Un juego de cachorros [MISIÓN: Animales fantásticos y saber dónde encontrarlos] [Catherine Blair]
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Un juego de cachorros [MISIÓN: Animales fantásticos y saber dónde encontrarlos] [Catherine Blair]
Uno, dos y tres son los pequeños raguetos que correteaban bajo la brillante y cálida Luna del Arenal. Por el día, jamás se hubieran atrevido a abandonar la madriguera por temor que un kag, sus principales enemigos, les devorase. Pero, de noche, los kags estaban durmiendo y los niños raguetos aprovechaban la ocasión para salir a jugar.
Todo el arenal era su campo de juegos. Daban vueltas por la arena, mordisqueaban las piedras y corrían entre los matojos secos en una especie de juego de pilla-pilla que solo los cachorros entendían. Se podía jugar a tantas cosas en el Arenal. Cada lugar era una atracción diferente y en cada atracción los pequeños se inventaban un juego diferente. Para ser un trío de cachorros felinos tenían una gran imaginación.
La primera atracción que visitaron durante la noche era una “La Roca del Rey Ragueto”. Quien de los tres estuviera más tiempo encima de la roca sería considerado el Rey Ragueto para los otros dos; algo que, por supuesto, tenían que impedir a toda costa. Mientras uno intentaba trepar la roca, los otros le daban mordiscos y le arañaban (sin apretar ni herir) para que no consiguiese ser el Rey Ragueto.
¡Que bien se lo pasaban los tres cachorros! Sin preocupaciones, sin tristezas y sin nada que temer. Se estaban divirtiendo tanto que no recordaban que, solo dos días atrás, en lugar de ser tres hermanos los que salieron de la madriguera a jugar, fueron cuatro ni que sus padres habían marchado de la manada con tal de buscar a su hermano perdido. No recordaban que estaban completamente solos.
* Catherine Blair: No me importa cómo has llegado al Arenal ni qué haces allí, aunque si deseas describirlo eres libre de hacerlo. Lo importante en este estilo de misiones son los animales, en este caso los raguetos. En este primer turno solamente deberás decirme cómo te has encontrado con los cachorros y describirlos de la mejor forma posible (todo lo que digas se tendrá en cuenta a la hora de crear la descripción del animal para el bestiario). En los turnos venideros trataremos de encontrar al hermano perdido. No te preocupes, a medida que avance la misión, te iré dando una serie de indicaciones sobre qué tienes que hacer para que no te pierdas. Cuando finalice la aventura, la aguja que te ofrecí en el tema “Punto de Inflexión” despertará una habilidad escondida. Mucha suerte y deseo de corazón que te diviertas con esta aventura.
Todo el arenal era su campo de juegos. Daban vueltas por la arena, mordisqueaban las piedras y corrían entre los matojos secos en una especie de juego de pilla-pilla que solo los cachorros entendían. Se podía jugar a tantas cosas en el Arenal. Cada lugar era una atracción diferente y en cada atracción los pequeños se inventaban un juego diferente. Para ser un trío de cachorros felinos tenían una gran imaginación.
La primera atracción que visitaron durante la noche era una “La Roca del Rey Ragueto”. Quien de los tres estuviera más tiempo encima de la roca sería considerado el Rey Ragueto para los otros dos; algo que, por supuesto, tenían que impedir a toda costa. Mientras uno intentaba trepar la roca, los otros le daban mordiscos y le arañaban (sin apretar ni herir) para que no consiguiese ser el Rey Ragueto.
¡Que bien se lo pasaban los tres cachorros! Sin preocupaciones, sin tristezas y sin nada que temer. Se estaban divirtiendo tanto que no recordaban que, solo dos días atrás, en lugar de ser tres hermanos los que salieron de la madriguera a jugar, fueron cuatro ni que sus padres habían marchado de la manada con tal de buscar a su hermano perdido. No recordaban que estaban completamente solos.
- Los tres cachorros:
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- Ragueto adulto:
- [Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]
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* Catherine Blair: No me importa cómo has llegado al Arenal ni qué haces allí, aunque si deseas describirlo eres libre de hacerlo. Lo importante en este estilo de misiones son los animales, en este caso los raguetos. En este primer turno solamente deberás decirme cómo te has encontrado con los cachorros y describirlos de la mejor forma posible (todo lo que digas se tendrá en cuenta a la hora de crear la descripción del animal para el bestiario). En los turnos venideros trataremos de encontrar al hermano perdido. No te preocupes, a medida que avance la misión, te iré dando una serie de indicaciones sobre qué tienes que hacer para que no te pierdas. Cuando finalice la aventura, la aguja que te ofrecí en el tema “Punto de Inflexión” despertará una habilidad escondida. Mucha suerte y deseo de corazón que te diviertas con esta aventura.
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Re: Un juego de cachorros [MISIÓN: Animales fantásticos y saber dónde encontrarlos] [Catherine Blair]
Viajar por los distintos páramos de Aerandir era una aventura que, para un ser como Catherine, bien podría convertirse en un deporte de alto riesgo, sobre todo cuando era difícil encontrar lugares óptimos para pasar el día sin que un solo rayo de sol se filtrara por cualquiera de los recovecos de allá donde lograse dar con un buen cobijo. Por suerte, o mejor dicho… para su suerte, las llanuras que se extendían sobre el Arenal de Roilkat disponían de bastantes cavernas o pequeñas cuevas que serpenteaban bajo sus rocosas y secas colinas.
De uno de esos complicados recovecos fue de donde salió la muchacha, algo sucia por el polvo que desprendía el ambiente, pero como siempre, aquello no le impedía dejar ver aquel aspecto frágil y níveo que poseía bajo la luz de la luna. Y no parecía ser la única que, aquella noche, se serviría del arropo del oscuro manto para hacer y deshacer al gusto.
Poco rato después de haber emprendido el camino a través del Arenal, Catherine pudo divisar a lo lejos a una serie de pequeños animales que correteaban por la zona. Con sigilo y prudencia, se fue acercando poco a poco a los felinos, aprovechando las elevaciones y las rocas para ocultar su presencia.
Los tres pequeños eran unas criaturas adorables, pero a pesar de ello, sus afiladas garras y dentaduras, y el juego que con éstas ejercían, descubrían una actitud y aspecto dignos de cualquier felino que, en un futuro, se convertiría en un peligroso y hábil cazador nocturno de aquella vasta llanura.
Pero por mucho que aquella evidencia fuera palpable, aquellos tres eran ahora tan sólo unos cachorros, y no parecían más que unos mulliditos peluches que dejaban escapar gruñiditos agudos de vez en cuando. Era lo más lindo que Catherine había visto desde hacía demasiado, y eso sumado a la curiosidad que siempre la llevaba a cometer la mayoría de sus insensateces, fue acercándose cada vez más.
La noche en los ojos de la muchacha era tan clara como el día, pero incluso sin esa habilidad, la luz de la luna dejaba presente el reflejo pardo –ligeramente anaranjado– del pelaje de los pequeños, a excepción del dorso de sus graciosas orejas, el cual se teñía de negro, así como algunos detalles de su rostro.
Quizás el hecho de que parecieran gatitos más que las crías de un felino salvaje, hizo que Cat se confiara demasiado y revelara su posición, asomándose más de la cuenta, y captando la atención del ragueto que en aquel momento era el “Rey de la roca”, aunque aquello hizo que uno de sus hermanitos lograra darle el golpe de gracia que le hizo caer de su trono de piedra.
La vampira no se percató de que había llamado la atención de uno de los pequeños hasta que éste, obviando el juego de sus hermanos, echó atrás las orejas y tensó su corta colita, adoptando una posición que… quizás años más tarde, sería amenazadora.
Catherine ahogó un grito y se escondió pegando la espalda en la roca, rezando por que la juventud de los raguetos le hicieran perder el interés sobre ella y desviaran rápidamente su atención sobre la siguiente “cosa” que se les apareciera. Pero aquel jovencito no parecía tan fácil de disuadir, quizás fuera por su personalidad propia, o porque aquella raza era en general sumamente testaruda y obstinada con los objetivos marcados a corta duración. Como fuera, Catherine era lo más interesante que tenía en mente el cachorro, y en cuanto éste se separó de su pequeño grupo, sus hermanos no tardaron en salir tras él y sus intenciones aún poco claras.
La vampira no podía seguir demasiado tiempo quieta, no porque no pudiera, sino porque necesitaba saber cómo avanzaba la situación, y para ello no le quedaba otra que asomar de nuevo la cabeza. Y al hacerlo, fueron los cuatro quiénes dieron un respingo. El primer ragueto por no esperarse que aquello tan curioso volviera a aparecer tan pronto, sus hermanos porque él se asustó, y Catherine por el salto que dieron todos. Pero aquella escena fue demasiado adorable y graciosa como para contenerse, y aprovechando la “soledad”, la chica se dio el lujo de soltar una carcajada contenida y silenciada por una de sus manos, tapándose la boca con ella.
Y por otro lado, los cachorros, que también tomaron su presencia como un nuevo juguete, al menos el primero que se envalentonó a explorar, levantó las orejas y se calmó hasta que el pelaje dejó de estar erizado, dando rienda suelta a su curiosidad, y decidiendo trepar por la roca para observar a Catherine desde un punto en el que él mismo creía tener ventaja, seguido por supuesto, por sus otros dos hermanos.
De uno de esos complicados recovecos fue de donde salió la muchacha, algo sucia por el polvo que desprendía el ambiente, pero como siempre, aquello no le impedía dejar ver aquel aspecto frágil y níveo que poseía bajo la luz de la luna. Y no parecía ser la única que, aquella noche, se serviría del arropo del oscuro manto para hacer y deshacer al gusto.
Poco rato después de haber emprendido el camino a través del Arenal, Catherine pudo divisar a lo lejos a una serie de pequeños animales que correteaban por la zona. Con sigilo y prudencia, se fue acercando poco a poco a los felinos, aprovechando las elevaciones y las rocas para ocultar su presencia.
Los tres pequeños eran unas criaturas adorables, pero a pesar de ello, sus afiladas garras y dentaduras, y el juego que con éstas ejercían, descubrían una actitud y aspecto dignos de cualquier felino que, en un futuro, se convertiría en un peligroso y hábil cazador nocturno de aquella vasta llanura.
Pero por mucho que aquella evidencia fuera palpable, aquellos tres eran ahora tan sólo unos cachorros, y no parecían más que unos mulliditos peluches que dejaban escapar gruñiditos agudos de vez en cuando. Era lo más lindo que Catherine había visto desde hacía demasiado, y eso sumado a la curiosidad que siempre la llevaba a cometer la mayoría de sus insensateces, fue acercándose cada vez más.
La noche en los ojos de la muchacha era tan clara como el día, pero incluso sin esa habilidad, la luz de la luna dejaba presente el reflejo pardo –ligeramente anaranjado– del pelaje de los pequeños, a excepción del dorso de sus graciosas orejas, el cual se teñía de negro, así como algunos detalles de su rostro.
Quizás el hecho de que parecieran gatitos más que las crías de un felino salvaje, hizo que Cat se confiara demasiado y revelara su posición, asomándose más de la cuenta, y captando la atención del ragueto que en aquel momento era el “Rey de la roca”, aunque aquello hizo que uno de sus hermanitos lograra darle el golpe de gracia que le hizo caer de su trono de piedra.
La vampira no se percató de que había llamado la atención de uno de los pequeños hasta que éste, obviando el juego de sus hermanos, echó atrás las orejas y tensó su corta colita, adoptando una posición que… quizás años más tarde, sería amenazadora.
Catherine ahogó un grito y se escondió pegando la espalda en la roca, rezando por que la juventud de los raguetos le hicieran perder el interés sobre ella y desviaran rápidamente su atención sobre la siguiente “cosa” que se les apareciera. Pero aquel jovencito no parecía tan fácil de disuadir, quizás fuera por su personalidad propia, o porque aquella raza era en general sumamente testaruda y obstinada con los objetivos marcados a corta duración. Como fuera, Catherine era lo más interesante que tenía en mente el cachorro, y en cuanto éste se separó de su pequeño grupo, sus hermanos no tardaron en salir tras él y sus intenciones aún poco claras.
La vampira no podía seguir demasiado tiempo quieta, no porque no pudiera, sino porque necesitaba saber cómo avanzaba la situación, y para ello no le quedaba otra que asomar de nuevo la cabeza. Y al hacerlo, fueron los cuatro quiénes dieron un respingo. El primer ragueto por no esperarse que aquello tan curioso volviera a aparecer tan pronto, sus hermanos porque él se asustó, y Catherine por el salto que dieron todos. Pero aquella escena fue demasiado adorable y graciosa como para contenerse, y aprovechando la “soledad”, la chica se dio el lujo de soltar una carcajada contenida y silenciada por una de sus manos, tapándose la boca con ella.
Y por otro lado, los cachorros, que también tomaron su presencia como un nuevo juguete, al menos el primero que se envalentonó a explorar, levantó las orejas y se calmó hasta que el pelaje dejó de estar erizado, dando rienda suelta a su curiosidad, y decidiendo trepar por la roca para observar a Catherine desde un punto en el que él mismo creía tener ventaja, seguido por supuesto, por sus otros dos hermanos.
- Off rol:
- Le he dado un poco de color a lo que he descrito de apariencia y "personalidad" que podrían tener estos bichitos :3 por si sirve de algo xD jajajaja
Catherine Blair
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Re: Un juego de cachorros [MISIÓN: Animales fantásticos y saber dónde encontrarlos] [Catherine Blair]
Una canción nacía de la mente de los tres felinos. Eran tan felices y se divertían tanto con su nueva amiga que, por alguna clase de extraña e infantil magia, los cachorros podían escuchar una música con una letra en sus cabezas.
Eran uno, dos y tres
los pequeños raguetos,
una joven vampira,
jugaba va con ellos.
Amis, Pontos, Dogos son
los tres raguetos,
sus juegos mas de mil,
nunca tienen fin.
En la Roca no hay rival,
Ni Rey que gane en el combate
uno para todos y todos para uno.
Volvían a ser cuarto jugando. Después de dos días largos y aburridos, volvían a ser cuatro los que jugaban a “La Roca del Rey Ragueto”. El juego era mucho más divertido si estaban los cuatro. Cinco era demasiado y tres muy poco. Cuatro era el número perfecto. Sin Julieta, la hermana perdida de los cachorros, el juego estaba predistinado a volverse aburrido y largo como esos dos días pasados.
¡Pero entonces llegó ella! Ninguno de los tres supo de dónde vino ni por qué vino. Pero tampoco les importaba puesto que ellos ya se habían inventado una historia acerca de su nueva amiga vampira: Ella vino del cielo a jugar con ellos a “La Roca del Rey Ragueto”.
Pero…, ¿y Julieta?
La canción desapareció de la mente de los cachorros tan pronto como apareció. Lo mismo pasó con el juego. Aunque volvían a ser cuatro los que jugaban a “La Roca del Rey Ragueto” no tenían ganas de jugar. La vampira era buena y les trataba bien, pero no era Julieta.
Los cachorros, sin darse cuenta, se pusieron a llorar.
* Catherine Blair: Irónico. En ocasiones, lo que nos hace llorar y recordar dolores recientes son las situaciones en las que más feliz nos encontramos. Esta sensación, muy humana, también la tienen los animales; sean gatos, perros, raguetos o mosqueperro. En el siguiente turno deberás tranquilizar a los cachorros de la mejor forma que te sea posible.
Eran uno, dos y tres
los pequeños raguetos,
una joven vampira,
jugaba va con ellos.
Amis, Pontos, Dogos son
los tres raguetos,
sus juegos mas de mil,
nunca tienen fin.
En la Roca no hay rival,
Ni Rey que gane en el combate
uno para todos y todos para uno.
Volvían a ser cuarto jugando. Después de dos días largos y aburridos, volvían a ser cuatro los que jugaban a “La Roca del Rey Ragueto”. El juego era mucho más divertido si estaban los cuatro. Cinco era demasiado y tres muy poco. Cuatro era el número perfecto. Sin Julieta, la hermana perdida de los cachorros, el juego estaba predistinado a volverse aburrido y largo como esos dos días pasados.
¡Pero entonces llegó ella! Ninguno de los tres supo de dónde vino ni por qué vino. Pero tampoco les importaba puesto que ellos ya se habían inventado una historia acerca de su nueva amiga vampira: Ella vino del cielo a jugar con ellos a “La Roca del Rey Ragueto”.
Pero…, ¿y Julieta?
La canción desapareció de la mente de los cachorros tan pronto como apareció. Lo mismo pasó con el juego. Aunque volvían a ser cuatro los que jugaban a “La Roca del Rey Ragueto” no tenían ganas de jugar. La vampira era buena y les trataba bien, pero no era Julieta.
Los cachorros, sin darse cuenta, se pusieron a llorar.
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* Catherine Blair: Irónico. En ocasiones, lo que nos hace llorar y recordar dolores recientes son las situaciones en las que más feliz nos encontramos. Esta sensación, muy humana, también la tienen los animales; sean gatos, perros, raguetos o mosqueperro. En el siguiente turno deberás tranquilizar a los cachorros de la mejor forma que te sea posible.
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Re: Un juego de cachorros [MISIÓN: Animales fantásticos y saber dónde encontrarlos] [Catherine Blair]
Sin siquiera buscarlo ni verlo de venir, los tres cachorros habían pasado de la curiosa desconfianza al hecho de convertir a Cat en su cuarto miembro de juego.
El ragueto que la observaba desde arriba, el primero que se fijó en ella, comenzó a rozarle el pelo con una de sus manitas, queriendo cazar las hebras que él mismo despeinaba; Catherine, que seguía sentada en la arena contra la roca, mantenía aquella risita contenida mientras trataba de alisarse el pelo y esquivar los juguetones zarpazos que el animal echaba al aire. Pero los dos hermanitos restantes no se quedarían atrás; al percatarse de que la joven no era peligrosa ni parecía tener malas intenciones, saltaron cada uno por los lados de la piedra, haciendo que la vampira se sobresaltara levemente una vez más, y comenzaron a jugar con las manos de ella cuando los intentaba acariciar, o con los jirones de su falda rota.
Catherine se removió hasta ponerse en pie, aún entre frágiles y cortas carcajadas, dando palmitas para animar el juego de los pequeños y llamar su atención, correteando con cuidado alrededor de la roca que habían elegido los propios animales como nueva “Roca del Rey Ragueto”, solo que al ser más grande la chica que los tres felinos, ésta se dedicaba a fastidiar al que conseguía ser Rey para que sus dos hermanitos lo pudieran derrocar con mayor facilidad.
Ni ella misma se creía que estuviera disfrutando tanto de algo tan… espontáneo, tan infantil. Quizás le hacía demasiada falta una situación realmente inocente, pura y sin maldad como estaba siendo aquella. Sin darse cuenta, junto a esos tres cachorros de ragueto no le costaba sonreír, reír o saltar. Estaba jugando como cuando era pequeña, como cuando no le temía a nada.
Pero de pronto, y como si el propio destino la obligara a darse de cara con todo lo bueno que le sucediera, los raguetos comenzaron a reducir sus movimientos, a apaciguarse. Cat dudaba que fuera porque estuvieran cansados, pero a medida que ellos parecían empezar a apagarse, la chica también lo hizo, y en cuanto los cuatro permanecieron quietos unos segundos, en una situación más humana de lo que la vampira pudo esperar, los tres cachorritos intercambiaron algunas miradas y comenzaron a emitir tristes gemiditos, hasta lograr producir unos quejidos, agudos pero desgarrados, que a la joven no le costó interpretar como el llanto de un bebé.
Eran como aquellos niños que corrían demasiado por las calles abarrotadas de la ciudad y perdían de vista a sus padres. Para ayudarles no hacía falta más que tranquilizarlos y preguntar “¿Dónde están tus papás?”, o en cualquier caso, dejarlo en un puesto de la guardia. Pero… ¿Qué hacer con tres niños ragueto?
A Catherine se le partía el corazón mientras los veía y escuchaba, se habían bajado los tres de la roca y permanecían pegados en piña, como si de esa manera pudieran aplacar mejor la tristeza, o se sintieran comprendidos por otros que estaban tan tristes como uno mismo.
La vampira suspiró acercándose con cuidado, la actitud de los pequeños había cambiado y quizás ya no sería buena idea tratarlos con juegos y ademanes. Así pues, se movió y se sentó con delicadeza junto a ellos.
– No parecéis tan distintos a las personas… –Murmuró, y ladeó la cabeza observando a las crías. Por un momento se les antojó tan similares a cualquier bebé… que le salió solo su siguiente gesto.
La vampira comenzó a tararear una canción, era una nana, la que más le gustaba que le cantaran a ella cuando quería dormir. Le dolía recordarlo, pero aún más le dolía ver a los tres pequeños tan tristes.
Catherine fue subiendo el tono de su voz a medida que tarareaba, de manera dulce, tranquila, queriendo infundir a los pequeños una paz que incluso a ella le costaba ver a esas alturas de su vida. Pero a medida que cantaba, los cachorros parecían rebajar su llanto, aunque seguían soltando gemiditos lastimeros, con lo que la chica terminó por agarrarlos uno por uno del pellejo de detrás de la nuca, así como sabía que hacen las madres de todo felino, y se los colocó sobre el regazo, rodeándolos con sus brazos y meciéndolos levemente, sin dejar de canturrear.
Los raguetos se quedaron mirándola, quizás habían parado de llorar porque la nueva actitud de su compañera les produjo curiosidad, o quizás porque realmente la música era capaz de amansar a las fieras en todos los sentidos.
El ragueto que la observaba desde arriba, el primero que se fijó en ella, comenzó a rozarle el pelo con una de sus manitas, queriendo cazar las hebras que él mismo despeinaba; Catherine, que seguía sentada en la arena contra la roca, mantenía aquella risita contenida mientras trataba de alisarse el pelo y esquivar los juguetones zarpazos que el animal echaba al aire. Pero los dos hermanitos restantes no se quedarían atrás; al percatarse de que la joven no era peligrosa ni parecía tener malas intenciones, saltaron cada uno por los lados de la piedra, haciendo que la vampira se sobresaltara levemente una vez más, y comenzaron a jugar con las manos de ella cuando los intentaba acariciar, o con los jirones de su falda rota.
Catherine se removió hasta ponerse en pie, aún entre frágiles y cortas carcajadas, dando palmitas para animar el juego de los pequeños y llamar su atención, correteando con cuidado alrededor de la roca que habían elegido los propios animales como nueva “Roca del Rey Ragueto”, solo que al ser más grande la chica que los tres felinos, ésta se dedicaba a fastidiar al que conseguía ser Rey para que sus dos hermanitos lo pudieran derrocar con mayor facilidad.
Ni ella misma se creía que estuviera disfrutando tanto de algo tan… espontáneo, tan infantil. Quizás le hacía demasiada falta una situación realmente inocente, pura y sin maldad como estaba siendo aquella. Sin darse cuenta, junto a esos tres cachorros de ragueto no le costaba sonreír, reír o saltar. Estaba jugando como cuando era pequeña, como cuando no le temía a nada.
Pero de pronto, y como si el propio destino la obligara a darse de cara con todo lo bueno que le sucediera, los raguetos comenzaron a reducir sus movimientos, a apaciguarse. Cat dudaba que fuera porque estuvieran cansados, pero a medida que ellos parecían empezar a apagarse, la chica también lo hizo, y en cuanto los cuatro permanecieron quietos unos segundos, en una situación más humana de lo que la vampira pudo esperar, los tres cachorritos intercambiaron algunas miradas y comenzaron a emitir tristes gemiditos, hasta lograr producir unos quejidos, agudos pero desgarrados, que a la joven no le costó interpretar como el llanto de un bebé.
Eran como aquellos niños que corrían demasiado por las calles abarrotadas de la ciudad y perdían de vista a sus padres. Para ayudarles no hacía falta más que tranquilizarlos y preguntar “¿Dónde están tus papás?”, o en cualquier caso, dejarlo en un puesto de la guardia. Pero… ¿Qué hacer con tres niños ragueto?
A Catherine se le partía el corazón mientras los veía y escuchaba, se habían bajado los tres de la roca y permanecían pegados en piña, como si de esa manera pudieran aplacar mejor la tristeza, o se sintieran comprendidos por otros que estaban tan tristes como uno mismo.
La vampira suspiró acercándose con cuidado, la actitud de los pequeños había cambiado y quizás ya no sería buena idea tratarlos con juegos y ademanes. Así pues, se movió y se sentó con delicadeza junto a ellos.
– No parecéis tan distintos a las personas… –Murmuró, y ladeó la cabeza observando a las crías. Por un momento se les antojó tan similares a cualquier bebé… que le salió solo su siguiente gesto.
La vampira comenzó a tararear una canción, era una nana, la que más le gustaba que le cantaran a ella cuando quería dormir. Le dolía recordarlo, pero aún más le dolía ver a los tres pequeños tan tristes.
Catherine fue subiendo el tono de su voz a medida que tarareaba, de manera dulce, tranquila, queriendo infundir a los pequeños una paz que incluso a ella le costaba ver a esas alturas de su vida. Pero a medida que cantaba, los cachorros parecían rebajar su llanto, aunque seguían soltando gemiditos lastimeros, con lo que la chica terminó por agarrarlos uno por uno del pellejo de detrás de la nuca, así como sabía que hacen las madres de todo felino, y se los colocó sobre el regazo, rodeándolos con sus brazos y meciéndolos levemente, sin dejar de canturrear.
Los raguetos se quedaron mirándola, quizás habían parado de llorar porque la nueva actitud de su compañera les produjo curiosidad, o quizás porque realmente la música era capaz de amansar a las fieras en todos los sentidos.
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- Ya que me vuelco por una salida un poco típica ... dejo aquí la nana que les canta Cat a los peques :3 (que es mi prefeee!!)
Catherine Blair
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Re: Un juego de cachorros [MISIÓN: Animales fantásticos y saber dónde encontrarlos] [Catherine Blair]
Era como un hechizo. La chica, el cuarto miembro de su nuevo equipo, parecía estar haciendo magia. Todo el arenal, el parque de juegos, formaba parte de ese hechizo. La brillante Luna llena reinando en su propia “Roca del Rey del Cielo”, las estrellas intentando derrocar a la Luna, el tacto suave y, a la vez, áspero de la arena, el sonido de algunos grillos…, todo era importante para que la magia de la vampira, esa magia que los raguetos creían ver, tuviera efecto.
Casi inmediatamente después de que la chica comenzase a cantar, los niños raguetos dejaron de llorar. Sus labios, muy lentamente, comenzaron a curvarse en una ligera sonrisa bañada en lágrimas saladas.
Seguían pensando en Julieta, su hermana y verdadero cuarto jugador. Pero este pensamiento ya no era triste sino esperanzador. Con la canción de fondo, no podían pensar en nada que les hiciera llorar. Si hubiera pasado algo realmente malo, no habría canciones como aquella. Julieta debía estar bien. Era ahí estaba la magia que ellos se imaginaban.
Los niños no fueron los únicos que escucharon la canción ni tampoco los únicos que se creían que la nana era mágica. Desde lo alto de una duna de arena e veía la figura de una ragueta adulta, la madre de los cachorros. Minutos antes sus pasos eran lentos y pesados, estaba a borde de la desesperación. Sin embargo, tras escuchar la nana y ver como la vampira abrazaba a sus cachorros su estado de de ánimo cambió por completo. Ella también pensó que si alguien podía cantar de esa manera era porque no había pasado nada malo.
* Catherine Blair: Me has sorprendido. Jamás pensé que una nana podía hacer tanto bien. Has calmado a los cachorros y su madre te mira con unos ojos cargados de nueva esperanza. Tu deber en el siguiente tema es complicado. Tienes que intentar comunicarte con los animales de alguna manera para poder saber qué les pasa y ayudarles en ello. No eres el Doctor Dolittle, no pruebes hablar con ellos, te adelanto que no funcionará. Pese a ser muy inteligente, no dejan de ser animales salvajes.
Casi inmediatamente después de que la chica comenzase a cantar, los niños raguetos dejaron de llorar. Sus labios, muy lentamente, comenzaron a curvarse en una ligera sonrisa bañada en lágrimas saladas.
Seguían pensando en Julieta, su hermana y verdadero cuarto jugador. Pero este pensamiento ya no era triste sino esperanzador. Con la canción de fondo, no podían pensar en nada que les hiciera llorar. Si hubiera pasado algo realmente malo, no habría canciones como aquella. Julieta debía estar bien. Era ahí estaba la magia que ellos se imaginaban.
Los niños no fueron los únicos que escucharon la canción ni tampoco los únicos que se creían que la nana era mágica. Desde lo alto de una duna de arena e veía la figura de una ragueta adulta, la madre de los cachorros. Minutos antes sus pasos eran lentos y pesados, estaba a borde de la desesperación. Sin embargo, tras escuchar la nana y ver como la vampira abrazaba a sus cachorros su estado de de ánimo cambió por completo. Ella también pensó que si alguien podía cantar de esa manera era porque no había pasado nada malo.
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* Catherine Blair: Me has sorprendido. Jamás pensé que una nana podía hacer tanto bien. Has calmado a los cachorros y su madre te mira con unos ojos cargados de nueva esperanza. Tu deber en el siguiente tema es complicado. Tienes que intentar comunicarte con los animales de alguna manera para poder saber qué les pasa y ayudarles en ello. No eres el Doctor Dolittle, no pruebes hablar con ellos, te adelanto que no funcionará. Pese a ser muy inteligente, no dejan de ser animales salvajes.
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Re: Un juego de cachorros [MISIÓN: Animales fantásticos y saber dónde encontrarlos] [Catherine Blair]
El tono de voz de Catherine se fue haciendo más leve hasta quedar tan sólo en un sonidito frágil que salía de su garganta, y finalmente… calló.
Los raguetos la miraban atentos, y ella les dedicó una sonrisa a la par que ellos parecían estar imitando aquel gesto, tan dulce y tan humano.
Ahora que todo parecía haberse calmado, la chica permaneció unos minutos en silencio observando a los pequeños. Se dejaban acariciar tranquilamente, uno de ellos incluso comenzó a ronronear, con un sonido algo más grave que el ronroneo de un gato común, a fin de cuentas seguían siendo cachorros de un animal más peligroso y salvaje que cualquier felino callejero.
Pensar en ello le hizo caer en la cuenta de que probablemente los padres de los tres raguetos podrían andar por allí. No había hecho falta más que ver cómo se desenvolvían en ese juego suyo de las rocas para descartar el hecho de que la manada los hubiera abandonado por algún problema de desarrollo, por lo que solo quedaba pensar en una cosa: se habían extraviado o habían perdido a sus progenitores quedando huérfanos.
Catherine fue entonces quién comenzó a mirarlos con algo de más lástima, aunque intentó que no se le viera tan claramente reflejado, fuera a ocurrir que los pequeños captaran el sentimiento y se volvieran a contagiar la pena.
– ¿Qué os ha hecho llorar? –Dijo de manera suave, dejando aquella pregunta en el aire, consciente de que los raguetos no iban a entender más que al sonido y el tono de su voz. – ¿Estáis solitos, no tenéis a nadie?
No sabía si unos cachorros de ragueto serían capaces de sobrevivir solos en aquellas llanuras por mucho que fueran su hábitat natural. Tenían zarpas y dientes grandes para ser tan pequeños, pero no importaba lo bien dotados que estuvieran si el peligro les doblaba el tamaño.
Debía hacer algo, no quería dejarlos abandonados a su suerte y tampoco podía llevárselos con ella, si ya le costaba sobrevivir por sí misma… no quería ni pensar el tener que hacerse cargo de tres criaturas salvajes.
– Qué puedo hacer… –Musitó.
Dejó de mirar a los pequeños para observar lo que podía ver desde su posición, no había nada ni nadie, la extensa tierra del Arenal se abría solitaria y recóndita, incluso para ella estaba siendo una aventura encontrar el camino a la ciudad más próxima, en peor posibilidad se encontraba el dar con la manada de aquellos tres descarriados.
Catherine soltó un suspiro a la par que los agarraba uno por uno, nuevamente, y los iba dejando en el suelo. A medida que lo hacía los pequeños se desperezaban y se sacudían para volver a dar saltitos a su alrededor, pero ahora no lo hacían jugando. Querían algo, y la vampira no tenía ni idea de qué podía ser, pero aquello que fuera que necesitaban, aquello que los entristeció, aquello que les turbaba… parecía que era ella la única capaz en poder solucionarlo, o al menos, era la única en quién ellos confiaban en aquel momento.
– ¿Qué? ¿Qué pasa? –Sonreía mientras les hablaba y se ponía de pie, para poder mirar a su alrededor con más claridad.
No había nada, seguía viéndose rodeada de zonas arenosas elevadas, partes rocosas toscas y enormes, pero ni rastro de otros animales que no fueran aves que surcaban fugaces el cielo nocturno, o insectos que competían por hacer sonar más alto su chirrioso cantar.
– Vale… vamos a avanzar un poco. –Dijo para sí misma, aunque lo pronunció en voz alta. Dio un saltito que removió la arena entre sus pies y llamó la atención de los raguetos, los cuales la miraron poniendo las orejas de punta. – ¡Vamos! ¡venid!
Se ayudó de un tono agudo y algunos gestos con sus manos para que los pequeños comenzaran a seguirla, al principio a modo de juego, después… empezó a caminar con más normalidad siendo acompañada por las crías. Y llegó un punto, tras unos breves minutos de camino, que los tres cachorros estiraron el cuello y sus cortas colitas.
El primero que se adelantó a investigar a la propia Catherine, fue el que en ese momento volvió a tomar la iniciativa, comenzando a emitir rugidos o, más bien, maullidos guturales que lanzó al cielo. En pocos segundos, sus otros dos hermanos los cuales también habían parecido sentir algo, comenzaron a rugir igualmente.
La muchacha los miró sorprendida y extrañada, no entendía por qué hacían eso en aquel momento, y empezaba a temer que se estuviera acercando cualquier peligro que los pequeños conseguían captar antes que ella.
– ¡Qué os pasa! ¿Qué hay? –Cat se acercó a uno de los raguetos, el cual no dejó de realizar aquella llamada, pero que recibió sus manos con tranquilidad, aceptando la caricia.
Aquello, aunque seguía sorprendiendo a la vampira, la relajó en cierto modo, puesto que si fuera una amenaza real… quizás no estarían tan tranquilos. Y de pronto, toda duda se vio esclarecida.
Un golpe seco se oyó tras la espalda de la vampira, como si algo hubiera saltado desde lo alto, y al girarse, la chica ahogó un grito cuando enfocó a la que estuvo segura que era la madre de los tres cachorros, pues no sólo eran claramente la misma especie de animal, sino que los tres pequeños corrieron en busca de ella, enredándose entre sus patas con regocijo.
La ragueto adulta era parcialmente distinta a los cachorros. El morro mucho más alargado y los rasgos más fieros. Las orejas también parecían mayores y, aunque éstas mantenían el mismo color oscuro que en los pequeños, no era así el manto de su pelaje, el cual viraba a un tono anaranjado mucho más intenso, dejando ver zonas atigradas en las extremidades. El tamaño de la felina era mediano, no parecían ser animales muy imponentes… pero Cat estaba segura que ello se daba por tratarse de una hembra, algo le decía que los machos eran más corpulentos.
Catherine no sabía qué hacer, quién sabía lo que aquel animal estaba pensando de ella… quizás que estaba haciendo daño a sus cachorros, o que pretendía llevárselos. Como fuera, el único motivo por el que se quedó totalmente estática era porque sabía que darle la espalda y correr iba a ser mucho peor que enfrentarla en caso de que la fiera se abalanzara. Pero no hizo falta una cosa o la otra.
La madre ragueto, que al principio mantenía un gesto receloso, agachó la cabeza comprobando el bienestar de sus pequeños, y después, mirando de nuevo a Catherine, bajó la cola –la cual seguía siendo corta pese a ser adulta– y las orejas, mostrándose en cierto modo sumisa, acercándose a la vampira con la misma cautela que ésta había tratado a los cachorros, oliéndole primero la ropa, y luego rozándole con el morro las piernas, en un tanteo inicial.
Cat sonrió, soltando un suspiro mucho más relajado ante la situación, pero a la vez sintió algo negativo, triste. Algo no iba bien, y los raguetos cachorros no eran los únicos que parecían haber llorado. La felina subió la vista clavándola en los ojos de la albina, y ésta llevó sus manos hasta ella.
En un primer momento creía que la pena de los cachorros era el haber perdido a sus padres, pero su madre ya estaba allí y seguían igual de tristes. Cada vez estaba más segura de que esa familia de raguetos tenía un problema mayor, y debía lograr comprenderlo pronto, porque ya no quería dejarlos en la estacada.
Los raguetos la miraban atentos, y ella les dedicó una sonrisa a la par que ellos parecían estar imitando aquel gesto, tan dulce y tan humano.
Ahora que todo parecía haberse calmado, la chica permaneció unos minutos en silencio observando a los pequeños. Se dejaban acariciar tranquilamente, uno de ellos incluso comenzó a ronronear, con un sonido algo más grave que el ronroneo de un gato común, a fin de cuentas seguían siendo cachorros de un animal más peligroso y salvaje que cualquier felino callejero.
Pensar en ello le hizo caer en la cuenta de que probablemente los padres de los tres raguetos podrían andar por allí. No había hecho falta más que ver cómo se desenvolvían en ese juego suyo de las rocas para descartar el hecho de que la manada los hubiera abandonado por algún problema de desarrollo, por lo que solo quedaba pensar en una cosa: se habían extraviado o habían perdido a sus progenitores quedando huérfanos.
Catherine fue entonces quién comenzó a mirarlos con algo de más lástima, aunque intentó que no se le viera tan claramente reflejado, fuera a ocurrir que los pequeños captaran el sentimiento y se volvieran a contagiar la pena.
– ¿Qué os ha hecho llorar? –Dijo de manera suave, dejando aquella pregunta en el aire, consciente de que los raguetos no iban a entender más que al sonido y el tono de su voz. – ¿Estáis solitos, no tenéis a nadie?
No sabía si unos cachorros de ragueto serían capaces de sobrevivir solos en aquellas llanuras por mucho que fueran su hábitat natural. Tenían zarpas y dientes grandes para ser tan pequeños, pero no importaba lo bien dotados que estuvieran si el peligro les doblaba el tamaño.
Debía hacer algo, no quería dejarlos abandonados a su suerte y tampoco podía llevárselos con ella, si ya le costaba sobrevivir por sí misma… no quería ni pensar el tener que hacerse cargo de tres criaturas salvajes.
– Qué puedo hacer… –Musitó.
Dejó de mirar a los pequeños para observar lo que podía ver desde su posición, no había nada ni nadie, la extensa tierra del Arenal se abría solitaria y recóndita, incluso para ella estaba siendo una aventura encontrar el camino a la ciudad más próxima, en peor posibilidad se encontraba el dar con la manada de aquellos tres descarriados.
Catherine soltó un suspiro a la par que los agarraba uno por uno, nuevamente, y los iba dejando en el suelo. A medida que lo hacía los pequeños se desperezaban y se sacudían para volver a dar saltitos a su alrededor, pero ahora no lo hacían jugando. Querían algo, y la vampira no tenía ni idea de qué podía ser, pero aquello que fuera que necesitaban, aquello que los entristeció, aquello que les turbaba… parecía que era ella la única capaz en poder solucionarlo, o al menos, era la única en quién ellos confiaban en aquel momento.
– ¿Qué? ¿Qué pasa? –Sonreía mientras les hablaba y se ponía de pie, para poder mirar a su alrededor con más claridad.
No había nada, seguía viéndose rodeada de zonas arenosas elevadas, partes rocosas toscas y enormes, pero ni rastro de otros animales que no fueran aves que surcaban fugaces el cielo nocturno, o insectos que competían por hacer sonar más alto su chirrioso cantar.
– Vale… vamos a avanzar un poco. –Dijo para sí misma, aunque lo pronunció en voz alta. Dio un saltito que removió la arena entre sus pies y llamó la atención de los raguetos, los cuales la miraron poniendo las orejas de punta. – ¡Vamos! ¡venid!
Se ayudó de un tono agudo y algunos gestos con sus manos para que los pequeños comenzaran a seguirla, al principio a modo de juego, después… empezó a caminar con más normalidad siendo acompañada por las crías. Y llegó un punto, tras unos breves minutos de camino, que los tres cachorros estiraron el cuello y sus cortas colitas.
El primero que se adelantó a investigar a la propia Catherine, fue el que en ese momento volvió a tomar la iniciativa, comenzando a emitir rugidos o, más bien, maullidos guturales que lanzó al cielo. En pocos segundos, sus otros dos hermanos los cuales también habían parecido sentir algo, comenzaron a rugir igualmente.
La muchacha los miró sorprendida y extrañada, no entendía por qué hacían eso en aquel momento, y empezaba a temer que se estuviera acercando cualquier peligro que los pequeños conseguían captar antes que ella.
– ¡Qué os pasa! ¿Qué hay? –Cat se acercó a uno de los raguetos, el cual no dejó de realizar aquella llamada, pero que recibió sus manos con tranquilidad, aceptando la caricia.
Aquello, aunque seguía sorprendiendo a la vampira, la relajó en cierto modo, puesto que si fuera una amenaza real… quizás no estarían tan tranquilos. Y de pronto, toda duda se vio esclarecida.
Un golpe seco se oyó tras la espalda de la vampira, como si algo hubiera saltado desde lo alto, y al girarse, la chica ahogó un grito cuando enfocó a la que estuvo segura que era la madre de los tres cachorros, pues no sólo eran claramente la misma especie de animal, sino que los tres pequeños corrieron en busca de ella, enredándose entre sus patas con regocijo.
La ragueto adulta era parcialmente distinta a los cachorros. El morro mucho más alargado y los rasgos más fieros. Las orejas también parecían mayores y, aunque éstas mantenían el mismo color oscuro que en los pequeños, no era así el manto de su pelaje, el cual viraba a un tono anaranjado mucho más intenso, dejando ver zonas atigradas en las extremidades. El tamaño de la felina era mediano, no parecían ser animales muy imponentes… pero Cat estaba segura que ello se daba por tratarse de una hembra, algo le decía que los machos eran más corpulentos.
Catherine no sabía qué hacer, quién sabía lo que aquel animal estaba pensando de ella… quizás que estaba haciendo daño a sus cachorros, o que pretendía llevárselos. Como fuera, el único motivo por el que se quedó totalmente estática era porque sabía que darle la espalda y correr iba a ser mucho peor que enfrentarla en caso de que la fiera se abalanzara. Pero no hizo falta una cosa o la otra.
La madre ragueto, que al principio mantenía un gesto receloso, agachó la cabeza comprobando el bienestar de sus pequeños, y después, mirando de nuevo a Catherine, bajó la cola –la cual seguía siendo corta pese a ser adulta– y las orejas, mostrándose en cierto modo sumisa, acercándose a la vampira con la misma cautela que ésta había tratado a los cachorros, oliéndole primero la ropa, y luego rozándole con el morro las piernas, en un tanteo inicial.
Cat sonrió, soltando un suspiro mucho más relajado ante la situación, pero a la vez sintió algo negativo, triste. Algo no iba bien, y los raguetos cachorros no eran los únicos que parecían haber llorado. La felina subió la vista clavándola en los ojos de la albina, y ésta llevó sus manos hasta ella.
En un primer momento creía que la pena de los cachorros era el haber perdido a sus padres, pero su madre ya estaba allí y seguían igual de tristes. Cada vez estaba más segura de que esa familia de raguetos tenía un problema mayor, y debía lograr comprenderlo pronto, porque ya no quería dejarlos en la estacada.
- Off rol:
- Siento haber metido tanto rollo pa al final quedarme igual que en el post anterior :S al menos he metido descripción del bichito en adulto... por si sirve de algo xD jajajaja
Catherine Blair
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Re: Un juego de cachorros [MISIÓN: Animales fantásticos y saber dónde encontrarlos] [Catherine Blair]
Podía sentir como ella era una buena chica. Olía a vampiro, un mal olor que nunca causaba buena impresión a los animales. Sin embargo, quizás por un puro instinto maternal, la ragueta decidió confiar en la buena chica con mal olor. Si había hecho reír a sus hijos y había jugado con ellos para luego entregarlos, no podía ser mala al fin y al cabo. No peor que otras personas que había conocido tiempo atrás. Personas que olían bien y personas olían mal.
Amis buscó el cobijo de su madre, Pontos fue directo a intentar la cola de la gran felina y Dogos se quedó acostado a los pies de la chica vampiro. Estaban felices y jugaban sin lágrimas ni tristezas. Ella hubiera querido estar igual. Mientras la buena albina la acariciaba, ella giró un momento la cabeza hacia su espada dirigiéndola a un punto que ella conocía muy bien.Luego, volvió la cabeza hacia la chica y la miró directamente a los ojos con un gesto triste y pesado.
La gran ragueta tuvo que hacer un inmenso esfuerzo por no dejar que se mostrase ninguna sola lágrima en su rostro amachapado. Agachó la cabeza, volvió a dar la espalda a la chica y empezó a andar lentamente hacia el lugar maldito para que la nueva amiga de sus hijos la siguiera. Amis, Pontos y Dogos fueron tras los pies de su madre.
Llegaron a un agujero en las dunas de arenas. Había unos diez metros de altura de donde ellos estaban hasta el fondo del agujero. La madre felina, con la pata delantera empujó a sus tres hijos para que se pusiera detrás suya; luego, con la misma pata, llamó a la vampira para que se asomase al interior del foso de arena. Un kag ladraba y mordía en el fondo del agujero a lo que parecía una madriguera de dentro de él. Si la buena chica que olía a mala vampira tuviera la vista tan afilada como la tenían los raguetos podía ver que en el interior de la diminuta madriguera vería el rostro mofletudo del cuarto miembro del equipo de “La Roca del Rey Ragueto”.
* Catherine Blair: Y ahí está, la cachorra de ragueto que hemos venido a salvar. Deberás bajar al interior del foso de arena y deshacerte del kag que acosa a la pequeña criatura. Sé que no eres una chica de pelea, por eso, si lo crees necesario. Puedes bajar contigo a la madre de los raguetos para que te ayude a hacer frente a la mala bestia.
Amis buscó el cobijo de su madre, Pontos fue directo a intentar la cola de la gran felina y Dogos se quedó acostado a los pies de la chica vampiro. Estaban felices y jugaban sin lágrimas ni tristezas. Ella hubiera querido estar igual. Mientras la buena albina la acariciaba, ella giró un momento la cabeza hacia su espada dirigiéndola a un punto que ella conocía muy bien.Luego, volvió la cabeza hacia la chica y la miró directamente a los ojos con un gesto triste y pesado.
La gran ragueta tuvo que hacer un inmenso esfuerzo por no dejar que se mostrase ninguna sola lágrima en su rostro amachapado. Agachó la cabeza, volvió a dar la espalda a la chica y empezó a andar lentamente hacia el lugar maldito para que la nueva amiga de sus hijos la siguiera. Amis, Pontos y Dogos fueron tras los pies de su madre.
Llegaron a un agujero en las dunas de arenas. Había unos diez metros de altura de donde ellos estaban hasta el fondo del agujero. La madre felina, con la pata delantera empujó a sus tres hijos para que se pusiera detrás suya; luego, con la misma pata, llamó a la vampira para que se asomase al interior del foso de arena. Un kag ladraba y mordía en el fondo del agujero a lo que parecía una madriguera de dentro de él. Si la buena chica que olía a mala vampira tuviera la vista tan afilada como la tenían los raguetos podía ver que en el interior de la diminuta madriguera vería el rostro mofletudo del cuarto miembro del equipo de “La Roca del Rey Ragueto”.
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* Catherine Blair: Y ahí está, la cachorra de ragueto que hemos venido a salvar. Deberás bajar al interior del foso de arena y deshacerte del kag que acosa a la pequeña criatura. Sé que no eres una chica de pelea, por eso, si lo crees necesario. Puedes bajar contigo a la madre de los raguetos para que te ayude a hacer frente a la mala bestia.
Última edición por Sigel el Vie Ago 19 2016, 18:19, editado 1 vez
Sigel
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Re: Un juego de cachorros [MISIÓN: Animales fantásticos y saber dónde encontrarlos] [Catherine Blair]
Aunque los cachorros se veían más tranquilos, las caricias no parecían bastar para calmar el pesar que trataba de disimular aquella madre felina.
Catherine la observó, la miró fijamente a los ojos como si de esa manera pudiera ver más allá, o pudiera entender más allá de los roncos y lastimosos ronroneos que la ragueto emitía.
– Te ayudaré… –Susurró la vampira, bajito, como si aquella frase se hubiera escapado junto al suspiro que salió por sus labios al rozar las orejas bajas del animal.
Entonces, la casualidad hizo que aquella afirmación coincidiera con el momento en que la ragueta adulta decidiera emprender un nuevo camino, vigilando a sus hijos, y también a Cath. La chica no sabía bien por qué, pero algo le decía que debía seguir los pasos de aquella madre, al fin y al cabo ya se lo había prometido, al felino y a ella misma.
El camino no fue demasiado largo, lo único que dificultaba los pasos de la joven vampira era la espesa arena que hundía sus pies envueltos en unas sandalias que, más que servir de ayuda, entorpecía su andar.
Se había agachado para desatarse los zapatos cuando los cuatro felinos frenaron, y al levantar la vista pudo comprobar que se habían topado con una oquedad entre las dunas que se levantaban en aquel desierto. Extrañada, la chica recogió sus sandalias y se apresuró hasta aquel lugar con el sigilo que le permitían sus ahora pies descalzos.
– Q-qué es… –Apretó los labios, ahogando un grito al comprobar lo que miraban la madre ragueto y sus cachorros.
No le costó divisar en la oscuridad el motivo de preocupación y tristeza de los animales, allí estaba, otro pequeño más. Aquel sí estaba realmente extraviado y en aprietos, pues junto a él se hallaba un animal que, pese a que Catherine no lo había visto en su vida, dejaba claro el peligro que podía manifestar contra el pequeño.
Tenía clara cuál era entonces su misión, pero necesitaba visualizar la situación, al animal que se revolvía dentro de la madriguera mordisqueando a saber qué cosa o alimaña. Tenía que darse prisa, por lo que, en un gesto hacia la madre ragueto, en el que trató de infundirle confianza y tranquilidad, se alejó de ella y los cachorros, bordeando el agujero hasta situarse en el lado contrario dónde estaba el cachorro ragueto acorralado.
Agazapada e inclinada hacia el interior del enorme hoyo, Catherine comenzó el plan que creyó más apto para aquella situación.
Del liguero de cuero que siempre llevaba en su muslo derecho, sacó un puñal que clavó en el borde del agujero, y a medida que comenzaba a concentrar su poder, sus ojos ámbar se fueron tornando rojizos, a la par que de sus pies comenzaba a crecer la silueta de su propia sombra. Silenciosa, como una serpiente, fue deslizando aquella espesa oscuridad hasta el interior del hoyo, creando una forma tan monstruosa como podría resultar el propio Kag, el cual al presentir algo siniestro cerca de él, puso todos los sentidos alerta y se giró para mirar aquel amasijo de sombras que se arremolinaban a sus espaldas.
Catherine suspiró al ver que el Kag había caído en aquella distracción, aunque lo hizo más rápido de lo que pensaba, por lo que ahora tenía poco tiempo para actuar.
Tratando de seguir con movimientos cautelosos, fue aumentando la oscuridad hasta cubrir su propio cuerpo en sombras, a la par que se ayudaba de su cuchillo y algunos salientes para bajar. Pero en cuanto comenzó a descender, el kag ya había dado cuenta de las sombras que se arremolinaban junto a él, descubriendo que por muy densas que éstas fueran y le restara visibilidad, no le hacían daño. El fiero animal había dado varias dentelladas y garrazos al aire, removiendo la oscuridad, ofuscado y extrañado, pero aquello no quitó que cuando Catherine terminó de bajar, se percatara de su presencia en cuanto sus pies pisaron el suelo.
De pronto, la situación se convirtió en una rápida locura. El kag se abalanzó hasta Cath en el momento que ella trataba de ir hacia el cachorro, y el cachorro a su vez huyó tanto del cuerpo ensombrecido de la vampira como del kag que se disponía a atacarla.
– ¡Ihg! –No pudo evitar soltar un quejido cuando el animal la embistió haciendo que se chocara contra la pared. Pero el hecho de que ella sí fuera algo consistente a diferencia de la masa oscura que creó, volvió a confundir al kag, y eso le dio unos valiosos segundos de ventaja.
Apretó el mango del puñal con fuerza y se impulsó hacia el animal, con la intención de herirle en alguna zona de la cabeza, que fuera rápido, sólo quería eso, lo único con lo que no contaba, era el desconocimiento de aquella extraña raza, la cual estaba dotada de una excelente coraza que hizo rechinar la hoja del cuchillo sin más resultado que un triste arañón por el cual siquiera comenzó a manar ni una gota de sangre.
La vampira maldijo por lo bajo mientras las sombras comenzaban a dispersarse, sin querer malgastar más fuerzas para algo que ya era inútil, pues el animal había captado su olor, aunque por suerte, se había olvidado de todo lo demás. Cath bufó al recibir un nuevo impacto, aquella vez el kag no quería que su presa tuviera opción de contraatacar, por lo que la recibió con las fauces abiertas, hundiendo los colmillos en el antebrazo con el que la vampira trató de protegerse. Sin poder evitarlo, la albina soltó un alarido que alertó a la ragueto adulta, quién no dudó en desigualar el combate a favor de ellos.
En un salto, la felina aterrizó junto al kag y Catherine, lanzando un zarpazo sobre una de las patas delanteras del animal, el cual aulló de dolor abriendo las fauces lo justo para que la vampira lograra zafarse.
Entre suspiros cargados y jadeos, la albina observó durante pocos segundos como se las gastaba la ragueto contra aquella bestia. La felina trataba de esquivar las dentelladas del kag y contraatacaba sobre las patas del mismo. Fue entonces cuando Catherine cayó en la cuenta, aquel bicho poseía una gran defensa en su lomo y cabeza, pero no era así en la zona inferior. Su siguiente intervención sería pues, rápida, no permitiría que la madre de los cachorros saliera mal parada.
Y tal cual lo pensó, aprovechó que el kag estaba ensañado con la ragueto, para dar un salto y quedar a la espalda de la bestia. Corrió hacia él, y con los colmillos a la vista se lanzó sobre la parte trasera del cuerpo del kag, propinándole una cuchillada en la ingle, y luego otra, y otra, a cada cual seguida del lamento y los chillidos del animal de forma constante, tanto por las heridas que le estaban produciendo cerca del estómago como por los mordiscos de la ragueta que lo mantenían preso por una de sus patas.
Y tan pronto como el kag dejó de gemir para mantener la respiración hasta morir, la ragueto se apartó, y Catherine se quedó sentada en el suelo, jadeante, aún con los nervios a flor de piel, y con la mirada roja, perdida, entre toda la sangre que había salpicado su alrededor, a la ragueto y a su propio cuerpo, una vez más.
Mientras intentaba relajarse se cubrió la cara con las manos, dejando caer el cuchillo al suelo, “al menos ellos están bien, ellos están bien…” pensó, queriendo que ese hecho sirviera como excusa a una nueva y "necesaria" muerte.
Catherine la observó, la miró fijamente a los ojos como si de esa manera pudiera ver más allá, o pudiera entender más allá de los roncos y lastimosos ronroneos que la ragueto emitía.
– Te ayudaré… –Susurró la vampira, bajito, como si aquella frase se hubiera escapado junto al suspiro que salió por sus labios al rozar las orejas bajas del animal.
Entonces, la casualidad hizo que aquella afirmación coincidiera con el momento en que la ragueta adulta decidiera emprender un nuevo camino, vigilando a sus hijos, y también a Cath. La chica no sabía bien por qué, pero algo le decía que debía seguir los pasos de aquella madre, al fin y al cabo ya se lo había prometido, al felino y a ella misma.
El camino no fue demasiado largo, lo único que dificultaba los pasos de la joven vampira era la espesa arena que hundía sus pies envueltos en unas sandalias que, más que servir de ayuda, entorpecía su andar.
Se había agachado para desatarse los zapatos cuando los cuatro felinos frenaron, y al levantar la vista pudo comprobar que se habían topado con una oquedad entre las dunas que se levantaban en aquel desierto. Extrañada, la chica recogió sus sandalias y se apresuró hasta aquel lugar con el sigilo que le permitían sus ahora pies descalzos.
– Q-qué es… –Apretó los labios, ahogando un grito al comprobar lo que miraban la madre ragueto y sus cachorros.
No le costó divisar en la oscuridad el motivo de preocupación y tristeza de los animales, allí estaba, otro pequeño más. Aquel sí estaba realmente extraviado y en aprietos, pues junto a él se hallaba un animal que, pese a que Catherine no lo había visto en su vida, dejaba claro el peligro que podía manifestar contra el pequeño.
Tenía clara cuál era entonces su misión, pero necesitaba visualizar la situación, al animal que se revolvía dentro de la madriguera mordisqueando a saber qué cosa o alimaña. Tenía que darse prisa, por lo que, en un gesto hacia la madre ragueto, en el que trató de infundirle confianza y tranquilidad, se alejó de ella y los cachorros, bordeando el agujero hasta situarse en el lado contrario dónde estaba el cachorro ragueto acorralado.
Agazapada e inclinada hacia el interior del enorme hoyo, Catherine comenzó el plan que creyó más apto para aquella situación.
Del liguero de cuero que siempre llevaba en su muslo derecho, sacó un puñal que clavó en el borde del agujero, y a medida que comenzaba a concentrar su poder, sus ojos ámbar se fueron tornando rojizos, a la par que de sus pies comenzaba a crecer la silueta de su propia sombra. Silenciosa, como una serpiente, fue deslizando aquella espesa oscuridad hasta el interior del hoyo, creando una forma tan monstruosa como podría resultar el propio Kag, el cual al presentir algo siniestro cerca de él, puso todos los sentidos alerta y se giró para mirar aquel amasijo de sombras que se arremolinaban a sus espaldas.
Catherine suspiró al ver que el Kag había caído en aquella distracción, aunque lo hizo más rápido de lo que pensaba, por lo que ahora tenía poco tiempo para actuar.
Tratando de seguir con movimientos cautelosos, fue aumentando la oscuridad hasta cubrir su propio cuerpo en sombras, a la par que se ayudaba de su cuchillo y algunos salientes para bajar. Pero en cuanto comenzó a descender, el kag ya había dado cuenta de las sombras que se arremolinaban junto a él, descubriendo que por muy densas que éstas fueran y le restara visibilidad, no le hacían daño. El fiero animal había dado varias dentelladas y garrazos al aire, removiendo la oscuridad, ofuscado y extrañado, pero aquello no quitó que cuando Catherine terminó de bajar, se percatara de su presencia en cuanto sus pies pisaron el suelo.
De pronto, la situación se convirtió en una rápida locura. El kag se abalanzó hasta Cath en el momento que ella trataba de ir hacia el cachorro, y el cachorro a su vez huyó tanto del cuerpo ensombrecido de la vampira como del kag que se disponía a atacarla.
– ¡Ihg! –No pudo evitar soltar un quejido cuando el animal la embistió haciendo que se chocara contra la pared. Pero el hecho de que ella sí fuera algo consistente a diferencia de la masa oscura que creó, volvió a confundir al kag, y eso le dio unos valiosos segundos de ventaja.
Apretó el mango del puñal con fuerza y se impulsó hacia el animal, con la intención de herirle en alguna zona de la cabeza, que fuera rápido, sólo quería eso, lo único con lo que no contaba, era el desconocimiento de aquella extraña raza, la cual estaba dotada de una excelente coraza que hizo rechinar la hoja del cuchillo sin más resultado que un triste arañón por el cual siquiera comenzó a manar ni una gota de sangre.
La vampira maldijo por lo bajo mientras las sombras comenzaban a dispersarse, sin querer malgastar más fuerzas para algo que ya era inútil, pues el animal había captado su olor, aunque por suerte, se había olvidado de todo lo demás. Cath bufó al recibir un nuevo impacto, aquella vez el kag no quería que su presa tuviera opción de contraatacar, por lo que la recibió con las fauces abiertas, hundiendo los colmillos en el antebrazo con el que la vampira trató de protegerse. Sin poder evitarlo, la albina soltó un alarido que alertó a la ragueto adulta, quién no dudó en desigualar el combate a favor de ellos.
En un salto, la felina aterrizó junto al kag y Catherine, lanzando un zarpazo sobre una de las patas delanteras del animal, el cual aulló de dolor abriendo las fauces lo justo para que la vampira lograra zafarse.
Entre suspiros cargados y jadeos, la albina observó durante pocos segundos como se las gastaba la ragueto contra aquella bestia. La felina trataba de esquivar las dentelladas del kag y contraatacaba sobre las patas del mismo. Fue entonces cuando Catherine cayó en la cuenta, aquel bicho poseía una gran defensa en su lomo y cabeza, pero no era así en la zona inferior. Su siguiente intervención sería pues, rápida, no permitiría que la madre de los cachorros saliera mal parada.
Y tal cual lo pensó, aprovechó que el kag estaba ensañado con la ragueto, para dar un salto y quedar a la espalda de la bestia. Corrió hacia él, y con los colmillos a la vista se lanzó sobre la parte trasera del cuerpo del kag, propinándole una cuchillada en la ingle, y luego otra, y otra, a cada cual seguida del lamento y los chillidos del animal de forma constante, tanto por las heridas que le estaban produciendo cerca del estómago como por los mordiscos de la ragueta que lo mantenían preso por una de sus patas.
Y tan pronto como el kag dejó de gemir para mantener la respiración hasta morir, la ragueto se apartó, y Catherine se quedó sentada en el suelo, jadeante, aún con los nervios a flor de piel, y con la mirada roja, perdida, entre toda la sangre que había salpicado su alrededor, a la ragueto y a su propio cuerpo, una vez más.
Mientras intentaba relajarse se cubrió la cara con las manos, dejando caer el cuchillo al suelo, “al menos ellos están bien, ellos están bien…” pensó, queriendo que ese hecho sirviera como excusa a una nueva y "necesaria" muerte.
Catherine Blair
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Re: Un juego de cachorros [MISIÓN: Animales fantásticos y saber dónde encontrarlos] [Catherine Blair]
La sangre del kag muerto y el llanto por parte de la pequeña ragueta de nombre Julieta se habían vuelto los protagonistas en el arenal. Desafortunados protagonistas. Al otro lado del escenario, asomados al enorme agujero en el suelo con precaución a no caerse, estaban Amis, Pontos y Dogos.
Los tres pequeños estaban felices por ver de nuevo a su hermana perdida, el cuarteto de La Roca del Rey Ragueto estaba de nuevo al completo, pero también tenían miedo. Mucho miedo. El kag era enorme, feo y horrible. Había golpeada repetidas a la chica que era su nueva amiga; la madre de los pequeños tampoco hubo estado a salvo de la criatura. Eso era malo. Si mama estuviera herida o si la nueva amiga hubiera dado su vida con tal de salvar a la de Julieta, los pequeños jamás se lo perdonarían. Que las crías fueran pequeñas no significaban que no fueran humildes. En verdad lo eran y tenían miedo de que alguien los quisiera tanto que hubiera dado su vida por su felicidad.
No fue hasta qye vieron a su madre lamer las gotas de sangre de kag que habían caído en la piel de Julieta para limpiarla de ese asqueroso pringue que Amis, Pontos y Dogos no se relajaron. Si mamá estaba bien, ellos también lo estarían. Cuando la gran felina terminó de limpiar a su hija, la misma que no había visto en días, acarició con su lomo la cintura de la joven chica y lamió sus piernas para limpiarla igual que lo hizo con su hija. A lo que la ragueta se refiere, ahora tenía cinco hijos. Cuatro felinos y la quinta vampira.
* Catherine Blair: Esto aun no ha terminado. Has matado al kag en una batalla que, sinceramente, no esperaba que fuera tan buena. Sin embargo ahora queda salir del foso de arena. Y no solo tienes que salir tú sino también la madre y la cría ragueto. Saca a los felinos del foso y reune a la familia de nuevo. Soy consciente que la madre ragueta pesa demasiado para ti; pero ten en cuenta que ella puede saltar a tu espalda y quedarse cogida con las uñas a tu camiseta sin hacerte daño. Una madre nunca debería herir a sus hijos. El siguiente turno será el último, tras él cerraré el tema. Debido a tus muy buenos posts y al cariño que te han cogido los felinos, en un futuro serás llamada para una quest relacionada con los raguetos.
Los tres pequeños estaban felices por ver de nuevo a su hermana perdida, el cuarteto de La Roca del Rey Ragueto estaba de nuevo al completo, pero también tenían miedo. Mucho miedo. El kag era enorme, feo y horrible. Había golpeada repetidas a la chica que era su nueva amiga; la madre de los pequeños tampoco hubo estado a salvo de la criatura. Eso era malo. Si mama estuviera herida o si la nueva amiga hubiera dado su vida con tal de salvar a la de Julieta, los pequeños jamás se lo perdonarían. Que las crías fueran pequeñas no significaban que no fueran humildes. En verdad lo eran y tenían miedo de que alguien los quisiera tanto que hubiera dado su vida por su felicidad.
No fue hasta qye vieron a su madre lamer las gotas de sangre de kag que habían caído en la piel de Julieta para limpiarla de ese asqueroso pringue que Amis, Pontos y Dogos no se relajaron. Si mamá estaba bien, ellos también lo estarían. Cuando la gran felina terminó de limpiar a su hija, la misma que no había visto en días, acarició con su lomo la cintura de la joven chica y lamió sus piernas para limpiarla igual que lo hizo con su hija. A lo que la ragueta se refiere, ahora tenía cinco hijos. Cuatro felinos y la quinta vampira.
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* Catherine Blair: Esto aun no ha terminado. Has matado al kag en una batalla que, sinceramente, no esperaba que fuera tan buena. Sin embargo ahora queda salir del foso de arena. Y no solo tienes que salir tú sino también la madre y la cría ragueto. Saca a los felinos del foso y reune a la familia de nuevo. Soy consciente que la madre ragueta pesa demasiado para ti; pero ten en cuenta que ella puede saltar a tu espalda y quedarse cogida con las uñas a tu camiseta sin hacerte daño. Una madre nunca debería herir a sus hijos. El siguiente turno será el último, tras él cerraré el tema. Debido a tus muy buenos posts y al cariño que te han cogido los felinos, en un futuro serás llamada para una quest relacionada con los raguetos.
Sigel
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Re: Un juego de cachorros [MISIÓN: Animales fantásticos y saber dónde encontrarlos] [Catherine Blair]
El roce del pelaje del animal contra su brazo fue lo único que logró hacer regresar a Catherine de sus pensamientos. La joven albina fue separando poco a poco las manos de su rostro mientras observaba con extraña ternura cómo la ragueto adulta comenzaba a limpiarle la sangre, al igual que hizo con la pequeña.
Cath soltó un suspiro y esbozó una ligera sonrisa acariciando el lomo de la felina, la cual no dejó de lamer la piel de la vampira hasta haber dado por finalizado su propósito de hacer desaparecer todo fluido carmesí que no fuera el propio. Y fue con ello que se ensañó hasta el punto que casi hizo daño a la albina, por supuesto sin ser su intención.
La chica apretó los labios cuando la áspera lengua de la ragueto acarició una y otra vez la herida que el kag le había propinado en el brazo.
– Ya, ya está bien pequeña… –Susurró Cath haciendo que una de las caricias sobre la cabeza de la felina se convirtiera en un gesto que la hiciera clavar sus ojos en los del animal. – Estoy bien. –Le prometió, aunque el animal ya no la miraba, buscaba de nuevo con los morros la zona sangrante.
Catherine volvió a suspirar, y consciente de que sus palabras nunca serían comprensibles para la ragueto, la volvió a apartar con delicadeza y, tras rasgar otro trozo más de su ya raída falda, se cubrió la herida con un vendaje improvisado. La madre ragueto ladeó la cabeza observando cómo se taponaban los cortes y dejaban de sangrar, y extrañada volvió a husmear la zona vendada, bufando de manera conforme, así como lo estaba la nuevamente sonriente vampira.
– Vamos, mamá –La llamó, por referirse a ella como lo que era, más que porque la considerase su madre, no se creía merecedora de aquello aunque el animal lo pensara. – Tienes que volver con tus chicos. Con todos. –Miró a la cachorra causante de tantas preocupaciones y se dispuso a buscar por la pared alguna zona saliente en la que poder ayudarse para subir.
Sabía que bajar había sido mucho más sencillo, y que probablemente la ragueto no tendría demasiados problemas a la hora de escalar aquella pared ayudándose de sus garras. Quién lo tenía más crudo era ella.
A ojo podía decir que eran más de siete u ocho metros de altura, y entre sus pies descalzos, el brazo herido, y como única sujeción segura su pequeño puñal… Catherine se arrepintió demasiado de no haber buscado algo con lo que haber bajado de manera más sofisticada.
Logró dar con una zona de la pared que era más rocosa que arenosa, esperaba que fuera así en toda su longitud si no quería tener problemas a mitad de camino. Y con un sutil sonido de garganta llamó la atención de la ragueta.
La felina, al ver como Catherine se encaramaba a las primeras rocas salientes, supo que era hora de salir de allí, y rápida, agarró de un bocado a su cría y cogió carrerilla impulsándose para saltar y agarrarse con todas las uñas de sus zarpas extendidas a la pared, logrando sacar más de un metro por encima del pobre intento de la vampira de comenzar la escalada.
Catherine la miró con los ojos abiertos de par en par, envidiando a más no poder la facilidad –dentro de la clara dificultad– que suponía subir por aquel sitio.
La chica se miró sus manos, sus uñas, ni tan siquiera podría soñar con lograr lo que la felina había hecho en un segundo, y como bien pudo, comenzó a subir clavando el cuchillo con la mayor fuerza que concentraba en la pared. Le estaba costando demasiado subir siquiera los primeros pasos, y es que la herida del brazo la fastidiaba más de lo que creía.
En menos de cuatro o cinco movimientos para avanzar, la sangre comenzaba a impregnar el vendaje, observándose como tras la tela se estaban volviendo a abrir las heridas.
La ragueto adulta ya había logrado más de la mitad del recorrido, de vez en cuando movía la cabeza para mirar de reojo a la albina, quién se quedaba atrás, y bufaba descontenta, apurándose cada vez más para dejar a salvo a la pequeña cachorra y volver a por Catherine.
La vampira a su vez se alegraba al ver que la felina conseguía llegar al final, y por otro lado comenzaba a invadirla una sensación de agobio que la hacía pensar que, una vez salvados sus cachorros, la ragueto la dejaría atrás. Al fin y al cabo, no era más que un animal… ¿verdad?
La respiración de la chica se hacía más constante, hasta convertirse en jadeos desesperados por cada vez que su torpe brazo herido temblaba de dolor haciendo más inestable su subida. La sangre volvía a gotear, deslizándose hacia su codo, así como las gotitas de sudor perlaban su frente y se resbalaban por la misma. Pronto perdió de vista al animal, ya se había reunido con sus cachorros dejando a la que faltaba junto al resto de sus hermanos, y cuando un último suspiro de resignación desalojó el pecho hinchado de Cath, la cabecita de la madre raqueto volvió a asomar, emitiendo un rugido, una nueva llamada. Ahora la llamaba a ella, o más bien, la avisaba, la avisó de que iba a bajar.
La ragueto se deslizó por la pared como hizo hacía minutos para ayudarla a desequilibrar la balanza. Corrió por la superficie empinada unos metros y saltó los restantes hasta encontrarse de nuevo en el suelo; se volvió a impulsar, y entonces, cayó justo encima de Cath, quién se quedó completamente paralizada al ver al animal arrojarse hasta donde estaba ella.
No parecían necesitar demasiadas palabras, la ragueto lanzó una mirada de apremio a la chica, y ésta sujetó de un pellizco el pelaje de su lomo con la mano del brazo herido. Entre las dos, con la ayuda de las cuatro garras de la felina y el fiel cuchillo de la vampira, consiguieron superar la altura restante hasta llegar al borde del agujero.
La ragueto dio un salto cuando ya se vio arriba, y tirando del pelo de Catherine la ayudó a terminar de subir mientras la chica se deslizaba con esfuerzo y un cierto dolor añadido por los tirones del animal sobre su cabello. Aunque aquello facilitó y apresuró bastante el final de la subida.
Y finalmente, la chica logró tomar bajo su cuerpo la estabilidad del suelo firme, girándose sobre sí misma hasta quedar bocarriba, retomando el control de su respiración y clavando una vista cansada sobre el amplio cielo estrellado del que podía presumir la despejada llanura.
Los cachorros de ragueto jugueteaban con su hermanita perdida, alegres de volver a verla, y la ragueto adulta, los observó durante unos segundos, satisfecha, antes de volverse hacia la vampira, recibirla con una caricia cargada de roncos ronroneos y volver a lamer la sangre que había derramado por su brazo durante la escalada.
Catherine sonrió incorporándose, mirando a la familia por fin al completo. No podía decir que su paso por el Arenal no había sido gratificante después de tantos problemas.
Cath soltó un suspiro y esbozó una ligera sonrisa acariciando el lomo de la felina, la cual no dejó de lamer la piel de la vampira hasta haber dado por finalizado su propósito de hacer desaparecer todo fluido carmesí que no fuera el propio. Y fue con ello que se ensañó hasta el punto que casi hizo daño a la albina, por supuesto sin ser su intención.
La chica apretó los labios cuando la áspera lengua de la ragueto acarició una y otra vez la herida que el kag le había propinado en el brazo.
– Ya, ya está bien pequeña… –Susurró Cath haciendo que una de las caricias sobre la cabeza de la felina se convirtiera en un gesto que la hiciera clavar sus ojos en los del animal. – Estoy bien. –Le prometió, aunque el animal ya no la miraba, buscaba de nuevo con los morros la zona sangrante.
Catherine volvió a suspirar, y consciente de que sus palabras nunca serían comprensibles para la ragueto, la volvió a apartar con delicadeza y, tras rasgar otro trozo más de su ya raída falda, se cubrió la herida con un vendaje improvisado. La madre ragueto ladeó la cabeza observando cómo se taponaban los cortes y dejaban de sangrar, y extrañada volvió a husmear la zona vendada, bufando de manera conforme, así como lo estaba la nuevamente sonriente vampira.
– Vamos, mamá –La llamó, por referirse a ella como lo que era, más que porque la considerase su madre, no se creía merecedora de aquello aunque el animal lo pensara. – Tienes que volver con tus chicos. Con todos. –Miró a la cachorra causante de tantas preocupaciones y se dispuso a buscar por la pared alguna zona saliente en la que poder ayudarse para subir.
Sabía que bajar había sido mucho más sencillo, y que probablemente la ragueto no tendría demasiados problemas a la hora de escalar aquella pared ayudándose de sus garras. Quién lo tenía más crudo era ella.
A ojo podía decir que eran más de siete u ocho metros de altura, y entre sus pies descalzos, el brazo herido, y como única sujeción segura su pequeño puñal… Catherine se arrepintió demasiado de no haber buscado algo con lo que haber bajado de manera más sofisticada.
Logró dar con una zona de la pared que era más rocosa que arenosa, esperaba que fuera así en toda su longitud si no quería tener problemas a mitad de camino. Y con un sutil sonido de garganta llamó la atención de la ragueta.
La felina, al ver como Catherine se encaramaba a las primeras rocas salientes, supo que era hora de salir de allí, y rápida, agarró de un bocado a su cría y cogió carrerilla impulsándose para saltar y agarrarse con todas las uñas de sus zarpas extendidas a la pared, logrando sacar más de un metro por encima del pobre intento de la vampira de comenzar la escalada.
Catherine la miró con los ojos abiertos de par en par, envidiando a más no poder la facilidad –dentro de la clara dificultad– que suponía subir por aquel sitio.
La chica se miró sus manos, sus uñas, ni tan siquiera podría soñar con lograr lo que la felina había hecho en un segundo, y como bien pudo, comenzó a subir clavando el cuchillo con la mayor fuerza que concentraba en la pared. Le estaba costando demasiado subir siquiera los primeros pasos, y es que la herida del brazo la fastidiaba más de lo que creía.
En menos de cuatro o cinco movimientos para avanzar, la sangre comenzaba a impregnar el vendaje, observándose como tras la tela se estaban volviendo a abrir las heridas.
La ragueto adulta ya había logrado más de la mitad del recorrido, de vez en cuando movía la cabeza para mirar de reojo a la albina, quién se quedaba atrás, y bufaba descontenta, apurándose cada vez más para dejar a salvo a la pequeña cachorra y volver a por Catherine.
La vampira a su vez se alegraba al ver que la felina conseguía llegar al final, y por otro lado comenzaba a invadirla una sensación de agobio que la hacía pensar que, una vez salvados sus cachorros, la ragueto la dejaría atrás. Al fin y al cabo, no era más que un animal… ¿verdad?
La respiración de la chica se hacía más constante, hasta convertirse en jadeos desesperados por cada vez que su torpe brazo herido temblaba de dolor haciendo más inestable su subida. La sangre volvía a gotear, deslizándose hacia su codo, así como las gotitas de sudor perlaban su frente y se resbalaban por la misma. Pronto perdió de vista al animal, ya se había reunido con sus cachorros dejando a la que faltaba junto al resto de sus hermanos, y cuando un último suspiro de resignación desalojó el pecho hinchado de Cath, la cabecita de la madre raqueto volvió a asomar, emitiendo un rugido, una nueva llamada. Ahora la llamaba a ella, o más bien, la avisaba, la avisó de que iba a bajar.
La ragueto se deslizó por la pared como hizo hacía minutos para ayudarla a desequilibrar la balanza. Corrió por la superficie empinada unos metros y saltó los restantes hasta encontrarse de nuevo en el suelo; se volvió a impulsar, y entonces, cayó justo encima de Cath, quién se quedó completamente paralizada al ver al animal arrojarse hasta donde estaba ella.
No parecían necesitar demasiadas palabras, la ragueto lanzó una mirada de apremio a la chica, y ésta sujetó de un pellizco el pelaje de su lomo con la mano del brazo herido. Entre las dos, con la ayuda de las cuatro garras de la felina y el fiel cuchillo de la vampira, consiguieron superar la altura restante hasta llegar al borde del agujero.
La ragueto dio un salto cuando ya se vio arriba, y tirando del pelo de Catherine la ayudó a terminar de subir mientras la chica se deslizaba con esfuerzo y un cierto dolor añadido por los tirones del animal sobre su cabello. Aunque aquello facilitó y apresuró bastante el final de la subida.
Y finalmente, la chica logró tomar bajo su cuerpo la estabilidad del suelo firme, girándose sobre sí misma hasta quedar bocarriba, retomando el control de su respiración y clavando una vista cansada sobre el amplio cielo estrellado del que podía presumir la despejada llanura.
Los cachorros de ragueto jugueteaban con su hermanita perdida, alegres de volver a verla, y la ragueto adulta, los observó durante unos segundos, satisfecha, antes de volverse hacia la vampira, recibirla con una caricia cargada de roncos ronroneos y volver a lamer la sangre que había derramado por su brazo durante la escalada.
Catherine sonrió incorporándose, mirando a la familia por fin al completo. No podía decir que su paso por el Arenal no había sido gratificante después de tantos problemas.
Catherine Blair
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Re: Un juego de cachorros [MISIÓN: Animales fantásticos y saber dónde encontrarlos] [Catherine Blair]
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FIN
* Catherine Blair Considero que siempre es más difícil tratar con animales que con personas. Ellos usan una manera de comunicación que nosotros, muchas veces, no podemos entender. ¿Verdad? Aquí hemos visto parte de esa lengua que ellos hablan sin decir nada y hemos podido resolverla tan bien que ya eres considerada como un miembro más de la familia de raguetos. Es por esto que, si la manada de raguetos te llama a formar parte de una quest, no podrás decir que no.
Recompensas:
* +3 ptos de experiencia en función de la calidad del texto.
* +3 ptos de experiencia en función de la originalidad del usuario.
* +4 ptos de experiencia en función a la descripción y acciones que se le da la criatura o planta que se muestra en la misión.
* 10 ptos totales de experiencia
Los puntos han sido sumados directamente a tu perfil.
Objeto mágico: Aguja de la Reina Ragueta
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Objeto mágico: Aguja de la Reina Ragueta
- Aguja de la Reina Ragueta:
- [Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]
Sabes mucho de este objeto: su peso, su tamaño, su forma, cómo te fue concedido... Quizás, lo único que te falta saber de él es su utilidad. Esta aguja es mágica (obviamente) y tras haber jugado con los pequeños raguetos a su juego privado, ha comenzado a brillar con una tenue luz amarilla. Este objeto tiene la habilidad de moverse sola para coser por si solo cualquier agujero. Ya sea una brecha en tu corsé, la boca de un troll o una mala herida apunto de infectarse... cualquier agujero lo podrá cerrar. Ese objeto se puede utilizar hasta tres veces, una vez agotados sus usos pasará a ser una simple aguja metal.como las que tiene mi abuela
Sigel
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