Por un puñado de aeros [Privado] [Cerrado]
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Por un puñado de aeros [Privado] [Cerrado]
El arenal de Roilkat tenía un clima detestable. Más de treinta grados y una estepa de polvo y arena a mis espaldas. Era la primera vez que estaba en ese infierno y, ciertamente, confiaba en que fuera la última.
Desplazarse a caballo era el método habitual para los habitantes. Para mí, que detestaba los animales, eran más cómodas las estelas aéreas en las que me convertía. Así, aparecí en medio de la calle, acompañando una de esas corrientes que levantaban el polvo y la arena que me ensució las botas al materializarme. Brisa que era lo único que escuchaba en la zona.
Ataviada con un bombín y un pañuelo para proteger mi rostro de la abrasiva arena, caminé a la población pasando por aquel letrero de madera colgante que tenía grabado en su centro “Colmado Dorado”. Decadente, como todo el pueblo.
Faltaba aún un rato para que cayera el sol sobre la ciudad. Por tanto, me dirigí a la taberna. Salón de la Rocamarilla, se llamaba el antro. Pero… ¿Por qué no entrar? Debía hacerlo. Todas las buenas historias comenzaban en las tabernas.
Abrí la puerta de vaivén. Ahí dentro, la arena ya no cortaba. Bajé el pañuelo que tapaba mi rostro hasta la nariz. Había bastante ambiente aquellas horas. La madera seca craqueaba a cada paso lento que daban mis botas sobre ella, víctima del paso de los años. Me aproximé al lado izquierdo de la sala, donde se encontraba la barra. El tabernero, un hombre de poco pelo, quemado por el sol y una barba gris prominente y descuidada, servía las bebidas que su nieta, una joven pecosa y rubia, con dos moños y de vestido encorsetado, transportaba apresurada a los muchos clientes del local. El único de todo el pueblo.
En la primera de ellas, había un hombre misterioso que bebía en cerveza en solitario. No alcanzaba a ver bien su rostro, sí la barba de tres días que llevaba. Se encontraba tapado por un sombrero de ala ancha que tapaba su rostro. Y parecía tener un cierto brazo metalizado. Jugaba a voltear un cuchillo. En cierto modo, me recordaba a mí.
En la segunda, la más apartada de todas, se encontraba un hombre delgado, con un chaleco a rombos, gafas y un bigote. Tenía un maletín abierto con algunos aeros. Y examinaba angustiosamente una hoja sobre la que hacía anotaciones. Se le notaba nervioso no sólo por el sudor, sino también por la prisa con la que bebía su cerveza. Como si tuviera que entregar algo que no tenía hecho. Parecía un contable, o quizás un banquero.
La tercera mesa la completaban un grupo de cuatro tahúres, de presencia cuestionable. Jugaban cartas sobre un tapete verde dispuesto en una mesa circular. - ¡Marybelle, trae más alcohol! – pidió uno de esos paletos con sombrero.
-¡Eso Marybelle! ¡Y tráeme también a mí! – gritó el de la cuarta, al tiempo que pegaba una cachetada en el trasero a la tabernera. Un viejo verde borracho que deliraba con cada mujer que entraba. Tenía una barba desgastada y un sombrero con cola de hombre bestia mapache en la cabeza. Sin duda se trataba de un vendedor de pieles. Probablemente dueño del caballo pinto amarrado fuera. A decir por el género que reposaba en el lomo de éste.
El tabernero sacó un trapo de debajo de la mesa y tras mojarlo limpió la suciedad que había en la barra. Con una sonrisa, me saludó. - ¡Bienvenida! ¡Yo soy Cherokee Bill! El abuelo que da nombre a este viejo lugar. Ya tenía ganas de una cara nueva por mi taberna. Y más de una cara tan bonita. ¿Qué le pongo, señora? - Apoyé los codos sobre la barra y me quité los guantes. Con la cabeza indiqué la botella de alcohol que tenía cerca. La cual no tardó en servir.
–Ron añejo de las Islas Illidenses. Perfecto con un plato fresco con el calor que hace. - El tipo trató de ser simpático pero se mostraba nervioso a la vez. No me parecía mal que mirara mis ballestas de mano enfundadas, la pesada a la espalda y todo mi equipamiento en general. – No es usted de por aquí, ¿verdad? – preguntó. Era común que los taberneros intentaran cotillear sobre sus huéspedes. Era su modo de vida. Pero yo ya era demasiado experta.
Me incorporé sobre mis codos cuan alta era. – No. – Confirmé sin más preámbulo dando un trago a la bebida.
-Entonces no le molestará que le pregunte qué hace usted por aquí. – inquirió.
¡Vaya! Se había decidido a ir al grano. Sí. Evidentemente no había venido desde tan lejos para tomar una jarra en un salón de mala muerte. Pero desde luego no iba a ser aquel barbudo con el ojo de cristal con el que compartiera mis causas y motivaciones.
-Sólo estoy de paso. – dije sin demasiada conversación. El tipo me miró con la ceja alzada mientras limpiaba un vaso. Miro a su alrededor y se acercó a mí.
-Já. Poca gente conozco que venga a Colmado Dorado de paso, si no es en busca de saquear el oro que tienen nuestras colinas. – Afirmó el tipo, sospechoso. – ¿No será otra de esos buscadores, verdad?
Torcí la boca y negué con la cabeza. Tenía oro de sobra para hacer una ciudad.
-Entonces, usted no está al tanto de las nuevas del pueblo. – dedujo con sorpresa. - Unos bandidos, llamados los Sheeran, se asientan en las colinas y atemorizan al pueblo desde hace semanas. – se acercó a mi, con los ojos saliéndose de sus órbitas. Al poco aparté la vista para seguir dando sorbos, más por obligación que por ganas de escuchar al tipo. – ¡Esos malditos pelirrojos asaltan los establecimientos, las caravanas que nos traen suministros y también roban el ganado! Y para colmo del Colmado Dorado, el enviado de la guardia de Roilkat no se atreve a hacer nada para evitarlo. – me examinó de nuevo. Qué pesado con las miraditas. – Usted que parece una mujer de armas tomar, ¿no podría hacer algo? Podría pagarle una buena suma de…
-Mire, señor Cherokee Bill. – interrumpí con voz ronca. Tomando la bebida. Ya que en la barra no podría disfrutar de ella sin que nadie me molestase, quizás fuera mejor irse a una mesa. – No soy el tipo de persona que viene a un pueblo de mala muerte a ganarse unos aeros. - Tomé el bombín y le hice una reverencia aborrecida. - Le deseo una buena suerte con su problema. – Y, me dispuse a dirigirme a la única mesa que quedaba libre, apoyé las botas sobre la mesa. Esperaba descansar tranquila antes de continuar mi búsqueda.
Desplazarse a caballo era el método habitual para los habitantes. Para mí, que detestaba los animales, eran más cómodas las estelas aéreas en las que me convertía. Así, aparecí en medio de la calle, acompañando una de esas corrientes que levantaban el polvo y la arena que me ensució las botas al materializarme. Brisa que era lo único que escuchaba en la zona.
Ataviada con un bombín y un pañuelo para proteger mi rostro de la abrasiva arena, caminé a la población pasando por aquel letrero de madera colgante que tenía grabado en su centro “Colmado Dorado”. Decadente, como todo el pueblo.
Faltaba aún un rato para que cayera el sol sobre la ciudad. Por tanto, me dirigí a la taberna. Salón de la Rocamarilla, se llamaba el antro. Pero… ¿Por qué no entrar? Debía hacerlo. Todas las buenas historias comenzaban en las tabernas.
Abrí la puerta de vaivén. Ahí dentro, la arena ya no cortaba. Bajé el pañuelo que tapaba mi rostro hasta la nariz. Había bastante ambiente aquellas horas. La madera seca craqueaba a cada paso lento que daban mis botas sobre ella, víctima del paso de los años. Me aproximé al lado izquierdo de la sala, donde se encontraba la barra. El tabernero, un hombre de poco pelo, quemado por el sol y una barba gris prominente y descuidada, servía las bebidas que su nieta, una joven pecosa y rubia, con dos moños y de vestido encorsetado, transportaba apresurada a los muchos clientes del local. El único de todo el pueblo.
En la primera de ellas, había un hombre misterioso que bebía en cerveza en solitario. No alcanzaba a ver bien su rostro, sí la barba de tres días que llevaba. Se encontraba tapado por un sombrero de ala ancha que tapaba su rostro. Y parecía tener un cierto brazo metalizado. Jugaba a voltear un cuchillo. En cierto modo, me recordaba a mí.
En la segunda, la más apartada de todas, se encontraba un hombre delgado, con un chaleco a rombos, gafas y un bigote. Tenía un maletín abierto con algunos aeros. Y examinaba angustiosamente una hoja sobre la que hacía anotaciones. Se le notaba nervioso no sólo por el sudor, sino también por la prisa con la que bebía su cerveza. Como si tuviera que entregar algo que no tenía hecho. Parecía un contable, o quizás un banquero.
La tercera mesa la completaban un grupo de cuatro tahúres, de presencia cuestionable. Jugaban cartas sobre un tapete verde dispuesto en una mesa circular. - ¡Marybelle, trae más alcohol! – pidió uno de esos paletos con sombrero.
-¡Eso Marybelle! ¡Y tráeme también a mí! – gritó el de la cuarta, al tiempo que pegaba una cachetada en el trasero a la tabernera. Un viejo verde borracho que deliraba con cada mujer que entraba. Tenía una barba desgastada y un sombrero con cola de hombre bestia mapache en la cabeza. Sin duda se trataba de un vendedor de pieles. Probablemente dueño del caballo pinto amarrado fuera. A decir por el género que reposaba en el lomo de éste.
El tabernero sacó un trapo de debajo de la mesa y tras mojarlo limpió la suciedad que había en la barra. Con una sonrisa, me saludó. - ¡Bienvenida! ¡Yo soy Cherokee Bill! El abuelo que da nombre a este viejo lugar. Ya tenía ganas de una cara nueva por mi taberna. Y más de una cara tan bonita. ¿Qué le pongo, señora? - Apoyé los codos sobre la barra y me quité los guantes. Con la cabeza indiqué la botella de alcohol que tenía cerca. La cual no tardó en servir.
–Ron añejo de las Islas Illidenses. Perfecto con un plato fresco con el calor que hace. - El tipo trató de ser simpático pero se mostraba nervioso a la vez. No me parecía mal que mirara mis ballestas de mano enfundadas, la pesada a la espalda y todo mi equipamiento en general. – No es usted de por aquí, ¿verdad? – preguntó. Era común que los taberneros intentaran cotillear sobre sus huéspedes. Era su modo de vida. Pero yo ya era demasiado experta.
Me incorporé sobre mis codos cuan alta era. – No. – Confirmé sin más preámbulo dando un trago a la bebida.
-Entonces no le molestará que le pregunte qué hace usted por aquí. – inquirió.
¡Vaya! Se había decidido a ir al grano. Sí. Evidentemente no había venido desde tan lejos para tomar una jarra en un salón de mala muerte. Pero desde luego no iba a ser aquel barbudo con el ojo de cristal con el que compartiera mis causas y motivaciones.
-Sólo estoy de paso. – dije sin demasiada conversación. El tipo me miró con la ceja alzada mientras limpiaba un vaso. Miro a su alrededor y se acercó a mí.
-Já. Poca gente conozco que venga a Colmado Dorado de paso, si no es en busca de saquear el oro que tienen nuestras colinas. – Afirmó el tipo, sospechoso. – ¿No será otra de esos buscadores, verdad?
Torcí la boca y negué con la cabeza. Tenía oro de sobra para hacer una ciudad.
-Entonces, usted no está al tanto de las nuevas del pueblo. – dedujo con sorpresa. - Unos bandidos, llamados los Sheeran, se asientan en las colinas y atemorizan al pueblo desde hace semanas. – se acercó a mi, con los ojos saliéndose de sus órbitas. Al poco aparté la vista para seguir dando sorbos, más por obligación que por ganas de escuchar al tipo. – ¡Esos malditos pelirrojos asaltan los establecimientos, las caravanas que nos traen suministros y también roban el ganado! Y para colmo del Colmado Dorado, el enviado de la guardia de Roilkat no se atreve a hacer nada para evitarlo. – me examinó de nuevo. Qué pesado con las miraditas. – Usted que parece una mujer de armas tomar, ¿no podría hacer algo? Podría pagarle una buena suma de…
-Mire, señor Cherokee Bill. – interrumpí con voz ronca. Tomando la bebida. Ya que en la barra no podría disfrutar de ella sin que nadie me molestase, quizás fuera mejor irse a una mesa. – No soy el tipo de persona que viene a un pueblo de mala muerte a ganarse unos aeros. - Tomé el bombín y le hice una reverencia aborrecida. - Le deseo una buena suerte con su problema. – Y, me dispuse a dirigirme a la única mesa que quedaba libre, apoyé las botas sobre la mesa. Esperaba descansar tranquila antes de continuar mi búsqueda.
Última edición por Anastasia Boisson el Vie Mayo 29 2020, 15:34, editado 1 vez
Anastasia Boisson
Honorable
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Re: Por un puñado de aeros [Privado] [Cerrado]
El camino lo había hecho sin compañía y le resultaba extraño. Justo en el momento en el que empezaban a confiar el uno en el otro, los Dioses le arrebataron a su fiel compañero. Al menos, se decía Sango, cayó en combate y quién sabe si un día se encontrarían otra vez, para una última batalla. Ben sonrió al pensar en ello y olvidó, por unos instantes el abrasador sol que le empujaba a caminar en busca de un refugio lo antes posible. Ben no desconocía el arenal, tampoco le era familiar, pero sabía lo justo para caminar por él y eso se lo debía a un aprendizaje forzado impartido por los nórgedos cuando marcharon hacia Lunargenta para devolver al Rey Siegfried al trono.
Se pasó la lengua por los labios y los humedeció ligeramente. Tuvo el impulso de llevarse la mano la cara, hacia la zona de la quemadura pero lo contuvo por poco, aún tenía reciente el haber dormido sobre ese lado de la cara y el haber tenido que despegarse del suelo como la corteza de un árbol todavía verde. A Ben le recorrió un escalofrío de solo pensar lo que había sufrido hacía, tan solo, dos noches. Hizo una mueca y se detuvo a observar el horizonte y para ello se llevó la mano a la frente para dar sombra a sus ojos. Estaba buscando algo en concreto y no tardó mucho. Sonrió satisfecho y siguió caminando, alterando la dirección que llevaba. Cuando había dado unos cien pasos dejó atrás una formación de rocas que formaban una evidente forma cóncava o de media luna que indicaba, según le habían contado, un camino que llevaba a algún lugar de interés, tal y como le habían contado. También le contaron que había muchas otras maneras de marcar caminos en el desierto, sobre todo en la zona de dunas, ya que estas cambiaban todo el rato.
- ¡Vaya! Estos nórgedos...- Dijo al cabo de, lo que estimaba a ojo, más de una campanada caminando. A lo lejos y pese al polvo que flotaba ayudado por la caliente y suave brisa que agudizaba los efectos del calor extremo.
Sus pasos no tardaron en llevarle hasta las primeras edificaciones y lo primero que hizo fue quedarse un rato en la sombra, limpiándose el sudor y recobrando el aliento. Hincó una rodilla y cogió arena del suelo, de la que había estado a la sombra, y la notó fresca, lo suficiente como para pasársela por las manos, de esta manera se le quedó pegado algo de humedad que luego se pasó a la frente.
- ¿Quién está ahí?- Escuchó Sango a su espalda. Ben se dió la vuelta y vio a una mujer que estaba amamantando a un niño. Ben se levantó y miró a la señora que daba dos pasos hacia atrás con una expresión de horror en el rostros.
Antes de que Ben pudiera presentarse la mujer salió corriendo sin emitir un solo ruido. Ben se asomó para ver hacia donde iba pero no la vio. Sango se encogió de hombros y supuso que la habría asustado la ampolla que tenía en el lado izquierdo de la cara. Tendría que vivir con reacciones así durante un tiempo, hasta que la piel volviera a su tono normal. Se resignó y buscó una taberna o cualquier sitio para tomar un trago y quitarse el sabor a arena de la boca. Era difícil, había letras en carteles, pero él no sabía qué era cada una. Se detuvo en el medio de la calle y observó los edificios. Se rascó la cabeza y caminó en dirección al que tenía más cerca y abrió la puerta.
- ¡NO! ¡Déjame! ¡Aléjate de nosotras!- Le gritó la mujer de antes. Ahora portaba un cuchillo en su mano derecha.
- Calma, señora... No pretendo hacerle ningún daño solo quiero saber dónde- el cuchillo voló hacia él y tuvo la buena suerte de que falló, por poco, pero falló. Ben se quedó en blanco mientras la mujer se tiraba al suelo con su hija cogida en brazos.- ...la, la taberna.- Ben miró a la izquierda y vio el cuchillo clavado en la pared y sin quitar la mirada de él, repitió.- ¿Hay alguna taberna?-
- Fuera, dos edificios más allá. La puerta no es como esta...- Dijo la mujer en tono serio y estudiándolo aun con desconfianza. Sango asintió y le devolvió la mirada.
- Gracias.- Cerró la puerta y aún conmocionado fue hacia donde le dijo señora.
Se plantó a unos seis o siete pasos de la puerta. Se escuchaban voces y sonidos de madera contra madera. El sonido del beber. Un sonido internacional. Asintió satisfecho y antes de entrar se sacudió la ropa. Se acercó a las puertas y empujó las hojas de la puerta que se tambalearon y crujieron cuando las dejó atrás. Si había algo de felicidad en el rostro de Sango se desvaneció en cuanto todas las miradas se posaron sobre él. Era normal que cuando entraba un desconocido, los lugareños se fijaran en él, pero en aquella gente había algo distinto. Ben trató de ignorar las miradas y caminó hacia el tabernero que pasaba lentamente un paño sobre la barra.
- Hola, ¿qué quiere tomar?- Dijo en tono seco y cortante aunque la mirada se le iba a la quemadura que tenía en la cara.
- Sidra.- Respondió Sango.
- No hay. Ron, vino, cerveza, o el destilado de la casa.- Respondió profesional. Sango hizo una mueca de lamento.
- Cerveza.- Dijo Sango al tiempo que se sentaba en un taburete.
El tabernero cogió una jarra y abrió la espita de un barril pequeño que tenía a la vista. Cuando la llenó caminó lentamente hacia Sango, pero no miraba hacia él sino detrás de él. Ben se puso nervioso pero la sed y las ganas de beber algo primaban sobre cualquier otro sentimiento. El tabernero posó con cuidado la jarra y Ben acercó las manos para cogerla pero el tabernero no la soltó. Y ya no hubo opción de salir.
- La escoria Sheeran no es bien recibida aquí.- Acto seguido y ante el asombro de Sango, le lanzó el contenido a la cara.
El alarido que soltó Sango bien podría haber salido de un dragón, pero era dolor traducido al lenguaje común. Ben se levantó y tratando de no tocar la parte quemada se sacudió como pudo la cerveza del rostro, pero era tarde, el daño estaba hecho. Aquella gente era hostil y debía responder. Mientras se movía, trató de desenvainar el hacha pero de repente alguien le lanzó al suelo y cayó bruces. Un sabor metálico apareció en su boca. Se giró y con el ojo derecho (el otro lo tenía entrecerrado) pudo ver que se arremolinaban sobre él y empezaron a patearle. Se giró y vio a una mujer. Ben no quería seguir sufriendo las patadas y decidió desvanecerse. Se llevó las manos a la quemadura y apretó con fuerzas.
El grito de dolor que salía de su interior se transformó en silencio.
Se pasó la lengua por los labios y los humedeció ligeramente. Tuvo el impulso de llevarse la mano la cara, hacia la zona de la quemadura pero lo contuvo por poco, aún tenía reciente el haber dormido sobre ese lado de la cara y el haber tenido que despegarse del suelo como la corteza de un árbol todavía verde. A Ben le recorrió un escalofrío de solo pensar lo que había sufrido hacía, tan solo, dos noches. Hizo una mueca y se detuvo a observar el horizonte y para ello se llevó la mano a la frente para dar sombra a sus ojos. Estaba buscando algo en concreto y no tardó mucho. Sonrió satisfecho y siguió caminando, alterando la dirección que llevaba. Cuando había dado unos cien pasos dejó atrás una formación de rocas que formaban una evidente forma cóncava o de media luna que indicaba, según le habían contado, un camino que llevaba a algún lugar de interés, tal y como le habían contado. También le contaron que había muchas otras maneras de marcar caminos en el desierto, sobre todo en la zona de dunas, ya que estas cambiaban todo el rato.
- ¡Vaya! Estos nórgedos...- Dijo al cabo de, lo que estimaba a ojo, más de una campanada caminando. A lo lejos y pese al polvo que flotaba ayudado por la caliente y suave brisa que agudizaba los efectos del calor extremo.
Sus pasos no tardaron en llevarle hasta las primeras edificaciones y lo primero que hizo fue quedarse un rato en la sombra, limpiándose el sudor y recobrando el aliento. Hincó una rodilla y cogió arena del suelo, de la que había estado a la sombra, y la notó fresca, lo suficiente como para pasársela por las manos, de esta manera se le quedó pegado algo de humedad que luego se pasó a la frente.
- ¿Quién está ahí?- Escuchó Sango a su espalda. Ben se dió la vuelta y vio a una mujer que estaba amamantando a un niño. Ben se levantó y miró a la señora que daba dos pasos hacia atrás con una expresión de horror en el rostros.
Antes de que Ben pudiera presentarse la mujer salió corriendo sin emitir un solo ruido. Ben se asomó para ver hacia donde iba pero no la vio. Sango se encogió de hombros y supuso que la habría asustado la ampolla que tenía en el lado izquierdo de la cara. Tendría que vivir con reacciones así durante un tiempo, hasta que la piel volviera a su tono normal. Se resignó y buscó una taberna o cualquier sitio para tomar un trago y quitarse el sabor a arena de la boca. Era difícil, había letras en carteles, pero él no sabía qué era cada una. Se detuvo en el medio de la calle y observó los edificios. Se rascó la cabeza y caminó en dirección al que tenía más cerca y abrió la puerta.
- ¡NO! ¡Déjame! ¡Aléjate de nosotras!- Le gritó la mujer de antes. Ahora portaba un cuchillo en su mano derecha.
- Calma, señora... No pretendo hacerle ningún daño solo quiero saber dónde- el cuchillo voló hacia él y tuvo la buena suerte de que falló, por poco, pero falló. Ben se quedó en blanco mientras la mujer se tiraba al suelo con su hija cogida en brazos.- ...la, la taberna.- Ben miró a la izquierda y vio el cuchillo clavado en la pared y sin quitar la mirada de él, repitió.- ¿Hay alguna taberna?-
- Fuera, dos edificios más allá. La puerta no es como esta...- Dijo la mujer en tono serio y estudiándolo aun con desconfianza. Sango asintió y le devolvió la mirada.
- Gracias.- Cerró la puerta y aún conmocionado fue hacia donde le dijo señora.
Se plantó a unos seis o siete pasos de la puerta. Se escuchaban voces y sonidos de madera contra madera. El sonido del beber. Un sonido internacional. Asintió satisfecho y antes de entrar se sacudió la ropa. Se acercó a las puertas y empujó las hojas de la puerta que se tambalearon y crujieron cuando las dejó atrás. Si había algo de felicidad en el rostro de Sango se desvaneció en cuanto todas las miradas se posaron sobre él. Era normal que cuando entraba un desconocido, los lugareños se fijaran en él, pero en aquella gente había algo distinto. Ben trató de ignorar las miradas y caminó hacia el tabernero que pasaba lentamente un paño sobre la barra.
- Hola, ¿qué quiere tomar?- Dijo en tono seco y cortante aunque la mirada se le iba a la quemadura que tenía en la cara.
- Sidra.- Respondió Sango.
- No hay. Ron, vino, cerveza, o el destilado de la casa.- Respondió profesional. Sango hizo una mueca de lamento.
- Cerveza.- Dijo Sango al tiempo que se sentaba en un taburete.
El tabernero cogió una jarra y abrió la espita de un barril pequeño que tenía a la vista. Cuando la llenó caminó lentamente hacia Sango, pero no miraba hacia él sino detrás de él. Ben se puso nervioso pero la sed y las ganas de beber algo primaban sobre cualquier otro sentimiento. El tabernero posó con cuidado la jarra y Ben acercó las manos para cogerla pero el tabernero no la soltó. Y ya no hubo opción de salir.
- La escoria Sheeran no es bien recibida aquí.- Acto seguido y ante el asombro de Sango, le lanzó el contenido a la cara.
El alarido que soltó Sango bien podría haber salido de un dragón, pero era dolor traducido al lenguaje común. Ben se levantó y tratando de no tocar la parte quemada se sacudió como pudo la cerveza del rostro, pero era tarde, el daño estaba hecho. Aquella gente era hostil y debía responder. Mientras se movía, trató de desenvainar el hacha pero de repente alguien le lanzó al suelo y cayó bruces. Un sabor metálico apareció en su boca. Se giró y con el ojo derecho (el otro lo tenía entrecerrado) pudo ver que se arremolinaban sobre él y empezaron a patearle. Se giró y vio a una mujer. Ben no quería seguir sufriendo las patadas y decidió desvanecerse. Se llevó las manos a la quemadura y apretó con fuerzas.
El grito de dolor que salía de su interior se transformó en silencio.
Sango
Héroe de Aerandir
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Re: Por un puñado de aeros [Privado] [Cerrado]
Saboreaba cada sorbo de ese ron. No es que fuera una maravilla, pero estando tan cansada del calor, cada trago eran nuevos ánimos para continuar mi búsqueda. Pronto comenzaría a atardecer y podría partir.
Todo parecía ir bien hasta que un nuevo cliente entró por la puerta y solicitó una bebida al tabernero. Ahí pude ver como las cosas se torcieron con todos los lugareños encorvándose hacia el recién llegado. Levanté la vista para echar un vistazo rápido a las reacciones. La mesa de los tahúres se olvidó de las cartas y comenzó a cuchichear. El que parecía un contable se giró con mucho miedo, tratando de ser invisible. El borracho de las pieles comenzó con los gritos y el solitario… El solitario observaba la escena tan escéptico como yo.
La tensión se desató cuando el tabernero volcó la bebida sobre el joven y lo acusó de ser un Sheeran. Esto animó a los tahúres y al borracho a levantarse de sus mesas en busca de gresca. Pronto lo tiraron al suelo y comenzaron a propinarle patadas. Marybelle se llevó las manos a la boca asustada pero sin amagar intervenir. El contable huyó, y yo intercambié miradas con el ballestero inmóvil. El único que aún no se había levantado.
Esperé unos instantes. No era ninguna heroína, pero tampoco podía permanecer impávida mientras golpeaban a alguien indefenso sobre el suelo. Incluso aunque fuera escoria. Así que viendo que no se detenían y que lo iban a matar allí mismo, decidí intervenir. Me levanté y me dirigí con tranquilidad para detener aquella bronca.
-Ya vale. Está bien. – pedí, llegando a su posición y empujando a la gente para que se detuvieran. No tenía mucha fuerza, pero conseguí disuadir a la gente que empujaba. Conseguí que se deshiciera el corrillo. Algunos parecía que incluso disfrutaban de ello. Pegué una patada a su hacha en el suelo, para mandarlo lejos, por precaución. Me arrodillé entonces, contemplando su deplorable estado. Lamentablemente para él, no tenía muchos conocimientos de medicina. Así que hice un gesto a Marybelle para pedir alcohol para desinfectar las heridas.
-¡Es un Sheeran! Este desgraciado merece todo lo que le pase y más. – protestó uno de los tahúres. – Deberíamos partirle su cara estúpida cara pelirrojo.
-¿Dónde están las pieles que me robasteis, cabrones? – pedía el del sombrero de mapache. - ¡Que alguien llame al guardia!
Obviando los improperios de los campesinos, me fijé en los ojos del joven. Acostumbrada a los interrogatorios, sabía que los ojos expresaban incluso más que las palabras. Y en el caso del chico, por la cara de incredulidad que parecía tener, me daba la sensación de que simplemente era un tipo pelirrojo que pasaba por allí. Como yo. Tendría que ser estúpido para ser un Sheeran y pasarse por allí a pedir bebida. Pero los lugareños parecían convencidos de que pertenecía a la banda. Antes de tomar una decisión, le dejaría hablar.
-Silencio. – sentencié al momento de terminar de desinfectar las heridas. - Si verdaderamente es un Sheeran, tenéis mi palabra de que se lo haré pagar. – y envié una mirada fría al joven, esperando a que se levantara. No hice el atisbo de ayudarle y me crucé de brazos mirándolo con cara de pocos amigos. Era mi forma de ser, y el chico podía dar gracias que había evitado que lo masacraran allí mismo. – Habla, chico. ¿Qué puedes decir en tu defensa?
No sé muy bien por qué tendí la vista de nuevo sobre la mesa del ballestero sin nombre, pero pude ver que ya no estaba allí en su mesa. Y la puerta de vaivén giraba atrás y adelante. Extraño, cuanto menos.
Un instante después, un chillido femenino fuera llevó fuera del salón los acontecimientos principales. Corrí obviando al presunto Sheeran y abrí con fuerza la puerta de Vaivén.
Un caballo galopaba y relinchaba a lo lejos, levantando una nube de polvo que hacía imposible distinguir a su jinete. Sobre la arena, yacía el cuerpo del contable, en medio de la calle, a pocos metros del salón. Su sangre teñía de rojo la arena. Había recibido un disparo de ballesta en la cabeza y sus papeles volaban al viento.
-¡Lo han matado! ¡Lo han matado! – gritaba una mujer en pánico, de rodillas en la arena. Con un niño en sus brazos. - ¡No he podido verlo! ¡Lo siento!
Todo parecía ir bien hasta que un nuevo cliente entró por la puerta y solicitó una bebida al tabernero. Ahí pude ver como las cosas se torcieron con todos los lugareños encorvándose hacia el recién llegado. Levanté la vista para echar un vistazo rápido a las reacciones. La mesa de los tahúres se olvidó de las cartas y comenzó a cuchichear. El que parecía un contable se giró con mucho miedo, tratando de ser invisible. El borracho de las pieles comenzó con los gritos y el solitario… El solitario observaba la escena tan escéptico como yo.
La tensión se desató cuando el tabernero volcó la bebida sobre el joven y lo acusó de ser un Sheeran. Esto animó a los tahúres y al borracho a levantarse de sus mesas en busca de gresca. Pronto lo tiraron al suelo y comenzaron a propinarle patadas. Marybelle se llevó las manos a la boca asustada pero sin amagar intervenir. El contable huyó, y yo intercambié miradas con el ballestero inmóvil. El único que aún no se había levantado.
Esperé unos instantes. No era ninguna heroína, pero tampoco podía permanecer impávida mientras golpeaban a alguien indefenso sobre el suelo. Incluso aunque fuera escoria. Así que viendo que no se detenían y que lo iban a matar allí mismo, decidí intervenir. Me levanté y me dirigí con tranquilidad para detener aquella bronca.
-Ya vale. Está bien. – pedí, llegando a su posición y empujando a la gente para que se detuvieran. No tenía mucha fuerza, pero conseguí disuadir a la gente que empujaba. Conseguí que se deshiciera el corrillo. Algunos parecía que incluso disfrutaban de ello. Pegué una patada a su hacha en el suelo, para mandarlo lejos, por precaución. Me arrodillé entonces, contemplando su deplorable estado. Lamentablemente para él, no tenía muchos conocimientos de medicina. Así que hice un gesto a Marybelle para pedir alcohol para desinfectar las heridas.
-¡Es un Sheeran! Este desgraciado merece todo lo que le pase y más. – protestó uno de los tahúres. – Deberíamos partirle su cara estúpida cara pelirrojo.
-¿Dónde están las pieles que me robasteis, cabrones? – pedía el del sombrero de mapache. - ¡Que alguien llame al guardia!
Obviando los improperios de los campesinos, me fijé en los ojos del joven. Acostumbrada a los interrogatorios, sabía que los ojos expresaban incluso más que las palabras. Y en el caso del chico, por la cara de incredulidad que parecía tener, me daba la sensación de que simplemente era un tipo pelirrojo que pasaba por allí. Como yo. Tendría que ser estúpido para ser un Sheeran y pasarse por allí a pedir bebida. Pero los lugareños parecían convencidos de que pertenecía a la banda. Antes de tomar una decisión, le dejaría hablar.
-Silencio. – sentencié al momento de terminar de desinfectar las heridas. - Si verdaderamente es un Sheeran, tenéis mi palabra de que se lo haré pagar. – y envié una mirada fría al joven, esperando a que se levantara. No hice el atisbo de ayudarle y me crucé de brazos mirándolo con cara de pocos amigos. Era mi forma de ser, y el chico podía dar gracias que había evitado que lo masacraran allí mismo. – Habla, chico. ¿Qué puedes decir en tu defensa?
No sé muy bien por qué tendí la vista de nuevo sobre la mesa del ballestero sin nombre, pero pude ver que ya no estaba allí en su mesa. Y la puerta de vaivén giraba atrás y adelante. Extraño, cuanto menos.
Un instante después, un chillido femenino fuera llevó fuera del salón los acontecimientos principales. Corrí obviando al presunto Sheeran y abrí con fuerza la puerta de Vaivén.
Un caballo galopaba y relinchaba a lo lejos, levantando una nube de polvo que hacía imposible distinguir a su jinete. Sobre la arena, yacía el cuerpo del contable, en medio de la calle, a pocos metros del salón. Su sangre teñía de rojo la arena. Había recibido un disparo de ballesta en la cabeza y sus papeles volaban al viento.
-¡Lo han matado! ¡Lo han matado! – gritaba una mujer en pánico, de rodillas en la arena. Con un niño en sus brazos. - ¡No he podido verlo! ¡Lo siento!
Anastasia Boisson
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No había durado mucho el desvanecimiento, y las patadas siguieron sacudiéndole mientras él se encogía más sobre sí mismo. Era curioso pero los golpes nunca acertaban en el mismo sitio que el golpe anterior. De repente pararon los golpes y en ese mismo instante sintió alivio que poco a poco fue dando paso al dolor. Con un gemido se giró y quedó boca arriba. Movió la mandíbula inferior, ¿cómo habían podido golpearle en la cara? A su alrededor llegaba un coro de voces, parecían lejanas pero las figuras estaban allí, a su lado, ¡por todos los Dioses, le acababan de machacar!
- ¿Dó, Dónde...?- Acertó a decir y miró a su alrededor.
Levantarse fue una tarea complicada. Primero se apoyó sobre un brazo y quedó recostado en el suelo. Allí sacudió la cabeza y acto seguido se giró para quedar de rodillas. Cuando alzó la mirada unos brazos cruzados le impedían ver quien estaba más allá así que decidió levantarse por completo.
- ¡Qué digas quien eres y qué quieres de nosotros!- Chilló uno tras él.
Sango consiguió levantar la pierna izquierda y se apoyó sobre ella para descansar. La espada, ahora, colgaba cómodamente de ese lado. Solo por si acaso. Sacó fuerzas y consiguió alzarse y cuando estuvo sobre los dos pies se tambaleó. Alzó las manos para que no se acercaran y los observó a todos. Tragó saliva con un claro sabor metálico.
- Soy Ben, de Lunargenta.- Hizo una pausa y se llevó el puño derecho al pecho e hizo una pequeña reverencia con la cabeza.- Pero me podéis llamar Sango. Y no, no soy un servan.- Y no le dio tiempo a más.
El grito que vino de fuera los sacó a todos de la taberna, a todos menos a Sango y una joven que estaba clavada en el otro extremo de la taberna. Ben la miró y ella a él. Sango trató de sonreír pero fue incapaz, le dolía la cara. Soltó todo el aire que tenía dentro y decidió hablarle.
-¿Qué es un... servan o sertan o como sea?- Preguntó Sango.- ¿Por qué me han atacado? Bueno...- Ben parecía haber encontrado una cadencia de respiración que minimizaba el dolor.
La chica no tenía la intención de hablar así que decidió seguir al resto no sin antes ir a recoger el hacha que estaba tirada en el suelo. Agacharse y volver a levantarse fue toda una azaña pero se sintió satisfecho de haberlo conseguido. Colgó el hacha del gancho y se ciñó el cinturón. No se sentía muy bien y seguramente tendría que echar mano de una pasta que compró tiempo atrás. Pero necesitaría ayuda. Ben sacudió la cabeza y abrió las puertas para salir al exterior.
- Por todos los Dioses...- Sango se abrió paso entre los atemorizados borrachos que la habían dado una paliza y se acercó cuerpo más que nadie y le echó un rápido vistazo, luego se giró.
- A ver... Traed una carreta o algo para mover a este pobre hombre...- Dijo con la boca pastosa. Se limpió los labios con el dorso de la mano.- ¡Venga! ¿O es que queréis dejar que se pudra aquí en medio?- Apremió a que alguien reaccionara.
Se volvió a girar hacia el muerto y esta vez se agachó delante de él. No era la primera vez que iba a hacer aquello y seguramente no sería la última. Con la mano izquierda sujetó la cabeza del hombre y con la derecha agarró la flecha y tanteó.
- ¿Qué vas a ha...?- La mujer con el niño, que seguía allí tirada, reprimió un grito cuando Sango tiró de la flecha y la sacó de la cabeza de aquel hombre.
Sango la estudió unos instantes. Lo justo para que un trozo de cerebro que se había quedado pegada a la flecha cayera al suelo. Ben recordaba haber hecho aquello mismo pero con una flecha, cuando aún servía en la guardia de Lunargenta. El virote salió con mucha mayor facilidad que la flecha, también podría deberse al lugar en la que estaban una y otra.
- Parece un virote...- Dijo mientras intentaba levantarse. Cosa que no consiguió a la primera, pero sí a la segunda. Tenía que aplicarse el ungüento o el dolor le duraría días.
- ¿Podría alguien contarme lo que pasa?- Preguntó en voz alta. Tras unos instantes de reflexión soltó aire una vez más antes de hablar.- No os guardo rencor, un error... En fin, puedo tratar de ayudaros si lo pedís.- Echó a andar hacia la taberna y con la mano derecha rebuscó en uno de los bolsillos un pequeño tarro de metal con unas lineas rojas.
- Mira que confundirme con un servan...- Murmuró entre dientes sin darse cuenta de que pasó a la altura de la otra mujer. Al encontrar el frasco volvió a hablar.- Voy a necesitar vuestra ayuda con estas heridas.- Levantó el tarro y siguió su camino hacia la taberna.- ¡Y algo de beber, por los Dioses!-
Pese a todo, la taberna resultaba un cambio agradable con respecto al exterior. Se sentó en la primera mesa que tuvo a mano y sobre ella puso el virote y el frasco. Se fijó en que la muchacha no estaba allí y chasqueó la lengua. Ya se preocuparía de aplicarse la pasta en la espalda, lo peor estaba en los costados. Sango se quitó el cuello y empezó desabotonar la ropa.
Un cuchillo volador, una paliza y luego un asesinato no era la mejor bienvenida, pensó, pero aún así era su deber para con aquellas personas ayudarlas en todo lo que estuviera en su mano. Bien sabía cómo se comportaban las personas cuando tenían miedo y no las culpaba por ello.
Había que ir a la raíz del problema y destruirlo.
- ¿Dó, Dónde...?- Acertó a decir y miró a su alrededor.
Levantarse fue una tarea complicada. Primero se apoyó sobre un brazo y quedó recostado en el suelo. Allí sacudió la cabeza y acto seguido se giró para quedar de rodillas. Cuando alzó la mirada unos brazos cruzados le impedían ver quien estaba más allá así que decidió levantarse por completo.
- ¡Qué digas quien eres y qué quieres de nosotros!- Chilló uno tras él.
Sango consiguió levantar la pierna izquierda y se apoyó sobre ella para descansar. La espada, ahora, colgaba cómodamente de ese lado. Solo por si acaso. Sacó fuerzas y consiguió alzarse y cuando estuvo sobre los dos pies se tambaleó. Alzó las manos para que no se acercaran y los observó a todos. Tragó saliva con un claro sabor metálico.
- Soy Ben, de Lunargenta.- Hizo una pausa y se llevó el puño derecho al pecho e hizo una pequeña reverencia con la cabeza.- Pero me podéis llamar Sango. Y no, no soy un servan.- Y no le dio tiempo a más.
El grito que vino de fuera los sacó a todos de la taberna, a todos menos a Sango y una joven que estaba clavada en el otro extremo de la taberna. Ben la miró y ella a él. Sango trató de sonreír pero fue incapaz, le dolía la cara. Soltó todo el aire que tenía dentro y decidió hablarle.
-¿Qué es un... servan o sertan o como sea?- Preguntó Sango.- ¿Por qué me han atacado? Bueno...- Ben parecía haber encontrado una cadencia de respiración que minimizaba el dolor.
La chica no tenía la intención de hablar así que decidió seguir al resto no sin antes ir a recoger el hacha que estaba tirada en el suelo. Agacharse y volver a levantarse fue toda una azaña pero se sintió satisfecho de haberlo conseguido. Colgó el hacha del gancho y se ciñó el cinturón. No se sentía muy bien y seguramente tendría que echar mano de una pasta que compró tiempo atrás. Pero necesitaría ayuda. Ben sacudió la cabeza y abrió las puertas para salir al exterior.
- Por todos los Dioses...- Sango se abrió paso entre los atemorizados borrachos que la habían dado una paliza y se acercó cuerpo más que nadie y le echó un rápido vistazo, luego se giró.
- A ver... Traed una carreta o algo para mover a este pobre hombre...- Dijo con la boca pastosa. Se limpió los labios con el dorso de la mano.- ¡Venga! ¿O es que queréis dejar que se pudra aquí en medio?- Apremió a que alguien reaccionara.
Se volvió a girar hacia el muerto y esta vez se agachó delante de él. No era la primera vez que iba a hacer aquello y seguramente no sería la última. Con la mano izquierda sujetó la cabeza del hombre y con la derecha agarró la flecha y tanteó.
- ¿Qué vas a ha...?- La mujer con el niño, que seguía allí tirada, reprimió un grito cuando Sango tiró de la flecha y la sacó de la cabeza de aquel hombre.
Sango la estudió unos instantes. Lo justo para que un trozo de cerebro que se había quedado pegada a la flecha cayera al suelo. Ben recordaba haber hecho aquello mismo pero con una flecha, cuando aún servía en la guardia de Lunargenta. El virote salió con mucha mayor facilidad que la flecha, también podría deberse al lugar en la que estaban una y otra.
- Parece un virote...- Dijo mientras intentaba levantarse. Cosa que no consiguió a la primera, pero sí a la segunda. Tenía que aplicarse el ungüento o el dolor le duraría días.
- ¿Podría alguien contarme lo que pasa?- Preguntó en voz alta. Tras unos instantes de reflexión soltó aire una vez más antes de hablar.- No os guardo rencor, un error... En fin, puedo tratar de ayudaros si lo pedís.- Echó a andar hacia la taberna y con la mano derecha rebuscó en uno de los bolsillos un pequeño tarro de metal con unas lineas rojas.
- Mira que confundirme con un servan...- Murmuró entre dientes sin darse cuenta de que pasó a la altura de la otra mujer. Al encontrar el frasco volvió a hablar.- Voy a necesitar vuestra ayuda con estas heridas.- Levantó el tarro y siguió su camino hacia la taberna.- ¡Y algo de beber, por los Dioses!-
Pese a todo, la taberna resultaba un cambio agradable con respecto al exterior. Se sentó en la primera mesa que tuvo a mano y sobre ella puso el virote y el frasco. Se fijó en que la muchacha no estaba allí y chasqueó la lengua. Ya se preocuparía de aplicarse la pasta en la espalda, lo peor estaba en los costados. Sango se quitó el cuello y empezó desabotonar la ropa.
Un cuchillo volador, una paliza y luego un asesinato no era la mejor bienvenida, pensó, pero aún así era su deber para con aquellas personas ayudarlas en todo lo que estuviera en su mano. Bien sabía cómo se comportaban las personas cuando tenían miedo y no las culpaba por ello.
Había que ir a la raíz del problema y destruirlo.
Sango
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Re: Por un puñado de aeros [Privado] [Cerrado]
Me crucé de brazos y suspiré. El caballo estaba ya muy lejos y el sol me cegaba por completo. El crimen ya era la noticia del día en Colmado Dorado y yo no buscaba ser la protagonista ni mancharme las manos, así que me abstraje de la escena y me apoyé contra la pared del saloon. El guardia, un hombre con sombrero y bigote hasta las cejas, llegaba para preguntar a los testigos. El amnistiado Sango había pedido que recogieran aquel cadáver al tiempo que se agachaba a extraer el virote del cerebro del tipo. No tardó en llegar la pedida carreta para llevarse el cadáver al cementerio. Incluso un cura llegó y rezó a la arena en la que había sido asesinado.
Costumbres de catetos. No tardé en averiguar que la taberna era el mejor sitio de aquel antro. Observé que el tal Sango también había entrado y con algo que despertaba mi curiosidad. Mientras Marybelle acudía a su llamada de auxilio para sanar sus heridas, me acerqué a su mesa y le eché una rápida mirada de reojo. Sin decir nada, tomé el virote que había dejado sobre la mesa y lo examiné. Siendo una cazadora con ballestas, conocía de sobra todos los productos que ofrecía el mercado.
La punta era de acero. En concreto, el casquillo grabado relejaba el símbolo de la compañía Payne, una marca reconocida de Lunargenta. La calidad del acero de Payne era buena. Incluso habíamos tenido un contrato de proveedor con ellos alguna vez, ya que también tenían virotes de punta de plata. La ballesta portadora de aquel tamaño de flecha era de 25 cm de cañón y seis disparos. ¡Todo un clásico! Su portador tenía buen gusto para las armas.
En cualquier caso, utilizar una marca tan cara no estaba al alcance de cualquiera. Además, no había necesidad de tanta calidad para asaltar un pueblo de paletos en el desierto. Los Sheeran no eran forajidos comunes.
Me encontraba totalmente ensimismada analizando el objeto cuando Cherokee Bill me interrumpió.
-¿Saca algo en conclusión, madame? – preguntó con educación con su molesto bigote demasiado cerca de mí.
-Conozco estos virotes. – comenté dando vueltas al mismo, sin quitar la vista de él. – Puede que mi viaje hasta aquí haya servido para algo. – indiqué, con cierto misterio, sin entrar en mayor detalle o información. Luego miré al tipo, a los ojos. – Dígame, ¿dónde está la guarida de los Sheeran?
El hombre puso una mirada de sorpresa. Marybelle hizo lo propio y dejó de atender las heridas de Sango cuando me escuchó decir.
-Buf... A tres o cuatro horas a pie de aquí. – Lo que reflejaba que llegaría al lugar ya de noche. - Tras lo que llamamos el desierto de los Escorpiones Gigantes. – Alcé una ceja, curioso nombre para un desierto. – Más allá, hay un mar de dunas que ya es territorio Sheeran, y al fondo, verá unos acantilados. Allí está su guarida. – El tipo miró al suelo.
-Bien. – repliqué autoabasteciéndome de un par de botellas para sobrellevar el calor y rellenando mi cantimplora. No me dijo nada. Era lo menos que pedía por quitarles un problema.
-Pero… ¿Va a ir sola? – preguntó asustado. Por supuesto que pensaba hacerlo. No le respondí porque ni siquiera hacía falta decirlo. Continué comprobando que mi equipamiento, ballestas pistola, bombas, y ballesta de caza estaban listos. - No creo que esa sea una buena idea… - bajó el tono de voz y miró a la mesa, a donde estaba Sango. – Quizás el joven pueda acompañaros. Así se ha ofrecido antes. – Le volví a mirar de reojo, esta vez con cara de pocos amigos. ¡Lo que me faltaba! Hacer de niñera de un tipo que ni siquiera había podido defenderse de una panda de borrachos. – Podría ayudarla.
-¿Ayudarme? ¿A mi? – ¡Já! No pude evitar torcer el labio y sacar media sonrisa irónica, negando con la cabeza de incredulidad. – Trabajo sola. - ¿A quién iba a ayudar un tipo que ni siquiera había podido defenderse de una panda de borrachos en una taberna? Seguí a lo mío, tomando el bombín. – Buenas tardes.
Y así me dispuse a salir fuera e iniciar el camino a través de la arena del pueblo. Podría haber tomado un caballo para tardar menos, pero no sabía y ciertamente odiaba montar a caballo. Bueno, más bien a los animales, en general.
Costumbres de catetos. No tardé en averiguar que la taberna era el mejor sitio de aquel antro. Observé que el tal Sango también había entrado y con algo que despertaba mi curiosidad. Mientras Marybelle acudía a su llamada de auxilio para sanar sus heridas, me acerqué a su mesa y le eché una rápida mirada de reojo. Sin decir nada, tomé el virote que había dejado sobre la mesa y lo examiné. Siendo una cazadora con ballestas, conocía de sobra todos los productos que ofrecía el mercado.
La punta era de acero. En concreto, el casquillo grabado relejaba el símbolo de la compañía Payne, una marca reconocida de Lunargenta. La calidad del acero de Payne era buena. Incluso habíamos tenido un contrato de proveedor con ellos alguna vez, ya que también tenían virotes de punta de plata. La ballesta portadora de aquel tamaño de flecha era de 25 cm de cañón y seis disparos. ¡Todo un clásico! Su portador tenía buen gusto para las armas.
En cualquier caso, utilizar una marca tan cara no estaba al alcance de cualquiera. Además, no había necesidad de tanta calidad para asaltar un pueblo de paletos en el desierto. Los Sheeran no eran forajidos comunes.
Me encontraba totalmente ensimismada analizando el objeto cuando Cherokee Bill me interrumpió.
-¿Saca algo en conclusión, madame? – preguntó con educación con su molesto bigote demasiado cerca de mí.
-Conozco estos virotes. – comenté dando vueltas al mismo, sin quitar la vista de él. – Puede que mi viaje hasta aquí haya servido para algo. – indiqué, con cierto misterio, sin entrar en mayor detalle o información. Luego miré al tipo, a los ojos. – Dígame, ¿dónde está la guarida de los Sheeran?
El hombre puso una mirada de sorpresa. Marybelle hizo lo propio y dejó de atender las heridas de Sango cuando me escuchó decir.
-Buf... A tres o cuatro horas a pie de aquí. – Lo que reflejaba que llegaría al lugar ya de noche. - Tras lo que llamamos el desierto de los Escorpiones Gigantes. – Alcé una ceja, curioso nombre para un desierto. – Más allá, hay un mar de dunas que ya es territorio Sheeran, y al fondo, verá unos acantilados. Allí está su guarida. – El tipo miró al suelo.
-Bien. – repliqué autoabasteciéndome de un par de botellas para sobrellevar el calor y rellenando mi cantimplora. No me dijo nada. Era lo menos que pedía por quitarles un problema.
-Pero… ¿Va a ir sola? – preguntó asustado. Por supuesto que pensaba hacerlo. No le respondí porque ni siquiera hacía falta decirlo. Continué comprobando que mi equipamiento, ballestas pistola, bombas, y ballesta de caza estaban listos. - No creo que esa sea una buena idea… - bajó el tono de voz y miró a la mesa, a donde estaba Sango. – Quizás el joven pueda acompañaros. Así se ha ofrecido antes. – Le volví a mirar de reojo, esta vez con cara de pocos amigos. ¡Lo que me faltaba! Hacer de niñera de un tipo que ni siquiera había podido defenderse de una panda de borrachos. – Podría ayudarla.
-¿Ayudarme? ¿A mi? – ¡Já! No pude evitar torcer el labio y sacar media sonrisa irónica, negando con la cabeza de incredulidad. – Trabajo sola. - ¿A quién iba a ayudar un tipo que ni siquiera había podido defenderse de una panda de borrachos en una taberna? Seguí a lo mío, tomando el bombín. – Buenas tardes.
Y así me dispuse a salir fuera e iniciar el camino a través de la arena del pueblo. Podría haber tomado un caballo para tardar menos, pero no sabía y ciertamente odiaba montar a caballo. Bueno, más bien a los animales, en general.
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Re: Por un puñado de aeros [Privado] [Cerrado]
La moza de la taberna apareció al instante y Sango con un gesto le pidió ayuda. Seguía desconfiando de él, no obstante, las cosas empezaban a calmarse.
- Mira, tienes que coger una cantidad generosa y esparcerla por la espalda, frota hasta que desaparezca y espero que vaya todo bien.- Dijo Sango al tiempo que metía la mano en el bote y sacaba una generosa cantidad que empezó a echarse por todo el cuerpo (1).
La mujer que le había hablado antes entró y le observó un breve instante, pero fue directa a recoger el virote. Sango fue a replicar pero la moza le había aplicado demasiada presión en el costado y Ben reprimió un alarido. El tabernero le echó un rápido vistazo y se fue a hablar con la mujer, que estudiaba el virote con meticulosidad.
- Ya...- Susurró a su espalda la moza y se detuvo al instante.
- Gracias.- Dijo Sango con la respiración entrecortada, consecuencia del efecto inmediato de la pasta.
Sango empezó a hacer ejercicios con los brazos, ajeno al resto de la taberna, y para su sorpresa, ya no le dolía nada. Sonrió aliviado y se subió los pantalones y se quitó las botas. Rebañó lo que quedaba en el bote y se lo aplicó a pies y piernas. El alivio que sintió fue como un regalo de los Dioses y por ello dio las gracias en silencio. Ben estaba pletórico y sin dolor se sentía renovado con fuerzas. Volvió a ponerse las botas y mientras escuchaba la conversación.
- Quizás el joven pueda acompañaros. Así se ha ofrecido antes.- Dijo el tabernero mirando a Sango que estaba terminando de atarse los cordones de la bota derecha. Acto seguido se bajó las perneras para escuchar como la mujer rechazaba su ayuda. Ben se puso en pie y contempló la mujer que cogía una sombrero de una mesa.
- Por lo que veo también quiere morir sola.- Dijo Sango mientras cogía el resto de prendas. Acto seguido se las puso y estudió a la mujer por primera vez. Se fijó en el que tabernero daba un paso atrás.
- Tenga un poco de sentido común, ¿sabe la cantidad de bestias que merodean por este desierto? Y en las dunas no hay refugio posible, si le llegan a atacar...- Se ajustó la capa a la espalda regulando las cinchas de cuero. Cuando estuvo satisfecho dio un paso al frente. - No hay nadie que se haya enfrentado a un grupo de kags (2) y haya sobrevivido para contarlo. Y muchos pueblos del desierto cuentan historias sobre bestias enterradas que devoran todo a su paso y que son más grandes que los dragones (3).- Hizo una pausa y miró al tabernero para confirmar sus sospechas. Dio otro paso hacia la mujer.
Tenía que saber dónde estaba ese grupo hostil y tenía que investigar el asesinato que se había producido a tan solo unos pasos de él. La amenaza que se cernía sobre aquellas buenas gentes no podía quedar sin castigo y Sango se propuso dar una solución.
- Además, estoy en deuda con vos por parar la... agresión.- Miró al tabernero y este le mantuvo la mirada tan solo unos instantes. Ben volvió a posar los ojos en la mujer, tratando de olvidar el suceso.- Sinceramente, no me gustaría que una persona buena abandonara este mundo de manera prematura.-Ben se cuadró ante la mujer. Tanto si le gustaba como si no, si ella decidía ayudar a aquella gente, él la seguiría de manera incondicional.
Se lo debía.
- Mira, tienes que coger una cantidad generosa y esparcerla por la espalda, frota hasta que desaparezca y espero que vaya todo bien.- Dijo Sango al tiempo que metía la mano en el bote y sacaba una generosa cantidad que empezó a echarse por todo el cuerpo (1).
La mujer que le había hablado antes entró y le observó un breve instante, pero fue directa a recoger el virote. Sango fue a replicar pero la moza le había aplicado demasiada presión en el costado y Ben reprimió un alarido. El tabernero le echó un rápido vistazo y se fue a hablar con la mujer, que estudiaba el virote con meticulosidad.
- Ya...- Susurró a su espalda la moza y se detuvo al instante.
- Gracias.- Dijo Sango con la respiración entrecortada, consecuencia del efecto inmediato de la pasta.
Sango empezó a hacer ejercicios con los brazos, ajeno al resto de la taberna, y para su sorpresa, ya no le dolía nada. Sonrió aliviado y se subió los pantalones y se quitó las botas. Rebañó lo que quedaba en el bote y se lo aplicó a pies y piernas. El alivio que sintió fue como un regalo de los Dioses y por ello dio las gracias en silencio. Ben estaba pletórico y sin dolor se sentía renovado con fuerzas. Volvió a ponerse las botas y mientras escuchaba la conversación.
- Quizás el joven pueda acompañaros. Así se ha ofrecido antes.- Dijo el tabernero mirando a Sango que estaba terminando de atarse los cordones de la bota derecha. Acto seguido se bajó las perneras para escuchar como la mujer rechazaba su ayuda. Ben se puso en pie y contempló la mujer que cogía una sombrero de una mesa.
- Por lo que veo también quiere morir sola.- Dijo Sango mientras cogía el resto de prendas. Acto seguido se las puso y estudió a la mujer por primera vez. Se fijó en el que tabernero daba un paso atrás.
- Tenga un poco de sentido común, ¿sabe la cantidad de bestias que merodean por este desierto? Y en las dunas no hay refugio posible, si le llegan a atacar...- Se ajustó la capa a la espalda regulando las cinchas de cuero. Cuando estuvo satisfecho dio un paso al frente. - No hay nadie que se haya enfrentado a un grupo de kags (2) y haya sobrevivido para contarlo. Y muchos pueblos del desierto cuentan historias sobre bestias enterradas que devoran todo a su paso y que son más grandes que los dragones (3).- Hizo una pausa y miró al tabernero para confirmar sus sospechas. Dio otro paso hacia la mujer.
Tenía que saber dónde estaba ese grupo hostil y tenía que investigar el asesinato que se había producido a tan solo unos pasos de él. La amenaza que se cernía sobre aquellas buenas gentes no podía quedar sin castigo y Sango se propuso dar una solución.
- Además, estoy en deuda con vos por parar la... agresión.- Miró al tabernero y este le mantuvo la mirada tan solo unos instantes. Ben volvió a posar los ojos en la mujer, tratando de olvidar el suceso.- Sinceramente, no me gustaría que una persona buena abandonara este mundo de manera prematura.-Ben se cuadró ante la mujer. Tanto si le gustaba como si no, si ella decidía ayudar a aquella gente, él la seguiría de manera incondicional.
Se lo debía.
- Spoiler:
- (1) Uso de Pasta de alivio concentrada (creada por Níniel Thenidiel) -[Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]- Y ahora que me fijo... que casualidad que hayamos comprado en el mismo turno, ¿casualidad? xD
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Sango
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Re: Por un puñado de aeros [Privado] [Cerrado]
Sango insistió en venir y me detuve tras tomar una de las puertas de la taberna. Agaché la cabeza para escuchar sin mirar a nadie. En principio en ligera señal de frustración por la pérdida de tiempo. ¿Morir? ¿Yo? Que me había enfrentado a grandes vampiros, incluso a extraterrestres exterminadores de planetas. Casi me saca la risa cuando me dijo que una vez había ganado una épica batalla contra un grupo de kags. ¿Esos no eran unos chuchos deformes del desierto? ¡Agh, qué más daba! Parecía documentado acerca de los peligros. Quizás podría resultar útil, después de todo.
Tras escucharle, me di la vuelta para acercarme de nuevo.
-¡Oh! Ya veo. – Caminé hacia él moviendo los brazos y agachando la cabeza, consumiéndome en una sonrisa irónica. - ¿Así que no quieres dejar morir sola a una buena persona como yo? – Hice una pausa para tocar su nariz con el dedo índice. – Qué mono eres, chico. – Y recosté mi mano en posición de jarra sobre la cintura, recostándome ligeramente hacia atrás. Mostraba una evidente ironía en gesto y comentarios que si no era estúpido, advertiría. – No me conoces. Y me subestimas, como otros tantos lo han hecho antes. – Sonreí. - Pero no pasa nada. Para tu suerte, estás en mi bando. – Y ofrecí mi mano diestra, para estrecharla y presentarme – Huracán, para ti. – Y después me di la vuelta, y le dediqué una sonrisa y un guiño de ojos con la habitual chulería que solía gastar cuando me infravaloraban. – Venga, al lío. – Tomé ambas puertas y las empujé con fuerza, para salir. Quedaba un largo camino por delante.
Caminamos durante un buen rato, aunque las conversaciones no serían demasiado frecuentes. El don de la palabra no me acompañaba mucho y el calor tampoco invitaba a hablar. Nunca llegué a revelar mis verdaderas intenciones en aquel sitio. Pero llegado el momento, tendría que ser sincera con Ben y explicarle que se había metido en una empresa que supondría un reto mayor que el de vencer unos kags del desierto. Y creía que aquel lo era.
Tras un buen rato de travesía por el desierto, llegó un momento en el que sólo alcanzábamos a ver dunas. El sol comenzaba a ponerse al Oeste, en la dirección en la que avanzábamos. Castigaba menos el calor, pero complicaría la visión durante unos instantes. Mejor esperar a la sombra de aquella duna gigante a que se terminara de ocultar el sol.
-Paremos un rato. No hay prisa. – Comenté sin preguntar, sentándome en el suelo. Me quité el sombrero y escurrí el sudor de la frente con la mano. Luego saqué la cantimplora y di un trago largo al agua. Estaba acostumbrada al clima cálido de las islas, pero aquello era demasiado y casi me deshidrataba. La noche estaba cerca, por suerte. – Creo que estamos en la parte que el tabernero llamaba Desierto de los Escorpiones Gigantes. – indiqué. - ¿Qué curioso el nombre, no te parece? – y reí, mirando al frente. - ¿Te imaginas que aparece uno? – bromeé tratando de atemorizar a Sango.
Era una criatura que se encontraba extinta. O al menos eso es lo que había estudiado en las aburridas clases del profesor Rutherford en el Hekshold. Aquellos bichos solían ser invertebrados, pero los más grandes parecía que sí tenían un esqueleto para poder articular.
-No existen ya. Al menos por lo que dicen los libros de historia. – Así, detuve la broma. Coloqué la ballesta pesada a un lado, y luego me rebocé sobre la arena. No me importaba hacerlo. Podía quitármela por completo con una mera corriente de aire. – Mira, te seré sincera. Es importante que sepas a lo que nos vamos a enfrentar. – Tomé un trozo de palo que había y comencé a juguetear con él. - Los bandidos que atemorizan a ese pueblucho, los Sheeran. – Torcí el cuello en la dirección en la que habíamos venido. – Son vampiros. – Revelé. - Cuando entraste en la taberna, ¿te fijaste en el ballestero solitario, al fondo? ¿El que iba cubierto por completo? – Pregunté mirándolo a los ojos. – Yo sí lo hice, y también en su arma, encaja con los virotes. Salió con el lío de tu revuelo y fue él quien mató al banquero. Y sólo conozco unos pocos que tengan los virotes similares. Y antes de que lo preguntes, no, los vampiros no suelen utilizar ballesta.
Y hasta ahí “podía” decir, a menos que supiera tirarme de la lengua. Todo encajaba en mi investigación personal y no iba a contarle mi relación con el ballestero vampiro. Tan sólo quería que supiera la verdad para cuando llegara el combate. Que no fuera con la expectativa de encontrarse a unos bandoleros comunes. Ni siquiera a humanos. – Por eso era reticente a que vinieras conmigo. Si quieres marchar, estás a tiempo. No te lo impediré, Sango. Puedo hacerlo sola. - Alcé la vista y miré al frente, momento en el que se ocultaba el último rayo de sol. - Ya lo he hecho otras veces.
En realidad, esperaba que me acompañara. Aunque me negara a reconocerlo por orgullo, su ayuda me venía bien. Y por ir de loba solitaria en ocasiones me había visto envuelta en problemas. Quizás, esta vez fuera diferente.
Tras escucharle, me di la vuelta para acercarme de nuevo.
-¡Oh! Ya veo. – Caminé hacia él moviendo los brazos y agachando la cabeza, consumiéndome en una sonrisa irónica. - ¿Así que no quieres dejar morir sola a una buena persona como yo? – Hice una pausa para tocar su nariz con el dedo índice. – Qué mono eres, chico. – Y recosté mi mano en posición de jarra sobre la cintura, recostándome ligeramente hacia atrás. Mostraba una evidente ironía en gesto y comentarios que si no era estúpido, advertiría. – No me conoces. Y me subestimas, como otros tantos lo han hecho antes. – Sonreí. - Pero no pasa nada. Para tu suerte, estás en mi bando. – Y ofrecí mi mano diestra, para estrecharla y presentarme – Huracán, para ti. – Y después me di la vuelta, y le dediqué una sonrisa y un guiño de ojos con la habitual chulería que solía gastar cuando me infravaloraban. – Venga, al lío. – Tomé ambas puertas y las empujé con fuerza, para salir. Quedaba un largo camino por delante.
Caminamos durante un buen rato, aunque las conversaciones no serían demasiado frecuentes. El don de la palabra no me acompañaba mucho y el calor tampoco invitaba a hablar. Nunca llegué a revelar mis verdaderas intenciones en aquel sitio. Pero llegado el momento, tendría que ser sincera con Ben y explicarle que se había metido en una empresa que supondría un reto mayor que el de vencer unos kags del desierto. Y creía que aquel lo era.
Tras un buen rato de travesía por el desierto, llegó un momento en el que sólo alcanzábamos a ver dunas. El sol comenzaba a ponerse al Oeste, en la dirección en la que avanzábamos. Castigaba menos el calor, pero complicaría la visión durante unos instantes. Mejor esperar a la sombra de aquella duna gigante a que se terminara de ocultar el sol.
-Paremos un rato. No hay prisa. – Comenté sin preguntar, sentándome en el suelo. Me quité el sombrero y escurrí el sudor de la frente con la mano. Luego saqué la cantimplora y di un trago largo al agua. Estaba acostumbrada al clima cálido de las islas, pero aquello era demasiado y casi me deshidrataba. La noche estaba cerca, por suerte. – Creo que estamos en la parte que el tabernero llamaba Desierto de los Escorpiones Gigantes. – indiqué. - ¿Qué curioso el nombre, no te parece? – y reí, mirando al frente. - ¿Te imaginas que aparece uno? – bromeé tratando de atemorizar a Sango.
Era una criatura que se encontraba extinta. O al menos eso es lo que había estudiado en las aburridas clases del profesor Rutherford en el Hekshold. Aquellos bichos solían ser invertebrados, pero los más grandes parecía que sí tenían un esqueleto para poder articular.
-No existen ya. Al menos por lo que dicen los libros de historia. – Así, detuve la broma. Coloqué la ballesta pesada a un lado, y luego me rebocé sobre la arena. No me importaba hacerlo. Podía quitármela por completo con una mera corriente de aire. – Mira, te seré sincera. Es importante que sepas a lo que nos vamos a enfrentar. – Tomé un trozo de palo que había y comencé a juguetear con él. - Los bandidos que atemorizan a ese pueblucho, los Sheeran. – Torcí el cuello en la dirección en la que habíamos venido. – Son vampiros. – Revelé. - Cuando entraste en la taberna, ¿te fijaste en el ballestero solitario, al fondo? ¿El que iba cubierto por completo? – Pregunté mirándolo a los ojos. – Yo sí lo hice, y también en su arma, encaja con los virotes. Salió con el lío de tu revuelo y fue él quien mató al banquero. Y sólo conozco unos pocos que tengan los virotes similares. Y antes de que lo preguntes, no, los vampiros no suelen utilizar ballesta.
Y hasta ahí “podía” decir, a menos que supiera tirarme de la lengua. Todo encajaba en mi investigación personal y no iba a contarle mi relación con el ballestero vampiro. Tan sólo quería que supiera la verdad para cuando llegara el combate. Que no fuera con la expectativa de encontrarse a unos bandoleros comunes. Ni siquiera a humanos. – Por eso era reticente a que vinieras conmigo. Si quieres marchar, estás a tiempo. No te lo impediré, Sango. Puedo hacerlo sola. - Alcé la vista y miré al frente, momento en el que se ocultaba el último rayo de sol. - Ya lo he hecho otras veces.
En realidad, esperaba que me acompañara. Aunque me negara a reconocerlo por orgullo, su ayuda me venía bien. Y por ir de loba solitaria en ocasiones me había visto envuelta en problemas. Quizás, esta vez fuera diferente.
Anastasia Boisson
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Re: Por un puñado de aeros [Privado] [Cerrado]
El ceño fruncido era un signo inequívoco de que Sango no entendió los comentarios sarcásticos de la mujer. Lo peor era que acompañaba los comentarios con una serie de gestos y expresiones que acentuaban el hecho de que Sango había quedado, o eso creía él, como un auténtico imbécil. Sin duda alguna la había juzgado mal. No obstante, Ben no hizo un mal gesto ni tampoco hizo muestra alguna de rechazo o desagrado, simplemente se quedó allí plantado aguantando la escena, lamentándose por dentro. Estrechó la mano y sintió alivio al saber, pro una parte, su nombre, y por otra que la escena había acabado. Huracán... Sí, sin duda.
Sango evitó hacer comentarios innecesarios y caminó en silencio al lado de Huracán. De vez en cuando le echaba un vistazo y aprendía cosas nuevas, como por ejemplo que portaba una ballesta, un hermoso ingenio creado, seguramente, por algún maestro armero en Lunargenta o en Baslodia, ciudad de gran tradición armamentística. Desde luego un arma como aquella no debía haber sido barata y tampoco debía serlo su mantenimiento. Claro que, para Sango, todo aquello era especulación lo que le permitía mantener su cabeza ocupada mientras caminaban por el desierto, ahora tomado por dunas y dunas y más dunas. La noche no tardaría en caer y le sorprendió la parada de su acompañante.
Sango sonrió con el comentario sobre los escorpiones y habló por primera vez.
- Creo que son un invento de los nórgedos para que la gente evite estas tierras y así puedan... bueno, traficar.- Recordó su travesía nocturna con Ojoserpiente, Veladja, Taralak (1)... eran buenos tipos.
Aun así el comentario que hizo Huracán a posteriori confirmó las sospechas de Sango, aun así, si habían desaparecido sería, con total seguridad, porque había alguna criatura aún peor les había dado caza. Sango no tenía constancia de que los kags fueran comedores de escorpiones, pero claro, ¿qué sabía él? Se acomodó el cinto donde portaba las armas y aprovechó para sacudirse la arena.
Entonces, ella reveló información sobre los Sheeran. Estos, según contaba Huracán, resultaron ser vampiros. Sin duda era algo totalmente inesperado. Ver vampiros en el desierto era algo extremadamente inusual y peligroso, sobre todo si se organizaban, un par de años habían pasado desde la guerra en Lunargenta y tenerlos tan cerca y campando a sus anchas por los pueblos del desierto no le parecía buena idea. Hizo una mueca de desagrado y se sentó junto a Huracán que le recordaba ahora el asesinato.
- No, no me fijé, la verdad...- Contestó Sango a la pregunta sobre si había visto al hombre de la esquina.
Su cabeza trataba de asimilar un montón de información. Lo primero es que un hombre con ballesta estaba en la taberna y él lo había ignorado por completo; segundo, el hombre que había muerto era un banquero; tercero, Huracán conocía, bueno, reconocía el arma. Eso sin duda era una gran pista para una posible investigación futura. La noche caía, y Huracán le dio una última oportunidad para marchar. Ben la descartó al momento poniéndose en pie.
- Si esta gente son vampiros, deberíamos ponernos en marcha y alcanzar los acantilados lo antes posible.- Dijo Ben al tiempo que ofrecía la mano a Huracán para que se apoyara en ella para levantarse si quería.
Caminaron un rato, en silencio, Ben estaba sumido en sus propios pensamientos cuando se dio cuenta de una cosa: ella habría podido parar la paliza que le habían dado mucho antes de que empezara, siempre y cuando estos vampiros no fueran diurnos y estaba seguro de que aquello era la mayor estupidez que había pasado por su cabeza en toda su vida. Pero la idea de que ella podría haber intervenido antes le provocó un enfado repentino. Se detuvo y frunció el ceño y se giró hacia ella.
- Estos Sheeran, ¿qué hacen en el desierto? Nunca había oído que los vampiros gustaran de las agradables caricias de la arena en la cara.- Dijo con sorna. Había estado a punto de recriminar su actitud en la taberna pero estuvo rápido y pudo cambiar la pregunta. La ira que sentía se iba desvaneciendo y él intentó que así fuera, aquella mujer no tenía culpa de nada. Trató de quitar esos pensamientos de su cabeza, al fin y al cabo, ¿quién se entromete en una pelea de cuatro, cinco o seis contra uno? Bastante era que le había salvado de aquellos paletos porque bien podría haber salido a por el de la ballesta.
Continuaron la marcha y Ben con todo en su cabeza bien asimilado, estaba dispuesto a seguir adquiriendo conocimientos de aquella mujer que se había revelado como una fuente de información confiable.
- Hay otra cosa que me ha... asombrado, sí. ¿Cómo es posible reconocer un arma y el proyectil que dispara sin tan siquiera tenerlo cerca? Reconozco que en la Guardia eso no se aprende y de hecho me gustaría saber cómo lo hacéis.- Sango mostraba un interés sincero por aquella habilidad oculta desvelada por Huracán.- No soy un experto en armas de larga distancia... Sé lo que son, pero, ¿no son todas iguales?- Miró al horizonte en busca de señales lumínicas como había visto tiempo atrás (1).
Ben sabía que debían encontrar terreno rocoso lo antes posible puesto que las dunas se movían, tenían vida propia y era fácil perderse en aquellas dunas, más aun si uno las tomaba como puntos de referencia. El desierto era, sin duda, un lugar peligroso, salvaje y en el que se respiraba, a parte de arena, libertad. Los más fuertes sobrevivían a costa de los débiles y su viejo acompañante había pertenecido al primer grupo. Quería verlos en su hábitat, quería ver a los kags en su entorno natural, quería ver como habría sido la vida de aquel pobre kag que le había acompañado durante más de un año. Ben deseaba llenar su espíritu con la visión de los kags galopando por las dunas, persiguiendo a sus presas, dominando el desierto. Sango sacudió la cabeza y miró al cielo, cada vez más oscuro.
- ¿Sabes? Yo podría haber dado un rodeo, me refiero a que podría haberme alejado del desierto y haber ido por el camino del Este hasta Baslodia y luego Lunargenta, pero... decidí meterme en el desierto porque quería ver a los parientes de un buen amigo que murió hace poco.- El tono en la última parte de la frase se había tornado apagado y lúgubre, pero Ben siguió caminando y no quiso comentar nada más porque iba maldiciendo al arquero elfo que lo había matado.
Caminaban tranquilos al ritmo que les permitía el terreno arenoso. Ben se giraba cada cierto tiempo y echaba un vistazo, se mantenía vigilante ante lo que pudiera pasar. Sango se acordó de una cosa que le había pasado no muy lejos de Roilkat, cuando el terreno cedió bajo sus pies y fue a parar a unas ruinas (2). Echó otro rápido vistazo a Huracán dispuesto a preguntar otra cosa pero se detuvo y se quedó unos instantes quieto.
Le había parecido oír el mar.
Sango evitó hacer comentarios innecesarios y caminó en silencio al lado de Huracán. De vez en cuando le echaba un vistazo y aprendía cosas nuevas, como por ejemplo que portaba una ballesta, un hermoso ingenio creado, seguramente, por algún maestro armero en Lunargenta o en Baslodia, ciudad de gran tradición armamentística. Desde luego un arma como aquella no debía haber sido barata y tampoco debía serlo su mantenimiento. Claro que, para Sango, todo aquello era especulación lo que le permitía mantener su cabeza ocupada mientras caminaban por el desierto, ahora tomado por dunas y dunas y más dunas. La noche no tardaría en caer y le sorprendió la parada de su acompañante.
Sango sonrió con el comentario sobre los escorpiones y habló por primera vez.
- Creo que son un invento de los nórgedos para que la gente evite estas tierras y así puedan... bueno, traficar.- Recordó su travesía nocturna con Ojoserpiente, Veladja, Taralak (1)... eran buenos tipos.
Aun así el comentario que hizo Huracán a posteriori confirmó las sospechas de Sango, aun así, si habían desaparecido sería, con total seguridad, porque había alguna criatura aún peor les había dado caza. Sango no tenía constancia de que los kags fueran comedores de escorpiones, pero claro, ¿qué sabía él? Se acomodó el cinto donde portaba las armas y aprovechó para sacudirse la arena.
Entonces, ella reveló información sobre los Sheeran. Estos, según contaba Huracán, resultaron ser vampiros. Sin duda era algo totalmente inesperado. Ver vampiros en el desierto era algo extremadamente inusual y peligroso, sobre todo si se organizaban, un par de años habían pasado desde la guerra en Lunargenta y tenerlos tan cerca y campando a sus anchas por los pueblos del desierto no le parecía buena idea. Hizo una mueca de desagrado y se sentó junto a Huracán que le recordaba ahora el asesinato.
- No, no me fijé, la verdad...- Contestó Sango a la pregunta sobre si había visto al hombre de la esquina.
Su cabeza trataba de asimilar un montón de información. Lo primero es que un hombre con ballesta estaba en la taberna y él lo había ignorado por completo; segundo, el hombre que había muerto era un banquero; tercero, Huracán conocía, bueno, reconocía el arma. Eso sin duda era una gran pista para una posible investigación futura. La noche caía, y Huracán le dio una última oportunidad para marchar. Ben la descartó al momento poniéndose en pie.
- Si esta gente son vampiros, deberíamos ponernos en marcha y alcanzar los acantilados lo antes posible.- Dijo Ben al tiempo que ofrecía la mano a Huracán para que se apoyara en ella para levantarse si quería.
Caminaron un rato, en silencio, Ben estaba sumido en sus propios pensamientos cuando se dio cuenta de una cosa: ella habría podido parar la paliza que le habían dado mucho antes de que empezara, siempre y cuando estos vampiros no fueran diurnos y estaba seguro de que aquello era la mayor estupidez que había pasado por su cabeza en toda su vida. Pero la idea de que ella podría haber intervenido antes le provocó un enfado repentino. Se detuvo y frunció el ceño y se giró hacia ella.
- Estos Sheeran, ¿qué hacen en el desierto? Nunca había oído que los vampiros gustaran de las agradables caricias de la arena en la cara.- Dijo con sorna. Había estado a punto de recriminar su actitud en la taberna pero estuvo rápido y pudo cambiar la pregunta. La ira que sentía se iba desvaneciendo y él intentó que así fuera, aquella mujer no tenía culpa de nada. Trató de quitar esos pensamientos de su cabeza, al fin y al cabo, ¿quién se entromete en una pelea de cuatro, cinco o seis contra uno? Bastante era que le había salvado de aquellos paletos porque bien podría haber salido a por el de la ballesta.
Continuaron la marcha y Ben con todo en su cabeza bien asimilado, estaba dispuesto a seguir adquiriendo conocimientos de aquella mujer que se había revelado como una fuente de información confiable.
- Hay otra cosa que me ha... asombrado, sí. ¿Cómo es posible reconocer un arma y el proyectil que dispara sin tan siquiera tenerlo cerca? Reconozco que en la Guardia eso no se aprende y de hecho me gustaría saber cómo lo hacéis.- Sango mostraba un interés sincero por aquella habilidad oculta desvelada por Huracán.- No soy un experto en armas de larga distancia... Sé lo que son, pero, ¿no son todas iguales?- Miró al horizonte en busca de señales lumínicas como había visto tiempo atrás (1).
Ben sabía que debían encontrar terreno rocoso lo antes posible puesto que las dunas se movían, tenían vida propia y era fácil perderse en aquellas dunas, más aun si uno las tomaba como puntos de referencia. El desierto era, sin duda, un lugar peligroso, salvaje y en el que se respiraba, a parte de arena, libertad. Los más fuertes sobrevivían a costa de los débiles y su viejo acompañante había pertenecido al primer grupo. Quería verlos en su hábitat, quería ver a los kags en su entorno natural, quería ver como habría sido la vida de aquel pobre kag que le había acompañado durante más de un año. Ben deseaba llenar su espíritu con la visión de los kags galopando por las dunas, persiguiendo a sus presas, dominando el desierto. Sango sacudió la cabeza y miró al cielo, cada vez más oscuro.
- ¿Sabes? Yo podría haber dado un rodeo, me refiero a que podría haberme alejado del desierto y haber ido por el camino del Este hasta Baslodia y luego Lunargenta, pero... decidí meterme en el desierto porque quería ver a los parientes de un buen amigo que murió hace poco.- El tono en la última parte de la frase se había tornado apagado y lúgubre, pero Ben siguió caminando y no quiso comentar nada más porque iba maldiciendo al arquero elfo que lo había matado.
Caminaban tranquilos al ritmo que les permitía el terreno arenoso. Ben se giraba cada cierto tiempo y echaba un vistazo, se mantenía vigilante ante lo que pudiera pasar. Sango se acordó de una cosa que le había pasado no muy lejos de Roilkat, cuando el terreno cedió bajo sus pies y fue a parar a unas ruinas (2). Echó otro rápido vistazo a Huracán dispuesto a preguntar otra cosa pero se detuvo y se quedó unos instantes quieto.
Le había parecido oír el mar.
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Sango
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Re: Por un puñado de aeros [Privado] [Cerrado]
Continuamos el camino sin detenernos. Y con mi pequeña conversación di pie a Sango a conversar. Lo siguiente que me preguntó atendía a los motivos de los Sheeran. Resoplé. – Sé lo mismo que tú de los Sheeran. – comenté sin dejar de caminar y mirar al frente. – Que son vampiros, pelirrojos y que atemorizan a ese pueblo. – Si están aquí es porque se están escondiendo. Han sufrido múltiples bajas desde su ataque a Lunargenta, hace un par de años. – Me giré y le miré a los ojos, caminando de espaldas. - ¿Estuviste ahí? – Y me volví a dar la vuelta para patear una roca que había en la arena. - Ahora son tratados como apestados y se esconden como las ratas cuando ven peligrar su nido. – Comenté mirando al suelo con cierta chulería para continuar caminando. – Es su esencia, vaya. – comenté con un claro tono racista que me salió del alma. Algo de lo que no tardé en arrepentirme al recordar a algunos de mis amigos que, por desgracia, formaban parte de aquel colectivo que perseguía, y rectifiqué – Bueno, la de casi todos.
A continuación me preguntó por cómo había identificado los virotes. Aquello tenía una fácil respuesta. – Experiencia. – resumí. – ¿Qué quieres? Tengo treinta años, y procedo de una acaudalada familia de cazavampiros. – Y me detuve. Era un buen momento para ejercer de profesora y, de paso, calibrar las armas. – Veo que no tienes ni idea de ballestas…
Desenfundé una de mis ballestas de mano. Una impecable madera de ébano oscura que llevaba un revestimiento bordado de acero fundido que hacía un recorrido en forma de círculos y dibujaba una letra B, de Boisson, bien visible en su lateral que Sango no sabría qué representaba.
-Te presento a Escarlata. – comenté con cierta gracia. Así se llamaba la ballesta. – Manufactura familiar. Tiene un calibre de virote igual a los de nuestro crimen. Dos centímetros de entrada y el doble de salida. – bajé la vista al arma. - Lo primero, es tensar la cuerda. – Giré la rosca lateral que tensaba las cuerdas y conduje una mano de manera elegante a la parte trasera de mi cinturón, donde llevaba los virotes de las ballestas. – Introduces los minivirotes en la cámara. Este modelo tiene una capacidad de cinco por peso y forma. Es lo que tiene la fibra de carbono. Puedes meter mucho en poco espacio. – Introduje uno a uno con bastante gracia, cerré y le apunté a su frente sin miramientos. – Aprietas el martillo… - y se escuchó un click que indicaba que el virote había pasado de la cámara al cañón. – Y disparas. – Y un sonido confirmó que había apretado el gatillo. Pero el virote no salió. Solté una sonrisa divertida. - ¡Oh! ¡Y nunca te olvides de presionar el pestillo de seguridad antes de disparar! - Y coloqué una mano en la cintura, ciertamente, sensual. ¿No te habré asustado, verdad, cielo? – bromeé, antes de hacer girar la ballesta un par de veces sobre mi otra mano antes de volver a enfundarla en su sitio.
Y tras la explicación, continué la caminata. No sabía por qué, pero siempre tendía a apiadarme de la gente que veía en cierta manera más inexperta. Y la personalidad amable y sencilla de Ben, casaba muy bien con la mía, cínica donde las hubiera. Que me caía bien no era algo que fuera a admitir. Pero era relativamente fácil llevarse bien conmigo si asumías que yo era el centro de la galaxia y que o transigías, o te mostrabas indiferente al hecho de ser pisoteado por mi ego. Por eso me llevaba tan bien con Tale... Y tan mal con Asher. Quizás fuera recíproco en el caso de Ben. Él incluso se atrevió a contarme su historia. La cual escuché sin poner demasiado interés. Desde luego, no podría ganarme la vida como psicóloga personal.
-Oh, vaya. – suspiré. – Supongo que debo decir que lo siento. – comenté sin demasiado énfasis en las emociones. La empatía brillaba por su ausencia en mí. Era parte de mi carisma.
Con conversación se hacía más llevadera la travesía por el desierto. Poco después, llegamos a lo alto de una duna. Señalé en la dirección de los acantilados. Estaban a varios centenares de metros de distancia. Por fin se había acabado aquella maldita travesía por el desierto.
En ese momento, un disparo lejano me alcanzó en la armadura a la altura del pecho, derribándome. Pero tal y como esperaba, no fue capaz de atravesarla. Mi armadura estaba hecha de carbono, un material increíblemente resistente para disparos a larga distancia. - ¡Mierda! – grité, muy enfadada, reincorporándome. - ¡Muévete! ¡Ve tras la duna!
Yo hice lo propio y me escondí tras ella.
-No ha sido nada. Ya he recibido golpes más fuertes. Pero tú con “esa” armadura, por llamarlo de alguna forma, no sé qué tal lo llevarías. – desanimé, tirada en la arena, deslomando la ballesta pesada. Esta sí era de tiro único y apta para largas distancias. – Empieza la clase práctica.
Volví a asomar la cabeza para tratar de abatir a los francotiradores. Corríamos el riesgo de que nos la volaran de un tiro si nos asomábamos. Pero era improbable que me alcanzaran desde allí. Aún así no tardé en volver a ver un nuevo disparo golpear con fuerza en la arena, haciéndola saltar apenas a dos o tres metros.
-Joder… - dije volviendo a rodar tras la duna. – Sabe disparar a distancia. – Algo poco común en los vampiros. – Si atravesamos la esplanada que nos queda y llegamos a los acantilados tendremos una opción. Puedo darles desde aquí, pero necesito tiempo para localizarlos y preparar el tiro. ¿Alguna idea para llegar? – Si no se le ocurría nada, tendría que improvisar algo.
*Off: Uso la habilidad de la armadura de maestra cazadora que me permite reflejar un golpe. No tenía ni idea de lo de la poción. Curiosa coincidencia.
A continuación me preguntó por cómo había identificado los virotes. Aquello tenía una fácil respuesta. – Experiencia. – resumí. – ¿Qué quieres? Tengo treinta años, y procedo de una acaudalada familia de cazavampiros. – Y me detuve. Era un buen momento para ejercer de profesora y, de paso, calibrar las armas. – Veo que no tienes ni idea de ballestas…
Desenfundé una de mis ballestas de mano. Una impecable madera de ébano oscura que llevaba un revestimiento bordado de acero fundido que hacía un recorrido en forma de círculos y dibujaba una letra B, de Boisson, bien visible en su lateral que Sango no sabría qué representaba.
-Te presento a Escarlata. – comenté con cierta gracia. Así se llamaba la ballesta. – Manufactura familiar. Tiene un calibre de virote igual a los de nuestro crimen. Dos centímetros de entrada y el doble de salida. – bajé la vista al arma. - Lo primero, es tensar la cuerda. – Giré la rosca lateral que tensaba las cuerdas y conduje una mano de manera elegante a la parte trasera de mi cinturón, donde llevaba los virotes de las ballestas. – Introduces los minivirotes en la cámara. Este modelo tiene una capacidad de cinco por peso y forma. Es lo que tiene la fibra de carbono. Puedes meter mucho en poco espacio. – Introduje uno a uno con bastante gracia, cerré y le apunté a su frente sin miramientos. – Aprietas el martillo… - y se escuchó un click que indicaba que el virote había pasado de la cámara al cañón. – Y disparas. – Y un sonido confirmó que había apretado el gatillo. Pero el virote no salió. Solté una sonrisa divertida. - ¡Oh! ¡Y nunca te olvides de presionar el pestillo de seguridad antes de disparar! - Y coloqué una mano en la cintura, ciertamente, sensual. ¿No te habré asustado, verdad, cielo? – bromeé, antes de hacer girar la ballesta un par de veces sobre mi otra mano antes de volver a enfundarla en su sitio.
Y tras la explicación, continué la caminata. No sabía por qué, pero siempre tendía a apiadarme de la gente que veía en cierta manera más inexperta. Y la personalidad amable y sencilla de Ben, casaba muy bien con la mía, cínica donde las hubiera. Que me caía bien no era algo que fuera a admitir. Pero era relativamente fácil llevarse bien conmigo si asumías que yo era el centro de la galaxia y que o transigías, o te mostrabas indiferente al hecho de ser pisoteado por mi ego. Por eso me llevaba tan bien con Tale... Y tan mal con Asher. Quizás fuera recíproco en el caso de Ben. Él incluso se atrevió a contarme su historia. La cual escuché sin poner demasiado interés. Desde luego, no podría ganarme la vida como psicóloga personal.
-Oh, vaya. – suspiré. – Supongo que debo decir que lo siento. – comenté sin demasiado énfasis en las emociones. La empatía brillaba por su ausencia en mí. Era parte de mi carisma.
Con conversación se hacía más llevadera la travesía por el desierto. Poco después, llegamos a lo alto de una duna. Señalé en la dirección de los acantilados. Estaban a varios centenares de metros de distancia. Por fin se había acabado aquella maldita travesía por el desierto.
En ese momento, un disparo lejano me alcanzó en la armadura a la altura del pecho, derribándome. Pero tal y como esperaba, no fue capaz de atravesarla. Mi armadura estaba hecha de carbono, un material increíblemente resistente para disparos a larga distancia. - ¡Mierda! – grité, muy enfadada, reincorporándome. - ¡Muévete! ¡Ve tras la duna!
Yo hice lo propio y me escondí tras ella.
-No ha sido nada. Ya he recibido golpes más fuertes. Pero tú con “esa” armadura, por llamarlo de alguna forma, no sé qué tal lo llevarías. – desanimé, tirada en la arena, deslomando la ballesta pesada. Esta sí era de tiro único y apta para largas distancias. – Empieza la clase práctica.
Volví a asomar la cabeza para tratar de abatir a los francotiradores. Corríamos el riesgo de que nos la volaran de un tiro si nos asomábamos. Pero era improbable que me alcanzaran desde allí. Aún así no tardé en volver a ver un nuevo disparo golpear con fuerza en la arena, haciéndola saltar apenas a dos o tres metros.
-Joder… - dije volviendo a rodar tras la duna. – Sabe disparar a distancia. – Algo poco común en los vampiros. – Si atravesamos la esplanada que nos queda y llegamos a los acantilados tendremos una opción. Puedo darles desde aquí, pero necesito tiempo para localizarlos y preparar el tiro. ¿Alguna idea para llegar? – Si no se le ocurría nada, tendría que improvisar algo.
*Off: Uso la habilidad de la armadura de maestra cazadora que me permite reflejar un golpe. No tenía ni idea de lo de la poción. Curiosa coincidencia.
Anastasia Boisson
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Re: Por un puñado de aeros [Privado] [Cerrado]
La clase práctica había sido muy provechosa. Había podido observar bien de cerca una ballesta, sus mecanismos, como era el sistema de carga, el de disparo... Este último se le había quedado grabado a fuego en la mente con la prueba que había llevado a cabo. Sango se había quedado paralizado cuando escuchó el chasquido e incluso cerró los ojos. Por suerte para él, había un mecanismo de seguridad. Muy apropiado. La marcha continuó y Sango, llegados a ese punto, no sabía qué pensar de la mujer que caminaba junto a él, más bien, la mujer junto a la que él caminaba, en esencia eran la misma cosa, pero había que tener cuidado al usar las palabras. No es algo que a Sango le importara, sabía qué papel debía adoptar para cualquier tipo de situación, para eso le habían entrenado, ¿verdad?
Tanto era así que Ben, al ver que Huracán era derribada, Ben se había tirado al suelo y empezó a rodar duna abajo con la voz de Huracán de fondo. Ben se detuvo y observó que la mujer tomaba una posición cercana en la cresta de la duna. Ben se acercó a ella y asomó la cabeza, para no ver nada. Se agazapó y cuando Huracán se asomó la arena saltó por encima de ellos.
- Por todos los Dioses.- Acertó a decir mientras sacaba el hacha y lo empuñaba para sentirse algo más seguro
Ben ignoró el siguiente comentario de Huracán y se acercó aún más a la cresta para ver si veía algo, pero no hubo suerte. Lo que no ignoró fue el hecho de que huracán estaba convencida de que podría acertar al tirador o tiradores si se le daba el tiempo suficiente. Además las rocas no quedaban lejos y serían, como bien había dicho, un mejor lugar para encontrar refugio.
- No nos queda otra, yo echo a correr y tú disparas. Te veo al otro lado, guapa.- Ben se deslizó duna abajo y echó a correr sin decir nada más.
La primera parte del plan consistía en alejarse de Huracán lo suficiente como para que ella estuviera fuera del campo de tiro. Sango se dio cuenta de que tenía que hacer ruido y aún así, podrían no hacerle caso, por ello decidió guardar el hacha y desenvainó la espada. El frescor que emanaba el encantamiento de hielo era, cuanto menos, reconfortante, y el brillo que emitía era un buen añadido para fijarle a él como objetivo. Cuando se hubo alejado unas cincuenta zancadas, más o menos, respiró profundamente y puso en marcha la segunda parte del plan. Subió la duna y echó a correr en dirección a una formación rocosa. No parecían hacerle mucho caso y probó algo que siempre daba resultado.
- ¡Chupasangres hijos de puta!- Gritó con la espada en alto mientras corría en dirección a las rocas.
Un virote pasó muy cerca de él y esto hizo que Sango se doblara y cambiara la trayectoria. Alzó la mirada y vio una figura que disparaba desde bastante lejos, Ben se tiró a un lado y rodó por el suelo. La decisión lo salvó de una muerte casi segura porque el virote había chocado contra la espada y el eco metálico resonó en la noche. Casi sin tiempo para pensar alguna otra estrategia se levantó y con el ansia de volver a echar a correr tropezó y cayó de nuevo al suelo. Un virote pasó por encima de su cabeza. Se arrastró lo justo para colocarse en una posición favorable para impulsarse y salir de nuevo corriendo. Esta vez lo hizo en zigzag y por fortuna los disparos parecían no acertarle. Confiado, corrió el último tramo hasta las rocas y un virote se clavó en el suelo justo delante de él lo que hizo que tropezara y cayera al suelo, pero sin querer levantarse una vez más, tanto por cansancio como por miedo a recibir un disparo, Sango cerró los ojos y empezó a rodar hasta que se golpeó contra una roca.
El terreno era bastante más duro que el que habían dejado atrás, de alguna manera le reconfortó. Abrió los ojos y miró al cielo, se incorporó levemente y se arrastró hacia una protección natural de roca. Ben miró hacia el lugar de donde venía y se maldijo al instante por haber soltado la espada, que estaría a unos quince pasos. Sango, aún jadeando, decidió que era una buena idea ir a por ella. Se deslizó por la roca hacia arriba para ver si podía ver algo y como no lo hizo se lanzó en dirección a la espada. Cuando llegó, clavó la pierna izquierda en un ángulo muy pronunciado, agarró la empuñadura y con la misma pierna izquierda se dio impulso para salir corriendo, una vez más hacia la seguridad de las piedras.
- Alaba... alabados sean... los Dioses.- Dijo entre bocanadas de aire. Ahora tenía que comprobar si Huracán había cumplido acertando a los tiradores.
Se apoyó en la roca e hizo lo mismo que antes, pero a su espalda escuchó un rugido familiar y el corazón se le encogió. Se dio la vuelta y lo vio. Le observaba desde una distancia prudencial pero aún así peligrosa. Ben se percató de que estaba solo, lo que no suponía ninguna amenaza aparente, pero sabía lo que significaba. Le lanzó una roca y el animal salió corriendo. Le observó alejarse mientras envainaba la espada. Eran bestias magnificas sin duda. Sacudió la cabeza y se volvió a centrar en comprobar cómo le había ido a Huracán y en estudiar el entorno. Pero era difícil, no era un maldito vampiro capaz de ver en la oscuridad. No obstante, pudo descubrir que a poco pasos de donde estaba él se distinguía una serte de senda que parecía estar transitada.
Casualidades de la vida, Ben se dio la vuelta para quedar apoyado, mirando hacia la pared y dos latidos más tarde una voz le paró el corazón.
- ¿Qué haces aquí?- Escuchó tras de sí. Sango se giró y vio un hombre pelirrojo que estaba igual de sorprendido que él. Ambos se quedaron mirándose durante unos instantes, sin reacción.
El otro pelirrojo dio un paso atrás y Ben uno hacia adelante y lo que vino después duró menos de dos latidos. El pelirrojo desconocido movió rápidamente las manos y sacó dos cuchillo que colgaban de unas fundas que portaba en el pecho, el movimiento brusco que hizo al sacarlas le dejó al descubierto el pecho lo que Sango aprovechó para asestar un tajo ascendente con la espada al mismo tiempo que la desenvainaba. El desconocido se derrumbó y Sango le asestó el golpe de gracia en el suelo.
- Que los Dioses nos guarden en esta noche.- Dijo justo antes de sentarse.
Esta vez no envainó la espada.
Tanto era así que Ben, al ver que Huracán era derribada, Ben se había tirado al suelo y empezó a rodar duna abajo con la voz de Huracán de fondo. Ben se detuvo y observó que la mujer tomaba una posición cercana en la cresta de la duna. Ben se acercó a ella y asomó la cabeza, para no ver nada. Se agazapó y cuando Huracán se asomó la arena saltó por encima de ellos.
- Por todos los Dioses.- Acertó a decir mientras sacaba el hacha y lo empuñaba para sentirse algo más seguro
Ben ignoró el siguiente comentario de Huracán y se acercó aún más a la cresta para ver si veía algo, pero no hubo suerte. Lo que no ignoró fue el hecho de que huracán estaba convencida de que podría acertar al tirador o tiradores si se le daba el tiempo suficiente. Además las rocas no quedaban lejos y serían, como bien había dicho, un mejor lugar para encontrar refugio.
- No nos queda otra, yo echo a correr y tú disparas. Te veo al otro lado, guapa.- Ben se deslizó duna abajo y echó a correr sin decir nada más.
La primera parte del plan consistía en alejarse de Huracán lo suficiente como para que ella estuviera fuera del campo de tiro. Sango se dio cuenta de que tenía que hacer ruido y aún así, podrían no hacerle caso, por ello decidió guardar el hacha y desenvainó la espada. El frescor que emanaba el encantamiento de hielo era, cuanto menos, reconfortante, y el brillo que emitía era un buen añadido para fijarle a él como objetivo. Cuando se hubo alejado unas cincuenta zancadas, más o menos, respiró profundamente y puso en marcha la segunda parte del plan. Subió la duna y echó a correr en dirección a una formación rocosa. No parecían hacerle mucho caso y probó algo que siempre daba resultado.
- ¡Chupasangres hijos de puta!- Gritó con la espada en alto mientras corría en dirección a las rocas.
Un virote pasó muy cerca de él y esto hizo que Sango se doblara y cambiara la trayectoria. Alzó la mirada y vio una figura que disparaba desde bastante lejos, Ben se tiró a un lado y rodó por el suelo. La decisión lo salvó de una muerte casi segura porque el virote había chocado contra la espada y el eco metálico resonó en la noche. Casi sin tiempo para pensar alguna otra estrategia se levantó y con el ansia de volver a echar a correr tropezó y cayó de nuevo al suelo. Un virote pasó por encima de su cabeza. Se arrastró lo justo para colocarse en una posición favorable para impulsarse y salir de nuevo corriendo. Esta vez lo hizo en zigzag y por fortuna los disparos parecían no acertarle. Confiado, corrió el último tramo hasta las rocas y un virote se clavó en el suelo justo delante de él lo que hizo que tropezara y cayera al suelo, pero sin querer levantarse una vez más, tanto por cansancio como por miedo a recibir un disparo, Sango cerró los ojos y empezó a rodar hasta que se golpeó contra una roca.
El terreno era bastante más duro que el que habían dejado atrás, de alguna manera le reconfortó. Abrió los ojos y miró al cielo, se incorporó levemente y se arrastró hacia una protección natural de roca. Ben miró hacia el lugar de donde venía y se maldijo al instante por haber soltado la espada, que estaría a unos quince pasos. Sango, aún jadeando, decidió que era una buena idea ir a por ella. Se deslizó por la roca hacia arriba para ver si podía ver algo y como no lo hizo se lanzó en dirección a la espada. Cuando llegó, clavó la pierna izquierda en un ángulo muy pronunciado, agarró la empuñadura y con la misma pierna izquierda se dio impulso para salir corriendo, una vez más hacia la seguridad de las piedras.
- Alaba... alabados sean... los Dioses.- Dijo entre bocanadas de aire. Ahora tenía que comprobar si Huracán había cumplido acertando a los tiradores.
Se apoyó en la roca e hizo lo mismo que antes, pero a su espalda escuchó un rugido familiar y el corazón se le encogió. Se dio la vuelta y lo vio. Le observaba desde una distancia prudencial pero aún así peligrosa. Ben se percató de que estaba solo, lo que no suponía ninguna amenaza aparente, pero sabía lo que significaba. Le lanzó una roca y el animal salió corriendo. Le observó alejarse mientras envainaba la espada. Eran bestias magnificas sin duda. Sacudió la cabeza y se volvió a centrar en comprobar cómo le había ido a Huracán y en estudiar el entorno. Pero era difícil, no era un maldito vampiro capaz de ver en la oscuridad. No obstante, pudo descubrir que a poco pasos de donde estaba él se distinguía una serte de senda que parecía estar transitada.
Casualidades de la vida, Ben se dio la vuelta para quedar apoyado, mirando hacia la pared y dos latidos más tarde una voz le paró el corazón.
- ¿Qué haces aquí?- Escuchó tras de sí. Sango se giró y vio un hombre pelirrojo que estaba igual de sorprendido que él. Ambos se quedaron mirándose durante unos instantes, sin reacción.
El otro pelirrojo dio un paso atrás y Ben uno hacia adelante y lo que vino después duró menos de dos latidos. El pelirrojo desconocido movió rápidamente las manos y sacó dos cuchillo que colgaban de unas fundas que portaba en el pecho, el movimiento brusco que hizo al sacarlas le dejó al descubierto el pecho lo que Sango aprovechó para asestar un tajo ascendente con la espada al mismo tiempo que la desenvainaba. El desconocido se derrumbó y Sango le asestó el golpe de gracia en el suelo.
- Que los Dioses nos guarden en esta noche.- Dijo justo antes de sentarse.
Esta vez no envainó la espada.
- POSTEO:
- Perdón por el retraso en postear, ha sido una semana... extraña, por decirlo de alguna manera. Gracias por esperar.
Sango
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Re: Por un puñado de aeros [Privado] [Cerrado]
Tirada en la arena sin asomar la cabeza esperé a escuchar el gran plan de Ben Sango para llegar hasta los cañones. - Espera, espera, no irás a… - Sí. Tal y como pensaba, corrió a echar por las dunas. A pecho descubierto y sin cobertura alguna. - ¡Joder! ¡Maldito loco insensato! – maldije para mí misma.
Salí de fuera de la duna para ver si podía evitar que el chico fuera víctima de su estupidez. Con suerte podría encañonar a alguno de los chupasangres ballesteros de la lejanía. Y no tardé en avistar una figura a lo lejos, la cual disparé y con una exquisita precisión derribé. Pero no era el único y pronto vi a Sango en el suelo. Por fortuna para él, los Sheeran no eran unos tiradores impecables y, a pesar de haber sido casi abatido un par de veces. Consiguió llegar.
-Allá voy. – Y comencé a conjurar el viento bajo mi figura. Una nube de arena se levantó y yo me fusioné con ella para desplazarme. Así, me convertí en una estela de humo negra para llegar de esta forma a los acantilados.
Allí me materialicé de nuevo. Mi plan no era llegar hasta Sango, sino entrar justo por el lado contrario. Seguramente él acapararía toda la atención de los Sheeran. Momento que yo aprovecharía para aniquilarlos por la espalda sin mayor dificultad.
Tal y como esperaba, no había gente centrada en proteger el “sector occidental”. El lugar era estrecho, de roca rojiza y con varias alturas. Un cañón angosto y frío donde difícilmente alcanzaría a llegar la luz a lo largo del día. Contaba, además, con cavidades excavadas en la roca. Desde luego, el hábitat ideal para los chupasangres en un desierto.
Con las ballestas de mano, fui disparando escondiéndome entre barriles entre las sombras, con los virotes de plata. Este metal resultaba letal para los chupasangres y los hacía caer con más facilidad que el acero. Sango parecía haber hecho lo propio con otro. Un último vampiro se abalanzaba a por él desde las sombras. No sé si el chico sería capaz de reaccionar a tiempo pero, por si acaso, le metí un virote entre ceja y ceja, momento en el que aparecí entre las sombras.
-¿Tomándote un descansito? Lo que has hecho ha sido una inconsciencia. Podrían haberte matado. – Le regañé con cara de pocos amigos, mientras hice girar mi ballesta de mano en la mano y la devolvía a su funda en mi cadera. – Pero ya es agua pasada.
No había mucho tiempo para hablar pues pronto pudimos ver más de seis o siete chupasangres a nuestro lado. Y una voz que me resultaba muy familiar sonaba en la zona. Me detuve en el acto, llevándome la mano de nuevo a las ballestas de mano, pero no disparé. Una voz que parecía venir del cielo subía.
-¡Anastasia Boisson! ¡Cuánto tiempo! – Comentó la voz de un joven de unos veintipocos años. - ¿Qué hace una tan prestigiosa maestra cazadora de vampiros en estas tierras tan alejadas del mundo? ¡Sola, acompañada de un humano mentecato y protegiendo a unos aldeanos del desierto!
Puse los ojos en blanco. Aquella voz aguda y repelente lo delataba. Sabía quién era. Él era la razón de mi estancia en el desierto.
-Ya vale con la broma, Milton. No hace falta que sigas escondiéndote. – comenté aborrecida, rompiendo así toda la atmósfera de terror que el hermano pequeño de Cassandra Harrowmont parecía querer dar al lugar.
Con fastidio por haber roto su intento fallido de dar miedo, el joven se mostró. Estaba pálido, como de costumbre desde que había decidido abandonar su vida como brujo y unirse a la cruzada de Belladonna. Curiosamente, la mujer que casi acaba con su vida años atrás. Pero más allá de los errores de su hermana, Cassandra, su odio, o más bien su envidia, hacia mí siempre fue muy clara dadas las enseñanzas de su familia.
-¡Maldita seas, Anastasia! ¡Te odio! ¿Lo sabes? – me crucé de brazos. - ¿Mi hermana está en otro sitio buscándome, verdad?
-Efectivamente. Está en Dalmasca. – afirmé. – Y tú vendrás conmigo. No es necesario que haya más derramamiento de sangre.
Milton enfureció.
-¿Pero te crees que puedes venir a darme órdenes? ¿Aquí? – preguntó. Acercándose a mí. - ¡Al contrario! ¡Ahora tengo poderes de atracción! Puedo hacer que…! - quedó pensativo. – ¡que… los dos, terminéis besándome las botas!
Me crucé de brazos mientras comenzaba a hacer el bailecito más ridículo que había visto en mi vida. Incluso los Sheeran se miraron unos a otros, incrédulos por el espectáculo que estaba dando el hermano pequeño de Cass. Milton era simplemente patético. No era un jefe ni resultaba carismático para nadie. Tanto Sango y por supuesto yo, podíamos derrotarlo con una facilidad pasmosa. No tenía habilidades ni entrenamiento, y con su comportamiento infantil no iba a durar muy lejos entre los vampiros. Definitivamente, empezaba a comprender por qué Cass lo había encerrado en la mansión.
-¡Y bien, bruja, ahora bésame las bot…!
Y le propiné un rodillazo en el estómago que le hizo encorvarse por completo. Tanto que, efectivamente, sí, terminó el casi besando las mías.
-Vas a venir conmigo, Milton. – Dije, mirando hacia él y levantándolo. Los demás vampiros se pusieron en guardia.
Esperaba que Sango pudiese negociar con ellos o, directamente, comenzar una batalla campal.
Salí de fuera de la duna para ver si podía evitar que el chico fuera víctima de su estupidez. Con suerte podría encañonar a alguno de los chupasangres ballesteros de la lejanía. Y no tardé en avistar una figura a lo lejos, la cual disparé y con una exquisita precisión derribé. Pero no era el único y pronto vi a Sango en el suelo. Por fortuna para él, los Sheeran no eran unos tiradores impecables y, a pesar de haber sido casi abatido un par de veces. Consiguió llegar.
-Allá voy. – Y comencé a conjurar el viento bajo mi figura. Una nube de arena se levantó y yo me fusioné con ella para desplazarme. Así, me convertí en una estela de humo negra para llegar de esta forma a los acantilados.
Allí me materialicé de nuevo. Mi plan no era llegar hasta Sango, sino entrar justo por el lado contrario. Seguramente él acapararía toda la atención de los Sheeran. Momento que yo aprovecharía para aniquilarlos por la espalda sin mayor dificultad.
Tal y como esperaba, no había gente centrada en proteger el “sector occidental”. El lugar era estrecho, de roca rojiza y con varias alturas. Un cañón angosto y frío donde difícilmente alcanzaría a llegar la luz a lo largo del día. Contaba, además, con cavidades excavadas en la roca. Desde luego, el hábitat ideal para los chupasangres en un desierto.
Con las ballestas de mano, fui disparando escondiéndome entre barriles entre las sombras, con los virotes de plata. Este metal resultaba letal para los chupasangres y los hacía caer con más facilidad que el acero. Sango parecía haber hecho lo propio con otro. Un último vampiro se abalanzaba a por él desde las sombras. No sé si el chico sería capaz de reaccionar a tiempo pero, por si acaso, le metí un virote entre ceja y ceja, momento en el que aparecí entre las sombras.
-¿Tomándote un descansito? Lo que has hecho ha sido una inconsciencia. Podrían haberte matado. – Le regañé con cara de pocos amigos, mientras hice girar mi ballesta de mano en la mano y la devolvía a su funda en mi cadera. – Pero ya es agua pasada.
No había mucho tiempo para hablar pues pronto pudimos ver más de seis o siete chupasangres a nuestro lado. Y una voz que me resultaba muy familiar sonaba en la zona. Me detuve en el acto, llevándome la mano de nuevo a las ballestas de mano, pero no disparé. Una voz que parecía venir del cielo subía.
-¡Anastasia Boisson! ¡Cuánto tiempo! – Comentó la voz de un joven de unos veintipocos años. - ¿Qué hace una tan prestigiosa maestra cazadora de vampiros en estas tierras tan alejadas del mundo? ¡Sola, acompañada de un humano mentecato y protegiendo a unos aldeanos del desierto!
Puse los ojos en blanco. Aquella voz aguda y repelente lo delataba. Sabía quién era. Él era la razón de mi estancia en el desierto.
-Ya vale con la broma, Milton. No hace falta que sigas escondiéndote. – comenté aborrecida, rompiendo así toda la atmósfera de terror que el hermano pequeño de Cassandra Harrowmont parecía querer dar al lugar.
Con fastidio por haber roto su intento fallido de dar miedo, el joven se mostró. Estaba pálido, como de costumbre desde que había decidido abandonar su vida como brujo y unirse a la cruzada de Belladonna. Curiosamente, la mujer que casi acaba con su vida años atrás. Pero más allá de los errores de su hermana, Cassandra, su odio, o más bien su envidia, hacia mí siempre fue muy clara dadas las enseñanzas de su familia.
-¡Maldita seas, Anastasia! ¡Te odio! ¿Lo sabes? – me crucé de brazos. - ¿Mi hermana está en otro sitio buscándome, verdad?
-Efectivamente. Está en Dalmasca. – afirmé. – Y tú vendrás conmigo. No es necesario que haya más derramamiento de sangre.
Milton enfureció.
-¿Pero te crees que puedes venir a darme órdenes? ¿Aquí? – preguntó. Acercándose a mí. - ¡Al contrario! ¡Ahora tengo poderes de atracción! Puedo hacer que…! - quedó pensativo. – ¡que… los dos, terminéis besándome las botas!
Me crucé de brazos mientras comenzaba a hacer el bailecito más ridículo que había visto en mi vida. Incluso los Sheeran se miraron unos a otros, incrédulos por el espectáculo que estaba dando el hermano pequeño de Cass. Milton era simplemente patético. No era un jefe ni resultaba carismático para nadie. Tanto Sango y por supuesto yo, podíamos derrotarlo con una facilidad pasmosa. No tenía habilidades ni entrenamiento, y con su comportamiento infantil no iba a durar muy lejos entre los vampiros. Definitivamente, empezaba a comprender por qué Cass lo había encerrado en la mansión.
-¡Y bien, bruja, ahora bésame las bot…!
Y le propiné un rodillazo en el estómago que le hizo encorvarse por completo. Tanto que, efectivamente, sí, terminó el casi besando las mías.
-Vas a venir conmigo, Milton. – Dije, mirando hacia él y levantándolo. Los demás vampiros se pusieron en guardia.
Esperaba que Sango pudiese negociar con ellos o, directamente, comenzar una batalla campal.
Anastasia Boisson
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Re: Por un puñado de aeros [Privado] [Cerrado]
Sango estaba estudiando al vampiro y se percató de que que tenía algo en la frente, una especie de... ¿virote? Se incorporó levemente y de repente la voz de Huracán sonó a su lado.
- Por todos los Dioses, que susto...- Dijo Sango mientras se levantaba.- Que ganas tienes de...
Una voz resonó en la relativa quietud de la noche. Se había dirigido con el nombre completo a la mujer que se hacía llamar Huracán. Ben se recostó sobre la roca para echar un vistazo, pero no había pasado desapercibido, el hombre le había insultado.
- ¿Mentecato?- Dijo en voz baja. - Mentecato tu padre.- Dijo en un arranque de ira aunque aún murmurando.
A continuación todo sucedió relativamente rápido, Huracán y el hombre que se llamaba Milton intercambiaron unas palabras. El hombre como seguía receloso e incluso se atrevía a amenazarlos. Sango esbozó una sonrisa cuando en mitad de una bravata, Huracán le propinó un rodillazo que hizo que el hombre cayera al suelo tragándose todas y cada una de sus palabras. Fue entonces cuando Ben advirtió movimiento por encima de ellos. Sango, entonces, salió, espada en mano, y fue cerca de Huracán y el desgraciado Milton.
- Parece que hay unos cuantos...- Dijo en voz baja dirigiéndose a Huracán.- ¿Era este el que mató al tipo aquel en el pueblo?- Preguntó a continuación. Miró a su alrededor y parecían estar más cerca.
Sango tuvo unos instantes para valorar el siguiente acto. Por una parte, Huracán no parecía dispuesta a dejar escapar a aquel hombre, Milton, por ayudarle a él a combatir contra aquellos desgraciados vampiros pelirrojos, al menos eso era lo que entendía Sango. Estaban en clara desventaja numérica y con el terreno en contra. Debían salir de allí como fuera.
- Os dejamos llevároslo y olvidamos el resto de incidente por cien Aeros.- Dijo un pelirrojo que se acercaba. Era muy parecido (tanto como se puede comparar en la noche) al que había derribado hacía unos instantes.
- Hmm.- Sango dio un paso al frente.- No, dejaréis a la gente...- Sango dejó de hablar porque a lo lejos vio un grupo de unos cinco animales acercarse con paso decidido. Se iban disgregando poco a poco por las rocas, pero con el objetivo de hacerse con los cuerpos caídos.
- Que bestias tan extraordinarias...- Dijo Sango asombrado.
- Ah, sí... suponen un ingreso adicional muy bueno.- Dijo el vampiro que daba una orden rápida. Ben se giró para mirarle, incrédulo. - Sí, la carne del Kag es valiosa si encuentras el público adecuado hay más partes aprovechables, sus escamas pueden valer para una armadura y...- No dijo nada más.
En el momento en el que terminaba de hablar varios hombres se habían abalanzaron a por uno de los kags, uno de los más separado del grupo y lo abatieron con una facilidad asombrosa.
- ¿Pero qué...?- Dijo Sango disgustado.- Este duelo ha sido desequilibrado.-Sango se había vuelto hacia el hombre que ahora respiraba con una mayor ansiedad y en sus ojos había un brillo que no había percibido con anterioridad.
Sin verlo venir el hombre le empujó y Sango salió disparado varios metros atrás. Rodó por el suelo pero rápidamente recuperó la postura, lo que cogió desprevenido al hombre que se detuvo y le sonrió. Sango miró al resto de vampiros que se ponían en guardia. Y para sorpresa de todos Sango silbó, pero no de manera normal, era un silbido que había aprendido de manera apurada en la Guerra de Lunargenta, cuando le tocó dirigir una jauría de Kags hambrientos al interior de la ciudad.
Sango se lanzó, empuñando la espada con la diestra y el puño cerrado en la zurda, contra el hombre que por supuesto había tenido tiempo de sobra para desenvainar su arma y había adoptado una postura defensiva. No acostumbrado a llevar la iniciativa en el combate, Sango decidió recurrir a un viejo truco y cuando estaba a dos pasos de él lanzó un tajo descendente con poca fuerza que el vampiro paró con facilidad lo que Sango aprovechó para lanzar la arena, que llevaba en la mano izquierda, contra la cara de su adversario. El vampiro se echó hacia atrás y Sango le atravesó el pecho con la espada. Al sacar la espada evaluó la situación varios vampiros luchaban con los kags y otros se dirigían hacia él, aún así... Sin perder más tiempo corrió hacia Huracán. Al llegar adoptó una posición defensiva y no se pudo contener.
- Mi señora, creo que las negociaciones se han roto.- Esbozó una sonrisa y se preparó para combatir.
- Por todos los Dioses, que susto...- Dijo Sango mientras se levantaba.- Que ganas tienes de...
Una voz resonó en la relativa quietud de la noche. Se había dirigido con el nombre completo a la mujer que se hacía llamar Huracán. Ben se recostó sobre la roca para echar un vistazo, pero no había pasado desapercibido, el hombre le había insultado.
- ¿Mentecato?- Dijo en voz baja. - Mentecato tu padre.- Dijo en un arranque de ira aunque aún murmurando.
A continuación todo sucedió relativamente rápido, Huracán y el hombre que se llamaba Milton intercambiaron unas palabras. El hombre como seguía receloso e incluso se atrevía a amenazarlos. Sango esbozó una sonrisa cuando en mitad de una bravata, Huracán le propinó un rodillazo que hizo que el hombre cayera al suelo tragándose todas y cada una de sus palabras. Fue entonces cuando Ben advirtió movimiento por encima de ellos. Sango, entonces, salió, espada en mano, y fue cerca de Huracán y el desgraciado Milton.
- Parece que hay unos cuantos...- Dijo en voz baja dirigiéndose a Huracán.- ¿Era este el que mató al tipo aquel en el pueblo?- Preguntó a continuación. Miró a su alrededor y parecían estar más cerca.
Sango tuvo unos instantes para valorar el siguiente acto. Por una parte, Huracán no parecía dispuesta a dejar escapar a aquel hombre, Milton, por ayudarle a él a combatir contra aquellos desgraciados vampiros pelirrojos, al menos eso era lo que entendía Sango. Estaban en clara desventaja numérica y con el terreno en contra. Debían salir de allí como fuera.
- Os dejamos llevároslo y olvidamos el resto de incidente por cien Aeros.- Dijo un pelirrojo que se acercaba. Era muy parecido (tanto como se puede comparar en la noche) al que había derribado hacía unos instantes.
- Hmm.- Sango dio un paso al frente.- No, dejaréis a la gente...- Sango dejó de hablar porque a lo lejos vio un grupo de unos cinco animales acercarse con paso decidido. Se iban disgregando poco a poco por las rocas, pero con el objetivo de hacerse con los cuerpos caídos.
- Que bestias tan extraordinarias...- Dijo Sango asombrado.
- Ah, sí... suponen un ingreso adicional muy bueno.- Dijo el vampiro que daba una orden rápida. Ben se giró para mirarle, incrédulo. - Sí, la carne del Kag es valiosa si encuentras el público adecuado hay más partes aprovechables, sus escamas pueden valer para una armadura y...- No dijo nada más.
En el momento en el que terminaba de hablar varios hombres se habían abalanzaron a por uno de los kags, uno de los más separado del grupo y lo abatieron con una facilidad asombrosa.
- ¿Pero qué...?- Dijo Sango disgustado.- Este duelo ha sido desequilibrado.-Sango se había vuelto hacia el hombre que ahora respiraba con una mayor ansiedad y en sus ojos había un brillo que no había percibido con anterioridad.
Sin verlo venir el hombre le empujó y Sango salió disparado varios metros atrás. Rodó por el suelo pero rápidamente recuperó la postura, lo que cogió desprevenido al hombre que se detuvo y le sonrió. Sango miró al resto de vampiros que se ponían en guardia. Y para sorpresa de todos Sango silbó, pero no de manera normal, era un silbido que había aprendido de manera apurada en la Guerra de Lunargenta, cuando le tocó dirigir una jauría de Kags hambrientos al interior de la ciudad.
Sango se lanzó, empuñando la espada con la diestra y el puño cerrado en la zurda, contra el hombre que por supuesto había tenido tiempo de sobra para desenvainar su arma y había adoptado una postura defensiva. No acostumbrado a llevar la iniciativa en el combate, Sango decidió recurrir a un viejo truco y cuando estaba a dos pasos de él lanzó un tajo descendente con poca fuerza que el vampiro paró con facilidad lo que Sango aprovechó para lanzar la arena, que llevaba en la mano izquierda, contra la cara de su adversario. El vampiro se echó hacia atrás y Sango le atravesó el pecho con la espada. Al sacar la espada evaluó la situación varios vampiros luchaban con los kags y otros se dirigían hacia él, aún así... Sin perder más tiempo corrió hacia Huracán. Al llegar adoptó una posición defensiva y no se pudo contener.
- Mi señora, creo que las negociaciones se han roto.- Esbozó una sonrisa y se preparó para combatir.
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Re: Por un puñado de aeros [Privado] [Cerrado]
Levanté al denostado Milton del suelo casi a rastras mientras Sango me preguntaba si había sido el propio Milton el responsable del asesinato del banquero del pueblo. - Este no sería capaz ni de pisar a una araña. – negué, casi sin entonar, y tirando del inútil del hermano de Cass. Quien no puso mucha resistencia y comenzó a vejar contra mí y a patalear en la arena cual niño de diez años en el suelo. Ni siquiera le escuché. – Habla tú con ellos. – le pedí a Sango, un tanto borde, dejándolo solo con ellos.
Até las manos de Milton con una cuerda. Y lo empujé por el cañón. Los vampiros tendieron a acechar sobre nuestra posición. Vi sus ojos rojos reluciendo en sombras sobre los riscos y, a mi espalda, sentí gruñidos de esas hienas repugnantes que suponían los kags. Sango negociaba con ellos. Pero tranquilamente había diez Sheeran en los riscos que, de momento, permanecían neutrales. – No vas a salir de aquí, Boisson. – advirtió el vampiro.
Resoplé. – Cierra el pico, Milton, o te saco los dientes. – abronqué, empujándole. Estaba claro que no nos iban a perdonar que hubiéramos acabado con sus aliados asesinos y que, en breve, tendríamos que combatir. Pero cuanto más cerca estuviéramos de la salida, mejor.
Efectivamente, cerca de la salida de los cañones y la llegada del desierto, no tardé en sentir los golpes. Sango se aproximó a mí corriendo y bramando, adelantando que venía el momento de sacar las armas.
No dije nada y solté a Milton, que no se movió. Luego desenfundé ambas ballestas de mano y disparé a los vampiros de los riscos en el momento en que se lanzaron contra nosotros. Apunté a dos distanciados en el flanco derecho y, con una precisión exquisita, les acerté. Después, me giré y di un par de pasos en el suelo para apuntar a un par más que se habían lanzado desde lo alto. Todos caían abatidos al suelo.
Pero nos superaban ampliamente en número y pronto fueron ganando espacio. Uno incluso llegó a rasgarme en el brazo, aunque le disparé con el último virote que tenía en la ballesta de mano, antes de recargar. Sango también parecía enfrentado a unos cuantos. Eran más de los que pensábamos. Corriendo por el desierto no íbamos a llegar muy lejos.
Había que buscar una alternativa que no tardó en aparecer.
–¡Mira allí! ¡Los establos! – Grité al chico señalando un lugar excavado en el desfiladero donde guardaban los caballos. Estaban asustados, relinchando por el combate. Pero al estar atados no podían huir. Siendo tres, tendríamos que utilizar un carro que parecía anclado en el interior de la cueva. – Podríamos aprovechar ese carro. – sugerí.
Por mi parte, continué despachando a los Sheeran que venían, esquivándolos con gráciles volteretas a izquierda y derecha y salpicando sus ojos con arena que elevaba con gráciles corrientes de viento cuando levantaba una mano para disparar. Los Sheeran no eran ni mucho menos vampiros muy experimentados, y me divertía encabronándolos y convirtiéndolos en pasto de kag.
Una vez dentro, tuvimos unos segundos para descansar. Los vampiros no entrarían a unos establos estrechos con una sociópata con ballesta que apenas erraba un tiro. Mejor esperar a que saliéramos y acecharnos como mejor sabían. Me dirigí a la parte trasera del mismo y empujé de mala manera a Milton ahí dentro.
-¡Eh, con cuidado! – pidió. Haciéndole caso omiso.
Demasiada agitación para mis treinta años y el calor. Me quité bombín y guantes y me sequé el sudor de la frente con la manga. A continuación, me dirigí a donde se encontraba Sango. Antes de subir me detuve y, con cierta altanería, le entregué mi mano con elegancia para que me ayudara a subir si quería. - ¿Gustaríais darle un paseo a una inocente dama? – Y le dediqué una sonrisa y un guiño de ojos mientras me recolocaba el bombín.
-¡Eh, mentecato! ¡Abre los ojos! ¡No sabes nada de esa bruja! - repitió Milton, intentando coaccionar a Sango con el mismo insulto de antes. Como no podía hacer nada en combate, llorar era lo que le quedaba. - ¡Conozco a la Boisson desde hace veinte años! Ni es inocente, ni mucho menos una recatada dama. ¡Más bien una despiadada viuda neg...!- inquirió el asustado Milton desde atrás. Le había disparado un virote somnífero para que cerrara el pico y no diera mucho por culo durante la persecución.
-Habla demasiado. - me excusé sentada ya arriba, con cierto aborrecimiento hacia el hermano de Cass. Llevé la mano hacia la parte inferior de mis pantalones, allí guardaba algunos virotes con los que recargué las ballestas de mano delicadamente.
Sango no tenía nada que temer. Me caía bien. Era discreto, luchaba aceptablemente bien y, lo más importante, por frases como “mi señora” y su carácter servicial parecía haber aprendido bien el rol que tenía que tener para con una mujer de alta cuna en busca de la admiración constante, como era yo. Sí. Sango tenía ese perfil de humano “a lo Tale” que tan bien encajaba con mi exacerbado carácter.
Luego acomodé la pesada bien cargada a mi mano y el carcaj. Estaba lista para, si optábamos por esa vía. Salir de allí a tiros.
Até las manos de Milton con una cuerda. Y lo empujé por el cañón. Los vampiros tendieron a acechar sobre nuestra posición. Vi sus ojos rojos reluciendo en sombras sobre los riscos y, a mi espalda, sentí gruñidos de esas hienas repugnantes que suponían los kags. Sango negociaba con ellos. Pero tranquilamente había diez Sheeran en los riscos que, de momento, permanecían neutrales. – No vas a salir de aquí, Boisson. – advirtió el vampiro.
Resoplé. – Cierra el pico, Milton, o te saco los dientes. – abronqué, empujándole. Estaba claro que no nos iban a perdonar que hubiéramos acabado con sus aliados asesinos y que, en breve, tendríamos que combatir. Pero cuanto más cerca estuviéramos de la salida, mejor.
Efectivamente, cerca de la salida de los cañones y la llegada del desierto, no tardé en sentir los golpes. Sango se aproximó a mí corriendo y bramando, adelantando que venía el momento de sacar las armas.
No dije nada y solté a Milton, que no se movió. Luego desenfundé ambas ballestas de mano y disparé a los vampiros de los riscos en el momento en que se lanzaron contra nosotros. Apunté a dos distanciados en el flanco derecho y, con una precisión exquisita, les acerté. Después, me giré y di un par de pasos en el suelo para apuntar a un par más que se habían lanzado desde lo alto. Todos caían abatidos al suelo.
Pero nos superaban ampliamente en número y pronto fueron ganando espacio. Uno incluso llegó a rasgarme en el brazo, aunque le disparé con el último virote que tenía en la ballesta de mano, antes de recargar. Sango también parecía enfrentado a unos cuantos. Eran más de los que pensábamos. Corriendo por el desierto no íbamos a llegar muy lejos.
Había que buscar una alternativa que no tardó en aparecer.
–¡Mira allí! ¡Los establos! – Grité al chico señalando un lugar excavado en el desfiladero donde guardaban los caballos. Estaban asustados, relinchando por el combate. Pero al estar atados no podían huir. Siendo tres, tendríamos que utilizar un carro que parecía anclado en el interior de la cueva. – Podríamos aprovechar ese carro. – sugerí.
Por mi parte, continué despachando a los Sheeran que venían, esquivándolos con gráciles volteretas a izquierda y derecha y salpicando sus ojos con arena que elevaba con gráciles corrientes de viento cuando levantaba una mano para disparar. Los Sheeran no eran ni mucho menos vampiros muy experimentados, y me divertía encabronándolos y convirtiéndolos en pasto de kag.
Una vez dentro, tuvimos unos segundos para descansar. Los vampiros no entrarían a unos establos estrechos con una sociópata con ballesta que apenas erraba un tiro. Mejor esperar a que saliéramos y acecharnos como mejor sabían. Me dirigí a la parte trasera del mismo y empujé de mala manera a Milton ahí dentro.
-¡Eh, con cuidado! – pidió. Haciéndole caso omiso.
Demasiada agitación para mis treinta años y el calor. Me quité bombín y guantes y me sequé el sudor de la frente con la manga. A continuación, me dirigí a donde se encontraba Sango. Antes de subir me detuve y, con cierta altanería, le entregué mi mano con elegancia para que me ayudara a subir si quería. - ¿Gustaríais darle un paseo a una inocente dama? – Y le dediqué una sonrisa y un guiño de ojos mientras me recolocaba el bombín.
-¡Eh, mentecato! ¡Abre los ojos! ¡No sabes nada de esa bruja! - repitió Milton, intentando coaccionar a Sango con el mismo insulto de antes. Como no podía hacer nada en combate, llorar era lo que le quedaba. - ¡Conozco a la Boisson desde hace veinte años! Ni es inocente, ni mucho menos una recatada dama. ¡Más bien una despiadada viuda neg...!- inquirió el asustado Milton desde atrás. Le había disparado un virote somnífero para que cerrara el pico y no diera mucho por culo durante la persecución.
-Habla demasiado. - me excusé sentada ya arriba, con cierto aborrecimiento hacia el hermano de Cass. Llevé la mano hacia la parte inferior de mis pantalones, allí guardaba algunos virotes con los que recargué las ballestas de mano delicadamente.
Sango no tenía nada que temer. Me caía bien. Era discreto, luchaba aceptablemente bien y, lo más importante, por frases como “mi señora” y su carácter servicial parecía haber aprendido bien el rol que tenía que tener para con una mujer de alta cuna en busca de la admiración constante, como era yo. Sí. Sango tenía ese perfil de humano “a lo Tale” que tan bien encajaba con mi exacerbado carácter.
Luego acomodé la pesada bien cargada a mi mano y el carcaj. Estaba lista para, si optábamos por esa vía. Salir de allí a tiros.
Anastasia Boisson
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Re: Por un puñado de aeros [Privado] [Cerrado]
Los enemigos se abalanzaron rápidamente contra ellos y para asombro se Sango, dos de los que estaban en los riscos cayeron al suelo. Ben miró a un lado y vio que Huracán disparaba con una gran precisión y una velocidad digna de admiración. Pero no había tiempo para contemplar aquel espectáculo.
Un pelirrojo con una maza le lanzó una estocada rápida para probarle pero Sango se apartó de un pequeño salto. El hombre retiró con mucha rapidez el arma y ya estaba atacando de nuevo con un golpe descendente que Sango desvió lanzando un ataque hacia la maza. El Sheeran aprovechó la inercia y giró dando un salto sobre sí mismo para volver a atacar a Sango que esta vez tuvo que tirarse al suelo y rodar hacia atrás para esquivar el golpe. Según se levantaba un segundo atacante apareció frente a él y tuvo el tiempo suficiente para asestarle una estocada que le atravesó a la altura del vientre. Para su sorpresa, tenía un virote incrustado en la cabeza.
No se había olvidado del hombre con la maza y quiso girarse y sacar la espada al mismo tiempo, pero esta estaba atascada en el vampiro muerto. Sango soltó la espada y giró con él justo para que el de la maza golpeara el cráneo del cuerpo inerte. El golpe fue tan brutal que Ben y el vampiro muerto cayeron al suelo; el atacante de la maza se había quedado inmóvil un instante, sin creer a quién había golpeado. Ben aprovechó para arrastrarse hacía atrás después de coger el virote que había caído a su lado. El vampiro, entonces, saltó sobre él y Ben lanzó una estocada con el virote que se lo clavó en la pantorrilla del Sheeran provocando su caída y que Ben pudiera colocarse sobre él y clavarle con contundencia el virote en un ojo.
Los gritos a su espalda cesaron justo cuando recuperó la espada. Huracán concentraba la atención de los vampiros y Sango aprovechó la oportunidad de atacar por sorpresa a dos de ellos que se acercaban corriendo hacia la mujer. Al primero le soltó un tajo bajo, a la altura de la rodilla y al otro, sorprendido de ver a Sango le atravesó el costado con la espada. Ben corrió hacia Huracán y se lanzó en plancha a por un Sheeran que acababa de saltar de un risco dispuesto a apuñalarla por la espalda. El impacto fue brutal y para cuando Sango quiso darse cuenta de la cabeza del pelirrojo, que estaba sobre una roca, salía mucha sangre. Al fin pudo llegar, una vez más, junto a Huracán.
- Joder, ¿de dónde salen todos estos cabrones?- Dijo entre dientes. Entonces Huracán le indicó a Ben que fuera hacia un establo ubicado en el interior de una cueva.
- El establo, bien...- Ben se lanzó a la carrera, estaba claro que él no era el objetivo principal, ni mucho menos.
En el interior pudo ver un par de caballos agitados y también vio el carro, junto con algunas otras cosas, como fardos de hierba para su manutención, Ben hizo una mueca de desagrado. La tarea era, a priori, sencilla: atar unos caballos encabritados a un carro que seguramente había visto días mejores. Por suerte para Sango, los caballos tenían las correas y los arreos puestos, y solo había que enganchar las barras del carro a las retrancas. Tendría que hacer un nudo provisional para salir de allí lo antes posible.
Con el primer caballo bastaron unas suaves caricias en el morro para calmarlo y dirigirlo hacia el lugar. El segundo fue más complicado, justo en el momento de soltarlo se alzó de las patas de delante y las movió aleatoriamente. Ben, temiendo una patada, soltó el arreo y se echó a un lado y antes de que el caballo escapara Ben se agarró a su cuello y le agarró de las cinchas del bocado y tiró hacia él. La bestia gimió e intentó morder a Sango pero este ya había vuelto a agarrar el arreo y se le llevó hacia el carro mientras con voz suave le iba susurrando.
- No pasa nada. Buen chico... Shh, soy amigo, no te preocupes.- Ben seguía acariciando al animal que poco a poco iba aceptando el rol que le tocaba asumir.
Huracán entró en el instante en el que Sango estaba colocando la barra del segundo caballo y atándolo con un nudo corredizo, un nudo distinto al otro, básicamente porque con el primero había salido todo bien y pensó que tendría tiempo de sobra, cosa que no ocurrió. Evidentemente tendrían que parar para hacer un nudo algo más elaborado.
- En cuanto suelte el freno estos animales saldrán disparados. Espero que los nudos aguanten...- Dijo Sango a Huracán que acababa de empujar a Milton al carro. Ben dio un último reconocimiento al carro. Le pidió a los Dioses que aguantara, que aguantara, al menos, hasta el pueblo más cercano.
Estaba a punto de subir cuando Huracán se acercó a él y le tendió una mano para que le ayudara a subir y... oh, aquella sonrisa.
- Por supuesto, mi señora. Maravillosa noche, sin duda.- Dijo siguiéndole el juego antes de ayudarla a subir.
Aquello no le gustó nada a Milton que le insultó y dijo otras cosas a las que por supuesto Sango no prestó atención pues había vuelto a comprobar el último nudo que había hecho. Subió de un salto y echó una mirada a Milton, que se había callado de repente. Luego miró a Huracán.
- Habla demasiado.- Ben se limitó a encogerse de hombros e hizo una cuenta mental hacia atrás.
- Agárrate...- Un Sheeran se asomó y Sango tiró de la palanca que servía de freno y arreó a los animales.
El carro chasqueó a su espalda y empezó a moverse. Fuera los gritos eran frenéticos y les lanzaron, al principio, piedras, gracias a los Dioses que no eran virotes. Sango no dejaba de arrear a los caballos y estaban ya alejándose cuando algunos virotes cayeron cerca de ellos.
Cuando estuvieron lo suficientemente cerca, aminoraron la marcha. Y los crujidos del carro sonaron con mucha menos frecuencia. Ben miró al cielo y respiró tranquilo.
- Entonces...- Hizo una pausa larga.- ¿no hemos atrapado al que mató a aquel pobre hombre en el pueblo?- Miró hacia atrás, a Milton, durante unos instantes y volvió la mirada al frente.- Por todos los Dioses que noche...- Sango por fin se relajó. Se echó hacia atrás y agradeció, en silencio, a los Dioses su buena fortuna.
Un pelirrojo con una maza le lanzó una estocada rápida para probarle pero Sango se apartó de un pequeño salto. El hombre retiró con mucha rapidez el arma y ya estaba atacando de nuevo con un golpe descendente que Sango desvió lanzando un ataque hacia la maza. El Sheeran aprovechó la inercia y giró dando un salto sobre sí mismo para volver a atacar a Sango que esta vez tuvo que tirarse al suelo y rodar hacia atrás para esquivar el golpe. Según se levantaba un segundo atacante apareció frente a él y tuvo el tiempo suficiente para asestarle una estocada que le atravesó a la altura del vientre. Para su sorpresa, tenía un virote incrustado en la cabeza.
No se había olvidado del hombre con la maza y quiso girarse y sacar la espada al mismo tiempo, pero esta estaba atascada en el vampiro muerto. Sango soltó la espada y giró con él justo para que el de la maza golpeara el cráneo del cuerpo inerte. El golpe fue tan brutal que Ben y el vampiro muerto cayeron al suelo; el atacante de la maza se había quedado inmóvil un instante, sin creer a quién había golpeado. Ben aprovechó para arrastrarse hacía atrás después de coger el virote que había caído a su lado. El vampiro, entonces, saltó sobre él y Ben lanzó una estocada con el virote que se lo clavó en la pantorrilla del Sheeran provocando su caída y que Ben pudiera colocarse sobre él y clavarle con contundencia el virote en un ojo.
Los gritos a su espalda cesaron justo cuando recuperó la espada. Huracán concentraba la atención de los vampiros y Sango aprovechó la oportunidad de atacar por sorpresa a dos de ellos que se acercaban corriendo hacia la mujer. Al primero le soltó un tajo bajo, a la altura de la rodilla y al otro, sorprendido de ver a Sango le atravesó el costado con la espada. Ben corrió hacia Huracán y se lanzó en plancha a por un Sheeran que acababa de saltar de un risco dispuesto a apuñalarla por la espalda. El impacto fue brutal y para cuando Sango quiso darse cuenta de la cabeza del pelirrojo, que estaba sobre una roca, salía mucha sangre. Al fin pudo llegar, una vez más, junto a Huracán.
- Joder, ¿de dónde salen todos estos cabrones?- Dijo entre dientes. Entonces Huracán le indicó a Ben que fuera hacia un establo ubicado en el interior de una cueva.
- El establo, bien...- Ben se lanzó a la carrera, estaba claro que él no era el objetivo principal, ni mucho menos.
En el interior pudo ver un par de caballos agitados y también vio el carro, junto con algunas otras cosas, como fardos de hierba para su manutención, Ben hizo una mueca de desagrado. La tarea era, a priori, sencilla: atar unos caballos encabritados a un carro que seguramente había visto días mejores. Por suerte para Sango, los caballos tenían las correas y los arreos puestos, y solo había que enganchar las barras del carro a las retrancas. Tendría que hacer un nudo provisional para salir de allí lo antes posible.
Con el primer caballo bastaron unas suaves caricias en el morro para calmarlo y dirigirlo hacia el lugar. El segundo fue más complicado, justo en el momento de soltarlo se alzó de las patas de delante y las movió aleatoriamente. Ben, temiendo una patada, soltó el arreo y se echó a un lado y antes de que el caballo escapara Ben se agarró a su cuello y le agarró de las cinchas del bocado y tiró hacia él. La bestia gimió e intentó morder a Sango pero este ya había vuelto a agarrar el arreo y se le llevó hacia el carro mientras con voz suave le iba susurrando.
- No pasa nada. Buen chico... Shh, soy amigo, no te preocupes.- Ben seguía acariciando al animal que poco a poco iba aceptando el rol que le tocaba asumir.
Huracán entró en el instante en el que Sango estaba colocando la barra del segundo caballo y atándolo con un nudo corredizo, un nudo distinto al otro, básicamente porque con el primero había salido todo bien y pensó que tendría tiempo de sobra, cosa que no ocurrió. Evidentemente tendrían que parar para hacer un nudo algo más elaborado.
- En cuanto suelte el freno estos animales saldrán disparados. Espero que los nudos aguanten...- Dijo Sango a Huracán que acababa de empujar a Milton al carro. Ben dio un último reconocimiento al carro. Le pidió a los Dioses que aguantara, que aguantara, al menos, hasta el pueblo más cercano.
Estaba a punto de subir cuando Huracán se acercó a él y le tendió una mano para que le ayudara a subir y... oh, aquella sonrisa.
- Por supuesto, mi señora. Maravillosa noche, sin duda.- Dijo siguiéndole el juego antes de ayudarla a subir.
Aquello no le gustó nada a Milton que le insultó y dijo otras cosas a las que por supuesto Sango no prestó atención pues había vuelto a comprobar el último nudo que había hecho. Subió de un salto y echó una mirada a Milton, que se había callado de repente. Luego miró a Huracán.
- Habla demasiado.- Ben se limitó a encogerse de hombros e hizo una cuenta mental hacia atrás.
- Agárrate...- Un Sheeran se asomó y Sango tiró de la palanca que servía de freno y arreó a los animales.
El carro chasqueó a su espalda y empezó a moverse. Fuera los gritos eran frenéticos y les lanzaron, al principio, piedras, gracias a los Dioses que no eran virotes. Sango no dejaba de arrear a los caballos y estaban ya alejándose cuando algunos virotes cayeron cerca de ellos.
Cuando estuvieron lo suficientemente cerca, aminoraron la marcha. Y los crujidos del carro sonaron con mucha menos frecuencia. Ben miró al cielo y respiró tranquilo.
- Entonces...- Hizo una pausa larga.- ¿no hemos atrapado al que mató a aquel pobre hombre en el pueblo?- Miró hacia atrás, a Milton, durante unos instantes y volvió la mirada al frente.- Por todos los Dioses que noche...- Sango por fin se relajó. Se echó hacia atrás y agradeció, en silencio, a los Dioses su buena fortuna.
Sango
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Re: Por un puñado de aeros [Privado] [Cerrado]
Tan pronto Sango espoleó a los caballos, estos salieron pitando. Agarré el sombrero y el reposamanos y salimos como alma que llevaba el diablo. Algunos intentaron tirarnos piedras, pero con mi telequinesia pude mantenerlas alejadas de nuestra trayectoria. – Dame unos segundos. – Y me di la vuelta en la diligencia con la intención de disparar a nuestros enemigos.
Con ambas ballestas pistola comencé a disparar. Primero a un chupasangres que nos perseguía a caballo. En movimiento resultaba más difícil acertarles, pero también tenía que protegerme yo de las flechas que nos disparaban a nosotros con las corrientes de viento. Esperaba en poder salir pronto de aquel dichoso cañón.
Finalmente, un chupasangres saltó hasta el carromato. – Espoléalos y no pares. – ordené al humano, haciendo malabares para dirigirme a la parte de atrás del carro sin caerme.
El vampiro pelirrojo mostró sus colmillos y yo sonreí. Tratar de ganar a un chupasangres en un espacio limitado era difícil incluso para mí. Pero en un carro a alta velocidad y en movimiento me resultaba más sencillo. Bastó con emitir una fuerte corriente de aire para desplazar al tipo.
Sin embargo, un nuevo enemigo abordaba el otro lado del carro por un lateral. Este era grande como un elefante. Y... Au. Me propinó un fuerte puñetazo en la mandíbula que me hizo caer a la madera, sujetándome con un brazo mientras la otra mano la llevaba a la dolorida boca. – ¿Te ha dolido? – preguntó con una sonrisa satisfactoria, golpeándose el puño contra la palma de la mano. Desde el suelo torcí la cabeza. Digamos que había visto las estrellas, y no las del cielo despejado del arenal, precisamente. - Pues ven aquí, que te pongo el otro lado de la cara a juego.
Pero un inesperado bache actuó de salvador del día e hizo tropezar al tipo. – Me gusta así, gracias. – Y aproveché para estirar la mano desde el suelo y conjurar una corriente de aire suficiente para hacer que se tambaleara, cayera fuera del carro y, con suerte, se partiese el cuello después del sonido “a roto” que produjo.
-Gajes del oficio. – Comenté, dolorida, sin darle mayor importancia al golpe. Y luego volví a sentarme junto a Sango. Estábamos llegando ya a la salida del cañón. Ahí la luz de la luna era muy intensa y los Sheeran nos empezarían a cesar en su persecución y a dejarnos respirar.
Finalmente, Sango me preguntó si habíamos acabado con el asesino del pueblo. A él pareció sorprenderle todo al ajetreo que habíamos tenido.
Para mí no era más que otro día en la oficina.
-Y yo que sé. El tipo de la taberna iba tapado, y no acostumbro a pedir un documento de identificación a mis víctimas antes de meterles un virote entre ceja y ceja, ¿sabes? – comenté mordaz, con mi habitual carácter agrio. Al tiempo que me quitaba las botas para quitar la arena que se me había pegado al pie. – Esos paletos querían que los Sheeran les dejaran de molestar. Y después de esto, dudo que esos chupasangres vuelvan a pasarse por ahí en una temporada. Así que es buen momento para volver y cobrar nuestra merecida recompensa. – Comenté con serenidad, golpeando la segunda bota contra la madera del carro. Luego tendí la vista a Sango mientras la calzaba de nuevo – Después, a menos que quieras ir a Dalmasca conmigo a entregar a Milton, supongo que nuestros caminos se dividirán. – indiqué con una sonrisa gesticulando hacia atrás, donde estaba Milton. Después, curioseé sobre la situación del joven en aquel mar de dunas y polvo.- ¿Y tú qué haces aquí, chico? Digo yo que algún propósito tendrías en este desierto.
Esperé su respuesta con un gran bostezo. El cansancio después de un día de caminata por el desierto comenzaba a hacer mella. Y el silencio y la manera en la que el carro me mecía me incitaba a cerrar los ojos y dormir. Fue entonces cuando me di cuenta de que no tenía sentido que estuviéramos los dos partiéndonos la espalda en aquel sillín de mala muerte. Él llevaba las riendas. Yo me tiraría atrás.
-¿Verdad que no te importa llevar el carro a ti hasta el pueblo? Es que estoy tan cansada… – pregunté ni corta ni perezosa para colarle el marrón de la travesía por el aburrido desierto. Que serían unas dos horas a caballo. Antes de que dijera nada, echándole morro, ya estaba pasando ni corta ni perezosa hacia la parte trasera. Nadie iba a impedir que me tirara en plancha en la parte trasera del mismo, como así hice.
Me tumbé al lado de Milton y primero comprobé su estado. Dormía como un bebé. La dosis de somnífero era suficiente como para permitir a mis oídos descansar de sus berridos al menos hasta el amanecer. Así, hice almohada de un fardo de verduras del carro y me recosté tranquila sobre el respaldo.
Todo cuanto quedaba era colocar las manos en el cogote, cruzar tobillos y contemplar cómo se cerraba el horizonte ante mi vista. Allí, la luz de la luna llena iluminaba el sendero y los cañones que, cada vez, dejábamos más atrás.
Era hora de cerrar los ojos.
Con ambas ballestas pistola comencé a disparar. Primero a un chupasangres que nos perseguía a caballo. En movimiento resultaba más difícil acertarles, pero también tenía que protegerme yo de las flechas que nos disparaban a nosotros con las corrientes de viento. Esperaba en poder salir pronto de aquel dichoso cañón.
Finalmente, un chupasangres saltó hasta el carromato. – Espoléalos y no pares. – ordené al humano, haciendo malabares para dirigirme a la parte de atrás del carro sin caerme.
El vampiro pelirrojo mostró sus colmillos y yo sonreí. Tratar de ganar a un chupasangres en un espacio limitado era difícil incluso para mí. Pero en un carro a alta velocidad y en movimiento me resultaba más sencillo. Bastó con emitir una fuerte corriente de aire para desplazar al tipo.
Sin embargo, un nuevo enemigo abordaba el otro lado del carro por un lateral. Este era grande como un elefante. Y... Au. Me propinó un fuerte puñetazo en la mandíbula que me hizo caer a la madera, sujetándome con un brazo mientras la otra mano la llevaba a la dolorida boca. – ¿Te ha dolido? – preguntó con una sonrisa satisfactoria, golpeándose el puño contra la palma de la mano. Desde el suelo torcí la cabeza. Digamos que había visto las estrellas, y no las del cielo despejado del arenal, precisamente. - Pues ven aquí, que te pongo el otro lado de la cara a juego.
Pero un inesperado bache actuó de salvador del día e hizo tropezar al tipo. – Me gusta así, gracias. – Y aproveché para estirar la mano desde el suelo y conjurar una corriente de aire suficiente para hacer que se tambaleara, cayera fuera del carro y, con suerte, se partiese el cuello después del sonido “a roto” que produjo.
-Gajes del oficio. – Comenté, dolorida, sin darle mayor importancia al golpe. Y luego volví a sentarme junto a Sango. Estábamos llegando ya a la salida del cañón. Ahí la luz de la luna era muy intensa y los Sheeran nos empezarían a cesar en su persecución y a dejarnos respirar.
Finalmente, Sango me preguntó si habíamos acabado con el asesino del pueblo. A él pareció sorprenderle todo al ajetreo que habíamos tenido.
Para mí no era más que otro día en la oficina.
-Y yo que sé. El tipo de la taberna iba tapado, y no acostumbro a pedir un documento de identificación a mis víctimas antes de meterles un virote entre ceja y ceja, ¿sabes? – comenté mordaz, con mi habitual carácter agrio. Al tiempo que me quitaba las botas para quitar la arena que se me había pegado al pie. – Esos paletos querían que los Sheeran les dejaran de molestar. Y después de esto, dudo que esos chupasangres vuelvan a pasarse por ahí en una temporada. Así que es buen momento para volver y cobrar nuestra merecida recompensa. – Comenté con serenidad, golpeando la segunda bota contra la madera del carro. Luego tendí la vista a Sango mientras la calzaba de nuevo – Después, a menos que quieras ir a Dalmasca conmigo a entregar a Milton, supongo que nuestros caminos se dividirán. – indiqué con una sonrisa gesticulando hacia atrás, donde estaba Milton. Después, curioseé sobre la situación del joven en aquel mar de dunas y polvo.- ¿Y tú qué haces aquí, chico? Digo yo que algún propósito tendrías en este desierto.
Esperé su respuesta con un gran bostezo. El cansancio después de un día de caminata por el desierto comenzaba a hacer mella. Y el silencio y la manera en la que el carro me mecía me incitaba a cerrar los ojos y dormir. Fue entonces cuando me di cuenta de que no tenía sentido que estuviéramos los dos partiéndonos la espalda en aquel sillín de mala muerte. Él llevaba las riendas. Yo me tiraría atrás.
-¿Verdad que no te importa llevar el carro a ti hasta el pueblo? Es que estoy tan cansada… – pregunté ni corta ni perezosa para colarle el marrón de la travesía por el aburrido desierto. Que serían unas dos horas a caballo. Antes de que dijera nada, echándole morro, ya estaba pasando ni corta ni perezosa hacia la parte trasera. Nadie iba a impedir que me tirara en plancha en la parte trasera del mismo, como así hice.
Me tumbé al lado de Milton y primero comprobé su estado. Dormía como un bebé. La dosis de somnífero era suficiente como para permitir a mis oídos descansar de sus berridos al menos hasta el amanecer. Así, hice almohada de un fardo de verduras del carro y me recosté tranquila sobre el respaldo.
Todo cuanto quedaba era colocar las manos en el cogote, cruzar tobillos y contemplar cómo se cerraba el horizonte ante mi vista. Allí, la luz de la luna llena iluminaba el sendero y los cañones que, cada vez, dejábamos más atrás.
Era hora de cerrar los ojos.
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Re: Por un puñado de aeros [Privado] [Cerrado]
No fue hasta que Huracán se volvió a sentar a su lado cuando Sango se dio cuenta de que les habían estado persiguiendo. Era, cuanto menos, asombroso el poder que tenía la mente para abstraerse y concentrarse sólo en una tarea, aunque la situación bien lo merecía. Los más sabios decían que aquello pertenecía a la naturaleza del humano, el instinto de supervivencia, el adaptarse a situaciones adversas y superarlas sin importar el cómo. Tras todo el despliegue de concentración y al ver que todo se había normalizado, la marcha tomó un ritmo normal, cosa que los caballos agradecieron.
Pero tocó volver a la realidad y cuando Sango formuló una pregunta sensata, ella le respondió con brusquedad. Ben torció e incluso se llegó a irritar tras la burla y la condescendencia con la que Anastasia, o así le había llamado el hombre que llevaban en la parte de atrás, le contestó a la pregunta del hombre. Ben se limitó a suspirar y a volver a concentrarse en el viaje.
- ¿Dalmasca? Sí, claro, os acompañaré.- Dijo casi sin pensarlo. Ben alzó las cejas sorprendido de la respuesta que había dado.
No le convencía la idea de dejar un grupo de vampiros asaltantes todavía con la capacidad de recuperarse, tampoco el hecho de haber dejado a un asesino suelto. Pero si algo había seguro era que Ben trataría de resolver ambos problemas. Al menos era su intención.
Había conocido a unos cuantos nórgedos en su marcha hacia Lunargenta hacía casi dos años. Sango se había enrolado en un batallón que había parado en Roilkat y se habían dirigido hacia el sur para restablecer la línea de suministros con el frente. Aún recordaba a Ojoserpiente, Veladja, Bran, Taralak... Sonrió al recordar la historia del mote del primero, y lo entrañables que eran. Formaban un grupo peculiar. Cuando llegaron a Lunargenta se separaron y Ben no supo nada más de ellos. Hizo una mueca de desagrado pero al instante se le ocurrió que podrían estar allí, en Dalmasca. Podrían ayudarles.
- Ah, un buen amigo se perdió hace poco. Era de por aquí.-Huracán se había interesado en saber por qué estaba allí.- Vine como a ver si le encontraba pero algo me dice que no...- Ignoró el bostezo de Huracán y siguió mirando al frente ahora sonriendo levemente. Huracán había decidido acomodarse en la parte de atrás y Sango respondió con un asentimiento.
- Rumbo a Dalmasca.- Dijo cuando Huracán terminó de hacer ruido en la parte de atrás. Sango empezó a tararear una canción.
La luna seguía subiendo, les quedaba una largo camino.
---------------------------------------------
Perdón por la tardanza. De verdad.
Pero tocó volver a la realidad y cuando Sango formuló una pregunta sensata, ella le respondió con brusquedad. Ben torció e incluso se llegó a irritar tras la burla y la condescendencia con la que Anastasia, o así le había llamado el hombre que llevaban en la parte de atrás, le contestó a la pregunta del hombre. Ben se limitó a suspirar y a volver a concentrarse en el viaje.
- ¿Dalmasca? Sí, claro, os acompañaré.- Dijo casi sin pensarlo. Ben alzó las cejas sorprendido de la respuesta que había dado.
No le convencía la idea de dejar un grupo de vampiros asaltantes todavía con la capacidad de recuperarse, tampoco el hecho de haber dejado a un asesino suelto. Pero si algo había seguro era que Ben trataría de resolver ambos problemas. Al menos era su intención.
Había conocido a unos cuantos nórgedos en su marcha hacia Lunargenta hacía casi dos años. Sango se había enrolado en un batallón que había parado en Roilkat y se habían dirigido hacia el sur para restablecer la línea de suministros con el frente. Aún recordaba a Ojoserpiente, Veladja, Bran, Taralak... Sonrió al recordar la historia del mote del primero, y lo entrañables que eran. Formaban un grupo peculiar. Cuando llegaron a Lunargenta se separaron y Ben no supo nada más de ellos. Hizo una mueca de desagrado pero al instante se le ocurrió que podrían estar allí, en Dalmasca. Podrían ayudarles.
- Ah, un buen amigo se perdió hace poco. Era de por aquí.-Huracán se había interesado en saber por qué estaba allí.- Vine como a ver si le encontraba pero algo me dice que no...- Ignoró el bostezo de Huracán y siguió mirando al frente ahora sonriendo levemente. Huracán había decidido acomodarse en la parte de atrás y Sango respondió con un asentimiento.
- Rumbo a Dalmasca.- Dijo cuando Huracán terminó de hacer ruido en la parte de atrás. Sango empezó a tararear una canción.
La luna seguía subiendo, les quedaba una largo camino.
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Perdón por la tardanza. De verdad.
Sango
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