Quid pro quo [Privado] [3/3]
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Quid pro quo [Privado] [3/3]
Había olvidado por entero la última vez que había recorrido las calles de esa ciudad humana de manera sosegada, sin sentirse perseguido, en peligro o involucrado por terceros en asuntos que terminarían por requerir su espada.
La gran urbe nunca parecía dar la bienvenida. En exceso bulliciosa, pétrea, infestada de criaturas de toda calaña, la mente del elfo solía compararla a un pedazo de pan donde el moho ya había colonizado buena parte. Sin aparentar alarma, observaba con cuidado, con calma, a todo viandante que se cruzaba a escasa distancia de su figura. Sabía que no era difícil de distinguir, con aquella armadura negra a juego con el largo cabello, la capa que prácticamente exudaba una altivez intrínseca al hijo de Sandorai, y sus destacados ojos grises. Con la mano diestra lejos del pomo de la espada, se preguntó durante unos instantes qué habría sido de Marielle y sus seguidores y su cerebro, pintando con suavidad una pátina de oscuridad, recordó una tonadilla propia en la que no había vuelto a pensar desde hacía mucho, mucho tiempo.
“Una muchacha clavada a la pared
La sangre gotea ¿Muerta? Tal vez
No es suficiente, aún le quedan manos
Cuánto daño hizo, otro corte ¡vamos!”
La sangre gotea ¿Muerta? Tal vez
No es suficiente, aún le quedan manos
Cuánto daño hizo, otro corte ¡vamos!”
La mera idea del líquido vital ensombreció su rostro, surgiendo con nitidez cada uno de los rasgos de la vampiresa de la que hacía poco, demasiado poco, tiempo se había separado. Bufó, irritado. Eran demasiados ya los encuentros donde se había jugado la vida con esas bestias. Si de él dependiera, nunca volvería a cruzarse con nocturno alguno. No al menos, hasta tener poder suficiente para exterminarlos a todos y cada uno.
Aún no había alcanzado a comprender por qué ella no había luchado en ese momento, ni un mero ataque más allá de tomarlo del cuello. Se había dejado sorprender, o la había subestimado, seguro que habría recorrido una milla antes de que él abandonase el túnel. ¿Por qué no intentar eliminarlo en ese momento? Le había recriminado la muerte del objetivo. Nou estaba seguro de que se le escapaba algo en todo aquello. Convencido que la piedad no existía en el carácter de una de esas criaturas, menos aún algo como la amistad, tenía por fuerza que tratarse de algún tipo de interés egoísta. Quizá el hecho de dejarla con vida podría haber dispuesto a Kravor en su favor, alineándose contra Diramis. Se pasó una mano por el cabello, un gesto distraído. Pensar en ello, concluyó, no tenía más sentido que hipotetizar sobre las mareas. Al igual que ese monstruo, que subieran o bajaran tenía poco sentido para él.
No obstante, se encontraba optimista. Su bolsa tenía oro suficiente, y a pesar de haber perdido el poder que encarnaba el objeto del 19, planes de futuro tomaban forma de sillares bien labrados en su cabeza. Y no pudo más que sonreir al reparar en la tremenda paradoja que encerraba que algo de un vampiro pudiese hacerle alcanzar ese primer estadio en sus nuevos planes. Al menos, el más sencillo de ellos. Un escalofrío de emoción recorrió su espalda hasta llegar a la mandíbula, provocándole una amplia sonrisa que habría hecho temblar a esa criatura.
Las yemas de sus dedos rozaron el excelente trabajo de orfebrería. Su amor por aquel arte, dejado décadas de lado por el estudio, investigaciones y el entrenamiento, lo llevó a preguntarse qué persona habría creado tal belleza. La inoportuna imagen de Caoimhe revoloteó en sus pensamientos, antes de eliminarla.
“Lo suyo- entonó en silencio- es un disfraz para esconder un demonio. Nada más”
Volvió a retomar su interés por la hermosa joya. Sólo alguien de un nivel que pocas veces había sido capaz de contemplar podría haber trabajado en ella. ¿Martillado y a fuego? Lo dudaba. Sus dedos continuaban la revisión al tiempo que su mente creaba para sí la imagen de lo que iba acariciando escondido en su bolsa de viaje. Sin duda, había necesitado previamente realizar la obra en madera a fin de evitar errores. Y ese ensamblaje… Una ansia ligera por retomar las herramientas de la forja susurró dentro del espadachín. Sintió verdadera lástima en ese instante por tener que vender algo de tal calibre. No había otro remedio.
Paseó por una de las calles comerciales más concurridas, advirtiendo por vez primera la menor presencia de componentes de la Guardia que en sus visitas previas a la ciudad. Frunció el ceño, extrañado. Eso no jugaba en su favor. Era la primera vez que podía considerarse rico, y aún necesitaba otro afluente de monedas para comprar el primer escalón de sus aspiraciones futuras. Debía salir de Lunargenta lo antes posible.
Tres establecimientos de mercaderes después, comprendió la dificultad de deshacerse de la obra de arte. Los ladrones tenían redes y puntos, tramas intrincadas para vender ese tipo de objetos. Él carecía de todo ello. La velada alusión del último vendedor acerca de que era algo robado, crispó tanto a Nou que salió del local antes de cometer una estupidez.
Algo en su mirada oscureció al posarla sobre el cartel de entrada de una tienda que sin el menor pudor indicaba la procedencia de su ocupante. Beltrexus. La ponzoña isleña se extendía como la peste que barrió el continente años atrás. Sintió la tentación de escupir delante de la edificación, pero contuvo un gesto tan impropio de él.
Había llegado a la urbe con las primeras luces, convencido de poder abandonarla antes de precisar una habitación para alojarse siquiera un día más entre sus muros. La falta de solución a su problema estaba consumiendo sus intenciones a ojos vistas.
Aún quedaban varios posibles compradores en la calle, pero el ánimo del elfo se había enfriado tras tantas negativas. Sentirse desdeñado molestaba a su orgullo, y decidió que haría un último intento antes de, para su molestia, pernoctar una noche en la maldita Lunargenta.
Una humana, sin duda en el primer tercio de su corta vida, le atendió con una sonrisa acostumbrada a tratar con todo tipo de clientes. Una de esas en las que los ojos apenas participan. Una invitación, que no variaría de su rostro tras una educada negativa, supuso.
Nousis colocó la presea, tratando de endulzar el cansancio, la irritación y el deseo de abandonar la ciudad que luchaban por dominar su rostro. Pasó delicada y lentamente un dedo por el objeto, clavando la vista en la mujer. Ésta examinó la mercancía en una rápida ojeada, que ni siquiera hizo variar el gesto con el que lo había recibido.
-¿Está seguro que quiere deshacerse de algo como ésto?- inquirió - Dudo que exista familia de raigambre que no presumiese de una joya así como herencia familiar- tomándola entre sus manos, el espadachín contuvo la inercia de impedírselo. Su única ganancia de haber salido con vida de la guerra de Roilkat.
-Fue un pago por un trabajo bien hecho- mintió, sintiendo el sucio regusto de la falsedad en la lengua. ¿Cómo explicar la verdad? No pocas de las criaturas del mundo carecían del odio o el temor lógicos ante los engendros de la noche, como si fuese natural concederles los mismos derechos que a otras razas. En su escala de valores, tomar algo a quien sólo hacía daño, que arrebataba vidas por placer o maldad, que subsistía a base de violencia, no podía considerarse un crimen, en modo alguno.
-Debería haber cobrado en monedas- adujo la mercader, devolviéndole la alhaja- Su precio, como sin duda sabrá, es demasiado elevado para canjearlo por una cantidad adecuada. Me temo que ningún comerciante honrado le entregaría el precio justo.
Nou volvió a guardar, decepcionado, el delicado objeto en su bolsa de viaje, preguntándose si, al igual que su antigua dueña, también estaría maldito. Debía venderlo, o le sería por entero inútil.
Maldijo para sí al salir del establecimiento. ¿Qué haría ahora?
Nousis Indirel
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Re: Quid pro quo [Privado] [3/3]
Los surcos en forma de pisadas en el camino apenas podían distinguirse en aquel tramo en particular de la ciudadela. La masa de barro y huecos que el ir y venir de los habitantes de la misma habían dejado en el suelo parecía reflejar la marabunta de pensamientos que atisbaba la mente de Caoimhe a medida que, ella también, iba dejando su huella particular en aquel camino.
Mitad tierra, mitad lodo, la entrada a Lunargenta había tenido meses mejores;La ciudad nunca había sido santo de la devoción de la chica, pero tenía que reconocer que sus negocios siempre eran más fructíferos allá donde se aglomeraba la gente. De ahí que conociese Lunargenta casi tan bien como Beltrexus a pesar de que a diferencia de la segunda, Lunargenta nunca había tenido la familiaridad de un viejo conocido para ella. Sino más bien la necesidad de una tarea, y sus visitas a menudo minuciosamente programadas eran la síntesis de un entramado minucioso de planes.
Aquella visita, por supuesto era totalmente diferente.
De hecho, a medida que el barro se hacía más fácil de vencer y sus pisadas encontraban más tierra en el camino, simbolizando lo cercano al centro de la ciudad, Caoimhe se percató de que posiblemente aquella era la primera vez que tan solo.. Viajaba a Lunargenta.
Suspiró, cansada del camino. Llevaba el corazón a flor de piel y la vulnerabilidad en los colmillos. Había perdido algo que era sumamente importante para ella y aunque la vocecilla en su mente que le recordaba lo doloroso de su sed seguía pensando razones para abandonar su objetivo, Caoimhe no había perdido la fe y la confianza en la ambición vampira y por lo tanto la mínima posibilidad de que alguien hubiese encontrado colgante y quizás empeñado a cambio de algún que otro aero.
Parte de ella sabía que aquello era inùtil; que no había en Aerandir ente o criatura lo suficientemente dócil como para malvender su joya. Pero quizás sí lo bastante desesperado.
Lo cierto era, que quizás no sabía como volver a casa sabiendo que la había perdido y que la frase grabada en ella a veces era lo único que mantenía su cordura.
Cuando por fin llegó a un terreno medio seco se apoyó a las lindes de una tienda cercana. Había estado lloviendo tanto que el terciopelo rojo de su vestido parecía estar casi tan triste como su pensamiento.
Limpió un poco sus zapatos antes de decidirse hasta su primera tienda. Acto seguido, caminò decidida a ella. Y después de esta a la segunda. Y la tercera. En la cuarta comenzó a entender que aquello era inútil, pero no fue hasta la sexta cuando aceptó que lejos de estar activamente esperando el éxito en su cruzada, aquello era una leve tirita que ocultaba lo profundo de su herida.
Herida.
Agarró el pomo de la última tienda en la plaza dejando entrever los surcos rosados de las heridas aún sin cicatrizar de su mano. Cuando entró en aquel lugar la abrio y cerró un par de veces como para recordarse que aún era parte de ella. La mayoría casi había empezado a cicatrizar. Una de ellas, sin embargo, justo en el dorso interno de su mano parecía estar algo infectada. Había drenado pus de sus bordes un par de noches atrás. Y de camino a su objetivo creyó haber pasado fiebre pues poco o nada recordaba de momentos exactos de la noche anterior y en mitad del camino había dormitado imaginando dragones sobre ella. Luces que la sacaban aqui y allá de su duermevela. Olor a bosque. A humo.
Podría decirse que ciertamente no estaba en su mejor momento. Pero sobreviviría.
-¿Puedo ayudarte?-
La voz del dueño de aquella casa de empeños la sorprendió algo frustrada. Caoimhe imaginó que no era la primera vez que le preguntaba por lo que asumió que su siguiente paso sería intentar encontrar algún ungüento contra la pus.
-Si.. Verá.. busco.. Busco un colgante de amatista violácea con cierta inscripción en oro en su parte trasera.
El hombre abrió mucho los ojos.
-¿De oro dices?-
Caoimhe había visto aquella expresión con anterioridad.
-No..- se apresuró a decir. -Dorada. De poco valor material pero bastante sentimental. Lo perdí hace dos días y pensé que alguien podría haberlo traido aquí para..
De pronto la tienda estaba sumamente cálida. Tanto que la chica comenzó a abanicarse con su propia mano. Tenía algún que otro problema para verbalizar sus palabras y a pesar de estar sumamente consciente las palabras del dueño de aquella tienda no tenían mucho sentido.
-...comer algo. Dejame a ver si Trudis en la posada puede ofrecerte un trozo de pan y algo de vino… ha llovido bastante y lo cierto es que…-
-Es importante que lo encuentre- siguió Caoimhe sin saber muy bien hilar según que frases.
Sintió la necesidad de salir de allí y aquello hizo. Escuchó como el tendero intentaba pararla. Notó incluso como intentó pararla, pero sus pasos eran más gráciles.
De pronto se encontraba sumamente cansada. Y mareada. Y quizás si hubiese bebido algo podría pensar que la habían envenenado.
Se desplomó en uno de los rincones de las galerías cercanas a la última tienda que aún quedaba iluminada en Lunargenta
Mitad tierra, mitad lodo, la entrada a Lunargenta había tenido meses mejores;La ciudad nunca había sido santo de la devoción de la chica, pero tenía que reconocer que sus negocios siempre eran más fructíferos allá donde se aglomeraba la gente. De ahí que conociese Lunargenta casi tan bien como Beltrexus a pesar de que a diferencia de la segunda, Lunargenta nunca había tenido la familiaridad de un viejo conocido para ella. Sino más bien la necesidad de una tarea, y sus visitas a menudo minuciosamente programadas eran la síntesis de un entramado minucioso de planes.
Aquella visita, por supuesto era totalmente diferente.
De hecho, a medida que el barro se hacía más fácil de vencer y sus pisadas encontraban más tierra en el camino, simbolizando lo cercano al centro de la ciudad, Caoimhe se percató de que posiblemente aquella era la primera vez que tan solo.. Viajaba a Lunargenta.
Suspiró, cansada del camino. Llevaba el corazón a flor de piel y la vulnerabilidad en los colmillos. Había perdido algo que era sumamente importante para ella y aunque la vocecilla en su mente que le recordaba lo doloroso de su sed seguía pensando razones para abandonar su objetivo, Caoimhe no había perdido la fe y la confianza en la ambición vampira y por lo tanto la mínima posibilidad de que alguien hubiese encontrado colgante y quizás empeñado a cambio de algún que otro aero.
Parte de ella sabía que aquello era inùtil; que no había en Aerandir ente o criatura lo suficientemente dócil como para malvender su joya. Pero quizás sí lo bastante desesperado.
Lo cierto era, que quizás no sabía como volver a casa sabiendo que la había perdido y que la frase grabada en ella a veces era lo único que mantenía su cordura.
Cuando por fin llegó a un terreno medio seco se apoyó a las lindes de una tienda cercana. Había estado lloviendo tanto que el terciopelo rojo de su vestido parecía estar casi tan triste como su pensamiento.
Limpió un poco sus zapatos antes de decidirse hasta su primera tienda. Acto seguido, caminò decidida a ella. Y después de esta a la segunda. Y la tercera. En la cuarta comenzó a entender que aquello era inútil, pero no fue hasta la sexta cuando aceptó que lejos de estar activamente esperando el éxito en su cruzada, aquello era una leve tirita que ocultaba lo profundo de su herida.
Herida.
Agarró el pomo de la última tienda en la plaza dejando entrever los surcos rosados de las heridas aún sin cicatrizar de su mano. Cuando entró en aquel lugar la abrio y cerró un par de veces como para recordarse que aún era parte de ella. La mayoría casi había empezado a cicatrizar. Una de ellas, sin embargo, justo en el dorso interno de su mano parecía estar algo infectada. Había drenado pus de sus bordes un par de noches atrás. Y de camino a su objetivo creyó haber pasado fiebre pues poco o nada recordaba de momentos exactos de la noche anterior y en mitad del camino había dormitado imaginando dragones sobre ella. Luces que la sacaban aqui y allá de su duermevela. Olor a bosque. A humo.
Podría decirse que ciertamente no estaba en su mejor momento. Pero sobreviviría.
-¿Puedo ayudarte?-
La voz del dueño de aquella casa de empeños la sorprendió algo frustrada. Caoimhe imaginó que no era la primera vez que le preguntaba por lo que asumió que su siguiente paso sería intentar encontrar algún ungüento contra la pus.
-Si.. Verá.. busco.. Busco un colgante de amatista violácea con cierta inscripción en oro en su parte trasera.
El hombre abrió mucho los ojos.
-¿De oro dices?-
Caoimhe había visto aquella expresión con anterioridad.
-No..- se apresuró a decir. -Dorada. De poco valor material pero bastante sentimental. Lo perdí hace dos días y pensé que alguien podría haberlo traido aquí para..
De pronto la tienda estaba sumamente cálida. Tanto que la chica comenzó a abanicarse con su propia mano. Tenía algún que otro problema para verbalizar sus palabras y a pesar de estar sumamente consciente las palabras del dueño de aquella tienda no tenían mucho sentido.
-...comer algo. Dejame a ver si Trudis en la posada puede ofrecerte un trozo de pan y algo de vino… ha llovido bastante y lo cierto es que…-
-Es importante que lo encuentre- siguió Caoimhe sin saber muy bien hilar según que frases.
Sintió la necesidad de salir de allí y aquello hizo. Escuchó como el tendero intentaba pararla. Notó incluso como intentó pararla, pero sus pasos eran más gráciles.
De pronto se encontraba sumamente cansada. Y mareada. Y quizás si hubiese bebido algo podría pensar que la habían envenenado.
Se desplomó en uno de los rincones de las galerías cercanas a la última tienda que aún quedaba iluminada en Lunargenta
Caoimhe
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Re: Quid pro quo [Privado] [3/3]
Paseó sin rumbo por la gran ciudad humana, con el peso de la joya que ahora se le asemejaba a piedras en el morral. Ningún uso tenía algo así si no levantaba el ánimo como presente o era intercambiado por otras riquezas, más allá del ornamental. Pensó en llevarlo consigo y abandonarlo en Folnaien, antes de comprender que sería un recuerdo eterno de la tétrica aventura que había compartido con la vampiresa. Sacudió la cabeza, aquello no podía ser.
Entonces, se le ocurrió una nueva opción. Si bien no le era posible vender la alhaja por el auténtico valor que tenía, sopesó empeñarla. Se preguntó qué cantidad podrían ofrecerle por algo que él sabía que no iba a regresar a recuperar. Su aspecto no indicaba desesperación o necesidad, y probablemente no resultase tentador para un prestamista. No obstante, el valor del objeto podría persuadirle.
Errabundo, sorteó a los transeúntes a lo largo de dos calles, cuando fue abordado por tres individuos en una plaza. Ciudadanos iban y venían, sin sentirse demasiado atraídos por el pequeño grupo que habían formado el elfo y los desconocidos junto a una fuente de escasa entidad. El sonido del agua era acallado por las numerosas conversaciones que tenían alrededor. El espadachín arqueó una ceja. El lugar era demasiado evidente para comenzar una refriega, y ninguno había mostrado arma alguna. Su vestimenta, al menos la de dos de ellos, podía concordar con la utilizada por la baja nobleza, o quiza, con comerciantes enriquecidos. Esos hombres no eran matones de callejón.
- Tengo prisa- aventuró el extranjero, haciendo ademán de moverse, pero uno de los desconocidos le colocó con suavidad una mano en el pecho de la armadura. El elfo sonrió de forma lúgubre. Si intentaban secuestrarlo, no dudaría en intentar matarlos a todos. Nadie volvería a tomarlo preso, como le había ocurrido con Kravor y los suyos. Antes moriría. Y ese susurro oscuro que llegaba de su interior concordó con tales pensamientos- quítame las manos de encima.
- Queremos ofrecerte algo, a cambio de esa joya que llevas contigo- el hijo de Sandorai frunció el ceño. Por fuerza debían conocer a alguno de los comerciantes a quienes había tratado de colocar el collar. O incluso, escuchado en la trastienda de alguno de los locales. Sea como fuere, no había realizado aquello por el cauce habitual. Y eso siempre llevaba consigo problemas.
- Pudísteis haberla comprado cuando lo intenté. ¿A que viene ésto ahora? Dadme su valor y os la entregaré en ese mismo momento- ofreció Nousis, con cierto desencanto. Las cosas nunca, por desgracia, eran tan sencillas.
- Nadie adquirirá ese objeto en Lunargenta, podemos ocuparnos de ello. Sin embargo, si realizas un encargo para nosotros, que compense el pago que te daremos a cambio de la joya, todos podremos salir beneficiados.
- No tengo tanto interés en venderlo- repuso el elfo- No voy a inmiscuirme en vuestras maquinaciones- terminó, apartando con su cuerpo al miembro del trío que le impedía el paso, y perdiéndose de la vista de esos extraños.
[...]
El barrio más utilizado por los usureros para sus negocios no distaba en exceso del ocupado por el gremio de comerciantes de objetos preciosos. Con una sonrisa bañada por la sorna, Nou pensó que era un arreglo que no carecía de sentido común. A pesar de ello, el lugar estaba mucho menos frecuentado, y algunas edificaciones contaban con una protección exterior compuesta por mercenarios que no emanaban la menor confianza.
Entró con paso decidido en aquel local cuyo exterior le inspiró menos rechazo. A diferencia de los otros dos de la calle, la fachada estaba labrada de un modo armonioso, con un gusto sencillo pero efectista. Las pilastras y la cornisa parecían invitar hacia una entrada que no era custodiada por criatura alguna. Más que un negocio, parecía la casa de un noble venido a menos.
Habría estado preparado para muchos seres tras el mostrador. Pero sus ojos grises se abrieron más de lo habitual antes de recuperar la compostura. Parecía que por alguna razón, los dioses colocaban una y otra vez la belleza ante su mirada.
Unos tres dedos menor en estatura, un rostro sin la menor imperfección, la mujer esbozó una sonrisa sin mácula. Su cabello, más pálido que el dorado habitual, caía hasta media espalda, ondulándose hacia la mitad. Sus ojos, azules, poseían un matiz desvaído que incomodó al elfo. No parecían unos habituados a acompañar una verdadera sonrisa. Poseían la esencia del metal, y aún así, su voz sonó acogedora, cuando cruzó las manos y colocó ambos brazos sobre la madera que la separaba de la clientela.
- Bienhallado, extranjero. Habéis elegido bien. Os haré un precio estupendo en cualquier artículo que tengáis a bien…
El sonido de la humana murió, cuando el espadachín colocó el collar ante ella. En un principio, pareció incapaz de dar crédito a lo que tenía ante sí.
- ¿Está muerta…?- preguntó, con un levísimo temblor que presagiaba regocijo. Contempló algo elfo de tal manera que éste casi sintió pesar por no responder lo que de él se esperaba. Ninguno de los dos habló durante unos segundos.
- Reconocería el collar de esa puta vampiresa en cualquier rincón de Aerandir. ¿La has matado, por eso lo tienes? Jamás te lo habría dado de buena gana.
-¿De qué conoces a esa criatura?- inquirió éste a su vez, evitando de forma deliberada responder. Sí, ciertamente había conocido a pocos usureros en su larga vida, pero toparse con una conocida del monstruo de Roilkat en Lunargenta era una broma cruel, incluso siendo su enemiga. Deseaba borrar su recuerdo lo antes posible, como un mal sueño tras una cena indigesta.
La prestamista cruzó los brazos sobre el mostrador - Me llamo Wothlin Daretta. No fui la única a quien ese demonio echó del negocio. Beltrexus era un buen lugar donde comerciar, ¿sabes…? Los brujos pagaban bien por objetos únicos o especiales. Pero ella nunca supo jugar limpio. Y fue eliminando a parte de la competencia. Algunos conseguimos instalarnos aquí, en Lunargenta. Otros prefirieron Baslodia, o Dundarak. Nunca esperé ver éste objeto en manos de alguien como tú. ¿Se lo robaste?- cuestionó, divertida- Siento curiosidad por vuestra historia.
- No hay historia- zanjó el espadachín- Y no, no está muerta- puntualizó, de acuerdo a la verdad. No estaba dispuesto a mentir para ganar reputación ante alguien cuya impresión acerca de él distaba mundos de llegar a importarle- ¿Lo quieres?
Wothlin volvió a observarle detenidamente, como si lo viese por vez primera. Nousis notó cómo esos ojos claros lo analizaban con todo detalle. Y empujó la joya de nuevo hacia el elfo.
- Con ella viva tiene mucho menor valor. Al menos eres sincero, aunque estúpido- el insultó hizo fruncir el ceño al hijo de Sandorai- No está muerta. Aún.
La mirada gris se encontró con esos lagos de tan claro azul.
- Ella también está en la ciudad, hubiese resultado inesperado que alguien de fuera se hubiese ocupado de todo. Vuelve mañana al anochecer y podremos hablar de negocios. El precio de tu artículo habrá aumentado- y la comisuras de los labios de la humana se curvaron en una siniestra sonrisa.
Atónito, Nousis se escuchó repitiendo una y otra vez esas primeras seis palabras.
¿Trabajaría ahora para Kravor? ¿Para Díramis? ¿Estaría sencillamente buscando venganza?
Salió del establecimiento, acariciando el pomo de su espada. No iba a dejarse capturar, o perseguir como una presa. Él la encontraría primero, y terminaría todo lo empezado, de una vez por todas.Claro que…
¿Quién quería también deshacerse de ese engendro de cabello oscuro…
Nousis Indirel
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Re: Quid pro quo [Privado] [3/3]
¿Cuánto tiempo estuvo inconsciente? Su cabeza daba vueltas como si hubiese estado bebiendo durante semanas. Sin entender muy bien qué la había despertado abrió de manera mínima sus ojos.
Sus músculos se encontraban agarrotados. Al parecer su caída no había sido de manera grácil. Y de no haber estado aquel pilar en las galerías de la plaza principal en Lunargenta, cualquiera hubiese pensado que la figura de aquella mujer más bien hubiese sido un cadáver.
Ah pero eso hubiese sido demasiado fácil.
La vocecita en su cabeza no parecía atenerse a las leyes físicas del dolor y apremiaba simplemente el hecho de volver a estar consciente.
Cuando sus ojos se acostumbraron a la intensa luz de la vela que portaba la figura que la había despertado de su sueño poco reparador, la vampiresa descubrió el rostro fino de y medio tapado por un pañuelo de una mujer. La seda le cubría la cara de manera parcial como ocultando sus facciones. Dos enormes ojos pardos la miraban con inquietud como si esperase una respuesta.
-….Sabía yo que no estabas muerta. He visto como se te ensanchaba el pecho y no hueles a muerte- dijo la mujer ayudándola a apoyarse en la pared
-Gracias- contestó Caoimhe traspuesta. No estaba segura de si se refería al cumplido o a la ayuda de la mujer.
Su duda duró poco pues como acto reflejo tendió la mano herida para agarrarse a la mujer.
El dolor cortó su respiración de manera momentánea y gimió en seco apartándola. Sentía el latir pesado de su circulación ahí donde el corte había profundizado en su músculo.
La mujer que la ayudó fue más rápida que ella misma y agarró su mano mientras la observaba detenidamente.
-Por Dios… Hacía años que no veía unos bordes tan separados y aún así tan poco llenos de sangre. Parece que tienes una infección en ese corte,amiga. No debe quedarte mucho.
-Lo se- sentenció Caoimhe con un hálito de voz molesta en parte por la obviedad de las afirmaciones de aquella desconocida, en parte por su sueño/ desmayó interrumpido.
Su cuello parece sano. Su sangre tiene tu cura… tan solo debes morderla y…
La sed estaba despierta e irritaba su garganta
-Es una suerte entonces haberte encontrado a tiempo- dijo la mujer mientras ayudaba a Caoimhe a levantarse
Se tambaleó de manera momentánea y la mujer la ayudó a sostenerse en pie. Ambas se apoyaron la una en la otra y poco a poco recorrieron el camino hasta la tienda de la desconocida.
Casi cuando ambas parecían haber recuperado un ritmo al caminar, la figura de un hombre casi choco de manera estrepitosa con la salvadora de Caoimhe. Escupió al suelo tras salir del lugar y las miro a ambas blasfemando.
La chica la miró comprobando que no se había hecho daño y dijo:
-Marilina no suele ser muy generosa en sus pagos. Te juro que esa chica va a acabar con el negocio… si no fuese mi hermana yo…
Caoimhe miro de manera borrosa al letrero frente a la puerta que la desconocida le ayudo a atravesar
‘Se compra todo’ rezaba. Y su sentido de la consciencia pareció enmudecer de nuevo.
Despertó lo que parecían horas más tarde pero Clarilis sentenció como minutos..
La chica caminaba aquí y allá en una sala llena de frascos y botes con ungüentos y líquidos extrańos. En el centro, una olla burbujeaba con una sustancia de aspecto uniforme y olor fuerte a pólvora.
Lo primero que encontró su mirada fue la jarra de agua fresca a su lado. La bebió de manera abrupta como si hasta entonces no se hubiese dado cuenta de cuánto lo necesitaba. Parte del agua rebosó en su pelo, pecho y cara, y Caoimhe sintió la frescura de sentirse algo más cuerda.
Contempló su mano: Notaba que el hinchazón de la misma había bajado y una venda con emplastes con olor a menta cubría la herida.
Estaba segura que aquella mujer había drenado la pus. Parecía encontrarse mejor
-pensé que esto era una casa de empeños- dijo
Su salvadora se giró por vez primera hacia ella y sin el pañuelo que le tapaba la cara, Caoimhe comprobó que a la chica le faltaba buena parte de los labios lo que había que su dentadura algo torcida estuviese en constante exposición. Su cara también estaba parcialmente quemada y comprendió el uso de su pañuelo.
-Tranquila… fue hace mucho. Ya no duele. No se pega. No te estoy raptando para reemplazarlo y por supuesto no voy a hacerte lo mismo- dijo la chica como si hubiese tenido que explicar aquello muchas veces antes- me llamo Clarilis- añadió tendiéndole un trapo mojado en agua que le instó a pasárselo por la cabeza
-Caoimhe- dijo arrepintiéndose al segundo de haber dado su nombre verdadero.
-Pues tienes suerte de estar viva. Chica. Ese corte es limpio pero se lo que fuese con que te cortases… estaba preparado para matar y no parecía contento con no haberlo hecho- dijo hablando de un arma como si tuviese personalidad.
Caoimhe descubriría en el tiempo que pasó con Clarilis que aquella era una de las muchas excentricidades de la chica. En aquel momento le pareció fruto de su envenenamiento y lo dejó ir.
El silencio se apoderó de la sala mientras Clarilis echaba diversos ingredientes en la olla burbujeante de la sala
Las voces de la habitación de al lado, la sala de empeños rompieron ese silencio de manera abrupta.
Clarilis le dedicó una mirada antes de agarrar su pañuelo y salir de la sala dirección a la tienda principal.
Caoimhe aprovechó para comer un trozo de pan y manteca que al parecer había estado delante de ella todo el tiempo.
Tras varios minutos Clarilis entró de nuevo en la sala esta vez seguida por la figura de su hermana:
-¿y que le voy a hacer? Ese elfo no iba a vender aquella joya. Casi lo podía ver en los ojos. Cuando tome el collar para valorarlo parecía como si le intentase quitar una hoja a una rama nueva. Lo agarraba con decisión. Además… te recuerdo que no soy yo la única que prometio a madre que cuidaríamos del negocio. Y tu pasas en tu habitación de bruja más tiempo que fuera de ella… a ver a quien has encontrado hoy por el malecón…
Y miró a Caoimhe. La chica tenía la boca llena de pan. Aprovechó esto para no decir ni media palabra. Tragó saliva y enjuagó su bocado con un buche al agua cercana.
Necesitaba que aquella mujer diese más detalles. Quizás fuese producto de la fiebre pero elfo y collar en la misma frase le resultaba demasiada coincidencia.
Sus músculos se encontraban agarrotados. Al parecer su caída no había sido de manera grácil. Y de no haber estado aquel pilar en las galerías de la plaza principal en Lunargenta, cualquiera hubiese pensado que la figura de aquella mujer más bien hubiese sido un cadáver.
Ah pero eso hubiese sido demasiado fácil.
La vocecita en su cabeza no parecía atenerse a las leyes físicas del dolor y apremiaba simplemente el hecho de volver a estar consciente.
Cuando sus ojos se acostumbraron a la intensa luz de la vela que portaba la figura que la había despertado de su sueño poco reparador, la vampiresa descubrió el rostro fino de y medio tapado por un pañuelo de una mujer. La seda le cubría la cara de manera parcial como ocultando sus facciones. Dos enormes ojos pardos la miraban con inquietud como si esperase una respuesta.
-….Sabía yo que no estabas muerta. He visto como se te ensanchaba el pecho y no hueles a muerte- dijo la mujer ayudándola a apoyarse en la pared
-Gracias- contestó Caoimhe traspuesta. No estaba segura de si se refería al cumplido o a la ayuda de la mujer.
Su duda duró poco pues como acto reflejo tendió la mano herida para agarrarse a la mujer.
El dolor cortó su respiración de manera momentánea y gimió en seco apartándola. Sentía el latir pesado de su circulación ahí donde el corte había profundizado en su músculo.
La mujer que la ayudó fue más rápida que ella misma y agarró su mano mientras la observaba detenidamente.
-Por Dios… Hacía años que no veía unos bordes tan separados y aún así tan poco llenos de sangre. Parece que tienes una infección en ese corte,amiga. No debe quedarte mucho.
-Lo se- sentenció Caoimhe con un hálito de voz molesta en parte por la obviedad de las afirmaciones de aquella desconocida, en parte por su sueño/ desmayó interrumpido.
Su cuello parece sano. Su sangre tiene tu cura… tan solo debes morderla y…
La sed estaba despierta e irritaba su garganta
-Es una suerte entonces haberte encontrado a tiempo- dijo la mujer mientras ayudaba a Caoimhe a levantarse
Se tambaleó de manera momentánea y la mujer la ayudó a sostenerse en pie. Ambas se apoyaron la una en la otra y poco a poco recorrieron el camino hasta la tienda de la desconocida.
Casi cuando ambas parecían haber recuperado un ritmo al caminar, la figura de un hombre casi choco de manera estrepitosa con la salvadora de Caoimhe. Escupió al suelo tras salir del lugar y las miro a ambas blasfemando.
La chica la miró comprobando que no se había hecho daño y dijo:
-Marilina no suele ser muy generosa en sus pagos. Te juro que esa chica va a acabar con el negocio… si no fuese mi hermana yo…
Caoimhe miro de manera borrosa al letrero frente a la puerta que la desconocida le ayudo a atravesar
‘Se compra todo’ rezaba. Y su sentido de la consciencia pareció enmudecer de nuevo.
Despertó lo que parecían horas más tarde pero Clarilis sentenció como minutos..
La chica caminaba aquí y allá en una sala llena de frascos y botes con ungüentos y líquidos extrańos. En el centro, una olla burbujeaba con una sustancia de aspecto uniforme y olor fuerte a pólvora.
Lo primero que encontró su mirada fue la jarra de agua fresca a su lado. La bebió de manera abrupta como si hasta entonces no se hubiese dado cuenta de cuánto lo necesitaba. Parte del agua rebosó en su pelo, pecho y cara, y Caoimhe sintió la frescura de sentirse algo más cuerda.
Contempló su mano: Notaba que el hinchazón de la misma había bajado y una venda con emplastes con olor a menta cubría la herida.
Estaba segura que aquella mujer había drenado la pus. Parecía encontrarse mejor
-pensé que esto era una casa de empeños- dijo
Su salvadora se giró por vez primera hacia ella y sin el pañuelo que le tapaba la cara, Caoimhe comprobó que a la chica le faltaba buena parte de los labios lo que había que su dentadura algo torcida estuviese en constante exposición. Su cara también estaba parcialmente quemada y comprendió el uso de su pañuelo.
-Tranquila… fue hace mucho. Ya no duele. No se pega. No te estoy raptando para reemplazarlo y por supuesto no voy a hacerte lo mismo- dijo la chica como si hubiese tenido que explicar aquello muchas veces antes- me llamo Clarilis- añadió tendiéndole un trapo mojado en agua que le instó a pasárselo por la cabeza
-Caoimhe- dijo arrepintiéndose al segundo de haber dado su nombre verdadero.
-Pues tienes suerte de estar viva. Chica. Ese corte es limpio pero se lo que fuese con que te cortases… estaba preparado para matar y no parecía contento con no haberlo hecho- dijo hablando de un arma como si tuviese personalidad.
Caoimhe descubriría en el tiempo que pasó con Clarilis que aquella era una de las muchas excentricidades de la chica. En aquel momento le pareció fruto de su envenenamiento y lo dejó ir.
El silencio se apoderó de la sala mientras Clarilis echaba diversos ingredientes en la olla burbujeante de la sala
Las voces de la habitación de al lado, la sala de empeños rompieron ese silencio de manera abrupta.
Clarilis le dedicó una mirada antes de agarrar su pañuelo y salir de la sala dirección a la tienda principal.
Caoimhe aprovechó para comer un trozo de pan y manteca que al parecer había estado delante de ella todo el tiempo.
Tras varios minutos Clarilis entró de nuevo en la sala esta vez seguida por la figura de su hermana:
-¿y que le voy a hacer? Ese elfo no iba a vender aquella joya. Casi lo podía ver en los ojos. Cuando tome el collar para valorarlo parecía como si le intentase quitar una hoja a una rama nueva. Lo agarraba con decisión. Además… te recuerdo que no soy yo la única que prometio a madre que cuidaríamos del negocio. Y tu pasas en tu habitación de bruja más tiempo que fuera de ella… a ver a quien has encontrado hoy por el malecón…
Y miró a Caoimhe. La chica tenía la boca llena de pan. Aprovechó esto para no decir ni media palabra. Tragó saliva y enjuagó su bocado con un buche al agua cercana.
Necesitaba que aquella mujer diese más detalles. Quizás fuese producto de la fiebre pero elfo y collar en la misma frase le resultaba demasiada coincidencia.
Caoimhe
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Re: Quid pro quo [Privado] [3/3]
Volver a ver a Fahïn fue liviano, en gran medida porque no pareciera que se hubiese marchado a ninguna parte. Tan pronto como la elfa había terminado con la puesta al día en un agradable encuentro con su ya considerada amiga Sinda, el mercader había arremetido con las nuevas en cuanto a sus negocios se refería, atendiendo también a las cuestiones que habían involucrado al taller de la alquimista. Ah, la vieja casa del druida. Si había vuelto a Eddamber, no era por otra razón.
—Entonces… ¿Liquidación total?— el elfo apoyó los puños en la cintura con pose firme, mientras contemplaba el interior de la cabaña.
—¿Qué si no?— suspiró —No puedo trasladar todo esto hasta casa.
—Puedo colocarlo fácilmente en Lunargenta, puestos de poca monta en el mercado. Bueno, en el que yo conozco, ya sabes.— guiñó un ojo en una mueca picaresca —No sacarás mucho, pero intuyo que eso es lo que menos te preocupa.
—Eh. ¿Desde cuándo aceptamos la caridad? Tampoco lo regales.— replicó en tono burlón. —Entonces, ¿cuánto va a costarme el favor?— se cruzó de brazos y lo miró insinuante. El elfo soltó una ligera carcajada socarrona antes de contestar.
—Por lo pronto, empieza por cargar cajas. Y cuidado con la jaula en el carro.
*****
La capital humana resultaba tal cual la recordaba, generaba ansiedad sólo de ver la panorámica en la distancia. Una aglomeración de edificaciones que, a medida que se acercaban, iban llenándose con tumultos de gente en cada cada calle. Aún así, Fahïn se movía por la ciudad con toda soltura, conociendo los accesos con menores complicaciones y buenos apeaderos donde planificar lo que él llamaba «estrategia de negocio». Solía venirse arriba, ponerse intensito, como si fuera el gurú de la venta ambulante en el continente, aunque fundamentalmente se basaba en establecer qué tareas de la lista realizaba cada uno y en qué taberna se encontrarían al terminar.
—...Y respecto a tu pregunta sin respuesta, te costará poco mi ayuda. Sólo necesito que empeñes unas cosas por mí.— añadió a las explicaciones.
—¿Empeñar? Eso es nuevo.
—Si, bueno. En realidad me es preciso deshacerme de varias antiguallas y ya no se me ocurre dónde colocarlas. Empeñar es como vender, si no tienes intención de volver por ello.— explicó, encogiéndose de hombros.
—¿Y por qué tengo que ir en tu nombre?
—¡No! No. En mi nombre no. Por mi.— explicó pausadamente. —Verás, he tenido algún problemilla anteriormente con las dueñas del negocio. Tú sólo empeñalo. Y no bajes de tres cifras.
Separándose finalmente en un cruce de varios callejones, siguió las indicaciones dadas hasta encontrar la casa de empeños. Cruzó la puerta y encontró un recibidor vacío, aunque se escuchaban voces desde la trastienda. Se acercó hasta el mostrador, fijándose en el timbre a un lado, que se atrevió a tocar para llamar la atención de alguien que pudiera atenderla. Una voz se escuchó más fuerte tras la pared, indicando que enseguida saldría a su encuentro.
Así fue.
Tras un par de minutos, una muchacha apareció tras una puerta semioculta en una esquina, farfullando para sí. Al levantar la mirada hacia la elfa, cambió el semblante, fijando su atención en el cofre de plata ennegrecida que portaba.
—¿En qué puedo ayudarle?
—Pues verá. He recibido una herencia y quiero comprobar su valor. No fue en buenos términos y bueno, me han hablado que aquí tienen un ojo minucioso. Querría comprobar si no me han dado gato por liebre, ¿sabe?
—¡Oh! Si. Y que lo diga. Veamos… ¿Qué guardas ahí?
La elfa posó el joyero sobre la mesa y lo abrió, exponiendo ante la mujer varios broches, un colgante pedregoso y una pequeña cajita que contenía un par de gemelos.
—Bueno, vaya, es evidente que tienen un trabajo que ya no se encuentra fácilmente porque bueno, salta a la vista que ha pasado el tiempo desde su creación. ¿Me equivoco?
—En absoluto.— sonrió cortés —¿Sabe cuánto viven los elfos?— añadió en tono jocoso.
—De todas formas, entendería que no quisiera quedárselo, cosas así ya no se estilan.— tanteó.
—Oh, no. Lo cierto es que me gustan, son elegantes. Y por lo que dice, son casi únicas.— paseó los dedos por la tapa del estuche con sutileza, cerrándolo despacio —Aunque bueno, no sé… ¿Cuánto me daría?
—Oh, bueno pues… Cómo decía, no es algo que vista mucho a día de hoy. Podría darte trescientos, siendo generosa.— ofreció desganada.
—¿De verdad?— arqueó una ceja —Siendo joyas, esperaba el doble. Hugh. Aun así, gracias.— hizo ademán de retirarse, pero la tasadora la abordó de nuevo.
—Vaya, bueno, sí pero el doble no, mire bien, realmente están ya muy melladas las piezas. Y con el estuche así, sería ya mucho si le diera…
Unos gemidos se escucharon de pronto, acompañados de murmullos y pasos acelerados de un lado a otro, interrumpiendo de lleno la negociación.
—Oh, me disculpo. Por favor, deme sólo un momento, en seguida, bueno, en seguida terminamos…
La mujer se apartó del mostrador de forma atropellada, intentando mantener el talante formal que había mostrado, aunque siendo evidente que se esforzaba por ocultar muecas de desagrado y un ceño fruncido. Desapareció tras la puerta por la que apareció. Los primeros minutos la elfa se mantuvo a la espera, ojeando el lugar distraída, pero la regañina que empezó a escucharse al poco terminó de despertar su curiosidad. Paseó por el recibidor fingiendo matar el tiempo, aunque acercándose con sutileza hasta el extremo lateral desde el que se veía lo que pasaba al otro lado de la puerta.
Su cuerpo experimentó un escalofrío, fue como una fugaz reminiscencia, pero al momento sintió helarse la piel. Sólo había topado con aquella mujer una vez y todavía se esforzaba por discernir cuánto de aquello había sido real, estando todo tan embotado en su cabeza. No, en realidad tampoco había vuelto a pensar mucho en aquello, le costaba sentirse, reconocerse más bien, en esos recuerdos.
—Ébano…— espetó sin pensar, en una reacción inconsciente en voz alta.
Lo bastante para ser escuchada.
Aylizz Wendell
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Re: Quid pro quo [Privado] [3/3]
Reconoció la voz como quien la ha sonado. Se giró sobre sí misma estartada cuando las palabras terminaron de surtir su efecto. Tan solo había dos personas en todo Aerandir que la conocían con aquel nombre. A ninguna las había vuelto a ver desde entonces y la presencia de ambas fue tan fugaz que más bien podrían haber sido fantasmas.
Pero no fue así. La voz era tangible. Clarilis constató que sus oídos aún funcionaban. La bruja cesó de pronto la discusión con su hermana y fijó la parte de su mirada que no estaba deformada en Aylizz. Inquieta.
-Te equivocas. - dijo con media sonrisa. Me temo que no haya nada más allá de esta cortina que pueda interesarte- la miró de arriba abajo. Y agarró unos trapos metidos en una pila a un lado de la sala.
Caoimhe trago finalmente el trozo de pan que la mantenía ocupada y escaló por lo que parecía ser un sinfín de cojines que habían mantenido su postura erguida.
-¿Azafrán? - dijo, primero con cierta timidez y una voz ronca que no reconoció- ¡AZAFRÁN! - Repitió alcanzando finalmente la cima de aquella montaña acolchada.
Clarilis acudió pronta a ayudarla a posicionarse de nuevo.
-¿Es que estas loca? ¿Justo acabo de traerte de vuelta de entre los muertos y ya tienes prisa por dejar este mundo de nuevo? No sabemos quién se ocupó de tu mano, pero por tu aspecto más bien podría ser uno de tus más allegados y…
-La alimaña que me ha marcado jamás sería mi allegado. - se quejó Caoimhe deshaciéndose del agarre de Clarilis e instándola a escucharla.
-Azafrán es una amiga- dijo pensando rápido en cualquier excusa para que la dejase entrar- No voy a poder vivir de tus atenciones para siempre. En algún momento tengo que volver a casa. Ella... puede avisar a mis familiares de donde me encuentro. Tan solo necesito tan solo…
Clarilis parecía molesta. Algo en aquella chica le decía que carecía de muchas habilidades sociales y el hecho de que hubiesen robado la atención de Caoimhe de manera temprana no parecía entusiasmarla. Aun así, Clarilis no solía perder una oportunidad de molestar a su hermana.
Resoplo de manera agitada mientras forcejeaba con Caoimhe para que se quedase sentada y alzó un dedo mientras hablaba.
-Bueno. Pero no me hago responsable de ningún intento de asesinato y te juro que si vuelven a herirte no voy a curarte. Aún no he reemplazado las hierbas de tu apósito y no sabes lo que cuesta encontrar savia del árbol madre por estos…
Caoimhe se aclaró la garganta. Clarilis se limpió las manos en un pequeño mandil y abrió la puerta con cortina que separaba la estancia principal de la casa de empeño con la apoteca improvisada.
-Por aquí para el té con pasas- dijo Clarilis abriendo la puerta y haciendo una leve reverencia a Aylizz. - Y… no, no hay suficiente para ti- Sentenció dirigiéndose a su hermana.
-Tampoco es como si estuviese muriéndome por probar tus brebajes- dijo Marilis girándose hasta la caja registradora mientras se adecentaba su cabello rubio ceniza en un tocado alto. -
-Ja! Algún día literalmente te juro que lo harás. -
-Cállate gallina clueca. Disfruta tu primer y único evento social. - sentenció. Y compuso una sonrisa para nuevos clientes recién llegados.
Clarilis cerró la puerta de un golpe y se perdió entre las estanterías.
Caoimhe sintió una leve familiaridad al ver por fin el rostro de Ayliz. Algo en su cabeza se alivió de manera repentina como si por el mero hecho de que aquella figura conocida compartiera lugar y espacio con ella significaba que seguía estando viva.
Su alivio fue, sin embargo, tan solo momentáneo. Estaba segura de que rara vez había lucido peor y notaba como la fiebre había robado muchas de sus habilidades sociales: Tenía pocas fuerzas para sostener cualquier tipo de comunicación superficial.
-Azafrán- dijo de manera entusiasta sumida en la fiebre de su proceso infeccioso- Necesito encontrarlo. Necesito recuperarlo. Sabes mí. mi colgante? No se si lo llevaba cuando... cuando... bueno cuando nos vimos por última vez- dijo recordando que de hecho la última vez que se habían visto ninguna de ellas había llevado nada más que su propia piel. - Es lo único que me queda ¿entiendes? Lo único mío que me queda.
Caoimhe suspiró apesadumbrada. Estaba tan sumamente débil que la sed en su cuello apenas era un cosquilleo ante la presencia de la elfa.
¿Así que es por un colgante? - dijo Clarilis- Por eso te has dejado herir? ¿Qué tipo de colgante? ¿Embrujado? Oh… entiendo la fascinación por los objetos embrujados. Yo misma dejaría que me quemasen buena parte de la cara que aún conservo si el objeto en si es lo suficientemente valioso. Pero no casi perder la vida no… ¿Tú sabes cuantas vidas vale un colgante?
La chica se paró un momento. Alzó un dedo, después otro y seguidamente cuatro. Miro a Ayliz de manera fugaz y retiro uno.
-Al menos cuatro.- dijo finalmente- Y mírate… es que acaso crees que debes donar tu sangre por algo como.
-Mi sangre- rio Caoimhe- quién diablos querría mi sangre- esbozó alzando la voz.- Es que no te das cuenta… Estoy condenada. Envenenada. Soy un demonio que...
-Bueno si… - dijo Clarilis apaciguándola; Empujándola de nuevo a los cojines mullidos- Intentaste morderme tres veces en el tiempo que tarde en traerte a este lugar. Para entonces comprendí que no era porque estuvieses soñando con un pollo asado. Pero bueno… no todos somos perfectos. – Dijo, alzando sus hombros. Miró de nuevo a Ayliz y compuso un gesto molesto alzando el labio superior.
Agarró una de las tres tazas que había posicionado en la mesa y sirvió el té.
Caoimhe se calmo a medida que la bebida surcaba su garganta y parecía curarla.
-Necesito encontrarlo Azafrán- continuo ahora de manera sosegada, algo más ella. - Necesito recuperar el colgante y a quien vilmente me lo robó. – suspiro- Lo peor de todo es que le salvé la vida ¿sabes? El muy imbécil se había dejado capturar por Kravor y yo quise hacer la buena acción del mes salvándolo. Y así me lo pagó- recorrió su mano vendada como rememorando un momento dio un pequeño puñetazo sobre la mesa que con la misma agudizando su dolor. Estartó a Clarilis.
La bruja vertió parte del te sobre su falda y de manera disimulada la alzó para chupar las gotas que habían caído sobre ellas. Su mirada se cruzó con la de Ayliz y se apresuró a terminar de limpiar su falda con la lengua y luego volver a agarrar su taza de te como si nada aprovechando que Caoimhe volvía a hablar.
-Te juro que la siguiente vez que mi camino se cruce con Nousis Indirel no habrá suerte suficiente en el mundo que lo zafe de una muerte lenta y dolorosa.
Su sed ronroneaba.
Pero no fue así. La voz era tangible. Clarilis constató que sus oídos aún funcionaban. La bruja cesó de pronto la discusión con su hermana y fijó la parte de su mirada que no estaba deformada en Aylizz. Inquieta.
-Te equivocas. - dijo con media sonrisa. Me temo que no haya nada más allá de esta cortina que pueda interesarte- la miró de arriba abajo. Y agarró unos trapos metidos en una pila a un lado de la sala.
Caoimhe trago finalmente el trozo de pan que la mantenía ocupada y escaló por lo que parecía ser un sinfín de cojines que habían mantenido su postura erguida.
-¿Azafrán? - dijo, primero con cierta timidez y una voz ronca que no reconoció- ¡AZAFRÁN! - Repitió alcanzando finalmente la cima de aquella montaña acolchada.
Clarilis acudió pronta a ayudarla a posicionarse de nuevo.
-¿Es que estas loca? ¿Justo acabo de traerte de vuelta de entre los muertos y ya tienes prisa por dejar este mundo de nuevo? No sabemos quién se ocupó de tu mano, pero por tu aspecto más bien podría ser uno de tus más allegados y…
-La alimaña que me ha marcado jamás sería mi allegado. - se quejó Caoimhe deshaciéndose del agarre de Clarilis e instándola a escucharla.
-Azafrán es una amiga- dijo pensando rápido en cualquier excusa para que la dejase entrar- No voy a poder vivir de tus atenciones para siempre. En algún momento tengo que volver a casa. Ella... puede avisar a mis familiares de donde me encuentro. Tan solo necesito tan solo…
Clarilis parecía molesta. Algo en aquella chica le decía que carecía de muchas habilidades sociales y el hecho de que hubiesen robado la atención de Caoimhe de manera temprana no parecía entusiasmarla. Aun así, Clarilis no solía perder una oportunidad de molestar a su hermana.
Resoplo de manera agitada mientras forcejeaba con Caoimhe para que se quedase sentada y alzó un dedo mientras hablaba.
-Bueno. Pero no me hago responsable de ningún intento de asesinato y te juro que si vuelven a herirte no voy a curarte. Aún no he reemplazado las hierbas de tu apósito y no sabes lo que cuesta encontrar savia del árbol madre por estos…
Caoimhe se aclaró la garganta. Clarilis se limpió las manos en un pequeño mandil y abrió la puerta con cortina que separaba la estancia principal de la casa de empeño con la apoteca improvisada.
-Por aquí para el té con pasas- dijo Clarilis abriendo la puerta y haciendo una leve reverencia a Aylizz. - Y… no, no hay suficiente para ti- Sentenció dirigiéndose a su hermana.
-Tampoco es como si estuviese muriéndome por probar tus brebajes- dijo Marilis girándose hasta la caja registradora mientras se adecentaba su cabello rubio ceniza en un tocado alto. -
-Ja! Algún día literalmente te juro que lo harás. -
-Cállate gallina clueca. Disfruta tu primer y único evento social. - sentenció. Y compuso una sonrisa para nuevos clientes recién llegados.
Clarilis cerró la puerta de un golpe y se perdió entre las estanterías.
Caoimhe sintió una leve familiaridad al ver por fin el rostro de Ayliz. Algo en su cabeza se alivió de manera repentina como si por el mero hecho de que aquella figura conocida compartiera lugar y espacio con ella significaba que seguía estando viva.
Su alivio fue, sin embargo, tan solo momentáneo. Estaba segura de que rara vez había lucido peor y notaba como la fiebre había robado muchas de sus habilidades sociales: Tenía pocas fuerzas para sostener cualquier tipo de comunicación superficial.
-Azafrán- dijo de manera entusiasta sumida en la fiebre de su proceso infeccioso- Necesito encontrarlo. Necesito recuperarlo. Sabes mí. mi colgante? No se si lo llevaba cuando... cuando... bueno cuando nos vimos por última vez- dijo recordando que de hecho la última vez que se habían visto ninguna de ellas había llevado nada más que su propia piel. - Es lo único que me queda ¿entiendes? Lo único mío que me queda.
Caoimhe suspiró apesadumbrada. Estaba tan sumamente débil que la sed en su cuello apenas era un cosquilleo ante la presencia de la elfa.
¿Así que es por un colgante? - dijo Clarilis- Por eso te has dejado herir? ¿Qué tipo de colgante? ¿Embrujado? Oh… entiendo la fascinación por los objetos embrujados. Yo misma dejaría que me quemasen buena parte de la cara que aún conservo si el objeto en si es lo suficientemente valioso. Pero no casi perder la vida no… ¿Tú sabes cuantas vidas vale un colgante?
La chica se paró un momento. Alzó un dedo, después otro y seguidamente cuatro. Miro a Ayliz de manera fugaz y retiro uno.
-Al menos cuatro.- dijo finalmente- Y mírate… es que acaso crees que debes donar tu sangre por algo como.
-Mi sangre- rio Caoimhe- quién diablos querría mi sangre- esbozó alzando la voz.- Es que no te das cuenta… Estoy condenada. Envenenada. Soy un demonio que...
-Bueno si… - dijo Clarilis apaciguándola; Empujándola de nuevo a los cojines mullidos- Intentaste morderme tres veces en el tiempo que tarde en traerte a este lugar. Para entonces comprendí que no era porque estuvieses soñando con un pollo asado. Pero bueno… no todos somos perfectos. – Dijo, alzando sus hombros. Miró de nuevo a Ayliz y compuso un gesto molesto alzando el labio superior.
Agarró una de las tres tazas que había posicionado en la mesa y sirvió el té.
Caoimhe se calmo a medida que la bebida surcaba su garganta y parecía curarla.
-Necesito encontrarlo Azafrán- continuo ahora de manera sosegada, algo más ella. - Necesito recuperar el colgante y a quien vilmente me lo robó. – suspiro- Lo peor de todo es que le salvé la vida ¿sabes? El muy imbécil se había dejado capturar por Kravor y yo quise hacer la buena acción del mes salvándolo. Y así me lo pagó- recorrió su mano vendada como rememorando un momento dio un pequeño puñetazo sobre la mesa que con la misma agudizando su dolor. Estartó a Clarilis.
La bruja vertió parte del te sobre su falda y de manera disimulada la alzó para chupar las gotas que habían caído sobre ellas. Su mirada se cruzó con la de Ayliz y se apresuró a terminar de limpiar su falda con la lengua y luego volver a agarrar su taza de te como si nada aprovechando que Caoimhe volvía a hablar.
-Te juro que la siguiente vez que mi camino se cruce con Nousis Indirel no habrá suerte suficiente en el mundo que lo zafe de una muerte lenta y dolorosa.
Su sed ronroneaba.
Caoimhe
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Re: Quid pro quo [Privado] [3/3]
Wothlin le había dado demasiado en qué pensar. Criatura u organización, Caiomhe era su problema. Si quería estar seguro que le ponía fin, debía ocuparse personalmente. Y eso implicaba matarla antes de que ella buscase la oportunidad que la había llevado hasta allí.
Pero se encontraba en una de las dos o tres mayores ciudades del continente, una urbe que albergaba centenares de miles de seres. Una sola vampiresa en un lugar tan atestado… el hecho de hallarla podía consumir una semana en un pensamiento generoso. Y sólo tenía horas. No podía permitir que los aliados de Wothlin reclamasen su presa.
Observó sin interés a todos aquellos que, en dirección contraria a la suya, caminaban por las calles que contados años antes habían presenciado una guerra contra la raza a la que esa mujer pertenecía. Lunargenta continuaba abierta a toda especie. Una indicación perfecta de la falta de aprendizaje que cargaban consigo los humanos. Repetir los errores, se dijo, recordando su incapacidad de vender la joya que guardaba en el morral. Abrió los ojos grises, cuando una corriente enlazó de pronto toda lógica de un sencillo planteamiento.
Caiomhe estaba allí, y que él conociese esa simple información le daba una ventaja abrumadora. Desconociendo que él también la estaba buscando, esa criatura de oscuridad no tenía motivos para esconderse, razonó, sin dejar de dar un paso tras otro. Su breve tiempo junto a ella fue suficiente para constatar que no jugaba contra alguien carente de inteligencia. Había navegado entre las aguas sangrientas que Díramis y Kravor creaban con sus planes y negocios. Sabía utilizar a otros, reconoció.
Acarició el colgante con la yema de los dedos, sin sacarlo de la bolsa de viaje. Sí, esos ojos tan inusuales le estaban persiguiendo. Mas si era difícil dar con una nocturna, más aún con un elfo en aquella ciudad. Ella había visto y sufrido el odio que él había mostrado contra el mal, contra su raza. ¿Podía haber comprendido que nunca se quedaría con la joya? Aún desconociendo por completo su relación con Lunargenta -planes, conocidos- resultaba uno de los mejores lugares del mundo para deshacerse de la alhaja. La opción le complació. La única pista que la vampiresa tenía para dar con él, era precisamente el camino que el espadachín había recorrido. Locales de orfebres y tiendas de empeños. Sonrió irónico.
La caza daba comienzo.
Al igual que había ocurrido al tratar de vender, obtener o comprar información de quienes regentaban los establecimientos no resultó un asunto afortunado. Cantidades desorbitadas por unos detalles que ni por asomo estaba convencido que fuesen útiles o no directamente descaradas mentiras, o de manera más común, intentos de intercambiar breves retazos de los pasos de Caiomhe por tareas que implicaban su espada. Usureros hasta la médula, corroboró el mismo elfo, sombrío.
El tiempo corría en su contra, y era consciente. La confianza en sus capacidades para batir a ese engendro de cabello oscuro no había mermado un ápice. No obstante, la oscuridad de la noche daba alguna opción más a la criatura.
Cruzado de brazos, apoyándose en una pared cercana, paseó la vista por cada cliente que entraba y salía de los locales de los prestamistas que sus ojos alcanzaban. Sus anteriores visitas a la ciudad no habían incluido la necesidad de empeñar objeto alguno, y aún así, no parecía posible fuese aquel el único lugar que albergase comercio de esa índole. Si cada ciudadano a quien había preguntado le había indicado la misma dirección, había intentado solventar sus problemas en la parte “decente” de quienes tenían por tal su oficio. Para llegar a lugares más recónditos necesitaba un guía.
Algo en el rostro de un muchacho de unos once años activó la idea en la mente del elfo que podría convertirse en la solución que esperaba. Había salido preocupado y enfadado de dos de las tiendas, con la misma caja negra asomando en uno de los grandes bolsillos de un abrigo muy ajado. Nou había esperado con obligada paciencia más de una hora, contemplando madres preocupadas, jóvenes tétricamente risueños, hombres malencarados e incluso un extraño ser cuya apariencia de serpiente humanoide provocó que el elfo alzase las cejas en un ademán que el otro, de alguna manera, pareció percibir, clavando en él su mirada reptiliana, antes de introducirse rápidamente en el hogar del prestamista.
Siguiendo su instinto, el espadachín imitó la senda que el chiquillo recorrió por calles que no recordaba haber pisado antes. Sin embargo, la pétrea urbe distaba de los rastros que ofrecían los bosques y blasfemó sin cuidado cuando perdió la pista al crío que sin duda se había criado entre aquellos muros.
Recordaba de manera aproximada el itinerario que lo había llevado hasta esa barriada, pero volver no resolvía su problema. Miró a todos lados, llamando su aspecto la atención a hombres y mujeres que malvivían en casas de ladrillo que habían visto tiempos mucho mejores. Acostumbrado a las ruinas, Nou calibró que aquellas viviendas se habían creado con material acarreado de antiguas construcciones que sin duda, ya se habían desmoronado en su día. Había visto lugares mucho peores, en Ciudad Lagarto, Roilkat o Baslodia, lo que no excluía que debía tratarse de una de las zonas más deprimidas de Lunargenta. Sólo lo sorprendió algo que en un primer momento no alcanzó a entender.
Y es que a pesar de la pobreza, ni ladrones, asesinos o sujetos con aspecto de estafadores pululaban por la zona a la que había llegado. Se preguntó cómo podían sobrevivir, cuando las opciones de un trabajo honrado no llegaban hasta ellos para mantenerlos bien alimentados, vestidos y con un techo decente sobre sus cabezas. Su sorpresa aumentó cuando al dirigirse al hombre más cercano, ocupado en incrustar un triste pedazo de madera en un estropeado dintel, a fin dedujo el elfo de limitar la corriente de aire hacia el interior de la casa, éste le sonrió. Nou parpadeó, costándole unos segundos devolverle la cortesía. El humano necesitaba al menos unas comidas abundantes, su piel presentaba puntos de coloración de enfermedades pasadas y algún tipo de lesión lo hacía escorarse hacia la derecha al mantener demasiado tiempo los brazos en alto. Una estampa desoladora, y una sonrisa que el espadachín no pudo comprender en un primer momento.
-No pretendo robar mucho tiempo- aseguró, con un gesto de cabeza indicando el trabajo que estaba realizando- Necesito encontrar prestamistas, fuera de las zonas habituales.
-Es peligroso… -apuntó el humano, palmeando una mano sobre la otra, tirando al suelo restos de madera y polvo de ladrillo- No me gustaría que tuvieses problemas, forastero.
El aludido estiró la comisura izquierda de sus labios. Su interlocutor aparentaba haber frisado la cincuentena en términos de su raza. Y a pesar de la urgencia que al elfo había llevado hasta allí, cambió un momento el rumbo de la conversación, cuando un niño harapiento saludó al hombre corriendo descalzo hasta perderse por una calle aledaña.
-Te preocupas por un desconocido, pero aquí parecéis colmados de problemas, humano- la voz de Nou reflejó la extrañeza de cuanto había presenciado. Su vista no dejaba de buscar alguna respuesta a sus interrogantes, incluso cuando fue respondido.
-La Guardia ha vuelto, victoriosa dicen, pero con menos efectivos de los que tenía al ir a la guerra- explicó, volviendo a su tarea ante los atentos oídos del Indirel- Si no cuidamos aquí unos de otros, nadie lo hará. Incluso un grupo de ovejas puede encarar a un lobo, ¿no es así?
Aquello le apenó, y lo enfureció al mismo tiempo.
-Pueden, pero debería ser el pastor y sus perros quienes las mantuviesen a salvo. ¿Quién os pide la lana por ello?
El humano rio de manera clara, antes de toser y llevarse una mano a un lado del torso, sin perder lo divertido de su expresión.
-Hay quien ha hecho fortuna y recuerda sus raíces. O gentes a quienes les ha ido mejor que al resto, y nos ayudan cuando y como les es posible. Así nos sostenemos. Comerciantes, vendedores, algún oficial de la Guardia que ha nacido aquí. Todo se reparte, y sobrevivimos. Incluso sacerdotes vienen en ocasiones a enseñar a los chiquillos. Saben que aquí no hay violencia, nos ocupamos de esos problemas.
El espadachín fue asimilando todo ello poco a poco. Para algo así se necesitaba bondad, confianza, generosidad. Dudaba que pudiesen mantener un sistema tal en una ciudad menos protegida, más abierta a las bandas criminales.
-Espero que las cosas mejoren para vosotros- deseó- Yo sólo deseo vender un objeto y me iré de la ciudad- mintió, sintiendo un regusto desagradable- No daré problemas.
Su oyente compuso una expresión más seria.
-No es lo que busca, pero en el comercio de “Las Dos Hermanas” puede ser que tengas suerte con ello. O al menos, podrán indicarte alguna de las oscuras zonas que buscas. Diles que vas de mi parte, así confiarán en tí. Me llamo Trykev. Trykev el de Danngor para ellas.
-Te agradezco tu ayuda- asintió el elfo, tomando un par de monedas y colocándoselas en la palma- Considerálo un pago por un servicio necesario, no caridad.
Trykev no realizó gesto alguno, y se limitó a cerrar los dedos sobre el metal, antes de que una última sonrisa melancólica apareciese como despedida cuando Nou ya había tomando la dirección indicada.
No podía ser cierto, se dijo cuando tras llegar, sus ojos grises recorrieron la fachada principal del comercio. Él ya había estado allí.
Se pasó una mano por el cabello. Y entró.
Jamás había imaginado encontrar lo que allí alcanzó a ver.
Pero se encontraba en una de las dos o tres mayores ciudades del continente, una urbe que albergaba centenares de miles de seres. Una sola vampiresa en un lugar tan atestado… el hecho de hallarla podía consumir una semana en un pensamiento generoso. Y sólo tenía horas. No podía permitir que los aliados de Wothlin reclamasen su presa.
Observó sin interés a todos aquellos que, en dirección contraria a la suya, caminaban por las calles que contados años antes habían presenciado una guerra contra la raza a la que esa mujer pertenecía. Lunargenta continuaba abierta a toda especie. Una indicación perfecta de la falta de aprendizaje que cargaban consigo los humanos. Repetir los errores, se dijo, recordando su incapacidad de vender la joya que guardaba en el morral. Abrió los ojos grises, cuando una corriente enlazó de pronto toda lógica de un sencillo planteamiento.
Caiomhe estaba allí, y que él conociese esa simple información le daba una ventaja abrumadora. Desconociendo que él también la estaba buscando, esa criatura de oscuridad no tenía motivos para esconderse, razonó, sin dejar de dar un paso tras otro. Su breve tiempo junto a ella fue suficiente para constatar que no jugaba contra alguien carente de inteligencia. Había navegado entre las aguas sangrientas que Díramis y Kravor creaban con sus planes y negocios. Sabía utilizar a otros, reconoció.
Acarició el colgante con la yema de los dedos, sin sacarlo de la bolsa de viaje. Sí, esos ojos tan inusuales le estaban persiguiendo. Mas si era difícil dar con una nocturna, más aún con un elfo en aquella ciudad. Ella había visto y sufrido el odio que él había mostrado contra el mal, contra su raza. ¿Podía haber comprendido que nunca se quedaría con la joya? Aún desconociendo por completo su relación con Lunargenta -planes, conocidos- resultaba uno de los mejores lugares del mundo para deshacerse de la alhaja. La opción le complació. La única pista que la vampiresa tenía para dar con él, era precisamente el camino que el espadachín había recorrido. Locales de orfebres y tiendas de empeños. Sonrió irónico.
La caza daba comienzo.
[...]
Al igual que había ocurrido al tratar de vender, obtener o comprar información de quienes regentaban los establecimientos no resultó un asunto afortunado. Cantidades desorbitadas por unos detalles que ni por asomo estaba convencido que fuesen útiles o no directamente descaradas mentiras, o de manera más común, intentos de intercambiar breves retazos de los pasos de Caiomhe por tareas que implicaban su espada. Usureros hasta la médula, corroboró el mismo elfo, sombrío.
El tiempo corría en su contra, y era consciente. La confianza en sus capacidades para batir a ese engendro de cabello oscuro no había mermado un ápice. No obstante, la oscuridad de la noche daba alguna opción más a la criatura.
Cruzado de brazos, apoyándose en una pared cercana, paseó la vista por cada cliente que entraba y salía de los locales de los prestamistas que sus ojos alcanzaban. Sus anteriores visitas a la ciudad no habían incluido la necesidad de empeñar objeto alguno, y aún así, no parecía posible fuese aquel el único lugar que albergase comercio de esa índole. Si cada ciudadano a quien había preguntado le había indicado la misma dirección, había intentado solventar sus problemas en la parte “decente” de quienes tenían por tal su oficio. Para llegar a lugares más recónditos necesitaba un guía.
Algo en el rostro de un muchacho de unos once años activó la idea en la mente del elfo que podría convertirse en la solución que esperaba. Había salido preocupado y enfadado de dos de las tiendas, con la misma caja negra asomando en uno de los grandes bolsillos de un abrigo muy ajado. Nou había esperado con obligada paciencia más de una hora, contemplando madres preocupadas, jóvenes tétricamente risueños, hombres malencarados e incluso un extraño ser cuya apariencia de serpiente humanoide provocó que el elfo alzase las cejas en un ademán que el otro, de alguna manera, pareció percibir, clavando en él su mirada reptiliana, antes de introducirse rápidamente en el hogar del prestamista.
Siguiendo su instinto, el espadachín imitó la senda que el chiquillo recorrió por calles que no recordaba haber pisado antes. Sin embargo, la pétrea urbe distaba de los rastros que ofrecían los bosques y blasfemó sin cuidado cuando perdió la pista al crío que sin duda se había criado entre aquellos muros.
Recordaba de manera aproximada el itinerario que lo había llevado hasta esa barriada, pero volver no resolvía su problema. Miró a todos lados, llamando su aspecto la atención a hombres y mujeres que malvivían en casas de ladrillo que habían visto tiempos mucho mejores. Acostumbrado a las ruinas, Nou calibró que aquellas viviendas se habían creado con material acarreado de antiguas construcciones que sin duda, ya se habían desmoronado en su día. Había visto lugares mucho peores, en Ciudad Lagarto, Roilkat o Baslodia, lo que no excluía que debía tratarse de una de las zonas más deprimidas de Lunargenta. Sólo lo sorprendió algo que en un primer momento no alcanzó a entender.
Y es que a pesar de la pobreza, ni ladrones, asesinos o sujetos con aspecto de estafadores pululaban por la zona a la que había llegado. Se preguntó cómo podían sobrevivir, cuando las opciones de un trabajo honrado no llegaban hasta ellos para mantenerlos bien alimentados, vestidos y con un techo decente sobre sus cabezas. Su sorpresa aumentó cuando al dirigirse al hombre más cercano, ocupado en incrustar un triste pedazo de madera en un estropeado dintel, a fin dedujo el elfo de limitar la corriente de aire hacia el interior de la casa, éste le sonrió. Nou parpadeó, costándole unos segundos devolverle la cortesía. El humano necesitaba al menos unas comidas abundantes, su piel presentaba puntos de coloración de enfermedades pasadas y algún tipo de lesión lo hacía escorarse hacia la derecha al mantener demasiado tiempo los brazos en alto. Una estampa desoladora, y una sonrisa que el espadachín no pudo comprender en un primer momento.
-No pretendo robar mucho tiempo- aseguró, con un gesto de cabeza indicando el trabajo que estaba realizando- Necesito encontrar prestamistas, fuera de las zonas habituales.
-Es peligroso… -apuntó el humano, palmeando una mano sobre la otra, tirando al suelo restos de madera y polvo de ladrillo- No me gustaría que tuvieses problemas, forastero.
El aludido estiró la comisura izquierda de sus labios. Su interlocutor aparentaba haber frisado la cincuentena en términos de su raza. Y a pesar de la urgencia que al elfo había llevado hasta allí, cambió un momento el rumbo de la conversación, cuando un niño harapiento saludó al hombre corriendo descalzo hasta perderse por una calle aledaña.
-Te preocupas por un desconocido, pero aquí parecéis colmados de problemas, humano- la voz de Nou reflejó la extrañeza de cuanto había presenciado. Su vista no dejaba de buscar alguna respuesta a sus interrogantes, incluso cuando fue respondido.
-La Guardia ha vuelto, victoriosa dicen, pero con menos efectivos de los que tenía al ir a la guerra- explicó, volviendo a su tarea ante los atentos oídos del Indirel- Si no cuidamos aquí unos de otros, nadie lo hará. Incluso un grupo de ovejas puede encarar a un lobo, ¿no es así?
Aquello le apenó, y lo enfureció al mismo tiempo.
-Pueden, pero debería ser el pastor y sus perros quienes las mantuviesen a salvo. ¿Quién os pide la lana por ello?
El humano rio de manera clara, antes de toser y llevarse una mano a un lado del torso, sin perder lo divertido de su expresión.
-Hay quien ha hecho fortuna y recuerda sus raíces. O gentes a quienes les ha ido mejor que al resto, y nos ayudan cuando y como les es posible. Así nos sostenemos. Comerciantes, vendedores, algún oficial de la Guardia que ha nacido aquí. Todo se reparte, y sobrevivimos. Incluso sacerdotes vienen en ocasiones a enseñar a los chiquillos. Saben que aquí no hay violencia, nos ocupamos de esos problemas.
El espadachín fue asimilando todo ello poco a poco. Para algo así se necesitaba bondad, confianza, generosidad. Dudaba que pudiesen mantener un sistema tal en una ciudad menos protegida, más abierta a las bandas criminales.
-Espero que las cosas mejoren para vosotros- deseó- Yo sólo deseo vender un objeto y me iré de la ciudad- mintió, sintiendo un regusto desagradable- No daré problemas.
Su oyente compuso una expresión más seria.
-No es lo que busca, pero en el comercio de “Las Dos Hermanas” puede ser que tengas suerte con ello. O al menos, podrán indicarte alguna de las oscuras zonas que buscas. Diles que vas de mi parte, así confiarán en tí. Me llamo Trykev. Trykev el de Danngor para ellas.
-Te agradezco tu ayuda- asintió el elfo, tomando un par de monedas y colocándoselas en la palma- Considerálo un pago por un servicio necesario, no caridad.
Trykev no realizó gesto alguno, y se limitó a cerrar los dedos sobre el metal, antes de que una última sonrisa melancólica apareciese como despedida cuando Nou ya había tomando la dirección indicada.
[...]
No podía ser cierto, se dijo cuando tras llegar, sus ojos grises recorrieron la fachada principal del comercio. Él ya había estado allí.
Se pasó una mano por el cabello. Y entró.
Jamás había imaginado encontrar lo que allí alcanzó a ver.
Nousis Indirel
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Constató que sus recuerdos no se correspondían con ningún sueño lúcido cuando la mujer pareció reconocerla. Incluso la nombró, de aquella forma en la que nadie más lo había vuelto a hacer y que ella misma había decidido acuñar cuando se conocieron. No obstante, la elfa todavía aguardó un momento antes de aventurarse a cruzar la puerta, advirtiendo que su presencia no resultaba tan bien recibida por la mujer que atendía a su conocida, aunque sí dedicó una meditabunda mirada a su estado aparente cuando la sanadora habló del alcance de sus males. ¿De modo que alguien había atentado contra su vida? Asumió que todo lo que tenía que hacer allí estaba hecho, considerando que ninguno de aquellos asuntos le era de incumbencia. Ébano se encontraba atendida y por intenso que hubiera sido su último encuentro, también había sido el primero, por lo que ni conocía ni quería saber en qué vida o entuertos andaba involucrada. Ella no era más que un rostro conocido entre los muchos que se habían cruzado. Sin embargo, y para su sorpresa, los ojos bicolor de la morena la buscaron con apuro, como pidiendo auxilio. ¿Amiga? ¿Familiares? Quedó atónita un instante, pero se recompuso al comprender que aquellas palabras resultaron las necesarias para ser recibida en la trastienda.
Y maldito el momento en que cruzó la cortina.
Al acortar las distancias, una sensación se extendió por todo su cuerpo, nacida en la garganta, de donde colgaba el amuleto revelador.1 Antes de que el brillo de la runa fuese del todo visible, acarició con sutileza la pieza de madera tallada para atenuarlo y esconderlo por dentro de las ropas, pero sus pasos quedaron detenidos ante el desvelo de aquella verdadera identidad. ¿Cómo no se dio cuenta la primera vez? Se reprochó, ignorando las condiciones en las que se había dado su encuentro anterior, idóneas todas ellas para perder la razón y pasar por alto detalles tan claros como la misma existencia de amenazas. ¿Qué hubiera esperado? Si su percepción fue tan turbada entonces que no había sido capaz de advertir el peligro que acechaba nada más traspasar las puertas del balneario. Del que la misma Ébano le había salvado. ¿Cómo haber distinguido su naturaleza en un lugar donde nada había sido real? Un escalofrío recorrió su espalda y un nuevo pensamiento, en forma de castigo, le abatió al comprender que entonces su piel no se presentó fría debido a la humedad, sino a la maldición que la mantenía muerta en vida.
«Azafrán…»
Volvió a clamar su ayuda con la mirada, ahora acompañada de vagas explicaciones sobre un colgante arrebatado. La elfa escuchaba, todavía confundida, mientras se hacía consciente de que su cuerpo se había tensado hasta entumecerse, invadido en una sensación ya más que conocida. Se reprochó a sí misma de nuevo, de qué servía poder anticiparse a descubrir la presencia de criaturas malditas, si no podría controlar su miedo. Pero el suspiro de la mujer logró romper la rigidez que la envolvía, mostrándose debilitada sobre el montón de cojines, y la voz de la anfitriona terminó de devolverle la coherencia nublada. Fuera lo que fuese Ébano, si en algún momento debía temerla, no podía ser aquel.
La conversación volvió a tratar sobre la joya, permitiendo a la elfa desviar sus pensamientos hacia la taza de té. Si, centrarse en su olor, su temperatura, su sabor, le haría serenarse. No obstante, llevó la mirada hacia la vampiresa sobre el borde de la taza cuando ella misma hizo alusión a su condición. «Condenada». «Envenenada». Tragó el sorbo recién tomado y al tiempo que notaba el calor resbalar por el esófago, sintió que se le hacía un nudo por dentro. Pero el miedo desapareció. Ella hablaba con naturalidad, claro que para la elfa resultaba evidente que representaba un papel. No entendía ni media palabra, pero tomaba pequeños sorbos de té mientras escuchaba, con la templanza de quien se encontraba en confianza. Parecía relatar una historia, aunque con detalles que sin contexto podían ser tan reales como ficticios. No obstante, la necesidad de dar con la mentada joya se reflejaba en su lenguaje corporal, no dando lugar a dudas de que hablaba en serio. Dedicó una fugaz mirada de soslayo hacia la regenta del local, acomodada entre ambas, presente pero sin decir. Un escalofrío le acarició la espalda al percibir en ella una energía que a tales alturas le era difícil de confundir, tal vez por eso la vampiresa mostraba inquietud por marchar de allí.
«Te juro que la siguiente vez que mi camino se cruce con Nousis Indirel no habrá suerte suficiente en el mundo que lo zafe de una muerte lenta y dolorosa.»
Aquel último sorbo se le atragantó, aunque fue ese nombre saliendo de sus labios lo que le cortó la respiración. De pronto conectó todos los puntos, comprendiendo aquello de lo que hablaba hacía unos momentos. Y de quién. Internamente, sintió como una carcajada hastiada y resignada resonaba en su pecho. El mundo no podía ser tan pequeño como para que hubiera alguien en cada puto rincón queriendo matar a ese maldito elfo estirado. Sin embargo, no tuvo tiempo de reacción antes de que la invocación al nombrarlo se materializara tras la puerta.
«No puede ser.»
—¿Qu… Ayl...?— el cerebro del elfo, como el suyo propio, parecía estar procesando su encuentro —¡Aléjate de ella!— terminó con ademán de desenvainar.
—Si… Azafrán… Aléjate de mí antes de que pueda salvarte de perder el cuello.— contestó Ébano en un primer momento, sin alterarse mucho —O no, espera… Aléjate de mí para darle paso a que él pueda robarme.— la vampiresa se levantó, dando otro pequeño golpe en la mesa con su mano dolorida y vendada, aunque se apresuró a esconderla tras su cadera.
Hubo un silencio momentáneo en el que ambas figuras fijaron sus miradas, analizándose en busca del inicio de aquella pelea. Aylizz, al advertir los primeros movimientos de la mujer, se apresuró a ponerse en pie, aún confusa, aunque comprendiendo que sería cuestión de una palabra mal dicha para que todo estallase.
—¿Qué veneno has puesto esta vez en esa baratija a la que llamas espada? Te aseguro que no hay veneno que se compare a mi ponzoña.
—¿Qué estás haciendo?— murmuró, dando medio paso hacia Ébano, antes de darse la vuelta para mirar a Nousis —Deja eso.— señaló hacia la mano que él apoyaba sobre la empuñadura, como si verdaderamente creyese que sus palabras tuvieran alguna autoridad sobre él —Por los Dioses, ¿qué es todo esto?— volvió un momento la mirada de nuevo a la mujer, de soslayo, por encima del hombro. —¿Es cierto que salvó tu vida?— preguntó al elfo, sin más pretexto.
—Es-una-vampiresa.— indicó furioso, con los ojos grises clavados en Aylizz. —¿No recuerdas Urd? ¿O cuánto nos hicieron pasar? ¿Acaso conoces uno bueno?— su rostro indicaba que no daba crédito a las palabras de su amiga y elevó un poco el tono, sin abroncarla —¿Salvarme...? ¡Todo lo hizo en su propio interés, maldita sea! Si sigue viva también es gracias a mí, por decisiones obligadas de un momento de vida o muerte. No sé de qué la conoces, pero es un peligro, Ayl.
—¿Decisiones?— dijo la vampiresa, antes de que ella pudiera responder, temblorosa, con los puños cerrados. —¿Por qué no le cuentas cómo mataste a otra vampiresa que te salvó el pellejo de morir a manos de los suyos propios, a pesar de jugarse ella misma su vida? Mejor aún…— pausó ahora su voz, adquiriendo un tono que resultaba perturbadoramente atrayente —Dile a Azafrán cómo te empalmaste al notar el corte de mi piel bajo tu estúpida espada. Cómo se te nublaron los ojos con al sentirte poderoso ¿Acaso crees que pasó desapercibido? Créeme elfo, si había algún monstruo en nuestro último encuentro, tenía orejas puntiagudas.
La elfa cerró los ojos en un lento parpadeo al escuchar el breve relato, lejos de mostrarse sorprendida, asumiendo la certeza de aquellas palabras. Era poco lo que sabía del contexto que unía a aquellos dos, si es que hablar de unión era lícito en tal caso, pero creía conocer al espadachín lo suficiente para imaginar la escena descrita como si la hubiera presenciado. Chasqueó la lengua para sí y casi resopló, no pudiendo negar la parte de verdad en las palabras del elfo. Si aquello hubiera acontecido en Urd, quizá incluso ella habría disfrutado de las perversidades de su congénere. Pero no era el caso.
—Entre mi vida o la vuestra, no dudes que elegiré la mía. Mi raza no nace con la única tarea de hacer daño en el mundo, criatura. Y sigues viva, aunque eso cambiará pronto.— puntualizó, dando un paso hacia ella. Aylizz se cuadró, expectante, temiendo que en cualquier momento los impulsos de alguno dejaran de ser controlados. —No dejo trabajos a medias, menos aún si me han seguido para matarme.— entrecerró los ojos antes de continuar —No te atrevas a compararme contigo. Mi vida consiste en eliminar aberraciones como tú, para que otros vivan tranquilos.— miró entonces a la elfa, con cierta decepción en su semblante —No sé de qué la conoces, pero no pienso irme teniendo que mirar más sobre mi hombro.— terminó de desenvainar —Supervivencia.
Ella miró a uno y a otro, sintiendo cómo se iba impregnando de la creciente tensión a medida que cada cual escupía sus acusaciones. Terminó dejando la mirada fija en el elfo cuando éste repitió lo que ella recibió como una pregunta indirecta, en tono de reproche interrogante. Frunció el ceño y arrancó a caminar hacia él unos pasos cuando desenfundó la espada, deteniéndose frente a frente, mirándolo con el rostro endurecido. La confianza a veces podía resultar verdaderamente asquerosa.
—¿Desde cuándo te crees con el derecho a hablarme así?— casi escupió, visiblemente molesta. —Soy perfectamente consciente de lo que es. Y estoy segura de que ya podría haber acabado conmigo, de haber querido.— llevó la mirada a la espada un momento, antes de volver a mirarlo, con algo más de dejadez. —La conozco y eso es todo.
No consideró que aquel fuera un momento propicio para dar más explicaciones. Se cuestionó, incluso, si tendría que hacerlo siquiera. Aún le resultaba difícil gestionar sus recuerdos, siendo lo más fácil recurrir a la negación o a la consideración de vivirlo como un mal sueño. Finalmente dió media vuelta y se dirigió hacia la vampiresa, con mayor y evidente cautela que la mostrada cuando caminó hacia Nousis.
—Hace un momento te costaba moverte sobre el asiento, Ébano.— masculló con suavidad, dejando al elfo a su espalda, quedando interpuesta entre ambos. —Lo que tengáis que hacer, no será ahora. Ni aquí.— tragó saliva, sin encontrarse del todo segura de lo que en aquel momento se materializaba su cabeza. —Hablabas de un colgante. Si él lo tiene, puedo interceder.— miró de soslayo hacia atrás un instante —Pero sin sangre.— añadió, clavando de nuevo sus ojos en ella.
Nousis soltó un bufido, visiblemente irritado, pero se abstuvo de decir nada más. Se limitó a salir del local. Ébano, por su parte, pareció serenarse y cambiar por completo el semblante.
—Gracias…— dijo casi en un murmullo. Tomó aire en un suspiro sordo y continuó —Y… Perdón.— sentenció. De manera progresiva dejó de mostrar sus colmillos, apaciguándose. Se adecentó varios mechones de pelo y el silencio finalmente pareció acabarse con la voz de la mujer ya tranquilizada. —No… No suelo mostrarme así.— dijo, añadiendo a su perdón original. —Siento que Nousis no ha sido muy justo conmigo y… No era mi intención enredarte en esto. Te juro que voy a hacer que pague por cada gota de sangre que me ha robado con su espada….— atusó sus vendas, mostrándose dolorida —Pero… Si me devuelve el collar te prometo hacerlo cuando tú no estés presente.— sonrió de manera cómplice.
Aylizz negó con la cabeza y con un gesto de mano quiso hacer ver que no eran necesarios los agradecimientos, aferrada a la idea de que Nousis sería incapaz de hacerle daño, por incontrolables que parecieran las circunstancias. Hacía tiempo que él se lo había asegurado y debía agarrarse a aquellas palabras si no quería darlo por perdido. Acomodó el asiento que antes ocupaba la mujer para indicarle que volviera a sentarse mientras hablaba. Cuando terminó, la elfa guardó silencio y miró hacia la puerta un instante antes de responder.
—¿Sabes de algún lugar en la zona donde puedas pasar el día a resguardo? La noche avanza y dudo que quieras estar aquí cuando amanezca, ¿me equivoco? Antes de que él apareciera, me pareció que querías que te sacara de aquí.
Advirtió cómo la vampiresa relajó finalmente sus hombros y aguardó en silencio a su meditada respuesta.
—Tan solo necesito encontrar la posada adecuada. ¿A no ser que tengas alguna idea mejor?
Le dedicó una mirada lenta y detallada al conjunto de su figura antes de responder, tratando de analizar el alcance de su estado. Las fuerzas que hacía unos momentos había mostrado no podían deberse a una recuperación milagrosa.
—¿Qué males tienes que pudieran curarse con remedios y algo de maná?— cuestionó, antes de contemplar alternativas.
Clarilis interrumpió en aquel momento, dejándose ver tras la cortina. Al percatarse de su presencia, un fogonazo en forma de fugaz recuerdo reciente tintineó en su mente, como si su cabeza hubiera procesado en aquel momento el comentario que la bruja había mentado de manera soslayada momentos antes.
«Sí es complicado encontrar savia del Árbol Madre, si… A menos que seas una elfa, supongo.»
Excusándose en precisar un momento para tomar aire y planificar su marcha, se escabulló hasta la puerta. Sacó medio cuerpo, buscando a Nousis, encontrándolo de pie, apoyado con la espalda en una pared, espada en mano y con la mirada fija en un punto del suelo, a unos veinte pasos de él. Serio, muy serio. Aylizz respiró profundamente y suspiró, antes de terminar de cruzar la puerta y caminar un par de pasos, hasta quedar a su lado. Se apoyó en la pared y cruzó los brazos, pero en vez de mirar al suelo, dirigió la mirada al punto donde el cielo limitaba con las copas de los árboles. No sabía cómo empezar a hablar, tampoco si él recibiría bien alguna palabra.
—¿Qué ha pasado ahí dentro?— habló con voz calmada, sin intención de reprocharle nada.
El elfo hizo una floritura girando la espada en la muñeca antes de envainar, pero ni la miró.
—Es un vampiro, es el enemigo. Me capturaron en Urd, y me salvé gracias a ti. Tras una caza intensiva, líderes de esa raza pusieron precio a mi cabeza en los alrededores de Roilkat. No pude con todos. Ahí entra ella, usándome para sus propios juegos con otros de su ralea. Casi nos matan por ellos. Debí escoger la forma de irme de ese lugar. Y ahora ella me ha seguido para intentar matarme.
Sus últimas palabras no las pronunció de manera exagerada, más bien resignada, como algo natural y esperado. Ella, sin embargo, alzó una ceja y lo miró desencajada, aunque se mantuvo en silencio.
—Prefiero separar la cabeza de sus hombros cuanto antes.— la miró por vez primera desde que ella pisó el exterior —Creía que me comprendías. Que tenías mis mismas ideas en esto.— sentenció, mostrándose decaído.
Frunció sutilmente el ceño, no con gesto de molestia o enfado, más bien de ofensa, no muy marcado, pero lo suficiente para que Nousis lo notara, e hizo una mueca recelosa antes de contestar. Nunca había buscado su aprobación, ni su reconocimiento, pero la idea de algo parecido a su decepción sobre su persona no era algo agradable. Pero tampoco algo sobre lo que, en aquel momento, quisiera reflexionar.
—Es curioso, yo nunca he pensado que alcance a comprender nada de lo que pasa en tu cabeza.— trató de sonar serena, pero dejó entrever tintes de reproche a la defensiva. Respiró de nuevo y desvió la mirada hacia la puerta del negocio. —No sé si llegó siguiéndote, pero dudo que pudiera matarte en su estado. ¿Y qué demonios haces tú por estas calles, por cierto?— soltó sin pensar, antes de negar con la cabeza y retomar el tema, como si nada le importara la respuesta —Tú ves un monstruo y lo comprendo. Pero en este caso... A mí me parece más un animal herido. Vulnerable. Y por ello, aún más peligroso.— puntualizó. —Ella me salvó la vida, sin segundas intenciones, sin amenazas... Y no he sabido lo que es hasta que he cruzado esa cortina.
La mirada gris del espadachín, tras escuchar sus palabras, dejó a las claras que apenas daba crédito.
—¿Te salvó...?— negó lentamente —Sin duda querría algo de tí. Se dedica a manipular, convencer y mover hilos incluso entre criminales. Si espera que estés en deuda con ella, es que desea algo de tí.— se detuvo unos segundos —Quería vender algo, lo único que saqué de esa tortura. Me falta poco...— un amago de sonrisa se dejó ver por primera vez desde que ambos se encontraron y presto volvió a desvanecerse —Sí, es un animal, una bestia. ¿Qué da su raza al mundo, Aylizz? Tormento, sufrimiento. Sí,— asintió, como si hubiera adivinado el primer argumento en contra que usaría la elfa —en todas hay criaturas que deberían no haber nacido. Pero además de los brujos para nosotros específicamente, los vampiros son hijos del dolor. Tal provocan.
Se hizo evidente que Nousis la conocía, lo bastante al menos para anticiparse a sus palabras. Quizá era el momento de probar si ella lo hacía recíprocamente, lo suficiente al menos para bajar la guardia una noche. Finalmente se encogió de hombros, aunque las palabras que siguieron a ese gesto fueron bien meditadas.
—Si quería algo de mí, entregarle el colgante saldará la deuda. Y estaremos en paz y no tendré que preocuparme de si me persigue cada noche.— terminó divagando con algo de sorna. Después lo miró con expresión interrogativa, inclinando un poco la cabeza —Eso es lo que intentas vender, ¿no?— le dedicó una caída de ojos y volvió a relajar la postura —¿Qué sacas tú con eso? Dudo que lo hagas por la paga.— guardó silencio un momento y se mojó sutilmente los labios —¿Y por qué es tan importante?
Él la miró y su semblante obvió la furia y la decepción. Una conocida preocupación asomó a sus ojos.
—He comprendido varias cosas. Cosas que me han llevado casi media vida. Me he dedicado a perseguir leyendas y a eliminar monstruos y personas que ningún bien hacían al mundo. Buscaba poder para protegernos.— explicó, llevándose una mano abierta al pecho, enfatizando su propia persona, mientras la otra, palma abierta, señalaba a la elfa con delicadeza, habiéndose acercado hasta que los separaba un paso. —Ahora entiendo que había errado la manera de cambiar las cosas. No puedo hacerlo solo. Continuaré cargando mis ideas, con más manos que empuñen armas para defenderlas.
Recuperando la seriedad en el rostro, lo miró de soslayo al notarlo más cerca mientras escuchaba.
—¿Tus ideas apuntan a defender a los nuestros y para ello sacrificas vidas? Dotar de armas a los ideales...— no terminó la frase y carraspeó, aclarándose la garganta. Prefería no entrar en esa discusión con él. No en aquel momento, desde luego. —Además, ¿para qué? A los que mueven los hilos del mundo no los verás en el campo de batalla.
—El bien exige sacrificios, siempre lo ha hecho— sonrió con un punto de tristeza —Los que mueven los hilos del mundo...— repitió —¿Quién lo hace en nuestra tierra?— cuestionó, supuso que retóricamente —Mi clan tiene asiento en el Consejo y apenas nada ha cambiado. No es suficiente, deben abrir los ojos.— señaló al interior del edificio —Como ocurre con tratar con vampiros… Proteger Sandorai implica reformarlo. Alguien debe hacerlo.— el rostro de Nousis pareció buscar comprensión en ella. —Yo.— dejó que el silencio hablara casi un largo minuto. —Una fortaleza.— reveló al fin. —Comenzaré con eso. Reuniré a aquellos que por afinidad compartan mi necesidad. Antes buscaba poder en objetos nacidos de los mitos. Es hora de mudar el rumbo.
Se giró hacia él y se quedó mirándolo en silencio unos segundos, como si se debatiera entre responder o dejar de lado el tema. Pese a todo, aquel maldito elfo estirado era alguien a quien convenía y mucho tener cerca. Y de tu lado. Finalmente habló.
—Bien.— asintió lentamente —Mantenme informada de tu avance.— y le dirigió una fugaz mirada cómplice. —Nousis...— añadió —Sabes que tienes todo mi respeto. Y que te aprecio.— puntualizó sincera —No pienso reprocharte en cuántas he visto mi vida comprometida por ti, tampoco lo veo necesario... Pero ahora apelo a la confianza que puedas tener mí, después de todo.— lo miró, con aspecto hastiado —¿Por qué no descansas esta noche? Por favor…
—¿Quieres valerte de nuestra amistad para salvar la vida a esa criatura?— preguntó directamente —¿Tan importante es para tí que no termine con ella?— su tono era tranquilo, fuera de acusaciones.
—No es importante. Pero nada de lo que he visto en ella se parece a lo que me han hecho pasar los que comparten su maldición. Es la primera en la que he encontrado atisbos de humanidad.— suspiró y se separó de la pared, relajando la postura —Será que soy blanda.— expuso como restándole importancia. El elfo suspiró.
—Por tí, puedo descansar ésta noche. Pero si la veo acercarse a mí, desaparecerá. Tomaré una habitación en la taberna Niebla de Plata. Ten cuidado con ella ¿de acuerdo?
—Preferiría que te quedaras... Mi intención es sacarla de aquí.— explicó mientras se disponía a caminar hacia la puerta, aún a sabiendas de estar bailando sobre una cuerda muy fina —Pero entiendo que eso es pedirte demasiado.
—No puedes hacer eso. Estarás en peligro.
—Lo tendré en cuenta.— asintió, antes de avanzar los pasos que restaban hasta la puerta. —Niebla de Plata.— repitió, antes de volver a entrar, como si así se asegurase de recordarlo. Si finalmente tenían que recurrir a una posada, deberían plantearse si evitar aquella. O no. —Nos vemos por la mañana entonces.
Entonces sintió cómo el elfo la tomó del brazo. Más que un tirón fue un agarre de quien sabía detener a alguien sin hacer daño y sin que fuera de golpe. No obstante, ella ahogó un sobresalto al no esperar un acercamiento tan directo viniendo de su persona.
—No me has entendido. No puedes hacerlo.— repitió visiblemente preocupado —Ella tiene otros enemigos. Sean quienes sean, han llegado a Lunargenta para matarla. No quiero que te veas envuelta en algo así. He hablado con otra comerciante, una prestamista.— su mirada gris evidenciaba que no mentía en modo alguno —No tardarán en acabar con ella.
—Pues haz lo que siempre haces.— murmuró, con la respiración ligeramente acelerada, desviando un momento la vista a la mano que le agarraba, antes de volver a mirarlo —Protegerme.— sentenció, sin reproche ni sorna alguna.
Nousis se llevó entonces la mano izquierda a la cara y permitió enseñar la primera sonrisa no contenida. Tras bajarla, clavó los ojos en ella.
—Maldita sea.— su tono resignado evidenció una divertida derrota.
Ella no hizo ni el intento de reprimir una sonrisa triunfal que se dibujó muy lentamente en su rostro, casi disfrutando el momento y llevó la mano que tenía libre hasta la del elfo, sobre la que dio un par de toquecitos, divertida, en gesto agradecido. Después terminó de dar media vuelta y entró de nuevo al local.
—Por mí podemos irnos, cuando estés lista.— informó a Ébano. Después recuperó el cofrecito del mostrador y se lo acomodó de nuevo bajo la túnica, dirigiéndose entonces a Clarilis. —Después de todo, no es noche para hacer negocios.
1 Colgante con encantamiento: Alerta. El objeto encantado adquirirá un tenue brillo cuando se encuentre a menos de 50 metros de la raza elegida (vampiros). El brillo aumentará a menor distancia.
Última edición por Aylizz Wendell el Lun Oct 09 2023, 06:36, editado 1 vez
Aylizz Wendell
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Re: Quid pro quo [Privado] [3/3]
Clarilis no parecía muy convencida de aquel plan.
La mujer con su rostro quemado miraba aquí y allá a medida que Ayliz y caoimhe intercambiaban conversación, alterada por el cese de tranquilidad en su recinto y a la vez contrariada de los motivos por los cuales Caoimhe no había decidido quedarse con ella aquella noche.
-... No es seguro. ¿No lo entiendes? La esencia de savia tiene que ser administrada como cada... cuatro horas de manera regular. Es normal que te sientas bien bajo sus efectos, poderosa e incluso algo enaltecida. Pero créeme el bajón es incluso peor que el corte en si.
-Estoy bien, ¿Vale?- dijo Caoimhe de nuevo. Apenas convenciendo a nadie mientras notaba el quemazón en su mano in crescendo.
Respiró hondo sin embargo y se levantó haciendo alarde de fuera específica para mantenerse en pie. Cargó a un lado su bolso de viaje y caminó unos pasos, con la atenta mirada de Clarilis en su cabeza.
La voz de Azafrán como si sus palabras fuesen un hecho y Caoimhe no tuviese opción alguna a elegir si la acompañaba o no a donde quiera que ambas fuesen inundó la sala. Estaba demasiado cansada como para discutir y el gesto de Clarilis parecía haberse tranquilizado en parte al saber que no iba a caminar sola.
La chica miró a Ayliz y le dio dos tarritos:
-Asegúrate que lo toma de manera regular. Ni antes ni después de la hora exacta.- Dejó salir a Caoimhe de la sala y agarró a Ayliz por el brazo durante un segundo en un murmullo añadió: -Estoy segura que tendrá que alimentarse en algún momento ¿Acaso has visto alguna vez a un vampiro así? Tan solo huesos y piel...- la miró con gesto de urgencia- Te lo digo porque si quisiese cazar.. quizás no es buena idea dejarla sola. No aquí. No en este momento. No soy la única que ha escuchado el nombre de Caoimhe en los últimos meses y no creo que el resto vaya a ser muy acogedor con ella.-
Puso los dos tarros en la mano de Ayliz y separó la cortina que las llevaba fuera.
La brisa de la noche pareció despejar a la vampiresa que encontró en el frescor del exterior un momento de consciencia propia y el dolor de su mano amorotonada y rojiza quedó a un lado durante algunos minutos.
-¿Dónde está?- dijo a Ayliz refiriendose a Nousis- No quiero tener que preocuparme de saber si voy a perder el cuello durante el día. Suficiente tengo con contener mis ganas locas de ignorar esta infección y acabar con él-
Ambas caminaron durante algunos minutos sin rumbo fijo. Caoimhe pensó que Ayliz sabía exactamente donde dirigirse pero comenzo a parecer claro que aquello no era así del todo.
Suspiró.
-Creo recordar que tan solo hay dos posadas que merecen la pena en todo Lunargenta. Con suerte el dueño de una de ellas no se acuerda de mi pequeño aviso cuando se llevó 4 meses sin pagarme su deuda- Sonrió de manera afable mientras guiaba ahora si a Ayliz a través de algunas calles oscuras.
El botín roído no ofrecía las comodidades de una de las posadas dotadas con las recomendaciones reales. Sus habitaciones eran pequeñas y no muy bien iluminadas. La decoración podría haber sido aceptable hacía algunos años. Mucho antes de que las inundaciones del 73 arrasasen Lunargenta.
El lugar, sin embargo, parecía limpio y poco transitado. El silencio se hizo incluso más presente en el momento justo en el que Caoimhe cruzó la entrada de piedra curtida.
El dueño de la posada que parecía estar terminando de secar algunos vasos de la barra alzó la cabeza un poco al identificar la figura femenina de dos personas. Su gesto pasó de afable a consternado en el momento exacto en el que los ojos dispares de Caoimhe reflejaron la luz de las velas.
-Shuuuu shuuuu shuuu demonio. Tienes que tener agallas para si quiera presentarte aquí después de.. bueno, después de la última vez.- el hombre dejó el vaso a un lado con una sonrisa amplia y apoyó su codo en la barra esperando respuesta.
-Raju... créeme que no te molestaría si tuviese otra opción.
-Ah... pero tu siempre tienes otras opciones, ¿no es cierto? Siempre hay otra manera de actuar... otra decisión que tomar en vez de... ¿Sabes cuánto me costó arreglar las habitaciones 32 y 31 tras tu visita? Ni que decir sobre la 22... No puedo hacer nada con la 22..
-Siendo sinceros la 22 casi estaba así antes de que Hugo y Axel...-
El hombre le dedicó una mirada intensa con los ojos muy abiertos, como incitándola a seguir.
Caoimhe se fijó en la figura a su lado. No estaba segura de cuanto había roto su propia imagen aquella noche frente a Azafrán pero estaba dispuesta a salvaguardar lo que sea que quedase de ella. Aunque eso supusiese dejar atrás sus técnicas más arraigadas.
-Necesito un lugar donde dormir esta noche.- concluyó- Y tú aún me debes un pago si mal no recuerdo. Así que por qué no hacemos las cosas fáciles y simplemente ponemos el pasado a un lado y hacemos borrón y.. ¿media cuenta nueva?- añadió, cansada como estaba.
-Ah pero... qué oportuna... Mira tú... Una pena que haya traspasado mis deudas a alguien que se asegura que mis intereses estén en el centro de sus negocios.
Caoimhe alzó una ceja extrañada.
-Por lo que si quieres una habitación...tendrás que pagar la tasa apropiada. Y justo esta noche... pues... bueno podría dejártelo a 800 aeros la noche- el hombre sonrió y varios huecos aparecieron en sus encias
-¿...Y se puede saber quién es la persona que vela por tus intereses?- dijo Caoimhe con la voz algo rasgada.
- Daretta, por supuesto-
Caoimhe compuso un gesto furioso y apretó su mano dolorida.
-Gracias por el precio amigo- dijo con ironía- Pero al parecer me ha surgido algo imperioso que debo resolver antes de que amanezca.... por lo que no voy a requerir la habitación finalmente- dijo- No te preocupes, Raju. Tu plan de pago sigue inalterado y espero el dinero acordado al inicio del mes siguiente. Sería una pena tener que volver a reformar ambas habitaciones- dijo sonriendo de manera críptica. La sed dándole fortaleza.
Caminó sumida en la molestia hacia la calle de nuevo y se percató de que Ayliz la seguía.
-Azafrán, ha sido un placer volver a verte hoy. Estoy segura que nuestro próximo encuentro va a ser en una situación más amigable. Por desgracia no puedo alargarlo en el tiempo... los negocios, amiga mía no esperan mucho en el tiempo- sonrió, los colmillos apareciendo en sus labios activados por el pensamiento de despedazar a Doretta- Te agradecerīa si pudieses dotarme sin embargo con los botecitos de esencia de savia que Clarilis tan generosamente te ha dado. Creo que voy a tener que deshacerme del dolor durante algunas horas... así que voy a necesitar dosis dobles. Puede que triple- dijo notando algo de sangre en su venda.
Sabía exactamente donde encontrar a Doretta porque ella misma la había ayudado a construir su refugio secreto en el inicio de ambas. Aún recordaba el desorden en la sala principal del local de la mujer antes incluso de que Caoimhe le ofreciese su ayuda. Por supuesto como parte de un trato igualmente beneficioso para ella... pero ayuda al fin y al cabo.
Había notado la lejanía de Daretta en los últimos meses. El negocio en Lunargenta no parecía ir de manera tan próspera como la chica había augurado y su compañera estaba resentida porque Caoimhe no canceló la deuda inicial como parte de 'gesto de amistad'
¿Alguien se había hecho rico haciendo amigos?
Doretta pareció olvidar de manera conveniente que Caoimhe ya le había regalado su tiempo en los primeros meses, una agenda de contactos que habían sido sus clientes iniciales y la seguridad de saber que entre ambas podían deshacerse de la competencia de Lunargenta.
De hecho se había hecho a un lado en su cruzada de expansión dejándo carta blanca sobre suelo humano. ¿Qué más querïa?
Ahora entendía que quizás Wothin había estado lo suficiente ocupada con su agenda como para responder a las breves pero concisas cartas de Caoimhe.
Había estado creando su propio tablero de ajedrez y uniéndolo de manera tosca a ese en el que Caoimhe ya había empezado el juego.
Inteligente... pero innecesario.
La vampiresa tan solo esperaba que no fuese demasiado tarde. Ya había desfallecido una vez entre las calles de Lunargenta. Una segunda sería carne de cañón para los que sea que fuesen que la mujer había convencido en su causa.
La mujer con su rostro quemado miraba aquí y allá a medida que Ayliz y caoimhe intercambiaban conversación, alterada por el cese de tranquilidad en su recinto y a la vez contrariada de los motivos por los cuales Caoimhe no había decidido quedarse con ella aquella noche.
-... No es seguro. ¿No lo entiendes? La esencia de savia tiene que ser administrada como cada... cuatro horas de manera regular. Es normal que te sientas bien bajo sus efectos, poderosa e incluso algo enaltecida. Pero créeme el bajón es incluso peor que el corte en si.
-Estoy bien, ¿Vale?- dijo Caoimhe de nuevo. Apenas convenciendo a nadie mientras notaba el quemazón en su mano in crescendo.
Respiró hondo sin embargo y se levantó haciendo alarde de fuera específica para mantenerse en pie. Cargó a un lado su bolso de viaje y caminó unos pasos, con la atenta mirada de Clarilis en su cabeza.
La voz de Azafrán como si sus palabras fuesen un hecho y Caoimhe no tuviese opción alguna a elegir si la acompañaba o no a donde quiera que ambas fuesen inundó la sala. Estaba demasiado cansada como para discutir y el gesto de Clarilis parecía haberse tranquilizado en parte al saber que no iba a caminar sola.
La chica miró a Ayliz y le dio dos tarritos:
-Asegúrate que lo toma de manera regular. Ni antes ni después de la hora exacta.- Dejó salir a Caoimhe de la sala y agarró a Ayliz por el brazo durante un segundo en un murmullo añadió: -Estoy segura que tendrá que alimentarse en algún momento ¿Acaso has visto alguna vez a un vampiro así? Tan solo huesos y piel...- la miró con gesto de urgencia- Te lo digo porque si quisiese cazar.. quizás no es buena idea dejarla sola. No aquí. No en este momento. No soy la única que ha escuchado el nombre de Caoimhe en los últimos meses y no creo que el resto vaya a ser muy acogedor con ella.-
Puso los dos tarros en la mano de Ayliz y separó la cortina que las llevaba fuera.
La brisa de la noche pareció despejar a la vampiresa que encontró en el frescor del exterior un momento de consciencia propia y el dolor de su mano amorotonada y rojiza quedó a un lado durante algunos minutos.
-¿Dónde está?- dijo a Ayliz refiriendose a Nousis- No quiero tener que preocuparme de saber si voy a perder el cuello durante el día. Suficiente tengo con contener mis ganas locas de ignorar esta infección y acabar con él-
Ambas caminaron durante algunos minutos sin rumbo fijo. Caoimhe pensó que Ayliz sabía exactamente donde dirigirse pero comenzo a parecer claro que aquello no era así del todo.
Suspiró.
-Creo recordar que tan solo hay dos posadas que merecen la pena en todo Lunargenta. Con suerte el dueño de una de ellas no se acuerda de mi pequeño aviso cuando se llevó 4 meses sin pagarme su deuda- Sonrió de manera afable mientras guiaba ahora si a Ayliz a través de algunas calles oscuras.
El botín roído no ofrecía las comodidades de una de las posadas dotadas con las recomendaciones reales. Sus habitaciones eran pequeñas y no muy bien iluminadas. La decoración podría haber sido aceptable hacía algunos años. Mucho antes de que las inundaciones del 73 arrasasen Lunargenta.
El lugar, sin embargo, parecía limpio y poco transitado. El silencio se hizo incluso más presente en el momento justo en el que Caoimhe cruzó la entrada de piedra curtida.
El dueño de la posada que parecía estar terminando de secar algunos vasos de la barra alzó la cabeza un poco al identificar la figura femenina de dos personas. Su gesto pasó de afable a consternado en el momento exacto en el que los ojos dispares de Caoimhe reflejaron la luz de las velas.
-Shuuuu shuuuu shuuu demonio. Tienes que tener agallas para si quiera presentarte aquí después de.. bueno, después de la última vez.- el hombre dejó el vaso a un lado con una sonrisa amplia y apoyó su codo en la barra esperando respuesta.
-Raju... créeme que no te molestaría si tuviese otra opción.
-Ah... pero tu siempre tienes otras opciones, ¿no es cierto? Siempre hay otra manera de actuar... otra decisión que tomar en vez de... ¿Sabes cuánto me costó arreglar las habitaciones 32 y 31 tras tu visita? Ni que decir sobre la 22... No puedo hacer nada con la 22..
-Siendo sinceros la 22 casi estaba así antes de que Hugo y Axel...-
El hombre le dedicó una mirada intensa con los ojos muy abiertos, como incitándola a seguir.
Caoimhe se fijó en la figura a su lado. No estaba segura de cuanto había roto su propia imagen aquella noche frente a Azafrán pero estaba dispuesta a salvaguardar lo que sea que quedase de ella. Aunque eso supusiese dejar atrás sus técnicas más arraigadas.
-Necesito un lugar donde dormir esta noche.- concluyó- Y tú aún me debes un pago si mal no recuerdo. Así que por qué no hacemos las cosas fáciles y simplemente ponemos el pasado a un lado y hacemos borrón y.. ¿media cuenta nueva?- añadió, cansada como estaba.
-Ah pero... qué oportuna... Mira tú... Una pena que haya traspasado mis deudas a alguien que se asegura que mis intereses estén en el centro de sus negocios.
Caoimhe alzó una ceja extrañada.
-Por lo que si quieres una habitación...tendrás que pagar la tasa apropiada. Y justo esta noche... pues... bueno podría dejártelo a 800 aeros la noche- el hombre sonrió y varios huecos aparecieron en sus encias
-¿...Y se puede saber quién es la persona que vela por tus intereses?- dijo Caoimhe con la voz algo rasgada.
- Daretta, por supuesto-
Caoimhe compuso un gesto furioso y apretó su mano dolorida.
-Gracias por el precio amigo- dijo con ironía- Pero al parecer me ha surgido algo imperioso que debo resolver antes de que amanezca.... por lo que no voy a requerir la habitación finalmente- dijo- No te preocupes, Raju. Tu plan de pago sigue inalterado y espero el dinero acordado al inicio del mes siguiente. Sería una pena tener que volver a reformar ambas habitaciones- dijo sonriendo de manera críptica. La sed dándole fortaleza.
Caminó sumida en la molestia hacia la calle de nuevo y se percató de que Ayliz la seguía.
-Azafrán, ha sido un placer volver a verte hoy. Estoy segura que nuestro próximo encuentro va a ser en una situación más amigable. Por desgracia no puedo alargarlo en el tiempo... los negocios, amiga mía no esperan mucho en el tiempo- sonrió, los colmillos apareciendo en sus labios activados por el pensamiento de despedazar a Doretta- Te agradecerīa si pudieses dotarme sin embargo con los botecitos de esencia de savia que Clarilis tan generosamente te ha dado. Creo que voy a tener que deshacerme del dolor durante algunas horas... así que voy a necesitar dosis dobles. Puede que triple- dijo notando algo de sangre en su venda.
Sabía exactamente donde encontrar a Doretta porque ella misma la había ayudado a construir su refugio secreto en el inicio de ambas. Aún recordaba el desorden en la sala principal del local de la mujer antes incluso de que Caoimhe le ofreciese su ayuda. Por supuesto como parte de un trato igualmente beneficioso para ella... pero ayuda al fin y al cabo.
Había notado la lejanía de Daretta en los últimos meses. El negocio en Lunargenta no parecía ir de manera tan próspera como la chica había augurado y su compañera estaba resentida porque Caoimhe no canceló la deuda inicial como parte de 'gesto de amistad'
¿Alguien se había hecho rico haciendo amigos?
Doretta pareció olvidar de manera conveniente que Caoimhe ya le había regalado su tiempo en los primeros meses, una agenda de contactos que habían sido sus clientes iniciales y la seguridad de saber que entre ambas podían deshacerse de la competencia de Lunargenta.
De hecho se había hecho a un lado en su cruzada de expansión dejándo carta blanca sobre suelo humano. ¿Qué más querïa?
Ahora entendía que quizás Wothin había estado lo suficiente ocupada con su agenda como para responder a las breves pero concisas cartas de Caoimhe.
Había estado creando su propio tablero de ajedrez y uniéndolo de manera tosca a ese en el que Caoimhe ya había empezado el juego.
Inteligente... pero innecesario.
La vampiresa tan solo esperaba que no fuese demasiado tarde. Ya había desfallecido una vez entre las calles de Lunargenta. Una segunda sería carne de cañón para los que sea que fuesen que la mujer había convencido en su causa.
Caoimhe
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Re: Quid pro quo [Privado] [3/3]
No volvió a intercambiar palabra alguna con el monstruo de cabello oscuro. Haber pactado con la elfa posponer la guerra no le sorprendió con una vehemente negatividad interna. No había mentido, en él aquello no era habitual y no pensaba actuar en los márgenes del acuerdo. No obstante, la preocupación por ella anidó en sus pensamientos como el hogar de aves cuyas ramas eran los pasos con que ambas fueron alejándose de él.
¿Iba a dejarla así? ¿Junto a alguien cuya alma -si existía- era una mera sombra destinada al vacío?
Ni un segundo cruzó en él tal idea. Y por ello, a distancia, las siguió.
Moverse por aquella gran ciudad, incluso con el Sol en su lapso de retiro, distaba del sentimiento que provocaban los caminos forestales de Sandorai, o las nevadas rutas del norte. Siempre alguien despierto oteaba a los transeúntes, a cualquiera de las horas de la noche. Mendigos, contrabandistas, mercenarios, taberneros, prostitutas, asesinos, guardias de una nobleza cuyos caprichos no se regían por la luz… La apariencia de Nou era de las que evitaba y atraía problemas a partes iguales. Tal vez siempre tendría enemigos buscando su cabeza en Lunargenta con lo que un paso desafortunado podría abrir un choque de aceros. Sí, tenía que estar alerta cada segundo, la mano cerca de la empuñadura. Pero sus ojos no perdían un momento los característicos rasgos de Aylizz Wendell.
Si algo nunca variaría en él, se dijo satisfecho y decidido, era el hecho de proteger a los suyos. A quienes tenía cerca del corazón. Algo por entero innegociable.
Con el transcurso del camino que ambas mujeres trazaban en la malla urbana, la seriedad del espadachín se fue consumiendo por un gesto de disgusto. No dudaba ni por un instante que alguien como Caoimhe se relacionase con lo peor que pudiese albergar la ciudad real de los humanos. Comparó en un instante, resguardado por unas columnas de madera que enmarcaban la entrada a un edificio que había pasado por tiempos mejores, el establecimiento que la vampiresa había escogido con su conocida posada de Niebla de Plata. Dudaba que la pérdida del colgante hubiese hecho mella en sus recursos. Por la conversación con Wothlin, esa criatura manejaba uno o varios seguros que le impedirían caer en la pobreza. De cualquier manera, pensó sombrío, no era de las que compraba el alimento en el mercado.
Apartó de su cabeza las malditas palabras de ese engendro “Créeme elfo, si había algún monstruo en nuestro último encuentro, tenía orejas puntiagudas” como letanía demoníaca. ¿Así había virado a Aylizz hacia una manipulada simpatía con ella? Repasó esos curiosos nombres con los que se referían entre sí. Ébano, Azafrán. No fue capaz de vislumbrar un contexto del cual hubiesen surgido, y eso aumentó su sensación de peligro. La chupasangre movía a la gente, la utilizaba. Sus ojos grises, clavados en la puerta de la taberna a la que habían entrado, prometían algo muy sencillo. Si le hacía algo a la rubia, nadie que la hubiese conocido sería capaz de atestiguar que los pedazos que dejaría perteneciesen a Caoimhe.
“Ella me salvó la vida, sin segundas intenciones, sin amenazas... Y no he sabido lo que es hasta que he cruzado esa cortina”
Una nobleza peligrosa, suspiró el elfo. Sentirse en deuda con alguien de esa calaña no podía ser una idea coherente.
Tales palabras habían terminado de dibujarse en su cerebro, cuando en dirección opuesta a la que tanto su amiga como su enemiga salían por la puerta de la posada, algo le hizo girar la cabeza. Volvió la mirada, ambas se separaban. Durante unos segundos, creyó que los conocidos de Wothlin habían encontrado a su objetivo, cuando un grupo de personas giró hacia su posición desde una calleja aledaña. Cerró los dedos alrededor de su arma, antes de comprender que nada de lo que estaba ocurriendo le concernía. Observando con detenimiento, frunció el ceño ante la ausencia de armas. Humanos, dedujo, sin éter que confirmase otra hipótesis. Vestían togas oscuras con un níveo símbolo en el frente, dos líneas cruzadas, la vertical de mayor tamaño que la horizontal. Siete, contó, además de dos niños de unos seis años cuyas ropas entraban dentro de lo habitual en esa parte del mundo.
¿Qué hacían allí?
El elfo había tenido conocimiento de esa extraña religión humana décadas atrás, y nunca había presenciado un grupo tan numeroso de feligreses, menos aún durante la noche. No hacía mucho que un clérigo de Habakhuk había pretendido enseñarle el “camino recto” y había estado a punto de perder más que los dientes. Nou se encontraba ya muy distanciado de toda deidad, y si esto era así con los propios de Sandorai, los dioses forasteros aún le hacían desconfiar en mayor medida.
Anonadado, apenas dio crédito cuando todos se sentaron, y sonriendo, se pusieron a cantar, entonando versos que, supuso, obedecían a las reglas y preceptos de su Señor. Algunas ventanas, a pesar de la hora, apartaron los postigos y se abrieron, buscando saciar la curiosidad de los moradores cercanos. Algunos inevitables insultos acompañaron la música, mas los religiosos no se dieron por aludidos.
El tabernero salió, unos minutos tras la partida de la vampiresa, y una nueva pregunta se sumó a las que el hijo de Sandorai ya albergaba en su interior. De alguna manera, aquel hombre temía a la pequeña congregación. ¿Era eso posible?
Levantó las manos, como si buscase pedir clemencia, y Nou trató de intercambiar una mirada con Aylizz. Todo estaba en calma, ni una pizca de violencia parecía advertirse. Y con todo, Nou se hallaba netamente intranquilo. Faltaba una pieza importante en todo lo que estaba pasando y no le gustaba no reconocerla.
-¡Ya no lo hago!- exclamó, con un punto de temor- ¡Ya sigo la senda correcta!
Una mujer de cabello cobrizo, de unos cinco pies y medio de altura, se acercó al posadero y le colocó amistosamente una mano en el hombro.
-Sabemos que mientes- expresó como si eso verdaderamente la atribulase- El robo es pecado, Dios nos lo ha hecho ver. La usura es pecado. Tu modo de vida apena el corazón. Que no te engañe nuestro exiguo número, aunque creciente. Lunargenta ha sufrido por sus ofensas a los ojos del Señor. La Guardia ha mermado, nosotros ayudaremos a mantener la ciudad en la luz. Me temo que tendrás que responder ante nuestros Protectores. El dolor es el camino a la purificación. Con ello, vendrás al rebaño, si no te sumes en la iniquidad.
El hombre volvió a entrar, tambaleante, en su negocio, y tras levantarse, los feligreses entonaron la misma melodía una vez más, alejándose de la pequeña plazuela donde convergían tres pequeñas calles, justo delante de la posada. Nou avanzó hacia Aylizz, echando un vistazo a esa extraña gente. La maraña de engaños y problemas en que Caoimhe estaba metida había añadido unos nuevos oponentes. Y esos rostros sólo expresaban una apabullante seguridad.
¿Iba a dejarla así? ¿Junto a alguien cuya alma -si existía- era una mera sombra destinada al vacío?
Ni un segundo cruzó en él tal idea. Y por ello, a distancia, las siguió.
Moverse por aquella gran ciudad, incluso con el Sol en su lapso de retiro, distaba del sentimiento que provocaban los caminos forestales de Sandorai, o las nevadas rutas del norte. Siempre alguien despierto oteaba a los transeúntes, a cualquiera de las horas de la noche. Mendigos, contrabandistas, mercenarios, taberneros, prostitutas, asesinos, guardias de una nobleza cuyos caprichos no se regían por la luz… La apariencia de Nou era de las que evitaba y atraía problemas a partes iguales. Tal vez siempre tendría enemigos buscando su cabeza en Lunargenta con lo que un paso desafortunado podría abrir un choque de aceros. Sí, tenía que estar alerta cada segundo, la mano cerca de la empuñadura. Pero sus ojos no perdían un momento los característicos rasgos de Aylizz Wendell.
Si algo nunca variaría en él, se dijo satisfecho y decidido, era el hecho de proteger a los suyos. A quienes tenía cerca del corazón. Algo por entero innegociable.
Con el transcurso del camino que ambas mujeres trazaban en la malla urbana, la seriedad del espadachín se fue consumiendo por un gesto de disgusto. No dudaba ni por un instante que alguien como Caoimhe se relacionase con lo peor que pudiese albergar la ciudad real de los humanos. Comparó en un instante, resguardado por unas columnas de madera que enmarcaban la entrada a un edificio que había pasado por tiempos mejores, el establecimiento que la vampiresa había escogido con su conocida posada de Niebla de Plata. Dudaba que la pérdida del colgante hubiese hecho mella en sus recursos. Por la conversación con Wothlin, esa criatura manejaba uno o varios seguros que le impedirían caer en la pobreza. De cualquier manera, pensó sombrío, no era de las que compraba el alimento en el mercado.
Apartó de su cabeza las malditas palabras de ese engendro “Créeme elfo, si había algún monstruo en nuestro último encuentro, tenía orejas puntiagudas” como letanía demoníaca. ¿Así había virado a Aylizz hacia una manipulada simpatía con ella? Repasó esos curiosos nombres con los que se referían entre sí. Ébano, Azafrán. No fue capaz de vislumbrar un contexto del cual hubiesen surgido, y eso aumentó su sensación de peligro. La chupasangre movía a la gente, la utilizaba. Sus ojos grises, clavados en la puerta de la taberna a la que habían entrado, prometían algo muy sencillo. Si le hacía algo a la rubia, nadie que la hubiese conocido sería capaz de atestiguar que los pedazos que dejaría perteneciesen a Caoimhe.
“Ella me salvó la vida, sin segundas intenciones, sin amenazas... Y no he sabido lo que es hasta que he cruzado esa cortina”
Una nobleza peligrosa, suspiró el elfo. Sentirse en deuda con alguien de esa calaña no podía ser una idea coherente.
Tales palabras habían terminado de dibujarse en su cerebro, cuando en dirección opuesta a la que tanto su amiga como su enemiga salían por la puerta de la posada, algo le hizo girar la cabeza. Volvió la mirada, ambas se separaban. Durante unos segundos, creyó que los conocidos de Wothlin habían encontrado a su objetivo, cuando un grupo de personas giró hacia su posición desde una calleja aledaña. Cerró los dedos alrededor de su arma, antes de comprender que nada de lo que estaba ocurriendo le concernía. Observando con detenimiento, frunció el ceño ante la ausencia de armas. Humanos, dedujo, sin éter que confirmase otra hipótesis. Vestían togas oscuras con un níveo símbolo en el frente, dos líneas cruzadas, la vertical de mayor tamaño que la horizontal. Siete, contó, además de dos niños de unos seis años cuyas ropas entraban dentro de lo habitual en esa parte del mundo.
¿Qué hacían allí?
El elfo había tenido conocimiento de esa extraña religión humana décadas atrás, y nunca había presenciado un grupo tan numeroso de feligreses, menos aún durante la noche. No hacía mucho que un clérigo de Habakhuk había pretendido enseñarle el “camino recto” y había estado a punto de perder más que los dientes. Nou se encontraba ya muy distanciado de toda deidad, y si esto era así con los propios de Sandorai, los dioses forasteros aún le hacían desconfiar en mayor medida.
Anonadado, apenas dio crédito cuando todos se sentaron, y sonriendo, se pusieron a cantar, entonando versos que, supuso, obedecían a las reglas y preceptos de su Señor. Algunas ventanas, a pesar de la hora, apartaron los postigos y se abrieron, buscando saciar la curiosidad de los moradores cercanos. Algunos inevitables insultos acompañaron la música, mas los religiosos no se dieron por aludidos.
Cada noche oré
No sé si alguien me escuchó
En el alma una canción
Que nunca entendí
No hay miedo en mi interior
Aunque haya tanto que temer
Moverás montañas
Porque en ti está el poder
Habrá milagros hoy
Si tienes fe
La ilusión no ha de morir
Un gran milagro
Hoy al fin veré
Si tienes fe lo lograrás
Podrás si tienes fe
No sé si alguien me escuchó
En el alma una canción
Que nunca entendí
No hay miedo en mi interior
Aunque haya tanto que temer
Moverás montañas
Porque en ti está el poder
Habrá milagros hoy
Si tienes fe
La ilusión no ha de morir
Un gran milagro
Hoy al fin veré
Si tienes fe lo lograrás
Podrás si tienes fe
El tabernero salió, unos minutos tras la partida de la vampiresa, y una nueva pregunta se sumó a las que el hijo de Sandorai ya albergaba en su interior. De alguna manera, aquel hombre temía a la pequeña congregación. ¿Era eso posible?
Levantó las manos, como si buscase pedir clemencia, y Nou trató de intercambiar una mirada con Aylizz. Todo estaba en calma, ni una pizca de violencia parecía advertirse. Y con todo, Nou se hallaba netamente intranquilo. Faltaba una pieza importante en todo lo que estaba pasando y no le gustaba no reconocerla.
-¡Ya no lo hago!- exclamó, con un punto de temor- ¡Ya sigo la senda correcta!
Una mujer de cabello cobrizo, de unos cinco pies y medio de altura, se acercó al posadero y le colocó amistosamente una mano en el hombro.
-Sabemos que mientes- expresó como si eso verdaderamente la atribulase- El robo es pecado, Dios nos lo ha hecho ver. La usura es pecado. Tu modo de vida apena el corazón. Que no te engañe nuestro exiguo número, aunque creciente. Lunargenta ha sufrido por sus ofensas a los ojos del Señor. La Guardia ha mermado, nosotros ayudaremos a mantener la ciudad en la luz. Me temo que tendrás que responder ante nuestros Protectores. El dolor es el camino a la purificación. Con ello, vendrás al rebaño, si no te sumes en la iniquidad.
El hombre volvió a entrar, tambaleante, en su negocio, y tras levantarse, los feligreses entonaron la misma melodía una vez más, alejándose de la pequeña plazuela donde convergían tres pequeñas calles, justo delante de la posada. Nou avanzó hacia Aylizz, echando un vistazo a esa extraña gente. La maraña de engaños y problemas en que Caoimhe estaba metida había añadido unos nuevos oponentes. Y esos rostros sólo expresaban una apabullante seguridad.
Nousis Indirel
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Re: Quid pro quo [Privado] [3/3]
Mantuvo la mirada ceñuda en la figura de la vampiresa atravesando el callejón y la siguió con los ojos mientras se alejaba. Se había despedido sin dar explicación alguna o tiempo para tratar de convencerla, o al menos rebatir la idea de caminar sin compañía, aunque no consideró ni por un momento el negarle los virales que la bruja le había encomendado. Pero tampoco pudo evitar la preocupación que crecía a medida que lo hacía la distancia que Caoimhe dejaba a su espalda. Las palabras de Clarilis resonaban en su cabeza, como si ella no fuese, ya de antemano, consciente de los inconvenientes que podría suponer una maldita, sedienta en una ciudad en la que sobraba gente. Y si bien había comprobado que la fémina sabía moverse por la urbe, la conversación presenciada en la posada había sido suficiente para conocer que los contactos que pudiera tener en ella flaqueaban.
Los cánticos cercanos desde la otra salida al callejón, a la que daban las cocinas de la taberna a su espalda, llegaron a sus oídos cuando todavía alcanzaba a ver los movimientos de la morena. Se permitió volver la mirada un segundo al reconocer la voz del posadero, saliendo al encuentro del grupo, aparentemente religioso, que lo buscaba para aventurarle advertencias y augurios. Fue entonces cuando sus ojos se toparon con los de el elfo, oculto tras una esquina, que en la ausencia de su enemiga se dejaba ver. Pese haberse sorprendido de su ausencia al salir de la casa de empeños, ni por un momento se había convencido de que hubiera cedido a retirarse a descansar, aunque debía reconocerle que pasar desapercibido hasta el momento había puesto peso a la certeza asegurada por la elfa, de que aquel cuello permanecería en su lugar mientras estuviera en su mano.
Ah, pero ahora Caoimhe se había esfumado.
Resopló con desgana, incapaz de encontrar ningún indicio de la vampiresa cuando en su busca, escudriñó con los ojos la callejuela por la que se escabulló. Miró de soslayo a Nousis cuando lo sintió acercarse, aunque no medió palabra hasta que lo tuvo al lado, lo bastante cerca como para no tener que alzar la voz. En vista de los acontecimientos, de quien merodeaba los alrededores y de las advertencias recibidas, resultaría conveniente ser precavida al hablar de ella. No sabían qué paredes podrían tener oídos.
—No quiero pensar qué puede traerse entre manos. Y sé que no debería importarme en qué ande metida. No me importa, de hecho.— explicó, pese a que nada se le había preguntado —Pero…— resopló de nuevo, airada —No sé si es por los problemas que tiene encima o por los que podría causar de llegar a perderse en su sed, pero no puedo irme sin más por donde he venido. Hay que encontrarla.
—No voy a criticar la lealtad,— empezó Nou, sin perder detalle alrededor —y menos en ti, pues me toca de cerca.— sonrió un momento —Ya te dije que es una amenaza y puede meternos en muchos problemas, cuando normalmente nos bastamos solos.— añadió esas ultimas cuatro palabras en tono de fastidio —No podría dejarte sola si pretendes avanzar en esa dirección. No veo llegado el día en que una de esas criaturas muestre algo más de lo que es, peligro y egoísmo. Te ayudaré a cargar con esto,— manifiestó mirándola de frente —pero sigo pensando que perderla ha sido un regalo que no estamos aceptando.
En una última consideración mental, se mordió el labio inferior en señal de duda, un momento antes mostrar una mueca de resignación ante la tarea.
—El nombre de Daretta, por casualidad ¿te dice algo?
—Me temo que no.— respondió tras sopesar un instante —Lunargenta es mucho mayor que nuestros asentamientos y lo cierto es que tiendo a recordar los lugares de los que precaverme y en los que hacerme con útiles.— compuso un rostro que exhibió cierta disculpa —¿Sabes algo más de ella?
—Nada. Sólo que al parecer se está haciendo hueco entre los negocios de por aquí. Habrá que preguntar... Con sutileza.
Caminaron todo lo largo que dio de sí el callejón, sin dejar de asomarse a las callejuelas adyacentes, aunque en ellas sólo encontraron salidas traseras de negocios o viviendas, los basureros y guardatrastos de la barriada. No fue hasta la última esquina de la intersección principal que advirtieron un pequeño local que a pesar de su buena ubicación, pasaba ciertamente inadvertido. Un letrero genérico, un negocio en el que encontrar gran variedad de productos pero nunca lo que se busca y, sin embargo, un lugar que podría ser idóneo para hacer preguntas indiscretas, discretamente.
—Ñe.— el tendero levantó el labio en una mueca cuando escuchó el nombre de aquella mujer, al tiempo que alzó ligeramente la barbilla —Últimamente se la ve mucho por el callejón rojo. En el estrecho.
La elfa asintió, como si hubiera entendido a la perfección las señas indicadas y abandonó el establecimiento. Aunque dudaba si el color rojo se refería literalmente a sus fachadas o se trataba de algún tipo de código, preguntar demasiado tendía a generar más dudas de las que resolvía. Y tampoco sabía cuánto más estaría dispuesto a esperar Nousis, guardando la puerta desde fuera.
Se alejaron aparentemente satisfechos con el servicio prestado, mas sus pasos caminaban sin saber hacia dónde dirigirse. Al menos hasta que al doblar una esquina, una serpenteante y estrecha callejuela asomó al otro lado de la calzada. No habría llamado la atención de no ser por el tenue destello colorado que emanaba desde los fondos, debido sin duda al reflejar de las llamas en los contenedores, usados como estufas, sobre los ladrillos anaranjados de los muros, ennegrecidos por la humedad y los desperfectos. Sus dudas se disiparon y una parte de sí misma se sintió desconcertada al comprobar que las indicaciones no iban más lejos de la realidad, como si hubiera preferido mantener el misterio en algo más elaborado, pero asintió para sí, satisfecha finalmente por haber dado con el punto de encuentro. Miró de medio lado al elfo, con media sonrisa socarrona.
—Bueno, pues parece que sí era un callejón rojo.
Y por supuesto, no se iban a quedar a las puertas.
Aylizz Wendell
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Re: Quid pro quo [Privado] [3/3]
El callejón rojo posiblemente era la única calle en Lunargenta que mantenía el mismo nivel de vida en la mañana a la par que pasado el atardecer.
Lo que en algún momento habían sido barracas de guerra ahora se habían convertido en edificios de aspecto señorial pero interiores rústicos coloreados, de manera tétrica- pensó Caoimhe- con el color de la sangre esparcida por los asesinados en aquellas mismas barracas durante la guerra entre vampiros y humanos.
El lugar había sido un hervidero de pena y tristeza durante los primeros años tras la toma de la ciudad, pero una vez que Sacrestic se enfundó la bandera humana, aquel lugar había sido la viva imagen de la alegría, el jolgorio y por supuesto... los excesos.
La calle en particular llamaba a adentrarse en las esquinas y recovecos creados por la arquitectura de los edificios no muy altos y a doble nivel desde los que de cuando en cuando podían escucharse las voces de quienes quiera que ocupaban las casas gritando a modo de alerta para prevenir que lo que sea que tiraban a la calle pudiese acabar sobre la cabeza del viandante.
Por supuesto a Caoimhe le pareció el lugar idóneo para que Doretta emplazase su negocio. La ironía de la semejanza a donde su propio local se emplazaba en Beltrexus había pasado desapercibido en un intento de halago y copia por parte de la chica. Por supuesto, en aquel momento y mientras recorría las callejuelas, Caoimhe se percataba que de hecho quizás Doretta había tenido otros planes desde un primer momento.
Caminó aproximadamente hasta mitad de la calle. Las miradas de aquellos que se habían ocupado en aquel lugar aquella noche enfocandose en cada una de sus curvas a medida que la chica seguía avanzando. Estaba acostumbrada a ser mirada como carne por los clientes de su madre, pero la sed en su garganta la obligaba a mantenerse algo más alerta intentando controlar sus instintos más básicos.
Abrió y cerró su mano izquierda bajo la venda un par de veces. La esencia comenzaba a hacer efecto y el dolor había sido reemplazado por un hormigueo intenso allí donde el corte curaba. Los efectos de la dosis elevada que había tomado no parecían hacerse presentes por ahora, pero debía ser cauta.
El letrero que indicaba el lugar exacto donde se emplazaba la tienda e Doretta se movía de manera lozana con el viento. Por supuesto ella no iba a adentrarse en aquel espacio por la puerta principal... de hecho esperaba que si su conocida sabía que estaba por su localidad el punto de encuentro fuese exactamente aquel donde ambas podían entenderse de manera cercana.
Su mente viajó entonces a la figura de la elfa a la que había dejado atrás minutos antes. La expresión de Aylizz no había podido disimular una incipiente preocupación y en parte se molestó por no haber controlado más a sus colmillos. Sabía que los actos de heroicidad eran bastante común en los de su clase, y aunque no percibía a Aylizz como alguien temeraria, esperaba que su naturaleza... buena no la hiciese cambiar esa preocupación por decisión y seguirla hasta allí.
Por otro lado la imagen del cabello oscuro de Nousis le inspiró menos consciencia y algo en su mente deseó que se perdiese en las calles de Lunargenta, acabase justo allí y ella fuese la que se encargase de terminar de pintas aquellas fachadas con la propia sangre del el...
No. Necesitaba hacer aquello sola.
Cruzó frente el recibidor de la tienda y miró de manera disimulada a la figura tras el mostrador: Un hombre en su senectud con pelo largo pero incipiente calva. Sus ojos hundidos acomodaban una y otra vez varias monedas en una caja registradora. Caoimhe pasó de largo acomodándose la capucha. Giró a la izquierda entonces pasadas dos o tres bocacalles y pegó su espalda en la pared, asegurándose que nadie la seguía.
Dos o tres minutos silenciosos pasaron y tan solo entonces la vampiresa se giró para tener una visión eficaz de su nuevo emplazamiento: Lo recordaba más amplio, menos sucio y sin tanta molestia tintando la sensación de familiaridad.Caminó unos pasos hasta encontrar el borde incipiente de la pared que buscaba de manera particular. Se aupó sin recordar su herida en la mano y una punzada de dolor le indicó que el esfuerzo había vuelto a abrirle los bordes. Se acomodó en el primer nivel de la pared y volvió a abrir y cerrar la muñeca, esta vez no tan cómoda como la última vez.
Era demasiado pronto para otro sorbo de savia. Tragó saliva y se enfocó de vuelta en la visión frente a ella. Caminar en aquel borde a unos dos o tres metros del suelo no fue algo que le había entusiasmado ni siquiera la primera vez que ambas habían descubierto aquel sitio. Se aupó de nuevo al segundo nivel en el lugar exacto y cuando su cuerpo cambió de edificio la terraza oscura que comunicaba con la tienda en cuestión se abrió ante ella.
Tan solo adornada por una balanza corroída por el paso de los años.
Caoimhe sonrió de manera lozana a pesar de estar sumida en el odio a Doretta: Aquella había sido una de los últimos aportes de la vampiresa a la tienda de su entonces amiga. La balanza en particular la encontró en uno de sus viajes hasta D'or. En apariencia insulsa, el objeto no medía la igualdad del peso establecido con lo que quiera que estaba pesando.
En su lugar, y si seguía funcionando, la balanza equilibraba aquello que ofrecías a modo de pago con respecto a lo que deseabas. En aquella ocasión, si no había sido alterado, ambas mujeres lo habían establecido como entrada al taller trasero de la tienda de Doretta.
Caoimhe recordaba los primeros usos de aquel objeto. La rutina de entrar una y otra vez a través del escondrijo, la cotidianidad de aquel acto suponía que apenas nada era obsequiado a la balanza como modo de pago para que la puerta se abriese. Por supuesto aquello habría cambiado ahora que Caoimhe necesitaba entrar.
Lo peor de aquello era que la única trampa que había encontrado hasta ahora era de su propia cosecha. Puso los ojos en blancos y resopló quitándose ambos pendientes y poniendolos a un lado de la balanza. Esperó varios minutos.
Nada.
Sacó de sus bolsillos varias monedas y las añadió al objeto. Esperó.
De nuevo, nada.
-Aghhh... por favor. Son de plata y rubí... te has vuelto muy sibarita desde que...- comenzó a decir. Pero entendió que de nada servían sus protestas. El objeto sabía mejor que ella misma.
Se quitó su capa de viaje y la añadió a la balanza, sin cambio alguno. Se miró la mano, algo molesta y sin saber qué más ofrecerle a aquel objeto. Observó los dos botecitos de esencia de savia que le quedaban. Contempló varias opciones y finalmente dejó uno de ellos sobre el lado donde estaba su capa de viaje.
Dos minutos pasaron y los objetos que había depositado desaparecieron, activando la puerta principal camuflada hasta ahora entre los ladrillos de la pared.Caoimhe se alegró que a pesar del frío, había encontrado algo de valía a sus objetos. Pero por supuesto aquello había hecho desaparecer el elemento sorpresa de su llegada. La vampiresa sabía que Doretta reconocería todos sus enseres en el momento en el que llegasen a ella. De nuevo, se arrepintió de haber usado aquella gran idea en un local que ni siquiera era suyo.
Caminó atravesando la puerta/pared y la oscuridad tintada de luz de velas la recibió con la calidez de un lugar habitado. Tan solo unos minutos bastaron para perderse en el laberinto que era aquel pasillo subterráneo y cuando empezó a desesperarse por llegar a su objetivo una voz tras ella la recibió de manera seca.
-Estás herida- dijo, simplemente con una sonrisa en los labios y jugueteando con el tarrito de savia. Se había puesto su capa de viaje y entre su pelo liso Caoimhe pudo apreciar el brillo de la plata de sus propios pendientes. Doretta no había cambiado lo más mínimo desde la última vez que se vieron. Sus ojos algo más ojerosos mantenían el brillo incipiente de la ambición tras ellos y sus pasos se habían vuelto algo más confiados que la última vez que se vieron.
-Y tú me has traicionado- dijo Caoimhe finalmente alcanzando la sala principal del taller trasero de aquel local.
-¿Qué se siente, pues, al estar al otro lado del nudo?- añadió la chica adelantándose y apoyándose sobre el único mostrador de la sala.
- Siento que si consideras a tu pequeña red de pescar 'nudo' no has aprendido nada en estos años- dijo.
Aquello pareció molestar a Doretta que rió de manera sarcástica...
-¿Qué sabrás tú?- Dijo- Has estado tan ocupada en lamerte tus propias alas de murcielago que no te has visto venir todo esto. ¿Y por qué tendrías? Beltrexus está taaaaan lejos de la península. Tan sumamente lejos de todo lo que deseas... me sorprende si quiera que hayas podido coger un barco para venir a Lunargenta. Estas débil... das... pena-
Algo en Caoimhe se incendió [1] y la oscuridad que había estado guardando para ella se apoderó de su cuerpo, fundiendose con sus pensamientos.Desatándola. Doretta reculó varios pasos, de pronto recordando que estaba hablando con una vampiresa y el miedo se apoderó de ella de manera inmediata. La vampiresa agarró a Doretta por el cuello y la pegó a la pared de manera furiosa
-Estoy buscando tan solo una razón para no acabar contigo en este preciso instante- dijo la voz etérea de la oscuridad de Caoimhe desatada- Me esta costando mucho encontrarla...
Tres golpes secos interrumpieron la escena. Al otro lado de la puerta el sonido de unos cánticos parecían inundar el pasillo in crescendo.
Doretta sonrió a pesar de que todos sus músculos temblaban de nuevo.
¿Qué has hecho? -susurró Caoimhe.
off----
[1]Maldición Desatada [Mágica, 2 usos de 2 turnos]: Mi maldición se vuelve más fuerte, haciendo que la oscuridad me posea. Luzco más siniestro, aterrando a los débiles. Mis ataques realizan daño mágico adicional y puedo ocultarme en las sombras con más facilidad
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Lo que en algún momento habían sido barracas de guerra ahora se habían convertido en edificios de aspecto señorial pero interiores rústicos coloreados, de manera tétrica- pensó Caoimhe- con el color de la sangre esparcida por los asesinados en aquellas mismas barracas durante la guerra entre vampiros y humanos.
El lugar había sido un hervidero de pena y tristeza durante los primeros años tras la toma de la ciudad, pero una vez que Sacrestic se enfundó la bandera humana, aquel lugar había sido la viva imagen de la alegría, el jolgorio y por supuesto... los excesos.
La calle en particular llamaba a adentrarse en las esquinas y recovecos creados por la arquitectura de los edificios no muy altos y a doble nivel desde los que de cuando en cuando podían escucharse las voces de quienes quiera que ocupaban las casas gritando a modo de alerta para prevenir que lo que sea que tiraban a la calle pudiese acabar sobre la cabeza del viandante.
Por supuesto a Caoimhe le pareció el lugar idóneo para que Doretta emplazase su negocio. La ironía de la semejanza a donde su propio local se emplazaba en Beltrexus había pasado desapercibido en un intento de halago y copia por parte de la chica. Por supuesto, en aquel momento y mientras recorría las callejuelas, Caoimhe se percataba que de hecho quizás Doretta había tenido otros planes desde un primer momento.
Caminó aproximadamente hasta mitad de la calle. Las miradas de aquellos que se habían ocupado en aquel lugar aquella noche enfocandose en cada una de sus curvas a medida que la chica seguía avanzando. Estaba acostumbrada a ser mirada como carne por los clientes de su madre, pero la sed en su garganta la obligaba a mantenerse algo más alerta intentando controlar sus instintos más básicos.
Abrió y cerró su mano izquierda bajo la venda un par de veces. La esencia comenzaba a hacer efecto y el dolor había sido reemplazado por un hormigueo intenso allí donde el corte curaba. Los efectos de la dosis elevada que había tomado no parecían hacerse presentes por ahora, pero debía ser cauta.
El letrero que indicaba el lugar exacto donde se emplazaba la tienda e Doretta se movía de manera lozana con el viento. Por supuesto ella no iba a adentrarse en aquel espacio por la puerta principal... de hecho esperaba que si su conocida sabía que estaba por su localidad el punto de encuentro fuese exactamente aquel donde ambas podían entenderse de manera cercana.
Su mente viajó entonces a la figura de la elfa a la que había dejado atrás minutos antes. La expresión de Aylizz no había podido disimular una incipiente preocupación y en parte se molestó por no haber controlado más a sus colmillos. Sabía que los actos de heroicidad eran bastante común en los de su clase, y aunque no percibía a Aylizz como alguien temeraria, esperaba que su naturaleza... buena no la hiciese cambiar esa preocupación por decisión y seguirla hasta allí.
Por otro lado la imagen del cabello oscuro de Nousis le inspiró menos consciencia y algo en su mente deseó que se perdiese en las calles de Lunargenta, acabase justo allí y ella fuese la que se encargase de terminar de pintas aquellas fachadas con la propia sangre del el...
No. Necesitaba hacer aquello sola.
Cruzó frente el recibidor de la tienda y miró de manera disimulada a la figura tras el mostrador: Un hombre en su senectud con pelo largo pero incipiente calva. Sus ojos hundidos acomodaban una y otra vez varias monedas en una caja registradora. Caoimhe pasó de largo acomodándose la capucha. Giró a la izquierda entonces pasadas dos o tres bocacalles y pegó su espalda en la pared, asegurándose que nadie la seguía.
Dos o tres minutos silenciosos pasaron y tan solo entonces la vampiresa se giró para tener una visión eficaz de su nuevo emplazamiento: Lo recordaba más amplio, menos sucio y sin tanta molestia tintando la sensación de familiaridad.Caminó unos pasos hasta encontrar el borde incipiente de la pared que buscaba de manera particular. Se aupó sin recordar su herida en la mano y una punzada de dolor le indicó que el esfuerzo había vuelto a abrirle los bordes. Se acomodó en el primer nivel de la pared y volvió a abrir y cerrar la muñeca, esta vez no tan cómoda como la última vez.
Era demasiado pronto para otro sorbo de savia. Tragó saliva y se enfocó de vuelta en la visión frente a ella. Caminar en aquel borde a unos dos o tres metros del suelo no fue algo que le había entusiasmado ni siquiera la primera vez que ambas habían descubierto aquel sitio. Se aupó de nuevo al segundo nivel en el lugar exacto y cuando su cuerpo cambió de edificio la terraza oscura que comunicaba con la tienda en cuestión se abrió ante ella.
Tan solo adornada por una balanza corroída por el paso de los años.
Caoimhe sonrió de manera lozana a pesar de estar sumida en el odio a Doretta: Aquella había sido una de los últimos aportes de la vampiresa a la tienda de su entonces amiga. La balanza en particular la encontró en uno de sus viajes hasta D'or. En apariencia insulsa, el objeto no medía la igualdad del peso establecido con lo que quiera que estaba pesando.
En su lugar, y si seguía funcionando, la balanza equilibraba aquello que ofrecías a modo de pago con respecto a lo que deseabas. En aquella ocasión, si no había sido alterado, ambas mujeres lo habían establecido como entrada al taller trasero de la tienda de Doretta.
Caoimhe recordaba los primeros usos de aquel objeto. La rutina de entrar una y otra vez a través del escondrijo, la cotidianidad de aquel acto suponía que apenas nada era obsequiado a la balanza como modo de pago para que la puerta se abriese. Por supuesto aquello habría cambiado ahora que Caoimhe necesitaba entrar.
Lo peor de aquello era que la única trampa que había encontrado hasta ahora era de su propia cosecha. Puso los ojos en blancos y resopló quitándose ambos pendientes y poniendolos a un lado de la balanza. Esperó varios minutos.
Nada.
Sacó de sus bolsillos varias monedas y las añadió al objeto. Esperó.
De nuevo, nada.
-Aghhh... por favor. Son de plata y rubí... te has vuelto muy sibarita desde que...- comenzó a decir. Pero entendió que de nada servían sus protestas. El objeto sabía mejor que ella misma.
Se quitó su capa de viaje y la añadió a la balanza, sin cambio alguno. Se miró la mano, algo molesta y sin saber qué más ofrecerle a aquel objeto. Observó los dos botecitos de esencia de savia que le quedaban. Contempló varias opciones y finalmente dejó uno de ellos sobre el lado donde estaba su capa de viaje.
Dos minutos pasaron y los objetos que había depositado desaparecieron, activando la puerta principal camuflada hasta ahora entre los ladrillos de la pared.Caoimhe se alegró que a pesar del frío, había encontrado algo de valía a sus objetos. Pero por supuesto aquello había hecho desaparecer el elemento sorpresa de su llegada. La vampiresa sabía que Doretta reconocería todos sus enseres en el momento en el que llegasen a ella. De nuevo, se arrepintió de haber usado aquella gran idea en un local que ni siquiera era suyo.
Caminó atravesando la puerta/pared y la oscuridad tintada de luz de velas la recibió con la calidez de un lugar habitado. Tan solo unos minutos bastaron para perderse en el laberinto que era aquel pasillo subterráneo y cuando empezó a desesperarse por llegar a su objetivo una voz tras ella la recibió de manera seca.
-Estás herida- dijo, simplemente con una sonrisa en los labios y jugueteando con el tarrito de savia. Se había puesto su capa de viaje y entre su pelo liso Caoimhe pudo apreciar el brillo de la plata de sus propios pendientes. Doretta no había cambiado lo más mínimo desde la última vez que se vieron. Sus ojos algo más ojerosos mantenían el brillo incipiente de la ambición tras ellos y sus pasos se habían vuelto algo más confiados que la última vez que se vieron.
-Y tú me has traicionado- dijo Caoimhe finalmente alcanzando la sala principal del taller trasero de aquel local.
-¿Qué se siente, pues, al estar al otro lado del nudo?- añadió la chica adelantándose y apoyándose sobre el único mostrador de la sala.
- Siento que si consideras a tu pequeña red de pescar 'nudo' no has aprendido nada en estos años- dijo.
Aquello pareció molestar a Doretta que rió de manera sarcástica...
-¿Qué sabrás tú?- Dijo- Has estado tan ocupada en lamerte tus propias alas de murcielago que no te has visto venir todo esto. ¿Y por qué tendrías? Beltrexus está taaaaan lejos de la península. Tan sumamente lejos de todo lo que deseas... me sorprende si quiera que hayas podido coger un barco para venir a Lunargenta. Estas débil... das... pena-
Algo en Caoimhe se incendió [1] y la oscuridad que había estado guardando para ella se apoderó de su cuerpo, fundiendose con sus pensamientos.Desatándola. Doretta reculó varios pasos, de pronto recordando que estaba hablando con una vampiresa y el miedo se apoderó de ella de manera inmediata. La vampiresa agarró a Doretta por el cuello y la pegó a la pared de manera furiosa
-Estoy buscando tan solo una razón para no acabar contigo en este preciso instante- dijo la voz etérea de la oscuridad de Caoimhe desatada- Me esta costando mucho encontrarla...
Tres golpes secos interrumpieron la escena. Al otro lado de la puerta el sonido de unos cánticos parecían inundar el pasillo in crescendo.
Doretta sonrió a pesar de que todos sus músculos temblaban de nuevo.
¿Qué has hecho? -susurró Caoimhe.
off----
[1]Maldición Desatada [Mágica, 2 usos de 2 turnos]: Mi maldición se vuelve más fuerte, haciendo que la oscuridad me posea. Luzco más siniestro, aterrando a los débiles. Mis ataques realizan daño mágico adicional y puedo ocultarme en las sombras con más facilidad
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Caoimhe
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Re: Quid pro quo [Privado] [3/3]
Sólo un nombre en los labios de su amiga: Daretta. Y el propósito de ahorrarle dificultades y preocupaciones. Nou compuso un semblante de divertida resignación. Le resultaba difícil imaginar el escenario donde negarse a ayudar a la muchacha. ¿Existía, tan siquiera…?
Si por el día no era en absoluto su lugar predilecto, la escasa simpatía del elfo por Lunargenta se acrecentaba cuando el sol dejaba su mando a la luna. Ahora, los sucesos de Edén y la merma de la capacidad de la Guardia habían restado patrullas a la seguridad de la urbe. De haber podido, se hubiera materializado junto a Aylizz en algún pacífico lugar de Sandorai, eligiendo tras ello su amiga su propio camino.
Por supuesto, se lo reprocharía, admitió para sí. Esa parte segura de sí, directa e indomable volvería a exigirle explicaciones si escogía por ambos. Y en convencerla, cuando había tomado una decisión, había claramente fracasado. De modo que en el tiempo transcurrido desde su primera aventura junto a ella, creía ya conocer la mejor manera de tratar con su congénere. Su propia forma de actuar modelaba asimismo las interacciones entre ambos.
Pese a todo, al llegar al callejón indicado por el mercader, el espadachín dudó. Su primer instinto, pedirle que lo esperase mientras reconocía el terreno tras las huellas de la vampiresa herida, le resultaba problemático. Sí, sabía defenderse, y con todo, en su balanza mental pesaba más todas las cruentas opciones que era capaz de imaginar acechando el momento para atacar a alguien solitario en ese rincón de la ciudad humana. El segundo, continuar juntos, parecía entrar mejor en términos lógicos, con el sombrío pensamiento de la incapacidad de conocer qué podrían llegar a enfrentar… además de a la usurera si era necesario.
Se sentía Nousis parte de una trama cada vez más espinosa, de cuyo peligro alejarse estaba en su mano. Y con todo, paso a paso, caminaba hacia el interior de esa tela de araña de embustes, traiciones y aceros. Wothlin y quienes tenían cuentas pendientes con Caoimhe, los sectarios de la extraña religión humana del aspa torcida, los mismos criminales comunes de Lunargenta, los, no dudaba, oscuros intereses del demonio de cabello oscuro e inconfundible mirada…
Una única visión fue suficiente para que dejase de lado titubeos y aquel océano de pensamientos excesivos. Su mirada gris reprodujo una imagen que casi llegó con sonido, recuerdos muy cercanos. No se había tratado de una bravata.
-Dame unos minutos- pidió a Aylizz sin mirarla, extendiendo su palma izquierda hacia atrás, como si buscase protegerla de algo que, por suerte para ambos, no llegaría.
Resultaba imposible para él no distinguir a un grupo de mercenarios en busca de una presa. Eran demasiadas las ocasiones en las que él se había visto obligado a hacer frente a algo así en los últimos once años. Y con ella allí, todos los caminos confluían en que ese objetivo no era otro que el engendro que su amiga había decidido proteger de su hoja.
Única razón por la que no permaneció quieto. Los aliados de Wothlin acabarían con ella si su hoja permanecía envainada, se dijo al contar uno a uno los cuatro guerreros con antorchas que se introdujeron en una de las viviendas de la calle. Sonrió apreciando la ironía de toda aquella situación. De modo que no habían errado. Caoimhe estaba allí.
Con la mayor celeridad, apretó el paso tras lanzarse a correr, intercambiando una mirada con la asombrada usurera de cabello plateado. La sorpresa mudó al temor al posar la vista en la hoja desnuda del elfo, y echó a correr en dirección opuesta. No había tiempo para perseguirla. Contra sus principios, tenía que salvar a una hija de la oscuridad.
O eso creía.
-¿¡DÓNDE ESTÁ?!- gritó la que parecía la líder del grupo de espadas vendidas. El Indirel se permitió un segundo para recabar toda información posible a sus ojos. Ella no estaba allí. Y el establecimiento no tenía traza alguna de riqueza. Tan sólo un mostrador polvoriento y unas tristes peanas de madera donde algunos objetos poco llamativos con rótulos de latón. Uno de éstos cayó, y el mercader trató inútilmente de protestar con una palidez cadavérica. La mercenaria tiró un tarro contra la pared antes de alzar la voz una vez más.
-Es evidente que aquí no- se permitió mofarse el espadachín. Dos de los guerreros ya había advertido su llegada con el arma dispuesta a combatir. No perdía nada mostrándose desafiante.
Y tampoco podía evitar abrirle las puertas a una arrogancia alimentada durante toda su vida.
-¿Quién eres, elfo?- quiso saber la cabecilla en un tono del que no se habría fiado ni un infante- ¿Sabes acaso qué nos ha traído aquí?
-Wothlin ha escapado- comentó éste, perimetrando la pregunta. Suspiró, como si se encontrase hastiado de la situación, dando una vuelta a la espada sobre su muñeca- Bien pudo entender que esa criatura que os pagan por matar ha cambiado de lugar. Si fueran tan fáciles de cazar, esa raza de malditos ya se habría extinguido.
La mujer se separó del mostrador, dando dos pasos hacia el intruso, pensativa.
-¿Qué tienes tú que ver con ella, orejas largas? ¿De qué conoces a Wothlin? ¿Nos has seguido tú solo…?
-Conocidos comunes- replicó por toda respuesta- Nada más. Pero no mataréis a Caoimhe. Buscáos presas más acordes con vuestra calidad- alargó la sonrisa hasta componer un semblante donde solo primaba el sadismo, y como una última advertencia con respecto a sí, soltó- los perros no deberían atacar leones.
Tales palabras ofendieron grandemente a uno de los mercenarios, que sacó su hacha de un solo filo del cinto y la empuñó, dispuesto a eliminar allí mismo al hijo de Sandorai.
Pero para incredulidad de todos, incluido Nousis, el comerciante tomó un segundo tarro, y lanzándolo certeramente contra la nuca de la líder, la noqueó, y sin siquiera ver el resultado de su acción, abrió la única otra puerta de la estancia, y con apresuramiento, cerró con llave desde el otro lado. Con un alarido, uno de los asesinos comenzó a patear esa puerta, mientras otro trataba de reanimar a quien ostentaba el mando.
El último no perdía de vista al elfo. Hasta que tomó una decisión: prender fuego a todo el lugar. El mismo instante en el que los oídos del espadachín se llenaron de los mismos cánticos que había escuchado ante las puertas del tabernero. Los seguidores de la religión de otro mundo.
Salió a la calle, precediendo a los mercenarios que ayudaban a una desmayada cabecilla, mientras el humo comenzaba a salir y el crepitar del fuego engullía lentamente los primeros bocados de la tienda.
El viento movía los pesados carteles de madera de los establecimientos, y Nou entendió al fijarse por una vez en ello el gran parecido entre el del comercio que tenía enfrente y el situado al lado. ¿Wothlin había cometido un error tan torpe…? ¿O la confabulación tenía aún más aristas que la prestamista y sus aliados contra la vampiresa?
-Idos, por la gracia de Dios- escuchó a uno de los clérigos que trataba de dispersar a un pequeño grupo de unos trece o catorce personas- Nuestros hermanos se encuentran dentro, el mal será erradicado de ésta sucia calle, antes de purificar el resto de la ajada ciudad. No temáis. Nosotros somos el Bien- aseguró sonriendo.
Incluso carentes de armas, algo en él perjuraba que esa amenaza resultaba mucho más peligrosa que los asesinos que acababan de escapar. El fuego continuó extendiéndose a su espalda, y envainó, caminando hacia los religiosos. El tiempo era un lujo que no podía permitirse.
-¿A quién habéis decidido matar?- apuntó sin el menor rebozo de cordialidad. Su tono no obstante no melló aquellas sonrisas pétreas. Fanáticas.
-La usura está castigada por las leyes de Dios, elfo. Nosotros limpiaremos el estiércol de Lunargenta.
-¿Con cánticos?- se mofó- ¿El resto también utilizará esa esa poderosa magia?
El aludido no parpadeó.
-La obra del Señor se lleva a cabo con palabras, pero el mal debe erradicarse también defendiendo a los buenos corderos. Para eso hacen falta espadas, nuestros zelotes. ¡Cantad! – ordenó, desatendiendo al espadachín.
-¡Apartáos!- decidió bruscamente, apartando con fuerza a los dos hombres de fe más cercano a la puerta. Su hoja volvió a cantar y éstos se separaron murmurando alguna extraña letanía. De dos patadas, la puerta cedió.
Pero allí tampoco había rastro de Caoimhe.
Si por el día no era en absoluto su lugar predilecto, la escasa simpatía del elfo por Lunargenta se acrecentaba cuando el sol dejaba su mando a la luna. Ahora, los sucesos de Edén y la merma de la capacidad de la Guardia habían restado patrullas a la seguridad de la urbe. De haber podido, se hubiera materializado junto a Aylizz en algún pacífico lugar de Sandorai, eligiendo tras ello su amiga su propio camino.
Por supuesto, se lo reprocharía, admitió para sí. Esa parte segura de sí, directa e indomable volvería a exigirle explicaciones si escogía por ambos. Y en convencerla, cuando había tomado una decisión, había claramente fracasado. De modo que en el tiempo transcurrido desde su primera aventura junto a ella, creía ya conocer la mejor manera de tratar con su congénere. Su propia forma de actuar modelaba asimismo las interacciones entre ambos.
Pese a todo, al llegar al callejón indicado por el mercader, el espadachín dudó. Su primer instinto, pedirle que lo esperase mientras reconocía el terreno tras las huellas de la vampiresa herida, le resultaba problemático. Sí, sabía defenderse, y con todo, en su balanza mental pesaba más todas las cruentas opciones que era capaz de imaginar acechando el momento para atacar a alguien solitario en ese rincón de la ciudad humana. El segundo, continuar juntos, parecía entrar mejor en términos lógicos, con el sombrío pensamiento de la incapacidad de conocer qué podrían llegar a enfrentar… además de a la usurera si era necesario.
Se sentía Nousis parte de una trama cada vez más espinosa, de cuyo peligro alejarse estaba en su mano. Y con todo, paso a paso, caminaba hacia el interior de esa tela de araña de embustes, traiciones y aceros. Wothlin y quienes tenían cuentas pendientes con Caoimhe, los sectarios de la extraña religión humana del aspa torcida, los mismos criminales comunes de Lunargenta, los, no dudaba, oscuros intereses del demonio de cabello oscuro e inconfundible mirada…
Una única visión fue suficiente para que dejase de lado titubeos y aquel océano de pensamientos excesivos. Su mirada gris reprodujo una imagen que casi llegó con sonido, recuerdos muy cercanos. No se había tratado de una bravata.
-Dame unos minutos- pidió a Aylizz sin mirarla, extendiendo su palma izquierda hacia atrás, como si buscase protegerla de algo que, por suerte para ambos, no llegaría.
Resultaba imposible para él no distinguir a un grupo de mercenarios en busca de una presa. Eran demasiadas las ocasiones en las que él se había visto obligado a hacer frente a algo así en los últimos once años. Y con ella allí, todos los caminos confluían en que ese objetivo no era otro que el engendro que su amiga había decidido proteger de su hoja.
Única razón por la que no permaneció quieto. Los aliados de Wothlin acabarían con ella si su hoja permanecía envainada, se dijo al contar uno a uno los cuatro guerreros con antorchas que se introdujeron en una de las viviendas de la calle. Sonrió apreciando la ironía de toda aquella situación. De modo que no habían errado. Caoimhe estaba allí.
Con la mayor celeridad, apretó el paso tras lanzarse a correr, intercambiando una mirada con la asombrada usurera de cabello plateado. La sorpresa mudó al temor al posar la vista en la hoja desnuda del elfo, y echó a correr en dirección opuesta. No había tiempo para perseguirla. Contra sus principios, tenía que salvar a una hija de la oscuridad.
O eso creía.
-¿¡DÓNDE ESTÁ?!- gritó la que parecía la líder del grupo de espadas vendidas. El Indirel se permitió un segundo para recabar toda información posible a sus ojos. Ella no estaba allí. Y el establecimiento no tenía traza alguna de riqueza. Tan sólo un mostrador polvoriento y unas tristes peanas de madera donde algunos objetos poco llamativos con rótulos de latón. Uno de éstos cayó, y el mercader trató inútilmente de protestar con una palidez cadavérica. La mercenaria tiró un tarro contra la pared antes de alzar la voz una vez más.
-Es evidente que aquí no- se permitió mofarse el espadachín. Dos de los guerreros ya había advertido su llegada con el arma dispuesta a combatir. No perdía nada mostrándose desafiante.
Y tampoco podía evitar abrirle las puertas a una arrogancia alimentada durante toda su vida.
-¿Quién eres, elfo?- quiso saber la cabecilla en un tono del que no se habría fiado ni un infante- ¿Sabes acaso qué nos ha traído aquí?
-Wothlin ha escapado- comentó éste, perimetrando la pregunta. Suspiró, como si se encontrase hastiado de la situación, dando una vuelta a la espada sobre su muñeca- Bien pudo entender que esa criatura que os pagan por matar ha cambiado de lugar. Si fueran tan fáciles de cazar, esa raza de malditos ya se habría extinguido.
La mujer se separó del mostrador, dando dos pasos hacia el intruso, pensativa.
-¿Qué tienes tú que ver con ella, orejas largas? ¿De qué conoces a Wothlin? ¿Nos has seguido tú solo…?
-Conocidos comunes- replicó por toda respuesta- Nada más. Pero no mataréis a Caoimhe. Buscáos presas más acordes con vuestra calidad- alargó la sonrisa hasta componer un semblante donde solo primaba el sadismo, y como una última advertencia con respecto a sí, soltó- los perros no deberían atacar leones.
Tales palabras ofendieron grandemente a uno de los mercenarios, que sacó su hacha de un solo filo del cinto y la empuñó, dispuesto a eliminar allí mismo al hijo de Sandorai.
Pero para incredulidad de todos, incluido Nousis, el comerciante tomó un segundo tarro, y lanzándolo certeramente contra la nuca de la líder, la noqueó, y sin siquiera ver el resultado de su acción, abrió la única otra puerta de la estancia, y con apresuramiento, cerró con llave desde el otro lado. Con un alarido, uno de los asesinos comenzó a patear esa puerta, mientras otro trataba de reanimar a quien ostentaba el mando.
El último no perdía de vista al elfo. Hasta que tomó una decisión: prender fuego a todo el lugar. El mismo instante en el que los oídos del espadachín se llenaron de los mismos cánticos que había escuchado ante las puertas del tabernero. Los seguidores de la religión de otro mundo.
Salió a la calle, precediendo a los mercenarios que ayudaban a una desmayada cabecilla, mientras el humo comenzaba a salir y el crepitar del fuego engullía lentamente los primeros bocados de la tienda.
El viento movía los pesados carteles de madera de los establecimientos, y Nou entendió al fijarse por una vez en ello el gran parecido entre el del comercio que tenía enfrente y el situado al lado. ¿Wothlin había cometido un error tan torpe…? ¿O la confabulación tenía aún más aristas que la prestamista y sus aliados contra la vampiresa?
-Idos, por la gracia de Dios- escuchó a uno de los clérigos que trataba de dispersar a un pequeño grupo de unos trece o catorce personas- Nuestros hermanos se encuentran dentro, el mal será erradicado de ésta sucia calle, antes de purificar el resto de la ajada ciudad. No temáis. Nosotros somos el Bien- aseguró sonriendo.
Incluso carentes de armas, algo en él perjuraba que esa amenaza resultaba mucho más peligrosa que los asesinos que acababan de escapar. El fuego continuó extendiéndose a su espalda, y envainó, caminando hacia los religiosos. El tiempo era un lujo que no podía permitirse.
-¿A quién habéis decidido matar?- apuntó sin el menor rebozo de cordialidad. Su tono no obstante no melló aquellas sonrisas pétreas. Fanáticas.
-La usura está castigada por las leyes de Dios, elfo. Nosotros limpiaremos el estiércol de Lunargenta.
-¿Con cánticos?- se mofó- ¿El resto también utilizará esa esa poderosa magia?
El aludido no parpadeó.
-La obra del Señor se lleva a cabo con palabras, pero el mal debe erradicarse también defendiendo a los buenos corderos. Para eso hacen falta espadas, nuestros zelotes. ¡Cantad! – ordenó, desatendiendo al espadachín.
-¡Apartáos!- decidió bruscamente, apartando con fuerza a los dos hombres de fe más cercano a la puerta. Su hoja volvió a cantar y éstos se separaron murmurando alguna extraña letanía. De dos patadas, la puerta cedió.
Pero allí tampoco había rastro de Caoimhe.
Nousis Indirel
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Dibujó una mueca de desagrado en el rostro cuando Nousis le pidió esperar por su ausencia, asintiendo sin atenderlo, mientras miraba alrededor. Se resguardó para esperarlo bajo un saliente en el pórtico de un edificio bajo, en decadencia, carente de movimiento u ocupación en su interior y al verse sola, en un movimiento inconsciente, llevó la mano a la empuñadura de la hoja que descansaba enfundada, colgada en la cintura. Desde allí siguió a su compañero con los ojos, hasta que lo perdió al cruzar al otro lado de la calzada. Las calles rebosaban a pesar de encontrarse ya en el equinoccio de la madrugada, aunque no era un fenómeno desconocido para ella el que Lunargenta viviera tan intensamente los días como las noches. Pero si era la primera vez que recorría aquellas barriadas. A decir verdad, todo cuanto conocía de la capital humana resultaban ser las zonas comerciales, siendo obvios cuáles habían sido sus únicos intereses al visitar la urbe. Y de la vida nocturna sólo había tenido la oportunidad de conocer revueltas, entuertos e incluso marcharse con algún que otro recuerdo marcado en su piel. Llevando la mano a un lateral del cuerpo, entre el vientre y el costado, rememoró fugazmente su último encontronazo acontecido en aquellas calles. Fortuito, circunstancial, un ejemplo de encontrarse en el lugar equivocado, en el momento menos oportuno. Y pensar que el humor de los Dioses había propiciado que un brujo y una bruja le sacaran de aquella… Como si no bastara con salir de una pieza de los callejones, pareciera que le pusieran una prueba tras otra. Y cuánta debilidad había mostrado entonces, necesitada de verse socorrida al ser incapaz de cerrarse ella misma la herida, incapacitada por el dolor. Esa era la gran ciudad. ¡Qué demonios! Esas eran todas las ciudades, sin importar su tamaño. Lugares idóneos para mezclarse, perderse, ocultarse… Siempre que aprendieras a sobrevivir según las normas de sus calles.
No había pasado demasiado tiempo desde su marcha, cuando los viandantes comenzaron a aglomerarse al otro lado de la calle, frente a varios locales abiertos al público. Y aquello no le despertó ninguna sensación apacible. Nada bueno podía esperarse de negocios con horarios tan dilatados, y menos teniendo en cuenta que resultaban encontrarse al final del camino tomado por el elfo. Inspirando aire lenta y profundamente, suspirando en silencio sin apartar la mirada del gentío, se debatió entre aguardar un par de minutos más o enfilar su busca. ¿Dónde demonios se habría metido? ¿Y a razón de qué se habría marchado? Pese al tiempo de conocerlo y las experiencias compartidas con él, aquella cabeza suya resultaba, en ocasiones, indescifrable. En casi todas las ocasiones, vaya. Pero por lo pronto, debía confiar en que tan sólo serían unos minutos. Tal vez sólo necesitaba una letrina… Esas cosas pasan. En mitad de sus deliberaciones, el rumor de las voces de un grupo de cantores llegó hasta sus oídos, resultando la melodía ciertamente familiar. Poniendo mayor atención, no tardó en advertir que se trataba del mismo grupo de hacía unas horas, pareciendo estar en misión de proclamar una nueva fé, recorriendo cada rincón de la ciudad. En aquel momento se preguntó, de manera genuina, cuántos guías espirituales distintos podría necesitar alguien que era capaz de contar, con poco esfuerzo, las décadas que se esperaba vivir. Y con sorna concluyó para sí que, pese a ser corta, los humanos se llenaban la vida de complejidades. Y si no, ¡guerra! ¡Ahú! ¡Ahú! ¡Ahú!
Finalmente, arrancó sus pasos del suelo y se dirigió hacia la muchedumbre, haciéndose los murmullos exaltados más claros al oído a medida que se acercaba, entendiendo entre las voces susurrantes expresiones de sorpresa, curiosidad o enjuiciamiento. Sin embargo, antes de poder contextualizar las palabras vacías, una columna de humo comenzó a brotar del interior de uno de los locales. Al contrario que la mayoría, por ser lo que dictaba el sentido común cuando se hicieron conscientes del peligro, avanzó entre la gente que retrocedía a pasos atropellados, alejándose del incipiente incendio.
«Por favor Dioses, que él no tenga nada que ver.»
Aunque lo intentó, los cada vez más agitados viandantes le dificultaron tanto el paso, entre empujones y tirones, hasta aquellos más bravos que se oponían a su avance en pos de su seguridad, obligándole a retroceder. Pero lejos de desistir, buscó otra manera de alcanzar a ver lo que ocurría. Llegando a la esquina de la calle, alcanzó el muro más cercano al que encaramarse y poder ganar algo de altura subiendo por la pared. Definitivamente, adoraba aquellas botas. Caminó ascendiendo hasta el tejadillo más bajo y se aupó hasta él, para acercarse a hurtadillas sobre las repisas y acercarse lo máximo posible al tumulto, ahora mucho más disperso. Asimismo, se había generado un grupo espontáneo que parecía dispuesto a sofocar las llamas antes de que se hicieran incontrolables. Empezó a ponerse nerviosa, incluso uno de sus pies amagó con resbalarse al moverse con inquietud, inconscientemente. Buscaba con la mirada a Nousis, pero desde su posición, y a pesar de la humareda, era fácil distinguir a unos de otros y resultaba evidente que elfo no se encontraba allí. Sin embargo, al levantar la mirada un poco más, alcanzó a ver a varias personas que se alejaban. Parecían huir a trompicones y entre varios cargaban con algo. ¿O con alguien? Afinó la mirada, logrando advertir la figura de una mujer antes de que se alejaran más allá de su visión. Aquella imagen provocó un escalofrío que le recorrió la espalda hasta la nuca y que su alterada imaginación comenzase idear incontables maneras distintas de cómo aquella podría ser Ébano y de cómo habría terminado así.
«Ella tiene otros enemigos. Sean quienes sean, han llegado a Lunargenta para matarla.»
Las advertencias del elfo resonaron en su cabeza. ¿Y si la hubieran encontrado? Podía ser.
—Maldita sea…— murmuró para sí, volviendo a buscar alrededor con la mirada —Nousis, ¿dónde…
Para su auténtica sorpresa, un par de ligeros destellos llamaron su atención en un callejón aledaño, descubriendo a su congénere apostado en él. Comprendió entonces que las distintas luces de las fachadas y la distorsión provocada por las crecientes llamas se habían reflejado en su armadura al caminar de un lado al otro. Se mostraba visiblemente nervioso, pero ella no pudo sino sentir un alivio que rebajó de golpe toda la tensión contenida. La elfa no se pensó dos veces el saltar hasta el suelo, una vez rebajó a una altura comedida, y correr por las callejuelas entre las fachadas traseras, más estrechas, pero que atajaban directas hasta la que quería alcanzar.
—¡Nousis!— exclamó al cruzar la boca del callejón que daba al que el elfo guardaba. —Nousis, por los Dioses, ¿estás… ¿estás bien? ¿Dónde… ¿Dónde estabas?— se apresuró a su encuentro, ligeramente jadeante tras la carrera. El elfo, tras una breve sorpresa inicial, se detuvo tras la primera patada a la puerta, relajando el rostro al verla.
—Discúlpame si he llegado a preocuparte— comenzó hablando un poco más rápido de lo habitual —¿Recuerdas que te hablé de quienes perseguían a la vampiresa? Una de quienes participan en su caza dirigió a unos asesinos y como ves— señaló casi con desgana —acabaron quemando el local equivocado. Su error— explicó con otra patada que partió las clavijas a la entrada —Creo que sólo tuvo que ver con el rótulo del comercio. Si es como creo, tu amiga debería estar aquí y podrás rescatarla si se ha metido en un nuevo problema.
Pese a que su tono no revelaba acusación alguna hacia la joven, únicamente un punto de preocupación natural en él, la elfa sintió aquellas últimas palabras más desagradables de lo que hubiera esperado. Aunque prefirió centrarse en lo importante.
—¿De modo que no la tienen?— se mostró aliviada en un ligero suspiro, aunque no dijo nada más al respecto.
Tras comprobar el interior desde el marco de la puerta abierta, la cruzó y avanzó unos pasos, mirando alrededor. No hubo que hacer muchas comprobaciones, tratándose de un cuartucho levantado en paredes de madera añejada y repleto de trastos, poco más podrían encontrar. Aunque sí se dejaba asomar una puerta polvorienta tras una estantería que apenas parecía sostener su propio peso.
—¿Y exactamente qué dices que has estado haciendo en este lapso?— cuestionó en tono irónico mientras empujaba el bloqueo de la puerta.
El espadachín se tomó un instante para responder, como si no supiese que decir, o no desease decirlo. Sin mirarla, como si le interesara demasiado todo cuanto la habitación contenía, habló finalmente.
—No la tienen. Y han escapado. Es mejor cortar los problemas de raíz, por desgracia pueden volver una vez más.
Ella volvió la mirada un momento hacia él y esbozó media sonrisa contenida. Cómo si se hiciera consciente del esfuerzo que estaba haciendo, en muchos sentidos, por hacer propio su propósito. En ocasiones como aquella se recordaba que, si bien el elfo no mostraba su cercanía o aprecio de forma habitual, tenía su forma de demostrarle que verdaderamente le importaba. Forzando un poco la cerradura oxidada, la madera podrida cedió y pudo empujar la puerta lo justo para ver que daba a una trastienda oscura. Pero de nuevo, algo bloqueaba la entrada desde el otro lado.
—Vamos, ayúdame a empujar un poco. No parece haber nadie al otro lado.
—Supongo que sabes lo fácil que es encontrarla en una situación que te haga verla como lo que es...— comentó al tiempo que se colocaba a su lado para ayudarla —Se ha contenido contigo y me alegro. No dudará siempre.— tocó en ese momento el granate que portaba al cuello —Está cerca. Ella, o alguno de su ralea. Pase lo que pase ten cuidado ¿de acuerdo? Si no he separado esa cabeza de sus hombros no ha sido por no desearlo. Sigo pensando que sería la mejor opción de todas.
Al tiempo que Nousis llevaba la mano a su cuello, ella hizo lo propio al sentir el pulso del collar. Y al escuchar su advertencia comprendió que habiendo vivido cada cual sus desencuentros con las criaturas malditas, habían llegado a tomar la misma precaución. ¿Será que las grandes mentes pensaban igual? ¿O acaso compartían los mismos miedos?
—Parece que sí compartimos ciertas ideas, después de todo.— tomó el cordel y dejó ver la runa en el amuleto tallado —Anticipación.— apuntó satisfecha, volviéndolo a guardar bajo la ropa. —Oye...— lo tomó del antebrazo cuando presintió que se disponía a entrar primero —Ella no es mi amiga, ¿vale? Ni siquiera le tengo aprecio o nada que se le parezca. Lo que sé de ella es... Nada, en realidad. Pero...— hizo una pausa para tragar saliva en un momento que sintió quebrarse la voz —Digamos que por deferencia a lo que tiene que ver con nosotras, me gustaría concederle el beneficio de la duda. A pesar de su condición.— le soltó el brazo y le alentó a entrar levantando el mentón —Tendré cuidado.
Nousis contempló no sin cierto asombro el collar de su amiga y su pequeña sonrisa se agrandó dentro de él.
—Todos aprendemos a nuestra manera— expresó y tras entrar en la sala siguiente y buscar trampas o cualquier problema que no detectase a simple vista, prosiguió —Es sólo que no quiero que te hagan daño.— paseó sus ojos grises por todo el lugar, escrutadores. —No soy capaz de dar oportunidades a criaturas como ella.
La elfa siguió sus pasos, pisando allí donde él pisaba, pero mirando donde él no lo hacía, tratando de cubrir todos los puntos débiles alrededor. Entre la penumbra pudo vislumbrar lo que parecía un local comercial que llevaba tiempo cerrado a cal y canto. Incluso las ventanas parecían selladas.
—Eh, vamos.— le dio un ligero codazo para rebajar la tensión cuando le compartió su preocupación, al tiempo que se abría la túnica lo justo para dejar ver los cuchillos en los costados y la daga en el cinturón. —Sabes que eso no es tan fácil.— replicó de forma altiva, aunque con humor —Tú mismo lo has dicho.— indicó, separandose después para examinar los múltiples cierres de la puerta que parecía dar al edificio principal. —También aprendo. Así que intenta confiar en eso y resta un poco de preocupación. Y focaliza la diferencia en no matarla. O en esos cerrojos, lo que te sea más útil.— añadió en tono burlón, señalando la puerta. El aludido no respondió al penúltimo comentario más allá de mantener una escueta media sonrisa.
—No lo haré, mientras la considere bajo tu protección.— aseguró, afanándose en tratar de doblegar las protecciones de aquella puerta, en vano. Bufó de fastidio. —¿Puedes usar tu magia por el otro lado?— inquirió.
—¿Eh? ¿Mi... magia? Pues...— sopesó mentalmente las opciones contemplando la puerta cerrada a cal y canto durante un momento, sin saber muy bien si podría hacer algo. Aun así, hizo el intento por percibir si algo en el entorno podría ser lo bastante natural para Imbar. —Dudo mucho que pueda servir. Las ciudades crecen en todos los sentidos, incluso de abajo hacia arriba. Tantos edificios y sus cimientos... Dejan muy lejos de mi alcance el terreno original...— pareció quedarse muda conforme terminaba la frase, como si se hubiese percatado de algo. Fue como si sus capacidades para sentir el fluir de la energía se hubieran mantenido de manera instintiva. —Sería posible...— quedó en silencio un momento, como concentrándose en algo —Eso es... ¿No lo notas? Es muy débil pero... En medio de este agujero, la esencia de esa savia, es la de Sandorai... Es perceptible. Está aquí.— concluyó —En alguna parte. Pero está aquí.— el elfo se volvió hacia ella con gesto de incomprensión.
—¿De qué savia hablas?
—Un elixir. Tenía un par de frascos. Y es difícil de encontrar porque la savia sólo se produce en nuestras tierras.— resumió.
Sin embargo, cuando advirtió que las manos de Nousis se detenían de golpe, quedando clavadas en las cerraduras, comprendió las implicaciones que podrían tener sus palabras y los actos de los que hablaban, más allá de lo oportuno que fuera en aquellas circunstancias. El silencio abismal que se hizo en los siguientes segundos le dispararon el pulso, sin saber cómo encajar lo que fuera que fuese a mostrar en su reacción.
—¿Savia de árbol Madre...?— quiso saber con un hilo de voz —¿Una maldita se ha hecho con savia de Árbol Madre?
Aylizz guardó silencio un instante, pensando muy bien qué palabras escogería para reconducir aquello. Porque ella misma había pensado muchas veces en lo que suponían avances como esos. Y en momentos como ese se le hacía difícil gestionar la sensación de estar yendo contra sus propios principios, a pesar de tratar de sostenerse en sus valores morales. Si ya era complicado convencerse a sí misma, no era mejor tarea la de hacérselo entender a él. Y sin embargo, lo que más la preocupaba era que aquello no provocase su cólera.
—No sé si tanto. Sólo sé que reconocería la esencia de Sandorai en cualquier rincón.— se acercó a él, pero se quedó tras su espalda. Como si no terminase de querer enfrentarlo, pero haciéndose notar cerca —Puedo imaginar por dónde están yendo tus pensamientos ahora mismo.— murmuró —Pero sólo por un momento piensa que, si eso evita que pueda contener su sed lo bastante para sanar sus heridas... Ahorrará mayores complicaciones.— se decidió por acercarse un poco más, situándose a su lado, apartandole las manos de los cierres que parecían contener toda su tensión —Sólo le ayudaré a salir viva de esta ciudad, si eso es lo que quiere. Después... Supongo que vuestra palabra de tregua tendrá el valor que ambos queráis darle.— Nousis calló durante un breve lapso.
—Si puede ir en contra de sí misma por un mero día...— dudó —Que se fortalezca nuevamente ya es bien distinto. Es un sacrilegio que algo tan puro caiga en manos de algo como ella.— sentenció —Y que haya podido conseguirlo dice demasiado de la propia Sandorai, me temo.— frunció el ceño un instante —En el futuro, no me recuerdes haber ayudado a que escapase. No dudo que terminaré lamentándolo.
Y pese a que aquellas palabras fueron lo último que necesitaba escuchar, al menos debía agradecer que sonase como una aceptación de que continuaría a su favor.
—Descuida. No lo haré.— sentenció. —Y sé que
No pudo terminar la frase, siendo sus palabras repentinamente interrumpidas por un estruendo atronador que provenía de la calle, pero que se hizo sentir en el interior. Un derrumbamiento a causa del incendio les hizo comprender que al otro lado de la puerta se encontraría alguna estancia principal, colindante con el edificio en llamas. Y al haber sentido partirse el suelo tras la pared, dedujeron que sus pasos les habían llevado hasta un falso piso.
Aylizz Wendell
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Re: Quid pro quo [Privado] [3/3]
Tan solo había dos opciones, y aquello en cierto modo la tranquilizaba.
Era tan difícil a veces dejarse llevar por las múltiples posibilidades que a menudo rodeaban sus hazañas que el hecho de que al menos tuviese un 50% de probabilidades de acertar relajaba de manera eficaz parte de la mente de Caoimhe. Aún así su mirada no recayó en ningún otro lugar que no fuesen los ojos de su antigua amiga. Expectante.
Daretta parecía haberse hecho unos centímetros más alta en los últimos minutos y de haber podido zanjar aquel silencio interminable con una palabra, Caoimhe adivinó que hubiese sido cualquiera que pronosticase una victoria.
La pena se apoderó del estómago de Caoimhe ¿En serio era aquello en lo que se había convertido? ¿Iba a ser aquel su final?
Los pasos que separaban a ambas figuras de la puerta principal no las aislaron de la tensión de la atmósfera y ninguna de ellas parecía querer recorrer aquellos tres o cuatro pasos que las separaban de la duda. Caoimhe se apresuró a tomar al fin la decisión que pendía del hilo del destino y atusar el pomo de aquella puerta cuando sin quererlo atisbó algo en la expresión de su conocida.
Certeza. La misma que desapareció en el momento exacto en el que Caoimhe abrió al fin la puerta que las guardaba del desastre alrededor de ambas y una nube de polvo, madera y residuos inundó a ambas apoderándose de la habitación.
El derrumbe parecía haber esquivado allí donde se encontraban, pero el debrís del desastre tardó un tiempo en esparcirse y asentarse lo suficiente como para permitir ver qué era exactamente lo que había hecho que todo alrededor del local de su amiga se derrumbase. Cuando pudo finalmente hacerlo, los ojos de Caoimhe atinaron a diferenciar las orejas puntiagudas de Ayliz y la melea oscura de Nousis, protegiéndose de los restos del edificio de al lado.
No miró a Doretta, pero no le hizo falta hacerlo para entender qué estaba pasando. Se alegró de hecho de haberse mantenido en su forma vampira a pesar de que de hecho odiaba que la viesen así, pero en aquel momento su demonio parecía revelarse ante la traición tan sumamente programada en la que se había visto envuelta.
Miró a Doretta que aún intentaba asirse a algo que le permitiese entender aquel desastre y luego se giró hasta Nousis y Azafrán.
Aplaudió tan solo tres veces. De manera seca y basta y en su rostro macabra una sonrisa confirmó lo que acababa de entender.
-¿Cómo de aburrida tiene que ser tu vida para que necesites seguir la mia de manera tan minuciosa?- le dijo a Doretta, esta última algo contrariada entendiendo que ella estaba vinculada con Nousis y Aylizz
-Espero que te haya pagado bien dijo dirigiéndose a Nousis- Pareciese que cualquier dinero puede comprar tu valía-
Miró a Aylizz. Esta vez con una punzada de molestia en su estómago. No le gustaban las sorpresas, y mucho menos aquellas que confirmaban que la confianza es un regalo que tan solo se debe confiar a uno mismo. Tragó saliva antes de dirigirse a ella.
-Creo que he encontrado lo que tienes en común con Nousis, finalmente: ninguno de los dos agradecéis que os salvase la vida-
Estaba hablando demasiado y la canción interminable de las voces cada vez más cerca tan solo irritaban más a su demonio. ¿Acaso aquel era el plan de Doretta? Atraerla hasta alli y convencer a dos elfos para que acabasen con ella? Ni siquiera tenía el coraje para hacerlo ella misma.
La sangre se agolpaba en su cuello. La suya propia se fundía con las vendas de su mano. El latir continuo de los tres corazones a su alrededor mantenían su sed lo suficientemente alzada como para siquiera fijarse de que quizás Doretta había mostrado la misma sorpresa en su rostro que ella misma al descubrir a aquellos dos polizones en su terreno. Pero que iba a aprovecharlo.
-Hablas demasiado para ser alguien que está a punto de perder su voz.- dijo- Te prometemos que será rápido. Tan solo dejaremos que el sol haga el trabajo sucio. Ni siquiera tendremos que mancharnos nuestras manos y cuando finalmente hayas desaparecido, el mundo será un lugar mejor y todo lo que no he podido conseguir con tu presencia se me presentará como visión divina.
Doretta se acercó a Nousis, confirmando así que de hecho se conocían y Caoimhe tragó saliva, buscando a Moonsoon a un lado de su falda. Sin poder creer aún lo estúpida que había sido al confiar en Aylizz. Reculó algunos pasos los suficientes como para alejarse de la estancia y quedar de espalda al humo. Los cánticos cada vez más cerca del grupo.
-Divina- dijo de manera sarcástica con la risa invadiendo su voz- Curioso que traigas a la divinidad del Dios celestial a coacción en este momento justo.-
El humo tras ella se había disipado finalmente y un grupo de figuras tapadas con ropajes oscuros continuaban emitiendo cánticos al aire mientras Caoimhe se calmaba y dejaba atrás su forma caótica.
-Por desgracia para ti, yo hace tiempo que vi la luz- dijo Caoimhe. Uniéndose al grupo de hombres y mujeres a su alrededor- La senda de la oscuridad me había corrompido, pero sin duda alguna la sangre siempre puede ser purificada- continuó- No me costó mucho convencer a Clarilís para que me salvase a cambio del lugar exacto donde encontrarte, Doretta. Se ve que has estado jugando en ligas mucho más antiguas y avanzadas que las tuyas propias.- añadió señalando al cielo- Y también parece que has olvidado que yo siempre tengo un plan C-
-Doretta Worthin- comenzó a decretar una voz masculina terminando al fin cualquier tipo de rencilla posible- A nuestros oídos ha llegado que tu sed de éxito y venganza ha enojado y retado al mismisimo Dios-
-No... no... espera. Esto no es así. Yo no... es ella. Mis hombres deberían... deberían estar aquí en cualquier momento yo me encargué de... me aseguré que...
-Llevamos meses observando tus negocios que no han beneficiado ni una sola vez a nuestra religión sino que te has aprovechado de nuestra bondad para trazar puentes a beneficios personales- continuó la voz del hombre cuya barba bajo la capucha se movía de manera paulatina dejando ver un tono rojizo
-Espera... yo no he hecho nada de eso... te juro que jamas... nunca he...
-NO MIENTAS- dijo el hombre- Tenemos las cartas de tu puño y letra la información misma que tan solo alguien que amaña situaciones puede saber y que te relacionan directamente con todo lo que hemos estado sufriendo estos meses....Por ello mismo..
Los cánticos comenzaron a hacerse más y más profundos y rodearon a las tres figuras: Aylizz, Nousis y Doretta apenas ahogando cualquier palabra que la mujer intentaba pronunciar explicando que ella nunca había escrito una carta.
-Te condenamos al hierro y al fuego. A ser ceniza y polvo... a liberar tu alma bajo la promesa de que cuando renazcas, sepas unirte a nosotros-
Uno de los hombres hizo una señal y todos los demás que acorralaban a Doretta mostraron armas similares dirigidas a las tres figuras centrales.
Caoimhe se giró dando la espalda a la escena. Extendió la mano hasta la figura tapada que sabía era Clarilís ésta le devolvió un apretón en el hombro antes de unirse al resto.Mientras salía de aquel lugar. Su mano herida pereciendo con el dolor.Se llevó la mano a uno de sus bolsillos encontrándolo vacío.
Puso los ojos en blanco entendiendo lo que significaba aquello y reculó ambos pasos encontrando por fin la figura de Clarilis. Le susurró algo al oido que quedo oculto bajo los cánticos y los gritos de terror de Doretta. Clarilis bufó algo molesta. Caoimhe pronunció un claro 'Me lo debes' y la mujer se acercó a uno de los ancianos de aquella secta y le susurró algo al oido. Este se resistió por varios segundos hasta que los labios de Clarilís pronunciaron las mismas sílabas que Caoimhe había dicho segundos antes.
-Dios ha decidido perdonar el alma de la mujer elfa para sanar heridas abiertas con Isil- dijo el hombre.
Acto seguido, tres figuras se adentraron al círculo y agarraron a Aylizz, desvinculándola de Doretta a la que habían acorralado y separado también de Nousis.
La visión de aquellos tres hombres cargando a Aylizz la calmó de cierta manera, así que esperó a que la trajesen a su lado.
-¿Y el hombre?- dijo Clarilis en un susurro justo antes de que Aylizz la alcanzase
-Tiene la cabeza vacía-susurró- No será dificil que se una a vuestra causa. Tómalo como un regalo extra después de nuestro último negocio- dijo Caoimhe.
Cuando trajeron finalmente a Aylizz hasta donde ella misma se encontraba la sed se había vuelto a acumular en su garganta. Mezclada con su ego herido al entender que aquella elfa también la había intentado traicionar.
-Necesito esencia- dijo sin poder mirarla a los ojos.- Eso o toda tu sangre. Tú eliges- añadió con furia, sabiendo bien que jamás probaría la sangre de aquella elfa, pero decidiendo usar la coraza de demonio con ella.
El silencio del lado de Doretta indicó que finalmente el hierro había podido con su cuerpo menudo y que sin su guardia la chica no era más que el polvo que aquella secta había vaticinado. Caoimhe entendía bien el modus operandi de aquellos brujos. La ilusión final de aquellos cánticos la inmovilidad del éter que irradiaban sus voces. Las ilusiones complejas que creaban en la cabeza y paralizaba a sus víctimas antes de morir. Su propia madre había curtido a la vampiresa en ilusiones y engaños casi toda su vida. Una muerte dulce en la cabeza, y violenta desde la visión del resto de los que se atreviesen a mirar.
En cuanto a Nousis... recuperaría el colgante se su cadáver o de lo que quedase de su mente vacía cuando el efecto de los cánticos lo mermase.
Era tan difícil a veces dejarse llevar por las múltiples posibilidades que a menudo rodeaban sus hazañas que el hecho de que al menos tuviese un 50% de probabilidades de acertar relajaba de manera eficaz parte de la mente de Caoimhe. Aún así su mirada no recayó en ningún otro lugar que no fuesen los ojos de su antigua amiga. Expectante.
Daretta parecía haberse hecho unos centímetros más alta en los últimos minutos y de haber podido zanjar aquel silencio interminable con una palabra, Caoimhe adivinó que hubiese sido cualquiera que pronosticase una victoria.
La pena se apoderó del estómago de Caoimhe ¿En serio era aquello en lo que se había convertido? ¿Iba a ser aquel su final?
Los pasos que separaban a ambas figuras de la puerta principal no las aislaron de la tensión de la atmósfera y ninguna de ellas parecía querer recorrer aquellos tres o cuatro pasos que las separaban de la duda. Caoimhe se apresuró a tomar al fin la decisión que pendía del hilo del destino y atusar el pomo de aquella puerta cuando sin quererlo atisbó algo en la expresión de su conocida.
Certeza. La misma que desapareció en el momento exacto en el que Caoimhe abrió al fin la puerta que las guardaba del desastre alrededor de ambas y una nube de polvo, madera y residuos inundó a ambas apoderándose de la habitación.
El derrumbe parecía haber esquivado allí donde se encontraban, pero el debrís del desastre tardó un tiempo en esparcirse y asentarse lo suficiente como para permitir ver qué era exactamente lo que había hecho que todo alrededor del local de su amiga se derrumbase. Cuando pudo finalmente hacerlo, los ojos de Caoimhe atinaron a diferenciar las orejas puntiagudas de Ayliz y la melea oscura de Nousis, protegiéndose de los restos del edificio de al lado.
No miró a Doretta, pero no le hizo falta hacerlo para entender qué estaba pasando. Se alegró de hecho de haberse mantenido en su forma vampira a pesar de que de hecho odiaba que la viesen así, pero en aquel momento su demonio parecía revelarse ante la traición tan sumamente programada en la que se había visto envuelta.
Miró a Doretta que aún intentaba asirse a algo que le permitiese entender aquel desastre y luego se giró hasta Nousis y Azafrán.
Aplaudió tan solo tres veces. De manera seca y basta y en su rostro macabra una sonrisa confirmó lo que acababa de entender.
-¿Cómo de aburrida tiene que ser tu vida para que necesites seguir la mia de manera tan minuciosa?- le dijo a Doretta, esta última algo contrariada entendiendo que ella estaba vinculada con Nousis y Aylizz
-Espero que te haya pagado bien dijo dirigiéndose a Nousis- Pareciese que cualquier dinero puede comprar tu valía-
Miró a Aylizz. Esta vez con una punzada de molestia en su estómago. No le gustaban las sorpresas, y mucho menos aquellas que confirmaban que la confianza es un regalo que tan solo se debe confiar a uno mismo. Tragó saliva antes de dirigirse a ella.
-Creo que he encontrado lo que tienes en común con Nousis, finalmente: ninguno de los dos agradecéis que os salvase la vida-
Estaba hablando demasiado y la canción interminable de las voces cada vez más cerca tan solo irritaban más a su demonio. ¿Acaso aquel era el plan de Doretta? Atraerla hasta alli y convencer a dos elfos para que acabasen con ella? Ni siquiera tenía el coraje para hacerlo ella misma.
La sangre se agolpaba en su cuello. La suya propia se fundía con las vendas de su mano. El latir continuo de los tres corazones a su alrededor mantenían su sed lo suficientemente alzada como para siquiera fijarse de que quizás Doretta había mostrado la misma sorpresa en su rostro que ella misma al descubrir a aquellos dos polizones en su terreno. Pero que iba a aprovecharlo.
-Hablas demasiado para ser alguien que está a punto de perder su voz.- dijo- Te prometemos que será rápido. Tan solo dejaremos que el sol haga el trabajo sucio. Ni siquiera tendremos que mancharnos nuestras manos y cuando finalmente hayas desaparecido, el mundo será un lugar mejor y todo lo que no he podido conseguir con tu presencia se me presentará como visión divina.
Doretta se acercó a Nousis, confirmando así que de hecho se conocían y Caoimhe tragó saliva, buscando a Moonsoon a un lado de su falda. Sin poder creer aún lo estúpida que había sido al confiar en Aylizz. Reculó algunos pasos los suficientes como para alejarse de la estancia y quedar de espalda al humo. Los cánticos cada vez más cerca del grupo.
-Divina- dijo de manera sarcástica con la risa invadiendo su voz- Curioso que traigas a la divinidad del Dios celestial a coacción en este momento justo.-
El humo tras ella se había disipado finalmente y un grupo de figuras tapadas con ropajes oscuros continuaban emitiendo cánticos al aire mientras Caoimhe se calmaba y dejaba atrás su forma caótica.
-Por desgracia para ti, yo hace tiempo que vi la luz- dijo Caoimhe. Uniéndose al grupo de hombres y mujeres a su alrededor- La senda de la oscuridad me había corrompido, pero sin duda alguna la sangre siempre puede ser purificada- continuó- No me costó mucho convencer a Clarilís para que me salvase a cambio del lugar exacto donde encontrarte, Doretta. Se ve que has estado jugando en ligas mucho más antiguas y avanzadas que las tuyas propias.- añadió señalando al cielo- Y también parece que has olvidado que yo siempre tengo un plan C-
-Doretta Worthin- comenzó a decretar una voz masculina terminando al fin cualquier tipo de rencilla posible- A nuestros oídos ha llegado que tu sed de éxito y venganza ha enojado y retado al mismisimo Dios-
-No... no... espera. Esto no es así. Yo no... es ella. Mis hombres deberían... deberían estar aquí en cualquier momento yo me encargué de... me aseguré que...
-Llevamos meses observando tus negocios que no han beneficiado ni una sola vez a nuestra religión sino que te has aprovechado de nuestra bondad para trazar puentes a beneficios personales- continuó la voz del hombre cuya barba bajo la capucha se movía de manera paulatina dejando ver un tono rojizo
-Espera... yo no he hecho nada de eso... te juro que jamas... nunca he...
-NO MIENTAS- dijo el hombre- Tenemos las cartas de tu puño y letra la información misma que tan solo alguien que amaña situaciones puede saber y que te relacionan directamente con todo lo que hemos estado sufriendo estos meses....Por ello mismo..
Los cánticos comenzaron a hacerse más y más profundos y rodearon a las tres figuras: Aylizz, Nousis y Doretta apenas ahogando cualquier palabra que la mujer intentaba pronunciar explicando que ella nunca había escrito una carta.
-Te condenamos al hierro y al fuego. A ser ceniza y polvo... a liberar tu alma bajo la promesa de que cuando renazcas, sepas unirte a nosotros-
Uno de los hombres hizo una señal y todos los demás que acorralaban a Doretta mostraron armas similares dirigidas a las tres figuras centrales.
Caoimhe se giró dando la espalda a la escena. Extendió la mano hasta la figura tapada que sabía era Clarilís ésta le devolvió un apretón en el hombro antes de unirse al resto.Mientras salía de aquel lugar. Su mano herida pereciendo con el dolor.Se llevó la mano a uno de sus bolsillos encontrándolo vacío.
Puso los ojos en blanco entendiendo lo que significaba aquello y reculó ambos pasos encontrando por fin la figura de Clarilis. Le susurró algo al oido que quedo oculto bajo los cánticos y los gritos de terror de Doretta. Clarilis bufó algo molesta. Caoimhe pronunció un claro 'Me lo debes' y la mujer se acercó a uno de los ancianos de aquella secta y le susurró algo al oido. Este se resistió por varios segundos hasta que los labios de Clarilís pronunciaron las mismas sílabas que Caoimhe había dicho segundos antes.
-Dios ha decidido perdonar el alma de la mujer elfa para sanar heridas abiertas con Isil- dijo el hombre.
Acto seguido, tres figuras se adentraron al círculo y agarraron a Aylizz, desvinculándola de Doretta a la que habían acorralado y separado también de Nousis.
La visión de aquellos tres hombres cargando a Aylizz la calmó de cierta manera, así que esperó a que la trajesen a su lado.
-¿Y el hombre?- dijo Clarilis en un susurro justo antes de que Aylizz la alcanzase
-Tiene la cabeza vacía-susurró- No será dificil que se una a vuestra causa. Tómalo como un regalo extra después de nuestro último negocio- dijo Caoimhe.
Cuando trajeron finalmente a Aylizz hasta donde ella misma se encontraba la sed se había vuelto a acumular en su garganta. Mezclada con su ego herido al entender que aquella elfa también la había intentado traicionar.
-Necesito esencia- dijo sin poder mirarla a los ojos.- Eso o toda tu sangre. Tú eliges- añadió con furia, sabiendo bien que jamás probaría la sangre de aquella elfa, pero decidiendo usar la coraza de demonio con ella.
El silencio del lado de Doretta indicó que finalmente el hierro había podido con su cuerpo menudo y que sin su guardia la chica no era más que el polvo que aquella secta había vaticinado. Caoimhe entendía bien el modus operandi de aquellos brujos. La ilusión final de aquellos cánticos la inmovilidad del éter que irradiaban sus voces. Las ilusiones complejas que creaban en la cabeza y paralizaba a sus víctimas antes de morir. Su propia madre había curtido a la vampiresa en ilusiones y engaños casi toda su vida. Una muerte dulce en la cabeza, y violenta desde la visión del resto de los que se atreviesen a mirar.
En cuanto a Nousis... recuperaría el colgante se su cadáver o de lo que quedase de su mente vacía cuando el efecto de los cánticos lo mermase.
Caoimhe
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La había encontrado. A esa misma criatura que Aylizz se había empecinado en ayudar. La misma que ahora tenían ante sí. Un recipiente cuya belleza oscura había sido sustituida por su auténtico ser.
La arrogancia de Nou creció de forma desmesurada al contemplarla. Tal era su verdadera forma, lejos de tratos y engaños. Un interior del que había intentado advertir a su amiga. Una maldita ponzoña supurante.
Sin embargo, que palabras que salieron de sus labios llegaron extrañas, distorsionadas, incomprensibles a los finos oídos del elfo. Durante lentos segundos, revolotearon, como sumidos en un idioma perdido del que el espadachín no tenía constancia alguna. Y entonces comenzaron a arder en su mente, una-tras-otra. Despacio, cada una con una carga impresa que insultó tanto la inteligencia como la propia percepción que éste tenía de sí, y de los pasos que tanto a él como a la muchacha rubia habían llevado hasta ese lugar, todo encajó. Y nada.
No respondió a los primeros compases de la conversación entre aquellas dos mujeres. La estúpida apreciación de la vampiresa sobre el pequeño universo que todos estaban protagonizando sólo fue superado por la ingente falacia que escupió Doretta con toda la naturalidad de quien respira veneno.
Por los dioses en los que ya no creía que quería matar a Caoimhe. Esa bestia sólo merecía el beso del filo de su espada. Cruzó sus ojos grises con las extrañas piedras de la usurera, y un escalofrío recorrió su espalda. Uno, que sumaba la alegría de haber seguido a Aylizz en su intento de ayudar a la alimaña a la emoción que nacía de desear la aniquilación de su enemiga. Sangwa ronroneó y una carcajada de odio rompió el aire circundante cuando la última carta fue colocada boca arriba, y los fanáticos se colocaron, por toda sorpresa, del lado de la chupasangre.
No sólo fanáticos, sintió. Brujos.
-¡NECIA!- gritó el elfo con una sonrisa sardónica aún pegada a la boca- ¡MALDITA ABERRACIÓN ESTÚPIDA! ¡SOLO ALGUIEN DE TU RALEA HABRÍA LLEGADO A ESA CONCLUSIÓN!
No importaba. Ya no. Sintió la fuerza de sus enemigos en cada parte de su cerebro.
Y estalló. Contra el peligro, oponentes y situación. Contra todo y contra todos.
-Nixië- susurró, y su trabajado escudo, su fortaleza contra los designios de sus más acérrimos oponentes recubrió invisible todo cuando él mismo era.
“Despedaza” escuchó, con una voz distinta a la suya propia en un interior abrasado por el odio, al tiempo que su espada comenzó a moverse con toda la rapidez que los músculos del elfo imprimieron a cada uno de sus entrenados ataques.
Lluvia de sangre en clave nocturna.
Hasta que asieron a Aylizz.
Sólo con la muerte de Nilian había sentido una furia tal. Lejos de arder, se limitó a carbonizar todo pensamiento racional, esos planes de los que habitualmente tan orgulloso llegaba a sentirse. Sólo uno había caído cuando fue alzada, pataleando y gritando ante la malévola traición del engendro de cabello y alma negra. El resto, ante una vencida y aterrada Doretta, clavaban de forma inmisericorde sus afiladas hoja en el cuerpo de la segunda prestamista.
Mas ni un pensamiento de empatía anidó en el espadachín. Observó su final como un espectáculo poco gratificante, casi indiferente, desde el peñón de su profundo odio. Y entonces, su espada curva, su filo sin nombre, comenzó una vez más sus chasquidos a hueso y carne.
La reverberación del ataque mental de los hechiceros se había reducido enormemente al capturar a Aylizz y ver doblegada a Doretta. El rechazo a la magia, que Nousis siempre había considerado como una señal de su destino, volvió a acudir en su auxilio en aquella ocasión. Sentía la invasión, los embates del potenciado conjuro, pero él no era el blanco, no por unos segundos, y tal hecho fue fatal para el devenir de los fanáticos.
Tomó uno de los cuchillos de esos seguidores de la religión llegada de otro mundo y lo lanzó lo más certeramente que pudo a una de las figuras encapuchadas que había secuestrado a su amiga.
El primero de los ejecutores de quien habían nombrado como Wothlin se volvió demasiado lento. Y su dios colgado no llegó a protegerle de que la punta de la espada del elfo se abriese paso desde el estómago hacia arriba, acuchillando sin piedad cuanto encontró a su cruel paso. La segunda, por lo que a duras penas pudo distinguir, trató de barrerle con otra de sus olas mentales.
Y el hechizo se desvaneció. Bañado en sangre, Nousis Indirel reunió toda la fuerza de la que disponía en su brazo armado y golpeó salvajemente la clavícula de su rival.
El tercero se reunió junto a Caoimhe y los demás fanáticos. La cruz, de fina factura, que uno de los caídos llevaba al cuello, se astilló bajo los pies del hijo de Sandorai con su siguiente paso.
Era difícil decidir quien, él o la vampiresa, presentaba un aspecto más demoníaco en ese instante. Rojo en la frente, rojo en parte del cabello, rojo en la capa, rojo en el acero. Todo él exudaba pura ansia de exterminio. Con una voz mucho más calmada, recuperando mínimamente su ser habitual, señaló a aquella que aún portaba el recuerdo de su filo con la punta de su espada.
-Estaba aquí por ti, engendro. Ella estaba aquí por ti. Yo le dije que esto pasaría, que no eras más que lo que has hecho, que lo que ahora ve- varias gotas de sangre cayeron al suelo, como único sonido en brevísimo lapso de silencio- Si la tocas, no existirá infierno donde puedas huir. Te lo juro por todos mis años de vida.
Nousis Indirel
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Cuando la vampiresa acusó a su compañero de haber orquestado aquello, bajo pago de quien fuera que fuese quien quería matarla, frunció el ceño y con gesto de desconcierto miró a Nousis. No era aquella la primera ocasión en la que el término “mercenario” encajaba, a ojos de la elfa, con los cometidos del espadachín, aunque tiempo atrás había aprendido que era mejor no mentarlo en voz alta. A él no le hacía ninguna gracia aquella consideración, sin duda, pero amigo… Date cuenta. Sin embargo, se le hacía un nudo en el estómago al pensar que se hubiera permitido cruzar la línea del asesinato a sueldo. Pese a que pudiera considerar que, con ciertas sangres, el elfo aceptaría hacer excepciones, se negó a asumir que así fuera, de no escucharlo de su propia boca. Y sin embargo, antes de que él pudiera decir nada para defenderse, la vampiresa le dedicó a ella una nueva acusación.
—No. Te equivoc…
Fue todo cuanto alcanzó a decir, iniciando una réplica rotunda para señalar su error, que le fue interrumpida por los religiosos cantores irrumpiendo en el lugar. Aquellos que había visto rondar las calles desde la caída del sol y ahora parecían demostrar que no seguían un itinerario al azar. La inquietud se revolvió en sus adentros, poniéndose el cuerpo en alerta en cuanto los clérigos comenzaron a rodear a las tres figuras que, desde el imaginario de la maldita, resultaban ser amenazas. La espiración se le volvía más abrupta, al tiempo que sus palpitaciones aumentaban, desacompasadas, si se atendía a los golpes de voz que remarcaban el ritmo de la solemne melodía. Las sentía golpear en el pecho desde dentro y pareciera que pudiese escucharlas por encima de la coral.
De nada sirvieron las vagas explicaciones y negativas que trató de dar la bruja, acorralada, pues quien parecía llevar la voz -más- cantante en el grupo se mostró indulgente, siendo jurado y juez, aunque sin parecer tan dispuesto a ejercer también el papel de verdugo. Para eso le sirvió una señal, un gesto ante el que los adeptos más cercanos a su persona mostraron finalmente las armas. Los cánticos se elevaron, como queriendo enmarcar el momento en que la presa se encontraba amenazada en su último momento de libertad, aunque su audición se mermaba al tiempo que se intensificaban sus latidos, opacando las voces con un zumbido interno in crescendo en sus oídos. Asimismo, la energía que podía percibirse alrededor se sintió como si cobrase fuerza, una que le presionaba hasta el punto de volver rígido su cuerpo por entero.
Pese a no perder de vista el más mínimo detalle, manteniéndose su mente alerta y calculando de manera consciente los movimientos a realizar para una defensa inmediata, dudaba ser capaz de reaccionar ante lo que no sabía que pudiera acontecer. Su mayor esfuerzo residía en mantener a raya el auténtico temor, que amenazaba con engullirla. Su mirada se clavó en Caoimhe, notando una punzada en el pecho cuando, sin más miramientos, pareció desentenderse de lo que acontecía, uniendose al grupo de cantores. Y al distinguir la figura de Clarilis junto a ella, sintió escaparse de sus adentros cualquier resquicio de esperanza por lograr que la vampiresa se prestase a escuchar. Nousis, sin embargo, no aguantó más su propio silencio y estalló en rabia. En aquel instante pudo ver el temple del elfo desvanecerse, después todo sucedió antes de que pudiera sumarse a las inservibles explicaciones.
Su alma había sido perdonada y sin embargo, entre tres se hicieron con su cuerpo, sirviendo de nada el intentar resistirse o zafarse del agarre de aquellos que la arrancaron del grupo. Cuanto más lo intentaba, con más fuerza trataban de inmovilizarla, clavandole los fornidos dedos en la carne que agarraban, retorciéndose la ropa y la piel bajo ésta al revolverse, sintiendo cada vez más doloroso el quemazón por la aprisionada fricción. Entretanto, los cánticos envolventes fueron cesando y dando paso al sonido del acero, acompañado de la cólera del elfo, que brotaba por cada uno de sus poros. Aylizz se estremeció ante la imagen endemoniada que proyectaba su congénere, pues nunca antes había presenciado tal frenesí en una disputa. Aunque no supo discernir si tal enajenación nacía del desprecio hacia la vampiresa y su compañía, hacia la bruja que había aprovechado la confusión para poner en ellos el foco del problema, la amenaza contra su persona sin haber podido anteponerse o un cúmulo de todas las circunstancias a la vez. Recordó fugazmente las vagas palabras que le había compartido a su encuentro, acerca de la pérdida de su amiga a manos de los malditos y sintió como si las garras del peligro le apretaran la entrañas, como haciéndose consciente de su propia indefensión. Le obligaron a caminar, pese a que trató de evitarlo, volcando todo el peso de su cuerpo a la contra, hasta llegar a personarse ante la misma Caoimhe.
¿Y todavía se atrevía a pedirle ayuda? No, a exigirla. No pudo evitar que una cínica sonrisa se le dibujara en el rostro y expulsar el aire en un estupor que camufló una pequeña risa, cargada de ironía, ahogada con desdén y hastío. Le invadió el coraje por no querer aceptar su inferioridad y resignarse, y pese a no contemplar un ápice de ventaja, el orgullo herido por la confianza traicionada impidió que se prestara a razonar. Sin esencia y sin intención de facilitarle más, concluyó para sí que sólo quedaba luchar por su sangre. ¿Antes morir que perder unas gotas? Vaya que sí, ¡ni media! Porque una era buena, pero no tonta. Sin embargo, antes de poder articular palabra, fue Nousis quien replicó primero ante la amenaza, advirtiendo a la vampiresa de su sentencia. En efecto, sus avisos habían caído en saco roto y no haberle hecho caso les había llevado hasta allí. Su propio sentimiento de culpa le hizo sentir las palabras de su compañero como el mayor reproche, sintiendo que ponía palabras a los pensamientos que se agolpaban en su conciencia. Todo por querer hacer reales unas expectativas que, ahora comprendía, resultaban falsamente infundadas. La imagen del elfo embadurnado en sangre se le grabó en la retina, advirtiendo en aquella mirada, clavada en la vampiresa, un halo de oscuridad y descontrol que nunca antes había encontrado en él. Incluso el gris de sus ojos parecía ensombrecido. Entonces se estremeció, temiendo que un paso en falso hiciese que la entereza del espadachín terminara por descomponerse. Más allá del odio, del dolor o de la rabia que provocaran en él aquellas criaturas, ahora comprendía lo que siempre había sabido, que el límite de ceder a los demonios y dar rienda suelta al irracional instinto de preservación no recaía en su propia vida, sino en aquellas que él valoraba. Y ahora conocía que su inconsciente se alimentaba del deseo de vengar a quien no pudo mantener a salvo.
La elfa suspiró por sus adentros para templar los impulsos de enfrentar a la maldita. Ya no se trataba de confirmar esperanzas o exponer verdaderos rostros, de sanar o dejar que una vida se esfumara, aún sabiendo que podía evitarse. De culpar, reprochar o vengarse. Aludió a su parte más racional para convencerse de que lo mejor sería terminar aquello sin confrontar, a pesar de las mentiras o las medias verdades. No estaba dispuesta a permitir que el Indirel se perdiera a sí mismo y evitarlo pasaba por no exponer su vida a un peligro innecesario. Debía asumirlo, él la protegería, quisiera o no. Sabrían los Dioses por qué. Y además, no debía olvidar que, en aquella ocasión, ella misma se lo había pedido. Su terquedad les había llevado a ese agujero. Quizá un poco tonta sí era.
—Si quieres sangre, tendrás que valerte con la que ya se ha derramado. Al fin y al cabo, ha sido en tu honor.— puntualizó con sorna —Lo que dice es cierto. Quería ayudarte, pensaba alejarte de la ciudad y…— esbozó una sonrisa velada. —Qué importa eso ya, ¿verdad?— resopló —La noche se acaba, no te queda mucho tiempo y supongo que tampoco demasiadas opciones. Quizá ninguna más.— entrecerró los ojos un instante, inquisitiva —Por suerte para tí, yo sé elegir a mis socios. Me haré con algo de savia, la suficiente para que puedas desaparecer de nuestra vista.— miró de soslayo al elfo antes de añadir —En cuanto a él, lo acordado era una noche de tregua y confío en que no me fallará en su palabra. Pero yo dejaré la ciudad al alba, así que… Bueno. Mañana será cosa vuestra.
Entonces se atrevió a apartarse de la maldita y darle la espalda, para caminar hacia su compañero, cuya reacción era incapaz de predecir. Posó su mano en la empuñadura de la espada que todavía sostenía con fuerza y le instó a guardarla con suavidad, al tiempo que levantaba la mirada con cautela, esperando que él bajará la suya hasta hacerlas coincidir.
—Busquemos una fuente donde puedas lavarte…— murmuró.
Aylizz Wendell
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El silencio se hizo presente de pronto. Quizás el momento exacto en el que los dedos algo magullados de la mano de Caoimhe alcanzó al fin el tarrito de cristal que Ayliz le tendió. La calidez transferida por la piel de la elfa al objeto se propagó a su propia piel, haciendo aquella situación en un segundo lo suficientemente real como para que la vampiresa necesitase analizar cuales iban a ser sus siguientes movimientos.
El coro había cesado su cántico. Los pasos de los últimos integrantes de la multitud se habían disipado alrededor de las calles oscuras y cuando desaparecieron tan solo el recuerdo de las acciones que habían dejado atrás recordó a la chica que al otro lado de aquella plaza dos figuras caminaban a paso lento y un tanto inseguro escapando quizás del que podría haber sido el último aliento de uno de ellos.
La chica apretó el objeto como constatando que seguía en su mano. La venda que ocultaba su herida se estaba deshaciendo en un color rojizo fácilmente reconocible y como atraída por el olor de su propia sangre, el demonio en su garganta se despertó inundándola de una sensación de falsa victoria. Caoimhe no se percató de cuánto había estado bloqueando su sed hasta el momento en el que la presencia de aquella voz casi minúscula en su cabeza la obligó a atender aquello que la había llevado allí en una primera instancia.
Las figuras de los dos elfos se alejaba de ella como si de un recuerdo lejano se tratase y de no haber sido por la sed inundando su mente, la chica quizás se hubiese percatado de la presencia de algún otro sentimiento con el que no estaba demasiado familiarizada.
La culpa.
'Pero el elfo se merecía su sino' pensó una voz algo más ronca en su cabeza pero tintada con la musicalidad de la suya propia. 'Sus acciones han marcado en nuestra piel un antes y un después y además de aquello, había tenido la indecencia de robar algo sumamente mío.'
La vampiresa no solía dejarse llevar por las decisiones que pudiese recomendarle su sed. Sin embargo, el dolor de su mano tampoco ayudaba a esclarecer su cabeza y por mucho que buscase encontrar una razón por la que no darse la vuelta, vaciar de una sentada todo el contenido de aquella medicina y escapar de aquella escena durante unas horas, no había ninguna lo suficientemente buena como para que si quiera considerase...
Ah... pero la había.
Caoimhe había visto el cambio fugaz en los ojos de Aylizz. En su día a día había pocos momentos en los que la vampiresa se topase con una mirada transparente y fiel como la que había observado en la elfa. Estaba tan acostumbrada a esperar la malicia en aquellos que la miraban como objeto, o como medio. Aquellos que tan solo la usaban como vector de uso temporal y aquellas miradas aterrorizadas que la esquivaban tan solo por el miedo a las repercusiones que solía atraer su presencia.
No era, por lo tanto común en su rutina que alguien 'la mirase' tan solo por la intención de escucharla. No es como si fuese a contarle su vida, Caoimhe preferiría sin duda cortarse la lengua antes que revelar de una manera u otra aquellos pensamientos que estaban inundándola en aquel momento y que bien podrían haber salido de la lengua bípeda de Nousis. Porque en el fondo nadie podía ser tan dura con ella misma que la propia Caoimhe,
Pero la vio cambiar. Transformarse en un segundo exacto en la mirada característica que estaba acostumbrada a observar en el resto del mundo. Y las opciones de una cercanía más allá de negocios se esfumó tal como vino. En cualquier otro momento quizás aquello hubiese sido un aliciente para simplemente abandonar aquella ciudad y regresar al pozo profundo en el que guardaba aquello que pensaba y que se aseguraba de camuflar con soberbia. Pero... estaba cansada. Y dolorida. Y sedienta. Y quizás algo en ella quería un respiro de preocuparse por qué cuchillo iba a ser el que cortase finalmente su cabeza. Además del suyo propio.
La decisión de seguirlos fue impulsiva. Se arrepintió en todos y cada uno de los pasos que daba asegurándose de que no la veían. Dejó la distancia suficiente como para no escuchar lo que hablaban. Un ápice de culpa era suficiente en su mente por una noche y tampoco quería revelarse como alguien que duda de sus acciones. No era así. No estaba arrepentida de las consecuencias de las acciones de Nousis. Sino de la repercusión en la actitud de Aylizz para con su persona.
Tampoco es como si los hubiese podido perder. El reguero de sangre de Nousis era tan obvio que la vampiresa estuvo por primera vez contenta de que su demonio pudiese servirle de algo más que de estorbo.
Cuando llegó al lugar algo alejado del centro donde habían parado ambos elfos, Aylizz parecía ayudar al hombre sirviendole agua fresca mientras este empapaba sus cabellos y cara en el mismo torrente de un riachuelo pequeño oculto en la frondosidad de una pequeña arboleda.
Se reveló sin hacer teatro de su presencia. Esperaba que Aylizz opusiese resistencia a su mera presencia y en parte no la culpaba. Deseó que el elfo estuviese lo suficientemente malherido com para no iniciar una batalla. Pero era terco. Casi tanto como ella... por eso no dejó mucho margen de acción y se acercó elevando sus manos. Mostrándose lo menos sospechosa que pudiese.
'Como si pudieses no parecer una bomba de relojería casera' La voz molesta de su sed se empeñaba en molestarla tentando su grado de paciencia.
-Espera... espera- dijo adelantándose a cualquier represalia- Creedme yo quiero estar aquí menos que ustedes queréis verme- añadió esta última palabra dirigida a Aylizz- Pero la vida no siempre se basa en lo que queremos, ¿Cierto?- dijo dando unos pasos más hasta ambos pero asegurándose de que la distancia aún era prudencial.
-Veréis, yo hubiese querido que aquellos frailes acabasen con Nousis esta noche- añadió, tentando su suerte- Pero claramente el destino no es muy generoso conmigo. También quería embadurnarme de la esencia hasta caer en el sueño profundo aliviando el dolor de esta estúpida herida que este estúpido elfo ha..- contuvo sus palabras. No había ido allí a aquello- Y aún así aquí estoy.
La visión de los cortes en la piel de Nousis la envolvió por vez primera. Tragò saliva, intentando apartar a la sed y desvió la mirada de nuevo a Aylizz.
-Pero tenemos que aprender a sobrevivir con la ronda que se nos depara. Con suerte, al final del juego...- añadió- Al menos uno de los jugadores confíe en que has ganado sin hacer trampas- añadió.
Dobló sus rodillas acuclillándose por un segundo y dejó el tarro de la esencia en el suelo, indicando a Aylizz que lo agarrase. Nouisis parecía necesitarlo más que ella, y aquello era una pequeña ofrenda de neutralidad dirigida a la elfa.
El coro había cesado su cántico. Los pasos de los últimos integrantes de la multitud se habían disipado alrededor de las calles oscuras y cuando desaparecieron tan solo el recuerdo de las acciones que habían dejado atrás recordó a la chica que al otro lado de aquella plaza dos figuras caminaban a paso lento y un tanto inseguro escapando quizás del que podría haber sido el último aliento de uno de ellos.
La chica apretó el objeto como constatando que seguía en su mano. La venda que ocultaba su herida se estaba deshaciendo en un color rojizo fácilmente reconocible y como atraída por el olor de su propia sangre, el demonio en su garganta se despertó inundándola de una sensación de falsa victoria. Caoimhe no se percató de cuánto había estado bloqueando su sed hasta el momento en el que la presencia de aquella voz casi minúscula en su cabeza la obligó a atender aquello que la había llevado allí en una primera instancia.
Las figuras de los dos elfos se alejaba de ella como si de un recuerdo lejano se tratase y de no haber sido por la sed inundando su mente, la chica quizás se hubiese percatado de la presencia de algún otro sentimiento con el que no estaba demasiado familiarizada.
La culpa.
'Pero el elfo se merecía su sino' pensó una voz algo más ronca en su cabeza pero tintada con la musicalidad de la suya propia. 'Sus acciones han marcado en nuestra piel un antes y un después y además de aquello, había tenido la indecencia de robar algo sumamente mío.'
La vampiresa no solía dejarse llevar por las decisiones que pudiese recomendarle su sed. Sin embargo, el dolor de su mano tampoco ayudaba a esclarecer su cabeza y por mucho que buscase encontrar una razón por la que no darse la vuelta, vaciar de una sentada todo el contenido de aquella medicina y escapar de aquella escena durante unas horas, no había ninguna lo suficientemente buena como para que si quiera considerase...
Ah... pero la había.
Caoimhe había visto el cambio fugaz en los ojos de Aylizz. En su día a día había pocos momentos en los que la vampiresa se topase con una mirada transparente y fiel como la que había observado en la elfa. Estaba tan acostumbrada a esperar la malicia en aquellos que la miraban como objeto, o como medio. Aquellos que tan solo la usaban como vector de uso temporal y aquellas miradas aterrorizadas que la esquivaban tan solo por el miedo a las repercusiones que solía atraer su presencia.
No era, por lo tanto común en su rutina que alguien 'la mirase' tan solo por la intención de escucharla. No es como si fuese a contarle su vida, Caoimhe preferiría sin duda cortarse la lengua antes que revelar de una manera u otra aquellos pensamientos que estaban inundándola en aquel momento y que bien podrían haber salido de la lengua bípeda de Nousis. Porque en el fondo nadie podía ser tan dura con ella misma que la propia Caoimhe,
Pero la vio cambiar. Transformarse en un segundo exacto en la mirada característica que estaba acostumbrada a observar en el resto del mundo. Y las opciones de una cercanía más allá de negocios se esfumó tal como vino. En cualquier otro momento quizás aquello hubiese sido un aliciente para simplemente abandonar aquella ciudad y regresar al pozo profundo en el que guardaba aquello que pensaba y que se aseguraba de camuflar con soberbia. Pero... estaba cansada. Y dolorida. Y sedienta. Y quizás algo en ella quería un respiro de preocuparse por qué cuchillo iba a ser el que cortase finalmente su cabeza. Además del suyo propio.
La decisión de seguirlos fue impulsiva. Se arrepintió en todos y cada uno de los pasos que daba asegurándose de que no la veían. Dejó la distancia suficiente como para no escuchar lo que hablaban. Un ápice de culpa era suficiente en su mente por una noche y tampoco quería revelarse como alguien que duda de sus acciones. No era así. No estaba arrepentida de las consecuencias de las acciones de Nousis. Sino de la repercusión en la actitud de Aylizz para con su persona.
Tampoco es como si los hubiese podido perder. El reguero de sangre de Nousis era tan obvio que la vampiresa estuvo por primera vez contenta de que su demonio pudiese servirle de algo más que de estorbo.
Cuando llegó al lugar algo alejado del centro donde habían parado ambos elfos, Aylizz parecía ayudar al hombre sirviendole agua fresca mientras este empapaba sus cabellos y cara en el mismo torrente de un riachuelo pequeño oculto en la frondosidad de una pequeña arboleda.
Se reveló sin hacer teatro de su presencia. Esperaba que Aylizz opusiese resistencia a su mera presencia y en parte no la culpaba. Deseó que el elfo estuviese lo suficientemente malherido com para no iniciar una batalla. Pero era terco. Casi tanto como ella... por eso no dejó mucho margen de acción y se acercó elevando sus manos. Mostrándose lo menos sospechosa que pudiese.
'Como si pudieses no parecer una bomba de relojería casera' La voz molesta de su sed se empeñaba en molestarla tentando su grado de paciencia.
-Espera... espera- dijo adelantándose a cualquier represalia- Creedme yo quiero estar aquí menos que ustedes queréis verme- añadió esta última palabra dirigida a Aylizz- Pero la vida no siempre se basa en lo que queremos, ¿Cierto?- dijo dando unos pasos más hasta ambos pero asegurándose de que la distancia aún era prudencial.
-Veréis, yo hubiese querido que aquellos frailes acabasen con Nousis esta noche- añadió, tentando su suerte- Pero claramente el destino no es muy generoso conmigo. También quería embadurnarme de la esencia hasta caer en el sueño profundo aliviando el dolor de esta estúpida herida que este estúpido elfo ha..- contuvo sus palabras. No había ido allí a aquello- Y aún así aquí estoy.
La visión de los cortes en la piel de Nousis la envolvió por vez primera. Tragò saliva, intentando apartar a la sed y desvió la mirada de nuevo a Aylizz.
-Pero tenemos que aprender a sobrevivir con la ronda que se nos depara. Con suerte, al final del juego...- añadió- Al menos uno de los jugadores confíe en que has ganado sin hacer trampas- añadió.
Dobló sus rodillas acuclillándose por un segundo y dejó el tarro de la esencia en el suelo, indicando a Aylizz que lo agarrase. Nouisis parecía necesitarlo más que ella, y aquello era una pequeña ofrenda de neutralidad dirigida a la elfa.
Caoimhe
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Pudo notar como, tan despacio como respiraciones posteriores a una gran carrera, su ánimo, subyugado por un imperioso deseo de continuar añadiendo restos al osario que era ahora aquel lugar de Lunargenta, iba sosegándose tras el gesto de su amiga. Pocas cosas eran capaces de calmarle en ese estado de frenesí, sobre todo, en el crucial instante donde alguien cercano a su corazón se encontraba en peligro. Pero allí, con los ojos grises clavados en su enemiga declarada, fue bajando su hoja tinta en sangre, y junto a su congénere, dejó atrás el macabro espectáculo donde la belleza del demonio encajaba con una lúgubre precisión. Un simple disfraz.
La fuente, escondida en uno de los diversos rincones de la urbe, se apartaba de una calle poco transitada, en uno de los barrios pertenecientes a artesanos. Atravesaron una oquedad trabajada en un hermoso seto que, aún en noche cerrada, fue fácilmente divisado por la capacidad de ambos elfos. Los colores violáceos de las flores alargadas repartidas a intervalos regulares indicaban a las claras que ese punto llevaba tiempo cuidado y protegido. Por lo que sabía de los reinos humanos, el espadachín no tenía demasiadas dudas en que los hogares de alrededor debían ser relativamente prósperos. Aunque el agua llegase por obras públicas, los bancos, la delicadeza del trabajo de jardinería y la escultura que dominaba el espacio habrían sido sufragados por los ciudadanos de alrededor.
Nou se tomó unos segundos antes de tomar un único cubo cercano, bien ensamblado, y recoger agua de la fuente. Casi lamentaba ensuciar algo así, pues aunque prefería la exuberancia de su tierra natal, la armonía de vegetación y arquitectura le resultaba atrayente. De modo que tomó el recipiente de madera, y quitándose la armadura y la camisa, echó sobre sí un primer y frío embate de agua. Sólo cuando miró una vez más a Aylizz, con la cabeza más despejada y la mayor parte de los trazos sanguinarios evaporados de su mente, reparó en que nunca se había visto en tal estado a la vista de su compañera. Volvió a dejar caer sobre sí dos chorros más, tomando el cabello con una mano y restregando el rostro con la otra.
-¿Cómo te encuentras?- preguntó. Él había esperado la traición de esa criatura. Ella, no obstante, se había visto obligada a contemplarla en todo su esplendor.
Al esperar la respuesta, con el único sonido de las gotas repicando en la fuente, sus ojos buscaron encontrar los de la elfa, mas los halló recorriendo los regueros manchados de líquido vital que también llegaron al suelo. Eso llevó nubes a los pensamientos del Indirel.
- Cansada. Muchas horas despierta.— comentó, con una tono que parecía intentar resultar casual. Una respuesta demasiado sencilla para cuanto había ocurrido —¿Qué me dices de ti?
Él mantuvo el silencio unos instantes, con el único resonar del tercer cubo. Su cabello ya volvía a verse como una masa oscura homogénea, lejos del rojizo que lo había manchado hasta hacía unos minutos. Limpió entonces el rostro y el cuello, al tiempo que respondía- Dos de dos. Nunca he tenido un buen día con esa criatura de por medio- suspiró- que te haya involucrado a tí... - sus ojos grises parecieron perder parte de su color. Su sangre volvió a clamar por dar archa atrás, por regresar a ese campo de cadáveres y añadir el de aquella que había tenido la osadía de atacar a la mujer que tenía a dos pasos- ¿Aún quieres mantenerla a salvo?
- Ya, bueno. La verdad es que me involucré yo sola.— apretó un instante los labios y frunció el ceño, palabras que sonaron conocidas al del espadachín. Cuantas veces él... —De verdad creí haber visto algo en ella.— afirmó, con clara decepción. Entonces se volvió hacia él. —Hazme un favor, ¿quieres? La próxima vez que te lleve la contraria y quiera confiar en alguien, por favor, no me lo permitas.
Nou sintió la tentación de sonreír. Aylizz era muchas cosas, lo había experimentado a lo largo de tantas aventuras en esos dos últimos años. Pero obediente no era, por su recuerdo, una de ellas.
- Pero ya que estás limpio...— añadió ella, en un tono más jovial—Sería absurdo que volvieras a pringarte. Así que dejémoslo estar...— se detuvo, antes de cambiar de tal forma el decurso de la conversación que hizo que la vista de su amigo volviese a ella —¿Conoces tu límite?— inquirió con seriedad.
-Ni siquiera voy a plantearme un escenario tan imaginario como aquel donde siguieras por entero mis indicaciones- aseguró cruzado de brazos, lavando ahora la camisa, que fue destiñendo el agua una y otra vez. Sin mirarla, en apariencia totalmente atento a eliminar una última mancha, añadió- Esa bondad... esa capacidad para no juzgar ni siquiera a un vampiro pese a todo lo vivido... Me sigue sorprendiendo.
Terminó de adecentar su vestimenta, antes de zambullirse en lo que ella había mencionado.
-Puede servir- aceptó poco convencido- Pero está claro que necesito un baño en condiciones. ¿Mi límite?- repitió observándola directamente, evitando una respuesta directa- ¿A qué te refieres?
- Conozco tus movimientos. Cuando luchas.— puntualizó —Tus gestos, tus miradas... Tu energía.— enumeró, deteniéndose un sutil instante en lo último. —Así es como aprendo.— se justificó sin que él hiciese ademán alguno de pedírselo —Antes, en ese sótano. Sé distinguir entre su caos y el tuyo. Así que me refiero al límite entre pelear y perder el control. ¿Sabes cuál es?
La voz femenina tomó su atención para depositarla en un rincón oscuro. Detestaba que ella hubiese contemplado esa parte de él. Una parte que siempre había mantenido bajo control, enjaulada tras unos barrotes ya carcomidos por las vicisitudes. ¿Acaso... le había tenido miedo? Esa línea mental produjo en él una odiosa duda. Su mirada giró hacia abajo y hacia un lado, entre la culpa y la molestia. Dejó la camisa a un lado, y como si buscase cualquier actividad, tomó el paño, mojándolo y dando otra pasada a uno de sus antebrazos
-Quise matarla- confesó en un tono suave, no exento de reticencia- A todos ellos. No te haría daño- especificó. Una verdad más real que la noche que los envolvía. Ayl, en cabio, compuso una sonrisa segura.
- Ni por un instante, nunca he dudado de ello. Y después de lo que te has esforzado por mantenerme a salvo todo este tiempo, el castigo de los Dioses sería poco comparado con el mío, si al final eres tú quien me la juega.— tomó la camisa para cierta sorpresa del Indirel, y se dispuso a escurrirla —Lo que temo es que te pierdas a ti mismo. Y no sepas volver... O no quieras hacerlo.— expuso, extendiéndole la prenda.
¿Era arrogancia el mero hecho de estar prácticamente seguro que algo así jamás pasaría...? No para Nou.
Aquello permitió al mayor de ambos volver a esbozar una sonrisa de medio lado- Te defiendes bien, ya has tenido incluso tu bautizo de fuego- comentó refiriéndose a Nytt Hus- Pocos pueden decir algo así. No te preocupes- sacudió la cabeza, aceptando su prenda- Eso... -se detuvo. Era difícil entrelazar cuanto deseaba decir con cómo sería recibido- Hay momentos... -volvió a detenerse antes de exhalar y mirarla una vez más- Sé controlarme. Aunque haya instantes y personas que me lleven a dar cuanto tengo por detener la marea. Sea cual sea.
- Si aunque... Creo que estaba mejor antes. Sin el saber de la experiencia.— sonrió de medio lado. —Tendré que creerte.- finalizó, cuando la inesperada figura de la vampiresa contaminó el pequeño jardín.
A medio vestir, el elfo volvió a empuñar su espada. ¡¿Qué demonios?! ¡¡CÓMO SE ATREVÍA!! Sus mirada gris mostró una ira fulminante, como pocas en su extensa vida. Esa mujer buscaba la muerte.
Sólo la evidente falta de hostilidad mermó escasamente sus ansias de despedazarla. Echó un rápido vistazo a Aylizz, temiendo alguna jugada sucia, algún acero escondido que pudiese lastimarla.
Pero no hubo tal.
El pequeño frasco, cuyo color y densidad no dejaron dudas de su contenido al espadachín rememorando la conversación con su amiga poco tiempo antes. No podía ser tan fácil, no con engendros, hijos de la oscuridad como era ella. Una retorcida lógica que aún no comprendía la había llevado a eso. Algo intentaba ganar. ¿A Ayl? ¿Un perdón, una deuda futura? Esa sibilina nocturna había demostrado ser capaz de dominar a líderes de nido. La falsa demostración que presenciaba distaba de engañarlo.
Sin embargo, y a pesar de sus palabras, para Nou todo dependía de su congénere. Quitando los restos de sangre de su arma, clavó la vista en Caoimhe. Con tono tranquilo, sus palabras sonaron poco más altas que el viento que meció el seto, y que arrancó nuevas gotas de su húmedo cabello.
-Vuelve a intentar hacer daño a alguien que me importa, y no me detendré hasta que uno de los dos termine muerto- omitió todo insulto. No era necesario. Colocándose de lado, con la espada envainada y las manos en la fuente, se dirigió a la arquera.
-Tú decides.
Nousis Indirel
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Parecía que hubieran dado con el mejor rincón de la ciudad en el que ponerse a remojo, dadas las circunstancias, pareciendo el agua lo bastante limpia como para no esperar una infección en el intento de lavarse las heridas. Tras cerciorarse de ello, el elfo no perdió más tiempo para desquitarse de toda prenda que lo cubriera por encima de la cintura, dejando ver los hematomas de los impactos, frenados por la armadura, y alguna estocada que había logrado alcanzarlo, además de la sangre que lo embadurnaba, dispersa en el cuerpo.
Aylizz desvió la mirada un momento ante aquella imagen, como si eso fuese a cederle la intimidad que nunca habían traspasado y pensó que debía concederle. Echó un rápido vistazo alrededor, todavía inquieta, vigilando sus espaldas por si los asuntos que habían dado por zanjados resultaban no estarlo, comprobando así que la quietud de la adentrada noche les brindaría resguardo para poder recobrar el aliento en soledad y en un silencio que sólo era interrumpido por el chocar del agua al caer a cubazos sobre el cuerpo desnudo. La elfa terminó por volver la vista y fijarla en las lesiones que iban quedando inmaculadas con cada friega, queriendo evaluar su alcance. Sin embargo, pareció perderse en la nada mental, persiguiendo con los ojos los regueros que se dibujaban en grana, arrastrados por el agua, obligados a resbalar por la piel hasta perderse en la fuente, ahora teñida. Internamente asintió para sí conforme, pudiendo entender el interés que, había comprobado, despertaba el elfo en las féminas. Cualquiera que fuera su origen. Por un instante pareció que todo quedaba inmóvil y enmudecido, aunque de eso no fue consciente hasta que la voz de Nousis le sacó de su inmersión, sintiendo reparo entonces por haberse parado a pensar algo como aquello en un momento así.
Podría ser la primera vez que ella se decidía a hablarle como si no existieran distancias entre ellos, no esperando que él fuese a darle explicaciones sin que ella preguntara. O más bien, las exigiera. Él era demasiado importante como para no hacerlo, no esperar la verdad sobre su malestar, más cuando acostumbraban a poner sus vidas a manos del otro. Y pensándolo bien, aquellas tres palabras fueron, quizá, las primeras que le escuchaba en claro reconocimiento de su valía. Te defiendes bien. De alguna manera, aquello le reconfortó. Y esperó que aquel fuese la nota dulce para una conversación que se había vuelto un tanto amarga, a pesar de ser necesaria. Aunque sólo un instante. Recapacitándolo, esperó que aquello no supusiera el preludio de su rendición ante aquella otra parte de sí mismo, viendo finalmente que ella, después de todo, podía defenderse sola. Y entonces sintió miedo. Pero no de él, como se apresuró a dejar claro.
El colgante comenzó a brillar cuando Coimhe se apareció tras ellos, haciéndose escuchar antes de poder ser interrumpida, a pesar de mantenerse semioculta entre las sombras. Temerosa de represalias o disponiéndose para la caza tras una sarta de mentiras, sólo ella conocía sus verdaderas intenciones. Por un instante se cuestionó si el temor sentido hacía un instante había sido real o la sugestión provocada por la presencia de una maldita. Había experimentado aquella sensación en presencia de otros seres como ella las veces suficientes para comprender que resultaba irracional. Simplemente, reactiva a su existencia.
«Algo en su ser les lleva a cometer atrocidades que ningún otro ser, en su sano juicio, llevaría a cabo. No. La falsa sensación de poder que les da la eternidad, se convierte en su principal enemigo. Cuando han vivido lo suficiente como para ser conscientes de su verdadera naturaleza empiezan una lucha interna consigo mismos. Su alma, tiempo atrás reprimida, lucha por recuperar terreno pero la maldición pesa más. Porque es eso, Aylizz, una maldición. No son otra raza más, aunque les hayamos concedido ese estatus, no. Es una maldición.»
«¿Qué haces cuando eres consciente de que tu vida no tiene un propósito salvo la mera existencia? Buscar uno. Resulta que lo más fácil en la vida es destruir: solamente con dar un paso, uno es capaz de aplastar decenas de hormigas, aplastar brotes recién salidos de la tierra y quién sabe qué más. Los vampiros hacen lo mismo. Cogen lo que creen que les pertenece y lo usan de cualquier forma hasta que lo convierten en algo informe, sin vida. Luego lo desechan. Les da igual que sea humano, elfo o un lagarto con dos piernas. Construir es algo más complejo, requiere un plan, un fin, un propósito. Su propósito es artificial, es autoimpuesto, por eso solo buscan la destrucción y con más razón ahora, que están en horas bajas.»
Entonces había asumido aquellas palabras como ciertas, tan sólo por la convicción con la que habían sido dichas, en boca de alguien que parecía saber con certeza de lo que hablaba. Sus experiencias, por otro lado, no le habían dado argumentos para pensar otra cosa… Hasta que Ébano decidió no matarla en cuanto se vieron por primera vez, cuando esa habría sido la única motivación de su no-vida, al parecer. Siendo honestos, ¿quién no se pondría a la defensiva ante una ofensa en su propio territorio? Por no hablar de robar la corona de una reina y terminar por hacer caer su castillo desde los cimientos. En fin, detalles… Ahora podía pararse a considerar que aquel era el pesar de aquellas criaturas, no su naturaleza. Infundir el miedo allá por dónde fuera que vagasen. Pero ya se sabía, que cada quién se enfrentaba a ello como podía, como sabía o como quería.
Y justo cuando estaba a punto de ceder ante aquella parte de sí misma que le obligaba a darle la vuelta a todas sus convicciones y la retaba a ver más allá de lo que todas las evidencias mostraban, la vampiresa volvió a reivindicar el intento de asesinato a su compañero. Chasqueó la lengua y sintió cómo sus adentros comenzaron a efervescer al darse cuenta que se debatía en algo que hacía un momento se había jurado no repetir: depositar su confianza en alguien que no la merecía. Rezongó internamente, se le hacía muy difícil mantener la compostura ante lo que siguió exponiendo y aferrarse a la idea de poder terminar la noche en paz. En un instante, miró de soslayo a Nousis, que parecía estar sosegado tras refrescarse y sin hacer ademán de replicar a las palabras de la nocturna. Quizá ella sólo buscaba eso, precisamente, medir hasta dónde podía forzar sus palabras. Entonces aludió a la herida, aunque pareciendo querer restarle importancia a la verdadera gravedad que, la elfa había asumido, no quería demostrar.
―Pero tenemos que aprender a sobrevivir con la ronda que se nos depara. Con suerte, al final del juego… Al menos uno de los jugadores confía en que has ganado sin hacer trampas.
Seguidamente a sus palabras, se inclinó un momento hacia el suelo y depositó allí el viral con la esencia que un rato antes le había hecho cambiar por su vida. ¿Qué demonios pretendía? ¿Debía acaso tomarlo como una disculpa? ¿Una propuesta de tregua? ¿Una ofrenda de paz? ¡Bah! Estaba cansada y el sibilino comentario del elfo, hacía unos momentos, ya había instaurado en ella la imagen de un reconfortante baño antes de un sueño reparador. Llegados a tal punto, no supo si agradecer o maldecir que le cediera el honor de tener la última palabra en todo aquel asunto.
―Hace tiempo que dejé de jugar a nada.― expuso con una seriedad impasible en el rostro y un claro hastío en la voz. ―Pero recuerdo que daba igual lo que fuera, odiaba perder.― afirmó, con una mirada inquisitiva. ―Pero tranquila, mi moralidad me impide hacer trampas. Es asquerosa.
Se agachó ligeramente y extendió el brazo hasta alcanzar el frasco, que sostuvo frente a sus ojos unos reflexivos segundos antes de guardarlo en uno de los bolsillos interiores de la túnica.
―Necesitarías mucho de esto para cubrirte entera. Y es más efectivo al ingerirlo, dicho sea de paso.― centró su mirada un instante en la zona donde se dejaba intuir la herida y la extensión de su afectación, después ladeó la cabeza hacia el elfo y acompañando el gesto con una caída de ojos, suspiró. ―Puedo sellar la herida, tratarla y preparar una contención para que no empeore en las próximas horas. Te dejará descansar y seguirás viva para la siguiente noche.― de su zurrón sacó un pañuelo de seda que envolvía un canuto de hojas de [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] cuidadosamente enrolladas y extendiendo las manos ante ella, se detuvo y expuso el último de sus intentos por mantenerse en los límites de la mutua conveniencia. ―Algo que jamás podrá replicar esa bruja, ni podrás conseguir en otro lugar, es el don que los Dioses concedieron a nuestras manos.
No esperaba que accediera de inmediato. Realmente, dudaba si llegaría a hacerlo. Aunque negarse, en una situación así, sólo habría denotado un orgullo superior al instinto de preservación. Lo sabía bien. Se había visto en aquellas y podía agradecer que sólo le hubiese quedado una curiosa cicatriz abdominal.
No confíes en una bruja… ¿A menos que eso te salve la vida?
Fuera como fuese, aquella vampiresa no mostró oposición a que Aylizz tratase sus heridas. Sin abandonar la cautela, le invitó a ahuecarse las ropas por sí misma, hasta descubrir lo bastante para poder manipular la herida. Posó cuidadosamente las manos sobre la piel encarnada, impregnándose al instante de la frialdad que desprendía, a pesar de lucir amoratada alrededor de las lesiones, donde en cualquier otro cuerpo la sangre acumulada bombearía, generando más calor. Asimismo, percibió de forma mucho más nítida que nunca los flujos de la energía en su interior, maldita y caótica, que trataba de traspasar sus barreras y despertar el miedo más irracional. Asumió que aquella activación resultaba intrínseca e incontrolable y sólo podía decidir no darle el poder que buscaba tener sobre su mente, por lo que sin mayor demora comenzó a pronunciar las plegarias de sanación en su lengua madre.1 Al terminar, cubrió la reciente cicatriz con los vendajes y con suma delicadeza, los cubrió al colocarle de nuevo la ropa de forma que quedaran bien adheridos.
―No es la mejor cura que he hecho, pero los medios son los que son.― reconoció al terminar. ―Un elfo abrió la herida y una elfa la cerró. Aunque para ser justos, podría haberlo hecho él mismo, chst.― rezongó, acompañando el sibilino ataque hacia su amigo con una sonrisa cómplice. ―Te vendrá bien descansar. En una habitación oscura, con una cama pasable por cómoda…― añadió, esta vez en un tono más conciliador. ―Queda a tu elección.
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1 {habilidad} Imposición de manos [mágica 1 uso]: Puedo imponer mis manos sobre mí o alguien más y realizar una breve plegaria. La Luz sanará la herida más grave del beneficiado y le otorgará un escudo que absorbe daño moderado por una ronda.
Aylizz Wendell
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Por supuesto no esperaba acción efusiva del elfo al que veía de soslayo curar sus heridas. De aquel hombre apenas conocía sino desgracia y algo en ella le indicaba que quizás la sangre que emanaba del mismo y que la había guiado hasta él podría estar incluso más maldita que la suya propia. Con la maldición sutil del inconformismo autogenerado.
Su ruego era para la elfa, y esta tuvo a bien recibirlo. Aylizz tenía la mirada cálida de alguien que aún cree en la humanidad en su todo. Lo notó el día que la conoció y ese mismo día también entendió que aquello era también su punto débil. No lo hizo a drede, llevaba demasiado leyendo sangre ajena como para no haber creado ciertos arquetipos según qué características. Tampoco podía decirse que estaba usando aquella 'debilidad" suya en su propio beneficio. Pero si entendía que aquello que la volvía vulnerable era también algo que envidiaba de la elfa y quizás fue lo que la impulsó a aceptar su "ofrenda de paz"
No pudo vaticinar lo que ocurrió acto seguido. La chica canalizó el éter dorado que a menudo la envolvía y llamó a sus propias células a encontrarlo. Como si de un imán hambriento de aquella sustancia sus células y sangre reaccionaron de manera lozana a la cura que propició Aylizz. Una parte de su mano pareció volver a revivir, tan solo un segundo. el tiempo suficiente como para recordarle a Caoimhe como se sentía estar viva.
Cuando acabó sus mano parecía volver a estar entera. Los bordes de la herida habían sanado y no había rastro de enfermedad en su muñeca. Tan solo una cicatriz algo torcida que surcaba su palma como queriendo separar su pulgar del resto de su mano le recordaba que aquello había sido el attrezzo de una masacre de origen élfico, pero también la acción agradecida de la misma raza.
Un recordatorio curioso, sin duda. No estaba segura aún de como tomarselo.
-Gracias- dijo en un susurro que tan solo los oídos de Aylizz pudieron entender.
Varios minutos pasaron antes de que alguno más hablase. Tan solo el sonido del agua limpiando las heridas de Nousis interrumpía el silencio.
- No hay muchos lugares seguros en esta ciudad- dijo finalmente Caoimhe- Como habéis visto, la religión ha tomado el poco sentido común que aún quedaba en aquellos con pocos recursos, y por desgracia, cuando el conocimiento es austero y mínimo.. la fe suele rellenar los espacios. - casi esperaba una reacción malhumorada por parte del elfo llamándola cínica o algo peor, asi que se adelantó- Ciertamente yo estoy en su lista de personas bendecidas... pero no creo que pueda tentar mucho más mi suerte por hoy. Sin embargo... aún existe una posada que quizás pueda darnos cobijo. No está muy lejos de aquí... puedo.. puedo mostraros- añadió.
Avanzó caminando entre varios edificios. Escuchaba como ambos individuos la seguían y se aseguró de usar el camino más expuesto a pesar de ser el más largo en un intento de aumentar la confianza de aquellos elfos:La noche comenzaba a clarear, y no tenía mucho más tiempo que perder jugando al juego de ajedrez que llevaban en proceso durante demasiado tiempo. Aquello era una tregua. En su cabeza tan solo un alto al fuego momentáneo que les permitiese reponerse... y después volver a sus antiguas andadas.
Cuando llegaron a la cabaña en cuestión la puerta cerrada les indicó una negativa que Caoimhe pronto se apresuró a cuestionar. Dio varios toquecitos en una de las ventanas y alternó algunos más leves con otros más fuertes en según que lado de la puerta.
Tras varios minutos y cuando quizás pensaron que nadie abriría, el mecanismo cedió. La vampiresa se tapó la cara parcialmente con su capucha y entró en el habitáculo que componía la recepción, esperando que sus compañeros hiciesen lo mismo.
La sala era estrecha y simple, y unas escaleras a uno de los lados indicaban la dirección a las habitaciones.
-Lilith- dijo la mujer que regentaba aquel lugar- No te esperábamos. De hecho... no te esperamos desde hace mucho- añadió.
-Lo se- dijo mirando de soslayo a Nousis y Aylizz intentando ocultar el nombre que aquella mujer había usado para referirse a ella- Pero tan solo vengo por motivos de fuerza mayor. Tan solo me quedaré un día y... - se giró hasta sus acompañantes- No se exactamente cuánto quieran quedarse ellos.., pero desquítalo todo de lo que me debes- finalizó esperando una reacción inmediata de la mujer.
-Entiendo- dijo- Imagino que ellos no...
-Ateos- dijo sin prestar mucha atención.
-¿Y que más esperan...?
-Un poco de vino, queso, uvas y pan servirá para ellos. Y yo... ya he cenado- añadió.
Los hombros de aquella mujer la miraron de arriba abajo posándose en los huesos que componían la anatomía casi anorexica de la chica, y cuestionando aquellas palabras. Pero tan solo asintió y sacó una llave del cajón principal de su mostrador. La puso encima del mismo y miró a Caoimhe,
-¿Y las otras dos?- dijo
-Lilith.. es casi de día. No tengo nada más. Tiene una cama doble y una bañera amplia con vistas a...-
Caoimhe estaba de mal humor, pero la luz del día la forzó a tomar una decisión rápida.
-Está bien...- se quejó- ¿Al menos las cortinas son lo suficientemente gruesas?l-
La mujer asintió algo molesta, y les indicó el camino a la habitación, subiendo las escaleras.
La vampiresa lideró de nuevo el camino. Cuando sus pasos llegaron hasta el lugar que les había indicado la mujer, abrió la puerta con soltura y ante ella una habitación de apariencia humilde pero amplia se descubrió.
La cama, lo suficientemente amplia para dos personas, estaba a uno de los lados de la sala, junto a un ventanal que iluminaba de manera sutil la sala. Caoimhe se apresuró hacia la misma, descolgando las cortinas gruesas de terciopelo negro y asegurándose que éstas cubriesen la totalidad de la ventana.
Lo hizo de manera autómata, casi olvidándose que no estaba sola y dejándo que sus compañeros llevasen a cabo sus propios ajustes en aquella habitación. Sus acciones, un ritual ensayado mil veces, la llevaban a encajar las cortinas por el marco de la ventana de manera que ni un solo orificio mostrase contacto con el exterior. Lo hizo de manera obsesiva y cuadriculada.
Cuando acabó agarró uno de los lados de la cama y con esfuerzo la arrastró de manera eficaz, alejándo el mobiliario de aquella ventana. El cabecero se tambaleó a medida que movía aquello y algo de polvo se alzó con sus movimientos.
-No... es ... mucho- dijo la mujer dirigiéndose más que nada a Aylizz e ignorando a Nousis- Pero.. esto tendrá que servir.
Se giró a él de pronto dejándo fluir una furia contenida mezcla de la vergüenza de que el presenciase el protocolo que tenía que llevar a cabo para sentirse segura en su habitación y el hecho de que seguía en aquel lugar.
-No creas que voy a darte el gusto de siquiera cerrar los ojos. Y si se te ocurre mover tan solo un milímetro de esa cortina te juro que romperé mi ayuno intermitente con cada gota de tu sangre podrida- añadió cruzando los brazos.
Se giró y sentó de manera incómoda en una de las esquinas de la cama. Cruzó las piernas sobre si misma, dando a entender que no pensaba acomodarse. Ni siquiera quitarse los zapatos y que deseaba que aquel día acabase cuanto antes. Aunque parte de ella notaba como el cansancio comenzaba a tomar sus hombros.
Tres golpes interrumpieron el ambiente, la comida que había pedido Caoimhe había llegado.
Su ruego era para la elfa, y esta tuvo a bien recibirlo. Aylizz tenía la mirada cálida de alguien que aún cree en la humanidad en su todo. Lo notó el día que la conoció y ese mismo día también entendió que aquello era también su punto débil. No lo hizo a drede, llevaba demasiado leyendo sangre ajena como para no haber creado ciertos arquetipos según qué características. Tampoco podía decirse que estaba usando aquella 'debilidad" suya en su propio beneficio. Pero si entendía que aquello que la volvía vulnerable era también algo que envidiaba de la elfa y quizás fue lo que la impulsó a aceptar su "ofrenda de paz"
No pudo vaticinar lo que ocurrió acto seguido. La chica canalizó el éter dorado que a menudo la envolvía y llamó a sus propias células a encontrarlo. Como si de un imán hambriento de aquella sustancia sus células y sangre reaccionaron de manera lozana a la cura que propició Aylizz. Una parte de su mano pareció volver a revivir, tan solo un segundo. el tiempo suficiente como para recordarle a Caoimhe como se sentía estar viva.
Cuando acabó sus mano parecía volver a estar entera. Los bordes de la herida habían sanado y no había rastro de enfermedad en su muñeca. Tan solo una cicatriz algo torcida que surcaba su palma como queriendo separar su pulgar del resto de su mano le recordaba que aquello había sido el attrezzo de una masacre de origen élfico, pero también la acción agradecida de la misma raza.
Un recordatorio curioso, sin duda. No estaba segura aún de como tomarselo.
-Gracias- dijo en un susurro que tan solo los oídos de Aylizz pudieron entender.
Varios minutos pasaron antes de que alguno más hablase. Tan solo el sonido del agua limpiando las heridas de Nousis interrumpía el silencio.
- No hay muchos lugares seguros en esta ciudad- dijo finalmente Caoimhe- Como habéis visto, la religión ha tomado el poco sentido común que aún quedaba en aquellos con pocos recursos, y por desgracia, cuando el conocimiento es austero y mínimo.. la fe suele rellenar los espacios. - casi esperaba una reacción malhumorada por parte del elfo llamándola cínica o algo peor, asi que se adelantó- Ciertamente yo estoy en su lista de personas bendecidas... pero no creo que pueda tentar mucho más mi suerte por hoy. Sin embargo... aún existe una posada que quizás pueda darnos cobijo. No está muy lejos de aquí... puedo.. puedo mostraros- añadió.
Avanzó caminando entre varios edificios. Escuchaba como ambos individuos la seguían y se aseguró de usar el camino más expuesto a pesar de ser el más largo en un intento de aumentar la confianza de aquellos elfos:La noche comenzaba a clarear, y no tenía mucho más tiempo que perder jugando al juego de ajedrez que llevaban en proceso durante demasiado tiempo. Aquello era una tregua. En su cabeza tan solo un alto al fuego momentáneo que les permitiese reponerse... y después volver a sus antiguas andadas.
Cuando llegaron a la cabaña en cuestión la puerta cerrada les indicó una negativa que Caoimhe pronto se apresuró a cuestionar. Dio varios toquecitos en una de las ventanas y alternó algunos más leves con otros más fuertes en según que lado de la puerta.
Tras varios minutos y cuando quizás pensaron que nadie abriría, el mecanismo cedió. La vampiresa se tapó la cara parcialmente con su capucha y entró en el habitáculo que componía la recepción, esperando que sus compañeros hiciesen lo mismo.
La sala era estrecha y simple, y unas escaleras a uno de los lados indicaban la dirección a las habitaciones.
-Lilith- dijo la mujer que regentaba aquel lugar- No te esperábamos. De hecho... no te esperamos desde hace mucho- añadió.
-Lo se- dijo mirando de soslayo a Nousis y Aylizz intentando ocultar el nombre que aquella mujer había usado para referirse a ella- Pero tan solo vengo por motivos de fuerza mayor. Tan solo me quedaré un día y... - se giró hasta sus acompañantes- No se exactamente cuánto quieran quedarse ellos.., pero desquítalo todo de lo que me debes- finalizó esperando una reacción inmediata de la mujer.
-Entiendo- dijo- Imagino que ellos no...
-Ateos- dijo sin prestar mucha atención.
-¿Y que más esperan...?
-Un poco de vino, queso, uvas y pan servirá para ellos. Y yo... ya he cenado- añadió.
Los hombros de aquella mujer la miraron de arriba abajo posándose en los huesos que componían la anatomía casi anorexica de la chica, y cuestionando aquellas palabras. Pero tan solo asintió y sacó una llave del cajón principal de su mostrador. La puso encima del mismo y miró a Caoimhe,
-¿Y las otras dos?- dijo
-Lilith.. es casi de día. No tengo nada más. Tiene una cama doble y una bañera amplia con vistas a...-
Caoimhe estaba de mal humor, pero la luz del día la forzó a tomar una decisión rápida.
-Está bien...- se quejó- ¿Al menos las cortinas son lo suficientemente gruesas?l-
La mujer asintió algo molesta, y les indicó el camino a la habitación, subiendo las escaleras.
La vampiresa lideró de nuevo el camino. Cuando sus pasos llegaron hasta el lugar que les había indicado la mujer, abrió la puerta con soltura y ante ella una habitación de apariencia humilde pero amplia se descubrió.
La cama, lo suficientemente amplia para dos personas, estaba a uno de los lados de la sala, junto a un ventanal que iluminaba de manera sutil la sala. Caoimhe se apresuró hacia la misma, descolgando las cortinas gruesas de terciopelo negro y asegurándose que éstas cubriesen la totalidad de la ventana.
Lo hizo de manera autómata, casi olvidándose que no estaba sola y dejándo que sus compañeros llevasen a cabo sus propios ajustes en aquella habitación. Sus acciones, un ritual ensayado mil veces, la llevaban a encajar las cortinas por el marco de la ventana de manera que ni un solo orificio mostrase contacto con el exterior. Lo hizo de manera obsesiva y cuadriculada.
Cuando acabó agarró uno de los lados de la cama y con esfuerzo la arrastró de manera eficaz, alejándo el mobiliario de aquella ventana. El cabecero se tambaleó a medida que movía aquello y algo de polvo se alzó con sus movimientos.
-No... es ... mucho- dijo la mujer dirigiéndose más que nada a Aylizz e ignorando a Nousis- Pero.. esto tendrá que servir.
Se giró a él de pronto dejándo fluir una furia contenida mezcla de la vergüenza de que el presenciase el protocolo que tenía que llevar a cabo para sentirse segura en su habitación y el hecho de que seguía en aquel lugar.
-No creas que voy a darte el gusto de siquiera cerrar los ojos. Y si se te ocurre mover tan solo un milímetro de esa cortina te juro que romperé mi ayuno intermitente con cada gota de tu sangre podrida- añadió cruzando los brazos.
Se giró y sentó de manera incómoda en una de las esquinas de la cama. Cruzó las piernas sobre si misma, dando a entender que no pensaba acomodarse. Ni siquiera quitarse los zapatos y que deseaba que aquel día acabase cuanto antes. Aunque parte de ella notaba como el cansancio comenzaba a tomar sus hombros.
Tres golpes interrumpieron el ambiente, la comida que había pedido Caoimhe había llegado.
Caoimhe
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Re: Quid pro quo [Privado] [3/3]
Suspiró, envuelto en resignación, cuando Aylizz tuvo a bien curar a esa criatura. Lamentó contemplar cómo el beso de su espada no continuó corrompiendo la carne maldita de la demonio, pero consideraba, en esos momentos, que era su amiga quien debía decidir. A fin de cuentas, ese no parecía el día en que otro ser de la especie infernal fuese purgado del mundo de los vivos. Y a pesar de todo, sonrió suavemente ante el curso tomado por su congénere, entre la ironía y el estoicismo. Todo hacía aprender a una persona y él no buscaba cambiarla, ni, mucho menos, obligarla. Tenía que confiar en que llegase a cuanto de ella esperaba por sus propios medios, sus propias reflexiones. No era un soldado a sus órdenes, y el aprecio que sentía por la muchacha templaba su natural inclinación a empujarla a cierto curso de acción.
Que la prestamista reconociese haber utilizado a los fieles de la extraña religión humana no hizo mella alguna en él. Perjudicar su impresión sobre ella, ya detestable, resultaba casi imposible. Las únicas y escasas maneras que hubiesen podido llevar a ello, habrían confluido en una lucha a muerte entre ambos.
Sin duda, continuar soportando la presencia de la vampiresa era de las últimas cosas que deseaba hacer. Resultaba imposible soslayar la tensión que llevaba inconscientemente a acercar su mano a la empuñadura de su espada, bajo el deseo de volver a abrir en ella un nuevo tajo más complejo de remendar. Y se habría negado en redondo a acceder a un edificio expresamente propuesto por la criatura, de no resultarle imposible dejar a Ayl, a pesar de todo lo ocurrido entre ambas, sola con… eso. Eso, y el cansancio que ya hacía mella en el elfo tras todo lo vivido en los últimos días.
No obstante, no esperó que la estancia fuese aquello con lo que se encontró.
En otro momento, diferentes circunstancias, habría podido acomodarse en una habitación decente de una de las posadas que se levantaban en la gran ciudad. En el que se encontraban, algo así, se dijo crudamente, no era posible. Fanáticos, mercenarios de otros usureros… Sí. La conclusión siempre resultaba la misma.
Odiaba Lunargenta.
-Ayl te ha curado- sonrió cargado de cinismo ante la ira del demonio de cabello oscuro- De modo que no voy a estropear su trabajo, por mucho que desee invitarte a recibir un amanecer en todo su esplendor. Creo que ambos lo disfrutaríamos.
Sí, no cabía duda que le complacía que ese ser se sintiese tan inseguro en su presencia que ni siquiera tuviese a bien permitir que su espalda calmase el agotamiento en el único lecho de la habitación.
Entonces, frunció el ceño, apartando pensamientos en absoluto adecuados para la situación que le concernía en esos instantes. Que su compañera aprovechase a dormir con serenidad era algo que tenía por entero nítido. Que Caoimhe pasase horas a un palmo de ella lo contemplaba de una forma infinitamente menos agradable. No resultaba posible saber cuando un engendro así mudaría el disfraz por la realidad que guardaba.
Por tanto, dormir en la tina estaba descartado. Había conciliado el suelo apoyado en troncos de árboles, rocas, paredes de ruinas e incluso al raso. No era la primera ni la segunda vez que esperaba un mal lance en la habitación de una taberna o similar. Podía soportar cerrar los ojos al día siguiente.
Al llegar la cena, dejó que Ayl tomase primero lo que le viniese en gana, antes de comenzar él con la magra selección que había pedido la misma que los había guiado hasta allí. Comiendo en silencio, observó cada retazo del lugar, preguntándose por su conexión con la nocturna. El mero hecho de alimentarse provocó en él una sensación de malestar en el estómago, preguntándose si esa aberración tendría ya una pauta para envenenar o drogar las viandas. No le hubiera extrañado en absoluto. Miró éstas de soslayo, maldiciendo su necedad. No tenía más remedio que confiar que no hubiera sido así.
El vino, tinto, no pudo evitar la sencilla comparación con el único líquido al que la vampiresa debía su vida. Rojo violáceo, con un olor intenso semejante a fruta madura, sin demasiado cuerpo. Sorprendentemente bueno, Nou concedió que los humanos, en Verisar, alcanzaban a realizar unos decentes. Paladeó despacio, con una ligerísima sonrisa en la comisura izquierda subrayando que su enemiga no podía disfrutar de sabores como ese. Castigo insuficiente, pero castigo, al fin y al cabo.
Desprendiéndose de la armadura media y la capa reforzada, las cuales dejó cerca de la tina, notó cómo sus músculos se relajaban de un esfuerzo ya cotidiano. Y se obligó a dirigirse una vez más a la criatura. Necesitaba asegurarse de algunas cosas y como un mal trago, esperar nunca resultaba buena idea.
-¿Cómo llegaste a conocer éste lugar?- comenzó, tratando de limitar la hostilidad que sentía por ella al mínimo aceptable- Te traes tratos con criminales, nidos de tu especie a los que no perteneces, otras de tu mismo oficio que ahora buscan matarte… Puedo suponer que lo consideras lo suficientemente seguro, pero nada lo es cuando se trata de un intercambio de favores, o de una obligación, o de una deuda- añadió entrelazando su profesión- Ya que presumiblemente no vamos a dormir- reconoció por mor de la mutua desconfianza, clavando sus ojos grises en los bicromáticos del demonio femenino- y tampoco parece que por el momento podamos acabar con el otro, hacer que ésta compañía forzosa sea lo más rápida posible, obliga a hablar.
Sí, no era la primera vez que se abría a mantener una conversación con un miembro de los malditos, y nunca había resultado en algo bueno. ¿Cómo podría…? Pero en él, esa parte cuyas cadenas eran cada vez más y más endebles, que había permitido que Ayl viese menos de una hora atrás, ronroneó ante tal idea. Dialogar era un buen paso para buscar debilidades. Algo útil para un tercer encuentro, donde su amiga no se encontrase presente, y él pudiese tornar a la única relación que un ser así merecía. Acero y sangre.
En un tono por entero diferente, señaló la copa de su compañera con un gesto de cabeza, sentado como estaba con la espalda apoyada en la pared.
-Deberías probarlo- sonrió, con calidez- hacía meses que no tomaba uno tan aceptable.
Suspiró de forma casi imperceptible, antes de un segundo trago. Iban a ser unas muy largas horas.
Nousis Indirel
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Re: Quid pro quo [Privado] [3/3]
En un principio dudó cuando Ébano se ofreció a guiarlos y a pesar de aceptar, de manera muda al seguir sus pasos, se mantuvo a cierta distancia mientras deambulaban por la ciudad en la que ya comenzaban a mezclarse aquellos que terminaban la noche con los últimos rayos de luna y los que comenzaban el día antes de salir el sol. Mientras caminaba, su mente divagó haciendo una cuenta rápida de las horas que llevaba sin dormir y llevando la mirada a sus botas, anticipó en sus pensamientos lo placentera que sería la sensación de descalzarse por fin.
Al llegar a la posada, la vampiresa pareció mostrarse cada vez más agitada al no ser atendida al primer aporreo de puerta. En ese momento dudó si se debía al acechante amanecer o al imprevisto de no encontrar las puertas abiertas. Por lo que fuera, se negó a cesar en su insistencia hasta que finalmente fueron atendidos, apareciéndose una mujer tras la puerta que los dejó pasar, aunque sin mucho afán. No tardó en hacerse evidente la relación que las unía, así que sólo pudo esperar que se mantuviera en mejores términos de los que se dieron con aquella otra socia.
Tuvo que hacer un esfuerzo consciente para que en su rostro no se apreciara la sorpresa al escuchar nombrarla de aquella manera, aunque tampoco es que hubiese asumido que Ébano resultara ser su auténtico nombre. Uno de tantos, obviamente, por un instante se preguntó ante cuántos respondería. Y si no resultaba agotador ser consciente de todos. Fuera como fuese, podían agradecer que hubiera una habitación, porque eso era mejor que ninguna. Y porque después de escuchar la dispensa que Lilith había solicitado para ellos ya no podía ignorar el rugido de su estómago, que desde el ya lejano almuerzo no había tomado bocado.
A decir verdad, la estancia presentaba un estado mejor del que podía parecer desde fuera, al lucir el exterior de la cabaña tan austero. Aún así, la nocturna no perdió un instante en ponerlo todo a su
Sin mover apenas el cuerpo, elevó una pierna y la llevó hacia sí hasta alcanzar las hebillas de la bota para aflojarlas. Repitió el proceso con el otro pie y entonces pudo descalzarse, haciendo palanca desde el talón, con una bota sobre la otra, hasta dejar caer las dos al suelo. Se regodeó internamente en aquel instante antes de incorporarse finalmente y quedar sentada en el colchón, comprobando que la tensión se había rebajado ligeramente y ellos también se habían tomado la libertad de acomodarse. Entonces reparó en la bañera. ¡Estaba tan cerca! ¡Y tan… ¿Vacía? Va-ya.
Qué conveniente que la cena llegara justo en aquel momento.
Antes de que la mujer cerrase la puerta tras dejar el servicio, la elfa se acercó para hacer una última petición. La pesadez que hacía un momento la hundía en un absoluto sopor pareció haber desaparecido de un plumazo, al levantarse de un respingo. Al volver hacia sus compañeros, acercó la bandeja hasta la mesita de noche, que después arrastró hasta quedar más centrada, junto a la cama y la butaca esquinera. Un gesto de Nousis le cedió el honor del primer bocado, mientras él se desprendía de las protecciones y el equipo. Lo cierto era que, a pesar de tener hambre, no tenía ganas de hincharse a comer. Tomó un puñado de uvas y un par de tajadas de queso, para empezar.
Entonces el elfo rompió el silencio, cuestionando a la vampiresa en un dudoso intento por rebajar la tensión entre ellos. Supuso. Llevándose otra uva a la boca miró Caoimhe, mientras las palabras del espadachín, enumerando sus hazañas conocidas, terminaban de asentarse en su cabeza. Antes de que ella pudiera responder a la pregunta, le dedicó una mirada vacilante entre curiosidad e inquietud.
—Eso, Lilith…— dejó escapar una ligera risa al utilizar aquel nombre —Cuéntanos. Y te diré que reconozco el mérito que tiene manejar todas esas influencias, aunque no sean las mejores.— indicó de manera genuina.
Se volvió entonces hacia Nousis ante su ofrecimiento, levantando la copa hacia él y respondiendo con una sibilina sonrisa. Tomó un pequeño sorbo a modo de prueba y tras paladear un momento, bebió un trago más largo.
—Pues sí, está bastante bien.— admitió, metiéndose otra uva en la boca y dando otro pequeño sorbo, para mezclar en la boca ambos sabores.
Unos pequeños golpes sordos en la puerta interrumpieron la conversación y la elfa no aguardó un momento para abrir. La muchacha había vuelto con dos cubas llenas de agua, que Aylizz casi le quitó de las manos, evitándole la molestia de tener que disponer también el baño. Sin mediar más palabra, se dirigió ágilmente hasta la bañera y vació en ella casi por entero los calderos, consiguiendo una tibieza agradable. Quiso reservar algo de agua caliente por si alguno decidía tomarle el relevo. Se volvió hacia ambos mientras se aflojaba los broches del corpiño y lo dejaba caer al suelo, liberando la presión y pesadez de su vientre.
—Vosotros hablad, como si nada. De veras me interesa esta conversación pero, con vuestro permiso, participaré desde ahí atrás.— tomando la copa, la acercó al borde de la bañera y entonces se dirigió a Nousis —No, como decías que no vas a quitarle el ojo de encima, pues yo tranquila.— expuso con sorna, antes de darles la espalda y disponerse a terminar de desnudarse tras el biombo.
Tomando una de las desgastadas toallas que colgaban del separador, la dejó doblada a los pies de la tina y con decisión se acomodó en el agua.
Aylizz Wendell
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Re: Quid pro quo [Privado] [3/3]
El elfo se dejó comprar por la austeridad de una copa de vino. Su mente despierta le ofrecía una tregua que ella no había pedido, pero que en cualquier otra situación habría desestimado. Por suerte para él, Caoimhe no estaba en una posición para buscar alternativas.
Ambos alimentaron el hambre con la comida que ella había encargado. Los observó llenar sus estómagos con una mirada vacía que ocultaba la envidia propia de saber que ellos sí podían deshacerse de aquella sensación de una manera libiana. Aquello quizás asentó la manera en la que contestó las dudas de Nousis. El elfo se había tomado la libertad de intentar apaciguar la situación mientras Aylizz también comía algo.
Sus palabras sobre sus quehaceres, intuyó, escondían una ponzoña camuflada en pasividad. A Caoimhe la envolvió una ola de pena al entender la ingenuidad con la que el hombre había pensado que iba a hacerlo participe de sus negocios.
-Me alegra saber que tu mente es capaz de enumerar todas las hazañas que me has visto realizar. Como bien ha señalado Aylizz.. no es un trabajo para cualquiera- Dijo, agarrando también una copa de vino. Su sed se mantenía intacta, pero esperaba que el efecto del alcohol calmase su falta se sueño. Sonrió a Aylizz de manera sincera. No la corrigió al llamarla Lilith. Quizás fuese mejor así- Imagino que encontré este lugar como se encuentran las cosas que no sabías que necesitabas -Por casualidad- No me malinterpreteis... no es mi primera opción en Lunargenta- dijo evasiva- Tampoco es un sitio donde quieras dejarte ver más de dos noches seguidas- Añadió con un tono algo más taciturno-Pero al parecer es popular entre las elfas- dijo y alzó la copa observando como Aylizz con la presteza de alguien que lleva esperando algo mucho, se levantaba de la cama y desvestía de manera parcial hasta llegar tras el biombo.
El sonido típico del agua tibia con el contacto de la piel llegó a sus oídos poco después de aquello. Otra ola de envidia inundó a la chica. Ella también hubiese dado parte de sus aeros por relajarse sin la preocupación de Nousis en la sala. Tenía un camino largo en la noche venidera, pero nada de lo que allí se cocía indicaba que aquello fuese a pasar.
Suspiró con el olor tipico de los bálsamos que Aylizz estaba usando inundando la sala. Se dejó caer sobre la cama y mientras se acomodaba desabrochó ella también su corsé, de manera parcial tan solo pero lo suficiente como para sentir cierto alivioen su espalda y busto.
Agarró una uva de manera distraida. Recordando el sabor dulce de la misma, distraía en un sinfin de pensamientos mientras con ella acariciaba sus labios, sin darse cuenta, quizás, de la sensualidad de la situación y olvidando por unos minutos que Nousis estaba rodeado de una elfa desnuda tras un biombo y una vampiresa que jugueteaba con la idea de despedazarlo.
-Pobre elfo desafortunado- dijo entonces girando sus ojos al hombre, con un tono burlón- No solo te he arruinado la noche... sino que ahora soy la tercera rueda en una situación... bueno, déjame decirte: La piel de Aylizz es... suave y tersa... y cálida.Y sus curvas simplemente perfectas- sonrió y mordió la uva finalmente. Casi notaba la incomodidad de Nousis. Y aquello la alegraba. No estaba seguro de si verdaderamente estaba interrumpiendo un posible escenario romántico entre él y la elfa, pero sin duda aquello la hacía alegrarse.
Dejó pasar unos minutos, el sabor dulce de la fruta aún en sus labios. La sed de sangre reclamándo aquello con lo que no la había alimentado.
-¿Por qué te buscaban los hombres de Kravor?- le dijo a Nousis, de manera directa- Debíste hacer algo lo suficientemente molesto como para que ese mequetrefe se preocupase por ti en vez de por sus propios colmillos. - dijo de nuevo, tintando aquellas palabras con ira. Se alzó de la cama con rapidez y con falsa preocupación se acercó a la mejilla del elfo, posicionando su mano en ella- ¿Quién te rompió el corazón tanto como para que nos odies así, elfito?- dijo con una sonrisa malévola. Retiró su mano antes de que él pudiese apartarla con desdén y se dejó de nuevo caer en la cama, sus cabellos esparcidos sobre la misma y una expresión macabra y sonriente en su gesto-Me debes la vida y aún estoy pensando como vas a repagarmela- analizó su expresión y algunos segundos después volvió a hablar esta vez on la mirada fija en el techo escuchando con atención- Dime tres cosas buenas de Nousis- preguntó a Aylizz con una curiosidad que acababa de encontrar y como si Nousis no se encontrase en aquella sala.
Ambos alimentaron el hambre con la comida que ella había encargado. Los observó llenar sus estómagos con una mirada vacía que ocultaba la envidia propia de saber que ellos sí podían deshacerse de aquella sensación de una manera libiana. Aquello quizás asentó la manera en la que contestó las dudas de Nousis. El elfo se había tomado la libertad de intentar apaciguar la situación mientras Aylizz también comía algo.
Sus palabras sobre sus quehaceres, intuyó, escondían una ponzoña camuflada en pasividad. A Caoimhe la envolvió una ola de pena al entender la ingenuidad con la que el hombre había pensado que iba a hacerlo participe de sus negocios.
-Me alegra saber que tu mente es capaz de enumerar todas las hazañas que me has visto realizar. Como bien ha señalado Aylizz.. no es un trabajo para cualquiera- Dijo, agarrando también una copa de vino. Su sed se mantenía intacta, pero esperaba que el efecto del alcohol calmase su falta se sueño. Sonrió a Aylizz de manera sincera. No la corrigió al llamarla Lilith. Quizás fuese mejor así- Imagino que encontré este lugar como se encuentran las cosas que no sabías que necesitabas -Por casualidad- No me malinterpreteis... no es mi primera opción en Lunargenta- dijo evasiva- Tampoco es un sitio donde quieras dejarte ver más de dos noches seguidas- Añadió con un tono algo más taciturno-Pero al parecer es popular entre las elfas- dijo y alzó la copa observando como Aylizz con la presteza de alguien que lleva esperando algo mucho, se levantaba de la cama y desvestía de manera parcial hasta llegar tras el biombo.
El sonido típico del agua tibia con el contacto de la piel llegó a sus oídos poco después de aquello. Otra ola de envidia inundó a la chica. Ella también hubiese dado parte de sus aeros por relajarse sin la preocupación de Nousis en la sala. Tenía un camino largo en la noche venidera, pero nada de lo que allí se cocía indicaba que aquello fuese a pasar.
Suspiró con el olor tipico de los bálsamos que Aylizz estaba usando inundando la sala. Se dejó caer sobre la cama y mientras se acomodaba desabrochó ella también su corsé, de manera parcial tan solo pero lo suficiente como para sentir cierto alivioen su espalda y busto.
Agarró una uva de manera distraida. Recordando el sabor dulce de la misma, distraía en un sinfin de pensamientos mientras con ella acariciaba sus labios, sin darse cuenta, quizás, de la sensualidad de la situación y olvidando por unos minutos que Nousis estaba rodeado de una elfa desnuda tras un biombo y una vampiresa que jugueteaba con la idea de despedazarlo.
-Pobre elfo desafortunado- dijo entonces girando sus ojos al hombre, con un tono burlón- No solo te he arruinado la noche... sino que ahora soy la tercera rueda en una situación... bueno, déjame decirte: La piel de Aylizz es... suave y tersa... y cálida.Y sus curvas simplemente perfectas- sonrió y mordió la uva finalmente. Casi notaba la incomodidad de Nousis. Y aquello la alegraba. No estaba seguro de si verdaderamente estaba interrumpiendo un posible escenario romántico entre él y la elfa, pero sin duda aquello la hacía alegrarse.
Dejó pasar unos minutos, el sabor dulce de la fruta aún en sus labios. La sed de sangre reclamándo aquello con lo que no la había alimentado.
-¿Por qué te buscaban los hombres de Kravor?- le dijo a Nousis, de manera directa- Debíste hacer algo lo suficientemente molesto como para que ese mequetrefe se preocupase por ti en vez de por sus propios colmillos. - dijo de nuevo, tintando aquellas palabras con ira. Se alzó de la cama con rapidez y con falsa preocupación se acercó a la mejilla del elfo, posicionando su mano en ella- ¿Quién te rompió el corazón tanto como para que nos odies así, elfito?- dijo con una sonrisa malévola. Retiró su mano antes de que él pudiese apartarla con desdén y se dejó de nuevo caer en la cama, sus cabellos esparcidos sobre la misma y una expresión macabra y sonriente en su gesto-Me debes la vida y aún estoy pensando como vas a repagarmela- analizó su expresión y algunos segundos después volvió a hablar esta vez on la mirada fija en el techo escuchando con atención- Dime tres cosas buenas de Nousis- preguntó a Aylizz con una curiosidad que acababa de encontrar y como si Nousis no se encontrase en aquella sala.
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