La larga vuelta a casa [Privado][+18]
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La larga vuelta a casa [Privado][+18]
La luna, llena y enorme en su zenit reflejaba su luz en el espeso manto de nieve que lo cubría todo. El pasto seco del otoño, los esqueletos desnudos de los arces, y los abrigos tupidos de los abetos. Todo había desaparecido debajo de un blanco infinito. Solo la roca negra se asomaba en la cordillera, en los pedazos en donde los riscos eran tan agrestes que el hielo y la nieve no podían depositarse en ellos. En la distancia, parecían hoquedades salpicadas sobre el monte. En realidad, eran una sola masa en la que se escondían unas pocas cuevas.
Un aleteo más, nos adentramos en la zona de mi clan. No había ninguna señal que marcase donde comenzaba y donde terminaban nuestras tierras, pero me conocía cada palmo mejor que las escamas de mi cuerpo. Había recorrido palmo a palmo todas las millas de terreno a lo largo de mi infancia, y había defendido esa tundra con garras y dientes. No necesitábamos que ningún señor nos reconociese.
Solté un gorgojeo, intentando hacerle entender a Víctor que ya estábamos cerca, y comencé a descender.
El aire nos azotó con más vehemencia a medida que perdíamos altura. Ericé algunas púas más, a lado y lado del vampiro, para cubrirlo del viento y el frío tanto como pude, aunque dudaba que sirviese de mucho. Con todas las nubes tras nosotros volvimos a volar recto, planeando a media altura de la cordillera.
Los nervios me atenazaban la garganta, y llenaban mi largo cuello de un cosquilleo incómodo que pugnaba por ser expulsado de alguna manera. Una parte de mí quería alargar aquel momento, la tensión entre la intención y el hecho. Estábamos llegando, pero aún nos encontrábamos a salvo del escrutinio de mis semejantes. Sin embargo, sabía lo que tenía que hacer. Acercarse de noche la guarida de alguien sin avisar era mala idea.
Rugí con todas mis fuerzas, un sonido grave y potente que sacudió mi cuerpo y se perdió en la lejanía, como si las montañas fueran a devolverme su eco. Inspire profundamente, me henchí de aire y rugí de nuevo. Las montañas nos devolvieron el saludo con una voz diferente. Miraak.
Sonaba sorprendido, y no podía culparlo. Quien iba a decirle que iba a volver de repente, y a esas horas. Lo saludé de vuelta.
Nos rugimos uno al otro, dandonos la bienvenida, expresando nuestro aprecio, guiándonos el uno hacia el otro mientras nos acercaba a la ladera del segundo pico, hasta vernos. Entonces aminoré un poco.
Miraak era un dragón pequeño, de apariencia esponjosa. Las plumas crecían generosamente por su cuello y sus espaldas, se extendían entre sus alas y decoraban toda la envergadura de su cola. Salió de un saliente dentado de roca, y se puso a volar a nuestro lado.
Entonces lo vio, La silla de montar y al jinete.
Con un siseo cientos de púas de hueso, espinosas y afiladas como puñales emergieron de entre las plumas. Su cuello se alargó hacia la correa de la silla. Con un chasquido mis fauces se cerraron en el aire, ahí donde apuntaba con sus dientes, en una clara advertencia de que dejase mi jinete en paz.
Sus rugidos se volvieron agudos, claros reclamos y preocupación sobre mi estado. Le respondí con tranquilidad, para que entendiese que nada de aquello era forzado, y con un deje de orgullo. No cualquier dragón llegaba a ser tan grande y fuerte como para volar con alguien a sus espaldas.
En un rincón de mi mente, no podía dejar de preguntarme sobre qué pensaría Víctor de nuestro intercambio.
Miraak se calmó lo suficiente como para que cuando llegamos a vislumbrar la abertura de la cueva, reinase en él más la curiosidad que el recelo. Soltó un gorgojeo y se adelantó hacia nuestro hogar, aprovechando la velocidad que le confería la ausencia de carga para ir a avisar a los demás de mi llegada.
Pocos minutos después aterrizabamos en la balconada de piedra que precedía la cueva. Un saliente natural de roca negra, salado para evitar la nieve. Una de las pocas cosas que nos obligaban a comerciar con las aldeas.
Grandes protuberancias de piedra abrazaban la plataforma en un semicírculo, evitando que el viento impidiera aterrizar durante las tormentas, y hacían de rústico marco a la irregular abertura en la ladera del segundo pico, lo suficientemente grande como para poder entrar en mi forma actual. Pero no lo hice. Teniendo en cuenta la reacción a mi silla, sería mejor dejar esa sorpresa para cuando ya se hubiesen encariñado de mi acompañante.
En un parpadeo el helado viento de las montañas mordía mi delgada piel humana, enrojeciéndola del frío allá donde las vestiduras la dejaban expuesta. Tomé a Víctor de la mano, y lo conduje hacia las tinieblas.
Las paredes de piedra no tenían aristas fuertes, habían sido pulidas con años y magia, erosionadas con el agua de nuestros ancestros. Su tacto resultaba suave a las manos, reconfortante.
Apenas un metro hacia dentro, varias tiras de cuero teñidas de negro caían como una cortina de flecos impidiendo que se colara lo más terrible de la helada. Me detuve un instante y me di la vuelta, le rodee el cuello con los brazos, y choque mi frente con la suya, mirándole a los ojos. En esa oscuridad apenas si podía verlo, pero podía sentirle y olerlo.
—Todo saldrá bien.— Musité, intentando infundirle tanta confianza a el cómo a mí misma.— Eres nuha Sevok, mi noche, y nadie te hará daño. ¿Si? Quizás te incomoden un poco, pueden ser preguntones, y tercos.-Fruncí los labios.— Pero van a terminar queriéndote.
Arygos Valnor
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Re: La larga vuelta a casa [Privado][+18]
El viaje había sido largo, muy largo, al punto que ya ni siquiera podía sentir las nalgas, entre el frío que me helaba hasta los huesos y la cantidad de tiempo que llevaba sentado en esa silla estaba al borde de hacer osmosis y hacerme uno con la silla. A mi derecha picos de hielo, a la izquierda lo mismo, ni siquiera tenía certeza de hacia dónde era la derecha y hacia dónde la izquierda, arriba o abajo ¿seguía vivo? ¿Cuántos años habían pasado desde la última vez que pisé tierra? ¿mis piernas tendrían aún la fuerza para levantar mi cuerpo?
Me agarré con fuerza del cuello de la dragona cuando hicimos un pequeño pero vertiginoso descenso. Miré hacia adelante, si es que adelante seguía estando al frente, despertado por el rugido que Arygos lanzó hacia el horizonte y para mi sorpresa, el horizonte le respondió con otro rugido y en apenas unos instantes un nuevo dragón acompañaba nuestro vuelo al tiempo que me miraba con ojos de hambre, rugidos iban y venían, e incapaz de entender rugidoñol decidí inventarme un diálogo entre ellos.
¿Estás loca? Ese hombresito no alcanzará para comer todos- Seguro habría dicho el dragoncito -Te equivocas, no se lo van a comer, es mío- Debería decir Arygos para defenderme -¿Cómo nos haces eso a nosotros? Te dimos los mejores años de nuestras vidas, nos quitábamos la comida de la boca para darte, y así nos pagas- Le faltaban los gestos dramáticos pero seguramente habría dicho eso -No, lo he engordado varios años para comérmelo yo solita- Seguramente respondería Arygos -Espera ¿Qué?- Pensé alarmado, deteniendo el rumbo de aquella charla imaginaria que ya no me estaba gustando.
Afortunadamente, había venido preparado, antes de partir había planeado una ingeniosa estrategia que consistían en colgarme del cuello un cartelito que decía “Soy un estatuo” al tiempo que me mantenía firme y rígido. Desde luego, le éxito del plan dependía de que el dragón supiera leer. Quizá no era el mejor plan del mundo, pero no me juzguen, lo pensé de prisa -Ahí te voy, San Pedro- Pensé al ver que el dragón se alteraba bastante pero por suerte la autoridad de los rugidos de Arygos fue mayor y conseguí sobrevivir un poco más.
El pequeño dragón se adelantó para preparar los condimentos y algún tipo de “piedra, papel o tijeras” para ver quién se quedaba con las miserias de mis pellejos. Tragué entero y respiré profundo cuando terminamos el descenso y al bajar de la espalda de la dragona, mis piernas temblorosas no conseguían cerrarse, así que caminé un instante como si aún tuviera un corcel imaginario entre las piernas.
Finalmente me dirigí hacia lo que podría ser mi última cena, donde posiblemente yo sería la cena, un poco nervioso, poquito nada más, no mucho, hasta que la dragona me rodeó con sus brazos para decirme que todo iba a estar bien. Sus palabras me llenaron de tranquilidad, estaba seguro que ella no dejaría que me comieran, así que apreté su mano con fuerza y caminé con más fuerza y ánimos hacia donde el destino nos lleve, al final ¿Qué podría salir mal?
Me agarré con fuerza del cuello de la dragona cuando hicimos un pequeño pero vertiginoso descenso. Miré hacia adelante, si es que adelante seguía estando al frente, despertado por el rugido que Arygos lanzó hacia el horizonte y para mi sorpresa, el horizonte le respondió con otro rugido y en apenas unos instantes un nuevo dragón acompañaba nuestro vuelo al tiempo que me miraba con ojos de hambre, rugidos iban y venían, e incapaz de entender rugidoñol decidí inventarme un diálogo entre ellos.
¿Estás loca? Ese hombresito no alcanzará para comer todos- Seguro habría dicho el dragoncito -Te equivocas, no se lo van a comer, es mío- Debería decir Arygos para defenderme -¿Cómo nos haces eso a nosotros? Te dimos los mejores años de nuestras vidas, nos quitábamos la comida de la boca para darte, y así nos pagas- Le faltaban los gestos dramáticos pero seguramente habría dicho eso -No, lo he engordado varios años para comérmelo yo solita- Seguramente respondería Arygos -Espera ¿Qué?- Pensé alarmado, deteniendo el rumbo de aquella charla imaginaria que ya no me estaba gustando.
Afortunadamente, había venido preparado, antes de partir había planeado una ingeniosa estrategia que consistían en colgarme del cuello un cartelito que decía “Soy un estatuo” al tiempo que me mantenía firme y rígido. Desde luego, le éxito del plan dependía de que el dragón supiera leer. Quizá no era el mejor plan del mundo, pero no me juzguen, lo pensé de prisa -Ahí te voy, San Pedro- Pensé al ver que el dragón se alteraba bastante pero por suerte la autoridad de los rugidos de Arygos fue mayor y conseguí sobrevivir un poco más.
El pequeño dragón se adelantó para preparar los condimentos y algún tipo de “piedra, papel o tijeras” para ver quién se quedaba con las miserias de mis pellejos. Tragué entero y respiré profundo cuando terminamos el descenso y al bajar de la espalda de la dragona, mis piernas temblorosas no conseguían cerrarse, así que caminé un instante como si aún tuviera un corcel imaginario entre las piernas.
Finalmente me dirigí hacia lo que podría ser mi última cena, donde posiblemente yo sería la cena, un poco nervioso, poquito nada más, no mucho, hasta que la dragona me rodeó con sus brazos para decirme que todo iba a estar bien. Sus palabras me llenaron de tranquilidad, estaba seguro que ella no dejaría que me comieran, así que apreté su mano con fuerza y caminé con más fuerza y ánimos hacia donde el destino nos lleve, al final ¿Qué podría salir mal?
- Resumen del post, cantado por el señor Van Pyro:
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Aerandiano de honor
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Re: La larga vuelta a casa [Privado][+18]
Descendimos despacio por el pasillo de piedra, dejando que las tinieblas se disiparan lentamente a medida que nos adentrábamos en las entrañas de la montaña. Incrustados en las pulidas paredes, guijarros de cuarzo encantados con arcanos salpicaban sin orden ni ritmo cada rincón de la cueva. Su luz era tímida, tenue, y daba la sensación de que la oscura roca de la montaña intentara tragarse su luz, pero era mucho mejor que las velas de sebo que antaño hacían heder toda nuestra morada. De ellas solo quedaba el hollín en los techos y una pátina traslúcida en algún que otro rincón.
La galería se curvaba ligeramente, hasta hacer desaparecer la entrada y desembocar en el corazón de la cueva. Me detuve en el umbral, dándole unos instantes a Bio para incorporar lo que tenía delante, y a mí misma para ordenar mis pensamientos.
La cámara central era una bóveda de veinte pies de diámetro y casi el doble de alto. Aunque su forma no era totalmente simétrica, los muros habían sido claramente pulidos y tallados por las manos de mis semejantes. Líneas sinuosas ascendían desde el piso, corrientes y olas que se convertían en nubes a medida que ascendían hasta la cúspide. Los guijarros luminiscentes acentuaban la sensación de hallarse ante un cielo reflejado sobre unas aguas tan oscuras que la línea que los separaba era imposible de distinguir. Entre las mareas y las nubes, sobresalían tres anillos de balcones de piedra. El primero se encontraba a apenas seis pies del suelo, el resto imposibles de alcanzar sin alas, o las escaleras de cuerda que mi familia no se había dignado a desplegar todavía. Algunos de los salientes emitían su propio fulgor tenue, revelando galerías que se alejaban hacia sus respectivos salones. El resto horadaban la montaña en medialunas de pocas yardas, nidos, en su mayoría con las entradas cubiertas con pieles para ahuyentar la luz.
Observándonos desde la pared opuesta, en el balcón más alto, padre yacía con fingida relajación. Sus zarpas delanteras se agarraban perezosamente del borde, de un modo claramente visible e innecesario. La mitad de su cuerpo, enrome y espinoso como el mío, quedaba oculto detrás de la tupida cortina de pieles. Solo había un motivo para que madre no se uniera a su desparpajo de intimidación.
Sus ojos, celestes y brillantes, estaban clavados con fijeza sobre mi acompañante. Me forcé en barrer de mi mente los recuerdos de la última vez que nos habíamos hallado en esa posición. Víctor no era como ese mercenario, y no venía a someterse a juicio alguno, estaba aquí como invitado.
Inspiré profundamente, y nos hice avanzar hasta el centro de la sala, saludando con un suave gorgojeo, indecisa sobre hacer ruido a esas horas y anunciar nuestra presencia.
Esperaba que fuera Miraak el primero en saltar al suelo, pero eso habría sido demasiado fácil.
Eranikus aterrizo a nuestro lado desde uno de los balcones inferiores. Su cuerpo, alto, pálido y curtido por la caza y la lucha, podía recorrerse enteramanete saltando de cicatriz en cicatriz sin dejarse ningún recoveco por visitar. La única cobertura la proveía su larga melena blanca.
Antes de poder reaccionar se había hecho con mi muñeca, jalándome bruscamente hacia él, apartandome del vampiro. Sse inclinó para darme un cabezazo cariñoso. Su único ojo, demasiado despierto para alguien recién levantado, era una clara muestra que su carencia de deferencia hacia mi invitado era totalmente deliberada.
—Eranikus.- siseé, devolviéndole el cabezazo con más fuerza de la necesaria, dejando la frente de ambos con una rojez que no tardaría en disiparse. Mi hermano dio un paso atrás, y parpadeo un par de veces, haciendo que la horrenda cicatriz sobre la cuenca de su ojo faltante se frunciera de manera grotesca. Aun así no soltó mi brazo.
Padre gruño, su voz, grave y vibrante, resonó por toda la estancia, instándonos a comportarnos, y despertando a los más pequeños. Media decena de pequeños hocicos blancos y escamosos se asomaron por debajo de las cortinas de otros balcones, y emitieron gruñidos y gorgójeos de sorpresa, a medida que se desperezaban.
Miraak apareció de otro saliente, y bajo de un salto. Al menos el sí había tenido la delicadeza de ponerse pantalones.
Aún más alto que Eranikus, y con el cabello trenzado de modo que pudiera apreciarse en todo su esplendor lo ancho de sus espaldas, lo que más llamaba la atención de su apariencia eran las escarificaciones que recorrían sus poderosos brazos. Los abrió, en un gesto de bienvenida, y sonrió con una calidez sospechosa.
—Bienvenidos. No esperábamos compañía.— Apoyó la diestra sobre el hombro de Eranikus y la zurda en el mío, pero sus ojos ambarinos permanecieron encima del vampiro.— No solemos tener extraños aquí, ni estamos acostumbrados a gente tocando nuestra hermana.— El especial énfasis le granjeó un siseo por mi parte. Siempre tan bocazas.
Me sacudí sus manos de encima y conduje a Víctor hacia el centro de la sala. Gracias a los movimientos de las pieles, con una mirada rapida, pude corroborar que aquellos que no estaban asomados directamente, estaban parando la oreja.
—Este es Víctor, es…-Rumie un par de segundos la mejor manera de ponerlo en palabras, pero ninguna parecía adecuada.— Importante pare mi.— Sentencie, dedicándole una mirada de advertencia a aquellos pares de ojos menos amables de entre la multitud reptiliana que acechaba a nuestro alrededor.— Pasaremos unos días aquí mientras aprende de nosotros.
Las reacciones fueron… mixtas. Un par de los pequeños gorgojearon entusiasmados con la novedad, Eranikus encabezo una serie de resoplidos de protesta. Falkrend emitio unos cuantos chasquidos haciendo callarse a unos y otros.
Mientras la cacofonía de reacciones inundaba el salón, aproveche para susurrarle a Bio.
—¿Estás cansado del viaje? Puedo enseñarte la cueva o podemos descansar primero.
- retratos:
Eranikus
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Miraak
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Arygos Valnor
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Re: La larga vuelta a casa [Privado][+18]
Acompañé a Arygos en el largo camino, y aunque físicamente eran apenas unos metros, sentía que había caminado por años, directamente a las pailas del infierno, las miradas acechantes de todas direcciones me punzaban y aunque nadie decía nada, no necesitaba leer mentes para saber lo que todos estaban pensando.
Finalmente llegamos a una especie de bóveda enorme, continué caminando por mera inercia mientras recorría con la vista todo aquel imponente escenario, pensando en las capacidades arquitectónicas de aquellos dragones a los que consideraba un poco más arcaicos y ahora me habían sorprendido con semejante obra.
Aterricé la vista nuevamente en las miradas inquisidoras de los presentes, sentía que me observaban desde todos lados. Abrí un poco los brazos, separándolos de mi cuerpo para hacer saber que no estaba armado, y los dejé caer relajadamente para luego seguir a Arygos y quedarme cerca de ella. Algo que agradecí profundamente cuando uno de ellos se acercó volando hasta caer apenas a unos metros de donde estábamos.
Este dragón se acercó en su forma humana y apartó de mi lado a Arygos, dejándome solo e indefenso, la tensión crecía a cada instante -Me van a comer, no quedarán ni los huesos- Pensé mientras sonreía nervioso, aunque de alguna forma podía sentir algo familiar en todos ellos, era como estar en una especie de Arygosverso, donde todos eran Arygos en diferentes formas y tamaños.
Pensar en eso me trajo un poco de calma, estaba seguro que Arygos no me comería, al menos no intencionalmente. La tensión bajó un poco cuando le segundo al menos decidió romper el hielo y saludarme en medio de una discreta intimidación -Saludos, vengo en paz- Dije con firmeza y sin que se notara el terror -Arygos es… importante para mí, y quiero conocer su mundo- Confirmé las palabras de la dragona.
Las reacciones tan variadas no hicieron más que aumentar los nervios, más ahora que no sabía si acercarme a Arygos sería considerado algo malo para ellos -Muéstrame la cueva- Le dije a la dragona entusiasmado y ansioso por salir de ahí, al menos mientras todo el ambiente se calmaba y se ponían de acuerdo si me iban a comer o no.
Finalmente llegamos a una especie de bóveda enorme, continué caminando por mera inercia mientras recorría con la vista todo aquel imponente escenario, pensando en las capacidades arquitectónicas de aquellos dragones a los que consideraba un poco más arcaicos y ahora me habían sorprendido con semejante obra.
Aterricé la vista nuevamente en las miradas inquisidoras de los presentes, sentía que me observaban desde todos lados. Abrí un poco los brazos, separándolos de mi cuerpo para hacer saber que no estaba armado, y los dejé caer relajadamente para luego seguir a Arygos y quedarme cerca de ella. Algo que agradecí profundamente cuando uno de ellos se acercó volando hasta caer apenas a unos metros de donde estábamos.
Este dragón se acercó en su forma humana y apartó de mi lado a Arygos, dejándome solo e indefenso, la tensión crecía a cada instante -Me van a comer, no quedarán ni los huesos- Pensé mientras sonreía nervioso, aunque de alguna forma podía sentir algo familiar en todos ellos, era como estar en una especie de Arygosverso, donde todos eran Arygos en diferentes formas y tamaños.
Pensar en eso me trajo un poco de calma, estaba seguro que Arygos no me comería, al menos no intencionalmente. La tensión bajó un poco cuando le segundo al menos decidió romper el hielo y saludarme en medio de una discreta intimidación -Saludos, vengo en paz- Dije con firmeza y sin que se notara el terror -Arygos es… importante para mí, y quiero conocer su mundo- Confirmé las palabras de la dragona.
Las reacciones tan variadas no hicieron más que aumentar los nervios, más ahora que no sabía si acercarme a Arygos sería considerado algo malo para ellos -Muéstrame la cueva- Le dije a la dragona entusiasmado y ansioso por salir de ahí, al menos mientras todo el ambiente se calmaba y se ponían de acuerdo si me iban a comer o no.
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Re: La larga vuelta a casa [Privado][+18]
—Saludos, vengo en paz.
Aquella aclaración provocó varías risas entre los presentes. O lo que equivale a reírse para un dragón, un sonido rítmico y vibrante que Bío me había escuchado emitir cientos de veces. Eranikus resopló sobradamente por la nariz, y Miraak ensanchó su sonrisa.
Como se merecían un buen coletazo, hice aflorar parte de mis rasgos draconianos. Ninguno de mis semejantes había entrenado su dominio sobre la forma de aquella manera. Yo tampoco lo habría hecho de no ser por Destino. Así que no me sorprendió cuando sus expresiones se contorsionaron en asombro y sorpresa, e ignoraron el latigazo de reproche con el que hice chasquear mi cola sobre sus piernas.
—Muéstrame la cueva.
—¡Claro!.— Sin darles tiempo a responder, replicar, o salirse del estupor de su asombro, enrede mi brazo en el de Víctor y lo conduje hacia la pared más cercana a la entrada, debajo de uno de los balcones del anillo inferior.
Una pata delgada y escamosa empujó la escalera de cuerda por el borde, haciéndola desplegarse ante nosotros.
Arriba, la cortina había sido apartada hacia un costado, y nos permitía ver el interior del nido, casi idéntico al de los demás. Una cámara semicircular hendida en la pared de la bóveda, con las paredes desnudas, rústicas, sin trabajar, y el suelo cubierto de pieles. En verano las retirábamos, pero ahora, cada centímetro de suelo estaba oculto de liebres, zorros y lobos de varios colores. Dejé que mis pies se hundiesen en la mullida carpeta y avance hacia el dragón que ocupaba casi por entero la pequeña estancia.
—Esta es la abuela Theragon.- Le expliqué a mi compañero. Acercándome al enorme, pero delgado leviatán que yacía enroscado en sí mismo, clavando sobre nosotros sus ojos cansados y velados por la edad. Había algo en el lustre desvaído de sus escamas, la traslucidez delas crestas barbadas que enmarcaban su cabeza, o los profundos surcos y contornos de su cuerpo que traicionaban su edad. Nunca la había visto tan frágil.
Me arrodillé delante de su enorme cabeza, la tomé entre mis manos y apoyé mi frente en la suya. Permanecí así unos pocos segundos, antes de levantarme y cederle el espacio a Víctor para que se presentase como considerara oportuno.
Por desgracia, mi familia no nos concedió mucho tiempo. Poco después de Víctor hiciese su movimiento, tres pequeños dragones no más grandes que un cordero aterrizaron a nuestro alrededor para asediar a mi invitado.
La abuela, haciendo un alarde de rapidez inusitada para su apariencia, aplasto contra el suelo la cola del primero antes de que este se le enganchara al vampiro en la pantorrilla, haciendo que sus fauces se cerrasen a medio palmo de la misma. Al segundo, lo agarro con la otra zarpa, y lo arrastro hacia ella, en un abrazo, y al último lo tomó del pescuezo con los dientes.
El lecho de Theragon, unos instantes antes tranquilo, pacífico, casi ceremonioso, se convirtió en un alborotado terreno de juegos.
Antes de que los pequeños volvieran a centrar su atención en nosotros, tome la mano de Víctor y lo arrastre al borde del saliente. Entre este y el siguiente había poco más de tres palmos.
—Salta.— Le indiqué sin detenerme, haciendo lo propio al llegar al borde.
Esta vez no era un nido, sino una galería iluminada y corta que se ensanchaba hasta convertirse en una sala alargada y sinuosa. La puerta, como la de la entrada, consistía en una ristra de tiras de cuero. Daba la sensación de que algo hubiese ido empujando el umbral con el tiempo, como si la sala hubiese crecido con los años comiéndose el pasillo en su necesidad de espacio.
En el interior las paredes habían sido horadadas en hileras, formando una biblioteca de roca natural que seguía la forma errática de la cueva. Todas menos la pared del fondo, donde un gigantesco mural de Aerandir abarcaba desde el suelo al techo con sus vivos colores, el mapamundi más grande que había visto nunca, fruto de las diestras manos de uno de mis hermanos.
Las hileras de libros se interrumpían esporádicamente para albergar oquedades más grandes, en las que reposaban artefactos curiosos. Instrumentos, estatuillas antiguas, tablillas grabadas con versos de lenguas olvidadas, e ilustraciones paganas.
En los márgenes de la sala, colgaban cordeles con manojos de hierbas, que se hacían con la humedad para que esta no malmetiera contra los libros, volviendo el ambiente seco, y llenándolo con su aroma.
En el centro de la estancia, el suelo se hundía dos palmos, en un anillo ojival mullido de pieles, alrededor de la mesa de piedra en cuyo centro brillaban un gran pedazo de cuarzo. La zona de lectura.
Inspiré profundamente el olor infancia.
—Aquí pasaba casi todo el tiempo antes de viajar.— Le solté y le permití explorar la habitación por su cuenta, dejando a su vez que mis pies me guiaran sin rumbo.— Era mi lugar favorito.-Alargue la mano, recorriendo el lomo de los libros con las yemas de los dedos.
Aquella aclaración provocó varías risas entre los presentes. O lo que equivale a reírse para un dragón, un sonido rítmico y vibrante que Bío me había escuchado emitir cientos de veces. Eranikus resopló sobradamente por la nariz, y Miraak ensanchó su sonrisa.
Como se merecían un buen coletazo, hice aflorar parte de mis rasgos draconianos. Ninguno de mis semejantes había entrenado su dominio sobre la forma de aquella manera. Yo tampoco lo habría hecho de no ser por Destino. Así que no me sorprendió cuando sus expresiones se contorsionaron en asombro y sorpresa, e ignoraron el latigazo de reproche con el que hice chasquear mi cola sobre sus piernas.
—Muéstrame la cueva.
—¡Claro!.— Sin darles tiempo a responder, replicar, o salirse del estupor de su asombro, enrede mi brazo en el de Víctor y lo conduje hacia la pared más cercana a la entrada, debajo de uno de los balcones del anillo inferior.
Una pata delgada y escamosa empujó la escalera de cuerda por el borde, haciéndola desplegarse ante nosotros.
Arriba, la cortina había sido apartada hacia un costado, y nos permitía ver el interior del nido, casi idéntico al de los demás. Una cámara semicircular hendida en la pared de la bóveda, con las paredes desnudas, rústicas, sin trabajar, y el suelo cubierto de pieles. En verano las retirábamos, pero ahora, cada centímetro de suelo estaba oculto de liebres, zorros y lobos de varios colores. Dejé que mis pies se hundiesen en la mullida carpeta y avance hacia el dragón que ocupaba casi por entero la pequeña estancia.
—Esta es la abuela Theragon.- Le expliqué a mi compañero. Acercándome al enorme, pero delgado leviatán que yacía enroscado en sí mismo, clavando sobre nosotros sus ojos cansados y velados por la edad. Había algo en el lustre desvaído de sus escamas, la traslucidez delas crestas barbadas que enmarcaban su cabeza, o los profundos surcos y contornos de su cuerpo que traicionaban su edad. Nunca la había visto tan frágil.
Me arrodillé delante de su enorme cabeza, la tomé entre mis manos y apoyé mi frente en la suya. Permanecí así unos pocos segundos, antes de levantarme y cederle el espacio a Víctor para que se presentase como considerara oportuno.
Por desgracia, mi familia no nos concedió mucho tiempo. Poco después de Víctor hiciese su movimiento, tres pequeños dragones no más grandes que un cordero aterrizaron a nuestro alrededor para asediar a mi invitado.
La abuela, haciendo un alarde de rapidez inusitada para su apariencia, aplasto contra el suelo la cola del primero antes de que este se le enganchara al vampiro en la pantorrilla, haciendo que sus fauces se cerrasen a medio palmo de la misma. Al segundo, lo agarro con la otra zarpa, y lo arrastro hacia ella, en un abrazo, y al último lo tomó del pescuezo con los dientes.
El lecho de Theragon, unos instantes antes tranquilo, pacífico, casi ceremonioso, se convirtió en un alborotado terreno de juegos.
Antes de que los pequeños volvieran a centrar su atención en nosotros, tome la mano de Víctor y lo arrastre al borde del saliente. Entre este y el siguiente había poco más de tres palmos.
—Salta.— Le indiqué sin detenerme, haciendo lo propio al llegar al borde.
Esta vez no era un nido, sino una galería iluminada y corta que se ensanchaba hasta convertirse en una sala alargada y sinuosa. La puerta, como la de la entrada, consistía en una ristra de tiras de cuero. Daba la sensación de que algo hubiese ido empujando el umbral con el tiempo, como si la sala hubiese crecido con los años comiéndose el pasillo en su necesidad de espacio.
En el interior las paredes habían sido horadadas en hileras, formando una biblioteca de roca natural que seguía la forma errática de la cueva. Todas menos la pared del fondo, donde un gigantesco mural de Aerandir abarcaba desde el suelo al techo con sus vivos colores, el mapamundi más grande que había visto nunca, fruto de las diestras manos de uno de mis hermanos.
Las hileras de libros se interrumpían esporádicamente para albergar oquedades más grandes, en las que reposaban artefactos curiosos. Instrumentos, estatuillas antiguas, tablillas grabadas con versos de lenguas olvidadas, e ilustraciones paganas.
En los márgenes de la sala, colgaban cordeles con manojos de hierbas, que se hacían con la humedad para que esta no malmetiera contra los libros, volviendo el ambiente seco, y llenándolo con su aroma.
En el centro de la estancia, el suelo se hundía dos palmos, en un anillo ojival mullido de pieles, alrededor de la mesa de piedra en cuyo centro brillaban un gran pedazo de cuarzo. La zona de lectura.
Inspiré profundamente el olor infancia.
—Aquí pasaba casi todo el tiempo antes de viajar.— Le solté y le permití explorar la habitación por su cuenta, dejando a su vez que mis pies me guiaran sin rumbo.— Era mi lugar favorito.-Alargue la mano, recorriendo el lomo de los libros con las yemas de los dedos.
Arygos Valnor
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Re: La larga vuelta a casa [Privado][+18]
Quise imaginar que aquellos sonidos espasmódicos y turulecos de los dragones eran una risa, lo cual me tranquilizó un poco ante la tensa situación, no sabía si se reían conmigo o se reían de mí, pero se estaban riendo, que era lo importante. Antes que pudiera reaccionar de cualquier forma, Arygos me tomó del brazo para llevarme con ella a recorrer su madriguera.
Llegamos a unas escaleras, y aunque podía bajar de un salto, preferí evitar el ruido que pudiera generar, o peor, caer en mal terreno y hundirme hasta el fondo del mundo donde nadie pudiera sacarme y terminar alimentándome de gusanos azules que me brillarían en el estómago y cuya luz me saldría por las fosas nasales, lo cual era preocupante y divertido a la vez. Sacudí la cabeza para olvidar aquellas improbabilidades físicas y acompañé a la dragona.
Más adelante, el piso se mostraba bastante suave y esponjoso, incluso calientito pero sólido y seguro a la vez, nada de probabilidades de caer a los dominios de los gusanos azules -Saludos, Abuela Theragon- Dije con respeto al salir de mis cavilaciones sobre otros mundos. Me mantuve a una distancia prudente y en cuanto Arygos terminó de saludarla hice lo propio -Yo soy Víctor, mucho gusto- Me presenté inclinándome levemente -Mucho gusto no es parte del nombre, solo Víctor- Añadí la aclaración para evitar malos entendidos.
Apenas un instante después, una horda de tres pequeños garrapatos apareció para tratar de arrancarme las piernas a mordidas, cosa que no me sorprendió pues era solo cuestión de tiempo, pero igual retrocedí para preservar la integridad de mi cuerpo. De todos modos, la Abuela Theragon actuó de prisa para detener a los pequeñines con una velocidad de reacción que me dejó bastante impresionado.
Arygos me tomó de la mano para sacarme de ahí y llevarme a un saliente, ante la imposibilidad de frenar, salté con la dragona hasta el otro lado y seguí su ritmo hasta llegar a una llamativa galería en cuyo fondo se encontraba una de las más impresionantes obras que hubiera visto jamás -¿Quién hizo eso?- Dije impresionado señalando a aquel enorme mapa que parecía ser de todo Aerandir -Hasta se ve mi taller- Dije exagerando con una ligera sonrisa.
Aquello más que una cueva parecía ser un museo de objetos valiosos y raros que podría atraer a más de un curioso, o incluso criminales podrían aventurarse en busca de tales tesoros -Impresionante- Dije mientras daba una vuelta sobre mí mismo para contemplar todo aquello -¿Era?- Pregunté con curiosidad -¿Y ahora cuál es tu lugar favorito?- Continué con la pregunta.
Me acerqué a algunos libros, tomándolos con cuidado para ver sus portadas y conocer un poco más acerca del conocimiento con el que la dragona había partido desde acá, deseosa de conocer el mundo en lugar de solo leer acerca de él, o quizá para verificar lo que había escrito en aquellos libros -¿Cómo conseguiste tantos libros? ¿Has escrito alguno?- Añadí luego, al punto de comenzar a dudar si su deseo de viajar y conocer Aerandir era consecuencia de los libros o los libros eran una colección derivada de sus viajes.
Llegamos a unas escaleras, y aunque podía bajar de un salto, preferí evitar el ruido que pudiera generar, o peor, caer en mal terreno y hundirme hasta el fondo del mundo donde nadie pudiera sacarme y terminar alimentándome de gusanos azules que me brillarían en el estómago y cuya luz me saldría por las fosas nasales, lo cual era preocupante y divertido a la vez. Sacudí la cabeza para olvidar aquellas improbabilidades físicas y acompañé a la dragona.
Más adelante, el piso se mostraba bastante suave y esponjoso, incluso calientito pero sólido y seguro a la vez, nada de probabilidades de caer a los dominios de los gusanos azules -Saludos, Abuela Theragon- Dije con respeto al salir de mis cavilaciones sobre otros mundos. Me mantuve a una distancia prudente y en cuanto Arygos terminó de saludarla hice lo propio -Yo soy Víctor, mucho gusto- Me presenté inclinándome levemente -Mucho gusto no es parte del nombre, solo Víctor- Añadí la aclaración para evitar malos entendidos.
Apenas un instante después, una horda de tres pequeños garrapatos apareció para tratar de arrancarme las piernas a mordidas, cosa que no me sorprendió pues era solo cuestión de tiempo, pero igual retrocedí para preservar la integridad de mi cuerpo. De todos modos, la Abuela Theragon actuó de prisa para detener a los pequeñines con una velocidad de reacción que me dejó bastante impresionado.
Arygos me tomó de la mano para sacarme de ahí y llevarme a un saliente, ante la imposibilidad de frenar, salté con la dragona hasta el otro lado y seguí su ritmo hasta llegar a una llamativa galería en cuyo fondo se encontraba una de las más impresionantes obras que hubiera visto jamás -¿Quién hizo eso?- Dije impresionado señalando a aquel enorme mapa que parecía ser de todo Aerandir -Hasta se ve mi taller- Dije exagerando con una ligera sonrisa.
Aquello más que una cueva parecía ser un museo de objetos valiosos y raros que podría atraer a más de un curioso, o incluso criminales podrían aventurarse en busca de tales tesoros -Impresionante- Dije mientras daba una vuelta sobre mí mismo para contemplar todo aquello -¿Era?- Pregunté con curiosidad -¿Y ahora cuál es tu lugar favorito?- Continué con la pregunta.
Me acerqué a algunos libros, tomándolos con cuidado para ver sus portadas y conocer un poco más acerca del conocimiento con el que la dragona había partido desde acá, deseosa de conocer el mundo en lugar de solo leer acerca de él, o quizá para verificar lo que había escrito en aquellos libros -¿Cómo conseguiste tantos libros? ¿Has escrito alguno?- Añadí luego, al punto de comenzar a dudar si su deseo de viajar y conocer Aerandir era consecuencia de los libros o los libros eran una colección derivada de sus viajes.
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Aerandiano de honor
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