Los seguidores del antiguo rey [Noche] [Libre - 3/-]
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Los seguidores del antiguo rey [Noche] [Libre - 3/-]
Dundarak.
El clima era algo a lo que todavía no lograba acostumbrarse, pese a que llevaba viviendo en el norte desde hacía más de dos años. Aquel lugar aún se le hacía bastante duro y no creía poder acostumbrarse nunca, pero, ¿qué le quedaba? No estaba en posición de elegir, realmente. Ni siquiera vivía ya en Dundarak, sino en las afueras. Había sido reconocida, y no de buenas maneras, en la capital del norte, por lo que había decidido abandonar todo contacto con los habitantes del lugar y solo contaba con unos poquísimos vecinos, casi todos campesinos, con los que apenas se cruzaba. A pesar de la muerte del príncipe, o el rey, o lo que fuera ese niñato grosero, ella no se atrevía a volver a un sitio con tantas personas. Y menos, con tanta gente de otras razas. Los choques culturales y sus escasas dotes sociales, la hacían la persona idónea para ser casi una ermitaña.
Otra cosa que detestaba era llevar tantas capas encima. Eran pesadas, impedían su movimiento, aunque no tanto como cuando se le quedaban los pies atrapados en la nieve mientras andaba. La elfa, acostumbrada a caminar sobre un ambiente natural más sólido, más verde y con más árboles, encontraba incómodo estar entre tanta nieve. Así entendía la complexión de los dragones, pues no eran tan gráciles como los de su raza, algo lógico si tenían que desenvolverse en ese ambiente hostil.
Odiaba el norte. Tenía algunas cosas buenas que no pasaban de lo hermosa que se le hacían las primeras nevadas, que daban una imagen hermosa. Pero la nieve se volvía molesta a los dos días y a partir de ahí todo era malo.
Nillë vivía con ella, nunca se habían separado. Era su única compañía, pues había decidido poner tierra de por medio en sus escasas relaciones. No le iba bien y sus sesgos pesaban demasiado como para volver a intentar establecer contacto con otros seres. Había dejado a Ingela seguir su camino, sus aventuras. Ella no estaba atada a nada y era parte de su cultura explorar; para Helyare, el vagar por el mundo no suponía algo bueno, no era conocimiento o experiencias, sino no tener rumbo ni un lugar al que llegar, y se sentía vacía con eso. Muy vacía. Al final, incluso para la dragona, o para todos con los que se había cruzado a lo largo de sus viajes, habría un hogar al final de su aventura. Para la elfa no. Ella permanecía en el norte porque no podía ir a otro lugar sin arriesgar su vida o peor, arriesgar la de Aranarth, que había tratado de salvarla llevando el cadáver calcinado de otra elfa años atrás.
El brillo azul del hadita la sacó de su ensimismamiento mientras estaba comiendo, contemplando por la ventana cómo los copos se movían hacia todos lados a causa del viento. Ya no quedaría demasiado para que acabasen las nevadas, pero eso no significaba que se acabasen de golpe. Recordaba cómo se había emocionado la primera vez que había visto la nieve caer, aunque esa emoción le duró poco cuando vio lo duro que era andar todo el día a través de ella.
—Ya voy —la elfa le partió otro pedacito de fruta a Nillë, que estaba revoloteando frente a ella para llamar su atención. La fruta de Dundarak era rara, no estaba mala, pero era rara –y escasa – en comparación con lo que Helyare conocía. Hoy, para desgracia de la elfa, tenían que salir hacia la capital. No estaba lejos, pero no tenía ganas de moverse con tanta nieve. Aunque, si no se movía, atrasaría sus quehaceres más tiempo y no tenían mucho que llevarse a la boca. Tardó un rato en ponerse en pie, en vestirse las grandes pieles que tanto la incordiaban, y salir. Nillë, que era incapaz de soportar el frío del norte, aun cuando las nieves estaban llegando más o menos a su fin, se escondió entre las capas, buscando el lugar más abrigado, y emprendieron su camino.
No tenía montura, era largo el trecho que la separaba de la capital, pero no le importaba. Había aprendido, a la fuerza, a estar sola e iba ensimismada con sus pensamientos, hasta que por fin veía las primeras casas, tras unos veinte minutos o más de trayecto por la linde del camino. Ella vivía en una minúscula cabaña que había ido remodelando una vez salió de vivir con una familia adinerada de la ciudad. No podía sentirse encerrada más tiempo a pesar de que no había estado nada mal allí. Había aprovechado y usado sus conocimientos para remodelar una cabañita y hacerla habitable. Al menos, que no se colase el frío o la nieve. Y estaba bien, había hecho con piedras un lugar donde hacer fuego, lejos de cualquier chispa que pudiera echar por tierra su trabajo de meses. Era acogedora, era su casa, pero no su hogar.
Siempre que iba a Dundarak pasaba por la plaza del pueblo. No le interesaba encontrarse con la gente, pero sí los anuncios que los vecinos y viajeros pegaban en los tablones, así se enteraba de lo que sucedía al sur de donde vivía, sobre todo, porque todavía seguían dando coletazos las consecuencias de la cruenta guerra, y ella lamentaba no haber podido participar, tratar de salvar su tierra. Lo había intentado, pero no había salido bien y había vuelto a quedar marcada, esta vez por los dragones. Sí celebró en secreto la muerte del monarca caprichoso y se alegró de que no fuera enterrado con honores. Debió pudrirse en el lugar más horrible de Aerandir.
Como siempre que iba a la ciudad, se detuvo delante del tablón, esperando encontrarse con alguna noticia que no incluyera el daño a Árbol Madre, algo de lo que se había enterado por ahí. Costaba mucho estar lejos para poder ayudar, pese a que no volvió a sentir su magia desde la última vez que estuvo en Sandorai. Pero era una impotencia enorme la que sentía al verse en otro lugar, sin noticias de su familia, viendo todo a través de unas notas que llegaban con retraso y que le ponían peor cuerpo.
Movió unos papeles para ver los que había debajo. Nada interesante: contratistas, gente buscando cosas que se le habían perdido, gente vendiendo sus productos, noticias desde Lunargenta y poco más, ninguna de Sandorai esa vez. Helyare suspiró mientras seguía con la mirada clavada en el tablón. Alguien la apartó de malas maneras para colocarse frente al panel de madera y clavar, con clavo y martillo, un nuevo cartel en el que vanagloriaba al difunto rey. La elfa puso mala cara y agradeció ir tapada casi al completo. ¿Todavía había gente que seguía a ese cretino? Eran pocos, sí, pero existían, aunque preferían ocultarse o armar escándalos cuando tenían oportunidad. Por suerte, los seguidores de Rigobert no eran muchos. Una vez se fue, la elfa miró la hoja que acababa de poner: habría una pequeña reunión en una de las plazas cercanas al caer la noche y estaba segura de que no sería una manifestación tranquila. Los rumores decían que no y, las pocas veces que había visto a los cuatro pelagatos de turno defender a semejante imbécil, lo había podido confirmar ella misma. No solían ser agradables y había enfrentamientos entre los que veían a Rigobert como sinónimo de pobreza, y los que lo veían como alguien que mereció otro final más valiente.
A poder ser, la elfa querría salir de Dundarak antes de que empezasen a montar conflicto. No iba a meterse en cómo los nuevos gobernantes gestionaban la ciudad. No era asunto suyo.
Pero, a pesar de querer apresurarse en sus quehaceres, varias esperas indeseables, indicaciones de que fuera a un lado, luego al otro, y de vuelta al primer sitio, acabó viendo el sol caer, al salir del lugar donde había ido para seguir manteniéndose regular allí, y que vieran que no era nadie indeseable a pesar de estar marcada también para los dragones. No le gustaba caminar en la oscuridad, no era como la de Sandorai. En el norte, la oscuridad de la noche se sentía peor, más fría y horrible. No era lo que ella prefería. Al querer irse, pasó por el mismo sitio donde estaba el tablón y, aunque sabía que no, miró por si acaso hubiera noticias nuevas. Nada. Seguían los mismos papeles, la misma hoja informativa de la "reunión", que leyó con más detenimiento.
Última edición por Helyare el Miér Mayo 12 2021, 00:54, editado 2 veces
Helyare
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Re: Los seguidores del antiguo rey [Noche] [Libre - 3/-]
Obtienes lo que te mereces. ¿Acaso no había sido así siempre? Tras repartir tanta maldad, enmarañar la vida de terceros, convertirse en el nido de serpientes cual lecho de muerte para sus enemigos, todo; absolutamente todo había ido acumulándose con el derivar del tiempo y el transcurso de las estaciones. Continuar, pelear, así como a veces huir no sirvió para espantar al karma; es más, ese puñetero don nadie había conseguido pisarle los talones, se acercaba con tal de alcanzarla y darle su merecido. Horas atrás, al arribar a su nuevo destino llamado Dundarak no le asombró que la bienvenida fuese de lo más gélida; mira tú por donde, como el asqueroso tiempo con el que lidiaban los habitantes de aquel poblado. Frío, constantes tiriteos y unos huesos que parecían crujirle bajo la harapienta capa; por los desgarros se filtraba la corriente en forma de brisa, una capaz de hacerla estremecer de pies a cabeza. Los dichosos escalofríos ascendían por su espina dorsal, erizándole cual cadena consecutiva el vello corporal. ¿Qué coño? No era lo único que tenía endurecido por las álgidas temperaturas.
El vaho salía despedido de entre sus labios, maldecía en su lengua materna y a regañadientes terminó por buscar refugio en una de las tabernas. No podía permitirse enfermar, le impediría avanzar y sería ultrajante verse debilitada por algo tan estúpido cuando en peores condiciones había conseguido salir invicta. No, jamás. Tomaría algo caliente, le robaría una capa gruesa al primer desgraciado que se le cruzase por delante y proseguiría con su aventura hacia la nada. Sin rumbo, o aspiraciones. Cual sabueso solitario fijaba la vista hacia el horizonte, allá donde la llevase su intrepidez.
La puerta del establecimiento chirrió ante su llegada, miradas curiosas, otras tantas reticentes la devoraron con total descaro. La elfa de tez morena no se quedó atrás, a más de uno lo fulminó con sus afelinados luceros, su humor nunca era bueno y con poco era capaz de ponerse a repartir madrazos. Chasqueos fueron formulados gracias a su lengua en el trayecto hacia la barra, incluso si ella era una extranjera no es como si fuese peligrosa, ¿no? Al menos en apariencias. No estaba allí para avivar conflictos ni desencajarle a nadie las extremidades. Sólo debía portarse bien, sonreír... ser pacífica por una maldita vez en su vida. ─Tabernero, una jarra de lo mejor que tengas ─el dinero no era problema, si tenía para pagar perfecto, y sino también. A través de la capa sólo era visible la punta de su nariz, en ningún momento bajaba la cabeza o liberaba la tensión de sus hombros. Permanecía alerta.
Los mechones pardos, esos rebeldes que siempre trataban de sobresalir por los laterales de la tela en conjunto con su voz daban a entender que era mujer. ─Aquí tienes. ¿Vienes de muy lejos? Si tienes pensamiento de alargar tu estadía en Dundarak, a unos diez minutos, calle abajo podrás encontrar una posada. ─La jarra fue acercándola con una de las manos, a continuación abrazó el material con la palma hasta notar la calidez proveniente del interior. No dijo ni mú, aplicó la buena y conocida ley del vacío, no quería hablar ni hacer migas con absolutamente nadie. A su espalda oía cuchicheos, un runrún de lo más desagradable. Podía entenderles, para qué mentir; se veía a sí misma como una pieza que no encaja, una que desentona y que a la larga infundirá sospechas. El aire inspirado optó por expulsarlo por las fosas nasales, su raza tenía un buen oído y lo estaba captando casi todo. Nada bueno salía de la boca de aquellos bárbaros.
El alcohol se asentó en su estómago tras los primeros tragos, los sucesivos entraron igual de rápido. ─Ey, forastera. ¿Por qué no te unes a nuestra mesa? ¡Tenemos comida de sobra! Y tú seguramente historias que contar. ─ Fue irremediable que arquease una de las cejas, contuviese el aire en los pulmones y seguidamente sisease con sumo furor. Le estaba picando la garganta, y eso solo significaba una cosa. ─Mi compañía no es gratis, y siendo tan jodidamente feo, a ti te costaría el doble ─menudo gilipollas, ella no era una trovadora ni un juglar. Atrevida y sin perder su toque sacó del morral unas cuantas monedas, todas cayeron sobre la barra sin particular cuidado. Que se las arreglase el tabernero contándolas.
El fragor de sus tacones la guiaron hacia la salida, quizá no era el momento adecuado para torcer una sonrisa con tantas injurias, quejas y la recalcada falta de decoro al haber rechazado la amabilidad del pueblo. Que les jodiesen, eso de ser buena le venía demasiado grande. Eretria antes de desaparecer alzó uno de los brazos, mantuvo el puño cerrado y el dedo corazón en todo lo alto. Un regalito. ─¡Perseguidla! ─O que lo intentasen. No huyó demasiado lejos, aún tenía que hacerse con una de esas gruesas capas. Una que le saldría gratis. Al grupito de descerebrados, aquellos sentados en la mesa de la taberna los emboscó sin previo aviso en una de las calles más desguarnecidas, a pleno día. Una sombra que actúa, siempre sin ser vista.
Karma, lo dicho. Se había impuesto por sus enormes ovarios, sumados a la fuerza bruta y algún que otro noqueo mangarles sin piedad, aparte de un nuevo manto cálido, en perfectas condiciones y peludito se hizo con los sacos donde portaban el dinero; para aprovechar cambió sus guantes por unos de cuero, bailaban alrededor de sus dedos pero valdrían de momento. Por otro lado y a modo de souvenir le habían proferido un tajo en lo alto del muslo, también le dolía la comisura izquierda; estaba hinchada y algo jugosa por la sangre concentrada.
Se mantenía en marcha, cambiaba de ubicación con los sentidos agudizados y las orejas bien puestas, suficiente acción por lo que llevaba de día. Acabó frente al tablón del lugar sin comerlo ni beberlo, no era la única. Una vez el grandullón colocó nuevos carteles se hizo a un lado, más le valía no chocarse con la huraña. Estaba encendidita, como para no estarlo; una recta carmesí le descendía por el muslo herido, humedeciéndole el calzado así como la nieve bajo su estampa. El cartel que más le llamó la atención lo arrancó de cuajo, una manifestación. ─Hhm. ─Con dicho escenario y tanto movimiento podía hacerse con unos cuantos morrales, quizá algo más de valor. La encapuchada a su lado seguía ahí, era alta e infundía ese halo de misterio que a la elfa atezada le abría el apetito. Digo, la curiosidad.
─¿Vas a leer esto? ─Preguntó, e independientemente de la respuesta, por canalla más que por descuido el papel entintado lo dejó caer en la nieve.
El vaho salía despedido de entre sus labios, maldecía en su lengua materna y a regañadientes terminó por buscar refugio en una de las tabernas. No podía permitirse enfermar, le impediría avanzar y sería ultrajante verse debilitada por algo tan estúpido cuando en peores condiciones había conseguido salir invicta. No, jamás. Tomaría algo caliente, le robaría una capa gruesa al primer desgraciado que se le cruzase por delante y proseguiría con su aventura hacia la nada. Sin rumbo, o aspiraciones. Cual sabueso solitario fijaba la vista hacia el horizonte, allá donde la llevase su intrepidez.
La puerta del establecimiento chirrió ante su llegada, miradas curiosas, otras tantas reticentes la devoraron con total descaro. La elfa de tez morena no se quedó atrás, a más de uno lo fulminó con sus afelinados luceros, su humor nunca era bueno y con poco era capaz de ponerse a repartir madrazos. Chasqueos fueron formulados gracias a su lengua en el trayecto hacia la barra, incluso si ella era una extranjera no es como si fuese peligrosa, ¿no? Al menos en apariencias. No estaba allí para avivar conflictos ni desencajarle a nadie las extremidades. Sólo debía portarse bien, sonreír... ser pacífica por una maldita vez en su vida. ─Tabernero, una jarra de lo mejor que tengas ─el dinero no era problema, si tenía para pagar perfecto, y sino también. A través de la capa sólo era visible la punta de su nariz, en ningún momento bajaba la cabeza o liberaba la tensión de sus hombros. Permanecía alerta.
Los mechones pardos, esos rebeldes que siempre trataban de sobresalir por los laterales de la tela en conjunto con su voz daban a entender que era mujer. ─Aquí tienes. ¿Vienes de muy lejos? Si tienes pensamiento de alargar tu estadía en Dundarak, a unos diez minutos, calle abajo podrás encontrar una posada. ─La jarra fue acercándola con una de las manos, a continuación abrazó el material con la palma hasta notar la calidez proveniente del interior. No dijo ni mú, aplicó la buena y conocida ley del vacío, no quería hablar ni hacer migas con absolutamente nadie. A su espalda oía cuchicheos, un runrún de lo más desagradable. Podía entenderles, para qué mentir; se veía a sí misma como una pieza que no encaja, una que desentona y que a la larga infundirá sospechas. El aire inspirado optó por expulsarlo por las fosas nasales, su raza tenía un buen oído y lo estaba captando casi todo. Nada bueno salía de la boca de aquellos bárbaros.
El alcohol se asentó en su estómago tras los primeros tragos, los sucesivos entraron igual de rápido. ─Ey, forastera. ¿Por qué no te unes a nuestra mesa? ¡Tenemos comida de sobra! Y tú seguramente historias que contar. ─ Fue irremediable que arquease una de las cejas, contuviese el aire en los pulmones y seguidamente sisease con sumo furor. Le estaba picando la garganta, y eso solo significaba una cosa. ─Mi compañía no es gratis, y siendo tan jodidamente feo, a ti te costaría el doble ─menudo gilipollas, ella no era una trovadora ni un juglar. Atrevida y sin perder su toque sacó del morral unas cuantas monedas, todas cayeron sobre la barra sin particular cuidado. Que se las arreglase el tabernero contándolas.
El fragor de sus tacones la guiaron hacia la salida, quizá no era el momento adecuado para torcer una sonrisa con tantas injurias, quejas y la recalcada falta de decoro al haber rechazado la amabilidad del pueblo. Que les jodiesen, eso de ser buena le venía demasiado grande. Eretria antes de desaparecer alzó uno de los brazos, mantuvo el puño cerrado y el dedo corazón en todo lo alto. Un regalito. ─¡Perseguidla! ─O que lo intentasen. No huyó demasiado lejos, aún tenía que hacerse con una de esas gruesas capas. Una que le saldría gratis. Al grupito de descerebrados, aquellos sentados en la mesa de la taberna los emboscó sin previo aviso en una de las calles más desguarnecidas, a pleno día. Una sombra que actúa, siempre sin ser vista.
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Karma, lo dicho. Se había impuesto por sus enormes ovarios, sumados a la fuerza bruta y algún que otro noqueo mangarles sin piedad, aparte de un nuevo manto cálido, en perfectas condiciones y peludito se hizo con los sacos donde portaban el dinero; para aprovechar cambió sus guantes por unos de cuero, bailaban alrededor de sus dedos pero valdrían de momento. Por otro lado y a modo de souvenir le habían proferido un tajo en lo alto del muslo, también le dolía la comisura izquierda; estaba hinchada y algo jugosa por la sangre concentrada.
Se mantenía en marcha, cambiaba de ubicación con los sentidos agudizados y las orejas bien puestas, suficiente acción por lo que llevaba de día. Acabó frente al tablón del lugar sin comerlo ni beberlo, no era la única. Una vez el grandullón colocó nuevos carteles se hizo a un lado, más le valía no chocarse con la huraña. Estaba encendidita, como para no estarlo; una recta carmesí le descendía por el muslo herido, humedeciéndole el calzado así como la nieve bajo su estampa. El cartel que más le llamó la atención lo arrancó de cuajo, una manifestación. ─Hhm. ─Con dicho escenario y tanto movimiento podía hacerse con unos cuantos morrales, quizá algo más de valor. La encapuchada a su lado seguía ahí, era alta e infundía ese halo de misterio que a la elfa atezada le abría el apetito. Digo, la curiosidad.
─¿Vas a leer esto? ─Preguntó, e independientemente de la respuesta, por canalla más que por descuido el papel entintado lo dejó caer en la nieve.
Eretria Noorgard
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Re: Los seguidores del antiguo rey [Noche] [Libre - 3/-]
Había pasado ya mucho tiempo desde la última vez que Kyra pisó su hogar. Aunque aún no pudo regresar y buscar a su familia (si es que aún quedaba alguien), se contentaba con haber visto a la distancia su querido bosque. De momento, eso era más que suficiente para que la pelirroja siguiera adelante un tiempo.
No podría volver a Sandorai tan fácilmente, debido a su nueva condición de vampiresa y las tan arraigadas costumbres de su familia. Que una de sus miembros aparezca ante ellos como una chupasangre no era buena idea. Por ahora, lo mejor era mantener la distancia y acercarse poco a poco. Con dicho objetivo en mente, la antigua custodio decidió poner rumbo a Dundarak, donde moraban viejos aliados de su familia y a los cuales conocía desde hace tiempo. Su idea era presentarse ante el más compasivo y de mente abierta, sin revelar sus nuevas habilidades. Tantearía el terreno y una vez segura de que podría confiar en él, contaría su historia.
-Con algo de suerte, me escucharán antes de echarme de su casa con estacas o algo parecido...- Kyra murmuraba mientras miraba distraídamente por la ventana de la taberna en la que se hospedaba. Llevaba ya unos cuantos días en tierra de dragones, recopilando información de la zona, las últimas novedades y las figuras influyentes del lugar. Las últimas décadas las había pasado aislada del mundo, por lo que no estaba muy al tanto de la historia reciente. Y como había aprendido tiempo atrás, pocas fuentes de información estaban dispuestas a hablar tanto como un ebrio al que se le ofrece un trago... O varios. Sólo había que saber filtrar los datos útiles de los que no le servían.
Así fue como supo del último y joven rey de Dundarak, caído en combate y no muy querido por su pueblo. Como era de esperar, existían algunos simpatizantes pero la mayoría de la gente no extrañaba su reinado y preferían el nuevo gobierno. Por lo poco que sabía, la pelirroja estaba de acuerdo con la opinión más extendida.
Mientras observaba por la ventana, ignorando los ocasionales intentos de alguien por iniciar una conversación, Kyra encontró por fin el tablón de aquel lugar. No se había percatado antes porque bastante gente lo ocultaba de su vista, pero aun así estaba tan distraída que probablemente no lo hubiera notado de todas formas. Rápidamente, pagó lo que debía en la taberna y salió, acercándose al tablón en busca de noticias sobre su hogar. Había adquirido esa costumbre durante su viaje hacia el norte, en un vano intento de sentirse más conectada a Sandorai. Ésta vez, no había ninguna novedad sobre sus bosques, cosa que la alegraba y entristecía por igual. Si no había noticias significaba que tampoco había problemas, pero por otro lado necesitaba saber algo de su gente.
Cuando estaba a punto de retirarse del lugar, notó que cerca suyo la nieve se había teñido de rojo. Pero lo que le hizo más evidente aún la presencia de sangre cerca fue el aroma. No estaba segura de si se debía a su nueva condición o si sólo eran ideas suyas, pero estaba segura de que era capaz de detectar el olor a sangre mejor que cualquier otro olor. Por fortuna, ya no perdía el control como le ocurría al principio. Fijándose en la joven herida y en el papel que había dejado caer, la pelirroja levantó el cartel.
-¿Estás bien? ¿Necesitas ayuda? No deberías descuidar una herida así, podría volverse un asunto muy serio...-
El verde y rojo de su mirada alternaba entre la herida, la joven y la figura encapuchada.
No podría volver a Sandorai tan fácilmente, debido a su nueva condición de vampiresa y las tan arraigadas costumbres de su familia. Que una de sus miembros aparezca ante ellos como una chupasangre no era buena idea. Por ahora, lo mejor era mantener la distancia y acercarse poco a poco. Con dicho objetivo en mente, la antigua custodio decidió poner rumbo a Dundarak, donde moraban viejos aliados de su familia y a los cuales conocía desde hace tiempo. Su idea era presentarse ante el más compasivo y de mente abierta, sin revelar sus nuevas habilidades. Tantearía el terreno y una vez segura de que podría confiar en él, contaría su historia.
-Con algo de suerte, me escucharán antes de echarme de su casa con estacas o algo parecido...- Kyra murmuraba mientras miraba distraídamente por la ventana de la taberna en la que se hospedaba. Llevaba ya unos cuantos días en tierra de dragones, recopilando información de la zona, las últimas novedades y las figuras influyentes del lugar. Las últimas décadas las había pasado aislada del mundo, por lo que no estaba muy al tanto de la historia reciente. Y como había aprendido tiempo atrás, pocas fuentes de información estaban dispuestas a hablar tanto como un ebrio al que se le ofrece un trago... O varios. Sólo había que saber filtrar los datos útiles de los que no le servían.
Así fue como supo del último y joven rey de Dundarak, caído en combate y no muy querido por su pueblo. Como era de esperar, existían algunos simpatizantes pero la mayoría de la gente no extrañaba su reinado y preferían el nuevo gobierno. Por lo poco que sabía, la pelirroja estaba de acuerdo con la opinión más extendida.
Mientras observaba por la ventana, ignorando los ocasionales intentos de alguien por iniciar una conversación, Kyra encontró por fin el tablón de aquel lugar. No se había percatado antes porque bastante gente lo ocultaba de su vista, pero aun así estaba tan distraída que probablemente no lo hubiera notado de todas formas. Rápidamente, pagó lo que debía en la taberna y salió, acercándose al tablón en busca de noticias sobre su hogar. Había adquirido esa costumbre durante su viaje hacia el norte, en un vano intento de sentirse más conectada a Sandorai. Ésta vez, no había ninguna novedad sobre sus bosques, cosa que la alegraba y entristecía por igual. Si no había noticias significaba que tampoco había problemas, pero por otro lado necesitaba saber algo de su gente.
Cuando estaba a punto de retirarse del lugar, notó que cerca suyo la nieve se había teñido de rojo. Pero lo que le hizo más evidente aún la presencia de sangre cerca fue el aroma. No estaba segura de si se debía a su nueva condición o si sólo eran ideas suyas, pero estaba segura de que era capaz de detectar el olor a sangre mejor que cualquier otro olor. Por fortuna, ya no perdía el control como le ocurría al principio. Fijándose en la joven herida y en el papel que había dejado caer, la pelirroja levantó el cartel.
-¿Estás bien? ¿Necesitas ayuda? No deberías descuidar una herida así, podría volverse un asunto muy serio...-
El verde y rojo de su mirada alternaba entre la herida, la joven y la figura encapuchada.
Kyravann Svartlys
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Re: Los seguidores del antiguo rey [Noche] [Libre - 3/-]
Poco duró la segunda inspección de la hoja que adornaba el tablón. No era de su interés que hubiera manifestantes a favor o en contra del rey, a pesar de que sí tenía una opinión de ese asunto y el monarca no era de su agrado. Estaba mejor muerto. Ese indeseable había dirigido sus huestes contra Sandorai, había puesto en peligro a los elfos y había iniciado una guerra. A Helyare le daba igual si el resto del mundo se destruía, solo le interesaba saber de su tierra. Esa que había puesto en peligro ese niñato insolente que se creía por encima de todo. Sin duda, el mejor sitio era bajo tierra, así al menos sería útil para la vida. O como fuera el ritual de los dragones, otra cosa que le daba igual mientras ese ser no regresase de entre los muertos.
Por eso le daba igual cualquier tipo de manifestación. Si esos estaban a favor del rey eran igual de criminales que él, pero se abstuvo de decir nada. Mientras esos simpatizantes no quisieran seguir los pasos del rey y se quedaran armando jaleo en su tierra, estaba bien para ella.
Su soledad se vio interrumpida a los pocos minutos de su segunda vez ante el tablón. Alguien apareció de la nada, cogió el papel y lo tiró al suelo. La miró de arriba abajo con cierto desprecio en su rostro, tan propio de Helyare, ignorando que la nieve se estaba volviendo roja bajo el pie de la desconocida. El brillo azulado de Nillë se hizo presente, pero bastó con que la elfa hiciese un gesto con su mano para que la pequeña hada se quedase en su lugar. Sólo había tirado el papel, no iba a buscar problemas con nadie por eso, ya estaba igual de marcada en Dundarak que en Sandorai y no podía ir a otro lado a empezar de nuevo, huyendo de a-saber-qué. No distinguía su raza bajo tanta capa de ropa, pero seguramente con ella pasase lo mismo. El clima crucial de ese sitio hacía que la gente fuera indistinguible al tener que protegerse tanto.
Le había dado tiempo a ver que la reunión, o más bien, la manifestación estaba empezando a las horas en las que ella seguía parada frente al tablón, pero poco más. ¿Qué más necesitaba saber? Si le daba igual lo que hicieran esos súbditos que seguían vanagloriando a un rey muerto.
Se mantuvo en silencio, pero tampoco es como si le hubiese dado mucho tiempo a hablar. Al momento, ya había otra persona al lado de ambas, supuestamente preocupada por la herida de la recién llegada. Helyare volvió a pasar la vista por la sangre que chorreaba por su pierna. No sabía si estaban relacionadas de alguna forma o no, le importaba lo mismo que el cartel que había caído, así que solo se mantuvo en silencio, sin pronunciar palabra. Ni siquiera prestó atención a que los ojos de la otra chica marcaban un choque entre razas de lo que fue y era actualmente. Nada. Le importaban poco esas dos extrañas que acababan de aparecer. Se giró con intención de irse, que hicieran lo que quisieran, que eso no sería su asunto. Había aprendido a no meterse en nada de lo que pasara allí, sobre todo después de la muerte del rey, cuando había sido puesta en libertad.
Pero sus pasos se vieron interrumpidos por el bullicio que rebotaba con eco por las calles. Después del ruido, llegó el fuego. Un grupo de chicos corrían blandiendo armas hacia la plaza. Estaban huyendo de algo que, fuera lo que fuera, incendió parte de su camino para evitar que pudieran pasar, pero lo consiguieron y las casas aledañas fueron las damnificadas. La manifestación era en otra plaza cercana, pero seguramente no hubiesen tenido tiempo ni de protestar y, viendo cómo eran los seguidores del rey, sería mentira que fuera una manifestación real. Los súbditos de ese desgraciado eran igual de imbéciles que él y lo de manifestarse era una excusa para armar jaleo en las calles y perseguir a los detractores, quienes tampoco dudaban en defenderse ante los ataques de los monárquicos. Helyare había tenido la desgracia de ver esos enfrentamientos, confirmando que los dragones, pese a contar con un poco más de simpatía por parte de la elfa, no dejaban de ser otras razas inferiores que tampoco sabían controlarse. ¿Todo esto por un rey que no parecía ser sabio ni un líder? Dejaba mucho que desear. Ese afán con el que seguían y veneraban a una figura, que de dios no tenía nada, era ridículo.
Más gente iba corriendo por todos lados, gritando, sin distinguir hacia dónde lanzaban sus armas. Los que podían contar con espadas, seleccionaban mejor sus objetivos; los que no, lanzaban flechas imbuidas en llamas.
Helyare pudo moverse rápido antes de que una flecha impactara contra ella, aunque sí se clavó en el tablón en el que segundos antes estaban leyendo un papel, el cual empezó a ser engullido por las llamas. La mirada de la elfa era de puro odio a quien había hecho eso. Que se pelearan entre ellos, pero no tenían por qué molestarla con sus desavenencias de razas inferiores que no tenían de otra que luchar entre ellos por la adoración a un rey muerto.
—Nuuta tanar’ri jaless —murmuró, pensando en la suerte que tenían de que estuviera desprovista de armas. Su mirada se dirigió a las chicas que minutos antes habían perturbado su soledad –quitando la compañía de Nillë, quien ahora sobrevolaba cerca de la cabeza de la elfa, lista para destrozar a quien hubiera lanzado una flecha contra su amiga –, y que no sabía si podrían escapar por sí solas, sobre todo la que estaba herida –. Tenemos que salir de aquí.
*Nuuta tanar'ri jaless = malditos desalmados.Por eso le daba igual cualquier tipo de manifestación. Si esos estaban a favor del rey eran igual de criminales que él, pero se abstuvo de decir nada. Mientras esos simpatizantes no quisieran seguir los pasos del rey y se quedaran armando jaleo en su tierra, estaba bien para ella.
Su soledad se vio interrumpida a los pocos minutos de su segunda vez ante el tablón. Alguien apareció de la nada, cogió el papel y lo tiró al suelo. La miró de arriba abajo con cierto desprecio en su rostro, tan propio de Helyare, ignorando que la nieve se estaba volviendo roja bajo el pie de la desconocida. El brillo azulado de Nillë se hizo presente, pero bastó con que la elfa hiciese un gesto con su mano para que la pequeña hada se quedase en su lugar. Sólo había tirado el papel, no iba a buscar problemas con nadie por eso, ya estaba igual de marcada en Dundarak que en Sandorai y no podía ir a otro lado a empezar de nuevo, huyendo de a-saber-qué. No distinguía su raza bajo tanta capa de ropa, pero seguramente con ella pasase lo mismo. El clima crucial de ese sitio hacía que la gente fuera indistinguible al tener que protegerse tanto.
Le había dado tiempo a ver que la reunión, o más bien, la manifestación estaba empezando a las horas en las que ella seguía parada frente al tablón, pero poco más. ¿Qué más necesitaba saber? Si le daba igual lo que hicieran esos súbditos que seguían vanagloriando a un rey muerto.
Se mantuvo en silencio, pero tampoco es como si le hubiese dado mucho tiempo a hablar. Al momento, ya había otra persona al lado de ambas, supuestamente preocupada por la herida de la recién llegada. Helyare volvió a pasar la vista por la sangre que chorreaba por su pierna. No sabía si estaban relacionadas de alguna forma o no, le importaba lo mismo que el cartel que había caído, así que solo se mantuvo en silencio, sin pronunciar palabra. Ni siquiera prestó atención a que los ojos de la otra chica marcaban un choque entre razas de lo que fue y era actualmente. Nada. Le importaban poco esas dos extrañas que acababan de aparecer. Se giró con intención de irse, que hicieran lo que quisieran, que eso no sería su asunto. Había aprendido a no meterse en nada de lo que pasara allí, sobre todo después de la muerte del rey, cuando había sido puesta en libertad.
Pero sus pasos se vieron interrumpidos por el bullicio que rebotaba con eco por las calles. Después del ruido, llegó el fuego. Un grupo de chicos corrían blandiendo armas hacia la plaza. Estaban huyendo de algo que, fuera lo que fuera, incendió parte de su camino para evitar que pudieran pasar, pero lo consiguieron y las casas aledañas fueron las damnificadas. La manifestación era en otra plaza cercana, pero seguramente no hubiesen tenido tiempo ni de protestar y, viendo cómo eran los seguidores del rey, sería mentira que fuera una manifestación real. Los súbditos de ese desgraciado eran igual de imbéciles que él y lo de manifestarse era una excusa para armar jaleo en las calles y perseguir a los detractores, quienes tampoco dudaban en defenderse ante los ataques de los monárquicos. Helyare había tenido la desgracia de ver esos enfrentamientos, confirmando que los dragones, pese a contar con un poco más de simpatía por parte de la elfa, no dejaban de ser otras razas inferiores que tampoco sabían controlarse. ¿Todo esto por un rey que no parecía ser sabio ni un líder? Dejaba mucho que desear. Ese afán con el que seguían y veneraban a una figura, que de dios no tenía nada, era ridículo.
Más gente iba corriendo por todos lados, gritando, sin distinguir hacia dónde lanzaban sus armas. Los que podían contar con espadas, seleccionaban mejor sus objetivos; los que no, lanzaban flechas imbuidas en llamas.
Helyare pudo moverse rápido antes de que una flecha impactara contra ella, aunque sí se clavó en el tablón en el que segundos antes estaban leyendo un papel, el cual empezó a ser engullido por las llamas. La mirada de la elfa era de puro odio a quien había hecho eso. Que se pelearan entre ellos, pero no tenían por qué molestarla con sus desavenencias de razas inferiores que no tenían de otra que luchar entre ellos por la adoración a un rey muerto.
—Nuuta tanar’ri jaless —murmuró, pensando en la suerte que tenían de que estuviera desprovista de armas. Su mirada se dirigió a las chicas que minutos antes habían perturbado su soledad –quitando la compañía de Nillë, quien ahora sobrevolaba cerca de la cabeza de la elfa, lista para destrozar a quien hubiera lanzado una flecha contra su amiga –, y que no sabía si podrían escapar por sí solas, sobre todo la que estaba herida –. Tenemos que salir de aquí.
Helyare
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Re: Los seguidores del antiguo rey [Noche] [Libre - 3/-]
Entre las dos encapuchadas el silencio continuaba predominando, hombre o mujer no parecía inmutarse por la ligera provocación, quizá tuviese hasta la sangre en sus venas congeladas por la helada estación, o fuera medio subnormal. Ambas opciones eran igual de válidas para la elfa malhumorada. De sus voluminosos labios emergió un chisteo, molesta y hasta algo decepcionada, le fascinaba avivar las más fatídicas emociones de todo lo que se cruzase en su camino, entre ellas y la más destacada; el odio. ¿El resultado? Nulo, no había conseguido nada frente al tablón, el cartel se consumía por la humedad de la blanquecina nieve, habría quedado inservible de no haber sido recogido por un nuevo integrante.
Todo en Eretria funcionaba mediante impulsos, era habitual en ella, así como en sus respectivas muecas. Nadie le había pedido que recogiese el cartel a la ilusa recién llegada, mucho menos que mostrase una actitud alarmante por alguien que no conocía de nada. Torcer el semblante no fue lo único que la elfa hizo, sus cejas enarcadas y el ceño tremendamente fruncido bajo la capa no tenían desperdicio, mostraban un profundo desagrado que al final fue expuesto tras deshacerse de la tela sobre su cabeza. ─¿Por qué rayos te preocupas por una desconocida, niña? ─La morena continuaba escudriñando a la muchacha, sus ojos eran de lo más peculiares, aunque también escalofriantes. Colores diferentes, entre ellos uno similar a la tonalidad de la sangre.
─No necesito ayuda de nadie ─con un movimiento rápido meció el largo de la capa sobre la pierna herida, ocultándola como fuese posible. ─Esto no es nada, una pequeña herida ─el orgullo le impedía decir la verdad, para la elfa ninguna herida era mortal o insoportable por más grave que se presentase. Ya se quejaría cuando estuviese a solas. Tras soltar todo lo que pensaba, sonando casi como un regaño hacia la recién llegada, la encapuchada hasta el momento muda y misteriosa decidió voltearse con tal de largarse. Una opción que ella también barajaba dadas las circunstancias.
Las llamas candentes refulgían desde algunas calles, los aldeanos gritaban en son de auxilio, otros se dedicaban a sembrar el terror. ¿Pero que coño estaba pasando? Eretria corrigió la postura de su cuerpo, yendo a por una de sus dagas, el aire olía a peligro y no era de las que podían atrapar por descuido. No estaba muy enterada, sin embargo pudo captar entre tanto bullicio la palabra manifestación, rey y alguna que otra más bañada en repulsión. No tenía tiempo para encajar las piezas del puzzle, aún así algo intuía. El sonido del acero de las espadas chocando unas contra otras, el rugir de la batalla y las flechas ígneas cruzando el cielo casi nocturno era un jodido espectáculo. Dundarak al final parecía un sitio divertido.
Tras la flecha clavada en el tablón, otra fue dirigida hacia las tres mujeres, en concreto hacia la pelirroja de ojos dispares. No pidió permiso, tan sólo la agarró del cuello de la ropa y tiró de esta hacia atrás para que no le diese. Sonó casi como un silbido, quedando la punta afilada atrapada en la nieve. ─Oh, así que bajo esa capa se oculta una de las mías ─pronunció tras quedarse con el insulto en élfico, sus labios formaron una socarrona sonrisa. Una elfa. Al menos por su voz ya sabía que era mujer, y que conocía su lengua materna, no obstante podía estar equivocándose.
El ataque continuaba y pronto serían nuevas dianas para los enemigos cercanos, poco le importaba enfrentarse a esos perros; luego recordaba el escozor proveniente del muslo. ─¿E ir a donde? No parece que las calles sean seguras ─mucho menos los lugares concurridos como las tabernas o posadas, incluso las más humildes moradas. Cualquiera vendería al enemigo con tal de mantener la cabeza aún pegada al cuerpo.
Todo en Eretria funcionaba mediante impulsos, era habitual en ella, así como en sus respectivas muecas. Nadie le había pedido que recogiese el cartel a la ilusa recién llegada, mucho menos que mostrase una actitud alarmante por alguien que no conocía de nada. Torcer el semblante no fue lo único que la elfa hizo, sus cejas enarcadas y el ceño tremendamente fruncido bajo la capa no tenían desperdicio, mostraban un profundo desagrado que al final fue expuesto tras deshacerse de la tela sobre su cabeza. ─¿Por qué rayos te preocupas por una desconocida, niña? ─La morena continuaba escudriñando a la muchacha, sus ojos eran de lo más peculiares, aunque también escalofriantes. Colores diferentes, entre ellos uno similar a la tonalidad de la sangre.
─No necesito ayuda de nadie ─con un movimiento rápido meció el largo de la capa sobre la pierna herida, ocultándola como fuese posible. ─Esto no es nada, una pequeña herida ─el orgullo le impedía decir la verdad, para la elfa ninguna herida era mortal o insoportable por más grave que se presentase. Ya se quejaría cuando estuviese a solas. Tras soltar todo lo que pensaba, sonando casi como un regaño hacia la recién llegada, la encapuchada hasta el momento muda y misteriosa decidió voltearse con tal de largarse. Una opción que ella también barajaba dadas las circunstancias.
Las llamas candentes refulgían desde algunas calles, los aldeanos gritaban en son de auxilio, otros se dedicaban a sembrar el terror. ¿Pero que coño estaba pasando? Eretria corrigió la postura de su cuerpo, yendo a por una de sus dagas, el aire olía a peligro y no era de las que podían atrapar por descuido. No estaba muy enterada, sin embargo pudo captar entre tanto bullicio la palabra manifestación, rey y alguna que otra más bañada en repulsión. No tenía tiempo para encajar las piezas del puzzle, aún así algo intuía. El sonido del acero de las espadas chocando unas contra otras, el rugir de la batalla y las flechas ígneas cruzando el cielo casi nocturno era un jodido espectáculo. Dundarak al final parecía un sitio divertido.
Tras la flecha clavada en el tablón, otra fue dirigida hacia las tres mujeres, en concreto hacia la pelirroja de ojos dispares. No pidió permiso, tan sólo la agarró del cuello de la ropa y tiró de esta hacia atrás para que no le diese. Sonó casi como un silbido, quedando la punta afilada atrapada en la nieve. ─Oh, así que bajo esa capa se oculta una de las mías ─pronunció tras quedarse con el insulto en élfico, sus labios formaron una socarrona sonrisa. Una elfa. Al menos por su voz ya sabía que era mujer, y que conocía su lengua materna, no obstante podía estar equivocándose.
El ataque continuaba y pronto serían nuevas dianas para los enemigos cercanos, poco le importaba enfrentarse a esos perros; luego recordaba el escozor proveniente del muslo. ─¿E ir a donde? No parece que las calles sean seguras ─mucho menos los lugares concurridos como las tabernas o posadas, incluso las más humildes moradas. Cualquiera vendería al enemigo con tal de mantener la cabeza aún pegada al cuerpo.
Última edición por Eretria Noorgard el Mar Mayo 25 2021, 20:33, editado 1 vez
Eretria Noorgard
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Re: Los seguidores del antiguo rey [Noche] [Libre - 3/-]
Su preocupación por la chica herida no fue bien recibida. Por el contrario, parecía considerarla una molestia, cosa que sorprendió bastante a Kyra.
-¿Por qué preocuparse por un desconocido? Porque uno nunca sabe cuándo podría estar en una situación complicada y necesitar ayuda. Lo único peor que encontrarse en peligro y no tener nadie que te auxilie es ser la que puede ayudar y no lo hace... No quiero volver a pasar por eso...- La última frase de la pelirroja fue casi un murmullo, interrumpido por gritos en la distancia y una flecha encendida que se clavó en el tablón, justo entre ella y la encapuchada.
Habiendo confirmado que ambas mujeres eran elfas, un nuevo pinchazo de dolorosa nostalgia se hizo presente. Distraída por ello, Kyra no se percató de un nuevo proyectil que se acercaba rápidamente. Lo siguiente que sintió fue cómo se le cortaba la respiración al ser jalada por el cuello de sus ropas. Acabó sentada en el suelo, sorprendida al ver la flecha en la nieve. Se puso de pie nuevamente, limpiando sus ropas con una sonrisa irónica en su rostro. Observó a su rescatista y le dirigió algunas palabras que podría llegar a considerar como provocación.
-Gracias. Creí que no valía la pena preocuparse por desconocidos... Apenas estoy de paso por aquí, así que no conozco ningún lugar seguro, ¿y tú?- preguntó a la elfa encapuchada luego de escuchar su sugerencia.
Al mirar a ésta última, la pelirroja notó que no parecía estar armada. Temiendo posibles nuevos ataques, Kyra desenvainó la espada blanca que aún servía, vigilando los alrededores. Parecía que los disturbios se concentraban en la zona cercana a la taberna/posada donde se hospedaba. Afortunadamente, no llevaba muchas cosas consigo en este viaje así que no se había dejado nada en su habitación. Y ya había pagado antes. No tenía razones para volver allí, por lo que avanzó en dirección opuesta.
-Aunque no tengamos un objetivo fijo aún, de momento es mejor alejarnos de todo ese lío.-
-¿Por qué preocuparse por un desconocido? Porque uno nunca sabe cuándo podría estar en una situación complicada y necesitar ayuda. Lo único peor que encontrarse en peligro y no tener nadie que te auxilie es ser la que puede ayudar y no lo hace... No quiero volver a pasar por eso...- La última frase de la pelirroja fue casi un murmullo, interrumpido por gritos en la distancia y una flecha encendida que se clavó en el tablón, justo entre ella y la encapuchada.
Habiendo confirmado que ambas mujeres eran elfas, un nuevo pinchazo de dolorosa nostalgia se hizo presente. Distraída por ello, Kyra no se percató de un nuevo proyectil que se acercaba rápidamente. Lo siguiente que sintió fue cómo se le cortaba la respiración al ser jalada por el cuello de sus ropas. Acabó sentada en el suelo, sorprendida al ver la flecha en la nieve. Se puso de pie nuevamente, limpiando sus ropas con una sonrisa irónica en su rostro. Observó a su rescatista y le dirigió algunas palabras que podría llegar a considerar como provocación.
-Gracias. Creí que no valía la pena preocuparse por desconocidos... Apenas estoy de paso por aquí, así que no conozco ningún lugar seguro, ¿y tú?- preguntó a la elfa encapuchada luego de escuchar su sugerencia.
Al mirar a ésta última, la pelirroja notó que no parecía estar armada. Temiendo posibles nuevos ataques, Kyra desenvainó la espada blanca que aún servía, vigilando los alrededores. Parecía que los disturbios se concentraban en la zona cercana a la taberna/posada donde se hospedaba. Afortunadamente, no llevaba muchas cosas consigo en este viaje así que no se había dejado nada en su habitación. Y ya había pagado antes. No tenía razones para volver allí, por lo que avanzó en dirección opuesta.
-Aunque no tengamos un objetivo fijo aún, de momento es mejor alejarnos de todo ese lío.-
Kyravann Svartlys
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Re: Los seguidores del antiguo rey [Noche] [Libre - 3/-]
A la elfa, a quien no le había preocupado la salud de quien había aparecido después que ella a molestar, ni de la otra muchacha que sí parecía prestar atención a la sangre de la primera, ahora mostraba odio por quien les había disparado sin ton ni son. Ellas, o al menos ella, no estaba involucrada en esos asuntos norteños de gente que daría su vida por su adoración a un rey muerto. Helyare tenía su propia idea sobre ese monarca, apoyaba a aquellos que se alegraban de que se hubiera reunido con los dioses. Aunque semejante ser no debía ser apreciado por los dioses en ningún caso, pero eso a ella no le incumbía.
Lo que sí llamó la atención de la elfa con respecto a las chicas que estaban a su lado, fue que una de ellas la distinguió como «de las mías», por lo que llegó a pensar que igual era alguien de su misma raza, aunque tan tapada como ella. Quería pensar que por el clima de esa zona y no por la misma razón por la que ella cubría su cuerpo aunque el tiempo fuera distinto. Porque entonces ninguna de las dos llegaría a la categoría que su raza merecía.
¿La tercera? Una simple vampira. Ya había visto más seres como ella de los que desearía, solo que ninguno tenía la peculiaridad con la que esa muchacha contaba y que, ahora, a Helyare le era irrelevante. Estaban siendo atacadas y, o se iban, o se quedaban a luchar. Ganas no le faltaban a la elfa de volcar toda su venganza contra esos ciudadanos, pero no contaba con un arma, estaba despojada de toda protección porque simplemente había ido a unos recados y su intención era volver a su pequeña cabaña.
—Ellos no vienen a por nosotras en específico —aseguró, pues la manifestación estaba convocada para que fueran los mismos ciudadanos, con ideas contrarias, los que se reunieran y enfrentaran sus fuerzas. Ridículo, bajo el punto de vista de la elfa convocar algo por un rey muerto. Pero… costumbres extrañas del norte. A pesar de que ella tuviera sus propias costumbres, ridículas para el resto, se veía con la capacidad de juzgar desde su punto de mira al resto de especies, pues las seguía considerando inferiores a pesar de su situación —. Si nos movemos de calle, tal vez, nos olviden.
La otra muchacha no dudó en desenvainar una hermosa espada blanca que Helyare cuestionó internamente si los vampiros solían llevar.
—Seguidme si queréis salvar vuestra vida —concluyó y rápidamente buscó una salida por unas calles atrás. Ya conocía la ciudad, había pasado más tiempo del que quisiera ahí.
Pero los manifestantes seguían destruyendo y prendiendo fuego allá por donde pasaban. Se les estaba yendo de las manos su revuelta y los enfrentamientos entre unos y otros llevó a que más gente se uniera para intentar sofocarlos, haciendo justo lo contrario, e involucrando cada vez más a gente que al principio no estaba metida en el embrollo. Helyare cayó al suelo de espaldas cuando alguien adoptó su forma dracónica para ir a poner su granito de arena a la reyerta. La calle que había elegido era segura, pero los ruidos alertaron a los clientes de una taberna que no pudieron evitar hacer su aportación a la concentración que, seguramente, habrían visto como inútil. Desde que había pasado lo del rey, las guerras y todo eso, la opinión generalizada de los ciudadanos era muy polarizada y bastaba una chispa para que todo se encendiera. Mucha gente no quería saber nada de eso, o sí, pero no meterse en líos, por lo que corrían tratando de evitar las flechas y el fuego, lo que llevó a un caos peor en una calle más estrecha. La plaza estaba llena de gente y era posible que el tablón de las noticias hubiese quedado reducido a cenizas, pero esa callejuela que, en principio parecía casi desierta, ahora era una ratonera donde la gente no medía sus actos.
La elfa se golpeó la cabeza, aunque no fue grave, pero sí lo suficiente como para desconcertarla y verse en medio de un montón de personas que corrían en todas direcciones: unas para huir del conflicto, otras para meter más fuego en él, literalmente. Intentó levantarse pero era imposible, de nuevo, volvían a empujarla hacia atrás y su conmoción le impedía saber dónde se encontraba exactamente, haciendo que las capas que llevaba le pesaran mucho más que de costumbre. Solo veía un brillo azulado que sobrevolaba las cabezas de la gente con rapidez, buscando al culpable de lo que le estaba ocurriendo a su amiga para tomar venganza.
Helyare no sabía qué había pasado con las chicas que la acompañaban. Si habían sido presas de lo mismo que ella, o habían conseguido esconderse en algún lado seguro ante semejante avalancha de personas. No era la única que estaba así. La gente gritaba, insultaba, corría y peleaba sin orden fijo.
Una bocanada de fuego llegó hasta el mismo cruce de la calle. Había tantos manifestantes montando escándalo, que muchos otros se habían unido con ideas diferentes: sofocar la reyerta o unirse a ella.
Y todo por un rey muerto.
Lo que sí llamó la atención de la elfa con respecto a las chicas que estaban a su lado, fue que una de ellas la distinguió como «de las mías», por lo que llegó a pensar que igual era alguien de su misma raza, aunque tan tapada como ella. Quería pensar que por el clima de esa zona y no por la misma razón por la que ella cubría su cuerpo aunque el tiempo fuera distinto. Porque entonces ninguna de las dos llegaría a la categoría que su raza merecía.
¿La tercera? Una simple vampira. Ya había visto más seres como ella de los que desearía, solo que ninguno tenía la peculiaridad con la que esa muchacha contaba y que, ahora, a Helyare le era irrelevante. Estaban siendo atacadas y, o se iban, o se quedaban a luchar. Ganas no le faltaban a la elfa de volcar toda su venganza contra esos ciudadanos, pero no contaba con un arma, estaba despojada de toda protección porque simplemente había ido a unos recados y su intención era volver a su pequeña cabaña.
—Ellos no vienen a por nosotras en específico —aseguró, pues la manifestación estaba convocada para que fueran los mismos ciudadanos, con ideas contrarias, los que se reunieran y enfrentaran sus fuerzas. Ridículo, bajo el punto de vista de la elfa convocar algo por un rey muerto. Pero… costumbres extrañas del norte. A pesar de que ella tuviera sus propias costumbres, ridículas para el resto, se veía con la capacidad de juzgar desde su punto de mira al resto de especies, pues las seguía considerando inferiores a pesar de su situación —. Si nos movemos de calle, tal vez, nos olviden.
La otra muchacha no dudó en desenvainar una hermosa espada blanca que Helyare cuestionó internamente si los vampiros solían llevar.
—Seguidme si queréis salvar vuestra vida —concluyó y rápidamente buscó una salida por unas calles atrás. Ya conocía la ciudad, había pasado más tiempo del que quisiera ahí.
Pero los manifestantes seguían destruyendo y prendiendo fuego allá por donde pasaban. Se les estaba yendo de las manos su revuelta y los enfrentamientos entre unos y otros llevó a que más gente se uniera para intentar sofocarlos, haciendo justo lo contrario, e involucrando cada vez más a gente que al principio no estaba metida en el embrollo. Helyare cayó al suelo de espaldas cuando alguien adoptó su forma dracónica para ir a poner su granito de arena a la reyerta. La calle que había elegido era segura, pero los ruidos alertaron a los clientes de una taberna que no pudieron evitar hacer su aportación a la concentración que, seguramente, habrían visto como inútil. Desde que había pasado lo del rey, las guerras y todo eso, la opinión generalizada de los ciudadanos era muy polarizada y bastaba una chispa para que todo se encendiera. Mucha gente no quería saber nada de eso, o sí, pero no meterse en líos, por lo que corrían tratando de evitar las flechas y el fuego, lo que llevó a un caos peor en una calle más estrecha. La plaza estaba llena de gente y era posible que el tablón de las noticias hubiese quedado reducido a cenizas, pero esa callejuela que, en principio parecía casi desierta, ahora era una ratonera donde la gente no medía sus actos.
La elfa se golpeó la cabeza, aunque no fue grave, pero sí lo suficiente como para desconcertarla y verse en medio de un montón de personas que corrían en todas direcciones: unas para huir del conflicto, otras para meter más fuego en él, literalmente. Intentó levantarse pero era imposible, de nuevo, volvían a empujarla hacia atrás y su conmoción le impedía saber dónde se encontraba exactamente, haciendo que las capas que llevaba le pesaran mucho más que de costumbre. Solo veía un brillo azulado que sobrevolaba las cabezas de la gente con rapidez, buscando al culpable de lo que le estaba ocurriendo a su amiga para tomar venganza.
Helyare no sabía qué había pasado con las chicas que la acompañaban. Si habían sido presas de lo mismo que ella, o habían conseguido esconderse en algún lado seguro ante semejante avalancha de personas. No era la única que estaba así. La gente gritaba, insultaba, corría y peleaba sin orden fijo.
Una bocanada de fuego llegó hasta el mismo cruce de la calle. Había tantos manifestantes montando escándalo, que muchos otros se habían unido con ideas diferentes: sofocar la reyerta o unirse a ella.
Y todo por un rey muerto.
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Re: Los seguidores del antiguo rey [Noche] [Libre - 3/-]
Todo era un descontrol. Caos reinaba en la zona, sin importar a dónde dirigiera uno la vista. Por allí una pelea entre grupos con ideas opuestas; por allá un todos contra todos donde no se distinguían bandos; ahí, un dragón escupiendo fuego porque sí, porque todos peleaban y no quería quedarse fuera de la "fiesta"... Al menos así lo veía una forastera como Kyra. Era consciente del trasfondo político y social que provocaba todo ese lío, pero al ver a los habitantes del lugar luchando entre sí de esa forma, a veces sin distinguir "aliados" y "enemigos", le hacía preguntarse si los lugareños tenían conocimiento del motivo de sus peleas.
Mientras intentaba evadir golpes y estocadas a diestra y siniestra, la pelirroja se percató de la ausencia de una de sus repentinas compañeras. Al darse cuenta de ello, la vampiresa decidió regresar en su búsqueda, no sin antes asegurarse de que la orgullosa y herida elfa a su lado estuviera también a salvo. Kyra la dejó en un edificio donde varios heridos, niños y ancianos buscaban refugio, quizá se tratara de una iglesia, orfanato o algo por el estilo. Por lo poco que habían hablado, sospechaba que la elfa herida no aceptaría que la lleve a cuestas, por lo que dejarla allí era lo mejor que se le ocurrió.
Despidiéndose de ella, Kyra volvió sobre sus pasos. Tardó unos minutos en hallar a la otra chica, al parecer algo aturdida y casi sepultada por sus ropas. Una especie de lucecita danzaba en el aire, alrededor de ella, como si estuviera inspeccionando a la gente.
La multitud, compuesta tanto por gente que buscaba huir como por aquellos que deseaban sumarse al conflicto, amenazaba con aplastar a muchacha en cualquier momento. La pelirroja no quería ver tal desenlace, por lo que no perdió más tiempo y acudió en su ayuda.
Mientras avanzaba, desenvainó su segunda espada. No servía en combate y estaba realmente dañada, pero en medio de toda esa confusión sería difícil notarlo. Además, dos espadas se veían más amenazantes que una sola, y con su magia ayudándole a alterar un poco su apariencia en los ojos del resto¹, Kyra se veía como toda una veterana guerrera elfa, atractiva e intimidante a partes iguales.
Al llegar a destino, extendió una mano para asistir a la chica, con una sonrisa en su rostro que buscaba transmitir seguridad y tranquilidad.
-¿Estás bien? Deja que te ayude, encontré un lugar donde podremos refugiarnos hasta que todo esto pase. Dejé allí a la otra elfa para que atendieran sus heridas.-
Offrol:
¹Presencia Vampírica [Mágica]
Mientras intentaba evadir golpes y estocadas a diestra y siniestra, la pelirroja se percató de la ausencia de una de sus repentinas compañeras. Al darse cuenta de ello, la vampiresa decidió regresar en su búsqueda, no sin antes asegurarse de que la orgullosa y herida elfa a su lado estuviera también a salvo. Kyra la dejó en un edificio donde varios heridos, niños y ancianos buscaban refugio, quizá se tratara de una iglesia, orfanato o algo por el estilo. Por lo poco que habían hablado, sospechaba que la elfa herida no aceptaría que la lleve a cuestas, por lo que dejarla allí era lo mejor que se le ocurrió.
Despidiéndose de ella, Kyra volvió sobre sus pasos. Tardó unos minutos en hallar a la otra chica, al parecer algo aturdida y casi sepultada por sus ropas. Una especie de lucecita danzaba en el aire, alrededor de ella, como si estuviera inspeccionando a la gente.
La multitud, compuesta tanto por gente que buscaba huir como por aquellos que deseaban sumarse al conflicto, amenazaba con aplastar a muchacha en cualquier momento. La pelirroja no quería ver tal desenlace, por lo que no perdió más tiempo y acudió en su ayuda.
Mientras avanzaba, desenvainó su segunda espada. No servía en combate y estaba realmente dañada, pero en medio de toda esa confusión sería difícil notarlo. Además, dos espadas se veían más amenazantes que una sola, y con su magia ayudándole a alterar un poco su apariencia en los ojos del resto¹, Kyra se veía como toda una veterana guerrera elfa, atractiva e intimidante a partes iguales.
Al llegar a destino, extendió una mano para asistir a la chica, con una sonrisa en su rostro que buscaba transmitir seguridad y tranquilidad.
-¿Estás bien? Deja que te ayude, encontré un lugar donde podremos refugiarnos hasta que todo esto pase. Dejé allí a la otra elfa para que atendieran sus heridas.-
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Re: Los seguidores del antiguo rey [Noche] [Libre - 3/-]
La elfa veía cómo los pies de la gente pasaban sorprendentemente cerca de su cara y el resto de su cuerpo. Notaba los golpes, que no eran tan fuertes porque tantas capas de pieles los amortiguaban. Algo bueno tenía que tener vestir así, aparte de la protección que esos ropajes daban para la nieve.
Todavía algo conmocionada por el golpe en la cabeza, trataba de levantarse, aunque le estaba costando. El fuego pasaba cerca de ella, tanto que podía notar el calor que se desprendía de ese elemento. Los gritos confusos y de terror se amortiguaban cuando alguno de los dragones echaba una llamarada, haciendo que algunos fueran más agudos si eran alcanzados por el fuego.
Se fijó en una mano extendida hacia ella, la de una elfa que sostenía dos espadas que estaba segura que habían sido forjadas por los suyos.
–¿La otra elfa? –preguntó confundida mientras se incorporaba con la ayuda de la chica. No se había fijado tanto en ella, lo que pretendía era huir lo más rápido posible, pues incluso al levantarse notaba los empujones que le daban los ciudadanos al intentar huir, aunque Nillë se estaba encargando de que no volvieran a tirarla, de que no la arrollaran. Los destellos azules del hada iban acompañados de gente desplomándose a escasos metros de la elfa.
Le sorprendió que esa mujer pudiera estar sonriendo con tranquilidad en ese momento, pero se dejó ayudar y por fin pudo levantarse y correr. No tenía armas, no podría mostrar sus ganas de venganza a esos seres, pero Nillë era quien se estaba encargando de impartir justicia o, al menos, de ayudar a su amiga. Y cuando vio que la pelirroja ya estaba en pie y a salvo, es cuando voló hacia ellas. Lo que tenían que hacer era seguir a la mujer que había intentado ayudarlas hasta el refugio donde estaba la otra elfa.
–Vamos, Nillë –instó al hada, aunque si ella quería podía volar más rápido de lo que las elfas corrían. Todavía no se había fijado en el cambio de apariencia de la joven que estaba delante, pero sin duda le sorprendería.
No se opuso a que llegaran al sitio donde había dejado a la otra mujer, parecía seguro y, cuando vio que, por ahora no la seguía nadie, se detuvo. Estaba cansada, le era muy difícil mantener el ritmo con tantas capas de pesadas pieles, algo a lo que nunca se había podido acostumbrar, pero por fin los gritos se escuchaban algo más lejos que antes.
–¿Quién eres tú? –esa pregunta era casi acusatoria. Estaba segura de que era la misma chica que había estado antes con ellas, pero su aspecto había cambiado un poco, parecía más como ella –¿Qué has hecho? –los dioses habían jugado con su mente en tantas ocasiones que no pudo evitar dar un paso hacia atrás y negar con la cabeza –, ¿es magia? Porque has cambiado, ¿cierto? –ya no sabía si era real o no, o si era un juego de los manifestantes que buscaban algo más que solo quemar las calles.
Su reacción podía considerarse desmedida, sí, pero había sido engañada por las artimañas de brujos y dioses de la mentira, y no sabía las intenciones de esa mujer que, por ahora, la había ayudado.
–¿Qué eres? –quiso saber, tratando de poner sus pensamientos en orden. El tono azulado de Nillë se tornó un poco más oscuro sobre la cabeza de la elfa pelirroja, dando un tono extraño a los mechones blancos que adornaban parte de su pelo. No tenía armas, no podría defenderse de ninguna forma, pues sus dones le habían sido arrebatados. Pero sí que el hada actuaría en consecuencia si veía a su amiga en cualquier riesgo. Podía quitarle las suyas si algo iba mal, no era diestra con las espadas pero sabía defenderse.
Sin duda, Helyare era muy desconfiada. Había pasado por muchos golpes para ello y no encontraría confianza ni en su propia raza, ni siquiera en gente que había estado con ella desde que había nacido. Cuanto menos en una desconocida que parecía estar jugando con su mente. Por sus recuerdos pasaron varios brujos, cómo veía a sus hermanos quemándose en Sandorai por el fuego de los hechiceros, y cómo había sido víctima de los juegos de un mago hasta llegar a atacar a sus amigos. Miró de reojo el lugar, tratando de buscar a la otra elfa, pero tampoco era santo de su devoción, por lo que le daría igual su destino. Se centraba en el propio.
Todavía algo conmocionada por el golpe en la cabeza, trataba de levantarse, aunque le estaba costando. El fuego pasaba cerca de ella, tanto que podía notar el calor que se desprendía de ese elemento. Los gritos confusos y de terror se amortiguaban cuando alguno de los dragones echaba una llamarada, haciendo que algunos fueran más agudos si eran alcanzados por el fuego.
Se fijó en una mano extendida hacia ella, la de una elfa que sostenía dos espadas que estaba segura que habían sido forjadas por los suyos.
–¿La otra elfa? –preguntó confundida mientras se incorporaba con la ayuda de la chica. No se había fijado tanto en ella, lo que pretendía era huir lo más rápido posible, pues incluso al levantarse notaba los empujones que le daban los ciudadanos al intentar huir, aunque Nillë se estaba encargando de que no volvieran a tirarla, de que no la arrollaran. Los destellos azules del hada iban acompañados de gente desplomándose a escasos metros de la elfa.
Le sorprendió que esa mujer pudiera estar sonriendo con tranquilidad en ese momento, pero se dejó ayudar y por fin pudo levantarse y correr. No tenía armas, no podría mostrar sus ganas de venganza a esos seres, pero Nillë era quien se estaba encargando de impartir justicia o, al menos, de ayudar a su amiga. Y cuando vio que la pelirroja ya estaba en pie y a salvo, es cuando voló hacia ellas. Lo que tenían que hacer era seguir a la mujer que había intentado ayudarlas hasta el refugio donde estaba la otra elfa.
–Vamos, Nillë –instó al hada, aunque si ella quería podía volar más rápido de lo que las elfas corrían. Todavía no se había fijado en el cambio de apariencia de la joven que estaba delante, pero sin duda le sorprendería.
No se opuso a que llegaran al sitio donde había dejado a la otra mujer, parecía seguro y, cuando vio que, por ahora no la seguía nadie, se detuvo. Estaba cansada, le era muy difícil mantener el ritmo con tantas capas de pesadas pieles, algo a lo que nunca se había podido acostumbrar, pero por fin los gritos se escuchaban algo más lejos que antes.
–¿Quién eres tú? –esa pregunta era casi acusatoria. Estaba segura de que era la misma chica que había estado antes con ellas, pero su aspecto había cambiado un poco, parecía más como ella –¿Qué has hecho? –los dioses habían jugado con su mente en tantas ocasiones que no pudo evitar dar un paso hacia atrás y negar con la cabeza –, ¿es magia? Porque has cambiado, ¿cierto? –ya no sabía si era real o no, o si era un juego de los manifestantes que buscaban algo más que solo quemar las calles.
Su reacción podía considerarse desmedida, sí, pero había sido engañada por las artimañas de brujos y dioses de la mentira, y no sabía las intenciones de esa mujer que, por ahora, la había ayudado.
–¿Qué eres? –quiso saber, tratando de poner sus pensamientos en orden. El tono azulado de Nillë se tornó un poco más oscuro sobre la cabeza de la elfa pelirroja, dando un tono extraño a los mechones blancos que adornaban parte de su pelo. No tenía armas, no podría defenderse de ninguna forma, pues sus dones le habían sido arrebatados. Pero sí que el hada actuaría en consecuencia si veía a su amiga en cualquier riesgo. Podía quitarle las suyas si algo iba mal, no era diestra con las espadas pero sabía defenderse.
Sin duda, Helyare era muy desconfiada. Había pasado por muchos golpes para ello y no encontraría confianza ni en su propia raza, ni siquiera en gente que había estado con ella desde que había nacido. Cuanto menos en una desconocida que parecía estar jugando con su mente. Por sus recuerdos pasaron varios brujos, cómo veía a sus hermanos quemándose en Sandorai por el fuego de los hechiceros, y cómo había sido víctima de los juegos de un mago hasta llegar a atacar a sus amigos. Miró de reojo el lugar, tratando de buscar a la otra elfa, pero tampoco era santo de su devoción, por lo que le daría igual su destino. Se centraba en el propio.
Helyare
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Re: Los seguidores del antiguo rey [Noche] [Libre - 3/-]
La lluvia de preguntas que le lanzó la confundida elfa no sorprendió a Kyra. Entre el golpe en la cabeza, el caos reinante en el lugar y su aparente desconfianza, era algo que no se podía evitar. La vampiresa guardó silencio hasta que la otra pelirroja pareció calmarse. Sin embargo, al escuchar la última pregunta, la sonrisa en el rostro de Kyra se desvaneció. En parte para no mostrar sus colmillos y en parte porque la respuesta hacía resurgir viejos y nada placenteros recuerdos.
-Sí, era magia. Pero no te preocupes, solo hacía que me viera más intimidante.- Mientras hablaba, su aspecto volvía a la normalidad. No es que cambiará demasiado, pero la diferencia en su presencia (algunos podrían llamarlo "aura", quizá) era notoria.
-Creí que sería buena idea usarla para ahuyentar a posibles atacantes. En cuanto a quién soy: me llamo Kyravann, y creo que es bastante evidente qué era y qué soy ahora...- La respuesta fue acompañada de un gesto hacia sus orejas y colmillos, y un dejo de tristeza y resignación en la voz.
-No voy a aburrirte con historias de hace cien años. En resumen, debido a ciertas circunstancias y a no poder pensar bien en lo que hacía en ese momento, me dejé convertir para ayudar a mis amigos. Por supuesto, perdí toda conexión con la Luz, pero mi deseo por ayudar a mi pueblo sigue en pie. Ese es uno de los motivos por los que no podía dejarte atrás. Si quieres que me marche, solo dímelo y lo haré; sé que mi historia puede ser difícil de digerir. Después de todo, no vemos a... Muchos elfos no ven con buenos ojos a los vampiros.-
Realmente no quería dejarla sola hasta asegurarse de que se encontraba bien, pero tampoco deseaba importunarla. En el caso de que le pidiera irse, simplemente buscaría a alguien que le eche un ojo, por si acaso. Kyra podía seguir su búsqueda sola, como siempre. La imagen de Shen pasó por su mente por un segundo, demostrando que aunque no quisiera admitirlo, anhelaba la compañía de alguien más. Ya tuvo suficiente soledad durante el último siglo.
-Sí, era magia. Pero no te preocupes, solo hacía que me viera más intimidante.- Mientras hablaba, su aspecto volvía a la normalidad. No es que cambiará demasiado, pero la diferencia en su presencia (algunos podrían llamarlo "aura", quizá) era notoria.
-Creí que sería buena idea usarla para ahuyentar a posibles atacantes. En cuanto a quién soy: me llamo Kyravann, y creo que es bastante evidente qué era y qué soy ahora...- La respuesta fue acompañada de un gesto hacia sus orejas y colmillos, y un dejo de tristeza y resignación en la voz.
-No voy a aburrirte con historias de hace cien años. En resumen, debido a ciertas circunstancias y a no poder pensar bien en lo que hacía en ese momento, me dejé convertir para ayudar a mis amigos. Por supuesto, perdí toda conexión con la Luz, pero mi deseo por ayudar a mi pueblo sigue en pie. Ese es uno de los motivos por los que no podía dejarte atrás. Si quieres que me marche, solo dímelo y lo haré; sé que mi historia puede ser difícil de digerir. Después de todo, no vemos a... Muchos elfos no ven con buenos ojos a los vampiros.-
Realmente no quería dejarla sola hasta asegurarse de que se encontraba bien, pero tampoco deseaba importunarla. En el caso de que le pidiera irse, simplemente buscaría a alguien que le eche un ojo, por si acaso. Kyra podía seguir su búsqueda sola, como siempre. La imagen de Shen pasó por su mente por un segundo, demostrando que aunque no quisiera admitirlo, anhelaba la compañía de alguien más. Ya tuvo suficiente soledad durante el último siglo.
Kyravann Svartlys
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