La leyenda del Rocagrís [Libre] [Preparativo] [Cerrado]
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La leyenda del Rocagrís [Libre] [Preparativo] [Cerrado]
- No creo que nos de tregua. Además, ¿para qué quieres salir?- la pregunta fue formulada de tal manera que no esperaba respuesta, porque él mismo quería responderla.- Yo te lo diré: a morirnos del asco- sentenció el hombre.
Sango, que acababa de terminar de sorber el fondo del cuenco de caldo que le habían servido para cenar, estudió a los dos hombres que estaban sentados frente a un tablero de alguna clase de juego que reconocía. El tablero, cuadrado, estaba agujerado siguiendo un patrón de filas horizontales. Las piezas, que seguramente serían de plomo, llevaban incorporadas unas pequeñas varillas de madera que servían para fijar la pieza al tablero. El "Hnefatafl" era uno de los juegos más antiguos que uno podía encontrar y consistía básicamente en hacer que el rey, que era la pieza central, escapara del tablero por cualquiera de los laterales del mismo.
- Siempre tienes razón...- movió una ficha- Pero tenemos que hacer algo, este pueblo se va a la mierda- aprovechó para beber de su jarra.- El jodido cabezón de Heyherdal debería, no, deberíamos haberle obligado a coger un aprendiz.-
- ¿De qué nos habría servido? Este pueblo lleva muriéndose desde hace tiempo. Es inevitable, amigo mío, para que haya vida, alguien tiene que morir, es jodido ser consciente de ello, lo sé, pero es lo que hay- movió una pieza y sonriño al ver que había captura una ficha del rival.- Ese cabrón de Heyherdal lo sabía y se largó.-
- Se lo llevaron- apuntó el segundo levantando la cabeza.
- No empieces...- Se echó hacia atrás y ladeó la cabeza, cansado de aquella conversación.
- ¡Pero es que es verdad! Lo raptaron en la noche, saquearon su casa y nos jodieron a todos. Lo querían a él. Sabía muchas cosas, y no solo de barcos, ¿viste alguna vez lo que hacía antes de botar los barcos? Joder, no dejaba que nadie se acercara durante dos días y eso que el barco está terminado- Aquella última parte la dijo en voz baja ya que se dio cuenta de que Sango estaba mirándoles.
- A ver, cogió sus cosas, revolvió un poco la casa y se largó. Ya está. No lo queda a nadie aquí, su esposa, los Dioses la guarden, murió, sus hijas se largaron en cuanto tuvo oportunidad, o puede que él las sacara de aquí... Este pueblo se muere. Acéptalo. Desde que no está, ¿ha venido alguien a ofrecernos trabajo? Pescadores que vienen a sellar fugas y poco más- hizo una pausa y giró la cabeza para mirar a Sango y luego continuó.- Por favor, dejémoslo, siempre estamos igual, me canso de hablar siempre de lo mismo.-
El silencio, amenizado por el fuerte aguacero del exterior, se apoderó del ambiente, dejando a los presentes con actitudes reflexivas. Ben, hizo un breve resumen de lo que había escuchado: al parecer, un tal Heyherdal había desaparecido sin dejar rastro. Al parecer, era alguien que gozaba de gran fama por su sabiduría y estaba relacionado con los barcos. Claro, si querían imponerle un aprendiz quizá fuera porque era el constructor de barcos. ¿Qué era aquello de no botar el barco cuando estaba terminado? ¿Superstición? ¿Algún secreto oculto? Sango se inclinó hacia delante. Uno pensaba que se lo habían llevado, otro que se había ido.
- ¿Necesitáis ayuda?- Ben se levantó y acercó una banqueta al sitio donde estaban jugando.
- ¿Eh? No- se apresuró a contestar el partidario del exilio voluntario.- Todo lo que sale de su boca son tonterías- señaló al partidario del secuestro.
- No son tonterías, se lo llevaron por la noche, ¿acaso no te preguntas por qué dejaron de venir los comerciantes del oeste? ¿No es extraño que justo en el momento en el que desapareció el trabajo cesara casi por completo? No, por los Dioses que esto no es una tontería- Se levantó de la silla rápidamente y volvió a sentarse instantes después, una vez se había calmado.- Sí, yo sí que necesito ayuda, al menos quiero saber si... quiero saber, punto- el hombre parecía abatido.
- He escuchado parte de vuestra conversación- dijo Sango tras unos instantes de silencio- y hay cosas que suenan raras. Pero también es cierto que podría ser que este hombre se marchó por su propio pie, este sitio...- Sacudió la cabeza.- Necesito saber quién era este Heyherdal, a qué se dedicaba...- dejó las frase en el aire.
Ambos hombres se miraron largo tiempo antes de tomar una decisión.
- Necesito saber qué ha pasado- dijo el partidario del secuestro.
- Supongo que un punto de vista externo no nos vendría mal, no- añadió el partidario del abandono de pueblo.
- Heyherdal es el maestro constructor de barcos del pueblo. Lleva toda la vida haciéndolos, empezó con doce o trece años, y el pasado solsticio cumplió ochenta y dos veranos. Mi abuelo y mi padre trabajaron con y para él. Aquí solían venir tres o cuatro clientes grandes, a encargar reformas, reparar velas, tapara fugas... Incluso hemos fabricado barcos y no solo pesqueros sino de transporte de mercancías, sí, aquí, y todo gracias a los conocimientos de Heyherdal- hizo una pausa para poner en orden la información pero su compañero le interrumpió.
- Sí, todo eso es cierto. Pero de un tiempo a esta parte, el volumen de trabajo disminuyó. Nos hacemos viejos y la gente joven prefiere marcharse a buscar oportunidades a otras partes- se lamentó el otro.
- Cierto, pero Heyherdal no sería capaz de abandonarnos. Al menos no el pueblo y tampoco su casa.
- ¿Por qué?- Preguntó Sango.
- Porque su casa está hecha con la madera del Rocagrís, el barco de sus antepasados. Un barco que ha estado envuelto el guerras, saqueos y transportes. Ese barco es una leyenda decían que nadie podía destruirlo, incluso intentaron prenderle fuego pero resultó imposible, ese barco estaba protegido por los mismísimos Dioses- la pasión con la que hablaba de aquel barco emocionó la propio Sango.
- Pero entonces, si ese barco era indestructible, ¿por qué convertirlo en una casa?-
- Era una operación de transporte de mercancías. El barco, no tenía un gran calado pero dicen que llevaba tanto peso que cerca de estas costas, un temporal los alcanzó, el agua se metió en el barco y los Dioses saben cómo, llegaron a este preciso lugar. Cuando quisieron volver al mar se dieron cuanta de que el barco estaba inundado, eso no es problema, pero lo que si fue un problema fue ver la quilla partida a la mitad. Heyherdal el capitán -no sé que grado de parentesco, creo que abuelo del abuelo de su padre, pero no estoy seguro- decidió utilizar la madera del barco para construir una casa.-
La leyenda del Rocagrís era una historia que Sango no había oído nunca y haber tenido la oportunidad de escucharla y disfrutarla le pareció un regalo de los Dioses.
- Pero este barco tiene mucha más historia detrás. No obstante, me gustaría retomar la conversación anterior- asintió al ver que Sango le hacía un gesto para que continuara.- Bien. Su desaparición es un misterio: entramos en su casa el día que supimos que no estaba y lo encontramos todo revuelto, todo fuera de lugar, como saqueado.-
- O abandonado aprisa- se apresuró a puntualizar el otro.
- Antes habéis mencionado a unos comerciantes del oeste, ¿Quiénes son?- Preguntó Sango para evitar otro conflicto.
- Solo lo sabía Heyherdal. Sólo hablaban con él y nadie más. Solo sé de oídas que venían desde el Tymer. Eran los cuatro de siempre, venían a caballo y a veces con carro- se encogió de hombros.- Suelen venir un par de veces al año, pero su visita se está retrasando demasiado, no creo que sea buena señal...- Suspiró.
Sango se cruzó de brazos y fijó la mirada en el tablero al tiempo que pensaba sobre Heyherdal y todo lo que le rodeaba: la leyenda del Rocagrís, un barco indestructible, a prueba de fuego; luego estaba su avanzada edad y la cantidad de conocimientos adquiridos a lo largo de los años, como maestro constructor; y por último estaban los "comerciantes del oeste", que con aquel nombre que le habían dado los lugareños y además, el secretismo de sus tratos con Heyherdal no auguraban nada bueno. Ben tenía la corazonada de que todo estaba relacionado pero aun sin saber cómo.
- Mañana me gustaría echar un vistazo a la casa- Ben se levantó.- Os ayudaré a resolver este misterio, que sin duda alguna tiene algo raro- dijo mirando al tablero.- Lo que no entiendo es cómo no has ganado ya- le dijo al partidario del exilio voluntario antes de volverse.
Sango recogió su equipo y se fue a dormir. Pensó que había sido muy brusco en su despedida, pero tenía mucho en lo que pensar y reflexionar. Además, a esos dos no pareció importarles mucho.
- ¿Pero qué...? ¡Joder es verdad!- Movió una de las fichas.- ¡El rey ha sido capturado!- Dio una palmada.- ¿Otra?-
La lluvia seguía cayendo con fuerza en el exterior.
Sango, que acababa de terminar de sorber el fondo del cuenco de caldo que le habían servido para cenar, estudió a los dos hombres que estaban sentados frente a un tablero de alguna clase de juego que reconocía. El tablero, cuadrado, estaba agujerado siguiendo un patrón de filas horizontales. Las piezas, que seguramente serían de plomo, llevaban incorporadas unas pequeñas varillas de madera que servían para fijar la pieza al tablero. El "Hnefatafl" era uno de los juegos más antiguos que uno podía encontrar y consistía básicamente en hacer que el rey, que era la pieza central, escapara del tablero por cualquiera de los laterales del mismo.
- Siempre tienes razón...- movió una ficha- Pero tenemos que hacer algo, este pueblo se va a la mierda- aprovechó para beber de su jarra.- El jodido cabezón de Heyherdal debería, no, deberíamos haberle obligado a coger un aprendiz.-
- ¿De qué nos habría servido? Este pueblo lleva muriéndose desde hace tiempo. Es inevitable, amigo mío, para que haya vida, alguien tiene que morir, es jodido ser consciente de ello, lo sé, pero es lo que hay- movió una pieza y sonriño al ver que había captura una ficha del rival.- Ese cabrón de Heyherdal lo sabía y se largó.-
- Se lo llevaron- apuntó el segundo levantando la cabeza.
- No empieces...- Se echó hacia atrás y ladeó la cabeza, cansado de aquella conversación.
- ¡Pero es que es verdad! Lo raptaron en la noche, saquearon su casa y nos jodieron a todos. Lo querían a él. Sabía muchas cosas, y no solo de barcos, ¿viste alguna vez lo que hacía antes de botar los barcos? Joder, no dejaba que nadie se acercara durante dos días y eso que el barco está terminado- Aquella última parte la dijo en voz baja ya que se dio cuenta de que Sango estaba mirándoles.
- A ver, cogió sus cosas, revolvió un poco la casa y se largó. Ya está. No lo queda a nadie aquí, su esposa, los Dioses la guarden, murió, sus hijas se largaron en cuanto tuvo oportunidad, o puede que él las sacara de aquí... Este pueblo se muere. Acéptalo. Desde que no está, ¿ha venido alguien a ofrecernos trabajo? Pescadores que vienen a sellar fugas y poco más- hizo una pausa y giró la cabeza para mirar a Sango y luego continuó.- Por favor, dejémoslo, siempre estamos igual, me canso de hablar siempre de lo mismo.-
El silencio, amenizado por el fuerte aguacero del exterior, se apoderó del ambiente, dejando a los presentes con actitudes reflexivas. Ben, hizo un breve resumen de lo que había escuchado: al parecer, un tal Heyherdal había desaparecido sin dejar rastro. Al parecer, era alguien que gozaba de gran fama por su sabiduría y estaba relacionado con los barcos. Claro, si querían imponerle un aprendiz quizá fuera porque era el constructor de barcos. ¿Qué era aquello de no botar el barco cuando estaba terminado? ¿Superstición? ¿Algún secreto oculto? Sango se inclinó hacia delante. Uno pensaba que se lo habían llevado, otro que se había ido.
- ¿Necesitáis ayuda?- Ben se levantó y acercó una banqueta al sitio donde estaban jugando.
- ¿Eh? No- se apresuró a contestar el partidario del exilio voluntario.- Todo lo que sale de su boca son tonterías- señaló al partidario del secuestro.
- No son tonterías, se lo llevaron por la noche, ¿acaso no te preguntas por qué dejaron de venir los comerciantes del oeste? ¿No es extraño que justo en el momento en el que desapareció el trabajo cesara casi por completo? No, por los Dioses que esto no es una tontería- Se levantó de la silla rápidamente y volvió a sentarse instantes después, una vez se había calmado.- Sí, yo sí que necesito ayuda, al menos quiero saber si... quiero saber, punto- el hombre parecía abatido.
- He escuchado parte de vuestra conversación- dijo Sango tras unos instantes de silencio- y hay cosas que suenan raras. Pero también es cierto que podría ser que este hombre se marchó por su propio pie, este sitio...- Sacudió la cabeza.- Necesito saber quién era este Heyherdal, a qué se dedicaba...- dejó las frase en el aire.
Ambos hombres se miraron largo tiempo antes de tomar una decisión.
- Necesito saber qué ha pasado- dijo el partidario del secuestro.
- Supongo que un punto de vista externo no nos vendría mal, no- añadió el partidario del abandono de pueblo.
- Heyherdal es el maestro constructor de barcos del pueblo. Lleva toda la vida haciéndolos, empezó con doce o trece años, y el pasado solsticio cumplió ochenta y dos veranos. Mi abuelo y mi padre trabajaron con y para él. Aquí solían venir tres o cuatro clientes grandes, a encargar reformas, reparar velas, tapara fugas... Incluso hemos fabricado barcos y no solo pesqueros sino de transporte de mercancías, sí, aquí, y todo gracias a los conocimientos de Heyherdal- hizo una pausa para poner en orden la información pero su compañero le interrumpió.
- Sí, todo eso es cierto. Pero de un tiempo a esta parte, el volumen de trabajo disminuyó. Nos hacemos viejos y la gente joven prefiere marcharse a buscar oportunidades a otras partes- se lamentó el otro.
- Cierto, pero Heyherdal no sería capaz de abandonarnos. Al menos no el pueblo y tampoco su casa.
- ¿Por qué?- Preguntó Sango.
- Porque su casa está hecha con la madera del Rocagrís, el barco de sus antepasados. Un barco que ha estado envuelto el guerras, saqueos y transportes. Ese barco es una leyenda decían que nadie podía destruirlo, incluso intentaron prenderle fuego pero resultó imposible, ese barco estaba protegido por los mismísimos Dioses- la pasión con la que hablaba de aquel barco emocionó la propio Sango.
- Pero entonces, si ese barco era indestructible, ¿por qué convertirlo en una casa?-
- Era una operación de transporte de mercancías. El barco, no tenía un gran calado pero dicen que llevaba tanto peso que cerca de estas costas, un temporal los alcanzó, el agua se metió en el barco y los Dioses saben cómo, llegaron a este preciso lugar. Cuando quisieron volver al mar se dieron cuanta de que el barco estaba inundado, eso no es problema, pero lo que si fue un problema fue ver la quilla partida a la mitad. Heyherdal el capitán -no sé que grado de parentesco, creo que abuelo del abuelo de su padre, pero no estoy seguro- decidió utilizar la madera del barco para construir una casa.-
La leyenda del Rocagrís era una historia que Sango no había oído nunca y haber tenido la oportunidad de escucharla y disfrutarla le pareció un regalo de los Dioses.
- Pero este barco tiene mucha más historia detrás. No obstante, me gustaría retomar la conversación anterior- asintió al ver que Sango le hacía un gesto para que continuara.- Bien. Su desaparición es un misterio: entramos en su casa el día que supimos que no estaba y lo encontramos todo revuelto, todo fuera de lugar, como saqueado.-
- O abandonado aprisa- se apresuró a puntualizar el otro.
- Antes habéis mencionado a unos comerciantes del oeste, ¿Quiénes son?- Preguntó Sango para evitar otro conflicto.
- Solo lo sabía Heyherdal. Sólo hablaban con él y nadie más. Solo sé de oídas que venían desde el Tymer. Eran los cuatro de siempre, venían a caballo y a veces con carro- se encogió de hombros.- Suelen venir un par de veces al año, pero su visita se está retrasando demasiado, no creo que sea buena señal...- Suspiró.
Sango se cruzó de brazos y fijó la mirada en el tablero al tiempo que pensaba sobre Heyherdal y todo lo que le rodeaba: la leyenda del Rocagrís, un barco indestructible, a prueba de fuego; luego estaba su avanzada edad y la cantidad de conocimientos adquiridos a lo largo de los años, como maestro constructor; y por último estaban los "comerciantes del oeste", que con aquel nombre que le habían dado los lugareños y además, el secretismo de sus tratos con Heyherdal no auguraban nada bueno. Ben tenía la corazonada de que todo estaba relacionado pero aun sin saber cómo.
- Mañana me gustaría echar un vistazo a la casa- Ben se levantó.- Os ayudaré a resolver este misterio, que sin duda alguna tiene algo raro- dijo mirando al tablero.- Lo que no entiendo es cómo no has ganado ya- le dijo al partidario del exilio voluntario antes de volverse.
Sango recogió su equipo y se fue a dormir. Pensó que había sido muy brusco en su despedida, pero tenía mucho en lo que pensar y reflexionar. Además, a esos dos no pareció importarles mucho.
- ¿Pero qué...? ¡Joder es verdad!- Movió una de las fichas.- ¡El rey ha sido capturado!- Dio una palmada.- ¿Otra?-
La lluvia seguía cayendo con fuerza en el exterior.
Última edición por Sango el Sáb 2 Abr - 7:54, editado 1 vez
Sango
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Re: La leyenda del Rocagrís [Libre] [Preparativo] [Cerrado]
Conocía bien aquellos caminos, rutas medianamente transitadas por pequeños comerciantes o viajeros entre pueblos, bordeando la frontera de las tierras de los hombres y los elfos, las cuales solía encomendarle recorrer Fahïn, para cumplir recados de diversa índole. Era relativamente sencillo recorrer aquellos territorios una vez conocidos los enclaves de los caminos, los pobladores de aquellas tierras vivían acostumbrados a que las cruzaran habitantes de uno y otro lado de la frontera, aunque nunca se estaba libre de problemas fuera de Sandorai.
La posada de Thorin le era conocida. No demasiado, pero en varias ocasiones se había visto entregando o recogiendo mercancía y, en alguna otra, en la necesidad de tomar un alto en el camino u hospedarse. Aquella era una de esas. Eddamber quedaba a menos de un día de camino, pero el aguacero dificultaba en gran medida el seguir adelante y hacía imposible no quedar en tierra de nadie al anochecer. Se sacudió las botas a la puerta de la posada, antes de entrar. La lluvia traía consigo senderos embarrados que tardarían semanas en secar por completo y ramas que tras cada sacudida hacían caer las gotas acumuladas en las copas como un jarro de agua fría cuando menos era de esperar. Abrió la puerta y desquitándose de la capucha, empapada, se dirigió al mostrador, que hacía las veces de barra, como cualquier cliente habitual. El medio hombre que regentaba la hospedería se encontraba donde siempre. Y digo medio hombre, no porque su morfología compartiese rasgos de bestia, sino porque, literalmente, era eso, medio hombre. Un hombre pequeño. Un enano.
—¡Si es la mano derecha de Fahïn!— exclamó al reconocerla, cuando aun faltaban un par de metros para que llegase a la barra, mientras terminaba de secar las últimas jarras recién fregadas. Fue inevitable que alguno se voltease hacia la elfa, por mera curiosidad supuso, ante la expresión cercana del enano.
—Hugh, si tanto me aprecia, ¿qué hago bajo la pena de los dioses mientras él bebe tranquilo al cobijo de la lumbre?— replicó, en cierto tono de chanza, con la misma cercanía en que había sido recibida. —Regreso de uno de sus encargos, pero con esta lluvia necesitaré pasar la noche aquí.— terminó, mientras acercaba las manos al cuenco de caldo humeante que el tabernero había servido mientras la escuchaba.
—Por supuesto, no hay problema. Últimamente nos sobran camas.
—¿Últimamente?— repitió, con sorna, antes de comenzar con el caldo. No recordaba haber visto nunca demasiados huéspedes, aunque la taberna solía estar llena, eso sí.
Una partida que pareció volverse acalorada llamó su atención -y la de otros tantos- al fondo del comedor. Los dos que jugaban habían elevado el tono ante la aparición de un tercero.
—Qué tensos están los ánimos...— comentó con Thorin, como si nada, desquitando la atención a la riña.
—Si, bueno... Estos días... Bueno, no es para menos.— respondió taciturno, sin dejar de limpiar los demás utensilios.
—¿Ha pasado algo?— se interesó entonces la elfa, dejando a un lado el humor.
—Un pueblerino, uno con nombre, ya sabes, que se le conoce por aquí, ha desaparecido. O se ha esfumado, depende a quien le preguntes. La gente está nerviosa, no sé... Tú anda con mil ojos, eh.
El revuelo al final de la sala se volvió a hacer notar cuando el tercer hombre se levantó, abandonando a los otros dos casi antes de finalizar la conversación que parecían estar teniendo. Con brusquedad, se hizo con sus pertenencias y tomó el pasillo a las habitaciones. La elfa lo siguió con la mirada hasta que hubo tomado un ángulo muerto y volvió la mirada hacia los que habían quedado jugando en la mesa, ¿una mera disputa de taberna? Se volvió nuevamente hacia el medio hombre, dispuesta a terminar la cena.
—¿Otro extranjero?— preguntó al humano —Así nos llamáis, ¿no?— añadió, recuperando el tono burlón anterior.
—Si, a ambas cosas.— puntualizó con gracia —Llegó antes, él solo. Cualquier comentario me esperaría de esos dos, para irse así.
Fue lo último que dijo antes de servir la orden que le dio aquel par desde la mesa. Aprovechando el final de la conversación, terminó el caldo y se dispuso a tomar el corredor que daba a las alcobas, precedido por una salita donde Nastia, la esposa de Throin, gestionaba a los huéspedes.
—Aylizz, querida, me pareció escuchar que hablabas con Thorin. Adelante, la habitación del fondo.
—Hacía tiempo que no os veía, Nastia. Gracias.— acostumbraba a tratar a aquella mujer con cortesía y aprecio, del mismo modo que ella recibía aquel trato, faltaría más con lo que debía aguantar a cargo de aquel negocio. —¿Puedo haceros una pregunta indiscreta? ¿Me diríais cuál es la habitación del joven que ha entrado antes que yo?— podía imaginar lo que estaba pensando al escuchar sus palabras, desde el instante en que las estaba pronunciando, pero explicar lo acontecido momentos antes le causaba especial hastío.
—¿Eh? ¡Ah! Esto... Ya, ya entiendo.— rio entre dientes —Pues...
—Ha tenido problemas ahí fuera— puntualizó, señalando hacia el comedor —Es para evitar tenerlos aquí dentro.
—Ah... ¡Ah! Si, disculpa, pensaba que... Si, es la primera habitación de la derecha. Que descanses.
Asintiendo y con una sonrisa cortés, haciendo caso omiso a las insinuaciones de la mujer, tomó camino a su habitación. Echó un vistazo de reojo hacia la primera puerta a su derecha, sin aminorar el paso. Al fondo del pasillo parecía encontrarse lo bastante apartada como para pasar desapercibida si alguien buscaba problemas en medio de la noche.
Aylizz Wendell
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Re: La leyenda del Rocagrís [Libre] [Preparativo] [Cerrado]
La primera habitación de la derecha resultó ser sorprendentemente acogedora: una cama con un par de mantas extra, cosa que Sango agradeció, una tabla con patas que podía hacer las veces de asiento o de mesa, a gusto del huésped, supuso Ben. La única pega era que la habitación era fría, pero, se dijo, eso era mejor que dormir al raso o, directamente, no dormir. Tardó muy poco en deshacerse del exceso de equipaje y de la armadura. Echó un último vistazo por la rendija que había dejado para que entrara algo de luz en la habitación antes de cerrar completamente la puerta y tumbarse no sin antes tirar las dos mantas por encima.
Dejó que sus ojos se acostumbraran a la oscuridad de la habitación mientras su cabeza le daba vueltas a lo ocurrido hacía tan solo unos instantes. La desaparición bien podía deberse a lo que comentaba uno de ellos, simplemente se cansó de vivir en el mismo lugar y se marchó. Además, parecía lo más lógico, ¿por qué alguien iba a secuestrar a un constructor de barcos de una remota villa en tierra de nadie? Precisamente ese era uno de los motivos, ¿quién iba a pararse a buscar a un viejo de un pueblo perdido? Sin embargo, algo no encajaba.
En el pasillo se escucharon pasos unas voces, atenuadas por el ruido de la lluvia y el cansancio que se iba apoderando de él. Se preguntó si debería poner la mesa o banqueta en la puerta para, al menos, dificultar la entrada de cualquier curioso. Que se le cerraran los ojos en ese preciso instante fue motivo suficiente para dejarlo pasar.
La mañana trajo la promesa de un día sin lluvia, al menos él no oía nada. Se pasó las manos por la cara para espabilar y acto seguido apartó las mantas y se puso en pie. El contacto de sus pies con el suelo le recordó todo lo vivido la noche anterior. Sin embargo, se recordó a sí mismo su objetivo, el por qué había emprendido su camino al oeste. Gruñó. Se levantó y empezó el lento ritual de vestirse, casi siempre llevaba la misma ropa: sobre la armadura, una sobrevesta de color pardo adornada con telas verdes que había ido encargando para darle más cuerpo y mayor protección contra el frío. La sobrevesta quedaba bien fija gracias a un cinto del que colgaban sus armas. Una capa, también de color verde, pero más oscuro, colgaba a su espalda. Finalmente, unas botas, rematadas en su parte superior con el oscuro pelaje de algún animal, remataban el conjunto.
Cogió el escudo y abrió la puerta. Miró a un lado y a otro y se dirigió, dejando la puerta abierta, hasta la misma mesa que ocupó el día anterior. Antes de sentarse, abrió una de las contraventanas interiores y observó el exterior. El sol aún no había salido, pero la claridad era suficiente como para ver las nubes, grises, todavía cargadas de agua, desplazarse hacia el interior. El mar, allí al fondo, prometía una tregua. Sango sonrió y dios gracias a los Dioses.
- Pero bueno, ¡como madruga el extranjero!- El posadero se acercó a él.
- Sí, hay que aprovechar lo más que se pueda este día. Parece que nos va a dar tregua- contestó Sango señalando por la pequeña ventana.
- No creas, no veo que vaya a aguantar mucho- el hombre fue a la otra ventana y con ayuda de una banqueta abrió la otra contraventana.- Te lo digo yo que he vivido toda mi vida aquí- sacó una lleva que llevaba colgada al cuello y abrió la cerradura de la puerta pero no abrió.- Ea, está abierto, si quieres comer algo hay pan de ayer y puede que algo de queso, alguna manzana habrá...- se rascó la cabeza pensando en todo lo que tenía que hacer.
- No, me gustaría dar, oye- Ben sacudió la cabeza- ayer me contaron un historia sobre el maestro constructor Heyherdal, ¿qué opinas de eso?- Preguntó Sango mirando al mediano.
- No sé- se encogió de hombros- sólo sé lo que comenta la gente: se marchó o se lo llevaron. En cualquier caso-
- No- Sango interrumpió al hombre.- Quiero saber lo qué tú opinas. Qué te parecía este Heyherdal, ¿era alguien confiable? Tengo entendido que tenía tratos con gente del oeste y nadie parece saber quiénes eran- Ben se separó de la ventana.
- Nada. Debe ser el único secreto que guardaba ese viejo. Bueno, y sus tonterías con los barcos. Mira, yo no sé nada. Se lo he dicho, solo lo que oigo- hizo un gesto de desprecio y se alejó de Sango.
Ben sonrió. De aquel mediano no sacaría nada. Buscó una moneda y jugó unos instantes con ella. Aquel hombre, Heyherdal, era todo un misterio. La noche anterior estaba convencido de que se había largado pero no era así. Estaba convencido.
- Por cierto... ¿pasó por aquí un contingente de la Guardia camino al oeste?- Vio como el enano se daba la vuelta y le miró.
Sango le lanzó la moneda que el enano cazó con las dos manos y la miró durante unos instantes.
- No recientemente. La última vez que vi algo así fue en verano, a principios- dijo finalmente. Sango asintió agradecido y caminó hacia la puerta.
- Prepara algo caliente para cuando vuelva, lo que sea- Ben abrió la puerta y salió de la taberna.
El aire del oeste, frio, le recibió mientras cerraba la puerta tras de sí. Gruñó y empuñó con fuerza el escudo mientras caminaba hacia el embravecido mar. Se detuvo con una espectacular vista en la que el sol, en el este, empezaba su lento ascenso, el mar se agitaba y rugía para darle la bienvenida. Las nubes huían hacia el interior, como niños que corren tras una travesura. La estampa se quedó grabada en su mente mientras respiraba el sano aire salino que traía el viento del oeste. El mundo podía ser un lugar maravilloso.
Se dirigió directamente hacia el astillero, el cual reconoció por una pila de madera bien cortada y ordenada, virutas de madera e incluso una grúa manual, hecho que impresionó a Sango. Una construcción no muy grande serviría, supuso, como almacén para las herramientas y fue el lugar al que se dirigió en primera instancia. Se sorprendió que estuviera abierto y decidió echar un vistazo. Como temía, era un lugar para guardar las herramientas: hachas, hachuelas, gubias, martillos... pero también había una suerte de frascos que contenían sustancias de uso desconocido para Ben. Destapó uno de esos frascos y el olor le echó hacia atrás de tal modo que se golpeó contra una de las paredes. Dejó caer el frasco y salió fuera de la caseta tosiendo y tratando de deshacerse de esa horrible mezcla de mal olor y picor de garganta y ojos.
Tardó bastante en recuperarse, tanto como para que los edificios empezaran a proyectarse sobre el suelo. Se descubrió llorando y escupiendo hasta el punto de tener la boca seca, de hecho, otro efecto que descubrió fue la sequedad que sentía en la boca. Decidió marcharse de allí y volver a la posada y ver si podía quitarse aquella desagradable sensación de encima.
Deshizo el camino entre lágrimas, dando pasos de un lado a otro y sintiéndose cada vez peor. Un hormigueo se extendía desde su cabeza y alcanzaba ya sus brazos.
Alzó la vista y se fijó en una casa, gris, bañada por los rayos de sol, de aspecto decadente, pero con un aura de grandeza que conservaba de tiempo atrás. Se percató de que a un lado se encontraba una borrosa figura que parecía moverse. Ben se detuvo y se limpió las lágrimas de los ojos, parpadeó varias veces pero no consiguió ver nada. El hormigueo llegaba a la cadera.
Le costó llegar a la posada y con todo su peso abrió la puerta y tropezó cayendo de rodillas al suelo, el escudo salió volando hacia delante. No sentía la cabeza y los hombros parecían seguir su camino.
- Aiua- acertó a decir- ¡Iua!-
- Pero qué... ¡Agua para este hombre!-
No, él no pedía agua, pedía ayuda. Su cuerpo cayó hacia delante. Él era consciente de todo lo que pasaba a su alrededor pero su cuerpo no reaccionaba.
Pidió ayuda a los Dioses.
Dejó que sus ojos se acostumbraran a la oscuridad de la habitación mientras su cabeza le daba vueltas a lo ocurrido hacía tan solo unos instantes. La desaparición bien podía deberse a lo que comentaba uno de ellos, simplemente se cansó de vivir en el mismo lugar y se marchó. Además, parecía lo más lógico, ¿por qué alguien iba a secuestrar a un constructor de barcos de una remota villa en tierra de nadie? Precisamente ese era uno de los motivos, ¿quién iba a pararse a buscar a un viejo de un pueblo perdido? Sin embargo, algo no encajaba.
En el pasillo se escucharon pasos unas voces, atenuadas por el ruido de la lluvia y el cansancio que se iba apoderando de él. Se preguntó si debería poner la mesa o banqueta en la puerta para, al menos, dificultar la entrada de cualquier curioso. Que se le cerraran los ojos en ese preciso instante fue motivo suficiente para dejarlo pasar.
La mañana trajo la promesa de un día sin lluvia, al menos él no oía nada. Se pasó las manos por la cara para espabilar y acto seguido apartó las mantas y se puso en pie. El contacto de sus pies con el suelo le recordó todo lo vivido la noche anterior. Sin embargo, se recordó a sí mismo su objetivo, el por qué había emprendido su camino al oeste. Gruñó. Se levantó y empezó el lento ritual de vestirse, casi siempre llevaba la misma ropa: sobre la armadura, una sobrevesta de color pardo adornada con telas verdes que había ido encargando para darle más cuerpo y mayor protección contra el frío. La sobrevesta quedaba bien fija gracias a un cinto del que colgaban sus armas. Una capa, también de color verde, pero más oscuro, colgaba a su espalda. Finalmente, unas botas, rematadas en su parte superior con el oscuro pelaje de algún animal, remataban el conjunto.
Cogió el escudo y abrió la puerta. Miró a un lado y a otro y se dirigió, dejando la puerta abierta, hasta la misma mesa que ocupó el día anterior. Antes de sentarse, abrió una de las contraventanas interiores y observó el exterior. El sol aún no había salido, pero la claridad era suficiente como para ver las nubes, grises, todavía cargadas de agua, desplazarse hacia el interior. El mar, allí al fondo, prometía una tregua. Sango sonrió y dios gracias a los Dioses.
- Pero bueno, ¡como madruga el extranjero!- El posadero se acercó a él.
- Sí, hay que aprovechar lo más que se pueda este día. Parece que nos va a dar tregua- contestó Sango señalando por la pequeña ventana.
- No creas, no veo que vaya a aguantar mucho- el hombre fue a la otra ventana y con ayuda de una banqueta abrió la otra contraventana.- Te lo digo yo que he vivido toda mi vida aquí- sacó una lleva que llevaba colgada al cuello y abrió la cerradura de la puerta pero no abrió.- Ea, está abierto, si quieres comer algo hay pan de ayer y puede que algo de queso, alguna manzana habrá...- se rascó la cabeza pensando en todo lo que tenía que hacer.
- No, me gustaría dar, oye- Ben sacudió la cabeza- ayer me contaron un historia sobre el maestro constructor Heyherdal, ¿qué opinas de eso?- Preguntó Sango mirando al mediano.
- No sé- se encogió de hombros- sólo sé lo que comenta la gente: se marchó o se lo llevaron. En cualquier caso-
- No- Sango interrumpió al hombre.- Quiero saber lo qué tú opinas. Qué te parecía este Heyherdal, ¿era alguien confiable? Tengo entendido que tenía tratos con gente del oeste y nadie parece saber quiénes eran- Ben se separó de la ventana.
- Nada. Debe ser el único secreto que guardaba ese viejo. Bueno, y sus tonterías con los barcos. Mira, yo no sé nada. Se lo he dicho, solo lo que oigo- hizo un gesto de desprecio y se alejó de Sango.
Ben sonrió. De aquel mediano no sacaría nada. Buscó una moneda y jugó unos instantes con ella. Aquel hombre, Heyherdal, era todo un misterio. La noche anterior estaba convencido de que se había largado pero no era así. Estaba convencido.
- Por cierto... ¿pasó por aquí un contingente de la Guardia camino al oeste?- Vio como el enano se daba la vuelta y le miró.
Sango le lanzó la moneda que el enano cazó con las dos manos y la miró durante unos instantes.
- No recientemente. La última vez que vi algo así fue en verano, a principios- dijo finalmente. Sango asintió agradecido y caminó hacia la puerta.
- Prepara algo caliente para cuando vuelva, lo que sea- Ben abrió la puerta y salió de la taberna.
El aire del oeste, frio, le recibió mientras cerraba la puerta tras de sí. Gruñó y empuñó con fuerza el escudo mientras caminaba hacia el embravecido mar. Se detuvo con una espectacular vista en la que el sol, en el este, empezaba su lento ascenso, el mar se agitaba y rugía para darle la bienvenida. Las nubes huían hacia el interior, como niños que corren tras una travesura. La estampa se quedó grabada en su mente mientras respiraba el sano aire salino que traía el viento del oeste. El mundo podía ser un lugar maravilloso.
Se dirigió directamente hacia el astillero, el cual reconoció por una pila de madera bien cortada y ordenada, virutas de madera e incluso una grúa manual, hecho que impresionó a Sango. Una construcción no muy grande serviría, supuso, como almacén para las herramientas y fue el lugar al que se dirigió en primera instancia. Se sorprendió que estuviera abierto y decidió echar un vistazo. Como temía, era un lugar para guardar las herramientas: hachas, hachuelas, gubias, martillos... pero también había una suerte de frascos que contenían sustancias de uso desconocido para Ben. Destapó uno de esos frascos y el olor le echó hacia atrás de tal modo que se golpeó contra una de las paredes. Dejó caer el frasco y salió fuera de la caseta tosiendo y tratando de deshacerse de esa horrible mezcla de mal olor y picor de garganta y ojos.
Tardó bastante en recuperarse, tanto como para que los edificios empezaran a proyectarse sobre el suelo. Se descubrió llorando y escupiendo hasta el punto de tener la boca seca, de hecho, otro efecto que descubrió fue la sequedad que sentía en la boca. Decidió marcharse de allí y volver a la posada y ver si podía quitarse aquella desagradable sensación de encima.
Deshizo el camino entre lágrimas, dando pasos de un lado a otro y sintiéndose cada vez peor. Un hormigueo se extendía desde su cabeza y alcanzaba ya sus brazos.
Alzó la vista y se fijó en una casa, gris, bañada por los rayos de sol, de aspecto decadente, pero con un aura de grandeza que conservaba de tiempo atrás. Se percató de que a un lado se encontraba una borrosa figura que parecía moverse. Ben se detuvo y se limpió las lágrimas de los ojos, parpadeó varias veces pero no consiguió ver nada. El hormigueo llegaba a la cadera.
Le costó llegar a la posada y con todo su peso abrió la puerta y tropezó cayendo de rodillas al suelo, el escudo salió volando hacia delante. No sentía la cabeza y los hombros parecían seguir su camino.
- Aiua- acertó a decir- ¡Iua!-
- Pero qué... ¡Agua para este hombre!-
No, él no pedía agua, pedía ayuda. Su cuerpo cayó hacia delante. Él era consciente de todo lo que pasaba a su alrededor pero su cuerpo no reaccionaba.
Pidió ayuda a los Dioses.
Sango
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Re: La leyenda del Rocagrís [Libre] [Preparativo] [Cerrado]
No se despertó temprano, aunque esa habría sido su intención para poder retomar el camino a la aldea cuanto antes, pero la escasa claridad que se levantaba aquella mañana hizo que no sintiera incomodidad por la tenue luz que lograba filtrarse entre las contraventanas cerradas. El revuelo del comedor, que desde allí se escuchaba como un ligero rumor, tardó en hacerse eco en su subconsciente y sacarla del sueño profundo. Entreabrió los ojos al reconocer, como en un sueño nítido, la voz de Thorin alzada y alterada. Poniendo algo más de atención, pudo escuchar los pasos acelerados de Nastia recorriendo los pasillos del otro lado de la puerta. Optó entonces por ponerse en pie y tratar de conocer lo que ocurría, si había problemas no era conveniente encontrarse en la cama. Sin salir todavía de entre las sábanas, alargó el brazo hasta alcanzar la ropa que se había quitado la noche anterior para que secara, y reprimiendo los escalofríos al tacto de las prendas, casi heladas tras haberse enfriado la humedad, se colocó los pantalones de piel, ya desgastada por el tiempo, y la camisa. Sentada sobre la cama, algo más repuesta tras el cambio de temperatura, terminó de colocarse el corpiño al que amarraba el cinturón de su daga y su zurrón, y se calzó las botas. Se dirigió hacia el ventanuco antes de salir, entornándolo lo suficiente para poder ver el exterior. El día se presentaba nublado, aunque de momento no llovía. Tomó su arma y su túnica y salió de la habitación.
—¡Aylizz!— exclamó la mujer al verla, desde la esquina donde se unía el pasillo con el salón, desde el que regresaba —No queríamos despertarte, pero me disponía a hacerlo. ¿Conocías remedios y sanaciones? Uno de nuestros huéspedes... Mejor será que lo veas. Por aquí...— indicó, tomándola del brazo con celeridad.
La elfa, aun desconcertada por el revuelo, siguió sin oposiciones a la posadera, que la llevó hasta una de las mesas del comedor, donde Thorin y dos clientes rodeaban a alguien tendido sobre ella. Un hombre, acertó a descubrir cuando el medio hombre se hizo a un lado y expuso la situación, terminando por comprender que se trataba del extranjero de la noche anterior. Se sorprendió a sí misma viendo como el hecho de que, finalmente, hubiera tenido problemas le resultaba inesperado. La noche había sido tranquila, ¿por qué alguien iba a esperar a la mañana siguiente para causar alboroto?
—¿Hace cuánto ha llegado?— preguntó la elfa, acercándose al hombre inconsciente, comprobando que aún respiraba.
—Hará un cuarto. Llegó ahogado, se desplomó aquí.
—¿Estaba bien cuando se marchó?— quiso saber, mientras le levantaba los párpados para comprobar sus pupilas y el blanco de su globo ocular, viendo que lucían normales, para después ahuecar la comisura de sus labios y deslizar su mentón hacia abajo, abriéndole la boca.
—Al menos así se le veía. Se interesó por los chismorreos del desaparecido y después, entusiasmado por un día sin lluvia, diría yo, marchó a pasear.
—Si no es nada que haya comido...— analizó, al apreciar que, a primera vista, sus labios, encías y lengua también parecían estar bien —Uhg... Pero ¿qué demonios?— masculló entre dientes, al bajar más su mentón y alcanzar a distinguir su garganta, ennegrecida y gravemente irritada —Ya veo...— comentó para sí, al advertir que la misma quemazón se extendía desde el nacimiento del paladar superior hasta la laringe. —Me temo que nuestro viajero ha metido las narices, literalmente, donde no debía.— concluyó, al terminar de comprobar sus fosas nasales y verlas así mismo irritadas en su interior.
—¿Y qué? ¿Puedes hacer algo? No me apetecería tener que cerrar porque haya un muerto en mi comedor, ¿comprendes?
—Sin saber lo que ha causado esa reacción... No mucho. Su respiración es débil y forzada, puedo imaginar que sus pulmones no lucen muy distintos a como lo hace su garganta, pero funcionan. El desmayo... Falta de aire, supongo. O un dolor tan insoportable que es mejor quedar inconsciente... Lo único que puedo sugerir con lo que sé, es un baño de vapores analgésicos.
—¿Y eso cómo...?
—Que Nastia prepare una tina caliente, muy caliente, con esencias. Menta o helenio irán bien. Que respire los vapores, a ver si espabila. Entretanto, yo saldré a ver si doy con la flor que se haya parado a oler en el camino.
Mientras Thorin no perdía el tiempo en ordenar a los otros dos que cargaran con el hombre, despejando la taberna que no tardando abriría sus puertas para llenar el buche de los tantos jornaleros que comenzarían su rutina en ella, ella tomó la puerta y avanzó varios pasos por el sendero que nacía en la misma entrada, para detenerse y contemplar su alrededor. Ningún vegetal a la vista parecía poder causar tales afecciones, en el entorno sólo había plantas comunes, ni siquiera alcanzó a dar con ortigas o cualquier otro ejemplar que pudiera producir irritaciones, aunque fueran ligeras. Pensó de nuevo en el hombre, que había llegado casi a rastras, y se frotó la frente, como si así fueran a fluir mejor sus ideas. Retrocedió sobre sus pasos, deteniéndose de nuevo en la entrada, de espaldas a la puerta. Prestó ahora atención al camino, a la tierra que lo dibujaba, reparando entonces en las marcas de calzado. Parecían difusas, no de unas pisadas firmes, y tampoco venían del sendero, sino que aparecían de manera torpe desde una orilla. Se fijó entonces en los arbustos de aquel lado, algunos habían sido atropellados, aplastados o partidos, como si alguien hubiera arrasado con ellos, cruzando la maleza de forma estrepitosa. Supuso entonces que de allí volvía el forastero. Si lograba seguir el rastro invertido, quizá daría con el origen de su mal.
Al poco de alejarse del camino, pudo distinguir un irregular sendero que se abría el paso entre las hierbas altos del campo más cercano a la posada, albergado ahora por hierbajos y matorrales que se esparcían libremente en la tierra que, durante el invierno, permanecería sin ser trabajada. Siguió con la mirada el recorrido que se dibujaba serpenteante y se alejaba hasta el horizonte. Un poco más allá, hacia el suroeste, el mar de Aerandir. Considerando una nueva hipótesis, recorrió los mismos pasos que habría recorrido el viajero, valorando la posibilidad de alguna especie más agresiva que creciese cercana al mar con la que se hubiese topado el extranjero. Notable fue su sorpresa cuando, tras recorrer varias decenas de metros, se topó con una cabaña cuya puerta estaba entreabierta. Caminó en torno a ella, a una distancia prudente, comprobando que no había nadie cerca o en su interior. No era lo suficientemente grande como para ser una vivienda, se asemejaba más a una caseta de trabajo o un almacén. Demasiado lejano para pertenecer a la casa de huéspedes. Se decidió a entrar. Si el humano había estado allí, podía haberlo hecho él también.
Entornó la puerta un poco más, hasta que la claridad iluminó el interior, lo suficiente para distinguir la utilidad de aquel cobertizo como caseta de herramientas. Reparó entonces en el interés que, según Thorin, había manifestado el humano acerca de la noticia que, en los últimos días, parecía haberse hecho resonar en los alrededores. Un constructor de barcos, al parecer. ¿Podría ser suya? Los utensilios de trabajo podrían serlo. Además de los montones de madera de distintos tipos y otros materiales, convenientemente ordenados. Aunque no todos. Tras la puerta, encontró un estante con distintos tarros, en cuyo interior guardaban líquidos de distintos colores y densidades, igualmente bien distribuidos y clasificados. Compuestos alquímicos para uso en artesanía, supuso. Se fijó entonces en que los frascos más oscuros se encontraban revueltos, algunos volcados, otros caídos por el suelo. Sentándose sobre sus rodillas, examinó con precaución los restos de cristales y charcos oscuros que cubrían el suelo bajo la estantería. Si se acercaba demasiado al suelo podía percibir un intenso aroma, del que se apartó de inmediato. A escasos centímetros de los restos, dio con el cascote más rígido del frasco roto, el culo, que aún contenía algunas gotas del vertido. La elfa suspiró, satisfecha, convencida de que, dando igual sus razones y careciendo de interés para ella, el humano habría inhalado, por error o no, aquel producto. Dando con un pedazo de tela entre los bártulos de otra de las estanterías, envolvió lo que quedaba del frasco y lo sostuvo, conteniendo la respiración y el aliento, mientras sacaba de su zurrón uno de los virales vacíos que acostumbraba a llevar en sus viajes. Por si las ocurrencias. Con aquellos restos sería suficiente para averiguar lo que había provocado la reacción y, en caso posible, idear un remedio. Habiendo guardado la muestra, se dispuso a volver a la posada.
Aylizz Wendell
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Re: La leyenda del Rocagrís [Libre] [Preparativo] [Cerrado]
La ola alzó el barco a unos peligrosos quince o veinte varas por encima con respecto a su posición anterior. La caída provocó que la madera crujiera y chillara como nunca antes lo había hecho. A lo lejos, y por encima del estruendo del mar, un trueno encogió el corazón del mismo capitán. Los Dioses se lo estaban poniendo difícil.
- ¡Tenemos que desembarcar! ¡Vamos a morir!-
- ¡No podemos hacerlo ahora, el terreno es muy escarpado!-
El capitán lamentó su suerte y blasfemó contra su nueva tripulación, sus antiguos camaradas habrían domado aquel temporal y se reirían en la cara de los mismos Dioses por enviarles aquel temporal. Una vez más, lamentó su suerte.
- ...la ropa... tengo un... agua caliente... ha pedido... menta o... ¡Deprisa!-
La vela no aguantaría el viento y si ponía a sus muchachos a remar, es posible que, en el mejor de los casos, parte de la mercancía cayera por la borda. Habían cargado demasiado. No. Había decidido cargar demasiado. Pero antes de lamentar su suerte, una vez más, levantó la cabeza.
- ¡Remos! ¡Tierra a estribor! ¡Dejad de aguantar la carga y remad a estribor!-
Tanteó su costado con la mano que tenía libre para dar con una bota. Quitó el tapón con los dientes y dio un generoso trago. Miró al cielo y sonrió. No sería aquella vez. Había avistado a no más de media milla. Volvió a beber.
- ¡Babor a remar! ¡Estribor con ganas! ¡Los Dioses no podrán con nosotros! ¡Muchachos, cuanto mayor sea la empresa, mayor la recompensa!-
La bota parecía no tener fin.
Una voz al fondo, quizás dos. Intuyó movimiento. Abrió los ojos un instante, lo suficiente como para ver como sus piernas se acercaban a él. A ambos lados intuyó dos voces. No entendió nada.
La carga seguía en su sitio y la tierra estaba cada vez más cerca. Había permitido que sus muchachos miraran a la costa y lo cerca que estaban. Lo había permitido solo porque las fuerzas empezaban a flaquear y se había prometido que los Dioses no se lo llevarían aquel día. Era un capitán que sabía lo que tenía que hacer.
- ¡Que le jodan a los Dioses! ¡Esta noche beberemos hasta hartarnos! ¡Vamos muchachos, el último empujón!-
Una ola impactó contra la popa del barco y provocó que el barco se inclinara peligrosamente hacia proa. Parte del cargamento cayó al mar junto con varios remeros. Por suerte, el barco volvió a estabilizarse, pero los encargados de achicar el agua no daban a basto.
- ¡Dejadlo! ¡Poneos a los remos! ¡Remad, estamos a menos de quince varas!-
Mintió, pero serviría para acercarse algo más. Ya se inventaría otra cosa. Levantó el codo para apurar el contenido de la bota. La espada lo atravesó de un costado a otro. Cuando quiso darse cuenta, el mar lo recibió con un grito de alegría.
Una gran bocanada de aire y luego tos, ronca, como ladridos de perros. Quería sacar lo que tenía pegado al fondo de la garganta pero no pudo. Se acostumbró y trató de respirar. Un balde de agua fría cayó sobre su cara. Sin darle tiempo a pensar le pasaron un paño por la cara y acto seguido abrió muchos los ojos mientras seguía respirando por la boca con dificultad. Recordó, entonces, lo que le había ocurrido.
Ben estaba tirado en el suelo, de lado, desnudo de cintura para arriba y empapado. Se preguntó cómo demonios le habían quitado la armadura. ¿Le habrían robado? A su lado apareció una tina de agua caliente de la que exhalaban vahos que inundaron sus pulmones. Aquellos vahos le permitieron relajar su respiración. Le pusieron una manta por encima.
- ¡Ya vuelve! ¡La señora tenía razón!-
Ben no se movió durante el tiempo en el que los vahos estuvieron más o menos activos. Las fosas nasales estaban abiertas y respiraba mucho mejor a pesar de querer hacer algo con la sensación de incomodidad que le provocaba lo que fuera que estuviera en el fondo de su garganta.
Para sorpresa de los presentes, Sango giró bruscamente sobre sí mismo quedando boca abajo y empezó el lento y tortuoso camino de ponerse en pie. Cuando estuvo de rodillas se detuvo y se echó hacia atrás para que sus brazos descansaran. Miró al enano, a la mujer y a un par de desconocidos que le miraban espectantes.
- ua...- murmuró. Se pasó la lengua por los labios.- Agua- dijo en voz baja.
- Ponedle en esa silla. Voy a por una manta seca.-
Los desconocidos le cogieron y le pusieron en una silla. Cuando Ben estuvo sentado señaló la tina de los vahos y luego hizo un gesto con la cabeza. Repitió el gesto varias veces hasta que uno de ellos puso la tina encima de la mesa que Ben tenía a un lado. Se giró y sin pensarlo dos veces metió la cara en la tina y bebió. Sacó la cabeza y volvió a toser pero de forma mucho más moderada.
- ¡Pero qué haces! Este tío quiere matarse y se supone que debería ayudarnos- se dispuso a retirar la tina de allí pero se detuvo cuando Sango le agarró uno de los brazos.
- Déjalo ahí- tosió.- Me viene bien-
Le secaron y le cambiaron la manta. Ben lo agradeció y volvió a beber de la tina. Los presentes le miraron buscando respuestas a lo ocurrido. Ben se tomó su tiempo.
- Vuestro constructor de barcos- sonrió- bueno, digamos que- cogió aire- es un tipo que, bueno, es peculiar- dijo. Seguía con alguna dificultad para respirar.
- Necesito otro de estos-
- Hay más agua en el fuego, no queda nada. ¿A qué te refieres con lo de "peculiar"?- preguntó el enano.
Era una pregunta legítima y él no quería responderla, no quería sacar conclusiones precipitadas. Se limitó a mirar al suelo y a ejercitar sus piernas con leves movimientos adelante y atrás. El hormigueo, por suerte, había desaparecido. Volvió a toser. Localizó sus armas y armadura bastante cerca de donde había estado tirado. Cerró el puño varias veces, tanteando su fuerza. Necesitaba tiempo.
- Gracias por ayudarme.-
Sus ojos se fueron hacia la puerta.
- ¡Tenemos que desembarcar! ¡Vamos a morir!-
- ¡No podemos hacerlo ahora, el terreno es muy escarpado!-
El capitán lamentó su suerte y blasfemó contra su nueva tripulación, sus antiguos camaradas habrían domado aquel temporal y se reirían en la cara de los mismos Dioses por enviarles aquel temporal. Una vez más, lamentó su suerte.
- ...la ropa... tengo un... agua caliente... ha pedido... menta o... ¡Deprisa!-
La vela no aguantaría el viento y si ponía a sus muchachos a remar, es posible que, en el mejor de los casos, parte de la mercancía cayera por la borda. Habían cargado demasiado. No. Había decidido cargar demasiado. Pero antes de lamentar su suerte, una vez más, levantó la cabeza.
- ¡Remos! ¡Tierra a estribor! ¡Dejad de aguantar la carga y remad a estribor!-
Tanteó su costado con la mano que tenía libre para dar con una bota. Quitó el tapón con los dientes y dio un generoso trago. Miró al cielo y sonrió. No sería aquella vez. Había avistado a no más de media milla. Volvió a beber.
- ¡Babor a remar! ¡Estribor con ganas! ¡Los Dioses no podrán con nosotros! ¡Muchachos, cuanto mayor sea la empresa, mayor la recompensa!-
La bota parecía no tener fin.
Una voz al fondo, quizás dos. Intuyó movimiento. Abrió los ojos un instante, lo suficiente como para ver como sus piernas se acercaban a él. A ambos lados intuyó dos voces. No entendió nada.
La carga seguía en su sitio y la tierra estaba cada vez más cerca. Había permitido que sus muchachos miraran a la costa y lo cerca que estaban. Lo había permitido solo porque las fuerzas empezaban a flaquear y se había prometido que los Dioses no se lo llevarían aquel día. Era un capitán que sabía lo que tenía que hacer.
- ¡Que le jodan a los Dioses! ¡Esta noche beberemos hasta hartarnos! ¡Vamos muchachos, el último empujón!-
Una ola impactó contra la popa del barco y provocó que el barco se inclinara peligrosamente hacia proa. Parte del cargamento cayó al mar junto con varios remeros. Por suerte, el barco volvió a estabilizarse, pero los encargados de achicar el agua no daban a basto.
- ¡Dejadlo! ¡Poneos a los remos! ¡Remad, estamos a menos de quince varas!-
Mintió, pero serviría para acercarse algo más. Ya se inventaría otra cosa. Levantó el codo para apurar el contenido de la bota. La espada lo atravesó de un costado a otro. Cuando quiso darse cuenta, el mar lo recibió con un grito de alegría.
Una gran bocanada de aire y luego tos, ronca, como ladridos de perros. Quería sacar lo que tenía pegado al fondo de la garganta pero no pudo. Se acostumbró y trató de respirar. Un balde de agua fría cayó sobre su cara. Sin darle tiempo a pensar le pasaron un paño por la cara y acto seguido abrió muchos los ojos mientras seguía respirando por la boca con dificultad. Recordó, entonces, lo que le había ocurrido.
Ben estaba tirado en el suelo, de lado, desnudo de cintura para arriba y empapado. Se preguntó cómo demonios le habían quitado la armadura. ¿Le habrían robado? A su lado apareció una tina de agua caliente de la que exhalaban vahos que inundaron sus pulmones. Aquellos vahos le permitieron relajar su respiración. Le pusieron una manta por encima.
- ¡Ya vuelve! ¡La señora tenía razón!-
Ben no se movió durante el tiempo en el que los vahos estuvieron más o menos activos. Las fosas nasales estaban abiertas y respiraba mucho mejor a pesar de querer hacer algo con la sensación de incomodidad que le provocaba lo que fuera que estuviera en el fondo de su garganta.
Para sorpresa de los presentes, Sango giró bruscamente sobre sí mismo quedando boca abajo y empezó el lento y tortuoso camino de ponerse en pie. Cuando estuvo de rodillas se detuvo y se echó hacia atrás para que sus brazos descansaran. Miró al enano, a la mujer y a un par de desconocidos que le miraban espectantes.
- ua...- murmuró. Se pasó la lengua por los labios.- Agua- dijo en voz baja.
- Ponedle en esa silla. Voy a por una manta seca.-
Los desconocidos le cogieron y le pusieron en una silla. Cuando Ben estuvo sentado señaló la tina de los vahos y luego hizo un gesto con la cabeza. Repitió el gesto varias veces hasta que uno de ellos puso la tina encima de la mesa que Ben tenía a un lado. Se giró y sin pensarlo dos veces metió la cara en la tina y bebió. Sacó la cabeza y volvió a toser pero de forma mucho más moderada.
- ¡Pero qué haces! Este tío quiere matarse y se supone que debería ayudarnos- se dispuso a retirar la tina de allí pero se detuvo cuando Sango le agarró uno de los brazos.
- Déjalo ahí- tosió.- Me viene bien-
Le secaron y le cambiaron la manta. Ben lo agradeció y volvió a beber de la tina. Los presentes le miraron buscando respuestas a lo ocurrido. Ben se tomó su tiempo.
- Vuestro constructor de barcos- sonrió- bueno, digamos que- cogió aire- es un tipo que, bueno, es peculiar- dijo. Seguía con alguna dificultad para respirar.
- Necesito otro de estos-
- Hay más agua en el fuego, no queda nada. ¿A qué te refieres con lo de "peculiar"?- preguntó el enano.
Era una pregunta legítima y él no quería responderla, no quería sacar conclusiones precipitadas. Se limitó a mirar al suelo y a ejercitar sus piernas con leves movimientos adelante y atrás. El hormigueo, por suerte, había desaparecido. Volvió a toser. Localizó sus armas y armadura bastante cerca de donde había estado tirado. Cerró el puño varias veces, tanteando su fuerza. Necesitaba tiempo.
- Gracias por ayudarme.-
Sus ojos se fueron hacia la puerta.
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Re: La leyenda del Rocagrís [Libre] [Preparativo] [Cerrado]
—¿Cómo está?— quiso saber, antes de cualquier otra cosa, al irrumpir de nuevo en el salón principal de la posada.
—Despierto, aunque
—¿Dónde?— interrumpió, sin importarle nada más del humano.
—En la habitación que ocupó, primera puerta...
—De la derecha, sí. Veré qué puedo hacer.— concluyó, mientras encaminaba el corredor hasta las habitaciones, a prisa.
Al abrir la puerta de la alcoba, lo encontró sentado a la mesa, frente a la tina cuyos vapores se habían vuelto ya escasos, con la parte superior de su cuerpo completamente desnuda y empapada, por el vaho y el sudor supuso, y arropado con una manta. Nastia se encontraba también en la estancia, preparando una tina nueva. Inhaló un momento el aroma a menta que impregnaba la habitación, era lo bueno de trabajar con plantas, su propia manipulación propiciaba un ambiente apacible. Al menos en su mayoría, claro que algunas era mejor mantenerlas soterradas.
Después de sacar de su zurrón la muestra que había recogido y envuelto cuidadosamente, se dirigió al hombre. Posando la mano que tenía libre sobre su hombro, se inclinó hacia él y puso el frasco delante de sus ojos. La escasa cantidad que contenía y la larga exposición al aire, al haber sido hecho pedazos, había hecho que perdiese todo efecto nocivo en su esencia, sin riesgo ahora de ser respirada.
—La prueba del delito.— expuso, en tono jocoso. —Ahora sabremos qué es y si lo que os habéis hecho tiene remedio.— comenzó a explicar, apartándose del human y haciendo a un lado la tina para hacerse un hueco en el lateral de la mesa. —Aunque seguís vivo— mencionó, como una observación a destacar, arqueando una ceja —Dejadme ver...— sin reparar en la opinión del propio joven acerca de los límites del espacio personal, la elfa lo sostuvo del mentón frente a ella, con suavidad pero sin titubeos, haciéndole abrir la boca hasta ver la garganta, para comprobar su estado. —La hinchazón ha bajado, pero sigue negro como el carbón.— informó al viajero, soltando ya el mentón y disponiéndose a desplegar sus cachivaches alquímicos —No es veneno, se habría extendido de serlo. Os pondréis bien.— concluyó.
Abrió el zurrón de piel curada que colgaba de su cintura y tras ahuecarlo, como si aquel macuto tuviera un espacio infinito en su interior -que no era el caso-, dio con su estuche de viaje. Una caja de madera reforzada, con dos virales, una jeringa y varias notas con fórmulas y plegarias.[1] Después, sacó un jirón de tela sedosa que envolvía unas pequeñas pinzas y lo expuso todo sobre la mesa.
—Nastia, ¿podéis traer una vela y un plato?
Mientras la mujer le facilitaba lo pedido, tomó la jeringa y la introdujo en el frasco de muestra. Apenas llegó a llenar la mitad, pero serviría. A los escasos dos minutos, la humana entró de nuevo en la estancia, portando un candelabro y un plato de barro. Con una sonrisa amable, lo tomó y agradeció la ayuda, así como la presteza. Lo colocó todo sobre la mesa y sobre las llamas, sostuvo uno de los virales vacíos, a una distancia en la que pudiera calentarlo sin llegar a que el calor en sus dedos fuera insoportable. Aún debía mejorar su técnica, pero fuera del taller se hacía complicado, no quedaba más que improvisar. Cuando el vidrio hubo templado, introdujo gota a gota el vertido de la jeringa hasta agotarlo, tumbando el viral para que el líquido no se rompiera al caer, haciendo que se deslizase hasta el culo del frasco, depositándose lentamente, dejando el vertido restos y posos en su camino, alrededor de las paredes del viral. Cuando hubo vaciado la jeringa, la apartó sobre la mesa y apartó el frasco del fuego, manteniéndolo tumbado. Tomó ahora el pedazo de tela y cubrió con él la boca del vidrio, sosteniéndolo tapado con una mano mientras con la otra, alcanzaba el segundo viral del estuche. Uniendo ambos virales por su boca, con la tela entre ambos a modo de filtro, volcó el contenido del primer viral sobre el segundo, haciendo que únicamente el líquido traspasara la seda.
—Sostenedlo un momento.— indicó al humano, a su lado, tendiéndole el frasco frío con el líquido resultante. —Y no metáis la nariz esta vez.— sugirió con gracia, mientras volvía a centrar la atención en el frasco con los restos solidificados.
Lo puso, ahora sí, en posición vertical de nuevo y retiró la tela, ayudando con pequeños toquecitos a que todos los posos terminaran de depositarse en el fondo. Antes de volver a ponerlo al fuego, acercó el plato al candelabro. Mientras el viral volvía a coger temperatura, con la mano que mantenía libre seleccionó una de las notas que guardaba en el estuche. Todavía necesitaba consultar esas cosas.
Descomposición sólida ~ Incandescencia ~ Señal de Glør
Descomposición líquida ~ Ebullición ~ Señal de Dämp
Descomposición líquida ~ Ebullición ~ Señal de Dämp
Sosteniendo, finalmente, el viral sobre el candelabro, hizo bailar las llamas cuando comenzó a deslizar el frasco sobre ellas, rozándolas con suavidad, dibujando el mismo recorrido en el aire, como una figura, una y otra vez hasta que los ennegrecidos restos se encendieron a causa del calor, tornando a un color violáceo y desprendiendo un característico olor. En ese momento, la elfa retiró el vidrio del fuego y volcó con precaución los restos sobre el plato, que extendidos desprendían una fragancia mayor.[2]
—Ese aroma...— cerró los ojos, encontrándolo familiar, tratando de percibir a dónde o a qué la recordaba. No tardó en ubicarlo, no era algo que se encontrase en cualquier parte. —Sólo hay algo que deje restos así... Ceniza violeta y un raro olor tostado... El fuego eterno.— expuso, dándole un momento al humano para que pudiera determinar si aquella referencia le era conocida —Sea lo que sea esto, viene de Midgar. Al oeste, bastante al oeste.— enfatizó, dejando entrever lo poco habitual que era ver productos como aquel en Verisar. —Me atrevería a decir que habéis sufrido una abrasión. Y viendo la intensidad que desprende esta mínima cantidad de...— con ayuda de las pinzas, separó los restos que ahora, algo más templados, se habían vuelto a oscurecer —Parece madera...— se aventuró a determinar —No debería trastear con lo que queda ahí...— indicó, señalando el frasco que aún sostenía el joven, tomándolo ella de nuevo y sellando el cierre antes de guardarlo en el estuche —No con estos medios, al menos.— declaró, recogiendo el despliegue de rudimentarias herramientas y poniéndose en pie volvió a colocar la tina en su lugar, frente al extranjero. —Terminad con esto mientras preparo algo en la cocina, tendrá un sabor horroroso, pero las quemaduras internas lo son.
Nastia, que aguardaba junto a la puerta por si fuera de más necesidad, se dispuso a abrir la puerta y preceder a la elfa para acompañarla hasta la lumbre que se disponía tras la pared de la barra, donde se escondía la modesta cocina de la posada.
[1] Kit Alquímico inferior (2 usos): set de viales con fórmulas secretas diversas que permiten llevar a cabo una Técnica de Alquimia a nivel Aprendiz. Gasto 1 uso.
[2] Técnica de alquimia descomponer: identificar la composición química de un material y elaborar una mezcla apropiada para debilitarlo hasta romperlo. En este caso, la segunda parte no es necesaria, bastando sólo con identificarlo.
Aylizz Wendell
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Re: La leyenda del Rocagrís [Libre] [Preparativo] [Cerrado]
Era una elfa. En aquel momento no le sorprendió, llevaba una racha en la que solo le atendían galenos, curanderos o simplemente elfos desinteresados que habían sentido algo de lástima por él. Por suerte para él, no solían pedir mucho a cambio. Se acercó a él y él se dedicó a pasear su mirada por ella: su tez clara tenía una transición perfecta hacia sus rubios cabellos que colgaban, largos, y que hacían las veces de marco para su rostro del que sin duda destacaban aquellos ojos con tonalidad gris.
La forma en la que posó su mano sobre él, cómo le miraba, la forma de moverse, de enseñarle el fragmento de frasco, cómo lo posó, como fue capaz de con dos simples movimientos examinarle la garganta... Todo en ella era elegancia e inteligencia. Su mordaz comentario cuando jugando con una serie de aparatos de los que Sango nada sabía, le tendió uno de los viales con los que estaba trabajando.
Pero su obnubilación con aquella mujer terminó cuando escuchó el nombre de Midgard. Su corazón, entonces, dio un vuelco y empezó a latir con fuerza. En su cabeza parecía como si se hubiera puesto en marcha un mecanismo largo tiempo parado. Recuerdos, conversaciones, discusiones, historias, fábulas, rumores, verdades completas y a medias. Todo en su cabeza, todo lo que le habían contado tomó forma y adquirió una dimensión que asustó al propio Ben.
Cuando se dio cuenta la mujer se había marchado y él estaba respirando los escasos vapores que quedaban en la tina. Se pasó una mano por la frente y decidió ponerse en marcha, de nada servía quedarse allí sentado lamentándose, dándole vueltas a las cosas o fantaseando con algo casi inalcanzable. Se puso en pie, dejó caer la manta y volvió a vestirse.
Cuando terminó de abrochar los tirantes de la capa, se sentó unos instantes para recobrar el aliento. Mientras trazó un plan mental: la clave de todo el asunto estaba en el maestro constructor de barcos, Heyherdal, más concretamente en lo que sabía. Los comerciantes del oeste eran también importantes, Midgard estaba al oeste... Tenía que entrar en la casa de Heyherdal. La puerta se abrió.
- ¿Pero qué...?-
Ben se puso en pie y caminó hacia la puerta, apretando bien el cinto de las armas y cogiendo el escudo que descansaba sobre la cama. Sango sonrió al hombre que acaba de abrir y le echó suavemente a un lado para salir. El hombre le siguió tímidamente.
Sus pasos le llevaron a la estancia donde se había derrumbado. Miró al suelo y luego giró la cabeza para ver a la elfa y a la otra mujer, pero sus ojos se fueron a la primera. Dudó unos instantes y luego se dirigió al hombre en voz baja.
- Llévame a la casa de Heyherdal. Es urgente- su tono de voz había cambiado. Sango impidió que el hombre pensara demasiado ya que casi tiró de él hacia la puerta.
Casi en el umbral, Ben se detuvo y se giró para mirar, contemplar, una vez más a la mujer elfa.
- Nos vamos a la casa del constructor de barcos- su voz, ligeramente ronca, sonaba un tono por debajo de lo normal.- No me creo que un constructor en mitad de la nada tenga sustancias tan... peculiares- se abstuvo de decir peligrosas.
La casa de Heyherdal estaba en la parte alta del pueblo. La madera con un claro tono gris, destacaba de los colores ocres oscurecidos del resto de casas. La cubierta, al menos en su parte visible desde el exterior, era de material vegetal. La casa no era gran cosa, tenía una sección rectangular, como la mayoría de las edificaciones. Había un banco en el exterior y nada más reseñable. Ben frunció el ceño. La casa estaba ubicada junto a uno de los caminos de salida y allí el barro había borrado casi todas las huellas. Se maldijo por no haberse fijado antes de pasar por allí. Hacia el otro lado había dos caminos que se bifurcaban: uno bajaba al pueblo y otro seguía hacia una casas.
- Pues aquí es, nosotros al ver que Heyherdal no venía, pues vinimos a buscarlo- extendió las palmas de las manos hacia delante- y nos encontramos la puerta abierta. Entramos y estaba todo revuelto- acabó por encogerse de hombros.
- ¿Visteis alguna huella?- Preguntó Sango caminando hacia la casa.
- No nos fijamos- dijo tras unos instantes. Sonaba sincero.- Pasa, pasa, está todo como desordenado. Mira.-
La casa era muy austera. Al cruzar el umbral dieron paso a una suerte de recibidor que hacía las veces de almacenamiento temporal y lugar donde se colocaban herramientas y cosas de uso cotidiano. A la izquierda, una sala muy pequeña con un camastro volcado y jirones de ropa tirados por el suelo. Finalmente, a su derecha, una estancia relativamente amplia que, según Sango, haría las veces de lugar donde se hacía vida dentro de la casa.
- No parecía tan grande desde fuera...- Ben se adentró en la instancia de la derecha- Además, ¿por qué una persona sola iba a vivir en este sitio tan grande?- Ben sabía que no era así, pero tenía que asegurar.
- No vivía solo. Aquí vivió con su mujer, que los Dioses la bendigan, y sus hijas.-
Sango asintió satisfecho y posó el escudo. Acto seguido estudió la sala: al fondo una mesa, con un banco similar al del exterior, pero este cubierto con una piel junto a una mesa. Al otro lado una estantería con velas en la balda inferior y unos pergaminos en la superior. Por el suelo, cerca de la estantería había pergaminos desenrollados y rotos. En un rincón un pequeño hogar, sin chimenea, y un par de sartenes. Nada destacable. El hombre abrió una ventana que consistía en tirar a un lado una tabla cuadrada que corría por un carril.
- Mucho mejor, gracias- Ben miró al hombre.- ¿Sabe si hubo algún problema entre la pareja? Esa sala de ahí- carraspeó mientras señalaba la habitación con la cama- es muy pequeña para dos personas- Ben se quedó mirando un detalle que le llamó la atención.
- Ni idea- el hombre se había cruzado de brazos y miraba con interés hacia donde lo hacía Sango.- Supongo que se darían calor...-
Ben cruzó hacia la pequeña habitación y miró el suelo. Apartó con el pie jirones de ropa.
- Hay que joderse, ¿nadie se ha dado cuenta? ¿Por qué es tan pequeña habitación?- Pegó con el puño la pared contraria al exterior de la casa.- Aquí detrás hay algo- sacó el hacha y al tiempo que el hombre gritaba y corría hacia él se percató del detalle.
- Para quieto, escúchame- se pasó la lengua por los labios dejando un regusto amargo- necesito que traigas algo de luz, una vela, una antorcha, algo, ¡deprisa!- Apremió Ben.
El hombre salió de la casa desconcertado. Ben pasó las manos por la pared, buscando algún resquicio por el que poder empezar a golpear pero lo que vio fue mejor. Se dijo que no podía ser tan sencillo. Había un gancho en lo alto de la falsa pared. Ben estiró le brazo y agarró el gancho que cedió casi al instante y un chasquido sonó a su izquierda y la falsa pared cedió ante la presión que ejercía con su mano libre. Humedad y condensación le golpearon cuando empujó la puerta y supo que había algo más. Tanteó con el pie la sala anexa y descubrió que había un peldaño. Metió la cabeza e intuyó una escalera muy rudimentaria. Dio un paso atrás y decidió ir a recoger el escudo. A la vuelta abrió más aún la puerta que daba acceso al sótano, a falta de un término mejor.
Ben creyó escuchar un ruido ahí abajo. Prestó atención pero lo único que pudo distinguir, ahora con más claridad, era el hedor a muerte. Un escalofrío le recorrió todo el cuerpo. Se preparó para cualquier cosa.
Ben desenvainó la espada.
La forma en la que posó su mano sobre él, cómo le miraba, la forma de moverse, de enseñarle el fragmento de frasco, cómo lo posó, como fue capaz de con dos simples movimientos examinarle la garganta... Todo en ella era elegancia e inteligencia. Su mordaz comentario cuando jugando con una serie de aparatos de los que Sango nada sabía, le tendió uno de los viales con los que estaba trabajando.
Pero su obnubilación con aquella mujer terminó cuando escuchó el nombre de Midgard. Su corazón, entonces, dio un vuelco y empezó a latir con fuerza. En su cabeza parecía como si se hubiera puesto en marcha un mecanismo largo tiempo parado. Recuerdos, conversaciones, discusiones, historias, fábulas, rumores, verdades completas y a medias. Todo en su cabeza, todo lo que le habían contado tomó forma y adquirió una dimensión que asustó al propio Ben.
Cuando se dio cuenta la mujer se había marchado y él estaba respirando los escasos vapores que quedaban en la tina. Se pasó una mano por la frente y decidió ponerse en marcha, de nada servía quedarse allí sentado lamentándose, dándole vueltas a las cosas o fantaseando con algo casi inalcanzable. Se puso en pie, dejó caer la manta y volvió a vestirse.
Cuando terminó de abrochar los tirantes de la capa, se sentó unos instantes para recobrar el aliento. Mientras trazó un plan mental: la clave de todo el asunto estaba en el maestro constructor de barcos, Heyherdal, más concretamente en lo que sabía. Los comerciantes del oeste eran también importantes, Midgard estaba al oeste... Tenía que entrar en la casa de Heyherdal. La puerta se abrió.
- ¿Pero qué...?-
Ben se puso en pie y caminó hacia la puerta, apretando bien el cinto de las armas y cogiendo el escudo que descansaba sobre la cama. Sango sonrió al hombre que acaba de abrir y le echó suavemente a un lado para salir. El hombre le siguió tímidamente.
Sus pasos le llevaron a la estancia donde se había derrumbado. Miró al suelo y luego giró la cabeza para ver a la elfa y a la otra mujer, pero sus ojos se fueron a la primera. Dudó unos instantes y luego se dirigió al hombre en voz baja.
- Llévame a la casa de Heyherdal. Es urgente- su tono de voz había cambiado. Sango impidió que el hombre pensara demasiado ya que casi tiró de él hacia la puerta.
Casi en el umbral, Ben se detuvo y se giró para mirar, contemplar, una vez más a la mujer elfa.
- Nos vamos a la casa del constructor de barcos- su voz, ligeramente ronca, sonaba un tono por debajo de lo normal.- No me creo que un constructor en mitad de la nada tenga sustancias tan... peculiares- se abstuvo de decir peligrosas.
La casa de Heyherdal estaba en la parte alta del pueblo. La madera con un claro tono gris, destacaba de los colores ocres oscurecidos del resto de casas. La cubierta, al menos en su parte visible desde el exterior, era de material vegetal. La casa no era gran cosa, tenía una sección rectangular, como la mayoría de las edificaciones. Había un banco en el exterior y nada más reseñable. Ben frunció el ceño. La casa estaba ubicada junto a uno de los caminos de salida y allí el barro había borrado casi todas las huellas. Se maldijo por no haberse fijado antes de pasar por allí. Hacia el otro lado había dos caminos que se bifurcaban: uno bajaba al pueblo y otro seguía hacia una casas.
- Pues aquí es, nosotros al ver que Heyherdal no venía, pues vinimos a buscarlo- extendió las palmas de las manos hacia delante- y nos encontramos la puerta abierta. Entramos y estaba todo revuelto- acabó por encogerse de hombros.
- ¿Visteis alguna huella?- Preguntó Sango caminando hacia la casa.
- No nos fijamos- dijo tras unos instantes. Sonaba sincero.- Pasa, pasa, está todo como desordenado. Mira.-
La casa era muy austera. Al cruzar el umbral dieron paso a una suerte de recibidor que hacía las veces de almacenamiento temporal y lugar donde se colocaban herramientas y cosas de uso cotidiano. A la izquierda, una sala muy pequeña con un camastro volcado y jirones de ropa tirados por el suelo. Finalmente, a su derecha, una estancia relativamente amplia que, según Sango, haría las veces de lugar donde se hacía vida dentro de la casa.
- No parecía tan grande desde fuera...- Ben se adentró en la instancia de la derecha- Además, ¿por qué una persona sola iba a vivir en este sitio tan grande?- Ben sabía que no era así, pero tenía que asegurar.
- No vivía solo. Aquí vivió con su mujer, que los Dioses la bendigan, y sus hijas.-
Sango asintió satisfecho y posó el escudo. Acto seguido estudió la sala: al fondo una mesa, con un banco similar al del exterior, pero este cubierto con una piel junto a una mesa. Al otro lado una estantería con velas en la balda inferior y unos pergaminos en la superior. Por el suelo, cerca de la estantería había pergaminos desenrollados y rotos. En un rincón un pequeño hogar, sin chimenea, y un par de sartenes. Nada destacable. El hombre abrió una ventana que consistía en tirar a un lado una tabla cuadrada que corría por un carril.
- Mucho mejor, gracias- Ben miró al hombre.- ¿Sabe si hubo algún problema entre la pareja? Esa sala de ahí- carraspeó mientras señalaba la habitación con la cama- es muy pequeña para dos personas- Ben se quedó mirando un detalle que le llamó la atención.
- Ni idea- el hombre se había cruzado de brazos y miraba con interés hacia donde lo hacía Sango.- Supongo que se darían calor...-
Ben cruzó hacia la pequeña habitación y miró el suelo. Apartó con el pie jirones de ropa.
- Hay que joderse, ¿nadie se ha dado cuenta? ¿Por qué es tan pequeña habitación?- Pegó con el puño la pared contraria al exterior de la casa.- Aquí detrás hay algo- sacó el hacha y al tiempo que el hombre gritaba y corría hacia él se percató del detalle.
- Para quieto, escúchame- se pasó la lengua por los labios dejando un regusto amargo- necesito que traigas algo de luz, una vela, una antorcha, algo, ¡deprisa!- Apremió Ben.
El hombre salió de la casa desconcertado. Ben pasó las manos por la pared, buscando algún resquicio por el que poder empezar a golpear pero lo que vio fue mejor. Se dijo que no podía ser tan sencillo. Había un gancho en lo alto de la falsa pared. Ben estiró le brazo y agarró el gancho que cedió casi al instante y un chasquido sonó a su izquierda y la falsa pared cedió ante la presión que ejercía con su mano libre. Humedad y condensación le golpearon cuando empujó la puerta y supo que había algo más. Tanteó con el pie la sala anexa y descubrió que había un peldaño. Metió la cabeza e intuyó una escalera muy rudimentaria. Dio un paso atrás y decidió ir a recoger el escudo. A la vuelta abrió más aún la puerta que daba acceso al sótano, a falta de un término mejor.
Ben creyó escuchar un ruido ahí abajo. Prestó atención pero lo único que pudo distinguir, ahora con más claridad, era el hedor a muerte. Un escalofrío le recorrió todo el cuerpo. Se preparó para cualquier cosa.
Ben desenvainó la espada.
Sango
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Re: La leyenda del Rocagrís [Libre] [Preparativo] [Cerrado]
En aquel pequeño espacio destinado a preparar platos no demasiado elaborados, pero que asentasen el estómago de viajeros y trabajadores del campo, rebuscó entre la escasa batería de cocina hasta dar con un pequeño cazo de latón con dos cadenas a modo de asa. Después echó un vistazo en la despensa. Estanterías repletas de tarros con legumbres, cereales y especias, ristras de hortalizas y hierbas secas colgadas de la pared y un pequeño tablero a modo de mesa sobre la que se apilaban cuidadosamente cestos con encurtidos y carne en salmuera. Tomó un pedazo de calabaza, que se guardaba empaquetado sobre otro ejemplar más grande e inmaculado, y arrancó unas hojas de laurel. Antes de dirigirse a la estrecha encimera, husmeó un poco más, hasta dar con un cuenco de madera en el que se guardaban algunas frutas, ya casi deshidratadas, entre las que dio con medio limón. Se encogió de hombros, tendría que servir. Dispuso todo sobre una tabla de madera en la cocina y, tras lavar los alimentos en un caldero con agua limpia destinado a tal efecto, troceó en pequeños pedazos la calabaza y la echó al cazo, junto al laurel y el jugo que pudo sacar del limón que apretó hasta deshacerlo entre sus dedos. Mientras aquello tomaba temperatura, colgado de las cadenas de un rudimentario gancho en la pared, sobre la lumbre, echó mano de su zurrón y comenzó a comprobar, uno por uno, los pequeños sacos en los que guardaba ingredientes que encontraba o compraba en sus viajes. Los por si.... Arrugó la nariz al no dar con algo que no fuera del todo acertado. Lo cierto era que a tales alturas del viaje y tan cerca de su regreso a casa, apenas contaba con provisiones.
—Nastia...— reclamó con cortesía a la mujer, que hacía fuera sus labores, pero atenta a la elfa por si era requerida —¿Sería posible que tuvierais flores de Culúrien[1] para... vuestro uso personal?— era común ver aquellas plantas por las tierras del sur, las templadas temperaturas facilitaban su crecimiento, así como era un uso bastante extendido entre las mujeres en los periodos en los que los dioses quieren hacerte sentir especialmente mujer. Además de ser un bonito elemento decorativo.
—Puede que alguna guarde...— hizo memoria la mujer, ligeramente sonrojada. Humanos. Todavía entendían los ciclos como algo burdo y desagradable. Un castigo de un tal Dios, según algunos. Buah, menuda sarta de patrañas. Imbar no mandaría aquello como un castigo, si no, no nos dejaría sus frutos al alcance para hacer buen uso de ellos
Al cabo de varios minutos, la humana volvió con una pequeña muestra de la flor, que ya lucía algo mustia, en la mano. La elfa la tomó y separó, sin mucho esfuerzo, el tallo ya debilitado, desechándolo al completo.
—¿Cómo? ¿Pero no son sus hojas las que son útiles?— preguntó una desconcertada Nastia, que observaba curiosa por encima del hombro de la joven. Ella rió, despreocupada.
—Para nosotras sí. Para el común de los mortales, es la flor. Los pétalos desprenden toda su savia al cocerse al fuego, quedan blancos, pero dejan todas sus propiedades. Claro que...— hizo una pausa, torciendo el gesto —Ya sabemos que las hojas no son lo que se dice sabrosas...— comentó con complicidad, sabiendo que la mujer la entendería, sin saber el sabor que alcanzaría a tener aquel brebaje.
Tras separar los pétalos, uno a uno, los echó sobre el cazo, en el que la mezcla anterior ya había comenzado a reblandecerse. Con una cuchara de madera lo removió todo, facilitando que el zumo de limón y el jugo que la calabaza había empezado a desprender de su cocción se mezclasen hasta llegar a ebullición. Al cabo de unos minutos, los pétalos perdieron todo su color y los retiró, dejando que la calabaza terminara de cocinarse. Cuando estuvo hecha del todo, retiró el cazo del fuego y lo dejó enfriar sobre la tabla de madera, en la encimera.
La irrupción del extranjero en el comedor la llevó a apartarse del preparado y centrar toda su atención en él, aunque fue escasa, ya que el hombre no dio tiempo para un cruce de palabras antes de abandonar la posada, en compañía de otro. La elfa, con el gesto descompuesto, parpadeó un par de veces antes terminar de asimilar lo ocurrido y voltearse hacia Nastia.
—Ese es el hombre desaparecido, ¿no?— tras encontrar la confirmación en la mujer, volvió a mirar hacia la puerta por la que se había marchado el viajero, con gesto de duda. —¿A caso lo conocía?
—No lo creo.— afirmó Thorin, que apareció tras los pasos del joven y se dirigió a la puerta, que había dejado abierta tras su marcha, cerrándola con dejadez antes de volver detrás de la barra. —Se interesó por él anoche, al parecer. Y también esta mañana. Se interesa por muchas cosas...— comentó, mientras preparaba la vajilla con la que atendería la jornada, con tono de clara desconfianza en su voz —También por las rutas de la Guardia hacia el oeste, chss, a saber en qué estará metido... Si se ha largado, ¡mejor!
No añadió nada a las apreciaciones del enano, pero las prestó atención. El extranjero parecía haberse perdido en sus pensamientos cuando ella habló del oeste. Entrecerró los ojos y torció los labios, en una mueca de interés. Retomando su tarea en la cocina, tomó la paleta de madera que había utilizado para remover el cazo y la usó ahora a modo de mortero, para terminar de deshacer los pedazos de calabaza que aún se mantenían enteros, aunque tiernos. Cuando hubo terminado de mezclarlo todo, el resultado fue una pasta templada que podía ingerirse y que, si no había hecho bien sus deberes, servirían para suavizar la quemadura y facilitar su cicatrización. La saliva y los flujos corporales harían el resto.
—¿Podría llevármelo en un tarro vacío? Alguno como los que usáis para guardar el grano.— le pidió a la mujer, que aceptó sin importarle —Y un último favor... Por supuesto, dejare una buena propina al marcharme, pero... ¿Podría disponer un poco más de mi habitación?
—Por supuesto, querida, faltaría más. Sólo avísame cuando te vayas para pasar a limpiarla.
Volvió a cruzar el corredor hasta atravesar la puerta del fondo y la cerró a su espalda. Se dirigió hacia el rústico escritorio, frente a la cama, y expuso sobre él las dos muestras obtenidas en los virales y el diario de campo que siempre llevaba con ella. Repasó las notas de sus meses en Midgar y buscó entre las que databan las especies autóctonas. Los restos solidificados parecían corteza, demasiado duro para tratarse de un arbusto. Eso no decía mucho, la mayoría de los árboles lucían ennegrecidos en sus capas externas. Tomó entonces el frasco del líquido resultante, menos espeso y más claro tras tratarlo, aunque había quedado viscoso al enfriarse. Dedujo que sería la savia. Tomó una gota en sus dedos -si, bueno, el rigor no es algo que defina a esta alquimista- y la frotó entre las yemas de su índice, corazón y pulgar. Al cabo de unos instantes, la calidez de las manos de la elfa y la fricción, hicieron reacción sobre el líquido, que comenzó a provocar un ligero aunque molesto ardor. Al notarlo, con rapidez limpió sus dedos entre sus ropas y agitó sus dedos, aireándolos, hasta que hubo aliviado el quemazón. No le pareció una novedad que la savia de un ejemplar de Midgar provocara quemaduras, pero, ¿qué haría entonces en la choza de un constructor de barcos en Verisar?
Guardó los frascos de nuevo, dejando sólo sus notas sobre la mesa. Está vez, buscó usos comunes de la madera en la zona y formas de comercializarlas. Sus días en Nytt Hus, levantada sobre un antiguo aserradero humano, habían proporcionado bastantes datos sobre aspectos como aquellos. Releyó sus anotaciones varias veces, ideando distintos contextos y posibilidades, hasta que dio con algo que podía encajar, de alguna forma remota, con lo que tenía entre manos. El Traga Soles[2], su uso en carpintería era extendido en el oeste y la sabia permeable quizá... ¿pudiera ser utilizada en las maderas de las embarcaciones? Se tomó un momento para pensar por qué se estaba interesando por aquello, quizá las nostalgia que evocaban los recuerdos de sus días en aquel lado del río. Suspiró, medianamente satisfecha de sus conclusiones, guardó todo de nuevo en su zurrón y tomó el tarro con el ungüento antes de dirigirse al salón para despedirse y abandonar la posada. Como había prometido, dejó unos cuantos aeros de más por las atenciones de Nastia y el buen saber estar de Thorin. El joven tenía suerte de haberse marchado antes de acabar con su paciencia, no le gustaban los curiosos.
—¿Dónde vive... vivía constructor?— quiso saber antes de cruzar la puerta principal.
—Camino arriba. Es de madera clara, una jodida diana en la loma del valle... ¡Calza esas botas con cuidado!— escupió el enano tras las indicaciones, antes de lanzar un amanerado consejo mientras la elfa se alejaba, como despedida en aquel atropellado encuentro.
Al cabo de un rato, dio con la vivienda. A la vista saltaba que era humilde. La puerta estaba abierta y el silencio del entorno, alejado del pueblo, hacía que las voces masculinas se escuchaban en el interior, ya desde el camino, sin necesidad de haber llegado a la entrada. El sobresalto al ver al hombre que acompañaba al extranjero, salir de tales formas de la casa, hizo que frenase su marcha un momento, antes de retomarla, más apurada, dirigiéndose hacia el humano.
—¿Qué ocurre?— quiso saber la elfa, más curiosa que preocupada, mientras dirigía la mirada hacia la entrada de la morada.
—Ese hombre, no sé qué pretende encontrar. Yo me largo. Buena suerte, muchacha.— fue todo lo que aportó antes de alejarse del lugar, haciendo aspavientos y mascullando entre dientes.
La elfa, cuyo desconcierto pesaba más que su instinto de supervivencia, acortó los metros que restaban hasta la puerta y cruzó el umbral, adelantando la cabeza para comprobar primero el interior, introduciendo después la parte superior del cuerpo para ampliar el espacio que alcanzaba a ver y terminado por dar varios pasos hasta la estancia principal. No tardó en fijarse en la pared abierta, a través de la cual sólo se veía oscuridad, asumiendo que el desconocido se habría adentrado en ella. Antes de acercarse, echó un vistazo por la estancia hasta dar con un pequeño portavelas de cuya base brotaba una escasa composición de cera derretida y nuevamente enfriada, para ser de nuevo utilizada y otra vez endurecida, y así hasta quedar una escasa mecha, que prendió con dos piedras de encender que encontró en la cocina. Entonces sí se asomó a las escaleras que se abrían suelo abajo, en el interior de la madera hueca. Iluminando frente a ella los primeros escalones, tuvo un momento de temple antes de disponerse al descenso a lo desconocido.
—¿Hola?— alzó la voz lo justo para percibir un ligero efecto de eco más allá de los peldaños que alumbraba la vela. —Oye... Si aun respiráis, os he traído algo...— comentó como si nada, mientras comenzaba a bajar las escaleras —Y si queréis hablar de algo más, puede que os interese lo que sé de las tierras que buscáis...— continuó, mostrando con sutileza algunas cartas sobre la mesa, antes de determinar si las intenciones de aquel forastero, en una tierra que por otra parte tampoco era la suya, le eran de interés. —O que conocéis... O que recordá...
No terminó aquella enumeración de ocurrencias que le venían al recordar el rostro del joven entre los vapores, cuando al llegar al final de las escaleras y ver iluminada la espalda del humano, ahora armado y portando un escudo, quedó sin habla.
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Aylizz Wendell
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Re: La leyenda del Rocagrís [Libre] [Preparativo] [Cerrado]
La tenue luz ayudó a dar coherencia a la situación. Después del último peldaño el suelo estaba empapado y el sonido del barro tras cada pisada delataba una presencia extraña como si de un centinela se tratara. La caverna, tenía unas dimensiones grandes al menos a la luz de la lámpara: a su izquierda, Ben pudo distinguir cavidades en la tierra que hacían las veces de estanterías para toda clase de frascos, vacíos y llenos; también pudo ver que del techo colgaban toda clase de hierbas, en su mayor parte secas y con un aspecto pobre. A su derecha, una mesa, irregular, hecha a partir de ramas de destino diámetro entrelazadas unas con otras, y sobre la que descansaba algo parecido a un alambique y herramientas que Sango desconocía. La caverna estaba desnivelada y había una pequeña cantidad de agua bajo la mesa.
- Qué...-
Su atención, sin embargo se centraba al fondo de la caverna, a unos siete pasos, en donde dos figuras yacían en el suelo: una sentada y con las piernas extendidas y la otra estaba rascando la tierra de la pared del fondo pero que se detuvo al notar claridad.
- Es...- se giró lentamente y quedó sentado mirando a los recién llegados- al fin.-
Ben tragó saliva que le raspó la garganta como si fuera una lima y dio un paso al frente. La figura sentada no daba señales de vida. Se apartó ligeramente para que la luz llegara con mayor facilidad al fondo de la estancia. El que se acababa de girar parecía sonreír, el otro, apenas tenía ropa encima y lucía un aspecto horrible en el que las mordeduras poblaban su cuerpo. Sango se removió inquieto y se obligó a apartar la mirada hacia el que todavía hablaba. Su rostro evidenciaba su avanzada edad, además de su del escaso pelo largo gris y que estaba lleno de barro. En su rostro se distinguía una barba de varios días poblada de lo que parecía sangre reseca. Su nariz, aguileña, esta doblada hacia un lado y su boca dibujaba una sonrisa de alivio.
- El corazón de la tierra- su voz era ronca y reseca- aquí- señaló el lugar en el que estaba cavando con un gesto- ha escuchado mis plegarias-
- Por todos los Dioses...- Sango bajó la espada y el escudo intuyendo que no era una amenaza- ¿Qué ha pasado aquí?- Ben miró atrás a la elfa que sostenía
- El instinto de supervivencia- dijo tranquilamente.- No ha sido decisión propia, no- alzó su cabeza para mirar a Ben.- La mente debe trascender pero para que esta lo consiga debe deshacerse de las ataduras de la carne, pero, ¡ah! ¿Cuándo sabe uno que está preparado para ello? Esa es la pregunta que todos tratamos de responder- el hombre deliraba.- No es posible hacerlo mientras uno no está preparado y por tanto debe seguir dependiendo de los instintos más repugnantes a los que nos somete la carne. Pero... ¡oh, qué revelación más maravillosa! ¿Y si nos estuviéramos haciendo la pregunta equivocada? Puede que no haya que prepararse, puede que, simplemente, la pregunta sea, ¿es necesario pasar por este mundo?-
Su silencio fue repentino, y Sango vio como sus ojos iban de un lado a otro, gesticulaba y hacía complicadas cavilaciones mientras movía los labios hablando para sí mismo. Ben se giró y miró a la elfa.
- ¿Qué piensas?-
- ¿Quiénes sois vosotros? Mi mujer no debería haberos dejado pasar. Bah, está bien, tomad asiento. Estoy a punto de hacer un nuevo descubrimiento, veréis...- hizo una pausa y continuó.- Querían llevarse mis secretos, mi conocimiento, mi saber, mi experiencia, pero, ¿pudieron?- Levantó la cabeza y un graznido salió de su garganta a modo de risa.- Sí, he descubierto la forma de transmutar plomo en oro, ¿de qué sirve me preguntáis? ¿Acaso sois idiotas?- Les miró extrañados y un giro de cabeza hacia el otro lado, enseñándoles su perfil izquierdo.- Son gente poderosa, no les hace falta...-
Ben había permanecido inmóvil, mirando a aquel hombre hablar sobre lo que parecían sinsentidos. Había algo que aquel hombre no era capaz de hilar. Ben, envainó la espada y cogió uno de los frascos vacíos y cargó agua sucia de debajo de la mesa. Miró de reojo las mordeduras del hombre sin vida antes de ponerse de cuclillas a su lado y ofrecerle el agua.
- Toma, bebe- le tendió el frasco que el anciano agarró al instante y se llevó a la boca.- Su fama le precede, Heyherdal-
El hombre dejó de beber, el agua sucia le caía por la barba. Le miró con ojos brillantes y por primera vez Sango vio cordura en ellos.
- Sí... Así es- volvió a beber y dejó el frasco a su lado.- Pero, ahora...- sin previo aviso agarró a Sango del cuello de la capa y tiró de él hacia delante- ¡Soy el heraldo de un nuevo tiempo! ¡He bebido la sangre del mismísimo DIOS, que camina sobre los mortales para recordarles el verdadero significado de la vida! ¡La muerte!- Sango le pegó un puñetazo en el costado que hizo que la presión aflojara. Ben se cayó de espaldas y se arrastró hacia atrás.
El hombre se echó a llorar y Ben, aun agitado se levantó asustado por la increíble fuerza que aquel anciano aún poseía. Cuando se puso en pie desenvainó la espada.
- Me obligaron...- las lágrimas brotaban de sus ojos como cataratas- me hicieron beber y me encerraron aquí...- un sollozo- Yo... lo que ellos quieren y- el llanto tomó el control y el hombre se llevó las manos a la cara.
Ben aún conmocionado por la escena anterior no se atrevió a dejar de señalar con la espada al anciano.
- El destacamento de Karst, ¿dónde está?- Ben no quería conocer la respuesta.- Se supone que debían estar aquí, contigo- la rabia, la furia y la impotencia se estaban apoderando de él.- ¿Quién es ese de ahí? ¿Qué ha pasado con los treinta que se suponía debían estar aquí?- Ben empezó a temblar.
El hombre algo más relajado miró a ambos.
- Llegaron hace... no lo sé, la luna estaba en el creciente- miró sus manos.- Decidieron, entonces, llevarme a Lunargenta, pero no pasó. Cayeron sobre su campamento, a una media campanada de distancia al norte. Cuando no vinieron a buscarme decidí salir e ir a con ellos. Cuando llegué, el campamento estaba intacto, solo cuatro cadáveres. El resto desaparecidos- trago saliva.- Decidí escapar, pero me alcanzaron. Me trajeron aquí al laboratorio- hizo un gesto para enseñarles la cueva- y me obligaron a enseñarles a hacer mi elixir, me negué, me obligaron, me negué, me hicieron tragar un vial con lo que ahora sé que era sangre de vampiro, me seguí negando, me...
- Espera un momento- Ben bajó la espada.- ¿Saliste de noche?
- Los matones que me atacaron no son vampiros. Son humanos que sirven a un propósito mayor. Les han lavado la mente y...- Su discurso se interrumpió de repente.
Ben se quedó mirando fijamente, con el peso del mundo a su espalda. No podía pensar más que en Anders Holgers y Asland, ambos en el grupo de Karst. La posibilidad de que estos hubieran caído rebotaba en su cabeza y le impedía pensar con claridad en las palabras de Heyherdal.
- ¿Sabéis que mi casa era un barco?-
- ¿Qué elixir es el que te obligaron a hacer? -
- La obtención de oro a partir de plomo, es similar a la creación de plata a través de cobre y zinc. Pero el oro es más puñetero, no se si me explico, requiere de pasos adicionales...-
Ben desistió y se volvió hacia la elfa. Suspiró. Guardó la espada y caminó hacia ella.
- Tenemos que ir a ese campamento y ver qué es lo que pasó allí. De camino te... Podrías preguntarle por el elixir y por qué lo quieren, yo... no puedo ahora. Tengo que... No, no estoy bien- Ben se quedó al lado de la escalera.
Le dolía la cabeza pero tenía que pensar. Karst quería llevárselo por algún motivo que Sango desconocía pero que debía ser importante. Luego pensó en vampiros y su cabeza voló a Anastassia y a las aventuras que habían vivido en el desierto luchando contra ellos. Humanos y vampiros unidos en una causa común era improbable pero era cierto que los Reinos del Oeste quedaban muy lejos de Verisar y por tanto de su influencia. El elixir jugaba un papel clave en la historia lo sabía pero no era capaz de concentrarse. No hasta saber que le había pasado a Anders y sobre todo a Asland. Ambos podían estar tirados en mitad del bosque, pudriéndose o sirviendo de cena para los carroñeros.
Permanecía impasible mientras su ánimo se derrumbaba como un castillo de naipes.
*Editado para cambiar el color de Heyherdal.
- Qué...-
Su atención, sin embargo se centraba al fondo de la caverna, a unos siete pasos, en donde dos figuras yacían en el suelo: una sentada y con las piernas extendidas y la otra estaba rascando la tierra de la pared del fondo pero que se detuvo al notar claridad.
- Es...- se giró lentamente y quedó sentado mirando a los recién llegados- al fin.-
Ben tragó saliva que le raspó la garganta como si fuera una lima y dio un paso al frente. La figura sentada no daba señales de vida. Se apartó ligeramente para que la luz llegara con mayor facilidad al fondo de la estancia. El que se acababa de girar parecía sonreír, el otro, apenas tenía ropa encima y lucía un aspecto horrible en el que las mordeduras poblaban su cuerpo. Sango se removió inquieto y se obligó a apartar la mirada hacia el que todavía hablaba. Su rostro evidenciaba su avanzada edad, además de su del escaso pelo largo gris y que estaba lleno de barro. En su rostro se distinguía una barba de varios días poblada de lo que parecía sangre reseca. Su nariz, aguileña, esta doblada hacia un lado y su boca dibujaba una sonrisa de alivio.
- El corazón de la tierra- su voz era ronca y reseca- aquí- señaló el lugar en el que estaba cavando con un gesto- ha escuchado mis plegarias-
- Por todos los Dioses...- Sango bajó la espada y el escudo intuyendo que no era una amenaza- ¿Qué ha pasado aquí?- Ben miró atrás a la elfa que sostenía
- El instinto de supervivencia- dijo tranquilamente.- No ha sido decisión propia, no- alzó su cabeza para mirar a Ben.- La mente debe trascender pero para que esta lo consiga debe deshacerse de las ataduras de la carne, pero, ¡ah! ¿Cuándo sabe uno que está preparado para ello? Esa es la pregunta que todos tratamos de responder- el hombre deliraba.- No es posible hacerlo mientras uno no está preparado y por tanto debe seguir dependiendo de los instintos más repugnantes a los que nos somete la carne. Pero... ¡oh, qué revelación más maravillosa! ¿Y si nos estuviéramos haciendo la pregunta equivocada? Puede que no haya que prepararse, puede que, simplemente, la pregunta sea, ¿es necesario pasar por este mundo?-
Su silencio fue repentino, y Sango vio como sus ojos iban de un lado a otro, gesticulaba y hacía complicadas cavilaciones mientras movía los labios hablando para sí mismo. Ben se giró y miró a la elfa.
- ¿Qué piensas?-
- ¿Quiénes sois vosotros? Mi mujer no debería haberos dejado pasar. Bah, está bien, tomad asiento. Estoy a punto de hacer un nuevo descubrimiento, veréis...- hizo una pausa y continuó.- Querían llevarse mis secretos, mi conocimiento, mi saber, mi experiencia, pero, ¿pudieron?- Levantó la cabeza y un graznido salió de su garganta a modo de risa.- Sí, he descubierto la forma de transmutar plomo en oro, ¿de qué sirve me preguntáis? ¿Acaso sois idiotas?- Les miró extrañados y un giro de cabeza hacia el otro lado, enseñándoles su perfil izquierdo.- Son gente poderosa, no les hace falta...-
Ben había permanecido inmóvil, mirando a aquel hombre hablar sobre lo que parecían sinsentidos. Había algo que aquel hombre no era capaz de hilar. Ben, envainó la espada y cogió uno de los frascos vacíos y cargó agua sucia de debajo de la mesa. Miró de reojo las mordeduras del hombre sin vida antes de ponerse de cuclillas a su lado y ofrecerle el agua.
- Toma, bebe- le tendió el frasco que el anciano agarró al instante y se llevó a la boca.- Su fama le precede, Heyherdal-
El hombre dejó de beber, el agua sucia le caía por la barba. Le miró con ojos brillantes y por primera vez Sango vio cordura en ellos.
- Sí... Así es- volvió a beber y dejó el frasco a su lado.- Pero, ahora...- sin previo aviso agarró a Sango del cuello de la capa y tiró de él hacia delante- ¡Soy el heraldo de un nuevo tiempo! ¡He bebido la sangre del mismísimo DIOS, que camina sobre los mortales para recordarles el verdadero significado de la vida! ¡La muerte!- Sango le pegó un puñetazo en el costado que hizo que la presión aflojara. Ben se cayó de espaldas y se arrastró hacia atrás.
El hombre se echó a llorar y Ben, aun agitado se levantó asustado por la increíble fuerza que aquel anciano aún poseía. Cuando se puso en pie desenvainó la espada.
- Me obligaron...- las lágrimas brotaban de sus ojos como cataratas- me hicieron beber y me encerraron aquí...- un sollozo- Yo... lo que ellos quieren y- el llanto tomó el control y el hombre se llevó las manos a la cara.
Ben aún conmocionado por la escena anterior no se atrevió a dejar de señalar con la espada al anciano.
- El destacamento de Karst, ¿dónde está?- Ben no quería conocer la respuesta.- Se supone que debían estar aquí, contigo- la rabia, la furia y la impotencia se estaban apoderando de él.- ¿Quién es ese de ahí? ¿Qué ha pasado con los treinta que se suponía debían estar aquí?- Ben empezó a temblar.
El hombre algo más relajado miró a ambos.
- Llegaron hace... no lo sé, la luna estaba en el creciente- miró sus manos.- Decidieron, entonces, llevarme a Lunargenta, pero no pasó. Cayeron sobre su campamento, a una media campanada de distancia al norte. Cuando no vinieron a buscarme decidí salir e ir a con ellos. Cuando llegué, el campamento estaba intacto, solo cuatro cadáveres. El resto desaparecidos- trago saliva.- Decidí escapar, pero me alcanzaron. Me trajeron aquí al laboratorio- hizo un gesto para enseñarles la cueva- y me obligaron a enseñarles a hacer mi elixir, me negué, me obligaron, me negué, me hicieron tragar un vial con lo que ahora sé que era sangre de vampiro, me seguí negando, me...
- Espera un momento- Ben bajó la espada.- ¿Saliste de noche?
- Los matones que me atacaron no son vampiros. Son humanos que sirven a un propósito mayor. Les han lavado la mente y...- Su discurso se interrumpió de repente.
Ben se quedó mirando fijamente, con el peso del mundo a su espalda. No podía pensar más que en Anders Holgers y Asland, ambos en el grupo de Karst. La posibilidad de que estos hubieran caído rebotaba en su cabeza y le impedía pensar con claridad en las palabras de Heyherdal.
- ¿Sabéis que mi casa era un barco?-
- ¿Qué elixir es el que te obligaron a hacer? -
- La obtención de oro a partir de plomo, es similar a la creación de plata a través de cobre y zinc. Pero el oro es más puñetero, no se si me explico, requiere de pasos adicionales...-
Ben desistió y se volvió hacia la elfa. Suspiró. Guardó la espada y caminó hacia ella.
- Tenemos que ir a ese campamento y ver qué es lo que pasó allí. De camino te... Podrías preguntarle por el elixir y por qué lo quieren, yo... no puedo ahora. Tengo que... No, no estoy bien- Ben se quedó al lado de la escalera.
Le dolía la cabeza pero tenía que pensar. Karst quería llevárselo por algún motivo que Sango desconocía pero que debía ser importante. Luego pensó en vampiros y su cabeza voló a Anastassia y a las aventuras que habían vivido en el desierto luchando contra ellos. Humanos y vampiros unidos en una causa común era improbable pero era cierto que los Reinos del Oeste quedaban muy lejos de Verisar y por tanto de su influencia. El elixir jugaba un papel clave en la historia lo sabía pero no era capaz de concentrarse. No hasta saber que le había pasado a Anders y sobre todo a Asland. Ambos podían estar tirados en mitad del bosque, pudriéndose o sirviendo de cena para los carroñeros.
Permanecía impasible mientras su ánimo se derrumbaba como un castillo de naipes.
*Editado para cambiar el color de Heyherdal.
Última edición por Sango el Mar 28 Dic - 14:00, editado 1 vez
Sango
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Re: La leyenda del Rocagrís [Libre] [Preparativo] [Cerrado]
Respirar en aquel foso no resultaba fácil. La humedad lo impregnaba todo de un olor enmohecido y se mezclaba con un hedor que, a pesar de no saber a qué podía deberse en un principio, supo asociarlo al de la carne muerta. El aroma, que hacía que la elfa se revolviera en sus adentros, se hizo más intenso al llegar al final de la escalera y mostrar la luz el cadáver de un hombre en descomposición. Sin embargo, no fue aquella imagen que hizo estremecer a la joven, llevándola a apartar la mirada un momento. El marco de la escena resultaba macabro. Junto al cuerpo, que se mantenía sentado y con la espalda mantenida en la pared, otro hombre, entrado en años, cuyo aspecto lo hacía alejarse de la apariencia humana y acercarse más a una alimaña de lodazal. Aquella figura errática, que parecía ignorar la presencia de cuantos se hallaban con él, vivos y muerto, se tambaleaba de un lado a otro entre los estantes y cavidades que se extendían por las paredes de la caverna, murmurando sinsentidos.
Su cuerpo pareció moverse solo cuando retrocedió un par de pasos, hasta toparse en su talón con el escalón que iniciaba la subida, cuando la escabrosa figura se volteó hacia el viajero, que ahora la daba la espalda. Con aparente serenidad, el joven rebajó su guardia y respondió a las palabras del hombre. La elfa, incapaz de comprender los sinsentidos de aquel perturbado, se mantuvo en silencio. Sus ojos, aun apartados del ser que, en un estado decrépito, mantenía la vida, no podían dejar de contemplar el cuerpo del que no lo hacía. No era la impresión de un cadáver lo que le hacía notar cómo su pulso se aceleraba y su respiración comenzaba a volverse costosa, ella misma se había visto obligada a dejar más de uno a su paso. Pero la macabra idea de que alguien pudiera hacer como si no existiera, encontrándose a escasos metros de él, la hacía estremecer. «Supervivencia». Fue la forma en que el hombre razonó con escasas palabras, antes de volver a perderse en fanatismos. Sólo redirigió su mirada cuando la voz del extranjero se dirigió a ella, encontrándose ahora de frente con su rostro. Fue incapaz de emitir juicio ni palabra, tan sólo alcanzando a encogerse de hombros y negar con la cabeza, todavía desconcertada.
—¿Mujer...?— murmuró entonces, en un susurro.
No había nadie más en aquella casa y la figura muerta a su lado, a pesar de su estado, podía distinguirse lo suficiente para determinar que era un hombre. Cuánto haría que aquel enajenado había perdido la cordura... Ofrecerles tomar asiento con aquella serenidad, como si aquella cueva pudiera considerarse una estancia en la que recibir invitados, fue lo último que, en un momento de prudencia, se dispuso a escuchar. Mas sus intenciones de tomar la escalera y alejarse cuanto más posible de aquel lugar se vieron interrumpidas cuando el joven, desquitándose ahora de su arma, se acercó con considerable gentileza al hombre y lo trató con el respeto que parecía merecer su nombre. Manteniendo aun su pie posado sobre el primer escalón, esperó un poco más y atendió sus palabras. Sintió lástima, a pesar de la inquietud que le provocaba aquel lugar. Fue un acto instintivo llevar su mano diestra a la cintura, con intención de empuñar su arma, cuando el repentino arranque del anciano la sobresaltó, al tomar al joven del cuello, aunque escasos fueron los segundos que tardó en zafarse del enganche. Con la respiración acelerada y todavía alerta, se alejó varios pasos de la escalera, acortando ahora la distancia que la separaba de los dos humanos.
Ver como el desconocido volvía a tomar su espada tras ponerse en pie hizo que en la elfa aflorase algo de seguridad en aquella ratonera, que templara la agitación interna que se esforzaba por mantener a raya. Aunque la vivencia de aquel hombre desquiciado fuera desgarradora, era necesario comprender que una mente enferma resultaba impredecible, más cuando había sido adulterada, como parecía dar a entender el anciano, entre sollozos. Sin embargo, la compasión que había mostrado el viajero comenzó a desdibujarse de su rostro y de su voz. Si bien había quedado demostrado que el joven no conocía a aquel hombre con anterioridad, sí parecía tener algo que le concernía. Después de todo, el interés que desde el principio había mostrado por el desaparecido constructor de barcos no había sido genuino. Aylizz atendió a la conversación, quedando aun más desconcertada, incapaz de comprender una palabra de las que intercambiaron. Bueno, si, una. Vampiros. Sólo mentarlos la hizo estremecer. Quiso retroceder, pero su cuerpo se mantuvo inmóvil. Aun no había terminado de buscarle sentido a la información que aquel anciano había proporcionado a cuentagotas cuando el extranjero tomó la iniciativa, envolviéndola en sus planes sin siquiera considerar que ella quisiera hacerlo. No obstante, no reparó en nada de lo que el humano la indicó. No en aquel momento. Su atención había quedado fijada en el anciano, en el cadáver, en un elixir que parecía imposible y en los seres de la noche, que de alguna forma parecían estar involucrados. ¿Tan lejos había llegado su influencia? Los había sufrido en sus propias carnes y en su propia mente, lo suficiente para saber que no quería enredarse de nuevo en nada que tuviera que ver con ellos.
En silencio, entrelazó los brazos sobre su vientre, con fuerza. Necesitaba aire... y luz... y salir de allí. Se volvió hacia la escalera, que encontró entorpecida por el joven, al que ahora parecía resultarle difícil mantener la compostura. Lo observó un instante, realmente parecía desquiciado. Qué, ¿pensaba quedarse allí? Tomó aire un par de veces, tratando de deshacer, o al menos suavizar, el nudo de su estómago y se acercó a él.
—Será mejor que salgamos de aquí...— sugirió, en voz suave aunque sin poder apaciguar del todo el temblor, posando una mano en la parte alta de la espalda del joven, que estando al mismo nivel, alcanzaba una altura similar la suya.
Subió las escaleras, rebasando al humano y no se detuvo hasta cruzar la puerta de la entrada. El sol de media mañana fue como una bofetada en el rostro, mas el aire fresco rápido comenzó a templar el desazón de la elfa. Tomó asiento en el banco del porche y sosteniéndose la frente, se inclinó hacia adelante, apoyándose en sus rodillas, llevando la mirada hacia el suelo antes de cerrar los ojos. La imagen del foso permanecía nítida en su mente, debía deshacerse de ella para pensar con claridad. Pero, ¿pensar en qué? ¿A caso se estaba planteando acompañar al desconocido en lo que fuera en lo que estuviera envuelto? Sin embargo... Obviando todo lo demás... Un elixir capaz de volver el plomo en oro, ¿sería posible? Suspiró, ahora más calmada, y pasándose las manos por el cabello hacia atrás, levantó de nuevo la mirada y contempló el horizonte. Campos y llanuras se extendían hasta el mar, era fácil encontrar la paz en aquella imagen, aun sabiendo que bajo tierra se encarnaba la locura. Al cabo de unos minutos de silencio, se puso de nuevo en pie, para ir de nuevo hasta el humano.
—Quién sois y de qué trata todo esto...— quiso saber, dirigiéndose a él con voz tenue y distante. Para terminar de tomar la decisión sobre colaborar con él, fiarse de él, debía saber en qué se iba a meter. Pensándolo fríamente, aquello no era lo peor con lo que se había encontrado. —Ese hombre... Qué queréis de él. ¿Y de quienes estaba hablando?
Aylizz Wendell
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Re: La leyenda del Rocagrís [Libre] [Preparativo] [Cerrado]
En tan solo un instante, la caverna se había quedado en silencio y a oscuras. Ben sabía que Heyherdal, o lo que quedara de él, le estaría observando, estudiándole y quién sabe qué pasaría por su cabeza. Por su parte, Sango se recuperaba lentamente de su, particular, descenso al infierno y se aferraba a la escasa luz que se filtraba desde la escalera.
- ¿De dónde son esos comerciantes del oeste?- Preguntó Sango dando un paso hacia las tinieblas.
- Veo que no estás interesado en la trasmutación, pero sí en buscar el destino final antes de tiempo- contestó.
- No me cuesta nada decir que Kaira es cómplice de matar a cuatro miembros de la guardia- Ben se obligó a sonreír tras soltar aquella amenaza.
- No sé- tardó en contestar- si mientes o dices la verdad. Pero te auguro una muerte lenta y- se detuvo a mitad de amenaza y reconsideró sus palabras- soy hombre muerto de todas formas- hizo una larga pausa.- Algún lugar en la comarca del Urd.-
- ¿Por qué los ayudas?-
- ¿Por qué? ¿A caso hay algo malo en querer vivir como humanos?- una risa histérica se apoderó de él.
Ben frunció el ceño sin comprender a qué se refería. No estaba en su mejor momento. Suspiró, había escuchado suficiente y decidió marcharse. Subió las escaleras y tiró de la falsa pared hacia él, cuando llegó al tope el mecanismo de enclavamiento actuó y el gancho con el que había abierto, recuperó su posición original. Un trabajo muy Elogió el trabajo de aquel hombre y Ben salió de la casa no sin antes arrimar la puerta lo máximo que pudo y a continuación se alejó varios pasos de la misma.
Tenía mucho en lo que pensar pero debía comprobar si la información revelada por Heyherdal era cierta. Estaban entrando en el menguante, habían pasado dos semanas y sus compañeros podían estar en cualquier lado. Aquella misión en la que se habían embarcado era un despropósito desde el principio y menos aún sin contar con más apoyo. Ben dio una patada al aire y contempló el mar. Pronto, la voz de la elfa lo sobresaltó.
- Ese de ahí dentro es Heyherdal, maestro constructor de barcos- giró la cabeza para mirarla a los ojos.- Yo soy Ben Nelad, también me conocen como Sango- terminó por girarse para hacer una ligera reverencia con la cabeza.- Te estoy agradecido por salvarme, sin duda alguna estoy en deuda contigo y espero poder compensarlo de alguna manera...- se llevó una mano al pecho e inclinó la cabeza.
Miró a los ojos de la elfa antes de volverse, una vez más, hacia el mar. Aquellos ojos le recordaron a aquel mar: gris como las últimas nubes, rezagadas, que se veían en el horizonte, bañadas por el azul de aquellas aguas.
- Al menos eso es lo que me contaron. Está claro que no es así- Ben posó el escudo a sus pies y empezó su particular ritual de rehacer el nudo del cinto de la armas.- El capitán Karst, lleva un tiempo destinado en los Reinos del Oeste, de hecho, diría que más de una década. Su experiencia y valía es de sobra conocida por la Guardia- apretó fuerte y tanteó el cinto. Satisfecho, cogió el escudo y siguió observando el mar.- Por eso cuando llega un reporte desde el Oeste con el sello de Karst hay que tomarlo en serio- Sango se giró hacia la mujer.- Sígueme.
Caminó hacia la salida norte del pueblo, debía comprobar el estado del campamento y verificar la información que le había proporcionado Heyherdal.
- Según la carta recibida, se han avistado a humanos y vampiros trabajando de manera conjunta aunque no lo definía así- hizo una breve pausa antes de continuar.- No, según escuché, la carta detallaba el creciente poder de alguno de los renegados que quedan en la tierras al norte de Sacrestic- la miró- esto me lo ha medio confirmado Heyherdal después de que salieras- fijó la vista al frente una vez más.- Esta misteriosa fuerza, y siempre según los comentarios de Karst, es capaz de ejercer un gran poder sobre las mentes, siendo capaces de quebrar la voluntad de cualquiera que se le interponga. Por eso cree que no es una colaboración voluntaria.
- Descubrió que estaba investigando y experimentando con elixires, pociones, ungüentos de todo tipo con un propósito que desconocía, pero consiguió darnos la ubicación de un alquimista que había estado colaborando con esta gente. No podía contar nada delante de toda esa gente- sonrió cansado pensando en lo que podría haber pasado.- Se mandó un destacamento de la Guardia para localizar a este hombre, capturarlo y llevarlo a Lunargenta- se detuvo para mirar a su alrededor.- En ese grupo iban dos buenos amigos míos- se guardó sus temores para sí.
- La carta de Karst tenía una antigüedad de más de seis meses, quizás más, antes del verano creo recordar. Pero claro, el Oeste queda muy lejos de Luanargenta y parece que no hay ningún interés en proteger a los nuestros y dejarlos a su suerte con esos chupasangres- hizo una mueca de desagrado.- Este grupo, el de Anders y Asland, salió a finales del mes pasado. Tampoco hubo noticias de ellos, y cuando me enteré de todo, decidí salir por mi cuenta- hizo un gesto hacia un árbol. Había dos líneas horizontales talladas en un árbol. Ben sonrió.- Por ahí.-
Abandonaron el camino principal y caminaron por una senda más estrecha, de reciente creación aunque con claros signos de abandono al estar el camino plagado de pequeñas hierbas que acaban de nacer.
- El tipo este, antes de salir me dijo que... bueno, que los ayudaba porque - se giró para mirar a la elfa- en realidad me dijo que si había algo malo en querer vivir como humanos y luego empezó a reírse como un chiflado.-
Llegaron al campamento y Sango rápidamente reconoció la disposición del mismo, circular, sin tienda de mando. Sin mediar palabra se adelantó para estudiar el primer cadáver, resultó ser un alguien de pelo negro en un avanzado grado de descomposición. Ben se fijó en que le habían robado la botas. Otros dos cadáveres estaban cerca de una de las tiendas centrales: uno de ellos tenía el extremo, roto, de una lanza clavada en el costado. La otra había muerto de un flechazo en la cara. La flecha no estaba por ninguna parte. Finalmente encontró la cabeza del cuarto en una de las tiendas de la tropa, pero no el cuerpo. Se sintió terriblemente aliviado al saber que ni Anders ni Asland estaban entre las bajas. Aún había esperanza.
A juzgar por el tamaño del campamento Ben supuso que el destacamento estaría compuesto por cuatro o cinco pelotones, unos veinte o veinticinco soldados. La desaparición no tenía sentido: no había animales, las tiendas desmontadas, sin signos de lucha a parte de la muerte de los cuatro, supuso, centinelas. No había huellas o estas habían sido borradas por las intensas lluvias de los últimos días.
- Nada tiene sentido...- dijo en voz alta.- Para capturarlos ha tenido que venir todo un ejército. No me creo que se hayan rendido sin más.- carraspeó.- Ese viejo canalla... Lo mataré con mis propias manos- bajó el tono de voz. Aún sentía cierta molestia.
El constructor de barcos, estaba colaborando con los vampiros, ¿por qué? Sango no entendía qué beneficio puede haber en trabajar con alguien que te puede sacar hasta la última gota de sangre, ¿por qué ayudarles? Quizás, se dijo, estuviera bajo la influencia de esa misteriosa fuerza, pero estando tan lejos aquello no se sostenía por ningún lado. La carta hablaba de experimentos con pociones, elixires y demás artículos de alquimia pero, ¿para qué? Las últimas palabras de Heyherdal contestaban aquella pregunta y la revelación golpeó a Sango con violencia:
¿Estaban los vampiros tras una cura?
- ¿De dónde son esos comerciantes del oeste?- Preguntó Sango dando un paso hacia las tinieblas.
- Veo que no estás interesado en la trasmutación, pero sí en buscar el destino final antes de tiempo- contestó.
- No me cuesta nada decir que Kaira es cómplice de matar a cuatro miembros de la guardia- Ben se obligó a sonreír tras soltar aquella amenaza.
- No sé- tardó en contestar- si mientes o dices la verdad. Pero te auguro una muerte lenta y- se detuvo a mitad de amenaza y reconsideró sus palabras- soy hombre muerto de todas formas- hizo una larga pausa.- Algún lugar en la comarca del Urd.-
- ¿Por qué los ayudas?-
- ¿Por qué? ¿A caso hay algo malo en querer vivir como humanos?- una risa histérica se apoderó de él.
Ben frunció el ceño sin comprender a qué se refería. No estaba en su mejor momento. Suspiró, había escuchado suficiente y decidió marcharse. Subió las escaleras y tiró de la falsa pared hacia él, cuando llegó al tope el mecanismo de enclavamiento actuó y el gancho con el que había abierto, recuperó su posición original. Un trabajo muy Elogió el trabajo de aquel hombre y Ben salió de la casa no sin antes arrimar la puerta lo máximo que pudo y a continuación se alejó varios pasos de la misma.
Tenía mucho en lo que pensar pero debía comprobar si la información revelada por Heyherdal era cierta. Estaban entrando en el menguante, habían pasado dos semanas y sus compañeros podían estar en cualquier lado. Aquella misión en la que se habían embarcado era un despropósito desde el principio y menos aún sin contar con más apoyo. Ben dio una patada al aire y contempló el mar. Pronto, la voz de la elfa lo sobresaltó.
- Ese de ahí dentro es Heyherdal, maestro constructor de barcos- giró la cabeza para mirarla a los ojos.- Yo soy Ben Nelad, también me conocen como Sango- terminó por girarse para hacer una ligera reverencia con la cabeza.- Te estoy agradecido por salvarme, sin duda alguna estoy en deuda contigo y espero poder compensarlo de alguna manera...- se llevó una mano al pecho e inclinó la cabeza.
Miró a los ojos de la elfa antes de volverse, una vez más, hacia el mar. Aquellos ojos le recordaron a aquel mar: gris como las últimas nubes, rezagadas, que se veían en el horizonte, bañadas por el azul de aquellas aguas.
- Al menos eso es lo que me contaron. Está claro que no es así- Ben posó el escudo a sus pies y empezó su particular ritual de rehacer el nudo del cinto de la armas.- El capitán Karst, lleva un tiempo destinado en los Reinos del Oeste, de hecho, diría que más de una década. Su experiencia y valía es de sobra conocida por la Guardia- apretó fuerte y tanteó el cinto. Satisfecho, cogió el escudo y siguió observando el mar.- Por eso cuando llega un reporte desde el Oeste con el sello de Karst hay que tomarlo en serio- Sango se giró hacia la mujer.- Sígueme.
Caminó hacia la salida norte del pueblo, debía comprobar el estado del campamento y verificar la información que le había proporcionado Heyherdal.
- Según la carta recibida, se han avistado a humanos y vampiros trabajando de manera conjunta aunque no lo definía así- hizo una breve pausa antes de continuar.- No, según escuché, la carta detallaba el creciente poder de alguno de los renegados que quedan en la tierras al norte de Sacrestic- la miró- esto me lo ha medio confirmado Heyherdal después de que salieras- fijó la vista al frente una vez más.- Esta misteriosa fuerza, y siempre según los comentarios de Karst, es capaz de ejercer un gran poder sobre las mentes, siendo capaces de quebrar la voluntad de cualquiera que se le interponga. Por eso cree que no es una colaboración voluntaria.
- Descubrió que estaba investigando y experimentando con elixires, pociones, ungüentos de todo tipo con un propósito que desconocía, pero consiguió darnos la ubicación de un alquimista que había estado colaborando con esta gente. No podía contar nada delante de toda esa gente- sonrió cansado pensando en lo que podría haber pasado.- Se mandó un destacamento de la Guardia para localizar a este hombre, capturarlo y llevarlo a Lunargenta- se detuvo para mirar a su alrededor.- En ese grupo iban dos buenos amigos míos- se guardó sus temores para sí.
- La carta de Karst tenía una antigüedad de más de seis meses, quizás más, antes del verano creo recordar. Pero claro, el Oeste queda muy lejos de Luanargenta y parece que no hay ningún interés en proteger a los nuestros y dejarlos a su suerte con esos chupasangres- hizo una mueca de desagrado.- Este grupo, el de Anders y Asland, salió a finales del mes pasado. Tampoco hubo noticias de ellos, y cuando me enteré de todo, decidí salir por mi cuenta- hizo un gesto hacia un árbol. Había dos líneas horizontales talladas en un árbol. Ben sonrió.- Por ahí.-
Abandonaron el camino principal y caminaron por una senda más estrecha, de reciente creación aunque con claros signos de abandono al estar el camino plagado de pequeñas hierbas que acaban de nacer.
- El tipo este, antes de salir me dijo que... bueno, que los ayudaba porque - se giró para mirar a la elfa- en realidad me dijo que si había algo malo en querer vivir como humanos y luego empezó a reírse como un chiflado.-
Llegaron al campamento y Sango rápidamente reconoció la disposición del mismo, circular, sin tienda de mando. Sin mediar palabra se adelantó para estudiar el primer cadáver, resultó ser un alguien de pelo negro en un avanzado grado de descomposición. Ben se fijó en que le habían robado la botas. Otros dos cadáveres estaban cerca de una de las tiendas centrales: uno de ellos tenía el extremo, roto, de una lanza clavada en el costado. La otra había muerto de un flechazo en la cara. La flecha no estaba por ninguna parte. Finalmente encontró la cabeza del cuarto en una de las tiendas de la tropa, pero no el cuerpo. Se sintió terriblemente aliviado al saber que ni Anders ni Asland estaban entre las bajas. Aún había esperanza.
A juzgar por el tamaño del campamento Ben supuso que el destacamento estaría compuesto por cuatro o cinco pelotones, unos veinte o veinticinco soldados. La desaparición no tenía sentido: no había animales, las tiendas desmontadas, sin signos de lucha a parte de la muerte de los cuatro, supuso, centinelas. No había huellas o estas habían sido borradas por las intensas lluvias de los últimos días.
- Nada tiene sentido...- dijo en voz alta.- Para capturarlos ha tenido que venir todo un ejército. No me creo que se hayan rendido sin más.- carraspeó.- Ese viejo canalla... Lo mataré con mis propias manos- bajó el tono de voz. Aún sentía cierta molestia.
El constructor de barcos, estaba colaborando con los vampiros, ¿por qué? Sango no entendía qué beneficio puede haber en trabajar con alguien que te puede sacar hasta la última gota de sangre, ¿por qué ayudarles? Quizás, se dijo, estuviera bajo la influencia de esa misteriosa fuerza, pero estando tan lejos aquello no se sostenía por ningún lado. La carta hablaba de experimentos con pociones, elixires y demás artículos de alquimia pero, ¿para qué? Las últimas palabras de Heyherdal contestaban aquella pregunta y la revelación golpeó a Sango con violencia:
¿Estaban los vampiros tras una cura?
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Re: La leyenda del Rocagrís [Libre] [Preparativo] [Cerrado]
Pudo verse en el rostro de la elfa una pequeña mueca de sorpresa cuando los verdes ojos del humano se clavaron en ella y a su formal presentación sucedió una reverencia, incluso pudo intuirse una ligera curvatura en sus labios. Falta de costumbre ante las formas caballerescas. Observó al joven de cabellos rojizos con mayor detalle cuando éste desvió su mirada, el instante en que inclinó la cabeza. A primera vista no distinguía nada en él que pudiera indicar afiliación o simpatía alguna por la Guardia o cualquier otro grupo organizado, tampoco su vestimenta parecía asemejarse a ninguna oficial, al menos que ella conociera. Un hombre solitario envuelto en circunstancias cuestionables, ¿un mercenario? Quizá, por qué no.
—Mi nombre es Aylizz.— indicó, con la misma cortesía que había mantenido hasta el momento —Y esa compensación que esperáis poder realizar, bueno, no os preocupéis. Aun es pronto para determinar si algo de vos puede interesarme.— añadió, mientras se situaba junto a él y llevaba su mirada hacia el mar, del mismo modo que él lo había hecho.
Desde allí las aguas parecían tan calmadas y apacibles, aunque de propia experiencia sabía que eran tan engañosas. Tanto como la idea de que aquel joven fuera un simple viajero. Cruzando sus brazos sobre el abdomen, sintiendo una sensación turbarse en la boca del estómago, ladeó la cabeza para observar al humano reacondicionarse. Hacha y espada, armas de quienes estilan la fuerza bruta y la elegancia en la lucha, también herramientas útiles en travesía. Aunque, sin duda, lo que llamó la atención de la elfa de una forma especial fue el escudo. Podía sentirlo, de una forma muy refinada podía percibirse el éter en él.[1] Volvió a fijar su mirada en Ben cuando comenzó a datar sobre asuntos de la Guardia que quedaban del todo lejos de su comprensión. ¿A caso era él un soldado? La elfa apretó un poco más sus brazos contra sí.
Esto no tiene nada que ver conmigo. Lo ayudé porque Thorin me lo pidió, ya está, he cumplido. Los asuntos de los humanos son eso, sus asuntos. ¿La Guardia en el Oeste? Qué hacen los hombres tan lejos de sus tierras... Y tan cerca de las nuestras... ¿Una década?... ¡No! No importa.
«Sígueme»
De acuerdo, sí importa.
Sin saber determinar con certeza si aquello era una invitación o una orden, la elfa silenció sus pensamientos y caminó tras los pasos del joven. Dejando a un lado las sospechas sobre su ocupación, debía admitir que su actitud, hasta el momento, no había sido en absoluto descortés, incluso podría tacharlo de poco astuto al ver la confianza con la que compartía toda aquella información. ¿Desesperación? ¿Soledad? Entrecerró los ojos a espaldas del humano, aun desconfiaba, pero si él estaba dispuesto a hablar ella estaba dispuesta a escuchar. El saber es poder y... Después de todo... Nada la obligaba a permanecer allí.
«...vampiros...»
Frenó en seco. Sintió contraerse todos los músculos de su cuerpo y podía jurar que su corazón se saltó un pulso y su respiración se cortó un segundo. Tragó saliva cuando los ojos del joven la apuntaron y después atendió en silencio. Todo lo que Ben narraba, reafirmaba la convicción de la elfa sobre la poca o ninguna incumbencia que aquello suponía para ella. Ni si quiera parecía importarle a sus propios congéneres. Sin embargo... Si aquello que parecía el inicio de una de tantas historias de fogata que se cuentan a los infantes para que no salgan de noche resultaba ser cierto... Sintió sus fantasmas revolverse en sus adentros. Tomó aire y negó con la cabeza, para sí, acallándolos.
Sin prestar atención a otra cosa que no fueran sus palabras, cruzaba el bosque sin fijar siquiera la mirada en sus pisadas. Cuando llegaron al campamento, no supo reaccionar de otra manera que observar el escabroso destrozo que debía llevar semanas sin haber sido descubierto.
—Has dicho...— comenzó a razonar la elfa, con un hilo de temblor en la voz, mientras reordenaba toda la información que en cuestión de minutos había hecho tambalear su serenidad, abandonando, y sin preocuparse por hacerlo, los formalismos —...que Heyherdal habló de vivir como humanos... Como si se tratase de vivir como algo que no se es...— paseó su mirada, de forma superficial, por los tres cadáveres que, a pesar de las heridas y su propio estado, se mantenían completos antes de asomarse por encima del hombro del joven para mirar dentro de la tienda. —Quién puede cometer una bestialidad así... Separar una cabeza de un cuerpo como si se tratase de una ramita...— torció el gesto —O qué...— murmuró, volviéndose hacia los restos del campamento —¿Y por qué las botas? ¿Tan buena calidad tiene la Guardia?— se cuestionó en voz alta.
Se permitió entonces caminar, con cierto reparo, alrededor de los cuerpos sin vida y en descomposición. Tampoco ella le encontraba sentido a aquello, pero en extensión, nada lo tenía.
—¿Vas a volver para hablar algo más con tu amigo?— quiso saber, alzando la voz hacia el humano, a varios metros de él —¿Y qué ruta pretendían seguir tus amigos? Llegar al oeste desde aquí... Bueno... Prácticamente supone cruzar el continente.— añadió, poniendo ahora la atención al lugar al que había llegado guiada, advirtiendo varios senderos por los que poder escabullirse.
[1] [habilidad racial] Don mágico: puedo sentir el uso del éter detectando a usuarios de la magia u objetos mágicos que pueda ver, sin distinguir detalles. He visto que el escudo lleva un encantamiento, así que ¿podría considerarse mágico? Me cuadra...
Aylizz Wendell
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Re: La leyenda del Rocagrís [Libre] [Preparativo] [Cerrado]
Aún sorprendido, Ben se giró para mirar a Aylizz. Hablaba con él, a pesar de que solo podía pensar en vampiros, en cosas que debería haber aprendido de su tiempo junto a la Maestra Cazadora. Suspiró.
- No. No es amigo mio- respondió tranquilamente.- Mis amigos deberían estar aquí y no están. Los han atacado, aquí tienes la prueba- señaló con la cabeza uno de los cadáveres.- Y no sé dónde están.
Sacudió la cabeza y serenó su espíritu. Todo lo que había temido días atrás parecía estar cumpliéndose. Aquello podía ser bueno ya que significaba que sus tesis eran acertadas y por tanto, podría, llegado el momento, anticiparse a los acontecimientos si los Dioses le eran propicios. Eso o es que muy por detrás y obtenía las respuestas demasiado tarde. Ben frunció el ceño.
- En principio deberían haberse llevado a Heyherdal a Lunargenta, al menos hasta Vulwulfar. Luego...- alzó la mirada hacia Aylizz.- Supongo que hacia Sacrestic- hizo una pausa.- El campamento sigue aquí y eso significa que o bien salieron en desbandada hacia sus agresores o bien los han hecho prisioneros. Y si me preguntas, me inclino hacia la segunda opción, un grupo de la Guardia no se arriesga a salir de una posición conocida y en la que están bien asentados.-
Ben caminó hacia una de las fogatas, semanas atrás extinguidas. Clavó su mirada en las muy diversas variedades de grises y negros que permanecían en aquel lugar.
- Hasta la más pequeña de las criaturas se revolverá y atacará cuando está arrinconada, se convierten, entonces, en criaturas impredecibles, peligrosas- se volvió hacia Aylizz.- Imaginemos que hablo de vampiros- sonrió cansado.- Son eternos. Viven para siempre, pero, ¿es eso lo que quieren?-
Hurgó en las brasas con la punta de la bota, esparciéndolas de un lado a otro, esperando encontrar algo en ellas.
- No, no es suficiente. Algo en su ser les lleva a cometer atrocidades que a ningún otro ser, en su sano juicio, llevaría a cabo. No. La falsa sensación de poder que les da la eternidad, se convierte en su principal enemigo- Ben fijó la mirada en un pájaro que se había posado en uno de los tensores de una tienda.- Cuando han vivido lo suficiente como para ser conscientes de su verdadera naturaleza empiezan una lucha interna consigo mismos. Su alma, tiempo atrás reprimida, lucha por recuperar terreno pero la maldición pesa más. Porque es eso, Aylizz, una maldición. No son otra raza más, aunque les hayamos concedido ese estatus, no. Es una maldición- se giró para mirar a la elfa.
- ¿Qué haces cuando eres consciente de que tu vida no tiene un propósito salvo la mera existencia? Buscar uno. Resulta que lo más fácil en la vida es destruir: solamente con dar un paso, uno es capaz de aplastar decenas de hormigas, aplastar brotes recién salidos de la tierra y quién sabe qué más. Los vampiros hacen lo mismo. Cogen lo que creen que les pertenece y lo usan de cualquier forma hasta que lo convierten en algo informe, sin vida. Luego lo desechan. Les da igual que sea humano, elfo o un lagarto con dos piernas- hizo una breve pausa para aclararse la voz.- Construir es algo más complejo, requiere un plan, un fin, un propósito. Su propósito es artificial, es autoimpuesto, por eso solo buscan la destrucción y con más razón ahora, que están en horas bajas.-
Ben se detuvo y su cabeza voló a Asland. La mujer de pelo negro con la que había compartido grandes momentos de su vida. No pudo evitar dibujar una sonrisa en su cara.
- Quedan pocos y como todo ser vivo que se ve acorralado harán cualquier cosa para defenderse. Si las palabras de Heyherdal son ciertas, y no veo por qué no, estos vampiros pueden que estén preparando algún tipo de remedio para su maldición- giró los hombros varias veces para no quedarse frio.- A cualquier precio- añadió.
Alzó la vista una vez más para fijar su mirada en el oeste. Se sentía extraño. No estaba seguro de que lo que había contado tuviera algún sentido pero necesitaba liberar su cabeza. Dio un paso atrás y observó el campamento durante unos instantes. Tenía claro cual iba a ser su siguiente paso. Pero antes necesitaba conocer qué era exactamente lo que él había ingerido. Qué era aquel brebaje de Midgard.
- ¿Qué me puedes contar acerca del bosque de Midgard? Nunca he estado al oeste del Tymer- se giró hacia Aylizz.- ¿Crees que es posible que exista una cura para el vampirismo? No... eso está en manos de los Dioses... No, una cura no pero algo que les ayude a igualarse a nosotros- Ben apartó la mirada de la elfa pero volvió enseguida a ella- Este veneno, lo que había en el frasco... Viste el cristal, negro como el carbón... No sé si ves por dónde voy- hizo una pausa.
- Tengo quemaduras en la garganta y ahora, al tragar saliva, no siento nada... Pueden haber sido los vapores que me diste, no lo pongo en duda, pero, ¿y si fuera lo que había en el frasco?- Alzó los hombros.- Al fin y al cabo el elixir del que hablaba podía ser ese frasco.-
Según lo dijo el rostro de Sango cambió. Un elixir capaz de insensibilizar una persona tenía implicaciones muy serias sobre todo si aquel conocimiento caía en manos equivocadas. Pero, ¿por qué estaba guardado en un almacén de un astillero? Es más, ¿Cómo es posible que solo al inhalarlo Ben casi muriera asfixiado? ¿Qué efectos tenía el líquido? Por alguna extraña razón la boca se le había secado.
- Creo que deberíamos volver. Necesito saber qué es exactamente lo que había en ese frasco.-
No quería precipitarse en sus conclusiones, pero el margen de tiempo que creía tener podía no ser válido. Si le insensibilizaba la garganta, podría hacer lo mismo con la piel y por tanto, podría haber vampiros a la luz del día. Un escalofrío le recorrió el cuerpo.
Debían ponerse en marcha, empezaba a tener frio.
Así es, el escudo, la armadura y la espada, así como el colgante de escarcha y otros objetos que tengo guardados Grito magia por todas partes, jaja. Perdona la tardanza
- No. No es amigo mio- respondió tranquilamente.- Mis amigos deberían estar aquí y no están. Los han atacado, aquí tienes la prueba- señaló con la cabeza uno de los cadáveres.- Y no sé dónde están.
Sacudió la cabeza y serenó su espíritu. Todo lo que había temido días atrás parecía estar cumpliéndose. Aquello podía ser bueno ya que significaba que sus tesis eran acertadas y por tanto, podría, llegado el momento, anticiparse a los acontecimientos si los Dioses le eran propicios. Eso o es que muy por detrás y obtenía las respuestas demasiado tarde. Ben frunció el ceño.
- En principio deberían haberse llevado a Heyherdal a Lunargenta, al menos hasta Vulwulfar. Luego...- alzó la mirada hacia Aylizz.- Supongo que hacia Sacrestic- hizo una pausa.- El campamento sigue aquí y eso significa que o bien salieron en desbandada hacia sus agresores o bien los han hecho prisioneros. Y si me preguntas, me inclino hacia la segunda opción, un grupo de la Guardia no se arriesga a salir de una posición conocida y en la que están bien asentados.-
Ben caminó hacia una de las fogatas, semanas atrás extinguidas. Clavó su mirada en las muy diversas variedades de grises y negros que permanecían en aquel lugar.
- Hasta la más pequeña de las criaturas se revolverá y atacará cuando está arrinconada, se convierten, entonces, en criaturas impredecibles, peligrosas- se volvió hacia Aylizz.- Imaginemos que hablo de vampiros- sonrió cansado.- Son eternos. Viven para siempre, pero, ¿es eso lo que quieren?-
Hurgó en las brasas con la punta de la bota, esparciéndolas de un lado a otro, esperando encontrar algo en ellas.
- No, no es suficiente. Algo en su ser les lleva a cometer atrocidades que a ningún otro ser, en su sano juicio, llevaría a cabo. No. La falsa sensación de poder que les da la eternidad, se convierte en su principal enemigo- Ben fijó la mirada en un pájaro que se había posado en uno de los tensores de una tienda.- Cuando han vivido lo suficiente como para ser conscientes de su verdadera naturaleza empiezan una lucha interna consigo mismos. Su alma, tiempo atrás reprimida, lucha por recuperar terreno pero la maldición pesa más. Porque es eso, Aylizz, una maldición. No son otra raza más, aunque les hayamos concedido ese estatus, no. Es una maldición- se giró para mirar a la elfa.
- ¿Qué haces cuando eres consciente de que tu vida no tiene un propósito salvo la mera existencia? Buscar uno. Resulta que lo más fácil en la vida es destruir: solamente con dar un paso, uno es capaz de aplastar decenas de hormigas, aplastar brotes recién salidos de la tierra y quién sabe qué más. Los vampiros hacen lo mismo. Cogen lo que creen que les pertenece y lo usan de cualquier forma hasta que lo convierten en algo informe, sin vida. Luego lo desechan. Les da igual que sea humano, elfo o un lagarto con dos piernas- hizo una breve pausa para aclararse la voz.- Construir es algo más complejo, requiere un plan, un fin, un propósito. Su propósito es artificial, es autoimpuesto, por eso solo buscan la destrucción y con más razón ahora, que están en horas bajas.-
Ben se detuvo y su cabeza voló a Asland. La mujer de pelo negro con la que había compartido grandes momentos de su vida. No pudo evitar dibujar una sonrisa en su cara.
- Quedan pocos y como todo ser vivo que se ve acorralado harán cualquier cosa para defenderse. Si las palabras de Heyherdal son ciertas, y no veo por qué no, estos vampiros pueden que estén preparando algún tipo de remedio para su maldición- giró los hombros varias veces para no quedarse frio.- A cualquier precio- añadió.
Alzó la vista una vez más para fijar su mirada en el oeste. Se sentía extraño. No estaba seguro de que lo que había contado tuviera algún sentido pero necesitaba liberar su cabeza. Dio un paso atrás y observó el campamento durante unos instantes. Tenía claro cual iba a ser su siguiente paso. Pero antes necesitaba conocer qué era exactamente lo que él había ingerido. Qué era aquel brebaje de Midgard.
- ¿Qué me puedes contar acerca del bosque de Midgard? Nunca he estado al oeste del Tymer- se giró hacia Aylizz.- ¿Crees que es posible que exista una cura para el vampirismo? No... eso está en manos de los Dioses... No, una cura no pero algo que les ayude a igualarse a nosotros- Ben apartó la mirada de la elfa pero volvió enseguida a ella- Este veneno, lo que había en el frasco... Viste el cristal, negro como el carbón... No sé si ves por dónde voy- hizo una pausa.
- Tengo quemaduras en la garganta y ahora, al tragar saliva, no siento nada... Pueden haber sido los vapores que me diste, no lo pongo en duda, pero, ¿y si fuera lo que había en el frasco?- Alzó los hombros.- Al fin y al cabo el elixir del que hablaba podía ser ese frasco.-
Según lo dijo el rostro de Sango cambió. Un elixir capaz de insensibilizar una persona tenía implicaciones muy serias sobre todo si aquel conocimiento caía en manos equivocadas. Pero, ¿por qué estaba guardado en un almacén de un astillero? Es más, ¿Cómo es posible que solo al inhalarlo Ben casi muriera asfixiado? ¿Qué efectos tenía el líquido? Por alguna extraña razón la boca se le había secado.
- Creo que deberíamos volver. Necesito saber qué es exactamente lo que había en ese frasco.-
No quería precipitarse en sus conclusiones, pero el margen de tiempo que creía tener podía no ser válido. Si le insensibilizaba la garganta, podría hacer lo mismo con la piel y por tanto, podría haber vampiros a la luz del día. Un escalofrío le recorrió el cuerpo.
Debían ponerse en marcha, empezaba a tener frio.
Así es, el escudo, la armadura y la espada, así como el colgante de escarcha y otros objetos que tengo guardados Grito magia por todas partes, jaja. Perdona la tardanza
Sango
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Re: La leyenda del Rocagrís [Libre] [Preparativo] [Cerrado]
Reconociendo para sí que, quizá, su actitud había sido considerablemente mezquina ante una escena como aquella, rebajó su carácter. Obviando su ocupación, hacia la que no podía evitar sentir recelo, la actitud del humano dejaba claro que la relación que le unía a aquellos hombres a los que seguía la pista iba mucho más allá de los vínculos profesionales.
Dedicándole una mirada compasiva, atendió a las hipótesis del joven al tiempo que trataba de dar forma a las posibilidades que se planteaban a partir de toda aquella información. Sin embargo, sus explicaciones no daban paso a otra cosa que no fuera más preguntas. Aceptando que el hombre del sótano no se trataba de un simple constructor, sin entrar en divagaciones acerca de si la condición de hombre resultaba ser acertada, y considerando que nada les había impedido a ellos dos encontrarlo, cabía preguntarse cómo no habían podido hacerlo hombres de La Guardia, organizados, entrenados, preparados. Bueno, supuso ella que no lo habían hecho, ya que entonces no tendría sentido montar un campamento sin haberlo tomado prisionero primero.
—¿Crees que llegaron a verse con Heyherdal? Puede que lo apresaran y escapara durante la emboscada. O lo liberaran…— caviló, ahuecándose la melena hacia atrás y echando un nuevo vistazo a su alrededor, como queriendo decidir por dónde empezar a buscar mejores respuestas.
Siguió con la mirada los pasos del joven, que caminaba lento alrededor de los leños hechos carbón y ceniza. Parecía tener la sangre de hielo y que eso le hacía mantener la cabeza fría. En su lugar, hacía rato que habría puesto los pies de vuelta a la vivienda, encolerizada, exigiendo explicaciones. La aparente calma que mostraba con sus gestos y palabras contrastaba con la inquietud que generaba en ella todo lo que envolviese a los seres de la noche. Se removió en su fuero interno. Si bien a Sango no le faltaba razón, darles la condición de raza parecía volverlos menos aterradores. Era más fácil aceptar la existencia de criaturas cuya naturaleza les ha hecho predadores nocturnos, como a otros tantos animales, que afrontar que antes de serlo tuvieron otra vida y que nadie queda exento de sufrir su mismo destino si no vigila bien su espalda en las sombras.
El acertado análisis que llevó a cabo el humano sobre el comportamiento de los malditos y la motivación del caos que los rodeaba, de la reflexión de la destrucción, hizo que quedase muda. Pocas personas lograban ese efecto en ella, que las palabras resultaran tan intensas que opacasen sus propios pensamientos y la necesidad de replicar, cuestionar y provocar. Esa sensación de querer seguir escuchando como al que narra fantásticas leyendas al resguardo de una hoguera. Sin embargo, una vez hubo terminado de atender a sus hipótesis, deseó no haber sabido nada de aquello. La oscuridad que envolvía a los vampiros, ya fuera por raza o por maldición, había propiciado que fueran pocos los que optasen por aventurarse en sus territorios; el paso del tiempo en la tranquilidad de sus dominios habría hecho fácil que se hicieran fuertes, que se adaptasen al medio; y el temor que las historias, reales o ficticias, infundían sobre ellos los habría posicionado en superioridad frente a los humanos. Lo sabía, lo había visto. Allá en el oeste, en los pueblos extendidos por tierra de nadie, donde los límites territoriales que en aquella parte del continente parecían desdibujarse, había conocido a quienes trataban de vivir en armonía con los moradores de los castillos y los acuerdos a los que debían llegar para mantenerla.
Determinando que, a simple vista, pocos detalles más iban a descubrir, caminó hacia las tiendas y entre ellas antes de decidir entrar en una, evitando la que ya había sido inspeccionada y guardaba el cadáver. Si la intuición de Ben era fiable y habían sido apresados, no habrían tenido tiempo de hacer el equipaje, con suerte podría encontrar indicios de algo más.
—He conocido pueblos donde padres ofrecen a sus hijos como tributos, sacrificios para evitar ser masacrados…— expuso con voz sombría, desde el interior de una de ellas, mientras buscaba algo que pudiera servir —Lo peor es que enfrentarlos es mucho más sencillo que todo eso, pero la ignorancia es una fiel aliada del miedo y de ello se aprovechan… Aunque tú pareces estar bien informado.— añadió, con un suspiro.
Rebuscó entre las mantas del suelo, que habían quedado revueltas y amontonadas, denotando una repentina partida, dando con una libreta de bolsillo con cubiertas de piel desgastada. Ojeando los pequeños pliegos de papel pastoso, determinó que tantas anotaciones allí plasmadas carecían de sentido para ella. Bien podría tratarse de códigos o palabras en clave de la misión que llevaban a cabo o simplemente el diario de un hombre que en la penumbra y al resguardo de su tienda, sintiera la intimidad suficiente para plasmar sus propios desahogos. La tomó en una mano y tras comprobar que nada más llamativo parecía encontrarse allí, asomó de nuevo al exterior.
—¿De Midgar?— repitió con un ligero gesto de extrañeza.
Habiendo parecido que el interés inicial que el joven mostró en la posada por aquella tierra había quedado relevado por los acontecimientos posteriores, por un momento había olvidado que su encuentro se había debido a la sustancia originada en aquel bosque. Era curioso pensar que si esa mañana hubiese despertado tan temprano como acostumbraba cuando viajaba, abandonando el cobijo poco después del alba, aquel humano bien podría haber muerto asfixiado. Terminó de salir de la tienda, acortando las distancias con Ben, que ahora ponía toda su atención sobre ella.
—Midgard fue, es y será territorio de los elfos.— afirmó sin preocuparse por esconder el orgullo tras aquellas palabras —Las tierras de los vampiros comienzan mucho más allá, aunque haya quien cuestione tal realidad al encontrarse al otro lado del río y ser un bosque abandonado.— aclaró. No podía hablarse de Midgar sin establecer las bases adecuadas. —Bueno, abandonado… Eso piensa la mayoría, pero la verdad es que el corazón del Bosque de Fuego alberga vida que sería imposible de mantener en ninguna otra parte.
Situándose junto a Sango, dejó que su mirada se perdiera en el horizonte, en dirección a la línea tras la que el sol se escondería al acabar otra jornada. La misma en la que, después de semanas de viaje, daría con sus tierras. Luego el río. Y más allá, la niebla y las pesadillas. Sopesó el planteamiento del humano siendo consciente de que el Bosque de Fuego albergaba especies todavía desconocidas y otras tantas que se habían visto obligadas a evolucionar, no obstante, las condiciones del propio bosque no hacían fácil su estudio, menos aún su recolección.
—Antes de ser lo que es ahora, no había otro bosque en el continente que acogiese a tantas variedades de plantas medicinales. Eran buenos tiempos para la alquimia, supongo, aunque quedaron olvidados mucho antes de que yo naciera.— había imaginado tantas veces cómo habría sido aquel entorno en sus buenos tiempos, antes de que el fuego lo arrasara y su pueblo abandonase aquellas tierras —Se sabe tan poco de cómo es la vida en él ahora… Que incluso eso podría ser posible.— miró entonces al humano —Supongo que sabrás, como es de extendido, que bajo el manto del bosque continúan vivas las brasas del fuego violáceo. Pues bien, he podido comprobar que tal fenómeno ha modificado las propiedades de la vida original, entre otras, su resistencia a las altas temperaturas, así que…— sin terminar la frase, hizo una pausa, cayendo en la cuenta de un hecho llamativo —Pero… ellos...— desvío la mirada hacia los restos de la hoguera un momento —Temen al fuego. No se adentrarian en un terreno así…— y de nuevo, volvió la vista hacia Ben —La alianza podría ser cierta, los humanos… podrían explorar el bosque en su lugar…
Chasqueó la lengua. Aquello comenzaba a interesarle tanto como a no gustarle. No, en realidad le gustaba mucho menos de lo que le interesaba y eso, irónicamente, hacía que el asunto requiriese una mayor atención. Advirtió el cambio en el rostro del humano cuando comenzó a razonar sobre el accidente que casi le llevó a la asfixia esa mañana.
—No, el vapor sólo era para abrir los pulmones.— explicó —De paso, habrá suavizado el quemazón pero la sensibilidad debería estar intacta.
Asintió, coincidiendo con las intenciones de Ben. Sería mejor obtener la información directamente del dueño en cuya cabaña había dado con la desconocida sustancia a perder el tiempo en quizás. Sango inició el camino de vuelta y ella lo siguió, de igual modo que lo había hecho en la ida.
Cuando llegaron a la cabaña, la elfa se dirigió al interior, ahora con mayor seguridad, dando por descontado que el constructor todavía se encontraría bajo la trampilla. Abrió las contraventanas de la estancia principal, facilitando que los rayos de sol que alcanzaban la vivienda se filtrasen dentro. Después, rebuscó en los alrededores de la chimenea hasta dar con un par de leños que servirían para caldear mínimamente el cuarto. Se preguntaba hacía cuanto aquella casa había dejado de ser un hogar. Caminó hasta uno de los taburetes de la cocina, cubiertos de polvo y tras sacudirlo lo acercó a la lumbre para terminar de avivarla con mayor comodidad.
—Os dejaré intimidad.— expuso al joven, indicando las escaleras al subterráneo con la mirada —Por cierto— miró a Ben, mientras sacaba de uno de los bolsillos interiores de su túnica la libreta que antes había encontrado —Esto estaba en una de las tiendas… Le echaré un vistazo, entre tanto… — insinuó, esperando su aprobación.
Comprendería que, después de todo, no quisiera que una elfa cualquiera conociese más detalles sobre los asuntos de La Guardia.
Aylizz Wendell
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Re: La leyenda del Rocagrís [Libre] [Preparativo] [Cerrado]
Se encontraba allí plantado dándole vueltas a la cabeza a la observación que había hecho Aylizz sobre el fuego, los vampiros y sus posible alianza con humanos. Sí, todo tenía sentido, pero, ¿por qué? Esa era la clave. ¿Por qué habían decidido formar una alianza? ¿Era por la lejanía con la capital? ¿Había algún interés mutuo desconocido? No... No tenía sentido seguir especulando pero Sango seguía insistiendo. Aylizz, por su parte, se había dedicado a no perder el tiempo y había encendido un fuego.
- Hmm... Claro, sí ves algo interesante avísame- dijo tras enseñarle el cuaderno. Al fin y la cabo él no sabía leer.
Se acercó a la puerta y respiró profundamente un par de veces. Acto seguido, empuñó el hacha y con ella alcanzó el gancho y tiró de él. Un chasquido y la falsa pared cedió un par de pulgadas. Apartó la puerta con al pie y dio un paso al frente. Abajo escuchó ruido y rápidamente se puso en alerta interponiendo el escudo a tiempo de salvarle del impacto de un virote que empujó a Sango contra la pared.
Ben se obligó a ponerse en posición de combate pero su atacante ya se le había echado encima antes de que pudiera reaccionar. Le lanzó una puñalada a la cara que Sango esquivó dando un paso lateral y contraatacó con una patada que golpeó el contramuslo de su adversario. Un destello a su derecha y vio que había un segundo atacante, este con una ballesta en su poder. Ben interpuso el escudo de nuevo pero el disparo esta vez le acertó en la pierna pero el virote no llegó a penetrar en la armadura. Ben gritó de rabia y dio un paso atrás escondiéndose en la entrada de la casa.
- ¡Aylizz!-
Quiso decirle que se largara pero el del puñal no le dio tiempo ya que se abalanzó hacia la puerta provocando que Sango se interpusiera en su camino para tratar de darle tiempo a la elfa. Ben empujó al atacante que opuso muy poca resistencia y cayó al suelo. Sango levantó el hacha para rematarlo pero se fijó en el ballestero y en el último momento saltó hacia atrás esquivando el virote.
El breve respiro le permitió evaluar el dolor que sentía en la pierna: pese a que el virote había caído, había conseguido perforar la malla y llegar a penetrar en la carne. Los maldijo a ambos y decidió pasar a una táctica más agresiva.
Antes de que pudieran atacarle otra vez, Sango embistió al del puñal y siguió cargando hasta empujar al de la ballesta que cayó escaleras abajo. Por su parte, el del puñal consiguió zafarse y colocarse a la espalda de Sango. Le lanzó una rápida estocada que, por fortuna, soportó la armadura. Ben se dio la vuelta y le golpeó con el escudo en un costado haciendo que su agresor reculara y saliera de la pequeña habitación. Sango fue tras él.
Una vez en el exterior, el del puñal ahora tenía dos, uno en cada mano. Ben no lo pensó y lanzó un golpe descendente que el otro esquivó eficazmente y le lanzó una estocada que Sango desvió con el escudo pero la segunda se le hundió en el costado. De primeras no fue consciente y fue capaz de acertar un golpe lateral que impactó en el hombro del atacante que no esperaba aquella reacción después de haber conseguido apuñalar al pelirrojo.
Ambos dieron un paso atrás y evaluaron sus opciones. El segundo atacante, el de la ballesta, salió de la casa empuñando una espada corta. Sango parecía tener las de perder con una herida muy fea y en desventaja contra dos guerreros habilidosos, pese a ello sonrió y empezó a reírse. Escupió en dirección al ballestero y se plantó en el lugar en el que estaba.
- Por Odín, más os vale matarme en el siguiente golpe, si no...-
Esquivó uno de los puñales que le habían tirado y a continuación ambos le atacaron. (1) Ben interpuso el escudo entre el del puñal y él ya que había demostrado ser muy hábil con esos cuchillos y quería obstaculizarle lo máximo posible. Por otra parte, lanzó una estocada con el hacha al ballestero que lo hizo frenarse en seco. Aquello le permitió lanzar un golpe con el escudo a la cara del otro que trastabilló y cayó hacia atrás. Ben giró media vuelta y encaró al de la espada en el momento en el que este le había lanzado una estocada que desvió con el escudo. Rápidamente recuperó su inercia y lanzó un golpe de revés que Sango paró con el mango del hacha. Acto seguido tiró hacia abajo del arma, desarmando al ballestero, ocasión que aprovechó para patearle en la cadera. Ben dio un pequeño salto hacia atrás y el puñal pasó a menos de medio palmo de su cara. Ben, entonces, dejó caer el escudo y agarró la muñeca, la retorció hasta que soltó el cuchillo y tiró de él hacia el suelo.
Ben, entonces, asestó dos golpes rápidos y contundentes que sirvieron para decapitar a aquel hombre. En el segundo golpe, Ben no pudo sacar el hacha y decidió olvidarse de ella. Desenvainó la espada y atacó al otro hombre que ahora se veía superado.
Lanzó una estocada que esquivó con un paso atrás y una inclinación hacia la derecha. Como no contraatacó, Ben lanzó un tajo de izquierda a derecha que paró con la espada corta. Ben fue entonces consciente de que la boca le sabía a metal. Estaba perdiendo sangre. Y fuerza. Paró un golpe del atacante que era consciente de que si aguantaba tendría una oportunidad contra Sango. Ben dio un paso atrás y dejó que aquel hombre, con espada corta, tomara la iniciativa. Tenía la ventaja de contar con un arma más grande y por tanto la posibilidad de amenazarle desde lejos con estocadas. Sin embargo el atacante fintó un paso que corrigió y lanzó una estocada que Ben esquivó en el último momento echando la cabeza hacia atrás.
Como se había alejado, Ben decidió arriesgarse. Agarró la espada del adversario con la mano libre y tiró de ella hacia él. Por suerte para Ben, no la soltó y se vio arrastrado hasta la espada de Sango que atravesó el cuerpo de aquel individuo (2). Ben soltó la espada corta pero mantuvo bien firme la diestra.
- Os lo advertí. ¿Por qué atacar? Heyherdal, ¿qué...?- Sango jadeaba.
Sacó la espada y dejó que el cuerpo sin vida cayera al suelo. Ben se sentó en el banco y cerró los ojos. Las heridas no parecían ser tan graves ahora que podía prestarles algo más de atención. El sabor metálico, incluso, había desaparecido. Sí, había invertido bien en su equipamiento (3), solo necesitaba algo de tiempo y quizá algunos cuidados.
Dedicó unos instantes para estudiar a sus enemigos. Ambos llevaban ropajes de tonos pardos, y nada más que destacara en ellos aparte de haber sido buenos rivales. No se lo habían puesto nada fácil. Ben miró al cielo y agradeció su victoria a los Dioses.
- ¿Aylizz?-
Se puso en pie todavía sin soltar la espada.
------------------
(1) Uso de habilidad: [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]
(2) Encantamiento de espada: [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]
(3) Encantamiento de armadura: [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]
- Hmm... Claro, sí ves algo interesante avísame- dijo tras enseñarle el cuaderno. Al fin y la cabo él no sabía leer.
Se acercó a la puerta y respiró profundamente un par de veces. Acto seguido, empuñó el hacha y con ella alcanzó el gancho y tiró de él. Un chasquido y la falsa pared cedió un par de pulgadas. Apartó la puerta con al pie y dio un paso al frente. Abajo escuchó ruido y rápidamente se puso en alerta interponiendo el escudo a tiempo de salvarle del impacto de un virote que empujó a Sango contra la pared.
Ben se obligó a ponerse en posición de combate pero su atacante ya se le había echado encima antes de que pudiera reaccionar. Le lanzó una puñalada a la cara que Sango esquivó dando un paso lateral y contraatacó con una patada que golpeó el contramuslo de su adversario. Un destello a su derecha y vio que había un segundo atacante, este con una ballesta en su poder. Ben interpuso el escudo de nuevo pero el disparo esta vez le acertó en la pierna pero el virote no llegó a penetrar en la armadura. Ben gritó de rabia y dio un paso atrás escondiéndose en la entrada de la casa.
- ¡Aylizz!-
Quiso decirle que se largara pero el del puñal no le dio tiempo ya que se abalanzó hacia la puerta provocando que Sango se interpusiera en su camino para tratar de darle tiempo a la elfa. Ben empujó al atacante que opuso muy poca resistencia y cayó al suelo. Sango levantó el hacha para rematarlo pero se fijó en el ballestero y en el último momento saltó hacia atrás esquivando el virote.
El breve respiro le permitió evaluar el dolor que sentía en la pierna: pese a que el virote había caído, había conseguido perforar la malla y llegar a penetrar en la carne. Los maldijo a ambos y decidió pasar a una táctica más agresiva.
Antes de que pudieran atacarle otra vez, Sango embistió al del puñal y siguió cargando hasta empujar al de la ballesta que cayó escaleras abajo. Por su parte, el del puñal consiguió zafarse y colocarse a la espalda de Sango. Le lanzó una rápida estocada que, por fortuna, soportó la armadura. Ben se dio la vuelta y le golpeó con el escudo en un costado haciendo que su agresor reculara y saliera de la pequeña habitación. Sango fue tras él.
Una vez en el exterior, el del puñal ahora tenía dos, uno en cada mano. Ben no lo pensó y lanzó un golpe descendente que el otro esquivó eficazmente y le lanzó una estocada que Sango desvió con el escudo pero la segunda se le hundió en el costado. De primeras no fue consciente y fue capaz de acertar un golpe lateral que impactó en el hombro del atacante que no esperaba aquella reacción después de haber conseguido apuñalar al pelirrojo.
Ambos dieron un paso atrás y evaluaron sus opciones. El segundo atacante, el de la ballesta, salió de la casa empuñando una espada corta. Sango parecía tener las de perder con una herida muy fea y en desventaja contra dos guerreros habilidosos, pese a ello sonrió y empezó a reírse. Escupió en dirección al ballestero y se plantó en el lugar en el que estaba.
- Por Odín, más os vale matarme en el siguiente golpe, si no...-
Esquivó uno de los puñales que le habían tirado y a continuación ambos le atacaron. (1) Ben interpuso el escudo entre el del puñal y él ya que había demostrado ser muy hábil con esos cuchillos y quería obstaculizarle lo máximo posible. Por otra parte, lanzó una estocada con el hacha al ballestero que lo hizo frenarse en seco. Aquello le permitió lanzar un golpe con el escudo a la cara del otro que trastabilló y cayó hacia atrás. Ben giró media vuelta y encaró al de la espada en el momento en el que este le había lanzado una estocada que desvió con el escudo. Rápidamente recuperó su inercia y lanzó un golpe de revés que Sango paró con el mango del hacha. Acto seguido tiró hacia abajo del arma, desarmando al ballestero, ocasión que aprovechó para patearle en la cadera. Ben dio un pequeño salto hacia atrás y el puñal pasó a menos de medio palmo de su cara. Ben, entonces, dejó caer el escudo y agarró la muñeca, la retorció hasta que soltó el cuchillo y tiró de él hacia el suelo.
Ben, entonces, asestó dos golpes rápidos y contundentes que sirvieron para decapitar a aquel hombre. En el segundo golpe, Ben no pudo sacar el hacha y decidió olvidarse de ella. Desenvainó la espada y atacó al otro hombre que ahora se veía superado.
Lanzó una estocada que esquivó con un paso atrás y una inclinación hacia la derecha. Como no contraatacó, Ben lanzó un tajo de izquierda a derecha que paró con la espada corta. Ben fue entonces consciente de que la boca le sabía a metal. Estaba perdiendo sangre. Y fuerza. Paró un golpe del atacante que era consciente de que si aguantaba tendría una oportunidad contra Sango. Ben dio un paso atrás y dejó que aquel hombre, con espada corta, tomara la iniciativa. Tenía la ventaja de contar con un arma más grande y por tanto la posibilidad de amenazarle desde lejos con estocadas. Sin embargo el atacante fintó un paso que corrigió y lanzó una estocada que Ben esquivó en el último momento echando la cabeza hacia atrás.
Como se había alejado, Ben decidió arriesgarse. Agarró la espada del adversario con la mano libre y tiró de ella hacia él. Por suerte para Ben, no la soltó y se vio arrastrado hasta la espada de Sango que atravesó el cuerpo de aquel individuo (2). Ben soltó la espada corta pero mantuvo bien firme la diestra.
- Os lo advertí. ¿Por qué atacar? Heyherdal, ¿qué...?- Sango jadeaba.
Sacó la espada y dejó que el cuerpo sin vida cayera al suelo. Ben se sentó en el banco y cerró los ojos. Las heridas no parecían ser tan graves ahora que podía prestarles algo más de atención. El sabor metálico, incluso, había desaparecido. Sí, había invertido bien en su equipamiento (3), solo necesitaba algo de tiempo y quizá algunos cuidados.
Dedicó unos instantes para estudiar a sus enemigos. Ambos llevaban ropajes de tonos pardos, y nada más que destacara en ellos aparte de haber sido buenos rivales. No se lo habían puesto nada fácil. Ben miró al cielo y agradeció su victoria a los Dioses.
- ¿Aylizz?-
Se puso en pie todavía sin soltar la espada.
------------------
(1) Uso de habilidad: [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]
(2) Encantamiento de espada: [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]
(3) Encantamiento de armadura: [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]
Sango
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Re: La leyenda del Rocagrís [Libre] [Preparativo] [Cerrado]
La pequeña libreta había resultado ser un auténtico tesoro, que no obstante, había hecho palidecer el bello rostro de la elfa. Tal vez aquellos vampiros y su extraña trama con los humanos no hubiesen conseguido su mayor propósito, y sin embargo…
Sus ojos se fueron abriendo más y más. Savia de Ullúme Fírima resultaba ya de por sí un ingrediente exótico, y en absoluto resultó el más problemático. ¿Acaso alguien había intentado mezclarla nada menos que con drateía en polvo, la denominada sangre de dragón? La búsqueda había llegado a zonas remotamente recónditas del continente.
Aunque… no era todo.
Un último añadido escrito con evidente eutusiasmo rezaba a grandes trazos “Ëi-Fial”. Por supuesto… el mineral de las fraguas élficas afín al fuego. Trabajando el acero adecuado, todo indicaba el mismo rastro, la misma senda. No habrían conseguido paliar la destructiva luz solar para la raza maldita, y a pesar de ello, sí habían descubierto un camino que podría ayudar a resistir grandes cantidades de fuego en el armamento adecuado.
Ahora la cuestión era ¿qué pretendían hacer?
_______________________
Off: Receta original aprendida: Ignis Fugit: Tras la compra, o adquisición en temas pertinentes, de los ingredientes indicados, su creación, mezclada con el acero adecuado, mengua 1/3 los efectos de un ataque de fuego en la armadura, yelmo o escudo pertinente.
Ger
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Re: La leyenda del Rocagrís [Libre] [Preparativo] [Cerrado]
Vaya si fue interesante.
Tras páginas insulsas sobre misiones pasadas o los días previos a su llegada a la zona, los ojos de la elfa se clavaron en las palabras que relataban la última entrada del diario antes del ataque. El guardia, cuya caligrafía resultó ser de legibilidad costosa en ciertos párrafos, comenzaba su texto reflexionando sobre los últimos informes recibidos desde el oeste, que centraban la atención en una clase de árbol que crecía en varios puntos, a lo largo del extremo más occidental del bosque de Midgard, negro como el carbón, de aspecto muerto aunque demostrablemente vivo. El Traga Soles, nada que no supieran ya. Aun así, continuó con su lectura.
“...la mezclan con un polvo rojo, que al empastarse con la savia deja un mejunje que recuerda a la sangre corriente. Los más entendidos piensan que puede tratarse de Drateía, pero de estar en lo cierto significa que los nocturnos han expandido sus horizontes y por los Dioses antiguos, los nuevos o por el Señor, se me eriza la piel sólo de imaginar hasta dónde han llegado…”
“...teniendo en cuenta que las fuerzas de los orejas largas se encuentran diezmadas ahora, hace un año hubiera sido impensable barajar esa posibilidad. Tiene que ser eso, por muy bajas que sean las horas que atraviesan los elfos, jamás lo serán lo suficiente para que esos bastardos comercien con sus tesoros. ¿Cómo, si no, se han hecho con su apreciado corazón de espadas?...”
La piel de la elfa se volvió hielo en un instante, el guardia insinuaba dos teorías igualmente escabrosas. La primera, una red comercial clandestina a favor de los malditos. La segunda, y para él más plausible, un despliegue transfronterizo de los nocturnos, gota a gota, y aliados que lo hacían posible. Ambas acababan dando vueltas sobre qué trataban de hacer con tres elementos tan dispares. Se tomó un momento para releer las notas y tratar de unir puntos que pudieran tener sentido si se unían. Dejando a un lado el dónde o el cómo, se centró en lo que podía extraer con certeza de aquella información. Empezando por el mineral que sustenta las mejores armas de Sandorai, eran escasos los usos alternativos siendo el principal tan ventajoso, así que optó por partir de una aleación. Ëi-Fial con savia de Ullúme… ¿Y para qué la Sangre de Dragón en polvo? Conocía su uso en alquimia pero, ¿en las fraguas?
Algo hizo click en su cabeza, mas fue opacado por la voz de Ben irrumpiendo desde las escaleras, que precedió a una rápida cascada de golpes y tropiezos, estocadas y esquives, contra la que la elfa no pudo más que hacerse a un lado para no ser alcanzada. Sin deshacerse de la libreta, dejó espacio al humano, a quien observó impactada durante los primeros minutos, sin alcanzar a saber si debía o no tratar de ayudarlo. Tardó poco en comprender que el joven era perfectamente capaz de hacerse con los dos hombres que trataban de embestirlo, la intensidad del éter que se percibía de su equipo cumplió con creces sus función, concediéndole a la muchacha unos minutos más para terminar con su lectura. Más les hubiera valido haberse parado a hacerlo antes.
“...y en eso estamos, aguardando la orden para asaltar la casa. Hace horas que los hombres sin identificar entraron, a ellos sí les abrió la puerta el desgraciado, pero ni un alma ha salido…”
No esperó a que el enfrentamiento terminase para escabullirse hacia el sótano. Ese constructor no era un simple artesano, no podía serlo si suscitaba tanto interés. Se había fijado en su bóveda, repleta de frascos y útiles, nada parecidos a los que había encontrado en la caseta del bosque, aunque igual de inquietantes. En ella había encontrado la savia, ¿quizá Heyherdal guardaba lo demás en su cueva? Una muestra, restos, lo que fuera… Bajó las escaleras, dejando la puerta abierta a su espalda para que la luz del exterior alcanzase a iluminar el subsuelo, lo suficiente para que sus pupilas diferenciasen las figuras del interior, aún en penumbra. Encontró al hombre, si es que lo era, tendido en un rincón. Vivo, aunque casi inconsciente. Sin embargo, algo parecido a una risa jadeante se escapó de entre sus labios cuando la elfa se acercó a él.
—No me interesas tú, ni los que han venido a verte, o a por ti, o a saber los Dioses qué.— expuso serena, hincando una rodilla en el suelo, mostrando el diario cerrado frente a los ojos entrecerrados del constructor —Lo interesante ya lo sé.
Heyherdal frunció el ceño e hizo un esfuerzo por alzar su mano y tomar los escritos, pero ella los apartó de su vista antes de que hubiese logrado levantar el brazo un palmo del suelo y lo guardó en su zurrón. Poniéndose nuevamente en pie, comenzó a pasearse por los estantes a su alrededor.
—No sé… Lo que p-pien…sas… que has descub-bierto… jóven…— trataba de increparla el constructor, que se atragantaba con su propia respiración —P-Pe…ro…— tosió un par de veces —Olvídate… Ahora…— volvió a toser —Ahora que… p-puedes…
Atendió a sus vagas palabras, aunque sin mirarlo, aparentando la mayor de las indiferencias. Sus ojos recorrían los frascos y botes repletos de ingredientes y muestras, cubiertos de polvo. Algunos eran fácilmente identificables, básicos en cualquier cocina incluso. Otros resultaban imposibles de adivinar a ojos de una alquimista novata. Como en el cobertizo de las herramientas, el constructor parecía tener todo concienzudamente ordenado. Una mente no tan enferma, después de todo. Así pues, centró su atención en los vidrios que guardaban polvo rojo o sus variantes.
—Digamos que no lo haré.— respondió por fin a su advertencia, tomando el primero de los varios tarros que cumplían con la descripción de la libreta —Así que hagámoslo fácil, ¿quieres?— se volvió ahora hacia el hombre —¿Dateía?— preguntó sin más, exponiendo el frasco ante él.
Heyherdal no contestó, sólo hizo un intento por volver a soltar su agotada carcajada. La elfa se encogió de hombros con dejadez y soltó sin más el vidrio, que estalló en mil pedazos al chocar contra el suelo. El constructor cambió el semblante, ya no parecía divertirse tanto. Ella, por el contrario…
—Intentémoslo de nuevo.— como antes, se mantuvo serena mientras tomaba un segundo tarro —¿Este?
El constructor mantuvo el silencio y la mirada clavada en la muchacha, incapaz de hacer siquiera el intento por ponerse en pie y enfrentarla. Ella suspiró, ligeramente frustrada, antes de dejar caer nuevamente el frasco, mientras el eco del acero en el piso superior se colaba entre las paredes enrocadas. No quería tener que usar la fuerza con aquel espécimen moribundo.
—Tienes muchos, con alguno acertaré. ¡Ah! Mira, este tiene buen aspecto.— revolviendo varias de las filas de virales expuestos, alcanzó uno de tonalidad escarlata y granulado mucho más fino que los anteriores.
Sin preguntar por él esta vez, se limitó a sostenerlo ignorando al constructor mientras lo examinaba a la escasa luz, girando el tarro sobre sí mismo con detenimiento. Sintió al hombre revolverse en su rincón y entonces fue ella quien sonrió, triunfal.
—Me arriesgaré.— concluyó, ahora sí, mirando al hombre mientras guardaba el frasco en uno de los bolsillos interiores de su túnica.[1]
El estruendo del piso de arriba parecía haberse apaciguado o al menos la pelea ya no parecía darse en el interior. Precavida, comenzó a subir las escaleras, con la mano echada a su cinturón preparada para armarse en caso necesario. Se sobresaltó cuando el slienció fue, de nuevo, interrumpido por la voz de Ben.
—Aquí.— respondió terminando por dejarse ver en la estancia principal.
Echó un vistazo alrededor. Si bien la vivienda ya daba pena cuando llegaron, había terminado por ser destrozada. Y como colofón del desastre, dos cuerpos sin vida cuyo reguero de sangre llevaba hasta el porche y hasta el humano.
—¿Quieres terminar el día vivo?— comentó con sorna mientras se acercaba hacia él, sorteando sin interés a los asaltantes, contemplando cómo a pesar de mantenerse en pie con considerable firmeza, dejaba a la vista llamativas heridas. —Puedo ayudar con eso, si quieres.— indicó, señalando las que parecían haber hecho buena diana —Pero tendrás que descubrirte un poco más…— planteó, desviando la mirada un momento.
Si bien la primera vez que lo atendió no se había preocupado ni un mínimo por los límites personales, la situación actual no requería de una urgencia a vida o muerte, por lo que prefirió preguntar. El joven no se negó y la elfa le dio espacio para desquitarse de sus coberturas. Cuando hubo despejado las zonas más lesionadas, puso sus manos sobre las hendiduras más profundas y comenzó las pertinentes plegarias.[2]
—Y a todo esto… La libreta… Ha resultado ser bastante reveladora. No sé qué les pasó a tus…— se corrigió antes de decirlo —...compañeros, o lo que sean… Pero sí responde a muchas de tus preguntas. Creo… Que han dado con una fórmula para… fraguar metal resistente al fuego.— expuso, clavando sus ojos en los de él. —Tengo dos de los tres componentes y el tercero… Me será fácil de conseguir.— Creo —Si… Si han logrado hacer lo que creo, podrían dar forma a qué saben los Dioses… Armamento, protecciones, defensas…— se tomó un momento al percatarse que comenzaba a acelerarse —Oye… Con algo de tiempo y el material adecuado podría… Tratar de replicar lo que parece que están haciendo… Pero si el tiempo corre en tu contra puedes buscar a alguien que sepa de esto más que yo. Claro que…— sonrió de medio lado —...tendríamos que llegar a un buen acuerdo para que yo hiciese el esfuerzo por olvidarme de todo este asunto.
Cuando hubo terminado la sanación, se apartó de Ben para que pudiera recolocarse. Mientras tanto, sacó del zurrón el diario del guardia y lo abrió por las últimas páginas escritas. Arrancó las dos en las que se daban los detalles de la receta y tendió el resto a Sango.
—Esta es mi parte.— planteó, guardándose en otro bolsillo las páginas arrancadas, hechas ahora varios dobladillos —Lo demás es todo tuyo.
[1] Ropas arcanas pobres [túnica, armadura]: posee bolsillos para portar materiales de hechizos. Cuando puedes descansar y rellenar energías (ej: beber) por al menos 30 minutos, recuperas un uso de una habilidad mágica de nivel igual o menor a 2, una vez al día.
[2] Habilidad racial: Imposición de manos [mágica 1 uso]: Puedo imponer mis manos sobre mí o alguien más y realizar una breve plegaria. La Luz sanará la herida más grave del beneficiado y le otorgará un escudo que absorbe daño moderado por una ronda.
Aylizz Wendell
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Re: La leyenda del Rocagrís [Libre] [Preparativo] [Cerrado]
Qué podía hacer o decir cuando aquella persona le había salvado dos veces la vida en el mismo día. Qué podía decir cuando al estar allí quieto recibiendo las atenciones de la elfa, sus compañeros estaban en algún lugar entre Urd y Vulwulfar. Qué podía decir cuando en su cabeza sólo aparecía la imagen de la guerrera recibiendo palizas y maltratos.
- Gracias.
Eso había dicho. Y esperaba que ella fuera capaz de entender que no era por la curación que estaba recibiendo. Esperaba que entendiera que era por haberle salvado la vida un par de veces en la misma mañana. Por haberle seguido y sobre todo por haberle escuchado y permitido que, al escuchar sus pensamientos en voz alta, pudiera, de alguna manera, poner cierto orden en su cabeza. Por su tiempo, paciencia, y fe en que lo que contaba tenía algo sentido.
Con la plegaria de Aylizz terminada, Ben pudo reflexionar unos instantes antes de que Aylizz mencionara el contenido de la libreta. Al parecer su compañeros habían conseguido la fórmula para una sustancia que Sango asoció con la del chamizo de Heyherdal. Ben observó el gesto de Aylizz al quedarse las páginas. Ben rechazó el diario.
- Quédatelo. No sé leer- Sonrió.- El papel es muy valioso como para andar desperdiciándolo. Por suerte no soy un completo inútil y tengo buena memoria.
Miró a Aylizz a los ojos, agradecido por sus cuidados y por toda su ayuda. Hizo una ligera reverencia con la cabeza.
- Esta gente son los que atacaron a mis amigos. Mira esas botas- hizo un gesto a uno de los cadáveres y luego señaló las suyas.- No están lejos. Y si de verdad han ido en dirección Oeste no se atreverán a atravesar Sandorai. Irán por la costa. Un grupo numeroso. Si quieren evitar las patrullas de tu gente o simplemente evitar contacto tendrán que avanzar poco para ser cuidadosos. Aun así son dos semanas...
Su cabeza giró hacia el astillero de Rocagrís y luego hacia el mar. Era la forma que los Dioses le ofrecían para cumplir con la misión que se había impuesto. Asintió mirando al horizonte y luego se volvió hacia Aylizz.
- No olvides lo que ha pasado aquí. Ya lo has visto: hay problemas al oeste del Tymer, en la frontera con tu gente- sin previo aviso sujetó las manos de Aylizz entre las suyas.- No lo olvides. Cuéntalo.-
Soltó sus manos y desvió sus ojos hacia el mar. Una breve ráfaga de aire sopló hacia el este. Sango sonrió.
- Yo iré hacia Vulwulfar. Necesitaré ayuda.
Dejó que las palabras flotaran. Su destino estaba sellado. Navegaría por la costa y remontaría el Tymer hasta Urd. Necesitaría buena gente, lo suficiente como para no dejar atrás, no solo a sus amigos sino a dos destacamentos enteros al servicio de algún tirano maniaco del oeste.
Estaba condenado a caminar por el agua.
- Gracias.
Eso había dicho. Y esperaba que ella fuera capaz de entender que no era por la curación que estaba recibiendo. Esperaba que entendiera que era por haberle salvado la vida un par de veces en la misma mañana. Por haberle seguido y sobre todo por haberle escuchado y permitido que, al escuchar sus pensamientos en voz alta, pudiera, de alguna manera, poner cierto orden en su cabeza. Por su tiempo, paciencia, y fe en que lo que contaba tenía algo sentido.
Con la plegaria de Aylizz terminada, Ben pudo reflexionar unos instantes antes de que Aylizz mencionara el contenido de la libreta. Al parecer su compañeros habían conseguido la fórmula para una sustancia que Sango asoció con la del chamizo de Heyherdal. Ben observó el gesto de Aylizz al quedarse las páginas. Ben rechazó el diario.
- Quédatelo. No sé leer- Sonrió.- El papel es muy valioso como para andar desperdiciándolo. Por suerte no soy un completo inútil y tengo buena memoria.
Miró a Aylizz a los ojos, agradecido por sus cuidados y por toda su ayuda. Hizo una ligera reverencia con la cabeza.
- Esta gente son los que atacaron a mis amigos. Mira esas botas- hizo un gesto a uno de los cadáveres y luego señaló las suyas.- No están lejos. Y si de verdad han ido en dirección Oeste no se atreverán a atravesar Sandorai. Irán por la costa. Un grupo numeroso. Si quieren evitar las patrullas de tu gente o simplemente evitar contacto tendrán que avanzar poco para ser cuidadosos. Aun así son dos semanas...
Su cabeza giró hacia el astillero de Rocagrís y luego hacia el mar. Era la forma que los Dioses le ofrecían para cumplir con la misión que se había impuesto. Asintió mirando al horizonte y luego se volvió hacia Aylizz.
- No olvides lo que ha pasado aquí. Ya lo has visto: hay problemas al oeste del Tymer, en la frontera con tu gente- sin previo aviso sujetó las manos de Aylizz entre las suyas.- No lo olvides. Cuéntalo.-
Soltó sus manos y desvió sus ojos hacia el mar. Una breve ráfaga de aire sopló hacia el este. Sango sonrió.
- Yo iré hacia Vulwulfar. Necesitaré ayuda.
Dejó que las palabras flotaran. Su destino estaba sellado. Navegaría por la costa y remontaría el Tymer hasta Urd. Necesitaría buena gente, lo suficiente como para no dejar atrás, no solo a sus amigos sino a dos destacamentos enteros al servicio de algún tirano maniaco del oeste.
Estaba condenado a caminar por el agua.
Sango
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Re: La leyenda del Rocagrís [Libre] [Preparativo] [Cerrado]
La elfa esbozó una sonrisa velada como respuesta al agradecimiento del joven. Sus heridas no habían resultado ser tan graves como podían parecer, aunque la fatiga podía reflejarse en su rostro y al contacto con su piel había podido sentir el pulso acelerado que tras el combate se esforzaba por volver a la calma, a pesar de los bombeos atropellados que provocaban las heridas abiertas, por las que el flujo corriente y natural se veía interrumpido. Cualquiera en su lugar hubiera preferido retomar el aliento a terminar de gastarlo en palabras.
Arqueó una ceja, con gesto de sorpresa, cuando Ben confesó su incultura. No le sorprendía dar con un soldado que no conociera las letras, mas sí resultaba ser la primera ocasión en la que uno no se mostraba arrogante a pesar de ello, menos exponerlo con tal naturalidad. Incluso cortesía. Dadas las circunstancias, se guardó de nuevo el cuaderno. Si bien había muchos datos que carecían de interés para ella en él, lo relacionado con los nocturnos merecía, cuanto menos, una lectura más detenida y concienzuda.
Tras unos instantes más de silencio, la lengua del humano pareció volver a soltarse. De alguna forma, la escasa información que habían resultado obtener esbozaba líneas con sentido en la mente del muchacho, que sin alcanzar a entender ella por qué, compartió en voz alta sus conclusiones mientras perdía su mirada en el horizonte y el mar. Se limitó a escuchar sus cavilaciones, trazando en silencio su propia síntesis de lo vislumbrado. Al menos así lo hizo, hasta que Sango se volvió hacia ella.
—Como si pudiera...— murmuró, agachando un instante la mirada, cuando la instó a no olvidar.
Levantó de nuevo la mirada al sentir las manos de Ben sosteniendo las suyas. Aquel gesto la pilló del todo por sorpresa. Contemplando los ojos verdes del chico, que ahora se clavaban en los de ella, deseó no haber escuchado nunca lo que tenía que decir. Verbalizando las ideas que ella misma se estaba esforzando por apartar de su mente, justificándose en que sólo eran fruto de sus fantasmas y temores, convenciéndose de que no eran tan fuertes, o tan astutos, o tan organizados como para abandonar sus tierras, el humano hizo polvo sus intentos.
—Todo esto... No me gusta.— negó con la cabeza cuando él la soltó —Lo único que separa a los malditos de la orilla este es un territorio olvidado... Y tras los últimos ataques, el abandono del bosque se gana más terreno...— apretó los puños, como si así pudiera sostener la rabia que le producía la encrucijada en la que su pueblo vivía desde hacía meses —Escucha, Ben.— se acercó a espaldas del joven y puso una mano sobre su hombro —Si logras alcanzar las costas del oeste, el Bosque de Fuego te esperará a las puertas de los reinos occidentales. Podrás rodearlo... Deberías, de hecho. Pero quizá para entonces pueda darte otra alternativa...— hizo una pausa —Espero que mis Dioses y los tuyos nos permitan llegar en tiempo.— concluyó de que Sango se alejara y sus caminos, opuestos, se distanciaran.
Aylizz Wendell
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