El pueblo duerme [Noche]. [cerrado]

El anciano nervioso por toda la situación me tomó por una de mis mangas, deteniendo mi marcha mientras trataba de convencerme de quedarme. El traductor abrumado por la situación, sabía que debía tratar de mantener a la mayor cantidad de “aliados” posibles. Estaba consiente de que su jugarreta en la tarde había desencadenado la furia de la prestamista, por lo que sus miedos sobre la seguridad de su hija eran bien justificados. Ya la mujer llamada Caoimhe había iniciado un incendio en su casa, y si bien ya era motivo suficiente para que las autoridades evaluaran los actos infames de la prestamista, el hombre parecía no contemplar ello, dando a entender que al menos en esa parte de la ciudad aquella mujer parecía intocable.

Co-conozco a alguien, una mujer que antes estaba en grupos oscuros… - señaló el anciano entre sudores y tartamudeos.

Se trata de una elfa que practicaba la necromancia en antaño, ella maneja las lenguas muertas y estoy seguro de que te podrá ayudar.

¿Dónde ubico a esta elfa?

No lo sé, la última vez que supe de ella me enteré de que ahora viaja con otro elfo, al parecer un espadachín de gran capacidad. Suelen viajar por el continente como errantes, la mujer se llama Xana…(1)

Entiendo, es decir que ahora debo buscar a una pareja de elfos por todo el continente sin saber mayor información que lo que me ofreces… - recalqué con vil sarcasmo.

Eh… si, bueno, la mujer tiene tatuajes en el rostro.

Con cierta brusquedad retiré mi brazo del agarre del anciano traductor, agaché la mirada al suelo mientras con mi mano masajeaba mis sienes pensando, decepcionado y molesto.

Tatuajes… entiendo. Bueno, continuaré mi marcha, ya bien dijiste que debo entonces buscar por todo el continente, más me vale iniciar ya. – dije con sonrisa maliciosa retomando mi paso.

Varios vecinos iniciaban el trabajo para apagar el fuego que ya había devorado la casa del anciano. No tenía más motivos para quedarme y no pretendía continuar con absurdas riñas con la prestamista, no me importaba tal “problemática”.

Pocos eran los libros y escritos que Mileto pudo sacar de la casa, apilándolos en una montaña de objetos que el traductor no podía dejar quemar. Me aproximé a la pila y me agaché para tomar un pequeño libro llamado “La Divina Comedia”, me causaba curiosidad el título, y contemplando que seguro tendría que pasar algunos días más en aquella ciudad, lo tomé guardándolo en mi capa.

El anciano seguía hablando para que me quedara, proyectando la angustia por su hija en sus palabras. La situación era caótica, y por la ansiedad de Mileto, parecía obvio que la noche no tendría noticias positivas.

Hice caso omiso a sus súplicas, me despedí nuevamente del elfo y mientras me disponía a bajar la colina para retomar mi rumbo, vi a la dragona volver para encontrarse con su compañero. El fuego, gracias al trabajo de los vecinos, había casi desaparecido, haciendo que la luz de las flamas disminuyera significativamente. Pero dada mi naturaleza vampírica, no tuve inconveniente en percatarme que la dragona traía algo en sus garras, algo que logré reconocer con claridad y procuré ignorar, seguí mi camino.

Caoimhe… ¿Qué clase de monstruo eres? – dije en voz baja mientras continuaba mi trayecto por la pendiente. Quizás la dragona y el elfo buscarían justicia por lo cometido, pero ya sería tarea de ellos ayudar al viejo traductor. Por mi parte, ya no tenía nada que hacer con Mileto, ni tampoco con la prestamista. Ahora solo me quedaría volver al continente en un viaje inútil.

Tardaría algunos días en tomar un barco que zarpase a Lunargenta, así que aprovecharía para buscar provisiones y leer mi nueva adquisición. Además, la sed poco a poco empezaba a ser evidente, por lo que seguramente serian días de caza.