Soñando despiertos [Sin alma I - Privado]
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Soñando despiertos [Sin alma I - Privado]
Observó el rostro del hombre que le hablaba justo delante como si fuese la primera vez. Lo cierto es que en la última semana se había mostrado muy solícito en la forma en la que la ayudaba. Por el dinero que había entregado el grupo de mujeres que la habían dejado a su cargo, pensaba. Y por el hecho de que al ser padre de una familia numerosa, seguramente reflejaba parte de su instinto paternal en ella.
Una criatura sin memoria y sin fuerzas que a todas luces precisaba ayuda y tutela.
Parpadeó lentamente mientras los enormes dedos del posadero acercaban el cuenco de madera lleno de guiso humeante en su dirección. La sola visión de la comida le revolvió el estómago. Su cuerpo rechazaba la alimentación, y apenas había sido capaz de comer un poco de fruta y pan en los días de recuperación.
- No conseguirás llegar sin fuerzas. Debes de comer para emprender el camino - resopló con la voz cargada de paciencia, haciendo que le temblase la espesa barba que cubría su rostro. Los ojos azules se alzaron débilmente.
- Cedralada - musitó la mestiza con un deje terco en su gesto y su voz.
Aquella era la aldea natal de la que Ben le había hablado.
Ben.
- Ya sé muchacha, ya sé. Lo has repetido desde el primer día en el que has despertado. Pero no es posible que pueda hacer el camino hasta allí de forma segura si no te restableces por completo -
Estaba acostumbrada ya a aquel discurso, pero la mente de la morena no era capaz de comprender la importancia vital que tenían aquellas palabras. Su mirada se desenfocó, y permaneció con la vista fija en sus ajadas manos sobre la mesa sin verlas realmente. Su mente había viajado de nuevo, como en los días anteriores. Repasando de forma compulsiva recuerdos desordenados que la asaltaban. Los únicos que era capaz de rememorar.
- Bien, Olga, ¿tienes claro a dónde quieres ir? - preguntó el Héroe en un susurro mientras se ponía a su lado. Y la mestiza apenas tuvo tiempo para ignorar su pregunta.
Sin previo aviso la agarró de la ropa y se la llevó contra el muro más cercano. Allí la estampó de espaldas contra la pared e hizo fuerza contra ella para que no tuviera la tentación de doblarse.
El aire se escapó de sus pulmones mientras clavaba la mirada en sus ojos verdes.
- Céntrate. Deja tus demonios arriba y pon toda tu maldita atención en lo que te voy a decir: si quieres vivir, deja de actuar como si fueras idiota. Si quieres ver tu deseo cumplido, deja de actuar como si quisieras verte fracasar - hizo una pausa para aflojar la presión sobre ella y dio un paso atrás - Este sitio nos matará a los dos si no tenemos la cabeza despejada - volvió a presionarla contra la pared con un rápido movimiento - Así que, por favor, deja de hacer tonterías y céntrate - la soltó y se alejó para echar un vistazo.
Volvió a inhalar con el héroe separándose de ella. Y lo observó maravillada.
La dureza del contacto, la forma burda que había usado para atraparla, la facilidad con la que su cuerpo cedió a su fuerza... algo en ella ronroneó, pero el sentimiento desapareció, demasiado débil, demasiado rápido como para poder analizarlo. Se había esfumado en el aire.
Ahora, mientras lo observaba caminar, de espaldas a ellas en la leve penumbra de las Catacumbas de Lunargenta, la mestiza sintió deseo.
Anhelo de que volviese a imprimir sobre ella la fortaleza de su cuerpo. Que le hablase con aquella autoridad que resultaba difícil de ignorar. Lo que despertaba temor en otros, en ella ahora únicamente significaba ansia. Jugar al juego de la subyugación. Solo que en ella no se trataba de una verdadera dominación.
Quería usarlo a él como herramienta para obtener el placer que el dolor le regalaba.
Más fuerza de Sango.
Más brutalidad de Sango.
Hasta que todos sus huesos crujieran.
Trazar con los ojos las formas masculinas del soldado acució el deseo que sentía por él en ese momento, convirtiéndolo en su principal objetivo.
Sentir más de él.
Él la había llamado Olga. ¿Ese era su nombre? No lo entendía... en otros recuerdos se refería a ella de otra manera. La mirada perdida se frunció ligeramente, mientras hacía un nuevo esfuerzo por intentar recordar... algo. Pero no había conseguido si quiera reconocer como propio el rostro que la observaba cada mañana cuando se levantaba. Cuando se lavaba para comenzar un nuevo día lleno de agotamiento, sueño y sobre todo, lleno de él.
Gimió agachando la cabeza, sintiendo el dolor que reverberaba desde el hueco que sentía en su pecho. Necesitaba encontrar a Ben. La imagen que tenía de él se repetía en diferentes momentos, diferentes palabras. Pero la nutría de una forma que ni la comida lo hacía. Su mente bullía ansia por él.
- Se le ha enfriado ya - la voz de una de las hijas del posadero sonó sobre su cabeza. El hombre resopló mientras la mestiza lo escuchaba ponerse en pie frente a ella al otro lado de la mesa.
- Intentemos de nuevo por la tarde - propuso frotándose con una mano la nuca, tratando de relajar los músculos. La joven que rondaría los quince años se inclinó hacia Iori mirándola con una lástima que la mestiza no vio.
- Venga amiga, vamos a ir hasta el centro de la plaza y volver. Si es tu deseo ir hasta Cedralada deberás de ser capaz de caminar con mayor vigor - propuso con la intención secreta de que la actividad motivase su apetito.
La chica se levantó sin dudar, aunque su cuerpo se tambaleó un instante. No fue capaz de ver la intención secreta detrás de las amables palabras de la chica, de la que tampoco era capaz de retener su nombre. No podía prestar la suficiente atención. Nada captaba su interés, excepto todo lo que tenía que ver con Sango y cómo llegar a él. Movió una pierna en dirección a la puerta y luego la otra, pensando que quizá aquel fuese el día en el que podría comenzar su camino hacia Cedralada.
* Maldición Sin Alma. La Antigua Agonía [Desafío] Al destruir sus recuerdos y su propia alma, Iori es una errante que vaga por el mundo sin emociones, sentimientos o propósito. Tan solo una cosa es la que la mantiene con vida; "Ben". Es lo único que no ha olvidado. Al ser lo único que tiene en su mente, se vuelve una obsesión que la consume por dentro. Casi no come y no bebe, y como siga así no tardará en enfermar, y muy probablemente causarle la muerte. Mientras esta maldición esté activa, Iori no podrá luchar ni hacer ningún tipo de esfuerzo físico. Para romper la maldición deberá de encontrarse con Ben y acudir juntos a buscar una cura.
Una criatura sin memoria y sin fuerzas que a todas luces precisaba ayuda y tutela.
Parpadeó lentamente mientras los enormes dedos del posadero acercaban el cuenco de madera lleno de guiso humeante en su dirección. La sola visión de la comida le revolvió el estómago. Su cuerpo rechazaba la alimentación, y apenas había sido capaz de comer un poco de fruta y pan en los días de recuperación.
- No conseguirás llegar sin fuerzas. Debes de comer para emprender el camino - resopló con la voz cargada de paciencia, haciendo que le temblase la espesa barba que cubría su rostro. Los ojos azules se alzaron débilmente.
- Cedralada - musitó la mestiza con un deje terco en su gesto y su voz.
Aquella era la aldea natal de la que Ben le había hablado.
Ben.
- Ya sé muchacha, ya sé. Lo has repetido desde el primer día en el que has despertado. Pero no es posible que pueda hacer el camino hasta allí de forma segura si no te restableces por completo -
Estaba acostumbrada ya a aquel discurso, pero la mente de la morena no era capaz de comprender la importancia vital que tenían aquellas palabras. Su mirada se desenfocó, y permaneció con la vista fija en sus ajadas manos sobre la mesa sin verlas realmente. Su mente había viajado de nuevo, como en los días anteriores. Repasando de forma compulsiva recuerdos desordenados que la asaltaban. Los únicos que era capaz de rememorar.
[...Recuerdos de Aroma a Rojo...]
- Bien, Olga, ¿tienes claro a dónde quieres ir? - preguntó el Héroe en un susurro mientras se ponía a su lado. Y la mestiza apenas tuvo tiempo para ignorar su pregunta.
Sin previo aviso la agarró de la ropa y se la llevó contra el muro más cercano. Allí la estampó de espaldas contra la pared e hizo fuerza contra ella para que no tuviera la tentación de doblarse.
El aire se escapó de sus pulmones mientras clavaba la mirada en sus ojos verdes.
- Céntrate. Deja tus demonios arriba y pon toda tu maldita atención en lo que te voy a decir: si quieres vivir, deja de actuar como si fueras idiota. Si quieres ver tu deseo cumplido, deja de actuar como si quisieras verte fracasar - hizo una pausa para aflojar la presión sobre ella y dio un paso atrás - Este sitio nos matará a los dos si no tenemos la cabeza despejada - volvió a presionarla contra la pared con un rápido movimiento - Así que, por favor, deja de hacer tonterías y céntrate - la soltó y se alejó para echar un vistazo.
Volvió a inhalar con el héroe separándose de ella. Y lo observó maravillada.
La dureza del contacto, la forma burda que había usado para atraparla, la facilidad con la que su cuerpo cedió a su fuerza... algo en ella ronroneó, pero el sentimiento desapareció, demasiado débil, demasiado rápido como para poder analizarlo. Se había esfumado en el aire.
Ahora, mientras lo observaba caminar, de espaldas a ellas en la leve penumbra de las Catacumbas de Lunargenta, la mestiza sintió deseo.
Anhelo de que volviese a imprimir sobre ella la fortaleza de su cuerpo. Que le hablase con aquella autoridad que resultaba difícil de ignorar. Lo que despertaba temor en otros, en ella ahora únicamente significaba ansia. Jugar al juego de la subyugación. Solo que en ella no se trataba de una verdadera dominación.
Quería usarlo a él como herramienta para obtener el placer que el dolor le regalaba.
Más fuerza de Sango.
Más brutalidad de Sango.
Hasta que todos sus huesos crujieran.
Trazar con los ojos las formas masculinas del soldado acució el deseo que sentía por él en ese momento, convirtiéndolo en su principal objetivo.
Sentir más de él.
[...]
Él la había llamado Olga. ¿Ese era su nombre? No lo entendía... en otros recuerdos se refería a ella de otra manera. La mirada perdida se frunció ligeramente, mientras hacía un nuevo esfuerzo por intentar recordar... algo. Pero no había conseguido si quiera reconocer como propio el rostro que la observaba cada mañana cuando se levantaba. Cuando se lavaba para comenzar un nuevo día lleno de agotamiento, sueño y sobre todo, lleno de él.
Gimió agachando la cabeza, sintiendo el dolor que reverberaba desde el hueco que sentía en su pecho. Necesitaba encontrar a Ben. La imagen que tenía de él se repetía en diferentes momentos, diferentes palabras. Pero la nutría de una forma que ni la comida lo hacía. Su mente bullía ansia por él.
- Se le ha enfriado ya - la voz de una de las hijas del posadero sonó sobre su cabeza. El hombre resopló mientras la mestiza lo escuchaba ponerse en pie frente a ella al otro lado de la mesa.
- Intentemos de nuevo por la tarde - propuso frotándose con una mano la nuca, tratando de relajar los músculos. La joven que rondaría los quince años se inclinó hacia Iori mirándola con una lástima que la mestiza no vio.
- Venga amiga, vamos a ir hasta el centro de la plaza y volver. Si es tu deseo ir hasta Cedralada deberás de ser capaz de caminar con mayor vigor - propuso con la intención secreta de que la actividad motivase su apetito.
La chica se levantó sin dudar, aunque su cuerpo se tambaleó un instante. No fue capaz de ver la intención secreta detrás de las amables palabras de la chica, de la que tampoco era capaz de retener su nombre. No podía prestar la suficiente atención. Nada captaba su interés, excepto todo lo que tenía que ver con Sango y cómo llegar a él. Movió una pierna en dirección a la puerta y luego la otra, pensando que quizá aquel fuese el día en el que podría comenzar su camino hacia Cedralada.
* Maldición Sin Alma. La Antigua Agonía [Desafío] Al destruir sus recuerdos y su propia alma, Iori es una errante que vaga por el mundo sin emociones, sentimientos o propósito. Tan solo una cosa es la que la mantiene con vida; "Ben". Es lo único que no ha olvidado. Al ser lo único que tiene en su mente, se vuelve una obsesión que la consume por dentro. Casi no come y no bebe, y como siga así no tardará en enfermar, y muy probablemente causarle la muerte. Mientras esta maldición esté activa, Iori no podrá luchar ni hacer ningún tipo de esfuerzo físico. Para romper la maldición deberá de encontrarse con Ben y acudir juntos a buscar una cura.
Última edición por Iori Li el Lun 23 Sep 2024, 01:00, editado 1 vez
Iori Li
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Re: Soñando despiertos [Sin alma I - Privado]
Sintió el dolor como si él mismo se hubiese clavado aquel fragmento de cristal en el pecho. Despertó con un seco jadeo, incorporándose de golpe, palpando el lugar de que, según su mente, surgía la sangre a borbotones. Inspiró un par de veces, intentando tranquilizarse, al darse cuenta de que sus manos no palpaban nada húmedo.
Había sido otro de aquellos sueños. Otra de aquellas experiencias oníricas en las que se trasladaba, solo los dioses sabían cómo, hasta la mente de la mestiza. Se dejó caer de nuevo sobre el mullido colchón. ¿Qué estaba haciendo la muchacha en aquel tenebroso templo? Las últimas noticias que había tenido de ella le indicaban que se encontraba en compañía de Cornelius. A salvo… o al menos todo lo segura que podía estar tan cerca de la frontera sur de Sandorai. En los últimos meses había tenido medio centenar de aquellos sueños, pero ninguno tan vívido, no desde aquel que había perturbado su sueño antes de entrar en la cueva de los cuervos, antes de llegar allí.
Se cubrió el rostro con el brazo, su respiración aún intranquila. El sueño había sido desconcertante, al igual que todos los anteriores, pero algo en esta ocasión parecía diferente, como si el otro extremo de la cuerda que parecía unirlos se hubiese quedado vacío.
- ¿Otra vez los sueños? –alzó apenas el brazo para ver la figura de Sabhana entrecortada por la luz que entraba a través del hueco de la puerta. Con pasos suaves, avanzó hasta la cama de Tarek, donde tomó asiento en silencio, sin dejar de contemplarlo- Deberías hablar con alguien –le dijo, al igual que lo había hecho todas las veces anteriores.
- Hablo contigo –respondió él, sin descubrir su rostro.
- Ya sabes a lo que me refiero.
Con un suspiro cansado, el peliblanco retiró finalmente el brazo de su cara y la contempló unos instantes antes de contestar.
- Ni siquiera sé por qué te lo he contado a ti –le dijo. Ella le devolvió la mirada evaluadora y finalmente, con cara de hastío le respondió.
- Porque necesitabas que alguien mintiese por ti cada vez que te despertabas gritando por las noches –con un gesto cariñoso le dio un golpe en el hombro- ¿Qué ha sido esta vez?
- No lo sé –respondió Tarek, sentándose con la espalda apoyada contra la pared- Estaba en algún tipo de templo. Creí que seguía con Cornelius, que estaba a salvo. Es culpa mía, Sabh –añadió, antes de esconder de nuevo el rostro entre los brazos- Él murió para protegerla. Es lo único que queda de Eithelen.
- También estás tú –comentó ella, con voz suave. Tarek se limitó a negar con la cabeza, antes de levantarse de la cama. La chica lo observó, mientras rebuscaba entre sus cosas, hasta encontrar ropa limpia- Es raro –comentó entonces, observándolo- Verte si ellos –alzándose, tocó el hombro izquierdo del peliblanco, donde unos meses antes había portado las runas de su clan- Pronto sabremos cómo arreglarlo. Te lo prometo –le dijo, antes de abrazarlo.
- Eso espero –fue la escueta respuesta del elfo.
- Y después me llevarás a Lunargenta a conocerla –sentenció la chica con tono más alegre. Ante la mirada aburrida de Tarek, añadió- Es lo mínimo que me debes por hacerme perder el tiempo en solucionar tus estupideces –se encaminó entonces la puerta con paso ligero, pero antes de salir se giró de nuevo hacia él- Adar dice que como no llegues en cinco minutos se marchará sin ti –añadió con una sonrisa falsamente inocente en los labios, para posteriormente abandonar la habitación, cerrando la puerta tras ella.
- ¡Sabhana! –le gritó Tarek, mientras terminaba de coger sus pertenencias y salía corriendo tras ella.
Habían pasado apenas dos meses desde su llegada a aquellas heladas tierras del norte. Recordaba todavía la desesperación que había sentido, rodeado de aquel inconmensurable paisaje nevado. La angustia de haber hecho un viaje a ciegas sin un destino seguro y la sorpresa, el alivio que había recorrido su ser cuando aquel rostro conocido se había tornado hacia él. Ver a Sabhana había sido como contemplar una aparición fantasmal salida de su pasado. Comprender que no era la única superviviente de su clan había resultado casi perturbador.
- Llegas temprano –lo saludó Ekrem, mientras acomodaba algunas de sus herramientas. Tarek se giró entonces para ver a su prima, que pasaba cerca de ellos y que le dedicó un irónico saludo. El elfo mayor le puso una mano en el hombro, mientras estallaba en carcajadas- No entiendo cómo sigues cayendo en las mismas triquiñuelas de siempre –le comentó con voz alegre.
- Todavía sigo sin creer que estéis aquí, vivos. Mi mente me dice que en algún momento todo se disolverá, como si fuese niebla, y me encontraré tirado en la nieve a merced de la muerte –comentó Tarek en voz baja. El agarre en su hombro se intensificó
- No vamos a irnos, muchacho. No vas a quedarte solo de nuevo –le dio un par de palmadas cariñosas en la espalda, antes de indicarle que lo siguiese- Debemos salir ahora, o nos cogerá la tormenta de nieve.
Asintiendo, Tarek tomó su petate y siguió a Ekrem. Su llegada al poblado norteño de los Inglorien había perturbado la calma del lugar. Tras las vacilaciones iniciales, Ekrem había decretado que se quedaría con él y sus hijas. Sabhana no lo había soltado ni un segundo desde su fortuito encuentro en el bosque. Repetía sin cesar que si Imbar había propiciado aquel encuentro, solo podía significar que debía permanecer con ellos.
Tarek recordaba cómo lo habían arrastrado hasta la cabaña, cómo habían puesto un cuenco con comida caliente en sus manos, lo habían sentado ante un fuego y, todavía catatónico, los había visto discutir su llegada hasta aquel remoto lugar. No fue hasta que Sabhana le preguntó por la ausencia de las runas que decoraban su rostro que el peliblanco pareció reaccionar de nuevo. El cansancio y la tensión hicieron mella en él. La poca fuerza de voluntad que había conseguido reunir tras enterrar los restos de Eithelen pareció esfumarse y por su boca fluyeron las palabras como si de un torrente se tratase. No fue hasta varios días más tarde, que Ekrem le pidió que relatase de nuevo lo sucedido, quizás para confirmar que lo que había escuchado no habían sido los delirios de un joven trastornado por el frío y la soledad.
Su rostro no dejó dilucidar ningún sentimiento mientras Tarek contaba todo lo sucedido en el templo y cómo habían descubierto los avatares de la muerte de Eithelen y su amante humana. Al terminar, le pidió tiempo para recapacitar sobre lo sucedido y lo dejó en compañía de sus tres hijas. Aquella misma noche le confesó a Sabhana el tema de los sueños que lo unían a Iori. Desde entonces habían vivido en una extraña calma, sin mencionar lo sucedido en el templo, ni la muerte de su líder.
- Esta noche hay luna llena –comentó el elfo mayor, mientras iniciaba la caminata- Mañana comenzaremos tu formación –tras unos instantes, añadió- Supongo que las chicas tienen razón y todo sucede por una razón. Quizás los dioses le indicaron a Eithelen que debíamos venir al norte. Quizás… -murmuró más para si que para su acompañante.
Tarek lo observó en silencio. Aquel era el primer dato que el hombre le daba sobre su presencia en las tierras septentrionales del continente, pues se había negado a responder a sus preguntas hasta aquel momento. ¿Temía quizás que el descarriado huérfano criado por su líder hubiese mudado sus lealtades en aquellos años? Tarek no podía culparlo. Sabía que había demasiado de los Ojosverdes en él. Lo suficiente como para que incluso su propio clan desconfiase de él.
Había sido otro de aquellos sueños. Otra de aquellas experiencias oníricas en las que se trasladaba, solo los dioses sabían cómo, hasta la mente de la mestiza. Se dejó caer de nuevo sobre el mullido colchón. ¿Qué estaba haciendo la muchacha en aquel tenebroso templo? Las últimas noticias que había tenido de ella le indicaban que se encontraba en compañía de Cornelius. A salvo… o al menos todo lo segura que podía estar tan cerca de la frontera sur de Sandorai. En los últimos meses había tenido medio centenar de aquellos sueños, pero ninguno tan vívido, no desde aquel que había perturbado su sueño antes de entrar en la cueva de los cuervos, antes de llegar allí.
Se cubrió el rostro con el brazo, su respiración aún intranquila. El sueño había sido desconcertante, al igual que todos los anteriores, pero algo en esta ocasión parecía diferente, como si el otro extremo de la cuerda que parecía unirlos se hubiese quedado vacío.
- ¿Otra vez los sueños? –alzó apenas el brazo para ver la figura de Sabhana entrecortada por la luz que entraba a través del hueco de la puerta. Con pasos suaves, avanzó hasta la cama de Tarek, donde tomó asiento en silencio, sin dejar de contemplarlo- Deberías hablar con alguien –le dijo, al igual que lo había hecho todas las veces anteriores.
- Hablo contigo –respondió él, sin descubrir su rostro.
- Ya sabes a lo que me refiero.
Con un suspiro cansado, el peliblanco retiró finalmente el brazo de su cara y la contempló unos instantes antes de contestar.
- Ni siquiera sé por qué te lo he contado a ti –le dijo. Ella le devolvió la mirada evaluadora y finalmente, con cara de hastío le respondió.
- Porque necesitabas que alguien mintiese por ti cada vez que te despertabas gritando por las noches –con un gesto cariñoso le dio un golpe en el hombro- ¿Qué ha sido esta vez?
- No lo sé –respondió Tarek, sentándose con la espalda apoyada contra la pared- Estaba en algún tipo de templo. Creí que seguía con Cornelius, que estaba a salvo. Es culpa mía, Sabh –añadió, antes de esconder de nuevo el rostro entre los brazos- Él murió para protegerla. Es lo único que queda de Eithelen.
- También estás tú –comentó ella, con voz suave. Tarek se limitó a negar con la cabeza, antes de levantarse de la cama. La chica lo observó, mientras rebuscaba entre sus cosas, hasta encontrar ropa limpia- Es raro –comentó entonces, observándolo- Verte si ellos –alzándose, tocó el hombro izquierdo del peliblanco, donde unos meses antes había portado las runas de su clan- Pronto sabremos cómo arreglarlo. Te lo prometo –le dijo, antes de abrazarlo.
- Eso espero –fue la escueta respuesta del elfo.
- Y después me llevarás a Lunargenta a conocerla –sentenció la chica con tono más alegre. Ante la mirada aburrida de Tarek, añadió- Es lo mínimo que me debes por hacerme perder el tiempo en solucionar tus estupideces –se encaminó entonces la puerta con paso ligero, pero antes de salir se giró de nuevo hacia él- Adar dice que como no llegues en cinco minutos se marchará sin ti –añadió con una sonrisa falsamente inocente en los labios, para posteriormente abandonar la habitación, cerrando la puerta tras ella.
- ¡Sabhana! –le gritó Tarek, mientras terminaba de coger sus pertenencias y salía corriendo tras ella.
[…]
Habían pasado apenas dos meses desde su llegada a aquellas heladas tierras del norte. Recordaba todavía la desesperación que había sentido, rodeado de aquel inconmensurable paisaje nevado. La angustia de haber hecho un viaje a ciegas sin un destino seguro y la sorpresa, el alivio que había recorrido su ser cuando aquel rostro conocido se había tornado hacia él. Ver a Sabhana había sido como contemplar una aparición fantasmal salida de su pasado. Comprender que no era la única superviviente de su clan había resultado casi perturbador.
- Llegas temprano –lo saludó Ekrem, mientras acomodaba algunas de sus herramientas. Tarek se giró entonces para ver a su prima, que pasaba cerca de ellos y que le dedicó un irónico saludo. El elfo mayor le puso una mano en el hombro, mientras estallaba en carcajadas- No entiendo cómo sigues cayendo en las mismas triquiñuelas de siempre –le comentó con voz alegre.
- Todavía sigo sin creer que estéis aquí, vivos. Mi mente me dice que en algún momento todo se disolverá, como si fuese niebla, y me encontraré tirado en la nieve a merced de la muerte –comentó Tarek en voz baja. El agarre en su hombro se intensificó
- No vamos a irnos, muchacho. No vas a quedarte solo de nuevo –le dio un par de palmadas cariñosas en la espalda, antes de indicarle que lo siguiese- Debemos salir ahora, o nos cogerá la tormenta de nieve.
Asintiendo, Tarek tomó su petate y siguió a Ekrem. Su llegada al poblado norteño de los Inglorien había perturbado la calma del lugar. Tras las vacilaciones iniciales, Ekrem había decretado que se quedaría con él y sus hijas. Sabhana no lo había soltado ni un segundo desde su fortuito encuentro en el bosque. Repetía sin cesar que si Imbar había propiciado aquel encuentro, solo podía significar que debía permanecer con ellos.
Tarek recordaba cómo lo habían arrastrado hasta la cabaña, cómo habían puesto un cuenco con comida caliente en sus manos, lo habían sentado ante un fuego y, todavía catatónico, los había visto discutir su llegada hasta aquel remoto lugar. No fue hasta que Sabhana le preguntó por la ausencia de las runas que decoraban su rostro que el peliblanco pareció reaccionar de nuevo. El cansancio y la tensión hicieron mella en él. La poca fuerza de voluntad que había conseguido reunir tras enterrar los restos de Eithelen pareció esfumarse y por su boca fluyeron las palabras como si de un torrente se tratase. No fue hasta varios días más tarde, que Ekrem le pidió que relatase de nuevo lo sucedido, quizás para confirmar que lo que había escuchado no habían sido los delirios de un joven trastornado por el frío y la soledad.
Su rostro no dejó dilucidar ningún sentimiento mientras Tarek contaba todo lo sucedido en el templo y cómo habían descubierto los avatares de la muerte de Eithelen y su amante humana. Al terminar, le pidió tiempo para recapacitar sobre lo sucedido y lo dejó en compañía de sus tres hijas. Aquella misma noche le confesó a Sabhana el tema de los sueños que lo unían a Iori. Desde entonces habían vivido en una extraña calma, sin mencionar lo sucedido en el templo, ni la muerte de su líder.
- Esta noche hay luna llena –comentó el elfo mayor, mientras iniciaba la caminata- Mañana comenzaremos tu formación –tras unos instantes, añadió- Supongo que las chicas tienen razón y todo sucede por una razón. Quizás los dioses le indicaron a Eithelen que debíamos venir al norte. Quizás… -murmuró más para si que para su acompañante.
Tarek lo observó en silencio. Aquel era el primer dato que el hombre le daba sobre su presencia en las tierras septentrionales del continente, pues se había negado a responder a sus preguntas hasta aquel momento. ¿Temía quizás que el descarriado huérfano criado por su líder hubiese mudado sus lealtades en aquellos años? Tarek no podía culparlo. Sabía que había demasiado de los Ojosverdes en él. Lo suficiente como para que incluso su propio clan desconfiase de él.
Tarek Inglorien
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Re: Soñando despiertos [Sin alma I - Privado]
Apenas palmeó un par de veces el cuello del caballo cuando se deslizó a su lado para acercarse al abrevadero. Su garganta ardía de sed, aunque solamente bebía cuando sentía que iba a desfallecer de no hacerlo. Cayó con las rodillas al suelo y quedó colgada del borde del pilón destinado a dar agua a los equinos que paraban en aquella pequeña posta del camino.
No necesitaba pensarlo. No le importó el mar de babas e insectos de flotaban en la superficie del agua. La mestiza inclinó la cara, dejando que el agua cubriese la mitad de su rostro de forma lánguida.
Se sentía agotada, y apenas fue capaz de abrir ligeramente la boca para beber el agua que fue entrando despacio. Tragar le dolía, y permaneció allí hasta que tuvo la fuerza suficiente como para dejarse caer al suelo. La trenza con la que había salido de aquella posada, hacía ya tres jornadas estaba prácticamente deshecha ya. Húmeda tras haberse sumergido en el abrevadero, goteó sobre su pecho mojando la ropa que llevaba. El vestido humilde que le habían proporcionado sus cuidadores mantenía todavía el blanco, aunque el aspecto andrajoso de haber avanzado en aquellos días, durmiendo donde podía, desmayándose cuando la mente se le nublaba y avanzando, de pie o de rodillas según la ocasión.
Únicamente una visión. Una cosa en mente.
Sus ojos verdes, su sonrisa y sus labios.
Una habitación a oscuras. Iluminada únicamente por la luz de un fuego ardiendo de forma viva en la chimenea que había a un lado. Los mármoles blancos con los que estaba construida reflejaban las llamas, y los rayos que cruzaban Lunargenta aquella noche destellaban fuera del enorme ventanal.
Su aroma. El calor de su piel. La dulzura de sus palabras.
"- Que le den al resto - giró la cabeza y la miró a los ojos -. Me importa una mierda lo que piense el resto. ¿Eres buena para mí? No, eres perfecta para mí - "
Dejó caer hacia atrás la cabeza y apoyó la nuca en el borde del enorme pilón. Gimió de forma angustiada y se llevó la mano al pecho, mientras su dolor quedaba cubierto por el sonido que hacía el caballo que había tomado prestado el día anterior para cabalgar.
Apretó la mano sobre el pecho y cerró con fuerza los ojos, mientras la ausencia de Ben la golpeaba por dentro en unas ya familiares olas de dolor. Vivía con aquella agonía desde que había despertado. Lejos de todos, sin reconocer a nadie, ni a ella misma. Lo único cierto en su existencia era él. Y necesitaba encontrarlo.
Entreabrió los ojos y clavó sus apagados iris azules en el azul brillante el cielo sobre su cabeza. Había escapado de la posada en la que la habían tratado tan bien sin ser consciente de lo mucho que les debía. Aunque las mujeres que la habían dejado allí habían pagado bien y por adelantado para que se hicieran cargo de ella, la preocupación genuina del posadero y sus hijas había excedido lo que una relación puramente laboral implicaba en aquellas circunstancias.
Iori imaginaba que debía de dar mucha pena el estado en el que se encontraba, pero no cabía en aquel momento en ella nada que no fuese salir a los caminos y dar con él.
A falta de más pistas, enfiló en dirección a lo que sería Cedralada. Un lugar en el que nunca había estado, pero del que Ben le había hablado mucho. Su familia, sus vecinos, su infancia allí hasta los trece años...
Había preguntado en los mercados. Se había asegurado a la salida de cada localidad de preguntar bien por la dirección correcta. No podía arriesgarse en errar el camino. Desandar lo recorrido en su condición se le antojaba prácticamente de vida o muerte.
Sus piernas se movían porque sabía que él estaría al final del sendero. Y sacaba fuerzas de aquel pensamiento más que de la poca comida que ingería o de la escasa agua que era capaz de beber.
Notó el morro húmedo, chorreante de agua del caballo y ladeó la cabeza para observarlo desde aquella posición.
Se había subido a él con mucho esfuerzo, cuando lo había visto pastando en uno de los campos de centeno que había atravesado la tarde anterior. Supuso que no solo los humanos sentían lástima, ya que se había sorprendido al ver como el equino se había acercado calmado hacia ella cuando se recostó contra la cerca que vallaba la finca.
No veía aquello como un robo, ya que esperaba que el animal supiese volver a su hogar por si mismo cuando llegase el momento.
Notó el calor de su respiración en su frente y el espesor de sus babas cuando le lamió el pelo.
La morena cerró los ojos y dejó que su respiración se hiciese más superficial de su pecho. Necesitaba descansar, tan solo unos instantes para poder continuar. Notó la familiar sensación de nube que la embargaba cuando la somnolencia se filtró en su mente. Quizá volviese a soñar con él.
No con Ben.
Con el otro. El elfo de cabello blanco que se presentaba prácticamente en cada ocasión en la que el sueño la vencía.
Aquel al que llamaban Tarek.
No necesitaba pensarlo. No le importó el mar de babas e insectos de flotaban en la superficie del agua. La mestiza inclinó la cara, dejando que el agua cubriese la mitad de su rostro de forma lánguida.
Se sentía agotada, y apenas fue capaz de abrir ligeramente la boca para beber el agua que fue entrando despacio. Tragar le dolía, y permaneció allí hasta que tuvo la fuerza suficiente como para dejarse caer al suelo. La trenza con la que había salido de aquella posada, hacía ya tres jornadas estaba prácticamente deshecha ya. Húmeda tras haberse sumergido en el abrevadero, goteó sobre su pecho mojando la ropa que llevaba. El vestido humilde que le habían proporcionado sus cuidadores mantenía todavía el blanco, aunque el aspecto andrajoso de haber avanzado en aquellos días, durmiendo donde podía, desmayándose cuando la mente se le nublaba y avanzando, de pie o de rodillas según la ocasión.
Únicamente una visión. Una cosa en mente.
Sus ojos verdes, su sonrisa y sus labios.
Una habitación a oscuras. Iluminada únicamente por la luz de un fuego ardiendo de forma viva en la chimenea que había a un lado. Los mármoles blancos con los que estaba construida reflejaban las llamas, y los rayos que cruzaban Lunargenta aquella noche destellaban fuera del enorme ventanal.
Su aroma. El calor de su piel. La dulzura de sus palabras.
"- Que le den al resto - giró la cabeza y la miró a los ojos -. Me importa una mierda lo que piense el resto. ¿Eres buena para mí? No, eres perfecta para mí - "
Dejó caer hacia atrás la cabeza y apoyó la nuca en el borde del enorme pilón. Gimió de forma angustiada y se llevó la mano al pecho, mientras su dolor quedaba cubierto por el sonido que hacía el caballo que había tomado prestado el día anterior para cabalgar.
Apretó la mano sobre el pecho y cerró con fuerza los ojos, mientras la ausencia de Ben la golpeaba por dentro en unas ya familiares olas de dolor. Vivía con aquella agonía desde que había despertado. Lejos de todos, sin reconocer a nadie, ni a ella misma. Lo único cierto en su existencia era él. Y necesitaba encontrarlo.
Entreabrió los ojos y clavó sus apagados iris azules en el azul brillante el cielo sobre su cabeza. Había escapado de la posada en la que la habían tratado tan bien sin ser consciente de lo mucho que les debía. Aunque las mujeres que la habían dejado allí habían pagado bien y por adelantado para que se hicieran cargo de ella, la preocupación genuina del posadero y sus hijas había excedido lo que una relación puramente laboral implicaba en aquellas circunstancias.
Iori imaginaba que debía de dar mucha pena el estado en el que se encontraba, pero no cabía en aquel momento en ella nada que no fuese salir a los caminos y dar con él.
A falta de más pistas, enfiló en dirección a lo que sería Cedralada. Un lugar en el que nunca había estado, pero del que Ben le había hablado mucho. Su familia, sus vecinos, su infancia allí hasta los trece años...
Había preguntado en los mercados. Se había asegurado a la salida de cada localidad de preguntar bien por la dirección correcta. No podía arriesgarse en errar el camino. Desandar lo recorrido en su condición se le antojaba prácticamente de vida o muerte.
Sus piernas se movían porque sabía que él estaría al final del sendero. Y sacaba fuerzas de aquel pensamiento más que de la poca comida que ingería o de la escasa agua que era capaz de beber.
Notó el morro húmedo, chorreante de agua del caballo y ladeó la cabeza para observarlo desde aquella posición.
Se había subido a él con mucho esfuerzo, cuando lo había visto pastando en uno de los campos de centeno que había atravesado la tarde anterior. Supuso que no solo los humanos sentían lástima, ya que se había sorprendido al ver como el equino se había acercado calmado hacia ella cuando se recostó contra la cerca que vallaba la finca.
No veía aquello como un robo, ya que esperaba que el animal supiese volver a su hogar por si mismo cuando llegase el momento.
Notó el calor de su respiración en su frente y el espesor de sus babas cuando le lamió el pelo.
La morena cerró los ojos y dejó que su respiración se hiciese más superficial de su pecho. Necesitaba descansar, tan solo unos instantes para poder continuar. Notó la familiar sensación de nube que la embargaba cuando la somnolencia se filtró en su mente. Quizá volviese a soñar con él.
No con Ben.
Con el otro. El elfo de cabello blanco que se presentaba prácticamente en cada ocasión en la que el sueño la vencía.
Aquel al que llamaban Tarek.
Iori Li
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Re: Soñando despiertos [Sin alma I - Privado]
Habían caminado durante horas, en silencio, con el sol reflejándose en la blanca nieve que cubría todo el paisaje a su alrededor. Los altos pinos habían ido haciéndose cada vez más numerosos, según se alejaban del pequeño asentamiento en el que Ekrem y sus hijas se habían guarecido tantos años atrás y habían acabado por convertir en su hogar. Un lugar tan diferente a su propia tierra, a Sandorai, que el peliblanco se preguntó cómo habían podido acostumbrarse a aquello.
Aprovechó para acariciar la corteza de uno de aquellos oscuros árboles, mientras se agarraba a sus ramas al descender una zona especialmente rocosa y resbaladiza. Al menos aquel paisaje estaba vivo. Aquellos árboles respiraban y alimentaban la tierra a su alrededor, aunque esta parecía yerma y muerta, bajo aquella espesa capa de nieve. Recordó la inerte vegetación de Isla Tortuga y un escalofrío recorrió su espalda. Frente a él, Ekrem lo miró con cara inquisitiva, pero el joven elfo se limitó a negar con la cabeza. Aquella era una historia para otro momento… para otro lugar.
El ocaso los alcanzó cerca de un lago, el lugar más propicio para encontrar las campanas de coral. Ekrem le indicó, con pocas palabras, que recogiese madera para una hoguera, mientras él organizaba sus víveres y recogía agua del lago. El viejo elfo parecía pensativo y a la mente de Tarek volvieron las mismas preguntas que se había hecho al principio de aquel improvisado viaje. Recogió un par de oscuras ramas, antes de mirar sobre su hombro. El viejo Inglorien parecía ausente, miraba el agua del lago como si algo estuviese a punto de salir de ella. Tarek buscó otro grupo de ramas entre la fría nieve. Sabía que Sabhanna jamás lo dejaría irse, quizás Ekrem lo había llevado hasta allí para deshacerse de él sin tener que escuchar las protestas de su hija.
“Mañana empezaremos tu formación”. El anciano había pronunciado aquellas palabras antes de partir. Con un suspiro, el elfo tomó una última rama, que le costó una gélida lluvia de nieve, proveniente del árbol en el que se había quedado enganchada. Maldiciendo, volvió al lugar donde habían situado su improvisado campamento.
- Acabas acostumbrándote –comentó Ekrem, al verlo llegar con expresión molesta.
- ¿Cómo? –preguntó Tarek y, ante la inquisitiva mirada del hombre, añadió- Cómo te acostumbras a este gélido paisaje después de haber vivido toda tu vida en el lugar más verde del mundo –el otro elfo pareció meditarlo un segundo.
- Con esfuerzo –comentó, dándole una palmada en hombro- Con la certeza de que es el único lugar en el que puedes mantener a tu familia con vida –tomando parte de las ramas, las colocó en una pequeña montaña, para hacer una hoguera- Dudo que las chicas recuerden siguiera cómo era Sandorai. Quizás solo sea una cuestión de costumbre.
- Lo siento –murmuró Tarek.
- No lo hagas –respondió el viejo elfo- Se han criado bien. Son grandes muchachas. Un hogar no es más que el lugar donde otros te esperan –añadió, poniendo de nuevo una mano sobre el hombro del joven- Comamos algo. Las flores no se abrirán hasta bien entrada la madrugada.
La gélida brisa nocturna se tornaba incluso agradable ante el calor generado por la hoguera. Tarek y su acompañante se habían envuelto en gruesas mantas de piel, mientras tomaban una frugal cena. En aquel momento el peliblanco observaba el cielo septentrional con una cálida bebida entre manos.
- Es una infusión de hiervas del bosque –le había dicho Ekrem- Las gentes de esta región la toman en las noches más gélidas. Dicen que calienta el cuerpo y el alma -el peliblanco se había limitado a asentir.
- ¿Eso es… normal? –preguntó el peliblanco, señalando el cielo.
- ¿Las luces? –inquirió el anciano, siguiendo su mirada- Las luces del norte. Un espectáculo poco común. Siéntete afortunado de poder verlo.
- ¿Vas a pedirme que me vaya? –preguntó entonces el joven de sopetón. Ekrem lo observó en silencio un instante.
- Te dije que volvería a formarte –comentó este de forma escueta.
- Pero preferirías que no estuviese aquí –afirmó el joven sin demasiadas dudas. El anciano suspiró con pesadez.
- Llevo veinticuatro años cuidado de lo que queda de nuestro pueblo. Tu llegada ha sido…
- Desafortunada –dijo Tarek, ante la vacilación del hombre.
- Inesperada –respondió este- Problemática incluso, pero no desafortunada. Saber que algo de Eithelen todavía está entre nosotros… es una bendición. Saber que tú sigues vivo, lo es. Pero han sido muchos años, Tarek. Demasiados… entre ellos.
- Temes por ellas –comentó el joven, sin acritud.
- Temo por ti y por lo que ha podido seguirte. Temo por todos nosotros.
- Dhonnara está muerta.
- Ella no fue la única implicada. Ellos debían saberlo y desconocemos la extensión de su ira –el hombre pareció perderse de nuevo en sus pensamientos un instante, como sopesando sus siguientes palabras- Pero no deseo que te vayas, si eso es lo que piensas. Este es tu hogar ahora, siempre que quieras quedarte.
Ambos guardaron silencio tras aquello y el paso de las horas trajo consigo el cansancio. Tras verlo cabecear un par de veces, el elfo mayor lo instó a dormir, alegando que lo despertaría una vez llegase el momento de la recolecta. Con sus últimas palabras en mente, el peliblanco se recostó en su mullida e improvisada cama de pieles, para quedarse dormido solo unos instantes más tarde.
El suave balanceo del caballo parecía anestesiarla aún más. El cansancio hacía que sus extremidades pesasen más, que cada paso costase más. Apenas fue capaz de bajarse de la montura, que había tomado sin muchos miramientos de la vera de uno de los caminos por los que había pasado. Aquellas personas parecían amables, pero nada importaba para ella, ni siquiera los buenos gestos que hubiesen podido tener. Necesitaba encontrar a Ben. Eso era lo importante.
Gritos tras ella, pero aquello tampoco le interesaba. Se acercó vacilante a un hombre que la observaba con gesto de incredulidad desde la entrada de una casa. Era un señor mayor. La gente mayor sabía. En otro tiempo había un hombre mayor… aquel recuerdo se escapó tan rápido como había llegado.
- ¿Dónde está Ben? –preguntó con voz débil
El hombre la miró primero incrédulo, luego con pena y negó. Algo salió de sus labios, pero no lo escuchó. No sabía dónde estaba Ben. Nuevos gritos a su espalda y una mano que tiraba violentamente de ella. Alguien le gritaba, la acusaba de algo. Pero ella solo quería encontrar a Ben. Una mano golpeó su cara con violencia, pero ni siquiera fue capaz de notar el dolor. El anciano se colocó entonces a su lado, acusando a los recién llegados. Increpándoles, pero ella no tenía tiempo para aquello, tenía que encontrar a Ben.
El hombre le dijo que se marchase, que quizás encontraría ayuda en el siguiente pueblo. Solo le llevaría unas horas de viaje y ni siquiera era tarde. La observó con gesto de pena, mientras la veía alejarse.
- …ek… Tar…-el nombre resonó lejano, pero fue volviéndose cada vez más nítido, hasta sacarlo de su sueño- ¡Tarek! –abrió los ojos, para encontrase con el preocupado rostro de Ekrem sobre él- ¿Va todo bien? –preguntó el viejo elfo, cauto- Pareces… apenado –el joven negó con la cabeza- ¿Un mal sueño? No pienses demasiado en ello, debemos empezar a recolectar las flores.
Mientras se desembarazaba de las mantas, el peliblanco no pudo evitar revivir aquel extraño “sueño”. ¿Qué le había sucedido? ¿Cómo había acabado la joven en ese estado? ¿Dónde estaba en aquel momento? El paisaje le resultaba conocido, no en demasía. Al menos sabía que estaba lejos de Sandorai, lejos de ellos.
Aprovechó para acariciar la corteza de uno de aquellos oscuros árboles, mientras se agarraba a sus ramas al descender una zona especialmente rocosa y resbaladiza. Al menos aquel paisaje estaba vivo. Aquellos árboles respiraban y alimentaban la tierra a su alrededor, aunque esta parecía yerma y muerta, bajo aquella espesa capa de nieve. Recordó la inerte vegetación de Isla Tortuga y un escalofrío recorrió su espalda. Frente a él, Ekrem lo miró con cara inquisitiva, pero el joven elfo se limitó a negar con la cabeza. Aquella era una historia para otro momento… para otro lugar.
El ocaso los alcanzó cerca de un lago, el lugar más propicio para encontrar las campanas de coral. Ekrem le indicó, con pocas palabras, que recogiese madera para una hoguera, mientras él organizaba sus víveres y recogía agua del lago. El viejo elfo parecía pensativo y a la mente de Tarek volvieron las mismas preguntas que se había hecho al principio de aquel improvisado viaje. Recogió un par de oscuras ramas, antes de mirar sobre su hombro. El viejo Inglorien parecía ausente, miraba el agua del lago como si algo estuviese a punto de salir de ella. Tarek buscó otro grupo de ramas entre la fría nieve. Sabía que Sabhanna jamás lo dejaría irse, quizás Ekrem lo había llevado hasta allí para deshacerse de él sin tener que escuchar las protestas de su hija.
“Mañana empezaremos tu formación”. El anciano había pronunciado aquellas palabras antes de partir. Con un suspiro, el elfo tomó una última rama, que le costó una gélida lluvia de nieve, proveniente del árbol en el que se había quedado enganchada. Maldiciendo, volvió al lugar donde habían situado su improvisado campamento.
- Acabas acostumbrándote –comentó Ekrem, al verlo llegar con expresión molesta.
- ¿Cómo? –preguntó Tarek y, ante la inquisitiva mirada del hombre, añadió- Cómo te acostumbras a este gélido paisaje después de haber vivido toda tu vida en el lugar más verde del mundo –el otro elfo pareció meditarlo un segundo.
- Con esfuerzo –comentó, dándole una palmada en hombro- Con la certeza de que es el único lugar en el que puedes mantener a tu familia con vida –tomando parte de las ramas, las colocó en una pequeña montaña, para hacer una hoguera- Dudo que las chicas recuerden siguiera cómo era Sandorai. Quizás solo sea una cuestión de costumbre.
- Lo siento –murmuró Tarek.
- No lo hagas –respondió el viejo elfo- Se han criado bien. Son grandes muchachas. Un hogar no es más que el lugar donde otros te esperan –añadió, poniendo de nuevo una mano sobre el hombro del joven- Comamos algo. Las flores no se abrirán hasta bien entrada la madrugada.
La gélida brisa nocturna se tornaba incluso agradable ante el calor generado por la hoguera. Tarek y su acompañante se habían envuelto en gruesas mantas de piel, mientras tomaban una frugal cena. En aquel momento el peliblanco observaba el cielo septentrional con una cálida bebida entre manos.
- Es una infusión de hiervas del bosque –le había dicho Ekrem- Las gentes de esta región la toman en las noches más gélidas. Dicen que calienta el cuerpo y el alma -el peliblanco se había limitado a asentir.
- ¿Eso es… normal? –preguntó el peliblanco, señalando el cielo.
- ¿Las luces? –inquirió el anciano, siguiendo su mirada- Las luces del norte. Un espectáculo poco común. Siéntete afortunado de poder verlo.
- ¿Vas a pedirme que me vaya? –preguntó entonces el joven de sopetón. Ekrem lo observó en silencio un instante.
- Te dije que volvería a formarte –comentó este de forma escueta.
- Pero preferirías que no estuviese aquí –afirmó el joven sin demasiadas dudas. El anciano suspiró con pesadez.
- Llevo veinticuatro años cuidado de lo que queda de nuestro pueblo. Tu llegada ha sido…
- Desafortunada –dijo Tarek, ante la vacilación del hombre.
- Inesperada –respondió este- Problemática incluso, pero no desafortunada. Saber que algo de Eithelen todavía está entre nosotros… es una bendición. Saber que tú sigues vivo, lo es. Pero han sido muchos años, Tarek. Demasiados… entre ellos.
- Temes por ellas –comentó el joven, sin acritud.
- Temo por ti y por lo que ha podido seguirte. Temo por todos nosotros.
- Dhonnara está muerta.
- Ella no fue la única implicada. Ellos debían saberlo y desconocemos la extensión de su ira –el hombre pareció perderse de nuevo en sus pensamientos un instante, como sopesando sus siguientes palabras- Pero no deseo que te vayas, si eso es lo que piensas. Este es tu hogar ahora, siempre que quieras quedarte.
Ambos guardaron silencio tras aquello y el paso de las horas trajo consigo el cansancio. Tras verlo cabecear un par de veces, el elfo mayor lo instó a dormir, alegando que lo despertaría una vez llegase el momento de la recolecta. Con sus últimas palabras en mente, el peliblanco se recostó en su mullida e improvisada cama de pieles, para quedarse dormido solo unos instantes más tarde.
El suave balanceo del caballo parecía anestesiarla aún más. El cansancio hacía que sus extremidades pesasen más, que cada paso costase más. Apenas fue capaz de bajarse de la montura, que había tomado sin muchos miramientos de la vera de uno de los caminos por los que había pasado. Aquellas personas parecían amables, pero nada importaba para ella, ni siquiera los buenos gestos que hubiesen podido tener. Necesitaba encontrar a Ben. Eso era lo importante.
Gritos tras ella, pero aquello tampoco le interesaba. Se acercó vacilante a un hombre que la observaba con gesto de incredulidad desde la entrada de una casa. Era un señor mayor. La gente mayor sabía. En otro tiempo había un hombre mayor… aquel recuerdo se escapó tan rápido como había llegado.
- ¿Dónde está Ben? –preguntó con voz débil
El hombre la miró primero incrédulo, luego con pena y negó. Algo salió de sus labios, pero no lo escuchó. No sabía dónde estaba Ben. Nuevos gritos a su espalda y una mano que tiraba violentamente de ella. Alguien le gritaba, la acusaba de algo. Pero ella solo quería encontrar a Ben. Una mano golpeó su cara con violencia, pero ni siquiera fue capaz de notar el dolor. El anciano se colocó entonces a su lado, acusando a los recién llegados. Increpándoles, pero ella no tenía tiempo para aquello, tenía que encontrar a Ben.
El hombre le dijo que se marchase, que quizás encontraría ayuda en el siguiente pueblo. Solo le llevaría unas horas de viaje y ni siquiera era tarde. La observó con gesto de pena, mientras la veía alejarse.
- …ek… Tar…-el nombre resonó lejano, pero fue volviéndose cada vez más nítido, hasta sacarlo de su sueño- ¡Tarek! –abrió los ojos, para encontrase con el preocupado rostro de Ekrem sobre él- ¿Va todo bien? –preguntó el viejo elfo, cauto- Pareces… apenado –el joven negó con la cabeza- ¿Un mal sueño? No pienses demasiado en ello, debemos empezar a recolectar las flores.
Mientras se desembarazaba de las mantas, el peliblanco no pudo evitar revivir aquel extraño “sueño”. ¿Qué le había sucedido? ¿Cómo había acabado la joven en ese estado? ¿Dónde estaba en aquel momento? El paisaje le resultaba conocido, no en demasía. Al menos sabía que estaba lejos de Sandorai, lejos de ellos.
Tarek Inglorien
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Re: Soñando despiertos [Sin alma I - Privado]
Se encontraba dormida cuando le había faltado la respiración, y la falta de oxígeno consiguió dos cosas: la despertó con violencia, desesperada por conseguir aire para sus pulmones, y la hizo pensar con urgencia en algo que no fuese únicamente él.
Apenas tuvo tiempo de parpadear, buscando respirar cuando notó otro golpe en su cuerpo.
Así que era aquello lo que la había despertado de su sueño pesado. Unas manos que la aferraban por las muñecas, inmovilizándoselas a su espalda y la obligaban a permanecer erguida. Su cuerpo doblado a cada impacto en su abdomen de otros puños que se hundían con fuerza. Apenas había más que piel para aguantar el golpe, por lo que el dolor sobre sus órganos hacía que sus ojos quedasen ciegos momentáneamente tras cada uno que recibía.
- ¿Mereció la pena robar el caballo? - fue lo único que escuchó del sermón que le estaba dirigiendo la persona que la tenía sujeta por detrás. - Maldita ladrona -
Hubo relinchos inquietos a un lado.
Cuando el siguiente golpe impactó en su rostro Iori dejó de sentir por unos instantes. Cuando se centró de nuevo en su cuerpo comprobó que se encontraba en el suelo, con la mejilla pegada a la húmeda tierra. Una patada en la espalda le hizo crujir los huesos y su vista se volvió a cegar.
Saboreó la sangre envolviendo con metálica calidez su lengua, mientras permanecía tirada como un trapo sobre el suelo, a un lado del camino en el que se encontraba.
- ¡Levántate! Te voy a enseñar yo a robar caballos ajenos malnacida! - la voz se hizo audible sobre ella antes de que otra patada la hiciese rodar sobre su espalda.
Hacía tiempo que el dolor no era algo tan presente para Iori. Los golpes que le estaban dando habían conseguido lo imposible. Lograr que su mente se apartase de Ben por unos instantes. Alzó los brazos débilmente mientras sus ojos se abrían para observar el cielo sobre su cabeza. Se fijó en que había caído la tarde desde la última vez que había estado despierta, y el olor a lluvia en el aire era perceptible. Se abrazó el torso y apretó con la escasa fuerza que tenía para intentar contener el dolor. Para tratar de mantenerse de una pieza, a pesar de sentirse rota.
- En nombre de Eir, ¡Pero qué estáis haciendo! Si es una muchacha...-
- ¿Que qué hacemos? ¡Esta desgraciada fue la responsable de la desaparición de Hast! Lo tomó esta mañana y cabalgó hasta aquí con él la muy...- La tierra crujió bajo el peso de los pasos que acortaban de nuevo distancia con ella. Los ojos azules se cerraron de nuevo, preparada para sentir dolor en alguna parte de su cuerpo.
- ¡Ya basta por los cielos! ¿No veis en qué estado está? ¿Acaso no hay piedad en vuestro corazón? - volvió a clamar una voz que sonaba anciana a oídos de Iori. - Si seguís golpeándola de esa manera la mataréis. Os convertiréis en asesinos por un caballo - acusó con firmeza, sembrando el silencio tras ese último comentario.
La mente de Iori se volvió a apagar, mientras el dolor de la paliza que acababa de recibir la recorría en oleadas de fuego y electricidad por dentro.
El lugar resultaba gélido. Aunque con la frecuencia con la que estaba allí se podría decir que era algo ya familiar para ella tras cada larga jornada. Observó sobre la nieve como el blanco inmaculado era cortado por aquel extraño color que componía formas. Supo que era lo que el peliblanco denominaba runas. Las que tanto le obsesionaban.
Sentado en medio de un gran círculo sobre el que se creaba un intrincado patrón de esas raras figuras, aquel al que se referían como Tarek permanecía con los ojos cerrados. Parecía calmado en medio de la nada, solo rodeado por la nieve y el silencio de la tundra.
Su piel parecía estar más bronceada de lo que era debido al gran contraste con el blanco que lo rodeaba. El hecho de que estuviese completamente desnudo acentuaba esta idea. Sobre su piel, más de aquellas runas se dibujaban hasta perderse entre las piernas del elfo.
Además de a él, la morena pudo escuchar a gente murmurar. Voces femeninas que hablaban en voz baja de algo que ella no pudo escuchar con claridad. El otro elfo al que veía con frecuencia, también te cabello blanco se acercó a una elfa más joven que permanecía delante de Tarek muy quieta.
- ¿Está todo preparado? - preguntó con voz grave. El hombre dirigió una mirada evaluadora a Tarek, que exhalaba nubes de vaho blanco debido al frío. La chica a su lado asintió, concentrada.
A su alrededor, las otras dos elfas encendían pequeñas fogatas para iluminar esa última parte de la noche antes del amanecer. La tinta con la que habían decorado los brazos y el torso de Tarek brillaba levemente por el reflejo de la luz.
- Tienes que salir del círculo - le comentó una de las chicas al elfo mayor, que asintió, sin quitar la vista del joven elfo, que parecía ligeramente nervioso.
El hombre se apartó hasta traspasar las fogatas, mientras la que parecía la "sacerdotisa" principal, se acerba a Tarek, con un cuenco de tinta oscura en las manos.
- ¿No va a funcionar, verdad? - preguntó el joven, cuando la muchacha lo alcanzó. Con mano firme esta le dibujó una serie de runas más por la cara - ¿Sabh? -
- No podemos saberlo. -
- Pero lo sospechas - comentó él, taciturno.
- Quizás nos llevemos una sorpresa. Además, hay que empezar a descartar cosas. Es la única manera de alcanzar la solución -agachándose a su lado, lo miró directamente a los ojos - No vas a quedar peor de lo que estás. No es que fueses especialmente inteligente hasta ahora, así que no te preocupes, no vas a amanecer más tonto. -
El elfo la miró con los ojos entrecerrados, negando con la cabeza. La chica por su parte, recuperó su posición en el círculo. Las tres se situarion formando un triangulo casi perfecto. Alzando las manos comenzaron a recitar un cántico. Al unísono dibujaron runas con la misma tinta sobre su piel. Una extraña luminosidad surgió de ellas. Aquella a la que había llamado Sabh tomó entonces el libro del templo y comenzó a recitar unas palabras diferentes. Las runas sobre la piel de Tarek comenzaron a difuminarse
Como si las hubiese absorvido y, tan rápido cómo había comenzado, todo acabó. Mientras el amanecer surgía tras las montañas en el horizonte. Todo quedó en silencio.
- No ha funcionado - fue la voz del viejo elfo la que dijo lo que todos estaban pensado.
- No - fue la respuesta de la joven - Habrá que intentar otra cosa - mirando el libro con atención, le dio un par de vueltas entre las manos - Estaba claro que no iba a ser tan fácil. -
Mientras, sus compañeras acudieron a junto el joven elfo para cubrirlo con mantas y protegerlo del frío.
Escuchaba el suave canturreo de una voz, junto con el sonido característico que haría un instrumento de madera golpeando desde dentro una olla metálica. Y a juzgar por el sonido, llena. Intentó abrir los ojos pero desistió cuando comprendió que su cuerpo no le correspondía. El dolor era tan grande que sentía que su mente directamente había desconectado de cada parte de su físico.
En cambio no precisaba moverse para percibir el aroma que llegaba hasta ella. Castañas asadas al fuego de una lumbre.
Su mente cayó de nuevo en la oscuridad de la inconsciencia, y regresó a la realidad mucho tiempo después. Lo primero que captó fue un sabor dulce en su boca que anteriormente no estuvo presente. Movió con lentitud la lengua contra el velo de su paladar y supo distinguir la esencia de la leche, mezclada con miel y un deje a castaña. ¿La habían alimentado? Desde luego no recordaba haber comido por si misma.
Haciendo un gran esfuerzo, la morena consiguió reunir energía para abrir los ojos. Y cuando lo hizo la claridad la deslumbró momentáneamente. Parpadeó de forma lenta y cuando sus ojos se centraron observó un entorno que, como todos los demás no le decían absolutamente nada.
Un pequeño techo de vigas de madera se alzaba sobre su cabeza. A un lado una pequeña ventana dejaba entrar un sol cálido y lleno de energía que iluminaba una habitación de tamaño reducido. Se vio a si misma tumbada en una cama estrecha, de mullido colchón, y tapada hasta la barbilla con algo que olía a lana y picaba como lana. Y también aportaba su calor.
- ¡Gracias a los Dioses, has despertado! - una voz anciana que no recordaba de nada sonó sobre su cabeza, excesivamente emocionada. Los ojos azules se volvieron, lentos, y observó a una mujer de rostro afable y pelo encanecido justo de pie a su lado. Tenía la cara curtida por las arrugas, las cuales se multiplicaban en su piel con la enorme sonrisa que mostraba.
- Pensaba que no ibas a ser capaz de despertar de nuevo hija. Pero pocas enfermedades escapan al poder de la cura que mi bebida especial - aseguró ufana, extendiendo una mano hacia ella.
Los dedos de la anciana eran huesudos, deformados por la artrosis. Le rozó la frente y le atusó el cabello, apartándole mechones sueltos de una frente húmeda por el sudor.
- Pero mírate, ¡Qué ojos tan bonitos tienes niña! Sí señor, vaya par de ojazos - comentó ensanchando una sonrisa dulce que podría aliviar el corazón de cualquier persona que recibiese sus cuidados. Iori en cambio no sintió nada.
- ¿Cómo te encuentras querida? - preguntó mientras arrastraba un pequeño taburete por el suelo para sentarse al lado de la cabecera de Iori. La mestiza fue consciente entonces de que estaba tendida en una cama estrecha pegada a la pared. A un lado, una ventana de pequeño tamaño era suficiente para dejar entrar a raudales la cálida luz del otoño.
- Cedralada. Necesito ir a Cedralada - fue su única respuesta. Vio entonces que los ojos de la anciana eran de un color avellana que le otorgaban dulzura a su expresión. Pero le daba por igual por completo.
Solo le interesaba de aquella mujer saber si podía obtener información, y solo quería saber en dónde estaba para saber hacia dónde dirigir sus pasos en la dirección correcta. Los párpados cayeron en contra de su voluntad. La mestiza peleó para mantenerse despierta, en vano. El sueño la arrastró pero esta vez la dejó yaciendo en medio de la oscuridad más absoluta.
Apenas tuvo tiempo de parpadear, buscando respirar cuando notó otro golpe en su cuerpo.
Así que era aquello lo que la había despertado de su sueño pesado. Unas manos que la aferraban por las muñecas, inmovilizándoselas a su espalda y la obligaban a permanecer erguida. Su cuerpo doblado a cada impacto en su abdomen de otros puños que se hundían con fuerza. Apenas había más que piel para aguantar el golpe, por lo que el dolor sobre sus órganos hacía que sus ojos quedasen ciegos momentáneamente tras cada uno que recibía.
- ¿Mereció la pena robar el caballo? - fue lo único que escuchó del sermón que le estaba dirigiendo la persona que la tenía sujeta por detrás. - Maldita ladrona -
Hubo relinchos inquietos a un lado.
Cuando el siguiente golpe impactó en su rostro Iori dejó de sentir por unos instantes. Cuando se centró de nuevo en su cuerpo comprobó que se encontraba en el suelo, con la mejilla pegada a la húmeda tierra. Una patada en la espalda le hizo crujir los huesos y su vista se volvió a cegar.
Saboreó la sangre envolviendo con metálica calidez su lengua, mientras permanecía tirada como un trapo sobre el suelo, a un lado del camino en el que se encontraba.
- ¡Levántate! Te voy a enseñar yo a robar caballos ajenos malnacida! - la voz se hizo audible sobre ella antes de que otra patada la hiciese rodar sobre su espalda.
Hacía tiempo que el dolor no era algo tan presente para Iori. Los golpes que le estaban dando habían conseguido lo imposible. Lograr que su mente se apartase de Ben por unos instantes. Alzó los brazos débilmente mientras sus ojos se abrían para observar el cielo sobre su cabeza. Se fijó en que había caído la tarde desde la última vez que había estado despierta, y el olor a lluvia en el aire era perceptible. Se abrazó el torso y apretó con la escasa fuerza que tenía para intentar contener el dolor. Para tratar de mantenerse de una pieza, a pesar de sentirse rota.
- En nombre de Eir, ¡Pero qué estáis haciendo! Si es una muchacha...-
- ¿Que qué hacemos? ¡Esta desgraciada fue la responsable de la desaparición de Hast! Lo tomó esta mañana y cabalgó hasta aquí con él la muy...- La tierra crujió bajo el peso de los pasos que acortaban de nuevo distancia con ella. Los ojos azules se cerraron de nuevo, preparada para sentir dolor en alguna parte de su cuerpo.
- ¡Ya basta por los cielos! ¿No veis en qué estado está? ¿Acaso no hay piedad en vuestro corazón? - volvió a clamar una voz que sonaba anciana a oídos de Iori. - Si seguís golpeándola de esa manera la mataréis. Os convertiréis en asesinos por un caballo - acusó con firmeza, sembrando el silencio tras ese último comentario.
La mente de Iori se volvió a apagar, mientras el dolor de la paliza que acababa de recibir la recorría en oleadas de fuego y electricidad por dentro.
[...]
El lugar resultaba gélido. Aunque con la frecuencia con la que estaba allí se podría decir que era algo ya familiar para ella tras cada larga jornada. Observó sobre la nieve como el blanco inmaculado era cortado por aquel extraño color que componía formas. Supo que era lo que el peliblanco denominaba runas. Las que tanto le obsesionaban.
Sentado en medio de un gran círculo sobre el que se creaba un intrincado patrón de esas raras figuras, aquel al que se referían como Tarek permanecía con los ojos cerrados. Parecía calmado en medio de la nada, solo rodeado por la nieve y el silencio de la tundra.
Su piel parecía estar más bronceada de lo que era debido al gran contraste con el blanco que lo rodeaba. El hecho de que estuviese completamente desnudo acentuaba esta idea. Sobre su piel, más de aquellas runas se dibujaban hasta perderse entre las piernas del elfo.
Además de a él, la morena pudo escuchar a gente murmurar. Voces femeninas que hablaban en voz baja de algo que ella no pudo escuchar con claridad. El otro elfo al que veía con frecuencia, también te cabello blanco se acercó a una elfa más joven que permanecía delante de Tarek muy quieta.
- ¿Está todo preparado? - preguntó con voz grave. El hombre dirigió una mirada evaluadora a Tarek, que exhalaba nubes de vaho blanco debido al frío. La chica a su lado asintió, concentrada.
A su alrededor, las otras dos elfas encendían pequeñas fogatas para iluminar esa última parte de la noche antes del amanecer. La tinta con la que habían decorado los brazos y el torso de Tarek brillaba levemente por el reflejo de la luz.
- Tienes que salir del círculo - le comentó una de las chicas al elfo mayor, que asintió, sin quitar la vista del joven elfo, que parecía ligeramente nervioso.
El hombre se apartó hasta traspasar las fogatas, mientras la que parecía la "sacerdotisa" principal, se acerba a Tarek, con un cuenco de tinta oscura en las manos.
- ¿No va a funcionar, verdad? - preguntó el joven, cuando la muchacha lo alcanzó. Con mano firme esta le dibujó una serie de runas más por la cara - ¿Sabh? -
- No podemos saberlo. -
- Pero lo sospechas - comentó él, taciturno.
- Quizás nos llevemos una sorpresa. Además, hay que empezar a descartar cosas. Es la única manera de alcanzar la solución -agachándose a su lado, lo miró directamente a los ojos - No vas a quedar peor de lo que estás. No es que fueses especialmente inteligente hasta ahora, así que no te preocupes, no vas a amanecer más tonto. -
El elfo la miró con los ojos entrecerrados, negando con la cabeza. La chica por su parte, recuperó su posición en el círculo. Las tres se situarion formando un triangulo casi perfecto. Alzando las manos comenzaron a recitar un cántico. Al unísono dibujaron runas con la misma tinta sobre su piel. Una extraña luminosidad surgió de ellas. Aquella a la que había llamado Sabh tomó entonces el libro del templo y comenzó a recitar unas palabras diferentes. Las runas sobre la piel de Tarek comenzaron a difuminarse
Como si las hubiese absorvido y, tan rápido cómo había comenzado, todo acabó. Mientras el amanecer surgía tras las montañas en el horizonte. Todo quedó en silencio.
- No ha funcionado - fue la voz del viejo elfo la que dijo lo que todos estaban pensado.
- No - fue la respuesta de la joven - Habrá que intentar otra cosa - mirando el libro con atención, le dio un par de vueltas entre las manos - Estaba claro que no iba a ser tan fácil. -
Mientras, sus compañeras acudieron a junto el joven elfo para cubrirlo con mantas y protegerlo del frío.
[...]
Escuchaba el suave canturreo de una voz, junto con el sonido característico que haría un instrumento de madera golpeando desde dentro una olla metálica. Y a juzgar por el sonido, llena. Intentó abrir los ojos pero desistió cuando comprendió que su cuerpo no le correspondía. El dolor era tan grande que sentía que su mente directamente había desconectado de cada parte de su físico.
En cambio no precisaba moverse para percibir el aroma que llegaba hasta ella. Castañas asadas al fuego de una lumbre.
Su mente cayó de nuevo en la oscuridad de la inconsciencia, y regresó a la realidad mucho tiempo después. Lo primero que captó fue un sabor dulce en su boca que anteriormente no estuvo presente. Movió con lentitud la lengua contra el velo de su paladar y supo distinguir la esencia de la leche, mezclada con miel y un deje a castaña. ¿La habían alimentado? Desde luego no recordaba haber comido por si misma.
Haciendo un gran esfuerzo, la morena consiguió reunir energía para abrir los ojos. Y cuando lo hizo la claridad la deslumbró momentáneamente. Parpadeó de forma lenta y cuando sus ojos se centraron observó un entorno que, como todos los demás no le decían absolutamente nada.
Un pequeño techo de vigas de madera se alzaba sobre su cabeza. A un lado una pequeña ventana dejaba entrar un sol cálido y lleno de energía que iluminaba una habitación de tamaño reducido. Se vio a si misma tumbada en una cama estrecha, de mullido colchón, y tapada hasta la barbilla con algo que olía a lana y picaba como lana. Y también aportaba su calor.
- ¡Gracias a los Dioses, has despertado! - una voz anciana que no recordaba de nada sonó sobre su cabeza, excesivamente emocionada. Los ojos azules se volvieron, lentos, y observó a una mujer de rostro afable y pelo encanecido justo de pie a su lado. Tenía la cara curtida por las arrugas, las cuales se multiplicaban en su piel con la enorme sonrisa que mostraba.
- Pensaba que no ibas a ser capaz de despertar de nuevo hija. Pero pocas enfermedades escapan al poder de la cura que mi bebida especial - aseguró ufana, extendiendo una mano hacia ella.
Los dedos de la anciana eran huesudos, deformados por la artrosis. Le rozó la frente y le atusó el cabello, apartándole mechones sueltos de una frente húmeda por el sudor.
- Pero mírate, ¡Qué ojos tan bonitos tienes niña! Sí señor, vaya par de ojazos - comentó ensanchando una sonrisa dulce que podría aliviar el corazón de cualquier persona que recibiese sus cuidados. Iori en cambio no sintió nada.
- ¿Cómo te encuentras querida? - preguntó mientras arrastraba un pequeño taburete por el suelo para sentarse al lado de la cabecera de Iori. La mestiza fue consciente entonces de que estaba tendida en una cama estrecha pegada a la pared. A un lado, una ventana de pequeño tamaño era suficiente para dejar entrar a raudales la cálida luz del otoño.
- Cedralada. Necesito ir a Cedralada - fue su única respuesta. Vio entonces que los ojos de la anciana eran de un color avellana que le otorgaban dulzura a su expresión. Pero le daba por igual por completo.
Solo le interesaba de aquella mujer saber si podía obtener información, y solo quería saber en dónde estaba para saber hacia dónde dirigir sus pasos en la dirección correcta. Los párpados cayeron en contra de su voluntad. La mestiza peleó para mantenerse despierta, en vano. El sueño la arrastró pero esta vez la dejó yaciendo en medio de la oscuridad más absoluta.
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Iori Li
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