Las siete lunas antes del Día de la Alianza. [Solitario]
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Las siete lunas antes del Día de la Alianza. [Solitario]
…. 7 lunas antes del día de la Alianza.
El oráculo de Ulmer vivía en una pequeña y humilde casa junto al puerto. Era tan pequeña que a penas cabía un pequeño lecho taciturno de paja con abultadas mantas de lana. En las paredes de la choza colgaban diferentes amuletos de hueso y cerámica.
La mujer de cabellos blancos como las primeras nieves de Ulmer asiaba con esmero las piezas de un telar en la puerta de la cabaña, entrelazando los dedos por cada una de las cuerdas. Las pesas de barro cocido tintineaban como una suave melodía manteniendo un ritmo constante y monótono que hacía evadir de sus pensamientos a la anciana no tan anciana mujer. Las sendas marcas de edad de su rostro eran, sin duda, el precio que debía de haber pagado por el don de la adivinación, así como su ojo izquierdo, el cual decían que como el mismísimo Odín, se había arrancado para pagar a los dioses la sapiencia eterna.
Chascó la lengua dos, tres veces, deshaciendo algunos de los nudos del telar en los que había errado, y volvió a rehacerlos.
Al fondo, las chicharras gritaban desconsoladas por la brisa caliente que traían las olas por el fiordo. El sonido de unos pies descalzos arrastrándose con una lentitud característica de la duda la alertó, pero no giró la cabeza para ver quién irrumpía la melodía de sus fusayolas.
-Buenos días. -Dijo por fin la anciana no tan anciana sin quitar su ojo bueno del telar.
Dubitativa, como sus pasos, la figura femenina que se había parado tras ella, se quitó el suave velo que cubría una cabellera negra como la obsidiana. El ámbar de sus ojos se entreabrió en un gesto resignado. No quería estar allí.
-Buen día. -Respondió por fin la recién llegada Nana, colocándose sobre los hombros la tela que había mantenido sobre su cabeza.
-¿Qué desea la escéptica líder de Ulmer?
-Su don y su consejo.
El tintineo de las pesas de telar paró en seco, y el gesto indiferente de la anciana no tan anciana, se iluminó por un momento, mostrando unos dientes casi perfectos en una sonrisa.
-Pasa, pasa.
La mayor pasó delante, apartando la cortina de pequeñas cuentas de madera que también tintinearon como una cascada al cerrarse tras la loba negra. La mayor no tardó en tomar asiento junto al hogar de piedras donde reposaba un enorme caldero, indicando a su invitada que se sentara frente a ella al otro lado. Una vez hubieron estado una frente a otra, la mayor hizo un ademán con el mentón en señal de desconcierto.
-¿Y bien? ¿Qué querría saber una mujer como tú, que lo sabe y lo tiene todo? -Preguntó con cierto retintín el oráculo.
-Pensé que ya lo sabrías, para eso eres el oráculo. - Una sonrisa sarcástica se asomó de los labios de la loba, que se había mostrado impasible hasta el momento. Pero frenó sus instintos rápidamente. -Dentro de siete lunas, será El Día de la Alianza. Después de la guerra contra los vampiros, la peste, y todas las desgracias que han caído sobre nuestro hogar, un evento así me parece un chiste. Una pantomima para el regocijo de unos dioses en los que…
-… En los que no crees.
Completó la frase el oráculo, final al que tuvo que asentir la loba frunciendo levemente los labios en desaprobación por el gesto del oráculo.
-Entiendo.
La anciana no tan anciana se levantó de la silla de madera que chirrió levemente al ser arrastrada por el suelo de tierra apisonada. Tomó de la mesa junto a la entrada una bolsa de piel con la que jugó levemente hasta que se volvió a sentar cara a cara frente a la loba. Con la larga uña de su dedo meñique, trazó un círculo de un palmo de grande, volcó las runas sobre la palma de su mano y acercó el puño cerrado a la loba.
-Sopla.
Imperó entreabriendo los dedos lo suficiente para que no cayeran las piezas de un cuarzo blanco brillante. La loba acató la orden del oráculo, soplando sobre sus dedos. La mayor rió para sus adentros y agitó las piedras con ambas manos antes de dejarlas caer caóticamente sobre el círculo.
La mujer de cabellos blancos como las primeras nieves de Ulmer asiaba con esmero las piezas de un telar en la puerta de la cabaña, entrelazando los dedos por cada una de las cuerdas. Las pesas de barro cocido tintineaban como una suave melodía manteniendo un ritmo constante y monótono que hacía evadir de sus pensamientos a la anciana no tan anciana mujer. Las sendas marcas de edad de su rostro eran, sin duda, el precio que debía de haber pagado por el don de la adivinación, así como su ojo izquierdo, el cual decían que como el mismísimo Odín, se había arrancado para pagar a los dioses la sapiencia eterna.
Chascó la lengua dos, tres veces, deshaciendo algunos de los nudos del telar en los que había errado, y volvió a rehacerlos.
Al fondo, las chicharras gritaban desconsoladas por la brisa caliente que traían las olas por el fiordo. El sonido de unos pies descalzos arrastrándose con una lentitud característica de la duda la alertó, pero no giró la cabeza para ver quién irrumpía la melodía de sus fusayolas.
-Buenos días. -Dijo por fin la anciana no tan anciana sin quitar su ojo bueno del telar.
Dubitativa, como sus pasos, la figura femenina que se había parado tras ella, se quitó el suave velo que cubría una cabellera negra como la obsidiana. El ámbar de sus ojos se entreabrió en un gesto resignado. No quería estar allí.
-Buen día. -Respondió por fin la recién llegada Nana, colocándose sobre los hombros la tela que había mantenido sobre su cabeza.
-¿Qué desea la escéptica líder de Ulmer?
-Su don y su consejo.
El tintineo de las pesas de telar paró en seco, y el gesto indiferente de la anciana no tan anciana, se iluminó por un momento, mostrando unos dientes casi perfectos en una sonrisa.
-Pasa, pasa.
La mayor pasó delante, apartando la cortina de pequeñas cuentas de madera que también tintinearon como una cascada al cerrarse tras la loba negra. La mayor no tardó en tomar asiento junto al hogar de piedras donde reposaba un enorme caldero, indicando a su invitada que se sentara frente a ella al otro lado. Una vez hubieron estado una frente a otra, la mayor hizo un ademán con el mentón en señal de desconcierto.
-¿Y bien? ¿Qué querría saber una mujer como tú, que lo sabe y lo tiene todo? -Preguntó con cierto retintín el oráculo.
-Pensé que ya lo sabrías, para eso eres el oráculo. - Una sonrisa sarcástica se asomó de los labios de la loba, que se había mostrado impasible hasta el momento. Pero frenó sus instintos rápidamente. -Dentro de siete lunas, será El Día de la Alianza. Después de la guerra contra los vampiros, la peste, y todas las desgracias que han caído sobre nuestro hogar, un evento así me parece un chiste. Una pantomima para el regocijo de unos dioses en los que…
-… En los que no crees.
Completó la frase el oráculo, final al que tuvo que asentir la loba frunciendo levemente los labios en desaprobación por el gesto del oráculo.
-Entiendo.
La anciana no tan anciana se levantó de la silla de madera que chirrió levemente al ser arrastrada por el suelo de tierra apisonada. Tomó de la mesa junto a la entrada una bolsa de piel con la que jugó levemente hasta que se volvió a sentar cara a cara frente a la loba. Con la larga uña de su dedo meñique, trazó un círculo de un palmo de grande, volcó las runas sobre la palma de su mano y acercó el puño cerrado a la loba.
-Sopla.
Imperó entreabriendo los dedos lo suficiente para que no cayeran las piezas de un cuarzo blanco brillante. La loba acató la orden del oráculo, soplando sobre sus dedos. La mayor rió para sus adentros y agitó las piedras con ambas manos antes de dejarlas caer caóticamente sobre el círculo.
Última edición por Nana el Dom Sep 08 2019, 21:34, editado 1 vez
Nana
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Re: Las siete lunas antes del Día de la Alianza. [Solitario]
El miembro 'Nana' ha efectuado la acción siguiente: La voluntad de los dioses
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Tyr
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Re: Las siete lunas antes del Día de la Alianza. [Solitario]
Arqueó una ceja la mayor, levantando la poca vista que le quedaba de las runas a la líder, posando su ojo bueno sobre los ambarinos.
-… Vaya.
Se encogió de hombros y señaló la única runa que había caído fuera del círculo. Chascó la lengua una, dos, tres veces antes de volver a posar su vista sobre su invitada.
-Parece que para tener el favor de los dioses, primero has de creer en ellos.
Y la mujer se echó a reír, pues las runas no habían descrito el futuro de la demandante en ningún sentido. Todo era una enorme incógnita del destino para la loba.
-¿Qué quieres decir?
Nana frunció con brusquedad el ceño sin comprender lo que estaba pasando.
-Que el futuro es incierto para las personas como tú.
Sentenció finalmente recogiendo las runas y soplándolas sobre su mano para quitarles el polvo, metiéndolas de nuevo en la bolsa de cuero. La incertidumbre la poseyó de pies a cabeza, ya que aquella no había ayudado en nada a resolver las dudas que le rondaban por la cabeza.
-¿Y el pago, oráculo?
Preguntó una vez se hubo levantado de su asiento, sacudiéndose de tierra el vestido largo de color ocre y poniéndose de nuevo la tela sobre la cabeza.
-Lo sabrás cuando sea el momento.
La anciana no tan anciana levantó la mano haciendo marcados aspavientos en señal de desacuerdo, señal que captó la loba, que seguidamente desapareció de la estancia tras el suave murmuro del tintineo de las cortinas.
Nana
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Re: Las siete lunas antes del Día de la Alianza. [Solitario]
… 1 luna antes del Día de la Alianza.
Las dudas.
Se apoderan de parte de tu corazón y te obligan a tomar decisiones precipitadas por la angustia. Son como pequeñas notas de una melodía que un día entraron suaves por tus oídos, notas de una melodía que terminas por tararear a todas horas. Infundadas por algo tan pequeño como una idea, crecen hasta consumirte desde las uñas hasta el sueño.
Así se sintió la líder de Ulmer las siguientes seis lunas tras el encuentro con el oráculo.
“El futuro es incierto para las personas como tú”
Era una frase que repetía constantemente. Le había marcado las ojeras y le había consumido ¿Y si existieran? Los dioses, si hubieran cosas que ella no podía entender, y que sucedían porque ellos lo querían así. Pero entonces, ¿Por qué habían tantos? ¿De dónde venían?
Aquella mañana esas preguntas eran también su desayuno, y no encontraba respuesta mientras la buscaba en los posos del té de las islas que le había preparado Rose. Envidiaba a Rose, que vivía en su credulidad, con sus deidades del archipiélago que para ella tan solo eran estatuillas en mitad de un manto de flores que cambiaba cuidadosamente todas las mañanas.
Aquella mañana era diferente, faltaba tan solo una luna para el Día de la Alianza, y la loba no estaba segura si debía de asistir, o por el contrario no debía de interferir en cosas de los dioses. Pero su pueblo le había rogado que acudiese, ¿Qué iba a ir primero, su gente o sus ideales?. Nana la escéptica, la habían llamado muchos, apodo que en parte le hacía justicia por su naturaleza desconfiada e incrédula.
El transcurso del día no fue diferente al de los anteriores. Ayudó a reconstruir aquellas casas destruidas por la guerra, visitó a los enfermos y llevó provisiones al templo donde cuidaban de los más desfavorecidos en la contienda contra los vampiros.
Y allí volvía a estar, frente al mismo vaso, en la misma postura, con las mismas preguntas rondándole la cabeza. La última luna antes del Día de la Alianza, y ella aún estaba carcomida por las dudas.
-Nana.
La voz de Rose hizo que volviera a poner los pies en la tierra durante unos segundos para posar sus ambarinos ojos sobre la bruja con un gesto interrogante.
-Deberías de ver esto.
Rose destapó la cortina del todo, dejando la ventana del gran salón totalmente destapada. La líder se levantó con la pesadumbre que le había caracterizado desde hacía muchas lunas atrás, cuando las dudas se habían posado sobre sus hombros a modo de alforjas.
-… ¿Pero … qué?
El rostro de la loba se descompuso por un segundo, en una muca incomprensible. Echó a correr hacia la puerta entreabierta del salón y bajó las escaleras de la edificación a toda prisa. Allí, en la plaza, nadie reparó ni un segundo en el gesto desencajado de su líder, porque todos tenían puesta la mirada en el cielo.
Enorme y brillante, parecía que iba a precipitar sobre el fiordo de Jörmundgand en cualquier momento. Se podían escuchar las aguas agitadas por la presencia cósmica de aquel ente que había aparecido en el cielo teñido del rojo sangre del atardecer del final del verano.
-Los dioses han hablado, Nana de Ulmer.
Una arrugada mano que parecía más vieja de lo que era, se posó sobre el hombro de la loba en ese preciso momento, quien no pudo apartar la vista del cielo. Como si aquellas alforjas que presionaban sus hombros con fuerza se disiparan, las dudas volaron en un suspiro que exhaló de sus labios.
-Los dioses han hablado. -Repitió en voz alta las palabras del oráculo, que desapareció por el camino de tierra que llevaba de la plaza al muelle.
Debía prepararse, porque al alba partiría a la reunión del Día de la Alianza.
Nana
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