvió a cruzarse de brazos y a mirar el trozo de madera que impedía que entrase luz del exterior a la habitación. – Eres alguien muy difícil de entender. – Aseguró al final, riéndose en voz baja.
- Supongo. – Admitió Eltrant, riéndose con su compañera.
- Ahora déjame dormir, tu ama está cansada. – Ordenó Lyn tapándose con las mantas, señalando la entrada a la habitación. – ¿No tienes que ir a ayudar por ahí? ¿Algo con lo que distraerte? – Le preguntó. – No sé, ve a cortar leña con las manos o lo que hagáis los aldeanos como tú para entreteneros. – dijo cada vez en voz más baja.
[…]
Salió al exterior, aun cuando las calles y los tejados estaban cubiertos por una gruesa capa de nieve, sol brillaba con fuerza sobre su cabeza. Era una imagen que contrastaba con fuerza con lo que recordaba de la noche de hacía tres días.
El olor a hollín y a sangre había desaparecido.
La ciudad, como había sucedido tras la plaga, volvía a reconstruirse.
Como alguien de allí se enterase de que también estuvo involucrado también en eso le linchaban.
Anduvo por varias de las callejuelas más apartadas de la urbe, mirando las reparaciones, como todos ponían de su parte para levantar los edificios que habían quedado reducido a poco más que un montón de escombros.
Frunció el ceño, recordando a los dragones destruir edificios de forma indiscriminada con tal de encontrarle, sin pensar en las personas que podía haber dentro de los mismos, escondiéndose de todo lo que pasaba en las calles.
- Deja que te ayude. – Se acercó a un hombre fornido que llevaba sobre su hombro una pesada viga de madera y consiguió aligerar su peso, evitar que este continuase tambaleándose. - ¿Mejor? – La sonrisa del hombre se convirtió en una mirada estoica cuando este descubrió quien era la persona que le ayudaba.
- Puedo yo solo, gracias. - Quizás ya no fuese un fugitivo de la justicia, pero muchos de sus los carteles con su cara continuaban pegados en las paredes de la ciudad.
Sin decirle nada al hombre dejó que este llevase la carga por sí solo, insistir no servía de nada, ya lo había intentado los días anteriores.
Además, no es como si no le faltase trabajo. Friddel, como los dos días anteriores, le había convocado en una de las plazas más concurridas de la ciudad para que ayudase con la reconstrucción de un templo.
No estaba muy lejos de allí.
Tras ajustarse la capa y atarse mejor la gruesa camisa que vestía en aquel momento para combatir el frío se encaminó hasta el lugar en el que la líder de la guardia de la ciudad le esperaba.
Última edición por Eltrant Tale el Dom Sep 08 2019, 13:22, editado 1 vez
Eltrant Tale
Aerandiano de honor
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Re: La Ciudad Herida [Privado] [Cerrado]
El estar todo un día enterrada en la nieve me había dado mucho que pensar, no solo por la compañía que tuve durante ese tiempo si no también por las reflexiones que saqué después de eso, ahora entendía porque mi abuelo contaba que la fe salvó a Leo. Pero todo lo que pasó después de aquello, la cueva, los... aquel sitio era uno que esperaba no visitar en mucho, muchisimo tiempo.
En cualquier caso los monjes del monasterio de jade no quisieron aceptar nada a cambio, así que pensé que lo más sensato seria acudir a Dundarak y ayudar con la reconstrucción del templo que había quedado en ruinas por culpa de la Nirana, la capital humana parecía estar condenada a la reconstrucción eterna por la guerra, de igual modo que la capital de los dragones parecía estar predispuesta a sufrir catástrofes biológicas. Tanto la peste como la locura de Nirana habían arrasado con la ciudad, cada una a su manera, pero el final era el mismo: Casas y personas destrozadas, supervivientes que tratan de reponerse y no pensar en lo sucedido por miedo a quedar atascados en el pasado, hombres y mujeres frustrados porque no pudieron hacer nada por evitarlo o porque sucumbieron al veneno y la enfermedad. Pero nosotros, al igual que los humanos, eramos resilentes, mientras quedara uno de nosotros la ciudad no se perdería.
Si algo bueno tenia Dundarak eran las amplias calles que nos permitían bajar del cielo y aterrizar sin mayor problemas, aunque para eso siempre habían zonas especificas, pero la gente ya estaba acostumbrada de divisar a alguien desde el cielo y bajar a saludar, o al menos así era antes, ahora que los edificios están destrozados el espacio de vuelto se había duplicado. Aun así Lavey y yo buscamos una zona de aterrizaje que no tuviera demasiados escombros y desde ah caminamos hacia el templo.
-Que los celestiales guíen tu camino. -Saludé a uno de los capataces de la reconstrucción del edificio. -Soy carpintera, mi hija y yo queremos ayudar.
El hombre apuntó un par de datos y señaló con la pluma hacia un lugar donde un tronco descansaba sobre unos caballetes. -Necesitamos vigas, marcos de puerta, puertas... y un ebanista para tallar a los celestiales en las columnatas de la entrada. -Asentí al hombre, gire sobre mis talones y me reuní con el resto de carpinteros.
El suelo de alrededor estaba lleno de virutas y serrín, cerca de los caballetes reposaban sierras de diferentes tamaños, algunas hachas, formones, gubias y martillos, así como una amplia variedad de lijas y utensilios para desbastar y alisar la madera.
Metí la mano en el zurrón buscando los guantes de carpintero, pero antes de encontrarlos mis dedos tocaron aquel extraño y rugoso huevo que estaba siempre cálido. Los guantes se ajustaban a mi mano a la perfección, el tiempo y el uso hizo algunos estragos en el exterior, pero no se había desecho ni media costura y su interior seguía siendo tan suave como la primera vez.
En cualquier caso los monjes del monasterio de jade no quisieron aceptar nada a cambio, así que pensé que lo más sensato seria acudir a Dundarak y ayudar con la reconstrucción del templo que había quedado en ruinas por culpa de la Nirana, la capital humana parecía estar condenada a la reconstrucción eterna por la guerra, de igual modo que la capital de los dragones parecía estar predispuesta a sufrir catástrofes biológicas. Tanto la peste como la locura de Nirana habían arrasado con la ciudad, cada una a su manera, pero el final era el mismo: Casas y personas destrozadas, supervivientes que tratan de reponerse y no pensar en lo sucedido por miedo a quedar atascados en el pasado, hombres y mujeres frustrados porque no pudieron hacer nada por evitarlo o porque sucumbieron al veneno y la enfermedad. Pero nosotros, al igual que los humanos, eramos resilentes, mientras quedara uno de nosotros la ciudad no se perdería.
Si algo bueno tenia Dundarak eran las amplias calles que nos permitían bajar del cielo y aterrizar sin mayor problemas, aunque para eso siempre habían zonas especificas, pero la gente ya estaba acostumbrada de divisar a alguien desde el cielo y bajar a saludar, o al menos así era antes, ahora que los edificios están destrozados el espacio de vuelto se había duplicado. Aun así Lavey y yo buscamos una zona de aterrizaje que no tuviera demasiados escombros y desde ah caminamos hacia el templo.
-Que los celestiales guíen tu camino. -Saludé a uno de los capataces de la reconstrucción del edificio. -Soy carpintera, mi hija y yo queremos ayudar.
El hombre apuntó un par de datos y señaló con la pluma hacia un lugar donde un tronco descansaba sobre unos caballetes. -Necesitamos vigas, marcos de puerta, puertas... y un ebanista para tallar a los celestiales en las columnatas de la entrada. -Asentí al hombre, gire sobre mis talones y me reuní con el resto de carpinteros.
El suelo de alrededor estaba lleno de virutas y serrín, cerca de los caballetes reposaban sierras de diferentes tamaños, algunas hachas, formones, gubias y martillos, así como una amplia variedad de lijas y utensilios para desbastar y alisar la madera.
Metí la mano en el zurrón buscando los guantes de carpintero, pero antes de encontrarlos mis dedos tocaron aquel extraño y rugoso huevo que estaba siempre cálido. Los guantes se ajustaban a mi mano a la perfección, el tiempo y el uso hizo algunos estragos en el exterior, pero no se había desecho ni media costura y su interior seguía siendo tan suave como la primera vez.
Reivy Abadder
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Re: La Ciudad Herida [Privado] [Cerrado]
Friddel, con pocas palabras y sin apenas mirarle a la cara, le había mandado a reparar un viejo edificio de madera que apenas había sobrevivido a las llamas. Por lo que había oído era una vieja posada que llevaba ahí más tiempo que el que Lyn llevaba viva, un edificio que había visto tanta historia entre sus paredes como el más antiguo de los templos de la ciudad.
Nadie le hablaba, seguía sin ser ninguna sorpresa para él.
Tomando una larga plancha de madera entre sus brazos la mantuvo en alto el tiempo justo para que otro hombre la apuntalase en las vigas. Después de haber formado la pared recubrirían todo con aquellos bloques de granito grisáceo tan característicos de Dundarak de forma que el calor no escaparía del edificio y, a su vez, la posada contaría con el mismo aspecto que los demás edificios de la urbe.
El trabajo era tedioso, aburrido, no dejaba de ser una tarea de repetición, prácticamente podía hacerla sin pensar.
Seguías las instrucciones del que estaba al mando en la obra y portabas los materiales de un lugar a otro para darle, poco a poco, forma al edificio. También tuvo que ayudar a derribar algunas paredes que se habían quedado en pie porque, a pesar de que el edificio no hubiese quedado totalmente reducido a escombros, nada garantizaba que no lo hiciese en el estado en el que se encontraba.
- Tale. – El capataz le llamó y señaló un montón inusualmente grande de madera. – Llévale eso a la carpintera. – Lo que le decían no pasaba de ahí, órdenes directas, sencillas, lo suficientemente claras como para que el castaño no tuviese siquiera que responder.
¿Podía culparles? La ciudad clamaba por un culpable y, aunque muchos sabían de la existencia de Bracknell, este era demasiado oportuno para ellos, casi colocado allí a propósito. De hecho, no eran pocas las personas que pensaban que Eltrant había salido del juicio con aquel veredicto simplemente porque tenía amigos “Centinelas”.
¿Por qué has venido hasta aquí? ¿Por qué no te quedaste en el sur? ¿Por qué has traído tus problemas hasta la ciudad?
Cavilando, repasando mentalmente todas las frases que le habían dirigido en los dos días que habían pasado desde el juicio, tomó el saco de madera y lo cargó sobre su hombro para después encaminarse en la dirección en la que le habían dicho que estaba la carpintera.
Justo de antes de llegar a la amplia plazoleta en la que la mujer estaba, arrancó otro cartel más con su cara, uno de los muchos que quedaban por la ciudad, en la que alguien había escrito la palabra “Culpable” en un fuerte color morado.
Haciendo una bola de papel con el cartel, se lo guardó en uno de los bolsillos del pantalón y se acercó a la mujer que, de espaldas, trabajaba metódicamente la madera que un grupo de hombres, como él, le iba depositando cerca.
- El capataz me manda para… - dejó caer el saco de madera a un lado. – … dice que te hace falta esto. – Agregó a continuación, mirando a la mujer.
Enarcó una ceja al reconocerla, había pasado por su taller hacía tiempo, de hecho, reconocía también los guantes que llevaba en aquel momento. Era curioso lo pequeño que podía llegar a ser Aerandir.
- ¿Qué tal los guantes? – Preguntó a continuación, trató de pensar un nombre, pero a pesar de haberla tenido como clienta nunca llegaron a presentarse. – Me llamo Eltrant Tale. – Le dijo a continuación, tendiéndole la mano a la, por como hablaba con los lugareños, claramente norteña.
Nadie le hablaba, seguía sin ser ninguna sorpresa para él.
Tomando una larga plancha de madera entre sus brazos la mantuvo en alto el tiempo justo para que otro hombre la apuntalase en las vigas. Después de haber formado la pared recubrirían todo con aquellos bloques de granito grisáceo tan característicos de Dundarak de forma que el calor no escaparía del edificio y, a su vez, la posada contaría con el mismo aspecto que los demás edificios de la urbe.
El trabajo era tedioso, aburrido, no dejaba de ser una tarea de repetición, prácticamente podía hacerla sin pensar.
Seguías las instrucciones del que estaba al mando en la obra y portabas los materiales de un lugar a otro para darle, poco a poco, forma al edificio. También tuvo que ayudar a derribar algunas paredes que se habían quedado en pie porque, a pesar de que el edificio no hubiese quedado totalmente reducido a escombros, nada garantizaba que no lo hiciese en el estado en el que se encontraba.
- Tale. – El capataz le llamó y señaló un montón inusualmente grande de madera. – Llévale eso a la carpintera. – Lo que le decían no pasaba de ahí, órdenes directas, sencillas, lo suficientemente claras como para que el castaño no tuviese siquiera que responder.
¿Podía culparles? La ciudad clamaba por un culpable y, aunque muchos sabían de la existencia de Bracknell, este era demasiado oportuno para ellos, casi colocado allí a propósito. De hecho, no eran pocas las personas que pensaban que Eltrant había salido del juicio con aquel veredicto simplemente porque tenía amigos “Centinelas”.
¿Por qué has venido hasta aquí? ¿Por qué no te quedaste en el sur? ¿Por qué has traído tus problemas hasta la ciudad?
Cavilando, repasando mentalmente todas las frases que le habían dirigido en los dos días que habían pasado desde el juicio, tomó el saco de madera y lo cargó sobre su hombro para después encaminarse en la dirección en la que le habían dicho que estaba la carpintera.
Justo de antes de llegar a la amplia plazoleta en la que la mujer estaba, arrancó otro cartel más con su cara, uno de los muchos que quedaban por la ciudad, en la que alguien había escrito la palabra “Culpable” en un fuerte color morado.
Haciendo una bola de papel con el cartel, se lo guardó en uno de los bolsillos del pantalón y se acercó a la mujer que, de espaldas, trabajaba metódicamente la madera que un grupo de hombres, como él, le iba depositando cerca.
- El capataz me manda para… - dejó caer el saco de madera a un lado. – … dice que te hace falta esto. – Agregó a continuación, mirando a la mujer.
Enarcó una ceja al reconocerla, había pasado por su taller hacía tiempo, de hecho, reconocía también los guantes que llevaba en aquel momento. Era curioso lo pequeño que podía llegar a ser Aerandir.
- ¿Qué tal los guantes? – Preguntó a continuación, trató de pensar un nombre, pero a pesar de haberla tenido como clienta nunca llegaron a presentarse. – Me llamo Eltrant Tale. – Le dijo a continuación, tendiéndole la mano a la, por como hablaba con los lugareños, claramente norteña.
Eltrant Tale
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Re: La Ciudad Herida [Privado] [Cerrado]
Esculpir a los celestiales en las columnas que se levantarían y sujetarían el templo era todo un honor, pero de nada serviría estar trabajando durante semanas si luego no había donde colocarlas. Había que empezar por la base lo que significaba dejar las florituras a un lado y comenzar a desbastar madera para formar las grandes vigas de carga.
En una mesa de trabajo junto a los caballetes, se encontraban los planos de la estructura con todas las medidas que eran necesarias, Lavey estaba preparando las herramientas junto al caballete mientras yo terminaba de apuntar las medidas en un trozo de papel.
-Escuadra, vara, nivel... -La joven repasaba los instrumentos al tiempo que los dejaba cerca del lugar que teníamos designados. -Hilo tiza...
-Bueno, ¿Ya lo tenemos todo? -Pregunte con una sonrisa enérgica a mi hija apretando el nudo del pañuelo que llevaba en la cabeza. La rubia asintió. -Bien, empecemos.
Con la vara y la ayuda de la rubia medimos las dimensiones de la madera, pintamos el hilo con el polvo de la tiza extendiéndolo por la superficie y tensándolo para seguidamente dar un tirón haciendo que el hilo revotara contra la madera dejando una marca recta y blanca, ahora tocaba ponerse a sudar con la sierra.
Mientras mi hija estiraba el brazo acercándome la sierra la voz de uno de los trabajadores anuncio que me traía más material.
-Está bien, gracias. -Respondí dándome la vuelta y levantando las cejas sorprendida. -Anda, sabía que estarías por aquí, pero no esperaba encontrarte. Los guantes son magníficos, ya me han salvado de varios cortes serios. -Le guiñe un ojo al hombre mientras le estrechaba la mano. -Los carteles no te hacen justicia Eltrant, no han sabido dibujarte bien las cejas. Reivy Abadder.
Al escuchar mi apellido los hombres se callaron y dejaron de trabajar por un momento. Los casos como el mío eran tan raros que las habladurías se habían extendido con rapidez, y aunque hacía mucho tiempo de aquello mi familia se había encargado de hacer saber a todo el mundo que mi nombre estaba fuera de la protección del escudo familiar.
-Y esta es mi hija Lavey. -Continué, señalando con la mano libre a la rubia que sujetaba la sierra. -No hagas caso a esos necios, lo mío no se contagia... Los dioses tienen una forma única de ver el mundo. -Comente soltándole la mano. -Nosotros los dragones, que somos sus hijos y lo veneramos no hemos tenido el favor de volver a verlos desde su partida. Y tú que eres humano, llegas a la ciudad armas escándalo y aparecen. -Recogí la sierra que la lagartija tenia aun en sus manos y me puse tras la madera. -Ojala hubiera estado en el juicio, seguro que son unas bestias magnificas.
Habla sin mirar a Elntrant, podía serrar una madera sin dificultad, pero por nada en el mundo dejaría de mirar el corte. No sería yo una de las tantas carpinteras a las que le falta un dedo por no ver lo que están haciendo.
Los trabajadores a nuestro al rededor no solo hablaban de mí y la deshonra a mi familia sino también del humano y el daño que había causado.
-¿Sabes? -Le dije despreocupada. -En el pueblo de mi abuelo hay un dicho que cuando lo traduces dice algo así como: A palabras necias oídos sordos. Que no te importe lo que diga esa gentuza, los celestiales te juzgaron y te hallaron inocente. ¿Quién son ellos para llevarles la contraria?
Concluí la frase con un movimiento de cabeza señalando la chusma que farfullaba y disimulaba a nuestro alrededor pretendiendo hacer trabajo.
A pocos metros de distancia una mujer estaba en pleno proceso de transformación junto a un pilar acabado, a su alrededor un grupo de cuatro hombre anudaban el pilar con sogas. La mujer era un maravilloso ejemplar de dragón rojo que ahora se erguía sobre sus patas traseras mientras los hombres amarraban las cuerdas a su cuerpo.
-Centella van a levantar el pilar. -Comentó ilusionada Lavey. -Pero... es muy grande ¿Cuatro hombres no son pocos?
Dejé de mover la sierra y levanté la vista hacia el lugar de la maniobra.
-Sí, cuatro son pocos. Les va hacer falta más gente para dirigir a la dragona y el pilar, mover piezas de ese tamaño siempre es peligroso. -Entonces dejé de mirar a la rubia y me centre en el castaño. -Eltrant, ¿Podrías ayudarlos? solo tienes que ponerte cerca del pilar y gritar si ves que se mueve demasiado o si gira hacia algún lugar por el que podría chocar. Vey estará en tu lado opuesto, entre los dos seguro que tenéis visión de todo lo que sucede alrededor.
En una mesa de trabajo junto a los caballetes, se encontraban los planos de la estructura con todas las medidas que eran necesarias, Lavey estaba preparando las herramientas junto al caballete mientras yo terminaba de apuntar las medidas en un trozo de papel.
-Escuadra, vara, nivel... -La joven repasaba los instrumentos al tiempo que los dejaba cerca del lugar que teníamos designados. -Hilo tiza...
-Bueno, ¿Ya lo tenemos todo? -Pregunte con una sonrisa enérgica a mi hija apretando el nudo del pañuelo que llevaba en la cabeza. La rubia asintió. -Bien, empecemos.
Con la vara y la ayuda de la rubia medimos las dimensiones de la madera, pintamos el hilo con el polvo de la tiza extendiéndolo por la superficie y tensándolo para seguidamente dar un tirón haciendo que el hilo revotara contra la madera dejando una marca recta y blanca, ahora tocaba ponerse a sudar con la sierra.
Mientras mi hija estiraba el brazo acercándome la sierra la voz de uno de los trabajadores anuncio que me traía más material.
-Está bien, gracias. -Respondí dándome la vuelta y levantando las cejas sorprendida. -Anda, sabía que estarías por aquí, pero no esperaba encontrarte. Los guantes son magníficos, ya me han salvado de varios cortes serios. -Le guiñe un ojo al hombre mientras le estrechaba la mano. -Los carteles no te hacen justicia Eltrant, no han sabido dibujarte bien las cejas. Reivy Abadder.
Al escuchar mi apellido los hombres se callaron y dejaron de trabajar por un momento. Los casos como el mío eran tan raros que las habladurías se habían extendido con rapidez, y aunque hacía mucho tiempo de aquello mi familia se había encargado de hacer saber a todo el mundo que mi nombre estaba fuera de la protección del escudo familiar.
-Y esta es mi hija Lavey. -Continué, señalando con la mano libre a la rubia que sujetaba la sierra. -No hagas caso a esos necios, lo mío no se contagia... Los dioses tienen una forma única de ver el mundo. -Comente soltándole la mano. -Nosotros los dragones, que somos sus hijos y lo veneramos no hemos tenido el favor de volver a verlos desde su partida. Y tú que eres humano, llegas a la ciudad armas escándalo y aparecen. -Recogí la sierra que la lagartija tenia aun en sus manos y me puse tras la madera. -Ojala hubiera estado en el juicio, seguro que son unas bestias magnificas.
Habla sin mirar a Elntrant, podía serrar una madera sin dificultad, pero por nada en el mundo dejaría de mirar el corte. No sería yo una de las tantas carpinteras a las que le falta un dedo por no ver lo que están haciendo.
Los trabajadores a nuestro al rededor no solo hablaban de mí y la deshonra a mi familia sino también del humano y el daño que había causado.
-¿Sabes? -Le dije despreocupada. -En el pueblo de mi abuelo hay un dicho que cuando lo traduces dice algo así como: A palabras necias oídos sordos. Que no te importe lo que diga esa gentuza, los celestiales te juzgaron y te hallaron inocente. ¿Quién son ellos para llevarles la contraria?
Concluí la frase con un movimiento de cabeza señalando la chusma que farfullaba y disimulaba a nuestro alrededor pretendiendo hacer trabajo.
A pocos metros de distancia una mujer estaba en pleno proceso de transformación junto a un pilar acabado, a su alrededor un grupo de cuatro hombre anudaban el pilar con sogas. La mujer era un maravilloso ejemplar de dragón rojo que ahora se erguía sobre sus patas traseras mientras los hombres amarraban las cuerdas a su cuerpo.
-Centella van a levantar el pilar. -Comentó ilusionada Lavey. -Pero... es muy grande ¿Cuatro hombres no son pocos?
Dejé de mover la sierra y levanté la vista hacia el lugar de la maniobra.
-Sí, cuatro son pocos. Les va hacer falta más gente para dirigir a la dragona y el pilar, mover piezas de ese tamaño siempre es peligroso. -Entonces dejé de mirar a la rubia y me centre en el castaño. -Eltrant, ¿Podrías ayudarlos? solo tienes que ponerte cerca del pilar y gritar si ves que se mueve demasiado o si gira hacia algún lugar por el que podría chocar. Vey estará en tu lado opuesto, entre los dos seguro que tenéis visión de todo lo que sucede alrededor.
Reivy Abadder
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Re: La Ciudad Herida [Privado] [Cerrado]
Sonrió a la joven cuando esta aceptó de buena gana su mano.
No tardó en percibir que, cuando Reivy pronunció su nombre, algunos de los trabajadores más cercanos se callaron de golpe; pero lo dejó estar, si la propia norteña había hecho caso omiso a lo que decían de ella él no iba a ser menos.
Tampoco iba a preguntar por algo que, probablemente, no fuese de la incumbencia de una persona que acababa de conocer.
Sonrió al escuchar el comentario de los guantes y, cruzándose de brazos, negó con la cabeza.
- Vuelve a traérmelos si se te rompen. – Le dijo mostrándole los suyos propios, que en aquel momento colgaban de su cinturon. – Las reparaciones son gratis. – Añadió acercándose más a la mesa de trabajo de Reivy, curioseando lo que había desperdigado por ella.
Dejó que la mujer continuase hablando, momento en el cual se percató la pequeña figura que correteaba a los pies de la norteña.
- Encantado, Lavey. – dijo Eltrant a la rubia con una sonrisa, agachándose frente a esta. - ¿Ayudando a tu madre? – Le revolvió el pelo a la niña y aguardó a que esta respondiese. Lo cierto es que, como a Reivy, ya la conocía, después de todo la había visto en su taller.
Sin moverse de dónde estaba, el exmercenario observó atentamente a la carpintera trabajar. Era hipnótico, en cierto modo le daba envidia, trabajar el hierro podía ser complicado, pero no requería demasiada sutileza.
Lyn se lo recordaba constantemente.
Reivy, no obstante, cuidaba la madera como si fuese una extensión de su cuerpo. Era difícil de describir para alguien que desconocía completamente el oficio de su nueva amiga, pero no podía sino apreciar que se trataba de una carpintera que, como mínimo, conocía su trabajo.
- Sí, los Ancestrales… - Se quedó pensando unos segundos. - ¿Daban miedo? – Agregó a continuación, después de rememorar la penetrante mirada de aquellos seres que, definitivamente, hacían honor a su nombre. – Digamos que... daban respeto. – Aclaró finalmente, esbozando una sonrisa.
Los rumores habían llegado incluso a oídos de Reivy. No era de extrañar, todo el mundo hablaba en la ciudad de lo que sucedió dos noches atrás, pero la mujer, lejos de unirse a las quejas y a las miradas de los demás ciudadanos de Dundarak se mostró compresiva.
Lo cual decía mucho, solo se habían visto dos veces, Reivy tenía el mismo derecho que los demás para culparle por lo que le había pasado a su ciudad.
- Un hombre sabio, tu abuelo. – Aclaró llevándose ambas manos hasta la espalda. – En mi pueblo natal también hay dichos… - Se atusó la barba. – …aunque la mayoría tienen que ver con ganado, supongo. – Miró ahora a Lavey, que acababa de irrumpir en la conversación casualmente. - ¿Centella? – Preguntó en voz alta, mirando a Reivy.
Debía de ser el mote de la mujer, pues fue esta quien contestó y pidió a continuación a Eltrant que les ayudase a levantar el pilar.
- Por supuesto. – Dijo remangándose la camisa, dejando al descubierto los gruesos vendajes que cubrían sus brazos. - ¿Dónde me pongo? – Caminó un par de pasos, justo hasta dónde se había quedado la hija de Reivy. - ¿Aquí? – Cuando la dragona dio el visto bueno, los lugareños, ayudados por una dragona de escamas rojizas, comenzaron a levantar el pilar.
Con las manos en jarra Eltrant se movió en círculos, siempre a la misma distancia de la columna, atento a que no se saliese de los cimientos que habían preparado para que esta encajase.
- ¡Parad! – Alzó ambas manos, como si el castaño hubiese lanzado un hechizo inmovilizador, todos se pararon al instante. – Un poco a la derecha. – Indicó a continuación, tras varios segundos rectificando, volvieron a levantar el pilar. – A la izquierda… - dijo moviendo uno de sus brazos para que le viesen. – Bien, bien… - Esta vez no era necesario que se detuviesen, no se habían desviado tanto. – Así… - Diez segundos fueron los que transcurrieron antes de que el pilar estuvo totalmente erguido.
Cuando este estuvo en alto, varios hombres se apresuraron a apuntalar dicho pilar al suelo y, tras haberse asegurado de que este no se movía, miraron a Reivy expectantes, previendo que la dragona no iba a tardar mucho en dar alguna otra orden.
Mientras tanto, un hombre fornido de espesa barba grisácea se acercó hasta dónde estaban.
Llevaba un atuendo similar al del capataz que le había ordenado ir hasta allí.
- Tale. – Llamó, alzando su voz sobre el ajetreo de la cimentación, sin detenerse a mirar a los albañiles que se giraban según pasaba.
Eltrant, lanzando antes una rápida mirada a Reivy, se quedó en el lugar en el que estaba; esperando ver que era lo que quería el recién llegado, quien, por su expresión, no parecían ser buenas noticias.
Off: ¿Qué noticias trae ese hombre? Decide tú :'DD
No tardó en percibir que, cuando Reivy pronunció su nombre, algunos de los trabajadores más cercanos se callaron de golpe; pero lo dejó estar, si la propia norteña había hecho caso omiso a lo que decían de ella él no iba a ser menos.
Tampoco iba a preguntar por algo que, probablemente, no fuese de la incumbencia de una persona que acababa de conocer.
Sonrió al escuchar el comentario de los guantes y, cruzándose de brazos, negó con la cabeza.
- Vuelve a traérmelos si se te rompen. – Le dijo mostrándole los suyos propios, que en aquel momento colgaban de su cinturon. – Las reparaciones son gratis. – Añadió acercándose más a la mesa de trabajo de Reivy, curioseando lo que había desperdigado por ella.
Dejó que la mujer continuase hablando, momento en el cual se percató la pequeña figura que correteaba a los pies de la norteña.
- Encantado, Lavey. – dijo Eltrant a la rubia con una sonrisa, agachándose frente a esta. - ¿Ayudando a tu madre? – Le revolvió el pelo a la niña y aguardó a que esta respondiese. Lo cierto es que, como a Reivy, ya la conocía, después de todo la había visto en su taller.
Sin moverse de dónde estaba, el exmercenario observó atentamente a la carpintera trabajar. Era hipnótico, en cierto modo le daba envidia, trabajar el hierro podía ser complicado, pero no requería demasiada sutileza.
Lyn se lo recordaba constantemente.
Reivy, no obstante, cuidaba la madera como si fuese una extensión de su cuerpo. Era difícil de describir para alguien que desconocía completamente el oficio de su nueva amiga, pero no podía sino apreciar que se trataba de una carpintera que, como mínimo, conocía su trabajo.
- Sí, los Ancestrales… - Se quedó pensando unos segundos. - ¿Daban miedo? – Agregó a continuación, después de rememorar la penetrante mirada de aquellos seres que, definitivamente, hacían honor a su nombre. – Digamos que... daban respeto. – Aclaró finalmente, esbozando una sonrisa.
Los rumores habían llegado incluso a oídos de Reivy. No era de extrañar, todo el mundo hablaba en la ciudad de lo que sucedió dos noches atrás, pero la mujer, lejos de unirse a las quejas y a las miradas de los demás ciudadanos de Dundarak se mostró compresiva.
Lo cual decía mucho, solo se habían visto dos veces, Reivy tenía el mismo derecho que los demás para culparle por lo que le había pasado a su ciudad.
- Un hombre sabio, tu abuelo. – Aclaró llevándose ambas manos hasta la espalda. – En mi pueblo natal también hay dichos… - Se atusó la barba. – …aunque la mayoría tienen que ver con ganado, supongo. – Miró ahora a Lavey, que acababa de irrumpir en la conversación casualmente. - ¿Centella? – Preguntó en voz alta, mirando a Reivy.
Debía de ser el mote de la mujer, pues fue esta quien contestó y pidió a continuación a Eltrant que les ayudase a levantar el pilar.
- Por supuesto. – Dijo remangándose la camisa, dejando al descubierto los gruesos vendajes que cubrían sus brazos. - ¿Dónde me pongo? – Caminó un par de pasos, justo hasta dónde se había quedado la hija de Reivy. - ¿Aquí? – Cuando la dragona dio el visto bueno, los lugareños, ayudados por una dragona de escamas rojizas, comenzaron a levantar el pilar.
Con las manos en jarra Eltrant se movió en círculos, siempre a la misma distancia de la columna, atento a que no se saliese de los cimientos que habían preparado para que esta encajase.
- ¡Parad! – Alzó ambas manos, como si el castaño hubiese lanzado un hechizo inmovilizador, todos se pararon al instante. – Un poco a la derecha. – Indicó a continuación, tras varios segundos rectificando, volvieron a levantar el pilar. – A la izquierda… - dijo moviendo uno de sus brazos para que le viesen. – Bien, bien… - Esta vez no era necesario que se detuviesen, no se habían desviado tanto. – Así… - Diez segundos fueron los que transcurrieron antes de que el pilar estuvo totalmente erguido.
Cuando este estuvo en alto, varios hombres se apresuraron a apuntalar dicho pilar al suelo y, tras haberse asegurado de que este no se movía, miraron a Reivy expectantes, previendo que la dragona no iba a tardar mucho en dar alguna otra orden.
Mientras tanto, un hombre fornido de espesa barba grisácea se acercó hasta dónde estaban.
Llevaba un atuendo similar al del capataz que le había ordenado ir hasta allí.
- Tale. – Llamó, alzando su voz sobre el ajetreo de la cimentación, sin detenerse a mirar a los albañiles que se giraban según pasaba.
Eltrant, lanzando antes una rápida mirada a Reivy, se quedó en el lugar en el que estaba; esperando ver que era lo que quería el recién llegado, quien, por su expresión, no parecían ser buenas noticias.
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Eltrant Tale
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Re: La Ciudad Herida [Privado] [Cerrado]
La columna calzó en su asiento sin problemas, si todo era así de rápido y eficaz las reconstrucción del templo acabaría en menos de 6 meses. Pero yo no estaría en la ciudad para verlo, apenas llevaba un día y ya me había ganado malas miradas, tendría suerte si en tres noches no venía alguien a darme una paliza.
Un hombre de barba cana se acercó a Eltrant y la mirada que me dio el humano fue suficiente para que me acercara. Los capataces solían quedarse en sus zonas y solo se movían por circunstancia de suma importancia, ver aquel hombre fuera de su lugar de trabajo no auguraba nada bueno. -¿Que sucede? -Pregunte colocándome entre Eltrant y Lavey.
-Era uno de los pocos edificios menos afectados por las llamas, pensábamos que... -El hombre apretaba el mandil con las manos presa del pánico. -Es el hospital señorita, el techo ha colapsado. No sabemos cómo ha sucedido, pero es horrible, se escuchan voces y llantos debajo de las piedras.
A Lavey se le borro la sonrisa de la cara y yo entre abrí la boca y mire al hombre incrédula, acto seguido fruncí el ceño y silbé hacia los obreros.
-¡Dejad todo lo que estáis haciendo! -Mis gritos sonaban mucho más graves que mi tono de voz habitual. -¡Os quiero a todos en el hospital! que la dragona lleve a los que pueda el resto ira a pie. -El grupo de obreros que había escuchado mi apellido se quedó remoloneando en los caballetes. -¡¿Estáis sordos!? El hospital se ha derrumbado ¡Moved el culo! -Ahora que sabían el motivo de los gritos los disidentes cambiaron de opinión y pusieron pies en polvorosa. - Vamos. -Apremie al castaño dando por hecho que nos seguiría.
Al llegar la nube de polvo apenas comenzaba a posarse, se escuchaban gritos de dentro y de fuera del edificio, la gente que antes paseaba por la calle ahora se lamentaba por las heridas que había causado la metralla de la construcción. La dragona de fuego ya estaba en la zona usando sus zarpas para apartar escombros, junto a los obreros otros dragones imitaban a la dragona roja. Se había formado una cadena humana desde la calle hasta la cima de los escombros donde algunas personas sacaban piedras y maderos de los lugares donde escuchaban gritos de socorro. Uno de esos hombres levantó un trozo de viga y bajo sus pies comenzaron a moverse los escombros, antes de que nadie pudiera hacer nada se abrió un agujero y los restos que estaban sueltos cayeron por el llevándose consigo al hombre y apagando un llanto infantil. La cadena de rescate se paralizo al ver lo sucedido.
-Que nadie mueva una sola piedra hasta saber lo que hay debajo. -Mire al hombre que nos condujo hasta el hospital. -Capataz haga correr la voz. Tenemos que buscar elementales de tierra y todos los brujos que haya en la ciudad, necesitamos que sondeen los escombros, que hagan un mapa de que mover y que no. También podemos usar controladores de aire, que averigüen las corrientes y las bolsas de oxigeno que hay bajo todo esto.
_______
Off: corto pero intenso :3
Un hombre de barba cana se acercó a Eltrant y la mirada que me dio el humano fue suficiente para que me acercara. Los capataces solían quedarse en sus zonas y solo se movían por circunstancia de suma importancia, ver aquel hombre fuera de su lugar de trabajo no auguraba nada bueno. -¿Que sucede? -Pregunte colocándome entre Eltrant y Lavey.
-Era uno de los pocos edificios menos afectados por las llamas, pensábamos que... -El hombre apretaba el mandil con las manos presa del pánico. -Es el hospital señorita, el techo ha colapsado. No sabemos cómo ha sucedido, pero es horrible, se escuchan voces y llantos debajo de las piedras.
A Lavey se le borro la sonrisa de la cara y yo entre abrí la boca y mire al hombre incrédula, acto seguido fruncí el ceño y silbé hacia los obreros.
-¡Dejad todo lo que estáis haciendo! -Mis gritos sonaban mucho más graves que mi tono de voz habitual. -¡Os quiero a todos en el hospital! que la dragona lleve a los que pueda el resto ira a pie. -El grupo de obreros que había escuchado mi apellido se quedó remoloneando en los caballetes. -¡¿Estáis sordos!? El hospital se ha derrumbado ¡Moved el culo! -Ahora que sabían el motivo de los gritos los disidentes cambiaron de opinión y pusieron pies en polvorosa. - Vamos. -Apremie al castaño dando por hecho que nos seguiría.
Al llegar la nube de polvo apenas comenzaba a posarse, se escuchaban gritos de dentro y de fuera del edificio, la gente que antes paseaba por la calle ahora se lamentaba por las heridas que había causado la metralla de la construcción. La dragona de fuego ya estaba en la zona usando sus zarpas para apartar escombros, junto a los obreros otros dragones imitaban a la dragona roja. Se había formado una cadena humana desde la calle hasta la cima de los escombros donde algunas personas sacaban piedras y maderos de los lugares donde escuchaban gritos de socorro. Uno de esos hombres levantó un trozo de viga y bajo sus pies comenzaron a moverse los escombros, antes de que nadie pudiera hacer nada se abrió un agujero y los restos que estaban sueltos cayeron por el llevándose consigo al hombre y apagando un llanto infantil. La cadena de rescate se paralizo al ver lo sucedido.
-Que nadie mueva una sola piedra hasta saber lo que hay debajo. -Mire al hombre que nos condujo hasta el hospital. -Capataz haga correr la voz. Tenemos que buscar elementales de tierra y todos los brujos que haya en la ciudad, necesitamos que sondeen los escombros, que hagan un mapa de que mover y que no. También podemos usar controladores de aire, que averigüen las corrientes y las bolsas de oxigeno que hay bajo todo esto.
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Off: corto pero intenso :3
Reivy Abadder
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Re: La Ciudad Herida [Privado] [Cerrado]
Con ambas manos en las caderas miró el edificio en ruinas que tenía frente a él, tratando de no pensar demasiado en las voces que se apagaban con cada movimiento de tierra.
Frunció el ceño, dudando por algunos instantes si aquello era, verdaderamente, culpa suya.
Después de todo había atraído a los que habían ocasionado aquello hasta allí. Por otro lado, habían sido los dragones, los protectores de la ciudad, quienes parecían haberse esforzado más por derruirla hasta los cimientos.
Pero lo habían hecho buscándole a él, esa era la justificación que daban.
- Maldita Friddel… - dijo entre dientes, cerrando los puños con fuerza.
Se llevó la mano derecha hasta la cara y se frotó los ojos, mientras escuchaba a Reivy gritar órdenes a los presentes, todos se ponían manos a la obra.
Miró a la norteña inquisitivamente, alguien como él tenía una cantidad de habilidades bastante reducidas, limitadas incluso. En momentos como aquel… no estaba seguro de que hacer, sus aptitudes solían estar limitadas a recibir golpes o, por el contrario, a darlos.
- Dime qué hacer, Reivy. – Dijo a Reivy agachándose frente al edificio, estudiando más detenidamente los escombros.
Se sentía inútil. Dragones elementales ya habían comenzado a aparecer y algunos de los brujos de Beltrexus que se habían quedado atrás levantaban con sus poderes las rocas y las piedras, comenzando a desenterrar la zona.
¿Pero él?
Había hecho estallar la rodilla de una Tarasca de un puñetazo, pero seguía siendo incapaz de rescatar a personas atrapadas justo frente a él. Negando con la cabeza, comenzó a imitar a los albañiles del lugar, tomó piedras, las más grandes que pudo teniendo en cuenta su tamaño, y comenzó a apartarlas lentamente, a apilarlas a un lado.
- ¡Ayuda por aquí! – Gritó alguien, llamando a todo aquel que escuchase su voz.
Eltrant corrió hacia el lugar y, cuidadosamente, siguió las instrucciones del hombre.
- Con cuidado… con cuidado… - Una pareja salió de debajo de los escombros, estaba viva, pero débil. - ¡Llevadlos a la posada! – Gritó el hombre, y entregó a Eltrant una pala. – Cava. – Ordenó, sin ocultar un ápice el desprecio que sentía por el hombre al que creía culpable de aquella desgracia.
Sin contestar, Eltrant comenzó a cavar en el lugar en el que habían indicado.
Aún se escuchaban voces bajo los escombros, bajo el edificio, no tenía tiempo que perder.
- ¡Reivy! – Gritó a la mujer, deteniéndose - ¡Creo que aquí hay un sótano! – Exclamó, sin atreverse a dar otra palada más, temiendo que el suelo pudiese venirse abajo.
Frunció el ceño, dudando por algunos instantes si aquello era, verdaderamente, culpa suya.
Después de todo había atraído a los que habían ocasionado aquello hasta allí. Por otro lado, habían sido los dragones, los protectores de la ciudad, quienes parecían haberse esforzado más por derruirla hasta los cimientos.
Pero lo habían hecho buscándole a él, esa era la justificación que daban.
- Maldita Friddel… - dijo entre dientes, cerrando los puños con fuerza.
Se llevó la mano derecha hasta la cara y se frotó los ojos, mientras escuchaba a Reivy gritar órdenes a los presentes, todos se ponían manos a la obra.
Miró a la norteña inquisitivamente, alguien como él tenía una cantidad de habilidades bastante reducidas, limitadas incluso. En momentos como aquel… no estaba seguro de que hacer, sus aptitudes solían estar limitadas a recibir golpes o, por el contrario, a darlos.
- Dime qué hacer, Reivy. – Dijo a Reivy agachándose frente al edificio, estudiando más detenidamente los escombros.
Se sentía inútil. Dragones elementales ya habían comenzado a aparecer y algunos de los brujos de Beltrexus que se habían quedado atrás levantaban con sus poderes las rocas y las piedras, comenzando a desenterrar la zona.
¿Pero él?
Había hecho estallar la rodilla de una Tarasca de un puñetazo, pero seguía siendo incapaz de rescatar a personas atrapadas justo frente a él. Negando con la cabeza, comenzó a imitar a los albañiles del lugar, tomó piedras, las más grandes que pudo teniendo en cuenta su tamaño, y comenzó a apartarlas lentamente, a apilarlas a un lado.
- ¡Ayuda por aquí! – Gritó alguien, llamando a todo aquel que escuchase su voz.
Eltrant corrió hacia el lugar y, cuidadosamente, siguió las instrucciones del hombre.
- Con cuidado… con cuidado… - Una pareja salió de debajo de los escombros, estaba viva, pero débil. - ¡Llevadlos a la posada! – Gritó el hombre, y entregó a Eltrant una pala. – Cava. – Ordenó, sin ocultar un ápice el desprecio que sentía por el hombre al que creía culpable de aquella desgracia.
Sin contestar, Eltrant comenzó a cavar en el lugar en el que habían indicado.
Aún se escuchaban voces bajo los escombros, bajo el edificio, no tenía tiempo que perder.
- ¡Reivy! – Gritó a la mujer, deteniéndose - ¡Creo que aquí hay un sótano! – Exclamó, sin atreverse a dar otra palada más, temiendo que el suelo pudiese venirse abajo.
Eltrant Tale
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Re: La Ciudad Herida [Privado] [Cerrado]
El color de ojos de Lavey había cambiado de azul a gris y observaba el derrumbe junto al grupo de elementales de tierra, la pequeña percibía las huellas de calor de los sepultados y les indicaba a los dragones que zonas tenían prioridad respecto a otras. Los ciudadanos solo levantaban las piezas del destrozado hospital que los brujos y dragones señalaban.
Gritos de socorro se sucedían uno tras otros, uno de ellos fue socorrido por Eltrant y minutos después fue su voz alarmada la que grito mi nombre. Apenas tuve que dar un puñado de pasos hasta alcanzar al humano, pero en aquellos pocos metros esquive un grupo de dos niños y un hombre llenos de polvo y algunos escombros en el pelo, y luego le di paso a una pareja de mujeres que llevaban a una anciana en una camilla, todos los supervivientes estaban siendo trasladados a la posada.
-Que un par de brujos vayan a la taberna y que se aseguren que el edificio no se viene abajo. -Dije a uno de los líderes que comandaba uno de los grupos de rescate. -Lo último que queremos es tener otra desgracia.
El hombre pelirrojo asintió y antes de perderlo de vista ya estaba buscando a dos hechiceros. Esta emergencia era algo que no podía volver a repetirse, pero ahora mismo la ciudad no disponía de los medios suficientes para segregar a los ciudadanos en grupos de búsqueda, la revisión de los edificios afectados por la catástrofe de nirana debería retrasarse hasta solventar el problema del hospital.
-¿Que sucede? - Pregunté al castaño apartando de mi mente los posibles contratiempos que podían o no venir a continuación. -Hay que...
-Señora. -Interrumpió una mujer joven con la cara pecosa y sucia por el polvo del accidente. -Mis hermanos y yo trabajamos en las minas, si lográis abrir una obertura podremos buscar puntos de apoyo sobre los escombros y apuntalarlos e ir creando camino.
-Muy bien. -Respondí a la mujer. -Trae a tu familia y pide el material que necesites, moveremos toda la madera que sea necesaria desde la carpintería del templo.
Me quedé junto a Eltrant, los minutos pasaban y mis manos apretaban el palo de la azada que me dieron al llegar junto al humano. Un tensai de tierra corría hacia nosotros, tenía la frente perlada de sudor y la túnica manchada de sangre y barro, el hombre apenas había tardado unos minutos en llegar, pero en estos momentos la ansiedad me hacía ver el paso de los minutos como si fueran horas.
El brujo colocó sus pies descalzos y sus manos sobre el hoyo donde momentos antes cavaba Eltrant, la tierra y las piedras comenzaron a removerse solas, levitaban a centímetros del suelo y se depositaban junto a una pila de escombros extraídos. -Es seguro seguir excavando, no hay nada debajo nuestra que pueda derrumbarse, pero para llegar al sótano habrá que excavar en línea recta hasta el centro del hospital.
-Gracias, nosotros continuamos. Seguro que otro grupo te necesita. -El brujo asintió y salió corriendo siguiendo a una mujer. -Comencemos a cavar hasta que lleguen los mineros, Eltrant.
Pasó cerca de una hora hasta el la mujer pecosa llegó con sus hermanos y un par de carros llenos de vigas. Mientras bajaban la madera del vehículo me tome un segundo para respirar y contarles las palabras del brujo. Tenía los brazos llenos de polvo y tierra, el sudor había hecho surcos por mi piel, hacía ya tiempo que no tenía los guantes puestos, mis uñas estaban llenas de suciedad y las manos exhibían arañazos por culpa de los escombros.
-Ahora os toca descansar, -Nos dijo la mujer acomodándose un casco que tenía un orificio donde descansaba una vela. -esto va para largo. Nos iremos turnando para hacer el túnel, iremos tan rápido como podamos, pero no avanzaremos hasta estar seguros de que las vigas pueden sostener el derrumbe. -La mujer dio un par de gritos y ella y dos de sus hermanos comenzaron la excavación.
__________
Off: Dejo en tus manos la obra del túnel y el rescate ^///^
Nota: Lavey usa su habilidad de rasgo para detectar el calor de los supervivientes.
Gritos de socorro se sucedían uno tras otros, uno de ellos fue socorrido por Eltrant y minutos después fue su voz alarmada la que grito mi nombre. Apenas tuve que dar un puñado de pasos hasta alcanzar al humano, pero en aquellos pocos metros esquive un grupo de dos niños y un hombre llenos de polvo y algunos escombros en el pelo, y luego le di paso a una pareja de mujeres que llevaban a una anciana en una camilla, todos los supervivientes estaban siendo trasladados a la posada.
-Que un par de brujos vayan a la taberna y que se aseguren que el edificio no se viene abajo. -Dije a uno de los líderes que comandaba uno de los grupos de rescate. -Lo último que queremos es tener otra desgracia.
El hombre pelirrojo asintió y antes de perderlo de vista ya estaba buscando a dos hechiceros. Esta emergencia era algo que no podía volver a repetirse, pero ahora mismo la ciudad no disponía de los medios suficientes para segregar a los ciudadanos en grupos de búsqueda, la revisión de los edificios afectados por la catástrofe de nirana debería retrasarse hasta solventar el problema del hospital.
-¿Que sucede? - Pregunté al castaño apartando de mi mente los posibles contratiempos que podían o no venir a continuación. -Hay que...
-Señora. -Interrumpió una mujer joven con la cara pecosa y sucia por el polvo del accidente. -Mis hermanos y yo trabajamos en las minas, si lográis abrir una obertura podremos buscar puntos de apoyo sobre los escombros y apuntalarlos e ir creando camino.
-Muy bien. -Respondí a la mujer. -Trae a tu familia y pide el material que necesites, moveremos toda la madera que sea necesaria desde la carpintería del templo.
Me quedé junto a Eltrant, los minutos pasaban y mis manos apretaban el palo de la azada que me dieron al llegar junto al humano. Un tensai de tierra corría hacia nosotros, tenía la frente perlada de sudor y la túnica manchada de sangre y barro, el hombre apenas había tardado unos minutos en llegar, pero en estos momentos la ansiedad me hacía ver el paso de los minutos como si fueran horas.
El brujo colocó sus pies descalzos y sus manos sobre el hoyo donde momentos antes cavaba Eltrant, la tierra y las piedras comenzaron a removerse solas, levitaban a centímetros del suelo y se depositaban junto a una pila de escombros extraídos. -Es seguro seguir excavando, no hay nada debajo nuestra que pueda derrumbarse, pero para llegar al sótano habrá que excavar en línea recta hasta el centro del hospital.
-Gracias, nosotros continuamos. Seguro que otro grupo te necesita. -El brujo asintió y salió corriendo siguiendo a una mujer. -Comencemos a cavar hasta que lleguen los mineros, Eltrant.
Pasó cerca de una hora hasta el la mujer pecosa llegó con sus hermanos y un par de carros llenos de vigas. Mientras bajaban la madera del vehículo me tome un segundo para respirar y contarles las palabras del brujo. Tenía los brazos llenos de polvo y tierra, el sudor había hecho surcos por mi piel, hacía ya tiempo que no tenía los guantes puestos, mis uñas estaban llenas de suciedad y las manos exhibían arañazos por culpa de los escombros.
-Ahora os toca descansar, -Nos dijo la mujer acomodándose un casco que tenía un orificio donde descansaba una vela. -esto va para largo. Nos iremos turnando para hacer el túnel, iremos tan rápido como podamos, pero no avanzaremos hasta estar seguros de que las vigas pueden sostener el derrumbe. -La mujer dio un par de gritos y ella y dos de sus hermanos comenzaron la excavación.
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Off: Dejo en tus manos la obra del túnel y el rescate ^///^
Nota: Lavey usa su habilidad de rasgo para detectar el calor de los supervivientes.
Reivy Abadder
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Re: La Ciudad Herida [Privado] [Cerrado]
El túnel avanzaba de forma lenta, pero constante.
No estaban construyendo nada del otro mundo, de hecho, él mismo apenas entraba de forma erguida. Pero era suficiente para sacar a las personas que aguardaban al otro lado del mismo, las mismas que de vez en cuando dejaban escapar gritos de socorro apagados por la pared de escombros.
Reivy y los demás mineros se encargaban de que el pasadizo se mantuviese firme según avanzaban, incluso cuando algunas sacudidas se encargaban de mostrarle a los trabajadores que estaban muy lejos de haber acabado y de que, cualquier paso en falso, podría acabar en otra tragedia.
Se esforzó por ayudar, continuó cavando durante su turno lo máximo que pudo, pero siempre siguiendo las instrucciones que le daban. Los dioses sabían que, aunque cavar le era relativamente fácil, pues no era más que usar su fuerza física en algo que no era cortar a gente en dos, no era ningún arquitecto.
Si colocaba la pala en el lugar equivocado podría ocasionar un derrumbamiento; no fueron pocas las veces que se lo recordaron.
Se pasó la mano por la frente, para limpiar el sudor que resbalaba por la misma y, cuando le dijeron que saliese del túnel obedeció, dejó que los mineros le supliesen cuando el pasadizo fue lo suficientemente largo como para necesitar la atención de expertos por cada centímetro cavado.
No tardaron demasiado en terminarlo, quizás unas dos horas; fueron intensas, más de lo que a Eltrant esperaría. Al final consiguieron sacar a una familia del sótano semiderruido que había al otro lado de la galería.
Pero, por los gritos, parecía haber más.
Se sentó a un lado, observó atentamente como los presentes trabajaban mientras él echaba mano de una cantimplora y daba un largo trago al agua que había en su interior. El sudor, junto a la fría brisa norteña hacía que su cuerpo se estremeciese cada segundo que pasaba, que su propia ropa se pegase sobre su cuerpo; era evidente que trabajar bajo aquellas condiciones no era algo que podía hacer cualquiera.
Se peinó pobremente y respiró hondo.
- Tomate un descanso. – Le dijo a Reivy sacudiendo la cantimplora, ofreciéndosela. – No has parado desde que empezamos. –Advirtió, contemplando como la mujer había estado dando consejos de carpintería a cualquiera que se había acercado desde el principio.
Tras escuchar la respuesta de la mujer, Eltrant asintió y comprobó que los vendajes que cubrían su cuerpo seguían en su sitio; en algunos habían aparecido pequeñas manchas de colores carmesíes.
Suspiró, los curanderos que le habían parcheado le habían advertido de que el trabajo era algo a evitar durante al menos una semana: cualquier tipo de trabajo.
Por supuesto, Eltrant solía emprender aventuras constantemente tras haber sido apuñalado en varias partes. No iba a hacer menos en aquel momento, además, aquello era un cambio de ritmo bastante acentuado a lo que solía hacer.
- ¿Sueles hacer esto? – Preguntó a Reivy, levantándose, ajustando los vendajes lo máximo que pudo. – Ayudar a reconstruir... sitios. – Aclaró, ayudando a un hombre a levantar una pesada viga de madera.
No estaban construyendo nada del otro mundo, de hecho, él mismo apenas entraba de forma erguida. Pero era suficiente para sacar a las personas que aguardaban al otro lado del mismo, las mismas que de vez en cuando dejaban escapar gritos de socorro apagados por la pared de escombros.
Reivy y los demás mineros se encargaban de que el pasadizo se mantuviese firme según avanzaban, incluso cuando algunas sacudidas se encargaban de mostrarle a los trabajadores que estaban muy lejos de haber acabado y de que, cualquier paso en falso, podría acabar en otra tragedia.
Se esforzó por ayudar, continuó cavando durante su turno lo máximo que pudo, pero siempre siguiendo las instrucciones que le daban. Los dioses sabían que, aunque cavar le era relativamente fácil, pues no era más que usar su fuerza física en algo que no era cortar a gente en dos, no era ningún arquitecto.
Si colocaba la pala en el lugar equivocado podría ocasionar un derrumbamiento; no fueron pocas las veces que se lo recordaron.
Se pasó la mano por la frente, para limpiar el sudor que resbalaba por la misma y, cuando le dijeron que saliese del túnel obedeció, dejó que los mineros le supliesen cuando el pasadizo fue lo suficientemente largo como para necesitar la atención de expertos por cada centímetro cavado.
No tardaron demasiado en terminarlo, quizás unas dos horas; fueron intensas, más de lo que a Eltrant esperaría. Al final consiguieron sacar a una familia del sótano semiderruido que había al otro lado de la galería.
Pero, por los gritos, parecía haber más.
Se sentó a un lado, observó atentamente como los presentes trabajaban mientras él echaba mano de una cantimplora y daba un largo trago al agua que había en su interior. El sudor, junto a la fría brisa norteña hacía que su cuerpo se estremeciese cada segundo que pasaba, que su propia ropa se pegase sobre su cuerpo; era evidente que trabajar bajo aquellas condiciones no era algo que podía hacer cualquiera.
Se peinó pobremente y respiró hondo.
- Tomate un descanso. – Le dijo a Reivy sacudiendo la cantimplora, ofreciéndosela. – No has parado desde que empezamos. –Advirtió, contemplando como la mujer había estado dando consejos de carpintería a cualquiera que se había acercado desde el principio.
Tras escuchar la respuesta de la mujer, Eltrant asintió y comprobó que los vendajes que cubrían su cuerpo seguían en su sitio; en algunos habían aparecido pequeñas manchas de colores carmesíes.
Suspiró, los curanderos que le habían parcheado le habían advertido de que el trabajo era algo a evitar durante al menos una semana: cualquier tipo de trabajo.
Por supuesto, Eltrant solía emprender aventuras constantemente tras haber sido apuñalado en varias partes. No iba a hacer menos en aquel momento, además, aquello era un cambio de ritmo bastante acentuado a lo que solía hacer.
- ¿Sueles hacer esto? – Preguntó a Reivy, levantándose, ajustando los vendajes lo máximo que pudo. – Ayudar a reconstruir... sitios. – Aclaró, ayudando a un hombre a levantar una pesada viga de madera.
Eltrant Tale
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Re: La Ciudad Herida [Privado] [Cerrado]
-Gracias. -Respondí jadeante junto al castaño extendiendo el brazo para recoger la cantimplora. -Tu tampoco has dejado de moverte, Eltrant. -Mentiría si dijera que no se me iban los ojos al ver los músculos tensados del humano bajo las vendas y la ropa pegada a su piel, pero en esta ocasión deje a un lado los malos pensamientos y me centre en las preocupantes manchas de las gasas. -Eso no tiene buena pinta, deberías ir a la posada a que te revisen. Si quieres puedo acompañarte. -Entonces el hombre formulo una pregunta extraña y el mismo debió darse cuenta porque mientras yo levantaba una ceja él aclaro la incógnita. -Oh, pues hasta cierto punto sí. En Ulmer, la ciudad donde tengo el taller, siempre hay pequeños cambios que hacer a las casas. Puertas, ventanas y contraventanas, también tejas y esas cosas... pero nunca he estado en algo tan grande. Mucho menos en el derrumbe de un edificio.
Me levante al ver como Eltrant levantaba una viga junto a un dragón, quise ayudarle, pero para cuando estuve a su lado ya era tarde.
Del interior del túnel salió la minera acompañada por un grupo de tres hombres y dos adolescentes. -Estos son los últimos. Nosotros bajaremos una vez más por el túnel y veremos si podemos acceder a más heridos desde debajo, si sucede algo os llamaremos. -Asentí con la cabeza pasando un brazo por el hombro de uno de los hombres, mientras que mi hija llegaba desde uno de los costados y cogía de un brazo a una de las adolescentes.
-Los dragones de tierra están despejando a buen ritmo la parte norte y los brujos están con el ala oeste, al resto de los ciudadanos que participan en el rescate se les ha dado instrucciones y están desescombrando la zona este que ha sido la menos afectada.
-Bien, gracias hija. -Eché un vistazo rápido a la zona, el hombre seguía recargado sobre mi brazo y un peligroso reguero de sangre baja desde su cabeza. -Tenemos que llevarlo a la posada... ¿Eltrant me ayuda con el traslado?
Los dos hombres restantes parecían estar bien, aunque uno tenía una notoria cojera. La que peor parecía estar era la segunda adolescente que tenía el brazo derecho descolgado y una importante mancha rojiza bajo su pecho derecho.
Miré una última vez al guerrero antes de que Lavey iniciara la marcha; físicamente la rubia estaba descansada, pero mentalmente Vey estaba en las últimas. Hasta ahora nunca tuvo que utilizar su magia por tanto tiempo y aquello le estaba pasando factura aunque la lagartija se resistiera y demostrara lo contrario.
Avanzábamos despacio, pero seguros. Cada cierto tiempo giraba la cabeza para cerciorarme de que todo marchara bien en la cola del grupo. En uno de esos vistazos, tras devolver el cuello a su posición natural, fue que llegamos a la posada... o al menos lo que quedaba de ella.
-¿Esto es lo que entiende por lugar seguro? -Pregunte molesta. -Media posada esta carbonizada y la otra mitad en reconstrucción ¿Quién tubo la brillante idea de traer aquí a los heridos? -En realidad aquella pregunta no iba para nadie en concreto, era más bien una queja. Una mujer-bestia se nos acercó al vernos llegar. -Hace un rato mande a un par de hombres para asegurar que la estructura fuera segura. -La mujer sonrió y con un par de frases cortas pasó la información que los brujos le habían dado. -Por ahora estos son los últimos. -La mujer asintió y ayudando al hombre cojo nos señaló donde dejar a los heridos.
Me levante al ver como Eltrant levantaba una viga junto a un dragón, quise ayudarle, pero para cuando estuve a su lado ya era tarde.
Del interior del túnel salió la minera acompañada por un grupo de tres hombres y dos adolescentes. -Estos son los últimos. Nosotros bajaremos una vez más por el túnel y veremos si podemos acceder a más heridos desde debajo, si sucede algo os llamaremos. -Asentí con la cabeza pasando un brazo por el hombro de uno de los hombres, mientras que mi hija llegaba desde uno de los costados y cogía de un brazo a una de las adolescentes.
-Los dragones de tierra están despejando a buen ritmo la parte norte y los brujos están con el ala oeste, al resto de los ciudadanos que participan en el rescate se les ha dado instrucciones y están desescombrando la zona este que ha sido la menos afectada.
-Bien, gracias hija. -Eché un vistazo rápido a la zona, el hombre seguía recargado sobre mi brazo y un peligroso reguero de sangre baja desde su cabeza. -Tenemos que llevarlo a la posada... ¿Eltrant me ayuda con el traslado?
Los dos hombres restantes parecían estar bien, aunque uno tenía una notoria cojera. La que peor parecía estar era la segunda adolescente que tenía el brazo derecho descolgado y una importante mancha rojiza bajo su pecho derecho.
Miré una última vez al guerrero antes de que Lavey iniciara la marcha; físicamente la rubia estaba descansada, pero mentalmente Vey estaba en las últimas. Hasta ahora nunca tuvo que utilizar su magia por tanto tiempo y aquello le estaba pasando factura aunque la lagartija se resistiera y demostrara lo contrario.
Avanzábamos despacio, pero seguros. Cada cierto tiempo giraba la cabeza para cerciorarme de que todo marchara bien en la cola del grupo. En uno de esos vistazos, tras devolver el cuello a su posición natural, fue que llegamos a la posada... o al menos lo que quedaba de ella.
-¿Esto es lo que entiende por lugar seguro? -Pregunte molesta. -Media posada esta carbonizada y la otra mitad en reconstrucción ¿Quién tubo la brillante idea de traer aquí a los heridos? -En realidad aquella pregunta no iba para nadie en concreto, era más bien una queja. Una mujer-bestia se nos acercó al vernos llegar. -Hace un rato mande a un par de hombres para asegurar que la estructura fuera segura. -La mujer sonrió y con un par de frases cortas pasó la información que los brujos le habían dado. -Por ahora estos son los últimos. -La mujer asintió y ayudando al hombre cojo nos señaló donde dejar a los heridos.
Reivy Abadder
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Re: La Ciudad Herida [Privado] [Cerrado]
Respondió a Reivy con una sonrisa.
- Supongo que… - No le apetecía descansar, seguía sintiendo que tenía que demostrar a los lugareños que no era… el culpable de todo lo sucedido, no completamente. Pero tampoco negaría que la dragona tenía razón. – Sí, está bien. – dijo al final ayudando a Reivy a cargar con los heridos.
La siguió de vuelta hasta la posada que estaban usando en aquel momento como hospital.
Las quejas de Reivy no eran infundadas, el edificio que usaban para atender a las personas que habían salido peor paradas de la trifulca con los hombres del Nigromante había visto mejores días, pero, por lo que le explicaron a la norteña, la estructura básica del edificio estaba relativamente intacta.
Aquel lugar, por muy defenestrado que estuviese, no se caería sobre nadie.
- Yo… - Pensó en lo que le había comentado Reivy, al parecer trabaja en un taller en Ulmer. Ayudaba a reparar las cosas de la ciudad cuando estas se rompían. – Yo vengo de una familia de granjeros. – Le explicó, debía de ser agradable tener una vida… relativamente tranquila, la explicación de Reivy bastó para que sintiese un ramalazo de nostalgia apoderarse de él. – Un pueblo pequeño, sin apenas gente. – Continuó explicando mientras más personas traían heridos y los iban colocando según les indicaban. – Pero era… un poco como acabas de describir. – Aseveró, esbozando una sonrisa.
Echaba de menos su hogar… quizás se pasase. Los dioses sabían, no obstante, que no había tiempo para eso. En sí, la última vez que lo hizo su hermano mayor, Thomas, cayó presa de una maldición del Hombre Muerto.
No podía dejar que les pasase algo así otra vez. No después de lo que su presencia había ocasionado a Dundarak; su pueblo no sobreviviría algo así.
- Después tengo el taller de Lunargenta. – Afirmó, rompiendo el breve silencio en el que había estado pensativo. – Ya lo viste. – Suspiró, algo cansado. – Si necesitas algo, pásate por ahí cuando quieras. Ya sabes. – Le dio una palmada en el hombro a la mujer y se dejó caer sobre uno de los taburetes que una elfa le indico.
Al parecer se pensaba que él era uno de los heridos.
No se equivocaba, no totalmente.
- Además, quedó pendiente esa armadura que querías. ¿No? – Esbozó una sonrisa y, como le había indicado la elfa, se deshizo de la camisa. – Te puedo hacer un buen precio por ella. – Aseguró. – Por todo lo que estás haciendo aquí… - Asintió. – Es lo mínimo que te mereces. – Dejó escapar un gemido de dolor cuando la elfa comenzó a quitarle sus heridas sin avisar de ello.
Ante la mirada acusadora del castaño, la curandera sonrió y se encogió de hombros.
- ¿Cómo has podido acabar tan… así? – Mencionó haciendo referencia a la multitud de cicatrices antigua que tenía Eltrant por todas partes, frunciendo levemente el ceño mientras aplicaba su imposición de manos en el exmercenario.
- Eso me preguntó yo todos los días. – Respondió este, suspirando.
Miró por el amplio agujero de la pared que daba al exterior. El ritmo de construcción no iba mal, avanzaba a paso lento, pero constante. En apenas unas semanas la ciudad volvería a brillar con todo su esplendor.
Era… admirable la actitud de los norteños. Habían vivido la plaga con más fuerza que ningún otro lugar de Aerandir y se habían recuperado; habían vivido una noche de locura y muerte y… se estaban recuperando a un ritmo encomiable.
En cierto modo, les envidiaba.
- Siéntate Reivy. – dijo Eltrant, casualmente. – Esto no va a terminar rápido. Me vendría bien charlar un poco, para variar. – La elfa asintió a las palabras del castaño y continuó centrada en su trabajo.
- No, no va a terminar rápido. – Aseveró, sin apartar la mirada de concentración de sus propias manos, Eltrant había visto aquella expresión tantas veces que se le hacía hasta divertida.
- Lavey te ha llamado antes Centella. – dijo Eltrant. - ¿Es algún mote? – Preguntó. Era obvio que era un mote, pero teniendo en cuenta que no iba a poder moverse de dónde estaba no le venía mal dar un tema de conversación agradable.
- Supongo que… - No le apetecía descansar, seguía sintiendo que tenía que demostrar a los lugareños que no era… el culpable de todo lo sucedido, no completamente. Pero tampoco negaría que la dragona tenía razón. – Sí, está bien. – dijo al final ayudando a Reivy a cargar con los heridos.
La siguió de vuelta hasta la posada que estaban usando en aquel momento como hospital.
Las quejas de Reivy no eran infundadas, el edificio que usaban para atender a las personas que habían salido peor paradas de la trifulca con los hombres del Nigromante había visto mejores días, pero, por lo que le explicaron a la norteña, la estructura básica del edificio estaba relativamente intacta.
Aquel lugar, por muy defenestrado que estuviese, no se caería sobre nadie.
- Yo… - Pensó en lo que le había comentado Reivy, al parecer trabaja en un taller en Ulmer. Ayudaba a reparar las cosas de la ciudad cuando estas se rompían. – Yo vengo de una familia de granjeros. – Le explicó, debía de ser agradable tener una vida… relativamente tranquila, la explicación de Reivy bastó para que sintiese un ramalazo de nostalgia apoderarse de él. – Un pueblo pequeño, sin apenas gente. – Continuó explicando mientras más personas traían heridos y los iban colocando según les indicaban. – Pero era… un poco como acabas de describir. – Aseveró, esbozando una sonrisa.
Echaba de menos su hogar… quizás se pasase. Los dioses sabían, no obstante, que no había tiempo para eso. En sí, la última vez que lo hizo su hermano mayor, Thomas, cayó presa de una maldición del Hombre Muerto.
No podía dejar que les pasase algo así otra vez. No después de lo que su presencia había ocasionado a Dundarak; su pueblo no sobreviviría algo así.
- Después tengo el taller de Lunargenta. – Afirmó, rompiendo el breve silencio en el que había estado pensativo. – Ya lo viste. – Suspiró, algo cansado. – Si necesitas algo, pásate por ahí cuando quieras. Ya sabes. – Le dio una palmada en el hombro a la mujer y se dejó caer sobre uno de los taburetes que una elfa le indico.
Al parecer se pensaba que él era uno de los heridos.
No se equivocaba, no totalmente.
- Además, quedó pendiente esa armadura que querías. ¿No? – Esbozó una sonrisa y, como le había indicado la elfa, se deshizo de la camisa. – Te puedo hacer un buen precio por ella. – Aseguró. – Por todo lo que estás haciendo aquí… - Asintió. – Es lo mínimo que te mereces. – Dejó escapar un gemido de dolor cuando la elfa comenzó a quitarle sus heridas sin avisar de ello.
Ante la mirada acusadora del castaño, la curandera sonrió y se encogió de hombros.
- ¿Cómo has podido acabar tan… así? – Mencionó haciendo referencia a la multitud de cicatrices antigua que tenía Eltrant por todas partes, frunciendo levemente el ceño mientras aplicaba su imposición de manos en el exmercenario.
- Eso me preguntó yo todos los días. – Respondió este, suspirando.
Miró por el amplio agujero de la pared que daba al exterior. El ritmo de construcción no iba mal, avanzaba a paso lento, pero constante. En apenas unas semanas la ciudad volvería a brillar con todo su esplendor.
Era… admirable la actitud de los norteños. Habían vivido la plaga con más fuerza que ningún otro lugar de Aerandir y se habían recuperado; habían vivido una noche de locura y muerte y… se estaban recuperando a un ritmo encomiable.
En cierto modo, les envidiaba.
- Siéntate Reivy. – dijo Eltrant, casualmente. – Esto no va a terminar rápido. Me vendría bien charlar un poco, para variar. – La elfa asintió a las palabras del castaño y continuó centrada en su trabajo.
- No, no va a terminar rápido. – Aseveró, sin apartar la mirada de concentración de sus propias manos, Eltrant había visto aquella expresión tantas veces que se le hacía hasta divertida.
- Lavey te ha llamado antes Centella. – dijo Eltrant. - ¿Es algún mote? – Preguntó. Era obvio que era un mote, pero teniendo en cuenta que no iba a poder moverse de dónde estaba no le venía mal dar un tema de conversación agradable.
Eltrant Tale
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Re: La Ciudad Herida [Privado] [Cerrado]
-Tienes razón, nos quedó pendiente aquella armadura. -Contesté con una sonrisa agradecida que ocultaba mis ganas de merendarme el cuerpo del herrero. -Si todo va bien pronto tendré para pedirte dos. Por cierto, si te cansas de blandir el hierro tengo en mi taller una madera negra con la que puedo hacer toda clase de armas. Y sé que parece imposible, pero esa madera cuando está terminada corta igual que una espada de metal.
Cerré los ojos negando con la cabeza como señal de humildad. Pero en realidad era un fútil intento por no desviara la mirada por las múltiples cicatrices que Eltrant lucia en su torso.
-Es lo menos que puedo hacer para ayudar a esta gente. Pero te aceptare el descuento. -Sonreí enseñando los dientes y dándome por vencida baje la vista a los pectorales del hombre -He visto muertos con menos heridas. Seguro que esas cicatrices tienen buenas historias. -Me reí ante el comentario del castaño y acerque una silla. -Por lo menos no te han mandado enterrar tu cuerpo en nieve. Eso sí fue aburrido. -Comenté recordando mi reciente expedición al macizo nevado. -No te imaginas las veces que perdí la cuenta contando copitos.
Cuando el humano pronuncio el nombre de mi hija levanté la vista de las manos de la elfa y busqué a la pequeña con la mirada. La rubia estaba hablando y ayudando a la mujer-bestia que nos había recibido, se reían por algún chiste y sonrojaba cuando miraba a los ojos de Vey. ¿Pero qué diantres...? Pensaba sin dejar de mirar a mi hija. Esa sonrisa es la que yo pongo cuando.... no, no, no. Lavey estaba pasando sus manos por el pelaje de la mujer. ¡Está coqueteando! Gritaba en mi fuero interno mientras gruesas lágrimas imaginarias corrían por mi cara. Es mi niña, mi chiquitina, mi inocente lagartija...
-¿Que? Si, sí. Es un apodo.
Respondí, haciendo un esfuerzo para dejar de mirar a la rubia. Sabía que esto pasaría antes o después, pero no podía evitar aquel sentimiento de mama protectora. Los coqueteos eran solo el primer paso a... sacudí la cabeza evitando pensar en aquello y centré la mirada en los ojos del humano.
-Me lo puso mi abuelo al poco de ir a vivir con él. Yo tendría que haber sido una dragona de fuego, pero por alguna razón adquirí el elemento aire de mi bisabuela. Cuando me transformo. Una electricidad constante recorre mis escamas, centellean o saltan chispas cuando la corriente pasa de un lado a otro. La verdad es que no sé porque me sucede, me pasa desde siempre... perdona, me estoy yendo del tema. La cuestión es que me dicen Centella por la electricidad que tengo en el cuerpo cuando soy un dragón. ¿Y tú? -Pregunté desviando la vista hacia mi hija. -Tienes algún título o sobrenombre.
Por suerte para mí la mujer-bestia se había apartado de Lavey y estaba centrada entender a los heridos de derrumbe, por desgracia aquello no pareció amilanar a mi hija, que en lugar de darse por vencida y volver bajo mi ala se dio la vuelta, miró a los hombres que trabajaban en la reconstrucción del edificio y se fue directa a por un jovencito pelirrojo. ¡Dioses! ¿Porque se tiene que parecer tanto a su madre?
Cerré los ojos negando con la cabeza como señal de humildad. Pero en realidad era un fútil intento por no desviara la mirada por las múltiples cicatrices que Eltrant lucia en su torso.
-Es lo menos que puedo hacer para ayudar a esta gente. Pero te aceptare el descuento. -Sonreí enseñando los dientes y dándome por vencida baje la vista a los pectorales del hombre -He visto muertos con menos heridas. Seguro que esas cicatrices tienen buenas historias. -Me reí ante el comentario del castaño y acerque una silla. -Por lo menos no te han mandado enterrar tu cuerpo en nieve. Eso sí fue aburrido. -Comenté recordando mi reciente expedición al macizo nevado. -No te imaginas las veces que perdí la cuenta contando copitos.
Cuando el humano pronuncio el nombre de mi hija levanté la vista de las manos de la elfa y busqué a la pequeña con la mirada. La rubia estaba hablando y ayudando a la mujer-bestia que nos había recibido, se reían por algún chiste y sonrojaba cuando miraba a los ojos de Vey. ¿Pero qué diantres...? Pensaba sin dejar de mirar a mi hija. Esa sonrisa es la que yo pongo cuando.... no, no, no. Lavey estaba pasando sus manos por el pelaje de la mujer. ¡Está coqueteando! Gritaba en mi fuero interno mientras gruesas lágrimas imaginarias corrían por mi cara. Es mi niña, mi chiquitina, mi inocente lagartija...
-¿Que? Si, sí. Es un apodo.
Respondí, haciendo un esfuerzo para dejar de mirar a la rubia. Sabía que esto pasaría antes o después, pero no podía evitar aquel sentimiento de mama protectora. Los coqueteos eran solo el primer paso a... sacudí la cabeza evitando pensar en aquello y centré la mirada en los ojos del humano.
-Me lo puso mi abuelo al poco de ir a vivir con él. Yo tendría que haber sido una dragona de fuego, pero por alguna razón adquirí el elemento aire de mi bisabuela. Cuando me transformo. Una electricidad constante recorre mis escamas, centellean o saltan chispas cuando la corriente pasa de un lado a otro. La verdad es que no sé porque me sucede, me pasa desde siempre... perdona, me estoy yendo del tema. La cuestión es que me dicen Centella por la electricidad que tengo en el cuerpo cuando soy un dragón. ¿Y tú? -Pregunté desviando la vista hacia mi hija. -Tienes algún título o sobrenombre.
Por suerte para mí la mujer-bestia se había apartado de Lavey y estaba centrada entender a los heridos de derrumbe, por desgracia aquello no pareció amilanar a mi hija, que en lugar de darse por vencida y volver bajo mi ala se dio la vuelta, miró a los hombres que trabajaban en la reconstrucción del edificio y se fue directa a por un jovencito pelirrojo. ¡Dioses! ¿Porque se tiene que parecer tanto a su madre?
Reivy Abadder
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Re: La Ciudad Herida [Privado] [Cerrado]
Siempre había oído hablar de que los dragones poseían distintos tipos de magia elemental tal y como lo hacían los brujos; No obstante, nunca le había preguntado a ninguno de ellos directamente. Era interesante, sobre todo por qué el hecho de que, por lo que decía Reivy, lo común fuese heredar las “habilidades” de la familia y eso significaría que existirían linajes de dragones con distintas habilidades y control de los elementos.
Sonrió mirando a la mujer explicarle su apodo, explicándole la procedencia del mismo y su inusual característica elemental. “Centella” venía de los relámpagos que recorrían su cuerpo cuando se transformaba en su forma dráconica.
Supuso que era apropiado.
Ahora tenía curiosidad por verla convertida, estuvo tentado de preguntar, pero no sabía si era realmente apropiado. Nunca se lo había planteado. ¿Existirían normas para eso? ¿Bastaría con decirle a un norteño: “Me gustaría verte en tu forma dragón”? Hasta dónde sabía de la cultura del norte había personas que consideraban su forma alternativa algo… personal.
Pero otros directamente no consideraban nunca el estar más de diez minutos en su forma humana. Probablemente fuese algo que variase de persona a persona, era difícil de decir cuáles eran los más “tradicionales”, había escuchado a Friddel afirmar que su forma dragón era demasiado pura para que los viesen “sureños” y eso a sus ojos era bastante… ¿Tradicional?
- Oh, no. – Dejó escapar una carcajada corta y sacudió la cabeza, cambiando ligeramente de postura para facilitar las cosas a la elfa que continuaba curándole. – Yo no tengo nada parecido. – Indicó sacudiendo la mano derecha, quitándole importancia al asunto. – La mayoría de mis conocidos suelen decirme “idiota” en algún momento… supongo que eso cuenta. – Afirmó, ampliando la sonrisa, dejando escapar otra risotada.
Quizás lo más parecido a un mote era “Mortal”, como Lyn le solía decir. Lo hacía tanto que el castaño había acabado por aceptarlo y ahora se le hacía raro cuando no lo hacía.
Decidió, a pesar de todo, omitirlo: desde lo de Lunargenta los vampiros no estaban especialmente bien vistos en Aerandir, esperaba que aquel tiempo la vampiresa lo usase para descansar y no para dar explicaciones a nadie.
Y es que dudase de Reivy, pero no pasaba por algo de que no eran pocos los lugareños que todavia se paraban a mirar lo que hacían, casi como si no confiasen en que la mera presencia de Eltrant en el lugar iba a ocasionar un derrumbamiento o algo por el estilo.
No les culpaba, desde luego.
- ¿Cuántos años tiene? – Comentó, señalando con la cabeza a la hija de la dragona, que conversaba animadamente con una mujer-bestia. – Parece animada. – dijo acercándole otra bebida a la dragona, notando la mirada con la que Reivy había estado vigilando a la joven.
Sonrió mirando a la mujer explicarle su apodo, explicándole la procedencia del mismo y su inusual característica elemental. “Centella” venía de los relámpagos que recorrían su cuerpo cuando se transformaba en su forma dráconica.
Supuso que era apropiado.
Ahora tenía curiosidad por verla convertida, estuvo tentado de preguntar, pero no sabía si era realmente apropiado. Nunca se lo había planteado. ¿Existirían normas para eso? ¿Bastaría con decirle a un norteño: “Me gustaría verte en tu forma dragón”? Hasta dónde sabía de la cultura del norte había personas que consideraban su forma alternativa algo… personal.
Pero otros directamente no consideraban nunca el estar más de diez minutos en su forma humana. Probablemente fuese algo que variase de persona a persona, era difícil de decir cuáles eran los más “tradicionales”, había escuchado a Friddel afirmar que su forma dragón era demasiado pura para que los viesen “sureños” y eso a sus ojos era bastante… ¿Tradicional?
- Oh, no. – Dejó escapar una carcajada corta y sacudió la cabeza, cambiando ligeramente de postura para facilitar las cosas a la elfa que continuaba curándole. – Yo no tengo nada parecido. – Indicó sacudiendo la mano derecha, quitándole importancia al asunto. – La mayoría de mis conocidos suelen decirme “idiota” en algún momento… supongo que eso cuenta. – Afirmó, ampliando la sonrisa, dejando escapar otra risotada.
Quizás lo más parecido a un mote era “Mortal”, como Lyn le solía decir. Lo hacía tanto que el castaño había acabado por aceptarlo y ahora se le hacía raro cuando no lo hacía.
Decidió, a pesar de todo, omitirlo: desde lo de Lunargenta los vampiros no estaban especialmente bien vistos en Aerandir, esperaba que aquel tiempo la vampiresa lo usase para descansar y no para dar explicaciones a nadie.
Y es que dudase de Reivy, pero no pasaba por algo de que no eran pocos los lugareños que todavia se paraban a mirar lo que hacían, casi como si no confiasen en que la mera presencia de Eltrant en el lugar iba a ocasionar un derrumbamiento o algo por el estilo.
No les culpaba, desde luego.
- ¿Cuántos años tiene? – Comentó, señalando con la cabeza a la hija de la dragona, que conversaba animadamente con una mujer-bestia. – Parece animada. – dijo acercándole otra bebida a la dragona, notando la mirada con la que Reivy había estado vigilando a la joven.
Eltrant Tale
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Re: La Ciudad Herida [Privado] [Cerrado]
Me resultaba peculiar que aquel hombre no tuviera ningún apelativo, aunque tampoco me extrañaba que se lo guardara para su círculo de confianza, a fin de cuenta yo contaba con los dedos de una mano las personas que me llamaban Centella.
-Si lo miras con un ojo "idiota" no es un mal apodo, hay gente con cosas peores. En una taberna escuché como a una le decían "chupa cabras" y la verdad, no quiero saber porque. -Reí, animada por la propia risa de Eltrant. -Y dime, ¿Sueles enseñar ese montón de músculos mientras trabajas en la herrería? Seguro que conseguirías atraer mucha clientela con ese reclamo. -Sonreí al castaño de medio lado guiñándole un ojo. -¿A caso la señora de la casa te prohíbe lucirte en público?
La mejor manera de averiguar si alguien tiene pareja es suponiendo que la tiene y sacando el tema de alguna forma casual. Si Eltrant estaba comprometido no pasaría nada y si no lo estaba... bueno el día puede terminar de muchas formas.
Por un momento desvié la mirada hacia el grupo de obreros que ahora descansaban sobre piezas de construcción, las reparaciones se habían detenido por orden de las enfermeras argumentando que el ruido molestaba a los pacientes. Ahora que ellos no trabajaban solo se escuchaba el murmullo de las conversaciones lejanas y los lamentos y quejidos de los pacientes. El hombre cojo que habíamos traído se iba a una improvisada sala tapadas con cortinas, seguido y ayudado por varias personas y una enfermera que cerraba la cola con una sierra en la mano, aquello no iba a terminar bien para el cojo que pronto sería un tullido.
-Si... -Respondí entrecerrando los ojos. -Demasiado animado. Vey tiene quince años y está empezando a sentir curiosidad por el resto de seres vivos con hormonas que pululan por Aerandir. Creo que dentro de poco tendré que caminar con la espada desenfundada. -Esbocé una mueca desagradable al ver como la mujer-bestia le pasaba la mano por el pelo a Lavey. -Te lo digo, no te pierdes nada, ojala pudiera saltarme esta etapa de su vida. Todos seriamos más felices y habría menos gente muerta. -Volví a mirar al humano sonriendo de medio lado. -¿Porque no la llamas y le enseñas tus secretos? Ya sabes, la hierba para no correr peligro de embarazo y esas cosas. Si se lo digo yo seguro que hará lo imposible por olvidar la información.
-Si lo miras con un ojo "idiota" no es un mal apodo, hay gente con cosas peores. En una taberna escuché como a una le decían "chupa cabras" y la verdad, no quiero saber porque. -Reí, animada por la propia risa de Eltrant. -Y dime, ¿Sueles enseñar ese montón de músculos mientras trabajas en la herrería? Seguro que conseguirías atraer mucha clientela con ese reclamo. -Sonreí al castaño de medio lado guiñándole un ojo. -¿A caso la señora de la casa te prohíbe lucirte en público?
La mejor manera de averiguar si alguien tiene pareja es suponiendo que la tiene y sacando el tema de alguna forma casual. Si Eltrant estaba comprometido no pasaría nada y si no lo estaba... bueno el día puede terminar de muchas formas.
Por un momento desvié la mirada hacia el grupo de obreros que ahora descansaban sobre piezas de construcción, las reparaciones se habían detenido por orden de las enfermeras argumentando que el ruido molestaba a los pacientes. Ahora que ellos no trabajaban solo se escuchaba el murmullo de las conversaciones lejanas y los lamentos y quejidos de los pacientes. El hombre cojo que habíamos traído se iba a una improvisada sala tapadas con cortinas, seguido y ayudado por varias personas y una enfermera que cerraba la cola con una sierra en la mano, aquello no iba a terminar bien para el cojo que pronto sería un tullido.
-Si... -Respondí entrecerrando los ojos. -Demasiado animado. Vey tiene quince años y está empezando a sentir curiosidad por el resto de seres vivos con hormonas que pululan por Aerandir. Creo que dentro de poco tendré que caminar con la espada desenfundada. -Esbocé una mueca desagradable al ver como la mujer-bestia le pasaba la mano por el pelo a Lavey. -Te lo digo, no te pierdes nada, ojala pudiera saltarme esta etapa de su vida. Todos seriamos más felices y habría menos gente muerta. -Volví a mirar al humano sonriendo de medio lado. -¿Porque no la llamas y le enseñas tus secretos? Ya sabes, la hierba para no correr peligro de embarazo y esas cosas. Si se lo digo yo seguro que hará lo imposible por olvidar la información.
Reivy Abadder
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Re: La Ciudad Herida [Privado] [Cerrado]
- ¿Qué…? ¿Cómo…? ¿Yo...? – Desvió la mirada, pasándose la mano por el pelo cuando Reivy le habló del “montón de músculos”, y dejó escapar una carcajada nerviosa que asustó a la curandera y le miró con cierto reproche. – No… no hay señora en mi casa. Quiero decir, de la casa. ¿Señora Tale? – Negó con fuerza, casi con más fuerza de la que pretendía en un principio, después se tranquilizó un poco. – Mi tipo de vida no es la que… - Se acordó de Nadia por unos segundos y esbozó una sonrisa, entre nostálgica y triste.
Tras unos segundos en silencio, se encargó de aclararse la garganta sonoramente.
- ¿Y qué me dices de ti? – Le preguntó a continuación. - ¿El padre de Lavey vive en Ulmer? - dijo, genuinamente interesado por la vida nómada que parecía llevar llevaba la dragona.
Lyn y él… podían permitirse viajar de aquí a allá, sin demasiadas ataduras. La vampiresa podía parecer infantil, pero, evidentemente, era más madura de lo que dejaba entrever a simple vista; como ella decía “No tengo cien años por nada”.
De hecho, continuaba sorprendidos cada vez que decía algo mínimamente maduro; aunque tenía que admitir que la mayor parte de esa sorpresa era porque sabía que a la ojiazul le molestaba y era sinceramente divertido picarla.
- ¿Quince años? – Desvió de nuevo su atención a la hija de Reivy. – Es una edad… complicada. – Agregó Eltrant, recordando que él se fugó de la granja con apenas un año más y se hizo “explorador”.
Miró a su alrededor, a las personas reconstruyendo Dundarak. ¿Cómo iba a imaginar que todo acabaría… allí? En aquella época era tan ingenuo… echaba de menos aquella sensación de curiosidad y ganas de viajar.
Después estaba aquella época en la que ganó Aeros en peleas clandestinas de Lunargenta. Se preguntó, momentáneamente, cuánto dinero podría hacer en la actualidad si decidiese apuntarse a alguna.
Seguro que no le derribaban con tanta facilidad.
- ¿Có…cómo? – Aquella pregunta estaba repitiéndose muchas veces, pero tardó en asimilar lo que le estaba pidiendo Reivy. - ¿De verdad quieres que…? – La mirada de la mujer era sincera; alternó entre ella y su hija durante unos segundos, notándose cada vez más avergonzado.
¿Qué se supone que tenía que decir? Él aprendió todo lo que necesitaba saber de la “vida” en la granja. Y de un modo bastante directo, además. Sus padres nunca habían sido muy sutiles, aunque Alexander, su hermano mayor, había sido de todas formas el peor.
Se estremeció al recordar las charlas y las veces que su hermano le puso en evidencia en el mercado del pueblo
- ¿No crees que deberías ser tú la que…? – Ante la insistente mirada de la dragona, Eltrant dejó escapar un suspiro y llamó a Lavey con un gesto.
Cuando la tuvo delante volvió a mirar a su madre.
- Tumadrepiensaquetienesnovio. – Soltó automáticamente, sin pensar demasiado bien el puzzle verbal que acababa de soltar. – Quiero decir que… - Miró a Reivy con una expresión de “Lo siento” en su rostro. – Cuando… es decir… - Se rascó la barba. - ¿Has… has estado alguna vez en una granja? – Aquello se le estaba yendo de las manos.
Tras unos segundos en silencio, se encargó de aclararse la garganta sonoramente.
- ¿Y qué me dices de ti? – Le preguntó a continuación. - ¿El padre de Lavey vive en Ulmer? - dijo, genuinamente interesado por la vida nómada que parecía llevar llevaba la dragona.
Lyn y él… podían permitirse viajar de aquí a allá, sin demasiadas ataduras. La vampiresa podía parecer infantil, pero, evidentemente, era más madura de lo que dejaba entrever a simple vista; como ella decía “No tengo cien años por nada”.
De hecho, continuaba sorprendidos cada vez que decía algo mínimamente maduro; aunque tenía que admitir que la mayor parte de esa sorpresa era porque sabía que a la ojiazul le molestaba y era sinceramente divertido picarla.
- ¿Quince años? – Desvió de nuevo su atención a la hija de Reivy. – Es una edad… complicada. – Agregó Eltrant, recordando que él se fugó de la granja con apenas un año más y se hizo “explorador”.
Miró a su alrededor, a las personas reconstruyendo Dundarak. ¿Cómo iba a imaginar que todo acabaría… allí? En aquella época era tan ingenuo… echaba de menos aquella sensación de curiosidad y ganas de viajar.
Después estaba aquella época en la que ganó Aeros en peleas clandestinas de Lunargenta. Se preguntó, momentáneamente, cuánto dinero podría hacer en la actualidad si decidiese apuntarse a alguna.
Seguro que no le derribaban con tanta facilidad.
- ¿Có…cómo? – Aquella pregunta estaba repitiéndose muchas veces, pero tardó en asimilar lo que le estaba pidiendo Reivy. - ¿De verdad quieres que…? – La mirada de la mujer era sincera; alternó entre ella y su hija durante unos segundos, notándose cada vez más avergonzado.
¿Qué se supone que tenía que decir? Él aprendió todo lo que necesitaba saber de la “vida” en la granja. Y de un modo bastante directo, además. Sus padres nunca habían sido muy sutiles, aunque Alexander, su hermano mayor, había sido de todas formas el peor.
Se estremeció al recordar las charlas y las veces que su hermano le puso en evidencia en el mercado del pueblo
- ¿No crees que deberías ser tú la que…? – Ante la insistente mirada de la dragona, Eltrant dejó escapar un suspiro y llamó a Lavey con un gesto.
Cuando la tuvo delante volvió a mirar a su madre.
- Tumadrepiensaquetienesnovio. – Soltó automáticamente, sin pensar demasiado bien el puzzle verbal que acababa de soltar. – Quiero decir que… - Miró a Reivy con una expresión de “Lo siento” en su rostro. – Cuando… es decir… - Se rascó la barba. - ¿Has… has estado alguna vez en una granja? – Aquello se le estaba yendo de las manos.
Eltrant Tale
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Re: La Ciudad Herida [Privado] [Cerrado]
-Oh no, el padre Vey murió por la peste. Toda su familia, de hecho. -Moví el brazo quitándole hierro al asunto y sin dejar que aquello afectara a la conversación. -Yo solo soy su madre adoptiva, la encontré desorientada, perdida y asustado hace ya dos años. Madre soltera. -Puntualice antes de proseguir la conversación. Asentí con la cabeza a sus preguntas y tapé una pequeña risa al ver el nerviosismo del hombre. -Lo básico ya se lo expliqué, lo que le falta es tener conciencia de los errores que pueden conllevar una noche de locura.
Lavey se giró como un resorte al escuchar su nombre, volteó el rostro un segundo y le guiñó el ojo a la enfermera antes de acercarse hacia nosotros. La rubia recargó su peso en la pierna derecha y esperó a que el humano dijera algo. El castaño soltó una frase tan rápida que la joven solo entendió "Madre, piensa y novio". Palabras que al parecer eran suficientes para entender el contenido de la charla. Lavey enarcó una ceja me miró a mí y luego a Eltrant.
-Sí, -Contestó seria. -he estado en una granja varias veces ¿A qué viene todo esto? -La joven nos miraba a los dos alternativamente.
-Lo que... -Suspiré resignada antes de seguir hablando y toque la rodilla del hombre dándole un par de palmaditas, Por lo menos lo estaba intentando. -Lo que Eltrant trataba de decirte es que... -Lavey se cruzó de brazos y me miró con una sonrisa burlona al ver por dónde iba el tema. -Mira cuando un hombre y una mujer pasan la noche juntos lo normal es que no lo vuelvas a ver y a ti te deje con un regalo en la tripa, así que, para que eso no pase hay unas hojas de un árbol que si él las mastica entonces ya no hay peligro de que...
-Ya -Interrumpió la joven. -¿Y cómo se llama ese árbol?
Levanté el dedo queriendo contestar, pero me di cuenta que no recordaba el nombre exacto del árbol, Era Ref algo... pensaba mientras sonreía y señalaba a Eltrant pasándole el testigo. Lavey clavó los ojos en los oscuros iris del humano y esperó una respuesta.
-Pues será mejor que mastiques un puñado de esas hojas antes de meterte en la cama con ella.
Sentenció la rubia golpeando el hombro de Eltrant con la mano antes de irse y volver con la enfermera.
A la joven le traía sin cuidado los líos que su madre tenía en la cama, o al menos había sido así hasta ahora. El sexo para la rubia era algo natural, llevaba dos años viendo a su madre entrar y salir de muchas habitaciones con un sin fin de hombres y mujeres, pero ahora... Las cosas eran muy distintas después de la visita al santuario de jade, la joven se sentó taciturna junto a la mujer-bestia al recordar lo que dijo el monje: "La mujer que te acompaña tiene un futuro triste. Este huevo ha sido creado mediante magia, pero en su interior hay vida. Con cada encuentro que tu madre tenga con algún mancho, un nuevo huevo aparecerá y consumirá su esencia, no importa con que raza sea, el resultado será siempre el mismo, un dragón. Sus crías están destinadas a morir el mismo día que eclosionen y ella no podrá engendrar vástago alguno después de su última puesta."
Lavey aún no había sido capaz de decírselo a su madre ¿Cómo podría decirle algo así? La joven miró de reojo a Centella y vio como sonreía con picardía al castaño.
Lavey se giró como un resorte al escuchar su nombre, volteó el rostro un segundo y le guiñó el ojo a la enfermera antes de acercarse hacia nosotros. La rubia recargó su peso en la pierna derecha y esperó a que el humano dijera algo. El castaño soltó una frase tan rápida que la joven solo entendió "Madre, piensa y novio". Palabras que al parecer eran suficientes para entender el contenido de la charla. Lavey enarcó una ceja me miró a mí y luego a Eltrant.
-Sí, -Contestó seria. -he estado en una granja varias veces ¿A qué viene todo esto? -La joven nos miraba a los dos alternativamente.
-Lo que... -Suspiré resignada antes de seguir hablando y toque la rodilla del hombre dándole un par de palmaditas, Por lo menos lo estaba intentando. -Lo que Eltrant trataba de decirte es que... -Lavey se cruzó de brazos y me miró con una sonrisa burlona al ver por dónde iba el tema. -Mira cuando un hombre y una mujer pasan la noche juntos lo normal es que no lo vuelvas a ver y a ti te deje con un regalo en la tripa, así que, para que eso no pase hay unas hojas de un árbol que si él las mastica entonces ya no hay peligro de que...
-Ya -Interrumpió la joven. -¿Y cómo se llama ese árbol?
Levanté el dedo queriendo contestar, pero me di cuenta que no recordaba el nombre exacto del árbol, Era Ref algo... pensaba mientras sonreía y señalaba a Eltrant pasándole el testigo. Lavey clavó los ojos en los oscuros iris del humano y esperó una respuesta.
-Pues será mejor que mastiques un puñado de esas hojas antes de meterte en la cama con ella.
Sentenció la rubia golpeando el hombro de Eltrant con la mano antes de irse y volver con la enfermera.
A la joven le traía sin cuidado los líos que su madre tenía en la cama, o al menos había sido así hasta ahora. El sexo para la rubia era algo natural, llevaba dos años viendo a su madre entrar y salir de muchas habitaciones con un sin fin de hombres y mujeres, pero ahora... Las cosas eran muy distintas después de la visita al santuario de jade, la joven se sentó taciturna junto a la mujer-bestia al recordar lo que dijo el monje: "La mujer que te acompaña tiene un futuro triste. Este huevo ha sido creado mediante magia, pero en su interior hay vida. Con cada encuentro que tu madre tenga con algún mancho, un nuevo huevo aparecerá y consumirá su esencia, no importa con que raza sea, el resultado será siempre el mismo, un dragón. Sus crías están destinadas a morir el mismo día que eclosionen y ella no podrá engendrar vástago alguno después de su última puesta."
Lavey aún no había sido capaz de decírselo a su madre ¿Cómo podría decirle algo así? La joven miró de reojo a Centella y vio como sonreía con picardía al castaño.
Reivy Abadder
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Re: La Ciudad Herida [Privado] [Cerrado]
Se cubrió la cara al escuchar las palabras de la hija de Reivy y se rio en voz baja.
¿Cómo había acabado en aquella situación?
Sonriendo escuetamente, se encogió de hombros hacía la dragona y le quitó importancia al asunto. Al parecer la chica era más espabilada de lo que su madre había creído en un principio y, hasta dónde sabía, era algo bastante usual entre los adolescentes de la edad de Lavey.
Suspirando, abrió y cerró la mano izquierda cuando la elfa que le había estado atendiendo le advirtió de que evitase movimientos bruscos mientras se curaba. Eltrant, como siempre solía hacer, asintió ante aquella información sin verdadera intención de obedecer las órdenes de la mujer, que se limitó a poner los ojos en blanco y a irse a atender a otras personas.
Eltrant era denso, siempre lo había sido.
Por eso tardó algo más en captar las verdaderas intenciones que había detrás de la sonrisa de Centella. Y, de pronto, sintió cierto desasosiego; y no por que no considerase que la mujer no fuese atractiva, o porque no le gustase la personalidad de alguien que, obviamente, parecía interesada en él.
Era algo que tenía ya muchos años y que, en aquel momento, solo Lyn sabía.
Parpadeó varias veces, tratando de organizar sus pensamientos.
- Reivy… - Se llevó la mano hasta la nuca. – Yo… es halagador, pero… - Nunca se le había dado bien nada de aquello.
Era curioso, había perdido la sensibilidad a matar hacía años, podía atravesar al más cruel de los bandidos con su espada y mancharse con su sangre y, aunque no le gustaba, no sentiría remordimientos. Pero las emociones personales más básicas le seguían haciendo trastabillar como si apenas fuese un adolescente.
Se preguntó qué persona verdaderamente buena tenía aquellos problemas.
- No soy la clase de... - Suspiró, recordó a Nadia otra vez más. – Estar a mi lado es tener problemas, es peligroso. – dijo como toda explicación. – No es… no es nada personal. – Bajó la mirada hasta el suelo, hasta sus botas, abatido.
Trató de encerrar aquellos recuerdos, de vuelta, en lo más profundo de su mente.
Respiró profundamente, desviando sus ojos un instante de nuevo hasta la hija de Reivy.
- Está anocheciendo. – dijo, haciendo obvia la evidencia al señalar el agujero que tenía la pared que tenía directamente a su izquierda. - ¿Qué te parece si os invito a cenar algo y continuamos reconstruyendo esto mañana? – Agregó a continuación, sonriendo escuetamente, tratando de dejar atrás rápidamente lo que acababa de suceder y levantándose.
Cruzándose de brazos, miró a su alrededor, tratando de hacer memoria.
- Creo que había una buena taberna por aquí cerca… - Se atusó la barba. – Me preguntó si seguirá de pie. – dijo, esperando la respuesta de la norteña.
¿Cómo había acabado en aquella situación?
Sonriendo escuetamente, se encogió de hombros hacía la dragona y le quitó importancia al asunto. Al parecer la chica era más espabilada de lo que su madre había creído en un principio y, hasta dónde sabía, era algo bastante usual entre los adolescentes de la edad de Lavey.
Suspirando, abrió y cerró la mano izquierda cuando la elfa que le había estado atendiendo le advirtió de que evitase movimientos bruscos mientras se curaba. Eltrant, como siempre solía hacer, asintió ante aquella información sin verdadera intención de obedecer las órdenes de la mujer, que se limitó a poner los ojos en blanco y a irse a atender a otras personas.
Eltrant era denso, siempre lo había sido.
Por eso tardó algo más en captar las verdaderas intenciones que había detrás de la sonrisa de Centella. Y, de pronto, sintió cierto desasosiego; y no por que no considerase que la mujer no fuese atractiva, o porque no le gustase la personalidad de alguien que, obviamente, parecía interesada en él.
Era algo que tenía ya muchos años y que, en aquel momento, solo Lyn sabía.
Parpadeó varias veces, tratando de organizar sus pensamientos.
- Reivy… - Se llevó la mano hasta la nuca. – Yo… es halagador, pero… - Nunca se le había dado bien nada de aquello.
Era curioso, había perdido la sensibilidad a matar hacía años, podía atravesar al más cruel de los bandidos con su espada y mancharse con su sangre y, aunque no le gustaba, no sentiría remordimientos. Pero las emociones personales más básicas le seguían haciendo trastabillar como si apenas fuese un adolescente.
Se preguntó qué persona verdaderamente buena tenía aquellos problemas.
- No soy la clase de... - Suspiró, recordó a Nadia otra vez más. – Estar a mi lado es tener problemas, es peligroso. – dijo como toda explicación. – No es… no es nada personal. – Bajó la mirada hasta el suelo, hasta sus botas, abatido.
Trató de encerrar aquellos recuerdos, de vuelta, en lo más profundo de su mente.
Respiró profundamente, desviando sus ojos un instante de nuevo hasta la hija de Reivy.
- Está anocheciendo. – dijo, haciendo obvia la evidencia al señalar el agujero que tenía la pared que tenía directamente a su izquierda. - ¿Qué te parece si os invito a cenar algo y continuamos reconstruyendo esto mañana? – Agregó a continuación, sonriendo escuetamente, tratando de dejar atrás rápidamente lo que acababa de suceder y levantándose.
Cruzándose de brazos, miró a su alrededor, tratando de hacer memoria.
- Creo que había una buena taberna por aquí cerca… - Se atusó la barba. – Me preguntó si seguirá de pie. – dijo, esperando la respuesta de la norteña.
Eltrant Tale
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Re: La Ciudad Herida [Privado] [Cerrado]
Mantuve la compostura y miré seria al hombre, respiraba lentamente conteniendo una risa mientras Eltrant trataba de rechazar mi propuesta, aquel comportamiento tímido y azorado le daba un punto muy tierno al guerrero.
-Respira, hombre. Que no te voy a comer. -Podría haber dejado ahí la frase, pero no pude aguantarme y la continúe. Una fuerza irracional dentro de mí pedía a gritos saber la reacción del castaño. -Bueno... sería mejor decir que YA no te comeré.
Tapé mis labios con los dedos y reí con suavidad. Mi cabeza ya tenía la siguiente frase para continuar la conversación y ver hasta qué punto se elevaba el pudor del hombre, pero me detuve en ese punto y proseguí con la charla.
-Así que peligroso, ¿eh? Me parece a mi podríamos estar toda la noche contando batallitas. -Sonreí animada dándole un codazo amistoso al barbudo y alcé la cabeza mirando por el agujero que me señalaba. -Espero que mañana no pase ningún contratiempo como el de hoy. -Quite la vista del boquete que tenía el edificio y silbé en dirección a Lavey. -Nos vamos, lagartija. -La rubia se despidió de la enfermera y se reunió con nosotros fuera. -Descubramos si la taberna aun sirve alimento.
En efecto, la taberna quedaba cerca y a simple vista estaba entera, tenía algunas huellas de fuego sobre la fachada pero parecían ser superficiales, un par de ventanas estaban rotas y por ella se escapaba el olor de la comida y la cacofonía de múltiples charlas.
Lavey y yo seguimos al humano hasta el interior del local, pedimos el plato del día, una jarra de vino y nos sentamos junto a Eltrant.
-¿Crees que algún día los reyes dejaran las guerras? -Hice la pregunta con tono neutro. -¿O que los dioses dejaran de jugar con nuestras vidas? Siempre ha habido tiranteces entre los reinos vecinos, pero lo de ahora... es como si Aerandir estuviera sumida en el caos entre guerras y catástrofes. ¿Piensas que podremos volver a tener una época calmada?
-Respira, hombre. Que no te voy a comer. -Podría haber dejado ahí la frase, pero no pude aguantarme y la continúe. Una fuerza irracional dentro de mí pedía a gritos saber la reacción del castaño. -Bueno... sería mejor decir que YA no te comeré.
Tapé mis labios con los dedos y reí con suavidad. Mi cabeza ya tenía la siguiente frase para continuar la conversación y ver hasta qué punto se elevaba el pudor del hombre, pero me detuve en ese punto y proseguí con la charla.
-Así que peligroso, ¿eh? Me parece a mi podríamos estar toda la noche contando batallitas. -Sonreí animada dándole un codazo amistoso al barbudo y alcé la cabeza mirando por el agujero que me señalaba. -Espero que mañana no pase ningún contratiempo como el de hoy. -Quite la vista del boquete que tenía el edificio y silbé en dirección a Lavey. -Nos vamos, lagartija. -La rubia se despidió de la enfermera y se reunió con nosotros fuera. -Descubramos si la taberna aun sirve alimento.
En efecto, la taberna quedaba cerca y a simple vista estaba entera, tenía algunas huellas de fuego sobre la fachada pero parecían ser superficiales, un par de ventanas estaban rotas y por ella se escapaba el olor de la comida y la cacofonía de múltiples charlas.
Lavey y yo seguimos al humano hasta el interior del local, pedimos el plato del día, una jarra de vino y nos sentamos junto a Eltrant.
-¿Crees que algún día los reyes dejaran las guerras? -Hice la pregunta con tono neutro. -¿O que los dioses dejaran de jugar con nuestras vidas? Siempre ha habido tiranteces entre los reinos vecinos, pero lo de ahora... es como si Aerandir estuviera sumida en el caos entre guerras y catástrofes. ¿Piensas que podremos volver a tener una época calmada?
Reivy Abadder
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Re: La Ciudad Herida [Privado] [Cerrado]
Se pasó la mano por la cara algo avergonzado, y dejó escapar una carcajada apagada cuando la mujer le dijo que no se iba a comer a nadie. Era un poco dramático con todo aquello, no se iba a engañar negándolo.
Era una suerte que Reivy se lo estuviese tomando tan bien.
También agradeció que no hiciese demasiadas preguntas al respecto.
- Si yo te contara… - dijo suspirando, levantándose cuando la dragona también lo hizo.
La taberna estaba, para su sorpresa, entera. Quizás había visto mejores días, pero en comparación al resto de la ciudad podían afirmar que aquel edificio estaba prácticamente recién construido.
Se adentró en el mismo, notando enseguida, por el numero de personas, que debía de ser uno de los pocos sitios que había sobrevivido a los eventos recientes. A pesar del número de clientes no tuvieron demasiadas dificultades encontrando una mesa ni tampoco tardaron demasiado en atenderles.
No atrajeron demasiadas miradas, era una sensación a la que no estaba habituado. Supuso que el que no se paseara por el lugar enfundado en una armadura completa y armado hasta los dientes tenía algo que ver.
Miró fijamente a Reivy cuando esta habló. Era una buena pregunta para la que, desgraciadamente, nadie tenía respuesta.
- Es… - Le dio un sorbo a la bebida. – Llevo mucho tiempo dando vueltas por Aerandir. – Le dijo – Y hay veces que… - Inspiró con fuerza por la nariz. – Me gusta pensar que habrá un día en el que, como poco, todo irá a mejor. – Sonrió. – Aunque no lo parezca he leído bastantes libros de historia. – Aseguró con algo de timidez, hacía años había abandonado su granja justo por eso, para explorar ruinas, para ver mundo.
Cuanto había cambiado todo desde entonces.
- Nos ha tocado vivir una época… movida. – dijo. – Pero todo se calma, tarde o temprano. – Amplió la sonrisa y le hizo una seña a la camarera para que le sirviese más comida a la hija de la dragona. – Sobre todo si gente como tú ayuda a reconstruir lo que reyes inútiles no saben mantener en pie. - dijo alzando levemente la jarra que tenía en la mano.
Él… hacía lo que podía.
Pero no era más que un matón enfundado en una armadura. Un granjero incapaz de tener la paciencia necesaria para labrar la tierra. Quizás, algún día, consiguiese reunir el valor necesario para volver a la pequeña cabaña en los bosques del este.
Asentarse allí más de un mes y… descansar.
Pero, por lo pronto, por muchos problemas que atrajese continuaría vagando por Aerandir recibiendo golpes. Se conformaba con pensar que, por muchos cortes que recibiese, no podía dejar su parte de granjero tras él.
Siempre solía plantar pequeñas cosas cuando se quedaba más de una semana en un mismo sitio.
- No te lo he preguntado. – Se llevó un trozo de pan a la boca. - ¿Pero qué cosas sueles hacer en tu carpintería? Aparte de edificios, digo. – Agregó. - ¿Algo que pueda usar alguien como yo? – Inquirió al final, reclinándose levemente en la silla.
Era una suerte que Reivy se lo estuviese tomando tan bien.
También agradeció que no hiciese demasiadas preguntas al respecto.
- Si yo te contara… - dijo suspirando, levantándose cuando la dragona también lo hizo.
La taberna estaba, para su sorpresa, entera. Quizás había visto mejores días, pero en comparación al resto de la ciudad podían afirmar que aquel edificio estaba prácticamente recién construido.
Se adentró en el mismo, notando enseguida, por el numero de personas, que debía de ser uno de los pocos sitios que había sobrevivido a los eventos recientes. A pesar del número de clientes no tuvieron demasiadas dificultades encontrando una mesa ni tampoco tardaron demasiado en atenderles.
No atrajeron demasiadas miradas, era una sensación a la que no estaba habituado. Supuso que el que no se paseara por el lugar enfundado en una armadura completa y armado hasta los dientes tenía algo que ver.
Miró fijamente a Reivy cuando esta habló. Era una buena pregunta para la que, desgraciadamente, nadie tenía respuesta.
- Es… - Le dio un sorbo a la bebida. – Llevo mucho tiempo dando vueltas por Aerandir. – Le dijo – Y hay veces que… - Inspiró con fuerza por la nariz. – Me gusta pensar que habrá un día en el que, como poco, todo irá a mejor. – Sonrió. – Aunque no lo parezca he leído bastantes libros de historia. – Aseguró con algo de timidez, hacía años había abandonado su granja justo por eso, para explorar ruinas, para ver mundo.
Cuanto había cambiado todo desde entonces.
- Nos ha tocado vivir una época… movida. – dijo. – Pero todo se calma, tarde o temprano. – Amplió la sonrisa y le hizo una seña a la camarera para que le sirviese más comida a la hija de la dragona. – Sobre todo si gente como tú ayuda a reconstruir lo que reyes inútiles no saben mantener en pie. - dijo alzando levemente la jarra que tenía en la mano.
Él… hacía lo que podía.
Pero no era más que un matón enfundado en una armadura. Un granjero incapaz de tener la paciencia necesaria para labrar la tierra. Quizás, algún día, consiguiese reunir el valor necesario para volver a la pequeña cabaña en los bosques del este.
Asentarse allí más de un mes y… descansar.
Pero, por lo pronto, por muchos problemas que atrajese continuaría vagando por Aerandir recibiendo golpes. Se conformaba con pensar que, por muchos cortes que recibiese, no podía dejar su parte de granjero tras él.
Siempre solía plantar pequeñas cosas cuando se quedaba más de una semana en un mismo sitio.
- No te lo he preguntado. – Se llevó un trozo de pan a la boca. - ¿Pero qué cosas sueles hacer en tu carpintería? Aparte de edificios, digo. – Agregó. - ¿Algo que pueda usar alguien como yo? – Inquirió al final, reclinándose levemente en la silla.
Eltrant Tale
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Re: La Ciudad Herida [Privado] [Cerrado]
-Sí, demasiado movida. -Sentencié llevando la jarra a mis labios. -Alguien tiene que hacerlo. -Respondí sonriendo y levantado la jarra que ya estaba vacía.
Lavey por su parte se mantenía en silencio, lo único que se escuchaba de ella era el movimiento de su quijada al mascar la cena. Debía reconocer que la granujilla tenía buen saque para estar tan delgada, pero no era normal que comiera tanto, eso tan solo lo hacía cuando...
La miré de reojo y bajé la vista hacia sus caderas. Tenía las piernas cruzadas a la altura de la rodilla en lugar de enlazadas por los tobillos.
Levanté la jarra para que la mesonera lo rellenara y me centré de nuevo en la conversación, mi lagartija estaba en esos días del mes donde una mujer no debe ser molestada. Ahora entendía porque Lavey estaba tan picajosa.
-Oh, pues en realidad fabrico muchas cosas. Tengo trampas y armas, ya sabes... garrotes, arcos, esas cosas. Material de caza, como silbatos y señuelos, aunque los señuelos tienen forma de daga para pillar también a humanos. -Le guiñé el ojo al castaño a la vez que metía un trozo de pan en el caldo de la cena. -Pero algo para ti... ¿Te gusta la música? creo instrumentos musicales. -Levanté las cejas divertidas, no parecía que aquel hombre tuviera desarrollado el sentido del arte. -Hago carros y barcos, tengo unas mejoras para los arcos muy interesantes. -Le di un sorbo a la cerveza recién servida. -Oh, también construyo catapultas o cualquier arma de asedio. -Recogí el pan empapado y me lo llevé a la boca chupándome el dedo. -Pero sin duda, lo que mejor vendo a los guerreros y aventureros son mis armas de ébano. Ahora no llevo ninguna, pero creo unas espadas de madera negra que son igual de robustas que una de hierro y más ligeras. Aunque si que tengo...
Moví la espalda hacia atrás y saqué una flecha negra del carcaj de mi hija.
-Ey, eso es mío. -Rezongó la rubia levantando la cuchara.
-Tranquila, no te la voy romper. Mira Eltrant. -Le mostré la flecha al hombre dejándola sobre la mesa. -Yo la llamo "estallido de Ullúme" el cuerpo y la pluma son normales, su potencial está en la punta. Dentro de este saquito hay hojas de un árbol que niega la existencia del sol. Cuando la disparas el saco se abre y esparce las hojas por el cielo formando una cúpula por donde no pasa ni medio rayo de sol. Los vampiros se las llevan como churros, es un buen método para escapar de su enemigo mortal en una situación de emergencia. -Bajé la voz y me acerqué al centro de la mesa. -Aunque estoy trabajando en un prototipo para crear una sombrilla con estas hojas, estoy segura que más de un vampiro me agradecerá el caminar de nuevo bajo el sol. -Cuando me quise dar cuenta tenía el plato vacío. -Vaya... lo siento, me emociono mucho cuando hablo de trabajo, prácticamente te he presentado todos mis productos. Oye, ¿Tienes dónde dormir esta noche? el pueblo de mis abuelos no queda lejos y tenemos una cama libre.
Lavey por su parte se mantenía en silencio, lo único que se escuchaba de ella era el movimiento de su quijada al mascar la cena. Debía reconocer que la granujilla tenía buen saque para estar tan delgada, pero no era normal que comiera tanto, eso tan solo lo hacía cuando...
La miré de reojo y bajé la vista hacia sus caderas. Tenía las piernas cruzadas a la altura de la rodilla en lugar de enlazadas por los tobillos.
Levanté la jarra para que la mesonera lo rellenara y me centré de nuevo en la conversación, mi lagartija estaba en esos días del mes donde una mujer no debe ser molestada. Ahora entendía porque Lavey estaba tan picajosa.
-Oh, pues en realidad fabrico muchas cosas. Tengo trampas y armas, ya sabes... garrotes, arcos, esas cosas. Material de caza, como silbatos y señuelos, aunque los señuelos tienen forma de daga para pillar también a humanos. -Le guiñé el ojo al castaño a la vez que metía un trozo de pan en el caldo de la cena. -Pero algo para ti... ¿Te gusta la música? creo instrumentos musicales. -Levanté las cejas divertidas, no parecía que aquel hombre tuviera desarrollado el sentido del arte. -Hago carros y barcos, tengo unas mejoras para los arcos muy interesantes. -Le di un sorbo a la cerveza recién servida. -Oh, también construyo catapultas o cualquier arma de asedio. -Recogí el pan empapado y me lo llevé a la boca chupándome el dedo. -Pero sin duda, lo que mejor vendo a los guerreros y aventureros son mis armas de ébano. Ahora no llevo ninguna, pero creo unas espadas de madera negra que son igual de robustas que una de hierro y más ligeras. Aunque si que tengo...
Moví la espalda hacia atrás y saqué una flecha negra del carcaj de mi hija.
-Ey, eso es mío. -Rezongó la rubia levantando la cuchara.
-Tranquila, no te la voy romper. Mira Eltrant. -Le mostré la flecha al hombre dejándola sobre la mesa. -Yo la llamo "estallido de Ullúme" el cuerpo y la pluma son normales, su potencial está en la punta. Dentro de este saquito hay hojas de un árbol que niega la existencia del sol. Cuando la disparas el saco se abre y esparce las hojas por el cielo formando una cúpula por donde no pasa ni medio rayo de sol. Los vampiros se las llevan como churros, es un buen método para escapar de su enemigo mortal en una situación de emergencia. -Bajé la voz y me acerqué al centro de la mesa. -Aunque estoy trabajando en un prototipo para crear una sombrilla con estas hojas, estoy segura que más de un vampiro me agradecerá el caminar de nuevo bajo el sol. -Cuando me quise dar cuenta tenía el plato vacío. -Vaya... lo siento, me emociono mucho cuando hablo de trabajo, prácticamente te he presentado todos mis productos. Oye, ¿Tienes dónde dormir esta noche? el pueblo de mis abuelos no queda lejos y tenemos una cama libre.
Reivy Abadder
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Re: La Ciudad Herida [Privado] [Cerrado]
- ¿Armas de ébano? – Dijo, inclinándose hacía delante interesado.
¿Cómo era posible que hubiese armas de madera capaces de igualar el acero que el forjaba? ¿Arderían fácilmente? Enarcó la ceja, aún más interesado cuando la mujer le enseñó la flecha que extrajo del carcaj de su hija y se la mostró más de cerca.
- Increíble… - Comentó atusándose la barba, examinando la saeta desde dónde estaba. Proyectiles capaces de bloquear el sol sonaban… irreales; aunque normalmente cargaba a su espalda con sus propios objetos irreales. – No, no te disculpes. – Negó con la cabeza cuando la dragona se disculpó. – Yo me pongo igual. – Sonrió y le dio un pequeño trago a la jarra que tenía frente a él.
- Lo de… la sombrilla que bloquea el sol. – Le dijo. - ¿Me venderías una cuando la tuvieses terminada? – dijo, rascándose la barba. Era algo realmente útil para Lyn. – Conozco a una persona a la que le vendría bastante bien. – Añadió. – Además, no estaría de más darle una sorpresa… - dijo para sí, en un susurro lo suficientemente alto como para que las dos mujeres le oyesen. – En cualquier caso, haces bastante más cosas que simplemente construir edificios. – Sonrió. – Debes de estar siempre bastante ocupada. –
Continuó comiendo, centrándose en lo que le decía tanto Reivy como si hija y asintiendo educadamente de vez en cuando, interviniendo animadamente en la conversación cuando lo creía indicado.
- Oh, sí. No te preocupes por eso, tengo dónde quedarme. – dijo a la norteña de buen humor. – Además, si desaparezco sin avisar voy a tener que aguantarla así que mejor voy para allá… - Se llevó la mano hasta la cara y suspiró con suavidad. - ¿El pueblo de tus abuelos está cerca? - No conocía a muchas personas que invitasen a un completo desconocido a su hogar con tanta facilidad, debía de haberle caído bien a Reivy. – Menos mal, es mejor que haber… - Bajó la mirada. – Haber recibido lo peor de la noche esa. – Se forzó a sonreír escuetamente y continuó comiendo.
¿Cuántas personas habían muerto solo porque había decidido esconderse allí?
No podía quitárselo de la cabeza.
Terminó la cena y colocó el dinero de todo lo que habían pedido sobre la mesa.
- ¿Vas andar estos días más por aquí? Ayudando, digo. – Preguntó, tras unos instantes pensativo, levantándose de su asiento. – Es agradable charlar con alguien que no te mira mal, para variar. – Volvió a sonreír y esperó a que la pareja se levantase. - ¿Nos vemos mañana entonces? – Se cruzó de brazos. – Creo que podríamos levantar el muro del edificio dónde están atendiendo a los heridos. Las noches no son precisamente cálidas aquí. – Aseveró.
Ya había caído la noche, la mayoría de los trabajadores se volvían a sus casas a descansar.
Por mucho que hubiesen avanzado aquel día… todavía quedaba bastante ciudad por reconstruir.
¿Cómo era posible que hubiese armas de madera capaces de igualar el acero que el forjaba? ¿Arderían fácilmente? Enarcó la ceja, aún más interesado cuando la mujer le enseñó la flecha que extrajo del carcaj de su hija y se la mostró más de cerca.
- Increíble… - Comentó atusándose la barba, examinando la saeta desde dónde estaba. Proyectiles capaces de bloquear el sol sonaban… irreales; aunque normalmente cargaba a su espalda con sus propios objetos irreales. – No, no te disculpes. – Negó con la cabeza cuando la dragona se disculpó. – Yo me pongo igual. – Sonrió y le dio un pequeño trago a la jarra que tenía frente a él.
- Lo de… la sombrilla que bloquea el sol. – Le dijo. - ¿Me venderías una cuando la tuvieses terminada? – dijo, rascándose la barba. Era algo realmente útil para Lyn. – Conozco a una persona a la que le vendría bastante bien. – Añadió. – Además, no estaría de más darle una sorpresa… - dijo para sí, en un susurro lo suficientemente alto como para que las dos mujeres le oyesen. – En cualquier caso, haces bastante más cosas que simplemente construir edificios. – Sonrió. – Debes de estar siempre bastante ocupada. –
Continuó comiendo, centrándose en lo que le decía tanto Reivy como si hija y asintiendo educadamente de vez en cuando, interviniendo animadamente en la conversación cuando lo creía indicado.
- Oh, sí. No te preocupes por eso, tengo dónde quedarme. – dijo a la norteña de buen humor. – Además, si desaparezco sin avisar voy a tener que aguantarla así que mejor voy para allá… - Se llevó la mano hasta la cara y suspiró con suavidad. - ¿El pueblo de tus abuelos está cerca? - No conocía a muchas personas que invitasen a un completo desconocido a su hogar con tanta facilidad, debía de haberle caído bien a Reivy. – Menos mal, es mejor que haber… - Bajó la mirada. – Haber recibido lo peor de la noche esa. – Se forzó a sonreír escuetamente y continuó comiendo.
¿Cuántas personas habían muerto solo porque había decidido esconderse allí?
No podía quitárselo de la cabeza.
Terminó la cena y colocó el dinero de todo lo que habían pedido sobre la mesa.
- ¿Vas andar estos días más por aquí? Ayudando, digo. – Preguntó, tras unos instantes pensativo, levantándose de su asiento. – Es agradable charlar con alguien que no te mira mal, para variar. – Volvió a sonreír y esperó a que la pareja se levantase. - ¿Nos vemos mañana entonces? – Se cruzó de brazos. – Creo que podríamos levantar el muro del edificio dónde están atendiendo a los heridos. Las noches no son precisamente cálidas aquí. – Aseveró.
Ya había caído la noche, la mayoría de los trabajadores se volvían a sus casas a descansar.
Por mucho que hubiesen avanzado aquel día… todavía quedaba bastante ciudad por reconstruir.
Eltrant Tale
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Re: La Ciudad Herida [Privado] [Cerrado]
Aguantarla... así que al final sí que estaba con alguien, una mujer, para ser más exactos. ¿Sería también una hija o familiar suya? o se trataría de su mujer... aquello segundo no parecía posible después de la negación de la tarde, pero nunca se sabe, la gente puede ser muy reservada con ciertos temas.
-Pues... como a una hora de vuelo. -Enredé uno de mis dedos en un mechón de pelo. -Eso serian unas dos o tres horas en carreta. -Sonreí tratando quitarle hierro al asunto. -Lo del Nirana fue una locura, literalmente. Pero no fue como la peste. El pueblo terminara por olvidarse de todo esto, siempre pasa lo mismo, ¿Quién se acuerda de lo que pasó hace mil años? como mucho los elfos, pero esos solo saben verse el ombligo. -Estiré el brazo hasta colocar la mano sobre uno de los bíceps del humano y apreté el musculo. -El pueblo se recompondrá, siempre lo hace, y al final nadie recordara quien empezó todo esto. Ni siquiera somos capaces de recordar los rostros de los héroes. -Sonreí de medio lado con la broma y me levanté con el humano. -Claro, nos quedaremos un tiempo. Esa catedral no se va a reparar sola. -Amplié la sonrisa a una más amplia. -Nos vemos mañana, Eltrant.
-Ayudaremos a levantar el muro. -Recalcó Lavey, apoyando la frase del castaño. -De nada nos abra servido salvarles la vida si luego se mueren de frio.
Salimos del local detrás del hombre, anduvimos con él hasta los caminos se separaron. Nosotras emprendimos marcha hacia las explanadas donde los dragones despegaban y aterrizaban y Eltrant hacia... bueno, hacia donde fuera que la estuviera esperando esa mujer de la que habló en la cena.
-Pues... como a una hora de vuelo. -Enredé uno de mis dedos en un mechón de pelo. -Eso serian unas dos o tres horas en carreta. -Sonreí tratando quitarle hierro al asunto. -Lo del Nirana fue una locura, literalmente. Pero no fue como la peste. El pueblo terminara por olvidarse de todo esto, siempre pasa lo mismo, ¿Quién se acuerda de lo que pasó hace mil años? como mucho los elfos, pero esos solo saben verse el ombligo. -Estiré el brazo hasta colocar la mano sobre uno de los bíceps del humano y apreté el musculo. -El pueblo se recompondrá, siempre lo hace, y al final nadie recordara quien empezó todo esto. Ni siquiera somos capaces de recordar los rostros de los héroes. -Sonreí de medio lado con la broma y me levanté con el humano. -Claro, nos quedaremos un tiempo. Esa catedral no se va a reparar sola. -Amplié la sonrisa a una más amplia. -Nos vemos mañana, Eltrant.
-Ayudaremos a levantar el muro. -Recalcó Lavey, apoyando la frase del castaño. -De nada nos abra servido salvarles la vida si luego se mueren de frio.
Salimos del local detrás del hombre, anduvimos con él hasta los caminos se separaron. Nosotras emprendimos marcha hacia las explanadas donde los dragones despegaban y aterrizaban y Eltrant hacia... bueno, hacia donde fuera que la estuviera esperando esa mujer de la que habló en la cena.
Reivy Abadder
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