[Zona de Culto] El Faro de Thor

(Mucho mejor con música)


El sol ocultaba sus rayos en el horizonte y la arena blanca de la orilla de la playa que dejaba atrás Eilydh marcaba un reguero en la roca que conducía al faro. Ante ella, elevado del mar en una plataforma alta, se alzaba la luz del mismo, como si flotase en la inmensidad del mar que se alzaba ante él. Con su leve ir y venir silencioso pero constante, iluminando  la claridad del agua que lo rodeaba y señalando con impunidad el camino que seguir a navegantes, piratas y todo aquel que se decidiese a adentrarse en aquel lugar.

Para cuando Eilydh alcanzó la cima de los escalones que llevaban hasta el  faro, el cielo ya se había tornado oscuro y las primeras estrellas parecían celosas del brillo de la luz de aquella torreta y habían empezado a brillar en la noche abierta  y fresca que acababa de comenzar. La elfa admiró la grandiosidad del mar frente a ella y el cielo reflejado en las aguas tormentosas antes de aproximarse a la entrada al edificio. Sus cabellos volaron libres mecidos por el viento fresco de las olas bajo aquella plataforma casi  levitando sobre el cristal azulado de la naturaleza. Su túnica de gala, de un color perla claro y seda, siguió el movimiento de sus cabellos y parecía querer seguir la dirección de la corriente que los elevaba, como en una manera sutil de guiar a la elfa hasta el interior del faro. La sombra de Eilydh iba y venía en compás a la luz que la rodeaba, proyectando primero su figura frente a ella, y poco a poco y a medida que la luz cambiaba,  una distorsión un tanto irreconocible era lo único que indicaba que ella era la única en aquel lugar sagrado.

Lo cierto era que pocos sabían de la divinidad del faro.

Los piratas y marineros mantenían un secreto a voces de su emplazamiento, intentando así que aquel lugar fuese tan solo de ellos y nadie más. Como si el hecho de ocultarlo del resto de personas fuese a proteger la divinidad que albergaban aquellas paredes. Eilydh escuchó de aquel lugar en sus tiempos en isla tortuga. Los secretos a voces apenas pueden acallarse cuando se gritan en compañía y lo dejó apartado en un lugar específico de su mente jurandose a si misma que algún día compararía la belleza de aquel lugar a la propia de sus ojos y que si Eru la dejaba pasaría la noche allá donde lo sagrado se hiciese leyenda, como para agradecer todo lo que había sido de ella en el último año.


Pocos sabían los marineros que venían a rezar a Thor que aquel lugar era también divino para los elfos: La combinación perfecta de  todo lo que ímbar había creado a un lado casi colindando en el día con el sol de Anar y ofreciendo una mano de luz constante en la noche a todo aquello que Isil envolvía con su manto de estrellas.

Eilydh se llevó la mano a su muñeca recorriendo su cicatriz en forma de estrella y recordándose a si misma por qué no había otro lugar mejor para rezarle a su diosa preferida. Mientras avanzaba a través del portalón abierto frente a ella el olor a salitre y algas inundó sus pulmones. La estancia no era muy grande, lo suficiente como para albergar alguna que otra figura de Thor alrededor de la cual los marineros y piratas habían esparcido las algas secas y perfumadas y alguna que otra cajitas cerradas con pergaminos dentro. Eiydh había leído sobre las costumbres paganas y los ritos de Thor, y sabía bien que aquellos pergaminos relataban de una manera u otra los deseos de los marineros y navegantes que los habían dejado en aquel lugar. Algunos lo suficientemente pobres como para no saber escribir o no poseer dinero para una caja habían dibujado trazos reconocibles, amor, fortuna, muerte.. destrucción en aquellos pergaminos que inundaban el suelo de la estancia dejando apenas espacio para bordear el centro de la sala, donde se encontraba la estatua de Thor y caminar de manera discreta hasta los ventanales de cristal que recubrían la pared del faro y a partir de los cuales se proyectaba la luz del mismo.

Eilydh escogió una de las esquinas de una de las paredes con cristaleras. Justo la que daba al mar salvaje  y desde la cual podía observarse la Luna, ya bien posicionada en el cielo frente a ella, como guiñandole un ojo con resplandor incrementado cada vez que la luz del faro la cegaba.

Cuando estuvo segura que aquel era el lugar adecuado, sacó de su pequeña bolsa de viaje una pequeña estatua de Isil. Tan solo una figura curtida en marfil con remaches en plata que simbolizaba a la diosa de las estrellas y la noche. Acarició de manera leve aquella figura y la puso en el lugar elegido del alfeizar de la ventana. de manera exacta que su sombra se agrandase y proyectase el reflejo de su figura sobre la luz directa del faro en las aguas del mar en calma.

Sonrió por un momento viendo el efecto que aquel simple acto había tenido y sacó de su maleta varios palos de incienso de canela y miel dulce de sandorai. Los encendió con un leve movimiento y el humo del incienso empezó a inundar la pequeña estancia.  Una vez casi consumidas y a modo de guiño a las creencias marineras de Thor, Eilydh sacó un  pequeño pergamino en que se dispuso a escribir en su lengua materna con una caligrafía pulcra:




Eilydh leyó sus palabras pidiendo protección a la diosa y cerró los ojos por un segundo, sentada como estaba en el suelo lleno de pergaminos mientras se conectaba con la luz del faro y navegaba con su mente a través del recorrido de éste alrededor de las mareas y sombras que dejaba atrás. Cuando pensó que su conexión con aquel lugar era máxima, abrió sus ojos . y le dedicó una sonrisa a la nada, y al todo que la rodeaba, inundando sus pulmones con una extraña mezcla de salítre, jazmiín y canela. Sus ojos se perdieron en la inmensidad del mar ante ella y en el ir y venir de la luz del faro tras de si.