Eclipse de Luna. [Solitario]
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Eclipse de Luna. [Solitario]
¿Alguna vez has pensado si la voz que normalmente te agiliza el proceso mental de decidir qué está bien o aquello que no lo está tiene nombre? ¿Te has parado a notar si su voz es tu propia voz en eco? ¿Quizás el deje de ironía se hace más fuerte dependiendo de qué es lo que estés haciendo? Normalmente te reafirma. Casi siempre tiene una palabra de alivio para consolarte. Se dirige a ti por tu nombre, porque eres tú al fin y al cabo, tan solo tú dentro de tu enorme y bien organizada cabeza.
¿Verdad?
No recuerdo exactamente el día en el que decidí que se llamaba Luna. Era confuso al principio. En una escala entre gris y morado, lo poco común de aquello era siempre amarillo. Como la Luna llena sobre mi cabeza. Irónico ¿No? Luna.
Fue fácil aceptar que ella estaba y estaría siempre donde menos la esperaba. En un comienzo casi tímida, casi me costaba asegurarme que existía dentro de mi: Cuando había dormido menos de dos horas. Después de haber robado aquel pan dulce a uno de los niños del lechero. El día exacto en el que aprendí lo que significaba ser mujer.. Pero claro, aquella etapa duró mas bien poco. Antes siquiera de haberle dado nombre propio, Luna ya habitaba en mi. O yo en ella. A veces la linea es tan difusa que me pregunto si en alguna de las estrellas del cielo, yo soy la dulce voz en la cabeza de Luna, y no al reves.
En fin… ¿Por dónde iba?
Ah… si… Los zapatos.
No espera. Creo que eso era otra historia.
El caso es que con el paso del tiempo, más meses que años. Más días que meses, aprendí que Luna me hacía de una manera u otra más fácil la existencia. Apenas tenía que pensar con qué utensilio degollar a la cabra del granjero. Luna tenía la respuesta exacta. Tampoco tuve que darle muchas vueltas en cómo cocinar sus tripas. Luna parecía saber exactamente qué hacer. Tras tres noches seguidas manchada de sangre, olvidé preguntar a Luna la procedencia de la misma. Al fin y al cabo, mi estomago estaba más lleno de lo que había estado en años. Mi cabeza más en paz de lo que había estado nunca y mi mente… libre.
Irónicamente libre.
Quizás fuese aquello lo que me diese el motive exacto para desentrañar los misterios en los que nadie parecía reparar y que sin embargo, en mi estado de ociosidad, habían empezado a molestarme; ¿Por qué nadie se preocupaba por las formas de las nubes? ¿Acaso no olían el olor a tormenta antes incluso de que cayese la primera gota? ¿Se habían olvidado el resto de los habitantes de Aerandir que la vida era algo más que levantarse y trabajar para poder llegar a casa y dormir en una cama caliente?
Aquello por supuesto era frustrante.
La única que parecía entender mis preocupaciones, por supuesto, era Luna. Ella siempre tenía una explicación lógica sobre quién había asignado los colores a las cosas. O el porqué casi todas las frutas eran redondas. A veces incluso me hacía reir.Luna fue y será siempre mi primera mejor amiga.
Si tan solo entonces hubiese sabido que la propia Luna no era tan idílica como parecía.
Los alijos de nuestras cosas, como ella lo solía llamar solían estar emplazados en lugares que en ocasiones me daban miedo. Una cripta abandonada. La habitación de un borracho que nunca pagaba bien. La esquina más oscura de los barrios bajos de Lunargenta. Luna se empeñó en convencerme que afrontar los miedos era tan solo una manera más de madurar y que el dolor era el proceso justo para llegar a nuestra meta.
Pero no me daba mucho detalle de nuestras metas, ya que estas solían variar a medida que avanzaba nuestra complicidad.
La primera vez que nos llevaron al “centro O’connor para personas especiales” descubrimos que el comunicarnos más allá de mi mente era algo peligroso, y el momento justo en el que Luna nos sacó de allí me hizo prometerle que nuestras conversaciones eran nuestras, y de nadie más. Claro que harían falta otros dos Buenos intentos de meternos entre rejas para que aquello tuviese sentido para mi.
Siempre he sido una chica de mente dura, yo.
¡Já!
El caso… para cuando Luna se acomodó en mi mente de manera permanente su plan perfecto de sabotear al rey de Aerandir y hacerle saber que yo era sin duda su princesa perdida era extremadamente inteligente. Casi me acusé de imbécil al no ver las pistas. Los soldados que mandó a buscarme, El nombre de Luna como principio de Lunargenta, Los zapatos que nunca me quedaban bien como si de un cuento de hadas se tratase… y Bueno.Mis poderes. Nadie que no fuese parte de una historia idílica tendría poderes.
Encontrar a la elfa fue tan solo un golpe de suerte.
Virrey, había dicho. Luna estaba segura de que tratar directamente estos temas con el virrey no era algo seguro, pero acercarnos a él hasta hacernos cómplices era la mejor manera de llegar hasta el rey. El hecho de que fuese de otra ciudad parecía no tener mucha importancia.
Al fin y al cabo, cualquier princesa es buena si se sienta en el trono adecuado.
¿Verdad?
No recuerdo exactamente el día en el que decidí que se llamaba Luna. Era confuso al principio. En una escala entre gris y morado, lo poco común de aquello era siempre amarillo. Como la Luna llena sobre mi cabeza. Irónico ¿No? Luna.
Fue fácil aceptar que ella estaba y estaría siempre donde menos la esperaba. En un comienzo casi tímida, casi me costaba asegurarme que existía dentro de mi: Cuando había dormido menos de dos horas. Después de haber robado aquel pan dulce a uno de los niños del lechero. El día exacto en el que aprendí lo que significaba ser mujer.. Pero claro, aquella etapa duró mas bien poco. Antes siquiera de haberle dado nombre propio, Luna ya habitaba en mi. O yo en ella. A veces la linea es tan difusa que me pregunto si en alguna de las estrellas del cielo, yo soy la dulce voz en la cabeza de Luna, y no al reves.
En fin… ¿Por dónde iba?
Ah… si… Los zapatos.
No espera. Creo que eso era otra historia.
El caso es que con el paso del tiempo, más meses que años. Más días que meses, aprendí que Luna me hacía de una manera u otra más fácil la existencia. Apenas tenía que pensar con qué utensilio degollar a la cabra del granjero. Luna tenía la respuesta exacta. Tampoco tuve que darle muchas vueltas en cómo cocinar sus tripas. Luna parecía saber exactamente qué hacer. Tras tres noches seguidas manchada de sangre, olvidé preguntar a Luna la procedencia de la misma. Al fin y al cabo, mi estomago estaba más lleno de lo que había estado en años. Mi cabeza más en paz de lo que había estado nunca y mi mente… libre.
Irónicamente libre.
Quizás fuese aquello lo que me diese el motive exacto para desentrañar los misterios en los que nadie parecía reparar y que sin embargo, en mi estado de ociosidad, habían empezado a molestarme; ¿Por qué nadie se preocupaba por las formas de las nubes? ¿Acaso no olían el olor a tormenta antes incluso de que cayese la primera gota? ¿Se habían olvidado el resto de los habitantes de Aerandir que la vida era algo más que levantarse y trabajar para poder llegar a casa y dormir en una cama caliente?
Aquello por supuesto era frustrante.
La única que parecía entender mis preocupaciones, por supuesto, era Luna. Ella siempre tenía una explicación lógica sobre quién había asignado los colores a las cosas. O el porqué casi todas las frutas eran redondas. A veces incluso me hacía reir.Luna fue y será siempre mi primera mejor amiga.
Si tan solo entonces hubiese sabido que la propia Luna no era tan idílica como parecía.
Los alijos de nuestras cosas, como ella lo solía llamar solían estar emplazados en lugares que en ocasiones me daban miedo. Una cripta abandonada. La habitación de un borracho que nunca pagaba bien. La esquina más oscura de los barrios bajos de Lunargenta. Luna se empeñó en convencerme que afrontar los miedos era tan solo una manera más de madurar y que el dolor era el proceso justo para llegar a nuestra meta.
Pero no me daba mucho detalle de nuestras metas, ya que estas solían variar a medida que avanzaba nuestra complicidad.
La primera vez que nos llevaron al “centro O’connor para personas especiales” descubrimos que el comunicarnos más allá de mi mente era algo peligroso, y el momento justo en el que Luna nos sacó de allí me hizo prometerle que nuestras conversaciones eran nuestras, y de nadie más. Claro que harían falta otros dos Buenos intentos de meternos entre rejas para que aquello tuviese sentido para mi.
Siempre he sido una chica de mente dura, yo.
¡Já!
El caso… para cuando Luna se acomodó en mi mente de manera permanente su plan perfecto de sabotear al rey de Aerandir y hacerle saber que yo era sin duda su princesa perdida era extremadamente inteligente. Casi me acusé de imbécil al no ver las pistas. Los soldados que mandó a buscarme, El nombre de Luna como principio de Lunargenta, Los zapatos que nunca me quedaban bien como si de un cuento de hadas se tratase… y Bueno.Mis poderes. Nadie que no fuese parte de una historia idílica tendría poderes.
Encontrar a la elfa fue tan solo un golpe de suerte.
Virrey, había dicho. Luna estaba segura de que tratar directamente estos temas con el virrey no era algo seguro, pero acercarnos a él hasta hacernos cómplices era la mejor manera de llegar hasta el rey. El hecho de que fuese de otra ciudad parecía no tener mucha importancia.
Al fin y al cabo, cualquier princesa es buena si se sienta en el trono adecuado.
Gaia
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