De vuelta a casa {Libre} {Cerrado}
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Aquella elfa estaba un poco loca. Aunque, quizás estaba siendo demasiado bondadoso diciendo que solo un poco, pues la verdad, es que la chica estaba chiflada.
La había conocido de casualidad al caer por la ladera de una montaña, y en un principio parecía de lo más normal. Un poco desconfiada, algo normal tratándose de un desconocido para ella. Pero aparte de eso, no había nada raro en la elfa.
Sin embargo, eso fue hasta que lo apuntó con una flecha sin razón aparente. Momento en el que se replanteó, si había sido buena idea reclutarla para el trabajo que tenía entre las manos. Que podía decir, la punta de una flecha solía tener ese efecto en él.
El caso es que la chica resultó tener un motivo para hacer algo así, un inmenso odio hacia los miembros de su especie. Y bueno, eso ya le dio más sentido a la situación, pues no era la primera persona que se encontraba que odiaba a los brujos, ni sería la última. Aunque lo más normal, es que los temieran, y por ello mucha gente intentaba evitarle.
Al menos eso era en los pueblos. En las ciudades la gente tenía una mentalidad más abierta, y por ello estaba deseando llegar hasta su casa en Lunargenta. Merecía un buen descanso después de toda esa epopeya. Y un lugar con conocidos que no lo tratasen mal, simplemente por haber nacido brujo.
En cualquier caso, entendía en cierta manera a la tiradora. Pues los elfos veían la vida en un prisma distinto al resto de los mortales. Ellos vivían más años que el resto de las especies, y acontecimientos que eran muy antiguos para él, para ellos eran mucho más recientes.
Seguramente si era de algunos de los clanes que se había enfrentado a los brujos hacía un siglo, su familia más directa habría participado en el conflicto. No sería extraño que algún padre o tío hubiera luchado por aquel entonces contra los brujos. Que hubiera perdido a un ser querido en la guerra.
Pero en fin, eso tampoco era culpa suya. Él no había provocado ni participado en ninguna guerra. Y no podía ir por la vida, cargando con las culpas de otros en asuntos ajenos a su control. Sólo podía entender la rabia y odio de la elfa, y alegrarse de no tener una flecha clavada en el pecho. Seguir vivo sentaba de maravilla.
Y por otro lado, esperaba, y deseaba, que la joven aprendiera poco a poco a juzgar a las personas por sus actos, y no por su raza. Que con el tiempo, fuera perdiendo ese odio irracional. No solamente porque pudiera hacer daño a alguien que no lo mereciera, que no era poco, sino porque sería bueno para ella. Vivir sin ese odio inundando su sangre, que destruía y ennegrecía todo lo que tocaba.
El rubio se estiró como un gato en su posición sentada, apoyado contra un árbol. Y se levantó despacio, relajado después de su descanso, mientras pensaba en todo lo acaecido en los últimos días.
Luego se limpió la ropa un poco, con golpes de sus manos, y oteó el horizonte que escondía tras él el destino al que ansiaba llegar. Lunargenta. La ciudad donde tendría comida y cama caliente.
Echó la correa de su morral de viaje sobre el hombro, quedando este algo hacia su espalda, a la altura de las lumbares. No tardó en ponerse en marcha. Por lo que acabó andando por encima de la nieve en cuanto se alejó unos pasos del árbol, cuya copa protegía el suelo cercano al tronco, de que hubiera una gran cantidad de los copos de nieve que todo lo blanqueaba y helaba.
Vinc carraspeó nada más alcanzar el límite del camino, y se colocó mejor las armas de su cintura, para que no le molestasen al andar.
Ya no quedaba mucho para llegar a la ciudad. Un último esfuerzo, y pronto podría disfrutar de las monedas que había ganado por atrapar a Maron y sus secuaces.
La había conocido de casualidad al caer por la ladera de una montaña, y en un principio parecía de lo más normal. Un poco desconfiada, algo normal tratándose de un desconocido para ella. Pero aparte de eso, no había nada raro en la elfa.
Sin embargo, eso fue hasta que lo apuntó con una flecha sin razón aparente. Momento en el que se replanteó, si había sido buena idea reclutarla para el trabajo que tenía entre las manos. Que podía decir, la punta de una flecha solía tener ese efecto en él.
El caso es que la chica resultó tener un motivo para hacer algo así, un inmenso odio hacia los miembros de su especie. Y bueno, eso ya le dio más sentido a la situación, pues no era la primera persona que se encontraba que odiaba a los brujos, ni sería la última. Aunque lo más normal, es que los temieran, y por ello mucha gente intentaba evitarle.
Al menos eso era en los pueblos. En las ciudades la gente tenía una mentalidad más abierta, y por ello estaba deseando llegar hasta su casa en Lunargenta. Merecía un buen descanso después de toda esa epopeya. Y un lugar con conocidos que no lo tratasen mal, simplemente por haber nacido brujo.
En cualquier caso, entendía en cierta manera a la tiradora. Pues los elfos veían la vida en un prisma distinto al resto de los mortales. Ellos vivían más años que el resto de las especies, y acontecimientos que eran muy antiguos para él, para ellos eran mucho más recientes.
Seguramente si era de algunos de los clanes que se había enfrentado a los brujos hacía un siglo, su familia más directa habría participado en el conflicto. No sería extraño que algún padre o tío hubiera luchado por aquel entonces contra los brujos. Que hubiera perdido a un ser querido en la guerra.
Pero en fin, eso tampoco era culpa suya. Él no había provocado ni participado en ninguna guerra. Y no podía ir por la vida, cargando con las culpas de otros en asuntos ajenos a su control. Sólo podía entender la rabia y odio de la elfa, y alegrarse de no tener una flecha clavada en el pecho. Seguir vivo sentaba de maravilla.
Y por otro lado, esperaba, y deseaba, que la joven aprendiera poco a poco a juzgar a las personas por sus actos, y no por su raza. Que con el tiempo, fuera perdiendo ese odio irracional. No solamente porque pudiera hacer daño a alguien que no lo mereciera, que no era poco, sino porque sería bueno para ella. Vivir sin ese odio inundando su sangre, que destruía y ennegrecía todo lo que tocaba.
El rubio se estiró como un gato en su posición sentada, apoyado contra un árbol. Y se levantó despacio, relajado después de su descanso, mientras pensaba en todo lo acaecido en los últimos días.
Luego se limpió la ropa un poco, con golpes de sus manos, y oteó el horizonte que escondía tras él el destino al que ansiaba llegar. Lunargenta. La ciudad donde tendría comida y cama caliente.
Echó la correa de su morral de viaje sobre el hombro, quedando este algo hacia su espalda, a la altura de las lumbares. No tardó en ponerse en marcha. Por lo que acabó andando por encima de la nieve en cuanto se alejó unos pasos del árbol, cuya copa protegía el suelo cercano al tronco, de que hubiera una gran cantidad de los copos de nieve que todo lo blanqueaba y helaba.
Vinc carraspeó nada más alcanzar el límite del camino, y se colocó mejor las armas de su cintura, para que no le molestasen al andar.
Ya no quedaba mucho para llegar a la ciudad. Un último esfuerzo, y pronto podría disfrutar de las monedas que había ganado por atrapar a Maron y sus secuaces.
Última edición por Vincent Calhoun el Jue Jun 13 2019, 00:14, editado 1 vez (Razón : Poner etiqueta de cerrado)
Vincent Calhoun
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Re: De vuelta a casa {Libre} {Cerrado}
Una vuelta por las afueras para entrar en calor, eso necesitaba si señor. La blanca nieve había cubierto la fina hierba que. solía decorar el entorno de la ciudad. No había vuelto a ver a Lila, no había logrado nuevos ropajes tras sus pequeños trabajos ambulantes de panadera.
Estaba con la misma ropa de viajera-guerrera que consiguió un año atrás ayudando a una familia a la cual se les quedó atrapado el carromato.Se había quedado sin comida, y debía buscarse ágilmente la vida para no morirse de ello. Sin dinero, sin ropa lo suficientemente gruesa, con la piel enrojecida por el frío que apretaba a -0º. -¡Que frío! ¡Moriré si no ubico un refugio dentro de poco!- Eran manos de ponerse a la obra.
No quería regresar a la ciudad, no para comenzar una disputa familiar sobre el honor de la familia, sobre los que aceres de una mujer atada a un destino que no elegía, sobre lo horrible que estaba al cortar su larga y sedosa cabellera para parecer un hombre rudo.Había huido de su hogar, de los pilares de su vida, para descubrir su lugar en el mundo, su lugar en si misma.
Tiritaba, como era algo lógico tenía bastante frío y avanzaba rápidamente por el camino, donde al fondo de tanto blanco y tanto tronco, un carromato rebotada manejado por dos jovencitas. En seguida, vio también unas figuras humanas asaltando velozmente a aquellas inocentes.-¡No!- Exclamó la rubia al ver la situación.
-Debo de hacer algo rápido...-Trató desefundar sus dagas que gracias al frío le estaba costando.-Maldición- No lo había logrado, pero al menos se echó a la carrera lo más rápida que el frío y sus piernas le cedían.
Corrió y corrió por el camino, hasta chocar con un caballero al que no logró ver por seguir tratando de desenfundar.-¡Disculpas! ¡Asuntos me aguardan!- Y volvió a darse a la carrera dejándolo atrás.
Aquellas, gritaban. Unos seis hombres parecían estar atracando sus reservas, que posiblemente eran para familiares, y trataban de forzarlas a asuntos a un más serios de tomar. Gabrielle llegaría, para dar una paliza a aquellos hombres y ahuyentarlos. No podría permitir que ninguna mujer sufriera ante la presión de nadie.
-¡Venga!- Ya estaba bastante cerca del conflicto, aunque no sabía como lo resolvería ella sola.
Estaba con la misma ropa de viajera-guerrera que consiguió un año atrás ayudando a una familia a la cual se les quedó atrapado el carromato.Se había quedado sin comida, y debía buscarse ágilmente la vida para no morirse de ello. Sin dinero, sin ropa lo suficientemente gruesa, con la piel enrojecida por el frío que apretaba a -0º. -¡Que frío! ¡Moriré si no ubico un refugio dentro de poco!- Eran manos de ponerse a la obra.
No quería regresar a la ciudad, no para comenzar una disputa familiar sobre el honor de la familia, sobre los que aceres de una mujer atada a un destino que no elegía, sobre lo horrible que estaba al cortar su larga y sedosa cabellera para parecer un hombre rudo.Había huido de su hogar, de los pilares de su vida, para descubrir su lugar en el mundo, su lugar en si misma.
Tiritaba, como era algo lógico tenía bastante frío y avanzaba rápidamente por el camino, donde al fondo de tanto blanco y tanto tronco, un carromato rebotada manejado por dos jovencitas. En seguida, vio también unas figuras humanas asaltando velozmente a aquellas inocentes.-¡No!- Exclamó la rubia al ver la situación.
-Debo de hacer algo rápido...-Trató desefundar sus dagas que gracias al frío le estaba costando.-Maldición- No lo había logrado, pero al menos se echó a la carrera lo más rápida que el frío y sus piernas le cedían.
Corrió y corrió por el camino, hasta chocar con un caballero al que no logró ver por seguir tratando de desenfundar.-¡Disculpas! ¡Asuntos me aguardan!- Y volvió a darse a la carrera dejándolo atrás.
Aquellas, gritaban. Unos seis hombres parecían estar atracando sus reservas, que posiblemente eran para familiares, y trataban de forzarlas a asuntos a un más serios de tomar. Gabrielle llegaría, para dar una paliza a aquellos hombres y ahuyentarlos. No podría permitir que ninguna mujer sufriera ante la presión de nadie.
-¡Venga!- Ya estaba bastante cerca del conflicto, aunque no sabía como lo resolvería ella sola.
Gabrielle Allen Claire
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Re: De vuelta a casa {Libre} {Cerrado}
Solo de pensar en Lunargenta su cuerpo se calentaba. Solamente con la idea de un buen guiso de su amiga Caroline, se sentía reconfortado. Aunque pensar en su llegada a la ciudad, también le hacía meditar sobre otros asuntos. ¿Níniel seguiría en la capital humana?
Deseaba que sí, pues la compañía de la elfa siempre era bien recibida, y esperaba que aún siguiera en la ciudad después del trabajo de rescate que había realizado juntos. Bien satisfactorio por el resultado final, y la buena paga de Malada. Aunque sin duda, había tenido misiones más normales a lo largo de la vida, por definirlo de alguna manera. El heredero de los Vanvouren era todo un elemento a tener en cuenta. Y Aliandra… era un peligro por sí solo, al menos para él. Menos mal que la joven había olvidado el encaprichamiento de casarse con él.
De todos modos, su retahíla de pensamientos fue cortado cuando una chica topó contra su cuerpo de mala manera. Como si fuera un muñeco de trapo. Esa mujer tenía mucha prisa, o en su defecto tenía una importante carencia de vista.
- Disculpas aceptadas, señorita. Pero creo firmemente que este camino es suficientemente ancho para que dos personas pasen por él sin chocarse-, comentó, volteándose para hablarle a la espalda de la mujer, pues esta siguió su carrera sin pararse.
Por las palabras que le había dedicado antes de seguir corriendo, era evidente que tenía prisa. E igualmente fue evidente que no tenía falta de vista, sino todo lo contrario, como pudo apreciar al ver el forcejeo que se producía a lo lejos.
- Maldición-, suspiró resignado. - ¿Es mucho pedir una vuelta a casa tranquilo? - se dijo a si mismo, comenzando a correr en la misma dirección que la mujer que había tropezado con él.
Varios hombres asaltaban una carreta, y al mismo tiempo habían decidido que las mujeres fueran parte del botín. Y lo peligroso no era el ya elevado número que ellos eran, sino que además podrían haber más bandidos apostados en el bosque. Sin embargo, no tenía tiempo de inspeccionarlo antes de actuar, así que tendría que esperar que los superara ampliamente con su esgrima y sus poderes.
Corrió detrás de la chica, a una cierta distancia, durante unos instantes. Liberó unos centímetros de su espada de la vaina, solo para sentir el tacto de la empuñadura, y siguió avanzando hasta la zona del carro. Allí los hombres ya se habían comenzado a mofar de los “rescatadores”.
- Mirad chicos. Otra mujer para satisfacernos-, comentó uno de los asaltantes, con un rostro ladino. - Seguro que se resiste más que estas dos-, dijo, a la vez que acariciaba la parte plana de su espada, sin perder el gesto anterior en su rostro.
Los hombres se carcajearon, antes de que otro de ellos hablase en esta ocasión.
- Y ese barbudo, ¿Quién es? ¿Tu hermano mayor? - se burló. - O acaso es tu padre-, comentó, para luego volver a reír junto a sus compinches.
Vincent se paró al lado de la joven que había chocado con él, y dejó caer su morral al suelo para estar libre para el combate. Tanteó uno de sus bolsillos para comprobar que tuviera allí uno de sus pedernales, y agarró la empuñadura de su espada que desenvainó con un movimiento rápido y ligero.
- Vaya, parece que quiere pelea-, dijo un tercero, que estaba escorado contra el costado del carro, y se dispuso para el combate.
- Yo diría que sí-, dijo. - Veamos que pueden hacer unos niños como vosotros, contra un viejo como yo-, bromeó, dejando una sonrisa dibujada en los labios.
Ellos no eran tan pequeños, ni él tan mayor. Pero ya que parecían gustarles las bromas, tenía que darles un poco de su propia medicina, antes de enseñarles como había que combatir.
El problema era la desventaja numérica. Ellos eran dos, y los maleantes eran seis, y aún no sabía si podría haber más ocultos en el bosque colindante. Pero por suerte, dos de los bandidos estaban demasiado ocupados reteniendo a las mujeres secuestradas, por lo que eso equilibraba la balanza.
- Espero que sepas pelear, pequeña-, comentó a la chica a su lado. - Esto se va a poner peliagudo.
Deseaba que sí, pues la compañía de la elfa siempre era bien recibida, y esperaba que aún siguiera en la ciudad después del trabajo de rescate que había realizado juntos. Bien satisfactorio por el resultado final, y la buena paga de Malada. Aunque sin duda, había tenido misiones más normales a lo largo de la vida, por definirlo de alguna manera. El heredero de los Vanvouren era todo un elemento a tener en cuenta. Y Aliandra… era un peligro por sí solo, al menos para él. Menos mal que la joven había olvidado el encaprichamiento de casarse con él.
De todos modos, su retahíla de pensamientos fue cortado cuando una chica topó contra su cuerpo de mala manera. Como si fuera un muñeco de trapo. Esa mujer tenía mucha prisa, o en su defecto tenía una importante carencia de vista.
- Disculpas aceptadas, señorita. Pero creo firmemente que este camino es suficientemente ancho para que dos personas pasen por él sin chocarse-, comentó, volteándose para hablarle a la espalda de la mujer, pues esta siguió su carrera sin pararse.
Por las palabras que le había dedicado antes de seguir corriendo, era evidente que tenía prisa. E igualmente fue evidente que no tenía falta de vista, sino todo lo contrario, como pudo apreciar al ver el forcejeo que se producía a lo lejos.
- Maldición-, suspiró resignado. - ¿Es mucho pedir una vuelta a casa tranquilo? - se dijo a si mismo, comenzando a correr en la misma dirección que la mujer que había tropezado con él.
Varios hombres asaltaban una carreta, y al mismo tiempo habían decidido que las mujeres fueran parte del botín. Y lo peligroso no era el ya elevado número que ellos eran, sino que además podrían haber más bandidos apostados en el bosque. Sin embargo, no tenía tiempo de inspeccionarlo antes de actuar, así que tendría que esperar que los superara ampliamente con su esgrima y sus poderes.
Corrió detrás de la chica, a una cierta distancia, durante unos instantes. Liberó unos centímetros de su espada de la vaina, solo para sentir el tacto de la empuñadura, y siguió avanzando hasta la zona del carro. Allí los hombres ya se habían comenzado a mofar de los “rescatadores”.
- Mirad chicos. Otra mujer para satisfacernos-, comentó uno de los asaltantes, con un rostro ladino. - Seguro que se resiste más que estas dos-, dijo, a la vez que acariciaba la parte plana de su espada, sin perder el gesto anterior en su rostro.
Los hombres se carcajearon, antes de que otro de ellos hablase en esta ocasión.
- Y ese barbudo, ¿Quién es? ¿Tu hermano mayor? - se burló. - O acaso es tu padre-, comentó, para luego volver a reír junto a sus compinches.
Vincent se paró al lado de la joven que había chocado con él, y dejó caer su morral al suelo para estar libre para el combate. Tanteó uno de sus bolsillos para comprobar que tuviera allí uno de sus pedernales, y agarró la empuñadura de su espada que desenvainó con un movimiento rápido y ligero.
- Vaya, parece que quiere pelea-, dijo un tercero, que estaba escorado contra el costado del carro, y se dispuso para el combate.
- Yo diría que sí-, dijo. - Veamos que pueden hacer unos niños como vosotros, contra un viejo como yo-, bromeó, dejando una sonrisa dibujada en los labios.
Ellos no eran tan pequeños, ni él tan mayor. Pero ya que parecían gustarles las bromas, tenía que darles un poco de su propia medicina, antes de enseñarles como había que combatir.
El problema era la desventaja numérica. Ellos eran dos, y los maleantes eran seis, y aún no sabía si podría haber más ocultos en el bosque colindante. Pero por suerte, dos de los bandidos estaban demasiado ocupados reteniendo a las mujeres secuestradas, por lo que eso equilibraba la balanza.
- Espero que sepas pelear, pequeña-, comentó a la chica a su lado. - Esto se va a poner peliagudo.
Vincent Calhoun
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Re: De vuelta a casa {Libre} {Cerrado}
Aprisa, no podía cesar ningún momento más si realmente quería salvar la vida de aquellas jóvenes.Objeto de burla, por ser una mujer más, frente unas mentalidades demasiado apagadas.Eran necios a los cuales nunca se les ofreció una educación mínima, personas que antaño habían sido inculcadas para hacer daño porque si, porque realmente estaba bien.
El hombre que sacaba bastante altura a Gabrielle llegó del trote a ponerse al lado de la chica, recto y demasiado formal que casi era hasta cómica la situación del comportamiento de aquellos bandalos. Hicieron la burla del hombre, si era su hermano mayor o su padre.-¿Él?. Es quien os va patear el trasero panda de maleducados.- Añadió la chica para defendedlo sin saber que aquello llevaría problemas.
La situación llevo a la risa,la risa a orgullo, y el orgullo a violencia cuando el hombre que estaba a su lado desenfundó su arma frente a ellos,tan solo quedaba tragar saliva cuando el caballero le comentó que esperaba que combatiera. Eran seis, y él uno. Aunque ella nunca matará a nadie sabia como defenderse ante situaciones así, así que antes de que tres de ellos la rodearan desenfundó de su falda sus dos sais y pudo evitar el ataque de espada de el primero con su brazo derecho. Aprovechó para empujarlo con su pierna izquierda contra el segundo y agacharse para esquivar el ataque del tercero.-¡Vaya, la muñequita sabe luchar!- Añadió el primero mientras se levantaba.
Todavía continuaba con el tercero, que con ira estaba dando estocadas al aire.Aprovechó en uno de esas estocadas para clavar su fina espada en la madera del carruaje y golpearlo hasta perder el conocimiento, agilmente se subió al techo mientras los otros dos la daban búsqueda.-Debéis salir de ahí- Grito la chica a las damas.-Una mujer vale más que su propio sexo.- Añadió para darles ánimos.
Se colocó estrategicamente para lanzar un pequeño barril hacia los atacantes del caballero, tras saltar ante el tercer oponente dejando todo su peso sobre él y volver a levantarse para poder esquivar al segundo.-Caballero, tenga cuidado.- Alarmaba la chica mientras otro miembro más salia del carromato.
-¡Fuera de mi vista!- Golpeó una de las damas a ese miembro dejando su cuerpo inconsciente en el suelo.
-¡Bien!- Exclamaba Gabrielle de alegría.
La rubia aprovechó la distracción del tercero para agarrarlo del cuello y empotrarlo contra el carruaje. Había hecho un roto en esa cara madera, un roto en la cabeza de esa persona y estaba ayudando a unas posibles encantadoras muchachas. Ahora le quedaba cuidar de aquel amable señor, que por justicia la estaba ayudando.
El hombre que sacaba bastante altura a Gabrielle llegó del trote a ponerse al lado de la chica, recto y demasiado formal que casi era hasta cómica la situación del comportamiento de aquellos bandalos. Hicieron la burla del hombre, si era su hermano mayor o su padre.-¿Él?. Es quien os va patear el trasero panda de maleducados.- Añadió la chica para defendedlo sin saber que aquello llevaría problemas.
La situación llevo a la risa,la risa a orgullo, y el orgullo a violencia cuando el hombre que estaba a su lado desenfundó su arma frente a ellos,tan solo quedaba tragar saliva cuando el caballero le comentó que esperaba que combatiera. Eran seis, y él uno. Aunque ella nunca matará a nadie sabia como defenderse ante situaciones así, así que antes de que tres de ellos la rodearan desenfundó de su falda sus dos sais y pudo evitar el ataque de espada de el primero con su brazo derecho. Aprovechó para empujarlo con su pierna izquierda contra el segundo y agacharse para esquivar el ataque del tercero.-¡Vaya, la muñequita sabe luchar!- Añadió el primero mientras se levantaba.
Todavía continuaba con el tercero, que con ira estaba dando estocadas al aire.Aprovechó en uno de esas estocadas para clavar su fina espada en la madera del carruaje y golpearlo hasta perder el conocimiento, agilmente se subió al techo mientras los otros dos la daban búsqueda.-Debéis salir de ahí- Grito la chica a las damas.-Una mujer vale más que su propio sexo.- Añadió para darles ánimos.
Se colocó estrategicamente para lanzar un pequeño barril hacia los atacantes del caballero, tras saltar ante el tercer oponente dejando todo su peso sobre él y volver a levantarse para poder esquivar al segundo.-Caballero, tenga cuidado.- Alarmaba la chica mientras otro miembro más salia del carromato.
-¡Fuera de mi vista!- Golpeó una de las damas a ese miembro dejando su cuerpo inconsciente en el suelo.
-¡Bien!- Exclamaba Gabrielle de alegría.
La rubia aprovechó la distracción del tercero para agarrarlo del cuello y empotrarlo contra el carruaje. Había hecho un roto en esa cara madera, un roto en la cabeza de esa persona y estaba ayudando a unas posibles encantadoras muchachas. Ahora le quedaba cuidar de aquel amable señor, que por justicia la estaba ayudando.
Gabrielle Allen Claire
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Re: De vuelta a casa {Libre} {Cerrado}
Esos bandidos, ¿serían tan hábiles con un arma en las manos, como lo eran con la boca? Difícil de saber. De momento, parecían más entusiasmados en sus bromas y su plática, que en un combate real.
De todos modos, conocía lo que estaban haciendo. Después de todo, no era algo ajeno a su persona. Ya que era algo que había utilizado a largo de su vida en infinidad de ocasiones. Seguramente, en el caso de esos bandidos, no dijeran nada que no pensaran. Pero él había insultado y enrabietado a un rival muchas veces. Incluso con cosas en las que no creía ciertas, solo por enfurecerlos. Pues un buen modo de descentrar a un enemigo era enfadándolo. Una persona furiosa no pensaba con claridad, y eso, generalmente, era malo para el negocio de la guerra.
No en vano, ya les había devuelto la pulla que le habían dedicado como viejo. En parte por su acostumbrada forma de desquiciar a los rivales, y por otro lado, porque también tenía un lado bromista que no podía perder una oportunidad como aquella para devolverles la burla.
- ¿Quién? ¿Yo? - preguntó sin poder evitarlo, como un acto reflejo, cuando al joven lo convirtió en el supuesto héroe. - Yo pensaba que íbamos…-, no pudo terminar la frase, pues tuvo que rechazar el acero de uno de los matones de turno.
Sus espadas entrechocaron varias veces, entre ataques y contraataques de ambas partes. En un duelo particular, pues la joven que lo acompañaba parecía desenvolverse bastante bien. Por unos instantes, había pensado que iba a tener que luchar en solitario, por el comentario que había hecho la dama a su lado, pero por suerte, solo había sido una forma de animarle.
Menos mal. Si hubiera tenido que enfrentarse solo a seis hombres, como mínimo hubiera tenido que usar sus poderes de brujo. Eso hubiera sido, como poco el fin de esos asaltantes, pero el problema no era si acaban muertos. Eran malas personas, al fin y al cabo, y aunque siempre intentaba no matar a nadie, a veces era algo que no se podía evitar. Cuando la vida de uno, o de otras personas, estaba en juego, no se podía luchar sin desplegar todo el potencial. O de otro modo se podía acabar pagando caro. Y no siempre se podía ser tan superior al enemigo, como para poder usar siempre estrategias no letales.
No, el problema no era ese. Lo verdaderamente problemático era lo cerca que estaban el carro y las otras jóvenes raptadas de la zona de combate. No podía hacer nada demasiado espectacular con sus poderes, o acabaría matando a quien no debía. Tendría que andarse con ojo, y contentarse con el uso de su acero.
No tardó en sumarse otro a intentar reducirle, quedando tres bandidos contra la chica, y dos contra él. Y el restante encargándose de “cuidar” de las mujeres del carromato.
Pero bueno, la chica que se había convertido en su inesperada aliada durante ese día, ya había despachado a uno de los maleantes, cuando lanzó un barril contra los enemigos que se enfrentaban contra él. Concretamente contra el segundo, el que se iba a sumar a la refriega para ayudar a su compañero. No lo vieron venir, y no se había alejado dos pasos del carro cuando el barril le cayó en toda la cabeza haciendo que se desplomase hacia adelante.
Él, por su parte, fintó un ataque a su rival, pero solo era un amago para engañarlo y correr hasta el carruaje. Así, antes de que el bandido que había tirado al suelo por el barril se levantase, le propinó una patada en la cara que lo dejaría durmiendo un buen rato.
Tuvo el tiempo justo para patear al hombre del suelo, y volver a girarse para defenderse del primero. Rechazó su espada, y giró a un lado para darle un tajo lateral, que el bandido supo parar, pero que le obligó a irse a un lado, y acabar con la espalda contra el carro.
- Vaya. Parece que no os va nada bien-, le comentó al hombre con el que luchaba, con una media sonrisa.
Cuando había corrido para patear al bandido tirado sobre la nieve, se había fijado que la chica había despachado a un segundo bandido, y que una de las mujeres secuestradas se había encargado de otro.
- Ya solo quedáis la mitad. Y la verdad, esa chica os habría dado una paliza sin mi ayuda-, terminó de decirle.
Después aprovechó para acosarlo, evitando que escapara y manteniéndolo con la espalda contra uno de los lados del carro. El rival atacó para intentar salir del atolladero en el que se había metido. Pero fue fácil para el brujo esquivarle, al ser un ataque ansioso y precipitado, y ponerle la zancadilla. Antes de que pudiera reaccionar, terminó la faena, con un golpe seco de la hoja de su espada contra la nuca del bandido, que cayó de bruces, inconsciente.
Solamente quedaban dos, uno para cada uno. Así que la batalla había dado un vuelco considerable, en un corto plazo, y tenía que reconocer que el mérito era de la chica.
De todos modos, conocía lo que estaban haciendo. Después de todo, no era algo ajeno a su persona. Ya que era algo que había utilizado a largo de su vida en infinidad de ocasiones. Seguramente, en el caso de esos bandidos, no dijeran nada que no pensaran. Pero él había insultado y enrabietado a un rival muchas veces. Incluso con cosas en las que no creía ciertas, solo por enfurecerlos. Pues un buen modo de descentrar a un enemigo era enfadándolo. Una persona furiosa no pensaba con claridad, y eso, generalmente, era malo para el negocio de la guerra.
No en vano, ya les había devuelto la pulla que le habían dedicado como viejo. En parte por su acostumbrada forma de desquiciar a los rivales, y por otro lado, porque también tenía un lado bromista que no podía perder una oportunidad como aquella para devolverles la burla.
- ¿Quién? ¿Yo? - preguntó sin poder evitarlo, como un acto reflejo, cuando al joven lo convirtió en el supuesto héroe. - Yo pensaba que íbamos…-, no pudo terminar la frase, pues tuvo que rechazar el acero de uno de los matones de turno.
Sus espadas entrechocaron varias veces, entre ataques y contraataques de ambas partes. En un duelo particular, pues la joven que lo acompañaba parecía desenvolverse bastante bien. Por unos instantes, había pensado que iba a tener que luchar en solitario, por el comentario que había hecho la dama a su lado, pero por suerte, solo había sido una forma de animarle.
Menos mal. Si hubiera tenido que enfrentarse solo a seis hombres, como mínimo hubiera tenido que usar sus poderes de brujo. Eso hubiera sido, como poco el fin de esos asaltantes, pero el problema no era si acaban muertos. Eran malas personas, al fin y al cabo, y aunque siempre intentaba no matar a nadie, a veces era algo que no se podía evitar. Cuando la vida de uno, o de otras personas, estaba en juego, no se podía luchar sin desplegar todo el potencial. O de otro modo se podía acabar pagando caro. Y no siempre se podía ser tan superior al enemigo, como para poder usar siempre estrategias no letales.
No, el problema no era ese. Lo verdaderamente problemático era lo cerca que estaban el carro y las otras jóvenes raptadas de la zona de combate. No podía hacer nada demasiado espectacular con sus poderes, o acabaría matando a quien no debía. Tendría que andarse con ojo, y contentarse con el uso de su acero.
No tardó en sumarse otro a intentar reducirle, quedando tres bandidos contra la chica, y dos contra él. Y el restante encargándose de “cuidar” de las mujeres del carromato.
Pero bueno, la chica que se había convertido en su inesperada aliada durante ese día, ya había despachado a uno de los maleantes, cuando lanzó un barril contra los enemigos que se enfrentaban contra él. Concretamente contra el segundo, el que se iba a sumar a la refriega para ayudar a su compañero. No lo vieron venir, y no se había alejado dos pasos del carro cuando el barril le cayó en toda la cabeza haciendo que se desplomase hacia adelante.
Él, por su parte, fintó un ataque a su rival, pero solo era un amago para engañarlo y correr hasta el carruaje. Así, antes de que el bandido que había tirado al suelo por el barril se levantase, le propinó una patada en la cara que lo dejaría durmiendo un buen rato.
Tuvo el tiempo justo para patear al hombre del suelo, y volver a girarse para defenderse del primero. Rechazó su espada, y giró a un lado para darle un tajo lateral, que el bandido supo parar, pero que le obligó a irse a un lado, y acabar con la espalda contra el carro.
- Vaya. Parece que no os va nada bien-, le comentó al hombre con el que luchaba, con una media sonrisa.
Cuando había corrido para patear al bandido tirado sobre la nieve, se había fijado que la chica había despachado a un segundo bandido, y que una de las mujeres secuestradas se había encargado de otro.
- Ya solo quedáis la mitad. Y la verdad, esa chica os habría dado una paliza sin mi ayuda-, terminó de decirle.
Después aprovechó para acosarlo, evitando que escapara y manteniéndolo con la espalda contra uno de los lados del carro. El rival atacó para intentar salir del atolladero en el que se había metido. Pero fue fácil para el brujo esquivarle, al ser un ataque ansioso y precipitado, y ponerle la zancadilla. Antes de que pudiera reaccionar, terminó la faena, con un golpe seco de la hoja de su espada contra la nuca del bandido, que cayó de bruces, inconsciente.
Solamente quedaban dos, uno para cada uno. Así que la batalla había dado un vuelco considerable, en un corto plazo, y tenía que reconocer que el mérito era de la chica.
Vincent Calhoun
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Quedaban dos contrincantes, uno para cada uno y la situación al fin se habría resuelto.Si no fuera por la ayuda de aquellas damas, o la paciencia de aquel hombre, que parecía portar más años encima, quizás sus problemas hubieran sido enormemente mayores.
Gabrielle, como joven, era sumamente buena pero demasiado inocente para no asimilar los problemas que realmente debía tocar.
Aquel hombre, necio y atrevido, dio un salto hacia el techo del carromato.
Sería el frío, la nieve, la miraba de odio, las vidas de aquellas muchachas, serian tantas cosas que se acumulaban dentro de la rubia, que cuando aquel hombre empleó el primer ataque, estuvo tan lenta que le acertó en el hombro.
Rechistó, no pudo contener las lágrimas del dolor. Se sacó la espada delgada que atravesaba su hombro usando la poca fuerza que le quedaba y empeñó tal patada que alejo unos pasos al enemigo.
Veloz cogió sus sais para evitar los demás ataques, era una danza entre la vida y la muerte.
Por cada chasquido, chirrido y grito que compartían ambos rivales, era digno de presencia.
-¿No te cansas de perder?- Trató de calmar a la feria.
-No soy yo rubía.- Contestó mientras las armas chocaban. Quién esta sangrando- Soltó una carcajada llena de poder.
Entre el roce, el frío y las ganas de terminar con aquello, apresuraban a terminar cuanto antes. Gabrielle, estaba herida, y esa herida le pasaba factura cada segundo que se contaba en el aire. Solo le quedó la táctica de empujarlo del carromato hacia el suelo mientras con su mano izquierda tapaba el hombro derecho. El hombro que estaba herido.
-Ayuda...- Suplicó al caballero entre sudores a pesar de las bajas temperaturas.
Gabrielle, como joven, era sumamente buena pero demasiado inocente para no asimilar los problemas que realmente debía tocar.
Aquel hombre, necio y atrevido, dio un salto hacia el techo del carromato.
Sería el frío, la nieve, la miraba de odio, las vidas de aquellas muchachas, serian tantas cosas que se acumulaban dentro de la rubia, que cuando aquel hombre empleó el primer ataque, estuvo tan lenta que le acertó en el hombro.
Rechistó, no pudo contener las lágrimas del dolor. Se sacó la espada delgada que atravesaba su hombro usando la poca fuerza que le quedaba y empeñó tal patada que alejo unos pasos al enemigo.
Veloz cogió sus sais para evitar los demás ataques, era una danza entre la vida y la muerte.
Por cada chasquido, chirrido y grito que compartían ambos rivales, era digno de presencia.
-¿No te cansas de perder?- Trató de calmar a la feria.
-No soy yo rubía.- Contestó mientras las armas chocaban. Quién esta sangrando- Soltó una carcajada llena de poder.
Entre el roce, el frío y las ganas de terminar con aquello, apresuraban a terminar cuanto antes. Gabrielle, estaba herida, y esa herida le pasaba factura cada segundo que se contaba en el aire. Solo le quedó la táctica de empujarlo del carromato hacia el suelo mientras con su mano izquierda tapaba el hombro derecho. El hombro que estaba herido.
-Ayuda...- Suplicó al caballero entre sudores a pesar de las bajas temperaturas.
Gabrielle Allen Claire
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Lo último que deseaba antes de llegar a casa, era precisamente una pelea. Solamente quería un tránsito tranquilo hasta Lunargenta, ver a sus amigos, y también comprobar cómo le había ido a Sandal con el negocio en su ausencia.
Imaginaba que bien. El enano era muy habilidoso con las cuentas y la clientela. Casi toda la que tenían era por obra del chico, que había mantenido contacto con la mayor parte de las personas, que trataban con el antiguo dueño con el que trabajaba, anteriormente a su fallecimiento.
Le apenaba en cierta manera dejar a Sandal solo con toda la carga del taller. Pero esa era parte del trato. Él compraba el local, y seguiría con su vida de mercenario por el mundo. Mientras tanto, su amigo se encargaría del negocio en sus ausencias, y a cambio sería socio comercial junto a él. No un simple ayudante, sino que desde que el brujo comprara el taller, ambos serían socios. Él cargaría con el peso de comprar el sitio, y Sandal con llevarlo en solitario, el tiempo que durasen sus aventuras.
Aún así, no le hacía gracia dejar al muchacho solo y con todos los problemas de llevar un negocio sin ayuda. Pero bueno, ese el trato, y el chico parecía feliz haciéndolo. Además de que lo hacía francamente bien, y Caroline le echaba una mano cuando lo necesitaba. Extraña pareja de amigos formaban aquellos dos.
El rubio es mantuvo activo y en movimiento, evitando ser ensartado por la espada de uno de los dos contrincantes que quedaban. Solamente tendría que despachar a esos dos, con ayuda de la ágil rubia que se había convertido en su aliada improvisada. O debería decir que se había convertido él, en su compañero inesperado. A fin de cuentas, ella se había dado cuenta primero de lo que pasaba con la carreta, y él había corrido al lugar después que ella.
Bueno, daba igual. El caso es que solo dos hombres se interponían en sus deseos de llegar a casa. Y no estaba dispuesto a que esos bandidos se salieran con la suya, ni tampoco a que le impidieran llegar a Lunargenta.
Su espada resonó varias veces contra el de su oponente, en una danza peligrosa de acero y frío. Con la muerte acechando en cada paso, en cada descuido. Tenía que mantener la concentración si quería terminar bien parado de todo aquello, pues había luchado en suficientes combates para saber, que un despiste podía ser fatal.
El rubio contraatacó con determinación, pero el maleante se defendía bien con su espada, así que todos sus ataques de momento estaban siendo inútiles. Esto iba para largo.
Tremendo problema. Pues el grito de súplica de la rubia indicaba que no tenía mucho tiempo. Eso pareció suponer su rival, ya que sonrió, al escuchar la petición de ayuda de la chica.
- Parece que todo se ha torcido para ti-, comentó el hombre.
Vincent no respondió, y por su parte desenvainó su daga con la mano libre. Rápidamente creó un conjuro de aire que levantó una gran cantidad de polvo helado contra el enemigo que tenía delante, y se acercó con velocidad, aprovechando la confusión del bandido que no pudo cubrirse de la nieve y tosía con fuerza. Desvió con su espada, el ataque que el maleante realizó contra él, muy torpe por las toses que intentaba calmar el hombre en vano. Y sin perder un segundo le clavó su daga en el muslo, sacando un grito de dolor del secuestrador.
Este se defendió con otro ataque aún más torpe por su pierna incapacitada, y el rubio aprovechó para golpearle con la parte plana de su espada tras el muslo ensangrentado. Otro grito de dolor salió de su boca, mientras se arrodillaba sin poder evitarlo. En ese momento el brujo le propinó un rodillazo de frente, en toda la cara, que lo dejó inconsciente y tirado de espaldas.
- Sí. Lo has dicho. Parece que todo se ha torcido para mí-, dijo, arrodillándose al lado del bandido, y extrayendo su daga de su muslo. - Solo lo parece-, comentó finalmente, mirando hacia donde estaba la chica en problemas.
No tenía un segundo que perder, así que limpió rápidamente la hoja de su daga en la ropa del malhechor tirado en el suelo, y la guardó en su vaina. Corrió hacia el carro, y se apoyó en la rueda del carro con una de sus piernas. Aprovechando el impulso de la carrera, se agarró al costado del carromato, y se subió a la parte de atrás de un salto.
- Amigo, ya solamente quedas tú-, le dijo al hombre, llamando su atención desde su espalda. - Te aconsejaría huir, pues tu situación es precaria-, bromeó con su acostumbrado humor.
La chica estaba herida, podía verlo desde su nueva posición. Pero en cambio, el maleante que la había herido estaba entre la espada y la pared, pues estaba en medio de dos adversarios. Entre él y su compañera de dorados cabellos. No podría luchar contra los dos con la espalda expuesta de ese modo.
Imaginaba que bien. El enano era muy habilidoso con las cuentas y la clientela. Casi toda la que tenían era por obra del chico, que había mantenido contacto con la mayor parte de las personas, que trataban con el antiguo dueño con el que trabajaba, anteriormente a su fallecimiento.
Le apenaba en cierta manera dejar a Sandal solo con toda la carga del taller. Pero esa era parte del trato. Él compraba el local, y seguiría con su vida de mercenario por el mundo. Mientras tanto, su amigo se encargaría del negocio en sus ausencias, y a cambio sería socio comercial junto a él. No un simple ayudante, sino que desde que el brujo comprara el taller, ambos serían socios. Él cargaría con el peso de comprar el sitio, y Sandal con llevarlo en solitario, el tiempo que durasen sus aventuras.
Aún así, no le hacía gracia dejar al muchacho solo y con todos los problemas de llevar un negocio sin ayuda. Pero bueno, ese el trato, y el chico parecía feliz haciéndolo. Además de que lo hacía francamente bien, y Caroline le echaba una mano cuando lo necesitaba. Extraña pareja de amigos formaban aquellos dos.
El rubio es mantuvo activo y en movimiento, evitando ser ensartado por la espada de uno de los dos contrincantes que quedaban. Solamente tendría que despachar a esos dos, con ayuda de la ágil rubia que se había convertido en su aliada improvisada. O debería decir que se había convertido él, en su compañero inesperado. A fin de cuentas, ella se había dado cuenta primero de lo que pasaba con la carreta, y él había corrido al lugar después que ella.
Bueno, daba igual. El caso es que solo dos hombres se interponían en sus deseos de llegar a casa. Y no estaba dispuesto a que esos bandidos se salieran con la suya, ni tampoco a que le impidieran llegar a Lunargenta.
Su espada resonó varias veces contra el de su oponente, en una danza peligrosa de acero y frío. Con la muerte acechando en cada paso, en cada descuido. Tenía que mantener la concentración si quería terminar bien parado de todo aquello, pues había luchado en suficientes combates para saber, que un despiste podía ser fatal.
El rubio contraatacó con determinación, pero el maleante se defendía bien con su espada, así que todos sus ataques de momento estaban siendo inútiles. Esto iba para largo.
Tremendo problema. Pues el grito de súplica de la rubia indicaba que no tenía mucho tiempo. Eso pareció suponer su rival, ya que sonrió, al escuchar la petición de ayuda de la chica.
- Parece que todo se ha torcido para ti-, comentó el hombre.
Vincent no respondió, y por su parte desenvainó su daga con la mano libre. Rápidamente creó un conjuro de aire que levantó una gran cantidad de polvo helado contra el enemigo que tenía delante, y se acercó con velocidad, aprovechando la confusión del bandido que no pudo cubrirse de la nieve y tosía con fuerza. Desvió con su espada, el ataque que el maleante realizó contra él, muy torpe por las toses que intentaba calmar el hombre en vano. Y sin perder un segundo le clavó su daga en el muslo, sacando un grito de dolor del secuestrador.
Este se defendió con otro ataque aún más torpe por su pierna incapacitada, y el rubio aprovechó para golpearle con la parte plana de su espada tras el muslo ensangrentado. Otro grito de dolor salió de su boca, mientras se arrodillaba sin poder evitarlo. En ese momento el brujo le propinó un rodillazo de frente, en toda la cara, que lo dejó inconsciente y tirado de espaldas.
- Sí. Lo has dicho. Parece que todo se ha torcido para mí-, dijo, arrodillándose al lado del bandido, y extrayendo su daga de su muslo. - Solo lo parece-, comentó finalmente, mirando hacia donde estaba la chica en problemas.
No tenía un segundo que perder, así que limpió rápidamente la hoja de su daga en la ropa del malhechor tirado en el suelo, y la guardó en su vaina. Corrió hacia el carro, y se apoyó en la rueda del carro con una de sus piernas. Aprovechando el impulso de la carrera, se agarró al costado del carromato, y se subió a la parte de atrás de un salto.
- Amigo, ya solamente quedas tú-, le dijo al hombre, llamando su atención desde su espalda. - Te aconsejaría huir, pues tu situación es precaria-, bromeó con su acostumbrado humor.
La chica estaba herida, podía verlo desde su nueva posición. Pero en cambio, el maleante que la había herido estaba entre la espada y la pared, pues estaba en medio de dos adversarios. Entre él y su compañera de dorados cabellos. No podría luchar contra los dos con la espalda expuesta de ese modo.
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No pudo contener poner su mano izquierda en la herida mientras no perdía al adversario de vista. Apenas , un poco tambaleante , sudosa, agitada, e impaciente trató de esquivar en lo más posible los próximos ataques del contrincante.
Si Lila, su hermana estuviera en ese momento, se habría puesto a llorar como una niña en el suelo suplicando clemencia. Las mujeres aunque estuvieran en aprietos debían ser orgullosas, ser fuertes, pero nunca se les tenia que enseñar porque afuera existía un millón de peligros hacia su sexo por ese simple hecho.
A una mujer se la debía enseñar a pelear, pero no por miedo.
El ladronzuelo continuaba burlándose de la rubia malherida mientras aquel de los dorados cabellos acaba con su oponente, si ella hubiera clavado el sai en la rodilla como aquel, de seguro aquel mentecato hubiera acabado llorando mientras se arrastraba para no recibir golpe alguno.
Pero así no fue.
Se hizo una interrupción. El caballero también se subió de un impulso colocándose en la espalda del oponente.
-¡Menos mal que llegas justo ahora!- Exclamó la del cabello como el sol.
-¿Necesitas ayuda mujer?- Continuó restregando sin importar la presencia del caballero.- Quizás tu puesto estaba junto a la loza.- Echó una risilla simple y burlona desenfundando de nuevo hacia el caballero.
Tan solo faltan tres segundos para enfadar a una mujer. A Gabrielle le bastó tan solo uno para salir al trote hacia él y dar una patada entre el hueco de sus piernas, mientras el otro que fallaba dicho ataque , remató con un codazo en la cara y volvió a rechistar por la herida.
- Odio a los seres como tú. Tan impertinentes.- Lo miró de reojo , mientras su compañero se encargaba del asunto.
Si Lila, su hermana estuviera en ese momento, se habría puesto a llorar como una niña en el suelo suplicando clemencia. Las mujeres aunque estuvieran en aprietos debían ser orgullosas, ser fuertes, pero nunca se les tenia que enseñar porque afuera existía un millón de peligros hacia su sexo por ese simple hecho.
A una mujer se la debía enseñar a pelear, pero no por miedo.
El ladronzuelo continuaba burlándose de la rubia malherida mientras aquel de los dorados cabellos acaba con su oponente, si ella hubiera clavado el sai en la rodilla como aquel, de seguro aquel mentecato hubiera acabado llorando mientras se arrastraba para no recibir golpe alguno.
Pero así no fue.
Se hizo una interrupción. El caballero también se subió de un impulso colocándose en la espalda del oponente.
-¡Menos mal que llegas justo ahora!- Exclamó la del cabello como el sol.
-¿Necesitas ayuda mujer?- Continuó restregando sin importar la presencia del caballero.- Quizás tu puesto estaba junto a la loza.- Echó una risilla simple y burlona desenfundando de nuevo hacia el caballero.
Tan solo faltan tres segundos para enfadar a una mujer. A Gabrielle le bastó tan solo uno para salir al trote hacia él y dar una patada entre el hueco de sus piernas, mientras el otro que fallaba dicho ataque , remató con un codazo en la cara y volvió a rechistar por la herida.
- Odio a los seres como tú. Tan impertinentes.- Lo miró de reojo , mientras su compañero se encargaba del asunto.
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Re: De vuelta a casa {Libre} {Cerrado}
Que mal se había puesto todo para los bandidos. Con lo bien que lo tenían, con un carro entero, y una superioridad numérica, con la que quitarse de en medio a las únicas dos personas que se interponían entre ellos y su botín. Hasta tendrían dos mujeres con las que divertirse. Si es que lo que pretendían hacer con las chicas se podía considerar diversión, claro. Seguramente para tipos de su calaña así fuera. No obstante, por suerte para las jóvenes, esos bandidos no les llegaban a la suela de los zapatos, en cuestión de combate, a los repentinos rescatadores que habían llegado.
Y por ello, en cuestión de tiempo, para aquellos que se las prometían tan felices al principio, todo se había torcido de una forma inesperada. Por culpa de un contratiempo que seguramente nunca habrían imaginado, pero que había sido tan efectivo y problemático para ellos, como encontrarse con una patrulla de la guardia.
Tanto la rubia que había iniciado el rescate, como él, habían ido reduciendo a cada uno de los asaltantes, hasta el punto de quedar solamente uno. Y la única pregunta que se le pasaba por la cabeza, era referente a lo que haría ese sujeto. ¿Sería inteligente, y correría como alma perseguida por demonios? O en cambio sería tan estúpido para enfrentarse a ellos en desventaja numérica, y en una posición totalmente comprometida.
Sobra decir, que la elección del bandido fue la del tonto. O mejor dicho la del hombre sin pelotas. Eso tenía que doler. Fue una forma efectiva de comprobar, que sería mala idea cabrear a esa mujer.
De todos modos, no perdió el tiempo, y rápidamente se movió hacia adelante para golpear al maleante, con una patada tras la rodilla. Dicho golpe provocó que se arrodillara, aunque no es que estuviera muy bien antes de esa patada, pues la de la mujer había sido muy… certera, por definirla de alguna manera. Empujó al hombre contra el costado, y lo lanzó abajo.
Una nube de polvo blanco se levantó con la caída del bandido, pero antes de que este pudiera moverse, el brujo saltó a su lado y le colocó la punta de la espada al cuello.
- No te muevas. La opción de huir la perdiste antes-, dijo con voz firme. Miró a su lado, y vio a las dos chicas que habían intentado vejar los bandidos. Aún estaban nerviosas por la situación que acaban de vivir. - ¿Estáis bien? - preguntó, aunque imaginaba que aún les duraría el susto en el cuerpo durante un buen rato. - Ya pasó todo, pero necesito una cuerda. Así podré atar a estos tipejos, para darle un bonito a la guardia-, sonrió a las damas, de forma amistosa, buscando tranquilizarlas.
Si las chicas no tenían, siempre llevaba un buen tramo de soga en su morral de viaje. No era algo tan indispensable, como la comida, el agua o sus armas. Pero una buena cuerda, si que podía hacer falta para algunas situaciones, y acabar echando en falta tener una a mano, en el peor momento posible. Cuando uno se echaba a la aventura por el mundo, era mejor ser precavido si se quería vivir muchos años.
- Tenemos una-, dijo una de las jóvenes, justo antes de correr a buscarla. Con ello le ahorraron tener que usar la suya.
Al rato, la chica volvió con una cuerda, que usó para atar a todos los hombres alrededor de un árbol. Le llevó un buen rato inmovilizar a todos. Pues primero tuvo que llevar hasta el árbol al asaltante que quedaba en pie. Allí lo ató con un trozo de la cuerda, que había cortado con su daga. Y después lo registró para quitarle cualquier arma, aunque con los brazos como los tenía, poco podría hacer. Finalmente llevó a los cinco inconscientes, arrastrándolos, y los ató con el resto de la cuerda alrededor del mismo árbol que al primero de los bandidos.
- Qué bonitos habéis quedado. Seguro que la guardia se emociona al veros-, se mofó.
- Vete a tomar por el culo. Maldito hijo de pu…-, comenzó a insultarlo, el ladrón que quedaba despierto.
Así que el brujo no tuvo más remedio que tomar un trozo de tela que ponerle en la boca, y anudarlo detrás de la nuca del propio malhablado maleante.
- ¿Tus padres no te enseñaron buenos modales? - dijo, mientras terminaba de anudar el pañuelo. - ¿A ser buena persona y a no robar, y además a no insultar a la gente? Esto te mantendrá callado-, bromeó, y le dio dos toques amistosos en la cabeza, que hicieron la escena más burlesca aún. Después se dio la vuelta y se pudo olvidar de los bandidos.
Asunto resuelto. El de los ladrones al menos. Eso los mantendría ocupados durante un buen rato.
- Veo que eres una mujer de armas tomar, eh-, comentó sonriente, dirigiendo su voz y su mirada hacia la rubia, mientras se acercaba nuevamente al carro. - Y también he visto que estás herida. Será mejor que vayas al hospital de Lunargenta. Allí te proporcionarán los mejores cuidados. Lo sé, porque lo visito más a menudo de lo que crees. Supongo que tengo facilidad para meterme en líos-, bromeó, cuando estuvo mucho más cerca de la chica, dibujando su media sonrisa tan característica en los labios. - Por cierto, mi nombre es Vincent. Vincent Calhoun para servirla.
Y por ello, en cuestión de tiempo, para aquellos que se las prometían tan felices al principio, todo se había torcido de una forma inesperada. Por culpa de un contratiempo que seguramente nunca habrían imaginado, pero que había sido tan efectivo y problemático para ellos, como encontrarse con una patrulla de la guardia.
Tanto la rubia que había iniciado el rescate, como él, habían ido reduciendo a cada uno de los asaltantes, hasta el punto de quedar solamente uno. Y la única pregunta que se le pasaba por la cabeza, era referente a lo que haría ese sujeto. ¿Sería inteligente, y correría como alma perseguida por demonios? O en cambio sería tan estúpido para enfrentarse a ellos en desventaja numérica, y en una posición totalmente comprometida.
Sobra decir, que la elección del bandido fue la del tonto. O mejor dicho la del hombre sin pelotas. Eso tenía que doler. Fue una forma efectiva de comprobar, que sería mala idea cabrear a esa mujer.
De todos modos, no perdió el tiempo, y rápidamente se movió hacia adelante para golpear al maleante, con una patada tras la rodilla. Dicho golpe provocó que se arrodillara, aunque no es que estuviera muy bien antes de esa patada, pues la de la mujer había sido muy… certera, por definirla de alguna manera. Empujó al hombre contra el costado, y lo lanzó abajo.
Una nube de polvo blanco se levantó con la caída del bandido, pero antes de que este pudiera moverse, el brujo saltó a su lado y le colocó la punta de la espada al cuello.
- No te muevas. La opción de huir la perdiste antes-, dijo con voz firme. Miró a su lado, y vio a las dos chicas que habían intentado vejar los bandidos. Aún estaban nerviosas por la situación que acaban de vivir. - ¿Estáis bien? - preguntó, aunque imaginaba que aún les duraría el susto en el cuerpo durante un buen rato. - Ya pasó todo, pero necesito una cuerda. Así podré atar a estos tipejos, para darle un bonito a la guardia-, sonrió a las damas, de forma amistosa, buscando tranquilizarlas.
Si las chicas no tenían, siempre llevaba un buen tramo de soga en su morral de viaje. No era algo tan indispensable, como la comida, el agua o sus armas. Pero una buena cuerda, si que podía hacer falta para algunas situaciones, y acabar echando en falta tener una a mano, en el peor momento posible. Cuando uno se echaba a la aventura por el mundo, era mejor ser precavido si se quería vivir muchos años.
- Tenemos una-, dijo una de las jóvenes, justo antes de correr a buscarla. Con ello le ahorraron tener que usar la suya.
Al rato, la chica volvió con una cuerda, que usó para atar a todos los hombres alrededor de un árbol. Le llevó un buen rato inmovilizar a todos. Pues primero tuvo que llevar hasta el árbol al asaltante que quedaba en pie. Allí lo ató con un trozo de la cuerda, que había cortado con su daga. Y después lo registró para quitarle cualquier arma, aunque con los brazos como los tenía, poco podría hacer. Finalmente llevó a los cinco inconscientes, arrastrándolos, y los ató con el resto de la cuerda alrededor del mismo árbol que al primero de los bandidos.
- Qué bonitos habéis quedado. Seguro que la guardia se emociona al veros-, se mofó.
- Vete a tomar por el culo. Maldito hijo de pu…-, comenzó a insultarlo, el ladrón que quedaba despierto.
Así que el brujo no tuvo más remedio que tomar un trozo de tela que ponerle en la boca, y anudarlo detrás de la nuca del propio malhablado maleante.
- ¿Tus padres no te enseñaron buenos modales? - dijo, mientras terminaba de anudar el pañuelo. - ¿A ser buena persona y a no robar, y además a no insultar a la gente? Esto te mantendrá callado-, bromeó, y le dio dos toques amistosos en la cabeza, que hicieron la escena más burlesca aún. Después se dio la vuelta y se pudo olvidar de los bandidos.
Asunto resuelto. El de los ladrones al menos. Eso los mantendría ocupados durante un buen rato.
- Veo que eres una mujer de armas tomar, eh-, comentó sonriente, dirigiendo su voz y su mirada hacia la rubia, mientras se acercaba nuevamente al carro. - Y también he visto que estás herida. Será mejor que vayas al hospital de Lunargenta. Allí te proporcionarán los mejores cuidados. Lo sé, porque lo visito más a menudo de lo que crees. Supongo que tengo facilidad para meterme en líos-, bromeó, cuando estuvo mucho más cerca de la chica, dibujando su media sonrisa tan característica en los labios. - Por cierto, mi nombre es Vincent. Vincent Calhoun para servirla.
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Re: De vuelta a casa {Libre} {Cerrado}
Pude ver la pelea desde la distancia. Me acerqué desde el primer momento, pero los bandidos eran demasiados y estaban fuera de mi alcance. Cuando llegué a estar al alcance como para dispararles ya estaban siendo reducidos. De todos modos podría informar del suceso y ayudar a los héroes que los habían derrotado.
Me acerqué desde donde me encontraba. Los bandidos estaban atados pero seguramente haría falta avisar de este incidente a los guardias. Descarté el llevarlos personalmente: eran demasiados para mi.
-¿Hola? ¿Está todo bien? ¿Os puedo ayudar en algo?
Me paré a observarlos. Sin duda el hombre era alguien conocido: el llamado "mago". Tal vez pudiese hablar con él y pedirle consejo, su nombre era bastante conocido dentro de Lunargenta, y tal vez pudiese conseguir convertirme en su aprendiz, parcialmente.
-Avisaré a la guardia del incidente-dije, y procedí a lanzar una flecha con mensaje a una torre de vigilancia. Posiblemente lo viesen y viniesen pronto.
Me acerqué desde donde me encontraba. Los bandidos estaban atados pero seguramente haría falta avisar de este incidente a los guardias. Descarté el llevarlos personalmente: eran demasiados para mi.
-¿Hola? ¿Está todo bien? ¿Os puedo ayudar en algo?
Me paré a observarlos. Sin duda el hombre era alguien conocido: el llamado "mago". Tal vez pudiese hablar con él y pedirle consejo, su nombre era bastante conocido dentro de Lunargenta, y tal vez pudiese conseguir convertirme en su aprendiz, parcialmente.
-Avisaré a la guardia del incidente-dije, y procedí a lanzar una flecha con mensaje a una torre de vigilancia. Posiblemente lo viesen y viniesen pronto.
Última edición por Sir Jesus of Quiri el Jue Mar 23 2017, 15:03, editado 1 vez
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Re: De vuelta a casa {Libre} {Cerrado}
El asaltante cayó como un saco de eno en el suelo, impactante a la vez de seco. Mucho podría retorcerse de lado a lado, que el hombre de un salto cayó al lado poniendo su hoja en la garganta, había tenido la oportunidad de huir, de nos buscarse más problemas, pero supongo que ante un hombre que nunca posee respeto hacia las demás vidas, pensó que podría con la rubia.
El caballero pidió una cuerda a las damas que fueron molestadas en el asunto, y como toda mujer apañada, se pusieron manos a la obra y lo ataron en un árbol junto a los otros. Al menos esa es la parte que llegó a ver Gabrielle, que mientras se levantaba con la mano en la herida, una de las chicas se acercó y la tapó con una capa de lana.-Esta fabricada con la lana del ganado de mi abuela. Contaba la dama mientras abrigaba a la heroína regalandole una sonrisa por el acto.
-¡Oh no! ¡Es un regalo de tu abuela! Se negaba Gabrielle ante la capa tratando de quitársela.- ¡No te preocupes! ¡Quedatela! Es lo mínimo por toda la ayuda que nos han brindado Volvió a abrocharla mientras trataba de aguantar la risa, si Gabrielle hubiera sido la muchacha de hace tantos años no sabría como reaccionar ante la situación, pero le venía bien, hacia tanto frío que los pies se volvían escarcha al andar, así que agradeció a aquella dama aquel bonito gesto.
El caballero volvía a arrimarse comentándole que era una mujer de armas tomar.- Bueno o me toman ellas a mi ja ja ja Bromeó del asuntó con aquel caballero, que parecía mirar fijamente su herida. Aconsejando a la muchacha de ir al hospital de Lunargenta, por su gran fama por la medicina hizo que la guerrera pensará que no era una información nueva, conocía el nivel de medicina de allí, y era realmente fantástico.
Con media sonrisa en la boca, se presentó ante la rubia.-Así que Vincent Comentó con un tono burlón hacia el hombre de cabello dorado.-Me llamo Gabrielle. Tendió su mano a Vincent orgullosa por el comportamiento de aquel.Gabrielle Allen Claire, pero no suena tan profesional , me temo. Volvió a bromear con el hombre.-Eres un gran guerrero Vincent. Da gusto cruzarse con personas así de valientes Halagó a Vincent mientras ambos eran interrumpidos por una tercera persona.
-¡Oh! Me temo que llega tarde caballero. Vincent acabó con todos como un huracán. Comentó mientras daba una palmadita en el hombro de Vincent.
El caballero pidió una cuerda a las damas que fueron molestadas en el asunto, y como toda mujer apañada, se pusieron manos a la obra y lo ataron en un árbol junto a los otros. Al menos esa es la parte que llegó a ver Gabrielle, que mientras se levantaba con la mano en la herida, una de las chicas se acercó y la tapó con una capa de lana.-Esta fabricada con la lana del ganado de mi abuela. Contaba la dama mientras abrigaba a la heroína regalandole una sonrisa por el acto.
-¡Oh no! ¡Es un regalo de tu abuela! Se negaba Gabrielle ante la capa tratando de quitársela.- ¡No te preocupes! ¡Quedatela! Es lo mínimo por toda la ayuda que nos han brindado Volvió a abrocharla mientras trataba de aguantar la risa, si Gabrielle hubiera sido la muchacha de hace tantos años no sabría como reaccionar ante la situación, pero le venía bien, hacia tanto frío que los pies se volvían escarcha al andar, así que agradeció a aquella dama aquel bonito gesto.
El caballero volvía a arrimarse comentándole que era una mujer de armas tomar.- Bueno o me toman ellas a mi ja ja ja Bromeó del asuntó con aquel caballero, que parecía mirar fijamente su herida. Aconsejando a la muchacha de ir al hospital de Lunargenta, por su gran fama por la medicina hizo que la guerrera pensará que no era una información nueva, conocía el nivel de medicina de allí, y era realmente fantástico.
Con media sonrisa en la boca, se presentó ante la rubia.-Así que Vincent Comentó con un tono burlón hacia el hombre de cabello dorado.-Me llamo Gabrielle. Tendió su mano a Vincent orgullosa por el comportamiento de aquel.Gabrielle Allen Claire, pero no suena tan profesional , me temo. Volvió a bromear con el hombre.-Eres un gran guerrero Vincent. Da gusto cruzarse con personas así de valientes Halagó a Vincent mientras ambos eran interrumpidos por una tercera persona.
-¡Oh! Me temo que llega tarde caballero. Vincent acabó con todos como un huracán. Comentó mientras daba una palmadita en el hombro de Vincent.
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Re: De vuelta a casa {Libre} {Cerrado}
El brujo sonrió y no pudo evitar reír cuando escuchó la broma de la joven. Parecía que no solo había dado con una chica que no dudaba en defender a los demás, sino que también era una muchacha pizpireta, por lo que podía comprobar.
- Bueno, el caso es que has sido muy valiente. No todo el mundo habría hecho lo que vos. Arriesgar la vida por proteger a otras personas-, comentó sincero, y se alejó unos pasos para recuperar su bolsa de viaje del suelo.
Había quedado allí tirada, cuando la había dejado caer antes de iniciar el combate. Para que no le molestara y tener la mayor libertad de movimientos posible. Los copos de nieve se habían quedado adheridos a la piel del morral, y tuvo que darle algunos golpes ligeros para limpiarlo, mientras retornaba hacia donde se encontraba la rubia.
- Así es, señorita. Ese es mi nombre-, comentó y sonrió, cuando la dama pronunció su nombre. - Pues encantado de conocerla, Gabrielle. Como le decía, es un placer conocer a personas como vos, aunque sea en situaciones tan malas como esta-, dijo, colocándose su bolso al hombro. - Aunque no sabía que mi nombre sonara profesional. Será un dato que tendré en cuenta para el futuro. Seguro que si sueno profesional, vendrá más gente a mi local para contratar mis servicios-, rió.
Conversar con la joven era agradable, y le daba la sensación de que no se había equivocado con ella. Era bastante simpática, a la par que valiente.
- No sé si tan gran guerrero, pero hago lo que puedo-, bromeó con modestia. - Aunque creo será mejor que nos movamos, y hablemos por el camino hasta la ciudad. Es preferible que te curen lo más pronto posible.
Era mejor tratar las heridas cuanto antes. Así que teniendo tan cerca, un hospital tan bueno como el de Lunargenta, la opción más sensata era ir hasta él sin perder tiempo. Sin prisas, pues la herida no era grave, pero sin pausa.
No obstante, algo tan simple como ir hasta la ciudad, se volvía un poco complejo por la situación. Esos maleantes amarrados al árbol, debían ser vigilados hasta el momento en que llegara alguien de la guardia. Después de avisar a la susodicha milicia de la ciudad, claro estaba.
Si acompañaba a Gabrielle al hospital, tendrían que quedarse las jóvenes vigilando a los bandidos. Y no le hacía gracia, que se quedaran las chicas, después de lo que habían tenido que soportar. Tendría que cambiar su idea inicial de acompañar a la rubia. Sería más apropiado que las muchachas llevaran en su carro a Gabrielle, y que él se quedara vigilando, hasta que llegara un soldado de la guardia cuando las mujeres dieran aviso. Además, en el carro iría más rápido, por lo que era la mejor elección.
El rubio no había podido hablar, cuando apareció un joven de castaños cabellos.
- Muy amable. Nunca sobran manos que ayuden-, sonrió al muchacho como saludo. - ¿Serías tan cordial, de acompañar a las chicas hasta la ciudad? Me temo que alguien debe vigilar a estos malhechores, y que debo ser yo-, comentó al joven.
Sin embargo, el chico escribió un mensaje en un trozo de papel, y luego lo disparó la torre de vigilancia más cercana.
- Vaya, menudo disparo. Eso os ahorrará avisar a los guardias al pie de la torre, y a mi tener que esperar aquí en solitario-, dijo animado. - Aunque espero que esos soldados no se lo tomen como un ataque, y nos llenen de flechas-, bromeó, sabiendo que no sería así. Entenderían el motivo de la flecha en cuanto leyeran el mensaje.
Eso cambiaba los planes nuevamente, y con ello podría viajar junto al resto hasta la ciudad. Sin tener que quedase solo, a la vez que vigilaba a los bandidos.
- No creo que tarden en venir. Y entonces todos podremos seguir nuestro camino-, comentó. - Por cierto, mi nombre es Vincent, como os ha comentado la señorita Gabrielle-, hizo un ademán con la mano, señalando que se trataba de la joven que le había dirigido la palabra al llegar. - Aunque tengo que decir, que Gabrielle me tiene en demasiada estima-, rió. - La joven ha tenido mucho que ver con la derrota de estos ladrones. En ningún caso los he derrotado yo solo-, sonrió.
No era ninguna mentira. Quizás pudiera haber vencido a esos bandidos en solitario, usando todo su potencial y poderes. Pero no había sido el caso. Esos hombres habían sido derrotados, con la inestimable ayuda de Gabrielle.
- ¿Cuál es vuestro nombre? Si me permitís la pregunta-, preguntó al recién llegado.
- Bueno, el caso es que has sido muy valiente. No todo el mundo habría hecho lo que vos. Arriesgar la vida por proteger a otras personas-, comentó sincero, y se alejó unos pasos para recuperar su bolsa de viaje del suelo.
Había quedado allí tirada, cuando la había dejado caer antes de iniciar el combate. Para que no le molestara y tener la mayor libertad de movimientos posible. Los copos de nieve se habían quedado adheridos a la piel del morral, y tuvo que darle algunos golpes ligeros para limpiarlo, mientras retornaba hacia donde se encontraba la rubia.
- Así es, señorita. Ese es mi nombre-, comentó y sonrió, cuando la dama pronunció su nombre. - Pues encantado de conocerla, Gabrielle. Como le decía, es un placer conocer a personas como vos, aunque sea en situaciones tan malas como esta-, dijo, colocándose su bolso al hombro. - Aunque no sabía que mi nombre sonara profesional. Será un dato que tendré en cuenta para el futuro. Seguro que si sueno profesional, vendrá más gente a mi local para contratar mis servicios-, rió.
Conversar con la joven era agradable, y le daba la sensación de que no se había equivocado con ella. Era bastante simpática, a la par que valiente.
- No sé si tan gran guerrero, pero hago lo que puedo-, bromeó con modestia. - Aunque creo será mejor que nos movamos, y hablemos por el camino hasta la ciudad. Es preferible que te curen lo más pronto posible.
Era mejor tratar las heridas cuanto antes. Así que teniendo tan cerca, un hospital tan bueno como el de Lunargenta, la opción más sensata era ir hasta él sin perder tiempo. Sin prisas, pues la herida no era grave, pero sin pausa.
No obstante, algo tan simple como ir hasta la ciudad, se volvía un poco complejo por la situación. Esos maleantes amarrados al árbol, debían ser vigilados hasta el momento en que llegara alguien de la guardia. Después de avisar a la susodicha milicia de la ciudad, claro estaba.
Si acompañaba a Gabrielle al hospital, tendrían que quedarse las jóvenes vigilando a los bandidos. Y no le hacía gracia, que se quedaran las chicas, después de lo que habían tenido que soportar. Tendría que cambiar su idea inicial de acompañar a la rubia. Sería más apropiado que las muchachas llevaran en su carro a Gabrielle, y que él se quedara vigilando, hasta que llegara un soldado de la guardia cuando las mujeres dieran aviso. Además, en el carro iría más rápido, por lo que era la mejor elección.
El rubio no había podido hablar, cuando apareció un joven de castaños cabellos.
- Muy amable. Nunca sobran manos que ayuden-, sonrió al muchacho como saludo. - ¿Serías tan cordial, de acompañar a las chicas hasta la ciudad? Me temo que alguien debe vigilar a estos malhechores, y que debo ser yo-, comentó al joven.
Sin embargo, el chico escribió un mensaje en un trozo de papel, y luego lo disparó la torre de vigilancia más cercana.
- Vaya, menudo disparo. Eso os ahorrará avisar a los guardias al pie de la torre, y a mi tener que esperar aquí en solitario-, dijo animado. - Aunque espero que esos soldados no se lo tomen como un ataque, y nos llenen de flechas-, bromeó, sabiendo que no sería así. Entenderían el motivo de la flecha en cuanto leyeran el mensaje.
Eso cambiaba los planes nuevamente, y con ello podría viajar junto al resto hasta la ciudad. Sin tener que quedase solo, a la vez que vigilaba a los bandidos.
- No creo que tarden en venir. Y entonces todos podremos seguir nuestro camino-, comentó. - Por cierto, mi nombre es Vincent, como os ha comentado la señorita Gabrielle-, hizo un ademán con la mano, señalando que se trataba de la joven que le había dirigido la palabra al llegar. - Aunque tengo que decir, que Gabrielle me tiene en demasiada estima-, rió. - La joven ha tenido mucho que ver con la derrota de estos ladrones. En ningún caso los he derrotado yo solo-, sonrió.
No era ninguna mentira. Quizás pudiera haber vencido a esos bandidos en solitario, usando todo su potencial y poderes. Pero no había sido el caso. Esos hombres habían sido derrotados, con la inestimable ayuda de Gabrielle.
- ¿Cuál es vuestro nombre? Si me permitís la pregunta-, preguntó al recién llegado.
Vincent Calhoun
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Re: De vuelta a casa {Libre} {Cerrado}
Primero oí la respuesta de la chica. Efectivamente eso es lo que había visto mientras me acercaba, al caballero Vincent reduciendo a los malhechores en relativamente poco tiempo.
Pero, como dijo el propio Vincent, haría falta que la guardia llegase pronto y vigilarlos mientras tanto. Oí después su broma
-Despreocupaos, los guardias me conocen y están acostumbrados. Leerán la carta y vendrán pronto. Aunque si queréis, mientras vamos de camino puedo ir echándoles un ojo- dije, señalando la ballesta. De poco tiempo dispondrían para huir si les vigilaba listo para dispararles. Dirigí a la par mi mirada hacia la torre. De ella salían dos guardias del destacamento encargado de los caminos, aparentemente en nuestra dirección. Luego miré de vuelta a los bandidos. Estaban aún inconscientes.
-Encantado de conoceros, Gabrielle y Vincent, mi nombre es (todavía) Jesus of Quiri, soy un simple escudero de la pequeña nobleza local, aunque me enorgullezco de mis antepasados. También tengo ciertos conocidos en Lunargenta, algo por otro lado normal siendo de por aquí.
Pero, como dijo el propio Vincent, haría falta que la guardia llegase pronto y vigilarlos mientras tanto. Oí después su broma
-Despreocupaos, los guardias me conocen y están acostumbrados. Leerán la carta y vendrán pronto. Aunque si queréis, mientras vamos de camino puedo ir echándoles un ojo- dije, señalando la ballesta. De poco tiempo dispondrían para huir si les vigilaba listo para dispararles. Dirigí a la par mi mirada hacia la torre. De ella salían dos guardias del destacamento encargado de los caminos, aparentemente en nuestra dirección. Luego miré de vuelta a los bandidos. Estaban aún inconscientes.
-Encantado de conoceros, Gabrielle y Vincent, mi nombre es (todavía) Jesus of Quiri, soy un simple escudero de la pequeña nobleza local, aunque me enorgullezco de mis antepasados. También tengo ciertos conocidos en Lunargenta, algo por otro lado normal siendo de por aquí.
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Re: De vuelta a casa {Libre} {Cerrado}
Aquel momento se estaba volviendo realmente suave, era muy reconfortante aquel hombre, sus bromas, sus actos, su actitud, realmente agradaron a la pequeña Gabrielle. La chica no pudo evitar reírse ante sus bromas, tenía sin duda, un pequeño presentimiento que le agarraba al corazón, que al final de esta aventura improvisada, lograría hacer una amistad con Vincent, que se giró también con el buen muchacho que se había acercado al lugar.
Disparó hacia la torre de vigilancia un mensaje para informar de aquellos rufianes,mientras las damas, que rodeaban a la rubia, empezaron cuchichear sobre el nuevo joven. Gabrielle arqueaba la ceja con una sonrisa risueña, notaba que ellas era damas de menor de edad,sobre todo una que llevaba un hermoso vestido verde con detalles florales en los bordes.Era una muchacha pelirroja, con un pelo sedoso y tan rizado como una ola, su iluminada piel de su rostro era dibujaba por cada una de pecas que parecían marcar una constelación alrededor de sus hermosos ojos verdes.-Jesús...¡Yo me llamo Mewie!- Contestó atrevida y un poco sonrojada al muchacho.
Gabrielle soltó una risotada y le estrecho fuertemente la mano al caballero.-Gabrielle- y no musitó nada. Solo observaba como aquella tal Mewie, actuaba como una pequeña de cinco años ante la presencia de Jesús, mientras las demás también soltaban alguna que otra risita a su costa.
La situación se estaba volviendo bastante graciosa,realmente todos los miembros parecían felices y bastante relajados, aquellos asaltantes todavía permanecían dormidos, ahora solo quedaba curar la herida. Aunque la molestaba,prefería esperar un poco hasta que no estuvieran entregados a la guardia, todo el esfuerzo que habían depositado ella y Vincent debía de servir para algo.
Los rostros de todos aquellos se enfriaron cuando aparecieron las dos sombras de un hombre y una mujer.
-Menudos inútiles ni siquiera han podido completar la misión.
-Es lo que sucede cuando le dejas el trabajo a unos sangre sucia- Le respondió su compañera alzando su mentón, así mostrando seguridad.
Tan solo miró de reojo a la rubia, que tratando de desenfundar despacio, recibió una rafaga de viento que la llevo volando dentro del carruaje. El golpe fue bastante fuerte, un golpe seco y realmente duro. Gabrielle hizo el amago de levantarse cuando de pronto fue golpeada por los cuerpos de aquellas damas, que también fueron lanzadas con mala intención. Aquella bruja con toda la elegancia del mundo,volvió a hacer un gesto con su mano y cerro la puerta de aquel carruaje.
-Este es nuestro trato. Su vida,por la de nuestros compañeros.
Y aquel hombre que permanecía a su lado, golpeó la tierra, como si solo se tratase de un simple golpe, un simple movimiento que ejecutó la creación de agua dentro del carromato.Las jovenes al ver el agua a sus pies, comenzaron a vociferar alteradas, ya que estaba tapado por cristales,y por más que trataba de abrir la puerta Gabrielle, era imposible.
- Ha comenzado la inundación del carromato, en unos escasos segundos vuestras amigas morirán.- Y así, como determinación mientras una luz de su bastón emitía la capacidad de su magia, mientras comenzaba a reírse mirando fijamente sus adversarios.
Por otra parte,la rubia comenzó a golpear las ventanas con la esperanza de romperlas. Si no lo resolvían pronto, el agua empezaría a llegarles por las rodillas.
Off: Adjunto imágenes del chico y la chica (Chico es el del bastón)
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Disparó hacia la torre de vigilancia un mensaje para informar de aquellos rufianes,mientras las damas, que rodeaban a la rubia, empezaron cuchichear sobre el nuevo joven. Gabrielle arqueaba la ceja con una sonrisa risueña, notaba que ellas era damas de menor de edad,sobre todo una que llevaba un hermoso vestido verde con detalles florales en los bordes.Era una muchacha pelirroja, con un pelo sedoso y tan rizado como una ola, su iluminada piel de su rostro era dibujaba por cada una de pecas que parecían marcar una constelación alrededor de sus hermosos ojos verdes.-Jesús...¡Yo me llamo Mewie!- Contestó atrevida y un poco sonrojada al muchacho.
Gabrielle soltó una risotada y le estrecho fuertemente la mano al caballero.-Gabrielle- y no musitó nada. Solo observaba como aquella tal Mewie, actuaba como una pequeña de cinco años ante la presencia de Jesús, mientras las demás también soltaban alguna que otra risita a su costa.
La situación se estaba volviendo bastante graciosa,realmente todos los miembros parecían felices y bastante relajados, aquellos asaltantes todavía permanecían dormidos, ahora solo quedaba curar la herida. Aunque la molestaba,prefería esperar un poco hasta que no estuvieran entregados a la guardia, todo el esfuerzo que habían depositado ella y Vincent debía de servir para algo.
Los rostros de todos aquellos se enfriaron cuando aparecieron las dos sombras de un hombre y una mujer.
-Menudos inútiles ni siquiera han podido completar la misión.
-Es lo que sucede cuando le dejas el trabajo a unos sangre sucia- Le respondió su compañera alzando su mentón, así mostrando seguridad.
Tan solo miró de reojo a la rubia, que tratando de desenfundar despacio, recibió una rafaga de viento que la llevo volando dentro del carruaje. El golpe fue bastante fuerte, un golpe seco y realmente duro. Gabrielle hizo el amago de levantarse cuando de pronto fue golpeada por los cuerpos de aquellas damas, que también fueron lanzadas con mala intención. Aquella bruja con toda la elegancia del mundo,volvió a hacer un gesto con su mano y cerro la puerta de aquel carruaje.
-Este es nuestro trato. Su vida,por la de nuestros compañeros.
Y aquel hombre que permanecía a su lado, golpeó la tierra, como si solo se tratase de un simple golpe, un simple movimiento que ejecutó la creación de agua dentro del carromato.Las jovenes al ver el agua a sus pies, comenzaron a vociferar alteradas, ya que estaba tapado por cristales,y por más que trataba de abrir la puerta Gabrielle, era imposible.
- Ha comenzado la inundación del carromato, en unos escasos segundos vuestras amigas morirán.- Y así, como determinación mientras una luz de su bastón emitía la capacidad de su magia, mientras comenzaba a reírse mirando fijamente sus adversarios.
Por otra parte,la rubia comenzó a golpear las ventanas con la esperanza de romperlas. Si no lo resolvían pronto, el agua empezaría a llegarles por las rodillas.
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Gabrielle Allen Claire
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Re: De vuelta a casa {Libre} {Cerrado}
No podía decir que no le sorprendieran las palabras del joven que acababa de llegar hasta ellos. Todo lo contrario.
Llevaba mucho tiempo viviendo en Lunargenta, y por ello conocía perfectamente las costumbres y forma de gobierno de los humanos. Sin embargo, estar ante un escudero se le hacía algo atípico. Algo novedoso en su vida.
Había visto en primera persona, alguno de los torneos que el noble de turno solía preparar de vez en cuando. Para conmemorar alguna festividad o hito importante de su familia. Y por tanto, ya había visto a caballeros y escuderos que participaban en esos campeonatos. Donde había enfrentamientos entre caballeros con lanza sobre sus monturas, llamados justas. Así como combates cuerpo a cuerpo, y también tiro con arco.
El caballero era el único que participaba directamente en el torneo, y el escudero lo ayudaba en el mantenimiento de sus armas y montura, y mientras se preparaba para el día en el que se convertiría en caballero.
De todos modos, aunque tenía conocimiento de ellos. Nunca había hablado en persona con ninguno. Ya fuera escudero o caballero.
- Interesante. Es la primera vez que hablo con alguien con tu título-, le dijo con franqueza. - Un placer conocerle, Jesus of Quiri. Seguro que podremos tener una buena conversación de camino a la ciudad. En cuanto esos guardias lleguen hasta nosotros-, comentó con una sonrisa en los labios.
Fue momento para que una de las chicas decidiera tomar la iniciativa con el joven. Parecía que la chica había encontrado apuesto al muchacho, y se había decidido por hablarle para atraer su atención.
Parecía que todo terminaría de esa forma. Con una larga conversación agradable hasta llegar a Lunargenta. Pero solamente lo pareció. Un dúo de personas salió de la floresta del bosque, para romper la armonía que se había conseguido después de vencer al grupo de rufianes que asaltaban a las mujeres.
Pero esta vez no sería tan sencillo. Para nada.
Estos dos no eran unos torpes bandidos, sino que pronto demostraron tener mucha más inteligencias que los tipos de antes. Inteligencia y éter en sus venas. Pronto hicieron gala de la magia que circulaban por sus cuerpos. Mientras la bruja se apresuró a lanzar a las mujeres dentro del carro, su compañero se encargó de inundarlo de agua poco a poco, ayudándose con el polvo helado que cubría el suelo.
- ¡Alto!, que pretendes-, gritó, dejando caer su bolso de viaje una vez más al suelo. Todo hacía presagiar que se disputaría una nueva pelea. - Deja salir a las chicas-, dijo de forma autoritaria, desenvainando su espada.
Sabía perfectamente que no le harían caso. Pero el espacio de tiempo en el que se desembarazaba de su morral, y sacaba el acero del cuero de su cinto, le daba una excusa para intentarlo.
- ¿Y que vas a hacer para impedirlo?, estúpido-, le contestó al mujer.
Mala respuesta. Desde el momento que la bruja había lanzado a las chicas con sus ráfagas de viento, supo que no haría más remedio que luchar. Pero aún así esperaba que esos dos demostraran más cabeza. Los brujos habían obrado un ataque inteligente que les haría tener el tiempo en contra para vencerlos, demostrando su astucia. Pero había esperado de ellos, que también fueran lo suficientemente listos, como para calibrar a sus oponentes, y decidirse por una retirada a tiempo.
Evidentemente, fue algo que desecharon cuando atacaron a las chicas, así que ya sumanban una mala idea a la mala respuesta. Esos dos se lo habían buscado.
- Somos dos, igual que ellos, así que tendremos que repartirnos el trabajo-, le dijo a Jesus, confiando en que el escudero venciera con el manejo de su ballesta. - Encárgate del brujo de agua-, le dijo por bajo, para que no lo escucharan los rivales. - Con tu ballesta no puedes enfrentarte en condiciones a la bruja de viento-, le siguió diciendo por bajo.
- Que cuchicheáis-, dijo el mago de agua, manteniendo su puño en el suelo.
- Lo idiotas que sois-, le contestó. - A ver si consigues hacer que retire la mano del suelo, y romper su hechizo. Y cuidado con su bastón, está imbuido en magia-, volvió a musitar a Jesus, antes de guiñarle un ojo y salir corriendo hacia la mujer.
Esta le lanzó una ráfaga de viento, pero Vinc había amagado en realidad, engañando con la dirección en la que iba a correr. Por ello, con un rápido gesto, cambió su sentido del movimiento, esquivando el ataque.
- Maldito. No te librarás tan fácilmente-, le dijo la mujer, lanzándole otro ataque de viento.
En esta ocasión no lo podría esquivar, así que avanzó, usando sus propios poderes de viento para cortar la ráfaga de aire por la mitad, y atravesarlo sin dejar de correr hacia la mujer.
El sonido del metal se hizo escuchar nada más sobrepasar el ataque de la bruja.
- Eres brujo-, comentó la chica, con una mezcla de sorpresa y deleite, frenando la acometida del rubio con un cayado de metal.
- Sorpresa-, sonrió, a la vez que volvía a atacar a la bruja, para obligar que usara su cayado de forma defensiva.
De momento los brujos habían demostrado manejar viento y agua, respectivamente. ¿Pero serían tensais o bi elementales? Si tenían un segundo poder, era algo que todavía no habían dado a relucir. Igual que él, que se había escondido su maestría de fuego bajo la manga.
Llevaba mucho tiempo viviendo en Lunargenta, y por ello conocía perfectamente las costumbres y forma de gobierno de los humanos. Sin embargo, estar ante un escudero se le hacía algo atípico. Algo novedoso en su vida.
Había visto en primera persona, alguno de los torneos que el noble de turno solía preparar de vez en cuando. Para conmemorar alguna festividad o hito importante de su familia. Y por tanto, ya había visto a caballeros y escuderos que participaban en esos campeonatos. Donde había enfrentamientos entre caballeros con lanza sobre sus monturas, llamados justas. Así como combates cuerpo a cuerpo, y también tiro con arco.
El caballero era el único que participaba directamente en el torneo, y el escudero lo ayudaba en el mantenimiento de sus armas y montura, y mientras se preparaba para el día en el que se convertiría en caballero.
De todos modos, aunque tenía conocimiento de ellos. Nunca había hablado en persona con ninguno. Ya fuera escudero o caballero.
- Interesante. Es la primera vez que hablo con alguien con tu título-, le dijo con franqueza. - Un placer conocerle, Jesus of Quiri. Seguro que podremos tener una buena conversación de camino a la ciudad. En cuanto esos guardias lleguen hasta nosotros-, comentó con una sonrisa en los labios.
Fue momento para que una de las chicas decidiera tomar la iniciativa con el joven. Parecía que la chica había encontrado apuesto al muchacho, y se había decidido por hablarle para atraer su atención.
Parecía que todo terminaría de esa forma. Con una larga conversación agradable hasta llegar a Lunargenta. Pero solamente lo pareció. Un dúo de personas salió de la floresta del bosque, para romper la armonía que se había conseguido después de vencer al grupo de rufianes que asaltaban a las mujeres.
Pero esta vez no sería tan sencillo. Para nada.
Estos dos no eran unos torpes bandidos, sino que pronto demostraron tener mucha más inteligencias que los tipos de antes. Inteligencia y éter en sus venas. Pronto hicieron gala de la magia que circulaban por sus cuerpos. Mientras la bruja se apresuró a lanzar a las mujeres dentro del carro, su compañero se encargó de inundarlo de agua poco a poco, ayudándose con el polvo helado que cubría el suelo.
- ¡Alto!, que pretendes-, gritó, dejando caer su bolso de viaje una vez más al suelo. Todo hacía presagiar que se disputaría una nueva pelea. - Deja salir a las chicas-, dijo de forma autoritaria, desenvainando su espada.
Sabía perfectamente que no le harían caso. Pero el espacio de tiempo en el que se desembarazaba de su morral, y sacaba el acero del cuero de su cinto, le daba una excusa para intentarlo.
- ¿Y que vas a hacer para impedirlo?, estúpido-, le contestó al mujer.
Mala respuesta. Desde el momento que la bruja había lanzado a las chicas con sus ráfagas de viento, supo que no haría más remedio que luchar. Pero aún así esperaba que esos dos demostraran más cabeza. Los brujos habían obrado un ataque inteligente que les haría tener el tiempo en contra para vencerlos, demostrando su astucia. Pero había esperado de ellos, que también fueran lo suficientemente listos, como para calibrar a sus oponentes, y decidirse por una retirada a tiempo.
Evidentemente, fue algo que desecharon cuando atacaron a las chicas, así que ya sumanban una mala idea a la mala respuesta. Esos dos se lo habían buscado.
- Somos dos, igual que ellos, así que tendremos que repartirnos el trabajo-, le dijo a Jesus, confiando en que el escudero venciera con el manejo de su ballesta. - Encárgate del brujo de agua-, le dijo por bajo, para que no lo escucharan los rivales. - Con tu ballesta no puedes enfrentarte en condiciones a la bruja de viento-, le siguió diciendo por bajo.
- Que cuchicheáis-, dijo el mago de agua, manteniendo su puño en el suelo.
- Lo idiotas que sois-, le contestó. - A ver si consigues hacer que retire la mano del suelo, y romper su hechizo. Y cuidado con su bastón, está imbuido en magia-, volvió a musitar a Jesus, antes de guiñarle un ojo y salir corriendo hacia la mujer.
Esta le lanzó una ráfaga de viento, pero Vinc había amagado en realidad, engañando con la dirección en la que iba a correr. Por ello, con un rápido gesto, cambió su sentido del movimiento, esquivando el ataque.
- Maldito. No te librarás tan fácilmente-, le dijo la mujer, lanzándole otro ataque de viento.
En esta ocasión no lo podría esquivar, así que avanzó, usando sus propios poderes de viento para cortar la ráfaga de aire por la mitad, y atravesarlo sin dejar de correr hacia la mujer.
El sonido del metal se hizo escuchar nada más sobrepasar el ataque de la bruja.
- Eres brujo-, comentó la chica, con una mezcla de sorpresa y deleite, frenando la acometida del rubio con un cayado de metal.
- Sorpresa-, sonrió, a la vez que volvía a atacar a la bruja, para obligar que usara su cayado de forma defensiva.
De momento los brujos habían demostrado manejar viento y agua, respectivamente. ¿Pero serían tensais o bi elementales? Si tenían un segundo poder, era algo que todavía no habían dado a relucir. Igual que él, que se había escondido su maestría de fuego bajo la manga.
Vincent Calhoun
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Re: De vuelta a casa {Libre} {Cerrado}
Ya estaban llegando, tras más de dos semanas de camino a pie desde Ulmer a Lunargenta, estaban ya por llegar, no debía faltar más de una jornada para alcanzar la ciudad de los sueños de Aerandir. Lunargenta, un hervidero de vida, ese lugar que había soñado visitar siempre desde que no era más que una chiquilla que vivía en una granja alejada de la mano de los dioses, antes de conocer al "Monstruo", antes de comprometerse con alguién que creyo que la amaba pero que solo quería utilizarla.
Más entusiasmada de lo que lo había estado en los últimos años, aceleró el paso con una sonrisa en los labios, como si el llegar a Lunargenta pudiera hacer que todo lo que había pasado en los últimos tiempos pudiera borrarse. Aceleró su paso cuando subió una colina despejada y contempló alzarse, a lo lejos, Lunargenta. Más grande y hermosa de lo que se la había imaginado jamás. El color blanco de los edificios y el humo claro de algunos hornos subía y se perdía en las nubes, el día parecía ser perfecto, estaba, finalmente, llegando a Lunargenta, la ciudad de su madre, el hogar de sus sueños.
Descendió la colina y volvió a internarse en el bosque antes de escuchar, no demasiado lejos, el sonido de una pelea, el choque de aceros la alarmó y miró a Elros, ¿debían ayudar? Sacó su ballesta y comenzó a correr con el miedo en el cuerpo haciendo que le temblasen las manos. Llegó y se quedó agachada entre unos setos. La lucha encarnizada se desenvolvía en un claro cercano a un lago, donde un carromato del que salían gritos estaba hundiendose lentamente en el agua.
Miró, nerviosa, a su alrededor y tomó una cuerda de su cinto. Cargó la ballesta y disparó al árbol más cercano a la orilla ignorando la pelea que parecía haber a escasos metros de ella, estaba claro que dentro del carro alguien necesitaba ayuda. Se giró a mirar a Elros y habló en a penas un susurro para dejarle claras sus intenciones, y que, tal vez, necesitaría ayuda. Tenía miedo, por supuesto, pero si ella, que era menuda y más dificil de ver, no hacía nada, quien podría ayudar a quien se estuviera hundiendo. A ella también le habría gustado que alguien la sacase del atolladora de su manada, sabía lo que era ahogarse y que nadie tendiera una sola mano.
- He de ir...- explicó antes de retirarse hacia el árbol.
Se quitó la falda y el corsé, se sacó la camisa y anudó la cuerda a su cintura antes de lanzarse al agua helada. No se dio tiempo para pensar en el frío que entumecía sus huesos, era loba, su temperatura era mayor, su resistencia, también, podría aguantar el agua fría, pero no sabía si la mujer que gritaba desde el carro tendría su misma resistencia. Nadó a brazadas apartando el agua a su paso para poder llegar y notar un tirón de la cuerda. No llegaría.
Buceó intentando ver el carro pero no había forma, no llegaba bien, estaba tan cerca, solo un poco más y podría sacar de allí a quien hubiera. Salio a la superficie y miró la cuerda forcejeando con ella hasta que, finalmente, esta se soltó y pudo moverse nuevamente hacia delante. Entro por una ventana, aprovechando su extrema delgadez, al carro, que ya estaba lleno de agua hasta la mitad, algo más, el techo había creado una burbuja de agua que aun se mantenía firme mientras una joven rubia peleaba con ataduras para librarse, junto a un grupo que hacía como esta.
Sacó, de un enganche de la pierna, una daga que solía usar para despellejar conejos, y miró a las chicas, que la observaban desesperadas, antes de cortar las cuerdas de sus manos y decirles alzando tanto como podía la barbilla para tomar un ultimo sorbo de aire.
- Respirad hondo.- y con esto, hundio a la chica rubia junto a ella, tirando de esta para intentar salir por la misma ventana que había entrado. Dio un vistazo hacia atrás, viendo a las demás seguir su ejemplo y salió a la superficie a respirar con su pelo humedo y deseosa por tomar aire.
A pesar de su escasa fuerza, cogió a la chica e intentó elevarla, mientras las demás jóvenes subían y nadaban hacia la rilla, la rubia parecía agotada, tal vez la tensión, tal vez el miedo, tal vez había estado luchando antes, no tenía ni idea, pero parecía cansada. intentó avanzar nadando, pero era incapaz, no podía nadar con otra persona a cuestas. Por suerte, sintió un tirón en la cintura, alguien había cogido la cuerda y las arrastraba a la orilla, ella solo debía mantenerse a flote.
Tal vez habría sido más util hacerlo en forma de lobo, pero su transformación era larga y dolorosa, antes habría muerto esa joven que habría podido sacarla de allí. Miró nuevamente a la chica mientras pataleaba intentando ayudar a quien tiraba de ellas, solo rezaba por haber llegado a tiempo, sabía que, de loba, no habría podido hacerlo. Debía volver al carro, tal vez hubiera más, tal vez alguna no hubiera podido salir aun. Miró a Elros desde el agua y desanudó la cuerda atandola a la cintura de la chica, antes de, tomando una nueva bocanada de aire, bajar de nuevo.
El carro seguía hundiendose, cada vez más y más rápido. Pataleó para bajar y se asomó nuevamente, no quedaba burbuja de aire, no quedaba nadie dentro, ya podía volver a subir. Sin embargo, algo cogió su pie, una cuerda se había enredado en su tobillo. volvió a coger su daga e intentó cortar, pero la cuerda bailaba y solo logró hacerse un tajo en el tobillo antes de que el peso del carro la tragase más y más. Pataleando, intentó nadar hacia la superficie, no, no era una opción, tenía que cortar la cuerda.
En lugar de luchar por no hundirse, se sostuvo del amarre y se empujó hacia abajo, cortó la cuerda, por fin, y comenzó a subir con velocidad pasmosa, notando como le faltaba el aire más y más y más. Hasta que, al final, logró respirar aire y comenzó a toser luchando por mantenerse a flote, pero débil como era y cansada como estaba, lo sabía, iba a hundirse.
Más entusiasmada de lo que lo había estado en los últimos años, aceleró el paso con una sonrisa en los labios, como si el llegar a Lunargenta pudiera hacer que todo lo que había pasado en los últimos tiempos pudiera borrarse. Aceleró su paso cuando subió una colina despejada y contempló alzarse, a lo lejos, Lunargenta. Más grande y hermosa de lo que se la había imaginado jamás. El color blanco de los edificios y el humo claro de algunos hornos subía y se perdía en las nubes, el día parecía ser perfecto, estaba, finalmente, llegando a Lunargenta, la ciudad de su madre, el hogar de sus sueños.
Descendió la colina y volvió a internarse en el bosque antes de escuchar, no demasiado lejos, el sonido de una pelea, el choque de aceros la alarmó y miró a Elros, ¿debían ayudar? Sacó su ballesta y comenzó a correr con el miedo en el cuerpo haciendo que le temblasen las manos. Llegó y se quedó agachada entre unos setos. La lucha encarnizada se desenvolvía en un claro cercano a un lago, donde un carromato del que salían gritos estaba hundiendose lentamente en el agua.
Miró, nerviosa, a su alrededor y tomó una cuerda de su cinto. Cargó la ballesta y disparó al árbol más cercano a la orilla ignorando la pelea que parecía haber a escasos metros de ella, estaba claro que dentro del carro alguien necesitaba ayuda. Se giró a mirar a Elros y habló en a penas un susurro para dejarle claras sus intenciones, y que, tal vez, necesitaría ayuda. Tenía miedo, por supuesto, pero si ella, que era menuda y más dificil de ver, no hacía nada, quien podría ayudar a quien se estuviera hundiendo. A ella también le habría gustado que alguien la sacase del atolladora de su manada, sabía lo que era ahogarse y que nadie tendiera una sola mano.
- He de ir...- explicó antes de retirarse hacia el árbol.
Se quitó la falda y el corsé, se sacó la camisa y anudó la cuerda a su cintura antes de lanzarse al agua helada. No se dio tiempo para pensar en el frío que entumecía sus huesos, era loba, su temperatura era mayor, su resistencia, también, podría aguantar el agua fría, pero no sabía si la mujer que gritaba desde el carro tendría su misma resistencia. Nadó a brazadas apartando el agua a su paso para poder llegar y notar un tirón de la cuerda. No llegaría.
Buceó intentando ver el carro pero no había forma, no llegaba bien, estaba tan cerca, solo un poco más y podría sacar de allí a quien hubiera. Salio a la superficie y miró la cuerda forcejeando con ella hasta que, finalmente, esta se soltó y pudo moverse nuevamente hacia delante. Entro por una ventana, aprovechando su extrema delgadez, al carro, que ya estaba lleno de agua hasta la mitad, algo más, el techo había creado una burbuja de agua que aun se mantenía firme mientras una joven rubia peleaba con ataduras para librarse, junto a un grupo que hacía como esta.
Sacó, de un enganche de la pierna, una daga que solía usar para despellejar conejos, y miró a las chicas, que la observaban desesperadas, antes de cortar las cuerdas de sus manos y decirles alzando tanto como podía la barbilla para tomar un ultimo sorbo de aire.
- Respirad hondo.- y con esto, hundio a la chica rubia junto a ella, tirando de esta para intentar salir por la misma ventana que había entrado. Dio un vistazo hacia atrás, viendo a las demás seguir su ejemplo y salió a la superficie a respirar con su pelo humedo y deseosa por tomar aire.
A pesar de su escasa fuerza, cogió a la chica e intentó elevarla, mientras las demás jóvenes subían y nadaban hacia la rilla, la rubia parecía agotada, tal vez la tensión, tal vez el miedo, tal vez había estado luchando antes, no tenía ni idea, pero parecía cansada. intentó avanzar nadando, pero era incapaz, no podía nadar con otra persona a cuestas. Por suerte, sintió un tirón en la cintura, alguien había cogido la cuerda y las arrastraba a la orilla, ella solo debía mantenerse a flote.
Tal vez habría sido más util hacerlo en forma de lobo, pero su transformación era larga y dolorosa, antes habría muerto esa joven que habría podido sacarla de allí. Miró nuevamente a la chica mientras pataleaba intentando ayudar a quien tiraba de ellas, solo rezaba por haber llegado a tiempo, sabía que, de loba, no habría podido hacerlo. Debía volver al carro, tal vez hubiera más, tal vez alguna no hubiera podido salir aun. Miró a Elros desde el agua y desanudó la cuerda atandola a la cintura de la chica, antes de, tomando una nueva bocanada de aire, bajar de nuevo.
El carro seguía hundiendose, cada vez más y más rápido. Pataleó para bajar y se asomó nuevamente, no quedaba burbuja de aire, no quedaba nadie dentro, ya podía volver a subir. Sin embargo, algo cogió su pie, una cuerda se había enredado en su tobillo. volvió a coger su daga e intentó cortar, pero la cuerda bailaba y solo logró hacerse un tajo en el tobillo antes de que el peso del carro la tragase más y más. Pataleando, intentó nadar hacia la superficie, no, no era una opción, tenía que cortar la cuerda.
En lugar de luchar por no hundirse, se sostuvo del amarre y se empujó hacia abajo, cortó la cuerda, por fin, y comenzó a subir con velocidad pasmosa, notando como le faltaba el aire más y más y más. Hasta que, al final, logró respirar aire y comenzó a toser luchando por mantenerse a flote, pero débil como era y cansada como estaba, lo sabía, iba a hundirse.
Freya Lathman
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Re: De vuelta a casa {Libre} {Cerrado}
El chico desmemorizado seguía recorriendo su camino junto a aquella hermosa y magullada mujer. Sus recuerdos no habían vuelto, ni siquiera un retazo sobre quién o qué había sido en su vida pasada se dibujaba en su borrosa mente. La situación le ponía de los nervios, debía admitirlo... Pero ya había esclarecido varios detalles. Uno de ellos es que pertenecía a la raza de los dragones, aunque no sabía con exactitud a cuál de los numerosos clanes respondía su antigua vida. Una de las características más llamativas era que sus escamas eran de un color oro puro y brillante, una característica que, según había oído, no era realmente común entre los dragones, por lo que el cerco se estrechaba aún más... Sin embargo, aún no era suficiente. También era cierto que debía esperar, probablemente el tiempo curase su malestar, su amnesia y, poco a poco, todo se iría esclareciendo... Era paciente, eso estaba claro.
Entonces, mientras se encontraba sumido en sus pensamientos y sus pies se movían por si solos, pudo observar a la pequeña mujer que, al principio, caminaba a su lado pero, mientras se acercaban a su destino, una sonrisa se dibujó en sus labios al mismo tiempo que aceleraba sus pasos, algo que, extrañamente, también hizo sonreír al chico que había adoptado el nombre de Elros Eledhwen por sugerencia de aquella muchacha, Freya. La siguió hasta lo que parecía ser una colina, mientras que los pájaros cantaban y revoloteaban, danzando en el aire en lo que parecía ser una especie de cortejo. A lo lejos, pudieron vislumbrar un complejo de edificios hechos de piedra. Allí estaba, Lunargenta, la gran ciudad y una de las más importantes de Aerandir, según le había informado la mujer. Presenciaron durante unos preciosos instantes aquella marabunta de viviendas antes de volver a internarse en el bosque rumbo a su ansiado destino.
Sin embargo, antes de que Elros pudiese permitir que una sola palabra saliera de sus labios, la pareja escuchó un ruido, como si de un grito se tratase. Ambos se miraron y, mientras Freya se armaba con su ballesta, el guerrero ya había desempuñado su arma, Eclipse, una espada firme, de color azabache y que era uno de los pocos enlaces al pasado que aún conservaba... Sin decir una sola palabra, pues con la mirada de ambos bastaba, ambos se adentraron en el bosque, persiguiendo la fuente de esos gritos desesperados. Llegaron y se ocultaron tras una maleza para presenciar lo que estaba aconteciendo. Se encontraban en la rivera de un lago en la que dos hombres peleaban contra dos hechiceros, una mujer y un hombre. Al lado de la zona donde se desarrollaba el combate, un carromato se hundía y sucumbía ante la arrolladora fuerza del agua, que, poco a poco, iba anegando el medio de transporte, donde parecía que había gente dentro, ¿una compañía de viajeros, quizás? De todas formas, se trataban de vidas inocentes, por lo que Freya, haciendo gala de su gran corazón, se dispuso a salvarles. Elros suspiró al escuchar su plan y asintió, mostrándose de acuerdo con el plan de la muchacha.
Nada más empezar el plan, miró hacia un lado mientras sus compañera de viaje se desvestía. No entendía el motivo, pero le daba vergüenza verla en paños menores. Cuando por fin acabó, intentando dirigir su vista lo menos posible hacia la mujer, agarró la cuerda con sus manos, sin apretar demasiado, para así dejar a la chica total libertad a la hora de nadar. Sin ningún temor, la diminuta mujer se lanzó al agua, dirigiéndose hacia el semi-hundido vehículo. Tenía valor, no podía negarlo... ¿Quizás sus demonios la habían hecho más fuerte? No descartaba esa posibilidad en absoluto, pero era alguien a quién el bravo y desmemorizado guerrero admiraba...
Vamos, pequeña... Tú puedes...- mencionó casi en un susurro el joven mientras observaba cómo la valiente fémina salía a respirar a la superficie para, instantes después, volver a bucear y encontrar una entrada por la que podía entrar al carromato.
Transcurrieron unos breves instantes hasta que la chica salió, acompañada de una mujer rubia y, detrás de ambas, un grupo de mujeres las seguían. Entonces supo que ésa era la señal que estaba esperando. Realizando un nudo en una de sus manos, la izquierda para ser exactos, asegurándose de esa forma de que la cuerda no se soltase, comenzó a tirar de ella, aprovechando su fuerza y su musculatura, para tirar del delgado cuerpo de Freya y de la chica rubia, que eran seguidas por el resto de mujeres. Sin embargo, observó que Freya desataba la cuerda que le unía con Elros y la ataba a la muchacha rubia, siendo ésta tirada por el guerrero sin memoria hacia la orilla. En un principio, se extrañó, pero supuso que la chica de noble corazón fue a comprobar si quedaba alguien más, por lo que él cumpliría su parte del plan, mientras, con el rabilo del ojo, observaba el combate, esperando que cualquiera de los cuatro no interrumpiesen.
¿Estáis bien?- dijo, ayudando a las mujeres a llegar a la orilla, mientras les señalaba un lugar tras unos arbustos, justamente donde se encontraban Freya y él momentos antes, para que se pudiesen ocultar.
Sin embargo, pudo observar que la joven no volvía a salir a la superficie. Ya había pasado mucho tiempo, sin embargo, aún se encontraba bajo el lago, lo cual hizo que Elros se pusiera tremendamente nervioso, ante lo que respiró con fuerza y exhaló aire, comenzando a desnudarse, mirando con el rabillo del ojo a las mujeres. A su vez, también dejó su arma a un lado, tirada en el suelo.
Normalmente, no haría esto, pero no quiero romper la ropa que me ha hecho esa chica- iba a salvarla, lo tenía decidido. No se trataba de cuestión de orgullo, ya no, a pesar de que él era un hombre demasiado orgulloso. Se trataba, simplemente que había cogido cariño a la pequeña mujer. Quizá lo sintiera por ser una de las pocas personas que había conocido después de perder la memoria, además de ser la única que había permanecido junto a él desde entonces... Pero no iba a permitir que le pasara nada malo. ¿Quizás estaba siendo demasiado sobreprotector? Es posible.
Ya se había deshecho de su ropa, que se encontraba en el suelo, conservando únicamente su ropa interior. El chico se colocó en posición cuadrúpeda y su piel comenzó a volverse amarillenta. Desde la pérdida de memoria había estado entrenando para reducir el tiempo que le costaba transformarse, logrando realizarlo en tan solo 3 segundos. La piel comenzó a recubrirse de una capa de placas y escamas de un color dorado brillante, el cual se atenuaba mucho más cuando los pocos rayos de Sol que podían atravesar la frondosidad de los árboles. Unas alas, que igualaban casi su tamaño actual de dragón, le crecieron en la espalda, mientras que sus cuatro extremidades se convirtieron en terroríficas garras. Una cola, a su vez, le crecía desde el trasero. Por último, su cara se alargó, adoptando una forma reptilínea con varios cuernos que le salían de su cabeza y apuntaban hacia arriba
Las alas de Elros pronto le permitieron levantar el vuelo, dirigiéndose a grandes velocidades hacia el lago, justamente donde había visto hundirse a la mujer de diminuto tamaño. Entonces, pudo observar que la chica sacaba a flote su cabeza, pudiendo respirar aire fresco, lo cuál hizo que el corazón de Elros estallase de alegría y alivio. Aminorando su velocidad de vuelo, se situó sobre la chica. Su quinta extremidad, su cola, abrazó con suavidad la cintura de la mujer menuda, agarrándola y emprendiendo de nuevo el vuelo, pasando el cuerpo de la chica desde la cola hacia las extremidades delanteras, abrazándola a su cuerpo para protegerla.
Estás loca, Freya...- bromeó, con una voz potente y distorsionada ahora que se encontraba en su forma dracónica, mientras se dirigían de nuevo hacia la playa, para así poder reunirse con las mujeres que esa pequeña loba acababa de salvar...
Entonces, mientras se encontraba sumido en sus pensamientos y sus pies se movían por si solos, pudo observar a la pequeña mujer que, al principio, caminaba a su lado pero, mientras se acercaban a su destino, una sonrisa se dibujó en sus labios al mismo tiempo que aceleraba sus pasos, algo que, extrañamente, también hizo sonreír al chico que había adoptado el nombre de Elros Eledhwen por sugerencia de aquella muchacha, Freya. La siguió hasta lo que parecía ser una colina, mientras que los pájaros cantaban y revoloteaban, danzando en el aire en lo que parecía ser una especie de cortejo. A lo lejos, pudieron vislumbrar un complejo de edificios hechos de piedra. Allí estaba, Lunargenta, la gran ciudad y una de las más importantes de Aerandir, según le había informado la mujer. Presenciaron durante unos preciosos instantes aquella marabunta de viviendas antes de volver a internarse en el bosque rumbo a su ansiado destino.
Sin embargo, antes de que Elros pudiese permitir que una sola palabra saliera de sus labios, la pareja escuchó un ruido, como si de un grito se tratase. Ambos se miraron y, mientras Freya se armaba con su ballesta, el guerrero ya había desempuñado su arma, Eclipse, una espada firme, de color azabache y que era uno de los pocos enlaces al pasado que aún conservaba... Sin decir una sola palabra, pues con la mirada de ambos bastaba, ambos se adentraron en el bosque, persiguiendo la fuente de esos gritos desesperados. Llegaron y se ocultaron tras una maleza para presenciar lo que estaba aconteciendo. Se encontraban en la rivera de un lago en la que dos hombres peleaban contra dos hechiceros, una mujer y un hombre. Al lado de la zona donde se desarrollaba el combate, un carromato se hundía y sucumbía ante la arrolladora fuerza del agua, que, poco a poco, iba anegando el medio de transporte, donde parecía que había gente dentro, ¿una compañía de viajeros, quizás? De todas formas, se trataban de vidas inocentes, por lo que Freya, haciendo gala de su gran corazón, se dispuso a salvarles. Elros suspiró al escuchar su plan y asintió, mostrándose de acuerdo con el plan de la muchacha.
Nada más empezar el plan, miró hacia un lado mientras sus compañera de viaje se desvestía. No entendía el motivo, pero le daba vergüenza verla en paños menores. Cuando por fin acabó, intentando dirigir su vista lo menos posible hacia la mujer, agarró la cuerda con sus manos, sin apretar demasiado, para así dejar a la chica total libertad a la hora de nadar. Sin ningún temor, la diminuta mujer se lanzó al agua, dirigiéndose hacia el semi-hundido vehículo. Tenía valor, no podía negarlo... ¿Quizás sus demonios la habían hecho más fuerte? No descartaba esa posibilidad en absoluto, pero era alguien a quién el bravo y desmemorizado guerrero admiraba...
Vamos, pequeña... Tú puedes...- mencionó casi en un susurro el joven mientras observaba cómo la valiente fémina salía a respirar a la superficie para, instantes después, volver a bucear y encontrar una entrada por la que podía entrar al carromato.
Transcurrieron unos breves instantes hasta que la chica salió, acompañada de una mujer rubia y, detrás de ambas, un grupo de mujeres las seguían. Entonces supo que ésa era la señal que estaba esperando. Realizando un nudo en una de sus manos, la izquierda para ser exactos, asegurándose de esa forma de que la cuerda no se soltase, comenzó a tirar de ella, aprovechando su fuerza y su musculatura, para tirar del delgado cuerpo de Freya y de la chica rubia, que eran seguidas por el resto de mujeres. Sin embargo, observó que Freya desataba la cuerda que le unía con Elros y la ataba a la muchacha rubia, siendo ésta tirada por el guerrero sin memoria hacia la orilla. En un principio, se extrañó, pero supuso que la chica de noble corazón fue a comprobar si quedaba alguien más, por lo que él cumpliría su parte del plan, mientras, con el rabilo del ojo, observaba el combate, esperando que cualquiera de los cuatro no interrumpiesen.
¿Estáis bien?- dijo, ayudando a las mujeres a llegar a la orilla, mientras les señalaba un lugar tras unos arbustos, justamente donde se encontraban Freya y él momentos antes, para que se pudiesen ocultar.
Sin embargo, pudo observar que la joven no volvía a salir a la superficie. Ya había pasado mucho tiempo, sin embargo, aún se encontraba bajo el lago, lo cual hizo que Elros se pusiera tremendamente nervioso, ante lo que respiró con fuerza y exhaló aire, comenzando a desnudarse, mirando con el rabillo del ojo a las mujeres. A su vez, también dejó su arma a un lado, tirada en el suelo.
Normalmente, no haría esto, pero no quiero romper la ropa que me ha hecho esa chica- iba a salvarla, lo tenía decidido. No se trataba de cuestión de orgullo, ya no, a pesar de que él era un hombre demasiado orgulloso. Se trataba, simplemente que había cogido cariño a la pequeña mujer. Quizá lo sintiera por ser una de las pocas personas que había conocido después de perder la memoria, además de ser la única que había permanecido junto a él desde entonces... Pero no iba a permitir que le pasara nada malo. ¿Quizás estaba siendo demasiado sobreprotector? Es posible.
Ya se había deshecho de su ropa, que se encontraba en el suelo, conservando únicamente su ropa interior. El chico se colocó en posición cuadrúpeda y su piel comenzó a volverse amarillenta. Desde la pérdida de memoria había estado entrenando para reducir el tiempo que le costaba transformarse, logrando realizarlo en tan solo 3 segundos. La piel comenzó a recubrirse de una capa de placas y escamas de un color dorado brillante, el cual se atenuaba mucho más cuando los pocos rayos de Sol que podían atravesar la frondosidad de los árboles. Unas alas, que igualaban casi su tamaño actual de dragón, le crecieron en la espalda, mientras que sus cuatro extremidades se convirtieron en terroríficas garras. Una cola, a su vez, le crecía desde el trasero. Por último, su cara se alargó, adoptando una forma reptilínea con varios cuernos que le salían de su cabeza y apuntaban hacia arriba
- Aspecto de Elros en el modo dragón:
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Las alas de Elros pronto le permitieron levantar el vuelo, dirigiéndose a grandes velocidades hacia el lago, justamente donde había visto hundirse a la mujer de diminuto tamaño. Entonces, pudo observar que la chica sacaba a flote su cabeza, pudiendo respirar aire fresco, lo cuál hizo que el corazón de Elros estallase de alegría y alivio. Aminorando su velocidad de vuelo, se situó sobre la chica. Su quinta extremidad, su cola, abrazó con suavidad la cintura de la mujer menuda, agarrándola y emprendiendo de nuevo el vuelo, pasando el cuerpo de la chica desde la cola hacia las extremidades delanteras, abrazándola a su cuerpo para protegerla.
Estás loca, Freya...- bromeó, con una voz potente y distorsionada ahora que se encontraba en su forma dracónica, mientras se dirigían de nuevo hacia la playa, para así poder reunirse con las mujeres que esa pequeña loba acababa de salvar...
Elros Eledhwen
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Re: De vuelta a casa {Libre} {Cerrado}
Quizás los murmuros del joven brujo Vicent, provocaron aun más rabia en aquel anciano que seguía golpeando el suelo con decisión.Con tanta fuerza que el agua que había provocado dentro del carromato para provocar un ligero terror, pasó a convertirse en una gran corriente de agua que inundaba todo, así dejando un río que comenzaba a crecer y arrastrar todo por paso.
-Ahora , ninguna de ellas sobrevivirá... Compartió alzando su labio como muestra de la capacidad.
Gabrielle, sin embargo mientras luchaba por su vida con el agua hasta el cuello, continuaba golpeando aquel cristal que parecía un muro entre la vida y la muerte, sin éxito alguno. Las chicas continuaban asustadas, casi quedándose sin voz, permaneciendo quietas ante un futuro casi apagado delante de sus ojos, pero algo mientras el carromato comenzaba a ser arrastrado, en el momento que el agua de dentro subió arriba y comenzaban a quedarse sin aire, algo apareció.
Una hermosa mujer como una luz, apareció delante y rompió el cristal, así mientras buceaba pudo agarrar a Gabrielle, que una vez con sus fuerzas casi extinguidas, tiro de ella hacia la superficie a tomar aire, mientras las demás nadaban sin problemas y podrían permanecer ilesas.
La corriente comenzaba a ser bastante fuerte y ella no podría tirar de la rubia,mientras las demás nadaban hacia la orilla, aquella bendita mujer ató la única cuerda que la mantenía a salvo y la ató a la altura de la cintura de Gabrielle para que su compañero tirara de ella hacia la orilla. La soltó, aunque Gabrielle apenas comenzaba a tener conciencia, se sentía tan mareada y tan débil que solo noto un ligero tirón sin percatarse que estaba de vuelta en la orilla. Aquel hombre tiró de ella y mientras se quedaba en cuclillas sin saber que su salvadora estaba en peligro, el hombre se transformo en un enorme dragón de color dorado.
-Nuestro salvador es un dragón Exclamó Mewie detrás del arbusto que le había indicado aquel muchacho para que se escondieran. Todas las jóvenes aplaudieron alegres, llamativas, llenas de nuevo de una fé por la vida, todas menos la rubia, que cayó al suelo agotada y su ultimo campo de visión fue la imagen del brujo que combatía por ellas-Vincent... Susurró casi sin fuerzas antes de perder el conocimiento.
Ante el barullo de las muchachas, el brujo furioso al ojear aquel hermoso dragón por el cielo, agarrando a la salvadora y aquellas muchachas ilesas, mandó el suficiente poder para provocar una gran ola hacia todos ellos. Algo que solo tendría el mismo dragón el suficiente poder de parar.
-Ahora , ninguna de ellas sobrevivirá... Compartió alzando su labio como muestra de la capacidad.
Gabrielle, sin embargo mientras luchaba por su vida con el agua hasta el cuello, continuaba golpeando aquel cristal que parecía un muro entre la vida y la muerte, sin éxito alguno. Las chicas continuaban asustadas, casi quedándose sin voz, permaneciendo quietas ante un futuro casi apagado delante de sus ojos, pero algo mientras el carromato comenzaba a ser arrastrado, en el momento que el agua de dentro subió arriba y comenzaban a quedarse sin aire, algo apareció.
Una hermosa mujer como una luz, apareció delante y rompió el cristal, así mientras buceaba pudo agarrar a Gabrielle, que una vez con sus fuerzas casi extinguidas, tiro de ella hacia la superficie a tomar aire, mientras las demás nadaban sin problemas y podrían permanecer ilesas.
La corriente comenzaba a ser bastante fuerte y ella no podría tirar de la rubia,mientras las demás nadaban hacia la orilla, aquella bendita mujer ató la única cuerda que la mantenía a salvo y la ató a la altura de la cintura de Gabrielle para que su compañero tirara de ella hacia la orilla. La soltó, aunque Gabrielle apenas comenzaba a tener conciencia, se sentía tan mareada y tan débil que solo noto un ligero tirón sin percatarse que estaba de vuelta en la orilla. Aquel hombre tiró de ella y mientras se quedaba en cuclillas sin saber que su salvadora estaba en peligro, el hombre se transformo en un enorme dragón de color dorado.
-Nuestro salvador es un dragón Exclamó Mewie detrás del arbusto que le había indicado aquel muchacho para que se escondieran. Todas las jóvenes aplaudieron alegres, llamativas, llenas de nuevo de una fé por la vida, todas menos la rubia, que cayó al suelo agotada y su ultimo campo de visión fue la imagen del brujo que combatía por ellas-Vincent... Susurró casi sin fuerzas antes de perder el conocimiento.
Ante el barullo de las muchachas, el brujo furioso al ojear aquel hermoso dragón por el cielo, agarrando a la salvadora y aquellas muchachas ilesas, mandó el suficiente poder para provocar una gran ola hacia todos ellos. Algo que solo tendría el mismo dragón el suficiente poder de parar.
- Off::
- Te encargas de la brujita Vin, El Viemago se lo dejo para Elros
Gabrielle Allen Claire
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Re: De vuelta a casa {Libre} {Cerrado}
Las chanzas y las burlas eran un buen método para distraer a los rivales, y hacerlos pensar en cuestiones que poco importaban a la hora de luchar. De enfurecerlos y provocar de esta manera que perdieran el tino.
La verdad. Era un recurso usado habitualmente por él, y que normalmente solía funcionar. Normalmente, pues en esta ocasión no había servido para sus intereses, por no decir directamente que no había valido para nada. El brujo de agua no era de los que se distraían con facilidad, y había demostrado tener el suficiente temple para obviar sus comentarios. Esa serenidad que solamente daba la edad, y la experiencia.
Era indiscutible que se trataba de un hombre acostumbrado a luchar, y si había llegado a esa edad, era porque no lo hacía mal. Nada mal. Pronto evidenció su técnica y poder. Creando una gran masa de agua, que en vez de seguir inundando el carro como hasta ahora, apareció en el exterior de este, para formar una riada que lo comenzó a arrastrar cuesta abajo. En una dirección que solamente podía llevar a un lugar en concreto.
- ¡Basta bellaco! -, gritó, pero al intentar atacar al brujo de agua, su compañera inmediatamente le cerró el paso, obligándolo a defenderse con un ataque de su cayado de metal. - Por qué te importan tanto. Olvida a las chicas. Déjalas en paz.
Dio un paso atrás para evitar otra acomentida de la fémina, y pasó al contraataque para hacerla retroceder. El combate era bastante estable. Sin ganadores ni vencidos, pero tenía un grave problema. Desde que inundara el carruaje había comenzado la cuenta atrás de un reloj de arena, con la vida de las chicas pendiendo de la arena de ese reloj. Más aún cuando el anciano había creado ese torrente de agua con dirección al lago. El tiempo jugaba en su contra, y empatar no le era una opción. No podía permitirse ser paciente en el combate. Tendría que ser sumamente agresivo, y ello provocaría que tomara demasiados riesgos. Justo lo que querían esos dos.
- Y por qué os importan tanto a vosotros. Déjanos hacer nuestro trabajo, y apartaos. Sólo así saldréis bien parados de esta-, comentó.
- Alguien con tu mentalidad nunca comprendería por qué me importa. Por qué debería importar-, dijo, haciéndose a un lado después de engañar a la mujer con una finta, y moverse con rapidez para intentar acercarse al brujo de agua.
Desgraciadamente, solamente pudo maldecir en su mente, pues la joven volvió a interponerse en su camino. Era extremadamente rápida, de eso no había duda. No podría librarse de ella fácilmente, y conseguir alcanzar al brujo de agua. No al menos a corto plazo. Tendría que vencerla primero, si quería detener a su compinche. Y solamente cuando pudiera ganarles, podría salvar a las mujeres del carro.
Menudo dilema. No parecía haber tiempo para realizar tantas cosas antes de que las chicas murieran ahogadas. El peso de la tensión y la angustia se hacía notar sobre sus hombros, pero no se dejaría llevar por el abatimiento. No pensaba renunciar sin luchar.
- Desiste de una vez. Solamente estas poniéndote en peligro. Vas a morir para nada. Esas chicas ya están perdidas. Y todo por no liberar a nuestros hombres. Que estupidez-, dijo la bruja.
Aunque más que decirlo, se lo había escupido a la cara.
- No pienso liberar a unos maleantes con los que pondréis en peligro a más personas a vuestro paso. Y no lo dudes-, sonrió. - Salvaré a las mujeres-, comentó con seguridad. - Y pobre de ustedes si no lo consigo. Si eso llegara a ocurrir, no tendré ninguna piedad-, amenazó con voz dura y acerada.
Los metales volvieron a encontrarse una y otra vez. Ello le exasperaba, pues, aunque había dicho que las salvarías con gran seguridad, en el fondo sentía que no dejaba de perder el tiempo con esa chica. No conseguía vencerla, y mientras más tardarse en hacerlo, peor sería para Gab y el resto de mujeres. Se le agotaba el tiempo.
La voz de Mewie lo sacó del combate, y no solo a él, sino también a los brujos rivales. Cualquier comentario que afirmase un rescate de las chicas parecía inverosímil. Pero allí estaba ella, Mewie. Su mera voz era un indicativo de que había conseguido salir del carruaje con vida. Y junto a ella estaba su amiga y Gabrielle. Las mujeres estaban a salvo, y todo se lo debían a un dragón, eso había dicho la joven.
No tardó en ver la silueta dorada en el cielo. Pero antes de poder hacer halago alguno al inesperado rescatador. Pudo ver a lo lejos, como Gab se desplomaba al suelo.
- Gabrielle-, comentó, dando un paso en su dirección, pero deteniéndose para defenderse de un nuevo ataque de la bruja.
El momento de paz había concluido. Tan rápido como repentino había sido. Y pese a que los planes del brujo de agua habían sido desbaratados, aquello no había terminado. Ni mucho menos.
Un nuevo ataque mágico fue perpetrado por el brujo del elemento de agua, generando una ola que amenazaba directamente al dragón que volaba sobre el lago. Pero incluso sabiendo del gran poder que albergaba aquel brujo, ahora se sentía con renovadas fuerzas. Con más optimismo.
Con las damas a salvo, ya no tenía que luchar a contrarreloj. Así que no tenía que tomar riesgos innecesarios en el combate. Además, ya no luchaba solo. Y eso era un punto a su favor.
Siento haber tardado tanto. Lo siento =(
Normalmente soy más rápido, lo juro >.<
Posdata: Sobre el rescate de Freya no digo nada porque aún no lo sé, y no la veo bien en las garras del dragón. No quise ponerme op con vista de águila (?) jajaja.
La verdad. Era un recurso usado habitualmente por él, y que normalmente solía funcionar. Normalmente, pues en esta ocasión no había servido para sus intereses, por no decir directamente que no había valido para nada. El brujo de agua no era de los que se distraían con facilidad, y había demostrado tener el suficiente temple para obviar sus comentarios. Esa serenidad que solamente daba la edad, y la experiencia.
Era indiscutible que se trataba de un hombre acostumbrado a luchar, y si había llegado a esa edad, era porque no lo hacía mal. Nada mal. Pronto evidenció su técnica y poder. Creando una gran masa de agua, que en vez de seguir inundando el carro como hasta ahora, apareció en el exterior de este, para formar una riada que lo comenzó a arrastrar cuesta abajo. En una dirección que solamente podía llevar a un lugar en concreto.
- ¡Basta bellaco! -, gritó, pero al intentar atacar al brujo de agua, su compañera inmediatamente le cerró el paso, obligándolo a defenderse con un ataque de su cayado de metal. - Por qué te importan tanto. Olvida a las chicas. Déjalas en paz.
Dio un paso atrás para evitar otra acomentida de la fémina, y pasó al contraataque para hacerla retroceder. El combate era bastante estable. Sin ganadores ni vencidos, pero tenía un grave problema. Desde que inundara el carruaje había comenzado la cuenta atrás de un reloj de arena, con la vida de las chicas pendiendo de la arena de ese reloj. Más aún cuando el anciano había creado ese torrente de agua con dirección al lago. El tiempo jugaba en su contra, y empatar no le era una opción. No podía permitirse ser paciente en el combate. Tendría que ser sumamente agresivo, y ello provocaría que tomara demasiados riesgos. Justo lo que querían esos dos.
- Y por qué os importan tanto a vosotros. Déjanos hacer nuestro trabajo, y apartaos. Sólo así saldréis bien parados de esta-, comentó.
- Alguien con tu mentalidad nunca comprendería por qué me importa. Por qué debería importar-, dijo, haciéndose a un lado después de engañar a la mujer con una finta, y moverse con rapidez para intentar acercarse al brujo de agua.
Desgraciadamente, solamente pudo maldecir en su mente, pues la joven volvió a interponerse en su camino. Era extremadamente rápida, de eso no había duda. No podría librarse de ella fácilmente, y conseguir alcanzar al brujo de agua. No al menos a corto plazo. Tendría que vencerla primero, si quería detener a su compinche. Y solamente cuando pudiera ganarles, podría salvar a las mujeres del carro.
Menudo dilema. No parecía haber tiempo para realizar tantas cosas antes de que las chicas murieran ahogadas. El peso de la tensión y la angustia se hacía notar sobre sus hombros, pero no se dejaría llevar por el abatimiento. No pensaba renunciar sin luchar.
- Desiste de una vez. Solamente estas poniéndote en peligro. Vas a morir para nada. Esas chicas ya están perdidas. Y todo por no liberar a nuestros hombres. Que estupidez-, dijo la bruja.
Aunque más que decirlo, se lo había escupido a la cara.
- No pienso liberar a unos maleantes con los que pondréis en peligro a más personas a vuestro paso. Y no lo dudes-, sonrió. - Salvaré a las mujeres-, comentó con seguridad. - Y pobre de ustedes si no lo consigo. Si eso llegara a ocurrir, no tendré ninguna piedad-, amenazó con voz dura y acerada.
Los metales volvieron a encontrarse una y otra vez. Ello le exasperaba, pues, aunque había dicho que las salvarías con gran seguridad, en el fondo sentía que no dejaba de perder el tiempo con esa chica. No conseguía vencerla, y mientras más tardarse en hacerlo, peor sería para Gab y el resto de mujeres. Se le agotaba el tiempo.
La voz de Mewie lo sacó del combate, y no solo a él, sino también a los brujos rivales. Cualquier comentario que afirmase un rescate de las chicas parecía inverosímil. Pero allí estaba ella, Mewie. Su mera voz era un indicativo de que había conseguido salir del carruaje con vida. Y junto a ella estaba su amiga y Gabrielle. Las mujeres estaban a salvo, y todo se lo debían a un dragón, eso había dicho la joven.
No tardó en ver la silueta dorada en el cielo. Pero antes de poder hacer halago alguno al inesperado rescatador. Pudo ver a lo lejos, como Gab se desplomaba al suelo.
- Gabrielle-, comentó, dando un paso en su dirección, pero deteniéndose para defenderse de un nuevo ataque de la bruja.
El momento de paz había concluido. Tan rápido como repentino había sido. Y pese a que los planes del brujo de agua habían sido desbaratados, aquello no había terminado. Ni mucho menos.
Un nuevo ataque mágico fue perpetrado por el brujo del elemento de agua, generando una ola que amenazaba directamente al dragón que volaba sobre el lago. Pero incluso sabiendo del gran poder que albergaba aquel brujo, ahora se sentía con renovadas fuerzas. Con más optimismo.
Con las damas a salvo, ya no tenía que luchar a contrarreloj. Así que no tenía que tomar riesgos innecesarios en el combate. Además, ya no luchaba solo. Y eso era un punto a su favor.
Offrol
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Siento haber tardado tanto. Lo siento =(
Normalmente soy más rápido, lo juro >.<
Posdata: Sobre el rescate de Freya no digo nada porque aún no lo sé, y no la veo bien en las garras del dragón. No quise ponerme op con vista de águila (?) jajaja.
Vincent Calhoun
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Re: De vuelta a casa {Libre} {Cerrado}
Pequeñas gotas rozaban por su rostro, notaba como un viento frío se le calaba entre sus mejillas pálidas que aún luchaban por mostrar un poco de color.
Sus ojos abrieron en par aun con la falta de sonido alrededor. Notaba la arena en sus dedos y con dificultad, fue levantando levemente la cabeza, hasta observar a su derecha todavía el agua correr, una especie de ser con alas y al horizonte Vincent blandiéndose todavía en una batalla.
Apretó sus dientes intentando incorporarse casi solo con el acierto hasta llegar a subir su torso con el fallo también de sus piernas. En ese mismo segundo maldijo estar aún lo suficientemente débil para no poder levantarse y volver a blandir la espada.
Un brillo enigmático y de color púrpura llamó su atención. Una especie de esfera medio enterrada a pocos pasos de ella apareció de una forma rara, rodeada de una bruma un tanto oscura y absorbente.
Esa misma esfera era exactamente del mismo tamaño que el huevo del bastón que portaba aquel brujo que parecía tener solo poderes de agua.
-Esto debe ser la causa- susurró para sí misma todavía observando la esfera.
Echó el valor que una mujer suelta en sus peores situaciones y a pesar que sus piernas amor todavía temblaban junto con el dolor, siempre sería menos que el dolor emocional de perder a un ser querido. Con dificultad cogió dicha esfera y la rompió en la roca más cercana, quedando todo añicos.
Una niebla apareció y con ello se llevó el agua los destrozos, el dragón, la otra mujer, y todas las ilusiones que se habían formado durante la batalla.
Aquellos brujos cayeron sobre sus propias rodillas, el caballero parecía bajar la espada frente a aquellos dos como si todo hubiera terminado.
La muchacha avanzó hacia la dirección de Vincent con su mano derecha en el sai para desenfundar lo más veloz posible.
-Vincent… ¡ya voy! ¡Aguanta!- Se quejaba lo menos posible sobre el dolor.
Apenas unos pasos y llegaría donde estaba se encontraba él.
Sus ojos abrieron en par aun con la falta de sonido alrededor. Notaba la arena en sus dedos y con dificultad, fue levantando levemente la cabeza, hasta observar a su derecha todavía el agua correr, una especie de ser con alas y al horizonte Vincent blandiéndose todavía en una batalla.
Apretó sus dientes intentando incorporarse casi solo con el acierto hasta llegar a subir su torso con el fallo también de sus piernas. En ese mismo segundo maldijo estar aún lo suficientemente débil para no poder levantarse y volver a blandir la espada.
Un brillo enigmático y de color púrpura llamó su atención. Una especie de esfera medio enterrada a pocos pasos de ella apareció de una forma rara, rodeada de una bruma un tanto oscura y absorbente.
Esa misma esfera era exactamente del mismo tamaño que el huevo del bastón que portaba aquel brujo que parecía tener solo poderes de agua.
-Esto debe ser la causa- susurró para sí misma todavía observando la esfera.
Echó el valor que una mujer suelta en sus peores situaciones y a pesar que sus piernas amor todavía temblaban junto con el dolor, siempre sería menos que el dolor emocional de perder a un ser querido. Con dificultad cogió dicha esfera y la rompió en la roca más cercana, quedando todo añicos.
Una niebla apareció y con ello se llevó el agua los destrozos, el dragón, la otra mujer, y todas las ilusiones que se habían formado durante la batalla.
Aquellos brujos cayeron sobre sus propias rodillas, el caballero parecía bajar la espada frente a aquellos dos como si todo hubiera terminado.
La muchacha avanzó hacia la dirección de Vincent con su mano derecha en el sai para desenfundar lo más veloz posible.
-Vincent… ¡ya voy! ¡Aguanta!- Se quejaba lo menos posible sobre el dolor.
Apenas unos pasos y llegaría donde estaba se encontraba él.
Gabrielle Allen Claire
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Re: De vuelta a casa {Libre} {Cerrado}
Y así, damas y caballeros, es como una simple y sencilla vuelta a casa se convierte en toda una batalla campal.
Vincent sólo retornaba a su morada. Después de una temporada en los caminos, ya le tocaba su merecido descanso en la bella Lunargenta. Un periodo de relax junto a sus amigos más sedentarios, así como un poco de movimiento en la herrería para ayudar a Sandal mientras estuviera en la ciudad. En definitiva, una corta temporada de vida tranquila para retomar energías para su siguiente viaje.
Pero claro, con la mención del nombre Vincent todo el mundo debería saber, que la historia no iba a ser sencilla.
Con el brujo de dorados cabellos las situaciones no solían ser simples, o al menos casi nunca lo era. Dicho esto, es más entendible como un retorno al hogar se podía volver tan complicado.
Por si damas en peligro y asaltantes de camino no fuera suficiente, una pareja de brujos había hecho su aparición en el momento más inoportuno. Unos brujos, que por otra parte, bien parecían los insatisfechos líderes del grupo de hombres que habían iniciado los problemas. Pero no, con Vincent por medio la cosa no podía acabar ahí, y cuando el combate se complicó para el dúo de bandidos, el que controlaba el agua demostró sus dotes para la magia, y con un golpe del elemento que dominaba lanzó el carruaje a un lago cercano, donde una mujer desconocida, y un dragón, completaron el rescate de las pobres chicas que habían terminado envueltas en tremenda batalla.
¿La situación podía ser más surrealista? No, no lo creía. Parecía imposible que tantas personas pudieran unirse a una refriega estando tan cerca de la capital de los humanos, y que le pasaran tantas cosas en tan corto plazo de tiempo. Aunque… sentía que algo no iba como debería. En su mente una vocecilla le decía que algo en aquella situación no era como tenía que ser, pero no atinaba a decirle el qué.
- Maldita sea, por qué no lo dejáis ya. No vais a ganar este combate ni aunque pongáis sobre el tapete todas las tretas que podáis llegar a imaginar-, comentó molesto, pues esa pareja de brujos le estaba incordiando a niveles insospechados.
En cuando el mercenario terminó su frase, dio por terminada el cruce de armas entre brujo y bruja enfrentados con una patada de su pierna sobre el abdomen de la fémina. Eso le dio unos metros de separación, y unos instantes propios para contraatacar.
Más la mujer era buena, muy buena, y pese a verse apartada y desequilibrada, encontró la rapidez y la fuerza necesarias para reponerse al golpe de su contrincante. Para cuando el acero de Vincent llegó a donde se encontraba la bruja, esta ya se había equilibrado lo suficiente para repeler el ataque.
Resultado. Ambas armas volvieron a quedar cruzadas
- Nos habéis causado problemas. Y no somos personas de las que se dejen vencer por los problemas-, fue la respuesta de la dama, que con un ágil movimiento se desembarazó del enganche del acero de la espada de Vinc, y se dispuso a atacar. Esta vez le tocaba a ella aprovechar la ventaja para contraatacar.
El mercenario fue más rápido que el cayado de su enemiga, y consiguió eludir el golpe.
- Aunque debo decir que estáis siendo un problema de lo más interesante. Tu amiga y tú sabéis defenderos, lo admito. Pero no será suficiente-, comentó, preparada para atacar otra vez.
- ¡Nooooooooooo! - fue el grito que rasgó la ya de por si exigua paz en aquel camino, y que detuvo las intenciones de la bruja de volver a atacar.
Tanto hombre como mujer enfrentados miraron a su costado para contemplar la escena que había provocado tal exclamación. Así fue cómo ambos pudieron presenciar la desolación del brujo de agua, la posición de Gab a su lado, y los cristales rotos contra una roca junto a la joven.
Una neblina comenzó a arremolinarse junto a todos los presentes, haciendo que la visión de todos se perdiera. Nadie podría ver ni a medio metro, y mucho menos donde se encontraba cualquiera de los otros involucrados en la batalla.
- ¡Magia ilusoria! -, exclamó, más para sí mismo que para el resto presente, comprendiendo lo que realmente había pasado.
Era eso lo que estaba en lo más hondo de su mente, y lo que su conciencia intentaba decirle. En aquel lugar, no había ningún lago. Si así lo había visto, y si no había sido capaz de recordar que en esa parte de Verisar no había masa de agua alguna, era por culpa de la magia.
- ¿Sólo tienes ese artefacto para realizar magia de ilusión, o realmente eres de esa rama de la magia y ni tan siquiera puedes dominar el agua? - preguntó en la dirección en la que había visto por última vez al brujo.
Con la niebla era imposible saber si seguía en ese mismo lugar, más el mercenario tenía solución para ella. Magia de aire.
Vincent comenzó a dispersar la niebla mágica que se había formado con la rota del artefacto mágico, pero su estrategia fue interrumpida por el cayado de la bruja, el cual pudo esquivar una vez a duras penas, antes de sentir como con unos de sus lados romos lo empujaba hacia atrás y lo tiraba al suelo.
Reaccionó con un ataque de viento en la dirección desde donde lo habían atacado, y se incorporó realizando un tajo en esa misma dirección para evitar que su rival pudiera ganarle ventaja. Sin embargo, ni con su magia ni con su acero encontró cuerpo o arma enemiga.
El caso es que no pudo seguir dispersando la neblina con gran intensidad, pues esa bruja podía estar cerca, y no podía volver a delatar su posición. Se conformó en alejar un poco la niebla con su magia, pero de forma leve y sutil, sólo para agrandar la distancia con él, y tener más tiempo de reaccionar si alguien salía de la bruma para atacarle.
Nada de eso ocurrió, y la niebla se fue diluyendo poco a poco, hasta no quedar ni rastro de ella.
Una voz conocida resonó a su espalda.
- Gabrielle. Buena jugada-, felicitó a la joven, recordando su posición junto al cristal roto. - Gracias a ti hemos podido vencer, he de reconocer que esos dos son buenos luchadores. Un poco arteros, más la guerra solo favorece a los astutos-, comentó, envainando su espada.
De los brujos no había ni rastro. Sin duda habían aprovechado la neblina para escapar. Muy inteligente, pues ahora volvían a luchar en un dos para dos, y sin artimañas ilusorias para engañarles.
Pensó en perseguirles, pero con un vistazo a su espalda pudo ver el carro de las jóvenes, así como a las mismas, en el mismo lugar en el que comenzara la batalla con los brujos. Y a su derecha, pudo observar el grupo de hombres que había amarrado contra el árbol. Por ahora no podía abandonar la zona
No había que ser muy sagaz. Los brujos habían intentando vencer a las personas que habían atrapado a sus hombres, más cuando la situación se complicó y perdieron la ventaja de la ilusión, tuvieron que abandonarlos a su suerte. Ya no hubo tiempo para liberarlos. La niebla no duraría tanto como para ello.
- ¿Qué ha pasado? - comentó una de las chicas del carro. - Me duele la cabeza.
- Tranquilas, todo ha pasado. Ahora estáis a salvo-, dijo, mirando el camino en dirección a la ciudad y contemplando como una patrulla de la guardia venía hacia ellos. - El dolor se te pasará, seguramente sea un efecto secundario de la magia del brujo,
La mujer lo miró con unos tan asombrados como asustados. No todos los humanos estaban acostumbrados a tratar con practicantes de la magia.
- En serio, tranquila, no todos los brujos son malvados-, sonrió y le guiñó un ojo, antes de alejarse un poco para recoger su morral y sus cosas.
Qué torpe había sido. Había terminado bajo el embrujo del artefacto de su enemigo como un brujo novel. Pero en fin, ya nada se podía hacer. Por fortuna para ellos, la situación había acabado bien. Al menos las chicas estaban a salvo, y eso era lo más importante.
- Te debo una-, le dijo a Gab, colocándose el asa del morral por encima del hombro. - Tu maniobra nos ha salvado, o como mínimo ha hecho que todo terminara antes y sin más peligros-, afirmó, asintiendo con la cabeza. - La guardia ya viene hacia aquí-, comentó, volviendo a mirar en dirección a los hombres del rey, para comprobar que estaba aún más cerca. - Imagino por ello que mi trabajo ha concluido-, bromeó antes de reír. - Vamos, si tu camino te lleva a Lunargenta, déjame invitarte a unos tragos-, comentó amistoso.
Esa rocambolesca batalla por fin había terminado. Una de esas situaciones que sólo le podían pasar a él. Pero bueno, no todo en la vida era pena. No todos los retornos a casa eran tan movidos y complicados, pero tampoco en todos se conocía una nueva amiga.
Seguir vivo un día más y una nueva amiga era todo lo que necesitaba un hombre para tener algo que celebrar.
Vincent sólo retornaba a su morada. Después de una temporada en los caminos, ya le tocaba su merecido descanso en la bella Lunargenta. Un periodo de relax junto a sus amigos más sedentarios, así como un poco de movimiento en la herrería para ayudar a Sandal mientras estuviera en la ciudad. En definitiva, una corta temporada de vida tranquila para retomar energías para su siguiente viaje.
Pero claro, con la mención del nombre Vincent todo el mundo debería saber, que la historia no iba a ser sencilla.
Con el brujo de dorados cabellos las situaciones no solían ser simples, o al menos casi nunca lo era. Dicho esto, es más entendible como un retorno al hogar se podía volver tan complicado.
Por si damas en peligro y asaltantes de camino no fuera suficiente, una pareja de brujos había hecho su aparición en el momento más inoportuno. Unos brujos, que por otra parte, bien parecían los insatisfechos líderes del grupo de hombres que habían iniciado los problemas. Pero no, con Vincent por medio la cosa no podía acabar ahí, y cuando el combate se complicó para el dúo de bandidos, el que controlaba el agua demostró sus dotes para la magia, y con un golpe del elemento que dominaba lanzó el carruaje a un lago cercano, donde una mujer desconocida, y un dragón, completaron el rescate de las pobres chicas que habían terminado envueltas en tremenda batalla.
¿La situación podía ser más surrealista? No, no lo creía. Parecía imposible que tantas personas pudieran unirse a una refriega estando tan cerca de la capital de los humanos, y que le pasaran tantas cosas en tan corto plazo de tiempo. Aunque… sentía que algo no iba como debería. En su mente una vocecilla le decía que algo en aquella situación no era como tenía que ser, pero no atinaba a decirle el qué.
- Maldita sea, por qué no lo dejáis ya. No vais a ganar este combate ni aunque pongáis sobre el tapete todas las tretas que podáis llegar a imaginar-, comentó molesto, pues esa pareja de brujos le estaba incordiando a niveles insospechados.
En cuando el mercenario terminó su frase, dio por terminada el cruce de armas entre brujo y bruja enfrentados con una patada de su pierna sobre el abdomen de la fémina. Eso le dio unos metros de separación, y unos instantes propios para contraatacar.
Más la mujer era buena, muy buena, y pese a verse apartada y desequilibrada, encontró la rapidez y la fuerza necesarias para reponerse al golpe de su contrincante. Para cuando el acero de Vincent llegó a donde se encontraba la bruja, esta ya se había equilibrado lo suficiente para repeler el ataque.
Resultado. Ambas armas volvieron a quedar cruzadas
- Nos habéis causado problemas. Y no somos personas de las que se dejen vencer por los problemas-, fue la respuesta de la dama, que con un ágil movimiento se desembarazó del enganche del acero de la espada de Vinc, y se dispuso a atacar. Esta vez le tocaba a ella aprovechar la ventaja para contraatacar.
El mercenario fue más rápido que el cayado de su enemiga, y consiguió eludir el golpe.
- Aunque debo decir que estáis siendo un problema de lo más interesante. Tu amiga y tú sabéis defenderos, lo admito. Pero no será suficiente-, comentó, preparada para atacar otra vez.
- ¡Nooooooooooo! - fue el grito que rasgó la ya de por si exigua paz en aquel camino, y que detuvo las intenciones de la bruja de volver a atacar.
Tanto hombre como mujer enfrentados miraron a su costado para contemplar la escena que había provocado tal exclamación. Así fue cómo ambos pudieron presenciar la desolación del brujo de agua, la posición de Gab a su lado, y los cristales rotos contra una roca junto a la joven.
Una neblina comenzó a arremolinarse junto a todos los presentes, haciendo que la visión de todos se perdiera. Nadie podría ver ni a medio metro, y mucho menos donde se encontraba cualquiera de los otros involucrados en la batalla.
- ¡Magia ilusoria! -, exclamó, más para sí mismo que para el resto presente, comprendiendo lo que realmente había pasado.
Era eso lo que estaba en lo más hondo de su mente, y lo que su conciencia intentaba decirle. En aquel lugar, no había ningún lago. Si así lo había visto, y si no había sido capaz de recordar que en esa parte de Verisar no había masa de agua alguna, era por culpa de la magia.
- ¿Sólo tienes ese artefacto para realizar magia de ilusión, o realmente eres de esa rama de la magia y ni tan siquiera puedes dominar el agua? - preguntó en la dirección en la que había visto por última vez al brujo.
Con la niebla era imposible saber si seguía en ese mismo lugar, más el mercenario tenía solución para ella. Magia de aire.
Vincent comenzó a dispersar la niebla mágica que se había formado con la rota del artefacto mágico, pero su estrategia fue interrumpida por el cayado de la bruja, el cual pudo esquivar una vez a duras penas, antes de sentir como con unos de sus lados romos lo empujaba hacia atrás y lo tiraba al suelo.
Reaccionó con un ataque de viento en la dirección desde donde lo habían atacado, y se incorporó realizando un tajo en esa misma dirección para evitar que su rival pudiera ganarle ventaja. Sin embargo, ni con su magia ni con su acero encontró cuerpo o arma enemiga.
El caso es que no pudo seguir dispersando la neblina con gran intensidad, pues esa bruja podía estar cerca, y no podía volver a delatar su posición. Se conformó en alejar un poco la niebla con su magia, pero de forma leve y sutil, sólo para agrandar la distancia con él, y tener más tiempo de reaccionar si alguien salía de la bruma para atacarle.
Nada de eso ocurrió, y la niebla se fue diluyendo poco a poco, hasta no quedar ni rastro de ella.
Una voz conocida resonó a su espalda.
- Gabrielle. Buena jugada-, felicitó a la joven, recordando su posición junto al cristal roto. - Gracias a ti hemos podido vencer, he de reconocer que esos dos son buenos luchadores. Un poco arteros, más la guerra solo favorece a los astutos-, comentó, envainando su espada.
De los brujos no había ni rastro. Sin duda habían aprovechado la neblina para escapar. Muy inteligente, pues ahora volvían a luchar en un dos para dos, y sin artimañas ilusorias para engañarles.
Pensó en perseguirles, pero con un vistazo a su espalda pudo ver el carro de las jóvenes, así como a las mismas, en el mismo lugar en el que comenzara la batalla con los brujos. Y a su derecha, pudo observar el grupo de hombres que había amarrado contra el árbol. Por ahora no podía abandonar la zona
No había que ser muy sagaz. Los brujos habían intentando vencer a las personas que habían atrapado a sus hombres, más cuando la situación se complicó y perdieron la ventaja de la ilusión, tuvieron que abandonarlos a su suerte. Ya no hubo tiempo para liberarlos. La niebla no duraría tanto como para ello.
- ¿Qué ha pasado? - comentó una de las chicas del carro. - Me duele la cabeza.
- Tranquilas, todo ha pasado. Ahora estáis a salvo-, dijo, mirando el camino en dirección a la ciudad y contemplando como una patrulla de la guardia venía hacia ellos. - El dolor se te pasará, seguramente sea un efecto secundario de la magia del brujo,
La mujer lo miró con unos tan asombrados como asustados. No todos los humanos estaban acostumbrados a tratar con practicantes de la magia.
- En serio, tranquila, no todos los brujos son malvados-, sonrió y le guiñó un ojo, antes de alejarse un poco para recoger su morral y sus cosas.
Qué torpe había sido. Había terminado bajo el embrujo del artefacto de su enemigo como un brujo novel. Pero en fin, ya nada se podía hacer. Por fortuna para ellos, la situación había acabado bien. Al menos las chicas estaban a salvo, y eso era lo más importante.
- Te debo una-, le dijo a Gab, colocándose el asa del morral por encima del hombro. - Tu maniobra nos ha salvado, o como mínimo ha hecho que todo terminara antes y sin más peligros-, afirmó, asintiendo con la cabeza. - La guardia ya viene hacia aquí-, comentó, volviendo a mirar en dirección a los hombres del rey, para comprobar que estaba aún más cerca. - Imagino por ello que mi trabajo ha concluido-, bromeó antes de reír. - Vamos, si tu camino te lleva a Lunargenta, déjame invitarte a unos tragos-, comentó amistoso.
Esa rocambolesca batalla por fin había terminado. Una de esas situaciones que sólo le podían pasar a él. Pero bueno, no todo en la vida era pena. No todos los retornos a casa eran tan movidos y complicados, pero tampoco en todos se conocía una nueva amiga.
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