[Evento social] El Imbolc de los exiliados.
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[Evento social] El Imbolc de los exiliados.
El Imbolc de los exiliados
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"Si luchamos por salvaguardar nuestro honor, no ganaremos esta guerra. Debemos luchar por el futuro de nuestra libertad y la de las razas futuras" Eilydh Skye
El Imbolc de los exiliados.
Caían con vehemencia los copos de nieve sobre la piedra, los adoquines de la ciudad se habían teñido de un blanco que parecía que se había apoderado de todo. La castigada ciudad de Dundarak seguía erigiéndose igual de majestuosa que siempre, pese a las fatigas sufridas años anteriores. La peste había mermado la población, y otras plagas habían hecho caer edificios más altos. Como en su día cayó el sabio consejo de Dundarak tras el golpe de estado del autoproclamado rey Godofrey Dahl-Gunderssen, al cual sucedió el príncipe Rigobert el usurpador. Parecía que la época oscura de la ciudad de los dragones llegaba a su fin y que aquellas enormes edificaciones tan blancas y puras, lo sabían, y ahora relucían como en años.
Siguiendo los surcos de las ruedas en la nieve, dirigía Elrohïr su caravana tirada por dos enormes caballos negros como el carbón. Era una pequeña caravana modesta en la que viajaban cuatro personas más. Su mujer, Imladris, su madre, Ellandë y sus dos hijos mellizos, Aglaroth y Alaluna. Se habían quedado, como muchos elfos, sin hogar. El clima era muy diferente al que estaban acostumbrados, por lo que un escalofrío recorrió la nuca del hombre, que rápidamente echó vaho sobre las manos que sostenían las riendas de los caballos.
No muy lejos de allí, en el cuarto círculo de Dundarak, una comunidad de elfos exiliados de sus tierras preparaban bulliciosos el Imbolc para aquella misma noche. Un reguero de velas se dibujó en la calzada, perfectamente colocadas sobre la nieve, invitaba a seguir el camino hasta el barrio de los elfos. Elrohïr siguió sin duda con una pequeña sonrisa en los labios aquellas señales hasta el cuarto círculo de Dundarak. El barrio de los elfos era un lugar algo marginal, en la zona más afectada de Dundarak, habían aprovechado las casas que habían sido deshabitadas por los nativos, que preferían la parte más central de la ciudad, así pues se habían instalado allí, y donde antes había polvo y miseria, los elfos lo habían hecho su hogar desde hacía varios meses. Habían conseguido reconstruir la mayoría de casas con materiales reutilizados, sillares rotos, cornisas, incluso las estatuas que antaño coronaban la plaza de aquel barrio eran buenas para la construcción.
La plaza central parecía articular todo el barrio, era el centro neurálgico de aquel hogar improvisado. Rauda y veloz, una elfa ataviada de pies a cabeza con prendas de lana se acercó a ambos caballos, acompañada por otro elfo algo más mayor de cabellos blanquecinos pero rostro alargado, aniñado, casi angelical, que recibió a Elrohïr con los brazos abiertos y una gran sonrisa.
-Seldarine. (Hermanos)
Elrohïr asintió ante las palabras de su igual y bajó de un salto de la carreta, dejando en las manos de la elfa las riendas de sus caballos.
-Seldarine.
Respondió Elrohïr con un pequeño ademán con la cabeza.
-Mi nombre es Midnor de Edén.
Aquel nombre pareció atravesar como una flecha el corazón de Elrohïr, que tartamudeó antes de lograr siquiera decir su nombre.
-… Y-Yo soy Elrohïr, y ellos son mi familia.
Apuntó señalando la caravana. Imladris ya había bajado y ayudaba a su suegra a bajar de la caravana, mientras los dos pequeños ya correteaban junto a su padre.
-Mi mujer, Imladris, mi madre, Ellandë. La pequeña es Alaluna y el pequeño Aglaroth.
La elfa más mayor se acercó a ellos apoyando una de sus arrugadas manos sobre un bastón de madera. Sonrió amablemente a su anfitrión.
-Eres exactamente igual que tu hermano pequeño, pero más rubio. -Bromeó la mujer, broma ante la cual Midnor asintió con la cabeza devolviéndole la sonrisa. -Sydara de Edén, liberador de Sandorai ¡Dónde estará cuando se le necesita!
-Esa, mi señora, es una pregunta que todos nos hacemos en este momento.
Respondió Midnor con cierta resignación.
-Pasad, por favor, sentiros como en casa. Mi mujer Edna os dará de comer y todo lo que necesitéis ¿Venís para largo? ¿O quizá tan solo venís al Imbolc? -Midnor avanzó junto a la familia a una de las casas, de fachada blanca como toda la piedra de Dundarak, pero decorada con multitud de plantas en su fachada.
-Para largo, por desgracia para todos.
La familia entró tras Midnor, comieron y bebieron, como marca la tradición, todo tipo de productos lácteos. De leche de Yak, por supuesto.
-… Nuestra idea es, esta noche, celebrar el Imbolc con toda la gente de Dundarak, hacerles llegar nuestra fuerza a Sandorai y que por fin se acabe la guerra.
-Que los espíritus de nuestros antepasados nos ayuden.
Añadió Ellandë tras darle un largo trago a su vaso de té con leche.
-Esta noche, bailaremos a la luz de las velas y regalaremos pan de leche y bufandas de lana a todo el que las necesite para guarecerse del frío, además de velas consagradas por Imbar. Ahora, si me permitís, tengo que seguir con los preparativos.
Se excusó Midnor, que sin más dilación salió por la puerta de la casa cerrándola tras de si. Con la sobre mesa, el sol había caído lo suficiente para teñir de rojo el cielo de Dundarak. Las nubes habían dado una tregua a los elfos, y ya no nevaba. Alrededor de las velas se habían creado pequeños charcos que hacían brillar aún más aquellas velas amarillas y naranjas, de canela y cítricos que ellos mismos habían fundido durante semanas. A un lado de la plaza, grandes mesas de pino con bollos de leche, mantas, bufandas y otros accesorios de lana. Junto a las mesas, en una gran marmita hervía la leche de yak para acompañar a los postres y a las canciones.
Los mejores elfos bardos de Aerandir se habían congregado allí, y ya sonaba alguna lira con ritmos élficos, baladas tranquilas para amenizar la tarde. Poco a poco se llenaría la plaza, conforme el sol diera paso a la oscuridad absoluta, y a una Dundarak iluminada por las llamas de las velas del Imbolc.
Siguiendo los surcos de las ruedas en la nieve, dirigía Elrohïr su caravana tirada por dos enormes caballos negros como el carbón. Era una pequeña caravana modesta en la que viajaban cuatro personas más. Su mujer, Imladris, su madre, Ellandë y sus dos hijos mellizos, Aglaroth y Alaluna. Se habían quedado, como muchos elfos, sin hogar. El clima era muy diferente al que estaban acostumbrados, por lo que un escalofrío recorrió la nuca del hombre, que rápidamente echó vaho sobre las manos que sostenían las riendas de los caballos.
No muy lejos de allí, en el cuarto círculo de Dundarak, una comunidad de elfos exiliados de sus tierras preparaban bulliciosos el Imbolc para aquella misma noche. Un reguero de velas se dibujó en la calzada, perfectamente colocadas sobre la nieve, invitaba a seguir el camino hasta el barrio de los elfos. Elrohïr siguió sin duda con una pequeña sonrisa en los labios aquellas señales hasta el cuarto círculo de Dundarak. El barrio de los elfos era un lugar algo marginal, en la zona más afectada de Dundarak, habían aprovechado las casas que habían sido deshabitadas por los nativos, que preferían la parte más central de la ciudad, así pues se habían instalado allí, y donde antes había polvo y miseria, los elfos lo habían hecho su hogar desde hacía varios meses. Habían conseguido reconstruir la mayoría de casas con materiales reutilizados, sillares rotos, cornisas, incluso las estatuas que antaño coronaban la plaza de aquel barrio eran buenas para la construcción.
La plaza central parecía articular todo el barrio, era el centro neurálgico de aquel hogar improvisado. Rauda y veloz, una elfa ataviada de pies a cabeza con prendas de lana se acercó a ambos caballos, acompañada por otro elfo algo más mayor de cabellos blanquecinos pero rostro alargado, aniñado, casi angelical, que recibió a Elrohïr con los brazos abiertos y una gran sonrisa.
-Seldarine. (Hermanos)
Elrohïr asintió ante las palabras de su igual y bajó de un salto de la carreta, dejando en las manos de la elfa las riendas de sus caballos.
-Seldarine.
Respondió Elrohïr con un pequeño ademán con la cabeza.
-Mi nombre es Midnor de Edén.
Aquel nombre pareció atravesar como una flecha el corazón de Elrohïr, que tartamudeó antes de lograr siquiera decir su nombre.
-… Y-Yo soy Elrohïr, y ellos son mi familia.
Apuntó señalando la caravana. Imladris ya había bajado y ayudaba a su suegra a bajar de la caravana, mientras los dos pequeños ya correteaban junto a su padre.
-Mi mujer, Imladris, mi madre, Ellandë. La pequeña es Alaluna y el pequeño Aglaroth.
La elfa más mayor se acercó a ellos apoyando una de sus arrugadas manos sobre un bastón de madera. Sonrió amablemente a su anfitrión.
-Eres exactamente igual que tu hermano pequeño, pero más rubio. -Bromeó la mujer, broma ante la cual Midnor asintió con la cabeza devolviéndole la sonrisa. -Sydara de Edén, liberador de Sandorai ¡Dónde estará cuando se le necesita!
-Esa, mi señora, es una pregunta que todos nos hacemos en este momento.
Respondió Midnor con cierta resignación.
-Pasad, por favor, sentiros como en casa. Mi mujer Edna os dará de comer y todo lo que necesitéis ¿Venís para largo? ¿O quizá tan solo venís al Imbolc? -Midnor avanzó junto a la familia a una de las casas, de fachada blanca como toda la piedra de Dundarak, pero decorada con multitud de plantas en su fachada.
-Para largo, por desgracia para todos.
La familia entró tras Midnor, comieron y bebieron, como marca la tradición, todo tipo de productos lácteos. De leche de Yak, por supuesto.
-… Nuestra idea es, esta noche, celebrar el Imbolc con toda la gente de Dundarak, hacerles llegar nuestra fuerza a Sandorai y que por fin se acabe la guerra.
-Que los espíritus de nuestros antepasados nos ayuden.
Añadió Ellandë tras darle un largo trago a su vaso de té con leche.
-Esta noche, bailaremos a la luz de las velas y regalaremos pan de leche y bufandas de lana a todo el que las necesite para guarecerse del frío, además de velas consagradas por Imbar. Ahora, si me permitís, tengo que seguir con los preparativos.
Se excusó Midnor, que sin más dilación salió por la puerta de la casa cerrándola tras de si. Con la sobre mesa, el sol había caído lo suficiente para teñir de rojo el cielo de Dundarak. Las nubes habían dado una tregua a los elfos, y ya no nevaba. Alrededor de las velas se habían creado pequeños charcos que hacían brillar aún más aquellas velas amarillas y naranjas, de canela y cítricos que ellos mismos habían fundido durante semanas. A un lado de la plaza, grandes mesas de pino con bollos de leche, mantas, bufandas y otros accesorios de lana. Junto a las mesas, en una gran marmita hervía la leche de yak para acompañar a los postres y a las canciones.
Los mejores elfos bardos de Aerandir se habían congregado allí, y ya sonaba alguna lira con ritmos élficos, baladas tranquilas para amenizar la tarde. Poco a poco se llenaría la plaza, conforme el sol diera paso a la oscuridad absoluta, y a una Dundarak iluminada por las llamas de las velas del Imbolc.
Explicación del evento
¡Queridos Aerandianos os presentamos el evento social de Febrero! Se trata de un Imbolc especial, ya que Sandorai está en guerra, los elfos que se han tenido que exiliar a las diferentes ciudades de Aerandir han querido honrar a aquellos que luchan por su tierra, por lo que necesitan el mayor número de velas consagradas por Imbar encendidas para que acabe de una vez esta guerra. Estáis todos invitados a un bollo de leche, a un vaso de leche de yak y a una calentita bufanda. El objetivo de este evento es encender velas, al menos una vela por personaje, y como es una trama grupal, dependerá del número de velas que hayáis encendido, decidiremos una recompensa u otra. Si los elfos del bario élfico de Dundarak están contentos, mejores cosas os darán ¿No creéis? ¡Pues a encender velas consagradas!
Podéis interactuar con cualquiera de los personajes que se mencionan en el post, la familia de Elrohïr, cualquier elfo del barrio élfico de Dundarak o con Midnor de Edén.
Va a ser un evento corto que cerraremos dentro de una semana, podéis postear como queráis, no hay turnos, ni máximo ni mínimo de posts, así que ¡Feliz Imbolc!
Podéis interactuar con cualquiera de los personajes que se mencionan en el post, la familia de Elrohïr, cualquier elfo del barrio élfico de Dundarak o con Midnor de Edén.
Va a ser un evento corto que cerraremos dentro de una semana, podéis postear como queráis, no hay turnos, ni máximo ni mínimo de posts, así que ¡Feliz Imbolc!
Normas del evento
- Puede participar cualquier persona indiferentemente del número de post que tenga.
- La recompensa será de 5 puntos y 50 aeros, además de la recompensa que quieran daros o no los elfos dependiendo del número de participantes en el evento y de las velas que se enciendan.
- Solo se podrá encender una vela por participante, no contarían velas encendidas por PNJs que no estén registrados como Acompañantes.
- No hay un turno de posteo, ni máximo de post, ni mínimo.
Tyr
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Re: [Evento social] El Imbolc de los exiliados.
Es la primera vez que Zero se aventura tan al norte, específicamente a la otrora gloriosa ciudad dragona. La capital del reino dragón ahora es sin duda una sombra de lo que anteriormente fue gracias a las malas jugadas del destino.
Una serie de desastres continuos terminaron por mermar lo que el tiempo no pudo, aunque hay una moraleja agradable que se puede sacar del infortunio. Pese a todos los embates, la metrópolis sigue funcionando.
Puede que ya no tenga la misma cantidad de población, ni los mismos recursos pero la gente sigue entre sus murallas. Testimonio palpable de que los seres vivos inteligentes no se rinden fácilmente ante la adversidad.
Es esto lo que siempre mantiene al pequeño robot en su objetivo, la obstinación de la vida por sobrevivir le da fuerzas suficientes para no dejar pasar ni un ápice de la retórica que tanto pregona Exos.
Ese tipo de fortaleza no debe desaparecer, ni en Aerandir ni en ningún lado. Es bueno para la pequeña maquina encontrar dichos testimonios, le permiten seguir manteniendo su joven “corazón” en el mismo lugar.
Mientras camina por las calles semidespobladas, no puede evitar detectar un camino de velas activo. Hay varios curiosos embelesándose por la escena y muchos de ellos terminan siguiendo el estético sendero, uno de ellos es Z9-42.
Lo que encuentra al final es algo sorprendente, una comunidad de elfos que vive ocupando cierta área deteriorada. Es claro que anteriormente era un sector activo, pero el abandono dio paso a los refugiados elfos para instalarse.
La situación es complicada en Sandorai ahora mismo, por ende han ido apareciendo comunidades de refugiados elfos en las grandes metrópolis del mundo. Una escena muy similar a la que se pudo apreciar cuando los humanos perdieron su capital.
Este siempre es el verdadero rostro de los conflictos, miles de desafortunados desplazados por el cruel destino de las civilizaciones. Hombres, mujeres y niños relegados a vivir en un mundo aparte de la sociedad que les acoge.
Pero hoy no parece haber tristeza ni incertidumbre en el ambiente, al contrario, es una celebración. Hay dulces, leche fresca y prendas de lana para todos los invitados, un ritual a forma de tributo para los nativos.
Ver a las personas en infortunio ofreciendo algo a sus vecinos sin duda conmueve el corazón de Zero, al punto que debe controlarse para no manifestar sus sentimientos más espontáneos. Sin perder tiempo, decide unirse a la celebración.
No le cuesta mucho recibir un delicioso pan dulce, un sustancioso vaso de leche y la más bonita bufanda que ha visto en buen tiempo. Todo esto con la única “pega” de tener que participar en la tradición de encendido.
Lo siguiente para el pequeño robot es pillar una vela y encenderla, sumándose a los buenos deseos de todos los asistentes. La plegaria es sencilla, que se detenga la guerra en Sandorai, que acabe con el mejor resultado posible.
Sé que no soy como los demás… pero si mi deseo vale de algo, espero la petición de esta amable gente se vuelva realidad “dice para sí mismo”.
Una serie de desastres continuos terminaron por mermar lo que el tiempo no pudo, aunque hay una moraleja agradable que se puede sacar del infortunio. Pese a todos los embates, la metrópolis sigue funcionando.
Puede que ya no tenga la misma cantidad de población, ni los mismos recursos pero la gente sigue entre sus murallas. Testimonio palpable de que los seres vivos inteligentes no se rinden fácilmente ante la adversidad.
Es esto lo que siempre mantiene al pequeño robot en su objetivo, la obstinación de la vida por sobrevivir le da fuerzas suficientes para no dejar pasar ni un ápice de la retórica que tanto pregona Exos.
Ese tipo de fortaleza no debe desaparecer, ni en Aerandir ni en ningún lado. Es bueno para la pequeña maquina encontrar dichos testimonios, le permiten seguir manteniendo su joven “corazón” en el mismo lugar.
Mientras camina por las calles semidespobladas, no puede evitar detectar un camino de velas activo. Hay varios curiosos embelesándose por la escena y muchos de ellos terminan siguiendo el estético sendero, uno de ellos es Z9-42.
Lo que encuentra al final es algo sorprendente, una comunidad de elfos que vive ocupando cierta área deteriorada. Es claro que anteriormente era un sector activo, pero el abandono dio paso a los refugiados elfos para instalarse.
La situación es complicada en Sandorai ahora mismo, por ende han ido apareciendo comunidades de refugiados elfos en las grandes metrópolis del mundo. Una escena muy similar a la que se pudo apreciar cuando los humanos perdieron su capital.
Este siempre es el verdadero rostro de los conflictos, miles de desafortunados desplazados por el cruel destino de las civilizaciones. Hombres, mujeres y niños relegados a vivir en un mundo aparte de la sociedad que les acoge.
Pero hoy no parece haber tristeza ni incertidumbre en el ambiente, al contrario, es una celebración. Hay dulces, leche fresca y prendas de lana para todos los invitados, un ritual a forma de tributo para los nativos.
Ver a las personas en infortunio ofreciendo algo a sus vecinos sin duda conmueve el corazón de Zero, al punto que debe controlarse para no manifestar sus sentimientos más espontáneos. Sin perder tiempo, decide unirse a la celebración.
No le cuesta mucho recibir un delicioso pan dulce, un sustancioso vaso de leche y la más bonita bufanda que ha visto en buen tiempo. Todo esto con la única “pega” de tener que participar en la tradición de encendido.
Lo siguiente para el pequeño robot es pillar una vela y encenderla, sumándose a los buenos deseos de todos los asistentes. La plegaria es sencilla, que se detenga la guerra en Sandorai, que acabe con el mejor resultado posible.
Sé que no soy como los demás… pero si mi deseo vale de algo, espero la petición de esta amable gente se vuelva realidad “dice para sí mismo”.
Z9-42
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Re: [Evento social] El Imbolc de los exiliados.
Dundarak lucia… triste, Alisha no podía evitar tener esa sensación al ver a la gente pasar por la calle. Y había muchos, muchos elfos. ¿No era una ciudad de dragones?
Ella solo estaba de paso, en un tour de actuaciones bardicas, pero todos esos elfos no parecían turistas en absoluto, ella reconocía esas miradas que le echaban a su ropa y a la galleta que mordisqueaba. Esa gente había sufrido para llegar aquí, y no todos tenían con que ganarse la vida allí, por lo que la alternativa era peor. Nada bueno.
-Toma pequeño.- dijo, agachándose ante un niño elfico de unos cinco o seis años, ofreciéndole una galleta. No la suya, que ya estaba algo mordisqueada, una nueva. El niño la miró, dudoso, antes de coger la galleta y darle un mordisco. Su cara inmediatamente se ilumino de felicidad y el corazón de la vampiresa se derritió. Pero antes de poder seguir hablándole al niño, este marcho corriendo. –Owww.- bueno, era normal, ya era bastante tarde, y era una desconocida, seguramente iría a casa.
Alisha siguió avanzando, esta vez a paso más lento. La gente estaba encendiendo velas, allí en la calle, y los elfos parecían estar reuniéndose en una plaza, con música si su oído no le fallaba. De repente, algo tiro de su capa. Era el niño de la galleta y esta vez no estaba solo. El chico había traído a una niña, aún más pequeña, rubia como su hermano. Porque debían ser hermanos, podía ver el parecido.
Y la niña tenía lo que quedaba de la galleta en la mano, aunque la escondió cuando vio que miraba. Un magnifico hermano mayor. La vampiresa se agacho otra vez, y les dio una galleta a cada uno. –No deberíais estar solos a estas horas, es peligroso.-
-¡Pero hoy es Imboloc!- Protestó el chico.
-Lo siento, no sé qué es eso.-
-Encendemos velas, para ayudar… para que la guerra se acabe y poder volver a casa…- oh, eso explicaba unas cuantas cosas. El problema de tocar en tabernas paras comer gratis era que una no se enteraba de los rumores, al estar ocupada tocando. La cosa debía ir bastante mal, si tanta gente había huido…
-Mira, ¿porque no buscamos una vela que podamos encender los tres y luego vamos a la fiesta? Puedes enseñarme unas cuantas canciones elficas, se tocar música ¿Sabes? Y luego comemos galletas.-
-Se supone que hay que comer leche. O queso.- dijo el niño, no muy convencido. De que esos dos alimentos fueran superiores a las galletas, claro.
-Bueno, podemos mojarlas en leche o algo, creo que eso cuenta igualmente.- No necesitó nada más para convencer al par de niños, que salieron corriendo a conseguirle una vela. Esperaba que no la robaran.
Por favor, no dejeis que estas gentes sufran más. Pensó la vampiresa, tras encender la vela que el niño y su hermana le habían traído con otra que había al lado.
Ella solo estaba de paso, en un tour de actuaciones bardicas, pero todos esos elfos no parecían turistas en absoluto, ella reconocía esas miradas que le echaban a su ropa y a la galleta que mordisqueaba. Esa gente había sufrido para llegar aquí, y no todos tenían con que ganarse la vida allí, por lo que la alternativa era peor. Nada bueno.
-Toma pequeño.- dijo, agachándose ante un niño elfico de unos cinco o seis años, ofreciéndole una galleta. No la suya, que ya estaba algo mordisqueada, una nueva. El niño la miró, dudoso, antes de coger la galleta y darle un mordisco. Su cara inmediatamente se ilumino de felicidad y el corazón de la vampiresa se derritió. Pero antes de poder seguir hablándole al niño, este marcho corriendo. –Owww.- bueno, era normal, ya era bastante tarde, y era una desconocida, seguramente iría a casa.
Alisha siguió avanzando, esta vez a paso más lento. La gente estaba encendiendo velas, allí en la calle, y los elfos parecían estar reuniéndose en una plaza, con música si su oído no le fallaba. De repente, algo tiro de su capa. Era el niño de la galleta y esta vez no estaba solo. El chico había traído a una niña, aún más pequeña, rubia como su hermano. Porque debían ser hermanos, podía ver el parecido.
Y la niña tenía lo que quedaba de la galleta en la mano, aunque la escondió cuando vio que miraba. Un magnifico hermano mayor. La vampiresa se agacho otra vez, y les dio una galleta a cada uno. –No deberíais estar solos a estas horas, es peligroso.-
-¡Pero hoy es Imboloc!- Protestó el chico.
-Lo siento, no sé qué es eso.-
-Encendemos velas, para ayudar… para que la guerra se acabe y poder volver a casa…- oh, eso explicaba unas cuantas cosas. El problema de tocar en tabernas paras comer gratis era que una no se enteraba de los rumores, al estar ocupada tocando. La cosa debía ir bastante mal, si tanta gente había huido…
-Mira, ¿porque no buscamos una vela que podamos encender los tres y luego vamos a la fiesta? Puedes enseñarme unas cuantas canciones elficas, se tocar música ¿Sabes? Y luego comemos galletas.-
-Se supone que hay que comer leche. O queso.- dijo el niño, no muy convencido. De que esos dos alimentos fueran superiores a las galletas, claro.
-Bueno, podemos mojarlas en leche o algo, creo que eso cuenta igualmente.- No necesitó nada más para convencer al par de niños, que salieron corriendo a conseguirle una vela. Esperaba que no la robaran.
Por favor, no dejeis que estas gentes sufran más. Pensó la vampiresa, tras encender la vela que el niño y su hermana le habían traído con otra que había al lado.
Alisha Lessard
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Re: [Evento social] El Imbolc de los exiliados.
La gran mortandad había golpeado con fuerza a Dundarak no hacía mucho, y aunque la ciudad se había recuperado rápidamente, mucho más de hecho de lo que Níniel jamás hubiese esperado, aún podían verse algunas de las cicatrices que había dejado en la capital del norte. Barrios completamente abandonados y en mal estado, calles vacías o casi vacías donde la nieve se acumulaba hasta alcanzar incluso muchas varas de altura a falta de vecinos que se preocuparan por retirarla...Algunos de aquellos lugares incluso se habían ganado la reputación de malditos al ser azotados con una tasa de muerte incluso mayor a la de otras zonas afectadas por la plaga. Nadie quería acercarse demasiado a ellos, a veces ni siquiera los ladrones u oportunistas, lo que denotaba hasta qué punto habían llegado aquellas supercherías.
-Date prisa, Nín. Cuanto antes salgamos de aquí mejor.- Apremió Catherine girándose para ver a su hermana algo rezagada a unos metros tras ella.
-Ya te he dicho que la enfermedad ya pasó. No vamos a enfermar por estar aquí.Todas esas habladurías son absurdas. Además, tardaríamos mucho más si tuviéramos que dar un rodeo y haber entrado por otra de las puertas de la ciudad...Por si no lo has notado Dundarak no es precisamente pequeña.- Alegó la peliblanca, caminando con mucha mayor dificultad que su hermana por aquella nieve acumulada en la solitaria vía, incluso a pesar de que la pelirroja cargaba con un pesado fardo a sus espaldas.
-Sí bueno. Mejor curarse en salud...Si alguien tiene que enfermar que sean otros para pagarnos por nuestras pociones y ungüentos. O tal vez para algún cachivache que les ayude a retirar toda esta nieve...Aunque no sé de dónde sale en una elfa esa habilidad para los trastos y mecanismos...Al final la elfa estirada a la que devolviste de entre los muertos va a tener razón y eres una elfa...peculiar.- Bromeó la felina. Comentario que no afectó a la joven sacerdotisa.
-Están por todas partes. O al menos yo no dejo de encontrármelos por todos lados. Al final algo tuve que aprender...supongo.- Respondió retomando el paso y suspirando con algo de alivio cuando atisbó el final de la barriada despoblada y el comienzo del nuevo barrio élfico de Dundarak. Otro de que aquellos barrios abandonados que los refugiados de la guerra habían ocupado, a pesar de que entre rocas y hielo mucho tendrían que esforzarse por sentirse cómodos.
-Mucho mejor.- Convino Catherine quitándose la nieve de las botas y disfrutando de la facilidad de caminar por una calle empedrada libre de obstáculos. -Espero que no se hayan quedado ya sin existencia, parece que ya han empezado.- Añadió señalando con la mirada el sendero de velas encendidas a modo de bienvenida para quien quisiera acercarse. La peliblanca esbozó una leve sonrisa de situación.
-¿Qué pasa? ¿Tengo nieve en el pelo?- Quiso saber la felina.
-No, tu pelo está perfectamente. Solo pensaba...que en Sandorai difícilmente habría un camino de velas para guiar a orejas redondas a nuestros hogares...Normalmente habría puntas de flecha señalando en dirección contraria.- Asintió la peliblanca pensando más en ello. Pensando en cómo estaba cambiando el mundo y cuanto más podía cambiar. Por desgracia para mal por su experiencia pasada. -En fin, démonos prisa.- Apremio ahora la peliblanca, tomando la delantera y siendo seguida por su hermana. No tardando en llegar hasta la plaza de aquel barrio nuevamente poblado.
-Sacerdotisa. Gracias a los dioses.- Les recibió un elfo ya mayor tan pronto como las vio aparecer. A pesar del ambiente, que intentaba ser festivo y relajado, aquel elfo era incapaz de ocultar la tristeza totalmente en sus ojos. Como realmente debían de sentirse todos allí, con el destino del bosque pendiendo de un hilo, así como la vida de cientos de sus hermanos, amigos y vecinos. -¿Teneis el cargamento?- Preguntó con cierto tono desesperado.
-Así es. Tal y como dijiste, aquel extraño tipo tenía su puesto donde dijiste. Un lugar extraño para vender algo así...- Dijo la joven ayudando a Catherine a desprenderse de su carga. Abriendo el fardo y dejando ver el cargamento.
-Magnífico. Nos habéis salvado.- Dijo abriendo el fardo y sacando el delicado material que tan desesperadamente necesitaban para su celebración. -Estupendo.- Asintió comprobando que los bollos dulces estaban en perfecto estado. -Pensábamos tener suficientes, pero el evento está resulta ser todo un éxito y ha venido mucha gente. Con todo este apoyo, sin duda ayudaremos a los nuestros y a Sandorai.- Aseveró el elfo. Níniel se forzó a sonreír. No podía negarse que al menos hacía lo posible por ayudar, del único modo que podía.
-Bueno, nosotras debemos partir ya. Debemos reunirnos con el ejército del rey tras entregar su mensaje en palacio...- Se disculpó la peliblanca dispuesta a ponerse de nuevo en marcha. Puede que fuesen bien de tiempo gracias a los polvos de viaje rápido de la Logía, incluso a pesar de aquella improvisada y "urgente" tarea de recadera", pero tenían una guerra que ganar en el sur.
-¿No deseáis poner una vela antes de partir? Ya sé que debe pareceros...especialmente teniendo en cuenta que vais a hacer mucho más que poner una vela por Sandorai...pero...- Aquel hombre les tendió dos velas y, conmovida por aquella buena intención la peliblanca las tomó, sintiendo que no debería haber despreciado aquel gesto por simple que pareciera. Por ello, tanto ella como Níniel participaron de aquella actividad brevemente antes de ponerse definitivamente en marcha, de vuelta rápidamente al sur. A Reunirse con Rigobert y su ejército.
-Pondré una vela más por vosotras. Que los dioses os guarden en vuestras batallas, y que Anar acuda con presteza a luchar a vuestro lado.- Deseó aquel anciano mientras las despedía y las veía alejarse.
-Date prisa, Nín. Cuanto antes salgamos de aquí mejor.- Apremió Catherine girándose para ver a su hermana algo rezagada a unos metros tras ella.
-Ya te he dicho que la enfermedad ya pasó. No vamos a enfermar por estar aquí.Todas esas habladurías son absurdas. Además, tardaríamos mucho más si tuviéramos que dar un rodeo y haber entrado por otra de las puertas de la ciudad...Por si no lo has notado Dundarak no es precisamente pequeña.- Alegó la peliblanca, caminando con mucha mayor dificultad que su hermana por aquella nieve acumulada en la solitaria vía, incluso a pesar de que la pelirroja cargaba con un pesado fardo a sus espaldas.
-Sí bueno. Mejor curarse en salud...Si alguien tiene que enfermar que sean otros para pagarnos por nuestras pociones y ungüentos. O tal vez para algún cachivache que les ayude a retirar toda esta nieve...Aunque no sé de dónde sale en una elfa esa habilidad para los trastos y mecanismos...Al final la elfa estirada a la que devolviste de entre los muertos va a tener razón y eres una elfa...peculiar.- Bromeó la felina. Comentario que no afectó a la joven sacerdotisa.
-Están por todas partes. O al menos yo no dejo de encontrármelos por todos lados. Al final algo tuve que aprender...supongo.- Respondió retomando el paso y suspirando con algo de alivio cuando atisbó el final de la barriada despoblada y el comienzo del nuevo barrio élfico de Dundarak. Otro de que aquellos barrios abandonados que los refugiados de la guerra habían ocupado, a pesar de que entre rocas y hielo mucho tendrían que esforzarse por sentirse cómodos.
-Mucho mejor.- Convino Catherine quitándose la nieve de las botas y disfrutando de la facilidad de caminar por una calle empedrada libre de obstáculos. -Espero que no se hayan quedado ya sin existencia, parece que ya han empezado.- Añadió señalando con la mirada el sendero de velas encendidas a modo de bienvenida para quien quisiera acercarse. La peliblanca esbozó una leve sonrisa de situación.
-¿Qué pasa? ¿Tengo nieve en el pelo?- Quiso saber la felina.
-No, tu pelo está perfectamente. Solo pensaba...que en Sandorai difícilmente habría un camino de velas para guiar a orejas redondas a nuestros hogares...Normalmente habría puntas de flecha señalando en dirección contraria.- Asintió la peliblanca pensando más en ello. Pensando en cómo estaba cambiando el mundo y cuanto más podía cambiar. Por desgracia para mal por su experiencia pasada. -En fin, démonos prisa.- Apremio ahora la peliblanca, tomando la delantera y siendo seguida por su hermana. No tardando en llegar hasta la plaza de aquel barrio nuevamente poblado.
-Sacerdotisa. Gracias a los dioses.- Les recibió un elfo ya mayor tan pronto como las vio aparecer. A pesar del ambiente, que intentaba ser festivo y relajado, aquel elfo era incapaz de ocultar la tristeza totalmente en sus ojos. Como realmente debían de sentirse todos allí, con el destino del bosque pendiendo de un hilo, así como la vida de cientos de sus hermanos, amigos y vecinos. -¿Teneis el cargamento?- Preguntó con cierto tono desesperado.
-Así es. Tal y como dijiste, aquel extraño tipo tenía su puesto donde dijiste. Un lugar extraño para vender algo así...- Dijo la joven ayudando a Catherine a desprenderse de su carga. Abriendo el fardo y dejando ver el cargamento.
-Magnífico. Nos habéis salvado.- Dijo abriendo el fardo y sacando el delicado material que tan desesperadamente necesitaban para su celebración. -Estupendo.- Asintió comprobando que los bollos dulces estaban en perfecto estado. -Pensábamos tener suficientes, pero el evento está resulta ser todo un éxito y ha venido mucha gente. Con todo este apoyo, sin duda ayudaremos a los nuestros y a Sandorai.- Aseveró el elfo. Níniel se forzó a sonreír. No podía negarse que al menos hacía lo posible por ayudar, del único modo que podía.
-Bueno, nosotras debemos partir ya. Debemos reunirnos con el ejército del rey tras entregar su mensaje en palacio...- Se disculpó la peliblanca dispuesta a ponerse de nuevo en marcha. Puede que fuesen bien de tiempo gracias a los polvos de viaje rápido de la Logía, incluso a pesar de aquella improvisada y "urgente" tarea de recadera", pero tenían una guerra que ganar en el sur.
-¿No deseáis poner una vela antes de partir? Ya sé que debe pareceros...especialmente teniendo en cuenta que vais a hacer mucho más que poner una vela por Sandorai...pero...- Aquel hombre les tendió dos velas y, conmovida por aquella buena intención la peliblanca las tomó, sintiendo que no debería haber despreciado aquel gesto por simple que pareciera. Por ello, tanto ella como Níniel participaron de aquella actividad brevemente antes de ponerse definitivamente en marcha, de vuelta rápidamente al sur. A Reunirse con Rigobert y su ejército.
-Pondré una vela más por vosotras. Que los dioses os guarden en vuestras batallas, y que Anar acuda con presteza a luchar a vuestro lado.- Deseó aquel anciano mientras las despedía y las veía alejarse.
Níniel Thenidiel
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Re: [Evento social] El Imbolc de los exiliados.
Dundarak era… no estaba segura de que había esperado, era como Lunargenta, pero no olía tan mal. Seguramente por el frio y no porque fuera más limpia, pero no iba a quejarse. Y había muchos elfos, muchísimos más que en Lunargenta, aunque ya tenía una idea de porqué. La guerra en Sandorai… allí iría luego. A poner su granito de arena. O a meterle flechas a unos cuantos ojos. A saber, improvisaría sobre la marcha.
Mientras tanto, tenía que celebrar Imboloc. No por gusto, de alguna manera se había encontrado acogida por una familia de elfos, y allí estaba, sentada en una casa que había visto mejores días, y no tenía corazón para irse así sin más. Es decir, se habían conocido hacia… ¿cuatro horas? Y la trataban como a uno más de la familia. Aunque no por su encanto natural, tristemente, había visto como la mujer la miraba, esa tristeza… No todos habían llegado a Dundarak, parecía. Así que no le partiría el corazón a la mujer y dejaría que la quisieran un poco, ayudándole a recordar a su hija, aunque fuese solo un poco. Además, hacía muchos años que nadie se preocupaba de manera tan maternal.
El olor a ceniza cubrió su nariz, y todo lo que podía oír eran gritos, distorsionados por el crepitar de las llamas.
-…iria, Valyria, ¿estás bien?- estaba en el suelo, hiperventilando, con su anfitriona a su lado, agitándola.
-No pasa nada, Aranel, solo… no te preocupes.- se levantó del suelo, apartando a la mujer, que seguía dudosa, e intercambio una mirada con su marido. Un hombre serio, no creía haberle oído decir más de diez palabras desde que le conocía. Este se limitó a asentir. De alguna manera, se encontró sentada, con un vaso de leche caliente en la mano.
-Toma, todo mejora con un poco de leche caliente.- Esa pareja tenía más bien poco, y le ofrecían su comida y hospitalidad sin pedir nada a cambio, a pesar de ser una desconocida, solo porque les recordaba a alguien, aunque seguramente, ofrecerle comida significaría que tendrían problemas más adelante. Es decir, no se creía que la ciudad les fuera a dar de comer indefinidamente, o que les fuera a dar suficiente.
Iba a tener que remediar eso.
Tomo un sorbo de la leche, la dejo en la mesa, y abrió su mochila, empezando a sacar cosas. Telas, cuero, carne seca, carne y pescado ahumados, incluso unas botas de repuesto. –Veréis, me voy a ir mañana, y voy a tener que viajar ligero, así que quiero dároslo…-
-Podrías vender todo eso Venderlo por un buen precio…- protestó Aranel.
-Pero voy a salir…muy temprano, no tendré tiempo, vendedlo si queréis, no hace falta que lo guardéis como si fuera una herencia familiar…- La elfa iba a protestar otra vez, pero su marido recogió la mercancía.
-¿Dónde iras?- preguntó, prácticamente duplicando las palabras que había oído de su boca. No solo serio, perspicaz también, había visto directamente a través de ella.
-Sandorai.- se limitó a responder. El hombre se giró, rebusco en un cajón y puso sobre la mesa cuatro velas. Una para cada uno, y otra para… quien fuera que hubieran perdido.
Mientras tanto, tenía que celebrar Imboloc. No por gusto, de alguna manera se había encontrado acogida por una familia de elfos, y allí estaba, sentada en una casa que había visto mejores días, y no tenía corazón para irse así sin más. Es decir, se habían conocido hacia… ¿cuatro horas? Y la trataban como a uno más de la familia. Aunque no por su encanto natural, tristemente, había visto como la mujer la miraba, esa tristeza… No todos habían llegado a Dundarak, parecía. Así que no le partiría el corazón a la mujer y dejaría que la quisieran un poco, ayudándole a recordar a su hija, aunque fuese solo un poco. Además, hacía muchos años que nadie se preocupaba de manera tan maternal.
El olor a ceniza cubrió su nariz, y todo lo que podía oír eran gritos, distorsionados por el crepitar de las llamas.
-…iria, Valyria, ¿estás bien?- estaba en el suelo, hiperventilando, con su anfitriona a su lado, agitándola.
-No pasa nada, Aranel, solo… no te preocupes.- se levantó del suelo, apartando a la mujer, que seguía dudosa, e intercambio una mirada con su marido. Un hombre serio, no creía haberle oído decir más de diez palabras desde que le conocía. Este se limitó a asentir. De alguna manera, se encontró sentada, con un vaso de leche caliente en la mano.
-Toma, todo mejora con un poco de leche caliente.- Esa pareja tenía más bien poco, y le ofrecían su comida y hospitalidad sin pedir nada a cambio, a pesar de ser una desconocida, solo porque les recordaba a alguien, aunque seguramente, ofrecerle comida significaría que tendrían problemas más adelante. Es decir, no se creía que la ciudad les fuera a dar de comer indefinidamente, o que les fuera a dar suficiente.
Iba a tener que remediar eso.
Tomo un sorbo de la leche, la dejo en la mesa, y abrió su mochila, empezando a sacar cosas. Telas, cuero, carne seca, carne y pescado ahumados, incluso unas botas de repuesto. –Veréis, me voy a ir mañana, y voy a tener que viajar ligero, así que quiero dároslo…-
-Podrías vender todo eso Venderlo por un buen precio…- protestó Aranel.
-Pero voy a salir…muy temprano, no tendré tiempo, vendedlo si queréis, no hace falta que lo guardéis como si fuera una herencia familiar…- La elfa iba a protestar otra vez, pero su marido recogió la mercancía.
-¿Dónde iras?- preguntó, prácticamente duplicando las palabras que había oído de su boca. No solo serio, perspicaz también, había visto directamente a través de ella.
-Sandorai.- se limitó a responder. El hombre se giró, rebusco en un cajón y puso sobre la mesa cuatro velas. Una para cada uno, y otra para… quien fuera que hubieran perdido.
- Spoiler:
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Valyria
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Re: [Evento social] El Imbolc de los exiliados.
— ¿Me recuerdas cómo es que rezar por un árbol salvará al mundo? — Intentó recabar datos en su almacenamiento de información en su parte computadorizada pero poco y nada pudo recavar, sus ojos se iluminaron en el proceso.
Suspiró pesadamente, aún no lo entendía y le hacía doler la cabeza, siquiera sabía porque estaba acompañando a la elfa, realmente no tenía muchos motivos para ir, o al menos no los encontraba, no podía comprender el porque era tan importante realizar ese pequeño ritual a los supuestos dioses.
No entraba en su lógica, al menos no de momento. Y para peor, el frío le molestaba del norte junto al invierno golpeaban sus mejillas como navajas de afeitar, y su frío acero rodeando su cuerpo por la parte trasera de sus brazos y su espalda se congelaba cada tanto, teniendo que molestarse en quitarlo con el brazo a pequeños golpecitos para no dañar la maquinaria.
— ¿No fuiste exiliada de Sandorai? ¿Por qué te molestas siquiera? Creí que les tenías rencor. — No bostezó, pero soltó un pequeño quejido mientras caminaba, la temperatura en su cuerpo iba enfriándose, su sistema se lo informaba con un pequeño cartel en la parte derecha superior de su mirada, viéndose este pequeño reflejo en sus ojos sí se le miraba con atención.
Pero no era nada alarmante, aún estaba sobre las temperaturas en las que no le pasaría nada, de momento, claro.
Apretó su abrigo por la parte abierta a la altura de su abdomen mientras caminaba en la nieve, sus pies se hundían más de lo normal gracias a su peso, maldecía en voz baja cada vez que tenía que sobre-esforzarse, no porque le cueste, más bien porque era molesto y le hacía sentir muy lento y torpe.
— ¿Y por qué en el norte? ¿No podían huír a Lunargenta? Que incómodo. No hay lógica alguna del porque huirían al lugar menos adecuado para sobrevivir en el camino, con tanto frío y zonas salvajes es estúpido, totalmente estúpido. — Simplemente estaba molesto por tener que viajar tanto con un frío picoso y una pequeña interfaz tapando su vista cada tanto. Estaba pensando en desactivarlo, pero eso significaría que tendría que confiar en su sentir cuando tenga mucho frío, y no estaba seguro de poder hacerlo ya que poco sentía a esta altura.
Para su suerte, y la de la elfa, se iban acercando a la enorme ciudad y finalmente, tras entrar, al círculo comunitario que habían decorado los elfos, no sabía como la rubia conocía su ubicación, pero así era. Se fue acercando lentamente y simplemente pasó de las miradas atónitas de algunos al ver el acero incorporado a su cuerpo. Su rostro se mantuvo relajado, aunque internamente maldiciendo y sufriendo por el frío, lucir bien y relajado le salía natural, sobre todo cuando lo pasaba tan mal, cosas que aprendió en su oficio, a no mostrar debilidad alguna, ni menos en tu momento más vulnerable. Aunque claro que la parte de querer lucir bien ante el público venía de más.
— Bien, bien, encenderé una velita de la paz y luego me iré a descansar un rato. — Ahora sí que bostezó, por simple aburrimiento.
Esperó que Eilydh le traiga una mientras sentía las miradas clavarse en él, disfrutó la atención por un rato mientras se sentó en un banquillo de madera en los adentros de una enorme cabaña para recibir personas con un fuego en el centro para acalorarse.
Personas pasaron por delante de él, siquiera se molestó en fijarse sí tenían orejas picudas o no, tan solo les sonrió relajadamente a cada una de ellas casi sin darles importancia, eso fue hasta que volvió la elfa y así, le paró su descanso.
— ¿Hay que encenderla fuera? ¿Y sí nieva y se apaga? ¿Y sí el viento la sopla? ¿Y sí alguien tropieza encima de ella? Que descuido. — Solo quería quejarse porque sí, porque estaba irritado más bien, así que se quedó tumbado por unos momentos, haciéndose rogar.
— Bueno, bueno, iré a prender la velita contigo, como un favor personal, que bueno soy, eh... Soportando este frío por tí y todo. —
Rió burlón mientras la miraba a los ojos y salió, pero al hacerlo, tantos elfos le alzó una interrogante. — ¿No andará tú familia por estos lares también? ¿O son guerreros allá? — La miró fijamente mientras caminaban hacia el sitio con las velas. Las miró fijamente luego de un rato y sonrió. — Bueno... Hora de pedir un deseo. — Bromeó, tomó una vela entre manos y la encendió lentamente, tanto que incluso le ansió un poco. — Deseo que los papitos, los abuelitos, las hermanitas, los hermanitos, los sobrinitios y los primitos de mi compañera Eilydh estén bien, sanos y salvos, estén donde estén. — Bromeó con una sonrisa pícara mirando a la elfa, ya se esperaba una bofetada que le dejara picando por varios minutos, al menos como mínimo. Fue por eso que se tiró a un costadito de forma preventiva y rió. — Ya, ya... Por cuidar el arbolito grande ese. — Y terminó colocando la vela anaranjada encendida junto a todas las demás en ese enorme círculo, para voltear a ver a la rubia. — ¿Contenta cariño? — Le dejó una sonrisa burlona dedicada mientras le golpeó el hombro juguetonamente con su codo.
Suspiró pesadamente, aún no lo entendía y le hacía doler la cabeza, siquiera sabía porque estaba acompañando a la elfa, realmente no tenía muchos motivos para ir, o al menos no los encontraba, no podía comprender el porque era tan importante realizar ese pequeño ritual a los supuestos dioses.
No entraba en su lógica, al menos no de momento. Y para peor, el frío le molestaba del norte junto al invierno golpeaban sus mejillas como navajas de afeitar, y su frío acero rodeando su cuerpo por la parte trasera de sus brazos y su espalda se congelaba cada tanto, teniendo que molestarse en quitarlo con el brazo a pequeños golpecitos para no dañar la maquinaria.
— ¿No fuiste exiliada de Sandorai? ¿Por qué te molestas siquiera? Creí que les tenías rencor. — No bostezó, pero soltó un pequeño quejido mientras caminaba, la temperatura en su cuerpo iba enfriándose, su sistema se lo informaba con un pequeño cartel en la parte derecha superior de su mirada, viéndose este pequeño reflejo en sus ojos sí se le miraba con atención.
Pero no era nada alarmante, aún estaba sobre las temperaturas en las que no le pasaría nada, de momento, claro.
Apretó su abrigo por la parte abierta a la altura de su abdomen mientras caminaba en la nieve, sus pies se hundían más de lo normal gracias a su peso, maldecía en voz baja cada vez que tenía que sobre-esforzarse, no porque le cueste, más bien porque era molesto y le hacía sentir muy lento y torpe.
— ¿Y por qué en el norte? ¿No podían huír a Lunargenta? Que incómodo. No hay lógica alguna del porque huirían al lugar menos adecuado para sobrevivir en el camino, con tanto frío y zonas salvajes es estúpido, totalmente estúpido. — Simplemente estaba molesto por tener que viajar tanto con un frío picoso y una pequeña interfaz tapando su vista cada tanto. Estaba pensando en desactivarlo, pero eso significaría que tendría que confiar en su sentir cuando tenga mucho frío, y no estaba seguro de poder hacerlo ya que poco sentía a esta altura.
Para su suerte, y la de la elfa, se iban acercando a la enorme ciudad y finalmente, tras entrar, al círculo comunitario que habían decorado los elfos, no sabía como la rubia conocía su ubicación, pero así era. Se fue acercando lentamente y simplemente pasó de las miradas atónitas de algunos al ver el acero incorporado a su cuerpo. Su rostro se mantuvo relajado, aunque internamente maldiciendo y sufriendo por el frío, lucir bien y relajado le salía natural, sobre todo cuando lo pasaba tan mal, cosas que aprendió en su oficio, a no mostrar debilidad alguna, ni menos en tu momento más vulnerable. Aunque claro que la parte de querer lucir bien ante el público venía de más.
— Bien, bien, encenderé una velita de la paz y luego me iré a descansar un rato. — Ahora sí que bostezó, por simple aburrimiento.
Esperó que Eilydh le traiga una mientras sentía las miradas clavarse en él, disfrutó la atención por un rato mientras se sentó en un banquillo de madera en los adentros de una enorme cabaña para recibir personas con un fuego en el centro para acalorarse.
Personas pasaron por delante de él, siquiera se molestó en fijarse sí tenían orejas picudas o no, tan solo les sonrió relajadamente a cada una de ellas casi sin darles importancia, eso fue hasta que volvió la elfa y así, le paró su descanso.
— ¿Hay que encenderla fuera? ¿Y sí nieva y se apaga? ¿Y sí el viento la sopla? ¿Y sí alguien tropieza encima de ella? Que descuido. — Solo quería quejarse porque sí, porque estaba irritado más bien, así que se quedó tumbado por unos momentos, haciéndose rogar.
— Bueno, bueno, iré a prender la velita contigo, como un favor personal, que bueno soy, eh... Soportando este frío por tí y todo. —
Rió burlón mientras la miraba a los ojos y salió, pero al hacerlo, tantos elfos le alzó una interrogante. — ¿No andará tú familia por estos lares también? ¿O son guerreros allá? — La miró fijamente mientras caminaban hacia el sitio con las velas. Las miró fijamente luego de un rato y sonrió. — Bueno... Hora de pedir un deseo. — Bromeó, tomó una vela entre manos y la encendió lentamente, tanto que incluso le ansió un poco. — Deseo que los papitos, los abuelitos, las hermanitas, los hermanitos, los sobrinitios y los primitos de mi compañera Eilydh estén bien, sanos y salvos, estén donde estén. — Bromeó con una sonrisa pícara mirando a la elfa, ya se esperaba una bofetada que le dejara picando por varios minutos, al menos como mínimo. Fue por eso que se tiró a un costadito de forma preventiva y rió. — Ya, ya... Por cuidar el arbolito grande ese. — Y terminó colocando la vela anaranjada encendida junto a todas las demás en ese enorme círculo, para voltear a ver a la rubia. — ¿Contenta cariño? — Le dejó una sonrisa burlona dedicada mientras le golpeó el hombro juguetonamente con su codo.
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Re: [Evento social] El Imbolc de los exiliados.
Aferro la capa sombría a su cuello, no estaba aún preparada para el frio de Dundarak y tomaba nota de ello. El frio enrojecía su piel y entre idas y venida, entre pesadillas y preguntas que nadie le respondía ella estaba ahí mirando cómo iban y venia personas de todo tipo y raza, y como los elfos acogían a estos con algo de comida.
Aradia había oído en el último pueblo sobre un asentamiento de elfos desplazados, las cosas no parecían ir nada bien en su hogar y una punzada de miedo y preocupación la invadía. No tardó en dar con tal lugar, al parecer estaban preparando una celebración y –Toma, estas congelándote. -Miro a la mujer, una elfa seguro mayor que ella y que le había lazado al cuello una bufanda de lana,-Ponte cómoda en las mesas hay comida, leche, y las velas seguro que si todos unimos nuestras oraciones los dioses nos bendecirán.
Aradia sonrió suavemente y asintió, apretaba los dientes por el frio y por la sensación de que las cosas no irían a mejor. Sus pesadillas venían una y otra vez y sabía que no eran solo sueños ni invenciones suyas, al menos sabía que algunos de los datos que veía eran reales palpables, Ahroun le acompañaba casi siempre pero entre sus idas y venidas se le desprendía para preguntar y ver si podía hacerse de una pista sobre el paradero de Valezka.
No tomo comida alguna, y sonriendo aprovechaba que era elfa para evitar hablar con casi nadie, oyendo conversaciones aquí o allá mientras miraba entre los recovecos, buscando esa melena andrajosa y rubia. No había éxito. Tomo una de las velas y se llevó la mano a la garganta haciendo un gesto de no poder hablar.-Gracias.-Dijo con voz rasposa y se sentó en la plaza mirando a la gente ir y venir, unos dejaban ya su vela, otros como ella parecían esperar el momento mientras comían o intercambiaban palabras. Ella estaba en su burbuja, deseaba dormir. Miro a los elfos del lugar, una parte de ella deseaba ver un rostro familiar, pero eso significaría que las cosas en su asentamiento habían ido muy mal, y aparte de las peleas comunes en los lindes, su hogar era casi idílico.
No supo en que momento pero entre el brillo de las velas y el frio comenzó a cabecear hasta caer dormida ahí sentada aferrando una vela, cualquiera diría que estaba demasiado concentrada en un rezo.
Aradia había oído en el último pueblo sobre un asentamiento de elfos desplazados, las cosas no parecían ir nada bien en su hogar y una punzada de miedo y preocupación la invadía. No tardó en dar con tal lugar, al parecer estaban preparando una celebración y –Toma, estas congelándote. -Miro a la mujer, una elfa seguro mayor que ella y que le había lazado al cuello una bufanda de lana,-Ponte cómoda en las mesas hay comida, leche, y las velas seguro que si todos unimos nuestras oraciones los dioses nos bendecirán.
Aradia sonrió suavemente y asintió, apretaba los dientes por el frio y por la sensación de que las cosas no irían a mejor. Sus pesadillas venían una y otra vez y sabía que no eran solo sueños ni invenciones suyas, al menos sabía que algunos de los datos que veía eran reales palpables, Ahroun le acompañaba casi siempre pero entre sus idas y venidas se le desprendía para preguntar y ver si podía hacerse de una pista sobre el paradero de Valezka.
No tomo comida alguna, y sonriendo aprovechaba que era elfa para evitar hablar con casi nadie, oyendo conversaciones aquí o allá mientras miraba entre los recovecos, buscando esa melena andrajosa y rubia. No había éxito. Tomo una de las velas y se llevó la mano a la garganta haciendo un gesto de no poder hablar.-Gracias.-Dijo con voz rasposa y se sentó en la plaza mirando a la gente ir y venir, unos dejaban ya su vela, otros como ella parecían esperar el momento mientras comían o intercambiaban palabras. Ella estaba en su burbuja, deseaba dormir. Miro a los elfos del lugar, una parte de ella deseaba ver un rostro familiar, pero eso significaría que las cosas en su asentamiento habían ido muy mal, y aparte de las peleas comunes en los lindes, su hogar era casi idílico.
No supo en que momento pero entre el brillo de las velas y el frio comenzó a cabecear hasta caer dormida ahí sentada aferrando una vela, cualquiera diría que estaba demasiado concentrada en un rezo.
Aradia Hazelmere
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Re: [Evento social] El Imbolc de los exiliados.
No le había querido decir que era un brujo cuando la vio por primera vez en la plaza, tratando de cobijarse del frío viento con la delgada capa, mientras sus puntiagudas orejas se escapaban desafiantes.
Tampoco le había querido decir su raza cuando pasaron a tomar una taza de avena caliente con leche. En ese momento ella había parecido tan amable que volver incómodo el momento con viejas hostilidades entre personas a las que ellos ni siquiera conocieron parecía innecesario.
Una vez más había evitado decirlo cuando ella lo invitó a mirar de lejos el Imbolc. Esa vista era hermosa y triste a la vez, gente prendiendo velas para pedir por el paso de una catástrofe como la guerra, refugiados, gente que pudo haber tenido de todo antes de que se le fuera arrebatado de manera violenta, no sólo posesiones, sino la historia misma de sus vidas. En ese momento Demian había estado silencioso, ¿cuánto había perdido esa joven elfa a su lado que se hacía llamar Ada?
Nuevamente había evitado el tema cuando ella le tomó gentilmente del brazo para jalarle. Iban a la ceremonia.
Y allí estaba, con un sirio de cera de abeja artesanal, uno que aún conservaba el impresionante diseño de aquellos insectos trabajadores, como si sólo hubieran envuelto el panal en torno a una mecha.
–¿Hay que decir algo... una oración? –preguntó el chico.
–Sólo si nace de tu corazón –respondió ella, sonriente.
Aquella respuesta era un golpe bajo. Era ese tipo de respuesta que te dejan en una posición incómoda de tener que decidir, a riesgo de defraudar a la otra persona con cualquier opción que tomases.
–Descuida –dijo ella–, las personas de tu raza no tienen por qué conocer a nuestros dioses.
Demian tragó saliva. Cuando ella decía "tu raza", ¿se refería a los brujos, humanos... dragones? Había ella adivinado su origen. Y ya que estaba pensando en eso... ¿por qué raza se supone que se estaba haciendo pasar?
Llegaron al lugar sagrado y un aire de sobrecogimiento se hacía notoriamente presente. Las personas guardaban silencio o sólo movían sus labios en plegarias que costaba distinguir. Aquello le dio un alivio, no era necesario hacer una demostración de fe.
Ella depositó una vela con cuidado, una que había adornado con una simple flor seca. Demian concluyó para sí que debía haberla traído desde sus tierras arrasadas, no veía ese tipo de flores por ese lugar, menos con el invierno en plena furia.
Llegado su turno, estiró una de sus manos y el sirio flotó suavemente hasta posarse en su sitio. Obtuvo un par de miradas de reproche, pero de poco le importaban.
–Soy un brujo –dijo–, pero pelearé con tu gente. Ahora mismo me dirijo a un campamento en Sandorai.
El sirio se encendió por efecto de la magia. Demian no era un mago elemental, pero como todo brujo conocía algunos trucos básicos.
–Y cuando caigan esos malditos, te traeré una de esas flores –pronunció como una promesa–. Esa es mi oración, mi promesa y mi plegaria, ante los dioses, los de los elfos, los de los brujos y todos los demás.
Ella no dijo nada. No hacían falta palabras. Demian se dio la media vuelta y apretó sus puños. Aún tenía cuentas pendientes.
Demian
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Re: [Evento social] El Imbolc de los exiliados.
—¿Por qué este año hay tantos?
—Aryz, hijo, vigila tu lengua. ¿No te das cuenta de lo racista que ha sonado eso?
—Venga ya, mamá, ¿cómo voy a ser racista, si mi padre es elfo?
Por toda respuesta, Valammere cerró los ojos, tomó aire lentamente por la nariz y lo expulsó despacio mientras alzaba una muda plegaria a los Ancestrales para que le dieran paciencia hasta que el tiempo trajera algo más de sensatez al cabeza loca de su hijo.
Como cada año, desde que descubriera de la existencia de otros elfos en la zona, Nimdar Satari realizaba, con su familia, su tradicional peregrinaje desde la estepa para celebrar el Imbolc en comunidad. Pero aquel año era algo diferente a los demás. Por un lado, les acompañaba Elian, su primo y amigo de toda una vida, que se había presentado en su casa de improviso, como era su costumbre, hacía ya varias semanas.
Por otro lado, tal y como había hecho notar su hijo, la cantidad de elfos que circulaban en aquella ocasión por el cuarto círculo de Dundarak superaba en mucho a las tres o cuatro familias que solían reunirse anualmente en casa de Midnor. Más aún, daba la impresión de que buena parte de ellos se habían instalado en las casas vacías tras la peste, formando un auténtico barrio elfo. Nimdar y Elian se miraron con extrañeza y aceleraron el paso, seguidos por los dos dragones.
—Ah, aquí estáis —los saludó el anciano cuando llegaron a su destino—. No nos vendrán mal más provisiones.
No hacía falta que lo dijese, las celebraciones de aquel año habían atraído a mucha más gente de la habitual, y no sólo elfos. Los cuatro recién llegados se desprendieron de sus mochilas y paquetes. Lo que traían, no alimentaría a todos los congregados, pero no eran los únicos que cargaban provisiones, afortunadamente.
—¿Quién es vuestro amigo? ¿Viene también desde Sandorai?
—¿Sandorai? —preguntó Elian con tono alarmado—. ¿Es que ha ocurrido algo?
—Es mi pariente, Elian Satari —respondió Nimdar al anciano, agarrando el brazo de su primo para instarlo a mantener la calma—. Elian, te presento a Midnor de Edén.
Recordando las formas, Elian saludó respetuosamente a su anfitrión, pero al levantar la mirada, la pregunta regresó a sus ojos.
—No vengo desde Sandorai —explicó sin poder contener la inquietud que sentía al ver la tristeza en los ojos de los congregados— llegué hace unas semanas a casa de Nimdar. Llevo varios meses viajando por los bosques del oeste, con pocas ocasiones para compartir noticias. Por favor, si ha ocurrido algo en mi hogar, necesito saberlo.
—Entiendo —dijo el anciano con una mirada compasiva—, en las últimas semanas han estado viniendo refugiados desde el sur, ellos podrán explicaros mejor que yo lo que sucede. Venid, sentaos con Elrohïr y su familia, llegaron hoy mismo.
Siguiendo la sugerencia de Midnor, ambas familias compartieron la leche de yak mientras intercambiaban noticias, de Sandorai unos, de las estepas otros. A medida que escuchaban acerca de la desolación que se extendía por el bosque, Nimdar fue desviando la mirada hacia su amigo. Él tenía su familia en el norte, hacía muchos años ya de eso, y aunque le preocupaba la suerte que pudieran estar corriendo sus parientes, su prioridad eran Valammere y Aryz. Pero hacía también muchos años que conocía a Elian y sabía bien lo que ocultaba la mirada torva que se asentó en su rostro.
—No podías saberlo, El —dijo apoyando una mano en su hombro—. ¿Quién iba a pensar que ocurriría algo así en el Bosque Sagrado?
—He de regresar —respondió Elian sin apenas mirar a su amigo—. Si la corrupción llega al interior del bosque…
—No lo hará —interrumpió Nimdar. Después, desvió la mirada hacia su esposa, que no sólo se la devolvió, sino que asintió con decisión.
—Estamos contigo, El —dijo—, pero no tiene caso salir volando en medio de la noche. —Y se levantó para ir en busca de unas velas.
—Entonces —intervino el joven Aryz, que había seguido con interés toda la conversación—, ¿nos vamos a Sandorai?
—Tú, no —respondió su madre con firmeza volviendo sobre sus pasos—. Tú te vuelves a casa con el abuelo.
—¡Venga ya, mamá! —se quejó el chico—. ¿Me vas hacer volar sólo de vuelta en medio de la nieve? ¡Podría pasarme cualquier cosa y no te enterarías nunca!
Pillada por el argumento de su hijo, la dragona volvió de nuevo la mirada hacia su esposo, que se la devolvió con el mismo gesto serio que ella. Llevaban 57 años juntos, no necesitaban hablar para saber lo que el otro estaba pensando. Sí, era un riesgo, pero Aryz ya no era un niño, si iba a hacer alguna locura, mejor que la hiciera delante de sus ojos, donde pudieran protegerlo.
—Esto no es un juego, hijo —le dijo su padre—, vamos a averiguar lo que ocurre y a ayudar en lo que haga falta, ¿me oyes? —El muchacho asintió sin ocultar su entusiasmo— Así sea preparar camas y alimentar a los ancianos.
El último comentario no apagó en lo más mínimo la excitación del chico, que estaba deseando alejarse de los rebaños y las estepas por una temporada. Tan animado estaba que fue el mismo quien se levantó a alcanzarles las velas perfumadas a los adultos.
—Aquí tienes, tío Elian —dijo alcanzándole una vela encendida para prender la suya. Cuando estaba de humor, podía ser un muchacho encantador.
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OFF: Sé que oficialmente sólo cuenta la vela de Elian, pero no podía dejar de traer a la familia <3
—Aryz, hijo, vigila tu lengua. ¿No te das cuenta de lo racista que ha sonado eso?
—Venga ya, mamá, ¿cómo voy a ser racista, si mi padre es elfo?
Por toda respuesta, Valammere cerró los ojos, tomó aire lentamente por la nariz y lo expulsó despacio mientras alzaba una muda plegaria a los Ancestrales para que le dieran paciencia hasta que el tiempo trajera algo más de sensatez al cabeza loca de su hijo.
Como cada año, desde que descubriera de la existencia de otros elfos en la zona, Nimdar Satari realizaba, con su familia, su tradicional peregrinaje desde la estepa para celebrar el Imbolc en comunidad. Pero aquel año era algo diferente a los demás. Por un lado, les acompañaba Elian, su primo y amigo de toda una vida, que se había presentado en su casa de improviso, como era su costumbre, hacía ya varias semanas.
Por otro lado, tal y como había hecho notar su hijo, la cantidad de elfos que circulaban en aquella ocasión por el cuarto círculo de Dundarak superaba en mucho a las tres o cuatro familias que solían reunirse anualmente en casa de Midnor. Más aún, daba la impresión de que buena parte de ellos se habían instalado en las casas vacías tras la peste, formando un auténtico barrio elfo. Nimdar y Elian se miraron con extrañeza y aceleraron el paso, seguidos por los dos dragones.
—Ah, aquí estáis —los saludó el anciano cuando llegaron a su destino—. No nos vendrán mal más provisiones.
No hacía falta que lo dijese, las celebraciones de aquel año habían atraído a mucha más gente de la habitual, y no sólo elfos. Los cuatro recién llegados se desprendieron de sus mochilas y paquetes. Lo que traían, no alimentaría a todos los congregados, pero no eran los únicos que cargaban provisiones, afortunadamente.
—¿Quién es vuestro amigo? ¿Viene también desde Sandorai?
—¿Sandorai? —preguntó Elian con tono alarmado—. ¿Es que ha ocurrido algo?
—Es mi pariente, Elian Satari —respondió Nimdar al anciano, agarrando el brazo de su primo para instarlo a mantener la calma—. Elian, te presento a Midnor de Edén.
Recordando las formas, Elian saludó respetuosamente a su anfitrión, pero al levantar la mirada, la pregunta regresó a sus ojos.
—No vengo desde Sandorai —explicó sin poder contener la inquietud que sentía al ver la tristeza en los ojos de los congregados— llegué hace unas semanas a casa de Nimdar. Llevo varios meses viajando por los bosques del oeste, con pocas ocasiones para compartir noticias. Por favor, si ha ocurrido algo en mi hogar, necesito saberlo.
—Entiendo —dijo el anciano con una mirada compasiva—, en las últimas semanas han estado viniendo refugiados desde el sur, ellos podrán explicaros mejor que yo lo que sucede. Venid, sentaos con Elrohïr y su familia, llegaron hoy mismo.
Siguiendo la sugerencia de Midnor, ambas familias compartieron la leche de yak mientras intercambiaban noticias, de Sandorai unos, de las estepas otros. A medida que escuchaban acerca de la desolación que se extendía por el bosque, Nimdar fue desviando la mirada hacia su amigo. Él tenía su familia en el norte, hacía muchos años ya de eso, y aunque le preocupaba la suerte que pudieran estar corriendo sus parientes, su prioridad eran Valammere y Aryz. Pero hacía también muchos años que conocía a Elian y sabía bien lo que ocultaba la mirada torva que se asentó en su rostro.
—No podías saberlo, El —dijo apoyando una mano en su hombro—. ¿Quién iba a pensar que ocurriría algo así en el Bosque Sagrado?
—He de regresar —respondió Elian sin apenas mirar a su amigo—. Si la corrupción llega al interior del bosque…
—No lo hará —interrumpió Nimdar. Después, desvió la mirada hacia su esposa, que no sólo se la devolvió, sino que asintió con decisión.
—Estamos contigo, El —dijo—, pero no tiene caso salir volando en medio de la noche. —Y se levantó para ir en busca de unas velas.
—Entonces —intervino el joven Aryz, que había seguido con interés toda la conversación—, ¿nos vamos a Sandorai?
—Tú, no —respondió su madre con firmeza volviendo sobre sus pasos—. Tú te vuelves a casa con el abuelo.
—¡Venga ya, mamá! —se quejó el chico—. ¿Me vas hacer volar sólo de vuelta en medio de la nieve? ¡Podría pasarme cualquier cosa y no te enterarías nunca!
Pillada por el argumento de su hijo, la dragona volvió de nuevo la mirada hacia su esposo, que se la devolvió con el mismo gesto serio que ella. Llevaban 57 años juntos, no necesitaban hablar para saber lo que el otro estaba pensando. Sí, era un riesgo, pero Aryz ya no era un niño, si iba a hacer alguna locura, mejor que la hiciera delante de sus ojos, donde pudieran protegerlo.
—Esto no es un juego, hijo —le dijo su padre—, vamos a averiguar lo que ocurre y a ayudar en lo que haga falta, ¿me oyes? —El muchacho asintió sin ocultar su entusiasmo— Así sea preparar camas y alimentar a los ancianos.
El último comentario no apagó en lo más mínimo la excitación del chico, que estaba deseando alejarse de los rebaños y las estepas por una temporada. Tan animado estaba que fue el mismo quien se levantó a alcanzarles las velas perfumadas a los adultos.
—Aquí tienes, tío Elian —dijo alcanzándole una vela encendida para prender la suya. Cuando estaba de humor, podía ser un muchacho encantador.
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OFF: Sé que oficialmente sólo cuenta la vela de Elian, pero no podía dejar de traer a la familia <3
Elian
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Re: [Evento social] El Imbolc de los exiliados.
El viento del norte llevaba semanas susurrándole al oido.
Pocas eran las veces en las que Eilydh había escuchado con tanta insistencia la vibración de este sobre loa árboles cercanos. Su ulular a medida que avanzaba por los claros de los bosques, la manera sutil pero casi corpórea en la que sus propios cabellos ondeaban mecidos por él a medida que lo ignoraba deliberadamente.
Desde su marcha de Sandorai, Eilydh había eludido cualquier intento por vano que fuese de seguir aquellas señales que la ataban a su tierra y que de alguna manera u otra la ataban a su pueblo. "La llamada primordial" Como solía decir a veces bromeando uno de sus hermanos en cualquiera de las travesías a través del bosque indicando a la chica como escuchar el ronroneo del viento sobre las hojas cercanas para guiarse hasta su hogar.
Pero las orejas de Eilydh eran, al fin y al cabo alargadas, como elongaciones de las mismas ramas del árbol madre y su orgullo, aunque dormido, casi herido, la guiaba más de lo que la elfa a veces pensaba y en la noche oscura del tercer ciclo, empezó a interpretar los susurros del viento y a entender el peligro del que le hablaba, la urgencia misma de aquellos susurros y la necesidad de olvidarse de su propio orgullo y partir hacia el mismísimo lugar que le había hecho daño.
No sin antes, por supuesto, dar muestra a Ímbar de que a pesar de estar, herida, era fiel a todo aquello que sus antepasados habían defendido.
El bio fue una sorpresa en forma de asombro. Eilydh no pudo convencerlo de quedarse en Verisar. El chico parecía estar retándose a si mismo a un pulso día tras día sobre como tratar a la elfa, y Eilydh empezaba a intuir que por algún motivo y de alguna manera, aquel hombre de brazos metálicos estaba empezando a entender que todos los prejuicios que había acumulado en sus chips durante eones no tenían cabida en la forma de Eilydh. La elfa no pudo evitar estarle agradecida por aguantar la mayoría de sus ratos de mal humor. Teniendo en cuenta que el entrenar junto a él a menudo sacaba lo peor de ella, podría decirse que si el bio aún la quería en su vida, era algo a tener en cuenta.
Pero eso ni mucho menos ocultaba el hecho de que Eilydh intuía que aquel amasijo de carne y metal la había acompañado para protegerla. Y por si no fuese poco, el camino helado hacia Dundarak lo pasó amenizandola con muestras de molestia sobre el motivo de su marcha por terrenos helados, con preguntas que se hacían cada vez más y más certeras y por lo tanto que casi rozaban el borde de la paciencia de la elfa.
La chica caminaba delante la mayor parte del tiempo. Agil y ligera como era parecía flotar sobre la espesa capa de nieve virgen tan solo alterada por las pesadas pisadas de Sugar. Ella también sentía el frío en su piel pálida. Sus mejillas se habían tornado rojizas al igual que su nariz y sus ojos de hielo no tenían nada que envidiar al que salteaban camino al lugar establecido.
- La vida no es tan simple, Chap.- le dijo la chica ante sus preguntas, sin duda aderezadas por el frío que les inundaba- Si lo fuese te hubiese cortado la lengua el primer día que te intentaste hacer el gracioso conmigo- añadió, evitando entrar en detalles. No confiaba en Sugar aún y aunque no era un secreto que estaba exiliada, tampoco habían profundizado en nada de su vida más allá de conversaciones banales.
Eilydh lo prefería así.
Pero el chico, caminando tras de ella no pareció contento con aquello y Eilydh casi podía escuchar el tiritar en su voz. Quizás el aceite de sus engranajes se entumeciese con las bajas temperaturas. Por suerte la elfa podía ver humo cercano en una cabaña a menos de dos millas de ellos. Se deshizo de su capa blanca dejando su armadura expuesta, así como sus brazos y piernas, y se la tiró a su compañero, casi apenas sin mirarlo. Aquello lo mantendría callado al menos durante dos minutos.
Sonrió mientras avanzaba, divertida ante aquella situación y sin reconocer que ella también estaba helada.-
-Ni se te ocurra dejar ese olor tuyo a metal sobre ella.- dijo, apresurándo el paso, siendo muy consciente de que la capa estaba impregnada de su propio olor a canela- Y cuidado de atorarla en tus engranajes. Si la llegas a romper...-
Pero fue una amenaza vacía pues para cuando terminó la frase sus pies ya habían dejado atrás lo profundo de la nieve y pisaban tierra más firme que coincidia con la entrada a las casetas improvisadas donde se celebraba el Imbolic.
El organizador de aquel evento, que según entendió la elfa por conversaciones ajenas, se llamaba Midnor, y fue a él al que decidió acercarse a pedir dos velas mientras su compañero se acomodaba en la sala.
El lugar estaba abarrotado y Eilydh temió en primera instancia que alguien de su clan se hubiese acercado a Dundarak a pedir por el árbol madre. Había pasado tanto en su vida desde su exilio que la chica se había olvidado que en ciertas zonas del bosque su cabeza aún podría tener un precio, más bajo que alto teniendo en cuenta que llevaba desaparecida. Pero quizás uno mas o menos suculento teniendo en cuenta que aún portaba la daga tornasol que robó a su padre. Se odió un poco por haberle dado la capa de viaje a Sugar ahora que no tenía como ocultar su cara, y tras hacer una reverencia de manera honorable a Midnor una vez que este le dio las dos velas, pensó que quizás deberían apresurarse más de lo que en un principio pensaron. Y a medida que regresaba a donde dejó al Bio se molestó al pensar que quizás el tuviese razón y no había sido buena idea acercarse a Dundarak después de todo.
Pero por supuesto, aquello no se lo dijo. El chico estaba siendo lo suficientemente molesto como para animarlo con la idea de darle la razón. No. Aquello tan solo era una advertencia igualmente.
Cuando llegó a donde estaba el Bio le tendió la vela e ignoró de manera excéntrica las quejas del chico que finalmente decidió seguirla. Eilydh lo miró de reojo mientras caminaba con ella hacia fuera, intentando adivinar los motivos por los que aquel desconocido había decidido seguirla hasta aquel lugar y estaba dispuesto a unirse a una celebración que estaba segura no le representaba. Aquello le dio algo de paciencia que Sugar casi se apresuraba a mermar.
Sus preguntas salían de sus labios a borbotones. Sobre su familia. Sobre la guerra. Sobre el hecho de que ella era guerrera. La paciencia de Eilydh se esfumaba de nuevo. La oración sin sentido del Bio pareció ser la gota que colmó el vaso y Eilydh tuvo que contenerse para no azotarlo en la cabeza recuperando su paz interior que necesitaba si quería que su oración tuviese algún efecto en los Dioses.
Nada de violencia en un lugar sagrado... pero aquello no era violencia ¿No?
Lo agarró de la oreja, sin duda sin que el Bio que esperaba una bofetada lo intuyese siquiera. Le tiró hasta que su cabeza estuvo a la altura de la suya sin dejar de agarrarla de manera firme y tensa y cuando sus labios quedaron a la altura de esta le dijo en un susurro.
-No se si alguna vez te he contado la historia del pirata al que arranque una oreja con mis dientes por llamarme florecilla- dijo la chica de manera serena- No hagas que tenga una nueva historia que contar con la palabra, cariño...- dijo de manera seca pero con un deje burlón en sus labios.
Le devolvió la oreja y agarró su mano posicionándola como ella hacía con la suya, entre su propia vela y la de Sugar.
-Si vas a hacer algo, hazlo bien- le dijo entrecerrando sus ojos, concentrándose y urgiéndole que él hiciese lo mismo. Había encendido su vela y de su luz le pasó a la del chico. El calor que emanaba de la pequeña luz la hizo concentrarse y se mantuvo con los ojos cerrados, en silencio por unos segundos.
El viento que le había estado atusando durante los dias pasados le habló más claro que nunca, allí, sobre aquella colina inhóspita de Dundarak. Le contó sobre sus ancestros y sobre la necesidad de cambio. Le contó sobre la pureza del fuego que portaban y lo hereje de las manos que habían decidido acompañarla. Le habló de las grandes fogatas de Sandorai y de como la noche oscura de Isil estaba siempre sumida en el fuego eterno de Anar. Le habló tan claro y de manera tan sumamente serena que Eilydh no pudo obviar el mensaje.
-Que tu noche dure lo que tardes en encender tu fuego. Que aquellos que la habitan no se hagan grandes en tus miedos. Que Anar nos ilumine y que las ramas del árbol madre nos mantenga firmes en la batalla que hoy comenzamos.- dijo finalmente de manera pausada y lo suficientemente alto como para que su compañero la escuchase.
Abrió los ojos y frente a ellos la infinidad de personas que habían estado hasta hacía unos minutos dentro de la cabaña se posicionaban ahora en la nieve y la oscuridad que los había albergado hasta hacía unos minutos era ahora suplantada por la luz de las miles de velas que adornaban la nieve y se reflejaban en ella.
Como un sol de media noche en el centro mismo de Dundarak.
Eilydh tenía sus mejillas coloreadas de un rosa intenso. En parte por la intimidad que significaba compartir una oración sincera con alguien a quien apenas conocía y en parte por el frío que la envolvía. Miró a Sugar por unos segundos.
Me pregunto como voy a marcharme al templo de Anar sin que se de cuenta- se dijo clavando su mirada pensativa en los ojos ajenos del Bio.
Pocas eran las veces en las que Eilydh había escuchado con tanta insistencia la vibración de este sobre loa árboles cercanos. Su ulular a medida que avanzaba por los claros de los bosques, la manera sutil pero casi corpórea en la que sus propios cabellos ondeaban mecidos por él a medida que lo ignoraba deliberadamente.
Desde su marcha de Sandorai, Eilydh había eludido cualquier intento por vano que fuese de seguir aquellas señales que la ataban a su tierra y que de alguna manera u otra la ataban a su pueblo. "La llamada primordial" Como solía decir a veces bromeando uno de sus hermanos en cualquiera de las travesías a través del bosque indicando a la chica como escuchar el ronroneo del viento sobre las hojas cercanas para guiarse hasta su hogar.
Pero las orejas de Eilydh eran, al fin y al cabo alargadas, como elongaciones de las mismas ramas del árbol madre y su orgullo, aunque dormido, casi herido, la guiaba más de lo que la elfa a veces pensaba y en la noche oscura del tercer ciclo, empezó a interpretar los susurros del viento y a entender el peligro del que le hablaba, la urgencia misma de aquellos susurros y la necesidad de olvidarse de su propio orgullo y partir hacia el mismísimo lugar que le había hecho daño.
No sin antes, por supuesto, dar muestra a Ímbar de que a pesar de estar, herida, era fiel a todo aquello que sus antepasados habían defendido.
El bio fue una sorpresa en forma de asombro. Eilydh no pudo convencerlo de quedarse en Verisar. El chico parecía estar retándose a si mismo a un pulso día tras día sobre como tratar a la elfa, y Eilydh empezaba a intuir que por algún motivo y de alguna manera, aquel hombre de brazos metálicos estaba empezando a entender que todos los prejuicios que había acumulado en sus chips durante eones no tenían cabida en la forma de Eilydh. La elfa no pudo evitar estarle agradecida por aguantar la mayoría de sus ratos de mal humor. Teniendo en cuenta que el entrenar junto a él a menudo sacaba lo peor de ella, podría decirse que si el bio aún la quería en su vida, era algo a tener en cuenta.
Pero eso ni mucho menos ocultaba el hecho de que Eilydh intuía que aquel amasijo de carne y metal la había acompañado para protegerla. Y por si no fuese poco, el camino helado hacia Dundarak lo pasó amenizandola con muestras de molestia sobre el motivo de su marcha por terrenos helados, con preguntas que se hacían cada vez más y más certeras y por lo tanto que casi rozaban el borde de la paciencia de la elfa.
La chica caminaba delante la mayor parte del tiempo. Agil y ligera como era parecía flotar sobre la espesa capa de nieve virgen tan solo alterada por las pesadas pisadas de Sugar. Ella también sentía el frío en su piel pálida. Sus mejillas se habían tornado rojizas al igual que su nariz y sus ojos de hielo no tenían nada que envidiar al que salteaban camino al lugar establecido.
- La vida no es tan simple, Chap.- le dijo la chica ante sus preguntas, sin duda aderezadas por el frío que les inundaba- Si lo fuese te hubiese cortado la lengua el primer día que te intentaste hacer el gracioso conmigo- añadió, evitando entrar en detalles. No confiaba en Sugar aún y aunque no era un secreto que estaba exiliada, tampoco habían profundizado en nada de su vida más allá de conversaciones banales.
Eilydh lo prefería así.
Pero el chico, caminando tras de ella no pareció contento con aquello y Eilydh casi podía escuchar el tiritar en su voz. Quizás el aceite de sus engranajes se entumeciese con las bajas temperaturas. Por suerte la elfa podía ver humo cercano en una cabaña a menos de dos millas de ellos. Se deshizo de su capa blanca dejando su armadura expuesta, así como sus brazos y piernas, y se la tiró a su compañero, casi apenas sin mirarlo. Aquello lo mantendría callado al menos durante dos minutos.
Sonrió mientras avanzaba, divertida ante aquella situación y sin reconocer que ella también estaba helada.-
-Ni se te ocurra dejar ese olor tuyo a metal sobre ella.- dijo, apresurándo el paso, siendo muy consciente de que la capa estaba impregnada de su propio olor a canela- Y cuidado de atorarla en tus engranajes. Si la llegas a romper...-
Pero fue una amenaza vacía pues para cuando terminó la frase sus pies ya habían dejado atrás lo profundo de la nieve y pisaban tierra más firme que coincidia con la entrada a las casetas improvisadas donde se celebraba el Imbolic.
El organizador de aquel evento, que según entendió la elfa por conversaciones ajenas, se llamaba Midnor, y fue a él al que decidió acercarse a pedir dos velas mientras su compañero se acomodaba en la sala.
El lugar estaba abarrotado y Eilydh temió en primera instancia que alguien de su clan se hubiese acercado a Dundarak a pedir por el árbol madre. Había pasado tanto en su vida desde su exilio que la chica se había olvidado que en ciertas zonas del bosque su cabeza aún podría tener un precio, más bajo que alto teniendo en cuenta que llevaba desaparecida. Pero quizás uno mas o menos suculento teniendo en cuenta que aún portaba la daga tornasol que robó a su padre. Se odió un poco por haberle dado la capa de viaje a Sugar ahora que no tenía como ocultar su cara, y tras hacer una reverencia de manera honorable a Midnor una vez que este le dio las dos velas, pensó que quizás deberían apresurarse más de lo que en un principio pensaron. Y a medida que regresaba a donde dejó al Bio se molestó al pensar que quizás el tuviese razón y no había sido buena idea acercarse a Dundarak después de todo.
Pero por supuesto, aquello no se lo dijo. El chico estaba siendo lo suficientemente molesto como para animarlo con la idea de darle la razón. No. Aquello tan solo era una advertencia igualmente.
Cuando llegó a donde estaba el Bio le tendió la vela e ignoró de manera excéntrica las quejas del chico que finalmente decidió seguirla. Eilydh lo miró de reojo mientras caminaba con ella hacia fuera, intentando adivinar los motivos por los que aquel desconocido había decidido seguirla hasta aquel lugar y estaba dispuesto a unirse a una celebración que estaba segura no le representaba. Aquello le dio algo de paciencia que Sugar casi se apresuraba a mermar.
Sus preguntas salían de sus labios a borbotones. Sobre su familia. Sobre la guerra. Sobre el hecho de que ella era guerrera. La paciencia de Eilydh se esfumaba de nuevo. La oración sin sentido del Bio pareció ser la gota que colmó el vaso y Eilydh tuvo que contenerse para no azotarlo en la cabeza recuperando su paz interior que necesitaba si quería que su oración tuviese algún efecto en los Dioses.
Nada de violencia en un lugar sagrado... pero aquello no era violencia ¿No?
Lo agarró de la oreja, sin duda sin que el Bio que esperaba una bofetada lo intuyese siquiera. Le tiró hasta que su cabeza estuvo a la altura de la suya sin dejar de agarrarla de manera firme y tensa y cuando sus labios quedaron a la altura de esta le dijo en un susurro.
-No se si alguna vez te he contado la historia del pirata al que arranque una oreja con mis dientes por llamarme florecilla- dijo la chica de manera serena- No hagas que tenga una nueva historia que contar con la palabra, cariño...- dijo de manera seca pero con un deje burlón en sus labios.
Le devolvió la oreja y agarró su mano posicionándola como ella hacía con la suya, entre su propia vela y la de Sugar.
-Si vas a hacer algo, hazlo bien- le dijo entrecerrando sus ojos, concentrándose y urgiéndole que él hiciese lo mismo. Había encendido su vela y de su luz le pasó a la del chico. El calor que emanaba de la pequeña luz la hizo concentrarse y se mantuvo con los ojos cerrados, en silencio por unos segundos.
El viento que le había estado atusando durante los dias pasados le habló más claro que nunca, allí, sobre aquella colina inhóspita de Dundarak. Le contó sobre sus ancestros y sobre la necesidad de cambio. Le contó sobre la pureza del fuego que portaban y lo hereje de las manos que habían decidido acompañarla. Le habló de las grandes fogatas de Sandorai y de como la noche oscura de Isil estaba siempre sumida en el fuego eterno de Anar. Le habló tan claro y de manera tan sumamente serena que Eilydh no pudo obviar el mensaje.
-Que tu noche dure lo que tardes en encender tu fuego. Que aquellos que la habitan no se hagan grandes en tus miedos. Que Anar nos ilumine y que las ramas del árbol madre nos mantenga firmes en la batalla que hoy comenzamos.- dijo finalmente de manera pausada y lo suficientemente alto como para que su compañero la escuchase.
Abrió los ojos y frente a ellos la infinidad de personas que habían estado hasta hacía unos minutos dentro de la cabaña se posicionaban ahora en la nieve y la oscuridad que los había albergado hasta hacía unos minutos era ahora suplantada por la luz de las miles de velas que adornaban la nieve y se reflejaban en ella.
Como un sol de media noche en el centro mismo de Dundarak.
Eilydh tenía sus mejillas coloreadas de un rosa intenso. En parte por la intimidad que significaba compartir una oración sincera con alguien a quien apenas conocía y en parte por el frío que la envolvía. Miró a Sugar por unos segundos.
Me pregunto como voy a marcharme al templo de Anar sin que se de cuenta- se dijo clavando su mirada pensativa en los ojos ajenos del Bio.
Última edición por Eilydh el Lun Feb 03 2020, 22:55, editado 1 vez
Eilydh
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Re: [Evento social] El Imbolc de los exiliados.
Había podido enterarse en parte de los acontecimientos en Sandorai. Al menos por las noticias que llegaban al colegio de magos, pero estos rumores no decían nada sobre los exiliados que se albergaban en Dundarak. Al enterarse del evento recordó a los elfos con que había compartido aventuras anteriormente y sintió un revoltijo en el estómago que le hizo partir hacía la fortaleza de los dragones.
La escena que se mostraba no era para nada de su agrado. Si bien el pueblo elfico trataba de mantener las esperanzas siguiendo con una vida “cotidiana”, entendía que el daño en su hogar debía ser considerable para que tantos decidieran abandonar y elegir un cambio tan drástico.
Llegó durante el día, vistiendo su túnica negra y se mantuvo la capucha cubriendo su cabeza en un intento de mantener el perfil bajo.
Algunos más ancianos habían dispuesto unas mesas de ajedrez en un intento de distraerse y tratar de hacer el evento algo más ameno. Kendovlah no sabía que tanta edad podían tener, aún no conocía el alcance de la longevidad en la raza, pero no iba a perder la oportunidad por muy fuera de lugar que se pudiese considerar la escena.
Las primeras partidas fueron intensas y con algunas preguntas incomodas entre jugadas, pero pudo ganarlas. Las últimas tres terminaron en una derrota aplastante para su sorpresa y las últimas palabras cruzadas con aquel anciano seguían resonando en su mente.
-Muy inteligente para tu edad y raza. ¿No deberías estar apoyando, guiando tropas tal vez?-. Kendovlah negó con la cabeza y su rostro se mostró sombrío. Quizás era la edad que los hacía más blandos o no como para sugerir esa idea. Ciertamente al brujo ya se le había cruzado por la mente la idea, pero era aún imposible. -Aún no estoy listo para algo así y menos viendo lo que causa al pueblo una guerra-. Respondió con algo de duda. Si fuese Beltrexus, tal vez la respuesta sería otra pero dado la incordia histórica no quiso mencionar lo que ahora era su hogar. -Si esta en mis manos, lo más inteligente sería evitar el conflicto-. Termina el dialogo, aunque... ¿Era posible terminar los conflictos en ese mundo? Sus aventuras anteriores bien le decían que a veces era imposible.
Terminando de jugar y de presentarse ya la noche había llegado. El anciano le invito a conocer a su pequeña familia. Literalmente, solo esposa e hijo que no dudaron en lanzar esa mirada mas aunque evitando falta de modales puesto que se trataba de un invitado.
Por unos segundos dudo en aceptar el boyo de leche, la leche de yack y la bufanda. Se había asegurado de comer bien en su drakkar y seguía teniendo lo suficiente para volver, además de algunos recursos arcanos en caso de emergencia, pero al ver cierto recelo en los ojos del niño terminó por aceptar. Se puso la bufanda, comió y bebió junto con ellos.
Llegado el momento ya estaban en la plaza donde se podía ver un montón de gente reuniéndose. Algunos pocos eran conocidos para su alivio, pensar que otros podrían estar en plena guerra era motivo de preocupación sin duda.
Los padres y el hijo prendieron la vela con el fuego de otras velas cuando el túnica negra se prestaba para usar su magia de forma tan habitual. Eso hasta que vio la cara del niño ofreciéndole fuego de su vela. Fue algo incómodo detenerse a medio hechizo, pero entendió que sería aún más incómodo para los refugiados ver a un brujo usando magia en dicha situación. Terminó por prender la vela de la forma habitual para ellos y se limito devolver el gesto con una sonrisa leve.
Solo una vela, las demás son de pnjs :3
La escena que se mostraba no era para nada de su agrado. Si bien el pueblo elfico trataba de mantener las esperanzas siguiendo con una vida “cotidiana”, entendía que el daño en su hogar debía ser considerable para que tantos decidieran abandonar y elegir un cambio tan drástico.
Llegó durante el día, vistiendo su túnica negra y se mantuvo la capucha cubriendo su cabeza en un intento de mantener el perfil bajo.
Algunos más ancianos habían dispuesto unas mesas de ajedrez en un intento de distraerse y tratar de hacer el evento algo más ameno. Kendovlah no sabía que tanta edad podían tener, aún no conocía el alcance de la longevidad en la raza, pero no iba a perder la oportunidad por muy fuera de lugar que se pudiese considerar la escena.
Las primeras partidas fueron intensas y con algunas preguntas incomodas entre jugadas, pero pudo ganarlas. Las últimas tres terminaron en una derrota aplastante para su sorpresa y las últimas palabras cruzadas con aquel anciano seguían resonando en su mente.
-Muy inteligente para tu edad y raza. ¿No deberías estar apoyando, guiando tropas tal vez?-. Kendovlah negó con la cabeza y su rostro se mostró sombrío. Quizás era la edad que los hacía más blandos o no como para sugerir esa idea. Ciertamente al brujo ya se le había cruzado por la mente la idea, pero era aún imposible. -Aún no estoy listo para algo así y menos viendo lo que causa al pueblo una guerra-. Respondió con algo de duda. Si fuese Beltrexus, tal vez la respuesta sería otra pero dado la incordia histórica no quiso mencionar lo que ahora era su hogar. -Si esta en mis manos, lo más inteligente sería evitar el conflicto-. Termina el dialogo, aunque... ¿Era posible terminar los conflictos en ese mundo? Sus aventuras anteriores bien le decían que a veces era imposible.
Terminando de jugar y de presentarse ya la noche había llegado. El anciano le invito a conocer a su pequeña familia. Literalmente, solo esposa e hijo que no dudaron en lanzar esa mirada mas aunque evitando falta de modales puesto que se trataba de un invitado.
Por unos segundos dudo en aceptar el boyo de leche, la leche de yack y la bufanda. Se había asegurado de comer bien en su drakkar y seguía teniendo lo suficiente para volver, además de algunos recursos arcanos en caso de emergencia, pero al ver cierto recelo en los ojos del niño terminó por aceptar. Se puso la bufanda, comió y bebió junto con ellos.
Llegado el momento ya estaban en la plaza donde se podía ver un montón de gente reuniéndose. Algunos pocos eran conocidos para su alivio, pensar que otros podrían estar en plena guerra era motivo de preocupación sin duda.
Los padres y el hijo prendieron la vela con el fuego de otras velas cuando el túnica negra se prestaba para usar su magia de forma tan habitual. Eso hasta que vio la cara del niño ofreciéndole fuego de su vela. Fue algo incómodo detenerse a medio hechizo, pero entendió que sería aún más incómodo para los refugiados ver a un brujo usando magia en dicha situación. Terminó por prender la vela de la forma habitual para ellos y se limito devolver el gesto con una sonrisa leve.
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Kendovlah
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Re: [Evento social] El Imbolc de los exiliados.
Era extraño estar allí después de haber llegado al campamento de los leónicos. Pero a decir verdad, aún convenía tener algunos preparativos hechos, y teletransportarnos de vuelta no tardaría demasiado. Aun así, no esperaba que la ciudad estuviese cubierta de llamas al volver. Ni que fuese por culpa de los elfos.
Por supuesto, era solo una manera más emocionante de decir que habían empezado una extraña celebración, ritual o similar para... apoyar a los combatientes, de alguna forma. O eso nos explicaron.
-¿Con velas? ¿Como ayuda eso?- pregunté, frunciendo el ceño. -Bien podrían enviar suministros. O ir a curar a los heridos. Actuar como si no pudiesen hacer nada más que rezar es absurdo.- Me crucé de brazos, irritado. Detestaba gestos como aquel. Demostraban lo cobardes y egoístas que eran en realidad.
-Mmh. La gente suele dirigirse a los dioses en situaciones así. Si existiesen, no vendría mal su intervención.- opinó Syl.
-Si existiesen, las velas les importarían más bien poco en comparación.- repliqué. Suspiré, restregándome la cara con la mano. -Y si les importasen... ¿tu servirías a un dios que se deje convencer por gestos absurdos como estos?-
El felino se encogió de hombros. Cierto. No valía la pena discutir mucho, no iba a convencer a nadie. En su lugar, me di la vuelta, volviendo a entrar en el taller.
-Dame un minuto.- dije, dirigiéndome directamente hacia la tercera planta. Había algunas cosas que quería probar. No tardé demasiado en encontrar lo que buscaba y volver a la planta principal. -Vale, ya está. Vamos, quizás podamos quemar una vela o dos.-
-..."Encender" una vela.- apuntó Syl.
-Si, es lo que he dicho.-
Y con aquello, salimos a explorar la ciudad. Con aquella iluminación, tenía un ambiente muy distinto. Aunque podía pasar sin los gritos en élfico que algunos llamaban "canciones", no era del todo desagradable. Nos acercamos a la mesa, donde nos ofrecieron algo de comida... y velas. Con las manos llenas, rechazamos las mantas y bufandas y continuamos paseando a nuestro ritmo.
-...Estos bollos están algo sosos.- comenté. -Quizás vayan mejor con miel.- Syl estaba algo callado, quizás un poco más de lo normal. Le lancé una mirada inquisitiva. Tardó unos segundos en contestar.
-¿No te parece un poco irreal? Estamos a un día de volver al campamento leónico. El estar haciendo esto ahora mismo es...- Sacudió la cabeza. -No sé que hacemos aquí.- terminó, llevandose la mano a la nuca.
-Estamos preparando velas para que los grandes y valientes protectores de Sandorai... es decir, nosotros, tengan a los dioses en los que no creemos de su parte. Y salven su tierra, que no es la nuestra, de una amenaza que no tiene nada que ver con nosotros.- expliqué, sonriendo. Alcé mi vela y la prendí usando una de las que quedaban en el suelo, para luego ponerla frente a la entrada de Quintaesencia.
-Ah, un Martes cualquiera.- replicó. Aún parecía algo tenso. Le abracé, amenazando incluso con alzarlo en el proceso. Noté como su cuerpo se relajaba ligeramente. -...Estaremos bien.- dijo. Mantuve mi cara cerca de la suya, sonriendo, y le besé.
-Por supuesto. Además, nuestras velas son mejores.- dije, animandolo a que encendiese la suya. La colocó justo al lado, y dio un par de pasos atrás. Saqué un pequeño tarro con unos pequeños cristales blancos en él, y los vertí con cuidado sobre las velas. Tras una breve llamarada de cada una, el fuego se volvió de un intenso color turquesa. -¿Ves?-
El gato ladeó la cabeza, con algo de curiosidad. Finalmente, suspiró, tratando de contener una sonrisa.
-Espíritus, nunca dejarás de llamar la atención... Eso ni siquiera es magia, ¿no?- preguntó.
-Creo que ni siquiera contaría como alquimia.- admití alegremente. -Pero es más bonito.-
-...Si, supongo que si.-
Un momento "d'aww" y dos velas de color hombre bestia para la lista.
Por supuesto, era solo una manera más emocionante de decir que habían empezado una extraña celebración, ritual o similar para... apoyar a los combatientes, de alguna forma. O eso nos explicaron.
-¿Con velas? ¿Como ayuda eso?- pregunté, frunciendo el ceño. -Bien podrían enviar suministros. O ir a curar a los heridos. Actuar como si no pudiesen hacer nada más que rezar es absurdo.- Me crucé de brazos, irritado. Detestaba gestos como aquel. Demostraban lo cobardes y egoístas que eran en realidad.
-Mmh. La gente suele dirigirse a los dioses en situaciones así. Si existiesen, no vendría mal su intervención.- opinó Syl.
-Si existiesen, las velas les importarían más bien poco en comparación.- repliqué. Suspiré, restregándome la cara con la mano. -Y si les importasen... ¿tu servirías a un dios que se deje convencer por gestos absurdos como estos?-
El felino se encogió de hombros. Cierto. No valía la pena discutir mucho, no iba a convencer a nadie. En su lugar, me di la vuelta, volviendo a entrar en el taller.
-Dame un minuto.- dije, dirigiéndome directamente hacia la tercera planta. Había algunas cosas que quería probar. No tardé demasiado en encontrar lo que buscaba y volver a la planta principal. -Vale, ya está. Vamos, quizás podamos quemar una vela o dos.-
-..."Encender" una vela.- apuntó Syl.
-Si, es lo que he dicho.-
Y con aquello, salimos a explorar la ciudad. Con aquella iluminación, tenía un ambiente muy distinto. Aunque podía pasar sin los gritos en élfico que algunos llamaban "canciones", no era del todo desagradable. Nos acercamos a la mesa, donde nos ofrecieron algo de comida... y velas. Con las manos llenas, rechazamos las mantas y bufandas y continuamos paseando a nuestro ritmo.
-...Estos bollos están algo sosos.- comenté. -Quizás vayan mejor con miel.- Syl estaba algo callado, quizás un poco más de lo normal. Le lancé una mirada inquisitiva. Tardó unos segundos en contestar.
-¿No te parece un poco irreal? Estamos a un día de volver al campamento leónico. El estar haciendo esto ahora mismo es...- Sacudió la cabeza. -No sé que hacemos aquí.- terminó, llevandose la mano a la nuca.
-Estamos preparando velas para que los grandes y valientes protectores de Sandorai... es decir, nosotros, tengan a los dioses en los que no creemos de su parte. Y salven su tierra, que no es la nuestra, de una amenaza que no tiene nada que ver con nosotros.- expliqué, sonriendo. Alcé mi vela y la prendí usando una de las que quedaban en el suelo, para luego ponerla frente a la entrada de Quintaesencia.
-Ah, un Martes cualquiera.- replicó. Aún parecía algo tenso. Le abracé, amenazando incluso con alzarlo en el proceso. Noté como su cuerpo se relajaba ligeramente. -...Estaremos bien.- dijo. Mantuve mi cara cerca de la suya, sonriendo, y le besé.
-Por supuesto. Además, nuestras velas son mejores.- dije, animandolo a que encendiese la suya. La colocó justo al lado, y dio un par de pasos atrás. Saqué un pequeño tarro con unos pequeños cristales blancos en él, y los vertí con cuidado sobre las velas. Tras una breve llamarada de cada una, el fuego se volvió de un intenso color turquesa. -¿Ves?-
El gato ladeó la cabeza, con algo de curiosidad. Finalmente, suspiró, tratando de contener una sonrisa.
-Espíritus, nunca dejarás de llamar la atención... Eso ni siquiera es magia, ¿no?- preguntó.
-Creo que ni siquiera contaría como alquimia.- admití alegremente. -Pero es más bonito.-
-...Si, supongo que si.-
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Un momento "d'aww" y dos velas de color hombre bestia para la lista.
Asher Daregan
Aerandiano de honor
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Re: [Evento social] El Imbolc de los exiliados.
Los copos de nieve descendían lentamente a nuestro alrededor, con un patrón tan irregular como impredecible. Tan hermosos... Y libres. Solo a merced de los raudos vientos gélidos que azotaban las colinas de los Reinos del Norte.
Actualizando base de datos...
— Y desde entonces, la crisis en Dundarak solo ha ido de mal en peor. —concluyó Arthur— Hasta no hace mucho, en realidad... Y mira en el estado en el que quedó. —añadió posteriormente.
Arthur y yo nos encontrabamos en camino a un apartado en Dundarak donde se hallaban cientos de elfos refugiados por la actual crisis en Sandorai. Se nos había notificado que podríamos ser de ayuda en un evento celebrado por los elfos, conocido como: "El Imbolc".
— Tuvimos muchísima suerte de no contagiarnos. En especial papá, quien se hallaba de viaje cuando todo explotó. —explicó Arthur.
— ¿Y que hay de Sandorai? —pregunté curioso— ¿Sus clanes se encuentran en guerra? Es por eso que hay tantos elfos refugiados, ¿correcto?
Me sorprendía la cantidad de información que no figuraba en mi base de datos. Era un percance del que ya tenía previo conocimiento, y su magnitud permanecía en aumento.
No tenía ningún dato que me permitiera determinar el tiempo que había permanecido suspendido en aquellas ruinas. Solo sabía que la Aerandir actual era muy diferente a la que conocieron alguna vez mis creadores.
— Si, algo así, creo... —se encogió de hombros— No estoy muy informado al respecto, en realidad.
Nuestro camino, guiado por la tenue luz de las velas, no tardó en llevarnos hasta la zona de refugiados.
¡Alerta! ¡Error del sistema!
Al aproximarnos, pudimos comprobar que se hallaban en medio de una gran celebración. Los elfos reían y disfrutaban de la velada, abrigados por bufandas e ingiriendo pan y leche.
No era precisamente... Lo que mis cálculos habían elaborado.
— ¡Por fin! ¡Llegamos! —exclamó Arthur sonriendo, antes de voltear a verme— ... ¿Pasa algo, Adam...? —preguntó extrañado tras observarme.
— ... —me tomó un par de segundos procesar la información— S-S-Si, son solo mis circuitos. —contesté vagamente— Están congelados. —expliqué intentando hacerle reír.
Solo conseguí provocar una risa un tanto incómoda.
Actualizando base de datos...
— Y desde entonces, la crisis en Dundarak solo ha ido de mal en peor. —concluyó Arthur— Hasta no hace mucho, en realidad... Y mira en el estado en el que quedó. —añadió posteriormente.
Arthur y yo nos encontrabamos en camino a un apartado en Dundarak donde se hallaban cientos de elfos refugiados por la actual crisis en Sandorai. Se nos había notificado que podríamos ser de ayuda en un evento celebrado por los elfos, conocido como: "El Imbolc".
— Tuvimos muchísima suerte de no contagiarnos. En especial papá, quien se hallaba de viaje cuando todo explotó. —explicó Arthur.
— ¿Y que hay de Sandorai? —pregunté curioso— ¿Sus clanes se encuentran en guerra? Es por eso que hay tantos elfos refugiados, ¿correcto?
Me sorprendía la cantidad de información que no figuraba en mi base de datos. Era un percance del que ya tenía previo conocimiento, y su magnitud permanecía en aumento.
No tenía ningún dato que me permitiera determinar el tiempo que había permanecido suspendido en aquellas ruinas. Solo sabía que la Aerandir actual era muy diferente a la que conocieron alguna vez mis creadores.
— Si, algo así, creo... —se encogió de hombros— No estoy muy informado al respecto, en realidad.
Nuestro camino, guiado por la tenue luz de las velas, no tardó en llevarnos hasta la zona de refugiados.
¡Alerta! ¡Error del sistema!
Al aproximarnos, pudimos comprobar que se hallaban en medio de una gran celebración. Los elfos reían y disfrutaban de la velada, abrigados por bufandas e ingiriendo pan y leche.
No era precisamente... Lo que mis cálculos habían elaborado.
— ¡Por fin! ¡Llegamos! —exclamó Arthur sonriendo, antes de voltear a verme— ... ¿Pasa algo, Adam...? —preguntó extrañado tras observarme.
— ... —me tomó un par de segundos procesar la información— S-S-Si, son solo mis circuitos. —contesté vagamente— Están congelados. —expliqué intentando hacerle reír.
Solo conseguí provocar una risa un tanto incómoda.
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Estaba de pié en el sitio. Congelado. ¿Literalmente? No en realidad. ¿O tal vez si? Sentía un tanto rígida mi espina dorsal.
Aunque me hallaba cubierto con una densa y suave bufanda de un tono azulado, estaba totalmente gélido; al menos mentalmente. Mis sistemas buscaban incesantes, darle una explicación lógica a la situación.
A mi alrededor, corrían un grupo de niños elfos; perseguidos por Arthur quién, colocando sus dedos sobre sus oidos, imitaba las características orejas puntiagudas de la raza. Jugaban. Parecían estar disfrutando.
¡Error de cálculos!
¿Por qué se hallaban celebrando? ¿No era un factor común en los seres orgánicos guardar luto por aquellos que amaban? En especial el pueblo élfico, quien se caracterizaba por preservar fervientemente sus tradiciones y costumbres.
— ¡Adam! —se me acercó Arthur sonriente— ¡Ven! ¡Juega con nosotros! —solicitó alegre.
— ... —no fui capaz de elaborar una respuesta, estaba enfocado en resolver tareas más importantes para todos.
— Mnfffn... —gruñó en protesta, antes de dedicarse un rato a pensar— ¡Ya sé lo que necesitas! —exclamó antes de partir, regresando a los pocos minutos ocultando algo tras su espalda— ¡Un pedazo de pan dulce y un buen vaso de leche de yak! —presentó ante mi los alimentos, tomando un bocado y un sorbo.
— Gracias... Arthur, pero no necesito alimentarme en estos momentos. —rechacé amablemente— Mis niveles de...
— Si, si, ya lo sé... —respondió con obstinación.
¿Qué... Qué le ocurría...? El joven se mostraba tenso e irritado. ¿No estaba hace unos segundos disfrutando junto a los jóvenes elfos...? No tenía sentido. Mis cálculos empezaban a inundarse de errores y anomalías.
— ¡Señor! —se acercó a nosotros el grupo de niños con quien jugaba Arthur.
— ¡Debe encender una vela! ¡Es la tradición! —dictaron, llevándonos hacia el círculo de velas y entregándonos una vela a cada uno.
— Oh, claro. A eso veníamos de todos modos. —aclaró Arthur.
El muchacho no mostraba el mismo entusiasmo que presentaba con anterioridad. ¿Por qué...?
Se arrodilló, plantando la vela en la nieve, tratando de encenderla con la chispa de una piedra. Me planteé imitarle, pero seguía sin entender el verdadero objetivo de aquella acción.
Objetivo adquirido.
No podía proceder en esa modalidad. No era óptimo. Necesitaba respuestas.
— Arthur. —le llamé. Solo él podía responder eficientemente a mis incógnitas.
— Estoy ocupado, Adam. No me molestes... —respondió con desgano, fallando en sus intentos de encender aquella vela.
— Esto no tiene sentido, Arthur. —dicté— Veníamos a ayudar a esta gente, pero ellos no parecen necesitar nuestra ayuda, ¿correcto? —expliqué el problema con calma.
— No tiene que tener sentido. —contestó entre dientes— Y los estamos ayudando, créeme. De esto trata el Imbolc. De encender velas y desear por el fin de esta guerra. —suspiró estresado.
— Pero hay métodos más eficientes para ayudar al pueblo élfico —argumenté.
— El que muchos abarca poco aprieta... —murmuró enojado.
— ¡Deberíamos estar luchando por la paz en Sandorai y no perdiendo el tiempo en...! —traté de añadir, pero...
— ¡Adam! —me interrumpió poniéndose en pié— ¡Ya deja de ser tan estirado! No has dejado de cuestionar todo desde que llegamos. ¿No puedes actuar como alguien normal...? ¿¡Por lo menos un segundo!? —explotó airado.
¡Alerta! ¡Procesos emocionales inestables!
Un pulso electromagnético recorrió toda mi exoestructura. Mis procesos colapsaron todos a la vez. Quedé en blanco. Mis sistemas no se hallaban operativos.
— Yo... N-No soy... Alguien normal... —susurré.
— ¡...! Adam... Y-Yo no... —balbuceó.
Mis sistemas nunca se habían encontrado en este estado. Sentía un fuerte... ¿Dolor...? En mi pecho. ¿Era aquello el origen de la falla...? No...
— Lo siento, Adam... No era mi intención... —comenzó a decir Arthur, pero no le permití continuar.
— No... Es... Mi culpa. —razoné en un susurro— No sabía que te sentías así... Yo nunca sé cómo te sientes, ¿correcto? —pregunté cabizbajo.
Una interferencia cubrió mis ojos... Era una especie de líquido que nunca había identificado... ¿Qué era aquello y por qué emanaba de mis ojos...?
— ¡No, no, Adam! Es mi culpa, no tuya. —exclamó nervioso— Tu eres el sabelotodo, y yo soy el idiota, ¿recuerdas?
— No eres idiota. —respondí con seriedad, quizás demasiada, clavándole mi mirada.
Mis acciones estaban elaborándose sin previa revisión.
Hubo un breve silencio, que Arthur rompió tras darme un gesto afectivo que me había enseñado previamente. Sus brazos rodearon mi torso, y su mentón descansó en mi hombro. Era lo que se conocía como un "abrazo".
— Lo siento, Adam. —se disculpó nuevamente, opté por envolverle también entre mis brazos— No eres un estirado. O bueno... Si lo eres, pero... —añadió, tragando saliva— Eres MI hermano estirado. —exclamó, y me hizo reír.
Reiniciando procesos...
— Arthur. —le llamé— ¿Crees qué... Los dioses escucharían los deseos de un ser sin juicio propio...? —pregunté, sin saber muy bien por qué. No figuraba en mis sistemas una duda como esa.
— ... —Arthur asintió, parecía entender el mensaje— No lo sé, ¿qué tal si lo intentamos? —sugirió.
Asentí de acuerdo. No existían riesgos en intentarlo.
Tomé la piedra y encendí ambas velas. Arthur cerró los ojos y le observé mover los labios. Había susurrado unas palabras en silencio. Opté por imitarle como la mejor acción.
— ... Por el bienestar de todos los elfos, y por la paz en el territorio élfico. —deseé.
Arthur volvió a verme, y asintió con aprobación. Volvimos a reír. Me alegraba saber que todo estaba en orden nuevamente.
— ¿Qué te parece si... consultamos si queda un poco más de pan dulce y leche de yak? —sugerí con un guiño y una sonrisa.
Arthur asintió contento, y procedimos a seguir disfrutando de la noche.
Aunque me hallaba cubierto con una densa y suave bufanda de un tono azulado, estaba totalmente gélido; al menos mentalmente. Mis sistemas buscaban incesantes, darle una explicación lógica a la situación.
A mi alrededor, corrían un grupo de niños elfos; perseguidos por Arthur quién, colocando sus dedos sobre sus oidos, imitaba las características orejas puntiagudas de la raza. Jugaban. Parecían estar disfrutando.
¡Error de cálculos!
¿Por qué se hallaban celebrando? ¿No era un factor común en los seres orgánicos guardar luto por aquellos que amaban? En especial el pueblo élfico, quien se caracterizaba por preservar fervientemente sus tradiciones y costumbres.
— ¡Adam! —se me acercó Arthur sonriente— ¡Ven! ¡Juega con nosotros! —solicitó alegre.
— ... —no fui capaz de elaborar una respuesta, estaba enfocado en resolver tareas más importantes para todos.
— Mnfffn... —gruñó en protesta, antes de dedicarse un rato a pensar— ¡Ya sé lo que necesitas! —exclamó antes de partir, regresando a los pocos minutos ocultando algo tras su espalda— ¡Un pedazo de pan dulce y un buen vaso de leche de yak! —presentó ante mi los alimentos, tomando un bocado y un sorbo.
— Gracias... Arthur, pero no necesito alimentarme en estos momentos. —rechacé amablemente— Mis niveles de...
— Si, si, ya lo sé... —respondió con obstinación.
¿Qué... Qué le ocurría...? El joven se mostraba tenso e irritado. ¿No estaba hace unos segundos disfrutando junto a los jóvenes elfos...? No tenía sentido. Mis cálculos empezaban a inundarse de errores y anomalías.
— ¡Señor! —se acercó a nosotros el grupo de niños con quien jugaba Arthur.
— ¡Debe encender una vela! ¡Es la tradición! —dictaron, llevándonos hacia el círculo de velas y entregándonos una vela a cada uno.
— Oh, claro. A eso veníamos de todos modos. —aclaró Arthur.
El muchacho no mostraba el mismo entusiasmo que presentaba con anterioridad. ¿Por qué...?
Se arrodilló, plantando la vela en la nieve, tratando de encenderla con la chispa de una piedra. Me planteé imitarle, pero seguía sin entender el verdadero objetivo de aquella acción.
Objetivo adquirido.
No podía proceder en esa modalidad. No era óptimo. Necesitaba respuestas.
— Arthur. —le llamé. Solo él podía responder eficientemente a mis incógnitas.
— Estoy ocupado, Adam. No me molestes... —respondió con desgano, fallando en sus intentos de encender aquella vela.
— Esto no tiene sentido, Arthur. —dicté— Veníamos a ayudar a esta gente, pero ellos no parecen necesitar nuestra ayuda, ¿correcto? —expliqué el problema con calma.
— No tiene que tener sentido. —contestó entre dientes— Y los estamos ayudando, créeme. De esto trata el Imbolc. De encender velas y desear por el fin de esta guerra. —suspiró estresado.
— Pero hay métodos más eficientes para ayudar al pueblo élfico —argumenté.
— El que muchos abarca poco aprieta... —murmuró enojado.
— ¡Deberíamos estar luchando por la paz en Sandorai y no perdiendo el tiempo en...! —traté de añadir, pero...
— ¡Adam! —me interrumpió poniéndose en pié— ¡Ya deja de ser tan estirado! No has dejado de cuestionar todo desde que llegamos. ¿No puedes actuar como alguien normal...? ¿¡Por lo menos un segundo!? —explotó airado.
¡Alerta! ¡Procesos emocionales inestables!
Un pulso electromagnético recorrió toda mi exoestructura. Mis procesos colapsaron todos a la vez. Quedé en blanco. Mis sistemas no se hallaban operativos.
— Yo... N-No soy... Alguien normal... —susurré.
— ¡...! Adam... Y-Yo no... —balbuceó.
Mis sistemas nunca se habían encontrado en este estado. Sentía un fuerte... ¿Dolor...? En mi pecho. ¿Era aquello el origen de la falla...? No...
— Lo siento, Adam... No era mi intención... —comenzó a decir Arthur, pero no le permití continuar.
— No... Es... Mi culpa. —razoné en un susurro— No sabía que te sentías así... Yo nunca sé cómo te sientes, ¿correcto? —pregunté cabizbajo.
Una interferencia cubrió mis ojos... Era una especie de líquido que nunca había identificado... ¿Qué era aquello y por qué emanaba de mis ojos...?
— ¡No, no, Adam! Es mi culpa, no tuya. —exclamó nervioso— Tu eres el sabelotodo, y yo soy el idiota, ¿recuerdas?
— No eres idiota. —respondí con seriedad, quizás demasiada, clavándole mi mirada.
Mis acciones estaban elaborándose sin previa revisión.
Hubo un breve silencio, que Arthur rompió tras darme un gesto afectivo que me había enseñado previamente. Sus brazos rodearon mi torso, y su mentón descansó en mi hombro. Era lo que se conocía como un "abrazo".
— Lo siento, Adam. —se disculpó nuevamente, opté por envolverle también entre mis brazos— No eres un estirado. O bueno... Si lo eres, pero... —añadió, tragando saliva— Eres MI hermano estirado. —exclamó, y me hizo reír.
Reiniciando procesos...
— Arthur. —le llamé— ¿Crees qué... Los dioses escucharían los deseos de un ser sin juicio propio...? —pregunté, sin saber muy bien por qué. No figuraba en mis sistemas una duda como esa.
— ... —Arthur asintió, parecía entender el mensaje— No lo sé, ¿qué tal si lo intentamos? —sugirió.
Asentí de acuerdo. No existían riesgos en intentarlo.
Tomé la piedra y encendí ambas velas. Arthur cerró los ojos y le observé mover los labios. Había susurrado unas palabras en silencio. Opté por imitarle como la mejor acción.
— ... Por el bienestar de todos los elfos, y por la paz en el territorio élfico. —deseé.
Arthur volvió a verme, y asintió con aprobación. Volvimos a reír. Me alegraba saber que todo estaba en orden nuevamente.
— ¿Qué te parece si... consultamos si queda un poco más de pan dulce y leche de yak? —sugerí con un guiño y una sonrisa.
Arthur asintió contento, y procedimos a seguir disfrutando de la noche.
- Spoiler:
- +1 Vela. Arthur aún no asciende a acompañante.
Prometeo
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Re: [Evento social] El Imbolc de los exiliados.
El barullo aumentaba y parpadeo sintiendo como si no pudiera abrir los ojos, tuvo que poner las manos en estos y sentir como sus pestañas estaba congeladas por algunas lágrimas, no los froto solo espero a que el poco calor de sus manos derritiera la capa de escarcha y abrió los ojos. Todo su cuerpo le reclamo por la mala idea de haber dormido ahí y así, pero ciertamente había descansado más que en muchas noches las pesadillas ahí seguían pero no habían tenido el mismo efecto. Tal vez porque el cuerpo se había concentrado en mantenerse vivo y no congelase, pero la sensación de agujas en sus pies y manos le indicaba que no había sido la mejor idea y que seguro debería de poner los últimos en agua caliente para evitar algún daño.
Se levantó algo torpe y volvió a sentarse dejando la vela de alegres tonos naranjas y flores que le recordaban su hogar al lado, mientras concentraba la luz en sus manos y las pasaba por sus pies, primero el izquierdo y luego el derecho. El dolor pasaba y suspiro cuando sintió que había recuperado algo de movilidad en estos. Noto también al alzar la mirada que ya había muchas más velas encendidas y que el vaivén de criaturas, no solo elfos, se había multiplicado. Curioso que en ese tipo de eventos fuera de sus tierras, otras razas parecían menos hoscas y hostiles.
-Pero que mala idea fue esa.-Musito levantándose y acercándose al conjunto de velas ya encendidas se inclinó para encenderla con otra tratando con un sumo esfuerzo de no dejarla caer por las manos entumecidas y terminando la faena se sintió orgullosa quedándose a cuclillas mirando el fuego.-Isil vela por nosotros y que la paz retorne a Sandorai.
Se quedó un momento más ahí sintiendo la calidez del fuego en esas pequeñas flamitas.
Se levantó algo torpe y volvió a sentarse dejando la vela de alegres tonos naranjas y flores que le recordaban su hogar al lado, mientras concentraba la luz en sus manos y las pasaba por sus pies, primero el izquierdo y luego el derecho. El dolor pasaba y suspiro cuando sintió que había recuperado algo de movilidad en estos. Noto también al alzar la mirada que ya había muchas más velas encendidas y que el vaivén de criaturas, no solo elfos, se había multiplicado. Curioso que en ese tipo de eventos fuera de sus tierras, otras razas parecían menos hoscas y hostiles.
-Pero que mala idea fue esa.-Musito levantándose y acercándose al conjunto de velas ya encendidas se inclinó para encenderla con otra tratando con un sumo esfuerzo de no dejarla caer por las manos entumecidas y terminando la faena se sintió orgullosa quedándose a cuclillas mirando el fuego.-Isil vela por nosotros y que la paz retorne a Sandorai.
Se quedó un momento más ahí sintiendo la calidez del fuego en esas pequeñas flamitas.
- Off:
- Una velita prendida
Aradia Hazelmere
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Re: [Evento social] El Imbolc de los exiliados.
No era muy habitual que Estolas fuera contratada como dama de compañía, bueno sí que era habitual, pero solo en el sentido más vulgar de la decorada profesión de prostituta. Sin embargo en esta ocasión Estolas si sería una dama de compañía en el sentido exquisito de la palabra, aunque eso no quitaba para que el cliente no disfrutara también de los placeres carnales que ofrecía la loba.
La pecosa pelirroja fue vestida con telas de dama, un precioso vestido azul con bordados amarillos que dejaba los hombros al descubierto, por debajo del vestido habían numerosas capas de tela que abrigaban y daban forma a la prenda, y por encima de esta una bufanda de delicada piel de graphorn cubría los hombros y brazos de Estolas.
—¿Recuerdas porque estas aquí y lo que debes hacer? —Era la tercera vez que Estolas escuchaba aquella pregunta.
—Sí, mi Señora —La pecosa miró a la mujer de castaña y trenzada melena, pero esta observaba el paisaje con semblante aburrido a través de la ventanilla del carruaje —. Acudiremos al Imbolc elfico que se celebra en Dundarak, allí asistiremos como pareja y seré presentada como su hija. Si preguntan por su marido tendré que desviar la mirada al suelo y dejarla hablar a usted. Si me insinúan un compromiso matrimonial tengo que rechazarlo y decir que estoy comprometida con un joven noble.
—Bien —confirmó satisfecha la mujer —, con este teatro acallare las habladurías. Desnúdate —ordenó la mujer fijando sus ojos en Estolas —. Esos buitres escamosos nunca se molestaron en visitarnos, ni una sola vez en veinte años. Dieron mi mano en matrimonio al primer fulano ricachón que vieron —la clienta de Estolas se subió las enaguas y se puso encima de la loba —, y ahora quieren robarme toda mi fortuna porque se han enterado de que a mi hija y a mi marido se los tragó el mar. Pues no se lo pienso permitir. —La dragona alzó la cara de Estolas, poniendo dos dedos bajo su mentón y sonrió pérfida.
Al llegar a la casa familiar de la viuda Estolas volvía a estar completamente vestida, los rastros de carmín habían sido eliminados y los labios de la clienta estaban de nuevo perfectamente perfilados. La loba fue la acompañante ideal, una muñeca dulce y delicada y protegida bajo la cariñosa ala maternal de su clienta.
—Caballeros, espero sepan disculparnos, pero a mi hija y a mí nos gustaría prender una vela por nuestro valientes guerreros.
Estolas y la mujer sonrieron, buscaron al cabeza de familia y se despidieron. La clienta de Estolas lo que quería realmente era irse de aquel lugar, los elfos y la guerra le importaban poco y nada, pero el juego tenia seguir.
—Marta, cariño —Estolas miró a la castaña —. Prende tú la velita, ¿quieres?
—Claro, Madre.
La loba obedeció, cogió una vela la encendió usando una de las que ardían y colocó la suya junta a esta.
—Muy bien mi vida —La mujer acercó los labios a la oreja de la pelirroja y mientras olía su pelo susurró —. Ahora seré yo la que te quite la ropa, perrita.
—Sí, ama. —Respondió la loba en voz baja al tiempo que entrelazaba su mano con la ajena.
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Off: +1 Vela
La pecosa pelirroja fue vestida con telas de dama, un precioso vestido azul con bordados amarillos que dejaba los hombros al descubierto, por debajo del vestido habían numerosas capas de tela que abrigaban y daban forma a la prenda, y por encima de esta una bufanda de delicada piel de graphorn cubría los hombros y brazos de Estolas.
—¿Recuerdas porque estas aquí y lo que debes hacer? —Era la tercera vez que Estolas escuchaba aquella pregunta.
—Sí, mi Señora —La pecosa miró a la mujer de castaña y trenzada melena, pero esta observaba el paisaje con semblante aburrido a través de la ventanilla del carruaje —. Acudiremos al Imbolc elfico que se celebra en Dundarak, allí asistiremos como pareja y seré presentada como su hija. Si preguntan por su marido tendré que desviar la mirada al suelo y dejarla hablar a usted. Si me insinúan un compromiso matrimonial tengo que rechazarlo y decir que estoy comprometida con un joven noble.
—Bien —confirmó satisfecha la mujer —, con este teatro acallare las habladurías. Desnúdate —ordenó la mujer fijando sus ojos en Estolas —. Esos buitres escamosos nunca se molestaron en visitarnos, ni una sola vez en veinte años. Dieron mi mano en matrimonio al primer fulano ricachón que vieron —la clienta de Estolas se subió las enaguas y se puso encima de la loba —, y ahora quieren robarme toda mi fortuna porque se han enterado de que a mi hija y a mi marido se los tragó el mar. Pues no se lo pienso permitir. —La dragona alzó la cara de Estolas, poniendo dos dedos bajo su mentón y sonrió pérfida.
Al llegar a la casa familiar de la viuda Estolas volvía a estar completamente vestida, los rastros de carmín habían sido eliminados y los labios de la clienta estaban de nuevo perfectamente perfilados. La loba fue la acompañante ideal, una muñeca dulce y delicada y protegida bajo la cariñosa ala maternal de su clienta.
—Caballeros, espero sepan disculparnos, pero a mi hija y a mí nos gustaría prender una vela por nuestro valientes guerreros.
Estolas y la mujer sonrieron, buscaron al cabeza de familia y se despidieron. La clienta de Estolas lo que quería realmente era irse de aquel lugar, los elfos y la guerra le importaban poco y nada, pero el juego tenia seguir.
—Marta, cariño —Estolas miró a la castaña —. Prende tú la velita, ¿quieres?
—Claro, Madre.
La loba obedeció, cogió una vela la encendió usando una de las que ardían y colocó la suya junta a esta.
—Muy bien mi vida —La mujer acercó los labios a la oreja de la pelirroja y mientras olía su pelo susurró —. Ahora seré yo la que te quite la ropa, perrita.
—Sí, ama. —Respondió la loba en voz baja al tiempo que entrelazaba su mano con la ajena.
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Off: +1 Vela
Marceline
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Re: [Evento social] El Imbolc de los exiliados.
Había sido una noche fría, pero el cielo se había mantenido despejado y brillante. Léa sabía que aquello no duraría y que pronto volvería a nevar, así que aprovechaba cada momento libre para alzar la vista y mirar las estrellas.
Ella había nacido en el norte. De Sandorai, sólo tenía las historias de sus padres. Ahora que veía llegar a los refugiados, que escuchaba las malas nuevas que traían del sur, trataba de conciliar su idílica idea del Bosque Sagrado con las caras apesadumbradas de los viajeros y se preguntaba a sí misma cómo le hacía sentir todo aquello. Si es que acaso sentía algo al respecto. Sí, le daba pena la gente que había tenido que abandonar sus hogares, sus miradas tristes. Pero para ella, su hogar estaba en Dundarak, allí tenía a sus amigos, era feliz.
—Lótesse Imbar váre tye —dijo por enésima vez, colgando una cadena con un amuleto del cuello de uno de los elfos que acababan de prender una vela más—. Ve con la bendición de Imbar —repitió al entregarle similar colgante a una joven de orejas redondas.
Había hecho aquellos colgantes con su madre y sus hermanas, según la tradición de su familia, conservada desde mucho antes de que sus padres se mudaran a Dundarak. Su madre decía que había un gran poder en aquellos colgantes, pero ella no sabía muy bien qué pensar al respecto. Respetaba las tradiciones de los elfos, por supuesto, y el Imbolc era, de hecho, de sus celebraciones favoritas. Pero el día a día en una ciudad como Dundarak distaba mucho del ambiente en el que había crecido su madre. Tal vez aquellos refugiados aprendieran a amarlo como ella lo hacía.
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En nombre de Máster Tyr, agradezco la participación en este evento. Un imprevisto que se alargó más de lo esperado le previno de cerrar el hilo en su momento, pero, por fortuna, dejó indicados los premios a repartir, en función del número de velas encendidas, que han sido 15, contando pjs y pnjs acompañantes. Además de los 5 px y 50 aeros prometidos a la apertura del evento, recibís todos:
Amuleto de Imbar: [Joya, 3 cargas] Al sostener este amuleto firmemente contra tu pecho, ignoras todos los efectos de maldiciones sobre tu PJ por un turno.
- Amuleto de Imbar:
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Fehu
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