Canción de sombra y centellas [Privado - Reivy ][+18] [Cerrado]
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Canción de sombra y centellas [Privado - Reivy ][+18] [Cerrado]
Me preguntó con la mirada, pero le dirigí a Fémur una sonrisa ausente. Tenía la mente en otro lado. Y hambre. Sed, si una quería ser concreta, pero qué más daba. Me puse las botas sin demasiada prisa, tratando de hacerme un mapa mental de lo poco que conocía de la urbe. La zona del mercado, las calles adyacentes y...
Abrí la ventana dejando que el frío aire nocturno se colara dentro de la pequeña habitación, contemplando las formas oscuras que componían el horizonte de la ciudad. Antorchas y chimeneas encendían soles diseminados por aquí y por allá, confiriéndole un aire extraño a la capital de la magia a través de las ventanas de sus habitantes. La verdad es que no parecía haber sufrido un terremoto ni una reconstrucción reciente: cuando me asomé percibí lo mismo de siempre, las sensaciones y fragancias que acompañaban cualquier asentamiento humano. Y apestaba.
Se me torció la boca en una mueca. Asentamiento humano. Todavía me resultaba extraño hablar de mi... antigua raza... como si nunca hubiese sido mía. Como si ser humana, o haberlo sido, quedase tan lejos que bien podría fingir que fue un rumor, una historia inventada. Algo con lo que tenía pesadillas rojas cada vez menos frecuentes.
Sentía que la sed se llevaba algo de mí cada vez que hundía los colmillos en alguien. Algo muy, muy pequeñito, algo de lo que ni siquiera notaba su falta. Pero la maldición era constante, tenaz, no tenía prisa por lograr su objetivo. Como una fuente escondida que busca abrirse paso entre las grietas de la roca. Poco a poco. Y cada vez que me daba cuenta ya era tarde. Siempre tarde. Siempre. Y me descubría pensando en los seres vivos como ganado. Me descubría encontrando que la vida tenía demasiado tiempo.
Me descubría llorando al filo del amanecer, sin una sola lágrima y la garganta calmada. Que el sol amenazase con dejarme ciega no me producía la desazón que buscaba.
Inspiré con profundidad, trazando otro mapa diferente al de la ciudad. A mi nariz llegó el aroma de orines fríos y cuerpos hacinados, de sangre caliente corriendo furtiva entre los callejones, de Fémur a mi espalda, haciéndose una trenza. Todavía apestando a dragón. Apreté los labios y la madera crujió maltratada bajo el agarre de mis manos.
Sacudiendo la cabeza me aupé al marco de la ventana, acuclillándome sobre el alféizar y escudriñando las sombras de la noche. No le había dicho nada, evidentemente. Hacer cualquier comentario ácido sobre la naturaleza de su "alimentación" implicaba admitir que conocía el olor y el sabor de la raza a la que odiaba.
Me deslicé sobre el tejadillo ligeramente inclinado, sin despedirme ni decir nada. En completo silencio. En realidad era culpa suya. De Fémur por no tener medida ni estándares. Y de... El recuerdo de su mirada cruzó mi mente como un relámpago. Reivy. Su nombre sonaba desagradable incluso sin pronunciarlo. Sólo pensar en ella me llenaba de odio y rechazo. Hacia mí misma, mayormente. ¿Cómo pude ser tan estúpida? Media vida odiando esa raza de lagartos transformistas y tenía que ir y comerme uno. En varios sentidos.
Le enseñé los colmillos a la noche fría de invierno, siseando bajo. Me descolgué con agilidad sintiendo la debilidad podrida de las tejas de madera. A veces pesar como un niño de doce años tenía sus ventajas, ¿huh? Ignorando el leve chirrido del material bajo el maltrato sigiloso de mi andadura, seguí descendiendo hasta llegar al suelo. Palmeé las manos y sacudí mi ropa, dispuesta a internarme en aquel bosque extraño lleno de edificios.
A diferencia de la pelirroja yo sí tenía estándares. Olfateé el ambiente, sintiendo el picor del frío en la punta de la nariz. Brrrr. El invierno alcanzaba temperaturas bajas en las islas, pero se sentía bien. Desde que... cambié, disfrutaba más las cosas frías. Busqué en el aire, como un sabueso, el trazo que despertase de verdad mi apetito. No se trataba sólo de pillar el primer cuerpo y vaciarlo porque sí, de la misma manera que una persona no engulle la primera escudilla de guiso que ve. Probablemente.
Al girar la esquina me esperaba una taberna. No me apetecía emborracharme, ni me apetecía ninguna de las personas peligrosamente inclinadas sobre la vía de tierra apisonada. Seguí sin hacer ruido, las botas amortiguando los pasos, las sombras combinándose con mi naturaleza de criatura nocturna. Pude oler la excitación del miedo y el peligro en un callejón varias calles más adelante, un pequeño grupo de gente inmerso en sus propias transacciones. Nada de mi incumbencia.
Capté el aroma de un joven muchacho escapándose por la ventana de una casa modesta. El de una mujer madura complaciendo bajo precio acordado a un hombre ansioso. El de un anciano indiferente que paseaba por la oscuridad sin miedo alguno. Ninguno me llamó la atención. Cumplían los requisitos, su sangre se adivinaba sana, nutritiva y prometía tener buen sabor, pero había algo más en el ambiente. Algo tiraba de mi como un hilo invisible, obligándome a escanear los alrededores.
Torcí el callejón con prisa, empezando a reconocer las inmediaciones de la pasada feria. Hacía al menos tres días que acabó pero todavía quedaba gente... ¿Dónde estás...? Emprendí un trote ligero paralela a los restos del evento. Cerré los ojos y eché fuera todas las distracciones. ¿Dónde, dónde...? Ah.
Ahí.
Abrí los ojos de par en par, sintiendo la advertencia en el fondo de mi mente. La ignoré. Giré la esquina hacia la derecha dando de bruces con una posada bastante ocupada con los parroquianos armando jolgorio en la puerta, un grupo inclinado sobre el suelo, apostando frente a un trilero. Sentía la respiración entrecortada, y no por el trote. Rodeé el edificio en el momento en el que alguien gritaba una queja. Ahí estaba. Una muchacha de largo cabello rubio, que de espaldas a mí se afanaba en buscar algo en las provisiones apiladas en el callejón. Olía a sudor adolescente, a pan y cerveza. A rubor y calor humano. A algo más que no le pertenecía, y la hacía irresistible.
Amparada por la noche de la que era hija me acerqué en silencio. Sentía los colmillos ansiosos tras mis labios, las manos inquietas por tocar la curva del cuello. El estómago se apretaba contra mi abdomen como si quisiese hacer él el trabajo. Antes de poder reaccionar, de pensar dónde había vivido yo una situación semejante, se abrió la puerta de la posada que daba al callejón.
La luz repentina me cegó durante un instante y de repente supe por qué me apetecía la rubia. Supe qué es lo que me había atraído hasta ella. Apenas tuve tiempo de horrorizarme, enfadarme o huir.
La lagarta me descubrió a punto de hundir los colmillos en una burda imitación de algo que ni siquiera sabía que buscaba.
Abrí la ventana dejando que el frío aire nocturno se colara dentro de la pequeña habitación, contemplando las formas oscuras que componían el horizonte de la ciudad. Antorchas y chimeneas encendían soles diseminados por aquí y por allá, confiriéndole un aire extraño a la capital de la magia a través de las ventanas de sus habitantes. La verdad es que no parecía haber sufrido un terremoto ni una reconstrucción reciente: cuando me asomé percibí lo mismo de siempre, las sensaciones y fragancias que acompañaban cualquier asentamiento humano. Y apestaba.
Se me torció la boca en una mueca. Asentamiento humano. Todavía me resultaba extraño hablar de mi... antigua raza... como si nunca hubiese sido mía. Como si ser humana, o haberlo sido, quedase tan lejos que bien podría fingir que fue un rumor, una historia inventada. Algo con lo que tenía pesadillas rojas cada vez menos frecuentes.
Sentía que la sed se llevaba algo de mí cada vez que hundía los colmillos en alguien. Algo muy, muy pequeñito, algo de lo que ni siquiera notaba su falta. Pero la maldición era constante, tenaz, no tenía prisa por lograr su objetivo. Como una fuente escondida que busca abrirse paso entre las grietas de la roca. Poco a poco. Y cada vez que me daba cuenta ya era tarde. Siempre tarde. Siempre. Y me descubría pensando en los seres vivos como ganado. Me descubría encontrando que la vida tenía demasiado tiempo.
Me descubría llorando al filo del amanecer, sin una sola lágrima y la garganta calmada. Que el sol amenazase con dejarme ciega no me producía la desazón que buscaba.
Inspiré con profundidad, trazando otro mapa diferente al de la ciudad. A mi nariz llegó el aroma de orines fríos y cuerpos hacinados, de sangre caliente corriendo furtiva entre los callejones, de Fémur a mi espalda, haciéndose una trenza. Todavía apestando a dragón. Apreté los labios y la madera crujió maltratada bajo el agarre de mis manos.
Sacudiendo la cabeza me aupé al marco de la ventana, acuclillándome sobre el alféizar y escudriñando las sombras de la noche. No le había dicho nada, evidentemente. Hacer cualquier comentario ácido sobre la naturaleza de su "alimentación" implicaba admitir que conocía el olor y el sabor de la raza a la que odiaba.
Me deslicé sobre el tejadillo ligeramente inclinado, sin despedirme ni decir nada. En completo silencio. En realidad era culpa suya. De Fémur por no tener medida ni estándares. Y de... El recuerdo de su mirada cruzó mi mente como un relámpago. Reivy. Su nombre sonaba desagradable incluso sin pronunciarlo. Sólo pensar en ella me llenaba de odio y rechazo. Hacia mí misma, mayormente. ¿Cómo pude ser tan estúpida? Media vida odiando esa raza de lagartos transformistas y tenía que ir y comerme uno. En varios sentidos.
Le enseñé los colmillos a la noche fría de invierno, siseando bajo. Me descolgué con agilidad sintiendo la debilidad podrida de las tejas de madera. A veces pesar como un niño de doce años tenía sus ventajas, ¿huh? Ignorando el leve chirrido del material bajo el maltrato sigiloso de mi andadura, seguí descendiendo hasta llegar al suelo. Palmeé las manos y sacudí mi ropa, dispuesta a internarme en aquel bosque extraño lleno de edificios.
A diferencia de la pelirroja yo sí tenía estándares. Olfateé el ambiente, sintiendo el picor del frío en la punta de la nariz. Brrrr. El invierno alcanzaba temperaturas bajas en las islas, pero se sentía bien. Desde que... cambié, disfrutaba más las cosas frías. Busqué en el aire, como un sabueso, el trazo que despertase de verdad mi apetito. No se trataba sólo de pillar el primer cuerpo y vaciarlo porque sí, de la misma manera que una persona no engulle la primera escudilla de guiso que ve. Probablemente.
Al girar la esquina me esperaba una taberna. No me apetecía emborracharme, ni me apetecía ninguna de las personas peligrosamente inclinadas sobre la vía de tierra apisonada. Seguí sin hacer ruido, las botas amortiguando los pasos, las sombras combinándose con mi naturaleza de criatura nocturna. Pude oler la excitación del miedo y el peligro en un callejón varias calles más adelante, un pequeño grupo de gente inmerso en sus propias transacciones. Nada de mi incumbencia.
Capté el aroma de un joven muchacho escapándose por la ventana de una casa modesta. El de una mujer madura complaciendo bajo precio acordado a un hombre ansioso. El de un anciano indiferente que paseaba por la oscuridad sin miedo alguno. Ninguno me llamó la atención. Cumplían los requisitos, su sangre se adivinaba sana, nutritiva y prometía tener buen sabor, pero había algo más en el ambiente. Algo tiraba de mi como un hilo invisible, obligándome a escanear los alrededores.
Torcí el callejón con prisa, empezando a reconocer las inmediaciones de la pasada feria. Hacía al menos tres días que acabó pero todavía quedaba gente... ¿Dónde estás...? Emprendí un trote ligero paralela a los restos del evento. Cerré los ojos y eché fuera todas las distracciones. ¿Dónde, dónde...? Ah.
Ahí.
Abrí los ojos de par en par, sintiendo la advertencia en el fondo de mi mente. La ignoré. Giré la esquina hacia la derecha dando de bruces con una posada bastante ocupada con los parroquianos armando jolgorio en la puerta, un grupo inclinado sobre el suelo, apostando frente a un trilero. Sentía la respiración entrecortada, y no por el trote. Rodeé el edificio en el momento en el que alguien gritaba una queja. Ahí estaba. Una muchacha de largo cabello rubio, que de espaldas a mí se afanaba en buscar algo en las provisiones apiladas en el callejón. Olía a sudor adolescente, a pan y cerveza. A rubor y calor humano. A algo más que no le pertenecía, y la hacía irresistible.
Amparada por la noche de la que era hija me acerqué en silencio. Sentía los colmillos ansiosos tras mis labios, las manos inquietas por tocar la curva del cuello. El estómago se apretaba contra mi abdomen como si quisiese hacer él el trabajo. Antes de poder reaccionar, de pensar dónde había vivido yo una situación semejante, se abrió la puerta de la posada que daba al callejón.
La luz repentina me cegó durante un instante y de repente supe por qué me apetecía la rubia. Supe qué es lo que me había atraído hasta ella. Apenas tuve tiempo de horrorizarme, enfadarme o huir.
La lagarta me descubrió a punto de hundir los colmillos en una burda imitación de algo que ni siquiera sabía que buscaba.
Última edición por Nayru el Mar 21 Abr - 16:45, editado 1 vez
Nayru
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Re: Canción de sombra y centellas [Privado - Reivy ][+18] [Cerrado]
La feria había dado buenas ganancias, el barco estuvo listo para zarpar el mismo día que se clausuro el evento. Sin embargo mis viajes a las islas eran menores de lo que me gustaría, así que decidí quedarme unos días más.
Lavey y yo nos hospedábamos en una posada cercana a la feria de invierno, aunque la adolescente no entendía porque estábamos allí cuando podíamos dormir gratis en el barco. No encontraba razonable mi escusa de "porque esto está más cerca", y lo cierto es que tiene razón. Somos dragonas, podemos volar del puerto a la ciudad en apenas minutos. Pero la taberna tenía dos cosas que el barco no.
La primera, la cercanía a la academia donde estaba Bárbara. La bruja se había mostrado receptiva a entrar a cierta parte de mi mundo, quería volverme a ver y que le enseñara más. La segunda tenia nombre, María. Era una de las camareras del local, la primera noche me invitó, con rubor en las mejillas, a que durmiera con ella.
La segunda noche la dejé tranquila, principalmente por respeto y por... bueno, este juego tiene varias normas no escritas, una de ellas es "Deja que el lecho se enfríe. La ausencia les mostrara la necesidad y buscaran tu compañía."
Por supuesto cada norma tiene sus propias variantes y hay que saber aplicar cada una de ellas en función de las necesidades ajenas.
En este caso el juego de María seguía la norma.
Faltaba poco para el final de su turno y la rubia no perdía la ocasión de lanzarme un guiño, cada vez que pasaba por delante de la mesa.
María dejó el mandil y salió de la posada por la puerta trasera. Esa era la señal. Esperé unos segundos y salí tras ella.
-Señorita necesita ayu...
Ciertamente necesitaba ayuda urgente, pero no por la puesta en escena de un alma caritativa, que ayudaría a la moza con la pesada carga, donde luego esta ofrecería una recompensa. No, ni por asomo. Ojala hubiera sido así.
María necesitaba ayuda real, un depredador nocturno se cernía sobre ella mientras abría la puerta. Uno con forma femenina que quedó deslumbrado por la iluminación tras de mí.
Moví las manos con rapidez, instintivas, colocando una en el cuello y otra en la muñeca. Giré el brazo ajeno inmovilizándolo tras la espalda y tirando a la vez de su cuello, hasta reducir a la vampiresa contra la pared de la posada.
-María, regresa dentro. -Mi voz, severa y alarmada, no daba lugar a replicas. -¿Tu madre nunca te enseñó modales? Atacar a una señorita por la espalda...
En cuanto María se fue, las palabras se volvieron sarcástico y peligrosas. El peso de mi cuerpo ejercía presión contra el ajeno, solté la mano que apretaba el cuello y tiré del cabello negro.
-¿Porque no te metes con alguien que... -No pude terminar la frase. Quería ver a los ojos a aquel depredador y enseñarle lo que es el miedo. Pero no pude, conocía aquella cara. -¿Nayru?
Lavey y yo nos hospedábamos en una posada cercana a la feria de invierno, aunque la adolescente no entendía porque estábamos allí cuando podíamos dormir gratis en el barco. No encontraba razonable mi escusa de "porque esto está más cerca", y lo cierto es que tiene razón. Somos dragonas, podemos volar del puerto a la ciudad en apenas minutos. Pero la taberna tenía dos cosas que el barco no.
La primera, la cercanía a la academia donde estaba Bárbara. La bruja se había mostrado receptiva a entrar a cierta parte de mi mundo, quería volverme a ver y que le enseñara más. La segunda tenia nombre, María. Era una de las camareras del local, la primera noche me invitó, con rubor en las mejillas, a que durmiera con ella.
La segunda noche la dejé tranquila, principalmente por respeto y por... bueno, este juego tiene varias normas no escritas, una de ellas es "Deja que el lecho se enfríe. La ausencia les mostrara la necesidad y buscaran tu compañía."
Por supuesto cada norma tiene sus propias variantes y hay que saber aplicar cada una de ellas en función de las necesidades ajenas.
En este caso el juego de María seguía la norma.
Faltaba poco para el final de su turno y la rubia no perdía la ocasión de lanzarme un guiño, cada vez que pasaba por delante de la mesa.
María dejó el mandil y salió de la posada por la puerta trasera. Esa era la señal. Esperé unos segundos y salí tras ella.
-Señorita necesita ayu...
Ciertamente necesitaba ayuda urgente, pero no por la puesta en escena de un alma caritativa, que ayudaría a la moza con la pesada carga, donde luego esta ofrecería una recompensa. No, ni por asomo. Ojala hubiera sido así.
María necesitaba ayuda real, un depredador nocturno se cernía sobre ella mientras abría la puerta. Uno con forma femenina que quedó deslumbrado por la iluminación tras de mí.
Moví las manos con rapidez, instintivas, colocando una en el cuello y otra en la muñeca. Giré el brazo ajeno inmovilizándolo tras la espalda y tirando a la vez de su cuello, hasta reducir a la vampiresa contra la pared de la posada.
-María, regresa dentro. -Mi voz, severa y alarmada, no daba lugar a replicas. -¿Tu madre nunca te enseñó modales? Atacar a una señorita por la espalda...
En cuanto María se fue, las palabras se volvieron sarcástico y peligrosas. El peso de mi cuerpo ejercía presión contra el ajeno, solté la mano que apretaba el cuello y tiré del cabello negro.
-¿Porque no te metes con alguien que... -No pude terminar la frase. Quería ver a los ojos a aquel depredador y enseñarle lo que es el miedo. Pero no pude, conocía aquella cara. -¿Nayru?
Reivy Abadder
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Re: Canción de sombra y centellas [Privado - Reivy ][+18] [Cerrado]
El mundo se cerró sobre mí. Dejé de escuchar los sonidos de la noche al fondo del callejón. Dejé de oler el pulso repentinamente acelerado de la chica. dejé de sentir el suelo frío bajo mis pies.
Porque unos ojos de relámpago acababan de hacer presa en mi persona como si los colmillos fuesen suyos y no míos.
¿Por qué? Joder. Tendría que haber abandonado las Islas de inmediato. En cuanto supe que su asqueroso culo escamoso estaba aquí. Las ganas de huir mandaron un escalofrío de advertencia a mi espina dorsal que esta vez estaba dispuesta a tomar en cuenta, en lugar del gemido hambriento que se escondía en mi garganta dispuesto a saltar hacia delante. Ahora sí. Iba a comprobar de primera mano si podía cruzar a la carrera el puto mar con aquellas botas nuevas.
En el momento en el que flexioné un poco la postura, dispuesta a darme la vuelta y salir corriendo, ya la tenía sobre mí. Literalmente. No paraba de hablar y nada de lo que decía me llegaba al cerebro. Ni siquiera estaba segura de que se acordara de mi. Yo no me hubiese acordado de no ser por su repugnante condición reptil. Repugnante. Pensar en su femoral hizo que la boca me salivase contra mi voluntad. Todo lo relacionado con aquella mujer pasaba contra mi voluntad ¡y ya era suficiente!
Me agarró del pelo para echarme la cabeza hacia atrás y solté un gruñido, ahogando sus siguientes palabras. ¿¡Es que no se podía callar!? ¿¡O soltarme!? Tenía el brazo aprisionado entre mi espalda y su torso, mi cuerpo contra su cuerpo y la pared. Podía sentir la presión de sus pechos entre las capas de ropa, suaves a pesar de la violencia de la situación. Volví a soltar otro gruñido de frustración. Con rapidez levanté una pierna y luego la otra, apoyándolas firmemente contra el muro del callejón para impulsar un empujón repentino que la hizo perder el equilibrio.
Conseguí que me soltara el brazo, pero por alguna razón seguía agarrada a mi pelo y me estaba jodiendo.
-¡Suéltame! -ordené, revolviéndome contra ella.
-Oh, claro que te voy a soltar... -lo meditó; pude escuchar la sonrisa en su voz.- No, ¿sabes qué? Mejor no te suelto. -con un movimiento fluido me acercó a su rostro sin soltarme. La puta me iba a dejar calva.- Tú y yo tenemos un asunto pendiente.
-¡Tu y yo no tenemos nada pendiente! -le grité a la cara, mostrando mis colmillos.
-¿De veras? ¿Lo del bosque fue suficiente para ti? Yo apenas estaba calentando. Colmillitos... si con eso te conformas es que no has visto nada.
Tenía agarrado su brazo con ambas manos. Tardé en notar que me aferraba a él con la desesperación del débil, de la bestia arrinconada. ¿Por qué tenía que ser tan fuerte? ¡Yo era más ágil, más pequeña! ¡Tendría que poder escapar de esa vaca! Y sin embargo ahí estaba, contra la pared. Sin usar mis sombras, ni mi velocidad, ni la ventaja escurridiza de mi tamaño. Porque lo único que quería hacer era usar mis colmillos en sus labios.
Mirándola a los ojos pensé en lo injusto que era todo. En la naturaleza de mi desgracia, en la historia pasada, en la sangre derramada. Pensé en mis tambaleantes convicciones a las que un dragón les había puesto la zancadilla, como al inicio de todo, cuando el mundo era tan joven que ni siquiera tenía historias. Todo era su culpa, de principio a fin, y no veía compensación alguna por mi propio dolor. ¡Era su culpa que yo estuviese maldita! ¡De todos ellos!
Sus ojos centellearon en la oscuridad mientras los míos se humedecían. Me pregunté por qué tenía que sufrir en sus manos, en mi garganta, en la noche eterna. ¿Era tan difícil vivir sin ruido y con paz? ¿Tan complicado resultaba no tener semejantes dilemas existenciales?
Dejé caer los brazos y me quedé ahí quieta observando su sonrisa condescendiente. Condescendiente. Ouch.
Y yo aquí, anhelando la sangre en sus venas, el toque de su piel, la calidez en su pecho. ¿Qué venganza se puede planear contra alguien a quien quieres comerte de semejante manera? Si ni siquiera podía soltarle la mano a uno de la raza, ¿qué pretendía? Inhalé profundamente, inundando el interior de mi cabeza con el aroma de la dragona.
Me atraía. De una manera brutal, primitiva, básica. Quería beberme su sangre y follármela hasta que el sol me incinerase. Quería matarla en un frenesí de furia desatada. Negarme dolía tanto como sucumbir, y ya no sabía lo que hacer ni lo que pensar ni cómo actuar. No sabía nada.
La vista se me emborronó, pero no dejé de mirarla ni un segundo.
-Muy bien, Chispitas. Juguemos otra vez.
Porque unos ojos de relámpago acababan de hacer presa en mi persona como si los colmillos fuesen suyos y no míos.
¿Por qué? Joder. Tendría que haber abandonado las Islas de inmediato. En cuanto supe que su asqueroso culo escamoso estaba aquí. Las ganas de huir mandaron un escalofrío de advertencia a mi espina dorsal que esta vez estaba dispuesta a tomar en cuenta, en lugar del gemido hambriento que se escondía en mi garganta dispuesto a saltar hacia delante. Ahora sí. Iba a comprobar de primera mano si podía cruzar a la carrera el puto mar con aquellas botas nuevas.
En el momento en el que flexioné un poco la postura, dispuesta a darme la vuelta y salir corriendo, ya la tenía sobre mí. Literalmente. No paraba de hablar y nada de lo que decía me llegaba al cerebro. Ni siquiera estaba segura de que se acordara de mi. Yo no me hubiese acordado de no ser por su repugnante condición reptil. Repugnante. Pensar en su femoral hizo que la boca me salivase contra mi voluntad. Todo lo relacionado con aquella mujer pasaba contra mi voluntad ¡y ya era suficiente!
Me agarró del pelo para echarme la cabeza hacia atrás y solté un gruñido, ahogando sus siguientes palabras. ¿¡Es que no se podía callar!? ¿¡O soltarme!? Tenía el brazo aprisionado entre mi espalda y su torso, mi cuerpo contra su cuerpo y la pared. Podía sentir la presión de sus pechos entre las capas de ropa, suaves a pesar de la violencia de la situación. Volví a soltar otro gruñido de frustración. Con rapidez levanté una pierna y luego la otra, apoyándolas firmemente contra el muro del callejón para impulsar un empujón repentino que la hizo perder el equilibrio.
Conseguí que me soltara el brazo, pero por alguna razón seguía agarrada a mi pelo y me estaba jodiendo.
-¡Suéltame! -ordené, revolviéndome contra ella.
-Oh, claro que te voy a soltar... -lo meditó; pude escuchar la sonrisa en su voz.- No, ¿sabes qué? Mejor no te suelto. -con un movimiento fluido me acercó a su rostro sin soltarme. La puta me iba a dejar calva.- Tú y yo tenemos un asunto pendiente.
-¡Tu y yo no tenemos nada pendiente! -le grité a la cara, mostrando mis colmillos.
-¿De veras? ¿Lo del bosque fue suficiente para ti? Yo apenas estaba calentando. Colmillitos... si con eso te conformas es que no has visto nada.
Tenía agarrado su brazo con ambas manos. Tardé en notar que me aferraba a él con la desesperación del débil, de la bestia arrinconada. ¿Por qué tenía que ser tan fuerte? ¡Yo era más ágil, más pequeña! ¡Tendría que poder escapar de esa vaca! Y sin embargo ahí estaba, contra la pared. Sin usar mis sombras, ni mi velocidad, ni la ventaja escurridiza de mi tamaño. Porque lo único que quería hacer era usar mis colmillos en sus labios.
Mirándola a los ojos pensé en lo injusto que era todo. En la naturaleza de mi desgracia, en la historia pasada, en la sangre derramada. Pensé en mis tambaleantes convicciones a las que un dragón les había puesto la zancadilla, como al inicio de todo, cuando el mundo era tan joven que ni siquiera tenía historias. Todo era su culpa, de principio a fin, y no veía compensación alguna por mi propio dolor. ¡Era su culpa que yo estuviese maldita! ¡De todos ellos!
Sus ojos centellearon en la oscuridad mientras los míos se humedecían. Me pregunté por qué tenía que sufrir en sus manos, en mi garganta, en la noche eterna. ¿Era tan difícil vivir sin ruido y con paz? ¿Tan complicado resultaba no tener semejantes dilemas existenciales?
Dejé caer los brazos y me quedé ahí quieta observando su sonrisa condescendiente. Condescendiente. Ouch.
Y yo aquí, anhelando la sangre en sus venas, el toque de su piel, la calidez en su pecho. ¿Qué venganza se puede planear contra alguien a quien quieres comerte de semejante manera? Si ni siquiera podía soltarle la mano a uno de la raza, ¿qué pretendía? Inhalé profundamente, inundando el interior de mi cabeza con el aroma de la dragona.
Me atraía. De una manera brutal, primitiva, básica. Quería beberme su sangre y follármela hasta que el sol me incinerase. Quería matarla en un frenesí de furia desatada. Negarme dolía tanto como sucumbir, y ya no sabía lo que hacer ni lo que pensar ni cómo actuar. No sabía nada.
La vista se me emborronó, pero no dejé de mirarla ni un segundo.
-Muy bien, Chispitas. Juguemos otra vez.
Nayru
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Re: Canción de sombra y centellas [Privado - Reivy ][+18] [Cerrado]
El empujón me pilló por sorpresa, pero mantuve el agarre en su cabello, pese al tambaleo del golpe. ¿A qué venia tanta agresividad? Igual era por no dejarle cenar, pero... ¿cuánto hacia que no comía para ponerse así?
Debo admitir que no tiene que ser agradable que te agarren del pelo, tenía intención de soltarla, pero antes quería jugar.
Nada serio, solo una broma intima recordando nuestro primer encuentro. Una sonrisa divertida, un tirón brusco y sugerente, pero no dañino, lamerme el labio cuando me enseñó los colmillos...
La escena dejó de tener gracia cuando Nayru apretó mi brazo con frustración y pánico, realmente no estaba haciendo tanta fuerza como para que ella no pudiera soltarte, y aun así sujetaba mi brazo con desesperación, como si algo en su interior le impidiera liberarse por sí misma.
¿Que habría en el foro interno de la vampiresa para que...
Mi mente se quedó en blanco al percibir la incipiente humedad en los ojos de Nayru. Solté su pelo de inmediato, observándola con preocupación, desdibujando mi sonrisa hasta hacerla una línea neutra. Sería posible que... no, no podía ser... o quizás sí. ¿Habían abusado de ella en el pasado?
-Nay... ¿te encuentras bien?
Las lágrimas en sus ojos seguían creciendo. No caía ninguna, pero se veía como engordaban y se agolpaban en el filo del parpado.
A pesar de eso sus ojos se veían salvajes, decididos, hambrientos... imparables. Y entonces me habló, frunció el ceño, parpadeado, las lágrimas rodaron raudas por su rostro, pero no brotaron nuevas.
-¿Estas segura? Oye yo no...
No pude terminar la frase. Nayru acababa de saltarme encima, literalmente.
El movimiento fue rápido, pero mi mente lo sintió a cámara lenta. Sus pies se pusieron de puntillas gráciles y elegantes, se despegó del suelo con el silencio y el porte de un felino, sus manos subieron a mis hombros, sus piernas se enredaron en la cintura. Apenas comenzaba a parpadear y sus manos aferraban el cuello de mi camisa con ansiedad. Y en ese instante sentí sus colmillos romper la piel de mis labios.
El efímero segundo en el que había sucedido tanto, quedó reducido a un simple mordisco que me hizo olvidar cualquier preocupación.
Debo admitir que no tiene que ser agradable que te agarren del pelo, tenía intención de soltarla, pero antes quería jugar.
Nada serio, solo una broma intima recordando nuestro primer encuentro. Una sonrisa divertida, un tirón brusco y sugerente, pero no dañino, lamerme el labio cuando me enseñó los colmillos...
La escena dejó de tener gracia cuando Nayru apretó mi brazo con frustración y pánico, realmente no estaba haciendo tanta fuerza como para que ella no pudiera soltarte, y aun así sujetaba mi brazo con desesperación, como si algo en su interior le impidiera liberarse por sí misma.
¿Que habría en el foro interno de la vampiresa para que...
Mi mente se quedó en blanco al percibir la incipiente humedad en los ojos de Nayru. Solté su pelo de inmediato, observándola con preocupación, desdibujando mi sonrisa hasta hacerla una línea neutra. Sería posible que... no, no podía ser... o quizás sí. ¿Habían abusado de ella en el pasado?
-Nay... ¿te encuentras bien?
Las lágrimas en sus ojos seguían creciendo. No caía ninguna, pero se veía como engordaban y se agolpaban en el filo del parpado.
A pesar de eso sus ojos se veían salvajes, decididos, hambrientos... imparables. Y entonces me habló, frunció el ceño, parpadeado, las lágrimas rodaron raudas por su rostro, pero no brotaron nuevas.
-¿Estas segura? Oye yo no...
No pude terminar la frase. Nayru acababa de saltarme encima, literalmente.
El movimiento fue rápido, pero mi mente lo sintió a cámara lenta. Sus pies se pusieron de puntillas gráciles y elegantes, se despegó del suelo con el silencio y el porte de un felino, sus manos subieron a mis hombros, sus piernas se enredaron en la cintura. Apenas comenzaba a parpadear y sus manos aferraban el cuello de mi camisa con ansiedad. Y en ese instante sentí sus colmillos romper la piel de mis labios.
El efímero segundo en el que había sucedido tanto, quedó reducido a un simple mordisco que me hizo olvidar cualquier preocupación.
Reivy Abadder
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Re: Canción de sombra y centellas [Privado - Reivy ][+18] [Cerrado]
Me odié. Por llorar. Porque ella no se merecía ver mis lágrimas, ni saber la confusión que me provocaba derramarlas. No comprendía la repentina mirada de preocupación en su rostro. ¿Ahora me tenía pena? Oh no. Eso sí que no. Primero se negaba a soltarme, y ahora quería retirarse después de burlarse de mí.
Ahora la que no iba a escapar era ella. Sin dejarla terminar de hablar me lancé como un resorte, haciendo presa en sus labios para poder beber de ellos. Atrapé con mis colmillos su carnoso labio inferior, rasgando la piel para hacer brotar un poco de sangre. Era la segunda vez que le hacía eso y seguía siendo igual de excitante, igual de placentero. Paladeé con delicia su sabor único. Casi pude escuchar el gemido de satisfacción de mi estómago anticipándose al festín y no pude evitar sonreír triste contra su boca.
Conmigo colgada de su cuello sólo pudo dar un paso hacia delante, apretándome contra la pared para mantener el equilibrio y que no nos fuésemos las dos al suelo. Ah, no llevaba aquella estúpida armadura que comprimía su figura. Sentí su generoso pecho contra el mío, más grande, más cálido. Le solté la camisa para agarrarle el rostro, moviendo las caderas para afianzar el agarre de mis piernas. Y la besé profundo como hacía mucho que no besaba a nadie, jugando con su lengua, recorriendo el paladar, dejando que el gusto de la sangre se mezclara con la sensación del acto. Se me erizó la piel y dejé escapar un suspiro en cuanto pude respirar.
Aprovechando que la pared nos sostenía en parte guié sus manos hacia mi ropa, debajo, sin importarme que estuviesen frías porque despertaban una sensación divertida, cosquilleante. Traté de colarme en su camisa también, pero el único camino accesible en aquella postura era el cuello de la misma y no es que resultase muy grande. Así que me conformé momentáneamente con seguir manteniendo ocupadas nuestras lenguas.
Recorrí el camino de su mandíbula hasta encontrar el lóbulo de la oreja, que mordisqueé sin perforar. Inhalé profundo según fui bajando por la curva del cuello, grabando a fuego el olor de la dragona, esa fragancia que despertaba en mí instintos tan primitivos. Me pregunté si sería sólo Reivy. Me pregunté si sería sólo el dragón. Aspiré, y dejé de preguntar. Daba igual, ya estaba hecho.
Lamí el cuello buscando con los labios el pulso firme de su yugular. Gemí cuando lo encontré sin reconocerme en aquel sonido. Nuestro primer encuentro todavía seguía borroso en mi mente, no conseguía distinguir el hambre del delirio de la realidad. Pero había soñado muchas veces con lo ocurrido, lo que tenía entre manos ya no me era desconocido y eso de alguna manera conseguía que mi mente estuviese más calmada. Al menos conservaba la suficiente claridad como para hablar.
-Reivy... -susurré contra su cuello después de succionar la piel, dejando un brillante círculo rojizo.- quiero morderte. -dije, enterrando mis dedos en su pelo.- Quiero que me folles hasta que pierda el sentido porque te odio. -la miré a los ojos, fascinada con su centelleo.- Quiero beberte hasta que caigas rendida porque me das hambre.
Aquello era mi declaración de intenciones y esperaba que supiese todo lo que implicaba. Para ella al menos, porque a estas alturas yo no podía pensar en lo que significaba para mí; esas cosas quedaban relegadas a mañana, junto con los remordimientos. Si se negaba, me limitaría a desaparecer en las sombras y tratar de no volver a cruzármela.
Si aceptaba... me alimentaría de ella. No estaba segura de poder parar cuando empezara.
Ahora la que no iba a escapar era ella. Sin dejarla terminar de hablar me lancé como un resorte, haciendo presa en sus labios para poder beber de ellos. Atrapé con mis colmillos su carnoso labio inferior, rasgando la piel para hacer brotar un poco de sangre. Era la segunda vez que le hacía eso y seguía siendo igual de excitante, igual de placentero. Paladeé con delicia su sabor único. Casi pude escuchar el gemido de satisfacción de mi estómago anticipándose al festín y no pude evitar sonreír triste contra su boca.
Conmigo colgada de su cuello sólo pudo dar un paso hacia delante, apretándome contra la pared para mantener el equilibrio y que no nos fuésemos las dos al suelo. Ah, no llevaba aquella estúpida armadura que comprimía su figura. Sentí su generoso pecho contra el mío, más grande, más cálido. Le solté la camisa para agarrarle el rostro, moviendo las caderas para afianzar el agarre de mis piernas. Y la besé profundo como hacía mucho que no besaba a nadie, jugando con su lengua, recorriendo el paladar, dejando que el gusto de la sangre se mezclara con la sensación del acto. Se me erizó la piel y dejé escapar un suspiro en cuanto pude respirar.
Aprovechando que la pared nos sostenía en parte guié sus manos hacia mi ropa, debajo, sin importarme que estuviesen frías porque despertaban una sensación divertida, cosquilleante. Traté de colarme en su camisa también, pero el único camino accesible en aquella postura era el cuello de la misma y no es que resultase muy grande. Así que me conformé momentáneamente con seguir manteniendo ocupadas nuestras lenguas.
Recorrí el camino de su mandíbula hasta encontrar el lóbulo de la oreja, que mordisqueé sin perforar. Inhalé profundo según fui bajando por la curva del cuello, grabando a fuego el olor de la dragona, esa fragancia que despertaba en mí instintos tan primitivos. Me pregunté si sería sólo Reivy. Me pregunté si sería sólo el dragón. Aspiré, y dejé de preguntar. Daba igual, ya estaba hecho.
Lamí el cuello buscando con los labios el pulso firme de su yugular. Gemí cuando lo encontré sin reconocerme en aquel sonido. Nuestro primer encuentro todavía seguía borroso en mi mente, no conseguía distinguir el hambre del delirio de la realidad. Pero había soñado muchas veces con lo ocurrido, lo que tenía entre manos ya no me era desconocido y eso de alguna manera conseguía que mi mente estuviese más calmada. Al menos conservaba la suficiente claridad como para hablar.
-Reivy... -susurré contra su cuello después de succionar la piel, dejando un brillante círculo rojizo.- quiero morderte. -dije, enterrando mis dedos en su pelo.- Quiero que me folles hasta que pierda el sentido porque te odio. -la miré a los ojos, fascinada con su centelleo.- Quiero beberte hasta que caigas rendida porque me das hambre.
Aquello era mi declaración de intenciones y esperaba que supiese todo lo que implicaba. Para ella al menos, porque a estas alturas yo no podía pensar en lo que significaba para mí; esas cosas quedaban relegadas a mañana, junto con los remordimientos. Si se negaba, me limitaría a desaparecer en las sombras y tratar de no volver a cruzármela.
Si aceptaba... me alimentaría de ella. No estaba segura de poder parar cuando empezara.
Nayru
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Re: Canción de sombra y centellas [Privado - Reivy ][+18] [Cerrado]
Lo que fuera que atenazaba la mente de Nayru había desaparecido, las lágrimas acababan de llevarse aquella sombra de desesperada incertidumbre. Ahora la pasión agresiva y la lujuria ansiosa recorrían su ser... nuestro ser.
El golpe seco de su espalda contra la pared hizo que el corazón se saltara un latido. Aquella fuerza salvaje e impetuosa, conseguía sacar una excitación primitiva y dominante.
Sonreí cuando sus manos guiaron las mías, entre abrí los ojos entre beso y beso para mirar los suyos, para ver el goce que mis dedos provocaban.
Era una sensación ególatra y orgullosa, necesitaba ver su placer, hacer consciente de que era yo quien se lo provocaba, que ahora estaba en mi poder el dar y quitar aquello que tanto deseaba. Y al mismo tiempo, con esa mirada, enseñaba que mi placer residía en su placer, que si Nayru no gozaba yo no gozaba.
Era mía, era suya, yo dominaba, pero era ella quien tenía el control.
Apenas estábamos empezando y la vampiresa ya gemía. Me pregunté si era por mi o por mi sangre, algo me decía que era la sangre, pero no quería creérmelo, no quise recordar la mirada perdida que tenía en el bosque mientras sus colmillos estaban hundidos en mi piel.
Oír mi nombre en sus labios me erizó la piel. Sonreí con arrogancia al escuchar sus palabras y apreté más su cuerpo contra la pared y contra el mío.
Me odia, ¿porque? si no le hice nada... ¿Me odia justamente porque no le hice nada? ¿Me estaba amenazando? No lo tenía claro, sus palabras solo dejaban preguntas en mi mente. Una mente que estaba cada vez más nublada.
-Esta vez no habrán interrupciones. -Sin dejar de sonreír me acerqué a su oído para susurrarle. -Cuando termine contigo solo sabrás decir mi nombre. -Lamí el perfil de su oreja al tiempo que movía las manos por sus muslos, incitándola a que se soltara. -Vamos.
Puse la mano en su mentón, acariciando con los dedos su cuello, y le planté un último beso antes de cogerla de la mano y entrar a la taberna.
El ambiente estaba cargado, de Marta no había ni rastro, tampoco la culpaba. Lavey estaba jugando con un cuchillo y la mano de un pobre desgraciado.
La chiquilla confiaba mucho en sus reflejos y agilidad, demasiado. El cuchillo paró en seco dando un golpe sordo en la mesa, el hombre gritó pensando que había perdido un dedo y todos comenzaron a reír por el susto. La rubia se levantó de la silla animando al siguiente.
Subimos las escaleras, abrimos la puerta y la pausa llegó a su fin.
La plancha de madera se cerró de golpe, las manos se movieron rápidas hacia la cintura contraria, colándose sin vergüenza por dentro, tallando las curvas de la mujer y subiendo la camisa hasta sacarla. La espalda de Nayru volvía a estar contra la pared, pero esta vez era yo quien mordía su labio.
El golpe seco de su espalda contra la pared hizo que el corazón se saltara un latido. Aquella fuerza salvaje e impetuosa, conseguía sacar una excitación primitiva y dominante.
Sonreí cuando sus manos guiaron las mías, entre abrí los ojos entre beso y beso para mirar los suyos, para ver el goce que mis dedos provocaban.
Era una sensación ególatra y orgullosa, necesitaba ver su placer, hacer consciente de que era yo quien se lo provocaba, que ahora estaba en mi poder el dar y quitar aquello que tanto deseaba. Y al mismo tiempo, con esa mirada, enseñaba que mi placer residía en su placer, que si Nayru no gozaba yo no gozaba.
Era mía, era suya, yo dominaba, pero era ella quien tenía el control.
Apenas estábamos empezando y la vampiresa ya gemía. Me pregunté si era por mi o por mi sangre, algo me decía que era la sangre, pero no quería creérmelo, no quise recordar la mirada perdida que tenía en el bosque mientras sus colmillos estaban hundidos en mi piel.
Oír mi nombre en sus labios me erizó la piel. Sonreí con arrogancia al escuchar sus palabras y apreté más su cuerpo contra la pared y contra el mío.
Me odia, ¿porque? si no le hice nada... ¿Me odia justamente porque no le hice nada? ¿Me estaba amenazando? No lo tenía claro, sus palabras solo dejaban preguntas en mi mente. Una mente que estaba cada vez más nublada.
-Esta vez no habrán interrupciones. -Sin dejar de sonreír me acerqué a su oído para susurrarle. -Cuando termine contigo solo sabrás decir mi nombre. -Lamí el perfil de su oreja al tiempo que movía las manos por sus muslos, incitándola a que se soltara. -Vamos.
Puse la mano en su mentón, acariciando con los dedos su cuello, y le planté un último beso antes de cogerla de la mano y entrar a la taberna.
El ambiente estaba cargado, de Marta no había ni rastro, tampoco la culpaba. Lavey estaba jugando con un cuchillo y la mano de un pobre desgraciado.
La chiquilla confiaba mucho en sus reflejos y agilidad, demasiado. El cuchillo paró en seco dando un golpe sordo en la mesa, el hombre gritó pensando que había perdido un dedo y todos comenzaron a reír por el susto. La rubia se levantó de la silla animando al siguiente.
Subimos las escaleras, abrimos la puerta y la pausa llegó a su fin.
La plancha de madera se cerró de golpe, las manos se movieron rápidas hacia la cintura contraria, colándose sin vergüenza por dentro, tallando las curvas de la mujer y subiendo la camisa hasta sacarla. La espalda de Nayru volvía a estar contra la pared, pero esta vez era yo quien mordía su labio.
Reivy Abadder
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Re: Canción de sombra y centellas [Privado - Reivy ][+18] [Cerrado]
Si alguien hubiese querido eliminarme, aquel preciso momento hubiese sido perfecto. Y hubiese muerto muy feliz. Porque absolutamente todo lo que me rodeaba me resultaba ajeno salvo por lo que tenía delante: mi atención estaba puesta en el esplendoroso culo de la dragona. Registré que estábamos subiendo unas escaleras porque me tropecé con ellas. Y porque sus glúteos rebotaban al ritmo de la marcha y oh dioses inmisericordes.
Me había quedado tonta y yo tan contenta. Joder. Menos mal que me llevaba de la mano.
Mi mente registró el sonido de un portazo, la salida de su culo de mi rango de visión, de repente sus manos bajo mi ropa con un entusiasmo que rayaba en la fiereza. Me estremecí con anticipación. La morena volvió a arrinconarme contra la pared mientras me dejaba desnuda de cintura para arriba, y no me di cuenta de lo solitaria que se sentía mi boca hasta que tuve otra vez sus labios sobre los míos. Hambrientos. Quise sonreír por la ironía pero la muy descarada me mordió rasgando un poco la piel.
Atrapé con cuidado su lengua entre mis dientes durante un breve instante, dejando que notara la punta afilada de los colmillos. ¿Advertiría el peligro implícito y domado? ¿Cómo sabría mi sangre para ella? ¿Rica? ¿Asquerosa? Me afané con sus pantalones mientras mis pulmones luchaban su propia batalla, notando la aspereza de la madera en la espalda desnuda y el ardor de su contacto sobre la piel fría. Me gustaba besarla. Ella respondía sin reservas, con todo lo que tenía, hasta que no quedaba aire.
Jugué con su lengua hasta que mis manos consiguieron desabrochar los pantalones, colándose raudas para agarrarla de aquel culo esculpido y atraerla todavía más hacia mí. Pero por mucho que me gustara sentir su peso, la diferencia de altura comenzaba a ser incómoda. La aparté con firmeza, recorriendo la estancia para localizar la cama. Sonreí ampliamente.
La fui empujando de espaldas, recorriendo la piel con caricias por debajo de su ropa para que siguiera prestándome atención. Paró cuando sintió el armazón contra sus piernas y con un último empujón la senté sobre el borde. Riendo traviesa estiré de los malditos pantalones hasta sacárselos por completo. Mucho mejor. Satisfecha, y por fin a mi altura, le quité la camisa. Ah. Hice que mis manos descendiesen lentamente por los brazos alzados. Los hombros. La cicatriz. El cuello. Los pechos. Me tomé mi tiempo sopesándolos, notando el cambio de textura de la aureola, disfrutando el endurecimiento de los pezones entre los dedos.
La miré con una sonrisa sesgada al sostenerle el rostro. Reivy era atractiva. Quería que lo viera reflejado en mis actos, que supiera que no sólo me provocaba sed. Agarré sus manos y besé las palmas encallecidas, lamiendo el punto exacto de las muñecas donde su pulso estaba más a flor de piel. Quería que supiera que su toque provocaba cosas en mí demasiado complicadas como para explicarlas, y que pese al lío en mi cabeza gozaba hasta el último suspiro.
Que comprendía lo que reflejaban sus vehementes ojos de centella y entregaba libremente mi gozo a las fauces del dragón. ¿Si me haces tuya me harás libre? Sacudí la cabeza, ya no sabía ni lo que pensaba.
Guié de nuevo las manos de la morena hacia mi piel, como en el callejón. Solo que esta vez las hice descender hasta los pantalones y más allá.
-Ven. Enséñame cómo te llamas.
Me había quedado tonta y yo tan contenta. Joder. Menos mal que me llevaba de la mano.
Mi mente registró el sonido de un portazo, la salida de su culo de mi rango de visión, de repente sus manos bajo mi ropa con un entusiasmo que rayaba en la fiereza. Me estremecí con anticipación. La morena volvió a arrinconarme contra la pared mientras me dejaba desnuda de cintura para arriba, y no me di cuenta de lo solitaria que se sentía mi boca hasta que tuve otra vez sus labios sobre los míos. Hambrientos. Quise sonreír por la ironía pero la muy descarada me mordió rasgando un poco la piel.
Atrapé con cuidado su lengua entre mis dientes durante un breve instante, dejando que notara la punta afilada de los colmillos. ¿Advertiría el peligro implícito y domado? ¿Cómo sabría mi sangre para ella? ¿Rica? ¿Asquerosa? Me afané con sus pantalones mientras mis pulmones luchaban su propia batalla, notando la aspereza de la madera en la espalda desnuda y el ardor de su contacto sobre la piel fría. Me gustaba besarla. Ella respondía sin reservas, con todo lo que tenía, hasta que no quedaba aire.
Jugué con su lengua hasta que mis manos consiguieron desabrochar los pantalones, colándose raudas para agarrarla de aquel culo esculpido y atraerla todavía más hacia mí. Pero por mucho que me gustara sentir su peso, la diferencia de altura comenzaba a ser incómoda. La aparté con firmeza, recorriendo la estancia para localizar la cama. Sonreí ampliamente.
La fui empujando de espaldas, recorriendo la piel con caricias por debajo de su ropa para que siguiera prestándome atención. Paró cuando sintió el armazón contra sus piernas y con un último empujón la senté sobre el borde. Riendo traviesa estiré de los malditos pantalones hasta sacárselos por completo. Mucho mejor. Satisfecha, y por fin a mi altura, le quité la camisa. Ah. Hice que mis manos descendiesen lentamente por los brazos alzados. Los hombros. La cicatriz. El cuello. Los pechos. Me tomé mi tiempo sopesándolos, notando el cambio de textura de la aureola, disfrutando el endurecimiento de los pezones entre los dedos.
La miré con una sonrisa sesgada al sostenerle el rostro. Reivy era atractiva. Quería que lo viera reflejado en mis actos, que supiera que no sólo me provocaba sed. Agarré sus manos y besé las palmas encallecidas, lamiendo el punto exacto de las muñecas donde su pulso estaba más a flor de piel. Quería que supiera que su toque provocaba cosas en mí demasiado complicadas como para explicarlas, y que pese al lío en mi cabeza gozaba hasta el último suspiro.
Que comprendía lo que reflejaban sus vehementes ojos de centella y entregaba libremente mi gozo a las fauces del dragón. ¿Si me haces tuya me harás libre? Sacudí la cabeza, ya no sabía ni lo que pensaba.
Guié de nuevo las manos de la morena hacia mi piel, como en el callejón. Solo que esta vez las hice descender hasta los pantalones y más allá.
-Ven. Enséñame cómo te llamas.
Nayru
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Re: Canción de sombra y centellas [Privado - Reivy ][+18] [Cerrado]
Cada paso dado hacia atrás me colocaba peligrosamente más cerca de la cama.
No es que la cama tuviera una trampa mortal implementada y lo cierto es que caer al suelo tampoco me mataría... Pero caminar de espaldas con los pantalones bajados suponía todo un reto para mi equilibrio, porque si, caminar hacia atrás no es la gran cosa, pero todo se complica cuando te nublan el juicio...
Sonreía provocadora entre paso y paso, incitando a la vampiresa a que besara mis labios una vez más. De vez en cuando se los negaba, retrocedía un paso justo cuando sus labios querían rozar los míos y veía el deseo frustrado en sus ojos. Una frustración que hacía que el siguiente beso fuera más pasional.
Aquel juego me podría haber costado una caída. Tampoco hubiera pasado nada por acabar en el suelo, a lo sumo una risa tonta y una burla sarcástica, por suerte el ultimo empujón me sentó en la cama.
Bastaron dos movimientos para que quedara completamente desnuda. Recliné el cuerpo hacia atrás, apoyando las manos en la cama y sonreí con arrogancia mientras Nayru redescubría mi cuerpo.
Seguí sus movimientos y enderecé la espalda cuando cogió mis manos, había algo inesperado en aquel gesto, esos besos se me antojaron dulces, íntimos.
Acaricié la piel que mis manos tocaban ahora bajo el pantalón, rodeaba la cintura con tranquilidad, sintiendo su tacto sobre las yemas, reforzando la sensación con besos fugaces por el abdomen, potenciando cada caricia con un mordisco en el pecho, aumentando la excitación con miradas picaras mientras lamia sus pezones.
Cuando el pantalón cayó al suelo sus labios estaban de nuevo contra los míos, me separé de ellos y busqué sus ojos con los míos durante un segundo.
-Reivy. -Dije en voz baja. -Dilo. -Bese su mejilla y el perfil de la mandíbula hasta que llegué a la oreja. -Dilo. -Repetí, al tiempo que mi mano acariciaba su vello. -Dilo y muérdeme... -Susurré. -Muérdeme solo si eres capaz de detenerte cuando te lo pida.
No es que la cama tuviera una trampa mortal implementada y lo cierto es que caer al suelo tampoco me mataría... Pero caminar de espaldas con los pantalones bajados suponía todo un reto para mi equilibrio, porque si, caminar hacia atrás no es la gran cosa, pero todo se complica cuando te nublan el juicio...
Sonreía provocadora entre paso y paso, incitando a la vampiresa a que besara mis labios una vez más. De vez en cuando se los negaba, retrocedía un paso justo cuando sus labios querían rozar los míos y veía el deseo frustrado en sus ojos. Una frustración que hacía que el siguiente beso fuera más pasional.
Aquel juego me podría haber costado una caída. Tampoco hubiera pasado nada por acabar en el suelo, a lo sumo una risa tonta y una burla sarcástica, por suerte el ultimo empujón me sentó en la cama.
Bastaron dos movimientos para que quedara completamente desnuda. Recliné el cuerpo hacia atrás, apoyando las manos en la cama y sonreí con arrogancia mientras Nayru redescubría mi cuerpo.
Seguí sus movimientos y enderecé la espalda cuando cogió mis manos, había algo inesperado en aquel gesto, esos besos se me antojaron dulces, íntimos.
Acaricié la piel que mis manos tocaban ahora bajo el pantalón, rodeaba la cintura con tranquilidad, sintiendo su tacto sobre las yemas, reforzando la sensación con besos fugaces por el abdomen, potenciando cada caricia con un mordisco en el pecho, aumentando la excitación con miradas picaras mientras lamia sus pezones.
Cuando el pantalón cayó al suelo sus labios estaban de nuevo contra los míos, me separé de ellos y busqué sus ojos con los míos durante un segundo.
-Reivy. -Dije en voz baja. -Dilo. -Bese su mejilla y el perfil de la mandíbula hasta que llegué a la oreja. -Dilo. -Repetí, al tiempo que mi mano acariciaba su vello. -Dilo y muérdeme... -Susurré. -Muérdeme solo si eres capaz de detenerte cuando te lo pida.
Reivy Abadder
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Re: Canción de sombra y centellas [Privado - Reivy ][+18] [Cerrado]
Entonces me susurró su nombre al oído. Dilo y muérdeme, murmuró.
Me incliné un poco hacia atrás con los ojos cerrados, ofreciéndome, gimiendo por lo bajo cuando su áspera mano se abrió paso en mi entrepierna. Todavía sentía su toque en mi piel, el mordisco en el pecho, la caricia en la cintura, el beso en el vientre. Mi corazón latía desbocado y la respiración comenzaba a perder el compás.
La maldita sabía dónde y cómo tocar. La dragona era consciente de ello y se veía reflejado en la arrogancia de sus mirada, en la sonrisa pagada de sí misma que me dirigió cuando aquella mano traviesa profundizó en mi intimidad, arrancándome un suspiro ronco de sorpresa. Me agarré a su nuca, enterrando los dedos en su pelo a la vez que la besaba con entusiasmo. Era excitante encontrar de vez en cuando a alguien con semejante confianza.
Aparté un poco la pierna derecha para facilitarle el acceso pero no era una posición cómoda. Mis rodillas comenzaban a ir un poco por su cuenta, ignorando a veces la orden de mantenerme en pie y estable. Volví a sus pechos, encontré de nuevo los pezones y los pellizqué con suavidad mientras los masajeaba. Con la nariz hundida en el hueco de su cuello de repente todo el mundo se reducía a ella. La sensación me dio vértigo.
Moví todavía más la pierna subiéndola sobre una de las suyas, despacio, porque no quería que dejara de explorarme. "Dilo y muérdeme", y me contraje sobre sus dedos al recordarlo.
Me subí sobre la morena. Sobre sus piernas desnudas, cara a cara sentadas en el borde de la cama, abierta a todos sus juegos. Volví a enredarme en su pelo y la atraje hacia mí con vehemencia, porque estaba por volverme loca.
-Reivy...
Susurré contra sus labios, besándola profundamente. Pegándome a ella, acompasándome a sus caricias, a nuestros jadeos. Llegó un punto en que mis caderas se movían solas, ansiosas.
-Reivy, voy a morderte...
Jadeé, sin perder de vista sus ojos. Ah, ahí estaba otra vez esa suficiencia que la hacía parecer una listilla. Sin dejar de mirarla sonreí con todos los dientes y entorné un poco los ojos, preparando todo lo que tenía por ofrecer al placer mi naturaleza vampírica.
-Y sólo pararé cuando grites mi nombre... si te acuerdas.
Y hundí mis colmillos en la tierna carne del cuello.
Me incliné un poco hacia atrás con los ojos cerrados, ofreciéndome, gimiendo por lo bajo cuando su áspera mano se abrió paso en mi entrepierna. Todavía sentía su toque en mi piel, el mordisco en el pecho, la caricia en la cintura, el beso en el vientre. Mi corazón latía desbocado y la respiración comenzaba a perder el compás.
La maldita sabía dónde y cómo tocar. La dragona era consciente de ello y se veía reflejado en la arrogancia de sus mirada, en la sonrisa pagada de sí misma que me dirigió cuando aquella mano traviesa profundizó en mi intimidad, arrancándome un suspiro ronco de sorpresa. Me agarré a su nuca, enterrando los dedos en su pelo a la vez que la besaba con entusiasmo. Era excitante encontrar de vez en cuando a alguien con semejante confianza.
Aparté un poco la pierna derecha para facilitarle el acceso pero no era una posición cómoda. Mis rodillas comenzaban a ir un poco por su cuenta, ignorando a veces la orden de mantenerme en pie y estable. Volví a sus pechos, encontré de nuevo los pezones y los pellizqué con suavidad mientras los masajeaba. Con la nariz hundida en el hueco de su cuello de repente todo el mundo se reducía a ella. La sensación me dio vértigo.
Moví todavía más la pierna subiéndola sobre una de las suyas, despacio, porque no quería que dejara de explorarme. "Dilo y muérdeme", y me contraje sobre sus dedos al recordarlo.
Me subí sobre la morena. Sobre sus piernas desnudas, cara a cara sentadas en el borde de la cama, abierta a todos sus juegos. Volví a enredarme en su pelo y la atraje hacia mí con vehemencia, porque estaba por volverme loca.
-Reivy...
Susurré contra sus labios, besándola profundamente. Pegándome a ella, acompasándome a sus caricias, a nuestros jadeos. Llegó un punto en que mis caderas se movían solas, ansiosas.
-Reivy, voy a morderte...
Jadeé, sin perder de vista sus ojos. Ah, ahí estaba otra vez esa suficiencia que la hacía parecer una listilla. Sin dejar de mirarla sonreí con todos los dientes y entorné un poco los ojos, preparando todo lo que tenía por ofrecer al placer mi naturaleza vampírica.
-Y sólo pararé cuando grites mi nombre... si te acuerdas.
Y hundí mis colmillos en la tierna carne del cuello.
Nayru
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Re: Canción de sombra y centellas [Privado - Reivy ][+18] [Cerrado]
Cada roce era un suspiro, cada beso una respiración ahogada, cada caricia un gemido. Nayru me hablaba con cada uno de sus gestos, las palabras no eran necesarias, no las necesitaba para saber que quería la vampiresa, sus ojos, sus piernas y sus manos me lo decían todo.
Miré sus ojos y sonreí contra sus labios al escuchar mi nombre. Aquel beso desencadenó la reacción que estuve buscando toda la noche. Un movimiento de cadera instintivo y animal, primario y apremiante, exigente y suplicante, una señal que marcaba el comienzo del fin.
Aumenté el ritmo con rapidez y fuerza, rodeando la cadera con el brazo libre, apretando su cuerpo contra el mío, pulsando el interior con el compás de sus estremecimientos.
-Mmm... -Mis ojos se movían con el vaivén de su pecho cuando pronuncio mi nombre por segunda vez. -Adelante. -Respondí, lamiendo sus labios.
Lancé un gemido al aire al sentir sus dientes atravesando mi piel, apreté la mano contra su carne hasta arañarla y detuve en seco mis embistes.
Uno, dos, tres segundos, fue como si el mundo entero se hubiera detenido, como si lo único que se me permitiera fuera gemir y jadear con los ojos cerrados y la cabeza hacia atrás, permitiéndole al depredador libre acceso a su alimento.
Sin previo aviso aquella explosión de placer volvió a activar el mundo.
La mano que arañaba la cadera ahora rasgaba la espalda, los ojos cerrados ahora se abrían con la velocidad del relámpago, la boca jadeante se cerraba sobre el hombro ajeno, mordiéndolo, las piernas se pusieron en pie y, mientras los dedos seguían anclados a su interior, la espalda de Nayru se precipitó sobre la cama recibiendo de nuevo el ímpetu de mis caderas.
Miré sus ojos y sonreí contra sus labios al escuchar mi nombre. Aquel beso desencadenó la reacción que estuve buscando toda la noche. Un movimiento de cadera instintivo y animal, primario y apremiante, exigente y suplicante, una señal que marcaba el comienzo del fin.
Aumenté el ritmo con rapidez y fuerza, rodeando la cadera con el brazo libre, apretando su cuerpo contra el mío, pulsando el interior con el compás de sus estremecimientos.
-Mmm... -Mis ojos se movían con el vaivén de su pecho cuando pronuncio mi nombre por segunda vez. -Adelante. -Respondí, lamiendo sus labios.
Lancé un gemido al aire al sentir sus dientes atravesando mi piel, apreté la mano contra su carne hasta arañarla y detuve en seco mis embistes.
Uno, dos, tres segundos, fue como si el mundo entero se hubiera detenido, como si lo único que se me permitiera fuera gemir y jadear con los ojos cerrados y la cabeza hacia atrás, permitiéndole al depredador libre acceso a su alimento.
Sin previo aviso aquella explosión de placer volvió a activar el mundo.
La mano que arañaba la cadera ahora rasgaba la espalda, los ojos cerrados ahora se abrían con la velocidad del relámpago, la boca jadeante se cerraba sobre el hombro ajeno, mordiéndolo, las piernas se pusieron en pie y, mientras los dedos seguían anclados a su interior, la espalda de Nayru se precipitó sobre la cama recibiendo de nuevo el ímpetu de mis caderas.
Última edición por Reivy Abadder el Dom 24 Mayo - 21:30, editado 1 vez
Reivy Abadder
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Re: Canción de sombra y centellas [Privado - Reivy ][+18] [Cerrado]
Cuando la sensación me golpeó yo ya la estaba esperando. Me sacudió con la misma intensidad que la última vez y por muy poco no me desbordó. Sentí en el raspar de mi garganta el sonido de placer que se escapó sin permiso, porque mis orejas no registraban nada más que mi propio pulso, acelerado. Ensordecedor. Salvaje.
Succioné con largos y lentos tragos, quieta, centrada únicamente en el líquido que la abandonaba a ella para unirse a mí. Durante un breve instante no existió nada. Nada. Sólo yo, sólo mi sed saciada. Sólo la paz que eso aportaba. Fascinante. Jamás en mi vida había probado una sangre que me afectase de esta manera y el vértigo que sentí en el estómago no tenía nada que ver con el hambre o el placer, sino con algo más oscuro y frío.
Y de repente ella me devolvió a la realidad con la misma brusquedad que la última vez entre los bosques. De repente me di cuenta de sus manos sobre mi cuerpo, del ardor de los arañazos sobre la piel caliente, del mordisco animal sobre mi hombro izquierdo. Sus dedos, en mi interior. Incansables. Insaciables. Abrí la boca y dejé ir la yugular cuando ella nos giró con rudeza, temiendo desgarrarla con mis colmillos de seguir bebiendo.
Se me escapó una risa ronca llena de travesura y placer salvaje que se disipó en un gemido grave cuando eché la cabeza hacia atrás, arqueando la espalda al compás de sus manos.
La atraje de nuevo hacia mí de la nuca, manteniendo nuestras pieles en contacto. Hice presa en su cuello, en el lado contrario. Me di cuenta de que jamás tendría suficiente de su sangre y enterré esa preocupación lo más hondo que pude. Mis piernas se agarraron a ella sin orden directa de mi cerebro, atrapándola en una pinza de la que no iba a salir con facilidad.
Y mientras tanto una de mis manos la buscaban a ella, su femineidad, su centro de placer. Y no pararon hasta encontrarlo. Cerré los ojos a la sangre y su humedad, masajeando entre los dedos aquel delicioso botón a la vez que con la que quedaba libre la acariciaba entera. El contorno de la cadera, el costado. Inicié un recorrido invisible desde su ombligo abriéndome paso entre sus pechos, su pecho y su cuello de nuevo.
Reivy tenía un cuello magnífico.
La estaba memorizando con el tacto. Todos sus huecos y recovecos. Todas sus irregularidades y texturas. Bajé hasta su trasero, lo apreté hundiendo las uñas en la carne, aceleré el ritmo de los dedos. Su humedad facilitaba la rapidez de movimientos. Solté un gemido más agudo contra su piel porque tanto mis movimientos como los suyos comenzar a acelerarse más y más. Sentirla tan excitada sólo aumentaba mi propio placer.
Y de repente tuve la duda más estúpida del mundo porque ansiaba hacer dos cosas a la vez con una sola boca. ¿Besar o beber?
Succioné con largos y lentos tragos, quieta, centrada únicamente en el líquido que la abandonaba a ella para unirse a mí. Durante un breve instante no existió nada. Nada. Sólo yo, sólo mi sed saciada. Sólo la paz que eso aportaba. Fascinante. Jamás en mi vida había probado una sangre que me afectase de esta manera y el vértigo que sentí en el estómago no tenía nada que ver con el hambre o el placer, sino con algo más oscuro y frío.
Y de repente ella me devolvió a la realidad con la misma brusquedad que la última vez entre los bosques. De repente me di cuenta de sus manos sobre mi cuerpo, del ardor de los arañazos sobre la piel caliente, del mordisco animal sobre mi hombro izquierdo. Sus dedos, en mi interior. Incansables. Insaciables. Abrí la boca y dejé ir la yugular cuando ella nos giró con rudeza, temiendo desgarrarla con mis colmillos de seguir bebiendo.
Se me escapó una risa ronca llena de travesura y placer salvaje que se disipó en un gemido grave cuando eché la cabeza hacia atrás, arqueando la espalda al compás de sus manos.
La atraje de nuevo hacia mí de la nuca, manteniendo nuestras pieles en contacto. Hice presa en su cuello, en el lado contrario. Me di cuenta de que jamás tendría suficiente de su sangre y enterré esa preocupación lo más hondo que pude. Mis piernas se agarraron a ella sin orden directa de mi cerebro, atrapándola en una pinza de la que no iba a salir con facilidad.
Y mientras tanto una de mis manos la buscaban a ella, su femineidad, su centro de placer. Y no pararon hasta encontrarlo. Cerré los ojos a la sangre y su humedad, masajeando entre los dedos aquel delicioso botón a la vez que con la que quedaba libre la acariciaba entera. El contorno de la cadera, el costado. Inicié un recorrido invisible desde su ombligo abriéndome paso entre sus pechos, su pecho y su cuello de nuevo.
Reivy tenía un cuello magnífico.
La estaba memorizando con el tacto. Todos sus huecos y recovecos. Todas sus irregularidades y texturas. Bajé hasta su trasero, lo apreté hundiendo las uñas en la carne, aceleré el ritmo de los dedos. Su humedad facilitaba la rapidez de movimientos. Solté un gemido más agudo contra su piel porque tanto mis movimientos como los suyos comenzar a acelerarse más y más. Sentirla tan excitada sólo aumentaba mi propio placer.
Y de repente tuve la duda más estúpida del mundo porque ansiaba hacer dos cosas a la vez con una sola boca. ¿Besar o beber?
Última edición por Nayru el Dom 31 Mayo - 2:39, editado 1 vez
Nayru
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Re: Canción de sombra y centellas [Privado - Reivy ][+18] [Cerrado]
Debería haber dolido, deberían haber saltado las alertas de supervivencia, debería estar cambiando de forma porque un animal salvaje estaba devorándome lentamente, pero no hice nada de todo aquello, ni un ápice de terror recorría mi cuerpo cuando sus colmillos se llevaron una fina capa de piel de mi cuello.
Debería haberme preocupado por mi seguridad, estaba quitándome la vida, abriendo más la herida por culpa del brusco cambio de posición, y aun así... mi mente estaba en calma, algo me decía que dejaría de matarme en cuanto dijera su nombre.
Su risa de alguna manera fue contagiosa. Era apenas un pequeño sonido del gran registro fonético, pero era un sonido que me encantaba y más en estas situaciones.
Una risa distendida y divertida era un indicativo consciente de aceptación, palabras no verbalizadas que decían "se lo que estás haciendo y, aunque no lo esperaba, me gusta".
Mi piel se erizaba con cada uno de sus movimientos, sus dedos, los de las dos manos, aumentaban el batir de mi pecho y cerraban mis ojos, los colmillos bajo la piel me hacían apoyar la frente en la cama, jadeando y gimiendo a centímetros de la pálida oreja.
La sentía dentro, en mi cuello, y la sentía fuera, bajo el monte de venus. Las dos zonas palpitaban con locura, aceleradas por el ritmo cardiaco, pero una de ellas se desbocó súbitamente en un mar de espasmos.
-Nayru... -Grité, susurré y gemí el nombre de la vampiresa pegada a su oído. -Nayru... -Mis dientes se clavaron en el cartílago ajeno, mientras los dedos buscaban el máximo nivel de excitación.
El temblor se fue extendiendo por el cuerpo, ahora las piernas que fallaban eran las mías y mis dedos se habían parado tras sentir las fuertes contracciones de la vampiresa, bajé el centró de mis caderas hasta sentir su intimidad contra la mía.
Respiraba agitada, a mis labios le faltaban otros labios, querían besar y ser besados, pero no podría hacerlo hasta su boca dejara de llenarse de sangre.
Subí con mis manos por su silueta, dejando caer mi peso sobre su cuerpo.
-Nay... -Repetí. -Colmillitos. -Ahora mis manos acariciaban sus cabellos. -Acabaras por aborrecer mi sabor si me sigues devorando de esa forma.
Debería haberme preocupado por mi seguridad, estaba quitándome la vida, abriendo más la herida por culpa del brusco cambio de posición, y aun así... mi mente estaba en calma, algo me decía que dejaría de matarme en cuanto dijera su nombre.
Su risa de alguna manera fue contagiosa. Era apenas un pequeño sonido del gran registro fonético, pero era un sonido que me encantaba y más en estas situaciones.
Una risa distendida y divertida era un indicativo consciente de aceptación, palabras no verbalizadas que decían "se lo que estás haciendo y, aunque no lo esperaba, me gusta".
Mi piel se erizaba con cada uno de sus movimientos, sus dedos, los de las dos manos, aumentaban el batir de mi pecho y cerraban mis ojos, los colmillos bajo la piel me hacían apoyar la frente en la cama, jadeando y gimiendo a centímetros de la pálida oreja.
La sentía dentro, en mi cuello, y la sentía fuera, bajo el monte de venus. Las dos zonas palpitaban con locura, aceleradas por el ritmo cardiaco, pero una de ellas se desbocó súbitamente en un mar de espasmos.
-Nayru... -Grité, susurré y gemí el nombre de la vampiresa pegada a su oído. -Nayru... -Mis dientes se clavaron en el cartílago ajeno, mientras los dedos buscaban el máximo nivel de excitación.
El temblor se fue extendiendo por el cuerpo, ahora las piernas que fallaban eran las mías y mis dedos se habían parado tras sentir las fuertes contracciones de la vampiresa, bajé el centró de mis caderas hasta sentir su intimidad contra la mía.
Respiraba agitada, a mis labios le faltaban otros labios, querían besar y ser besados, pero no podría hacerlo hasta su boca dejara de llenarse de sangre.
Subí con mis manos por su silueta, dejando caer mi peso sobre su cuerpo.
-Nay... -Repetí. -Colmillitos. -Ahora mis manos acariciaban sus cabellos. -Acabaras por aborrecer mi sabor si me sigues devorando de esa forma.
Reivy Abadder
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Re: Canción de sombra y centellas [Privado - Reivy ][+18] [Cerrado]
Ya no sabía dónde terminaba ella y dónde empezaba yo. Todo en mi cabeza se mezclaba. Su calor, mi humedad, sus caricias, las mías, su respiración, mis gemidos. O quizá era al revés. Quizá me lo estaba imaginando y no ocurría así, pero sentía mi cuerpo enredado con el suyo. Inevitable. Como un nudo pulsante y vivo.
La sentí contraerse, temblar, alcanzar con cada espasmo una nueva ola de placer. Saber que era yo la artífice de su orgasmo sólo añadió más excitación y sentirla abandonarse precipitó el mío. Lo recibí de sus dedos, de sus caricias y mordiscos, sin reparos. Mis gemidos se estrellaron contra su cuello y succioné con mayor fuerza la sangre libremente ofrecida. No podía respirar bien, iba demasiado deprisa, al mismo ritmo que las pulsaciones de ella.
Temblaba. Temblábamos, enlazadas. Íntimas. El cuerpo de Reivy cedió y dejó caer su peso sobre mi. Era más grande, más pesada, pero de alguna manera me reconfortó tenerla así de distendida. Mi mente parpadeaba, desconectando de la realidad y quedándose en blanco. No necesitaba pensar en nada ahora mismo, sólo yacer ahí y...
Escuchar mi nombre. El sonido mandó un impulso repentino a mi mandíbula, un cosquilleo vibrante que pronto dejó de ser placentero para parecerse más a un calambre. Abrí los ojos a la oscuridad, alarmada, al mismo tiempo que mi quijada apretaba el cuello de Reivy como un cepo. Contra mi voluntad. Los colmillos profundizaron el agarre y mi cuerpo se preparó instintivamente para luchar contra la presa a la que estaba consumiendo.
Me tensé como un resorte de acero, arañándole la espalda. Pero ella me acarició el pelo y siguió pronunciando mi nombre seguido de ese tonto mote que me había puesto. Totalmente ajena a la terminación de su vida, que se le estaba escapando por mi garganta. Como si todo estuviese bien.
¿Cómo de estúpida era aquella mujer? ¿Acaso el placer la dejaba inutilizada? ¿Es que no tenía instinto de conservación? Peor aún, ¿estaba confiando en mí? Era la segunda vez que cruzábamos caminos, y la primera perdí el control sobre su sangre. ¿Por qué?
Pero ella me acariciaba el pelo y me decía tonterías imposibles a la oreja. El techo de la habitación se emborronó. No quise saber por qué. Cosas raras estaban pasando dentro de mí, esta calidez no tenía explicación.
Relajé la mordida y la dejé ir, frotando con suavidad la herida de los colmillos y la marca roja de toda mi dentadura. No la miré a los ojos.
-He estado a punto de matarte y ni siquiera te has dado cuenta. -susurré, repasando con el pulgar sus labios. Quería besarla. Largo, y profundo. Pero notaba por mi comisura cómo se escurría una gota de su sangre. Le puse el pelo tras la oreja para observarla mejor.- Estás tan pálida que casi tienes los labios blancos...
Nos incorporé a medias usando los codos como apoyo sobre la cama, una idea repentina en la cabeza.
-Tienes que reponer o te vas a desmayar.Pediré una cerveza sin aguar, unos higos.... Gachas. Las gachas son buenas...
Y me detuve cuando comprendí lo que estaba haciendo. ¿A mí que me importaba la condición en la que se encontrase? Era un dragón. Si lo mataba al alimentarme, ¡uno menos con el que lidiar! ¿No? ¿No? Al fin y al cabo a eso había salido esta noche. A comer. Los depredadores no van cuidando de las presas que consumen. Porque sus presas no les gustan. Tienen una función básica que la dragona se negaba a cumplir.
La miré de nuevo con los ojos muy abiertos, completamente confundida. La respiración todavía entrecortada, la piel perlada de sudor y las puntas de los dedos de los pies cosquilleantes de placer. ¿Qué estoy haciendo con mi vida?
-Reivy. Yo odio a los dragones.
La sentí contraerse, temblar, alcanzar con cada espasmo una nueva ola de placer. Saber que era yo la artífice de su orgasmo sólo añadió más excitación y sentirla abandonarse precipitó el mío. Lo recibí de sus dedos, de sus caricias y mordiscos, sin reparos. Mis gemidos se estrellaron contra su cuello y succioné con mayor fuerza la sangre libremente ofrecida. No podía respirar bien, iba demasiado deprisa, al mismo ritmo que las pulsaciones de ella.
Temblaba. Temblábamos, enlazadas. Íntimas. El cuerpo de Reivy cedió y dejó caer su peso sobre mi. Era más grande, más pesada, pero de alguna manera me reconfortó tenerla así de distendida. Mi mente parpadeaba, desconectando de la realidad y quedándose en blanco. No necesitaba pensar en nada ahora mismo, sólo yacer ahí y...
Escuchar mi nombre. El sonido mandó un impulso repentino a mi mandíbula, un cosquilleo vibrante que pronto dejó de ser placentero para parecerse más a un calambre. Abrí los ojos a la oscuridad, alarmada, al mismo tiempo que mi quijada apretaba el cuello de Reivy como un cepo. Contra mi voluntad. Los colmillos profundizaron el agarre y mi cuerpo se preparó instintivamente para luchar contra la presa a la que estaba consumiendo.
Me tensé como un resorte de acero, arañándole la espalda. Pero ella me acarició el pelo y siguió pronunciando mi nombre seguido de ese tonto mote que me había puesto. Totalmente ajena a la terminación de su vida, que se le estaba escapando por mi garganta. Como si todo estuviese bien.
¿Cómo de estúpida era aquella mujer? ¿Acaso el placer la dejaba inutilizada? ¿Es que no tenía instinto de conservación? Peor aún, ¿estaba confiando en mí? Era la segunda vez que cruzábamos caminos, y la primera perdí el control sobre su sangre. ¿Por qué?
Pero ella me acariciaba el pelo y me decía tonterías imposibles a la oreja. El techo de la habitación se emborronó. No quise saber por qué. Cosas raras estaban pasando dentro de mí, esta calidez no tenía explicación.
Relajé la mordida y la dejé ir, frotando con suavidad la herida de los colmillos y la marca roja de toda mi dentadura. No la miré a los ojos.
-He estado a punto de matarte y ni siquiera te has dado cuenta. -susurré, repasando con el pulgar sus labios. Quería besarla. Largo, y profundo. Pero notaba por mi comisura cómo se escurría una gota de su sangre. Le puse el pelo tras la oreja para observarla mejor.- Estás tan pálida que casi tienes los labios blancos...
Nos incorporé a medias usando los codos como apoyo sobre la cama, una idea repentina en la cabeza.
-Tienes que reponer o te vas a desmayar.Pediré una cerveza sin aguar, unos higos.... Gachas. Las gachas son buenas...
Y me detuve cuando comprendí lo que estaba haciendo. ¿A mí que me importaba la condición en la que se encontrase? Era un dragón. Si lo mataba al alimentarme, ¡uno menos con el que lidiar! ¿No? ¿No? Al fin y al cabo a eso había salido esta noche. A comer. Los depredadores no van cuidando de las presas que consumen. Porque sus presas no les gustan. Tienen una función básica que la dragona se negaba a cumplir.
La miré de nuevo con los ojos muy abiertos, completamente confundida. La respiración todavía entrecortada, la piel perlada de sudor y las puntas de los dedos de los pies cosquilleantes de placer. ¿Qué estoy haciendo con mi vida?
-Reivy. Yo odio a los dragones.
Nayru
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Re: Canción de sombra y centellas [Privado - Reivy ][+18] [Cerrado]
Las alarmas iban en aumento, los niveles de sangre comenzaban a estar peligrosamente bajos. Sentía sus uñas sobre mi espalda, sus dientes más prietos que nunca contra mi piel.
Solo tenía que aguantar un poco más, esperar diez segundos, Nayru se soltaría, tenía que hacerlo. Una voz en mi cabeza me decía que lo lograría, que esperara, que esta vez sería distinta a la anterior.
-¿Tan buena estoy? -Pregunté tratando de quitarle hierro al asunto mientras seguía acariciando su pelo. -¿O solo eres posesiva? No me voy a ningún lado, puedes soltarme. Me quedare por aquí... tirada encima tuya, eres bastante cómoda ¿lo sabias? -Ahogué una exclamación cuando sus dientes salieron de mi carne y en lugar de separarme la besé detrás de la oreja. -Oh, soy consciente de ello. -Dije con suavidad, besando el dedo que acariciaba mis labios. -Si mi vida hubiera estado en peligro te habrías llevado un calambrazo. -Acerqué mi boca a la suya y lamí la gota de sangre que se escapa por la comisura. -Eso es mío. -Añadí juguetona. -Y eso también. -Moví la mano por el rostro de la vampiresa, limpiando las lagrimas que se escapaban de su entendimiento. -Cariño, en mi familia me llamaban copito de nieve.
Aquello era mentira, jamás me habían llamado así, pero mi tez era pálida y el seudónimo plausible.
Con esfuerzo moví el cuerpo al son del suyo, incorporándome casi con pereza y sentándome sobre su regazo, enredando las piernas sobre sus caderas.
La miré, sonreí y la besé. Ella no lo haría, se la veía confundida, aturdida, yo necesitaba aquel beso y algo me decía que ella también.
Un beso calmado, tranquilo y pacifista, largo, silencioso y colmado de cariño.
-He salido de batallas mucho peores, -reposé los brazos en sus hombros, dejé caer las manos por su espalda, acariciándola con los antebrazos y apoyando la frente en la suya- pero te voy a aceptar las gachas y los higos. Nayru... -Me alejé de su rostro para poder mirarla a los ojos.- Te voy a contar un secreto, -dije divertida. -creo que ya lo sabes... pero por si acaso. Soy un dragón. -Volví a besarla antes de que pudiera responderme. -No sé qué te habrá hecho mi raza, pero algunos estamos hechos con otros patrones. Yo no soy la dragona promedio que todos hubieran querido.
En ese instante los recuerdos de la infancia aparecieron en mi cabeza, como un torbellino, buenos momentos que rápidamente fueron sustituidos por otros de rechazo y repulsión. Momentos que hicieron que el brillo de mis ojos se apagaran por un segundo.
Solo tenía que aguantar un poco más, esperar diez segundos, Nayru se soltaría, tenía que hacerlo. Una voz en mi cabeza me decía que lo lograría, que esperara, que esta vez sería distinta a la anterior.
-¿Tan buena estoy? -Pregunté tratando de quitarle hierro al asunto mientras seguía acariciando su pelo. -¿O solo eres posesiva? No me voy a ningún lado, puedes soltarme. Me quedare por aquí... tirada encima tuya, eres bastante cómoda ¿lo sabias? -Ahogué una exclamación cuando sus dientes salieron de mi carne y en lugar de separarme la besé detrás de la oreja. -Oh, soy consciente de ello. -Dije con suavidad, besando el dedo que acariciaba mis labios. -Si mi vida hubiera estado en peligro te habrías llevado un calambrazo. -Acerqué mi boca a la suya y lamí la gota de sangre que se escapa por la comisura. -Eso es mío. -Añadí juguetona. -Y eso también. -Moví la mano por el rostro de la vampiresa, limpiando las lagrimas que se escapaban de su entendimiento. -Cariño, en mi familia me llamaban copito de nieve.
Aquello era mentira, jamás me habían llamado así, pero mi tez era pálida y el seudónimo plausible.
Con esfuerzo moví el cuerpo al son del suyo, incorporándome casi con pereza y sentándome sobre su regazo, enredando las piernas sobre sus caderas.
La miré, sonreí y la besé. Ella no lo haría, se la veía confundida, aturdida, yo necesitaba aquel beso y algo me decía que ella también.
Un beso calmado, tranquilo y pacifista, largo, silencioso y colmado de cariño.
-He salido de batallas mucho peores, -reposé los brazos en sus hombros, dejé caer las manos por su espalda, acariciándola con los antebrazos y apoyando la frente en la suya- pero te voy a aceptar las gachas y los higos. Nayru... -Me alejé de su rostro para poder mirarla a los ojos.- Te voy a contar un secreto, -dije divertida. -creo que ya lo sabes... pero por si acaso. Soy un dragón. -Volví a besarla antes de que pudiera responderme. -No sé qué te habrá hecho mi raza, pero algunos estamos hechos con otros patrones. Yo no soy la dragona promedio que todos hubieran querido.
En ese instante los recuerdos de la infancia aparecieron en mi cabeza, como un torbellino, buenos momentos que rápidamente fueron sustituidos por otros de rechazo y repulsión. Momentos que hicieron que el brillo de mis ojos se apagaran por un segundo.
Reivy Abadder
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Re: Canción de sombra y centellas [Privado - Reivy ][+18] [Cerrado]
No, no creo que fuera consciente del peligro. Se le curvó la comisura de la boca al decirlo, con demasiada seguridad, sin tener en cuenta la sangre perdida ni la fuerza de la mandíbula de un vampiro ni-... La mente se me quedó en blanco un segundo cuando lamió aquella gota despistada de mi boca, reclamándola. Oh dioses inmisericordes. De repente volví a tener muchas ganas de ella.
Con el mismo descaro despreocupado reclamó mis lágrimas, como si fuese lo más natural del mundo. Creo que tampoco fue consciente de cuánto le pertenecían, ni de lo profunda que era la fuente de la que emanaban. Sonreí con ironía frente a todas las tonterías que no para de decir, porque no podía tomarme en serio que en algún momento de su vida nadie la llamase "copito de nieve".
Cuando nos incorporamos se sentó en mi regazo, besándome profundo. Su boca era suave, sus labios firmes, la sensación tranquila. Disfruté de sus brazos sobre mis hombros, acaricié lentamente el costado desnudo, la espalda. No pude explicar la calma que me trajo y me inquietó.
Solté una risa corta, seca, cuando me dijo que era un dragón. Menos mal, jamás lo hubiese adivinado, qué cosas. La miré a los ojos apoyando de nuevo la frente contra la suya; me gustaba tenerla tan cerca. Mantuve el rostro impasible con sus últimas frases, tratando de aferrarme la cálida intimidad del momento que se estaba marchando pero... se resbaló entre las puntas de mis dedos. Cerré los ojos con un gran suspiro, apretándome contra Reivy.
¿Qué es lo que me ha hecho tu raza, salvo convertirme en lo que soy? ¿Qué es lo que ha hecho tu raza, salvo crear una maldición y condenar a todos bajo ella? Con total inmunidad me robaron el sol, me robaron la vida, me robaron la familia. ¿Se supone que debo aceptarlo como providencia divina e ignorar el daño?
Cuando la volví a mirar sus ojos de centella lucían apagados, ausentes. Inmersos en sus propios recuerdos. Sonreí, y estuve segura de que fue una de mis sonrisas más tristes. Al fin y al cabo cualquiera que caminase un poco por el mundo acababa reuniendo su buena dosis de arrepentimiento y pena. Como yo, ahora mismo, sintiendo empatía por uno de ellos; el arrepentimiento llegaría más tarde. Y golpearía como un mazo una campana rota.
Pero... fue en ese momento. Cuando decidí que no éramos más que dos personas heridas sentadas en la cama en una madrugada de invierno. Fue ahí. Mi punto de no retorno para tantas cosas que sucederían.
-Eh lagartija, no se te ocurra ignorarme. Regresa a mí. -susurré, agarrándola del trasero con firmeza.- El promedio es aburrido, es para los que se conforman sólo con respirar. -froté mi nariz contra la suya, besándola.- Mi madre me quería funambulista y le salí carterista, fíjate.
Solté un suspiro interno. Porque al parecer ahora también consolaba dragones. Pero lucía tan pálida, y después de todo el ejercicio se estaba quedando tan fría... Tenía el estómago bien lleno así que la cantidad que le había quitado era cosa seria. Con una risa juguetona besé también la mandíbula, la garganta, el cuello. Me incliné hacia un costado, arrastrándola conmigo y tumbándola sobre la espalda. A horcajadas sobre ella repasé con la lengua la marca de toda mi dentadura, sin saber si me gustaba o no que resaltase tan oscura en su palidez.
-No te muevas de donde estás, voy a por algo rico para solucionar ese color de cirio que tienes. -dije, escurriéndome fuera de la cama. Aproveché para besar fugazmente un pezón travieso que invadió mi campo de visión.
Agarré lo primero que encontré a mano, que fueron mis botas y... la camisa de la dragona, a juzgar por cómo me servía de vestido corto. A veces la vida era muy injusta. Miré hacia el amplio escote de la prenda con resignación, estirando de los cordones para concederme un poco de dignidad.
Bajé las escaleras sin ruido, escabulléndome hacia el pasillo de servicio. No necesitaba preguntar, el pestazo a grasaza y licor me guiaba sin problemas. Pensando en qué sería mejor conseguir casi tropecé con uno de los camareros que salía precisamente de la cocina. Me miró de arriba a abajo y sin aminorar dio una voz horrenda por la rendija de la puerta que se cerraba. La posada estaba llena a esas horas y todavía coleaba la Feria de Invierno.
La cabeza de un hombre moreno asomó como un gato curioso. Me localizó, examinó mis piernas al descubierto, la camisa prestada y se sonrió de mala manera. Ah. Ya conocía aquel gesto.
-Hola preciosa. -dijo, saliendo con un trapo en las manos. Alcé la mirada porque era un hombre muy alto.- ¿Qué te trae por aquí abajo? ¿Tienes hambre, dulzura?
-Yo siempre tengo hambre. -comenté, sonriendo muy lentamente a la vez que sacaba a relucir los colmillos y algo de mi encanto vampírico.- Pero tienes suerte de que también tenga sentido del gusto. Escúchame porque sólo te lo voy a decir una vez: quiero el mejor corte de res que tengas; cerveza, sin aguar; tres huevos duros; un puñado de higos. Y agua. ¿Entendido?
Entendido. Al hombre no le hizo gracia, pero al menos se dejó intimidar lo suficiente por mi aura. Regresó a la cocina refunfuñando algo pálido y mandó a una muchacha con todo lo que le pedí en una bandeja de madera, sorprendentemente pesada. Levanté el trapo que la cubría y pude ver que aquel filete de carne era gordo como un pulgar. El acompañamiento de patatas olía delicioso.
Volví a subir a la habitación sin mayor impedimento, pensando. En todo y en nada. Porque todavía sentía en mi interior el toque de Reivy y eso a veces me nublaba el pensamiento. Pero, ¿en qué estado dejaba éste encuentro mis cimientos? Mi primer contactono sangriento no violento con un dragón y... todo temblaba.
Me apoyé contra la pared todavía bandeja en mano, la puerta de la habitación a un metro de distancia. Se me antojaron cien. Recosté la cabeza en la madera. Qué fácil hubiera sido huir, qué sencillo dejar la comida en el suelo, dar media vuelta y desaparecer en la noche sin mayor sonido que un susurro. No afrontar los problemas y esperar que se resolviesen solos. Estaba segura de que si le decía que no quería verle la cara nunca más ella se encogería de hombros y saldría de mi camino. Así, sin más.
Qué fácil hubiera sido entrar, verla tirada en la cama sin mayor preocupación y sacar el cuchillo. Restablecer mi orden interno, y mi paz, de la manera más simple y efectiva.
Tantas soluciones fáciles y ninguna era una opción. ¿Por qué no lo eran? Yo odiaba los dragones. Por extensión y toda lógica, debería odiarla a ella también. Pero me gustaban sus ojos de centella, y la manera estúpida en la que sonreía, así pagada de sí misma, y... me gustaba su sangre. A varios niveles.
Solté un gruñido bajo en la soledad del pasillo, frustrada. Frustrada conmigo misma por estar frustrada al no encontrar más cosas que me gustaran de ella. Porque Reivy la dragona era una extraña. No la conocía de nada. Casi. Inspiré hondo con decisión, irguiéndome de nuevo.
Si iba a tener cualquier tipo de relación con un dragón, de la naturaleza que fuese, al menos debía conocer al bicho primero. Una no puede dejar que la entrepierna haga todo el trabajo de pensar.
Entré en la habitación y deposité la bandeja en la cama con una floritura de circo, destapando el contenido.
Con el mismo descaro despreocupado reclamó mis lágrimas, como si fuese lo más natural del mundo. Creo que tampoco fue consciente de cuánto le pertenecían, ni de lo profunda que era la fuente de la que emanaban. Sonreí con ironía frente a todas las tonterías que no para de decir, porque no podía tomarme en serio que en algún momento de su vida nadie la llamase "copito de nieve".
Cuando nos incorporamos se sentó en mi regazo, besándome profundo. Su boca era suave, sus labios firmes, la sensación tranquila. Disfruté de sus brazos sobre mis hombros, acaricié lentamente el costado desnudo, la espalda. No pude explicar la calma que me trajo y me inquietó.
Solté una risa corta, seca, cuando me dijo que era un dragón. Menos mal, jamás lo hubiese adivinado, qué cosas. La miré a los ojos apoyando de nuevo la frente contra la suya; me gustaba tenerla tan cerca. Mantuve el rostro impasible con sus últimas frases, tratando de aferrarme la cálida intimidad del momento que se estaba marchando pero... se resbaló entre las puntas de mis dedos. Cerré los ojos con un gran suspiro, apretándome contra Reivy.
¿Qué es lo que me ha hecho tu raza, salvo convertirme en lo que soy? ¿Qué es lo que ha hecho tu raza, salvo crear una maldición y condenar a todos bajo ella? Con total inmunidad me robaron el sol, me robaron la vida, me robaron la familia. ¿Se supone que debo aceptarlo como providencia divina e ignorar el daño?
Cuando la volví a mirar sus ojos de centella lucían apagados, ausentes. Inmersos en sus propios recuerdos. Sonreí, y estuve segura de que fue una de mis sonrisas más tristes. Al fin y al cabo cualquiera que caminase un poco por el mundo acababa reuniendo su buena dosis de arrepentimiento y pena. Como yo, ahora mismo, sintiendo empatía por uno de ellos; el arrepentimiento llegaría más tarde. Y golpearía como un mazo una campana rota.
Pero... fue en ese momento. Cuando decidí que no éramos más que dos personas heridas sentadas en la cama en una madrugada de invierno. Fue ahí. Mi punto de no retorno para tantas cosas que sucederían.
-Eh lagartija, no se te ocurra ignorarme. Regresa a mí. -susurré, agarrándola del trasero con firmeza.- El promedio es aburrido, es para los que se conforman sólo con respirar. -froté mi nariz contra la suya, besándola.- Mi madre me quería funambulista y le salí carterista, fíjate.
Solté un suspiro interno. Porque al parecer ahora también consolaba dragones. Pero lucía tan pálida, y después de todo el ejercicio se estaba quedando tan fría... Tenía el estómago bien lleno así que la cantidad que le había quitado era cosa seria. Con una risa juguetona besé también la mandíbula, la garganta, el cuello. Me incliné hacia un costado, arrastrándola conmigo y tumbándola sobre la espalda. A horcajadas sobre ella repasé con la lengua la marca de toda mi dentadura, sin saber si me gustaba o no que resaltase tan oscura en su palidez.
-No te muevas de donde estás, voy a por algo rico para solucionar ese color de cirio que tienes. -dije, escurriéndome fuera de la cama. Aproveché para besar fugazmente un pezón travieso que invadió mi campo de visión.
Agarré lo primero que encontré a mano, que fueron mis botas y... la camisa de la dragona, a juzgar por cómo me servía de vestido corto. A veces la vida era muy injusta. Miré hacia el amplio escote de la prenda con resignación, estirando de los cordones para concederme un poco de dignidad.
Bajé las escaleras sin ruido, escabulléndome hacia el pasillo de servicio. No necesitaba preguntar, el pestazo a grasaza y licor me guiaba sin problemas. Pensando en qué sería mejor conseguir casi tropecé con uno de los camareros que salía precisamente de la cocina. Me miró de arriba a abajo y sin aminorar dio una voz horrenda por la rendija de la puerta que se cerraba. La posada estaba llena a esas horas y todavía coleaba la Feria de Invierno.
La cabeza de un hombre moreno asomó como un gato curioso. Me localizó, examinó mis piernas al descubierto, la camisa prestada y se sonrió de mala manera. Ah. Ya conocía aquel gesto.
-Hola preciosa. -dijo, saliendo con un trapo en las manos. Alcé la mirada porque era un hombre muy alto.- ¿Qué te trae por aquí abajo? ¿Tienes hambre, dulzura?
-Yo siempre tengo hambre. -comenté, sonriendo muy lentamente a la vez que sacaba a relucir los colmillos y algo de mi encanto vampírico.- Pero tienes suerte de que también tenga sentido del gusto. Escúchame porque sólo te lo voy a decir una vez: quiero el mejor corte de res que tengas; cerveza, sin aguar; tres huevos duros; un puñado de higos. Y agua. ¿Entendido?
Entendido. Al hombre no le hizo gracia, pero al menos se dejó intimidar lo suficiente por mi aura. Regresó a la cocina refunfuñando algo pálido y mandó a una muchacha con todo lo que le pedí en una bandeja de madera, sorprendentemente pesada. Levanté el trapo que la cubría y pude ver que aquel filete de carne era gordo como un pulgar. El acompañamiento de patatas olía delicioso.
Volví a subir a la habitación sin mayor impedimento, pensando. En todo y en nada. Porque todavía sentía en mi interior el toque de Reivy y eso a veces me nublaba el pensamiento. Pero, ¿en qué estado dejaba éste encuentro mis cimientos? Mi primer contacto
Me apoyé contra la pared todavía bandeja en mano, la puerta de la habitación a un metro de distancia. Se me antojaron cien. Recosté la cabeza en la madera. Qué fácil hubiera sido huir, qué sencillo dejar la comida en el suelo, dar media vuelta y desaparecer en la noche sin mayor sonido que un susurro. No afrontar los problemas y esperar que se resolviesen solos. Estaba segura de que si le decía que no quería verle la cara nunca más ella se encogería de hombros y saldría de mi camino. Así, sin más.
Qué fácil hubiera sido entrar, verla tirada en la cama sin mayor preocupación y sacar el cuchillo. Restablecer mi orden interno, y mi paz, de la manera más simple y efectiva.
Tantas soluciones fáciles y ninguna era una opción. ¿Por qué no lo eran? Yo odiaba los dragones. Por extensión y toda lógica, debería odiarla a ella también. Pero me gustaban sus ojos de centella, y la manera estúpida en la que sonreía, así pagada de sí misma, y... me gustaba su sangre. A varios niveles.
Solté un gruñido bajo en la soledad del pasillo, frustrada. Frustrada conmigo misma por estar frustrada al no encontrar más cosas que me gustaran de ella. Porque Reivy la dragona era una extraña. No la conocía de nada. Casi. Inspiré hondo con decisión, irguiéndome de nuevo.
Si iba a tener cualquier tipo de relación con un dragón, de la naturaleza que fuese, al menos debía conocer al bicho primero. Una no puede dejar que la entrepierna haga todo el trabajo de pensar.
Entré en la habitación y deposité la bandeja en la cama con una floritura de circo, destapando el contenido.
Última edición por Nayru el Mar 23 Jun - 12:51, editado 1 vez
Nayru
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Re: Canción de sombra y centellas [Privado - Reivy ][+18] [Cerrado]
Parpadeé sorprendida al sentir el agarre, no es como si nunca me hubieran agarrado el trasero de hecho... hacía muy poco que acababan de hacerlo.
El sobresalto fue más bien porque estaba mirando demasiado a un pozo aterrador y del cual comenzaba a sentirme presa.
Me reí mentalmente. "Lagartija" así llamo yo a mi hija, espero que no lo tome por costumbre sino será raro... Perdí el hilo de mis pensamientos al sentir los labios de Nayru.
-Mi madre esperaba que fuera una prodigiosa dragona de fuego... que siguiera el legado familiar.
Suspiré. No quise entrar en los detalles de que todos los dragones heredan el elemento de la madre, preferí suponer que aquello era algo de conocimiento público.
-Y bueno, prodigiosa soy, pero no soy de fuego sino de aire. -Dejé caer el peso de mi cuerpo sobre el de la vampiresa, cansada, pero sin ganas de que la noche terminara.- Funambulista, ¿eh? hay unas cuantas posturas que son aptas solo para elásticos. Habrá que probarlas algún día, ¿no te parece?
Me dejé mover por las manos, que cada vez me eran menos ajenas, cerré los ojos y sonreí tranquila y divertida.
Me gustaban sus caricias y sus besos, el cariño que otorgaba la intimidad que daban una sabanas revueltas. Ni siquiera conocía su apellido... ni siquiera sabía si tenía apellido, y sin embargo ahí estábamos las dos. Dándonos un cariño que pocos entenderían y no es porque fuéramos de distintas razas o porque Nayru dice odiar a los dragones, no, es algo mucho más simple.
La sociedad tiene un molde, un modelo a seguir, y si te sales de él a la gente se le colapsa el cerebro y ya no te entienden. No entienden que dos personas puedan ser cercanas y profesarse caricias sin estar enamoradas. Solo entienden sexo esporádico y amor, rara vez ven que los dos mundos puedan mezclarse sin causar mal.
-Aunque lo intentara no podría irme muy lejos, además -me recosté de lado y apoyé la cabeza en mi mano- los cirios no andan. -Reí con suavidad. -No cierres el escote. -Hice un puchero al ver su mirada y como los cordones me cerraban las vistas. -Eran unas bonitas vistas. Cuando vuelvas ábrelo de nuevo.
En cuanto la puerta se cerró saqué la mano y mi cabeza cayó a peso muerto contra la cama.
Realmente me había sacado mucha sangre... Tenía suerte de no acostarme con vampiros muy seguido.
Moví el resto del cuerpo hasta quedarme tendida boca a abajo, con los brazos semi-flexionados por encima de la cabeza y las piernas entreabiertas. Sentía unas leves molestias en la espalda, seguramente los arañazos de la morena.
Suspiré, tenía hambre y sueño ¿dónde se había metido Nayru? quería mis higos.
-e peaba a peza e no vendrías. -Dije al oír la puerta, con la cara contra el colchón. -Empezaba a pensar que no vendrías. -Repetí, moviendo la cabeza y mirando a la vampiresa. -¿Has traído higos? -Estiré el cuello hacia un costado y aparté un brazo para poder ver la bandeja sin cambiar de posición. -¡Higos! y... un montón de carne, que rico. -Abrí la boca, esperando a que me diera de comer. -Quiero un higo. Por favor. -Sonreí, aguardé la fruta y luego me incorporé en la cama. -Me encantaría que me dieras de comer, pero no creo poder beber y comer carne estando desparramada en la cama.
El sobresalto fue más bien porque estaba mirando demasiado a un pozo aterrador y del cual comenzaba a sentirme presa.
Me reí mentalmente. "Lagartija" así llamo yo a mi hija, espero que no lo tome por costumbre sino será raro... Perdí el hilo de mis pensamientos al sentir los labios de Nayru.
-Mi madre esperaba que fuera una prodigiosa dragona de fuego... que siguiera el legado familiar.
Suspiré. No quise entrar en los detalles de que todos los dragones heredan el elemento de la madre, preferí suponer que aquello era algo de conocimiento público.
-Y bueno, prodigiosa soy, pero no soy de fuego sino de aire. -Dejé caer el peso de mi cuerpo sobre el de la vampiresa, cansada, pero sin ganas de que la noche terminara.- Funambulista, ¿eh? hay unas cuantas posturas que son aptas solo para elásticos. Habrá que probarlas algún día, ¿no te parece?
Me dejé mover por las manos, que cada vez me eran menos ajenas, cerré los ojos y sonreí tranquila y divertida.
Me gustaban sus caricias y sus besos, el cariño que otorgaba la intimidad que daban una sabanas revueltas. Ni siquiera conocía su apellido... ni siquiera sabía si tenía apellido, y sin embargo ahí estábamos las dos. Dándonos un cariño que pocos entenderían y no es porque fuéramos de distintas razas o porque Nayru dice odiar a los dragones, no, es algo mucho más simple.
La sociedad tiene un molde, un modelo a seguir, y si te sales de él a la gente se le colapsa el cerebro y ya no te entienden. No entienden que dos personas puedan ser cercanas y profesarse caricias sin estar enamoradas. Solo entienden sexo esporádico y amor, rara vez ven que los dos mundos puedan mezclarse sin causar mal.
-Aunque lo intentara no podría irme muy lejos, además -me recosté de lado y apoyé la cabeza en mi mano- los cirios no andan. -Reí con suavidad. -No cierres el escote. -Hice un puchero al ver su mirada y como los cordones me cerraban las vistas. -Eran unas bonitas vistas. Cuando vuelvas ábrelo de nuevo.
En cuanto la puerta se cerró saqué la mano y mi cabeza cayó a peso muerto contra la cama.
Realmente me había sacado mucha sangre... Tenía suerte de no acostarme con vampiros muy seguido.
Moví el resto del cuerpo hasta quedarme tendida boca a abajo, con los brazos semi-flexionados por encima de la cabeza y las piernas entreabiertas. Sentía unas leves molestias en la espalda, seguramente los arañazos de la morena.
Suspiré, tenía hambre y sueño ¿dónde se había metido Nayru? quería mis higos.
-e peaba a peza e no vendrías. -Dije al oír la puerta, con la cara contra el colchón. -Empezaba a pensar que no vendrías. -Repetí, moviendo la cabeza y mirando a la vampiresa. -¿Has traído higos? -Estiré el cuello hacia un costado y aparté un brazo para poder ver la bandeja sin cambiar de posición. -¡Higos! y... un montón de carne, que rico. -Abrí la boca, esperando a que me diera de comer. -Quiero un higo. Por favor. -Sonreí, aguardé la fruta y luego me incorporé en la cama. -Me encantaría que me dieras de comer, pero no creo poder beber y comer carne estando desparramada en la cama.
Reivy Abadder
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Re: Canción de sombra y centellas [Privado - Reivy ][+18] [Cerrado]
Tirada en la cama como una reina sobre el trono, me pidió que la alimentara. Me hizo gracia el descaro, pero lo dejé pasar porque la curva juguetona de su cuerpo al desperezarse me distrajo. Suspiré. Esa mujer era una trampa mortal. Conseguía desconectar mis hilos de pensamiento.
Partí una de las frutas por la mitad, sentándome en la cama frente a ella. Lo hice muy lentamente, observando las ganas y el hambre en sus ojos brillantes y el ceño fruncido al ver que tardaba tanto. Me miró, miró la fruta, me volvió a mirar con ultraje e impaciencia y no pude evitar reír.
-Toma. -esperé a que mordiera para soltar la pieza. Busqué sus manos y le entregué la otra mitad.- Los cirios no andan pero tú conservas las manitas. He comprobado que las mueves muy bien, así que dales uso.
Me saqué las botas porque me molestaban, tampoco quería ensuciar la cama. Y sentada con las piernas cruzadas la miré comer, la cara entre las manos con los codos apoyados en las piernas, la bandeja entre nosotras. Parecía estar disfrutando mucho de los higos y por primera vez en años traté de recordar a qué sabían las cosas. Antes de la sangre. Me gustaba el bizcocho de frutas de mi madre, pero de él solo me quedaban las palabras "dulce" y "tropezones". O el guiso de conejo del tío Render, del que sólo me quedaba la sensación de "especiado". Pero nada en el paladar.
-Rei... -murmuré, todavía insegura. ¿Quería? Dudé, jugueteando con los cordones de la camisa.- Si eres un dragón de aire, ¿por qué haces chispas? ¿No tendrías que ser un dragón... de la electricidad o algo así?
Sí. Quería saber más cosas. De ella, en concreto. Porque me estaba trastocando todos los esquemas y como elemento repentinamente caótico necesitaba saber cuál era su naturaleza y dónde encajaba, si conmigo o lejos de mí. Es decir, ya sabía que era una lagarta. Pero necesitaba descubrir qué era lo que me atraía de ella, lo que me impedía empujarla fuera y olvidarme de su existencia.
La información solía ser poder (aunque a veces se convertía o bien en una carga o bien en una daga en tu espalda). Y yo quería saber más sobre la morena. Y... sobre los dragones. Quizá. Hmm. No me avergonzaba admitir que los odiaba desde el principio y que apenas sabía nada de ellos. La historia vampírica hace un buen recorrido sobre ellos y siempre consideré que era la información justa que necesitaba.
Pero claro... siempre hay recovecos. Siempre quedan datos que descubrir. Últimamente... no, incluso antes de toparme con ella ya pensaba en indagar sobre esos gekos venidos a más. Averiguar.... no sé, sus raíces tal vez. El inicio de todo, no sólo de la versión de mi raza impuesta. Y puede que Reivy acelerase mi curiosidad. En varios aspectos. Y, bueno, qué mejor manera de aprender que de la mano de uno de ellos.
-¿Es malo que seas un dragón de aire en vez de fuego? Qué clasistas. Siempre me he preguntado cuánto hay de magia en vuestras habilidades. Bueno, invocar un rayo no parece muy orgánico, pero ¿los dragones de fuego no lo sacan de dentro? Abren la boca y rwaaar, todo frito. ¿Tienen alguna glándula especial? Espera. ¿Todos los dragones pueden escupir su elemento? ¿¡Puedes escupir rayos!? ¿Cuántos elementos hay? Dios mío, alguien debería hacer un control de población, un censo... y tarjetas. -comenté, contando con los dedos, abstraída en mis propias preguntas.- Deberíais llevar tarjetas, como en el jardín botánico... A lo mejor, si voy a la biblioteca tendrán...
Partí una de las frutas por la mitad, sentándome en la cama frente a ella. Lo hice muy lentamente, observando las ganas y el hambre en sus ojos brillantes y el ceño fruncido al ver que tardaba tanto. Me miró, miró la fruta, me volvió a mirar con ultraje e impaciencia y no pude evitar reír.
-Toma. -esperé a que mordiera para soltar la pieza. Busqué sus manos y le entregué la otra mitad.- Los cirios no andan pero tú conservas las manitas. He comprobado que las mueves muy bien, así que dales uso.
Me saqué las botas porque me molestaban, tampoco quería ensuciar la cama. Y sentada con las piernas cruzadas la miré comer, la cara entre las manos con los codos apoyados en las piernas, la bandeja entre nosotras. Parecía estar disfrutando mucho de los higos y por primera vez en años traté de recordar a qué sabían las cosas. Antes de la sangre. Me gustaba el bizcocho de frutas de mi madre, pero de él solo me quedaban las palabras "dulce" y "tropezones". O el guiso de conejo del tío Render, del que sólo me quedaba la sensación de "especiado". Pero nada en el paladar.
-Rei... -murmuré, todavía insegura. ¿Quería? Dudé, jugueteando con los cordones de la camisa.- Si eres un dragón de aire, ¿por qué haces chispas? ¿No tendrías que ser un dragón... de la electricidad o algo así?
Sí. Quería saber más cosas. De ella, en concreto. Porque me estaba trastocando todos los esquemas y como elemento repentinamente caótico necesitaba saber cuál era su naturaleza y dónde encajaba, si conmigo o lejos de mí. Es decir, ya sabía que era una lagarta. Pero necesitaba descubrir qué era lo que me atraía de ella, lo que me impedía empujarla fuera y olvidarme de su existencia.
La información solía ser poder (aunque a veces se convertía o bien en una carga o bien en una daga en tu espalda). Y yo quería saber más sobre la morena. Y... sobre los dragones. Quizá. Hmm. No me avergonzaba admitir que los odiaba desde el principio y que apenas sabía nada de ellos. La historia vampírica hace un buen recorrido sobre ellos y siempre consideré que era la información justa que necesitaba.
Pero claro... siempre hay recovecos. Siempre quedan datos que descubrir. Últimamente... no, incluso antes de toparme con ella ya pensaba en indagar sobre esos gekos venidos a más. Averiguar.... no sé, sus raíces tal vez. El inicio de todo, no sólo de la versión de mi raza impuesta. Y puede que Reivy acelerase mi curiosidad. En varios aspectos. Y, bueno, qué mejor manera de aprender que de la mano de uno de ellos.
-¿Es malo que seas un dragón de aire en vez de fuego? Qué clasistas. Siempre me he preguntado cuánto hay de magia en vuestras habilidades. Bueno, invocar un rayo no parece muy orgánico, pero ¿los dragones de fuego no lo sacan de dentro? Abren la boca y rwaaar, todo frito. ¿Tienen alguna glándula especial? Espera. ¿Todos los dragones pueden escupir su elemento? ¿¡Puedes escupir rayos!? ¿Cuántos elementos hay? Dios mío, alguien debería hacer un control de población, un censo... y tarjetas. -comenté, contando con los dedos, abstraída en mis propias preguntas.- Deberíais llevar tarjetas, como en el jardín botánico... A lo mejor, si voy a la biblioteca tendrán...
Nayru
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Re: Canción de sombra y centellas [Privado - Reivy ][+18] [Cerrado]
Me miró y la miré, miré la fruta y miré la sonrisa traviesa que trataba de ocultar. Mordí la fruta, ofendida por... no sé, aquel higo estaba delicioso y preferí deleitarme en él antes que seguir haciendo teatro. Sonreí mientras escuchaba hablar a Nayru y tras relamer mis labios volví abrir la boca, esperando la otra mitad del higo.
Ladee la cabeza y sonreí zalamera al ver el paisaje oculto que se revelaba bajo mi camisa. Cogí un higo de la bandeja sin dejar de mirar lo que tenía delante, tenía hambre y deseo. Sonreí distraída, ya habría tiempo de repetir el primer plato.
Cuando la vampiresa me nombró alcé los ojos hasta toparme con los suyos. Los higos habían desaparecido de la bandeja y, por algún misterio del universo, mis carrillos estaban llenos. No es que estuviera dando una imagen muy digna la verdad, pero es que esa fruta estaba deliciosa.
El gesto en mi rostro se volvió aniñado al oír la pregunta. Tardé unos largos segundos en contestarle, tampoco muchos, solo los necesarios para vaciar la boca, pero antes de decir nada me estiré en la cama, apoyando el peso en la manos, y besé su tobillo.
-¿Hago chispas? -Pregunté, con mis labios rozando el centro de su tibia. -No lo sabía. -Finalmente me incorporé sobre el lecho y crucé las piernas, una bajo la otra. -De hecho, soy un dragón eléctrico. -Di un trago largo de cerveza y, tras dejar el vaso, coloqué mis manos a ambos lados de la cabeza, alzando los dedos índices. -Lanzo rayos con mis cuernos.
Sonreí traviesa y comencé a mover las falangetas de los dedos. Al finalizar la tontería cogí la bandeja y la coloqué sobre mis rodillas, dando buena cuenta de la carne y las patatas. Escuchando a la vampiresa, entre bocado de patatas, huevos y res.
Aquel rugidito me pareció sumamente tierno y dulce... lo que no me pareció tan tierno fue el trozo de huevo que quiso irse por el lado que no era. Eso me pasa por reírme mientras como, o al menos por intentar reírme.
Cuando reí por segunda vez tenía la boca vacía, por suerte para mi acababa de beber agua, y por suerte para Nay me la había trago justo antes de que soltara su comentario sobre las tarjetas.
-Es la primera vez que te oigo hablar por tanto tiempo. -Dejé los cubiertos en la bandeja, la cual ya estaba medio vacía. -No es malo ser un dragón de aire. Lo malo es serlo cuando tu madre es de fuego. Los dragones heredan su elemento mágico de la sangre de sus madres. Como comprenderás, que tu hija sea de un elemento distinto es todo un escándalo. Soy la... Era, la más pequeña de mi familia, mis padres esperaban de mí que fuera igual que mis hermanas y hermanos. Y la verdad, yo también lo esperaba. Nunca me trataron mal, aunque con el paso de los años yo crecía y todavía no lograba transformarme ni hacer magia. Entonces comenzaron las habladurías y la frustración. -Paré unos segundos para tomar aire y cerveza. -Cuando por fin lo hice y se descubrió mi elemento... El sacerdote explicó a mis padres que lo que me sucedía era algo muy extraño, pero había antecedentes en las escrituras de la abadía. Por lo visto en algunas ocasiones la sangre se desordena y el bebe, en lugar de tener el elemento de la madre, tiene el de alguno de sus ancestros.
Paré de nuevo, en esta ocasión para comer unas patatas y tratar de contener mis sentimientos. Era la primera vez que contaba la historia a una desconocida, aunque ya no creo poder llamar así a la vampiresa, y me estaba costando mucho mantener la compostura.
-El elemento aire pertenecía a la madre de mi abuelo materno, mi bisabuela Leonor. Aquello fue un duro golpe para mi familia, una deshonra a su sangre. Decían que había corrompido el linaje, que por mi culpa la sangre ahora era débil. -Cogí el último trozo de carne que quedaba en el plato. -Aquella misma noche me subieron a un carro, me borraron del árbol genealógico, quemaron cualquier papel que me vinculara con ellos y su blasón... me quitaron el apellido y me convertí en descastada. Hace treinta y cinco años que no veo a ninguno. -Bajé la mirada a la bandeja y suspiré con pesar. -Hace treinta y cinco años que dejé de existir para mi familia. -Cerré los ojos un instante y al abrirlos sonreí de medio lado. -No, no escupo rayos, "escupo" aire. Y son cuatro elementos. Tierra, aire, fuego y agua. -Aparté la bandeja y la dejé a los pies de la cama. -Y cuéntame, -Estiré una pierna, buscando una posición cómoda. -¿como era la vida de funanbulista?
Ladee la cabeza y sonreí zalamera al ver el paisaje oculto que se revelaba bajo mi camisa. Cogí un higo de la bandeja sin dejar de mirar lo que tenía delante, tenía hambre y deseo. Sonreí distraída, ya habría tiempo de repetir el primer plato.
Cuando la vampiresa me nombró alcé los ojos hasta toparme con los suyos. Los higos habían desaparecido de la bandeja y, por algún misterio del universo, mis carrillos estaban llenos. No es que estuviera dando una imagen muy digna la verdad, pero es que esa fruta estaba deliciosa.
El gesto en mi rostro se volvió aniñado al oír la pregunta. Tardé unos largos segundos en contestarle, tampoco muchos, solo los necesarios para vaciar la boca, pero antes de decir nada me estiré en la cama, apoyando el peso en la manos, y besé su tobillo.
-¿Hago chispas? -Pregunté, con mis labios rozando el centro de su tibia. -No lo sabía. -Finalmente me incorporé sobre el lecho y crucé las piernas, una bajo la otra. -De hecho, soy un dragón eléctrico. -Di un trago largo de cerveza y, tras dejar el vaso, coloqué mis manos a ambos lados de la cabeza, alzando los dedos índices. -Lanzo rayos con mis cuernos.
Sonreí traviesa y comencé a mover las falangetas de los dedos. Al finalizar la tontería cogí la bandeja y la coloqué sobre mis rodillas, dando buena cuenta de la carne y las patatas. Escuchando a la vampiresa, entre bocado de patatas, huevos y res.
Aquel rugidito me pareció sumamente tierno y dulce... lo que no me pareció tan tierno fue el trozo de huevo que quiso irse por el lado que no era. Eso me pasa por reírme mientras como, o al menos por intentar reírme.
Cuando reí por segunda vez tenía la boca vacía, por suerte para mi acababa de beber agua, y por suerte para Nay me la había trago justo antes de que soltara su comentario sobre las tarjetas.
-Es la primera vez que te oigo hablar por tanto tiempo. -Dejé los cubiertos en la bandeja, la cual ya estaba medio vacía. -No es malo ser un dragón de aire. Lo malo es serlo cuando tu madre es de fuego. Los dragones heredan su elemento mágico de la sangre de sus madres. Como comprenderás, que tu hija sea de un elemento distinto es todo un escándalo. Soy la... Era, la más pequeña de mi familia, mis padres esperaban de mí que fuera igual que mis hermanas y hermanos. Y la verdad, yo también lo esperaba. Nunca me trataron mal, aunque con el paso de los años yo crecía y todavía no lograba transformarme ni hacer magia. Entonces comenzaron las habladurías y la frustración. -Paré unos segundos para tomar aire y cerveza. -Cuando por fin lo hice y se descubrió mi elemento... El sacerdote explicó a mis padres que lo que me sucedía era algo muy extraño, pero había antecedentes en las escrituras de la abadía. Por lo visto en algunas ocasiones la sangre se desordena y el bebe, en lugar de tener el elemento de la madre, tiene el de alguno de sus ancestros.
Paré de nuevo, en esta ocasión para comer unas patatas y tratar de contener mis sentimientos. Era la primera vez que contaba la historia a una desconocida, aunque ya no creo poder llamar así a la vampiresa, y me estaba costando mucho mantener la compostura.
-El elemento aire pertenecía a la madre de mi abuelo materno, mi bisabuela Leonor. Aquello fue un duro golpe para mi familia, una deshonra a su sangre. Decían que había corrompido el linaje, que por mi culpa la sangre ahora era débil. -Cogí el último trozo de carne que quedaba en el plato. -Aquella misma noche me subieron a un carro, me borraron del árbol genealógico, quemaron cualquier papel que me vinculara con ellos y su blasón... me quitaron el apellido y me convertí en descastada. Hace treinta y cinco años que no veo a ninguno. -Bajé la mirada a la bandeja y suspiré con pesar. -Hace treinta y cinco años que dejé de existir para mi familia. -Cerré los ojos un instante y al abrirlos sonreí de medio lado. -No, no escupo rayos, "escupo" aire. Y son cuatro elementos. Tierra, aire, fuego y agua. -Aparté la bandeja y la dejé a los pies de la cama. -Y cuéntame, -Estiré una pierna, buscando una posición cómoda. -¿como era la vida de funanbulista?
Reivy Abadder
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Re: Canción de sombra y centellas [Privado - Reivy ][+18] [Cerrado]
Noté su mirada escurriéndose entre los pliegues de la camisa que yo había tomado prestada. Sonreí ladina, moviéndome discreta y ups, el faldón de la prenda pareció deslizarse un poco hacia arriba. Que descuido.
Sonreí aún más ampliamente al verla llenarse los carrillos de higos, encantada. Al parecer había topado de casualidad con algo que le gustaba mucho. Dejé escapar una risilla baja cuando me besó el tobillo, comentándole que hacía unas chispas muy agradables. Era verdad. Le acaricié la frente sin pensar cuando mencionó sus cuernos, superponiendo en mi mente sus dos formas. Fue... interesante. Desagradable al principio, pero interesante.
Reí mucho y muy alto cuando la morena se atragantó de manera tan escandalosa por burlarse de mis comentarios. Caí de espaldas sobre el lecho buscando aire, abanicándome con las manos. La miré con el brazo derecho bajo la cabeza, la mano izquierda jugueteando con los cordones de la camisa que probablemente había quedado arrugada de manera indecente. No la toqué.
-¿Estás bien? -pregunté al verla beber agua.- No soy una mujer de muchas palabras...
La observé terminar la mitad de las viandas mirando fijamente cómo se chupaba los dedos. Hmm. Atrapé un trozo de carne olvidado a un lado del plato y lo olisqueé, curiosa. Nada mal. La escuché empezar a hablar mientras investigaba el trozo entre mis dedos, preguntándome si... Nope. La comida regular seguía sabiendo desagradable. Escupí el trozo y me limpié los dedos en las sábanas. Ya estaban bastante sucias de todas formas.
Mis ojos se alzaron hacia su rostro como dardos, buscando la fuente del repentino temblor en su voz. La vi beber de la jarra de cerveza y pude apreciar el esfuerzo que hacía por mantener el pulso firme. Salté de estar tumbada a sentarme de nuevo sobre la cama, algo alarmada.
-¿Me estás diciendo que los tuyos te culparon por nacer? ¿Cómo de estúpido es eso? ¿Nadie le ha dicho nunca a esa señora madre tuya que la culpa es suya? Fue ella la que te hizo, y te hizo diferente. Que la exilien a ella, yo me quedo con el dragón de las chispas.
Alargué la mano para tocarle la pierna tan cómodamente extendida, desde el empeine hasta el interior del muslo. No me extrañaba que fuese tan alta, tenía unas piernas interminablemente deliciosas. Le sonreí a la sonrisa de medio lado de Reivy, avanzando en la cama mientras deshacía del todo los lazos de la camisa prestada.
-Ven, que te voy a dar yo los cuatro elementos, Chispitas. Empezaremos por el fuego. -dije, lamiéndole los labios. No tenía lágrimas en los ojos y aquello me puso mucho más triste que verla derramar sal.- Verás, la vida de funambulista es más dura de lo que parece. -y fui dejando besos sobre su hombro y brazo derecho, guiando su mano contra mi piel.- Aprendí a mantener el equilibrio en situaciones extremas. -y me senté a horcajadas sobre su regazo mientras me quitaba la camisa.- Pero yo prefería robar carteras porque siempre he sido escurridiza y habilidosa con los dedos.
Y sonreí ampliamente cuando mis manos descendieron sobre su vientre musculoso.
La observé dormir, rendida entre las sábanas revueltas. Escuché su respiración tranquila y profunda, reparé en las inevitables ojeras, en el olor primitivo de toda una noche de placentera actividad que inundaba la habitación.
Recosté la cabeza contra el marco de la ventana donde estaba sentada, sólo un momento. Recordando sus lágrimas secas. El dolor enquistado que impedía que rodasen libres de culpa por sus mejillas. La brisa fría de Beltrexus hizo que se me erizase la piel, así que reacomodé mi ropa tratando de ignorar esa leve punzada en el pecho. Me sentía llena de incertidumbre.
Guiñé los ojos hacia el exterior porque aunque siguiera siendo de noche el amanecer estaba por llegar, el cielo clareaba con rapidez. Echaba de menos ver amanecer. Echaba de menos cenar asado y hacer malabares. Echaba de menos a mi propia familia, largo tiempo perdida. Echaba de menos el pasado donde todo era más sencillo de vivir.
-Eres fuerte, Chispitas. Como todas las personas que sufren y siguen caminando. -susurré, pasando una pierna y luego la otra a través de la ventana. Le dirigí una última mirada.- No dejes que el dolor te impida llorar.
Heh. ¿A quién le hablas? Al aire. A nadie. A los pájaros. A mí. Al sol injusto. A la luna burlona. Afiancé los pies sobre las oquedades de la fachada y me deslicé hacia la calle como la sombra nocturna que se deshace en girones al llegar el alba.
En silencio y sin dejar rastro.
Sonreí aún más ampliamente al verla llenarse los carrillos de higos, encantada. Al parecer había topado de casualidad con algo que le gustaba mucho. Dejé escapar una risilla baja cuando me besó el tobillo, comentándole que hacía unas chispas muy agradables. Era verdad. Le acaricié la frente sin pensar cuando mencionó sus cuernos, superponiendo en mi mente sus dos formas. Fue... interesante. Desagradable al principio, pero interesante.
Reí mucho y muy alto cuando la morena se atragantó de manera tan escandalosa por burlarse de mis comentarios. Caí de espaldas sobre el lecho buscando aire, abanicándome con las manos. La miré con el brazo derecho bajo la cabeza, la mano izquierda jugueteando con los cordones de la camisa que probablemente había quedado arrugada de manera indecente. No la toqué.
-¿Estás bien? -pregunté al verla beber agua.- No soy una mujer de muchas palabras...
La observé terminar la mitad de las viandas mirando fijamente cómo se chupaba los dedos. Hmm. Atrapé un trozo de carne olvidado a un lado del plato y lo olisqueé, curiosa. Nada mal. La escuché empezar a hablar mientras investigaba el trozo entre mis dedos, preguntándome si... Nope. La comida regular seguía sabiendo desagradable. Escupí el trozo y me limpié los dedos en las sábanas. Ya estaban bastante sucias de todas formas.
Mis ojos se alzaron hacia su rostro como dardos, buscando la fuente del repentino temblor en su voz. La vi beber de la jarra de cerveza y pude apreciar el esfuerzo que hacía por mantener el pulso firme. Salté de estar tumbada a sentarme de nuevo sobre la cama, algo alarmada.
-¿Me estás diciendo que los tuyos te culparon por nacer? ¿Cómo de estúpido es eso? ¿Nadie le ha dicho nunca a esa señora madre tuya que la culpa es suya? Fue ella la que te hizo, y te hizo diferente. Que la exilien a ella, yo me quedo con el dragón de las chispas.
Alargué la mano para tocarle la pierna tan cómodamente extendida, desde el empeine hasta el interior del muslo. No me extrañaba que fuese tan alta, tenía unas piernas interminablemente deliciosas. Le sonreí a la sonrisa de medio lado de Reivy, avanzando en la cama mientras deshacía del todo los lazos de la camisa prestada.
-Ven, que te voy a dar yo los cuatro elementos, Chispitas. Empezaremos por el fuego. -dije, lamiéndole los labios. No tenía lágrimas en los ojos y aquello me puso mucho más triste que verla derramar sal.- Verás, la vida de funambulista es más dura de lo que parece. -y fui dejando besos sobre su hombro y brazo derecho, guiando su mano contra mi piel.- Aprendí a mantener el equilibrio en situaciones extremas. -y me senté a horcajadas sobre su regazo mientras me quitaba la camisa.- Pero yo prefería robar carteras porque siempre he sido escurridiza y habilidosa con los dedos.
Y sonreí ampliamente cuando mis manos descendieron sobre su vientre musculoso.
* * * * * * * * *
La observé dormir, rendida entre las sábanas revueltas. Escuché su respiración tranquila y profunda, reparé en las inevitables ojeras, en el olor primitivo de toda una noche de placentera actividad que inundaba la habitación.
Recosté la cabeza contra el marco de la ventana donde estaba sentada, sólo un momento. Recordando sus lágrimas secas. El dolor enquistado que impedía que rodasen libres de culpa por sus mejillas. La brisa fría de Beltrexus hizo que se me erizase la piel, así que reacomodé mi ropa tratando de ignorar esa leve punzada en el pecho. Me sentía llena de incertidumbre.
Guiñé los ojos hacia el exterior porque aunque siguiera siendo de noche el amanecer estaba por llegar, el cielo clareaba con rapidez. Echaba de menos ver amanecer. Echaba de menos cenar asado y hacer malabares. Echaba de menos a mi propia familia, largo tiempo perdida. Echaba de menos el pasado donde todo era más sencillo de vivir.
-Eres fuerte, Chispitas. Como todas las personas que sufren y siguen caminando. -susurré, pasando una pierna y luego la otra a través de la ventana. Le dirigí una última mirada.- No dejes que el dolor te impida llorar.
Heh. ¿A quién le hablas? Al aire. A nadie. A los pájaros. A mí. Al sol injusto. A la luna burlona. Afiancé los pies sobre las oquedades de la fachada y me deslicé hacia la calle como la sombra nocturna que se deshace en girones al llegar el alba.
En silencio y sin dejar rastro.
Nayru
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Re: Canción de sombra y centellas [Privado - Reivy ][+18] [Cerrado]
"Yo me quedo con el dragón de las chispas." El pulso se saltó un latido al oír aquella frase final, preguntándose si pensaría lo mismo si conociera la cultura de mi raza.
Desvié la atención del derrotista pensamiento y me centré en otro, en ese pequeño y brillante de nombre Esperanza. Un pensamiento que alentaba, que decía que, pese a conocer la desdicha me elegía, que, pese a ver la debilidad se quedaba, pero... ¿porque?
Era por la comida gratis o por el revolcón... o por las dos cosas. Era porque quería saber más sobre los dragones o porque quería saber más de mí. Era por lastima o por simpatía. ¿Porque sigues escuchando, Nay? ¿Porque me miras como si parecieras entenderme?
Dejé de pensar al sentir su mano en mi pierna. Ya habría tiempo mañana para la autocompadecencia.
-Está bien, Colmillitos. -Besé sus labios antes de que estos quedaran fuera de mi alcance. -Pero esta vez sin mordiscos.
Los pensamientos lucidos desaparecieron de mi mente de la misma forma que mi camisa desaprecio del cuerpo de Nayru.
Desvié la atención del derrotista pensamiento y me centré en otro, en ese pequeño y brillante de nombre Esperanza. Un pensamiento que alentaba, que decía que, pese a conocer la desdicha me elegía, que, pese a ver la debilidad se quedaba, pero... ¿porque?
Era por la comida gratis o por el revolcón... o por las dos cosas. Era porque quería saber más sobre los dragones o porque quería saber más de mí. Era por lastima o por simpatía. ¿Porque sigues escuchando, Nay? ¿Porque me miras como si parecieras entenderme?
Dejé de pensar al sentir su mano en mi pierna. Ya habría tiempo mañana para la autocompadecencia.
-Está bien, Colmillitos. -Besé sus labios antes de que estos quedaran fuera de mi alcance. -Pero esta vez sin mordiscos.
Los pensamientos lucidos desaparecieron de mi mente de la misma forma que mi camisa desaprecio del cuerpo de Nayru.
Reivy Abadder
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