La Tierra Púrpura [Evento Objetos del 19]
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La Tierra Púrpura [Evento Objetos del 19]
La maestra Lovelace realizó un hechizo de contención en la puerta del gran salón. Del otro lado se escuchó la respuesta de rotundos golpes, hechizos mágicos chocando contra la madera de la puerta.
La maestra encargó a un grupo de estudiantes que vigilasen la puerta y que, continuamente, reparasen el hechizo de contención. Una falla en el hechizo, una brecha por pequeña que sea, y la tierra púrpura entrará al salón. Advirtió a los estudiantes levantando un tembloroso dedo índice.
Lovelace caminó por el salón, ofreciendo una mirada de consolación a los estudiantes más desafortunados. Los chicos estaban exhaustos, agotados. Mirase por donde mirase, los ojos de la maestra se encontraban con un estudiante con los ojos púrpura dando bandazos en el aire. Sus compañeros le contenían, le sujetaban de los brazos y las piernas a la vez que pronunciaban palabras mágicas que durmiesen al herido.
Herido era un eufemismo con el que esquivar los horribles pensamientos y el recuerdo de lo que había ocurrido durante el ritual. La palabra correcta sería corrupto, maldito. El maestro Hartem habría utilizado otra palabra más acertada: jodido. La habría dicho entre dientes con su particular voz grave y severa. Hartem, al que todos llamaban Thundermaul, habría pronunciado todas las palabrotas existentes en Aerandir, las del idioma común, élfico e incluso del antiguo idioma de los dragones. Su voz habría retumbado por todo el salón. El maestro Hartem, de no haber sido corrompido por la tierra púrpura, de no estar jodido, habría sabido como levantar la moral de los estudiantes.
La maestra Lovelace se unió con los otros dos catedráticos restantes en los tronos parte superior del salón. Evitó mirar hacia la silla vacía del maestro Hartem. La maestra Meitner le dijo el número exacto de estudiantes que consiguieron resguardarse en el salón, muchos menos de lo que Lovelace había deseado. El maestro Rutherford se dejó caer en la silla, atemorizado por el número.
—No es culpa de la joven Shappire— dijo Rutherford más para sí mismo que para sus compañeros.
—¿Y de quién ha sido la culpa? — contestó la maestra Meitner — Fue ella quien sostuvo el libro, todos lo vimos. Arrancó página a página. Las hojas ardieron en sus manos, no en las mías, ni tampoco en las tuyas ni en las de nadie que aquí se encuentra. La tierra púrpura apareció de las cenizas del libro — Meitner golpeó con la mano abierta el respaldo su silla —. Todos lo vimos.
Rutherford no contestó, sin embargo, las dos maestras sabían lo que sus facciones decían: ella no lo sabía. Meitner golpeó la silla por segunda vez. El terciopelo de esta se tornó del color de la ceniza debido al calor y la magia que irradiaban las manos de la maestra.
—¿Es nuestra la culpa? Quisimos destruir un objeto del 19 y confiamos en la palabra de una bruja recién nacida, una bruja que nació por la influencia del mismo objeto. La hija no mataría al padre. Deberíamos haberlo supuesto, pero no lo hicimos. Confiamos en Melody Shappire. ¿Y sabes quién fue el primero en dejarse convencer por Melody? Heck Hartem. Di que esto es obra suya, si es que tienes…
Meitner no terminó la frase. En su lugar, se sentó en la silla reservada para el maestro Hartem y se tapó la cara con las dos manos.
—He pensado en reunir un grupo de chicos y…
Rutherford levantó la mano interrumpiendo a Lovelace, pidiéndola que se marchara y que dejase de hablar del tema. Haz lo que quieras.
La maestra Lovelace ahogó un suspiro de dolor. Muy a su pesar, dejó a los maestros Meitner y Rutherford solos, necesitaban estar solos. Ambos habían aceptado la desdicha: la tierra púrpura acabaría por romper el hechizo de contención y se adentraría al gran salón. Acabarían como Hartem y los demás: malditos, corrompidos por la magia del objeto destruidos, jodidos de verdad.
Apretó los puños, con más fuerza a medida que se alejaba de sus compañeros. Está bien. Se dijo para sí misma. Está muy bien.
Seleccionó a un grupo de los mejores estudiantes del Hekshold: entre los que se encontraban Rin Cyril e Iyán Tolmo. La maestra Lovelace fue sincera con ellos:
—No voy a permitir que a nadie más en esta sala se le enciendan los ojos de color morado. ¿Bien? Vamos a hacer lo que al Hekshold mejor se le da: vamos a estudiar esa — puta diría Hartem— maldición y encontraremos el hechizo adecuado para sanarla.
La respuesta de los estudiantes fue simultánea. Agacharon la cabeza. Estamos a su disposición maestra Lovelace.
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Lo primero que hizo la loba blanca al regresar a su forma humana fue mirarse las manos, eran de color carne y estaban desnudas, sin pelo que las cubriese. Hacía tanto tiempo que no veía sus manos, delgadas y suaves. Lloró porque creía estar sola.
El libro maldito se ha olvidado de ella y ella del libro. Thiel lloraba de alegría. Se sentía sana, como antes de conocer a Shappy. Pérdida, pero sana. La maldición del libro había desaparecido. Thiel se levantó de un saltó sin dejar de llorar. ¿Me concede este baile? Le dijo a un amigo imaginario a la vez que imitaba una reverencia. Por supuesto señorita. La muchacha extendió el brazo derecho, como si estuviera abrazando la mano de su contra parte. El brazo izquierdo lo tenía contraído en una suerte de abrazo. Thiel dio vueltas alrededor de la celda sin dejar de reír y sin dejar de llorar. ¡Se ha olvidado de mí!
—¡Ya no está! ¡Ya no está!
—Sí que estoy — dijo una voz femenina desde la oscuridad, al otro lado de la mazmorra.
Thiel dio un respingo y se limpió las lágrimas con las manos.
—Kira está aquí. Ha venido a rescatar a los estudiantes de la tierra púrpura.
—¿Kira? — repitió Thiel.
La mujer cibernética se dejó ver. Sostenía a un bebé con el cabello azul.
—Kira, cibernética custodia y muchas otras funciones — se presentó con una reverencia de cabeza — Y está es la pequeña Melody. Es una niña muy feliz porque ha quemado un libro muy malo — jugó con las manitas de la niña.
—¿Un libro? ¿Qué libro? ¿Te refieres a ese libro? ¿A El Libro?
Kira afirmó con la cabeza. Relató lo que sucedió durante el ritual. Melody destruyó el libro maldito y el éter del objeto del 19, la malvada magia que contenía, se desplegó por toda La Academia. Era como ver pasar una esponja sucia sobre una tabla de madera. Las personas que pisaban la tierra corrompida enloquecía, realizaban conjuros en contra de los que fueron sus amigos. Kira sabía distinguir a estas personas porque les brillaba los ojos de color púrpura. Explicó que a ella no le afectaba el hechizo porque no tenía ojos reales, se sacó una lente artificial de la cuenca del ojo como prueba y se la volvió a poner. A la bebé tampoco le afectaba la maldición porque ella había formado parte de ella.
La mujer cibernética abrió los barrotes de la celda, los dobló como con la facilidad que un oso quiebra una delgada rama.
—Hay una salida auxiliar que conecta con las cloacas de La Academia, podremos escapar por ahí — Kira captó el gesto de preocupación de Thiel — No te preocupes, la tierra púrpura no ha corrompido la salida.
—No es eso — se adelantó a responder Thiel — ¿Qué pasará con…?
Kira se encogió de hombros no porque no entendiera la pregunta, sino porque no sabía qué responder.
—¡Debemos hacer algo!
Thiel salió por en medio de los barrotes doblados. Estaba desnuda y llena de valentía.
—Esa no es salida correcta — corrigió Kira — En esa dirección se llega al castillo. No se puede ir al castillo, está contaminado. Enferma — enfermar era un eufemismo (quedarás jodida).
—Entonces, buscaré a alguien que pueda limpiar el camino. Sé por lo que están pasando esas personas y es horrible. No voy a dejarlas sola.
Thiel se puso a cuatro patas, se convirtió en la loba blanca y aulló al techo de la mazmorra. Era una declaración, una promesa. Haría lo que sea por destruir, de una vez y por todas, los objetos malditos del 19, o lo que quedasen de ello. Aunque le costase la vida, lo haría. Se lo prometió a Kira y al bebé que la cibernética sostenía.
Kira condujo a Thiel a través de la cloaca, fuera del Hekshold. Allí esperaban unos pocos estudiantes que lograron escapar de la maldición, Ian Egdecomb (el creador de los 19 objetos era inmune a los encantos de los mismos) y una cara conocida para la loba blanca: El pequeño Boomer. La loba se abalanzó hacia el gigante, se levantó y puso sus patas delanteras en el pecho del semigigante. ¡Amigo!
—Boomer está contento. Boomer conoce a la loba. Boomer es amigo de la loba. Boomer sabe que la loba blanca se llama Thiel. Boomer es amigo de Thiel.
Ian Egdecomb realizó una serie de gestos con las manos, como si fuera un gato jugando con ovillo de lana. Los otros brujos dirigieron una mirada de reproche hacia él. Egdecomb tenía terminantemente prohibido realizar ningún hechizo. Su buena voluntad y su torpeza desmesurada fueron los causantes de los objetos del 19.
—Es un hechizo sencillo, no tenéis nada que temer. Nada de nada. Estoy creando una luz, un destello que servirá de aviso a otros supervivientes. No será más que una chispa en el cielo. La ayuda acudirá al rescate.
El simple destello fue en realidad todo un espectáculo de fuegos artificiales. Todos los presentes, incluido Egdecomb, tuvieron que cerrar los ojos y bajar la cabeza deslumbrados por el destello. La suerte estuvo de su lado, faltó poco para que quemase la torre Myrddin (otra vez) con los fuegos artificiales.
—¡Seguro que lo verán! ¡Todo el mundo verá la señal!
¡Fuego en el cielo! Los estudiantes sanos se congregaron alrededor de las ventanas y señalaron los fuegos artificiales que Egdecomb había conjurado.
—No estamos solos… — dijo la maestra Meitner levantando la cabeza — ¡No estamos solos! Hay más gente sana ahí fuera. ¡Hay esperanza!
Convocó una esfera de fuego del tamaño de una cabeza al otro lado de la vidriera. El fuego quedaba fuera del edificio, no significaba ningún peligro. Los otros supervivientes lo verían, acudirían a su rescate.
* Bienvenidos a La Tierra Púrpura: para este tema serán necesario dos usuarios, uno especializado en el combate y otro en la sanación. Las preferencias son las que se dieron en la inscripción.
Ambos os encontráis fuera del Hekshold. Si sois alumnos del Hekshold, podéis pertenecer al pequeño grupo que Kira rescató de la tierra púrpura. Si no lo sois, acudís gracias a los fuegos artificiales de Ian Egdecomb.
En ese tema vamos a sanar el éter corrupto que ha surgido tras destruir el objeto maldito del 19. Ahora mismo no sabemos cómo hacerlo, pero lo sabremos dentro de poco.
Nuestro objetivo en este primer turno será adentrarnos de nuevo al castillo del Hekshold a través de las cloacas y el calabozo, zonas seguras. Hay otra luz en la parte exterior del castillo, en las vidrieras del salón comedor. Son otros supervivientes, necesitan ayuda. Es allí donde deberéis dirigirlos.
El camino no será sencillo. Por un lado, tenemos La Tierra Púrpura, la maldición pueda hacer meya en vosotros, contaminaros. Por el otro, hay otros alumnos en la zona maldita, están enloquecidos y os atacarán si os ven pasar. Deberéis defenderos como buenamente podáis, sin matar puesto que, tal vez, podamos sanar a estas personas.
Tenéis completa libertad de utilizar a los npcs que se mencionan salvo Heck Hartem, él queda reservado para el segundo turno del desafío.
Temas de interés
Informe Libro de Nigromancia [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]
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Personajes y Alumnado del Hekshold: aquí encontrarás a Kira e Iyán [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo].
La maestra encargó a un grupo de estudiantes que vigilasen la puerta y que, continuamente, reparasen el hechizo de contención. Una falla en el hechizo, una brecha por pequeña que sea, y la tierra púrpura entrará al salón. Advirtió a los estudiantes levantando un tembloroso dedo índice.
Lovelace caminó por el salón, ofreciendo una mirada de consolación a los estudiantes más desafortunados. Los chicos estaban exhaustos, agotados. Mirase por donde mirase, los ojos de la maestra se encontraban con un estudiante con los ojos púrpura dando bandazos en el aire. Sus compañeros le contenían, le sujetaban de los brazos y las piernas a la vez que pronunciaban palabras mágicas que durmiesen al herido.
Herido era un eufemismo con el que esquivar los horribles pensamientos y el recuerdo de lo que había ocurrido durante el ritual. La palabra correcta sería corrupto, maldito. El maestro Hartem habría utilizado otra palabra más acertada: jodido. La habría dicho entre dientes con su particular voz grave y severa. Hartem, al que todos llamaban Thundermaul, habría pronunciado todas las palabrotas existentes en Aerandir, las del idioma común, élfico e incluso del antiguo idioma de los dragones. Su voz habría retumbado por todo el salón. El maestro Hartem, de no haber sido corrompido por la tierra púrpura, de no estar jodido, habría sabido como levantar la moral de los estudiantes.
La maestra Lovelace se unió con los otros dos catedráticos restantes en los tronos parte superior del salón. Evitó mirar hacia la silla vacía del maestro Hartem. La maestra Meitner le dijo el número exacto de estudiantes que consiguieron resguardarse en el salón, muchos menos de lo que Lovelace había deseado. El maestro Rutherford se dejó caer en la silla, atemorizado por el número.
—No es culpa de la joven Shappire— dijo Rutherford más para sí mismo que para sus compañeros.
—¿Y de quién ha sido la culpa? — contestó la maestra Meitner — Fue ella quien sostuvo el libro, todos lo vimos. Arrancó página a página. Las hojas ardieron en sus manos, no en las mías, ni tampoco en las tuyas ni en las de nadie que aquí se encuentra. La tierra púrpura apareció de las cenizas del libro — Meitner golpeó con la mano abierta el respaldo su silla —. Todos lo vimos.
Rutherford no contestó, sin embargo, las dos maestras sabían lo que sus facciones decían: ella no lo sabía. Meitner golpeó la silla por segunda vez. El terciopelo de esta se tornó del color de la ceniza debido al calor y la magia que irradiaban las manos de la maestra.
—¿Es nuestra la culpa? Quisimos destruir un objeto del 19 y confiamos en la palabra de una bruja recién nacida, una bruja que nació por la influencia del mismo objeto. La hija no mataría al padre. Deberíamos haberlo supuesto, pero no lo hicimos. Confiamos en Melody Shappire. ¿Y sabes quién fue el primero en dejarse convencer por Melody? Heck Hartem. Di que esto es obra suya, si es que tienes…
Meitner no terminó la frase. En su lugar, se sentó en la silla reservada para el maestro Hartem y se tapó la cara con las dos manos.
—He pensado en reunir un grupo de chicos y…
Rutherford levantó la mano interrumpiendo a Lovelace, pidiéndola que se marchara y que dejase de hablar del tema. Haz lo que quieras.
La maestra Lovelace ahogó un suspiro de dolor. Muy a su pesar, dejó a los maestros Meitner y Rutherford solos, necesitaban estar solos. Ambos habían aceptado la desdicha: la tierra púrpura acabaría por romper el hechizo de contención y se adentraría al gran salón. Acabarían como Hartem y los demás: malditos, corrompidos por la magia del objeto destruidos, jodidos de verdad.
Apretó los puños, con más fuerza a medida que se alejaba de sus compañeros. Está bien. Se dijo para sí misma. Está muy bien.
Seleccionó a un grupo de los mejores estudiantes del Hekshold: entre los que se encontraban Rin Cyril e Iyán Tolmo. La maestra Lovelace fue sincera con ellos:
—No voy a permitir que a nadie más en esta sala se le enciendan los ojos de color morado. ¿Bien? Vamos a hacer lo que al Hekshold mejor se le da: vamos a estudiar esa — puta diría Hartem— maldición y encontraremos el hechizo adecuado para sanarla.
La respuesta de los estudiantes fue simultánea. Agacharon la cabeza. Estamos a su disposición maestra Lovelace.
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Lo primero que hizo la loba blanca al regresar a su forma humana fue mirarse las manos, eran de color carne y estaban desnudas, sin pelo que las cubriese. Hacía tanto tiempo que no veía sus manos, delgadas y suaves. Lloró porque creía estar sola.
El libro maldito se ha olvidado de ella y ella del libro. Thiel lloraba de alegría. Se sentía sana, como antes de conocer a Shappy. Pérdida, pero sana. La maldición del libro había desaparecido. Thiel se levantó de un saltó sin dejar de llorar. ¿Me concede este baile? Le dijo a un amigo imaginario a la vez que imitaba una reverencia. Por supuesto señorita. La muchacha extendió el brazo derecho, como si estuviera abrazando la mano de su contra parte. El brazo izquierdo lo tenía contraído en una suerte de abrazo. Thiel dio vueltas alrededor de la celda sin dejar de reír y sin dejar de llorar. ¡Se ha olvidado de mí!
—¡Ya no está! ¡Ya no está!
—Sí que estoy — dijo una voz femenina desde la oscuridad, al otro lado de la mazmorra.
Thiel dio un respingo y se limpió las lágrimas con las manos.
—Kira está aquí. Ha venido a rescatar a los estudiantes de la tierra púrpura.
—¿Kira? — repitió Thiel.
La mujer cibernética se dejó ver. Sostenía a un bebé con el cabello azul.
—Kira, cibernética custodia y muchas otras funciones — se presentó con una reverencia de cabeza — Y está es la pequeña Melody. Es una niña muy feliz porque ha quemado un libro muy malo — jugó con las manitas de la niña.
—¿Un libro? ¿Qué libro? ¿Te refieres a ese libro? ¿A El Libro?
Kira afirmó con la cabeza. Relató lo que sucedió durante el ritual. Melody destruyó el libro maldito y el éter del objeto del 19, la malvada magia que contenía, se desplegó por toda La Academia. Era como ver pasar una esponja sucia sobre una tabla de madera. Las personas que pisaban la tierra corrompida enloquecía, realizaban conjuros en contra de los que fueron sus amigos. Kira sabía distinguir a estas personas porque les brillaba los ojos de color púrpura. Explicó que a ella no le afectaba el hechizo porque no tenía ojos reales, se sacó una lente artificial de la cuenca del ojo como prueba y se la volvió a poner. A la bebé tampoco le afectaba la maldición porque ella había formado parte de ella.
La mujer cibernética abrió los barrotes de la celda, los dobló como con la facilidad que un oso quiebra una delgada rama.
—Hay una salida auxiliar que conecta con las cloacas de La Academia, podremos escapar por ahí — Kira captó el gesto de preocupación de Thiel — No te preocupes, la tierra púrpura no ha corrompido la salida.
—No es eso — se adelantó a responder Thiel — ¿Qué pasará con…?
Kira se encogió de hombros no porque no entendiera la pregunta, sino porque no sabía qué responder.
—¡Debemos hacer algo!
Thiel salió por en medio de los barrotes doblados. Estaba desnuda y llena de valentía.
—Esa no es salida correcta — corrigió Kira — En esa dirección se llega al castillo. No se puede ir al castillo, está contaminado. Enferma — enfermar era un eufemismo (quedarás jodida).
—Entonces, buscaré a alguien que pueda limpiar el camino. Sé por lo que están pasando esas personas y es horrible. No voy a dejarlas sola.
Thiel se puso a cuatro patas, se convirtió en la loba blanca y aulló al techo de la mazmorra. Era una declaración, una promesa. Haría lo que sea por destruir, de una vez y por todas, los objetos malditos del 19, o lo que quedasen de ello. Aunque le costase la vida, lo haría. Se lo prometió a Kira y al bebé que la cibernética sostenía.
Kira condujo a Thiel a través de la cloaca, fuera del Hekshold. Allí esperaban unos pocos estudiantes que lograron escapar de la maldición, Ian Egdecomb (el creador de los 19 objetos era inmune a los encantos de los mismos) y una cara conocida para la loba blanca: El pequeño Boomer. La loba se abalanzó hacia el gigante, se levantó y puso sus patas delanteras en el pecho del semigigante. ¡Amigo!
—Boomer está contento. Boomer conoce a la loba. Boomer es amigo de la loba. Boomer sabe que la loba blanca se llama Thiel. Boomer es amigo de Thiel.
Ian Egdecomb realizó una serie de gestos con las manos, como si fuera un gato jugando con ovillo de lana. Los otros brujos dirigieron una mirada de reproche hacia él. Egdecomb tenía terminantemente prohibido realizar ningún hechizo. Su buena voluntad y su torpeza desmesurada fueron los causantes de los objetos del 19.
—Es un hechizo sencillo, no tenéis nada que temer. Nada de nada. Estoy creando una luz, un destello que servirá de aviso a otros supervivientes. No será más que una chispa en el cielo. La ayuda acudirá al rescate.
El simple destello fue en realidad todo un espectáculo de fuegos artificiales. Todos los presentes, incluido Egdecomb, tuvieron que cerrar los ojos y bajar la cabeza deslumbrados por el destello. La suerte estuvo de su lado, faltó poco para que quemase la torre Myrddin (otra vez) con los fuegos artificiales.
—¡Seguro que lo verán! ¡Todo el mundo verá la señal!
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¡Fuego en el cielo! Los estudiantes sanos se congregaron alrededor de las ventanas y señalaron los fuegos artificiales que Egdecomb había conjurado.
—No estamos solos… — dijo la maestra Meitner levantando la cabeza — ¡No estamos solos! Hay más gente sana ahí fuera. ¡Hay esperanza!
Convocó una esfera de fuego del tamaño de una cabeza al otro lado de la vidriera. El fuego quedaba fuera del edificio, no significaba ningún peligro. Los otros supervivientes lo verían, acudirían a su rescate.
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* Bienvenidos a La Tierra Púrpura: para este tema serán necesario dos usuarios, uno especializado en el combate y otro en la sanación. Las preferencias son las que se dieron en la inscripción.
Ambos os encontráis fuera del Hekshold. Si sois alumnos del Hekshold, podéis pertenecer al pequeño grupo que Kira rescató de la tierra púrpura. Si no lo sois, acudís gracias a los fuegos artificiales de Ian Egdecomb.
En ese tema vamos a sanar el éter corrupto que ha surgido tras destruir el objeto maldito del 19. Ahora mismo no sabemos cómo hacerlo, pero lo sabremos dentro de poco.
Nuestro objetivo en este primer turno será adentrarnos de nuevo al castillo del Hekshold a través de las cloacas y el calabozo, zonas seguras. Hay otra luz en la parte exterior del castillo, en las vidrieras del salón comedor. Son otros supervivientes, necesitan ayuda. Es allí donde deberéis dirigirlos.
El camino no será sencillo. Por un lado, tenemos La Tierra Púrpura, la maldición pueda hacer meya en vosotros, contaminaros. Por el otro, hay otros alumnos en la zona maldita, están enloquecidos y os atacarán si os ven pasar. Deberéis defenderos como buenamente podáis, sin matar puesto que, tal vez, podamos sanar a estas personas.
Tenéis completa libertad de utilizar a los npcs que se mencionan salvo Heck Hartem, él queda reservado para el segundo turno del desafío.
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Re: La Tierra Púrpura [Evento Objetos del 19]
"Puedes irte fácilmente de allí", dijo la voz sin rostro. Esa voz que le acompañaba cuando meditaba, cuando unía su esencia con el Vacío, con la nada. "Abres un portal, te llevas a Narfi contigo y a todos los que alcancen a cruzar. Serías un héroe, salvarías a muchos."
–Pero no a todos –protestó mentalmente el niño.
"A los suficientes para ser llamado un héroe, nadie te recriminaría no poder hacer más".
–No sé si puedes ver, pero... ¿conoces los campos del Hekshold? esos terrenos verdes, donde uno puede ir a pasear, o a estudiar... ¿los conoces?
"Los conozco... ahora ya no lucen como siempre".
–Pues imagínalos llenos de callampas silvestres. Completos, de extremo a extremo... eso es lo que me importa ser llamado un héroe, un campo de callampas silvestres. Los que están ahora malditos han sido mis compañeros de estudio, mis camaradas. He compartido la mesa con ellos y hemos buscado juntos respuestas a los problemas de las clases. No voy a huir con un portal, voy a encontrar una solución.
"¿Y cómo piensas hacerlo... apuñalando al Éter corrupto?
–Si hace falta, eso haré.
Demian abrió los ojos. Narfi se estaba más pálido que de costumbre, arrimado a una esquina. Kira, con quien había tenido un encuentro interesante hace un tiempo, cuando ella recién había "despertado", terminaba de explicar lo que sabía de lo ocurrido. Ian Edgecomb, en cambio, generaba una serie de fuegos artificiales.
–En vez de ponerse a jugar a lanzar fueguitos, es hora de que busquemos una s-solución –le dijo el muchacho.
Demian se asomó a mirar hacia el castillo.
–Allí adentro aún hay gente. Con mi magia puedo crearnos una salida, pero quiero estar seguro de que estoy sacando a todos cuando la use, no a unos pocos –comentó el muchacho–. No podemos sólo quedarnos a esperar a que alguien venga por nosotros, nosotros vamos a ir por los demás.
Narfi, el joven aprendiz de la academia con quien Demian había formado una amistad, se le acercó y jaló de sus ropas. Se le notaba asustado, aunque no sólo eso, había más cosas pasando por su mente. De alguna manera, Demian también tenía sentimientos extra. Le entendía.
–Nosotros causamos esto, ¿no? –dijo finalmente el chico, poniendo en palabras lo que ambos pensaban–. Si no hubiésemos traído ese libro, si no lo hubiésemos traído de vuelta al Hekshold, nada de esto hubiera ocurrido.
Demian guardó silencio. Una parte de su mente decía "nosotros hicimos lo correcto, no sabíamos que esto podía ocurrir", otra decía "es mejor que ocurriera entre gente que sabe, en vez de que ocurriera en quizás dónde en Aerandir", pero otra más fuerte contestaba "sí, esto lo causaron ustedes. No debieron meterse con cosas que no conocían".
–La culpa es de quien primero jugó con fuego –dijo Ian Edgecomb.
–Perdemos tiempo, es hora de ponernos en marcha.
–Pero... ¿qué haremos con ellos? –preguntó el chico, apuntando a los sujetos que vagaban en el camino. Ya habían visto que eran hostiles y potencialmente peligrosos, a pesar de ser, o haber sido, estudiantes–. No pensarás usar tus... dagas, ¿no?
–Claro que usaré mi daga... pero no para clavársela a nadie –dijo Demian con una sonrisa de media boca.
La clavó en el suelo. El efecto no tardó en surgir, una extraña fuente de energía inundó el lugar. Era una energía negativa, siniestra, pero a veces era necesario combatir el fuego con el fuego. Si iban a luchar contra tierra corrupta, sería una tierra corrupta la que les daría la ventaja(1)
–Esta daga siempre me ha sabido raro... pero se siente bien –confesó Narfi.
Demian, en tanto, puso una mano en el suelo, canalizando el Éter que le inundaba.
–Olvidas, Narfi, que antes que ser un asesino, soy un ilusionista –dijo el joven brujo, para luego susurrar palabras inaudibles, conjuraciones simples, pero efectivas–. Por favor, no os resistáis a mi hechizo, dejad que os afecte.
Una energía recorrió a los presentes, viajando hasta sus ojos. En estos se formó una energía púrpura, que imitaba a la de los estudiantes afectados.
–No parecen atacarse entre sí. Si nos movemos imitando su conducta, podemos pasar desapercibidos –explicó a los presentes–. Pero, para asegurarnos de tener ventaja... voy a contar una historia. Tenedme un poco de paciencia.
Narfi sonrió. No lo había hecho en un buen rato, pero al final estaba por ver su hechizo favorito. Eso siempre le sacaba al menos una expresión de agrado.
–Se dice que en el Hekshold, en sus inicios, existía un cementerio. Lamentablemente, por esos años la mortalidad de estudiantes era mucho más alta que lo que es ahora. No existían regulaciones para el ejercicio de la magia y, ya sabes. Le das a un grupo de chicos la habilidad de hacer explotar cosas y lo harán... sí que lo harán, lo harán tan fuerte que se hará necesario tener un cementerio propio.
–Boomer no había escuchado de un cementerio –dijo quien era posible describir como "el más rellenito de los presentes".
–Es sólo una historia, no me interrumpan –contestó Demian, levantando su mano para canalizar mejor el Éter–. ¿En qué iba? ah, claro. Bueno, el caso es que cuando en un ritual estúpido destruyeron un libro mágico en el Hekshold, las almas de los estudiantes enterrados también se vio afectada... y emergieron, como fantasmas, personas dispuestas a causar caos y a provocar a los afectados por la tierra púrpura.
En los patios, unas figuras emergieron de la tierra. Primero fue un brazo, el siguiente, una cabeza... como salidos de tumbas olvidadas, estos fantasmas parecían personas. Los estudiantes afectados no tardaron en darse cuenta de su presencia y no lo tomaron precisamente de la mejor manera.(2)
–!Ahora!, no tardarán mucho en acabar con ellos, aprovechemos de pasar. Traten de parecer como ellos, con un andar errático, no todos en fila. Nos juntamos en esa ventilación de allí.
Narfi asumió inmediatamente un caminar errático, llevándose las manos a la cabeza, como si fuera uno más de ellos. El pequeño podía actuar bastante bien, después de todo.
Demian no era el mejor actuando, pero al menos su magia ilusoria ayudaba bastante. Salió del refugio sin perder tiempo, caminando con cuidado en dirección al lugar indicado, a esa ventilación que llevaba hacia los calabozos del Hekshold. Ya había estado allí antes, cuando el libro había intentado ser robado, y conocía sus secretos.
Esperaba, con todo su ser, no tener que utilizar sus dagas de manera defensiva.
No alcanzó a dar más de cinco pasos antes de sentir que algo andaba mal.
–Este Éter... no me gusta. Es doloroso –dijo Narfi, poniendo en palabras lo que Demian había pensado.
–No perdamos tiempo, avancemos rápido, antes que esto nos afecte –dijo Demian, dando una mirada a sus fantasmas. Por ahora parecían estar haciendo su trabajo bien.
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(1) Demian ha usado su Daga Maldita, la que genera un campo de 10 metros de radio que potencia las habilidades de los Brujos y Vampiros. En este caso, es principalmente para potenciar los hechizos iniciales que puedan usar él y quienes están con él, antes de adentrarse en los campos con estudiantes afectados.
(2) Demian ha usado su habilidad Historias de Fantasmas, para crear ilusiones que distraigan y mantengan ocupados a los estudiantes del patio, con el fin de llegar a los calabozos.
(*) En general, lo que Demian intenta es lo siguiente: poner a todos los del grupo una apariencia similar a los convertidos, para pasar desapercibidos y crear distracción con sus fantasmas, de modo de no tener que luchar contra los otros estudiantes, sino pasar directo a los calabozos.
PD: Pongo a Narfi, porque es relevante en la historia del libro, al menos en lo que a la parte de Demian se refiere. De todos modos no lo usaré como un acompañante, no usará habilidades, sólo está por la parte narrativa.
Demian
Aerandiano de honor
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Re: La Tierra Púrpura [Evento Objetos del 19]
Off Rol: La primera parte del post es única y exclusivamente para librarme de la maldición Recuerdo Heróico contraída en el Evento de Sandorai y puede saltarse sin problemas. Lo importante viene después de los asteriscos
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Había un algo etéreo en el hecho de flotar despreocupadamente bajo la luz de la luna. Valeria guardaba agradables recuerdos de juventud de aquel estanque. Sumergirse en sus aguas hacía que se sintiera limpia, por alguna razón. Algo extraño, quizá, teniendo en cuenta que fue allí donde se limpió la sangre la primera vez que mató.
Aquella vez, no había sentido tanto el impacto de segar una vida («dos», se recordó), como la liberación de dejar atrás un mundo que la ahogaba y la arrastraba hacia abajo, hacia el lodo que le enturbiaba los pasos. Ni siquiera entonces se engañaba, sabía que Bhima no iba a perderle la pista tan fácilmente, pero se había sentido fuerte, libre.
Se dio la vuelta y nadó hacia la orilla. La luna empezaba a descender en su arco nocturno y aún debía preparar la infusión.
Había dejado a Zero en el Hekshold. Al parecer, el chico tenía amigos allí, o lo más parecido a amigos que le permitía su carácter. Lo recogería a la mañana, esa noche debía estar sola.
La luna llena y el propio brillo que despedían sus ojos le proveyeron de toda la iluminación que necesitaba para regresar a la casa. Una vez allí, puso una tetera a calentar y tomó el saquito de hierbas que había preparado(*). Esperaba que funcionase, no se le ocurría otra forma de librarse de aquello.
Tomó la infusión bien caliente y se fue a dormir.
*******
—Espera, ¿dices que Thundermaul está detrás de esta mierda? —preguntó Valeria con incredulidad.
Caminaba de forma aparentemente descuidada, procurando dar la impresión de no tener un rumbo fijo, mientras se aseguraba de acercarse y alejarse de la bio-cibernética en una órbita irregular, dejando que ésta la fuera poniendo al día de la situación.
Había llegado a los jardines, alertada por los fuegos artificiales, justo en el momento en el que el variopinto grupo de supervivientes terminaba el repaso de culpabilidades, afortunadamente. Aunque eso significaba que se había perdido la explicación inicial. En cualquier caso, la situación a su alrededor hablaba por sí misma.
—El maestro Hartem fue el primero en acceder al ritual, pero los otros catedráticos también estuvieron presentes. También Kira estaba allí —respondió Kira cuando el andar errabundo de la bruja la llevó de nuevo a pasar por su lado. La mujer se veía realmente inquietante, con el brillo purpúreo que el muchacho había llevado a sus ojos y hablando de sí misma en tercera persona mientras sostenía en brazos al bebé de pelo azul y ojos igualmente purpúreos.
—Usa la puta cabeza, Reike —rezongó Valeria entre dientes mientras se alejaba de nuevo de la bio-cibernética—. Piensa antes de lanzarte, Reike. ¡No estás tú sola en el jodido castillo, Reike! ¡Ja! —Ahora que lo pensaba, era un jodido milagro que le hubieran sacado la costumbre de soltar maldiciones. Salvo cuando se veía a sí misma en peligro porque un puñetero hipócrita con el ego del tamaño de un gigante de roca decidía ignorar sus propios consejos, claro.
Se reunieron todos junto al acceso que el muchacho había sugerido de forma tan aparentemente casual como fueron capaces de lograr. Lo cierto era que la propia naturaleza del grupo no llevaba a pensar que se hubieran reunido por gusto: Dos estudiantes, uno de ellos tan inquietante o más que las personas que vagaban a su alrededor, la cibernética con el bebé, el medioseso con la loba blanca y Edgecomb, mirando a todo al rededor sin decidirse entre mostrarse compungido, solícito o temeroso.
Oh, sí, Valeria sabía bien quién era Edgecomb. Después de lo ocurrido en la maldita fuente de los Harrowmont, se había asegurado de que le dieran todas las explicaciones de rigor. Cómo era que aún tenían suelto a ese hombre resultaba un misterio para ella. Buenas intenciones, ¡y una mierda! «Cuando jodes a alguien, ese alguien no va a estar menos jodido porque tú tuvieras “buenas intenciones”». Y ahora sonaba igual que Hartem. Cojonudo.
Hubo que maniobrar un poco para ayudar a entrar al pequeño Boomer por la estrecha abertura, pero no tuvieron mayores contratiempos al margen de eso. Kira no soltó en ningún momento al bebé, afirmaba que las dos eran inmunes a la maldición. Mientras se dejaba guiar por los estrechos pasillos de las mazmorras, aquellos que la bio-cibernética afirmaba que no estaban contaminados por esa tierra púrpura, Valeria pensó en Zero. Lo había dejado allí creyendo que era un lugar seguro. ¿Sería inmune él también? «En fin», se dijo, «primero, encontremos a los supervivientes y después...». «Después, ¿qué?». «No, ahora no pienses en después, maldita sea».
Kira se paró de repente en una zona cercana a las cocinas. Valeria había caminado tan ensimismada que ni siquiera se había dado cuenta de que habían dejado atrás las mazmorras.
—¿Qué ocurre? —preguntó.
—La zona segura llega hasta aquí —respondió Kira—. Kira no sabe a qué zonas del castillo se ha extendido la tierra púrpura.
—Tendremos que ir viéndolo sobre la marcha —dijo Valeria, intentando que su voz sonara más resuelta de lo que se sentía—. ¿Dónde vieron aquella luz?
—En el Salón Comedor —dijo Edgecomb—. Fue allí, en las vidrieras.
—Boomer sabe por dónde se va —dijo el grandullón, que echó a andar sin dudarlo un momento.
—Por ahí no —dijo Val, sujetando al hombretón por el brazo. Luego hizo un ademán con la cabeza señalando a uno de los tapices que adornaban la pared de la derecha al tiempo que añadía—: Mejor vamos por la escalera de servicio.
— Los pasillos del servicio son un cuarenta y siete por ciento más estrechos —informó Kira en voz baja— y hay ciento sesenta y ocho sirvientes en el castillo, sin contar los jardineros y…
—Sí —interrumpió Valeria, que no tenía la menor idea de cuántos criados habría en el Hekshold—, pero muy pocos de ellos sabrán cómo lanzar una bola de fuego.
—En realidad —continuó Kira—, sólo un veintiuno por ciento de los alumnos y maestros residentes actualmente en el castillo tienen la capacidad de manipular el fuego. Si descontamos a los alumnos más jóvenes que no han desarrollado esa técnica…
Valeria dejó de prestar atención a lo que decía la bio-cibernética. Se preguntó si vomitar datos de esa forma sería algo habitual en ella o un producto de la tensión del momento. En fin, mientras fuera en voz baja, no iba a ser ella quien se lo impidiera. Cada una hacía lo que tenía que hacer para mantener el miedo bajo control. ¡Vaya que sí, joder!
Se acercó al tapiz que había señalado sin dejar de vigilar a uno y otro lado del pasillo, por si veía algo o a alguien sospechoso. Una vez allí, apartó un poco la pesada colgadura para tener acceso a la puerta que se escondía detrás y asomó la cabeza al otro lado. De joven, Val había usado a menudo los pasillos y accesos del servicio cuando quería escabullirse del castillo sin ser vista o desplazarse rápidamente de un área a otra para proporcionarse una coartada después de un ajuste de cuentas (ella no hacía travesuras, no señor). El pasillo estaba bien iluminado y parecía seguro, al menos por el momento, así que hizo una señal a los otros para que se acercaran.
—Bien —dijo cuando todos estuvieron dentro—, el comedor no está lejos y, yendo por aquí, no debería llevarnos nada de tiempo. —La comida debía llegar caliente desde la cocina, después de todo—. Pero mejor será que permanezcamos alerta y no nos separemos.
Caminaron deprisa, pero en silencio. La loba blanca iba delante de Valeria, olfateando el aire. Los de la retaguardia miraban con frecuencia hacia atrás por si atisbaban algún movimiento a sus espadas.
—¡No toques la tierra púrpura! —advirtió Kira de repente—. ¡Te corromperá si la pisas!
La loba frenó en seco. También Valeria, que miró el suelo a sus pies y no distinguió nada raro. Entonces, llevó la vista un poco hacia delante y entendió a qué se refería la bio-cibernética con eso de tierra púrpura. La mancha de la infección penetraba en el pasillo por debajo de una puerta lateral. Cubría un área importante, demasiado para franquearla de un salto, pero al otro lado, el pasillo volvía a estar limpio.
—Retrocedamos un poco —dijo la bruja—. Tal vez haya un modo de cruzar por uno de los pasillos principales y volver aquí antes de que esa cosa se haya extendido más.
Volvieron sobre sus pasos doblando un recodo que, calculaba Valeria, tendría que rodear el núcleo del problema. Abrieron una puerta que daba a una sala contra cuyas paredes se intercalaban coloridos tapices con grandes armarios con vitrinas donde se exhibían trofeos y regalos que la Academia había recibido a lo largo de los años. Valeria conocía esa habitación y sabía que había otro acceso al sector del servicio en la pared de enfrente. Por desgracia, gran parte del suelo de la sala se veía infectado. Quizá si seguían retrocediendo encontrasen un sitio menos afectado.
—Boomer ve a alguien por el pasillo —dijo Boomer—. Muchos alguien.
—De este lado también viene gente —dijo Edgecomb en tono urgente—. Dioses, creo que tienen los ojos de color púrpura.
—¡Joder! —masculló Valeria—, ¿y tenía que ser justo ahora? De acuerdo —añadió en voz algo más alta—, habrá que jugársela. No sé lo que tardará la cosa esa en extenderse por la madera, así que habrá que correr. En cuanto de la señal, salimos disparados hacia el tapiz de Roucar el Vehemente, el tipo del turbante estrafalario. Hay otra puerta detrás. ¿Listos?
Los demás asintieron y Valeria se concentró en las vitrinas y el éter que las rodeaba. Adelantó la mano derecha, hizo un puño y tiró hacia sí. El gesto no era necesario, pero la ayudaba a enfocar su energía. Una de las vitrinas se tambaleó y cayó al suelo. Adelantó la mano izquierda y volvió a tirar. Se volcó otro mueble.
—¡Ahora! —dijo mientras seguía volcando un armario tras otro, cubriendo el suelo de la sala.
Esperaba que el plan funcionara, porque no sentía ningún deseo de cambiar su color de ojos después que por fin se había librado de aquel brillo indeseable. Por no hablar del resto de síntomas que parecía acompañar a tal cambio.
Saltó sobre los armarios derribados en pos de los demás, seguida de cerca por un grupo de criados de aspecto un tanto violento, pero que parecieron encontrar algunos problemas para atravesar el suelo lleno de armarios derribados y quebrados. Bien, así los dejarían atrás.
Lamentablemente, el estruendo que había causado también atrajo la atención de un grupo de estudiantes. Las puertas de la sala se abrieron y, al poco, Valeria percibió una corriente de aire que se movía en círculos, elevando con ella una buena cantidad de cristales rotos. Alzando los brazos para cubrirse la cara, Valeria apretó el paso azuzando a los demás. Sintió varios cortes superficiales en los brazos y la espalda, pero no se paró.
Fue al última en cruzar la puerta tras el tapiz. Tan pronto lo hizo, sacó una pequeña esquirla cristalina de su bolsa y la arrojó al pie del umbral(1). Una enorme estalagmita de hielo emergió al momento, bloqueando el paso.
—Eso los retrasará —dijo—. Vamos, ya casi estamos. Hacia la derecha y después a la izquierda. Entraremos por la puerta que usan los camareros.
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OFF: Primeramente, pido disculpas por la tardanza. Y por la extensión, se me fue un poco de las manos la cosa.
Segundamente, la maldi de Sandorai:
- chao chao maldi:
- (*)Lo dicho, utilizo el objeto del solsticio para liberarme de la maldición de los ojos brillantes: Hierbas de Lithe: Un saquito con hierbas secas bendecidas por las estrellas. Para utilizar este objeto, deberás estar en un lugar tranquilo y contar con tiempo suficiente, también has de purificarte antes de usarlo (tienes libertad creativa a la hora de interpretar esa purificación). Prepara una infusión con estas hierbas en una noche de luna llena, bebe la infusión antes de acostarte y, a la mañana siguiente (la noche siguiente, si eres vampiro), te habrás librado de una maldición de tu elección.
No he terminado los dos temas requeridos, pero sí están en marcha. Uno de ellos, en una ciudad (Lunargenta). Aquí enlaces de prueba: [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] y [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]
Terceramente, resumen del post: Comienzo donde lo dejó Demian, para no alargar innecesariamente la cosa. No más, al menos. Llevo al grupo camino del comedor por las escaleras y pasillos del servicio, asumiendo que habrá menos gente lanzando hechizos en esa zona. Le meto un pequeño obstáculo para darle un poco de emoción y lo dejo justo antes de entrar al comedor por la puerta de servicio, ya que ignoro si el hechizo de contención de Lovelace afecta sólo a la puerta principal del comedor o también a la de servicio. Asumo que Demian y Narfi vienen también, pero no pedí permiso previo, así que si alguien queda maldito por mi "pequeño obstáculo para darle emoción", por favor, no la pagues con él, Sigel.
(1) Uso el objeto Estalagmita Emergente: [Consumible] Estalla el trocito de hielo contra el suelo y levanta una enorme estalagmita de hielo en su ubicación. Útil para escapar o bloquear accesos. O incuso para romper techos frágiles.
Reike
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Re: La Tierra Púrpura [Evento Objetos del 19]
Ian Egdecomb era el brujo más poderoso de Aerandir. Eso era un hecho innegable. Aun diría más, incuestionable. Sin embargo, en términos logísticos, los hechizos del brujo eran inútiles en el campo de batalla. Tenía las manos atadas, figurativa y literalmente hablando. En un intento por evitar el impulso involuntario de agitar la varita, Egdecomb extrajo un cordel del bolsillo de la túnica y lo utilizó para atarse las manos. Más vale prevenir que curar.
Corrió como corren los esclavos que huyen de sus amos: con las manos atadas y sin mirar hacia atrás. Confiaba en que sus nuevos amigos pudieran hacer frente a los persecutores. Los ruidos de muebles cayendo al suelo y los gritos de auxilio dictaban un claro vencedor. Egdecomb esperaba que fueran sus amigos quienes estuvieran ganando. No volteó la cabeza para comprobarlo. No había tiempo parra eso. Tenía que correr en línea recta, llegar al comedor lo antes posible para dar la señal de alerta a los demás supervivientes.
Unos metros más. Egdecomb contempló la pequeña puerta de servicio al salón principal. ¡Date prisa! Era difícil correr con las manos atadas, ese era otro hecho incuestionable e innegable. Podía ser peor. Podía correr con un bebé en brazos. Solo una persona las capacidades físicas mejoradas mediante la magia y la ciencia podía correr a buen ritmo mientras mecía a un pequeño bebé. Esa persona era Kira. Egdecomb vio a la chica adelantándole por la derecha. ¡Qué rapidez! ¡Qué velocidad! ¡Y qué suavidad! Melody Shappire dormía plácidamente en los brazos de la chica sin enterarse de nada.
Kira y la bebé fueron las primeras en llegar a la puerta de servicio. Egedecomb, Narfi y Demian en segundo lugar. Kira hizo por coger el pomo de la puerta, pero un campo de fuerza repelió su agarre.
—¡Sé la respuesta! —Egdecomb levantó el dedo índice de la mano derecha—. Se trata de un hechizo de contención. Un truco sencillo que todo brujo puede aprender. La última vez que vi uno de estos fue en Lirio y yo lo hice. Está mal que yo lo diga, pero fue un gran hechizo. Nada pudo atravesar la cúpula. Y cuando digo, es nada: Pájaros, abejas… aire.... Menos mal que las maestras Meitner y Lovelace pudieron venir a tiempo.
Bajo la cabeza para señalar las manos atadas, dando a entender que la solución de las maestras para el conflicto de la cúpula, fue la misma que Egdecomb había empleado durante la persecución.
Kira había prestado atención a la explicación Egdecomb. Observó al brujo con los ojos de un niño que atiende a las lecciones de su maestro. Sin embargo, volvió a intentar a abrir la puerta. Lo hizo dos, tres y hasta cuatro veces. A la quinta, la mano de la cibernética alcanzó el pomo.
—Mi análisis indica que la intensidad del hechizo disminuye un 0,3 % por cada segundo. El estado actual es de 32 % de su potencia base. Objetos pequeños con altos índices de energía cinética pueden atravesar el hechizo.
La mano de la cibernética se había convertido en un taladro mecánico. Atravesó el hechizo de contención como si fuera una tabla de madera. Egdecomb casi podía escuchar el serrín que producía el éter al ser cortado. Kira tomó el pomo y abrió la puerta. Acto seguido, puso las manos encima de los ojos de la bebé para que no viera lo que allí dentro sucedía. Era innegable e incuestionablemente horrible. Aun diría más: era demencial.
El anciano maestro, Ernest Rutherford, se encontraba encima de la maestra Lise Meitner. Hacía todo cuanto podía hacer para evitar que la maestra se levantase. Rutherford tenía más años de los que los humanos saben contar. El peso, la fuerza física que aplicaba sobre la Meitner de los ojos encendidos, era un vestigio de lo que antaño fue. La labor de Rutherford radicaba en la magia. El maestro parecía un ente de una docena de brazos; dos físicos y diez incorpóreos, conjurados a partir de la magia elemental de viento. Eran los brazos mágicos quienes conseguían retener a la maestra Meitner. El contacto directo permitía al maestro crear un vínculo con la auténtica Lise Meitner.
Estaba allí, solo había que saber dónde buscar. Las manos que se aferraban al reposabrazos del trono, clavando las uñas y desgarrando la madera, no pertenecían a la maestra, sino a toda esa cantidad de éter que la había poseído. Las gajos y escupitajos era la forma que el éter tenía de comunicarse y los ojos incendiados por el fuego morado, su carta de presentación.
Bajo del estrado de los maestros, los chicos hacían lo propio. Más de los que al maestro Rutherford le hubiera gustado que fueran, se encontraban encima de las mesas: atados con cuerdas y retenidos con magia. El resto se encargaba de mantener los hechizos de contención. Rutherford recitaba las palabras desde el estrado. En su caso, el conjuro lo dirigía hacia la maestra Meitner. Los chicos las repetían el cántico en coro.
Era la clase más importante que el maestro ejercicio en todos sus años de docencia. También, la menos educativo. Ningún maestro que se precie debería hablar dando la espalda a los chicos.
La maestra Lovelace se había hecho con un pequeño grupo de estudiantes. Utilizaban los cuencos y cubiertos del comedor para crear una poción que sane la tierra púrpura. Los ingredientes surgían de la improvisación y del ensayo. El acceso a la cocina les permitiría disponer de una variedad mayor de utensilios e ingredientes, sin embargo, abrir cualquier puerta podría significar el desastre total. Apenas podían hacer frente a los chicos, chicas y maestra poseídos por la tierra púrpura. Y la ayudaba tardaba mucho en llegar.
El hombre consiguió llegar a La Torre Hartem. Utilizó la magia para levantar el pavimento y ascender al piso más alto. En un último atisbo de consciencia, tapió las paredes y las ventanas. El hombre quedó encerrado en una cárcel de ladrillo.
Cerró los ojos. Cuando los volvió abrir, eran refulgían en un ardor violeta.
Golpeó las paredes con sus puños. La magia vino después.
Un gigante farcolyar confeccionado de piedras y ladrillos emergió de la cúspide de La Torre Hartem. El hombre montaba en el lomo del ave elemental. Animal y hombre rugieron una llamarada de éter violeta que se escuchó como los martillazos del herrero al golpear su yunque de metal, como un trueno taladrando el cielo (Thundermaul).
El ave aterrizó en el jardín de la academia. Derrotó a los fantasmas que distraían a los chicos utilizando con un batir de alas. Los estudiantes maldecidos por la tierra púrpura rodearon al hombre con gesto vacilante. Emitieron incomprensibles gruñidos de agradecimiento por haberles liberado de los espíritus. El hombre, que había engullido la mayor cantidad del éter del libro de Nigromancia, habló:
—¿Dónde están los maestros?
El hombre recibió la respuesta mediante un pensamiento compuesto por una mente colectivo: en El Gran Salón. Atrapados. Barrerá mágica. Caerán. Ataque. Por dentro y fuera.
No necesitó saber más.
El hombre golpeó con los talones al farcolyar. El animal se alzó en el aire. Sobrevoló los alrededores de la academia. El círculo del ave se fue haciendo más pequeño, fijando el objetivo: salón. El farcolyar descendió en picado y el hombre se inclinó como el jinete que tomó velocidad.
Juntos, atravesaron el tejado de la academia y el suelo de los diferentes pisos.
El suelo cayó encima de los amigos. Kira se tiró al suelo y se encogió para proteger a la bebé. El Pequeño Boomer sostuvo una columna de mármol que a punto estuvo de aplastar a Reike. Boomer resitir. Boomer ser el más fuerte. Shappy decir que Boomer es el más fuerte. Demian desapareció antes de que los escombros cayesen. Narfi tenía la carita sucia, llena de polvo, pero estaba mal. Era un milagro que no le hubiera pasado nada. Ian Egdeomb le había salvado la vida. El poderoso brujo creó una gigantesca red de telaraña por encima de sus cabezas.
—Análisis de los daños —las preguntas de Kira carecían del tono interrogante.
Severos. La respuesta provenía de las últimas filas del grupo en forma de gruñido. Kira pudo traducir el mensaje del idioma de los cánidos a la lengua común. Thiel se había transformado en la loba blanca debido al miedo.
—Podría ser peor —siguió Egdecomb—. Al menos, ningún enemigo nos persigue.
Para que abres la boca, brujo tonto.
El pico del farcolyar elemental apareció encima de las cabezas de los amigos. El animal y el hombre que lo controlaba se encontraban en el piso superior. Detrás de ellos, quedaba toda la parte frontal de la academia hecha añicos. La barrera mágica sobre el gran salón resiste con un 21 % de la energía base.
El ave sumergía el pico buscando a los amigos como si fueran gusanos a los que atrapar. La risa del hombre se escuchaba detrás del animal, sonaba como una tormenta taladrando el cielo.
* Bienvenidos a La Tierra Púrpura: ¡Se viene combate final! Bueno… eso de combate…, es relativo.
En este turno tenemos dos objetivos claramente diferenciados que os tendréis que partir entre vosotros.
* Hallar una forma de entrar y salir al salón (atravesar la barrera mágica). Lovelace necesita a gente del exterior para recoger utensilios e ingredientes de la cocina y laboratorios. Si es que todavía queda cocina y laboratorios…. El farcolyar del maestro Hartem ha destruido toda la parte frontal de la escuela. Por otra parte, deberás ayudar a controlar a la gente poseída que se encuentran dentro del gran salón.
* El segundo objetivo es más fácil de explicar y difícil de realizar: deberéis enfrentaros al farcolyar de Hartem y atrapar al maestro poseído. No me gustaría tener al maestro Hartem como rival.
Lo lógico es que el primer objetivo lo realice Reike y el segundo Demian, teniendo en cuenta el nivel y capacidades de los personajes. Sin embargo, tampoco es una locura que fuera al revés. No por habilidades, sino por historia e intereses, para mí tendría más sentido que Reike fuera a por Hartem y Demian a ayudar a Lovelace y Rutherford. Como no sé decidir, os lo dejo a vosotros. Deberéis hablar por privado y quedar qué objetivo cumple cada uno.
No es preciso que solo uno de vosotros cumpla el objetivo completo. Podéis coordinaros como mejor os parezca. Hablarlo por mp facilitará el juego en equipo y la interacción entre vuestros personajes. Si necesitáis un turno adicional, decídmelo por privado. Este turno tiene muchísima acción y puede que nos quedemos cortos.
Corrió como corren los esclavos que huyen de sus amos: con las manos atadas y sin mirar hacia atrás. Confiaba en que sus nuevos amigos pudieran hacer frente a los persecutores. Los ruidos de muebles cayendo al suelo y los gritos de auxilio dictaban un claro vencedor. Egdecomb esperaba que fueran sus amigos quienes estuvieran ganando. No volteó la cabeza para comprobarlo. No había tiempo parra eso. Tenía que correr en línea recta, llegar al comedor lo antes posible para dar la señal de alerta a los demás supervivientes.
Unos metros más. Egdecomb contempló la pequeña puerta de servicio al salón principal. ¡Date prisa! Era difícil correr con las manos atadas, ese era otro hecho incuestionable e innegable. Podía ser peor. Podía correr con un bebé en brazos. Solo una persona las capacidades físicas mejoradas mediante la magia y la ciencia podía correr a buen ritmo mientras mecía a un pequeño bebé. Esa persona era Kira. Egdecomb vio a la chica adelantándole por la derecha. ¡Qué rapidez! ¡Qué velocidad! ¡Y qué suavidad! Melody Shappire dormía plácidamente en los brazos de la chica sin enterarse de nada.
Kira y la bebé fueron las primeras en llegar a la puerta de servicio. Egedecomb, Narfi y Demian en segundo lugar. Kira hizo por coger el pomo de la puerta, pero un campo de fuerza repelió su agarre.
—¡Sé la respuesta! —Egdecomb levantó el dedo índice de la mano derecha—. Se trata de un hechizo de contención. Un truco sencillo que todo brujo puede aprender. La última vez que vi uno de estos fue en Lirio y yo lo hice. Está mal que yo lo diga, pero fue un gran hechizo. Nada pudo atravesar la cúpula. Y cuando digo, es nada: Pájaros, abejas… aire.... Menos mal que las maestras Meitner y Lovelace pudieron venir a tiempo.
Bajo la cabeza para señalar las manos atadas, dando a entender que la solución de las maestras para el conflicto de la cúpula, fue la misma que Egdecomb había empleado durante la persecución.
Kira había prestado atención a la explicación Egdecomb. Observó al brujo con los ojos de un niño que atiende a las lecciones de su maestro. Sin embargo, volvió a intentar a abrir la puerta. Lo hizo dos, tres y hasta cuatro veces. A la quinta, la mano de la cibernética alcanzó el pomo.
—Mi análisis indica que la intensidad del hechizo disminuye un 0,3 % por cada segundo. El estado actual es de 32 % de su potencia base. Objetos pequeños con altos índices de energía cinética pueden atravesar el hechizo.
La mano de la cibernética se había convertido en un taladro mecánico. Atravesó el hechizo de contención como si fuera una tabla de madera. Egdecomb casi podía escuchar el serrín que producía el éter al ser cortado. Kira tomó el pomo y abrió la puerta. Acto seguido, puso las manos encima de los ojos de la bebé para que no viera lo que allí dentro sucedía. Era innegable e incuestionablemente horrible. Aun diría más: era demencial.
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El anciano maestro, Ernest Rutherford, se encontraba encima de la maestra Lise Meitner. Hacía todo cuanto podía hacer para evitar que la maestra se levantase. Rutherford tenía más años de los que los humanos saben contar. El peso, la fuerza física que aplicaba sobre la Meitner de los ojos encendidos, era un vestigio de lo que antaño fue. La labor de Rutherford radicaba en la magia. El maestro parecía un ente de una docena de brazos; dos físicos y diez incorpóreos, conjurados a partir de la magia elemental de viento. Eran los brazos mágicos quienes conseguían retener a la maestra Meitner. El contacto directo permitía al maestro crear un vínculo con la auténtica Lise Meitner.
Estaba allí, solo había que saber dónde buscar. Las manos que se aferraban al reposabrazos del trono, clavando las uñas y desgarrando la madera, no pertenecían a la maestra, sino a toda esa cantidad de éter que la había poseído. Las gajos y escupitajos era la forma que el éter tenía de comunicarse y los ojos incendiados por el fuego morado, su carta de presentación.
Bajo del estrado de los maestros, los chicos hacían lo propio. Más de los que al maestro Rutherford le hubiera gustado que fueran, se encontraban encima de las mesas: atados con cuerdas y retenidos con magia. El resto se encargaba de mantener los hechizos de contención. Rutherford recitaba las palabras desde el estrado. En su caso, el conjuro lo dirigía hacia la maestra Meitner. Los chicos las repetían el cántico en coro.
Era la clase más importante que el maestro ejercicio en todos sus años de docencia. También, la menos educativo. Ningún maestro que se precie debería hablar dando la espalda a los chicos.
La maestra Lovelace se había hecho con un pequeño grupo de estudiantes. Utilizaban los cuencos y cubiertos del comedor para crear una poción que sane la tierra púrpura. Los ingredientes surgían de la improvisación y del ensayo. El acceso a la cocina les permitiría disponer de una variedad mayor de utensilios e ingredientes, sin embargo, abrir cualquier puerta podría significar el desastre total. Apenas podían hacer frente a los chicos, chicas y maestra poseídos por la tierra púrpura. Y la ayudaba tardaba mucho en llegar.
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El hombre consiguió llegar a La Torre Hartem. Utilizó la magia para levantar el pavimento y ascender al piso más alto. En un último atisbo de consciencia, tapió las paredes y las ventanas. El hombre quedó encerrado en una cárcel de ladrillo.
Cerró los ojos. Cuando los volvió abrir, eran refulgían en un ardor violeta.
Golpeó las paredes con sus puños. La magia vino después.
Un gigante farcolyar confeccionado de piedras y ladrillos emergió de la cúspide de La Torre Hartem. El hombre montaba en el lomo del ave elemental. Animal y hombre rugieron una llamarada de éter violeta que se escuchó como los martillazos del herrero al golpear su yunque de metal, como un trueno taladrando el cielo (Thundermaul).
El ave aterrizó en el jardín de la academia. Derrotó a los fantasmas que distraían a los chicos utilizando con un batir de alas. Los estudiantes maldecidos por la tierra púrpura rodearon al hombre con gesto vacilante. Emitieron incomprensibles gruñidos de agradecimiento por haberles liberado de los espíritus. El hombre, que había engullido la mayor cantidad del éter del libro de Nigromancia, habló:
—¿Dónde están los maestros?
El hombre recibió la respuesta mediante un pensamiento compuesto por una mente colectivo: en El Gran Salón. Atrapados. Barrerá mágica. Caerán. Ataque. Por dentro y fuera.
No necesitó saber más.
El hombre golpeó con los talones al farcolyar. El animal se alzó en el aire. Sobrevoló los alrededores de la academia. El círculo del ave se fue haciendo más pequeño, fijando el objetivo: salón. El farcolyar descendió en picado y el hombre se inclinó como el jinete que tomó velocidad.
Juntos, atravesaron el tejado de la academia y el suelo de los diferentes pisos.
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El suelo cayó encima de los amigos. Kira se tiró al suelo y se encogió para proteger a la bebé. El Pequeño Boomer sostuvo una columna de mármol que a punto estuvo de aplastar a Reike. Boomer resitir. Boomer ser el más fuerte. Shappy decir que Boomer es el más fuerte. Demian desapareció antes de que los escombros cayesen. Narfi tenía la carita sucia, llena de polvo, pero estaba mal. Era un milagro que no le hubiera pasado nada. Ian Egdeomb le había salvado la vida. El poderoso brujo creó una gigantesca red de telaraña por encima de sus cabezas.
—Análisis de los daños —las preguntas de Kira carecían del tono interrogante.
Severos. La respuesta provenía de las últimas filas del grupo en forma de gruñido. Kira pudo traducir el mensaje del idioma de los cánidos a la lengua común. Thiel se había transformado en la loba blanca debido al miedo.
—Podría ser peor —siguió Egdecomb—. Al menos, ningún enemigo nos persigue.
Para que abres la boca, brujo tonto.
El pico del farcolyar elemental apareció encima de las cabezas de los amigos. El animal y el hombre que lo controlaba se encontraban en el piso superior. Detrás de ellos, quedaba toda la parte frontal de la academia hecha añicos. La barrera mágica sobre el gran salón resiste con un 21 % de la energía base.
El ave sumergía el pico buscando a los amigos como si fueran gusanos a los que atrapar. La risa del hombre se escuchaba detrás del animal, sonaba como una tormenta taladrando el cielo.
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* Bienvenidos a La Tierra Púrpura: ¡Se viene combate final! Bueno… eso de combate…, es relativo.
En este turno tenemos dos objetivos claramente diferenciados que os tendréis que partir entre vosotros.
* Hallar una forma de entrar y salir al salón (atravesar la barrera mágica). Lovelace necesita a gente del exterior para recoger utensilios e ingredientes de la cocina y laboratorios. Si es que todavía queda cocina y laboratorios…. El farcolyar del maestro Hartem ha destruido toda la parte frontal de la escuela. Por otra parte, deberás ayudar a controlar a la gente poseída que se encuentran dentro del gran salón.
* El segundo objetivo es más fácil de explicar y difícil de realizar: deberéis enfrentaros al farcolyar de Hartem y atrapar al maestro poseído. No me gustaría tener al maestro Hartem como rival.
Lo lógico es que el primer objetivo lo realice Reike y el segundo Demian, teniendo en cuenta el nivel y capacidades de los personajes. Sin embargo, tampoco es una locura que fuera al revés. No por habilidades, sino por historia e intereses, para mí tendría más sentido que Reike fuera a por Hartem y Demian a ayudar a Lovelace y Rutherford. Como no sé decidir, os lo dejo a vosotros. Deberéis hablar por privado y quedar qué objetivo cumple cada uno.
No es preciso que solo uno de vosotros cumpla el objetivo completo. Podéis coordinaros como mejor os parezca. Hablarlo por mp facilitará el juego en equipo y la interacción entre vuestros personajes. Si necesitáis un turno adicional, decídmelo por privado. Este turno tiene muchísima acción y puede que nos quedemos cortos.
Sigel
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Re: La Tierra Púrpura [Evento Objetos del 19]
El polvo aún no se disipaba y el chico ya había asumido la posición de la flor del Loto. El tiempo estaba en su contra, pero necesitaba meditar para analizar la situación y contactarse con el Éter en su interior.
Narfi, en tanto, se puso de pie a su lado, sacudiéndose los restos.
—Se equivoca, profesor... –dijo Narfi solemnemente a Ian Edgecomb—. Hay algo, o alguien, que puede atravesar esa barrera. La única razón por la que no lo ha hecho es porque no puede sacarlos a todos, pero encontrará la manera. Nosotros vamos a sacar a esa gente, ¿no Demian?
El adolescente meditante abrió los ojos, para posteriormente ponerse de pie.
—Voy a necesitar concentración completa –contestó Demian—. Distraigan a esa cosa, no voy a poder luchar con ella.
Narfi asintió, con una sonrisa. No era la vida de asesino lo que le llamaba la atención de su amigo, sino que realizar hazañas heroicas a su lado.
Demian se acercó a Reike, la bruja que había asumido un cierto liderazgo en el recorrido al interior de ese lugar. Parecía tener algunos recursos a su alcance, aunque Demian se preguntaba si tenía herramientas suficientes para un resistir con algo tan destructivo suelto.
—Si me necesitan, sólo grita mi nombre y estaré al instante con ustedes. Puedo ser joven, pero te aseguro que he luchado contra cosas peores que eso –le dijo el chico, no intentando ser un bravucón ni hacer alarde de su capacidad, sino de poder coordinarse bien con sus compañeros.
—No se preocupen por nosotros, traeremos a los atrapados –concluyó Narfi, ya poniéndose en marcha junto a Demian en dirección al salón.
El camino no fue fácil. Los escombros obstaculizaban el desplazamiento y Demian no usaba su magia, ni para ocultarse ni para desplazarse mejor. El chico sabía que iba a necesitar cada gota de Éter a su alcance para lo que planeaba llevar a cabo.
Se volvió a sentir un Gorrión. Escondiéndose en los rincones, caminando en puntillas, agachándose en torno a los escombros. Aquello hubiese sido hasta divertido, si no fuese por lo complejo de las circunstancias y el apremio por la vida de sus compañeros de academia.
Finalmente llegaron al borde, contemplando la escena. La gente al interior había logrado contener a estudiantes contaminados, pero la lucha era dura. Rutherford usaba todo su poder para contener a una de ellos. Algunos estudiantes buscaban frenéticamente ingredientes, pero no parecían encontrar lo que querían.
—Tengo una idea para sacarles de allí –gritó el chico hacia el interior—, pero deben moverse rápido.
—No, no podemos –contestó uno de los estudiantes, uno que conservaba sus ojos de color natural—. La maestra Lovelace necesita ingredientes, cree que puede generar una pócima de solución a lo que está pasando.
—Necesitan salir, ¡demonios!, es muy peligroso seguir aquí —contestó Demian.
—Sabemos el precio de lo que estamos haciendo —se oyó la voz de Rutherford.
Demian asintió. Si bien seguía pensando que la jugada más astuta era primero buscar seguridad y estabilizar la situación, y luego intentar generar una cura, reconocía el coraje y sacrificio que intentaban hacer los allí presentes y lo respetaba.
—¿Qué necesitan? —preguntó.
Los estudiantes sirvieron de intermediarios, relatando lo que estaban buscando. Algunas cosas podían estar en la cocina, o lo que quedaba de ella, o en otros lugares cercanos. Demian asintió, intentando generar un plan para ello. Entrar y salir con teletransportación podía resultar, pero era una habilidad que no podía usar demasiadas veces. Dado que aún estaban buscando una cura al interior, no podía jugar todas sus cartas a ello. Debía buscar una solución más permanente.
—Iré por ello —dijo Narfi con entusiasmo—. Conozco la academia, y la cocina, mejor que tú, Demian. Yo reuniré esas cosas, tú busca la manera de atravesar la barrera.
Dicho esto, el pequeño se puso en movimiento de inmediato. Su juventud le favorecía para moverse como una rata por el lugar. Demian sintió en su interior que le estaba dejando correr demasiado peligro, considerando que no destacaba Narfi por su capacidad de combate. Si se encontraba con un ser de ojos púrpura las cosas podían ponerse feas, pero no le quedaba más que confiar.
Demian cerró sus ojos, sintiendo el Éter a su alrededor. Iba a necesitar mucho poder, mucha magia. Sabía que se había vuelto un mago muy fuerte, pero no estaba seguro si esa iba a ser suficiente.
Estiró su mano, donde apareció un libro ilusorio, un libro de páginas en blanco.
—Avísame cuando tengas todo —gritó a su pequeño compañero.
A continuación, las páginas del libro comenzaron a moverse, y en una de ellas se dibujó una barrera.
—Había una vez... una barrera en medio del Hekshold. Era una barrera creada para proteger, pero se había vuelto un problema...
Si bien aún no tenía efectos reconocibles, Demian podía notar que su hechizo estaba funcionando(1). El chico estaba dando tiempo a Narfi de conseguir los ingredientes. Cuando ya le vio venir con algunas cosas en sus manos, prosiguió.
—Esa barrera contenía los espíritus de fantasmas en pena, almas que no podían dejar este mundo, por estar encerradas. Pero las almas no pueden ser contenidas para siempre. Unidos, los espíritus se concentraron en un punto, generando un portal, una puerta capaz de abrir un camino a través de la barrera.
Narfi pudo observar el rostro de Demian contraerse por el esfuerzo. Realmente estaba usando mucha energía mágica en ese hechizo, contrarrestando la fuerza de la barrera por recomponerse. El portal comenzó a abrirse.
Narfi se apresuró a entregar a través de éste lo que había reunido.
—¡Rápido, salgan todos de allí, no puedo mantener la apertura para siempre! —vociferó el joven mago—. Necesitan salir de aquí
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(1) Demian usa su la habilidad de su armadura para recuperar el uso de una de sus habilidades. En este caso, de Historias de Fantasmas, la que posteriormente ejecuta.
(*) Demian ha usado su magia para abrir una puerta a través de la barrera, mientras Narfi ha recolectado cosas del lugar para ayudar con la receta. Demian mantiene el portal abierto, para dar tiempo a las personas en el interior de salir.
Demian
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Re: La Tierra Púrpura [Evento Objetos del 19]
—Sí, grandullón —murmuró Valeria con la boca seca dándole unas palmaditas en el costado al gigante—, Boomer es el más fuerte.
Con el corazón aún intentando abrirse paso hacia su garganta, echó un rápido vistazo a su alrededor para hacer su propio análisis de daños. La loba tenía mala pinta. Sin atreverse a acercarse, metió la mano en su bolsa y sacó un pequeño frasco que le tendió a Kira(1).
—Dale esto —le dijo—, le hará bien.
Al menos, esperaba que le hiciera bien, nunca había usado esas pociones con animales. Técnicamente, la chica era humana en parte, pero cualquiera sabía.
Entonces oyó la familiar risa. Traía consigo un tono de locura que hizo que su corazón se sintiera pesado y volviera a bajar de golpe. Mientras avanzaba hacia el Gran Salón, había estado haciendo recopilación de las mejores y más logradas regañinas del Maestro, se había imaginado a sí misma devolviéndole de una todos aquellos discursos. En ningún momento se le había pasado por la cabeza que aquel hombre recio y austero hubiera podido sucumbir a semejante horror.
—¿Eh?… Sí, claro. Descuida, yo me ocupo —respondió al muchacho.
No tenía aún muy claro cómo lo haría, pero la necesidad le hizo reaccionar. La necesidad siempre había sido una gran fuente de motivación en su vida. Rebuscó una vez más en su bolsa y sacó un pergamino(2). Lo abrió y, con ayuda de su telequinesis, lo aplastó contra aquel pico que subía y bajaba.
—¡A cubierto! —avisó.
Ella misma se parapetó detrás de un montón de escombros, pero procurando no perder de vista la cabeza de roca. Cuando el pergamino estalló, extendió una mano y se aseguró de atraer hacia sí uno de los pedazos que se desprendieron del ave. Por supuesto, aparte de la desfiguración, aquello solo sirvió para cabrear al animal, pero Valeria ya había contado con aquello.
—Marchad con el muchacho —dijo intercambiando una mirada con Edgecomb. Después se volvió hacia Boomer—: Sé un cielo y dame un empujoncito.
Ayudada por el fortachón, escaló por la pared destrozada hasta el piso superior. Desde su nueva posición, vio cómo un Hartem de ojos purpúreos luchaba por recuperar el control de su monstruosidad. Aprovechó la breve distracción que había ocasionado para rebuscar de nuevo en su bolsa y sacar una pequeña manzana dorada(3). Se obligó a tragar un par de bocados recordando sus días de estudiante y, cuando el Maestro redirigía las atenciones del animal de nuevo al piso inferior, le arrojó el resto a la cabeza.
—¡Hey, viejo! —se burló en cuanto tuvo su atención—, ¿tanto trajín por una escapadita de nada?
Dicen que más vale pájaro en mano que ciento volando. Eso debió de pensar Thundermaul, si es que aún era capaz de pensar, cuando vio a aquel pequeño bulto dando brincos tan cerquita. Valeria atravesó a la carrera la primera puerta que halló en su camino, justo antes de que el desfigurado pajarraco se cargara el vano de un golpe. Rodó por el suelo tratando de evitar la caída de escombros, identificó una ventana y, saltando sobre el quicio, se impulsó hacia el tejado(4).
Por supuesto, Hartem y su amiguito descarado utilizaron el atajo de los brutos. Encogiéndose para ofrecer un blanco aún más pequeño, Valeria corrió entre las tejas alejándose del Gran Salón. Detrás, demasiado cerca para que se sintiera cómoda, le seguían los gritos del ave, o del Maestro, o de los dos. Valeria se impulsó con más fuerza vertiente arriba, solo para deslizarse a toda velocidad hacia abajo por la otra cara.
Colgándose de una de las gárgolas del borde, sacó de su funda la daga que se había traído de Sandorai y la apretó el mango con fuerza. La había recogido para sustituir a los cuchillos que había perdido luchando con su antiguo dueño y, desde entonces, se había establecido una extraña conexión entre ella y el objeto. Respiró hondo, tratando de borrar el recuerdo de aquel elfo de piel oscura y se encontró a si misma colgando frente a ella(5).
Valeria hizo un gesto de asentimiento y su copia saltó de nuevo al tejado y, tras lanzarle un par de tejas a sus perseguidores, echó a correr en otra dirección. Hartem y su pajarraco la siguieron y la verdadera Valeria se descolgó hasta una balconada. Allí, sacó otro pergamino de su bolsa y garabateó unas cuantas instrucciones apresuradas (6). No podía dejárselo todo a su otro yo. Una segunda copia de sí misma, esta con un aspecto un poco menos sólido, vista de cerca, salió corriendo en persecución del grupo.
Los graznidos del ave de piedra, junto al estruendo de tejas rotas allá donde se posaba, avisaban a Valeria de los cambios de dirección de Hartem, pero la distracción no duraría mucho tiempo. Sacó de su bolsa su equipo alquímico de emergencia y el pedazo de pajarraco que había guardado antes y empezó a mezclar sustancias y polvos a toda velocidad(7).
Un par de minutos más tarde, tenía lista su botellita. Los gritos y destrozos también se oían más cerca. Valeria respiró hondo y se impulsó de nuevo hacia el tejado para orientarse. Localizó a sus dos copias tentando por turnos al Profesor. Se movían entre las tejas con más destreza que ella misma, quizá porque no tenían miedo de resbalar y partirse la cabeza.
La copia de la daga lanzaba tejas con la misma frecuencia con que esquivaba los bloques que le lanzaba el enloquecido Hartem. La otra empezaba a difuminarse. Valeria echó a correr, resbaló, volvió a estabilizarse, tragó saliva y siguió corriendo hacia el grupo. En el momento en que la segunda copia desaparecía por completo, lanzó su botellita contra el lomo del farcolyar. Su contenido, que se esparció por las falsas plumas del ave llegando a empapar las ropas del Maestro, tardaría aún un poco en hacer efecto, así que, imitando a su copia, acompañó el regalito de unas cuantas tejas.
Ave y jinete se revolvían locos de rabia por la insistente molestia. Valeria recibió una pedrada en un hombro y perdió pie, pero volvió a levantarse haciendo fuerzas de flaqueza. Si sobrevivía a aquello, iba a tener el cuerpo echo polvo al día siguiente, ya no era la jovencita que aparentaba en aquel momento.
Finalmente, entre fintas, graznidos y quiebros, Valeria oyó el sonido que estaba esperando. El que no lo esperaba era Hartem, que cayó de bruces en cuanto el pájaro de piedra comenzó a resquebrajarse(8).
Con un último esfuerzo, Valeria se lanzó sobre el hombre y ambos rodaron por el tejado hasta caer por el borde. Por fortuna para ella, él era más pesado y quedó debajo cuando golpearon contra el suelo de un balcón del segundo piso.
Val sintió cómo el hombre reunía el éter y oyó crujir la balaustrada de mármol. Se concentró con fuerza y el sonido cesó(9). Ella no iba a ser tan elegante. Sin darle tiempo a intentar algo nuevo, le agarró la cabeza con ambas manos y la descargó contra el suelo(10).
----------
OFF: (1) Entendí que Thiel estaba herida. Le doy a Kira mi Poción de Salud Concentrada para que se la dé. Si entendí mal, pues nada, que se la tome Kira si le apetece.
(2) Pergamino Explosivo para reventarle la cara a la mascotita de Hartem. Me agencio un pedacito de recuerdo (esto es súper importante).
(3) Manzana de Idunn: Permiten distorsionar la edad del usuario a voluntad por 3 turnos, tanto a más joven como más anciano. La uso para recuperar mi aspecto adolescente. Por pura nostalgia y para redirigir la ira de Thundermaul hacia su recuerdo de la joven Reike.
(4) Habilidad de nivel 2: Ligera. La pongo aquí, perro la voy a estar usando todo el tiempo.
(5) Habilidad de la daga de Eredin Tarmúnil: Creas una copia de ti misma que puede atacar a tus enemigos imitando tu estilo de combate. Aunque se trata de una ilusión, la persona a la que ataque sentirá sus heridas como si fueran reales; las heridas desaparecerán cuando lo haga la copia. Dura dos rondas o hasta que la copia sufra una herida mortal, lo que ocurra primero.
(6) Pergamino ilusorio, para aumentar la distracción.
(7) Uso mi Kit Alquímico Superior, luego cuento para qué.
(8) Aquí lo cuento: Técnica Descomponer: Identificas la composición química de un material (por eso era importante lo del souvenir) y elaboras una mezcla apropiada para debilitarlo hasta romperlo. La descomposición tarda según tu nivel de Alquimia (Aprendiz: 4 minutos, Avanzado: 3 minutos, Experto: 2 minutos, Maestro: 1 minuto). Como soy nivel Maestro, 1 minutito para destrozarle el lomo al pajarraco.
(9) Racial: Superioridad Arcana: [Mágica, 1 uso] Puedo disipar o prevenir los efectos de un hechizo o habilidad [Mágica] dirigida hacia mí. Si afecta a más objetivos, sólo prevengo aquellos sobre mí (no era necesario, pero me hacía ilusión usarla).
(10) Bueno, Reike es pequeñita, ¿probablemente no es tan fuerte como para partirle la crisma? Quizá lo suficiente para dejarlo inconsciente o atontado un ratito, ¿sí?
Con el corazón aún intentando abrirse paso hacia su garganta, echó un rápido vistazo a su alrededor para hacer su propio análisis de daños. La loba tenía mala pinta. Sin atreverse a acercarse, metió la mano en su bolsa y sacó un pequeño frasco que le tendió a Kira(1).
—Dale esto —le dijo—, le hará bien.
Al menos, esperaba que le hiciera bien, nunca había usado esas pociones con animales. Técnicamente, la chica era humana en parte, pero cualquiera sabía.
Entonces oyó la familiar risa. Traía consigo un tono de locura que hizo que su corazón se sintiera pesado y volviera a bajar de golpe. Mientras avanzaba hacia el Gran Salón, había estado haciendo recopilación de las mejores y más logradas regañinas del Maestro, se había imaginado a sí misma devolviéndole de una todos aquellos discursos. En ningún momento se le había pasado por la cabeza que aquel hombre recio y austero hubiera podido sucumbir a semejante horror.
—¿Eh?… Sí, claro. Descuida, yo me ocupo —respondió al muchacho.
No tenía aún muy claro cómo lo haría, pero la necesidad le hizo reaccionar. La necesidad siempre había sido una gran fuente de motivación en su vida. Rebuscó una vez más en su bolsa y sacó un pergamino(2). Lo abrió y, con ayuda de su telequinesis, lo aplastó contra aquel pico que subía y bajaba.
—¡A cubierto! —avisó.
Ella misma se parapetó detrás de un montón de escombros, pero procurando no perder de vista la cabeza de roca. Cuando el pergamino estalló, extendió una mano y se aseguró de atraer hacia sí uno de los pedazos que se desprendieron del ave. Por supuesto, aparte de la desfiguración, aquello solo sirvió para cabrear al animal, pero Valeria ya había contado con aquello.
—Marchad con el muchacho —dijo intercambiando una mirada con Edgecomb. Después se volvió hacia Boomer—: Sé un cielo y dame un empujoncito.
Ayudada por el fortachón, escaló por la pared destrozada hasta el piso superior. Desde su nueva posición, vio cómo un Hartem de ojos purpúreos luchaba por recuperar el control de su monstruosidad. Aprovechó la breve distracción que había ocasionado para rebuscar de nuevo en su bolsa y sacar una pequeña manzana dorada(3). Se obligó a tragar un par de bocados recordando sus días de estudiante y, cuando el Maestro redirigía las atenciones del animal de nuevo al piso inferior, le arrojó el resto a la cabeza.
—¡Hey, viejo! —se burló en cuanto tuvo su atención—, ¿tanto trajín por una escapadita de nada?
Dicen que más vale pájaro en mano que ciento volando. Eso debió de pensar Thundermaul, si es que aún era capaz de pensar, cuando vio a aquel pequeño bulto dando brincos tan cerquita. Valeria atravesó a la carrera la primera puerta que halló en su camino, justo antes de que el desfigurado pajarraco se cargara el vano de un golpe. Rodó por el suelo tratando de evitar la caída de escombros, identificó una ventana y, saltando sobre el quicio, se impulsó hacia el tejado(4).
Por supuesto, Hartem y su amiguito descarado utilizaron el atajo de los brutos. Encogiéndose para ofrecer un blanco aún más pequeño, Valeria corrió entre las tejas alejándose del Gran Salón. Detrás, demasiado cerca para que se sintiera cómoda, le seguían los gritos del ave, o del Maestro, o de los dos. Valeria se impulsó con más fuerza vertiente arriba, solo para deslizarse a toda velocidad hacia abajo por la otra cara.
Colgándose de una de las gárgolas del borde, sacó de su funda la daga que se había traído de Sandorai y la apretó el mango con fuerza. La había recogido para sustituir a los cuchillos que había perdido luchando con su antiguo dueño y, desde entonces, se había establecido una extraña conexión entre ella y el objeto. Respiró hondo, tratando de borrar el recuerdo de aquel elfo de piel oscura y se encontró a si misma colgando frente a ella(5).
Valeria hizo un gesto de asentimiento y su copia saltó de nuevo al tejado y, tras lanzarle un par de tejas a sus perseguidores, echó a correr en otra dirección. Hartem y su pajarraco la siguieron y la verdadera Valeria se descolgó hasta una balconada. Allí, sacó otro pergamino de su bolsa y garabateó unas cuantas instrucciones apresuradas (6). No podía dejárselo todo a su otro yo. Una segunda copia de sí misma, esta con un aspecto un poco menos sólido, vista de cerca, salió corriendo en persecución del grupo.
Los graznidos del ave de piedra, junto al estruendo de tejas rotas allá donde se posaba, avisaban a Valeria de los cambios de dirección de Hartem, pero la distracción no duraría mucho tiempo. Sacó de su bolsa su equipo alquímico de emergencia y el pedazo de pajarraco que había guardado antes y empezó a mezclar sustancias y polvos a toda velocidad(7).
Un par de minutos más tarde, tenía lista su botellita. Los gritos y destrozos también se oían más cerca. Valeria respiró hondo y se impulsó de nuevo hacia el tejado para orientarse. Localizó a sus dos copias tentando por turnos al Profesor. Se movían entre las tejas con más destreza que ella misma, quizá porque no tenían miedo de resbalar y partirse la cabeza.
La copia de la daga lanzaba tejas con la misma frecuencia con que esquivaba los bloques que le lanzaba el enloquecido Hartem. La otra empezaba a difuminarse. Valeria echó a correr, resbaló, volvió a estabilizarse, tragó saliva y siguió corriendo hacia el grupo. En el momento en que la segunda copia desaparecía por completo, lanzó su botellita contra el lomo del farcolyar. Su contenido, que se esparció por las falsas plumas del ave llegando a empapar las ropas del Maestro, tardaría aún un poco en hacer efecto, así que, imitando a su copia, acompañó el regalito de unas cuantas tejas.
Ave y jinete se revolvían locos de rabia por la insistente molestia. Valeria recibió una pedrada en un hombro y perdió pie, pero volvió a levantarse haciendo fuerzas de flaqueza. Si sobrevivía a aquello, iba a tener el cuerpo echo polvo al día siguiente, ya no era la jovencita que aparentaba en aquel momento.
Finalmente, entre fintas, graznidos y quiebros, Valeria oyó el sonido que estaba esperando. El que no lo esperaba era Hartem, que cayó de bruces en cuanto el pájaro de piedra comenzó a resquebrajarse(8).
Con un último esfuerzo, Valeria se lanzó sobre el hombre y ambos rodaron por el tejado hasta caer por el borde. Por fortuna para ella, él era más pesado y quedó debajo cuando golpearon contra el suelo de un balcón del segundo piso.
Val sintió cómo el hombre reunía el éter y oyó crujir la balaustrada de mármol. Se concentró con fuerza y el sonido cesó(9). Ella no iba a ser tan elegante. Sin darle tiempo a intentar algo nuevo, le agarró la cabeza con ambas manos y la descargó contra el suelo(10).
----------
OFF: (1) Entendí que Thiel estaba herida. Le doy a Kira mi Poción de Salud Concentrada para que se la dé. Si entendí mal, pues nada, que se la tome Kira si le apetece.
(2) Pergamino Explosivo para reventarle la cara a la mascotita de Hartem. Me agencio un pedacito de recuerdo (esto es súper importante).
(3) Manzana de Idunn: Permiten distorsionar la edad del usuario a voluntad por 3 turnos, tanto a más joven como más anciano. La uso para recuperar mi aspecto adolescente. Por pura nostalgia y para redirigir la ira de Thundermaul hacia su recuerdo de la joven Reike.
(4) Habilidad de nivel 2: Ligera. La pongo aquí, perro la voy a estar usando todo el tiempo.
(5) Habilidad de la daga de Eredin Tarmúnil: Creas una copia de ti misma que puede atacar a tus enemigos imitando tu estilo de combate. Aunque se trata de una ilusión, la persona a la que ataque sentirá sus heridas como si fueran reales; las heridas desaparecerán cuando lo haga la copia. Dura dos rondas o hasta que la copia sufra una herida mortal, lo que ocurra primero.
(6) Pergamino ilusorio, para aumentar la distracción.
(7) Uso mi Kit Alquímico Superior, luego cuento para qué.
(8) Aquí lo cuento: Técnica Descomponer: Identificas la composición química de un material (por eso era importante lo del souvenir) y elaboras una mezcla apropiada para debilitarlo hasta romperlo. La descomposición tarda según tu nivel de Alquimia (Aprendiz: 4 minutos, Avanzado: 3 minutos, Experto: 2 minutos, Maestro: 1 minuto). Como soy nivel Maestro, 1 minutito para destrozarle el lomo al pajarraco.
(9) Racial: Superioridad Arcana: [Mágica, 1 uso] Puedo disipar o prevenir los efectos de un hechizo o habilidad [Mágica] dirigida hacia mí. Si afecta a más objetivos, sólo prevengo aquellos sobre mí (no era necesario, pero me hacía ilusión usarla).
(10) Bueno, Reike es pequeñita, ¿probablemente no es tan fuerte como para partirle la crisma? Quizá lo suficiente para dejarlo inconsciente o atontado un ratito, ¿sí?
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Re: La Tierra Púrpura [Evento Objetos del 19]
Ian Egdecomb era uno de los brujos más poderosos y torpes de Aerandir. Cientos de personas, incluso razas que desconocían los secretos del éter, le han aconsejado durante años que se mantuviera callado y que, por lo que más quisiera, dejase de agitar su varita. Se lo pedían por favor y de rodillas. ¡Deja eso! ¡Estate quieto! ¡No toques nada! A parte de poderoso, también era desobediente. Ian Egdecomb, al contrario que su difunto hermano, poseía un corazón puro. No podía quedarse de brazos cruzados observando una injusticia. Era superior a él. Tenía que hacer. Tenía que ayudar. Los Dioses (si es que creen en la existencia de seres estelares) le han concedieron tal poder por algún motivo. El éter (si es que prefieren la explicación illidense a las maravillas de la magia) se concentraba en sus dedos por algo. La ciencia (si es que dispone de un procesador en su cabeza capaz de comprender las palabras del otro mundo) no actuaba sin ningún propósito. Los argumentos de Ian Egdecomb podían tacharse de infantiles, pero eso no significaba que fueron menos ciertos. Si no hubiera errado en el conjuro, las 19 armas estarían en posesión de 19 gloriosos guerreros y El Hombre Muerto sería una mala pesadilla de la que uno se olvida a los pocos días. Habría paz y también amor. ¿Por qué no decirlo? Amor entre razas. Los elfos serían bien recibidos en las islas y las puertas de Sandorai estarían abiertos a toda aquella persona que se presenta con una sonrisa amigable. Los dragones descenderían de las montañas y cantarían con los humanos viejas canciones sobre ardientes noches y placidos despertares. Podía pasar. Era más que un deseo, era un propósito. Los Dioses, el éter y la ciencia habían dotado a Ian Egdecomb de las habilidades necesarias para lograr lo imposible.
Se arrastraba por el suelo con este pensamiento en la cabeza. Había pensado que sería buena idea abandonar a Demian y a los demás, escapar por la puerta trasera. Quizás encontraría a Narfi o, tal vez, pudiera unirse con Valeria y ayudarle a combatir contra Thundermaul. El destino, los Dioses y la ciencia tuvieron otros planes. El techo del piso superior cayó encima de la cabeza del brujo. Estuvo inconsciente durante más tiempo del permitido. Despertó con una brecha en la cabeza. Un río de sangre descendía desde el centro de su coronilla por el lateral de la cabeza. Evitó tocarse la herida por miedo a que se le infectase más de lo que podía haberse infectado por el polvo de los destrozos y la tierra púrpura. Tenía las manos entumecidas debido al esfuerzo físico. No sentía la pierna derecha y la izquierda respondía con sacudidas. Jamás se había sentido tan débil. Tenía la sensación de estar arrastrando de un cadáver que no reconocía haber muerto.
Y, aun así, se sentía poderoso. Jamás se había sentido tan poderoso. Lleno de magia. Tocando a los Dioses en cara. Besando los labios de la ciencia. ¡Como usted prefiera!
Tanteó la tierra buscando cualquiera cosa que pudiera ser de utilidad. Buscaba su varita o, quizás, una página del libro de nigromancia que se hubiera salvado del ritual de purificación. Buscaba una herramienta con la que poder canalizar el poder que poseía.
Se hizo con un pedazo de madera del tamaño de un dedo meñique. Había formado parte de lo que había sido el suelo del piso superior antes de que el farcolyar del maestro Thundermaul lo destruyera. Egdecomb agitó el pedazo de madera en el aire, primero con una mano y, más tarde, con las dos.
Era un hechizo sencillo. Un hechizo de visión que le permitiera ver la salida entre los escombros. No habría ningún peligro. No tendría por qué pasar nada.
Pero pasó y afortunadamente la torpeza del Hado Novato salvó la vida de muchas personas ese día.
Cuidado. El mensaje es transmitido por todos los ojos a los que Ian Egdecomb tiene acceso. El ala este de la academia Heckshold ha sido destruido. Los estudiantes que logran salir del comedor a los jardines se quedan fascinados por el destrozo. Comparten un pensamiento común: estoy viendo morir a mi padre. Estoy viendo morir a una persona que pensé que siempre estaría a mi lado, que me acompañaría durante toda la vida. Una viga se derrumbó y el ruido que produjo fue similar a un quejido moribundo. Papá se está muriendo y no puedo hacer nada para ayudarle.
El maestro Rutherford y la maestra Meitner se encuentran en este grupo. Podemos verlos porque Ian Egdecomb puede verlos y los maestros pueden ver al Hado Novato. Cuidado. La voz de Egdecomb es repetida con las voces de los demás estudiantes, los sanos y los que han sido infectados por el éter corrompido. Cuidaos. Cuídame. Tened cuidado. Cuídate. Los maestros comparten una mirada de terror. Cuida de ella. Se refiere a la maestra Lovelace que sigue en el comedor. Cuida de él. El maestro Hartem debe estar en algún lugar a lomos de su criatura de piedra. Cuida de los niños.
Demian espera en la falda de la maestra Lovelace el trágico final. El hechizo se quebró como un llanto antes de que pudiera salir. Consiguió rescatar a los supervivientes, pero ahora se halla atrapado en el interior del comedor y rodeado de los estudiantes infectados que no han tenido el valor de salir. Se acerca a la maestra y estira de su falda. La maestra Lovelace le dedica una mirada de infinita ternura (¿o quizás se la dedica a Egdecomb? ¿o tal vez es a nosotros?). Todo saldrá bien. Se prometen mutuamente. Escuchamos la promesa porque Egdecomb también lo hace.
El hado novato agita la varita. Una figura pequeña, más menuda de lo que Demian y Lovelace recuerdan, aparece en el comedor. Está inconsciente. En sus manos tiene algo encerrado, lo guarda como si fuera un tesoro. Demian abre las manos de su amigo Narfi con suma delicadeza. Encuentra una bolsa de cuero con los ingredientes que Lovelace había pedido.
Lovelace deja caer el contenido de la bolsa en la marmita. Un gas rosado emerge del caldero y ocupa toda la sala. La maestra rompe a llorar y Demian llora porque ve a un adulto llorar.
El Pequeño Boomer (que de pequeño no tiene nada) recibe el vapor rosa y el hechizo de Egdecomb al mismo tiempo. Boomer lleva a Thiel en brazos. Boomer avanza por los escombros. Boomer estaba en un pasillo, ahora Boomer no sabe dónde está. El Hekshold está roto. Las paredes están rotas. El techo está roto. Todo está roto. Boomer avanza porque es fuerte. Boomer es el más fuerte. Boomer es el más bueno. Boomer no puede seguir siendo fuerte y bueno. Los ojos de Boomer se tiñen de violeta. Boomer sentirse malo. Boomer se queda quieto. Boomer cree ver una sombra en su espalda. Boomer se gira. Boomer no sabe qué está viendo. Boomer sentirse cansado. El Boomer violeta sentirse Boomer. Boomer ve el color rosa y ve una sombra que no da miedo. Boomer está salvado. Boomer ve a Egdecomb. Boomer nos ve a nosotros. El Boomer violeta se ha marchado. Boomer retoma el camino. Boomer sabe dónde está la salida. Boomer saldrá del lugar con Thiel en brazos.
Se llamaba Heck Hartem, pero casi nadie le llamaba así. Todo el mundo le conocía como Thundermaul porque ese era el nombre que les venía a la cabeza cuando le veían trabajar en la forja, martillear el metal candente. Egdecomb lo observa detenidamente y siente lástima por el maestro. Thundermaul todavía no puede verle. Egdecomb recibe los pensamientos del maestro. Te voy a matar, puta. Te aplastaré como a un gusano. Eres una zorra y una bruja. Te mataré. Thundermaul tenía la lengua suelta de un marinero. Sin embargo, jamás utilizaría su particular lenguaje con una alumna del Hekshold.
La chica que se hacía llamar Valeria somete a Thundermaul del cuello. Utiliza su peso porque ya se le han agotado los recursos mágicos. Ambos se encuentran en uno de los balcones del Hekshold. Valeria recibe el mensaje de Egdecomb. Cuido. Cuídate. Cuídalo. Una de las columnas que sostienen el balcón comienza a fallar. El balcón se inclina lentamente hacia está columna como si fuera una pierna herida. Valeria suelta el cuello de Thundermaul y lo observa. También está viendo a Egdecomb y también nos ve a nosotros. Cuida de él. Dentro de poco. La columna habrá cedido por completo y el balcón se derrumbará. Habría sido el fin, el fin de ambos, si Kira no hubiera tomado la poción de restauración ni formase parte de este complot telepático. Cuida de ellos. Le había transmitido Ian Egdecomb y la chica que nació de la magia de los cuatro catedráticos recibió el mensaje. Fue al lugar donde el Hado Novato le había marcado y agarró la columna de mármol sin saber el por qué. Thundermaul levanta la cabeza como un animal herido. Observa a Valeria con una vacilación. Sus ojos son ahora de color rosa.
La improvisada nueva varita de Egdecomb se rompió en el segundo baile. El Hado Novato no recordaba lo que había sucedido, como tampoco lo recordarían los protagonistas. Tenía algunas imágenes en la cabeza, vestigios de lo que paría un sueño. Escenas desubicadas e inconexas que, por si solas, no significaban nada. Siguió avanzando, retorciéndose bajo un montón de restos pesados. Nada parecía haber cambiado.
Se permitió cerrar los ojos. Estaba exhausto. Necesitaba dormir. Descansar.
Una mano amiga recibió el brazo del hado novato y estiró con fuerza (Boomer es el más fuerte) para extraerlo del lugar.
La luz del exterior hizo que abriera los ojos. Se hallaba en el jardín del Hekshold, colgado del brazo de El Pequeño Boomer como si fuera un trofeo de pesca.
Todo había pasado. Un final feliz. Podía pasar.
* General Habéis salvado el día. ¡Mis felicidades! La contra es que El Hekshold ha quedado resentido en el proceso. Las torres de las casas están intactas, pero la zona central, está hecha añicos. Esto nos hará vulnerables frente a nuestros enemigos. No estamos en condiciones de recibir ningún ataque.
Y… ¡No me hagáis decir nada más! Estoy emocionado. Estos temas tan bonitos son perjudiciales para mi frágil y pequeñito corazoncito de Diosa >.<
* Recompensa:
5 puntos de experiencia
50 aeros.
Se arrastraba por el suelo con este pensamiento en la cabeza. Había pensado que sería buena idea abandonar a Demian y a los demás, escapar por la puerta trasera. Quizás encontraría a Narfi o, tal vez, pudiera unirse con Valeria y ayudarle a combatir contra Thundermaul. El destino, los Dioses y la ciencia tuvieron otros planes. El techo del piso superior cayó encima de la cabeza del brujo. Estuvo inconsciente durante más tiempo del permitido. Despertó con una brecha en la cabeza. Un río de sangre descendía desde el centro de su coronilla por el lateral de la cabeza. Evitó tocarse la herida por miedo a que se le infectase más de lo que podía haberse infectado por el polvo de los destrozos y la tierra púrpura. Tenía las manos entumecidas debido al esfuerzo físico. No sentía la pierna derecha y la izquierda respondía con sacudidas. Jamás se había sentido tan débil. Tenía la sensación de estar arrastrando de un cadáver que no reconocía haber muerto.
Y, aun así, se sentía poderoso. Jamás se había sentido tan poderoso. Lleno de magia. Tocando a los Dioses en cara. Besando los labios de la ciencia. ¡Como usted prefiera!
Tanteó la tierra buscando cualquiera cosa que pudiera ser de utilidad. Buscaba su varita o, quizás, una página del libro de nigromancia que se hubiera salvado del ritual de purificación. Buscaba una herramienta con la que poder canalizar el poder que poseía.
Se hizo con un pedazo de madera del tamaño de un dedo meñique. Había formado parte de lo que había sido el suelo del piso superior antes de que el farcolyar del maestro Thundermaul lo destruyera. Egdecomb agitó el pedazo de madera en el aire, primero con una mano y, más tarde, con las dos.
Era un hechizo sencillo. Un hechizo de visión que le permitiera ver la salida entre los escombros. No habría ningún peligro. No tendría por qué pasar nada.
Pero pasó y afortunadamente la torpeza del Hado Novato salvó la vida de muchas personas ese día.
_____________________
Cuidado. El mensaje es transmitido por todos los ojos a los que Ian Egdecomb tiene acceso. El ala este de la academia Heckshold ha sido destruido. Los estudiantes que logran salir del comedor a los jardines se quedan fascinados por el destrozo. Comparten un pensamiento común: estoy viendo morir a mi padre. Estoy viendo morir a una persona que pensé que siempre estaría a mi lado, que me acompañaría durante toda la vida. Una viga se derrumbó y el ruido que produjo fue similar a un quejido moribundo. Papá se está muriendo y no puedo hacer nada para ayudarle.
El maestro Rutherford y la maestra Meitner se encuentran en este grupo. Podemos verlos porque Ian Egdecomb puede verlos y los maestros pueden ver al Hado Novato. Cuidado. La voz de Egdecomb es repetida con las voces de los demás estudiantes, los sanos y los que han sido infectados por el éter corrompido. Cuidaos. Cuídame. Tened cuidado. Cuídate. Los maestros comparten una mirada de terror. Cuida de ella. Se refiere a la maestra Lovelace que sigue en el comedor. Cuida de él. El maestro Hartem debe estar en algún lugar a lomos de su criatura de piedra. Cuida de los niños.
Demian espera en la falda de la maestra Lovelace el trágico final. El hechizo se quebró como un llanto antes de que pudiera salir. Consiguió rescatar a los supervivientes, pero ahora se halla atrapado en el interior del comedor y rodeado de los estudiantes infectados que no han tenido el valor de salir. Se acerca a la maestra y estira de su falda. La maestra Lovelace le dedica una mirada de infinita ternura (¿o quizás se la dedica a Egdecomb? ¿o tal vez es a nosotros?). Todo saldrá bien. Se prometen mutuamente. Escuchamos la promesa porque Egdecomb también lo hace.
El hado novato agita la varita. Una figura pequeña, más menuda de lo que Demian y Lovelace recuerdan, aparece en el comedor. Está inconsciente. En sus manos tiene algo encerrado, lo guarda como si fuera un tesoro. Demian abre las manos de su amigo Narfi con suma delicadeza. Encuentra una bolsa de cuero con los ingredientes que Lovelace había pedido.
Lovelace deja caer el contenido de la bolsa en la marmita. Un gas rosado emerge del caldero y ocupa toda la sala. La maestra rompe a llorar y Demian llora porque ve a un adulto llorar.
El Pequeño Boomer (que de pequeño no tiene nada) recibe el vapor rosa y el hechizo de Egdecomb al mismo tiempo. Boomer lleva a Thiel en brazos. Boomer avanza por los escombros. Boomer estaba en un pasillo, ahora Boomer no sabe dónde está. El Hekshold está roto. Las paredes están rotas. El techo está roto. Todo está roto. Boomer avanza porque es fuerte. Boomer es el más fuerte. Boomer es el más bueno. Boomer no puede seguir siendo fuerte y bueno. Los ojos de Boomer se tiñen de violeta. Boomer sentirse malo. Boomer se queda quieto. Boomer cree ver una sombra en su espalda. Boomer se gira. Boomer no sabe qué está viendo. Boomer sentirse cansado. El Boomer violeta sentirse Boomer. Boomer ve el color rosa y ve una sombra que no da miedo. Boomer está salvado. Boomer ve a Egdecomb. Boomer nos ve a nosotros. El Boomer violeta se ha marchado. Boomer retoma el camino. Boomer sabe dónde está la salida. Boomer saldrá del lugar con Thiel en brazos.
Se llamaba Heck Hartem, pero casi nadie le llamaba así. Todo el mundo le conocía como Thundermaul porque ese era el nombre que les venía a la cabeza cuando le veían trabajar en la forja, martillear el metal candente. Egdecomb lo observa detenidamente y siente lástima por el maestro. Thundermaul todavía no puede verle. Egdecomb recibe los pensamientos del maestro. Te voy a matar, puta. Te aplastaré como a un gusano. Eres una zorra y una bruja. Te mataré. Thundermaul tenía la lengua suelta de un marinero. Sin embargo, jamás utilizaría su particular lenguaje con una alumna del Hekshold.
La chica que se hacía llamar Valeria somete a Thundermaul del cuello. Utiliza su peso porque ya se le han agotado los recursos mágicos. Ambos se encuentran en uno de los balcones del Hekshold. Valeria recibe el mensaje de Egdecomb. Cuido. Cuídate. Cuídalo. Una de las columnas que sostienen el balcón comienza a fallar. El balcón se inclina lentamente hacia está columna como si fuera una pierna herida. Valeria suelta el cuello de Thundermaul y lo observa. También está viendo a Egdecomb y también nos ve a nosotros. Cuida de él. Dentro de poco. La columna habrá cedido por completo y el balcón se derrumbará. Habría sido el fin, el fin de ambos, si Kira no hubiera tomado la poción de restauración ni formase parte de este complot telepático. Cuida de ellos. Le había transmitido Ian Egdecomb y la chica que nació de la magia de los cuatro catedráticos recibió el mensaje. Fue al lugar donde el Hado Novato le había marcado y agarró la columna de mármol sin saber el por qué. Thundermaul levanta la cabeza como un animal herido. Observa a Valeria con una vacilación. Sus ojos son ahora de color rosa.
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La improvisada nueva varita de Egdecomb se rompió en el segundo baile. El Hado Novato no recordaba lo que había sucedido, como tampoco lo recordarían los protagonistas. Tenía algunas imágenes en la cabeza, vestigios de lo que paría un sueño. Escenas desubicadas e inconexas que, por si solas, no significaban nada. Siguió avanzando, retorciéndose bajo un montón de restos pesados. Nada parecía haber cambiado.
Se permitió cerrar los ojos. Estaba exhausto. Necesitaba dormir. Descansar.
Una mano amiga recibió el brazo del hado novato y estiró con fuerza (Boomer es el más fuerte) para extraerlo del lugar.
La luz del exterior hizo que abriera los ojos. Se hallaba en el jardín del Hekshold, colgado del brazo de El Pequeño Boomer como si fuera un trofeo de pesca.
Todo había pasado. Un final feliz. Podía pasar.
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