Dentro de Eiroás [Privado]
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Dentro de Eiroás [Privado]
Hundió los dedos en la tierra agradeciendo que no le faltase ninguno. Aquella vez había estado más cerca que nunca. El tallo de la lechuga salió con un leve crujido y Iori la alzó hasta tenerla a la altura de sus ojos. Era un hermoso ejemplar de hojas vibrantes. Con un pequeño aliño de aceite y ajo estaría fabulosa para acompañar el guiso que llevaba al fuego desde la primera luz del alba. Secó con un movimiento de su antebrazo el sudor de su frente y se incorporó para observar el jardín.
El viejo Zakath no le había dedicado mucho empeño en cuidar de aquella pequeña parcela en las semanas que Iori estuvo fuera. Se había disgustado al regresar y ver que el antiguo guardia de Lunargenta pasaba bastante de dedicarle mimos al huerto. Ahora lo agradecía. Gracias a esa falta de cuidado, Iori tenía un montón de trabajo que hacer a su regreso a la aldea. Y trabajo significaba tener la cabeza ocupada. Lejos de todo lo vivido. Lejos de ellos. Sus compañeros elfos a los que esperaba con sinceridad no volver a ver.
Especialmente a uno.
Por la mañana trabajaba de sol a sol, poniendo al día el desbarajuste que el anciano había ocasionado con su falta de orden y de limpieza. Por la noche llegaba tan agotada que caía sobre el catre completamente rendida al sueño. Si le dedicaba algún minuto del día a sobrevolar los recuerdos de su aventura en la isla, sabía que estaba escondiendo todo como quien oculta las pruebas de un crimen. Pero aunque aquello no valiese para superarlo, por lo menos no tenía que lidiar con emociones complicadas que no era capaz de tratar.
Encontraría el momento en un futuro, pero en aquellos instantes quería alargar un poco más el idílio que vivía de regreso a su aldea. El pequeño núcleo poblacional nunca le había parecido tan bonito. Tan deseable. Rio entre dientes recordando lo atrapada que se había llegado a sentir allí hacía unos meses atrás. Ahora en ella solo latía la sensación de seguridad y paz que la llenaba allí. El único hogar que había conocido...
Caminó hacia la zona en la que estaban plantadas las zanahorias y rebuscó entre las cabezas que sobresalían una que le llamase especialmente la atención a su ojo experto. Aquella tarde después de comer, se acercaría a la casa del jefe de la aldea a compartir un poco del guiso. Antes de que el sol muriese bajaría al río, y lavaría la colada de aquel día con el nuevo jabón de melocotón que había cocinado hacía dos días.
El viejo Zakath se había alegrado ante la súbita ansia de Iori de fabricar nuevos olores en sus pastillas, y hacía un día que había partido al mercado comarcal para poner a la venta la última remesa preparada por ella. Sonrió al cernir su mano sobre la zanahoria elegida y tiró de ella con un movimiento seguro y firme.
Sí, agradecía contar con cada uno de sus dedos en ella.
El viejo Zakath no le había dedicado mucho empeño en cuidar de aquella pequeña parcela en las semanas que Iori estuvo fuera. Se había disgustado al regresar y ver que el antiguo guardia de Lunargenta pasaba bastante de dedicarle mimos al huerto. Ahora lo agradecía. Gracias a esa falta de cuidado, Iori tenía un montón de trabajo que hacer a su regreso a la aldea. Y trabajo significaba tener la cabeza ocupada. Lejos de todo lo vivido. Lejos de ellos. Sus compañeros elfos a los que esperaba con sinceridad no volver a ver.
Especialmente a uno.
Por la mañana trabajaba de sol a sol, poniendo al día el desbarajuste que el anciano había ocasionado con su falta de orden y de limpieza. Por la noche llegaba tan agotada que caía sobre el catre completamente rendida al sueño. Si le dedicaba algún minuto del día a sobrevolar los recuerdos de su aventura en la isla, sabía que estaba escondiendo todo como quien oculta las pruebas de un crimen. Pero aunque aquello no valiese para superarlo, por lo menos no tenía que lidiar con emociones complicadas que no era capaz de tratar.
Encontraría el momento en un futuro, pero en aquellos instantes quería alargar un poco más el idílio que vivía de regreso a su aldea. El pequeño núcleo poblacional nunca le había parecido tan bonito. Tan deseable. Rio entre dientes recordando lo atrapada que se había llegado a sentir allí hacía unos meses atrás. Ahora en ella solo latía la sensación de seguridad y paz que la llenaba allí. El único hogar que había conocido...
Caminó hacia la zona en la que estaban plantadas las zanahorias y rebuscó entre las cabezas que sobresalían una que le llamase especialmente la atención a su ojo experto. Aquella tarde después de comer, se acercaría a la casa del jefe de la aldea a compartir un poco del guiso. Antes de que el sol muriese bajaría al río, y lavaría la colada de aquel día con el nuevo jabón de melocotón que había cocinado hacía dos días.
El viejo Zakath se había alegrado ante la súbita ansia de Iori de fabricar nuevos olores en sus pastillas, y hacía un día que había partido al mercado comarcal para poner a la venta la última remesa preparada por ella. Sonrió al cernir su mano sobre la zanahoria elegida y tiró de ella con un movimiento seguro y firme.
Sí, agradecía contar con cada uno de sus dedos en ella.
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Iori Li
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Re: Dentro de Eiroás [Privado]
La pequeña casa de piedra se encontraba en la linde de un escueto bosque, alejada del resto de edificaciones que conformaban la aldea. A su alrededor, un claro albergaba lo que parecía una minúscula huerta, en la que la… humana… se afanaba desde hacía algunas horas. “Iori –pensó-, su nombre es Iori”. El duro metal del anillo de los Inglorien se clavó en la palma de su mano, dejando una marca que probablemente tardaría en desaparecer. Cerrando los ojos, intentó recuperar la calma.
Tras la muerte de sus padres había pasado a menudo por episodios de rabia y frustración, que habitualmente desembocaban en una agobiante desesperación. Eithelen le había enseñado a gestionar aquello sentimientos, y para ello lo había obligado a aprenderse todos y cada uno de los clanes élficos, así como el nombre de sus fundadores. La larga lista le ayudaba a enfocar su pensamiento en algo monótono y seguro. Sin embargo, en aquella ocasión, le pareció que llegaba a su fin demasiado pronto.
Si no era capaz de mantener la calma a una decena de metros de ella, no iba a haber forma plausible de que aquello llegase a buen puerto. Se recostó de nuevo contra el tronco del árbol, observándola en la distancia, al tiempo que hacía rodar el anillo entre sus dedos. “Todavía no es el momento”. Se había repetido aquella frase tantas veces que la noche se había convertido en día… y probablemente el día acabaría volviendo a ser noche antes de que diese el paso.
La vio entrar en la minúscula morada, portando los frutos recogidos de la tierra. Sin la capacidad de ver su rostro en detalle, parecía tan anodinia como cualquier otra fémina de su raza. Aunque tampoco diría que ella destacase por algo más que por su capacidad de ser insufrible. La figura que se paseaba ante el porche de la casa poco o nada tenía que ver con la muchacha que había combatido con ellos en la isla y el territorio de los vampiros. Su indumentaria, su actitud… incluso la forma en que se movía eran completamente opuestas a lo que había mostrado en aquellas semanas de peligro. Parecía más calmada, incluso serena.
La vio desaparecer dentro de la casa y salir cargada, hasta en dos ocasiones, rumbo a la cercana aldea. Todavía le sorprendía haber encontrado aquel recóndito lugar, que ni siquiera aparecía reflejado en los mapas de la zona. Aunque Aylizz no se lo había puesto fácil, y solamente había accedido a darle la información tras hacerle prometer que no le haría daño. Sin ella, jamás habría dado con aquel lugar… con aquella minúscula posibilidad de seguir un rastro real, fehaciente, tras meses de seguir caminos que conducían a la nada. Todavía recordaba la visita a Mittenwald, la desolación del lugar, aquella inscripción cuyas palabras habían reverberado durante semanas en su mente, devolviéndole unas pesadillas largamente olvidadas.
La escuchó volver, antes de verla. El sol ya descendía por el horizonte cuando apareció por el sendero que bajaba hasta un arroyo cercano. Venía tarareando.
- Es la única opción –susurró quedamente para si mismo, en un intento de encontrar el empuje que necesitaba para acercarse a ella- El único hilo del que tirar.
Soltando un aire que no recordaba haber contenido, abandonó la protección de la foresta y se dirigió hacia la pequeña casa ante él. Sus pasos, acostumbrados a no interrumpir la quietud del bosque, fueron apenas perceptibles hasta que estuvo a apenas un par de metros de la chica. Deteniendo su avance, extendió el brazo derecho, abriendo la palma, para revelar en anillo que tanta discordia había generado en su último encuentro.
- ¿Todavía quieres saber lo que significa?
Tras la muerte de sus padres había pasado a menudo por episodios de rabia y frustración, que habitualmente desembocaban en una agobiante desesperación. Eithelen le había enseñado a gestionar aquello sentimientos, y para ello lo había obligado a aprenderse todos y cada uno de los clanes élficos, así como el nombre de sus fundadores. La larga lista le ayudaba a enfocar su pensamiento en algo monótono y seguro. Sin embargo, en aquella ocasión, le pareció que llegaba a su fin demasiado pronto.
Si no era capaz de mantener la calma a una decena de metros de ella, no iba a haber forma plausible de que aquello llegase a buen puerto. Se recostó de nuevo contra el tronco del árbol, observándola en la distancia, al tiempo que hacía rodar el anillo entre sus dedos. “Todavía no es el momento”. Se había repetido aquella frase tantas veces que la noche se había convertido en día… y probablemente el día acabaría volviendo a ser noche antes de que diese el paso.
La vio entrar en la minúscula morada, portando los frutos recogidos de la tierra. Sin la capacidad de ver su rostro en detalle, parecía tan anodinia como cualquier otra fémina de su raza. Aunque tampoco diría que ella destacase por algo más que por su capacidad de ser insufrible. La figura que se paseaba ante el porche de la casa poco o nada tenía que ver con la muchacha que había combatido con ellos en la isla y el territorio de los vampiros. Su indumentaria, su actitud… incluso la forma en que se movía eran completamente opuestas a lo que había mostrado en aquellas semanas de peligro. Parecía más calmada, incluso serena.
La vio desaparecer dentro de la casa y salir cargada, hasta en dos ocasiones, rumbo a la cercana aldea. Todavía le sorprendía haber encontrado aquel recóndito lugar, que ni siquiera aparecía reflejado en los mapas de la zona. Aunque Aylizz no se lo había puesto fácil, y solamente había accedido a darle la información tras hacerle prometer que no le haría daño. Sin ella, jamás habría dado con aquel lugar… con aquella minúscula posibilidad de seguir un rastro real, fehaciente, tras meses de seguir caminos que conducían a la nada. Todavía recordaba la visita a Mittenwald, la desolación del lugar, aquella inscripción cuyas palabras habían reverberado durante semanas en su mente, devolviéndole unas pesadillas largamente olvidadas.
La escuchó volver, antes de verla. El sol ya descendía por el horizonte cuando apareció por el sendero que bajaba hasta un arroyo cercano. Venía tarareando.
- Es la única opción –susurró quedamente para si mismo, en un intento de encontrar el empuje que necesitaba para acercarse a ella- El único hilo del que tirar.
Soltando un aire que no recordaba haber contenido, abandonó la protección de la foresta y se dirigió hacia la pequeña casa ante él. Sus pasos, acostumbrados a no interrumpir la quietud del bosque, fueron apenas perceptibles hasta que estuvo a apenas un par de metros de la chica. Deteniendo su avance, extendió el brazo derecho, abriendo la palma, para revelar en anillo que tanta discordia había generado en su último encuentro.
- ¿Todavía quieres saber lo que significa?
Tarek Inglorien
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Re: Dentro de Eiroás [Privado]
El olor a melocotón impregnaba toda la ropa. Había escurrido con fuerza la rígida tela y la tendería esa misma noche para que la humedad permaneciese unas horas más en las fibras. Eso ayudaba a fijar el aroma. Con el sol del día siguiente, la ropa al clareo resplandecería de tan blanca y al atardecer de la jornada podría recogerla.
- ¿No te quedarás a cenar? -
- Zakath hizo un desastre en mi ausencia. Tengo mucho que arreglar en su casa. -
- ¿Sabes Iori? Has cambiado -
- Eso creo...-
Las palabras de Wyna retumbaron cortando su tarareo. Esa misma tarde, en la casa del jefe. Era un lugar típico de encuentro. Donde trabajar la lana, fabricar hilos, tejer en compañía y compartir buenas historias a la luz de un cálido fuego. Su vieja amiga le había dado espacio tras su regreso en los días previos, pero en aquel momento lanzó su afirmación como un dardo de fuego. Claro que había cambiado, las últimas semanas de su vida habían modificado su personalidad como el agua marca con el tiempo las rocas del río.
Volver a Eiroás era para ella una especie de viaje espiritual, un reencuentro con la Iori alegre y relajada a la que tanto había echado de menos. Recordar destellos de su viaje en grupo la ponía en tensión. Las últimas aventuras habían sacado de muchas maneras lo peor que había en ella y sentía que no quería volver a ahogarse en aquella persona desquiciada que había sido.
Avanzó hasta el lateral de la casa comprobando por el camino que el viejo Zakath no había regresado. Calculaba un día más hasta su regreso. Dos a lo sumo... para entonces esperaba tener en condiciones el interior de la casa. Recuperar la finca y el huerto llevaría más tiempo, pero la primavera estaba a la vuelta de la esquina. Apoyó sobre un canasto la colada y con un pequeño lazo que llevaba en la muñeca, se recogió el cabello en un moño improvisado.
Estaba agachada en el suelo, seleccionando las piezas que iba a colgar primero, cuando escuchó el quedo sonido de pisadas. - Te has dado prisa con los jabones - soltó sin pensar imaginándose que el anciano guarda había regresado antes de tiempo. Su expresión se congeló cuando se alzó para encararlo. No fue la afable sonrisa en medio de la encanecida barba blanca lo que reconoció.
Unos ojos verdes en medio de un rostro avieso la miraban con fijeza. Escuchó su pregunta muda de asombro, mientras algo se prendía con fuerza en su pecho. Fue únicamente el caos a la hora de identificar sus sentimientos lo que retardaron su reacción.
Tarek.
Tenía los ojos tan abiertos mientras se convencía de que aquello era real, que la figura del elfo se desenfocó ligeramente. Se llevó la mano a la frente y alzó la vista al cielo, tratando de mantenerse de una pieza. Hubiera jurado que sería más fácil ver en su aldea a un dracónido que al elfo que más odiaba sobre la faz de la tierra. Inclinó la cara para mirarlo de soslayo, sin modificar todavía su postura. Solo para confirmar. Solo para asegurarse. Allí estaba, quieto y con el brazo extendido sobre el cual estaba un anillo.
Ese anillo. Recordaba lo que le había costado renunciar a él. Sintiéndolo como la única pertenencia que podía desvelarle información sobre sus padres. El bello metal había sido una decepción al confirmarle que en su origen estaba, en el mejor de los casos, un regalo élfico a una pareja de humanos, vete-tú-a-saber-por-qué. En el peor, unos simples rateros que se habían aprovechado con seguridad de la muerte del padre guerrero de Tarek.
El significado bonito con el que ella había fantaseado tras el anillo, carecía por completo de algo por lo que tener cariño u orgullo. Lo que antes había sentido como propio y había codiciado, ahora solo representaba para ella la encarnación de la peor versión de si misma. Bajó la mano de su frente y se cuadró para mirar directamente al indeseable elfo. - En absoluto.- Su voz sonó cortante como un látigo. - Me interesa cero lo que tenga que ver en general con tu raza y en concreto contigo - habló entre dientes, fruto de la tensión del encuentro.
Se había quedado rígida y miraba con desconfianza la silueta de Tarek. No parecía portar una actitud belicosa en ese instante, pero muchas habían sido las peleas entre ellos como para ignorar el hecho de que entre ambos la chispa saltaba con un leve soplo de viento. - ¿Cómo me has encontrado? - preguntó a la defensiva con una leve idea del camino que habían seguido sus pasos. Solamente una persona, con los cabellos dorados como el Sol sabía su lugar de procedencia entre los compañeros que habían frecuentado ambos.
El horizonte anaranjado era la mayor fuente de luz que iluminaba en aquel momento el lugar. Las sombras se alzaban con rapidez y la fresca brisa de la noche recorría el exterior de la casa. Las normas de hospitalidad dictaban que Iori debería de ofrecer luz, calor y comida al viajero cansado, pero las tripas se le revolvían solo de pensar que Tarek pusiera un solo pie dentro del hogar. Tenía que sacárselo pronto de encima y dormir esa noche con un ojo abierto.
- ¿No te quedarás a cenar? -
- Zakath hizo un desastre en mi ausencia. Tengo mucho que arreglar en su casa. -
- ¿Sabes Iori? Has cambiado -
- Eso creo...-
Las palabras de Wyna retumbaron cortando su tarareo. Esa misma tarde, en la casa del jefe. Era un lugar típico de encuentro. Donde trabajar la lana, fabricar hilos, tejer en compañía y compartir buenas historias a la luz de un cálido fuego. Su vieja amiga le había dado espacio tras su regreso en los días previos, pero en aquel momento lanzó su afirmación como un dardo de fuego. Claro que había cambiado, las últimas semanas de su vida habían modificado su personalidad como el agua marca con el tiempo las rocas del río.
Volver a Eiroás era para ella una especie de viaje espiritual, un reencuentro con la Iori alegre y relajada a la que tanto había echado de menos. Recordar destellos de su viaje en grupo la ponía en tensión. Las últimas aventuras habían sacado de muchas maneras lo peor que había en ella y sentía que no quería volver a ahogarse en aquella persona desquiciada que había sido.
Avanzó hasta el lateral de la casa comprobando por el camino que el viejo Zakath no había regresado. Calculaba un día más hasta su regreso. Dos a lo sumo... para entonces esperaba tener en condiciones el interior de la casa. Recuperar la finca y el huerto llevaría más tiempo, pero la primavera estaba a la vuelta de la esquina. Apoyó sobre un canasto la colada y con un pequeño lazo que llevaba en la muñeca, se recogió el cabello en un moño improvisado.
Estaba agachada en el suelo, seleccionando las piezas que iba a colgar primero, cuando escuchó el quedo sonido de pisadas. - Te has dado prisa con los jabones - soltó sin pensar imaginándose que el anciano guarda había regresado antes de tiempo. Su expresión se congeló cuando se alzó para encararlo. No fue la afable sonrisa en medio de la encanecida barba blanca lo que reconoció.
Unos ojos verdes en medio de un rostro avieso la miraban con fijeza. Escuchó su pregunta muda de asombro, mientras algo se prendía con fuerza en su pecho. Fue únicamente el caos a la hora de identificar sus sentimientos lo que retardaron su reacción.
Tarek.
Tenía los ojos tan abiertos mientras se convencía de que aquello era real, que la figura del elfo se desenfocó ligeramente. Se llevó la mano a la frente y alzó la vista al cielo, tratando de mantenerse de una pieza. Hubiera jurado que sería más fácil ver en su aldea a un dracónido que al elfo que más odiaba sobre la faz de la tierra. Inclinó la cara para mirarlo de soslayo, sin modificar todavía su postura. Solo para confirmar. Solo para asegurarse. Allí estaba, quieto y con el brazo extendido sobre el cual estaba un anillo.
Ese anillo. Recordaba lo que le había costado renunciar a él. Sintiéndolo como la única pertenencia que podía desvelarle información sobre sus padres. El bello metal había sido una decepción al confirmarle que en su origen estaba, en el mejor de los casos, un regalo élfico a una pareja de humanos, vete-tú-a-saber-por-qué. En el peor, unos simples rateros que se habían aprovechado con seguridad de la muerte del padre guerrero de Tarek.
El significado bonito con el que ella había fantaseado tras el anillo, carecía por completo de algo por lo que tener cariño u orgullo. Lo que antes había sentido como propio y había codiciado, ahora solo representaba para ella la encarnación de la peor versión de si misma. Bajó la mano de su frente y se cuadró para mirar directamente al indeseable elfo. - En absoluto.- Su voz sonó cortante como un látigo. - Me interesa cero lo que tenga que ver en general con tu raza y en concreto contigo - habló entre dientes, fruto de la tensión del encuentro.
Se había quedado rígida y miraba con desconfianza la silueta de Tarek. No parecía portar una actitud belicosa en ese instante, pero muchas habían sido las peleas entre ellos como para ignorar el hecho de que entre ambos la chispa saltaba con un leve soplo de viento. - ¿Cómo me has encontrado? - preguntó a la defensiva con una leve idea del camino que habían seguido sus pasos. Solamente una persona, con los cabellos dorados como el Sol sabía su lugar de procedencia entre los compañeros que habían frecuentado ambos.
El horizonte anaranjado era la mayor fuente de luz que iluminaba en aquel momento el lugar. Las sombras se alzaban con rapidez y la fresca brisa de la noche recorría el exterior de la casa. Las normas de hospitalidad dictaban que Iori debería de ofrecer luz, calor y comida al viajero cansado, pero las tripas se le revolvían solo de pensar que Tarek pusiera un solo pie dentro del hogar. Tenía que sacárselo pronto de encima y dormir esa noche con un ojo abierto.
Iori Li
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Re: Dentro de Eiroás [Privado]
Sabía que el recibimiento no sería cálido, ni siquiera amistoso. No esperaba lo contrario. Al fin y al cabo, él no le habría mostrado ni un atisbo de amabilidad de haberse encontrado en su lugar. Sin embargo, saberlo de antemano no hizo que la cruda rabia que se instaló en el fondo de su estómago fue más llevadera. Sin poder evitarlo, entrecerró los ojos, al tiempo que bajaba el brazo apretando la mano.
Solamente el mordisco del metal contra su piel le hizo recuperar la razón. Cerrando los ojos, intentó respirar con calma, al tiempo que retomaba la cantinela sobre los clanes élficos en su turbada mente. Segundos más tarde, con la expresión recompuesta, volvió a observar a la chica ante él.
Su expresión de sorpresa había mudado en otra de desconfianza mal disimulada, adoptando una forzada posición en la que apenas le dirigía la mirada. Si era sincero, no podía culparla. Su último encuentro había sido cualquier cosa menos amistoso. Sabía que aquello no sería fácil. La maldita humana era terca como una mula y su rencor, como había demostrado al interactuar con Nousis, parecía no tener fin.
- Bien –fue su seca y condescendiente respuesta, al tiempo que con deliberada parsimonia se colocaba el anillo de vuelta en el dedo- Tras tu exabrupto en Urd y el numerito del fuego había llegado a otra conclusión.
La miró impasible, al menos aparentemente, pues en su mente no dejaban de sucederse escenas en las que la obligaba a ayudarle, entremezcladas con absurdas ideas de cómo conseguir su colaboración de forma voluntaria. Podría alegar a su lado más violento, como había sucedido en Mittenwald, hacerla perder los estribos y provocar una pelea. Aunque sus posibilidades de vencer estaban al 50%, como había podido comprobar su última aventura… y Nousis no estaba allí para detenerlos. Alegar a su lado más amable… lo corroía por dentro. Saber que podía acabar debiéndole algo… debía haber otra opción. Una relacionada con lo que ella deseaba, una que no lo comprometiese a él con nada.
- Sabes perfectamente cómo te he encontrado. No insultes a mi inteligencia y yo insultaré a la tuya –sabía que debía ser más cordial, incluso más amistoso para intentar alcanzar una respuesta afirmativa de ella. Pero sabía también que no caería en esa trampa- ¿Qué es lo que quieres saber? Quizás no te interese ya el anillo, pero te aferrabas a él por una razón. ¿Quién te dice que tus respuestas no se encuentran en el mismo lugar que las mías?
Dejó en el aire la mención a Mittenwald. Ambos habían acabado allí buscando algo, en el mismo sitio. Le importaba poco si ella descubría o no algo, pero si con ello podía convencerla de seguirlo, bien podía hacer el intento.
- No tienes que contestar ahora. Piénsatelo.
Aunque la sola idea de lo que iba a hacer lo corroía por dentro, se quitó nuevamente el anillo del dedo y lo dejó sobre la pila de ropa que ella había portado tan solo unos minutos antes. Odiaba tener que desprenderse de él, no soportaba pensar que volvería a tenerlo ella. Pero la había visto mirarlo disimuladamente en más de una ocasión cuando creía que él no estaba distraído. Además, si decidía no ayudarlo, nada le impediría darse el placer de matarla para recuperarlo.
Con una leve reverencia dio dos pasos atrás, tras lo cual se giró para dirigirse de nuevo a su puesto en el límite del bosque. Lejos de ella… y de la tentación de estrangularla.
Solamente el mordisco del metal contra su piel le hizo recuperar la razón. Cerrando los ojos, intentó respirar con calma, al tiempo que retomaba la cantinela sobre los clanes élficos en su turbada mente. Segundos más tarde, con la expresión recompuesta, volvió a observar a la chica ante él.
Su expresión de sorpresa había mudado en otra de desconfianza mal disimulada, adoptando una forzada posición en la que apenas le dirigía la mirada. Si era sincero, no podía culparla. Su último encuentro había sido cualquier cosa menos amistoso. Sabía que aquello no sería fácil. La maldita humana era terca como una mula y su rencor, como había demostrado al interactuar con Nousis, parecía no tener fin.
- Bien –fue su seca y condescendiente respuesta, al tiempo que con deliberada parsimonia se colocaba el anillo de vuelta en el dedo- Tras tu exabrupto en Urd y el numerito del fuego había llegado a otra conclusión.
La miró impasible, al menos aparentemente, pues en su mente no dejaban de sucederse escenas en las que la obligaba a ayudarle, entremezcladas con absurdas ideas de cómo conseguir su colaboración de forma voluntaria. Podría alegar a su lado más violento, como había sucedido en Mittenwald, hacerla perder los estribos y provocar una pelea. Aunque sus posibilidades de vencer estaban al 50%, como había podido comprobar su última aventura… y Nousis no estaba allí para detenerlos. Alegar a su lado más amable… lo corroía por dentro. Saber que podía acabar debiéndole algo… debía haber otra opción. Una relacionada con lo que ella deseaba, una que no lo comprometiese a él con nada.
- Sabes perfectamente cómo te he encontrado. No insultes a mi inteligencia y yo insultaré a la tuya –sabía que debía ser más cordial, incluso más amistoso para intentar alcanzar una respuesta afirmativa de ella. Pero sabía también que no caería en esa trampa- ¿Qué es lo que quieres saber? Quizás no te interese ya el anillo, pero te aferrabas a él por una razón. ¿Quién te dice que tus respuestas no se encuentran en el mismo lugar que las mías?
Dejó en el aire la mención a Mittenwald. Ambos habían acabado allí buscando algo, en el mismo sitio. Le importaba poco si ella descubría o no algo, pero si con ello podía convencerla de seguirlo, bien podía hacer el intento.
- No tienes que contestar ahora. Piénsatelo.
Aunque la sola idea de lo que iba a hacer lo corroía por dentro, se quitó nuevamente el anillo del dedo y lo dejó sobre la pila de ropa que ella había portado tan solo unos minutos antes. Odiaba tener que desprenderse de él, no soportaba pensar que volvería a tenerlo ella. Pero la había visto mirarlo disimuladamente en más de una ocasión cuando creía que él no estaba distraído. Además, si decidía no ayudarlo, nada le impediría darse el placer de matarla para recuperarlo.
Con una leve reverencia dio dos pasos atrás, tras lo cual se giró para dirigirse de nuevo a su puesto en el límite del bosque. Lejos de ella… y de la tentación de estrangularla.
Tarek Inglorien
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Re: Dentro de Eiroás [Privado]
Fuego. Sí, aquello había sido una lástima. De haber apuntado con algo más de calma podía haberle prendido el pelo. Seguro que Salva-Elfos-Nousis abría corrido a apagarlo con presteza, pero como resultado Tarek habría perdido buena parte de su belleza y quizá una buena cicatriz de recuerdo. Así nunca se olvidaría de ella, aunque quisiera.
Pensó en responderle con alguna bordería de las que le cruzaban por la cabeza, pero resolvió no concederle el punto de hacerla perder los estribos. Enarcó una ceja con gesto retador y le mantuvo la mirada mientras él parecía sopesar en su propia cabeza cosas que ella no llegaba a alcanzar. Leyó en el ambiente por su actitud y se sintió inclinada a desechar la posibilidad de que volvieran a enzarzarse en alguna pelea física. Por el momento.
Claro que había sido Ayl. Sus desagradables palabras lo confirmaban. La cuestión ahora era el por qué. ¿Para compartir con ella la información por la que se habían peleado? ¿Para satisfacer las ansias de saber que habían causado la perdición de su relación con Nousis? Miró más allá sin evitar que el significado de las palabras de Tarek penetrasen en ella. No solo era el anillo... estaba la extraña inscripción del muro en Mittenwald. El hecho de que ella había estado en la misma aldea y que él hubiese aparecido, siguiendo ambos rastros distintos que se juntaban en el mismo punto. Asomarse a esa información que tenía cerrada bajo llaves hacía que su decisión se tambalease.
Claro que no tenía que contestar. No estaba en condiciones de hacerlo. Él nunca se había dirigido a ella con esa actitud, y aunque hiriente, había una sombra conciliadora subyacente en aquel encuentro. Se había tomado la molestia de ir en su busca por algo, y era evidente que estaba controlando todo el odio que sentía por ella. Que sentían ambos en realidad. La humana vaciló.
Dio un paso hacia atrás para mantener la distancia con él cuando el elfo dejó el anillo sobre la ropa húmeda que estaba a punto de tender. La mirada azul lo siguió en cada movimiento, sin poder esconder ahora lo confusa que estaba. No quería aquel anillo allí, sintió ganas de lanzarlo antes de que su presencia quemase más de lo que ya lo hacía. Pero el elfo fue más rápido y ella, demasiado indecisa. Observó como su estilizada figura le daba la espalda perdiéndose en el linde del bosque que se extendía frente a la casa.
- Mierda...- resopló.
Había tendido la ropa prácticamente entre sombras, ya que los últimos resquicios de atardecer habían pasado con ella sentada frente a la ropa. Observando el anillo sin ser capaz de tocarlo. El frío entumeció sus articulaciones y la muchacha decidió que era momento de terminar con aquello. Lo recogió y dejó que se deslizara en el interior del bolsillo derecho de su falda, y tirando de tacto colgó la colada que ya estaba rígida del tiempo que llevaba en el cesto. Suspiró mientras se resignaba a las arrugas que tendría la tela mañana.
Entró al interior de la casa y atizó el pequeño fuego del hogar. Colocó el caldero con el guiso de la mañana sobre el fuego y se aseguró de cerrar bien todas las ventanas y contras para tratar de mantener más cálida la casa esa noche. El invierno aun era crudo y una parte de su mente divagó sobre la presencia de Tarek, guarecido en alguna rama de los árboles próximos. ¿Cuánto tiempo llevaría buscándola? Eiroás no era un lugar fácil de encontrar para las personas de fuera de la comarca. Removió con una gran cuchara de palo la comida con mimo, alegrándose de poder llenar el estómago con algo tan caliente esa noche.
Era una de las cosas que más había echado de menos en sus viajes. El poder disponer de comida cocinada que le templase el cuerpo y el alma. El olor era delicioso, y sonrió mientras se alzaba para cortar pan. Unos instantes más de calor y estaría en la temperatura perfecta. Aunque el elfo no. Se detuvo y golpeó con ambos puños la mesa, incómoda consigo misma. ¿Iba a sentir ahora lástima por el estúpido Tarek? Estaba allí fuera porque así lo había querido. No tenía nada que ver con ella.
Caminó molesta a un lado y a otro de la habitación y sintió el tintineo del anillo dentro de la tela de su ropa. El elfo pretendía algo, y aunque Iori no estaba dispuesta a colaborar con él en nada, quizá podría permitirse ser algo amable con él esa noche. Observó la superficie dorada de la joya a la luz de las llamas y titubeó. Lo dejó con rapidez sobre el extremo de la mesa, como si súbitamente la hubiese quemado y soltó el lazo que le recogía el cabello con rabia. - Iori estúpida. Te sigues metiendo tú sola en la boca del lobo - siseó antes de agarrar un chal. Aquella tela en la que la habían encontrado envuelta de pequeña, y que ella misma había retocado para convertirlo en una pieza de abrigo a la que le tenía mucho cariño.
Abrió con fuerza la puerta de casa y salió hasta la cerca con paso vivo y enfadado. - ¡Tarek! - sonó una sola vez, firme y decidida su voz, haciendo un leve eco en la zona. Sabía que la había escuchado. Ahora solo faltaba saber cómo de obediente era el elfo. Se giró de nuevo y entró en la casa, dejando esta vez la puerta abierta. Se dirigió a la gran olla y la apartó del fuego mientras tomaba dos cuencos de madera. Sirvió de forma abundante y los colocó en lados opuestos de la mesa, en la distancia más amplia posible que permitía aquel mueble. La superficie humeaba y Iori se apoyó contra la pared clavando la vista en el humo, mientras esperaba escucharlo llegar.
Pensó en responderle con alguna bordería de las que le cruzaban por la cabeza, pero resolvió no concederle el punto de hacerla perder los estribos. Enarcó una ceja con gesto retador y le mantuvo la mirada mientras él parecía sopesar en su propia cabeza cosas que ella no llegaba a alcanzar. Leyó en el ambiente por su actitud y se sintió inclinada a desechar la posibilidad de que volvieran a enzarzarse en alguna pelea física. Por el momento.
Claro que había sido Ayl. Sus desagradables palabras lo confirmaban. La cuestión ahora era el por qué. ¿Para compartir con ella la información por la que se habían peleado? ¿Para satisfacer las ansias de saber que habían causado la perdición de su relación con Nousis? Miró más allá sin evitar que el significado de las palabras de Tarek penetrasen en ella. No solo era el anillo... estaba la extraña inscripción del muro en Mittenwald. El hecho de que ella había estado en la misma aldea y que él hubiese aparecido, siguiendo ambos rastros distintos que se juntaban en el mismo punto. Asomarse a esa información que tenía cerrada bajo llaves hacía que su decisión se tambalease.
Claro que no tenía que contestar. No estaba en condiciones de hacerlo. Él nunca se había dirigido a ella con esa actitud, y aunque hiriente, había una sombra conciliadora subyacente en aquel encuentro. Se había tomado la molestia de ir en su busca por algo, y era evidente que estaba controlando todo el odio que sentía por ella. Que sentían ambos en realidad. La humana vaciló.
Dio un paso hacia atrás para mantener la distancia con él cuando el elfo dejó el anillo sobre la ropa húmeda que estaba a punto de tender. La mirada azul lo siguió en cada movimiento, sin poder esconder ahora lo confusa que estaba. No quería aquel anillo allí, sintió ganas de lanzarlo antes de que su presencia quemase más de lo que ya lo hacía. Pero el elfo fue más rápido y ella, demasiado indecisa. Observó como su estilizada figura le daba la espalda perdiéndose en el linde del bosque que se extendía frente a la casa.
- Mierda...- resopló.
[...]
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Había tendido la ropa prácticamente entre sombras, ya que los últimos resquicios de atardecer habían pasado con ella sentada frente a la ropa. Observando el anillo sin ser capaz de tocarlo. El frío entumeció sus articulaciones y la muchacha decidió que era momento de terminar con aquello. Lo recogió y dejó que se deslizara en el interior del bolsillo derecho de su falda, y tirando de tacto colgó la colada que ya estaba rígida del tiempo que llevaba en el cesto. Suspiró mientras se resignaba a las arrugas que tendría la tela mañana.
Entró al interior de la casa y atizó el pequeño fuego del hogar. Colocó el caldero con el guiso de la mañana sobre el fuego y se aseguró de cerrar bien todas las ventanas y contras para tratar de mantener más cálida la casa esa noche. El invierno aun era crudo y una parte de su mente divagó sobre la presencia de Tarek, guarecido en alguna rama de los árboles próximos. ¿Cuánto tiempo llevaría buscándola? Eiroás no era un lugar fácil de encontrar para las personas de fuera de la comarca. Removió con una gran cuchara de palo la comida con mimo, alegrándose de poder llenar el estómago con algo tan caliente esa noche.
Era una de las cosas que más había echado de menos en sus viajes. El poder disponer de comida cocinada que le templase el cuerpo y el alma. El olor era delicioso, y sonrió mientras se alzaba para cortar pan. Unos instantes más de calor y estaría en la temperatura perfecta. Aunque el elfo no. Se detuvo y golpeó con ambos puños la mesa, incómoda consigo misma. ¿Iba a sentir ahora lástima por el estúpido Tarek? Estaba allí fuera porque así lo había querido. No tenía nada que ver con ella.
Caminó molesta a un lado y a otro de la habitación y sintió el tintineo del anillo dentro de la tela de su ropa. El elfo pretendía algo, y aunque Iori no estaba dispuesta a colaborar con él en nada, quizá podría permitirse ser algo amable con él esa noche. Observó la superficie dorada de la joya a la luz de las llamas y titubeó. Lo dejó con rapidez sobre el extremo de la mesa, como si súbitamente la hubiese quemado y soltó el lazo que le recogía el cabello con rabia. - Iori estúpida. Te sigues metiendo tú sola en la boca del lobo - siseó antes de agarrar un chal. Aquella tela en la que la habían encontrado envuelta de pequeña, y que ella misma había retocado para convertirlo en una pieza de abrigo a la que le tenía mucho cariño.
Abrió con fuerza la puerta de casa y salió hasta la cerca con paso vivo y enfadado. - ¡Tarek! - sonó una sola vez, firme y decidida su voz, haciendo un leve eco en la zona. Sabía que la había escuchado. Ahora solo faltaba saber cómo de obediente era el elfo. Se giró de nuevo y entró en la casa, dejando esta vez la puerta abierta. Se dirigió a la gran olla y la apartó del fuego mientras tomaba dos cuencos de madera. Sirvió de forma abundante y los colocó en lados opuestos de la mesa, en la distancia más amplia posible que permitía aquel mueble. La superficie humeaba y Iori se apoyó contra la pared clavando la vista en el humo, mientras esperaba escucharlo llegar.
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Iori Li
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Re: Dentro de Eiroás [Privado]
Tarek siempre había pensado que la mente era algo difícil de entender. Había visto en innumerables ocasiones a guerreros buscar extremidades largamente perdidas o afirmar sentir dolor en partes del su cuerpo que ya no conservaban. Era comprensible. Carecer de una pierna o un brazo que te han acompañado toda tu vida, cuya presencia no percibes hasta que los has perdido, podía confundir a la mente, hacerle creer que todavía seguían allí. Sin embargo, aquel anillo solo llevaba con él unas semanas. Jamás lo había portado antes de la muerte de Eithelen, pues había adornado el dedo anular de su padre adoptivo; y tras su fallecimiento, había desaparecido con él. Sin embargo, en ese momento, no podía sino echar en falta el tranquilizador peso sobre su falange.
Con nerviosismo, rascó el punto exacto en el que se habría encontrado de llevarlo puesto. Dejarlo había sido una de las cosas más difíciles a las que había tenido que enfrentarse desde su regreso de la isla. Era como volver a perder lo poco que le quedaba de su padre, devolverlo al miserable sitio del que lo había recuperado. Pero había sido necesario. No tenía muchas cartas con las que enfrentarse a aquella situación. Entregar el anillo probablemente había sido la más desesperada, pero a cambio esperaba que también la más eficaz.
Intentó pensar en otra cosa, pero su mente volvía una y otra vez a aquel momento, igual que al instante en que le había sido revelada aquella pista. Ni siquiera el gélido frío de la noche invernal era capaz de romper el hilo de sus pensamientos. La noche sería larga… tanto por el frío como por su traicionera mente. Dejó reposar su cabeza contra el tronco del árbol sobre el que había decidido apostarse. Desde allí, podía atisbar el humo que emanaba de la pequeña vivienda en la que la humana se había refugiado tras su marcha. Apenas había pisado su interior, había cerrado la casa a cal y canto, quizás para mantener visitas inesperadas fuera.
Rio secamente ante aquel pensamiento. Al menos había aprendido algo de aquellas semanas en el infierno, aunque solo fuese a fiarse un poco menos de los demás... o quizás no.
- ¡Tarek!
Su nombre reverberó en la quietud de la noche, en un único y quedo alarido. Sin creerse todavía lo que acababa de escuchar, se incorporó para ver una oscura figura dirigirse hacia el halo de luz que salía por el umbral de la casa. “Pues sí que se ha decidido rápido” pensó para sí el elfo. Aunque el tono de voz de la humana no había dejado traslucir si aquella llamada había sido en son de paz o con ganas de pelearse. En cualquier caso, acudiría.
Con destreza, saltó de la rama y cayó amortiguadamente al suelo. La puerta de la casa, un par de decena de metros más adelante, permanecía entornada, en una muda invitación a entrar. Con paso calmado se dirigió hasta allí, recordándose una vez más que había sido él el que había acudido a ella para que lo acompañase. Sus pisadas, al llegar al camino que daba acceso a la casa, se hicieron más audibles y el calor del interior de la estructura fue perceptible por el resquicio de la puerta abierta.
Extendió la mano para empujarla, pero se detuvo a medio camino. ¿Sería una trampa? ¿Estaría esperándolo dentro, agazapada, para atacarlo en cuanto entrase? Sacudió la cabeza para disipar aquel pensamiento y empujo levemente la puerta, traspasando umbral de la misma, pero sin entrar en la casa. Ella se encontraba en la pared del fondo, expectante y aparentemente furiosa. Fijó su mirada en la de la chica, iniciando una batalla silenciosa que ninguno de los dos parecía dispuesto a perder.
- ¿Ya tienes una respuesta? –preguntó.
Mientras, de algún punto indeterminado de la casa surgía un agradable olor a comida y a calor. No pudo evitar el escalofrío que recorrió su columna, al percatarse del contraste térmico entre la estancia y el exterior.
Con nerviosismo, rascó el punto exacto en el que se habría encontrado de llevarlo puesto. Dejarlo había sido una de las cosas más difíciles a las que había tenido que enfrentarse desde su regreso de la isla. Era como volver a perder lo poco que le quedaba de su padre, devolverlo al miserable sitio del que lo había recuperado. Pero había sido necesario. No tenía muchas cartas con las que enfrentarse a aquella situación. Entregar el anillo probablemente había sido la más desesperada, pero a cambio esperaba que también la más eficaz.
Intentó pensar en otra cosa, pero su mente volvía una y otra vez a aquel momento, igual que al instante en que le había sido revelada aquella pista. Ni siquiera el gélido frío de la noche invernal era capaz de romper el hilo de sus pensamientos. La noche sería larga… tanto por el frío como por su traicionera mente. Dejó reposar su cabeza contra el tronco del árbol sobre el que había decidido apostarse. Desde allí, podía atisbar el humo que emanaba de la pequeña vivienda en la que la humana se había refugiado tras su marcha. Apenas había pisado su interior, había cerrado la casa a cal y canto, quizás para mantener visitas inesperadas fuera.
Rio secamente ante aquel pensamiento. Al menos había aprendido algo de aquellas semanas en el infierno, aunque solo fuese a fiarse un poco menos de los demás... o quizás no.
- ¡Tarek!
Su nombre reverberó en la quietud de la noche, en un único y quedo alarido. Sin creerse todavía lo que acababa de escuchar, se incorporó para ver una oscura figura dirigirse hacia el halo de luz que salía por el umbral de la casa. “Pues sí que se ha decidido rápido” pensó para sí el elfo. Aunque el tono de voz de la humana no había dejado traslucir si aquella llamada había sido en son de paz o con ganas de pelearse. En cualquier caso, acudiría.
Con destreza, saltó de la rama y cayó amortiguadamente al suelo. La puerta de la casa, un par de decena de metros más adelante, permanecía entornada, en una muda invitación a entrar. Con paso calmado se dirigió hasta allí, recordándose una vez más que había sido él el que había acudido a ella para que lo acompañase. Sus pisadas, al llegar al camino que daba acceso a la casa, se hicieron más audibles y el calor del interior de la estructura fue perceptible por el resquicio de la puerta abierta.
Extendió la mano para empujarla, pero se detuvo a medio camino. ¿Sería una trampa? ¿Estaría esperándolo dentro, agazapada, para atacarlo en cuanto entrase? Sacudió la cabeza para disipar aquel pensamiento y empujo levemente la puerta, traspasando umbral de la misma, pero sin entrar en la casa. Ella se encontraba en la pared del fondo, expectante y aparentemente furiosa. Fijó su mirada en la de la chica, iniciando una batalla silenciosa que ninguno de los dos parecía dispuesto a perder.
- ¿Ya tienes una respuesta? –preguntó.
Mientras, de algún punto indeterminado de la casa surgía un agradable olor a comida y a calor. No pudo evitar el escalofrío que recorrió su columna, al percatarse del contraste térmico entre la estancia y el exterior.
Tarek Inglorien
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Re: Dentro de Eiroás [Privado]
Verlo aparecer en el hueco de la puerta la hizo sorprender ligeramente por el tamaño del elfo. Claro que ni el viejo Zakath ni ella eran montañas, pero el elfo al ser tan delgado engañaba a la vista. En distancias cortas y comparándolo con entornos que conocía como la palma de la mano, la humana constató su notable envergadura. Detuvo sus pasos y lanzó la pregunta como un perro que ladra.
- Deberías cerrar la puerta. Es complicado mantener el calor si se escapa de esa manera - señaló antes de girarse para colgar el chal en una percha lateral que había en la pared. - No quiero insultar tu inteligencia elfo, por lo que supongo que comprendes la situación - musitó mientras tomaba posición en el extremo opuesto de la mesa, dejándole a Tarek libre el asiento más cercano a la puerta. El cuenco de madera llenaba con su aroma la estancia, y el anillo de Eithelen brillaba justo a su lado.
Se sentó distendidamente y aferró su propio cuenco dispuesta a comer. Pasadas unas horas, el guiso estaba incluso más sabroso que recién hecho. El sabor se concentraba y la carne se volvía más tierna. Revolvió con la cuchara mientras observaba con ojo apreciativo los puntos de grasa que se habían formado en la superficie. Quizá con un poco más de cebollino la próxima vez... solo para realzar el sabor de la verdura sin enmascarar la carne. Se llevó la cuchara a la boca y masticó con placer, asintiendo imperceptiblemente para si misma ante el sabor de la comida. No había perdido el toque.
Pero no era momento de concentrarse en eso. - Nunca hemos hablado con un mínimo de educación Tarek, pero estoy dispuesta a escucharte esta noche. - comenzó mientras dejaba la cuchara en el cuenco y cerraba las manos sobre el calor de la superficie de madera. - Me pides una respuesta cuando tu propuesta ha sido críptica para mí. - fijó los ojos azules en él a través de la mesa. - Nuestras posturas están claras, por lo que imagino lo difícil que ha tenido que ser para ti hacer el camino hasta llegar a mi casa. Necesito entender qué quieres de mí. - lo miró con fijeza mientras repensaba sus últimas palabras. - Y sin engaños esta vez -
- Deberías cerrar la puerta. Es complicado mantener el calor si se escapa de esa manera - señaló antes de girarse para colgar el chal en una percha lateral que había en la pared. - No quiero insultar tu inteligencia elfo, por lo que supongo que comprendes la situación - musitó mientras tomaba posición en el extremo opuesto de la mesa, dejándole a Tarek libre el asiento más cercano a la puerta. El cuenco de madera llenaba con su aroma la estancia, y el anillo de Eithelen brillaba justo a su lado.
Se sentó distendidamente y aferró su propio cuenco dispuesta a comer. Pasadas unas horas, el guiso estaba incluso más sabroso que recién hecho. El sabor se concentraba y la carne se volvía más tierna. Revolvió con la cuchara mientras observaba con ojo apreciativo los puntos de grasa que se habían formado en la superficie. Quizá con un poco más de cebollino la próxima vez... solo para realzar el sabor de la verdura sin enmascarar la carne. Se llevó la cuchara a la boca y masticó con placer, asintiendo imperceptiblemente para si misma ante el sabor de la comida. No había perdido el toque.
Pero no era momento de concentrarse en eso. - Nunca hemos hablado con un mínimo de educación Tarek, pero estoy dispuesta a escucharte esta noche. - comenzó mientras dejaba la cuchara en el cuenco y cerraba las manos sobre el calor de la superficie de madera. - Me pides una respuesta cuando tu propuesta ha sido críptica para mí. - fijó los ojos azules en él a través de la mesa. - Nuestras posturas están claras, por lo que imagino lo difícil que ha tenido que ser para ti hacer el camino hasta llegar a mi casa. Necesito entender qué quieres de mí. - lo miró con fijeza mientras repensaba sus últimas palabras. - Y sin engaños esta vez -
Iori Li
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Re: Dentro de Eiroás [Privado]
Se observaron, cautelosos, algunos segundos más y Tarek se preguntó de nuevo porqué, de todos los humanos que infestaba la tierra, tenía que ser precisamente aquella la que guardase en su mano la respuesta a sus preguntas. Ella fue la primera en romper el contacto, consciente quizás de que jugaba en terreno conocido y de que él no iba a atacarla… al menos de momento. Sus subsecuentes palabras, lejos de ser ofensivas o proporcionar algún tipo de respuesta a su pregunta, fueron una muda invitación a entrar. El joven elfo no pudo evitar enarcar una ceja ante aquella muestra de “confianza”. Con calma, y sin apartar los ojos de la chica, acabó de traspasar el umbral, cerrando tras de sí la puerta.
En el ínterin, ella se había dirigido hasta la usada mesa de madera que ocupaba el centro de la estancia. Sobre la misma, dos cuencos de madera emitían el vaho propio de la comida recién servida. Al lado de uno de ellos descansaba su anillo.
- No quiero insultar tu inteligencia elfo, por lo que supongo que comprendes la situación.
Aquella afirmación hizo que la chica volviera a ser su centro de atención. La observó con cierta incredulidad, no teniendo muy claro cómo debía interpretar aquella clara mofa a las palabras que él mismo le había dirigido apenas unas horas antes. Finalmente, con un leve bufido y una mal disimulada sonrisa irónica, se dirigió a la silla vacante. Ni en sus más recónditas pesadillas habría imaginado aquella surrealista situación… en la que ambos ocupaban, voluntariamente, el mismo espacio para mantener algo parecido a una conversación. Recostándose en la silla, a fin de aparentar una postura relajada, posó ambas manos a los lados del cuenco, cubriendo con una de ellas la preciada alhaja. Su contacto, lejos de ser reconfortante, lo hizo más consciente de la delicada situación en la que se encontraba.
La escuchó hablar, mientras mantenía una expresión neutra en el rostro, que poco o nada tenía que ver con el torbellino de pensamientos que se acumulaban en su mente. ¿Una charla educada? Si seguía viva era porque la situación lo había requerido, así que una “charla educada” nunca había entrado en sus planes. Había tenido que reunir hasta el último atisbo de fortaleza para tomar el camino que lo había llevado hasta allí. Solo el eco de aquellas malditas palabras y la certeza de que podía descubrir algo habían guiado sus pasos.
- Sin engaños… -repitió quedamente la última sentencia de la chica- A veces la verdad es más terrible que la ignorancia –pensó en las palabras grabadas en aquella aldea consumida por el bosque- ¿Qué te contaron Nousis y Aylizz sobre esto? –preguntó alzando el anillo.
Sabía que ambos le habían dado información, pero tenía la certeza de que ninguno de los dos tenía las respuestas que ella había buscado. De lo contrario, no habría actuado de forma tan beligerante durante su estancia en Urd y él no se encontraría en aquel momento allí sentado. Dejó nuevamente el anillo en la mesa, a la vista de la chica.
- Me quedé huérfano cuando apenas sabía lo que esa palabra significaba y el hombre que llevaba ese anillo fue el que me acogió, me alimentó y me crió como a su propio hijo. Hace 25 años partió, no sé a dónde ni porqué, pero jamás volvió… lo único que supe era que había muerto a manos de un grupo de humanos –no sabía por qué le contaba aquello. No pretendía ganarse su consideración, sus dioses lo librasen de tal abominación. Pero desconocía cómo sino podía convencerla de que lo acompañase. No supo qué más decir después de aquello.
La mesa parecía tremendamente interesante en aquel momento. Su pulida superficie demostraba que, a pesar de los años y el continuado uso, se encontraba todavía en buen estado. A pesar de ello, algunos arañazos y rascazos rompían la homogeneidad de la superficie. Al parecer, él no era el único con heridas imposibles de disimular. Se dio un segundo más, tomando aire con calma, antes de continuar.
- Ahora ni siquiera sé si eso es verdad. –murmuró más para si mismo que para la chica, y alzando la vista le indicó- Lo que quiero es que me acompañes, al único lugar en el que me pueden decir qué fue lo que pasó. Te aseguro que, si por mi fuera, serías la última persona del mundo a la que se lo pediría –intentó que las palabras no sonaran tan ácidas como las sentía- Pero en Isla Tortuga… el fantasma de Inglorien aseguró que era la única manera.
En el ínterin, ella se había dirigido hasta la usada mesa de madera que ocupaba el centro de la estancia. Sobre la misma, dos cuencos de madera emitían el vaho propio de la comida recién servida. Al lado de uno de ellos descansaba su anillo.
- No quiero insultar tu inteligencia elfo, por lo que supongo que comprendes la situación.
Aquella afirmación hizo que la chica volviera a ser su centro de atención. La observó con cierta incredulidad, no teniendo muy claro cómo debía interpretar aquella clara mofa a las palabras que él mismo le había dirigido apenas unas horas antes. Finalmente, con un leve bufido y una mal disimulada sonrisa irónica, se dirigió a la silla vacante. Ni en sus más recónditas pesadillas habría imaginado aquella surrealista situación… en la que ambos ocupaban, voluntariamente, el mismo espacio para mantener algo parecido a una conversación. Recostándose en la silla, a fin de aparentar una postura relajada, posó ambas manos a los lados del cuenco, cubriendo con una de ellas la preciada alhaja. Su contacto, lejos de ser reconfortante, lo hizo más consciente de la delicada situación en la que se encontraba.
La escuchó hablar, mientras mantenía una expresión neutra en el rostro, que poco o nada tenía que ver con el torbellino de pensamientos que se acumulaban en su mente. ¿Una charla educada? Si seguía viva era porque la situación lo había requerido, así que una “charla educada” nunca había entrado en sus planes. Había tenido que reunir hasta el último atisbo de fortaleza para tomar el camino que lo había llevado hasta allí. Solo el eco de aquellas malditas palabras y la certeza de que podía descubrir algo habían guiado sus pasos.
- Sin engaños… -repitió quedamente la última sentencia de la chica- A veces la verdad es más terrible que la ignorancia –pensó en las palabras grabadas en aquella aldea consumida por el bosque- ¿Qué te contaron Nousis y Aylizz sobre esto? –preguntó alzando el anillo.
Sabía que ambos le habían dado información, pero tenía la certeza de que ninguno de los dos tenía las respuestas que ella había buscado. De lo contrario, no habría actuado de forma tan beligerante durante su estancia en Urd y él no se encontraría en aquel momento allí sentado. Dejó nuevamente el anillo en la mesa, a la vista de la chica.
- Me quedé huérfano cuando apenas sabía lo que esa palabra significaba y el hombre que llevaba ese anillo fue el que me acogió, me alimentó y me crió como a su propio hijo. Hace 25 años partió, no sé a dónde ni porqué, pero jamás volvió… lo único que supe era que había muerto a manos de un grupo de humanos –no sabía por qué le contaba aquello. No pretendía ganarse su consideración, sus dioses lo librasen de tal abominación. Pero desconocía cómo sino podía convencerla de que lo acompañase. No supo qué más decir después de aquello.
La mesa parecía tremendamente interesante en aquel momento. Su pulida superficie demostraba que, a pesar de los años y el continuado uso, se encontraba todavía en buen estado. A pesar de ello, algunos arañazos y rascazos rompían la homogeneidad de la superficie. Al parecer, él no era el único con heridas imposibles de disimular. Se dio un segundo más, tomando aire con calma, antes de continuar.
- Ahora ni siquiera sé si eso es verdad. –murmuró más para si mismo que para la chica, y alzando la vista le indicó- Lo que quiero es que me acompañes, al único lugar en el que me pueden decir qué fue lo que pasó. Te aseguro que, si por mi fuera, serías la última persona del mundo a la que se lo pediría –intentó que las palabras no sonaran tan ácidas como las sentía- Pero en Isla Tortuga… el fantasma de Inglorien aseguró que era la única manera.
Tarek Inglorien
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Re: Dentro de Eiroás [Privado]
Tarek, recostado ligeramente en la silla, con expresión relajada, era una imagen que le costaría olvidar en mucho tiempo. En la superficie parecía calmado, pero Iori sabía que sus sentimientos por ella eran fuertes. Y no en el buen sentido. Apenas a unos centímetros de profundidad, en su interior, se debatía entre las ganas de largarse de allí y, seguramente, las de partirle la cara a ella con sus propias manos.
Lo primero le parecía una buena idea. Lo segundo no le atraía especialmente, pero si era necesario, la humana se uniría con alegría a la tarea de patearle el culo con ganas.
Tomó la cuchara de madera entre los dedos, pero no interrumpió la conversación del elfo comiendo. Tanto lo que decía, como el espectáculo de verlo hablar con serenidad eran algo a lo que la humana estaba prestando toda su atención. La pregunta fue directa, y la humana respiró más despacio ante la mención del nombre de Nousis. Cerró con decisión aquella puerta evitando que pensamientos indeseados en aquel momento la distrajeran de lo que tenía entre manos.
No le resultó complicado, ante el drama personal que había sido la vida de Tarek. Verdad o mentira, lo que le estaba contando le permitió a la chica colocar en su mente más piezas del puzzle detrás del tipo de persona que era él. Asumió que el padre adoptivo del que hablaba era el tal Eithelen, el elfo guerrero del que había conocido el nombre en la aventura en la isla. Le pareció entender, más allá de lo que decían sus palabras, el dolor que suponía aquello para él debido a la inflexión de voz que estaba marcando. Parecía controlada, sí, pero algo trascendía en él cuando pensaba en su padre.
Cuando él fijó su vista sobre la mesa, como quien había encontrado un libro interesante que leer, Iori aprovechó para comer. El caldo estaba sabroso y la carne súper tierna, pero la situación no le permitió disfrutar en condiciones de ella. Guardó silencio mientras comía, escuchando la petición de Tarek. No. No y mil veces no. Esa sería la respuesta. No tenía intención de acompañarlo a ningún lugar, solo para que él se quedase más contento rebuscando en el pasado. Resopló ante la mención del fantasma embustero y sonrió mientras terminaba de masticar el último bocado, echándose ahora hacia atrás en la silla.
Lo miró con una expresión sarcástica y cuando tragó le mantuvo la mirada unos segundos antes de comenzar. - ¿Y te crees lo que un mal recuerdo del pasado tiene que decir? Tienes más fe que yo desde luego - apuntaló extendiendo la mano hacia una de las rebanadas de pan que había en el centro de la mesa. - No tiene sentido que me disculpe por algo que yo no he hecho, pero lo haré si es necesario. No tengo ni idea de cómo ese anillo terminó a mi lado, pero no tengo nada que ver con tu gente o con lo que le haya pasado a tu padre. Lamento que hayas tenido que pasar por ello... - No quería mostrar simpatía, pero le pareció que ser especialmente cautelosa con el tema de Eithelen sería el proceder correcto si no quería que sacasen los cuchillos. - Parecía un gran elfo...-
Apartó la cabeza para no tener que observar su reacción, y fijó la atención en la miga blanca y aromática del pan que había comenzado a desmenuzar entre los dedos. - Me dijeron que se trata de una joya extremadamente rara. Con una factura antigua y especialmente elaborada, haciendo de él un anillo diferente a los demás. - ¿Decirle toda la verdad? No parecía la decisión más inteligente, pero quizá era todo lo que podía darle para que Tarek la dejase entonces en paz.
- Del texto en su interior solo han sido capaces de distinguir dos palabras. Enemigo y espada. El resto de la inscripción es un misterio... - Alzó ligeramente los ojos, observándolo desde el otro extremo de la mesa con prudencia. - Aunque supongo que para ti no tiene secretos. Es el mismo tipo de escritura que el de Mittenwald. ¿Una lengua que solo conocen unos pocos? - aventuró antes de guardar silencio de nuevo.
¿Cuándo había comenzado a latirle tan rápido el corazón?
Lo primero le parecía una buena idea. Lo segundo no le atraía especialmente, pero si era necesario, la humana se uniría con alegría a la tarea de patearle el culo con ganas.
Tomó la cuchara de madera entre los dedos, pero no interrumpió la conversación del elfo comiendo. Tanto lo que decía, como el espectáculo de verlo hablar con serenidad eran algo a lo que la humana estaba prestando toda su atención. La pregunta fue directa, y la humana respiró más despacio ante la mención del nombre de Nousis. Cerró con decisión aquella puerta evitando que pensamientos indeseados en aquel momento la distrajeran de lo que tenía entre manos.
No le resultó complicado, ante el drama personal que había sido la vida de Tarek. Verdad o mentira, lo que le estaba contando le permitió a la chica colocar en su mente más piezas del puzzle detrás del tipo de persona que era él. Asumió que el padre adoptivo del que hablaba era el tal Eithelen, el elfo guerrero del que había conocido el nombre en la aventura en la isla. Le pareció entender, más allá de lo que decían sus palabras, el dolor que suponía aquello para él debido a la inflexión de voz que estaba marcando. Parecía controlada, sí, pero algo trascendía en él cuando pensaba en su padre.
Cuando él fijó su vista sobre la mesa, como quien había encontrado un libro interesante que leer, Iori aprovechó para comer. El caldo estaba sabroso y la carne súper tierna, pero la situación no le permitió disfrutar en condiciones de ella. Guardó silencio mientras comía, escuchando la petición de Tarek. No. No y mil veces no. Esa sería la respuesta. No tenía intención de acompañarlo a ningún lugar, solo para que él se quedase más contento rebuscando en el pasado. Resopló ante la mención del fantasma embustero y sonrió mientras terminaba de masticar el último bocado, echándose ahora hacia atrás en la silla.
Lo miró con una expresión sarcástica y cuando tragó le mantuvo la mirada unos segundos antes de comenzar. - ¿Y te crees lo que un mal recuerdo del pasado tiene que decir? Tienes más fe que yo desde luego - apuntaló extendiendo la mano hacia una de las rebanadas de pan que había en el centro de la mesa. - No tiene sentido que me disculpe por algo que yo no he hecho, pero lo haré si es necesario. No tengo ni idea de cómo ese anillo terminó a mi lado, pero no tengo nada que ver con tu gente o con lo que le haya pasado a tu padre. Lamento que hayas tenido que pasar por ello... - No quería mostrar simpatía, pero le pareció que ser especialmente cautelosa con el tema de Eithelen sería el proceder correcto si no quería que sacasen los cuchillos. - Parecía un gran elfo...-
Apartó la cabeza para no tener que observar su reacción, y fijó la atención en la miga blanca y aromática del pan que había comenzado a desmenuzar entre los dedos. - Me dijeron que se trata de una joya extremadamente rara. Con una factura antigua y especialmente elaborada, haciendo de él un anillo diferente a los demás. - ¿Decirle toda la verdad? No parecía la decisión más inteligente, pero quizá era todo lo que podía darle para que Tarek la dejase entonces en paz.
- Del texto en su interior solo han sido capaces de distinguir dos palabras. Enemigo y espada. El resto de la inscripción es un misterio... - Alzó ligeramente los ojos, observándolo desde el otro extremo de la mesa con prudencia. - Aunque supongo que para ti no tiene secretos. Es el mismo tipo de escritura que el de Mittenwald. ¿Una lengua que solo conocen unos pocos? - aventuró antes de guardar silencio de nuevo.
¿Cuándo había comenzado a latirle tan rápido el corazón?
Iori Li
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Re: Dentro de Eiroás [Privado]
Había sido absurdo emprender aquel viaje y aún más estúpido el pensar que podría… razonar con la humana. El odio entre ambos era patente y Tarek, más que nadie, no iba a disimularlo. No podía. Hablar de Eithelen había abierto de nuevo una herida que jamás había cicatrizado… y verla allí, ante él, no hizo más que aumentar el odio que sentía por los míseros miembros de su especie. Aquellos que talaban su bosque sagrado, los mismos que torturaban a sus iguales por el placer del dolor… los mismos que le habían arrebatado a su familia… dos veces.
Notó como la rabia contenida le había hecho cerrar los puños con fuerza y tensar la mandíbula. Sabía además que su mirada traicionaba la serena calma que parecía mostrar su rostro. Se recordó una vez más que aquel era el único camino. Soportaría el desprecio de la mezquina criatura ante él si, de esa forma, conseguía su colaboración. Al fin y al cabo, había contado con su negativa… cualquier otra respuesta le habría hecho sospechar. Con calma, volvió a estirar las manos sobre la rugosa superficie de la mesa.
- ¿Creer el qué? ¿Que tú y Eithelen estáis relacionados, de alguna manera, por sangre? –dejó que el silencio acompañase sus palabras, antes de aclarar con una voz cargada de veneno- Por supuesto que no. El jamás habría cometido tal… aberración. Sabía donde residían sus lealtades
El fantasma de los Inglorien, aquel eco perdido en Isla Tortuga, fruto de la traición, y cuyas palabras habían provocado el enfrentamiento entre ellos, su enfrentamiento con Nousis. ¿Creerle? Por su puesto que no le creía, pero por desgracia era la único indicio que tenía en ese momento. Si aquel espectro lo había puesto tras la pista, sus razones habría tenido, y Tarek estaba dispuesto a seguir el rastro aunque implicase su propia muerte.
- ¡No quiero que te disculpes! –las palabras salieron de su boca con más ímpetu del que pretendía. Intentó calmarse antes de seguir- Acepto que no sepas cómo llegó a ti… pero si lo tenías… Solo él podía quitárselo, era la única persona que podía arrancarlo de su propio dedo. Así que si llegó a ti fue porque alguien, a quién él se lo entregó, está relacionado contigo. Así que eres la única pista que tengo –cerró los ojos al pronunciar las últimas palabras, incapaz de encarar aquella realidad.
La escuchó murmurar un par de palabras más… que sonaban a vacía consideración, a simples vocablos corteses para salir del paso. Notó como las manos le temblaban sobre la superficie de la mesa. ¿Qué estaba haciendo? Si Dhonara se enteraba… pero ella ni siquiera sabía que él estaba allí. Nadie había sido testigo de su marcha. Ninguno de ellos le había parecido un confidente lo suficientemente confiable como para contarle aquello. Ni siquiera ella.
La voz de la chica se coló en medio del remolino de pensamientos que copaban su mente. Estaba hablando del anillo, estaba dándole información. Intentó centrarse de nuevo en la conversación. Había ido allí a por respuestas, no podía permitirse hacer oídos sordos a sus palabras. Aunque cada una de ellas le recordase lo mucho que deseaba matarla.
La miró, mientras ella desmenuzaba nerviosa un trozo de pan y continuaba compartiendo con él la poca información que parecía poseer sobre el anillo. La notó vacilar, indecisa sobre qué decir y qué callar, aunque finalmente pareció vencer la honestidad. Bien, si esa era la manera de obtener su ayuda, así sería. Además, era la única condición que ella había puesto.
- Lusse taureva –respondió, casi en un susurro- que en tu lengua se traduciría como “susurro del bosque” –guardó silencio unos instantes, antes de continuar- Es… era la lengua de mi pueblo, del suyo. Una derivación del élfico común… nadie sabe muy bien cómo surgió –contar aquello a alguien foráneo, a alguien como ella, le parecía un sacrilegio. Pero era un precio que estaba dispuesto a pagar- Es la lengua en la que estaban escritos aquellos trazos en muro de Mittenwald… la misma en la está escrito esto –señaló el tatuaje que adornaba su cara y cuya visión había incitado la pelea ante la hoguera en Urd- No encontrarás a nadie que te lo traduzca… los pocos que lo hablaban ya nunca abandonarán el bosque.
Su tono de voz había ido descendiendo según pronunciaba aquellas palabras, convirtiéndose casi en un susurro. Era el último vestigio de un clan muerto, de una cultura que pronto desaparecería. Le debía al menos eso a sus antepasados, saber cómo y porqué había acabado todo.
-‘Vence al enemigo sin manchar la espada’ –recitó, al tiempo que alzaba el anillo entre el índice y el pulgar de su mano- Si no me ayudas… ya no sé dónde más buscar –notó como una traicionera lágrima corría por su mejilla. ¿En qué momento había empezado a llorar? La secó con rabia, antes de continuar- Dijiste que tenía que ver con tu familia. Si descubrimos qué pasó con Eithelen, podremos saber cómo llegó a ti… o al menos a quién se lo entregó él. Una pista a partir de la cual podrías seguir buscando.
Estaba desesperado. Aquella era la última carta que podía jugar. Si ella se negaba, todo el viaje, las mentiras y el dolor que evocaban aquellos recuerdos habrían sido en vano.
Notó como la rabia contenida le había hecho cerrar los puños con fuerza y tensar la mandíbula. Sabía además que su mirada traicionaba la serena calma que parecía mostrar su rostro. Se recordó una vez más que aquel era el único camino. Soportaría el desprecio de la mezquina criatura ante él si, de esa forma, conseguía su colaboración. Al fin y al cabo, había contado con su negativa… cualquier otra respuesta le habría hecho sospechar. Con calma, volvió a estirar las manos sobre la rugosa superficie de la mesa.
- ¿Creer el qué? ¿Que tú y Eithelen estáis relacionados, de alguna manera, por sangre? –dejó que el silencio acompañase sus palabras, antes de aclarar con una voz cargada de veneno- Por supuesto que no. El jamás habría cometido tal… aberración. Sabía donde residían sus lealtades
El fantasma de los Inglorien, aquel eco perdido en Isla Tortuga, fruto de la traición, y cuyas palabras habían provocado el enfrentamiento entre ellos, su enfrentamiento con Nousis. ¿Creerle? Por su puesto que no le creía, pero por desgracia era la único indicio que tenía en ese momento. Si aquel espectro lo había puesto tras la pista, sus razones habría tenido, y Tarek estaba dispuesto a seguir el rastro aunque implicase su propia muerte.
- ¡No quiero que te disculpes! –las palabras salieron de su boca con más ímpetu del que pretendía. Intentó calmarse antes de seguir- Acepto que no sepas cómo llegó a ti… pero si lo tenías… Solo él podía quitárselo, era la única persona que podía arrancarlo de su propio dedo. Así que si llegó a ti fue porque alguien, a quién él se lo entregó, está relacionado contigo. Así que eres la única pista que tengo –cerró los ojos al pronunciar las últimas palabras, incapaz de encarar aquella realidad.
La escuchó murmurar un par de palabras más… que sonaban a vacía consideración, a simples vocablos corteses para salir del paso. Notó como las manos le temblaban sobre la superficie de la mesa. ¿Qué estaba haciendo? Si Dhonara se enteraba… pero ella ni siquiera sabía que él estaba allí. Nadie había sido testigo de su marcha. Ninguno de ellos le había parecido un confidente lo suficientemente confiable como para contarle aquello. Ni siquiera ella.
La voz de la chica se coló en medio del remolino de pensamientos que copaban su mente. Estaba hablando del anillo, estaba dándole información. Intentó centrarse de nuevo en la conversación. Había ido allí a por respuestas, no podía permitirse hacer oídos sordos a sus palabras. Aunque cada una de ellas le recordase lo mucho que deseaba matarla.
La miró, mientras ella desmenuzaba nerviosa un trozo de pan y continuaba compartiendo con él la poca información que parecía poseer sobre el anillo. La notó vacilar, indecisa sobre qué decir y qué callar, aunque finalmente pareció vencer la honestidad. Bien, si esa era la manera de obtener su ayuda, así sería. Además, era la única condición que ella había puesto.
- Lusse taureva –respondió, casi en un susurro- que en tu lengua se traduciría como “susurro del bosque” –guardó silencio unos instantes, antes de continuar- Es… era la lengua de mi pueblo, del suyo. Una derivación del élfico común… nadie sabe muy bien cómo surgió –contar aquello a alguien foráneo, a alguien como ella, le parecía un sacrilegio. Pero era un precio que estaba dispuesto a pagar- Es la lengua en la que estaban escritos aquellos trazos en muro de Mittenwald… la misma en la está escrito esto –señaló el tatuaje que adornaba su cara y cuya visión había incitado la pelea ante la hoguera en Urd- No encontrarás a nadie que te lo traduzca… los pocos que lo hablaban ya nunca abandonarán el bosque.
Su tono de voz había ido descendiendo según pronunciaba aquellas palabras, convirtiéndose casi en un susurro. Era el último vestigio de un clan muerto, de una cultura que pronto desaparecería. Le debía al menos eso a sus antepasados, saber cómo y porqué había acabado todo.
-‘Vence al enemigo sin manchar la espada’ –recitó, al tiempo que alzaba el anillo entre el índice y el pulgar de su mano- Si no me ayudas… ya no sé dónde más buscar –notó como una traicionera lágrima corría por su mejilla. ¿En qué momento había empezado a llorar? La secó con rabia, antes de continuar- Dijiste que tenía que ver con tu familia. Si descubrimos qué pasó con Eithelen, podremos saber cómo llegó a ti… o al menos a quién se lo entregó él. Una pista a partir de la cual podrías seguir buscando.
Estaba desesperado. Aquella era la última carta que podía jugar. Si ella se negaba, todo el viaje, las mentiras y el dolor que evocaban aquellos recuerdos habrían sido en vano.
Tarek Inglorien
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Re: Dentro de Eiroás [Privado]
Le alegró que Tarek tampoco creyese en las tonterías que decía el fantasma. Le molestó un poco que lo hiciese bajo la premisa de que unirse a un humano era una aberración. Se preguntó qué pensaría el elfo que tenía delante si compartiese con él cierta información que tenía que ver con Nousis. Pero a fin de cuentas Iori nunca alardeaba de las personas con las que intimaba. Se sorprendió ante la súbita aparición del elfo de pelo negro en su mente, y lo condenó de nuevo al ostracismo en cuanto se dio cuenta de lo que significaba.
La serenidad aparente, solo traicionada por sus ojos, rompió con fuerza como la superficie del agua que comienza a hervir. Súbitamente y desde el interior. Tarek gritó y la humana se echó hacia atrás. Abrió mucho los ojos sorprendida, al ver cómo las férreas cadenas con las que estaba intentando mantenerse bajo control se habían roto en aquellos segundos. De manera pesada se tomó unos segundos, intentando recuperar la compostura y seguir hablando. Con más esfuerzo ahora que antes.
Escuchó con atención la característica de que solo Eithelen podía retirarlo voluntariamente de su propia mano. La humana pensó que quizá, si era el propio dedo lo primero que se separaba de su cuerpo sería más fácil extraerlo, pero prefirió ir con pies de plomo. Los cuencos de comida habían dejado de humear, dando a entender que el guiso se había comenzado a enfriar mientras ellos dialogaban.
- "Lusse taureva" - repitió en un susurro para si misma en cuanto escuchó el nombre de aquella lengua. Mucho odio, muchas peleas. Muchos golpes encajados con toda la intención de herir se habían intercambiado en aquel tiempo. Ella, para extraer todo lo que podía de Tarek. Él, para proteger lo que consideraba patrimonio exclusivo de los elfos. Aquella súbita sinceridad la dejó absolutamente descolocada. Ahora sabía que nadie podría traducirle las palabras que había en aquel muro. Nadie excepto él.
El significado de la frase, que Iori había imaginado que aportaría luz al misterio de su vida, significó nada para ella. Vence al enemigo sin manchar la espada. Vaya chorrada. Había contenido el aliento, anticipando esa confesión y la decepción al escucharla la obligó a resoplar. Sonrió de forma amarga y apartó la mirada de Tarek, clavándola en el fondo de la cocina mirando sin ver. Parecía una frase bélica. Un significado que nada tenía que ver con lo que era ella o de dónde venía.
Tamborileó con impaciencia entonces, sintiendo que la conversación comenzaba a sobrarle. Quería terminar de comer y zanjar de una vez por todas aquello. Y entonces lo miró. El elfo estaba llorando. La boca de la humana se descolgó sin poder evitarlo mientras lo observaba como si lo viese por primera vez. Notó el latido de su corazón en las sienes ante el espectáculo que era ver a Tarek llorando. Aunque apenas comprendía qué era lo que motivaba ese llanto.
Ella tenía llorado, desde luego. En ocasiones en las que se tenía lastimado profundamente, o en alguna situación en la que la rabia le había podido. Recordaba también con claridad llorar al salir la primera vez de Baslodia, aquella puta locura que por poco no se había cobrado su vida... pero ninguna de esas opciones se correspondía al motivo por el que Tarek lo estaba haciendo en ese momento. Entrecerró los ojos, incómoda ante su expresión, mientras sospechaba que el único motivo detrás era la importancia de los sentimientos que lo ataban a su padre. Un extraño orgullo racial que debían de significar prácticamente todo para él.
Aquella emoción de pertenencia era por completo desconocida para ella.
Decidió que no quería escuchar ni ver más. El intento de Tarek por terminar de convencerla en lugar de despertar empatía le resultó patético. Ver al guerrero que él era dejándose controlar de esa forma por acontecimientos pasados le nublaron la mente en aquel instante. Tenía que alejarse de él y hacerlo rápido, ya que el ambiente enrarecido que había propiciado no la dejarían ser ella misma. - Deberías de comer - indicó con voz cortante alzándose echando de mala manera la silla hacia atrás. - Sé que soy humana y tal y cual, una aberración y eso, pero te prometo que el guiso está bueno. Es nutritivo y te ayudará a entrar en calor. -
Rodeó la mesa taconeando con paso rápido sobre el suelo de manera y no miró a Tarek mientras se acercaba a la puerta. - Estás buscando en el lugar equivocado. Mi presencia o la falta de ella no te va a ayudar en lo más mínimo en tus cosas de elfos. Es algo que aprendí de ti. Nada de lo que tenga que ver conmigo está relacionado con los tuyos. Recuérdalo y deja correr cualquier otra mentira que te hayan dicho. - Cerró la puerta con fuerza tras ella saliendo al huerto y fue entonces consciente de que su último alegato lo había hecho gritando. Con enfado.
Tarek no era el único que había perdido los papeles.
Se recostó un segundo contra la madera de la puerta, sorprendida por su salida de tono y a la vez escuchando. Dentro de la casa todo parecía en quietud, o al menos el elfo no estaba resultado ruidoso en absoluto. Suspiró cansada y se alejó. Cruzó los brazos sobre el pecho y rodeó la casa, caminando hasta la zona de la leñera. Apartó el hacha del tocón de madera en el que estaba clavada y se sentó notando como el frío abrazaba su piel. Sí, definitivamente allí se respiraba mejor.
La serenidad aparente, solo traicionada por sus ojos, rompió con fuerza como la superficie del agua que comienza a hervir. Súbitamente y desde el interior. Tarek gritó y la humana se echó hacia atrás. Abrió mucho los ojos sorprendida, al ver cómo las férreas cadenas con las que estaba intentando mantenerse bajo control se habían roto en aquellos segundos. De manera pesada se tomó unos segundos, intentando recuperar la compostura y seguir hablando. Con más esfuerzo ahora que antes.
Escuchó con atención la característica de que solo Eithelen podía retirarlo voluntariamente de su propia mano. La humana pensó que quizá, si era el propio dedo lo primero que se separaba de su cuerpo sería más fácil extraerlo, pero prefirió ir con pies de plomo. Los cuencos de comida habían dejado de humear, dando a entender que el guiso se había comenzado a enfriar mientras ellos dialogaban.
- "Lusse taureva" - repitió en un susurro para si misma en cuanto escuchó el nombre de aquella lengua. Mucho odio, muchas peleas. Muchos golpes encajados con toda la intención de herir se habían intercambiado en aquel tiempo. Ella, para extraer todo lo que podía de Tarek. Él, para proteger lo que consideraba patrimonio exclusivo de los elfos. Aquella súbita sinceridad la dejó absolutamente descolocada. Ahora sabía que nadie podría traducirle las palabras que había en aquel muro. Nadie excepto él.
El significado de la frase, que Iori había imaginado que aportaría luz al misterio de su vida, significó nada para ella. Vence al enemigo sin manchar la espada. Vaya chorrada. Había contenido el aliento, anticipando esa confesión y la decepción al escucharla la obligó a resoplar. Sonrió de forma amarga y apartó la mirada de Tarek, clavándola en el fondo de la cocina mirando sin ver. Parecía una frase bélica. Un significado que nada tenía que ver con lo que era ella o de dónde venía.
Tamborileó con impaciencia entonces, sintiendo que la conversación comenzaba a sobrarle. Quería terminar de comer y zanjar de una vez por todas aquello. Y entonces lo miró. El elfo estaba llorando. La boca de la humana se descolgó sin poder evitarlo mientras lo observaba como si lo viese por primera vez. Notó el latido de su corazón en las sienes ante el espectáculo que era ver a Tarek llorando. Aunque apenas comprendía qué era lo que motivaba ese llanto.
Ella tenía llorado, desde luego. En ocasiones en las que se tenía lastimado profundamente, o en alguna situación en la que la rabia le había podido. Recordaba también con claridad llorar al salir la primera vez de Baslodia, aquella puta locura que por poco no se había cobrado su vida... pero ninguna de esas opciones se correspondía al motivo por el que Tarek lo estaba haciendo en ese momento. Entrecerró los ojos, incómoda ante su expresión, mientras sospechaba que el único motivo detrás era la importancia de los sentimientos que lo ataban a su padre. Un extraño orgullo racial que debían de significar prácticamente todo para él.
Aquella emoción de pertenencia era por completo desconocida para ella.
Decidió que no quería escuchar ni ver más. El intento de Tarek por terminar de convencerla en lugar de despertar empatía le resultó patético. Ver al guerrero que él era dejándose controlar de esa forma por acontecimientos pasados le nublaron la mente en aquel instante. Tenía que alejarse de él y hacerlo rápido, ya que el ambiente enrarecido que había propiciado no la dejarían ser ella misma. - Deberías de comer - indicó con voz cortante alzándose echando de mala manera la silla hacia atrás. - Sé que soy humana y tal y cual, una aberración y eso, pero te prometo que el guiso está bueno. Es nutritivo y te ayudará a entrar en calor. -
Rodeó la mesa taconeando con paso rápido sobre el suelo de manera y no miró a Tarek mientras se acercaba a la puerta. - Estás buscando en el lugar equivocado. Mi presencia o la falta de ella no te va a ayudar en lo más mínimo en tus cosas de elfos. Es algo que aprendí de ti. Nada de lo que tenga que ver conmigo está relacionado con los tuyos. Recuérdalo y deja correr cualquier otra mentira que te hayan dicho. - Cerró la puerta con fuerza tras ella saliendo al huerto y fue entonces consciente de que su último alegato lo había hecho gritando. Con enfado.
Tarek no era el único que había perdido los papeles.
Se recostó un segundo contra la madera de la puerta, sorprendida por su salida de tono y a la vez escuchando. Dentro de la casa todo parecía en quietud, o al menos el elfo no estaba resultado ruidoso en absoluto. Suspiró cansada y se alejó. Cruzó los brazos sobre el pecho y rodeó la casa, caminando hasta la zona de la leñera. Apartó el hacha del tocón de madera en el que estaba clavada y se sentó notando como el frío abrazaba su piel. Sí, definitivamente allí se respiraba mejor.
Iori Li
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Re: Dentro de Eiroás [Privado]
No había servido de nada. El viaje, la lucha contra su propia naturaleza… la humillación. No habían valido de nada. Echó la cabeza hacia atrás, contemplando el techo con la mirada desenfocada. Al parecer sus propias palabras se volvían en su contra. Todavía recordaba haberle gritado aquello ante la hoguera y ella, artera, lo había sacado a relucir en el momento oportuno. “Es algo que aprendí de ti. Nada de lo que tenga que ver conmigo está relacionado con los tuyos”. Si solo hubiese sabido aquello antes… si el fantasma de Inglorien no se lo hubiese callado… Pero no iba a mentirse, probablemente le habría acabado diciendo aquello en cualquier otro momento. La aventura en Urd le había crispado los nervios más de lo que quería reconocer, sin duda habrían encontrado la situación adecuada en la que aquellas palabras habrían surgido de entre sus labios.
Volvió a mirar el plato ante él, que hacía tiempo que había dejado de humear. “Deberías comer… Es nutritivo y te ayudará a entrar en calor”. Una silenciosa risa escapó de sus labios, al tiempo que apartaba el cuenco y apoyaba la frente sobre la mesa. Era patético. Había seguido una pista, otra más, que probablemente sería falsa o inútil. Había apostado todo a una empresa que, desde el principio, sabía que era imposible.
No se arrepentía de nada de lo que le había dicho a la chica en el discurrir de sus encuentros, más aún, seguía pensando de la misma manera. Pero su sinceridad le había jugado una mala pasada. Recordó lo acaecido en Nytt Hus… al parecer, últimamente, solo conseguía tomar malas decisiones.
Sin hacer ruido se levantó de la mesa. Ella llevaba tiempo en el exterior, probablemente en una muda invitación a que se marchase. Dudaba que se sorprendiese si le confesaba que él tampoco quería estar allí. Dudaba incluso de que ella no lo supiese ya. Acercándose a la hoguera, tomó un par de troncos que se encontraban a un lado, para avivar el fuego. Se deleitó por un instante en el calor. Su marcha de esa noche sería fría.
Con resolución se dirigió de nuevo hacia la puerta, pero algo azul, que había captado ya su atención al entrar, volvió a suscitarle curiosidad. Aquel color… era poco habitual... y extrañamente conocido. Mirando la puerta, prestó atención al sonido de pasos o movimiento en el exterior, pero la humana parecía reticente a volver a entrar. No la culpaba. Él tampoco tenía intención de volver a cruzar sus caminos tras aquella última sentencia gritada. Iría hasta el templo solo… encontraría otra forma de arreglarlo.
La tela se deslizó suavemente en su mano en cuanto la tocó. Era el mismo paño que ella había portado sobre los hombros unas horas antes. El mismo que Eithelen había llevado con orgullo sobre los suyos: un retazo de su capa. El delicado tramo de bordado que todavía conservaba desarrollaba la misma filosofía que la sentencia del anillo resumía. ¿Por qué tenía ella aquello? Si no había sido suficiente con el anillo, ahora también conservaba parte de su indumentaria.
- ¿Qué es lo que hiciste? –fue el quedo susurro de Tarek. Pero la única persona que podía responder aquello estaba muerta. No podía abandonar aquel sedero que el espectro le había marcado, no podía volver a las pesadillas y al desasosiego de la ignorancia. Había recogido demasiadas pistas, demasiadas cuestiones sin resolver. Necesitaba una respuesta.
Dejó que la tela, con la que tantas veces había jugado de pequeño, se deslizase por su mano. Con la calma que concede el saber que una situación es insalvable, regresó a la mesa y tomó asiento. Esperaría. Tenía que haber alguna manera de convencerla. Con más voluntad que hambre, tomó la cuchara y la hundió en el cuenco, ahora templado, de caldo. Ya se había humillado todo lo posible, por intentarlo una vez más no perdía nada.
Con sorpresa comprobó que la comida estaba buena. Al menos su sufrimiento sería soportable.
Volvió a mirar el plato ante él, que hacía tiempo que había dejado de humear. “Deberías comer… Es nutritivo y te ayudará a entrar en calor”. Una silenciosa risa escapó de sus labios, al tiempo que apartaba el cuenco y apoyaba la frente sobre la mesa. Era patético. Había seguido una pista, otra más, que probablemente sería falsa o inútil. Había apostado todo a una empresa que, desde el principio, sabía que era imposible.
No se arrepentía de nada de lo que le había dicho a la chica en el discurrir de sus encuentros, más aún, seguía pensando de la misma manera. Pero su sinceridad le había jugado una mala pasada. Recordó lo acaecido en Nytt Hus… al parecer, últimamente, solo conseguía tomar malas decisiones.
Sin hacer ruido se levantó de la mesa. Ella llevaba tiempo en el exterior, probablemente en una muda invitación a que se marchase. Dudaba que se sorprendiese si le confesaba que él tampoco quería estar allí. Dudaba incluso de que ella no lo supiese ya. Acercándose a la hoguera, tomó un par de troncos que se encontraban a un lado, para avivar el fuego. Se deleitó por un instante en el calor. Su marcha de esa noche sería fría.
Con resolución se dirigió de nuevo hacia la puerta, pero algo azul, que había captado ya su atención al entrar, volvió a suscitarle curiosidad. Aquel color… era poco habitual... y extrañamente conocido. Mirando la puerta, prestó atención al sonido de pasos o movimiento en el exterior, pero la humana parecía reticente a volver a entrar. No la culpaba. Él tampoco tenía intención de volver a cruzar sus caminos tras aquella última sentencia gritada. Iría hasta el templo solo… encontraría otra forma de arreglarlo.
La tela se deslizó suavemente en su mano en cuanto la tocó. Era el mismo paño que ella había portado sobre los hombros unas horas antes. El mismo que Eithelen había llevado con orgullo sobre los suyos: un retazo de su capa. El delicado tramo de bordado que todavía conservaba desarrollaba la misma filosofía que la sentencia del anillo resumía. ¿Por qué tenía ella aquello? Si no había sido suficiente con el anillo, ahora también conservaba parte de su indumentaria.
- ¿Qué es lo que hiciste? –fue el quedo susurro de Tarek. Pero la única persona que podía responder aquello estaba muerta. No podía abandonar aquel sedero que el espectro le había marcado, no podía volver a las pesadillas y al desasosiego de la ignorancia. Había recogido demasiadas pistas, demasiadas cuestiones sin resolver. Necesitaba una respuesta.
Dejó que la tela, con la que tantas veces había jugado de pequeño, se deslizase por su mano. Con la calma que concede el saber que una situación es insalvable, regresó a la mesa y tomó asiento. Esperaría. Tenía que haber alguna manera de convencerla. Con más voluntad que hambre, tomó la cuchara y la hundió en el cuenco, ahora templado, de caldo. Ya se había humillado todo lo posible, por intentarlo una vez más no perdía nada.
Con sorpresa comprobó que la comida estaba buena. Al menos su sufrimiento sería soportable.
Tarek Inglorien
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Re: Dentro de Eiroás [Privado]
El golpe descendió de forma certera, partiendo en dos la sección de madera. La humana se enderezó y respiró entrecortadamente. Apartó el sudor de su frente y observó las cuñas que había cortado en los últimos minutos. La leña del interior de la casa se había ido reduciendo, pero realmente no hacía falta que justo esa noche se hubiera puesto con la tarea. No lo habría hecho de no ser por él. Llevaba ya un rato largo en el exterior, sintiéndose forastera en el único hogar que había conocido.
Tarek seguía dentro, al calor.
Y ella para ganar tiempo y luchar contra el frío se puso a cortar leña para llevar al interior de la cocina. No tenía sentido permanecer fuera, ya que era evidente que el elfo no tenía pensado moverse pronto. Clavó el hacha con un gesto certero de muñeca en el tocón y la dejó allí, antes de agacharse y apilar la madera en sus brazos. Dejó atrás la noche despejada y abrió con el trasero la puerta entrando de nuevo al calor de la casa.
Cruzó la cocina pasando justo al lado de Tarek. No pudo evitar observar de soslayo que su cuenco de madera estaba vacío. Miró hacia el mesado de la cocina, sospechando si lo había tirado por algún lado pero parecía que la respuesta correcta era que el elfo se lo había comido todo. - Me alegro de que hayas comido - comentó mientras se arrodillaba con los brazos cargados. - Ya... - respondió el elfo a sus espaldas.
Comenzó a apilar con cuidado los bloques de leña en el hueco reservado para ella, y se obligó a ser cuidadosa en la tarea. Zakath tenía unas manías increíbles para tratarse de un soldado jubilado. El orden y la limpieza eran unas de ellas. Siempre se había esforzado por transmitirle esa habilidad a Iori. Aunque la humana no veía la necesidad de llevar tan a raja tabla lo que veía en el anciano como una obsesión. - ¿Te ha gustado? - continuó la conversación de forma superficial, en su puro papel de buena anfitriona. No esperaba que él le contestase, por lo que se detuvo y se giró cuando él respondió. - Estaba...bien -
Abrió mucho los ojos y le costó dejar de mirar a Tarek, el cual hablaba con la cabeza inclinada y la vista fija en la mesa. Era la primera vez en su vida que él usaba un tono tan calmado para dirigirse a ella. Sabía que la comida amansaba a las fieras, pero estaba sorprendida de ver como Tarek se mostraba diferente en aquellos instantes. ¿Sería eso? quizá lo que le había faltado en sus encuentros anteriores había sido poder llenar el estómago con una calórica comida caliente. Meneó la cabeza y terminó de colocar la madera, seleccionando dos pedazos grandes de los que acababa de traer.
Se levantó y los añadió al fuego menguante, colocándolos en la base para que comenzasen a prender poco a poco. Se consumirían con lentitud y darían prácticamente fuego durante toda la noche. Cuando amaneciese se estarían apagando los últimos rescoldos. Sacudió las manos y retiró los cuencos vacíos y guardó el pan. - ¿Puedes limpiar la mesa? - preguntó tratando de imitar el tono tranquilo del elfo. Pisaba aquella súbita tregua como quien camina sobre una cuerda, pero bien sabían los dioses que la humana no tenía ganas esa noche de pelear. Si había una posibilidad de ir a descansar en paz, la aprovecharía. Le señaló con una mano un paño húmedo al lado de la pila de agua y sumergió los cuencos en el agua previamente templada al fuego.
Limpió en silencio sin esforzarse en crear ningún tipo más de conversación. Era consciente de que entre ellos el silencio era una extraña joya, a la que tenía ganas de manera súbita de atesorar. Lo escuchaba tras ella mientras enjabonaba los cuencos y cuando los hubo aclarado los dejó en una repisa a escurrir sobre el pilón de piedra. Se giró entonces y secó las manos en un paño clavando los ojos azules en Tarek. - Ya que has venido desde tan lejos te ofrezco esta casa para pasar la noche. No está aquí su propietario, pero sería él mismo el que se comportaría como el dueño perfecto. -
Caminó hacia la única puerta que había en la cocina sin contar la de la entrada, justo en la pared opuesta en la que se encontraba Iori y desapareció tras ella. Tardó apenas un minuto en aparecer cargada con lo que parecía una montaña de mantas. Extendió la tela delante del fuego del hogar y descubrió un pequeño jergón acolchado de apariencia mullida.
- Tendrás fuego hasta el alba. Dormirás cómodo y caliente aquí. - Terminó de alisar la superficie de la tela y se alzó para mirar a Tarek de pie delante de él. - Mañana por la mañana partirás - Y no añadió nada más. Las ganas le quemaron en la lengua de hacer algún último comentario. "déjame en paz para siempre", "atiende a tus cosas de elfos", "recuerda que tú y los tuyos me importáis menos que nada..." Pensó que no merecía la pena estropear aquella singular tranquilidad.
- Bien - Iori dudó un instante, manteniéndole entonces la mirada. Ella no era una mujer de fe, y en aquella ocasión estaba confiando en que el elfo no se levantase por la noche para abrirle el cuello mientras dormía. Por algún motivo no parecía el mismo Tarek que había dejado hacía un rato, cuando había salido al exterior de la casa. - Buenas noches - añadió como último comentario antes de volver a cruzar la puerta para esta vez cerrarla tras ella. Fue entonces cuando se dio cuenta de que la única luz que tenía en la casa procedía del fuego del hogar que ardía al otro lado.
No importaba. A fin de cuentas conocía la casa en la que vivía como la palma de su mano. Avanzó hasta la zona en la que ella dormía, quitándose la ropa mientras caminaba. La sacudió y la dejó tendida sobre una pequeña banqueta y se vistió con la túnica que usaba para dormir. Notó el frío de la madera bajo sus pies mientras se cepillaba el cabello a oscuras. Estaba tratando de bloquear cualquier pensamiento que la condujese al otro lado de la estancia. Abrió la cama y se deslizó con rapidez, frotando las piernas contra el colchón para entrar en calor. Cuando apoyó la cabeza en la almohada y tiró de las mantas hasta el cuello suplicó porque esa noche el sueño la llevase pronto.
Tarek seguía dentro, al calor.
Y ella para ganar tiempo y luchar contra el frío se puso a cortar leña para llevar al interior de la cocina. No tenía sentido permanecer fuera, ya que era evidente que el elfo no tenía pensado moverse pronto. Clavó el hacha con un gesto certero de muñeca en el tocón y la dejó allí, antes de agacharse y apilar la madera en sus brazos. Dejó atrás la noche despejada y abrió con el trasero la puerta entrando de nuevo al calor de la casa.
Cruzó la cocina pasando justo al lado de Tarek. No pudo evitar observar de soslayo que su cuenco de madera estaba vacío. Miró hacia el mesado de la cocina, sospechando si lo había tirado por algún lado pero parecía que la respuesta correcta era que el elfo se lo había comido todo. - Me alegro de que hayas comido - comentó mientras se arrodillaba con los brazos cargados. - Ya... - respondió el elfo a sus espaldas.
Comenzó a apilar con cuidado los bloques de leña en el hueco reservado para ella, y se obligó a ser cuidadosa en la tarea. Zakath tenía unas manías increíbles para tratarse de un soldado jubilado. El orden y la limpieza eran unas de ellas. Siempre se había esforzado por transmitirle esa habilidad a Iori. Aunque la humana no veía la necesidad de llevar tan a raja tabla lo que veía en el anciano como una obsesión. - ¿Te ha gustado? - continuó la conversación de forma superficial, en su puro papel de buena anfitriona. No esperaba que él le contestase, por lo que se detuvo y se giró cuando él respondió. - Estaba...bien -
Abrió mucho los ojos y le costó dejar de mirar a Tarek, el cual hablaba con la cabeza inclinada y la vista fija en la mesa. Era la primera vez en su vida que él usaba un tono tan calmado para dirigirse a ella. Sabía que la comida amansaba a las fieras, pero estaba sorprendida de ver como Tarek se mostraba diferente en aquellos instantes. ¿Sería eso? quizá lo que le había faltado en sus encuentros anteriores había sido poder llenar el estómago con una calórica comida caliente. Meneó la cabeza y terminó de colocar la madera, seleccionando dos pedazos grandes de los que acababa de traer.
Se levantó y los añadió al fuego menguante, colocándolos en la base para que comenzasen a prender poco a poco. Se consumirían con lentitud y darían prácticamente fuego durante toda la noche. Cuando amaneciese se estarían apagando los últimos rescoldos. Sacudió las manos y retiró los cuencos vacíos y guardó el pan. - ¿Puedes limpiar la mesa? - preguntó tratando de imitar el tono tranquilo del elfo. Pisaba aquella súbita tregua como quien camina sobre una cuerda, pero bien sabían los dioses que la humana no tenía ganas esa noche de pelear. Si había una posibilidad de ir a descansar en paz, la aprovecharía. Le señaló con una mano un paño húmedo al lado de la pila de agua y sumergió los cuencos en el agua previamente templada al fuego.
Limpió en silencio sin esforzarse en crear ningún tipo más de conversación. Era consciente de que entre ellos el silencio era una extraña joya, a la que tenía ganas de manera súbita de atesorar. Lo escuchaba tras ella mientras enjabonaba los cuencos y cuando los hubo aclarado los dejó en una repisa a escurrir sobre el pilón de piedra. Se giró entonces y secó las manos en un paño clavando los ojos azules en Tarek. - Ya que has venido desde tan lejos te ofrezco esta casa para pasar la noche. No está aquí su propietario, pero sería él mismo el que se comportaría como el dueño perfecto. -
Caminó hacia la única puerta que había en la cocina sin contar la de la entrada, justo en la pared opuesta en la que se encontraba Iori y desapareció tras ella. Tardó apenas un minuto en aparecer cargada con lo que parecía una montaña de mantas. Extendió la tela delante del fuego del hogar y descubrió un pequeño jergón acolchado de apariencia mullida.
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- Tendrás fuego hasta el alba. Dormirás cómodo y caliente aquí. - Terminó de alisar la superficie de la tela y se alzó para mirar a Tarek de pie delante de él. - Mañana por la mañana partirás - Y no añadió nada más. Las ganas le quemaron en la lengua de hacer algún último comentario. "déjame en paz para siempre", "atiende a tus cosas de elfos", "recuerda que tú y los tuyos me importáis menos que nada..." Pensó que no merecía la pena estropear aquella singular tranquilidad.
- Bien - Iori dudó un instante, manteniéndole entonces la mirada. Ella no era una mujer de fe, y en aquella ocasión estaba confiando en que el elfo no se levantase por la noche para abrirle el cuello mientras dormía. Por algún motivo no parecía el mismo Tarek que había dejado hacía un rato, cuando había salido al exterior de la casa. - Buenas noches - añadió como último comentario antes de volver a cruzar la puerta para esta vez cerrarla tras ella. Fue entonces cuando se dio cuenta de que la única luz que tenía en la casa procedía del fuego del hogar que ardía al otro lado.
No importaba. A fin de cuentas conocía la casa en la que vivía como la palma de su mano. Avanzó hasta la zona en la que ella dormía, quitándose la ropa mientras caminaba. La sacudió y la dejó tendida sobre una pequeña banqueta y se vistió con la túnica que usaba para dormir. Notó el frío de la madera bajo sus pies mientras se cepillaba el cabello a oscuras. Estaba tratando de bloquear cualquier pensamiento que la condujese al otro lado de la estancia. Abrió la cama y se deslizó con rapidez, frotando las piernas contra el colchón para entrar en calor. Cuando apoyó la cabeza en la almohada y tiró de las mantas hasta el cuello suplicó porque esa noche el sueño la llevase pronto.
Iori Li
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Re: Dentro de Eiroás [Privado]
El fuego crepitaba a su espalda, lanzando fantasmagóricas sombras por toda la estancia, reflejándose en el pulido metal del anillo. Sin duda, el calor era de agradecer… pero no pudo evitar que a su mente volviese la imagen de Nytt Hus en llamas. Aquella incursión había colmado sus, ya de por si intranquilos sueños, con una batería de nuevas pesadillas, en las que los gritos, el fuego y la sangre competían con las acusadoras miradas de sus congéneres y sus enemigos. Pensó en Eithelen… como todos los niños, en su infancia había creído que su progenitor conocía todas las respuestas, tomaba las decisiones correctas… nunca dudaba. Su mirada se dirigió a la puerta tras la que descansaba la humana. Ahora ya no estaba tan seguro.
Observó de nuevo la oscuridad de la noche, que parecía impenetrable desde el otro lado de la ventana. Algunos metros más allá se alzaba el bosque por el que había llegado. Un oasis de seguridad, al menos temporal, no cómo aquella casa. La fría e inerte piedra bajo su mano lo hicieron sentirse incómodo, por lo que decidió retirarse de allí. Sabía que el sueño no lo acompañaría aquella noche y, de hacerlo, probablemente llegada el alaba, estaría repleto de acusadoras miradas que no deseaba ver. Se tumbó en el jergón y contempló el movimiento de las sombras que el fuego proyectaba sobre el techo.
Los guijarros del camino crujieron levemente bajo sus pies mientras retornaba a la pequeña casa de piedra. Su ubicación, lejos del resto de la aldea, le había permitido realizar el camino al río y volver sin tener que cruzarse con ninguna otra de aquellas desagradables criaturas. Suficiente tenía con el suplicio que le esperaba dentro de la morada y con tener que recordarse segundo a segundo que la necesitaba viva. Que necesitaba su ayuda. Sintió el dolor que aquellas palabras provocaban en él, pero se esforzó por mantener la calma y, con una última exhalación, abrió la puerta… aunque no cruzó el umbral.
Ante él, sentado en la mesa, se encontraba un humano anciano, que consumía con calma el contenido de una taza. Sin embargo, la estupefacción del elfo no se vio reflejada en la cara del hombre que, probablemente, lo estaba esperando. El humano lo miraba con rostro inexpresivo, analizándolo, aunque sin signos de hostilidad, sin apartar los ojos de él ni siquiera cuando alzaba la taza para beber.
Tarek miró disimuladamente a su alrededor para cercionarse de que no había acabado en la casa errónea. Pero la presencia de algunas de sus cosas al fondo de la estancia le confirmaron que, definitivamente, había abierto la puerta correcta. Con calma, dio un paso al frente y cerró la puerta tras de si.
- Buenos días –dijo con calma, al tiempo que observaba al hombre. Era un individuo fornido, que conservaba una buena forma física a pesar de la edad que parecía tener. Sin duda no era un campesino al uso, algo en él delataba un pasado de corte marcial.
- Buenos días –fue la queda respuesta del hombre, cuya grave voz se vio acompañada de un gesto con la cabeza- Siéntete libre de servirte si lo deseas –añadió, al tiempo que señalaba la tetera colocada al fuego, de la que surgía un delicado aroma a hiervas.
Sin perder de vista a su interlocutor, se dirigió hasta la misma, aceptando la invitación del humano con un leve asentimiento. Mientras servía una moderada cantidad en una taza, imploró en su fuero interno que no estuviese envenenada. Aquello era un ejercicio de fe y, si quería la ayuda de la humana, debía pasar por él. Al fin y al cabo, ella misma había hecho referencia la noche anterior al “dueño de la casa”, el cual contemplaba en aquel momento todos sus movimientos.
Una vez servido, regresó hacia la mesa, preguntando con un gesto si podía tomar asiento frente al hombre, que simplemente asintió. Algo parecido a una sonrisa pareció esbozarse en sus labios, sin que esta llegase a concretarse, puesto que el hombre llevó nuevamente la taza a sus labios. El silenció marcó de nuevo la estancia cuando tomó asiento, durante los minutos en que ambos no hicieron más que observarse con cautela.
- No es habitual ver a uno de los tuyos por estas latitudes – murmuró el hombre, dejando la taza con un sonido suave sobre la mesa.
- ¿Uno... de los míos? –la extrañeza fue palpable en el rostro del elfo. El hombre asintió con la calma propia de alguien que ha vivido una vida larga.
- Un Ojosverdes. ¿Me equivoco? - preguntó con curiosidad.
- Algo así –respondió Tarek, entrecerrando los ojos levemente y mirando a su interlocutor con intensidad para, tras un tenso silencio, preguntar- ¿Es eso un problema?
Como toda respuesta, el hombre encogió ligeramente los hombros sin apartar la mirada del elfo. Aunque poco después la curiosidad apareció reflejada en su mirada.
- Nunca me he metido en los intereses pasajeros de Iori. Mientras no arda la casa todo está bien
El elfo no pudo evitar alzar una ceja ante la afirmación de que era uno de los “intereses pasajeros” de la humana, aunque controló su expresión para abstenerse de poner cara de asco. No quería saber la razón de que aquel individuo hubiese llegado a aquella conclusión. Quizás fuese mejor cambiar de tema.
- Y vos sois su... ¿abuelo?
- Algo así podríamos decir –una sonora risa dejó los labios del hombre tras la afirmación- No existen lazos familiares reales, pero nos hemos acostumbrado el uno al otro – ladeando la cabeza, miró la puerta que conducía al resto de la casa, tras la cual la humana debía de seguir durmiendo- La encontré hace 25 años. Dentro de una lobera vacía –alzando la taza tomó un sorbo- Fue la misma época en la que se avistaron Ojosverdes tan al sur de Verisar.
El elfo, que se disponía a beber el ahora templado líquido, detuvo sus manos a medio camino, sopesando las palabras de su interlocutor. Ojosverdes al sur de Verisar. Aquello era… extraño. Su gente rara vez dejaba las fronteras del bosque, excepto aquellos individuos que debían viajar solos, pero habitualmente intentaban pasar desapercibidos.
- ¿Ojosverdes en esta región? –preguntó- No suelen abandonar las fronteras –añadió en un murmullo, mientras miraba al hombre pensativo- Cuando la encontrasteis llevaba eso –señalo el trozo de tela que pendía del otro lado de la estancia. Aquello no era una pregunta, sino una afirmación.
El hombre observó por encima de su hombro, al tiempo que se mesaba la barba- Exactamente. Estaba envuelta con eso, entre otras cosas.
- ¿Sabéis quiénes son sus padres? –la pregunta abandonó sus labios ante de que pudiese evitarlo, por lo que evitó la mirada del hombre, al tiempo que hacía girar el anillo en su dedo. Un gesto nervioso que había adoptado desde que se lo había puesto por primera vez.
- Estaba sola. Intuyo que llevaba un par de días allí. Nunca nadie buscó a un bebé desaparecido en esta zona –al alzar la vista Tarek vio que el hombre entrecerraba los ojos cuando, guiado por el movimiento, se fijó en la joya que el elfo portaba, pero no añadió nada más. Estirando la mano dejó que este lo observara con más detalle.
- También llevaba esto, ¿verdad? –preguntó, para después bajar la mano con calma hasta la mesa. Algo le decía que se movía por terreno resbaladizo. Aquel hombre parecía ser más de lo que aparentaba- El anillo, al igual que el trozo de tela que la envolvían, pertenecían a mi padre. ¿Qué más tenía con ella?
- ¿Por qué te lo dio a ti? –el tranquilo rostro del hombre mudó en sorpresa- Parecía muy apegada a él - murmuró inclinándose hacia delante, apoyando los codos sobre la mesa. - ¿Tú padre era un Ojosverdes? - inquirió con la curiosidad- Estaba rodeada de mantas junto con algunas provisiones de adultos. Ella no debería de tener más de un año, no hubiera podido hacer nada con eso. Parecía que había sido dejada allí temporalmente, pero era obvio que quien fuese que la había guarecido en aquel sitio no volvió nunca a por ella.
El elfo se tomó unos instantes antes de responder, sopesando a su interlocutor. Lo que decía carecía de lógica, pero el anciano no parecía mentir. Quizás solo hubiese interpretado mal la situación.
- No... él era de otro clan –murmuró casi más para si que para su interlocutor. Todavía recordaba su llegada al clan de los Ojosverdes, la forma en que había sido introducido en sus costumbres, la forma en que había intentado que olvidase algunas de las enseñanzas de Eithelen. Sin duda él nunca habría sido un Ojosverdes… ¿se sentiría defraudado de que Tarek hubiese elegido unirse a ellos? Era su clan por ascendencia materna, no había tenido muchas alternativas. Relegó aquellos pensamientos a un segundo plano- Decís que había un inusitado número de Ojosverdes en esta zona... ¿sabéis por qué?
- Tan inusitado como que nunca antes habían sido vistos aquí –comenzó a relatar el hombre, mientras se relajaba y ponía cómodo en la silla- Los campesinos de esta región no sabrían distinguir a un Ojosverdes de otro elfo de Sandorai. Yo me encontré con ellos en algunas de mis misiones de custodia cerca de la frontera natural de su bosque –el gesto de ira que cruzó el rostro de Tarek fue sutil y consiguió controlarlo a tiempo. Un guarda fronterizo… aquellos individuos se encontraban entre los humanos más odiados para su clan. Aquellos que permitían la destrucción de sus bosques y los que mataban a aquellos que deseaban defenderlo. Intentó mantener la calma, al tiempo que agradecía que el hombre, perdido en sus propios pensamientos, estuviese mirando al vacío y no directamente hacia él- Por eso cuando los vi supe reconocerlos. Eran un grupo de unos 12. A día y medio de aquí hacia el norte. No muy lejos de dónde la encontré a ella en la cueva.
Las palabras del hombre resonaron en su mente como un lejano eco, mientras el elfo intentaba controlar su temperamento. No podía decir que hubiese “disfrutado” de la conversación, al fin y al cabo, su interlocutor era un humano, pero aquella revelación, saber que era parte de la guardia… Intentó mantener la calma.
- Me preguntaba por qué que dormiste fuera si estabas con ella, ahora lo entiendo –indicó el hombre llevándose de nuevo la taza a los labios. El elfo alzó la mirada ante el extraño derrotero que había tomado la conversación.
- No tiene nada de qué preocuparse –respondió alzando una ceja- No tengo ningún tipo de interés... intimo con ella –añadió con manifiesto desagrado
- No me preocupo –aseguró riéndose con fuerza e, inclinándose un poco por encima de la mesa, añadió- Pero solo se me ocurre ahora mismo un motivo para que eso sea así –en su rostro pudo distinguir una sonrisa casi paternal, que hizo que al elfo se le revolviera el estómago.
- Ya... – fue su queda respuesta, sin intención de indagar más en aquella afirmación.
En aquel mismo instante la puerta que llevaba a las habitaciones interiores de la casa se abrió, dando paso a una perpleja humana, que miró sorprendida la extraña estampa ante ella. Tarek no pudo evitar observarla por un segundo y plantearse seriamente como aquel individuo podía haber pensado que “eso” y él podían estar liados. Sin duda los humanos eran extraños.
Observó de nuevo la oscuridad de la noche, que parecía impenetrable desde el otro lado de la ventana. Algunos metros más allá se alzaba el bosque por el que había llegado. Un oasis de seguridad, al menos temporal, no cómo aquella casa. La fría e inerte piedra bajo su mano lo hicieron sentirse incómodo, por lo que decidió retirarse de allí. Sabía que el sueño no lo acompañaría aquella noche y, de hacerlo, probablemente llegada el alaba, estaría repleto de acusadoras miradas que no deseaba ver. Se tumbó en el jergón y contempló el movimiento de las sombras que el fuego proyectaba sobre el techo.
[…]
Los guijarros del camino crujieron levemente bajo sus pies mientras retornaba a la pequeña casa de piedra. Su ubicación, lejos del resto de la aldea, le había permitido realizar el camino al río y volver sin tener que cruzarse con ninguna otra de aquellas desagradables criaturas. Suficiente tenía con el suplicio que le esperaba dentro de la morada y con tener que recordarse segundo a segundo que la necesitaba viva. Que necesitaba su ayuda. Sintió el dolor que aquellas palabras provocaban en él, pero se esforzó por mantener la calma y, con una última exhalación, abrió la puerta… aunque no cruzó el umbral.
Ante él, sentado en la mesa, se encontraba un humano anciano, que consumía con calma el contenido de una taza. Sin embargo, la estupefacción del elfo no se vio reflejada en la cara del hombre que, probablemente, lo estaba esperando. El humano lo miraba con rostro inexpresivo, analizándolo, aunque sin signos de hostilidad, sin apartar los ojos de él ni siquiera cuando alzaba la taza para beber.
Tarek miró disimuladamente a su alrededor para cercionarse de que no había acabado en la casa errónea. Pero la presencia de algunas de sus cosas al fondo de la estancia le confirmaron que, definitivamente, había abierto la puerta correcta. Con calma, dio un paso al frente y cerró la puerta tras de si.
- Buenos días –dijo con calma, al tiempo que observaba al hombre. Era un individuo fornido, que conservaba una buena forma física a pesar de la edad que parecía tener. Sin duda no era un campesino al uso, algo en él delataba un pasado de corte marcial.
- Buenos días –fue la queda respuesta del hombre, cuya grave voz se vio acompañada de un gesto con la cabeza- Siéntete libre de servirte si lo deseas –añadió, al tiempo que señalaba la tetera colocada al fuego, de la que surgía un delicado aroma a hiervas.
Sin perder de vista a su interlocutor, se dirigió hasta la misma, aceptando la invitación del humano con un leve asentimiento. Mientras servía una moderada cantidad en una taza, imploró en su fuero interno que no estuviese envenenada. Aquello era un ejercicio de fe y, si quería la ayuda de la humana, debía pasar por él. Al fin y al cabo, ella misma había hecho referencia la noche anterior al “dueño de la casa”, el cual contemplaba en aquel momento todos sus movimientos.
Una vez servido, regresó hacia la mesa, preguntando con un gesto si podía tomar asiento frente al hombre, que simplemente asintió. Algo parecido a una sonrisa pareció esbozarse en sus labios, sin que esta llegase a concretarse, puesto que el hombre llevó nuevamente la taza a sus labios. El silenció marcó de nuevo la estancia cuando tomó asiento, durante los minutos en que ambos no hicieron más que observarse con cautela.
- No es habitual ver a uno de los tuyos por estas latitudes – murmuró el hombre, dejando la taza con un sonido suave sobre la mesa.
- ¿Uno... de los míos? –la extrañeza fue palpable en el rostro del elfo. El hombre asintió con la calma propia de alguien que ha vivido una vida larga.
- Un Ojosverdes. ¿Me equivoco? - preguntó con curiosidad.
- Algo así –respondió Tarek, entrecerrando los ojos levemente y mirando a su interlocutor con intensidad para, tras un tenso silencio, preguntar- ¿Es eso un problema?
Como toda respuesta, el hombre encogió ligeramente los hombros sin apartar la mirada del elfo. Aunque poco después la curiosidad apareció reflejada en su mirada.
- Nunca me he metido en los intereses pasajeros de Iori. Mientras no arda la casa todo está bien
El elfo no pudo evitar alzar una ceja ante la afirmación de que era uno de los “intereses pasajeros” de la humana, aunque controló su expresión para abstenerse de poner cara de asco. No quería saber la razón de que aquel individuo hubiese llegado a aquella conclusión. Quizás fuese mejor cambiar de tema.
- Y vos sois su... ¿abuelo?
- Algo así podríamos decir –una sonora risa dejó los labios del hombre tras la afirmación- No existen lazos familiares reales, pero nos hemos acostumbrado el uno al otro – ladeando la cabeza, miró la puerta que conducía al resto de la casa, tras la cual la humana debía de seguir durmiendo- La encontré hace 25 años. Dentro de una lobera vacía –alzando la taza tomó un sorbo- Fue la misma época en la que se avistaron Ojosverdes tan al sur de Verisar.
El elfo, que se disponía a beber el ahora templado líquido, detuvo sus manos a medio camino, sopesando las palabras de su interlocutor. Ojosverdes al sur de Verisar. Aquello era… extraño. Su gente rara vez dejaba las fronteras del bosque, excepto aquellos individuos que debían viajar solos, pero habitualmente intentaban pasar desapercibidos.
- ¿Ojosverdes en esta región? –preguntó- No suelen abandonar las fronteras –añadió en un murmullo, mientras miraba al hombre pensativo- Cuando la encontrasteis llevaba eso –señalo el trozo de tela que pendía del otro lado de la estancia. Aquello no era una pregunta, sino una afirmación.
El hombre observó por encima de su hombro, al tiempo que se mesaba la barba- Exactamente. Estaba envuelta con eso, entre otras cosas.
- ¿Sabéis quiénes son sus padres? –la pregunta abandonó sus labios ante de que pudiese evitarlo, por lo que evitó la mirada del hombre, al tiempo que hacía girar el anillo en su dedo. Un gesto nervioso que había adoptado desde que se lo había puesto por primera vez.
- Estaba sola. Intuyo que llevaba un par de días allí. Nunca nadie buscó a un bebé desaparecido en esta zona –al alzar la vista Tarek vio que el hombre entrecerraba los ojos cuando, guiado por el movimiento, se fijó en la joya que el elfo portaba, pero no añadió nada más. Estirando la mano dejó que este lo observara con más detalle.
- También llevaba esto, ¿verdad? –preguntó, para después bajar la mano con calma hasta la mesa. Algo le decía que se movía por terreno resbaladizo. Aquel hombre parecía ser más de lo que aparentaba- El anillo, al igual que el trozo de tela que la envolvían, pertenecían a mi padre. ¿Qué más tenía con ella?
- ¿Por qué te lo dio a ti? –el tranquilo rostro del hombre mudó en sorpresa- Parecía muy apegada a él - murmuró inclinándose hacia delante, apoyando los codos sobre la mesa. - ¿Tú padre era un Ojosverdes? - inquirió con la curiosidad- Estaba rodeada de mantas junto con algunas provisiones de adultos. Ella no debería de tener más de un año, no hubiera podido hacer nada con eso. Parecía que había sido dejada allí temporalmente, pero era obvio que quien fuese que la había guarecido en aquel sitio no volvió nunca a por ella.
El elfo se tomó unos instantes antes de responder, sopesando a su interlocutor. Lo que decía carecía de lógica, pero el anciano no parecía mentir. Quizás solo hubiese interpretado mal la situación.
- No... él era de otro clan –murmuró casi más para si que para su interlocutor. Todavía recordaba su llegada al clan de los Ojosverdes, la forma en que había sido introducido en sus costumbres, la forma en que había intentado que olvidase algunas de las enseñanzas de Eithelen. Sin duda él nunca habría sido un Ojosverdes… ¿se sentiría defraudado de que Tarek hubiese elegido unirse a ellos? Era su clan por ascendencia materna, no había tenido muchas alternativas. Relegó aquellos pensamientos a un segundo plano- Decís que había un inusitado número de Ojosverdes en esta zona... ¿sabéis por qué?
- Tan inusitado como que nunca antes habían sido vistos aquí –comenzó a relatar el hombre, mientras se relajaba y ponía cómodo en la silla- Los campesinos de esta región no sabrían distinguir a un Ojosverdes de otro elfo de Sandorai. Yo me encontré con ellos en algunas de mis misiones de custodia cerca de la frontera natural de su bosque –el gesto de ira que cruzó el rostro de Tarek fue sutil y consiguió controlarlo a tiempo. Un guarda fronterizo… aquellos individuos se encontraban entre los humanos más odiados para su clan. Aquellos que permitían la destrucción de sus bosques y los que mataban a aquellos que deseaban defenderlo. Intentó mantener la calma, al tiempo que agradecía que el hombre, perdido en sus propios pensamientos, estuviese mirando al vacío y no directamente hacia él- Por eso cuando los vi supe reconocerlos. Eran un grupo de unos 12. A día y medio de aquí hacia el norte. No muy lejos de dónde la encontré a ella en la cueva.
Las palabras del hombre resonaron en su mente como un lejano eco, mientras el elfo intentaba controlar su temperamento. No podía decir que hubiese “disfrutado” de la conversación, al fin y al cabo, su interlocutor era un humano, pero aquella revelación, saber que era parte de la guardia… Intentó mantener la calma.
- Me preguntaba por qué que dormiste fuera si estabas con ella, ahora lo entiendo –indicó el hombre llevándose de nuevo la taza a los labios. El elfo alzó la mirada ante el extraño derrotero que había tomado la conversación.
- No tiene nada de qué preocuparse –respondió alzando una ceja- No tengo ningún tipo de interés... intimo con ella –añadió con manifiesto desagrado
- No me preocupo –aseguró riéndose con fuerza e, inclinándose un poco por encima de la mesa, añadió- Pero solo se me ocurre ahora mismo un motivo para que eso sea así –en su rostro pudo distinguir una sonrisa casi paternal, que hizo que al elfo se le revolviera el estómago.
- Ya... – fue su queda respuesta, sin intención de indagar más en aquella afirmación.
En aquel mismo instante la puerta que llevaba a las habitaciones interiores de la casa se abrió, dando paso a una perpleja humana, que miró sorprendida la extraña estampa ante ella. Tarek no pudo evitar observarla por un segundo y plantearse seriamente como aquel individuo podía haber pensado que “eso” y él podían estar liados. Sin duda los humanos eran extraños.
Tarek Inglorien
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Re: Dentro de Eiroás [Privado]
Se despertó como si alguien la hubiese sacudido desde fuera. Iori se incorporó de golpe y notó entonces como las gotas de sudor descendían por su cuello, dejando un reguero de humedad. Era de día. Y estaba en su casa. Miró por la ventana a tiempo de atisbar que el alba había irrumpido hacía por lo menos una hora. Y ella todavía dormida.
Vaya sueño más raro.
Se llevó la mano a la cara y frotó su piel, intentando recordar. Abrir los ojos la había alejado del entorno en el que estaba completamente inmersa, dificultándole ahora captar el hilo de lo que la había hecho descansar tan mal. Algo incómodo, sin duda, que la había dejado al comienzo de un nuevo día a las puertas de un dolor de cabeza latente. Suspiró estirando sus extremidades y apartó las mantas para incorporarse.
Mientras se afanaba en ventilar, vestirse, y recoger la habitación, recordó súbitamente que al otro lado de la puerta, en la cocina, debería de encontrarse Tarek. No esperaba que estuviera dormido, pero tampoco tenía esperanzas en que se hubiera largado. Terminó de ajustar el lazo sobre la trenza que se había hecho y abrió la puerta curiosa por lo que parecía una conversación. Entonces los vio. Zakath y Tarek sentados a la mesa compartiendo lo que parecía una charla de amigos. Tardó un segundo en reaccionar, y entonces le vino a la mente un destello azul intenso. Uno que había visto en su sueño. ¿Qué...?
- Has llegado - constató mirando a Zakath y alternamente a Tarek. El anciano la miró con el brillo divertido que acostumbraba a asomar en sus ojos, pero Iori mantiene la desconfianza en los suyos mientras observa al elfo. - ¿Compartiendo el desayuno? - Tarek entrecerró levemente los ojos, antes de apartar la mirada de ella y dirigirla a la taza. No dijo nada, pero se notó que se estaba mordiendo la lengua.
Zakath se rio entre dientes y se levantó para ir a dejar la taza en el fregadero. De pie, en medio de la cocina se hace más evidente su estraordinaria altura y su complexión fornida. - ¿Y bien? ¿Cómo ha ido la venta? - le preguntó con urgencia pero un claro deje de respeto hacia el anciano en sus maneras. - La gente echaba de menos tus jabones sin duda. Los he vendido todos - Iori sonrio. - ¡Eso es genial! - palmeó con las manos un instante. Con un poco de suerte, podrían juntar suficiente dinero antes de terminar el verano como para hacer un buen acopio de carne salada para el próximo inverno. Eso les garantizaría junto con la cosecha de la temporada alimento durante los meses más fríos.
Pero antes de hacer cuentas debería de ocuparse de una cosa. Volvió el rostro hacia Tarek y su sonrisa desapareció. - Tienes algo que hacer? - su tono fue duro como un látigo y eso sorprendió a Zakath, que enarcó una ceja. El elfo tomó aire un momento y la miró directamente a los ojos por un momento, antes de responder - Nada en especial. ¿Por qué, necesitas ayuda con algo? - Su tono era super amable, pero a ella le cantó a falso a la legua. Conociéndolo como lo conocía. No así al viejo Zakath, que parecía concentrado en observar el juego de ambos con curiosidad.
- Entonces no tienes más razón para estar aquí - sonrió con cinismo de forma amplia y se giró para recoger el jergón donde él había dormido esa noche. - Iori - pronunció Zakath. Y aunque su voz fue suave, se notó firme. La humana se detuvo y colocó las manos en la cadera. - ¿Que? - su tono fue cansado y el anciano únicamente le sostuvo la mirada en respuesta. - Ya se, ya seeee - musitó dejando caer el jergón a un lado y volviendo a mirar a Tarek con furia desde el otro lado de la mesa. Pareció dudar. - Ven conmigo - indicó antes de pasar a su lado como una tromba saliendo de la casa.
El elfo observó el intercambio entre ambos con expresión calmada, incluso en el momento en que ella le soltó aquellas cínicas palabras. Se levantó cuando ella salió por la puerta como una furia, pero antes de seguirla avanzó con sus pasos hacia el anciano. - Creo que no nos han presentado - dijo Tarek, mientras le tendía una mano al anciano - Soy Tarek. - El hombre mayor asintió con una sonrisa hogareña y estrechó con firmeza la mano antes de añadir. - Zakath - sencillamente.
Iori no había esperado por el, y cuando Tarek salió de la casa ya estaba fuera de la parcela en dirección al camino que bajaba hacia el río. No añadió nada. Caminó con decisión por el sendero hasta llegar a un pequeño recodo en el cual se detuvo. Lo había guiado hasta un manantial natural del que brotaba agua caliente del interior de la tierra. Los habitantes de Eiroás habían usado ese recurso tan preciado desde hacía generaciones, y había adecentado el lugar especialmente, de manera que construyeron una suerte de baño público al que cualquiera podír ir, siempre y cuando conocieses la localización exacta.
- No deberías de tardar en hacer camino. Los tuyos deben de estar esperándote - acusó mirándolo de frente cuando él llegó a su altura. - No te creas, no saben dónde estoy - comentó como quién no quiere la cosa, mirando a su alrededor - ¿Sabes? Creo que le caigo especialmente bien a tu… abuelo. Me ha hablado mucho de ti – le sonríe de nuevo con falsa amabilidad. La humana reprimió las ganas de enseñarle los dientes.
- Es una pena que desees que parta tan pronto. Pero no hay prisa. Tengo décadas de vida, puedo esperar. Mientras, a ti la tuya se te escapa, año a año... sin poder evitarlo. Qué terrible desvanecerse en la nada sin haber descubierto la verdad - se acerca más a ella, invadiendo su espacio personal, y le susurró - Sobre todo cuando la tienes tan cerca - y con la cabeza señaló la dirección en que se encontraba la casa de Iori, antes de dar un par de pasos hacia atrás - ¿Vas a quedarte? - pregunta, señalando la zona de baño.
Por un instante, solo se escuchó el borboteo el agua fluyendo a la superficie de la improvisada zona de baño. El odio por su parte no emitía sonido, aunque eso no significaba que no estuviese presente en aquellos instantes. La humana apretó las manos, tratando de controlarse, tratando de minimizar la horrible influencia que tenía el elfo en ella. Le mantuvo la mirada, aguantando el tipo y las ganas de partirle la cara cuando él acortó distancias. Se mordió abiertamente la lengua para evitar contestarle mal a su última provocación y decidió largarse pronto de allí.
Puso las palmas de las manos hacia arriba y chasqueó la lengua con suficiencia. - Nada interesante que ver - le aseguró con sorna antes de girarse. - Te dejaré aquí un par de toallas - añadió ya de espaldas a él de regreso a la casa. Y una idea muy clara en mente junto con alejarse de Tarek. Hablar con Zakath. Prácticamente corrió ladera arriba y atravesó la puerta de su casa sin cerrarla como un espíritu. - ¿Me puedes explicar de qué estuvisteis hablando? - inquirió de manera acusatoria mirando al anciano. Este se encontraba arrodillado en el suelo, recogiendo el jergón y no apartó la vista de su tarea. - Es la primera vez que metes en casa a alguien que no estás dispuesta a meter en cama - apuntó con tranquilidad.
Iori no se lo tomó como una ofensa. Así eran las cosas entre ellos. Zakath la había acostumbrado a que él podía compartir su tiempo con todos los hombres que le apetecían, y la había educado con ese ejemplo a que ella podía hacer lo mismo. - No era una visita deseada. Me vi obligada a hospedarlo por pura educación - aseguró mientras cruzaba los brazos sobre el pecho. - Insisto, ¿Qué le contaste de mí? ese elfo no es de fiar - aseguró con voz dura. El anciano se incorporó con el jergón enrollado en los brazos y cruzó el umbral a la estancia en la que estaban las habitaciones. - Ese chico tiene que ver con tu origen. Ha estado juntando piezas con lo que le dije y yo he estado uniendo otras con lo que me dijo. Su clan está detrás de tu nacimiento. O al menos, detrás de que aparecieses tan al sur portando objetos élficos. -
Iori lo siguió con paso vivo mientras él se movía, sintiendo como la molestia comenzaba a crecer en ella. Y otra vez aquel destello de luz azul. Se detuvo y fijó la vista en ninguna parte intentando seguir aquel hilo de información que le permitiese llegar hasta el sueño de esa noche. No lo consiguió.
Vaya sueño más raro.
Se llevó la mano a la cara y frotó su piel, intentando recordar. Abrir los ojos la había alejado del entorno en el que estaba completamente inmersa, dificultándole ahora captar el hilo de lo que la había hecho descansar tan mal. Algo incómodo, sin duda, que la había dejado al comienzo de un nuevo día a las puertas de un dolor de cabeza latente. Suspiró estirando sus extremidades y apartó las mantas para incorporarse.
Mientras se afanaba en ventilar, vestirse, y recoger la habitación, recordó súbitamente que al otro lado de la puerta, en la cocina, debería de encontrarse Tarek. No esperaba que estuviera dormido, pero tampoco tenía esperanzas en que se hubiera largado. Terminó de ajustar el lazo sobre la trenza que se había hecho y abrió la puerta curiosa por lo que parecía una conversación. Entonces los vio. Zakath y Tarek sentados a la mesa compartiendo lo que parecía una charla de amigos. Tardó un segundo en reaccionar, y entonces le vino a la mente un destello azul intenso. Uno que había visto en su sueño. ¿Qué...?
- Has llegado - constató mirando a Zakath y alternamente a Tarek. El anciano la miró con el brillo divertido que acostumbraba a asomar en sus ojos, pero Iori mantiene la desconfianza en los suyos mientras observa al elfo. - ¿Compartiendo el desayuno? - Tarek entrecerró levemente los ojos, antes de apartar la mirada de ella y dirigirla a la taza. No dijo nada, pero se notó que se estaba mordiendo la lengua.
Zakath se rio entre dientes y se levantó para ir a dejar la taza en el fregadero. De pie, en medio de la cocina se hace más evidente su estraordinaria altura y su complexión fornida. - ¿Y bien? ¿Cómo ha ido la venta? - le preguntó con urgencia pero un claro deje de respeto hacia el anciano en sus maneras. - La gente echaba de menos tus jabones sin duda. Los he vendido todos - Iori sonrio. - ¡Eso es genial! - palmeó con las manos un instante. Con un poco de suerte, podrían juntar suficiente dinero antes de terminar el verano como para hacer un buen acopio de carne salada para el próximo inverno. Eso les garantizaría junto con la cosecha de la temporada alimento durante los meses más fríos.
Pero antes de hacer cuentas debería de ocuparse de una cosa. Volvió el rostro hacia Tarek y su sonrisa desapareció. - Tienes algo que hacer? - su tono fue duro como un látigo y eso sorprendió a Zakath, que enarcó una ceja. El elfo tomó aire un momento y la miró directamente a los ojos por un momento, antes de responder - Nada en especial. ¿Por qué, necesitas ayuda con algo? - Su tono era super amable, pero a ella le cantó a falso a la legua. Conociéndolo como lo conocía. No así al viejo Zakath, que parecía concentrado en observar el juego de ambos con curiosidad.
- Entonces no tienes más razón para estar aquí - sonrió con cinismo de forma amplia y se giró para recoger el jergón donde él había dormido esa noche. - Iori - pronunció Zakath. Y aunque su voz fue suave, se notó firme. La humana se detuvo y colocó las manos en la cadera. - ¿Que? - su tono fue cansado y el anciano únicamente le sostuvo la mirada en respuesta. - Ya se, ya seeee - musitó dejando caer el jergón a un lado y volviendo a mirar a Tarek con furia desde el otro lado de la mesa. Pareció dudar. - Ven conmigo - indicó antes de pasar a su lado como una tromba saliendo de la casa.
El elfo observó el intercambio entre ambos con expresión calmada, incluso en el momento en que ella le soltó aquellas cínicas palabras. Se levantó cuando ella salió por la puerta como una furia, pero antes de seguirla avanzó con sus pasos hacia el anciano. - Creo que no nos han presentado - dijo Tarek, mientras le tendía una mano al anciano - Soy Tarek. - El hombre mayor asintió con una sonrisa hogareña y estrechó con firmeza la mano antes de añadir. - Zakath - sencillamente.
Iori no había esperado por el, y cuando Tarek salió de la casa ya estaba fuera de la parcela en dirección al camino que bajaba hacia el río. No añadió nada. Caminó con decisión por el sendero hasta llegar a un pequeño recodo en el cual se detuvo. Lo había guiado hasta un manantial natural del que brotaba agua caliente del interior de la tierra. Los habitantes de Eiroás habían usado ese recurso tan preciado desde hacía generaciones, y había adecentado el lugar especialmente, de manera que construyeron una suerte de baño público al que cualquiera podír ir, siempre y cuando conocieses la localización exacta.
- No deberías de tardar en hacer camino. Los tuyos deben de estar esperándote - acusó mirándolo de frente cuando él llegó a su altura. - No te creas, no saben dónde estoy - comentó como quién no quiere la cosa, mirando a su alrededor - ¿Sabes? Creo que le caigo especialmente bien a tu… abuelo. Me ha hablado mucho de ti – le sonríe de nuevo con falsa amabilidad. La humana reprimió las ganas de enseñarle los dientes.
- Es una pena que desees que parta tan pronto. Pero no hay prisa. Tengo décadas de vida, puedo esperar. Mientras, a ti la tuya se te escapa, año a año... sin poder evitarlo. Qué terrible desvanecerse en la nada sin haber descubierto la verdad - se acerca más a ella, invadiendo su espacio personal, y le susurró - Sobre todo cuando la tienes tan cerca - y con la cabeza señaló la dirección en que se encontraba la casa de Iori, antes de dar un par de pasos hacia atrás - ¿Vas a quedarte? - pregunta, señalando la zona de baño.
Por un instante, solo se escuchó el borboteo el agua fluyendo a la superficie de la improvisada zona de baño. El odio por su parte no emitía sonido, aunque eso no significaba que no estuviese presente en aquellos instantes. La humana apretó las manos, tratando de controlarse, tratando de minimizar la horrible influencia que tenía el elfo en ella. Le mantuvo la mirada, aguantando el tipo y las ganas de partirle la cara cuando él acortó distancias. Se mordió abiertamente la lengua para evitar contestarle mal a su última provocación y decidió largarse pronto de allí.
Puso las palmas de las manos hacia arriba y chasqueó la lengua con suficiencia. - Nada interesante que ver - le aseguró con sorna antes de girarse. - Te dejaré aquí un par de toallas - añadió ya de espaldas a él de regreso a la casa. Y una idea muy clara en mente junto con alejarse de Tarek. Hablar con Zakath. Prácticamente corrió ladera arriba y atravesó la puerta de su casa sin cerrarla como un espíritu. - ¿Me puedes explicar de qué estuvisteis hablando? - inquirió de manera acusatoria mirando al anciano. Este se encontraba arrodillado en el suelo, recogiendo el jergón y no apartó la vista de su tarea. - Es la primera vez que metes en casa a alguien que no estás dispuesta a meter en cama - apuntó con tranquilidad.
Iori no se lo tomó como una ofensa. Así eran las cosas entre ellos. Zakath la había acostumbrado a que él podía compartir su tiempo con todos los hombres que le apetecían, y la había educado con ese ejemplo a que ella podía hacer lo mismo. - No era una visita deseada. Me vi obligada a hospedarlo por pura educación - aseguró mientras cruzaba los brazos sobre el pecho. - Insisto, ¿Qué le contaste de mí? ese elfo no es de fiar - aseguró con voz dura. El anciano se incorporó con el jergón enrollado en los brazos y cruzó el umbral a la estancia en la que estaban las habitaciones. - Ese chico tiene que ver con tu origen. Ha estado juntando piezas con lo que le dije y yo he estado uniendo otras con lo que me dijo. Su clan está detrás de tu nacimiento. O al menos, detrás de que aparecieses tan al sur portando objetos élficos. -
Iori lo siguió con paso vivo mientras él se movía, sintiendo como la molestia comenzaba a crecer en ella. Y otra vez aquel destello de luz azul. Se detuvo y fijó la vista en ninguna parte intentando seguir aquel hilo de información que le permitiese llegar hasta el sueño de esa noche. No lo consiguió.
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Iori Li
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Re: Dentro de Eiroás [Privado]
La furibunda mirada que le lanzó la chica antes de irse fue suficiente como para llevar una sonrisa a su cara. La noche anterior se había humillado ante ella, había suplicado su ayuda… y ella lo había pisoteado. Ahora, gracias a su propia debilidad al invitarlo a quedarse aquella noche, había encontrado la orna en su zapato, la pieza que faltaba en todo aquel complejo rompecabezas para incitarla a acompañarlo. No dejaba de resultar irónico que un par de comentarios sueltos y la mención a su mentor hubiesen sido suficientes para sacarla de aquella obstinada negación. El anciano le había dado información, sin duda, pero nada especialmente relevante. Aun así, la sola perspectiva de que él podía haber descubierto algo sobre su pasado había sido suficiente para sembrar la semilla de la duda en ella. La posibilidad de ganar algo con aquello.
Desató las lazadas que cerraban su túnica con calma, mientras pensaba en su conversación con el anciano. Un soldado de frontera… Notó como las manos se le crispaban sobre la tela. En una situación diferente lo habría matado, pero vivo resultaba más útil… por ahora.
Una vez despojado de la ropa se sumergió en la improvisada bañera, desde la cual, mediante un sistema de presas en miniatura, podía controlar los flujos de agua fría y caliente que se mezclaban en su interior. Por primera vez en semanas, se dio el lujo de relajarse. Apenas unas horas antes había perdido toda esperanza de poder seguir el camino que el espectro le había indicado, el único que parecía no acabarse contra el decadente muro de una casa derruida en el que solo restaban unas crípticas palabras. Dirigió la mirada a la puerta preguntándose si el anciano sería capaz de convencerla. La curiosidad que había mostrado el hombre tras mencionar que podía estar relacionado con el pasado de la chica, le daba la esperanza de creer que haría lo posible por convencerla para que se fuese con él.
Escuchó sus pasos antes incluso de que abriese la puerta. Los humanos tendían a ser ruidosos por naturaleza, aunque aquel espécimen se encontrase entre los más sigilosos que había conocido. Sin inmutarse, permaneció un momento más en la misma posición, con la cabeza apoyada sobre el borde de la bañera y los brazos colgando a ambos lados. Cuando la tensión se hizo palpable, giró ligeramente la cabeza para mirarla.
- ¿Qué? –preguntó sin más. La mirada acusativa de la chica se volvió más intensa cuando entrecerró los ojos.
- ¿Sacando provecho de tus conversaciones con humanos?
Disimulando una sonrisa, se reacomodó en la bañera con calma antes de contestarle.
- Por su puesto. Aunque debo decir que él parecía deseoso de compartir sus conocimientos conmigo. No es como si lo hubiese amenazado –guardó silencio un segundo, simulando mirarse las uñas de la mano derecha, antes de volver la vista hacia ella- Por qué, ¿te ha dicho algo interesante? –en sus labios se dibujó una sonrisa irónica.
- Tiene la curiosa idea de que debería de acompañarte –fue su parco comentario, al tiempo que se movía con calma hacia la pared lateral de la estancia, tras dejar las toallas cerca de la bañera.
- Un hombre sabio... –fue su respuesta, sin prestar demasiada atención a la chica.
- Te vas a arrugar si te quedas tanto tiempo –no fue consciente de su comentario hasta que notó el cambio de temperatura del agua.
- Qué demonios… -incapaz de hacer otra cosa, se levantó de golpe, abandonando inmediatamente la ahora hirviente bañera.
Ella, con cara maliciosa lo observaba, con una mano taponando el flujo de agua fría que debía regular la temperatura del sulfuroso surgente. Tarek no pasó por alto el brillo apreciativo que distinguió en su mirada, que se paseó sin pudor sobre su persona. Él no pudo más que entrecerrar los ojos, al tiempo que tomaba una de las toallas y se la enroscaba entorno a la cintura.
- No recordaba que tu especialidad era acabar con mi paciencia. ¿Contenta? –añadió, cruzándose de brazos- Y bien, ¿qué vas a hacer? ¿Vienes o te quedas?
- Somos almas gemelas. Sabemos hacernos sentir el uno al otro de la misma manera - aseguró ella, cruzándose también de brazos y sonriéndole de forma sádica - Iré contigo, pero no te saldrá gratis.
No era una respuesta inesperada. Había tenido claro desde el principio que tendría que sacrificar algo más que su orgullo por aquello. Solo esperaba que la chica no pidiese más de lo que él estaba dispuesto a ofrecer.
- ¿Cuál es el precio de tu entusiasta colaboración? –preguntó, abriendo los brazos para indicar que estaba a la escucha.
- Me debes una. No me lo cobraré inmediatamente, pero algún día te buscaré y harás honor a tu deuda. ¿Estás dispuesto? - inquirió ella, mirándolo con fijeza.
Era arriesgado y lo sabía. Aceptar una deuda como aquella era como ofrecer el cuello a un vampiro con la esperanza de que no mordiese. Pero estaba desesperado y, lo peor de todo, es que ella lo sabía. No tenía otra opción.
- Que así sea –fue su seca y seria respuesta.
La humana mantuvo los ojos fijos en él unos segundos más, en un silencio solo interrumpido por el borboteo de la ardiente agua de la poza y el murmullo del río que discurría unos metros más allá. Él tampoco le quitó la vista de encima, consciente de que acababa de conseguir lo que había ido a buscar. El trato no se selló con un abrazo, ni con un apretón de manos. Ninguno de ellos parecía dispuesto a hacer nada más que aceptar la palabra del otro, por muy poco valor que esta tuviese.
- Termina de acicalarte y hacer tus cosas de elfo. Prepararé una comida ligera en casa y haré la bolsa –explicó ella rompiendo el silencio y dirigiéndose de nuevo al sendero que la llevaría hasta la casa.
Tarek soltó el aire contenido, sentándose en el borde de la bañera cuando ella despareció de su vista. Lo había logrado, la había convencido. Se mesó el pelo con la mano derecha, en un gesto poco habitual en él, antes de volver a coger aire con calma. Por primera vez en… años, desde que aquello había empezado, desde que había escuchado aquellas palabras veladas, se encontraba un poco más cerca de saber la verdad. De descubrir lo que había pasado… una vez más se preguntó si estaba realmente preparado para escuchar lo que desde hacía meses temía oír.
Sacudió la cabeza para apartar aquellos pensamientos de su mente y se levantó con soltura para vestirse. No valía la pena especular, en unos días sabría la verdad, fuese cual fuese… costase lo que costase…
Desató las lazadas que cerraban su túnica con calma, mientras pensaba en su conversación con el anciano. Un soldado de frontera… Notó como las manos se le crispaban sobre la tela. En una situación diferente lo habría matado, pero vivo resultaba más útil… por ahora.
Una vez despojado de la ropa se sumergió en la improvisada bañera, desde la cual, mediante un sistema de presas en miniatura, podía controlar los flujos de agua fría y caliente que se mezclaban en su interior. Por primera vez en semanas, se dio el lujo de relajarse. Apenas unas horas antes había perdido toda esperanza de poder seguir el camino que el espectro le había indicado, el único que parecía no acabarse contra el decadente muro de una casa derruida en el que solo restaban unas crípticas palabras. Dirigió la mirada a la puerta preguntándose si el anciano sería capaz de convencerla. La curiosidad que había mostrado el hombre tras mencionar que podía estar relacionado con el pasado de la chica, le daba la esperanza de creer que haría lo posible por convencerla para que se fuese con él.
[…]
Escuchó sus pasos antes incluso de que abriese la puerta. Los humanos tendían a ser ruidosos por naturaleza, aunque aquel espécimen se encontrase entre los más sigilosos que había conocido. Sin inmutarse, permaneció un momento más en la misma posición, con la cabeza apoyada sobre el borde de la bañera y los brazos colgando a ambos lados. Cuando la tensión se hizo palpable, giró ligeramente la cabeza para mirarla.
- ¿Qué? –preguntó sin más. La mirada acusativa de la chica se volvió más intensa cuando entrecerró los ojos.
- ¿Sacando provecho de tus conversaciones con humanos?
Disimulando una sonrisa, se reacomodó en la bañera con calma antes de contestarle.
- Por su puesto. Aunque debo decir que él parecía deseoso de compartir sus conocimientos conmigo. No es como si lo hubiese amenazado –guardó silencio un segundo, simulando mirarse las uñas de la mano derecha, antes de volver la vista hacia ella- Por qué, ¿te ha dicho algo interesante? –en sus labios se dibujó una sonrisa irónica.
- Tiene la curiosa idea de que debería de acompañarte –fue su parco comentario, al tiempo que se movía con calma hacia la pared lateral de la estancia, tras dejar las toallas cerca de la bañera.
- Un hombre sabio... –fue su respuesta, sin prestar demasiada atención a la chica.
- Te vas a arrugar si te quedas tanto tiempo –no fue consciente de su comentario hasta que notó el cambio de temperatura del agua.
- Qué demonios… -incapaz de hacer otra cosa, se levantó de golpe, abandonando inmediatamente la ahora hirviente bañera.
Ella, con cara maliciosa lo observaba, con una mano taponando el flujo de agua fría que debía regular la temperatura del sulfuroso surgente. Tarek no pasó por alto el brillo apreciativo que distinguió en su mirada, que se paseó sin pudor sobre su persona. Él no pudo más que entrecerrar los ojos, al tiempo que tomaba una de las toallas y se la enroscaba entorno a la cintura.
- No recordaba que tu especialidad era acabar con mi paciencia. ¿Contenta? –añadió, cruzándose de brazos- Y bien, ¿qué vas a hacer? ¿Vienes o te quedas?
- Somos almas gemelas. Sabemos hacernos sentir el uno al otro de la misma manera - aseguró ella, cruzándose también de brazos y sonriéndole de forma sádica - Iré contigo, pero no te saldrá gratis.
No era una respuesta inesperada. Había tenido claro desde el principio que tendría que sacrificar algo más que su orgullo por aquello. Solo esperaba que la chica no pidiese más de lo que él estaba dispuesto a ofrecer.
- ¿Cuál es el precio de tu entusiasta colaboración? –preguntó, abriendo los brazos para indicar que estaba a la escucha.
- Me debes una. No me lo cobraré inmediatamente, pero algún día te buscaré y harás honor a tu deuda. ¿Estás dispuesto? - inquirió ella, mirándolo con fijeza.
Era arriesgado y lo sabía. Aceptar una deuda como aquella era como ofrecer el cuello a un vampiro con la esperanza de que no mordiese. Pero estaba desesperado y, lo peor de todo, es que ella lo sabía. No tenía otra opción.
- Que así sea –fue su seca y seria respuesta.
La humana mantuvo los ojos fijos en él unos segundos más, en un silencio solo interrumpido por el borboteo de la ardiente agua de la poza y el murmullo del río que discurría unos metros más allá. Él tampoco le quitó la vista de encima, consciente de que acababa de conseguir lo que había ido a buscar. El trato no se selló con un abrazo, ni con un apretón de manos. Ninguno de ellos parecía dispuesto a hacer nada más que aceptar la palabra del otro, por muy poco valor que esta tuviese.
- Termina de acicalarte y hacer tus cosas de elfo. Prepararé una comida ligera en casa y haré la bolsa –explicó ella rompiendo el silencio y dirigiéndose de nuevo al sendero que la llevaría hasta la casa.
Tarek soltó el aire contenido, sentándose en el borde de la bañera cuando ella despareció de su vista. Lo había logrado, la había convencido. Se mesó el pelo con la mano derecha, en un gesto poco habitual en él, antes de volver a coger aire con calma. Por primera vez en… años, desde que aquello había empezado, desde que había escuchado aquellas palabras veladas, se encontraba un poco más cerca de saber la verdad. De descubrir lo que había pasado… una vez más se preguntó si estaba realmente preparado para escuchar lo que desde hacía meses temía oír.
Sacudió la cabeza para apartar aquellos pensamientos de su mente y se levantó con soltura para vestirse. No valía la pena especular, en unos días sabría la verdad, fuese cual fuese… costase lo que costase…
Tarek Inglorien
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