Una mala caída. [Priv. Akanke] [Interpretativo] [Día] [1/1]
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Una mala caída. [Priv. Akanke] [Interpretativo] [Día] [1/1]
Los cascos de Heric pisaban el suelo del bosque cubierto por un mosaico de hojas amarillas, ocres y marrones, los árboles de madera oscura alzaban sus ramas desnudas hacia el cielo, como si clamaran por sus hojas perdidas. Era un lugar hermoso que le recordaba a su hogar, pero aquella alfombra blanda y húmeda era un peligro, ya que podía ocultarse un agujero en algún sitio que le podría provocar una cojera, todo un problema para un centauro. El centauro iba con los sentidos alerta, estaba en una zona desconocida al fin y al cabo. Llevaba sus pertenencias en unas alforjas que iban a los costados, la tienda y la capa que se había quitado iban enrolladas sobre su lomo. El arco y la aljaba iban a su espalda. Las noches y mañanas eran muy frías, por lo que llevaba una cazadora de cuero y una bufanda verde en torno al cuello. Tras alzarla un poco para cubrirse las mejillas, alzó la mirada al cielo azul, viendo como unas enormes nubes blancas se desplazaban impulsadas por el viento. Sonrió al recordar que su madre le contaba de pequeño que las nubes eran las casas de los dragones.
—Supongo que me queda mucho mundo por conocer. —Habló consigo mismo dejando escapar unas nubes de vaho antes de ponerse al trote y avanzar por el sendero que le habían indicado.
Su objetivo era visitar las grandes ciudades de la zona, pues había oído que Astrid, su amiga de la infancia, se encontraba trabajando en una especie de gremio que cumplía todo tipo de misiones. Solo esperaba que su instinto y la información conseguida no estuviera equivocadas. El otro problema era el tema de las ciudades, por lo que había oído eran lugares enormes, poblaciones más grandes que todas las aldeas y pueblos que ya había visto juntos, con edificios tan altos que parecían querer alcanzar las nubes. La mente del centauro era incapaz de imaginar algo así, sobre todo porque un edificio alto era indicativo de escaleras y ninguno de su especie era amigo de las escaleras. De repente se quedó paralizado en mitad de un paso, agudizó sus sentidos y se llevó la mano al arco, en menos de un parpadeó tenía una flecha lista y buscó refugio tras un árbol. Le había llegado un olor intenso y nauseabundo, como a carne podrida macerando en una letrina. Nunca antes lo había olido, pero había escuchado muchas descripciones, entre ellas varias de su padre, que cuando fue joven había recorrido bastante mundo y le habló de los goblins. Le dijo que eran seres repugnantes, taimados, mentirosos y astutos. También le dijo que eran cobardes y que nunca atacaban solos.
Con el corazón latiendo desbocado en su pecho revisó el entorno que tenía frente a él con sus ojos, pues su instinto le decía que sus enemigos estaban allí, pero de repente escuchó el silbido de una flecha y dio un grito y un salto al notar que aquella le rozó la grupa, el ataque vino de un lado. Con un gruñido echó a correr al tiempo que alzaba el arco al ver aparecer a un par de criaturas y las abatió en dos rápidos flechazos antes de que aquellas tuvieran tiempo de dispararle a él con sus pequeños arcos. Pasó entre ellas jadeando al notar que la herida de la grupa le escocía, había tenido suerte de que no se le clavara en el músculo y supuso que la flecha tenía algún tipo de veneno tal como le había contado su padre que hacían aquellas odiosas criaturas. Más flechas silbaban al atravesar el aire, y dio gracias a que aquellas criaturas no cuidaran bien de sus equipos, pues una flecha producía aquel sonido cuando las plumas no estaban bien pegadas. Resollando notó un hormigueo que se iba extendiendo desde la herida y supo que aquel veneno era algún tipo de sedante o paralizante y de efecto rápido. Se volvió un instante y disparó otras dos flechas, aunque solo una de ellas alcanzó a otro de sus atacantes que gritaban desesperados y disparaban con torpeza sus flechas. Estaba perdiendo vista y coordinación, debía alejarse todo lo posible, pero justo cuando se volvió para mirar al frente y ver por donde corría, una red de cuerda resistente se alzó del suelo cubierto de hojas ante sus narices y chocó con ella. Lo siguiente que fue consciente fue de una aparatosa caída, rodando por las hojas húmedas y deteniéndose jadeando de dolor cubierto por la red llena de hojas. Manoteó hasta deshacerse de la red, el arco estaba caído a un lado junto a varias de sus flechas, veloz encordó una y disparó a una de aquellas criaturas que corría hacia él con una vieja hacha de leñador, el proyectil le impactó en el pecho y lo lanzó hacia atrás. Los gritos de "comida, comida" vociferados por las criaturas le pusieron el pelo de punta. Desesperado pataleó para deshacerse de la red antes de que se le echaran encima y lo descuartizaran, solo un milagro lograría sacarlo de esa situación con vida.
—Supongo que me queda mucho mundo por conocer. —Habló consigo mismo dejando escapar unas nubes de vaho antes de ponerse al trote y avanzar por el sendero que le habían indicado.
Su objetivo era visitar las grandes ciudades de la zona, pues había oído que Astrid, su amiga de la infancia, se encontraba trabajando en una especie de gremio que cumplía todo tipo de misiones. Solo esperaba que su instinto y la información conseguida no estuviera equivocadas. El otro problema era el tema de las ciudades, por lo que había oído eran lugares enormes, poblaciones más grandes que todas las aldeas y pueblos que ya había visto juntos, con edificios tan altos que parecían querer alcanzar las nubes. La mente del centauro era incapaz de imaginar algo así, sobre todo porque un edificio alto era indicativo de escaleras y ninguno de su especie era amigo de las escaleras. De repente se quedó paralizado en mitad de un paso, agudizó sus sentidos y se llevó la mano al arco, en menos de un parpadeó tenía una flecha lista y buscó refugio tras un árbol. Le había llegado un olor intenso y nauseabundo, como a carne podrida macerando en una letrina. Nunca antes lo había olido, pero había escuchado muchas descripciones, entre ellas varias de su padre, que cuando fue joven había recorrido bastante mundo y le habló de los goblins. Le dijo que eran seres repugnantes, taimados, mentirosos y astutos. También le dijo que eran cobardes y que nunca atacaban solos.
Con el corazón latiendo desbocado en su pecho revisó el entorno que tenía frente a él con sus ojos, pues su instinto le decía que sus enemigos estaban allí, pero de repente escuchó el silbido de una flecha y dio un grito y un salto al notar que aquella le rozó la grupa, el ataque vino de un lado. Con un gruñido echó a correr al tiempo que alzaba el arco al ver aparecer a un par de criaturas y las abatió en dos rápidos flechazos antes de que aquellas tuvieran tiempo de dispararle a él con sus pequeños arcos. Pasó entre ellas jadeando al notar que la herida de la grupa le escocía, había tenido suerte de que no se le clavara en el músculo y supuso que la flecha tenía algún tipo de veneno tal como le había contado su padre que hacían aquellas odiosas criaturas. Más flechas silbaban al atravesar el aire, y dio gracias a que aquellas criaturas no cuidaran bien de sus equipos, pues una flecha producía aquel sonido cuando las plumas no estaban bien pegadas. Resollando notó un hormigueo que se iba extendiendo desde la herida y supo que aquel veneno era algún tipo de sedante o paralizante y de efecto rápido. Se volvió un instante y disparó otras dos flechas, aunque solo una de ellas alcanzó a otro de sus atacantes que gritaban desesperados y disparaban con torpeza sus flechas. Estaba perdiendo vista y coordinación, debía alejarse todo lo posible, pero justo cuando se volvió para mirar al frente y ver por donde corría, una red de cuerda resistente se alzó del suelo cubierto de hojas ante sus narices y chocó con ella. Lo siguiente que fue consciente fue de una aparatosa caída, rodando por las hojas húmedas y deteniéndose jadeando de dolor cubierto por la red llena de hojas. Manoteó hasta deshacerse de la red, el arco estaba caído a un lado junto a varias de sus flechas, veloz encordó una y disparó a una de aquellas criaturas que corría hacia él con una vieja hacha de leñador, el proyectil le impactó en el pecho y lo lanzó hacia atrás. Los gritos de "comida, comida" vociferados por las criaturas le pusieron el pelo de punta. Desesperado pataleó para deshacerse de la red antes de que se le echaran encima y lo descuartizaran, solo un milagro lograría sacarlo de esa situación con vida.
Kida Escamarubí
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Re: Una mala caída. [Priv. Akanke] [Interpretativo] [Día] [1/1]
Larga era la caminata, pero la centáuride no sentía el cansancio en su cuerpo. Avanzaba por el bosque con determinación. Hacía frío, eso sí que lo sentía. Pero era la época del año en que la temperatura bajaba y ella debía cubrir su cuerpo. Las ropas le incomodaban pero prefería aquello al penetrante frío.
Viajaba sola, esta vez no pidió compañía a los monos. Aquello de lo que debía encargarse era asunto personal que no tenía que ver con ellos. No había logrado resolverlo, pero el viaje no fue totalmente en vano. Ya era tiempo de volver, tenía que hacerlo para poder reorganizar su objetivo.
El viaje había transcurrido sin novedades, ya llevaba un par de días avanzando que en realidad habían sido aburridos. Se había dedicado a conocer mejor la fauna y flora local, los aromas y sensaciones que aquel bosque le despertaban. Se sentía poderosa allí, la energía del bosque fluía por su cuerpo. Respiró hondo y el frío aire le llenó el pecho. ¡Cuán feliz era allí! Tanta paz.
Pero aquel lugar era un bosque, allí jamás hay paz. La vida bulle como en la más habitada ciudad. En un bosque, por muy tranquilo que luzca, siempre están ocurriendo cosas, la rueda de la vida girando a toda velocidad. Gritos muy cercanos irrumpieron la calma del lugar, alertando a Akanke, quien afirmó su báculo con firmeza.
De quedó quieta, alerta, tratando de identificar de dónde venían las voces, las cuales sonaban cada vez más cerca. Aquel griterío era sin lugar a dudas una faena de cacería que se acercaba demasiado para su gusto. Percibió entonces el hedor nauseabundo de los goblins. Odiaba a aquellas criaturas, eran sucias, ruidosas y destructivas. No eran seres del bosque en realidad, pero tampoco pertenecían a algún otro lugar. Estaban en todos lados, abundantes, como una plaga.
Ahora la centáuride tenía que decidir si huir o enfrentarlos. Pero ellos siempre eran muchos y de hecho, esos sonaban como una gran pandilla. Era mejor hacerse a un lado y dejarlos con sus asuntos. Pero dejar pasar un enfrentamiento no estaba en la naturaleza de Akanke. Movida por un deseo de pelea, sujetó con firmeza su báculo mágico y corrió hacia los gritos.
Esquivó árboles y saltó sobre unos arbustos. En el aire, golpeó con su arma al primer goblin que se le atravezó en el camino. Este voló lejos y se estrelló contra el tronco de un árbol. Su presencia enseguida alertó a los demás bichos, la mayoría giró para enfrentarla, unos cuantos siguieron persiguiendo a su presa.
Si bien la superaban en número, Akanke era una diestra guerrera, entre coces y bastonazos hizo volar a los goblins, quienes pronto se dieron cuenta que no podrían derrotarla. Entonces huyeron, siguiendo al resto y a la presa. La centáuride, inconforme con la pelea, corrió detrás.
Alcanzó al grupo y alzó el báculo, dispuesta a barrer con todos de un golpe, pero frenó en seco, deslizándose sobre el húmedo suelo del bosque. No podía creer lo que sus ojos veían. Aquello que perseguían los goblins era un centauro. Un ser como ella, mitad hombre y mitad equino. Habían logrado hacerlo caer y tenía una herida. Intentaba con desesperación liberarse de la red en la que había caído mientras se acercaban más y más los pequeños bichos hediondos.
Ella quedó estática sin poder creer a sus ojos. Hacía demasiado tiempo que no veía a alguien como ella. No era idéntico, obviamente no era un bij'hago pues su piel era de otro color, pero por lo demás era igual a ella. Le tomó un instante reaccionar y abalanzarse sobre los goblins. Tenía que salvarlo. Corrió dando largas zancadas para lograr interponerse entre el centauro y sus persecutores.
Con su báculo, golpeó a los goblins en un barrido hacia un costado. Cayeron unos sobre otros. Habiendo ganado algo de tiempo, giró y extendió la mano hacia el centauro -¡Vamos!- gritó, mirándolo con expresión angustiada. En aquel momento solo quería que él la tomara y se dejara llevar por ella. Estaba herido, no podrían correr con la velocidad que deberían, pero ella lo ayudaría, lo cargaría de ser necesario. Tenía que ayudarlo, él era como ella.
Viajaba sola, esta vez no pidió compañía a los monos. Aquello de lo que debía encargarse era asunto personal que no tenía que ver con ellos. No había logrado resolverlo, pero el viaje no fue totalmente en vano. Ya era tiempo de volver, tenía que hacerlo para poder reorganizar su objetivo.
El viaje había transcurrido sin novedades, ya llevaba un par de días avanzando que en realidad habían sido aburridos. Se había dedicado a conocer mejor la fauna y flora local, los aromas y sensaciones que aquel bosque le despertaban. Se sentía poderosa allí, la energía del bosque fluía por su cuerpo. Respiró hondo y el frío aire le llenó el pecho. ¡Cuán feliz era allí! Tanta paz.
Pero aquel lugar era un bosque, allí jamás hay paz. La vida bulle como en la más habitada ciudad. En un bosque, por muy tranquilo que luzca, siempre están ocurriendo cosas, la rueda de la vida girando a toda velocidad. Gritos muy cercanos irrumpieron la calma del lugar, alertando a Akanke, quien afirmó su báculo con firmeza.
De quedó quieta, alerta, tratando de identificar de dónde venían las voces, las cuales sonaban cada vez más cerca. Aquel griterío era sin lugar a dudas una faena de cacería que se acercaba demasiado para su gusto. Percibió entonces el hedor nauseabundo de los goblins. Odiaba a aquellas criaturas, eran sucias, ruidosas y destructivas. No eran seres del bosque en realidad, pero tampoco pertenecían a algún otro lugar. Estaban en todos lados, abundantes, como una plaga.
Ahora la centáuride tenía que decidir si huir o enfrentarlos. Pero ellos siempre eran muchos y de hecho, esos sonaban como una gran pandilla. Era mejor hacerse a un lado y dejarlos con sus asuntos. Pero dejar pasar un enfrentamiento no estaba en la naturaleza de Akanke. Movida por un deseo de pelea, sujetó con firmeza su báculo mágico y corrió hacia los gritos.
Esquivó árboles y saltó sobre unos arbustos. En el aire, golpeó con su arma al primer goblin que se le atravezó en el camino. Este voló lejos y se estrelló contra el tronco de un árbol. Su presencia enseguida alertó a los demás bichos, la mayoría giró para enfrentarla, unos cuantos siguieron persiguiendo a su presa.
Si bien la superaban en número, Akanke era una diestra guerrera, entre coces y bastonazos hizo volar a los goblins, quienes pronto se dieron cuenta que no podrían derrotarla. Entonces huyeron, siguiendo al resto y a la presa. La centáuride, inconforme con la pelea, corrió detrás.
Alcanzó al grupo y alzó el báculo, dispuesta a barrer con todos de un golpe, pero frenó en seco, deslizándose sobre el húmedo suelo del bosque. No podía creer lo que sus ojos veían. Aquello que perseguían los goblins era un centauro. Un ser como ella, mitad hombre y mitad equino. Habían logrado hacerlo caer y tenía una herida. Intentaba con desesperación liberarse de la red en la que había caído mientras se acercaban más y más los pequeños bichos hediondos.
Ella quedó estática sin poder creer a sus ojos. Hacía demasiado tiempo que no veía a alguien como ella. No era idéntico, obviamente no era un bij'hago pues su piel era de otro color, pero por lo demás era igual a ella. Le tomó un instante reaccionar y abalanzarse sobre los goblins. Tenía que salvarlo. Corrió dando largas zancadas para lograr interponerse entre el centauro y sus persecutores.
Con su báculo, golpeó a los goblins en un barrido hacia un costado. Cayeron unos sobre otros. Habiendo ganado algo de tiempo, giró y extendió la mano hacia el centauro -¡Vamos!- gritó, mirándolo con expresión angustiada. En aquel momento solo quería que él la tomara y se dejara llevar por ella. Estaba herido, no podrían correr con la velocidad que deberían, pero ella lo ayudaría, lo cargaría de ser necesario. Tenía que ayudarlo, él era como ella.
Akanke
Sacerdotisa del Templo de los Monos
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Re: Una mala caída. [Priv. Akanke] [Interpretativo] [Día] [1/1]
Herick se sentía cada vez más desorientado y aturdido, pateó una vez más la red que tenía enredada en las patas y sintió que casi se la había quitado de encima y de paso, sin quererlo, había golpeado a un goblin con uno de los cascos de las patas traseras, mandándolo a volar y cayendo muerto con el pecho hundido y echando sangre negra por la boca de dientes afilados y podridos. Ya apenas si le respondían los dedos para poder encordar otra flecha, por lo que al próximo goblin que se le echó encima lo golpeó con el propio arco, partiéndole el cuello. De repente se quedó parpadeando desconcertado cuando los goblins empezaron a gritar, no aclamándolo como su próxima comida, sino gritando de dolor, sorpresa y miedo. Creía que era efecto de la droga o el veneno de la herida cuando de repente se materializó ante él una centauro, no la conocía y no se parecía a ningún otro centauro que hubiera visto antes, aunque le recordó al herrero de su aldea, que tenía el pelaje negro y la piel morena, pero no tanto. Cuando la miró a aquellos ojos dorados quedó fascinado, era la centauro más hermosa que hubiera visto nunca y sintió una punzada de arrepentimiento al pensar en Astrid. Al fin sus ojos enfocaron la mano de la hembra y la tomó con fuerzas renovadas, sintiendo como una inyección de adrenalina le recorría el cuerpo y se incorporó un poco tambaleante, sacudiendo la cabeza.
—M-me han drogado… —Consiguió articular antes de echar a andar, pero al notar que le flaqueaban un poco las patas se apoyó en ella, pasándole un brazo por los hombros. —Lo siento, no podré correr demasiado deprisa. —Se disculpó, teniendo el arco sujeto con firmeza con la otra mano.
Escuchó un ruido a su espalda y lanzó una coz sin pensarlo siquiera, golpeando en la cara a un goblin matándolo en el acto y dejándole desfigurado. Echó a correr o a trotar junto a la centauro en cuanto ella se pusiera en marcha, jadeando y tratando de mantenerse despierto, moviendo los cascos sin parar. Por suerte para ellos las bajas entre los goblins habían sido más de lo que aquellas apestosas criaturas estaban preparadas para asimilar, por lo que pusieron poco entusiasmo en perseguirlos.
—N-no puedo más… —Jadeó, apretando los dientes y notando que no podía dar un paso más. —Tengo algo en mis alforjas… —Dijo soltando un momento el arco y llevando una mano hacia las correas de la alforja que tenía a su izquierda, tratando de desabrocharla. —Tengo una mezcla de semillas de guaraná y otras plantas, dámelo. Es un pequeño frasco de madera circular con runas moradas. —Pidió jadeando un poco, esperando a que se lo diera para tomar un poco de pasta con los dedos y se lo llevó a la boca. —¿Me lo puedes poner también en la herida? —Le preguntó.
Por el olor que desprendía la pasta también llevaría romero, aole vera y otras. Heric pronto notó que el ungüento le hacía efecto y el sueño iba abandonando su mente y su cuerpo, empezando a dejar de sentir aquella flojera acompañada de hormigueo que tenía por todo el cuerpo, principalmente en las patas.
—Creo que ya no nos siguen… —Observó tras agudizar los sentidos. —Por cierto, mi nombre es Heric Viento Ligero, con Heric basta. —Dijo con una pequeña sonrisa, mirándose el cuerpo, pasándose las manos para tratar de quitarse el polvo de encima y sacudió la cola para que se soltaran la mayoría de las hojas. —Muchas gracias por tu ayuda, te debo la vida. —Agradeció sin exagerar, ofreciéndole la mano y el antebrazo para que se lo estrechara, aunque desconocía si ella compartía aquella costumbre. —Deberíamos alejarnos de aquí… ¿Tú conoces el terreno? Yo soy forastero y no conozco el territorio, busco la ciudad más cercana, una amiga podría estar allí y debo encontrarla. —Explicó con confianza, no solo por que le hubiera salvado la vida, sino porque era de su misma especie, aunque de un clan distinto sin ninguna duda.
—M-me han drogado… —Consiguió articular antes de echar a andar, pero al notar que le flaqueaban un poco las patas se apoyó en ella, pasándole un brazo por los hombros. —Lo siento, no podré correr demasiado deprisa. —Se disculpó, teniendo el arco sujeto con firmeza con la otra mano.
Escuchó un ruido a su espalda y lanzó una coz sin pensarlo siquiera, golpeando en la cara a un goblin matándolo en el acto y dejándole desfigurado. Echó a correr o a trotar junto a la centauro en cuanto ella se pusiera en marcha, jadeando y tratando de mantenerse despierto, moviendo los cascos sin parar. Por suerte para ellos las bajas entre los goblins habían sido más de lo que aquellas apestosas criaturas estaban preparadas para asimilar, por lo que pusieron poco entusiasmo en perseguirlos.
—N-no puedo más… —Jadeó, apretando los dientes y notando que no podía dar un paso más. —Tengo algo en mis alforjas… —Dijo soltando un momento el arco y llevando una mano hacia las correas de la alforja que tenía a su izquierda, tratando de desabrocharla. —Tengo una mezcla de semillas de guaraná y otras plantas, dámelo. Es un pequeño frasco de madera circular con runas moradas. —Pidió jadeando un poco, esperando a que se lo diera para tomar un poco de pasta con los dedos y se lo llevó a la boca. —¿Me lo puedes poner también en la herida? —Le preguntó.
Por el olor que desprendía la pasta también llevaría romero, aole vera y otras. Heric pronto notó que el ungüento le hacía efecto y el sueño iba abandonando su mente y su cuerpo, empezando a dejar de sentir aquella flojera acompañada de hormigueo que tenía por todo el cuerpo, principalmente en las patas.
—Creo que ya no nos siguen… —Observó tras agudizar los sentidos. —Por cierto, mi nombre es Heric Viento Ligero, con Heric basta. —Dijo con una pequeña sonrisa, mirándose el cuerpo, pasándose las manos para tratar de quitarse el polvo de encima y sacudió la cola para que se soltaran la mayoría de las hojas. —Muchas gracias por tu ayuda, te debo la vida. —Agradeció sin exagerar, ofreciéndole la mano y el antebrazo para que se lo estrechara, aunque desconocía si ella compartía aquella costumbre. —Deberíamos alejarnos de aquí… ¿Tú conoces el terreno? Yo soy forastero y no conozco el territorio, busco la ciudad más cercana, una amiga podría estar allí y debo encontrarla. —Explicó con confianza, no solo por que le hubiera salvado la vida, sino porque era de su misma especie, aunque de un clan distinto sin ninguna duda.
Kida Escamarubí
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Re: Una mala caída. [Priv. Akanke] [Interpretativo] [Día] [1/1]
Los asquerosos goblins llovían sobre ellos, atacando con insistencia. Las poderosas coces de ambos centauros no parecían disuadirlos mucho, hasta que el el joven macho golpeó con fuerza en la cara a uno, destrozándosela por completo. Al caer muerto aquel goblin, los demás comenzaron a cesar su ataque. Akanke había ofrecido su mano al centauro, quien rápidamente la tomó. Pero estaba bajo los efectos de algún veneno y su andar era torpe. Ella se lo acomodó lo mejor que pudo para correr lejos. Lo más inteligente era poner tierra de por medio entre ellos y la pandilla de goblins.
Tras recorrer un par de kilómetros, durante los cuales el muchacho hizo su mejor esfuerzo, Akanke se detuvo. Ayudándolo a recostar contra un árbol, hizo lo que le pidió; sacó el frasco de la alforja y untó un poco del líquido sobre la herida que lucía bastante mal. Era pequeña, pero hecha con un arma infecta de los goblins. El veneno que usaban podría ser peligroso, pero lo era de igual manera la mugre y suciedad de esta.
Ella había estado en silencio todo el tiempo, observando al centauro. Jamás había visto uno igual. Su pelaje manchado, su cabello de varios colores, sus ojos de color distinto, su piel clara. Estaba distraída mirándolo y no prestó mucha atención a lo que decía. Solo reaccionó cuando él le ofreció su brazo en modo de saludo. Instintivamente, estiró su brazo y estrechó el ajeno a modo de saludo. Era también como se saludaban en su tribu -Akanke Benk'os- respondió ella y una tímida sonrisa se le escapó de los labios.
Estaba maravillada de tener frente a ella a un centauro. Los nervios de su presencia la hacían respirar un poco más rápido de lo normal y el corazón le palpitaba con fuerza. Más que por la carrera o la agitación del enfrentamiento previo.
Al escucharlo preguntar si conocía el territorio, ella negó despacio y cerrando los ojos dijo -Yo yendo al bosque de los monos- intentando explicar su camino. Al volverlos a abrir, levantó la mirada hacia el cielo y silbó un sonido agudo y largo que terminó abrupto. Volvió a quedar en silencio, esperando, con el rostro hacia arriba y los ojos escudriñando las copas de los árboles.
Unas ramas se sacudieron y entre ellas apareció Amosa, su ave guía, quien descendió grácil sobre el antebrazo de la centáuride. Akanke la acarició con cariño, sonriendo contenta. -Amosa guía- indicó -¿Dónde yendo Heric?- le preguntó con la intención de llevarlo allí. -Heric herido, yo acompaña él- añadió. El corazón la latía con más fuerza y rapidez, ella no quería alejarse ahora del único centauro que conocía.
Tras recorrer un par de kilómetros, durante los cuales el muchacho hizo su mejor esfuerzo, Akanke se detuvo. Ayudándolo a recostar contra un árbol, hizo lo que le pidió; sacó el frasco de la alforja y untó un poco del líquido sobre la herida que lucía bastante mal. Era pequeña, pero hecha con un arma infecta de los goblins. El veneno que usaban podría ser peligroso, pero lo era de igual manera la mugre y suciedad de esta.
Ella había estado en silencio todo el tiempo, observando al centauro. Jamás había visto uno igual. Su pelaje manchado, su cabello de varios colores, sus ojos de color distinto, su piel clara. Estaba distraída mirándolo y no prestó mucha atención a lo que decía. Solo reaccionó cuando él le ofreció su brazo en modo de saludo. Instintivamente, estiró su brazo y estrechó el ajeno a modo de saludo. Era también como se saludaban en su tribu -Akanke Benk'os- respondió ella y una tímida sonrisa se le escapó de los labios.
Estaba maravillada de tener frente a ella a un centauro. Los nervios de su presencia la hacían respirar un poco más rápido de lo normal y el corazón le palpitaba con fuerza. Más que por la carrera o la agitación del enfrentamiento previo.
Al escucharlo preguntar si conocía el territorio, ella negó despacio y cerrando los ojos dijo -Yo yendo al bosque de los monos- intentando explicar su camino. Al volverlos a abrir, levantó la mirada hacia el cielo y silbó un sonido agudo y largo que terminó abrupto. Volvió a quedar en silencio, esperando, con el rostro hacia arriba y los ojos escudriñando las copas de los árboles.
Unas ramas se sacudieron y entre ellas apareció Amosa, su ave guía, quien descendió grácil sobre el antebrazo de la centáuride. Akanke la acarició con cariño, sonriendo contenta. -Amosa guía- indicó -¿Dónde yendo Heric?- le preguntó con la intención de llevarlo allí. -Heric herido, yo acompaña él- añadió. El corazón la latía con más fuerza y rapidez, ella no quería alejarse ahora del único centauro que conocía.
Akanke
Sacerdotisa del Templo de los Monos
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Re: Una mala caída. [Priv. Akanke] [Interpretativo] [Día] [1/1]
A medida que la medicina que se había tomado y que la centauro le había aplicado en la herida le iba haciendo efecto, nuevos dolores y molestias iban invadiendo su cuerpo y se fijó en un par de cortes que tenía por el cuerpo y las patas debido a la caía y el forcejeo. Torció el gesto molesto, había sido un accidente muy grave y solo hacía unas semanas que había abandonado su hogar, debería haber tenido mucho más cuidado. Si no hubiera sido por la admiración providencial de aquella hembra estaba seguro que él no estaría allí ahora mismo, ya que por lo que pudo oír el grupo que lo había atacado era bastante numeroso. Sin duda alguna necesitaba un buen baño, pero lo más razonable era seguir alejándose de allí, aunque no sin antes pedirle algo más.
—Akanke Benk´os… —Trató de pronunciar su nombre con algo de dificultad, un tanto avergonzado. —¿Te importa si te llamo solo Akanke? No es que quiera ofenderte ni nada… —Le aseguró al tiempo que se giraba el torso y al tener mucho mejor las manos volvió a abrir la misma alforja y sacó una tela de hule enrollada, al abrirla mostró varias herramientas que se usaban para limpiar y recortar los cascos. —¿Te importaría revisarme el pie izquierdo? Noto algo, no creo que esté clavado porque no duele mucho, pero podré caminar mejor si me lo quitas. —Explicó pasándole el limpia cascos, si ella aceptaba y le tomaba el pie, tras quitarle las hojas y el barro vería una pequeña piedra encajada entre la ranilla y la palma.
Heric sentiría un gran alivio cuando se la pudiera quitar. Notaba como ella lo miraba y dio por echo que era por su aspecto, no porque hiciera tiempo que no veía a un centauro. En su aldea la mayoría eran centauros de pelaje pío o apallossa con la piel clara, con excepciones como las del herrero, que era de piel muy morena y el pelaje negro. Ahora que se fijaba en ella creía ver ciertos rasgos similares y se preguntó si la madre del herrero no sería de la mismo tribu que aquella hembra.
—Es una lástima… —Respondió cuando ella negó sobre lo de conocer el territorio. —¿Bosque de los monos? —Repitió un poco extrañado por el extraño acento que tenía. Al escucharla silbar ladeó un poco la cabeza y sacudió su larga y espesa cola de crines, preguntándose por qué hacía eso. —Oh, vaya. —Exclamó al ver aparecer al ave. —Un animal magnífico. —Alabó. —Ah… pues… —se quedó un poco confundido cuando creyó entender que el ave lo podría guiar— solo se que es una ciudad grande, a unos días de camino, entre cinco y siete días si puedo confiar en la información que me dieron, pero mi meta es la ciudad de Lunargenta. —Informó. —Estoy buscando a una amiga… debo hablar con ella. —Dijo ruborizándose un poco. —No hace falta. —Aseguró un poco turbado, alzando las manos. —Lunargenta está a varias semanas de viaje y no quisiera desviarte de tu destino, seguramente te esté esperando tu familia y tu manada. —Dijo dando por hecho de que ella se dirigía a su hogar para reunirse con su gente. —No puedo arrastrarte a un viaje así… —Dijo fijándose por si ella llevaba algún tipo de equipo o provisiones, pues pensó que si no conocía la zona podría ser una viajera como él.
—Akanke Benk´os… —Trató de pronunciar su nombre con algo de dificultad, un tanto avergonzado. —¿Te importa si te llamo solo Akanke? No es que quiera ofenderte ni nada… —Le aseguró al tiempo que se giraba el torso y al tener mucho mejor las manos volvió a abrir la misma alforja y sacó una tela de hule enrollada, al abrirla mostró varias herramientas que se usaban para limpiar y recortar los cascos. —¿Te importaría revisarme el pie izquierdo? Noto algo, no creo que esté clavado porque no duele mucho, pero podré caminar mejor si me lo quitas. —Explicó pasándole el limpia cascos, si ella aceptaba y le tomaba el pie, tras quitarle las hojas y el barro vería una pequeña piedra encajada entre la ranilla y la palma.
Heric sentiría un gran alivio cuando se la pudiera quitar. Notaba como ella lo miraba y dio por echo que era por su aspecto, no porque hiciera tiempo que no veía a un centauro. En su aldea la mayoría eran centauros de pelaje pío o apallossa con la piel clara, con excepciones como las del herrero, que era de piel muy morena y el pelaje negro. Ahora que se fijaba en ella creía ver ciertos rasgos similares y se preguntó si la madre del herrero no sería de la mismo tribu que aquella hembra.
—Es una lástima… —Respondió cuando ella negó sobre lo de conocer el territorio. —¿Bosque de los monos? —Repitió un poco extrañado por el extraño acento que tenía. Al escucharla silbar ladeó un poco la cabeza y sacudió su larga y espesa cola de crines, preguntándose por qué hacía eso. —Oh, vaya. —Exclamó al ver aparecer al ave. —Un animal magnífico. —Alabó. —Ah… pues… —se quedó un poco confundido cuando creyó entender que el ave lo podría guiar— solo se que es una ciudad grande, a unos días de camino, entre cinco y siete días si puedo confiar en la información que me dieron, pero mi meta es la ciudad de Lunargenta. —Informó. —Estoy buscando a una amiga… debo hablar con ella. —Dijo ruborizándose un poco. —No hace falta. —Aseguró un poco turbado, alzando las manos. —Lunargenta está a varias semanas de viaje y no quisiera desviarte de tu destino, seguramente te esté esperando tu familia y tu manada. —Dijo dando por hecho de que ella se dirigía a su hogar para reunirse con su gente. —No puedo arrastrarte a un viaje así… —Dijo fijándose por si ella llevaba algún tipo de equipo o provisiones, pues pensó que si no conocía la zona podría ser una viajera como él.
Kida Escamarubí
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Re: Una mala caída. [Priv. Akanke] [Interpretativo] [Día] [1/1]
Ella asintió -Solo Akanke bien- respondió, tomando las herramientas que Heric le ofrecía. Hacía mucho ella no se encargaba de sus cascos pero recordaba cómo se trabajaba con ellos. Durante tu época de cautiverio, sus secuestradores la habían herrado y aunque fuese de mala manera, le mantenían sus cascos sanos. Y ahora que vivía con los monos, ellos aprendieron a cuidarla. Era muy difícil mantener los propios cascos por lo que cualquier ayuda era bienvenida.
Con cuidado, tomó la pata que Heric levantaba y la revisó con cuidado. Había una piedrecilla incrustada entre la ranilla y la palma de su pie. Algo así no era la gran cosa ni causaría un daño grave, pero vaya que era incómodo para andar y si no se le prestaba atención, con el tiempo causaría una herida muy fácil de infectar. Seguramente, cualquier cosa que Akanke hiciera le causaría un leve dolor a Heric, pero el alivio vendría inmediatamente.
Amosa se había posado en una rama cercana mientras los centauros reposaban y los observaba ladeando la cabeza. La centáuride trabajaba con sumo cuidado, buscando con la herramienta el ángulo perfecto para desencajar la piedrita. Sentía miedo de herirlo, no sabía cuánto dolor podría aguantar. Aunque las heridas de la pelea que habían tenido recién le decían que no era poco lo que el macho podía recibir. Finalmente, logró soltar la piedra y con el cepillo de cerdas metálicas, barrer la piedra. -Hecho- dijo, orgullosa de su trabajo, soltando la pata ajena. -Ahora mejorando, ¿cierto?- comentó, sonriente, estirando de vuelta las herramientas.
-Bosque de los monos mi hogar- reconoció. -Ellos esperando a mí, yo cuidando a los monos- explicó. No mencionó a su clan, aún no tenía la confianza para hacerlo. -Pero yo conociendo Lunargenta...- añadió. Suspiró al recordar la ciudad. Demasiada gente, demasiadas calles de piedras, demasiados edificios, muy pocos árboles. -Lunargenta no bonita como bosque, huele mal como... como goblin muerto- le contó, torciendo un poco la boca. -Pero yo conociendo Lunargenta y yo...- comenzó a hablar pero se quedó sin palabras. No supo cómo explicar lo siguiente que quería decir.
Miró a Heric fijo a los ojos y tomó aire -Tú como yo... cuatro patas- retomó la palabra cuando en su mente algunas palabras aparecieron -Cuatro patas y cuerpo grande, como yo- explicaba y mostraba su cuerpo equino con las manos -Pero yo sola siempre y ahora no, ahora hay Heric... como yo- terminó de decir, haciendo un esfuerzo para ser clara y que él le entendiera.
Quería que entendiera que ella no había visto ni estado cerca de un centauro en mucho tiempo, que había incluso llegado a pensar que todos habían desaparecido. Que estaba feliz de encontrarse a alguien de su tipo y que no quería alejarse. Que ahora sentía que no estaba sola en aquel mundo.
Con cuidado, tomó la pata que Heric levantaba y la revisó con cuidado. Había una piedrecilla incrustada entre la ranilla y la palma de su pie. Algo así no era la gran cosa ni causaría un daño grave, pero vaya que era incómodo para andar y si no se le prestaba atención, con el tiempo causaría una herida muy fácil de infectar. Seguramente, cualquier cosa que Akanke hiciera le causaría un leve dolor a Heric, pero el alivio vendría inmediatamente.
Amosa se había posado en una rama cercana mientras los centauros reposaban y los observaba ladeando la cabeza. La centáuride trabajaba con sumo cuidado, buscando con la herramienta el ángulo perfecto para desencajar la piedrita. Sentía miedo de herirlo, no sabía cuánto dolor podría aguantar. Aunque las heridas de la pelea que habían tenido recién le decían que no era poco lo que el macho podía recibir. Finalmente, logró soltar la piedra y con el cepillo de cerdas metálicas, barrer la piedra. -Hecho- dijo, orgullosa de su trabajo, soltando la pata ajena. -Ahora mejorando, ¿cierto?- comentó, sonriente, estirando de vuelta las herramientas.
-Bosque de los monos mi hogar- reconoció. -Ellos esperando a mí, yo cuidando a los monos- explicó. No mencionó a su clan, aún no tenía la confianza para hacerlo. -Pero yo conociendo Lunargenta...- añadió. Suspiró al recordar la ciudad. Demasiada gente, demasiadas calles de piedras, demasiados edificios, muy pocos árboles. -Lunargenta no bonita como bosque, huele mal como... como goblin muerto- le contó, torciendo un poco la boca. -Pero yo conociendo Lunargenta y yo...- comenzó a hablar pero se quedó sin palabras. No supo cómo explicar lo siguiente que quería decir.
Miró a Heric fijo a los ojos y tomó aire -Tú como yo... cuatro patas- retomó la palabra cuando en su mente algunas palabras aparecieron -Cuatro patas y cuerpo grande, como yo- explicaba y mostraba su cuerpo equino con las manos -Pero yo sola siempre y ahora no, ahora hay Heric... como yo- terminó de decir, haciendo un esfuerzo para ser clara y que él le entendiera.
Quería que entendiera que ella no había visto ni estado cerca de un centauro en mucho tiempo, que había incluso llegado a pensar que todos habían desaparecido. Que estaba feliz de encontrarse a alguien de su tipo y que no quería alejarse. Que ahora sentía que no estaba sola en aquel mundo.
Akanke
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Re: Una mala caída. [Priv. Akanke] [Interpretativo] [Día] [1/1]
—Genial, Akanke entonces. —Asintió agradecido. De cierto modo su nombre le recordaba al del herrador de su aldea.
Estaba claro que a la centauro le costaba hablar su idioma, supuso que se debía a que de donde ella venía se hablaba otro dialecto. No le dio mayor importancia, pues se podían entender sin ningún problema. Cuando le tomó el pie se sintió un tanto inquieto, normalmente no le pediría algo así a un desconocido, pero ella era una centauro como él y supuso que sabría utilizar la herramienta. Agitó un poco la cola nervioso cuando notó que empezaba a manipular el limpiacascos para poder desencajar la piedrecita.
—Se que no hace falta que te lo digas, pero ten cuidado, por favor… —Desde pequeño nunca le había gustado que le revisaran los cascos o se los recortaran, recordó que la primera vez que tuvo que herrarse su padre y Akin, el herrador, tuvieron que usar toda su persuasión y amenazas para que se estuviera quieto, solo cuando vio llegar a Akin con una cuerda dio su brazo a torcer.
Al estar costado con costado no puedo evitar fijarse que ella era algo más alta que él, o esa era la sensación que le daba. Su pelaje parecía sano y fuerte, como el de él, lo que le indicaba que comía bien y le daba cierto cuidado. Cuando la piedra por fin saltó no puedo evitar dejar escapar un sonoro suspiro de alivio.
—Muchas gracias. —Le agradeció. —Sí, estoy mejor. —Reconoció apoyando varias veces el pie en el suelo para comprobar que no sentía molestias. Ahora que sentía el resto de heridas que le escocían en el cuerpo, guardó el limpiacascos cuando se lo devolvió y empezó a aplicarse el ungüento con cuidado. —¿Tú estás bien? ¿Tienes molestias en los cascos o heridas? —Le preguntó, pues hasta el momento solo se había preocupado por su estado físico. —Ya veo, ese bosque es tu hogar. ¿Cuantos centauros sois en tu manada? O quizás lo llamáis clan, discúlpame si es así… —Dijo con una sonrisa. —¿Monos? —Preguntó extrañado, pues no terminaba de entender si vivía solo con ellos o si los monos vivían con su clan. —Vaya, eso es genial, al menos si sabes que voy en buena dirección sería un alivio. —Dijo olvidando el tema de los monos, sonriendo y terminando de aplicarse la pomada en los roces y heridas que se había hecho en la caída, al menos hasta donde llegaba. —Puedes usarla tú si lo necesitas. —Se la ofreció, esperando por si la necesitaba y sino volviéndolo a guardar. —Sí, ya he oído que las grandes ciudades no son como los bosques, que son caóticas y pueden dar miedo, pero estoy preparado, mi padre me habló sobre todo ello, él viajó mucho en su juventud. —Explicó. —S-sí, tengo cuatro patas y el cuerpo grande… —Confirmó mirándose un momento. —Soy un centauro, como tú, aunque creo que somos de clanes o manadas diferentes… aunque Akin, el herrero de mi aldea, se parece bastante a ti. Oh… —Se quedó pasmado con los labios haciendo una pequeña o cuando Akanke dijo que ya no estaba sola, lo que terminó por confirmar sus sospechas sobre que la centauro estaba sola con los monos en ese bosque del que le había hablado. —Creo que ya te he entendido, siento mucho si mis palabras te han causado dolor… —Dijo realmente arrepentido por haberle estado preguntado por su manada. —Supongo que cuando aclare las cosas con mi amiga sabré que hacer… supongo que volveré tarde o temprano a mi aldea, si quieres puedes acompañarme, allí podrías ser feliz, hay muchos centauros, como nosotros. —Le explicó señalándose a ambos. —Bien, pongámonos en marcha, aún quedan varias horas antes del anochecer, pararemos al medio día para comer, si te parece bien. —Dijo ajustándose todo sus pertrechos, incluyendo el arco a su espalda.
Una vez ella también estuviera lista, se pondría en marcha hacia la misma dirección que le habían indicado anteriormente. Mantendría un trote cómodo que le permitirían avanzar a muy buen ritmo sin cansarse. Heric prefería viajar en silencio, pues hablar podría afectarle al aliento, pero hablaría en caso de que ella le hiciera preguntas o le diera conversación. Una vez llegado el medio día, hizo una parada cuando llegó a un arroyo que formaba un estanque de aguas cristalinas, no era muy grande pero estaba limpio y serviría para su propósito.
—Descansemos un poco, comamos algún bocado. —Dijo abriendo sus alforjas, sacando de ellas una especie de pan o de bizcocho con frutas y frutos secos. —No es ningún festín, pero llena el estómago y da energía. —Explicó ofreciéndole una hogaza de pan. —Yo me voy a dar un baño antes, hace frío y seguro que el agua está helada, pero me siento sucio después de combatir con esas criaturas… —Dijo refiriéndose a los goblins.
Se quitó las alforjas y las dejó junto a una roca, luego se acercó al estanque y se metió hasta que le cubrió las patas pero sin llegarle al vientre. Se estremeció un poco, estaba realmente fría. Dejó que el agua que le acariciaba las patas le quitara la suciedad, mientras que él, con las manos, se frotó los brazos y el torso humano, luego pasó a su cuerpo equino, al menos hasta donde llegaba. Le hubiera gustado poder lavarse bien con el jabón de jazmín que llevaba en la alforja, pero no tenía tiempo para deleitarse, ni para lavarse ni cepillarse la enmarañada cola, que aún tenía algunos restos de hojas y ramitas. Una vez terminara, comería algo de aquel pan que le había dado a la centauro y luego se prepararía para seguir el viaje.
Estaba claro que a la centauro le costaba hablar su idioma, supuso que se debía a que de donde ella venía se hablaba otro dialecto. No le dio mayor importancia, pues se podían entender sin ningún problema. Cuando le tomó el pie se sintió un tanto inquieto, normalmente no le pediría algo así a un desconocido, pero ella era una centauro como él y supuso que sabría utilizar la herramienta. Agitó un poco la cola nervioso cuando notó que empezaba a manipular el limpiacascos para poder desencajar la piedrecita.
—Se que no hace falta que te lo digas, pero ten cuidado, por favor… —Desde pequeño nunca le había gustado que le revisaran los cascos o se los recortaran, recordó que la primera vez que tuvo que herrarse su padre y Akin, el herrador, tuvieron que usar toda su persuasión y amenazas para que se estuviera quieto, solo cuando vio llegar a Akin con una cuerda dio su brazo a torcer.
Al estar costado con costado no puedo evitar fijarse que ella era algo más alta que él, o esa era la sensación que le daba. Su pelaje parecía sano y fuerte, como el de él, lo que le indicaba que comía bien y le daba cierto cuidado. Cuando la piedra por fin saltó no puedo evitar dejar escapar un sonoro suspiro de alivio.
—Muchas gracias. —Le agradeció. —Sí, estoy mejor. —Reconoció apoyando varias veces el pie en el suelo para comprobar que no sentía molestias. Ahora que sentía el resto de heridas que le escocían en el cuerpo, guardó el limpiacascos cuando se lo devolvió y empezó a aplicarse el ungüento con cuidado. —¿Tú estás bien? ¿Tienes molestias en los cascos o heridas? —Le preguntó, pues hasta el momento solo se había preocupado por su estado físico. —Ya veo, ese bosque es tu hogar. ¿Cuantos centauros sois en tu manada? O quizás lo llamáis clan, discúlpame si es así… —Dijo con una sonrisa. —¿Monos? —Preguntó extrañado, pues no terminaba de entender si vivía solo con ellos o si los monos vivían con su clan. —Vaya, eso es genial, al menos si sabes que voy en buena dirección sería un alivio. —Dijo olvidando el tema de los monos, sonriendo y terminando de aplicarse la pomada en los roces y heridas que se había hecho en la caída, al menos hasta donde llegaba. —Puedes usarla tú si lo necesitas. —Se la ofreció, esperando por si la necesitaba y sino volviéndolo a guardar. —Sí, ya he oído que las grandes ciudades no son como los bosques, que son caóticas y pueden dar miedo, pero estoy preparado, mi padre me habló sobre todo ello, él viajó mucho en su juventud. —Explicó. —S-sí, tengo cuatro patas y el cuerpo grande… —Confirmó mirándose un momento. —Soy un centauro, como tú, aunque creo que somos de clanes o manadas diferentes… aunque Akin, el herrero de mi aldea, se parece bastante a ti. Oh… —Se quedó pasmado con los labios haciendo una pequeña o cuando Akanke dijo que ya no estaba sola, lo que terminó por confirmar sus sospechas sobre que la centauro estaba sola con los monos en ese bosque del que le había hablado. —Creo que ya te he entendido, siento mucho si mis palabras te han causado dolor… —Dijo realmente arrepentido por haberle estado preguntado por su manada. —Supongo que cuando aclare las cosas con mi amiga sabré que hacer… supongo que volveré tarde o temprano a mi aldea, si quieres puedes acompañarme, allí podrías ser feliz, hay muchos centauros, como nosotros. —Le explicó señalándose a ambos. —Bien, pongámonos en marcha, aún quedan varias horas antes del anochecer, pararemos al medio día para comer, si te parece bien. —Dijo ajustándose todo sus pertrechos, incluyendo el arco a su espalda.
Una vez ella también estuviera lista, se pondría en marcha hacia la misma dirección que le habían indicado anteriormente. Mantendría un trote cómodo que le permitirían avanzar a muy buen ritmo sin cansarse. Heric prefería viajar en silencio, pues hablar podría afectarle al aliento, pero hablaría en caso de que ella le hiciera preguntas o le diera conversación. Una vez llegado el medio día, hizo una parada cuando llegó a un arroyo que formaba un estanque de aguas cristalinas, no era muy grande pero estaba limpio y serviría para su propósito.
—Descansemos un poco, comamos algún bocado. —Dijo abriendo sus alforjas, sacando de ellas una especie de pan o de bizcocho con frutas y frutos secos. —No es ningún festín, pero llena el estómago y da energía. —Explicó ofreciéndole una hogaza de pan. —Yo me voy a dar un baño antes, hace frío y seguro que el agua está helada, pero me siento sucio después de combatir con esas criaturas… —Dijo refiriéndose a los goblins.
Se quitó las alforjas y las dejó junto a una roca, luego se acercó al estanque y se metió hasta que le cubrió las patas pero sin llegarle al vientre. Se estremeció un poco, estaba realmente fría. Dejó que el agua que le acariciaba las patas le quitara la suciedad, mientras que él, con las manos, se frotó los brazos y el torso humano, luego pasó a su cuerpo equino, al menos hasta donde llegaba. Le hubiera gustado poder lavarse bien con el jabón de jazmín que llevaba en la alforja, pero no tenía tiempo para deleitarse, ni para lavarse ni cepillarse la enmarañada cola, que aún tenía algunos restos de hojas y ramitas. Una vez terminara, comería algo de aquel pan que le había dado a la centauro y luego se prepararía para seguir el viaje.
Kida Escamarubí
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Re: Una mala caída. [Priv. Akanke] [Interpretativo] [Día] [1/1]
Que aquel centauro aceptara a Akanke como compañera de viaje la llenó de una felicidad que ella no recordaba haber sentido antes. Llegó a estremecerse de alegría, quedando inquieta en su puesto mientras Heric explicaba lo que harían después y hablaba acerca de su clan. Para ella, el hecho de encontrar a alguien de su raza era un hito importante en su vida, le hizo recordar la vida en familia, rodeada de los suyos.
Pero no eran recuerdos llenos de tristeza y nostalgia, era... ¿sería esperanza? No lo sabía, no podía explicar lo que sentía en el pecho y el estómago. Estaba tan contenta que iba a vomitar. Ni siquiera pensó en los monos, en que hacía tiempo tendría que haber regresado al Templo y continuar con su deber protector. Ahora solo quería seguir a Heric y pronto ir con su manada. Quizás sabrían algo de los bij'hago, su clan.
Cuando Heric partió a trotar, ella lo siguió. Naturalmente corrió en silencio, ella no era el ser más conversador, además iba soñando, imaginando el correr junto a otros centauros, encontrar a los suyos. No había siquiera pensado en algo así en años y ahora, con tan solo encontrar a uno de los suyos, todos esos sueños entraron en su mente, llenándola de ilusiones.
El tiempo se le pasó volando, cuando Heric indicó que debían detenerse a descansar. Le ofreció una suerte de pan, ella recibió lo que él le ofreció sonriendo con cortesía, pero, apenas él se distrajo, ella comenzó a inspeccionarlo. Se parecía al horrible pan de plátano que hacían los monos. Lo olfateó y revisó minuciosamente, probando un poco. Era dulce, muy dulce, aunque nunca tanto como el de los monos, que era una patada de azúcar en la boca.
No le disgustó, pero le dio mucha sed, así que después de comerlo todo, corrió hacia el estanque donde estaba Heric. A diferencia de él, ella no pensó en la temperatura del agua, solo tuvo la precaución de deshacerse de sus prendas en el camino para no mojarlas. Entró galopando al agua, haciendo mucho ruido y levantando el agua, salpicando al centauro que con suerte había metido el vientre. Avanzó hasta que el agua le llegó al borde de los pechos y recogió, haciendo una copa con sus manos, para beber. Estaba fresca y con un gusto dulzón, saciando la sed de la centáuride.
Pero no eran recuerdos llenos de tristeza y nostalgia, era... ¿sería esperanza? No lo sabía, no podía explicar lo que sentía en el pecho y el estómago. Estaba tan contenta que iba a vomitar. Ni siquiera pensó en los monos, en que hacía tiempo tendría que haber regresado al Templo y continuar con su deber protector. Ahora solo quería seguir a Heric y pronto ir con su manada. Quizás sabrían algo de los bij'hago, su clan.
Cuando Heric partió a trotar, ella lo siguió. Naturalmente corrió en silencio, ella no era el ser más conversador, además iba soñando, imaginando el correr junto a otros centauros, encontrar a los suyos. No había siquiera pensado en algo así en años y ahora, con tan solo encontrar a uno de los suyos, todos esos sueños entraron en su mente, llenándola de ilusiones.
El tiempo se le pasó volando, cuando Heric indicó que debían detenerse a descansar. Le ofreció una suerte de pan, ella recibió lo que él le ofreció sonriendo con cortesía, pero, apenas él se distrajo, ella comenzó a inspeccionarlo. Se parecía al horrible pan de plátano que hacían los monos. Lo olfateó y revisó minuciosamente, probando un poco. Era dulce, muy dulce, aunque nunca tanto como el de los monos, que era una patada de azúcar en la boca.
No le disgustó, pero le dio mucha sed, así que después de comerlo todo, corrió hacia el estanque donde estaba Heric. A diferencia de él, ella no pensó en la temperatura del agua, solo tuvo la precaución de deshacerse de sus prendas en el camino para no mojarlas. Entró galopando al agua, haciendo mucho ruido y levantando el agua, salpicando al centauro que con suerte había metido el vientre. Avanzó hasta que el agua le llegó al borde de los pechos y recogió, haciendo una copa con sus manos, para beber. Estaba fresca y con un gusto dulzón, saciando la sed de la centáuride.
Akanke
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Re: Una mala caída. [Priv. Akanke] [Interpretativo] [Día] [1/1]
Heric no podía evitar preocuparse al pensar que iba a viajar con una compañera, la verdad es que no había iniciado aquel viaje con la idea de buscar a otros centauros pues él daba por hecho que existían otras manadas o tribus en el mundo, pero con lo poco que había hablado con Akanke había llegado a la conclusión de que ella estaba sola en el mundo. Con una mueca mientras se aseaba en el estanque pensó en si sería prudente arrastrarla con él en todo su viaje, pero tampoco parecía factible darse media vuelta y volver a su casa. Se sobresaltó un poco cuando ella irrumpió en el agua galopando, levantando una estela de agua que lo salpicó y lo hizo reír un poco tras quitársela de encima con las manos.
—Eres más valiente que yo, nunca me a gustado el agua tan fría y por aquí parece ser más fría incluso que en mi hogar… quizás venga de algún glacial de montaña. —Comentó mirando como se metía en el agua hasta que aquella le llegó a la altura del pecho. —Dime, Akanke. ¿Crees que tendremos problemas para entrar en la ciudad para buscar a mi amiga? He oído que algunos sitios podrían resultar peligrosos para nuestra especie. —Le preguntó terminando de lavarse lo mejor que se atrevió con aquel agua helada, comenzando a salir hacia la orilla. —Ya que vamos a viajar juntos… ¿Te gustaría hablarme más sobre ti? Solo si quieres. —Añadió para que no se sintiera obligada, cogiendo una hogaza del mismo pan que le había ofrecido ella, comenzando a dar cuenta de él con ganas.
Se tumbaría sobre un montón de hojas tras comprobar que no hubiera algún animal peligroso oculta entre ellas y esperaría a que ella terminara en el estanque.
—Descansaremos un rato antes de partir. Puedes preguntarme también lo que quieras. —Dijo animoso, sonriéndole con aquella jovialidad y naturalidad que desprendía.
—Eres más valiente que yo, nunca me a gustado el agua tan fría y por aquí parece ser más fría incluso que en mi hogar… quizás venga de algún glacial de montaña. —Comentó mirando como se metía en el agua hasta que aquella le llegó a la altura del pecho. —Dime, Akanke. ¿Crees que tendremos problemas para entrar en la ciudad para buscar a mi amiga? He oído que algunos sitios podrían resultar peligrosos para nuestra especie. —Le preguntó terminando de lavarse lo mejor que se atrevió con aquel agua helada, comenzando a salir hacia la orilla. —Ya que vamos a viajar juntos… ¿Te gustaría hablarme más sobre ti? Solo si quieres. —Añadió para que no se sintiera obligada, cogiendo una hogaza del mismo pan que le había ofrecido ella, comenzando a dar cuenta de él con ganas.
Se tumbaría sobre un montón de hojas tras comprobar que no hubiera algún animal peligroso oculta entre ellas y esperaría a que ella terminara en el estanque.
—Descansaremos un rato antes de partir. Puedes preguntarme también lo que quieras. —Dijo animoso, sonriéndole con aquella jovialidad y naturalidad que desprendía.
Kida Escamarubí
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