La Roca del Rey Ragueto [Quest] [Catherine Blair]
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La Roca del Rey Ragueto [Quest] [Catherine Blair]
Había pasado seis días desde aquello: Seis buenos días de descanso, tranquilidad y, ¿por qué no decirlo? también felicidad. Esa última palabra era perfecta para describir como se sentía. Aunque no sabía muy bien qué significaba esa palabra la quería clamar en todo lo alto: ¡Era feliz! Por vez primera desde que dio a luz a los cachorros, la madre felina rugió en compañía de sus pequeños. Y sí, como felinos que eran, tenían un hueco en su apretada agenda para ronronear. Pero, cuando tocaba rugir lo hacían y se dejaban los pulmones en ello. Los rugidos de la madre y los cachorros venían durante la noche, cuando los cinco (ahora el equipo se había incrementado a cinco pues la madre se les unió) jugaban a los muchos juegos que los niños se inventaban: “A por el palo”, “batalla de arena” y la preferida por todos “la Roca del Rey Ragueto”.
Ahora no es tiempo de rugir ni de ronronear. Es de día. “La Roca del rey Ragueto” ya no es un juego, es una realidad. El macho alfa de la manada de la pequeña manada de raguetos estaba en la cima de un enorme peñasco. Era tan alta que desde ahí podía ver todo el arenal y las murallas de la ciudad de los humanos. Ella, la madre de los cuatro raguetos, estaba a la espalda del macho alfa. A su espalda estaban Amis, Pontos y Dogos; delante Julieta. Esa era la presentación de Julieta. Tras los seis días de rugidos, ronroneos y felicidad que la familia disfrutó, llegó la hora de enseñar a las otras manadas de raguetos que su pequeña Julieta, que había desaparecido sin dejar rastro, estaba a salvo.
Un pájaro tiquirrojo sobrevolaba el peñasco. Era la señal para que se acercasen los demás raguetos. Todos reunidos, bajo los pies de la auténtica Roca del Rey Ragueto, saltaban y clamaban por el regreso de la pequeña princesa ragueta.
Era una celebración a toda regla. De ser humanos en lugar de animales, empuñarían enormes jarras de cerveza para entrechocarlas entre sí como gesto de felicidad. Las grandes cicatrices del lomo que la madre ragueta ganó tras el combate con el kag eran invisibles por todos (a excepción del Rey). No tocaba llorar ni lamentarse por nada. Era la hora de rugir y eso era lo que hacían cada uno de los raguetos presnetes: Rugir. Los cuatro cachorros, la protagonista Julieta y sus tres hermanos, hicieron un intento de rugido que en realidad se escuchaba como un maullido. La madre maulló con ellos para que no se sintieran mal.
En el cielo, más alto de lo que podía llegar la cima de la Roca del Rey Ragueto, el tiquirrojo fue testigo de una gran desgracia. Algo pasó, algo que no recordó. Una roca le dio un golpe en la cabeza y, cuando despertó, ya era demasiado tarde. En la Roca del Rey Ragueto no había ningún Rey. A los pies del peñasco, unos felinos se peleaban entre ellos. ¡Se han vuelto locos! Eso fue lo primero que pensó. Los raguetos eran pacíficos y sabían vivir en manada. Nada tenían que ver con sus hermanos tiquirrojos. ¡Panda de avaros! Los tiquirrojos podían matar a sus madres si con eso conseguían el brillo. Pero los raguetos no. Ellos sabían lo que era una hermandad. Por eso Zazu se unió a ellos. Servía al Rey Ragueto porque quería pertenecer a la familia unida que nunca tuvo. Ahora, esa familia se estaba matándose entre ellos y él no podía hacer nada para evitarlo.
Voló y voló sobre el peñasco en busca del Rey. No lo encontró. Buscó también a los principes Amis, Pontos, Dogos y Julieta. No estaban Las peores ideas se le venían a la cabeza. ¿Qué cosa podía brillar tanto como para hacer que los raguetos se maten?
Cuando la mejor idea que se le ocurría era huir y no mirar atrás, vio algo a unos veinte metros de distancia de la Roca del Rey Ragueto que le llamó la atención. Era la Reina ragueta. Estaba sola y parecía herida. Cambió su rumbo de vuelo y fue directo hacia ella. Aterrizó torpemente, se chocó contra las patas traseras de la felina y la miró directamente. Los animales no hablaban con palabras como las personas. Ellos, sobre todo las especies más inteligentes como lo eran los tiquirrojos y los raguetos, tenían otro modo de comunicación más útil que las palabras.
La Reina ragueta entendió lo que Zazu dijo sin decir nada y éste a su vez entendió la respuesta, las lágrimas en los ojos de la felina eran más que suficientes para entender gran parte del mensaje: “Algo malo, muy malo”. La Reina se descolgó del cuello lo que desde hacía seis días había lucido con orgullo y secretismo. Era un trozo de tela, olía bien a… ¿A qué? Zazu conocía esa fragancia. Esa en realidad no, pero era parecida a esa. Era algo que olía bien pero que a la vez se presentaba como una señal de peligro. “¡Persona!” La Reina se lamió una herida que tenía en la pata derecha en la que no dejaba de salir sangre. Tenía otras igual de graves en la cola y en el lomo. Luego, lamió el pico del tiquirrojo y el trozo de tela. ¿Qué quería decir? Algo que al tiquirrojo Zazu entendió muy bien y no le gustó en absoluto: La persona que olía así podía ayudar y él la tenía que buscar.
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*Catherine Blair: ¡In the circle, the circle of life! ♫♫ No canto especialmente bien pero seguro que has entendido la referencia. Pues sí, señorita Blair, esta quest va estar plagadas de referencias al Rey León aunque la historia, ya te adelanto, va ser muy diferente. A no ser que cantes tú, no tendremos ninguna de esas canciones tan nostálgicas que nos dejó la obra. Al menos, por parte de los animales no tendremos ninguna canción. Antes de seguir desvelando más futuras sorpresas de las que tenemos preparadas, es hora de comenzar a hablar sobre lo que sucede aquí y ahora. Te encuentras hospedada en una habitación de un hostal de Roilkat. Ya han pasado algunos días de tu primer encuentro con la manada. En el siguiente turno deberás describir cómo es el encuentro entre Zazu y tú. Nada más. Recuerda que aquí los animales no hablan.
Ahora no es tiempo de rugir ni de ronronear. Es de día. “La Roca del rey Ragueto” ya no es un juego, es una realidad. El macho alfa de la manada de la pequeña manada de raguetos estaba en la cima de un enorme peñasco. Era tan alta que desde ahí podía ver todo el arenal y las murallas de la ciudad de los humanos. Ella, la madre de los cuatro raguetos, estaba a la espalda del macho alfa. A su espalda estaban Amis, Pontos y Dogos; delante Julieta. Esa era la presentación de Julieta. Tras los seis días de rugidos, ronroneos y felicidad que la familia disfrutó, llegó la hora de enseñar a las otras manadas de raguetos que su pequeña Julieta, que había desaparecido sin dejar rastro, estaba a salvo.
Un pájaro tiquirrojo sobrevolaba el peñasco. Era la señal para que se acercasen los demás raguetos. Todos reunidos, bajo los pies de la auténtica Roca del Rey Ragueto, saltaban y clamaban por el regreso de la pequeña princesa ragueta.
Era una celebración a toda regla. De ser humanos en lugar de animales, empuñarían enormes jarras de cerveza para entrechocarlas entre sí como gesto de felicidad. Las grandes cicatrices del lomo que la madre ragueta ganó tras el combate con el kag eran invisibles por todos (a excepción del Rey). No tocaba llorar ni lamentarse por nada. Era la hora de rugir y eso era lo que hacían cada uno de los raguetos presnetes: Rugir. Los cuatro cachorros, la protagonista Julieta y sus tres hermanos, hicieron un intento de rugido que en realidad se escuchaba como un maullido. La madre maulló con ellos para que no se sintieran mal.
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En el cielo, más alto de lo que podía llegar la cima de la Roca del Rey Ragueto, el tiquirrojo fue testigo de una gran desgracia. Algo pasó, algo que no recordó. Una roca le dio un golpe en la cabeza y, cuando despertó, ya era demasiado tarde. En la Roca del Rey Ragueto no había ningún Rey. A los pies del peñasco, unos felinos se peleaban entre ellos. ¡Se han vuelto locos! Eso fue lo primero que pensó. Los raguetos eran pacíficos y sabían vivir en manada. Nada tenían que ver con sus hermanos tiquirrojos. ¡Panda de avaros! Los tiquirrojos podían matar a sus madres si con eso conseguían el brillo. Pero los raguetos no. Ellos sabían lo que era una hermandad. Por eso Zazu se unió a ellos. Servía al Rey Ragueto porque quería pertenecer a la familia unida que nunca tuvo. Ahora, esa familia se estaba matándose entre ellos y él no podía hacer nada para evitarlo.
Voló y voló sobre el peñasco en busca del Rey. No lo encontró. Buscó también a los principes Amis, Pontos, Dogos y Julieta. No estaban Las peores ideas se le venían a la cabeza. ¿Qué cosa podía brillar tanto como para hacer que los raguetos se maten?
Cuando la mejor idea que se le ocurría era huir y no mirar atrás, vio algo a unos veinte metros de distancia de la Roca del Rey Ragueto que le llamó la atención. Era la Reina ragueta. Estaba sola y parecía herida. Cambió su rumbo de vuelo y fue directo hacia ella. Aterrizó torpemente, se chocó contra las patas traseras de la felina y la miró directamente. Los animales no hablaban con palabras como las personas. Ellos, sobre todo las especies más inteligentes como lo eran los tiquirrojos y los raguetos, tenían otro modo de comunicación más útil que las palabras.
La Reina ragueta entendió lo que Zazu dijo sin decir nada y éste a su vez entendió la respuesta, las lágrimas en los ojos de la felina eran más que suficientes para entender gran parte del mensaje: “Algo malo, muy malo”. La Reina se descolgó del cuello lo que desde hacía seis días había lucido con orgullo y secretismo. Era un trozo de tela, olía bien a… ¿A qué? Zazu conocía esa fragancia. Esa en realidad no, pero era parecida a esa. Era algo que olía bien pero que a la vez se presentaba como una señal de peligro. “¡Persona!” La Reina se lamió una herida que tenía en la pata derecha en la que no dejaba de salir sangre. Tenía otras igual de graves en la cola y en el lomo. Luego, lamió el pico del tiquirrojo y el trozo de tela. ¿Qué quería decir? Algo que al tiquirrojo Zazu entendió muy bien y no le gustó en absoluto: La persona que olía así podía ayudar y él la tenía que buscar.
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*Catherine Blair: ¡In the circle, the circle of life! ♫♫ No canto especialmente bien pero seguro que has entendido la referencia. Pues sí, señorita Blair, esta quest va estar plagadas de referencias al Rey León aunque la historia, ya te adelanto, va ser muy diferente. A no ser que cantes tú, no tendremos ninguna de esas canciones tan nostálgicas que nos dejó la obra. Al menos, por parte de los animales no tendremos ninguna canción. Antes de seguir desvelando más futuras sorpresas de las que tenemos preparadas, es hora de comenzar a hablar sobre lo que sucede aquí y ahora. Te encuentras hospedada en una habitación de un hostal de Roilkat. Ya han pasado algunos días de tu primer encuentro con la manada. En el siguiente turno deberás describir cómo es el encuentro entre Zazu y tú. Nada más. Recuerda que aquí los animales no hablan.
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Re: La Roca del Rey Ragueto [Quest] [Catherine Blair]
Después de todo lo transcurrido junto a los raguetos, el resto de camino que distanciaba el Arenal de la ciudad de Roilkat fue prácticamente un paseo para la vampira. Un paseo que terminaba cada mañana y comenzaba cada noche, por lo cual, lo único verdaderamente tedioso fue el tener que aguantar el dolor de la herida de su antebrazo sin curar, que por mucho que lo taponara con trozos de su falda… todo era insuficiente cuando las punzadas le provocaban un dolor y un picor que presagiaba cada vez más la infección que iba creciendo sobre la herida.
Pero, a pesar de todo, el camino fue fácil y relativamente corto; y antes de lo esperado las grandes paredes que amurallaban la ciudad de Roilkat se abrían para dar paso a la joven.
Estaba cansada y llena de polvo del trayecto, y de sus escondites improvisados para pasar los días, no fue sino gracias a la ayuda de un buen hombre, pocos allá donde los hubiera, que además de regentar la taberna en la que fue a entrar para pedir algo con lo que refrescarse, se ofreció a asistirla al ver el estado en el que se encontraba.
Y de la boca de la albina tan sólo tuvo que salir la palabra “Kag” para que muchos de los allí presentes se preocupasen y la creyeran. Un golpe de suerte, quizás, un golpe de suerte que ya era hora que le llegase a ella, aunque también ayudaba el hecho de que muchos otros viajeros o paisanos de la propia Roilkat hubieran sufrido el ataque de aquellos monstruos del desierto. Por lo tanto, fue un golpe de suerte y un puñado de personas con las que sentirse identificada, aquello le bastó y le sobró.
Durante la estancia en aquella bonita ciudad de los “cristales de colores”, Catherine tan sólo pudo disfrutar de su estancia en la habitación que le había facilitado el dueño del mismo local en el que le atendieron las heridas. Sería mentira si dijera que aquel hombre no sospechaba que ella ocultaba algo raro, y no sólo porque no quisiera salir de aquel cuarto, también dejaba a medio comer todo lo que le llevaba, y siempre parecía agotada. Aun así, y puesto que no le estaba dando demasiados problemas… le dejó una semana entera para recomponerse, sin hacer preguntas comprometidas, sin entrometerse demasiado, quizás tan sólo era una chica asustada que necesitaba su tiempo para recomponerse de lo vivido en el Arenal. Y en parte tenía razón, Cath necesitó su tiempo para recuperarse, pero sobre todo, necesitaba alimentarse de verdad.
Sintió de corazón tener que hacerlo, pues el recibimiento que le habían proporcionado fue de lo más cálido, y tener que segar la vida de alguno de los lugareños le iba a doler más que cualquier herida abierta. Pero lo necesitaba, y en eso ella se había convertido casi como un animal, si el hambre se apoderaba de su ser, era capaz de rebanar el cuello de cualquiera que se le cruzara por el camino, por lo que esperó un par de días desde el comienzo de su estancia, y al tercero salió para cazar a alguien que… bajo su punto de vista, se mereciera ese final más que otros.
Los días pasaban lentos en la habitación de la posada, por una parte quería que fuese así para seguir descansando, por otra estaba deseando largarse para que su extraño hábito de quedarse encerrada no fuera demasiado sospechoso, pero en la noche del penúltimo día, un visitante no esperado hizo su aparición, dispuesto a cambiar las preocupaciones de la chica.
Catherine estaba sentada en el camastro, recostada en la pared, mientras sus ojos dibujaban con la mirada el contorno de una ventana que se abría ante el cielo nocturno. La luz de la luna era lo más parecido a estar bajo el sol, y aquella claridad era suficiente para no olvidar la sensación de calor de un día despejado.
Una pequeña y fugaz silueta pasó sobrevolando el cielo, la primera vez no extrañó a la vampira, podrían existir muchas aves nocturnas por aquel lugar; pero cuando volvió a cruzar otra vez, y luego otra, cada vez más cerca de la ventana de su habitación, Cath se extrañó hasta el punto de necesitar asomarse para ver si ocurría algo. Los animales tienen un sentido mucho más sensible que los humanos, quizás la actitud de ese pájaro era augurio de problemas; lo peor es que su intuición no se alejaba demasiado de la realidad.
El animal captó mejor la esencia de la chica cuando ésta se asomó por el hueco del ventanal, y fue entonces cuando descendió en picado frenando al tiempo que hacía sobresaltarse a Cath, quién se retiró de sopetón al ver que el tiquirrojo aterrizó en el alfeizar.
– P-pero bueno… ¿y esto? –Musitó para sí misma al comprobar que no había sido casualidad que el pájaro decidiera parar allí, pues no se movía del sitio. Es más, se había bajado de la ventana y planeado hasta acercarse a donde ella estaba.
Catherine se quedó mirándolo extrañada hasta el momento que descubrió lo que sostenía en su enorme pico. Al principio no lo reconoció, pero tan sólo le hizo falta fijarse un poco para percatarse de que el color de aquella tela no era lo único similar a la de su ropa, también compartía unos sencillos motivos en forma de pequeños ramilletes de flores idénticos a la trama que adornaba su falda.
– Cómo… ¿cómo es que tienes algo así? –Le habló al pájaro en un tono suave, igual que el que aplicó cuando trataba con los raguetos, mientras se acercaba a él. – ¿Me… lo dejas ver?
El ave aleteó con nerviosismo cuando la chica se agachó para coger el trozo de tela, pero no puso impedimento alguno a la hora de dárselo.
Cath miró extrañada el retazo, era exactamente un jirón de su falda, luego pasó la vista aún más extrañada hacia el pájaro, era como si el animal supiera que debía acudir a ella para algo… pero, ¿por qué?
Pero, a pesar de todo, el camino fue fácil y relativamente corto; y antes de lo esperado las grandes paredes que amurallaban la ciudad de Roilkat se abrían para dar paso a la joven.
Estaba cansada y llena de polvo del trayecto, y de sus escondites improvisados para pasar los días, no fue sino gracias a la ayuda de un buen hombre, pocos allá donde los hubiera, que además de regentar la taberna en la que fue a entrar para pedir algo con lo que refrescarse, se ofreció a asistirla al ver el estado en el que se encontraba.
Y de la boca de la albina tan sólo tuvo que salir la palabra “Kag” para que muchos de los allí presentes se preocupasen y la creyeran. Un golpe de suerte, quizás, un golpe de suerte que ya era hora que le llegase a ella, aunque también ayudaba el hecho de que muchos otros viajeros o paisanos de la propia Roilkat hubieran sufrido el ataque de aquellos monstruos del desierto. Por lo tanto, fue un golpe de suerte y un puñado de personas con las que sentirse identificada, aquello le bastó y le sobró.
Durante la estancia en aquella bonita ciudad de los “cristales de colores”, Catherine tan sólo pudo disfrutar de su estancia en la habitación que le había facilitado el dueño del mismo local en el que le atendieron las heridas. Sería mentira si dijera que aquel hombre no sospechaba que ella ocultaba algo raro, y no sólo porque no quisiera salir de aquel cuarto, también dejaba a medio comer todo lo que le llevaba, y siempre parecía agotada. Aun así, y puesto que no le estaba dando demasiados problemas… le dejó una semana entera para recomponerse, sin hacer preguntas comprometidas, sin entrometerse demasiado, quizás tan sólo era una chica asustada que necesitaba su tiempo para recomponerse de lo vivido en el Arenal. Y en parte tenía razón, Cath necesitó su tiempo para recuperarse, pero sobre todo, necesitaba alimentarse de verdad.
Sintió de corazón tener que hacerlo, pues el recibimiento que le habían proporcionado fue de lo más cálido, y tener que segar la vida de alguno de los lugareños le iba a doler más que cualquier herida abierta. Pero lo necesitaba, y en eso ella se había convertido casi como un animal, si el hambre se apoderaba de su ser, era capaz de rebanar el cuello de cualquiera que se le cruzara por el camino, por lo que esperó un par de días desde el comienzo de su estancia, y al tercero salió para cazar a alguien que… bajo su punto de vista, se mereciera ese final más que otros.
Los días pasaban lentos en la habitación de la posada, por una parte quería que fuese así para seguir descansando, por otra estaba deseando largarse para que su extraño hábito de quedarse encerrada no fuera demasiado sospechoso, pero en la noche del penúltimo día, un visitante no esperado hizo su aparición, dispuesto a cambiar las preocupaciones de la chica.
Catherine estaba sentada en el camastro, recostada en la pared, mientras sus ojos dibujaban con la mirada el contorno de una ventana que se abría ante el cielo nocturno. La luz de la luna era lo más parecido a estar bajo el sol, y aquella claridad era suficiente para no olvidar la sensación de calor de un día despejado.
Una pequeña y fugaz silueta pasó sobrevolando el cielo, la primera vez no extrañó a la vampira, podrían existir muchas aves nocturnas por aquel lugar; pero cuando volvió a cruzar otra vez, y luego otra, cada vez más cerca de la ventana de su habitación, Cath se extrañó hasta el punto de necesitar asomarse para ver si ocurría algo. Los animales tienen un sentido mucho más sensible que los humanos, quizás la actitud de ese pájaro era augurio de problemas; lo peor es que su intuición no se alejaba demasiado de la realidad.
El animal captó mejor la esencia de la chica cuando ésta se asomó por el hueco del ventanal, y fue entonces cuando descendió en picado frenando al tiempo que hacía sobresaltarse a Cath, quién se retiró de sopetón al ver que el tiquirrojo aterrizó en el alfeizar.
– P-pero bueno… ¿y esto? –Musitó para sí misma al comprobar que no había sido casualidad que el pájaro decidiera parar allí, pues no se movía del sitio. Es más, se había bajado de la ventana y planeado hasta acercarse a donde ella estaba.
Catherine se quedó mirándolo extrañada hasta el momento que descubrió lo que sostenía en su enorme pico. Al principio no lo reconoció, pero tan sólo le hizo falta fijarse un poco para percatarse de que el color de aquella tela no era lo único similar a la de su ropa, también compartía unos sencillos motivos en forma de pequeños ramilletes de flores idénticos a la trama que adornaba su falda.
– Cómo… ¿cómo es que tienes algo así? –Le habló al pájaro en un tono suave, igual que el que aplicó cuando trataba con los raguetos, mientras se acercaba a él. – ¿Me… lo dejas ver?
El ave aleteó con nerviosismo cuando la chica se agachó para coger el trozo de tela, pero no puso impedimento alguno a la hora de dárselo.
Cath miró extrañada el retazo, era exactamente un jirón de su falda, luego pasó la vista aún más extrañada hacia el pájaro, era como si el animal supiera que debía acudir a ella para algo… pero, ¿por qué?
Catherine Blair
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Re: La Roca del Rey Ragueto [Quest] [Catherine Blair]
La chica cogió el trozo de tela y lo observó como si nunca, jamás de los jamases, hubiera visto ninguna pieza de tela antes. ¿Antes de qué? Esa era una buena pregunta pues si se paraba a pensar en una situación anterior a la que se encontraba Zazu entregándole el trozo de tela a la chica, ésta debió de ver trozos muy parecidos al que sostenía. Sin ir más lejos, ella misma iba vestido con una gran aglomeración de trozos de tela.
Mientras pensaba en sus paradojas sobre el tiempo y los jirones de la chica, Zazu camina en círculos por el suelo, con las alas en la espalda, como si de un erudito humano se tratase. Una vieja costumbre que adopto de los humanos que observaba en sus viajes a las ciudades humanas. Sí, era un tiquirrojo con gestos humanos y que servía al Rey Ragueto. Era tan extraño como ver un harapo por primera vez.
Cuando ya hubo pasado un tiempo, lo que Zazu creyó que sería lo suficiente para pensar en sus cosas, alzó el vuelo y arrebató con sus garras el trozo de tela de las manos de la chica. Aunque la Reina confiase en ella, Zazu no.
Graznó con todas sus fuerzas y revoloteó sobre la cabeza de la peliblanca. Eso serviría para llamar su atención. Ahora, venía lo más difícil: hablar con ella. El tiquirrojo graznó de nuevo y descendió hasta el borde de la misma ventana por donde había entrado. Dos segundos contados fueron los que se quedó Zazu allí plantado para luego, desplegar sus alas y salir volando.
Se quedó solo a un escaso metro de distancia de la ventana y graznó de nuevo, por tercera vez ya, para indicar a la chica que le estaba esperando. Pensó que desde ahí la chica le vería y que más tarde le seguiría hasta el arenal. El plan iba bien y solo se lamentaba de una única cosa: que la peliblanca no pudiera volar. Eso facilitaría mucho las cosas y Zazu no tendría que esperarse tanto.
*Catherine Blair: Hablar con un pájaro es algo complicado. Zazu ha puesto su granito de arena para intentar comunicarse contigo, es hora de que tú pongas el tuyo. En el siguiente turno deberás hacer el esfuerzo por comprender lo que le ocurre al tiquirrojo. Una vez hecho, sal de la posada y sigue al pájaro. Una última anotación: todavía no salgas de la ciudad.
Mientras pensaba en sus paradojas sobre el tiempo y los jirones de la chica, Zazu camina en círculos por el suelo, con las alas en la espalda, como si de un erudito humano se tratase. Una vieja costumbre que adopto de los humanos que observaba en sus viajes a las ciudades humanas. Sí, era un tiquirrojo con gestos humanos y que servía al Rey Ragueto. Era tan extraño como ver un harapo por primera vez.
Cuando ya hubo pasado un tiempo, lo que Zazu creyó que sería lo suficiente para pensar en sus cosas, alzó el vuelo y arrebató con sus garras el trozo de tela de las manos de la chica. Aunque la Reina confiase en ella, Zazu no.
Graznó con todas sus fuerzas y revoloteó sobre la cabeza de la peliblanca. Eso serviría para llamar su atención. Ahora, venía lo más difícil: hablar con ella. El tiquirrojo graznó de nuevo y descendió hasta el borde de la misma ventana por donde había entrado. Dos segundos contados fueron los que se quedó Zazu allí plantado para luego, desplegar sus alas y salir volando.
Se quedó solo a un escaso metro de distancia de la ventana y graznó de nuevo, por tercera vez ya, para indicar a la chica que le estaba esperando. Pensó que desde ahí la chica le vería y que más tarde le seguiría hasta el arenal. El plan iba bien y solo se lamentaba de una única cosa: que la peliblanca no pudiera volar. Eso facilitaría mucho las cosas y Zazu no tendría que esperarse tanto.
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*Catherine Blair: Hablar con un pájaro es algo complicado. Zazu ha puesto su granito de arena para intentar comunicarse contigo, es hora de que tú pongas el tuyo. En el siguiente turno deberás hacer el esfuerzo por comprender lo que le ocurre al tiquirrojo. Una vez hecho, sal de la posada y sigue al pájaro. Una última anotación: todavía no salgas de la ciudad.
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Re: La Roca del Rey Ragueto [Quest] [Catherine Blair]
Seguía debatiendo en su interior una sarta de dudas y preguntas que, obviamente no podía exponer en voz alta porque nadie más que ella podría comprenderla en aquella habitación. Lanzó una mirada fugaz al pájaro mientras éste se daba unos paseos circulares, parecía como si hiciera tiempo, como si esperase a que la vampira tratase de disipar las incógnitas de la situación por sí misma. Y cuando le hubo parecido suficiente, se lanzó hacia la chica arrebatándole el jirón de tela y revoloteando hacia la ventana.
– ¡Espera! –Exclamó la albina estirando el brazo hacia el tiquirrojo, como si tuviera opción a atraparlo una vez emprendió el vuelo.
Aún no estaba segura del sentido de todo aquello, pero lo que tenía bien claro era que, por mucho que no hubiera visto en su vida animal como aquel, eso que estaba ocurriendo no era ninguna casualidad. El pájaro tenía un trozo de su vestido, y había llegado hasta ella para mostrárselo, pero no era aquel retazo lo único que quería enseñarle. Desde hacía pocos días había descubierto que los animales son mucho más inteligentes de lo que parecen, desde el ragueto más grande hasta el tiquirrojo pequeño. Algo quería, o algo necesitaba, y un extraño presentimiento se empezaba a apoderar de ella, una corazonada, quizás.
El pájaro la estaba llamando, no sólo había ido a buscarla, ahora estaba intentando arrancarle algo más que la simple curiosidad, quería que le siguiera. E hizo esa idea presente con una demostración de paciencia en la que revoloteaba, graznaba a la chica, y volvía a revolotear hacia la ventana.
– ¿Qué quieres, qué ocurre?
Se sentía como una estúpida hablando en voz alta a un ser que lo más seguro fuera que tan sólo entendiera su entonación. Pero necesitaba sacar al aire al menos algunas preguntas, algo le decía que aunque no comprendiese sus palabras, era necesaria esa comunicación, al fin y al cabo el tiquirrojo también “hablaba” en su idioma graznando.
Catherine se puso en pie, restando la distancia que quedaba entre ella y el ave, que en cuanto se acercó a la ventana junto a él, éste salió por ella revoloteando.
Se perdió por algunas calles y volvió a aparecer, graznando de nuevo al ver que la chica simplemente se había quedado en la ventana asomada, extrañada y confundida por la actitud del pájaro.
Zazú volvió a llamarla, y aunque no se fiaba demasiado de ella, hizo un vuelo en picado, obligándola a entrar de nuevo en la habitación, revoloteó a su alrededor un par de veces y salió de nuevo al aire libre, posándose en el suelo de adoquines que vestía la calle donde estaba la posada.
– No tengo ni idea de por qué… –Musitó para sí misma. – Pero estoy segura de que quiere que lo siga… ¿Qué ocurre en este sitio con los animales?
Cath desapareció de nuevo de la ventana, cosa que hizo al tiquirrojo erizar su plumaje por puro nervio y desesperación. Pero al cabo de no más de diez segundos, la albina se volvió a asomar, y con un esfuerzo que creía innecesario, se sentó sobre el alfeizar y buscó la mejor manera de bajar de allí y salir sin ser vista por los dueños del local. Por una parte prefería que fuera así, ya había decidido escaquearse al día siguiente por si se arrepentían de su hospitalidad y le hacían pagar la semana entera de alojamiento.
Con la ayuda de las ventanas contiguas y algún que otro ladrillo desplazado que hacía de saliente, la chica logró bajar, y sin siquiera dejarle un respiro, el tiquirrojo se acercó de nuevo al vuelo, revoloteó otra vez a su alrededor, y comenzó a volar rápidamente por la calle, casi al ras del suelo, a una velocidad que Cath no se esperaba, y tuvo que remangarse la falda para salir a la carrera tras él.
Aún no lograba comprender qué pasaba, a dónde la llevaría, si sería seguro seguirle y hacer lo que ella estaba haciendo sin pensar demasiado en los porqués. Pero precisamente por eso, por querer descubrirlo, es por lo que comenzó aquella rauda marcha tras el pájaro, serpenteando por las distintas calles de Roilkat, en dirección hacia la salida de la ciudad.
– ¡Espera! –Exclamó la albina estirando el brazo hacia el tiquirrojo, como si tuviera opción a atraparlo una vez emprendió el vuelo.
Aún no estaba segura del sentido de todo aquello, pero lo que tenía bien claro era que, por mucho que no hubiera visto en su vida animal como aquel, eso que estaba ocurriendo no era ninguna casualidad. El pájaro tenía un trozo de su vestido, y había llegado hasta ella para mostrárselo, pero no era aquel retazo lo único que quería enseñarle. Desde hacía pocos días había descubierto que los animales son mucho más inteligentes de lo que parecen, desde el ragueto más grande hasta el tiquirrojo pequeño. Algo quería, o algo necesitaba, y un extraño presentimiento se empezaba a apoderar de ella, una corazonada, quizás.
El pájaro la estaba llamando, no sólo había ido a buscarla, ahora estaba intentando arrancarle algo más que la simple curiosidad, quería que le siguiera. E hizo esa idea presente con una demostración de paciencia en la que revoloteaba, graznaba a la chica, y volvía a revolotear hacia la ventana.
– ¿Qué quieres, qué ocurre?
Se sentía como una estúpida hablando en voz alta a un ser que lo más seguro fuera que tan sólo entendiera su entonación. Pero necesitaba sacar al aire al menos algunas preguntas, algo le decía que aunque no comprendiese sus palabras, era necesaria esa comunicación, al fin y al cabo el tiquirrojo también “hablaba” en su idioma graznando.
Catherine se puso en pie, restando la distancia que quedaba entre ella y el ave, que en cuanto se acercó a la ventana junto a él, éste salió por ella revoloteando.
Se perdió por algunas calles y volvió a aparecer, graznando de nuevo al ver que la chica simplemente se había quedado en la ventana asomada, extrañada y confundida por la actitud del pájaro.
Zazú volvió a llamarla, y aunque no se fiaba demasiado de ella, hizo un vuelo en picado, obligándola a entrar de nuevo en la habitación, revoloteó a su alrededor un par de veces y salió de nuevo al aire libre, posándose en el suelo de adoquines que vestía la calle donde estaba la posada.
– No tengo ni idea de por qué… –Musitó para sí misma. – Pero estoy segura de que quiere que lo siga… ¿Qué ocurre en este sitio con los animales?
Cath desapareció de nuevo de la ventana, cosa que hizo al tiquirrojo erizar su plumaje por puro nervio y desesperación. Pero al cabo de no más de diez segundos, la albina se volvió a asomar, y con un esfuerzo que creía innecesario, se sentó sobre el alfeizar y buscó la mejor manera de bajar de allí y salir sin ser vista por los dueños del local. Por una parte prefería que fuera así, ya había decidido escaquearse al día siguiente por si se arrepentían de su hospitalidad y le hacían pagar la semana entera de alojamiento.
Con la ayuda de las ventanas contiguas y algún que otro ladrillo desplazado que hacía de saliente, la chica logró bajar, y sin siquiera dejarle un respiro, el tiquirrojo se acercó de nuevo al vuelo, revoloteó otra vez a su alrededor, y comenzó a volar rápidamente por la calle, casi al ras del suelo, a una velocidad que Cath no se esperaba, y tuvo que remangarse la falda para salir a la carrera tras él.
Aún no lograba comprender qué pasaba, a dónde la llevaría, si sería seguro seguirle y hacer lo que ella estaba haciendo sin pensar demasiado en los porqués. Pero precisamente por eso, por querer descubrirlo, es por lo que comenzó aquella rauda marcha tras el pájaro, serpenteando por las distintas calles de Roilkat, en dirección hacia la salida de la ciudad.
Catherine Blair
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Re: La Roca del Rey Ragueto [Quest] [Catherine Blair]
Era una graciosa pareja. Quien quiera que los viese no podía resistirse a soltar una larga carcajada. ¡El Gordo y el Flaco! Exclamaban a la vez que hacían fuerza para no morir de la risa que les producían. Pumba, el llamado “Gordo”, era un hombre jabalí verrugoso. Tenía todo lo que le caracterizaba a su animal: Colmillos blancos, piel tersa de color marrón y nariz de cerdo. Hermosura era una buena palabra para definirlo si es que se utilizaba con un gran sarcasmo. Pero no todo lo feo venía de su parte animal, su parte de hombre también llevaba sus joyitas en la cual, la más destacable, era su gran mostacho de color negro. Timón entonces como Flaco; aunque más que flaco, la palabra exacta era raquítico. Como Pumba, él también era un hombre bestia; pero nada de jabalíes, Timón era un suricato. Su piel estaba recubierta de un fino vello color avellana, su nariz era muy grande y de color negra.
Timón y Pumba eran inseparables. Dos ladrones de dudosa calaña que hacían, sin hacerlo apropósito, más risa que robos.
Aquella noche, la inseparable pareja, discutían delante de una casa cuya familia había tenido que viajar el día anterior habían tenido que viajar a Lunargenta. Ni timón ni Pumba sabían nada de acerca de esa familia; tampoco que hubieran viajado a ningún lado dejando la casa libre para los ladrones. Sin embargo, Pumba tenía un buen pálpito de esos que funcionaba pero Timón ignoraba aludiendo que él tenía otro pálpito aun mejor. Timón ganó la discusión, como siempre, y decidieron dejar la casa de donde estaban.
-Entonces, ¿qué haremos Timón?- la voz del hombre jabalí era grave y dulce al mismo tiempo, una combinación que, al igual que la pareja, resultaba un tanto cómica.- Nos hemos quedado sin ningún plan-.
-Yo sí tengo un plan mi buen amigo, un muy buen plan.- contestó el hombre suricato a la vez que sacaba un tirachinas y una bolsita de perdigones de sus pantalones. -¡Ahí está mi plan!-
Con el tirachinas, lanzó un perdigón hacia un ave de bonitos colores que volaba sobre el cielo de la noche. El golpe fue directo y el pájaro, que Pumba reconoció como un tiquirrojo, cayó al suelo.
-¡Lo lograste Timón!- gritaba a la vez que aplaudía.
-¿Acaso dudabas?- la sonrisa de Timón estaba marcada por una gran soberbia.- Coge el pajarraco, lo venderemos al amanecer-.
Pumba obedeció al instante, cogió un saco de viejo cuero sin curtir y metió en su interior al pájaro caído.
-¡Y nos compraremos bichos!- “bichos” era la palabra que utilizaba la pareja de amigos para referirse a las joyas más lujosas, aquellas que tenían forma de escarabajos dorados o aquellos collares de perlas que parecían grandes gusanos mordiéndose la cola.
*Catherine Blair: Zazu ha sido secuestrado. Ha ocurrido muy deprisa mientras bajabas por la ventana de la habitación. Los ladrones son Timón y Pumba (otra referencia a la película que hablamos al inicio de la quest). Tu objetivo para el siguiente turno es pensar una manera de salvar al tiquirrojo; una buena idea para ello es “hacerse amiga” de esos dos pandilleros. Además, otro objetivo adicional es ampliar las descripciones físicas y de comportamiento de Timón y Pumba. Zazu se quedará inconsciente hasta nuevo aviso.
Timón y Pumba eran inseparables. Dos ladrones de dudosa calaña que hacían, sin hacerlo apropósito, más risa que robos.
Aquella noche, la inseparable pareja, discutían delante de una casa cuya familia había tenido que viajar el día anterior habían tenido que viajar a Lunargenta. Ni timón ni Pumba sabían nada de acerca de esa familia; tampoco que hubieran viajado a ningún lado dejando la casa libre para los ladrones. Sin embargo, Pumba tenía un buen pálpito de esos que funcionaba pero Timón ignoraba aludiendo que él tenía otro pálpito aun mejor. Timón ganó la discusión, como siempre, y decidieron dejar la casa de donde estaban.
-Entonces, ¿qué haremos Timón?- la voz del hombre jabalí era grave y dulce al mismo tiempo, una combinación que, al igual que la pareja, resultaba un tanto cómica.- Nos hemos quedado sin ningún plan-.
-Yo sí tengo un plan mi buen amigo, un muy buen plan.- contestó el hombre suricato a la vez que sacaba un tirachinas y una bolsita de perdigones de sus pantalones. -¡Ahí está mi plan!-
Con el tirachinas, lanzó un perdigón hacia un ave de bonitos colores que volaba sobre el cielo de la noche. El golpe fue directo y el pájaro, que Pumba reconoció como un tiquirrojo, cayó al suelo.
-¡Lo lograste Timón!- gritaba a la vez que aplaudía.
-¿Acaso dudabas?- la sonrisa de Timón estaba marcada por una gran soberbia.- Coge el pajarraco, lo venderemos al amanecer-.
Pumba obedeció al instante, cogió un saco de viejo cuero sin curtir y metió en su interior al pájaro caído.
-¡Y nos compraremos bichos!- “bichos” era la palabra que utilizaba la pareja de amigos para referirse a las joyas más lujosas, aquellas que tenían forma de escarabajos dorados o aquellos collares de perlas que parecían grandes gusanos mordiéndose la cola.
- Timón y Pumba:
- [Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]
No es por presumir pero, el dibujo es mío. Lo he hecho especialmente para la quest. Deseo que te pueda servir como una buena referencia para que los puedas ver mejor.
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*Catherine Blair: Zazu ha sido secuestrado. Ha ocurrido muy deprisa mientras bajabas por la ventana de la habitación. Los ladrones son Timón y Pumba (otra referencia a la película que hablamos al inicio de la quest). Tu objetivo para el siguiente turno es pensar una manera de salvar al tiquirrojo; una buena idea para ello es “hacerse amiga” de esos dos pandilleros. Además, otro objetivo adicional es ampliar las descripciones físicas y de comportamiento de Timón y Pumba. Zazu se quedará inconsciente hasta nuevo aviso.
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Re: La Roca del Rey Ragueto [Quest] [Catherine Blair]
La chica apenas había logrado bajar de la ventana y hacerse a la carrera tras el pájaro, cuando de pronto, un impacto sordo e inesperado impulsó al tiquirrojo hacia un lado, desviándolo del camino que estaba tomando, y haciendo que Cath se sobresaltara y frenase en seco, completamente confunsa.
Antes de que pudiera preguntarse qué demonios había ocurrido, o quién había hecho semejante acto, una pareja de lo más peculiar apareció por uno de los callejones perpendiculares a la avenida, y antes de que pudieran siquiera olerla, se pegó a la pared, ocultando su cuerpo en uno de los portales que adornaban casi todas las casitas de la calle.
Desde allí, la vampira pudo observar y escuchar a los dos hombres… si es que podían llamárseles así. El hecho de haberse encontrado hace tiempo con cierto capitán le hizo enlazar todos los hilos hasta caer en la certeza de lo que eran aquellos dos: hombres bestia, mucho menos imponentes que Werner, pero hombres bestia al fin y al cabo.
Hacían un dúo bastante llamativo, y parecían ser los causantes principales del ataque hacia el pobre pájaro, que se hallaba inconsciente –o más bien, muerto– a ojos de la albina. Corroboraron las sospechas de la chica cuando se acercaron para tomar su presa y anunciaban sus planes a viva voz.
– No, no puede ser… –Musitó la chica mordiéndose el labio inferior como gesto de impotencia y nerviosismo. ¿Y ahora qué podía hacer ella? ¿estaba aún vivo el pájaro? Pretendían venderlo, pero… ¿cómo? ¿para cocinarlo?, ¿su plumaje o su extraño pico a partes separadas? ¿estaría vivo y querrían venderlo como mascota?
Mil preguntas se agolparon en la cabeza de Catherine, pero una cosa era segura: no podía dejar al tiquirrojo en la estacada sin comprobar al menos si seguía vivo o no.
Cuando los dos hombres desaparecieron por la misma esquina por la que entraron, la joven salió disparada hacia la zona donde el pájaro cayó, buscó por el suelo el trozo de tela que se le había caído tras el golpe, y una vez lo dejó a buen recaudo dentro de su corset, miró la espalda de los ladrones.
Sin siquiera percatarse de sus propios gestos, se encontró caminando hacia ellos, a un paso mucho más reducido y prudente, no quería perderlos de vista pero tampoco sabía cómo entrarles a ese par.
Comenzó a darle vueltas a varias opciones, y descartando directamente la de atacarlos rastreramente, sus pasos se hicieron más apresurados hasta restar unos metros sobre ellos.
– ¡E-eh! ¡Disculpad! –Dijo, elevando el tono y subiendo una de sus manos.
El más bajito de todos, Timón, se giró el primero, avispado y desconfiado, parecía no escapársele una sobre todo después de haber cometido un “mal acto”. Su primera intención fue la de salir por patas en cuanto divisó a la chica, pero cuando comenzó a acelerar, su compañero, el más grandullón y en apariencia bonachón, se había girado sonriendo a Cath.
– ¡Tío, no! –Farfulló por lo bajo el hombre suricato, mirando con nerviosismo a Pumba y a la mercancía, transportada por el mismo.
–Hola jovencita –Saludó el hombre jabalí al mismo tiempo que Catherine frenaba y Timón se quejaba. – ¿Qué ocurre? ¿Te has perdido, o algo?
Fue bastante sorprendente para la vampira que, el de aspecto más fiero por eso de los grandes colmillos y gran envergadura fuera el único en recibirla de manera amable; así pues… y queriendo tentar a la suerte, probó con la posible bondad que pudiera surgir del jabalí.
– P-pues verá, señor… sí que me perdí... pero por el Arenal –La joven estaba muy acostumbrada a actuar, a mentir, se le daba bien y siempre lo había usado para meterse a los más sensibles de corazón –o a los más tontos– en el bolsillo, y por suerte aquella vez sus pintas también ayudaban a dar credibilidad a sus gestos apurados. –El grupo de personas con el que viajaba desapareció de un día para otro… y tuve que vagar sola hasta encontrar la ciudad. Ahora… ahora no tengo nada más que lo puesto, y llevo desde entonces por las calles y sin probar bocado –El tono que empleaba, lastimero y suave, le daban un aspecto mucho más frágil y tierno del que ya tenía, y aunque Timón la miraba con gesto intransigente, Pumba comenzaba a aflojar, notándosele resentido por lo que contaba. Quién sabe, quizás comprendían qué era no tener dinero para llevarse ni un mendrugo de pan a la boca. – Yo… yo no quería pediros dinero ni… nada, de verdad, solo… si tuvierais un poco de comida…
Catherine desvió la vista hacia la bolsa donde guardaban al tiquirrojo, consciente de que podía parecer perfectamente un zurrón con comida. El hombre suricato lo pilló al vuelo y arrancó de las manos de Pumba el saco.
– ¡Esto no es comida, niña! ¡No tenemos nada, ya puedes ir largándote por dónde has venido! –Bufó haciendo aspavientos con una mano. – Vamos ¡largo, largo!
– Pero qué dices Timón… –Intercedió el hombre jabalí, dando un toque de atención a su colega y acercándose a la chica. –No le eches cuenta, es muy tacaño al principio, pero en el fondo es un buen tío. –Prometió a una Cath que seguía fingiendo lástima con ojitos de cordero degollado. –Vamos, no te preocupes, conseguiremos algo para ti, ¿vale?
La vampira miró esperanzada a Pumba mientras éste se acercaba a ella para tomar más cercanía posándole la mano en su espalda, en un gesto cálido de invitación, ante una expresión de completa decepción y sorpresa en la cara de Timón.
– ¡Pero…! –Dijo este.
– ¡Muchas gracias…! –Se apresuró a responder Catherine, tratando de mostrar la gratitud más pura y difícil de reprochar, dirigiéndose tanto al hombre jabalí, quién le dedicó una sonrisa, como al hombre suricato, el cual a desgana los comenzó a seguir abrazando su preciada pieza emplumada.
Antes de que pudiera preguntarse qué demonios había ocurrido, o quién había hecho semejante acto, una pareja de lo más peculiar apareció por uno de los callejones perpendiculares a la avenida, y antes de que pudieran siquiera olerla, se pegó a la pared, ocultando su cuerpo en uno de los portales que adornaban casi todas las casitas de la calle.
Desde allí, la vampira pudo observar y escuchar a los dos hombres… si es que podían llamárseles así. El hecho de haberse encontrado hace tiempo con cierto capitán le hizo enlazar todos los hilos hasta caer en la certeza de lo que eran aquellos dos: hombres bestia, mucho menos imponentes que Werner, pero hombres bestia al fin y al cabo.
Hacían un dúo bastante llamativo, y parecían ser los causantes principales del ataque hacia el pobre pájaro, que se hallaba inconsciente –o más bien, muerto– a ojos de la albina. Corroboraron las sospechas de la chica cuando se acercaron para tomar su presa y anunciaban sus planes a viva voz.
– No, no puede ser… –Musitó la chica mordiéndose el labio inferior como gesto de impotencia y nerviosismo. ¿Y ahora qué podía hacer ella? ¿estaba aún vivo el pájaro? Pretendían venderlo, pero… ¿cómo? ¿para cocinarlo?, ¿su plumaje o su extraño pico a partes separadas? ¿estaría vivo y querrían venderlo como mascota?
Mil preguntas se agolparon en la cabeza de Catherine, pero una cosa era segura: no podía dejar al tiquirrojo en la estacada sin comprobar al menos si seguía vivo o no.
Cuando los dos hombres desaparecieron por la misma esquina por la que entraron, la joven salió disparada hacia la zona donde el pájaro cayó, buscó por el suelo el trozo de tela que se le había caído tras el golpe, y una vez lo dejó a buen recaudo dentro de su corset, miró la espalda de los ladrones.
Sin siquiera percatarse de sus propios gestos, se encontró caminando hacia ellos, a un paso mucho más reducido y prudente, no quería perderlos de vista pero tampoco sabía cómo entrarles a ese par.
Comenzó a darle vueltas a varias opciones, y descartando directamente la de atacarlos rastreramente, sus pasos se hicieron más apresurados hasta restar unos metros sobre ellos.
– ¡E-eh! ¡Disculpad! –Dijo, elevando el tono y subiendo una de sus manos.
El más bajito de todos, Timón, se giró el primero, avispado y desconfiado, parecía no escapársele una sobre todo después de haber cometido un “mal acto”. Su primera intención fue la de salir por patas en cuanto divisó a la chica, pero cuando comenzó a acelerar, su compañero, el más grandullón y en apariencia bonachón, se había girado sonriendo a Cath.
– ¡Tío, no! –Farfulló por lo bajo el hombre suricato, mirando con nerviosismo a Pumba y a la mercancía, transportada por el mismo.
–Hola jovencita –Saludó el hombre jabalí al mismo tiempo que Catherine frenaba y Timón se quejaba. – ¿Qué ocurre? ¿Te has perdido, o algo?
Fue bastante sorprendente para la vampira que, el de aspecto más fiero por eso de los grandes colmillos y gran envergadura fuera el único en recibirla de manera amable; así pues… y queriendo tentar a la suerte, probó con la posible bondad que pudiera surgir del jabalí.
– P-pues verá, señor… sí que me perdí... pero por el Arenal –La joven estaba muy acostumbrada a actuar, a mentir, se le daba bien y siempre lo había usado para meterse a los más sensibles de corazón –o a los más tontos– en el bolsillo, y por suerte aquella vez sus pintas también ayudaban a dar credibilidad a sus gestos apurados. –El grupo de personas con el que viajaba desapareció de un día para otro… y tuve que vagar sola hasta encontrar la ciudad. Ahora… ahora no tengo nada más que lo puesto, y llevo desde entonces por las calles y sin probar bocado –El tono que empleaba, lastimero y suave, le daban un aspecto mucho más frágil y tierno del que ya tenía, y aunque Timón la miraba con gesto intransigente, Pumba comenzaba a aflojar, notándosele resentido por lo que contaba. Quién sabe, quizás comprendían qué era no tener dinero para llevarse ni un mendrugo de pan a la boca. – Yo… yo no quería pediros dinero ni… nada, de verdad, solo… si tuvierais un poco de comida…
Catherine desvió la vista hacia la bolsa donde guardaban al tiquirrojo, consciente de que podía parecer perfectamente un zurrón con comida. El hombre suricato lo pilló al vuelo y arrancó de las manos de Pumba el saco.
– ¡Esto no es comida, niña! ¡No tenemos nada, ya puedes ir largándote por dónde has venido! –Bufó haciendo aspavientos con una mano. – Vamos ¡largo, largo!
– Pero qué dices Timón… –Intercedió el hombre jabalí, dando un toque de atención a su colega y acercándose a la chica. –No le eches cuenta, es muy tacaño al principio, pero en el fondo es un buen tío. –Prometió a una Cath que seguía fingiendo lástima con ojitos de cordero degollado. –Vamos, no te preocupes, conseguiremos algo para ti, ¿vale?
La vampira miró esperanzada a Pumba mientras éste se acercaba a ella para tomar más cercanía posándole la mano en su espalda, en un gesto cálido de invitación, ante una expresión de completa decepción y sorpresa en la cara de Timón.
– ¡Pero…! –Dijo este.
– ¡Muchas gracias…! –Se apresuró a responder Catherine, tratando de mostrar la gratitud más pura y difícil de reprochar, dirigiéndose tanto al hombre jabalí, quién le dedicó una sonrisa, como al hombre suricato, el cual a desgana los comenzó a seguir abrazando su preciada pieza emplumada.
Catherine Blair
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Re: La Roca del Rey Ragueto [Quest] [Catherine Blair]
Pumba parecía que no aprendía de los fracasos anteriores. Era muy posible que jamás lo fuera a hacer. ¿Cuántas veces habían estado delante del mejor negocio del mundo y lo habían perdido todo por culpa de la bondad del grandote saco de carne con colmillos? Esa era una pregunta que no sabía responder. Pensar en ello le daba dolor de cabeza. Si le dieran un aero por cada vez que por culpa de Pumba perdieron una buena oportunidad, en aquel momento, Timón se estaría bañando en monedas. Y es que el inocente Pumba tenía algo en su cabeza que a Timón le gustaba llamar: “Síndrome del Perro Cojo”. Animal herido que Pumba veía, animal que tenía que salvar. El grandullón era capaz de soltar una bolsa de aeros por coger a un perro cojo; de ahí venía el nombre de “Síndrome del Perro Cojo”.
Una vez, hacía ya años, Pumba se empeñó por adoptar un cachorro de ragueto solo porque lo encontró perdido y herido en las afueras de Verisar. ¡Qué gran idea! Cómo si los raguetos no comiesen jabalíes y suricatos cada día durante el almuerzo. Por fortuna, fue Timón quien se encargó de la educación del chaval. ¿Dónde estaría ahora el crío ragueto? Quizás con su familia enseñando a sus hijos todo lo que aprendió del viejo Timón.
¡Pero ese no era el caso! Lo que le importaba al pequeño hombre suricato era el nuevo Perro Cojo que Pumba estaba a punto de adoptar. Esta vez, el Perro Cojo tenía la forma de una chica adolescente de pelo blanco. Perra Coja, sería un nombre más apropiado para ella.
-Sé lo que estás pensando Pumba y te digo que NO- dijo Timón cogiendo a su colega por el hombro (Pumba se agachó para que ambos estuvieran al mismo nivel). Aunque le estuviera hablando a la oreja, estaba usando un tono de voz lo suficientemente alto para que la chica lo escuchase.
-Pero Timón…,- comenzó Pumba con su habituales suplicas. - mírala Timón. No dirás que no te da lástima. Se la ve tan pequeña y tan pérdida-.
-No sabemos quién es ni dónde viene. ¿Y si es un guardia que ha escuchado de nuestra leyenda y quiere atraparnos?- Timón se fijó que Pumba, cada vez, sujetaba con menos fuerza la bolsa con el pájaro en su interior- ¿Quién te dice a ti que no lo sea? Debemos de ser precavidos. Lo sabes Pumba.-
-Pero Timón, creo que ha perdido a su familia. Está sola. Nunca he visto a una chica bien cuidada perdida- Timón estaba a punto de comenzar a hablar cuando Pumba se adelanto a decir algo con una voz tan suave que parecía un susurro. - parece una princesa-.
-¿¡Has dicho princesa!?- Princesa era igual a realeza, realeza era igual a fortuna, fortuna era igual a… ¡BICHOS! Claro que sí. Eso estaría bien. Muy pero que muy bien. ¡Una princesa! La recompensa que darían sus padres, LOS REYES, por traerla de vuelta a su casa sería más tan grande como el pandero de Pumba. -¿Lo eres niña, eres una princesa?- finalizó Timón mirando fijamente a la Perra Coja en forma de chica albina sin dejar de coger a su amigo por el hombro.
*Catherine Blair: Timón, como bien has dicho, es un maldito desconfiado. Pero tiene un punto débil: Es codicioso como solo lo sabe ser. Usa esa baza para ganar su confianza. Puedes hacerte pasar por princesa, tal y como propongo en el post, o utilizar cualquier otra escusa que se te ocurra. Recuerda que la originalidad es uno de los aspectos a tener en cuenta a la hora de valorar la quest. Zazu seguirá inconsciente.
Una vez, hacía ya años, Pumba se empeñó por adoptar un cachorro de ragueto solo porque lo encontró perdido y herido en las afueras de Verisar. ¡Qué gran idea! Cómo si los raguetos no comiesen jabalíes y suricatos cada día durante el almuerzo. Por fortuna, fue Timón quien se encargó de la educación del chaval. ¿Dónde estaría ahora el crío ragueto? Quizás con su familia enseñando a sus hijos todo lo que aprendió del viejo Timón.
¡Pero ese no era el caso! Lo que le importaba al pequeño hombre suricato era el nuevo Perro Cojo que Pumba estaba a punto de adoptar. Esta vez, el Perro Cojo tenía la forma de una chica adolescente de pelo blanco. Perra Coja, sería un nombre más apropiado para ella.
-Sé lo que estás pensando Pumba y te digo que NO- dijo Timón cogiendo a su colega por el hombro (Pumba se agachó para que ambos estuvieran al mismo nivel). Aunque le estuviera hablando a la oreja, estaba usando un tono de voz lo suficientemente alto para que la chica lo escuchase.
-Pero Timón…,- comenzó Pumba con su habituales suplicas. - mírala Timón. No dirás que no te da lástima. Se la ve tan pequeña y tan pérdida-.
-No sabemos quién es ni dónde viene. ¿Y si es un guardia que ha escuchado de nuestra leyenda y quiere atraparnos?- Timón se fijó que Pumba, cada vez, sujetaba con menos fuerza la bolsa con el pájaro en su interior- ¿Quién te dice a ti que no lo sea? Debemos de ser precavidos. Lo sabes Pumba.-
-Pero Timón, creo que ha perdido a su familia. Está sola. Nunca he visto a una chica bien cuidada perdida- Timón estaba a punto de comenzar a hablar cuando Pumba se adelanto a decir algo con una voz tan suave que parecía un susurro. - parece una princesa-.
-¿¡Has dicho princesa!?- Princesa era igual a realeza, realeza era igual a fortuna, fortuna era igual a… ¡BICHOS! Claro que sí. Eso estaría bien. Muy pero que muy bien. ¡Una princesa! La recompensa que darían sus padres, LOS REYES, por traerla de vuelta a su casa sería más tan grande como el pandero de Pumba. -¿Lo eres niña, eres una princesa?- finalizó Timón mirando fijamente a la Perra Coja en forma de chica albina sin dejar de coger a su amigo por el hombro.
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*Catherine Blair: Timón, como bien has dicho, es un maldito desconfiado. Pero tiene un punto débil: Es codicioso como solo lo sabe ser. Usa esa baza para ganar su confianza. Puedes hacerte pasar por princesa, tal y como propongo en el post, o utilizar cualquier otra escusa que se te ocurra. Recuerda que la originalidad es uno de los aspectos a tener en cuenta a la hora de valorar la quest. Zazu seguirá inconsciente.
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Re: La Roca del Rey Ragueto [Quest] [Catherine Blair]
La joven vampira en su papel de niña buena e inocente, se hacía la sorda mientras los dos hombres cuchicheaban entre ellos dejándola medianamente apartada. Lo que ellos no sabían era que sus sentidos agudizados por ser lo que era le daba la facilidad de escuchar los murmullos como si fuera una conversación clara frente a ella.
Apretó los labios desviando la mirada hacia algún punto cuando los ojos de los hombres bestia se posaron en ella, y fue Timón el que irrumpió la charla para dirigirse hacia Cath con la pregunta más extraña que hasta día de hoy le habían hecho.
Una princesa… casi tuvo que hacer un esfuerzo para que sus labios no curvaran una sonrisa. Pero aquel giro extraño podría servirle de ayuda para ganarse la confianza de aquellos tipos, y si no, como mínimo seguro que le daría más tiempo en lo que pensar un plan mejor que el de llevarlos a un callejón oscuros e intentar cualquier locura por recuperar al pájaro.
– N-no sé cómo… habéis llegado a pensar eso –Comenzó a decir en un tono suave, aparentando cierta inquietud. – La verdad es que no, no soy ninguna princesa pero... pero sí soy la hija de unos prestigiosos perfumistas de la ciudad de Lunargenta. Quizás el título nobiliario no sea tan importante como el de la realeza para la política, pero en cuanto a bienes... –Dejó la frase en vilo mientras simulaba una mirada de inocente sinceridad, la típica que una niña tonta y mimada tendría si pocas o ninguna vez hubiera salido de su enorme mansión, rompiendo el lema inculcado de “no hables con extraños”. Cuanto más tonta pareciera, más se confiarían, eso era algo que, en principio, le vendría bastante bien. – Lo cierto es que éste era mi primer viaje, cumplí la mayoría de edad hace unos meses y quise demostrar a mis padres que tenía el carácter para ser la heredera legítima de nuestra empresa pero… después de que nos atacaran en pleno camino hacia aquí, he perdido a mis socios y la mercancía… era material muy caro, y ellos muy buenas personas… –Le hubiera venido bien saber fingir algunas lágrimas, pero se bastó con cubrirse el rostro con las manos y suspirar. – Llevo casi una semana por aquí, no tengo nada, y mis padres estarán muy preocupados sin tener noticias sobre mí –Los miró con los ojitos brillantes, reflejados por la luz tenue de los faroles que iluminaban la callejuela. – Seguro que darían lo que fuera por recuperarme…
Era consciente de que había lanzado muchas cartas al aire, y tenía la esperanza de que aquellos chicos pudieran coger alguna que otra con tal de querer abusar de su inocencia y el dinero que había simulado tener.
En cierto modo le daba bastante pena hacer aquello, sobre todo por el grandullón; no parecía un mal tipo, y no sabía qué le había llevado convertirse en un ratero de poca monta, pero… estaba segura de que la vida no es fácil ni para las mejores personas, todo el mundo necesita una oportunidad que pocos logran obtener. Y el flacucho… pensar en las consecuencias para con él no le costaba demasiado a su conciencia, pero debajo de aquella actitud rácana y quejica probablemente también se escondiera alguien que merecía la pena… o al menos, alguien que no merecía aquellas mentiras, y falsas esperanzas que Cath había soltado a ambos.
La chica apretó los labios hasta crear una fina línea con ellos, su facilidad para mentir se había creado hasta aquel día bajo la necesidad de hacerlo; en algunos casos para alimentarse, en otros para huir de los problemas, y en momentos como aquel… para salvar al pobre tiquirrojo que parecía haberse tomado demasiadas molestias para dar con ella.
Necesitaba hacerlo, y esperaba que aquellos dos muchachos la perdonasen algún día.
Apretó los labios desviando la mirada hacia algún punto cuando los ojos de los hombres bestia se posaron en ella, y fue Timón el que irrumpió la charla para dirigirse hacia Cath con la pregunta más extraña que hasta día de hoy le habían hecho.
Una princesa… casi tuvo que hacer un esfuerzo para que sus labios no curvaran una sonrisa. Pero aquel giro extraño podría servirle de ayuda para ganarse la confianza de aquellos tipos, y si no, como mínimo seguro que le daría más tiempo en lo que pensar un plan mejor que el de llevarlos a un callejón oscuros e intentar cualquier locura por recuperar al pájaro.
– N-no sé cómo… habéis llegado a pensar eso –Comenzó a decir en un tono suave, aparentando cierta inquietud. – La verdad es que no, no soy ninguna princesa pero... pero sí soy la hija de unos prestigiosos perfumistas de la ciudad de Lunargenta. Quizás el título nobiliario no sea tan importante como el de la realeza para la política, pero en cuanto a bienes... –Dejó la frase en vilo mientras simulaba una mirada de inocente sinceridad, la típica que una niña tonta y mimada tendría si pocas o ninguna vez hubiera salido de su enorme mansión, rompiendo el lema inculcado de “no hables con extraños”. Cuanto más tonta pareciera, más se confiarían, eso era algo que, en principio, le vendría bastante bien. – Lo cierto es que éste era mi primer viaje, cumplí la mayoría de edad hace unos meses y quise demostrar a mis padres que tenía el carácter para ser la heredera legítima de nuestra empresa pero… después de que nos atacaran en pleno camino hacia aquí, he perdido a mis socios y la mercancía… era material muy caro, y ellos muy buenas personas… –Le hubiera venido bien saber fingir algunas lágrimas, pero se bastó con cubrirse el rostro con las manos y suspirar. – Llevo casi una semana por aquí, no tengo nada, y mis padres estarán muy preocupados sin tener noticias sobre mí –Los miró con los ojitos brillantes, reflejados por la luz tenue de los faroles que iluminaban la callejuela. – Seguro que darían lo que fuera por recuperarme…
Era consciente de que había lanzado muchas cartas al aire, y tenía la esperanza de que aquellos chicos pudieran coger alguna que otra con tal de querer abusar de su inocencia y el dinero que había simulado tener.
En cierto modo le daba bastante pena hacer aquello, sobre todo por el grandullón; no parecía un mal tipo, y no sabía qué le había llevado convertirse en un ratero de poca monta, pero… estaba segura de que la vida no es fácil ni para las mejores personas, todo el mundo necesita una oportunidad que pocos logran obtener. Y el flacucho… pensar en las consecuencias para con él no le costaba demasiado a su conciencia, pero debajo de aquella actitud rácana y quejica probablemente también se escondiera alguien que merecía la pena… o al menos, alguien que no merecía aquellas mentiras, y falsas esperanzas que Cath había soltado a ambos.
La chica apretó los labios hasta crear una fina línea con ellos, su facilidad para mentir se había creado hasta aquel día bajo la necesidad de hacerlo; en algunos casos para alimentarse, en otros para huir de los problemas, y en momentos como aquel… para salvar al pobre tiquirrojo que parecía haberse tomado demasiadas molestias para dar con ella.
Necesitaba hacerlo, y esperaba que aquellos dos muchachos la perdonasen algún día.
Catherine Blair
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Re: La Roca del Rey Ragueto [Quest] [Catherine Blair]
¡Recompensa! ¿La chica de verdad había dicho recompensa o se lo estaba imaginando? Timón no se lo podía creer. Tardó unos segundos en reaccionar, tiempo en el cual abrió bien los ojos y se pellizcó disimuladamente en la muñeca para comprobar que no estuviera soñando. ¡Y no lo estaba! Eso no era un sueño. Era real. La chica, la Perra Coja, había dicho que sus padres darían lo que fuera por recuperarla. Un buen saco de aeros para cada uno estaría bien. Con eso tendría la vida solucionada y no tendría que volver a cometer ni un solo robo más.
Timón, una vez hizo una lista mental de todo lo que haría con la recompensa de la chica, miró a Timón con cara de “¿sabes lo que significa eso?”. Pumba no contestó. Si el ladrón suricato estaba ensimismado pensando en riquezas, el jabalí lo estaba por culpa de su síndrome del Perro Cojo. Se había cerrados sus dos manos en un solo puño y lo había puesto bajo su mentón. En lenguaje no verbal, lenguaje que Timón dominaba a la perfección, el gesto de Pumba quería decir: “Oh, qué historia más triste y que pena me da”. En otras palabras: Síndrome del Perro cojo.
-Si me disculpas, tengo que hablar con mi colega sobre un par de cosas.- dijo Timón lo más rápido que pudo antes de que Pumba fuera a interrumpirle con alguna de sus idioteces.
Cogió a su amigo por el hombro y lo arrastró un par de pasos atrás dando la espalda a la chica rica.
-Timón tenemos que ayudar a la princesa de los perfumes. Está perdida y asustada.-
-Lo sé, lo sé mi buen amigo Pumba,- contestó haciendo fuerza en el hombro de Pumba para que éste se agache a su nivel- y eso es lo que vamos a hacer. Le ayudaremos y la devolveremos con sus padres. ¿Sabes por qué, Pumba?-
-Porque es lo correcto-.
-Sí Pumba,- la voz de Timón sonó falsa y socarrona, como si se estuviera burlando de su amigo y de la chica al mismo tiempo. -porque es lo correcto-.
En cuanto dijo la última palabra, soltó a su amigo y se dirigió a la Perra Coja con los brazos abiertos para recibirla igual de bien como recibiría un cofre lleno de oro. Si jugaba bien sus cartas, era muy posible que la chica se convirtiera en ese cofre.
-¡A mis brazos amiga!- gritó Timón corriendo hacia a la chica.
Cuando llegó, abrazó a la chica tan fuerte como sus débiles brazos le permitían. Pumba, como buen celoso y amante de las cosas adorables, soltó el saco con el pajarraco y corrió a unirse al abrazo. Los brazos del jabalí, cada uno igual de grande como lo era el suricato, rodearon tanto a Timón como a la hija de los perfumistas.
-Pumba nos estás aplastando- dijo Timón con cierta dificultad.- suéltanos o nos quedaremos sin…- estuvo a punto de decir “la recompensa” pero corrigió a tiempo- sin tener a alguien a quien ayudar-.
¿Dónde estaba? No podía ver nada. Estaba oscuro y… ¿Estrecho? No sabía si era la mejor palabra describirlo pero, de todas las que conocía, esa era la que más se adecuaba al lugar donde estaba. Era como si el cuarto de la chica que había ido a buscar se hubiera reducido tanto que se había hecho incluso más pequeño que el ave. Zazu tuvo que encogerse formando una especie de pelota entre sus patas y sus plumas para estar medianamente cómodo. Si es que se podía estar cómo en lugar como ese.
Pero lo peor no era la forma del lugar, lo peor era cómo se movía. De un lado a otro y de arriba abajo. A veces, con fuertes tirones y otras veces con suaves deslices. Se estaba mareando y tenía ganas de vomitar.
Y, de repente, lo que fuera que estuviera tirando de dónde estaba, lo soltó. El lugar que le tenía encerrado cayó al suelo de un suelo golpe. ¡Un suelo al fin! Llegó la hora de darse prisa. Zazu, extendió sus alas tanto como pudo y voló hacia arriba. No importaba dónde saldría al ir hacia arriba pero tenía que hacerlo. Sentía que tenía que hacerlo.
No tardó en salir. ¡Libertad! Ni siquiera se paró a ver dónde le habían encerrado esa panda de psicópatas con pelo. Quería salir de ahí y volver a casa, a la Roca del Rey Ragueto.
*Catherine Blair: Zazu ha conseguido escapar del saco donde Timón y Pumba lo habían encerrado. Sin embargo, está demasiado asustado para fijarse en ti. Recuerda que debes de seguir a Zazu. Quizás puedas convencer a Timón y Pumba para que te ayuden a seguir al pájaro. A partir de ahora, la quest se complica y es mejor que no vayas sola.
Timón, una vez hizo una lista mental de todo lo que haría con la recompensa de la chica, miró a Timón con cara de “¿sabes lo que significa eso?”. Pumba no contestó. Si el ladrón suricato estaba ensimismado pensando en riquezas, el jabalí lo estaba por culpa de su síndrome del Perro Cojo. Se había cerrados sus dos manos en un solo puño y lo había puesto bajo su mentón. En lenguaje no verbal, lenguaje que Timón dominaba a la perfección, el gesto de Pumba quería decir: “Oh, qué historia más triste y que pena me da”. En otras palabras: Síndrome del Perro cojo.
-Si me disculpas, tengo que hablar con mi colega sobre un par de cosas.- dijo Timón lo más rápido que pudo antes de que Pumba fuera a interrumpirle con alguna de sus idioteces.
Cogió a su amigo por el hombro y lo arrastró un par de pasos atrás dando la espalda a la chica rica.
-Timón tenemos que ayudar a la princesa de los perfumes. Está perdida y asustada.-
-Lo sé, lo sé mi buen amigo Pumba,- contestó haciendo fuerza en el hombro de Pumba para que éste se agache a su nivel- y eso es lo que vamos a hacer. Le ayudaremos y la devolveremos con sus padres. ¿Sabes por qué, Pumba?-
-Porque es lo correcto-.
-Sí Pumba,- la voz de Timón sonó falsa y socarrona, como si se estuviera burlando de su amigo y de la chica al mismo tiempo. -porque es lo correcto-.
En cuanto dijo la última palabra, soltó a su amigo y se dirigió a la Perra Coja con los brazos abiertos para recibirla igual de bien como recibiría un cofre lleno de oro. Si jugaba bien sus cartas, era muy posible que la chica se convirtiera en ese cofre.
-¡A mis brazos amiga!- gritó Timón corriendo hacia a la chica.
Cuando llegó, abrazó a la chica tan fuerte como sus débiles brazos le permitían. Pumba, como buen celoso y amante de las cosas adorables, soltó el saco con el pajarraco y corrió a unirse al abrazo. Los brazos del jabalí, cada uno igual de grande como lo era el suricato, rodearon tanto a Timón como a la hija de los perfumistas.
-Pumba nos estás aplastando- dijo Timón con cierta dificultad.- suéltanos o nos quedaremos sin…- estuvo a punto de decir “la recompensa” pero corrigió a tiempo- sin tener a alguien a quien ayudar-.
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¿Dónde estaba? No podía ver nada. Estaba oscuro y… ¿Estrecho? No sabía si era la mejor palabra describirlo pero, de todas las que conocía, esa era la que más se adecuaba al lugar donde estaba. Era como si el cuarto de la chica que había ido a buscar se hubiera reducido tanto que se había hecho incluso más pequeño que el ave. Zazu tuvo que encogerse formando una especie de pelota entre sus patas y sus plumas para estar medianamente cómodo. Si es que se podía estar cómo en lugar como ese.
Pero lo peor no era la forma del lugar, lo peor era cómo se movía. De un lado a otro y de arriba abajo. A veces, con fuertes tirones y otras veces con suaves deslices. Se estaba mareando y tenía ganas de vomitar.
Y, de repente, lo que fuera que estuviera tirando de dónde estaba, lo soltó. El lugar que le tenía encerrado cayó al suelo de un suelo golpe. ¡Un suelo al fin! Llegó la hora de darse prisa. Zazu, extendió sus alas tanto como pudo y voló hacia arriba. No importaba dónde saldría al ir hacia arriba pero tenía que hacerlo. Sentía que tenía que hacerlo.
No tardó en salir. ¡Libertad! Ni siquiera se paró a ver dónde le habían encerrado esa panda de psicópatas con pelo. Quería salir de ahí y volver a casa, a la Roca del Rey Ragueto.
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*Catherine Blair: Zazu ha conseguido escapar del saco donde Timón y Pumba lo habían encerrado. Sin embargo, está demasiado asustado para fijarse en ti. Recuerda que debes de seguir a Zazu. Quizás puedas convencer a Timón y Pumba para que te ayuden a seguir al pájaro. A partir de ahora, la quest se complica y es mejor que no vayas sola.
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Re: La Roca del Rey Ragueto [Quest] [Catherine Blair]
El más pequeño de los hombres bestia volvió a reclamar unos minutos de privacidad con su compañero, y Cath asintió rápidamente un par de veces, quedándose quietecita con ambas manos amarradas entre sí sobre el pecho, y los hombros ligeramente encogidos.
En aquella ocasión no permaneció más que un par de segundos pendiente de los cuchicheos de los dos ladronzuelos, y enseguida desvió su atención hacia el saco que aún sujetaba firmemente el hombre jabalí.
Debía pensar algo rápido, no sabía qué estarían tramando, pero en realidad tampoco le importaba demasiado, si todo salía bien los tendría prácticamente a merced de lo que les pidiera, tan sólo hacía falta continuar con el papel de niña rica y mimada que acababa de bordar minutos atrás. Pero ¿cómo demonios podría hacerse con el saco? ¿Con qué excusa?... y lo más importante ¿Estaría bien el pájaro?
La chica suspiró con la vista aún clavada en la prisión de tela donde se encontraba el tiquirrojo, y no fue hasta que Timón se volvió de nuevo hacia ella de brazos abiertos que no les atendió nuevamente; aunque el acercamiento que este profirió para con ella la dejó durante unos segundos completamente paralizada. Y ni qué decir tiene cuando se unió a ese abrazo conjunto el otro hombre, Pumba.
– A-ah… g-gracias… –Musitó apenas a media voz, buscando la forma de liberarse de un contacto tan cercano, y al que no estaba acostumbrada, sin resultar demasiado brusca o frígida.
Pero entonces, ocurrió algo que no se esperaba y que cambió toda idea que estaba surgiendo en su mente para seguir con la farsa. El grandullón había soltado el saco donde estaba Zazú, y el pájaro salió disparado hacia el cielo en cuanto vio la opción de escapar.
Catherine ahogó un grito, sin poder disimular su sorpresa ante los dos hombres, y en el mismo momento que el pájaro emprendió el vuelo desde su prisión, una nueva mentira se le iluminó como el candil más reluciente.
Debía actuar rápida, y matizar aún más todo ese numerito que antes había montado con la historia de su viaje emprendedor y todo lo demás.
– ¡Es…! ¡Es él! ¡Es igual! –Gritó con un tono agudo y nervioso, zafándose finalmente de los brazos de ambos hombres. – ¡Lo he visto! Vosotros… ¡¿Era vuestro?! ¡Ese pájaro…!
La joven vampira lanzó su mirada al cielo nocturno, y logró visualizar con rapidez la dirección que había tomado el tiquirrojo. Si no funcionaba aquella nueva mentira… al menos sabría por dónde ir aunque avanzara sola en la búsqueda del pichón. Pero de momento intentaría una nueva artimaña, girándose y encarando a los hombres bestia, dejando ver de nuevo aquella mirada de corderito degollado.
– E..ese pájaro… uno exactamente igual me quitó lo único de valor que me quedaba… –Comenzó a decir, dando un pasito hacia ellos. –Cuando llegué aquí sin nada más que lo puesto… estaba muy asustada y perdida, necesitaba algún tipo de provisión o… al menos algo de dinero para poder alojarme. Mi única salida era el anillo insignia de mi familia… –Sujetó con los dedos de la diestra el anular de la zurda, como si indicara mediante ese gesto donde solía descansar aquella joya habitualmente. –Me… me la quité para observarla por última vez antes de venderla… y mientras lo hacía… un pájaro rojo, ¡igual a ese! Se lanzó como una urraca y me la arrebató al vuelo… –Apretó los labios y miró primero a Timón, luego a Pumba, y manteniendo la mirada sobre este último, se acercó del todo hacia ellos y posó su mano sobre el brazo del hombre jabalí, consciente de cuál de los dos poseía un corazón más sensible. – Por favor… por favor, esto… esto es como obra del destino, encontrarme con vosotros y que haya vuelto a aparecer esa ave…–Negó con la cabeza, como si ni ella misma terminara de creerse aquello. –Sé que puede parecer estúpido pero… quizás llevara mi anillo hasta algún nido o escondite, sé que hay muchos animales de ese tipo que lo hacen, y… y aunque puede que éste no sea el mismo… ¡No quiero pensar que he tenido la oportunidad de recuperar ese recuerdo y no haberlo hecho! –Al fin logró que sus ojos se empañaran hasta hacer brotar unas sutiles y finas lágrimas, se sorprendió incluso al notarlas resbalar por su rostro. –Por favor… ya le disteis caza una vez, por lo que se ve… seguro que podéis rastrearlo hasta su hogar… no os pediré nada más, por favor… –Miró hacia Timón. –Por favor… –Y en último lugar a Pumba.
El numerito había salido mucho mejor de lo que jamás habría pensado, que causara efecto o no en los dos hombres sería otra cuestión, pero cuando se encontró enjugándose las lágrimas no pudo más que recordar el verdadero suceso de cuando perdió el anillo que había heredado de su madre. Era mucho más joven, y no estaba acostumbrada a la oscuridad de las calles, pero la historia no fue demasiado distinta, tan sólo habría que cambiar aquel inocente tiquirrojo por un ladronzuelo como a los que ahora pedía socorro.
En aquella ocasión no permaneció más que un par de segundos pendiente de los cuchicheos de los dos ladronzuelos, y enseguida desvió su atención hacia el saco que aún sujetaba firmemente el hombre jabalí.
Debía pensar algo rápido, no sabía qué estarían tramando, pero en realidad tampoco le importaba demasiado, si todo salía bien los tendría prácticamente a merced de lo que les pidiera, tan sólo hacía falta continuar con el papel de niña rica y mimada que acababa de bordar minutos atrás. Pero ¿cómo demonios podría hacerse con el saco? ¿Con qué excusa?... y lo más importante ¿Estaría bien el pájaro?
La chica suspiró con la vista aún clavada en la prisión de tela donde se encontraba el tiquirrojo, y no fue hasta que Timón se volvió de nuevo hacia ella de brazos abiertos que no les atendió nuevamente; aunque el acercamiento que este profirió para con ella la dejó durante unos segundos completamente paralizada. Y ni qué decir tiene cuando se unió a ese abrazo conjunto el otro hombre, Pumba.
– A-ah… g-gracias… –Musitó apenas a media voz, buscando la forma de liberarse de un contacto tan cercano, y al que no estaba acostumbrada, sin resultar demasiado brusca o frígida.
Pero entonces, ocurrió algo que no se esperaba y que cambió toda idea que estaba surgiendo en su mente para seguir con la farsa. El grandullón había soltado el saco donde estaba Zazú, y el pájaro salió disparado hacia el cielo en cuanto vio la opción de escapar.
Catherine ahogó un grito, sin poder disimular su sorpresa ante los dos hombres, y en el mismo momento que el pájaro emprendió el vuelo desde su prisión, una nueva mentira se le iluminó como el candil más reluciente.
Debía actuar rápida, y matizar aún más todo ese numerito que antes había montado con la historia de su viaje emprendedor y todo lo demás.
– ¡Es…! ¡Es él! ¡Es igual! –Gritó con un tono agudo y nervioso, zafándose finalmente de los brazos de ambos hombres. – ¡Lo he visto! Vosotros… ¡¿Era vuestro?! ¡Ese pájaro…!
La joven vampira lanzó su mirada al cielo nocturno, y logró visualizar con rapidez la dirección que había tomado el tiquirrojo. Si no funcionaba aquella nueva mentira… al menos sabría por dónde ir aunque avanzara sola en la búsqueda del pichón. Pero de momento intentaría una nueva artimaña, girándose y encarando a los hombres bestia, dejando ver de nuevo aquella mirada de corderito degollado.
– E..ese pájaro… uno exactamente igual me quitó lo único de valor que me quedaba… –Comenzó a decir, dando un pasito hacia ellos. –Cuando llegué aquí sin nada más que lo puesto… estaba muy asustada y perdida, necesitaba algún tipo de provisión o… al menos algo de dinero para poder alojarme. Mi única salida era el anillo insignia de mi familia… –Sujetó con los dedos de la diestra el anular de la zurda, como si indicara mediante ese gesto donde solía descansar aquella joya habitualmente. –Me… me la quité para observarla por última vez antes de venderla… y mientras lo hacía… un pájaro rojo, ¡igual a ese! Se lanzó como una urraca y me la arrebató al vuelo… –Apretó los labios y miró primero a Timón, luego a Pumba, y manteniendo la mirada sobre este último, se acercó del todo hacia ellos y posó su mano sobre el brazo del hombre jabalí, consciente de cuál de los dos poseía un corazón más sensible. – Por favor… por favor, esto… esto es como obra del destino, encontrarme con vosotros y que haya vuelto a aparecer esa ave…–Negó con la cabeza, como si ni ella misma terminara de creerse aquello. –Sé que puede parecer estúpido pero… quizás llevara mi anillo hasta algún nido o escondite, sé que hay muchos animales de ese tipo que lo hacen, y… y aunque puede que éste no sea el mismo… ¡No quiero pensar que he tenido la oportunidad de recuperar ese recuerdo y no haberlo hecho! –Al fin logró que sus ojos se empañaran hasta hacer brotar unas sutiles y finas lágrimas, se sorprendió incluso al notarlas resbalar por su rostro. –Por favor… ya le disteis caza una vez, por lo que se ve… seguro que podéis rastrearlo hasta su hogar… no os pediré nada más, por favor… –Miró hacia Timón. –Por favor… –Y en último lugar a Pumba.
El numerito había salido mucho mejor de lo que jamás habría pensado, que causara efecto o no en los dos hombres sería otra cuestión, pero cuando se encontró enjugándose las lágrimas no pudo más que recordar el verdadero suceso de cuando perdió el anillo que había heredado de su madre. Era mucho más joven, y no estaba acostumbrada a la oscuridad de las calles, pero la historia no fue demasiado distinta, tan sólo habría que cambiar aquel inocente tiquirrojo por un ladronzuelo como a los que ahora pedía socorro.
Catherine Blair
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Re: La Roca del Rey Ragueto [Quest] [Catherine Blair]
Había pasado tanto tiempo viajando y robando con su amigo Timón que podía saber que pensaba en cada momento con solo mirarle directamente a los ojos. No era tan difícil. Pumba creía que cualquiera que hubiera estado con Timón sabría qué pensaba. Él era, lo que la gente más inteligente, solía llamar: “Un libro abierto”. Pumba no era inteligente y, para colmo, no sabía leer ni escribir. Aun así, al cabo de los años, aprendió a leer el libro abierto que era Timón mejor que nadie. Incluso, mejor que la propia mamá de Timón.
-Sé lo que estás pensando- tuvo mucho cuidado de abrir solo la mitad de la boca para cuchichear con Timón sin que la Princesa de los Perfumes notase que estaba diciendo- y creo que no debemos…-
No terminó la frase. Su amigo no le estaba escuchando y, si lo hacía, no estaba haciendo caso. Timón estaba demasiado absorto mirando fijamente el tamaño de la joya imaginaria que cogía la chica. ¡Pensaba quedarse la joya para él! Pumba no podía consentirlo. Disimuladamente, sin dejar de escuchar a la muchachita hablar, chafó el pie de su amigo para hacerlo reaccionar. Timón no podía olvidar que eran ladrones, pero de los buenos. De los que robaban a los ricos para dárselo a los pobres. “¿Y quién hay más pobre que tú y yo, Pumba?” Cuando decía esa frase, Timón sonreía de la misma manera que sonrió cuando vio al pájaro marchar. Pumba, aunque seguía sin saber leer las letras escritas, leyó el libro abierto que era su amigo: “Los príncipes tienen muchos Bichos, no les hacemos daño si les quitamos solo un par de ellos para los pobres como nosotros”.
- ¡Pumba tenemos que seguir a ese pájaro! - gritó Timón a la vez que aplastabas los mofletes de Pumba con sus manos. - ¡No lo pierdas de vista! –estuvo a punto de sacar de nuevo su tirachinas, pero cambió rápido de idea. - ¡Corre tan rápido como puedas, Pumba! -
- ¡Sí, Timón! - festejó el grandullón feliz por estar ayudando a una princesa perdida. Timón también estaba feliz, pero por sus propios motivos. - ¡Correré muy rápido! -
Dicho y hecho. Fue terminar la frase y echarse a correr. No iba a perder al pájaro ladrón (ladrón de los malos) por nada del mundo. Conseguiría la joya de la Princesa de los Perfumes y se la entregaría de rodillas como hacen los caballeros de las historias que tanto le gustaban. Entonces, Timón y Pumba, ladrones de los buenos, serían considerados héroes ante los padres de la princesa. ¡Ellos eran los reyes! Pumba giró la cabeza para asegurarse que Timón lo seguía de cerca. Se fijó que estaba sonriendo y pensó (leyó) que se estaban imaginando la misma visión: ¡Nadarían en Bichos de esmeralda y rubí! Viscoso pero sabroso.
El pájaro estaba justo por encima de las cabezas de los dos hombres bestias y de la Princesa de los Perfumes. Si seguían así no perderían. Si seguían así se demostraría que la maldición de Timón era una mentira y de que no tenían mala suerte. Si seguían así…
No siguieron así. Los ladrones habían olvidado por qué habían elegido precisamente esa noche para realizar uno de sus famosos robos. Era la noche de la Cosecha. La calle estaba plagada de hogueras y de personas disfrazadas de animales que se empujaban los unos a los unos sin dejar pasar a nadie. Pumba, hombre jabalí grande y fuerte, se quedó atrapado entre un hombre en monociclo que hacia malabares con antorches encendidas y una pareja que tenía un aro de flores entorno a la cabeza simulando ser la melena de un león.
-Dejen paso, por favor- dijo apartando con cuidado a la pareja.
Había perdido a Timón entre toda esa gente, también a la Princesa de los Perfumes. Miro al cielo por si veía al pájaro ladrón de los malos, pero tampoco estaba.
- ¡Timón! - gritó Pumba- ¿Dónde estás Timón? -
- ¡Aquí Pumba! - se escuchó muy suave la voz de Timón detrás de una gran multitud de bailarines. Luego, dijo algo más, pero lo que fuera que dijo se perdió bajo el gran ruido de la música y la fiesta.
- ¡Timón! - este grito sonó más asustado. Pumba no se separaba de Timón para nada; ni siquiera para ir al baño. Lo hacían todo juntos. Estaban unidos, para lo bueno y para lo malo. Eran muy buenos amigos. –Timón! - no soportaba estar separado de su amigo- ¡Timón! - lloró, pero nadie l3 escuchó por culpa de toda la música de las calles- Timón- acabó diciendo sin fuerzas para gritar más.
*Catherine Blair: Pumba, Timón y tú os habéis separado por culpa de la fiesta de la Cosecha. Por fortuna, tú eres la única que no has perdido de vista a Zazu. Tu objetivo, en el siguiente turno, será reunir de nuevo al grupo (empezando por Pumba y terminando por Timón), y salir de Roilkat con dirección hacia el Arenal.Como extra, deberás describir, con el mejor detalle posible, todo lo que te encuentres en la fiesta de la Cosecha.
Los únicos personajes prohibidos para el siguiente post son los pertenecientes a la familia de los raguetos.
-Sé lo que estás pensando- tuvo mucho cuidado de abrir solo la mitad de la boca para cuchichear con Timón sin que la Princesa de los Perfumes notase que estaba diciendo- y creo que no debemos…-
No terminó la frase. Su amigo no le estaba escuchando y, si lo hacía, no estaba haciendo caso. Timón estaba demasiado absorto mirando fijamente el tamaño de la joya imaginaria que cogía la chica. ¡Pensaba quedarse la joya para él! Pumba no podía consentirlo. Disimuladamente, sin dejar de escuchar a la muchachita hablar, chafó el pie de su amigo para hacerlo reaccionar. Timón no podía olvidar que eran ladrones, pero de los buenos. De los que robaban a los ricos para dárselo a los pobres. “¿Y quién hay más pobre que tú y yo, Pumba?” Cuando decía esa frase, Timón sonreía de la misma manera que sonrió cuando vio al pájaro marchar. Pumba, aunque seguía sin saber leer las letras escritas, leyó el libro abierto que era su amigo: “Los príncipes tienen muchos Bichos, no les hacemos daño si les quitamos solo un par de ellos para los pobres como nosotros”.
- ¡Pumba tenemos que seguir a ese pájaro! - gritó Timón a la vez que aplastabas los mofletes de Pumba con sus manos. - ¡No lo pierdas de vista! –estuvo a punto de sacar de nuevo su tirachinas, pero cambió rápido de idea. - ¡Corre tan rápido como puedas, Pumba! -
- ¡Sí, Timón! - festejó el grandullón feliz por estar ayudando a una princesa perdida. Timón también estaba feliz, pero por sus propios motivos. - ¡Correré muy rápido! -
Dicho y hecho. Fue terminar la frase y echarse a correr. No iba a perder al pájaro ladrón (ladrón de los malos) por nada del mundo. Conseguiría la joya de la Princesa de los Perfumes y se la entregaría de rodillas como hacen los caballeros de las historias que tanto le gustaban. Entonces, Timón y Pumba, ladrones de los buenos, serían considerados héroes ante los padres de la princesa. ¡Ellos eran los reyes! Pumba giró la cabeza para asegurarse que Timón lo seguía de cerca. Se fijó que estaba sonriendo y pensó (leyó) que se estaban imaginando la misma visión: ¡Nadarían en Bichos de esmeralda y rubí! Viscoso pero sabroso.
El pájaro estaba justo por encima de las cabezas de los dos hombres bestias y de la Princesa de los Perfumes. Si seguían así no perderían. Si seguían así se demostraría que la maldición de Timón era una mentira y de que no tenían mala suerte. Si seguían así…
No siguieron así. Los ladrones habían olvidado por qué habían elegido precisamente esa noche para realizar uno de sus famosos robos. Era la noche de la Cosecha. La calle estaba plagada de hogueras y de personas disfrazadas de animales que se empujaban los unos a los unos sin dejar pasar a nadie. Pumba, hombre jabalí grande y fuerte, se quedó atrapado entre un hombre en monociclo que hacia malabares con antorches encendidas y una pareja que tenía un aro de flores entorno a la cabeza simulando ser la melena de un león.
-Dejen paso, por favor- dijo apartando con cuidado a la pareja.
Había perdido a Timón entre toda esa gente, también a la Princesa de los Perfumes. Miro al cielo por si veía al pájaro ladrón de los malos, pero tampoco estaba.
- ¡Timón! - gritó Pumba- ¿Dónde estás Timón? -
- ¡Aquí Pumba! - se escuchó muy suave la voz de Timón detrás de una gran multitud de bailarines. Luego, dijo algo más, pero lo que fuera que dijo se perdió bajo el gran ruido de la música y la fiesta.
- ¡Timón! - este grito sonó más asustado. Pumba no se separaba de Timón para nada; ni siquiera para ir al baño. Lo hacían todo juntos. Estaban unidos, para lo bueno y para lo malo. Eran muy buenos amigos. –Timón! - no soportaba estar separado de su amigo- ¡Timón! - lloró, pero nadie l3 escuchó por culpa de toda la música de las calles- Timón- acabó diciendo sin fuerzas para gritar más.
- Fiesta:
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*Catherine Blair: Pumba, Timón y tú os habéis separado por culpa de la fiesta de la Cosecha. Por fortuna, tú eres la única que no has perdido de vista a Zazu. Tu objetivo, en el siguiente turno, será reunir de nuevo al grupo (empezando por Pumba y terminando por Timón), y salir de Roilkat con dirección hacia el Arenal.Como extra, deberás describir, con el mejor detalle posible, todo lo que te encuentres en la fiesta de la Cosecha.
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Re: La Roca del Rey Ragueto [Quest] [Catherine Blair]
Había funcionado… ¡de veras que lo había hecho! Cath abrió mucho los ojos cuando de pronto Timón agarró la cara de su amigo presionándola con ímpetu, con el mismo ímpetu con el que le animaba a seguir al huidizo pájaro.
Casi no podía creer la suerte que había tenido por toparse con aquellos dos pobres inocentes. Y era curioso, que en su corazón los sintiera realmente inocentes aun siendo bajo una visión legal puros delincuentes. Incluso le daba algo de rabia sentir lástima por ambos ladronzuelos… sólo esperaba que no le guardasen demasiado rencor cuando se descubriera el pastel.
La chica no pudo ni reaccionar para cuando los dos hombres bestia salieron pitando en busca del ave, hubiera estado bien pensar en algo juntos, pero ya no le quedaba más que seguirlos a la carrera.
– ¡E-esperadme! –Catherine subió el tono de su voz, pero estaba segura de que ni así la habrían escuchado.
A los pocos segundos de comenzar a correr, perdió de vista a los dos, y no precisamente porque le costara seguirlos con la mirada, sobre todo a uno de ellos; a medida que habían avanzado las calles se fueron llenando extrañamente –al menos lo era para la joven vampira– de una animada multitud, jubilosa y alborozada.
Cath no entendía qué ocurría, por un momento le pareció ver a otro hombre bestia, o eso creyó hasta que el susodicho se deshizo de su parte animal arrancándose la cabeza de cuajo, o más bien, lo que simulaba ser su cabeza. Era una careta, una horrible careta de cerdo hecha con la propia piel seca y desollada del animal; cuando reparó en ello, la albina pareció entenderlo todo al momento, y al hilo de sus pensamientos fue de bastante ayuda el hecho de que escuchara cada vez más cerca una melodía rítmica y animada, la cual acompañaba todos los movimientos y bailes de las personas que disfrutaban de lo que parecía ser un festejo propio del lugar.
No tardó demasiado en reconocer de qué se trataba, pues algunas voces llegaron a sus oídos tras el bullicio y la música que nombraron “fiesta”, “ganado”, “cosecha”… se trataría de algún evento en pos a la buenaventura de aquellos necesarios bienes, o la celebración de una buena recogida.
Como fuera, la muchacha tuvo la necesidad de aminorar el paso hasta pararse por completo. Uno de los motivos era el estar siendo empujada una y otra vez por el bullicio, otro el hecho de haberse multiplicado por veinte la aparición de más “hombres bestia” que la confundían y desorientaban con sus bailes, pero el mayor problema de todos eran las inmensas y brillantes piras que se repartían por toda la plaza principal y algunas de las calles más amplias.
El fuego no era como el sol, pero su brillo incesante era una molestia a la que le costaba acostumbrarse, y para cuando creía que había cruzado una zona iluminada por una de las enormes hogueras, aparecía otra nueva.
Cath cogió aire como si fuera a zambullirse en el mar, apartó a la gente como pudo, y se subió al peldaño que adornaba la entradita de una de las casas. Necesitaba un hueco, aunque fuese pequeño, para poder respirar, para poder calmarse de tanto jolgorio, y para poder observar más allá del gentío.
Cuando se hubo recuperado del agobio de los aplastamientos y empellones, y su vista por fin parecía estar adaptándose a la iluminación de las piras, se paró a observarlo todo detenidamente.
Era increíble para ella en aquel momento, pero en el pasado estaba segura de que habría disfrutado de una fiesta así hasta que sus pies y el cansancio no dieran más de sí.
La plaza estaba repleta de personas, jóvenes y viejos, aquel festejo no discriminaba por edad ni por estado de embriaguez. Todos parecían estar hipnotizados por la música y los cantos, bailando, riendo, bebiendo y compartiendo lo que tenían. Podría parecer de locos, pero también realmente divertido; la mayoría de gente se mostraba anónimas, con sus cabezas cubiertas con máscaras hechas de forma casera, algunos con sacos de lona adornados, otros con cabezas de animales reales como el anterior “hombre cerdo” que vio Cath. Otros tantos simplemente habían adornado sus cabellos y ropas con flores, hojas, o espigas de trigo… y maquillado sus rostros con pinturas para simular los rostros de animales más exóticos y extravagantes.
Todo desprendía una calidez especial, y por un momento, la vampira estuvo a punto de perderse en sus pensamientos imaginándose lo que podría ser inmiscuirse entre aquella multitud, aceptando los manjares y bailes ofrecidos por jóvenes muchachos que quisieran divertirse como los chicos de su edad hacían normalmente. Pero hubo algo que le dispersó aquellas imágenes de su cabeza, una enorme figura cuya “cabeza de cerdo” tenía algo de humano, y su gesto de preocupación lo delataba como real y no como máscara.
– Pumba… –Susurró… – ¡Pumba, aquí!
Catherine levantó un brazo, pero el hombre bestia no la veía, parecía asustado, desorientado, llamando a su amigo de forma desesperada. Corrió hacia él esquivando lo mejor que pudo a los juerguistas, estirando el cuello para que la silueta del hombretón no volviera a desvanecerse entre la muchedumbre, y entonces logró llegar a su lado.
– Pumba… –Le nombró, intentando mostrarse tranquilizadora. El hombre jabalí tenía las mejillas húmedas, y cuando vino a darse cuenta, Catherine se encontró tomándolo de su gruesa mano. – Ya pasó, vamos a encontrar a Timón ¿vale?
– Pero… él ha desaparecido –Gimoteó, apretando la mano de la chica con suavidad, mirando a su alrededor de nuevo. – No está, es imposible… es imposible dar con él, hay mucha gente…
Catherine torció los labios observando la desesperación con la que Pumba lanzaba miradas hacia un lado y otro en busca del hombre suricato. Si él desde su altura no lo podía visualizar… mucho peor lo tenía la joven, y con lo delgaducho y pequeño que era… Pero en ese momento Cath volvió a abrir de par en par los ojos ¡Claro! Timón era muy escurridizo, lo más probable era que hubiera esquivado con facilidad al gentío.
La albina tiró levemente del brazo del hombre bestia mirando hacia el cielo. Zazú no estaría lejos, pudo captar su estela hacia la dirección donde se encontraba la salida de la ciudad, donde comenzaba a extenderse el Arenal… ¿podría ser así? Un nuevo pálpito azotó su pecho y volvió a tirar de Pumba.
– ¡Ven conmigo!
– Pero… –Repitió el jabalí.
– Confía en mí, por favor…
No hizo falta más, aquellas palabras casi parecieron servirle de resorte al hombre bestia, quién miró fijamente los ojos melados de la chica y asintió, con más seguridad de la que había mostrado en sus decisiones anteriores. No lo podía evitar, tenía demasiado buen corazón...
Cath corrió sin soltarle de la mano, fue más costoso de lo que creyó en un principio, pues Pumba no tenía la misma facilidad que ella para poder escurrirse entre la gente, pero en cuanto lograron salir del barullo, siendo acompañados simplemente por el eco de las voces y la música, pudieron escuchar algo en la lejanía de la avenida donde se encontraban. Una voz chillona y malhumorada.
– ¡Ya verás! ¡Maldito pajarraco!
Tanto la vampira como Pumba se miraron, habiendo reconocido el tono del hombre suricato, y fue entonces Pumba quién sujetó con fuerza a Cath y tiró de ella corriendo como un condenado hacia donde se escuchaba la voz de su amigo.
– ¡Timon! –Bramó alegre.
– ¡Ahg! ¿¡Dónde demonios estabais!? ¡Que se va a escapar! –Vociferó Timón señalando con puro nervio la figura del pájaro, el cual se alejaba de la ciudad y, tal y como pensó la chica, se adentraba en el cielo que reinaba el Arenal. – ¡Vamos!
Timón fue de nuevo el primero en emprender la carrera, aunque ahora sí que estaría seguido por los dos rezagados, quienes no tardaron en recuperar el ritmo sin perder de vista al tiquirrojo.
Casi no podía creer la suerte que había tenido por toparse con aquellos dos pobres inocentes. Y era curioso, que en su corazón los sintiera realmente inocentes aun siendo bajo una visión legal puros delincuentes. Incluso le daba algo de rabia sentir lástima por ambos ladronzuelos… sólo esperaba que no le guardasen demasiado rencor cuando se descubriera el pastel.
La chica no pudo ni reaccionar para cuando los dos hombres bestia salieron pitando en busca del ave, hubiera estado bien pensar en algo juntos, pero ya no le quedaba más que seguirlos a la carrera.
– ¡E-esperadme! –Catherine subió el tono de su voz, pero estaba segura de que ni así la habrían escuchado.
A los pocos segundos de comenzar a correr, perdió de vista a los dos, y no precisamente porque le costara seguirlos con la mirada, sobre todo a uno de ellos; a medida que habían avanzado las calles se fueron llenando extrañamente –al menos lo era para la joven vampira– de una animada multitud, jubilosa y alborozada.
Cath no entendía qué ocurría, por un momento le pareció ver a otro hombre bestia, o eso creyó hasta que el susodicho se deshizo de su parte animal arrancándose la cabeza de cuajo, o más bien, lo que simulaba ser su cabeza. Era una careta, una horrible careta de cerdo hecha con la propia piel seca y desollada del animal; cuando reparó en ello, la albina pareció entenderlo todo al momento, y al hilo de sus pensamientos fue de bastante ayuda el hecho de que escuchara cada vez más cerca una melodía rítmica y animada, la cual acompañaba todos los movimientos y bailes de las personas que disfrutaban de lo que parecía ser un festejo propio del lugar.
No tardó demasiado en reconocer de qué se trataba, pues algunas voces llegaron a sus oídos tras el bullicio y la música que nombraron “fiesta”, “ganado”, “cosecha”… se trataría de algún evento en pos a la buenaventura de aquellos necesarios bienes, o la celebración de una buena recogida.
Como fuera, la muchacha tuvo la necesidad de aminorar el paso hasta pararse por completo. Uno de los motivos era el estar siendo empujada una y otra vez por el bullicio, otro el hecho de haberse multiplicado por veinte la aparición de más “hombres bestia” que la confundían y desorientaban con sus bailes, pero el mayor problema de todos eran las inmensas y brillantes piras que se repartían por toda la plaza principal y algunas de las calles más amplias.
El fuego no era como el sol, pero su brillo incesante era una molestia a la que le costaba acostumbrarse, y para cuando creía que había cruzado una zona iluminada por una de las enormes hogueras, aparecía otra nueva.
Cath cogió aire como si fuera a zambullirse en el mar, apartó a la gente como pudo, y se subió al peldaño que adornaba la entradita de una de las casas. Necesitaba un hueco, aunque fuese pequeño, para poder respirar, para poder calmarse de tanto jolgorio, y para poder observar más allá del gentío.
Cuando se hubo recuperado del agobio de los aplastamientos y empellones, y su vista por fin parecía estar adaptándose a la iluminación de las piras, se paró a observarlo todo detenidamente.
Era increíble para ella en aquel momento, pero en el pasado estaba segura de que habría disfrutado de una fiesta así hasta que sus pies y el cansancio no dieran más de sí.
La plaza estaba repleta de personas, jóvenes y viejos, aquel festejo no discriminaba por edad ni por estado de embriaguez. Todos parecían estar hipnotizados por la música y los cantos, bailando, riendo, bebiendo y compartiendo lo que tenían. Podría parecer de locos, pero también realmente divertido; la mayoría de gente se mostraba anónimas, con sus cabezas cubiertas con máscaras hechas de forma casera, algunos con sacos de lona adornados, otros con cabezas de animales reales como el anterior “hombre cerdo” que vio Cath. Otros tantos simplemente habían adornado sus cabellos y ropas con flores, hojas, o espigas de trigo… y maquillado sus rostros con pinturas para simular los rostros de animales más exóticos y extravagantes.
Todo desprendía una calidez especial, y por un momento, la vampira estuvo a punto de perderse en sus pensamientos imaginándose lo que podría ser inmiscuirse entre aquella multitud, aceptando los manjares y bailes ofrecidos por jóvenes muchachos que quisieran divertirse como los chicos de su edad hacían normalmente. Pero hubo algo que le dispersó aquellas imágenes de su cabeza, una enorme figura cuya “cabeza de cerdo” tenía algo de humano, y su gesto de preocupación lo delataba como real y no como máscara.
– Pumba… –Susurró… – ¡Pumba, aquí!
Catherine levantó un brazo, pero el hombre bestia no la veía, parecía asustado, desorientado, llamando a su amigo de forma desesperada. Corrió hacia él esquivando lo mejor que pudo a los juerguistas, estirando el cuello para que la silueta del hombretón no volviera a desvanecerse entre la muchedumbre, y entonces logró llegar a su lado.
– Pumba… –Le nombró, intentando mostrarse tranquilizadora. El hombre jabalí tenía las mejillas húmedas, y cuando vino a darse cuenta, Catherine se encontró tomándolo de su gruesa mano. – Ya pasó, vamos a encontrar a Timón ¿vale?
– Pero… él ha desaparecido –Gimoteó, apretando la mano de la chica con suavidad, mirando a su alrededor de nuevo. – No está, es imposible… es imposible dar con él, hay mucha gente…
Catherine torció los labios observando la desesperación con la que Pumba lanzaba miradas hacia un lado y otro en busca del hombre suricato. Si él desde su altura no lo podía visualizar… mucho peor lo tenía la joven, y con lo delgaducho y pequeño que era… Pero en ese momento Cath volvió a abrir de par en par los ojos ¡Claro! Timón era muy escurridizo, lo más probable era que hubiera esquivado con facilidad al gentío.
La albina tiró levemente del brazo del hombre bestia mirando hacia el cielo. Zazú no estaría lejos, pudo captar su estela hacia la dirección donde se encontraba la salida de la ciudad, donde comenzaba a extenderse el Arenal… ¿podría ser así? Un nuevo pálpito azotó su pecho y volvió a tirar de Pumba.
– ¡Ven conmigo!
– Pero… –Repitió el jabalí.
– Confía en mí, por favor…
No hizo falta más, aquellas palabras casi parecieron servirle de resorte al hombre bestia, quién miró fijamente los ojos melados de la chica y asintió, con más seguridad de la que había mostrado en sus decisiones anteriores. No lo podía evitar, tenía demasiado buen corazón...
Cath corrió sin soltarle de la mano, fue más costoso de lo que creyó en un principio, pues Pumba no tenía la misma facilidad que ella para poder escurrirse entre la gente, pero en cuanto lograron salir del barullo, siendo acompañados simplemente por el eco de las voces y la música, pudieron escuchar algo en la lejanía de la avenida donde se encontraban. Una voz chillona y malhumorada.
– ¡Ya verás! ¡Maldito pajarraco!
Tanto la vampira como Pumba se miraron, habiendo reconocido el tono del hombre suricato, y fue entonces Pumba quién sujetó con fuerza a Cath y tiró de ella corriendo como un condenado hacia donde se escuchaba la voz de su amigo.
– ¡Timon! –Bramó alegre.
– ¡Ahg! ¿¡Dónde demonios estabais!? ¡Que se va a escapar! –Vociferó Timón señalando con puro nervio la figura del pájaro, el cual se alejaba de la ciudad y, tal y como pensó la chica, se adentraba en el cielo que reinaba el Arenal. – ¡Vamos!
Timón fue de nuevo el primero en emprender la carrera, aunque ahora sí que estaría seguido por los dos rezagados, quienes no tardaron en recuperar el ritmo sin perder de vista al tiquirrojo.
Catherine Blair
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Re: La Roca del Rey Ragueto [Quest] [Catherine Blair]
Wilt Scar se encontraba sentado en la cima de la colina que los raguetos llamaban “La Roca del Rey”. Las vistas eran impresionantes, podía ver casi todo el arenal y parte de los picos de los edificios de Roilkat. Y pensar que algo tan hermoso fue propiedad de unos salvajes felinos… ¡Qué desperdicio! Escupió a un lado de la roca donde estaba sentado al pensar en el tiempo que hacía que nadie, con una mínima inteligencia, no veía el arenal desde aquella altura. Podía sentirse como el privilegiado que era, pero, sin embargo, lo único que sentía era un tremendo asco hacia los raguetos. Que un hombre ragueto tuviera asco del mismo animal con el que compartía diversas características de su cuerpo decía mucho de él. Realmente, lo decía todo. El cazador, de nombre Wilt Scar, odiaba a todos los animales habidos y por haber; incluidos los humanos que no eran más que animales que fingían ser inteligentes para sentirse superiores. En honor a los humanos, escupió por segunda vez. No sentía menos asco por ellos de lo que sentía por los raguetos. Todos los animales, todos sin excepción, eran unos débiles mente y corazón si se les comparaba con Scar. Puede que él no fuera el más fuerte, las múltiples y viejas cicatrices de su cara y pecho eran prueba de ello, pero era el más inteligente. Había que serlo si pretendía convertirse en un rey.
Un grupo de raguetos con los ojos completamente blancos se arrodillaron a los pies de “La Roca del Rey” para honrar a su nuevo señor. Detrás de estos se encontraban los kags arrodillados de la misma manera y, a unos metros más atrás, las hienas.
El cazador se levantó de la piedra donde estaba sentado y alzó sus manos victorioso. Los animales gritaron, aullaron y maullaron. Scar gritó como humano y maulló como ragueto en son de su séquito. Larga vida al nuevo Rey. Larga vida a Wilt Scar.
Decenas de tiquirrojos sobrevolaron haciendo círculos la figura del cazador autoproclamado Rey. Minutos antes, ninguno de esos pajarracos se hubiera atrevido a acercarse a “La Roca del Rey” por miedo a que un ragueto le diera caza. Eso fue antes de que Scar llegase. Ahora, ellos tenían los mismos ojos blancos que el resto de animales allí presentes. Todos sucumbían al poder de Scar.
¡Larga vida al Rey!
No le gustaba, claro que no le gustaba. Eso estaba mal, era una muy mala señal. Si no fuera por la promesa que le había hecho a la Reina, Zazu hubiera dado media vuelta y se hubiera largado de allí tan rápido como sus alas le permitieran.
Echo un rápido vistazo a tierra, hacia donde estaba la chica que había ido a buscar y esa pareja de malhechores. ¿Sería capaz de hacer frente a lo que allí delante se estaba formando? El tiquirrojo se temía lo peor, y lo peor era que la chica no sería de ayuda suficiente como para salvar a “La Roca del Rey”. Había fracasado en su servicio, lo reconocía. El error había sido suyo y de nadie más. Si en lugar de entregarle el trozo de tela a la chica se lo hubiera dado a otra persona más grande y más cualificada en la labor de rescatar reyes, quizás, solo quizás, podría hacer frente a toda la funesta manada que se congregaba en el pico de “La Roca del Rey”.
Zazu dejó soltar un fuerte resoplido. Ni la chica ni los malhechores habían visto todavía lo que le esperaba más adelante. Ellos no tenían la perfecta visión que el pájaro tenía ni estaban en una posición alta como él. Ellos, estaban en la arena. Acababan de pasar las murallas de la gran ciudad y solo podían ver arena del arenal. Si pudieran ver lo que había más allá, sí que se largarían sin dudarlo ni un mísero momento. Ni por asomo serían tan serviciales como el fiel Zazu.
Las malas noticias y la sensación de que estaba metido en la boca de un lobo hambriento se hizo más presente cuando todos los tiquirrojos que habían estado rondando el pico de “La Roca de Rey”, fueron directos a donde la Chica y los demás estaban. ¡Qué iluso! No había pensado que si él podía verlos, ellos también le verían.
Tan rápido como fue capaz, descendió al hombro de la chica, le dio unos fuertes picotazos en la oreja para llamar su atención y se escondió debajo de una rama seca del arenal.
-Me parece que el amor que sientes por ese bicho no es mutuo-.
-Puede que la esté acariciando, Timón-.
-Sí, y puede que nosotros seamos unos reyes.- el malhechor más pequeño puso sus manos en el cabello de la chica y la peinó después de que Zazu le hubiera alborotado su pelo. - Mientras estemos contigo, no te tiene que pasar nada. Tus padres no se enfadarían si te entregamos herida-.
*Catherine Blair: Habéis pasado la muralla de Roilkat y os encontráis en el Arenal. “La Roca del Rey” todavía está muy lejos, solo Zazu puede llegar a ver el peligro que allí se encuentra. Cuando lo ha visto, el pájaro te intenta avisar, como buenamente puede, de que es hora de esconderse. ¡Bingo! Lo has acertado. En el siguiente turno deberás esconderte (y hacer que Timón y Pumba se escondan) de la bandada de pájaros que va a por ti.
Los únicos personajes prohibidos para el siguiente post son los pertenecientes a la familia de los raguetos.
Un grupo de raguetos con los ojos completamente blancos se arrodillaron a los pies de “La Roca del Rey” para honrar a su nuevo señor. Detrás de estos se encontraban los kags arrodillados de la misma manera y, a unos metros más atrás, las hienas.
El cazador se levantó de la piedra donde estaba sentado y alzó sus manos victorioso. Los animales gritaron, aullaron y maullaron. Scar gritó como humano y maulló como ragueto en son de su séquito. Larga vida al nuevo Rey. Larga vida a Wilt Scar.
Decenas de tiquirrojos sobrevolaron haciendo círculos la figura del cazador autoproclamado Rey. Minutos antes, ninguno de esos pajarracos se hubiera atrevido a acercarse a “La Roca del Rey” por miedo a que un ragueto le diera caza. Eso fue antes de que Scar llegase. Ahora, ellos tenían los mismos ojos blancos que el resto de animales allí presentes. Todos sucumbían al poder de Scar.
¡Larga vida al Rey!
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No le gustaba, claro que no le gustaba. Eso estaba mal, era una muy mala señal. Si no fuera por la promesa que le había hecho a la Reina, Zazu hubiera dado media vuelta y se hubiera largado de allí tan rápido como sus alas le permitieran.
Echo un rápido vistazo a tierra, hacia donde estaba la chica que había ido a buscar y esa pareja de malhechores. ¿Sería capaz de hacer frente a lo que allí delante se estaba formando? El tiquirrojo se temía lo peor, y lo peor era que la chica no sería de ayuda suficiente como para salvar a “La Roca del Rey”. Había fracasado en su servicio, lo reconocía. El error había sido suyo y de nadie más. Si en lugar de entregarle el trozo de tela a la chica se lo hubiera dado a otra persona más grande y más cualificada en la labor de rescatar reyes, quizás, solo quizás, podría hacer frente a toda la funesta manada que se congregaba en el pico de “La Roca del Rey”.
Zazu dejó soltar un fuerte resoplido. Ni la chica ni los malhechores habían visto todavía lo que le esperaba más adelante. Ellos no tenían la perfecta visión que el pájaro tenía ni estaban en una posición alta como él. Ellos, estaban en la arena. Acababan de pasar las murallas de la gran ciudad y solo podían ver arena del arenal. Si pudieran ver lo que había más allá, sí que se largarían sin dudarlo ni un mísero momento. Ni por asomo serían tan serviciales como el fiel Zazu.
Las malas noticias y la sensación de que estaba metido en la boca de un lobo hambriento se hizo más presente cuando todos los tiquirrojos que habían estado rondando el pico de “La Roca de Rey”, fueron directos a donde la Chica y los demás estaban. ¡Qué iluso! No había pensado que si él podía verlos, ellos también le verían.
Tan rápido como fue capaz, descendió al hombro de la chica, le dio unos fuertes picotazos en la oreja para llamar su atención y se escondió debajo de una rama seca del arenal.
-Me parece que el amor que sientes por ese bicho no es mutuo-.
-Puede que la esté acariciando, Timón-.
-Sí, y puede que nosotros seamos unos reyes.- el malhechor más pequeño puso sus manos en el cabello de la chica y la peinó después de que Zazu le hubiera alborotado su pelo. - Mientras estemos contigo, no te tiene que pasar nada. Tus padres no se enfadarían si te entregamos herida-.
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*Catherine Blair: Habéis pasado la muralla de Roilkat y os encontráis en el Arenal. “La Roca del Rey” todavía está muy lejos, solo Zazu puede llegar a ver el peligro que allí se encuentra. Cuando lo ha visto, el pájaro te intenta avisar, como buenamente puede, de que es hora de esconderse. ¡Bingo! Lo has acertado. En el siguiente turno deberás esconderte (y hacer que Timón y Pumba se escondan) de la bandada de pájaros que va a por ti.
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