[Desafío] ¡Jeep, jeep!
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[Desafío] ¡Jeep, jeep!
Una fuerte cortina de aire fue desatada con el ágil movimiento que realizó la cola de aquel animal, de inmensas proporciones y hermoso pelaje y cuernos, revoloteando los verdes pastos de aquel campo con su despegar, cabalgando los gélidos y raudos vientos con la majestuosa y misteriosa habilidad que poseían aquellos bégimos que habitaban las tierras al pie de las montañas del norte. Era impresionante… la forma en que aquellas criaturas gigantescas eran capaces de desplazarse a través de los cielos con la gracia de una delicada pluma, y a la vez con la fuerza de un potente vendaval. Sus rápidas maniobras demostraban el increíble dominio que poseían estas criaturas sobre los amplios cielos, llamarlos sus reyes no era ningún error.
Carmelita observaba fascinada como su querida Petunia alzaba el vuelo por primera vez desde que había concebido a sus crías. Había pasado tanto tiempo desde la última vez que le había visto volar. No había estado tan emocionada desde que… bueno, descubrió que su querida amiga se convertiría en madre. Ella le había acompañado durante todos el proceso, cuatro largos años atendiéndola y asegurándose de que tuviera todo lo que necesitara para que sus crías nacieran sanas y fuertes. Sus esfuerzos no fueron en vano, pues sin duda se vieron sus frutos cuando finalmente nació la esperada camada. ¡Eran cuatro! ¡Cuatro hermosos terneros! ¡Ninguna hembra de la especie había dado a luz a tantas crías en toda la historia de la hacienda! La mujer estaba orgullosa de su amiga, y veía con tanto amor a aquel cuarteto de jóvenes bégimos… como si fueran sus propios nietos.
¡Aquel era el día! ¡Por fin! Después de tanto tiempo a su cuidado… ¡los terneros finalmente aprenderían a volar! Carmelita jamás pensó que aquellos pequeños demorarían tanto en decidir abandonar los suelos. Siempre creyó que terminarían descubriendo la forma de cabalgar los cielos por su propia cuenta, considerando lo revoltosos que eran y lo mucho que comían. ¡Ya hasta le superaban, por mucho, en estatura sin necesidad de erguirse sobre sus cuartos traseros!
Carmelita suspiró ilusionada. No podía esperar por ver a esos pequeños junto a su madre, revoloteando sobre los aires con tanta libertad. ¡Tal vez podría acompañarles a lomos de Petunia! Tal como en los viejos tiempos…
—Muy bien, pequeñajos. ¿Qué esperáis? —espabiló la mujer—. ¡Mamá ha partido! ¡Daos prisa! No queréis hacedle esperar, ¿cierto…?
Vaya sorpresa se llevó la mujer, cuando vio que la camada entera permanecía… en su sitio, en el suelo. Oogie, el mayor, miraba perdido a un punto del suelo mientras comía del pasto, ignorante de sus hermanas, Martha y Rosita, quienes se perseguían mutuamente en un círculo alrededor de Dormilón, quien descansaba plácida y profundamente. ¿Qué…? ¡Petunia se había marchado ya! ¡Debían irse!
La mujer rápidamente se dirigió a la camada. ¡Tenía que hacerlos volar y rápido! Más sus esfuerzos serían en vano, pues, por más que intentó sacar a Oogie de sus pensamientos, el bégimo no espabilaba. Rosita y Martha, por su parte, huyeron a toda prisa en cuanto vieron a su madrina aproximarse, y, sin duda, no había forma alguna de mover al pesado Dormilón mientras estaba en el reino de los sueños.
—¡Oh, santo cielo…! —exclamó la mujer tras caer al suelo agotada, cansada de empujar al inmenso bégimo—. ¿Cómo voy a hacer volar a estos pequeños antes que Petunia se vaya demasiado lejos para que puedan alcanzarla? —suspiró exhausta—. ¡Volved aquí ahora mismo! ¡Martha! ¡Rosita! ¡Dejad de jugar!
Bienvenida, alma que viaja con la libertad de los vientos. Reza porque los vientos norteños soplen a tu favor, pues te encuentras en una hacienda al pie de las montañas, dedicada a la crianza de [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]
Carmelita, la actual guardiana y heredera de la finca, se encuentra en los campos junto a su querida amiga y montura, Petunia, una hembra de la especie que ha concebido cuatro descendientes: Oogie, Martha, Rosita y Dormilón. Este cuarteto de terneros finalmente se encuentran en la edad perfecta para desarrollar su habilidad de alzarse sobre los cielos, aunque parecen estar teniendo un par de problemas para encontrar motivación.
Tal vez desees ayudar a Carmelita. Sin duda, necesita una mano para controlar a los terneros y ponerlos a volar. Estoy seguro que, con un poco de inspiración o algún incentivo, estarán alzando el vuelo en un santiamén.
Petunia no parece estar cerca en esta ronda, pero Carmelita y los cuatro traviesos terneros están a tu disposición. Suerte, mortal.
Carmelita observaba fascinada como su querida Petunia alzaba el vuelo por primera vez desde que había concebido a sus crías. Había pasado tanto tiempo desde la última vez que le había visto volar. No había estado tan emocionada desde que… bueno, descubrió que su querida amiga se convertiría en madre. Ella le había acompañado durante todos el proceso, cuatro largos años atendiéndola y asegurándose de que tuviera todo lo que necesitara para que sus crías nacieran sanas y fuertes. Sus esfuerzos no fueron en vano, pues sin duda se vieron sus frutos cuando finalmente nació la esperada camada. ¡Eran cuatro! ¡Cuatro hermosos terneros! ¡Ninguna hembra de la especie había dado a luz a tantas crías en toda la historia de la hacienda! La mujer estaba orgullosa de su amiga, y veía con tanto amor a aquel cuarteto de jóvenes bégimos… como si fueran sus propios nietos.
¡Aquel era el día! ¡Por fin! Después de tanto tiempo a su cuidado… ¡los terneros finalmente aprenderían a volar! Carmelita jamás pensó que aquellos pequeños demorarían tanto en decidir abandonar los suelos. Siempre creyó que terminarían descubriendo la forma de cabalgar los cielos por su propia cuenta, considerando lo revoltosos que eran y lo mucho que comían. ¡Ya hasta le superaban, por mucho, en estatura sin necesidad de erguirse sobre sus cuartos traseros!
Carmelita suspiró ilusionada. No podía esperar por ver a esos pequeños junto a su madre, revoloteando sobre los aires con tanta libertad. ¡Tal vez podría acompañarles a lomos de Petunia! Tal como en los viejos tiempos…
—Muy bien, pequeñajos. ¿Qué esperáis? —espabiló la mujer—. ¡Mamá ha partido! ¡Daos prisa! No queréis hacedle esperar, ¿cierto…?
Vaya sorpresa se llevó la mujer, cuando vio que la camada entera permanecía… en su sitio, en el suelo. Oogie, el mayor, miraba perdido a un punto del suelo mientras comía del pasto, ignorante de sus hermanas, Martha y Rosita, quienes se perseguían mutuamente en un círculo alrededor de Dormilón, quien descansaba plácida y profundamente. ¿Qué…? ¡Petunia se había marchado ya! ¡Debían irse!
La mujer rápidamente se dirigió a la camada. ¡Tenía que hacerlos volar y rápido! Más sus esfuerzos serían en vano, pues, por más que intentó sacar a Oogie de sus pensamientos, el bégimo no espabilaba. Rosita y Martha, por su parte, huyeron a toda prisa en cuanto vieron a su madrina aproximarse, y, sin duda, no había forma alguna de mover al pesado Dormilón mientras estaba en el reino de los sueños.
—¡Oh, santo cielo…! —exclamó la mujer tras caer al suelo agotada, cansada de empujar al inmenso bégimo—. ¿Cómo voy a hacer volar a estos pequeños antes que Petunia se vaya demasiado lejos para que puedan alcanzarla? —suspiró exhausta—. ¡Volved aquí ahora mismo! ¡Martha! ¡Rosita! ¡Dejad de jugar!
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Carmelita, la actual guardiana y heredera de la finca, se encuentra en los campos junto a su querida amiga y montura, Petunia, una hembra de la especie que ha concebido cuatro descendientes: Oogie, Martha, Rosita y Dormilón. Este cuarteto de terneros finalmente se encuentran en la edad perfecta para desarrollar su habilidad de alzarse sobre los cielos, aunque parecen estar teniendo un par de problemas para encontrar motivación.
Tal vez desees ayudar a Carmelita. Sin duda, necesita una mano para controlar a los terneros y ponerlos a volar. Estoy seguro que, con un poco de inspiración o algún incentivo, estarán alzando el vuelo en un santiamén.
Petunia no parece estar cerca en esta ronda, pero Carmelita y los cuatro traviesos terneros están a tu disposición. Suerte, mortal.
Thorn
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Re: [Desafío] ¡Jeep, jeep!
-¡Carmelita! ¿Esa era Petunia?- preguntó Ingela al acercarse corriendo a la mujer que correteaba unos terneros de bégimos a través del corral. La dragona Levantó la mirada y puso su mano sobre los ojos como visera para poder admirar al hermoso animal que se elevaba por el cielo. -Los bégamos son tan gráciles cuando vuelan... pensar que acá en el suelo son tan lentos y pesados...- comentó y suspiró, embelesada.
-Bégimos, Inge... bégimos... ¿cuándo te vas a aprender el nombre correctamente?- respondió la mujer divertida pero agitada por tanto correr en vano tras Martha y Rosita. Ingela rió y dio un fuerte abrazo a su amiga. -Así que estos son los terneros de los que tanto he escuchado. ¿Pero qué hacen en el suelo aún? Petunia está alto ya, ¿cómo es que no salen tras ella? ¿No trabajaron el apego cuando nacieron? Sabes que eso del apego es muy importante- comentó la dragona con cara de sabelotodo. Carmelita la miró con los ojos entrecerrados -Habló la experta...- dijo -¡Qué vas a saber tú de apego de bégimos si ni siquiera pronuncias bien el nombre!- respondió y ambas se echaron a reír.
-No sé qué les pasa, Inge, lo he intentado todo pero no parecen estar muy interesados en volar, ya no sé qué hacer- contó Carmelita suspirando con tristeza. -Si no vuelan pronto... ¡Ay! No sé qué va a pasar- añadió con preocupación. Ingela se acercó a Oogie que pastaba parsimonioso para acariciar su frente. -¿No será que están muy gorditos y pesados para volar? Nada más mira cómo come este- comentó ella desde su ignorancia.
Carmelita volvió a mirarla con los ojos entrecerrados. -No te pego nada más porque te quiero... ¿Cómo insinúas que los sobrealimento? Comen lo que deben comer, no están gordos. Solo son... pachoncitos- respondió. Ingela ladeó la cabeza y torció la boca -Entonces es que están... cómodos en el suelo- dijo despacio. De repente, se le ocurrió una macabra idea. -Déjame ayudarte- pidió y sonrió con malicia. El rostro de Ingela adquirió una expresión traviesa y malévola que generaba más desconfianza que otra cosa. -Si no vuelan por las buenas, vuelan por las malas- explicó, pero aquello no sonaba tranquilizador.
-No me gusta ni tu cara, ni el tono en que dices eso... pero si es algo que yo no he hecho aún y funciona... tendré que vivir con ello. ...creo...- respondió Carmelita con mucha desconfianza y con un suspiro desesperanzado. Ingela se sobó las manos y quitó su capa, no la quería estropear. Dio unos pasos hacia atrás y tras inhalar hondo, se transformó.
Cuando la transformación estuvo completa y de la linda chica no quedaba rastro, lanzó un feroz rugido. Tan tremendo, que espantó a Carmelita. Dragón Ingela rugía y rugía furiosa, abriendo sus alas y parándose en sus patas traseras. Lucía amenazante, a punto de atacar. Carmelita salió corriendo pero, en medio del carrerón, entendió lo que su amiga quería hacer: asustar a los terneros. Frenó en seco y se dio vuelta -¡Ohhhh! ¡Auxilio! Ayuden-me! ¡Ayuden.me! ¡Un dragón! ¡Un feroz dragón! ¡Ohhh! ¡Ohhhh!- gritaba la mujer en su mejor actuación teatral. Corrió hacia los terneros y siguió gritando -¡Huyan! ¡Huyan con mamá! ¡Rápido! ¡Rápido! ¡El dragón viene! ¡Ya viene el dragón!- exclamaba, empujando a Oogie.
-Bégimos, Inge... bégimos... ¿cuándo te vas a aprender el nombre correctamente?- respondió la mujer divertida pero agitada por tanto correr en vano tras Martha y Rosita. Ingela rió y dio un fuerte abrazo a su amiga. -Así que estos son los terneros de los que tanto he escuchado. ¿Pero qué hacen en el suelo aún? Petunia está alto ya, ¿cómo es que no salen tras ella? ¿No trabajaron el apego cuando nacieron? Sabes que eso del apego es muy importante- comentó la dragona con cara de sabelotodo. Carmelita la miró con los ojos entrecerrados -Habló la experta...- dijo -¡Qué vas a saber tú de apego de bégimos si ni siquiera pronuncias bien el nombre!- respondió y ambas se echaron a reír.
-No sé qué les pasa, Inge, lo he intentado todo pero no parecen estar muy interesados en volar, ya no sé qué hacer- contó Carmelita suspirando con tristeza. -Si no vuelan pronto... ¡Ay! No sé qué va a pasar- añadió con preocupación. Ingela se acercó a Oogie que pastaba parsimonioso para acariciar su frente. -¿No será que están muy gorditos y pesados para volar? Nada más mira cómo come este- comentó ella desde su ignorancia.
Carmelita volvió a mirarla con los ojos entrecerrados. -No te pego nada más porque te quiero... ¿Cómo insinúas que los sobrealimento? Comen lo que deben comer, no están gordos. Solo son... pachoncitos- respondió. Ingela ladeó la cabeza y torció la boca -Entonces es que están... cómodos en el suelo- dijo despacio. De repente, se le ocurrió una macabra idea. -Déjame ayudarte- pidió y sonrió con malicia. El rostro de Ingela adquirió una expresión traviesa y malévola que generaba más desconfianza que otra cosa. -Si no vuelan por las buenas, vuelan por las malas- explicó, pero aquello no sonaba tranquilizador.
-No me gusta ni tu cara, ni el tono en que dices eso... pero si es algo que yo no he hecho aún y funciona... tendré que vivir con ello. ...creo...- respondió Carmelita con mucha desconfianza y con un suspiro desesperanzado. Ingela se sobó las manos y quitó su capa, no la quería estropear. Dio unos pasos hacia atrás y tras inhalar hondo, se transformó.
Cuando la transformación estuvo completa y de la linda chica no quedaba rastro, lanzó un feroz rugido. Tan tremendo, que espantó a Carmelita. Dragón Ingela rugía y rugía furiosa, abriendo sus alas y parándose en sus patas traseras. Lucía amenazante, a punto de atacar. Carmelita salió corriendo pero, en medio del carrerón, entendió lo que su amiga quería hacer: asustar a los terneros. Frenó en seco y se dio vuelta -¡Ohhhh! ¡Auxilio! Ayuden-me! ¡Ayuden.me! ¡Un dragón! ¡Un feroz dragón! ¡Ohhh! ¡Ohhhh!- gritaba la mujer en su mejor actuación teatral. Corrió hacia los terneros y siguió gritando -¡Huyan! ¡Huyan con mamá! ¡Rápido! ¡Rápido! ¡El dragón viene! ¡Ya viene el dragón!- exclamaba, empujando a Oogie.
Ingela
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Algo extraño le ocurre a las estrellas...
En el momento en que la dulce señorita se transformó en aquella criatura inmensa e imponente, luciendo sus bellas escamas y batiendo sus majestuosas alas, emergiendo entre los campos de aquella hacienda con su poderoso rugido, su cometido fue logrado. Aunque su método podía parecer algo... moralmente cuestionable, sin duda, había causado el efecto esperado. Martha, Rosita y el pequeño Oogie huyeron espantados de la temible dragona y su feroz ademán de ataque, siendo en plena carrera desesperada cuando sus patas hicieron gala de su habilidad para cabalgar las corrientes de aire, elevándoles en el cielo para conseguir escapar. Dormilón, como siempre, siendo un caso aparte... siguió durmiendo en un principio, pero en cuanto su burbuja somnolienta fue reventada, no demoró en palidecer ante la imagen de la dragona, escapando junto a sus hermanos.
Carmelita, con ojos ilusionados, no cabía en si de gozo, celebrando contenta al ver el logro de su buena amiga.
—¡Wojojojo! ¡Lo conseguiste, Inge! —celebró Carmelita junto a la figura draconiana de su amiga—. ¡Míralos! ¡Están volando! ¡¡Están volando!! —saltaba la mujer contenta.
Los terneros, una vez se hallaron a salvo, muy lejos de la amenaza que representaba la dulce Ingela, comenzaron a explorar en sus recién descubiertas capacidades. Los pequeños bégimos revoloteaban sobre lo alto de los árboles del bosque, realizando diversas maniobras aéreas mientras se perseguían unos a otros. Carmelita estaba tan feliz de verlos jugar y moverse libres sobre los cielos... los terneros finalmente habían alzado el vuelo.
—Te debo una, Inge. ¡Estoy segura que te encantará darle una probada a la Tarta Roja de Dundarak que hace la abuela Tronquitos! —río la mujer de campo, acariciando una de las patas de la gigantesca dragona—. Sin ti, no habría logrado que ese cuarteto de revoltosos bandidos acompañaran a su... ma... dre...
El rostro de Carmelita perdió su brillo, una vez terminó de arrastrar las palabras de su última declaración. Sintió un escalofrío nervioso recorrer su cuerpo, al ser confrontada ante un hecho que había estado ignorando hasta ese momento: ¿Donde estaba Petunia? ¿Por qué no había regresado por sus hijos aún...? Si bien, era su primera camada de terneros, la hermosa bégimo que conocía jamás abandonaría a sus hijos de ese modo... a no ser que... Petunia estuviera en...
Carmelita guardó silencio un par de segundos, prestando atención al sonido del viento y suprimiendo los sonidos de su alrededor, intentando buscar algún murmullo particular que le diera una pista de la posible situación de su amiga. Los vellos de su nuca se erizaron, fríos como punzantes agujas, cuando pudo oír el llamado de su amiga en la distancia; un llamado de auxilio. ¡Petunia...! ¡Petunia estaba en problemas!
—¡Oh no! ¡Petunia! —exclamó asustada, antes de, con un fuerte silbido, llamar a uno de los caballos de la hacienda, subiendo a su lomo para cabalgar aterrada en dirección al bosque.
El murmullo de las aguas embistiendo las rocosas estructuras que se hallaban en el camino de aquellas veloces corrientes, podía oírse desde la distancia. Aquellas raudas aguas se desplazaban a toda velocidad, con la fiereza y el temple de un huracán. Entre ellas y su retumbar, emergió la voluminosa figura blanquecina de aquella bégimo del norte, luchando con todas sus fuerzas por liberarse del potente caudal en el cual había caído. Petunia daba todo de sí, pero el agua era muy diferente a los cielos en los cuales estaba acostumbrada a reinar. El agua no cedía a su voluntad como lo hacía el viento, ni le permitían viajar a su merced y con la elegancia que le caracterizaba. La bégimo estaba atrapada, rugiendo desesperada cada vez que era reclamada por las turbias aguas del río.
Junto los cuatro terneros, los cuales también pudieron oír el llamado de su madre, y a lomos de aquella yegua color ocre, Carmelita viajaba a toda velocidad a través de los caminos del bosque, persiguiendo el grito de auxilio de Petunia, el cual se oía cada vez más cerca.
Una vez se halló frente a las aguas del río, Carmelita pudo ver como su amiga era arrastrada por el violento caudal.
—¡Petunia! —llamó a su amiga—. ¡¡Ya voy!!
Corriendo sobre su corcel junto a la corriente del rio, acompañada por los cuatro voladores terneros, Carmelita no estaba dispuesta a abandonar a su amiga por nada en el mundo.
Sin embargo, le aterraba el sonido que se percibía en la lejanía: podía escucharse el murmullo del agua precipitándose... ¡Aquello era la caída de agua de una cascada! ¡Oh no! Si no lograba sacarla del río, ¡Petunia caería a su muerte! ¡Debía salvarla! ¿Pero cómo...?
Ingela: Dulce dragona, que inteligente. Cruel, pero inteligente. Has logrado poner a los terneros en el aire con una buena dosis de autoridad. Sin embargo, tu labor no termina aquí, valiente criatura. En la lejanía, podrás escuchar un llamado de auxilio tan potente como tu rugido. ¡Es Petunia! ¡Ha caído en los rápidos del río y es incapaz de salir! Carmelita ha salido presurosa al rescate de su amiga, acompañada de los cuatro terneros. Si no logran rescatarla a tiempo, ¡Petunia será arrastrada por la corriente y caerá a su muerte desde lo alto de una inmensa cascada!
Es tu deber rescatarla, dulce dragoncita... o quizás no, ¿quién sabe?
¡Salva a Petunia, Inge! Carmelita y los cuatro terneros te apoyaran en el plan que se te ocurra...no sé si debo temer por el destino de mis NPC's.
Carmelita, con ojos ilusionados, no cabía en si de gozo, celebrando contenta al ver el logro de su buena amiga.
—¡Wojojojo! ¡Lo conseguiste, Inge! —celebró Carmelita junto a la figura draconiana de su amiga—. ¡Míralos! ¡Están volando! ¡¡Están volando!! —saltaba la mujer contenta.
Los terneros, una vez se hallaron a salvo, muy lejos de la amenaza que representaba la dulce Ingela, comenzaron a explorar en sus recién descubiertas capacidades. Los pequeños bégimos revoloteaban sobre lo alto de los árboles del bosque, realizando diversas maniobras aéreas mientras se perseguían unos a otros. Carmelita estaba tan feliz de verlos jugar y moverse libres sobre los cielos... los terneros finalmente habían alzado el vuelo.
—Te debo una, Inge. ¡Estoy segura que te encantará darle una probada a la Tarta Roja de Dundarak que hace la abuela Tronquitos! —río la mujer de campo, acariciando una de las patas de la gigantesca dragona—. Sin ti, no habría logrado que ese cuarteto de revoltosos bandidos acompañaran a su... ma... dre...
El rostro de Carmelita perdió su brillo, una vez terminó de arrastrar las palabras de su última declaración. Sintió un escalofrío nervioso recorrer su cuerpo, al ser confrontada ante un hecho que había estado ignorando hasta ese momento: ¿Donde estaba Petunia? ¿Por qué no había regresado por sus hijos aún...? Si bien, era su primera camada de terneros, la hermosa bégimo que conocía jamás abandonaría a sus hijos de ese modo... a no ser que... Petunia estuviera en...
Carmelita guardó silencio un par de segundos, prestando atención al sonido del viento y suprimiendo los sonidos de su alrededor, intentando buscar algún murmullo particular que le diera una pista de la posible situación de su amiga. Los vellos de su nuca se erizaron, fríos como punzantes agujas, cuando pudo oír el llamado de su amiga en la distancia; un llamado de auxilio. ¡Petunia...! ¡Petunia estaba en problemas!
—¡Oh no! ¡Petunia! —exclamó asustada, antes de, con un fuerte silbido, llamar a uno de los caballos de la hacienda, subiendo a su lomo para cabalgar aterrada en dirección al bosque.
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El murmullo de las aguas embistiendo las rocosas estructuras que se hallaban en el camino de aquellas veloces corrientes, podía oírse desde la distancia. Aquellas raudas aguas se desplazaban a toda velocidad, con la fiereza y el temple de un huracán. Entre ellas y su retumbar, emergió la voluminosa figura blanquecina de aquella bégimo del norte, luchando con todas sus fuerzas por liberarse del potente caudal en el cual había caído. Petunia daba todo de sí, pero el agua era muy diferente a los cielos en los cuales estaba acostumbrada a reinar. El agua no cedía a su voluntad como lo hacía el viento, ni le permitían viajar a su merced y con la elegancia que le caracterizaba. La bégimo estaba atrapada, rugiendo desesperada cada vez que era reclamada por las turbias aguas del río.
Junto los cuatro terneros, los cuales también pudieron oír el llamado de su madre, y a lomos de aquella yegua color ocre, Carmelita viajaba a toda velocidad a través de los caminos del bosque, persiguiendo el grito de auxilio de Petunia, el cual se oía cada vez más cerca.
Una vez se halló frente a las aguas del río, Carmelita pudo ver como su amiga era arrastrada por el violento caudal.
—¡Petunia! —llamó a su amiga—. ¡¡Ya voy!!
Corriendo sobre su corcel junto a la corriente del rio, acompañada por los cuatro voladores terneros, Carmelita no estaba dispuesta a abandonar a su amiga por nada en el mundo.
Sin embargo, le aterraba el sonido que se percibía en la lejanía: podía escucharse el murmullo del agua precipitándose... ¡Aquello era la caída de agua de una cascada! ¡Oh no! Si no lograba sacarla del río, ¡Petunia caería a su muerte! ¡Debía salvarla! ¿Pero cómo...?
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Ingela: Dulce dragona, que inteligente. Cruel, pero inteligente. Has logrado poner a los terneros en el aire con una buena dosis de autoridad. Sin embargo, tu labor no termina aquí, valiente criatura. En la lejanía, podrás escuchar un llamado de auxilio tan potente como tu rugido. ¡Es Petunia! ¡Ha caído en los rápidos del río y es incapaz de salir! Carmelita ha salido presurosa al rescate de su amiga, acompañada de los cuatro terneros. Si no logran rescatarla a tiempo, ¡Petunia será arrastrada por la corriente y caerá a su muerte desde lo alto de una inmensa cascada!
Es tu deber rescatarla, dulce dragoncita... o quizás no, ¿quién sabe?
¡Salva a Petunia, Inge! Carmelita y los cuatro terneros te apoyaran en el plan que se te ocurra...
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Re: [Desafío] ¡Jeep, jeep!
Ingelita estaba muy orgullosa de su hazaña. Cuestionables métodos, quizás, pero efectivos al 100%. Luego se las ingeniaría para ganarse el aprecio y confianza de los terneros estando en su forma de dragón pues, ¿saben qué es más entretenido que volar con bégimos? ¡Pues volar con bégimos bebé!
La dragona hacía una mueca que podría entenderse como una sonrisa de satisfacción al verlos elevarse por los aires, además, Carmelita saltaba y bailaba de emoción. Ella movía su cola y estaba preparándose para volar junto a los terneros cuando la actitud de su amiga cambió drásticamente. Es que Carmelita era muy expresiva en su rostro, se le podía leer como un libro abierto. La cara de terror que puso fue preocupante y causó en Ingela un estado de alarma inmediato. Apenas la mujer subió a su montura y galopó, Ingela batió sus alas y la siguió. Los terneros volaban también en la misma dirección, mugiendo con angustia. Si bien Ingela aún no se percataba de la situación, sí presentía la gravedad de ella.
Y no fue sino hasta sentir la frescura del río que logró imaginarse lo que pasaba. Angustiada, su presentimiento se confirmó al ver a la enorme Petunia ser arrastrada cual tronco por la salvaje corriente del río. Sin dudarlo, apretó el vuelo lo más rápido que podía. ¡Bendito momento para tener cerca a Arygos! Ella con sus poderes de control de agua podría ayudar a Petunia. Pero no, una dragona de fuego, inútil, inútil dragona de fuego. Los histéricos alaridos de Petunia calaban hondo en la dragona, quien no podía pensar en alguna solución más allá de alcanzar a la bégimo y tratar de sacarla del agua. Y eso hizo.
En un esfuerzo sobrenatural, voló tan veloz como su cuerpo dracónide le permitió. Era su misión rescatar a la bégimo, no podía dejarla morir. Se lanzó de cabeza hacia Petunia y, en un instante de buena suerte, logró agarrar una de sus patas y tiró con fuerza, aleteando como nunca en su vida lo había hecho.
Pero Ingela en su infinita ingenuidad, no había dimensionado el peso de la bégimo. ¿Cómo iba a cargar 30 toneladas de Petunia empapada y aterrorizada? Con suerte podía cargar una elfa y media. En su intento de rescate, casi se ve jalada ella misma al torrente de agua porque se negaba a aceptar que era muy débil. Con su orgullo herido y rabiando de impotencia, rugió y exhaló fuego al aire. ¿Qué podía hacer?
Miró a su alrededor, buscando algo, una idea, un nosequé que le pudiera ayudar a salvar a Petunia. Los gritos de Carmelita, de los terneros y de la misma Petunia no ayudaban a la desesperada Ingela que sentía que todo aquello terminaría demasiado mal. Hasta que dormilón chocó con un árbol y lo tiró a la orilla del río que rápidamente lo arrastró junto a Petunia.
Eso, ¡ESO ERA!.
Rauda, voló adelantándose a Patunia, mirando a ambos lados de la rivera hasta que encontró lo que buscaba, un grueso y enorme sauce contra el cual arremetió, empujándolo con todas sus fuerzas. Sopló fuego con furia en la base de este, debilitándolo lo más que pudo mientras empujaba. Por la gracia divina, al parecer los terneros entendieron el plan de la dragona y comenzaron a ayudarla; debían tirar el gran tronco para cruzarlo en el río y lograr que Petunia se sostuviera de él. Así, tal vez, ayudada por la dragona y los terneros, podría salir del peligroso río.
La dragona hacía una mueca que podría entenderse como una sonrisa de satisfacción al verlos elevarse por los aires, además, Carmelita saltaba y bailaba de emoción. Ella movía su cola y estaba preparándose para volar junto a los terneros cuando la actitud de su amiga cambió drásticamente. Es que Carmelita era muy expresiva en su rostro, se le podía leer como un libro abierto. La cara de terror que puso fue preocupante y causó en Ingela un estado de alarma inmediato. Apenas la mujer subió a su montura y galopó, Ingela batió sus alas y la siguió. Los terneros volaban también en la misma dirección, mugiendo con angustia. Si bien Ingela aún no se percataba de la situación, sí presentía la gravedad de ella.
Y no fue sino hasta sentir la frescura del río que logró imaginarse lo que pasaba. Angustiada, su presentimiento se confirmó al ver a la enorme Petunia ser arrastrada cual tronco por la salvaje corriente del río. Sin dudarlo, apretó el vuelo lo más rápido que podía. ¡Bendito momento para tener cerca a Arygos! Ella con sus poderes de control de agua podría ayudar a Petunia. Pero no, una dragona de fuego, inútil, inútil dragona de fuego. Los histéricos alaridos de Petunia calaban hondo en la dragona, quien no podía pensar en alguna solución más allá de alcanzar a la bégimo y tratar de sacarla del agua. Y eso hizo.
En un esfuerzo sobrenatural, voló tan veloz como su cuerpo dracónide le permitió. Era su misión rescatar a la bégimo, no podía dejarla morir. Se lanzó de cabeza hacia Petunia y, en un instante de buena suerte, logró agarrar una de sus patas y tiró con fuerza, aleteando como nunca en su vida lo había hecho.
Pero Ingela en su infinita ingenuidad, no había dimensionado el peso de la bégimo. ¿Cómo iba a cargar 30 toneladas de Petunia empapada y aterrorizada? Con suerte podía cargar una elfa y media. En su intento de rescate, casi se ve jalada ella misma al torrente de agua porque se negaba a aceptar que era muy débil. Con su orgullo herido y rabiando de impotencia, rugió y exhaló fuego al aire. ¿Qué podía hacer?
Miró a su alrededor, buscando algo, una idea, un nosequé que le pudiera ayudar a salvar a Petunia. Los gritos de Carmelita, de los terneros y de la misma Petunia no ayudaban a la desesperada Ingela que sentía que todo aquello terminaría demasiado mal. Hasta que dormilón chocó con un árbol y lo tiró a la orilla del río que rápidamente lo arrastró junto a Petunia.
Eso, ¡ESO ERA!.
Rauda, voló adelantándose a Patunia, mirando a ambos lados de la rivera hasta que encontró lo que buscaba, un grueso y enorme sauce contra el cual arremetió, empujándolo con todas sus fuerzas. Sopló fuego con furia en la base de este, debilitándolo lo más que pudo mientras empujaba. Por la gracia divina, al parecer los terneros entendieron el plan de la dragona y comenzaron a ayudarla; debían tirar el gran tronco para cruzarlo en el río y lograr que Petunia se sostuviera de él. Así, tal vez, ayudada por la dragona y los terneros, podría salir del peligroso río.
Ingela
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Re: [Desafío] ¡Jeep, jeep!
Apenas había resuelto un problema y la joven dragona ya debía enfrentarse a otro más grave, ahora Petunia se encontraba en peligro y si los demás no sabían qué hacer, posiblemente también se pondrían en peligro. Afortunadamente la valiente rubia pensó rápido y decidió usar un árbol como barrera en el camino para que Petunia pudiera salir de la corriente que la arrastraba sin remedio aparente.
No parecía ser un plan muy seguro, pues con lo cerca que iba Petunia de la zona de impacto, cualquier error de cálculo podría terminar con una Petunia aplastada o cualquier demora en los esfuerzos podría hacer que el árbol cayera demasiado tarde. Por suerte los otros Begimos acudieron en ayuda de la dragona para derribar a tiempo el árbol que se precipitó para crear un puente justo antes que Petunia pasara el punto de no retorno.
Solo unos instantes le bastaron a la pequeña para sostenerse y empujarse con sus patas traseras para subir al tronco y animada por los otros que la esperaban en la orilla, consiguió casi arrastrada llegar a donde la esperaban sus compañeros. A no ser que ocurriera otra desgracia en esta extraña cadena de eventos desafortunados, se podía decir que la dragona había salvado el día, dos veces.
Una pandilla de animalitos peludos se encontraba profundamente agradecidos con la dragona y no dudarían en acercarse para frotar sus cabezas cariñosamente contra ella, y no serían las únicas criaturas agradecidas, pues un poco más tarde aparecería Carmelita para ayudar a Petunia a recuperarse y también trayendo un pequeño obsequio para la dragona.
Ronroneos, carreras, juegos y saltos se hicieron presentes entre los pequeños peludos a los que Ingela había conseguido dar un final feliz, aunque posiblemente no sería la última vez que los viera, el carácter mandón de la dragona había gustado a las crías que podrían reconocer con cariño a la rubia en alguna futura aventura.
Ingela: Has conseguido resolver ambas situaciones de una manera muy práctica e inteligente, ayudando a los pequeños a volar y también salvando a Petunia, por lo que tienes más que merecidos tus 5 puntos de experiencia que ya han sido añadidos a tu perfil, y recibes también una Corona de flores de parte de Carmelita.
Corona de flores [2 Cargas] Bello adorno de flores impregnado con un dulce aroma que conforta el corazón de quien lo lleve. Sitúalo sobre un animal y este se volverá dócil. Sitúalo sobre una persona y esta te percibirá como un individuo mucho más agradable durante dos turnos.
No parecía ser un plan muy seguro, pues con lo cerca que iba Petunia de la zona de impacto, cualquier error de cálculo podría terminar con una Petunia aplastada o cualquier demora en los esfuerzos podría hacer que el árbol cayera demasiado tarde. Por suerte los otros Begimos acudieron en ayuda de la dragona para derribar a tiempo el árbol que se precipitó para crear un puente justo antes que Petunia pasara el punto de no retorno.
Solo unos instantes le bastaron a la pequeña para sostenerse y empujarse con sus patas traseras para subir al tronco y animada por los otros que la esperaban en la orilla, consiguió casi arrastrada llegar a donde la esperaban sus compañeros. A no ser que ocurriera otra desgracia en esta extraña cadena de eventos desafortunados, se podía decir que la dragona había salvado el día, dos veces.
Una pandilla de animalitos peludos se encontraba profundamente agradecidos con la dragona y no dudarían en acercarse para frotar sus cabezas cariñosamente contra ella, y no serían las únicas criaturas agradecidas, pues un poco más tarde aparecería Carmelita para ayudar a Petunia a recuperarse y también trayendo un pequeño obsequio para la dragona.
Ronroneos, carreras, juegos y saltos se hicieron presentes entre los pequeños peludos a los que Ingela había conseguido dar un final feliz, aunque posiblemente no sería la última vez que los viera, el carácter mandón de la dragona había gustado a las crías que podrían reconocer con cariño a la rubia en alguna futura aventura.
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Ingela: Has conseguido resolver ambas situaciones de una manera muy práctica e inteligente, ayudando a los pequeños a volar y también salvando a Petunia, por lo que tienes más que merecidos tus 5 puntos de experiencia que ya han sido añadidos a tu perfil, y recibes también una Corona de flores de parte de Carmelita.
Corona de flores [2 Cargas] Bello adorno de flores impregnado con un dulce aroma que conforta el corazón de quien lo lleve. Sitúalo sobre un animal y este se volverá dócil. Sitúalo sobre una persona y esta te percibirá como un individuo mucho más agradable durante dos turnos.
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