Bajo un cielo sin estrellas [Privado-Interpretativo]

En cuanto se quitó los zapatos, lo primero que hizo fue estirar los dedos de los pies; fue todo un alivio que le dejase ir descalzo entre los humanos, bastante tenía con sus extrañas prendas de ropa que no paraban de molestarle.

Realmente no había pensado en comer, pero ahora que lo mencionaba, tenía un hambre considerable. Podía aguantar sin alimentarse bastante, el bosque no siempre le proveía de lo que necesitaba. Por lo que pudo ver, los humanos comían bastante más que el, tendría que acostumbrarse también a eso. Afirmó con la cabeza y se dispuso a seguirla.

Al contrario que a lo que estaba acostumbrado, en las ciudades de los humanos la vida era menor por la noche; al no tener que cazar, sino que le regalaban la comida, imaginaba que se pasarían la noche durmiendo, o algo así. No podía evitar mirar a todas partes y alarmarse por cada sonido que escuchaba, aunque sabía que eso no era demasiado habitual para ellos. Un hombre paso tambaleándose a su lado y mascullando palabras ininteligibles. Brendarid no pudo evitar gruñir por lo bajo al ver como se acercaba, en otra circunstancia hubiese salido corriendo, o tal vez incluso se pondría violento, pero no podía hacerlo, supuso que no se vería con buenos ojos.

Sus pies pisaban la fría piedra, inerte, no había rastro de vida por donde pasaba, no le gustaba.
-¿Adónde vamos ahora?- Preguntó sin dejar de mirar a los lados y detrás de el.

No sabía qué respuesta sería la más apropiada. Probablemente diría el nombre de un lugar, una palabra que desde luego el no conocería, y acabaría quedándose igual que estaba. Tampoco sabría que le esperaba en ese lugar, así que no tendría más remedio que permanecer alerta, sin poder relajarse un minuto. Realmente no sabía para qué preguntaba, Tenía tal cantidad de palabras extrañas en la cabeza, que no podría acumular más y pretender entenderlas.

Salieron de la posada, la puerta de atrás estaba abierta así que ni siquiera tuvieron que pasar por la taberna para llegar a la calle, desde allí podía oler el alcohol y el mal olor de los borrachos, a vómitos y a amoniaco. 

Caminaba con las manos en los bolsillos hacia la calle principal, miraba a Bren de vez en cuando que parecía como un niño pequeño mirando hacia todas partes, descubriendo lugares que antes no había visto, a veces dudaba si podría adaptarse a la vida en la ciudad. 

-Vamos a la calle principal. -Le dijo señalando al frente. Pasaron una o dos callejuelas más y llegaron a la calle principal, la que iba desde la puerta principal hasta el puerto. Era una calle ancha, los adoquines algo desgastados por el paso de los carros, desde allí la vista era perfecta a casi todas partes, al fondo podían ver el mar, a su derecha el castillo coronaba la ciudad desde lo alto, y un poco más allá la catedral. 

Nana sonrió y miró a Bren cogiéndole la mano, había sido mercado y ahora en el suelo quedaban los restos que nadie quería, vagabundos y no tan necesitados buscaban entre las cajas de frutas comida para el día siguiente, allí ambos pasaban desapercibidos. Era en ese ambiente donde Nana se sentía bien, no entre pomposos aristócratas con aires de superioridad. 

Aún así era inevitable, cada vez que salía de noche le pasaba lo mismo, algunos borrachos se le quedaban mirando y le decían obscenidades, otros la insultaban por lo bajo, y otros que la habían reconocido simplemente la llamaban "La perra del rey". Nana se había hecho a estos insultos, pero poco le importaba a ella lo que una panda de borrachos podía decirle, envidiosos por su rango pese a su condición de mujer. 

-Mira, eso de allí es el castillo, allí vive el rey. -Le dijo señalando el castillo, pero ocultó la parte del mar, supuso que Bren jamás había visto el mar. -Al lado está la casa de los dioses humanos. -Le señalo la catedral, no entendía muy bien los dioses humanos pero parecían dioses bastante bondadosos pues siempre les protegían de las guerras.

Brendarid se sorprendía por casi cualquier cosa que veía en esa ciudad, pero en cuanto vio el castillo, tuvo que detenerse para poder contemplarlo. Abrió la boca como un crío embobado. Era increíble, no podía imaginarse que un ser vivo pudiese construir algo tan gigantesco. Le parecía tan grande como una montaña, sentía miedo e interés al mismo tiempo. Se giró para mirar a Nana, trató de decir algo, pero rápidamente volvió su mirada al castillo.
-¿Ahí vive el rey? ¿Cómo puede una sola persona necesitar tanto espacio? es sorprendente...

Tenía infinidad de preguntas que podría hacer que amaneciese antes de que acabase de formularlas, así que una vez se pusieron en marcha de nuevo, realizó la que más le había carcomido desde la entrada en la ciudad:
-¿Por qué algunos humanos se mueven de esa forma tan rara?- trató de imitarlos tambaleándose a los lados, pero le era tan difícil que casi acaba cayéndose al suelo.

También percibía que todos aquellos que caminaban así desprendían un olor algo desagradable, como si supurasen algún tipo de líquido con un penetrante aroma por los poros de su piel. Bueno, en general casi todo el mundo olía de forma desagradable. Vio a algunos vomitando en las esquinas, de su vómito también salía ese olor; tal vez fuese como huelen los humanos y no tendría más remedio que acostumbrarse, pero su aguda nariz no estaba demasiado a gusto con ello.

Se giró hacia Bren cuando este le preguntó, sabía que iba a tener muchas preguntas que responder y nada más salir se había armado de paciencia para responder todas ellas, hasta las que no tenía respuesta. Frunció el ceño y asintió con la cabeza a su primera pregunta, después se echó a reír al escuchar la siguiente. Negó con la cabeza y se frotó la frente, iba a ser difícil explicar aquello. 

-Pues... Es que beben un agua de los humanos que es especial y les hace estar felices siempre y moverse de esa manera. -Le dijo buscando una explicación que él entendiese, dudaba mucho que Bren hubiese probado el alcohol alguna vez, pero a ella le hacía falta una cerveza urgentemente para seguir aguantando todas las preguntas del lobo. 

Siguieron caminando por la calle hasta que el ruido de canciones de borrachos y el olor a cerveza rancia llegó hasta sus sentidos provocando una sonrisa. Hacía cuánto que no probaba la cerveza, que no comía un buen trozo de carne bien hecho. Le cogió fuerte la mano a Bren y estiró de su brazo hasta la puerta de la taberna de donde provenía el olor y el sonido. 

-Esto se llama taberna, aquí vienen a divertirse los humanos. -Le explicó delante de la puerta, resonó en sus tímpanos el sonido de cristales rotos y gritos de borrachos, por la puerta salía el olor a tabaco de pipa y otras sustancias. La piel se le erizó, sabía que tendría que enfrentarse a aquello más adelante, el simple hobby de salir por las noches se había convertido un una adicción poco saludable. Sintió que el corazón se le iba a salir del pecho cuando puso la mano sobre el picaporte de la puerta de entrada, no confiaba en su autocontrol. 

De golpe la puerta se abrió dándole casi en la cara, un grupo de borrachos salió de allí apoyándose unos en otros, Nana los miró. ¿Era esa la imagen que ella tenía de si misma todas las noches? No, ella se volvía salvaje y descontrolada cuando bebía, seguramente violenta. Suspiró hondo y sin pensarlo otra vez entró. 

Allí todo eran risas, volaban, literalmente, las jarras de vez en cuando, no había demasiada gente, pero para las pocas personas que eran hacían ruido por todas las que faltaban. Miró a Bren, sabía que aquello no le gustaría, le cogió las dos manos y le miró a los ojos con una sonrisa. 
-Vamos a divertirnos como los humanos. -Le dijo y como antes, estiró de su brazo hasta llevarlo a una mesa alejada de la multitud. Los borrachos les siguieron con la mirada, pero ella siquiera se molestó en girarse. Se sentó en la silla y apoyó los codos en la mesa, pringosa después de toda la noche y tantos borrachos. 

La camarera se acercó, una señora de avanzada edad, con cara de pocos amigos se paró frente a la mesa y sin decir nada tosió un par de veces. 
-Dos cervezas y dos chuletones de ternera. -Le pidió a la camarera con una sonrisa amable, ella respondió alzando una ceja y mirando a su compañero. -Tranquila, tenemos dinero. -Le respondió Nana lanzándole una moneda sobre la mesa. Ella simplemente asintió y se retiró hacia la cocina.

Taberna... otro nombre que le costaría recordar. Trataba de memorizar la imagen de cada lugar y sus peculiaridades, pues todos los edificios le parecían similares, cuando el intenso olor del interior le hizo retroceder unos centímetros, por no hablar del griterío. No entendía nada, todo le resultaba caótico y maloliente. Debía ser fruto del agua de la felicidad de los humanos, estaba deseando probar ese brebaje que te hace reír de esa manera. También supuso que ese olor provenía justamente del mismo líquido.

Se sentó pegado a la pared, pues se sentía intimidado por las miradas. Apretó su mandíbula para contener sus deseos de saltar encima del primero que viese. Se quedó mirando extrañado ese trozo de metal que Nana había depositado en la mesa, no creyó que lo fuera a entender aunque se lo explicasen, por lo que decidió no hacerlo.

Ternera, esa fue la única palabra que escuchó y entendió. Al fin podría comer, aunque fuese esa insípida y excesivamente blanda comida de los humanos.
-¿Y cómo se divierten los humanos? ¿Así?- dijo señalando a varias hombres que se tambaleaban y vociferaban como si hablasen con alguien a kilómetros de distancia. Los miró de reojo, no perdía de vista nunca movimiento dentro del edificio.

Al cabo de un rato, llegó la mujer con la comida y un recipiente con un extraño y oloroso líquido amarillento con espuma. Esa debía de ser el agua de la felicidad, pero no tenía tiempo para ello: se abalanzó contra el filete, mordiéndolo como si fuera a huir de puro terror. Cuando ya había dado un par de mordisco, dirigió su mirada al líquido; sujetó el largo vaso con una mano y aspiró el aroma. No le agradó, olía como sospechaba, así que dio un largo trago sin pensarlo.

Tan rápido como entró, fue la velocidad a la que lo escupió contra la pared. Nunca había probado nada tan amargo y asqueroso en su vida. Se limpió los labios con la manga y miró a Nana.
-Si estás tratando de envenenarme, te aseguro que vas por el buen camino...

La camarera llegó y dejó los platos sobre la mesa de mala gana, casi tirándolos, al igual que las cervezas, que se desbordaron cuando tocaron la pegajosa madera, jamás pensó que algo pudiese moverse una vez tocase la mesa. La miró con el ceño fruncido y cara de pocos amigos, ella sin pedir siquiera dinero se fue a la barra a seguir atendiendo a los borrachos. Para cuando Nana se giró a tomar un sorbo de su cerveza Bren ya devoraba el filete. Nana le miró con las cejas levantadas, no imaginaba que tendría tanta hambre. Cruzó las piernas y tomó un trago de su cerveza, tan amarga y espumosa, cómo lo había echado de menos. 

No cogió el cuchillo y el tenedor, no quería ponérselo difícil a Bren, así que cogió un chusco de pan y lo mordió para después empezar a comer, no habían comido en días, y aquello sabía a gloria. Masticaba el delicioso solomillo cuando Bren escupió la cerveza en la pared, Nana instintivamente cogió su plato y su cerveza y se echó hacia atrás para salvar su comida. 

-No se juega con la comida. -Le dijo de broma frunciendo el ceño y volvió a apoyarse en la mesa para seguir comiendo. Recordaba haber tenido aquella misma reacción la primera vez que tomó cerveza, pero una vez su paladar se había hecho a las costumbres humanas, la cerveza era lo único que amaba de Lunargenta. Alzó el brazo y la camarera vino tan rápido como pudo. -Un hidromiel suave. -Gritó y ella asintió con la cabeza y corrió de nuevo hacia la barra. -Esto te gustará más. -Le dijo a Bren con una sonrisa y siguió comiendo el solomillo.

Después de toser un poco y asegurarse de que ese infame líquido ya había abandona su ser, continuó en su tarea de engullir el filete. Porque eso es lo que hacía, engullir. La vida le había enseñado que si tardas en comerte algo, probablemente llegue alguien más rápido a quitártelo. Antes de que la camarera trajese otro vaso, el ya había terminado.

Esta vez lo analizó con más cuidado: cierto que desprendía el mismo olor que la anterior, pero en mucha menor medida. Reconocía el dulce aroma de la miel, tal vez este fuese algo menos amargo. La dirigió a sus labios, temeroso, temiendo lo peor; dio un sorbo mucho más pequeño que el anterior, no iba a arriesgarse. Para su sorpresa, el sabor era considerablemente diferente, le agradaba, por lo que siguió su modus operandi y bebió todo el contenido de un solo trago, soltando un largo suspiro al final.
-Me gusta- alzó el vaso hacia Nana- ,quiero más

No notaba la felicidad que debería notar y que invadía a todo el resto del local, tan solo sentía una extraña sensación en los ojos y una mayor cantidad de gases. Parpadeó varias veces, pero no se fue; no le dio demasiada importancia. Una ciudad hecha de piedra y cadáveres de árboles, lobos que caminaban junto a personas, ropas, construcciones gigantes donde solo vivía una persona, bebidas que te hacen ser feliz... No sabía que más cosas podrían reservarle los humanos. Cuanto más los conocía, más añoraba a su bosque.

Acabó el filete, hacía tanto que no comía que se sintió totalmente saciada con ese pequeño trozo de carne. Se frotó el estómago y se echó hacia atrás en la silla con la cerveza en la mano, tenía la de Bren al lado de la suya para cuando esta se acabase. Miraba a Bren y sus reacciones, ella sonreía disimuladamente negando con la cabeza, pero arqueó las cejas cuando vio que este sin pensarlo tomaba el vaso de hidromiel de una sentada. Fue entonces cuando recordó que algo así pasó su primer día de resaca. Rió por lo bajo ocultando su risa tras su pelo negro y después se lo recogió a un lado como acostumbraba a hacer. 

Se alegraba en el fondo de que Bren estuviese dispuesto a hacer todas esas cosas que estaba haciendo, no pretendía que le agradase, pretendía abrirle la mente a otros horizontes, que se olvidase por un momento de todo lo que había pasado en su vida y empezase de cero, y en parte, sentía que lo estaba logrando. 

-¡Otro hidromiel! -Gritó alzando la mano y la camarera, atenta a la mesa desde las miradas furtivas de la loba, corrió a atenderles. -Tienes que gritar eso cada vez que quieras que te rellenen el vaso. -Le explicó señalando la jarra y le sonrió. Ella ya había acabado su primera cerveza, ahora había cogido la cerveza que antes Bren había empezado y malgastado el mejor trago. Dio un buen trago a su cerveza y alzó la mano para pedir otra, que enseguida estaba encima de la mesa. 

Los borrachos la miraban y susurraban entre ellos, sonrisas y guiños lascivos. Nana intentaba ignorarles. 
-A ver quién bebe más. -Lanzó una mirada retadora a Bren con una sonrisa y le guiñó un ojo. Se remangó la camisa blanca y agarrando la cerveza con ambas manos se la bebió de una sentada. Alzó el brazo sin apartar la mirada retadora de Bren esperando la siguiente tanda de cervezas.

Al recibir su nuevo vaso, miró hacia los demás asistentes. Estaba acostumbrado a que a la hora de comer todos fuesen enemigos, por lo que se acercó el vaso con las manos mientras gruñía por lo bajo sin dejar de mirarlos. Volvió a beberse el contenido de un solo trago y depositó el vaso con fuerza contra la mesa. Estaba comprobando en sus carnes que esa sensación en los ojos era fruto de la bebida, la cual le hacía sentirse extrañamente más animado; aunque también desearía arrancarles los ojos a los que le rodeaban. Dudaba de que eso fuese debido al líquido de la felicidad.
-¿Por qué nos miran? no me gustan...- el no era consciente de que en su forma humana pasaba desapercibido entre ellos, por lo que suponía que se debía a que no les gustaba la presencia de licántropos en su ciudad.

Nunca había estado rodeado de tanta gente al mismo tiempo, se sentía como en una prisión de humanos. No entendía cómo el estar en esa ciudad iba a ayudarle a averiguar algo sobre la manada. Es cierto que había acompañado a Nana porque sentía que debía hacerlo, pero también esperaba encontrar a alguien que supiese algo, la más mínima pista. No podía olvidarse de los que destruyeron a su familia.

Sabía que a ella no le haría gracia el hecho de que siguiese en su búsqueda de venganza, era algo que no podía evitar. Pero echando una vista alrededor, suponía que ninguna de aquellas almas descarriadas, las cuales habían perdido varias capacidades como caminar, hablar o incluso estar conscientes, sabría siquiera qué era la manada.

Estaba oliendo su nueva jarra de cerveza, cada vez olía mejor, pero ella cada vez veía y oía peor. Abrió los ojos todo lo que pudo parpadeando y se frotó la frente. Hacía demasiado que no bebía y su cuerpo aún estaba asimilando todo el alcohol que estaba metiendo entre pecho y espalda. Cogió aire, tomó un largo trago y después dio un golpe con la jarra sobre la mesa, ya venía otra tanda de cerveza. 

Arqueó una ceja ante la pregunta de Bren, si bien ella se había dado cuenta de que los miraban, Nana les ignoraba, siempre hacía lo mismo, cuando iba a alguna taberna los borrachos la invitaban a beber, todos con segundas intenciones. 
-Nos miran porque te tienen envidia. -Le dijo riendo y negando con la cabeza. El alcohol empezaba a afectarle, estaba en su primera base. Tomó de un trago la siguiente cerveza y se puso en pie estirándose, después se asió la camisa levantándosela para airearse. -Qué calor. -Dijo mientras se abanicaba con la mano. 

Se acercó a Bren y se sentó sobre sus rodillas, se giró y le dio un apasionado beso, los borrachos se giraron maldiciendo por lo bajo. Nana se levantó de sus rodillas riendo y se tomó de un trago lo que quedaba de cerveza, la camarera ya iba corriendo a la mesa a llevarles más hidromiel y más cerveza. Nana le cogió la mano a Bren y estiró como lo había hecho para llevarle a la taberna. 
-Vamos a bailarrrr. -Le insistió cogiéndole el brazo con ambas manos y estirando. -Bailar, así también se divierten los humanos. -Le explicó y se echó a reír mientras se desabrochaba los primeros botones de la camisa, angustiada por el calor. Comenzaba a mover las caderas al ritmo de la música de la taberna, contagiosa sin duda.

Iba a preguntarle de qué podían tenerle envidia cuando ella le planto un beso bastante aleatorio en los labios que le dejó sin palabras. Ella le instaba en que bailara, pero el desconocía el significado de eso, mucho menos iba a realizarlo. Al ponerse en pie, notó que le costaba mantenerse firme: esas debían de ser las manos invisibles que empujaban a la gente por la calle y que ahora le empujaban a el.

Observó como ella movía las caderas, parecía más un ritual de apareamiento que otra cosa. No comprendía que se esperaba de el, por lo que la imitó. Por desgracia , su estado de embriaguez le hizo tropezarse y caer sobre una columna de madera. Meneo la cabeza.
-¿Cuál es el objetivo de todo esto?- las palabras salían de su boca con mucha más lentitud de lo que las pensaba. Parece que la felicidad para los humanos era hacerlo todo más lenta y torpemente.

Ahora que tenía un momento, realizó la pregunta:
-¿Por qué me tienen envidia? ¿Por ser licántropo y ellos no?- no era consciente de si había pronunciado las palabras demasiado alto. Tampoco creía que fuera un problema, suponía que los humanos se alteraban si se transformaba, no si sabían de su condición. Si los humanos podían ir por el bosque, ¿por qué no iban a poder ellos ir a sus ciudades?

No podía parar de reír, risa tonta y despreocupada, casi se había olvidado de todos sus problemas. Ella bailaba y los borrachos la miraban, reían ante la torpeza de su compañero. Cuando se tropezó Nana se llevó la mano a la boca disimulando su risa y después se acercó a Bren, al ver que estaba bien le sonrió y siguió bailando con la cerveza en la mano. 

-No hay objetivo, es reírse y pasarlo bien. -Le dijo riendo y le dio un trago a la cerveza, cuando habló de licántropos Nana casi escupe la cerveza. Se limpió la boca con el brazo y frunció el ceño mirando a Bren. -No hables de eso aquí, ¿No recuerdas lo que te dije? -Le regaño y le dio un pequeño toque en la frente con el índice para después dar una vuelta sobre si misma, así, porque sí. Se mareó un poco más, pero la noche era joven, y ella también lo era. -Te tienen envidia porque estás con una mujer. -Le respondió riendo, había pensado que Bren había entendido aquello. No habían más mujeres que ella y la camarera, lo demás, hombres borrachos, tan borrachos que no se atrevían a levantarse de la silla siquiera. 

Le dio otro trago a la cerveza cuando notó que alguien le tocaba por detrás y le pellizcaba la nalga. Nana frunció el ceño y se giró de golpe abofeteando al borracho. 
-Deja a ese y vente conmigo preciosa. -Pese a la bofetada aún se mantenía en pie. Intentó agarrarla de la cintura pero Nana se escurrió, no quería problemas, sino él ya estaría fuera del local con un ojo menos. 

-No, déjame. -Le dijo seria frunciendo el ceño y le empujó, pero él le agarró del brazo bruscamente casi tirándola al suelo. Afectada por la cerveza Nana se tambaleaba al andar, estaba algo mareada pero el aliento de aquel hombre se le clavaba en la nariz y no la dejaba respirar. -¡Que me sueltes! -Le gritó empujándole, en vano, pues había perdido su fuerza con el alcohol y aquel hombre tres veces más grande que ella ahora la sostenía del brazo con intención de llevársela fuera.

Sus movimientos eran cada vez más torpes, menudo concepto de felicidad tenían los humanos. Cuando el pensaba en felicidad, se le venía a la cabeza un rebaño de ciervos desprevenidos, o una cría de jabalí desprotegida. Pero para ellos era caerse a los lados, hablar mal y perder el control de la mayoría de sus sentidos.

Al ver que aquel repulsivo humano ponía su mano sobre Nana, el instinto fue superior a el; por lo que sujetó la silla donde había estado sentado y sin dudarlo un instante, golpeó su cabeza, dejándolo inconsciente. Todas las miradas se fijaron en el y en cómo sujetaba los pedazos de madera en los que se había convertido la silla.

Su respiración se había agitado y seguía con la mirada fija en aquel hombre, esperando algún movimiento de sumisión si es podía realizarlo. El silencio se hizo en aquel lugar, solo podía escucharse los sonidos del exterior y el aire que expulsaba Brendarid, que casi eran gruñidos.

Cuando volvió en sí, se dio cuenta de todas las miradas que tenía encima, por lo que arrojó los maderos y decidió salir de aquella situación con la única frase humana que conocía:
-¡Otro hidromiel!

A la gente no pareció importarle, al escuchar esta frase todos se giraron y volvieron a sus conversaciones, generalmente no tenían sentido. Cuando todo se hubo calmado, miró a Nana.
¿Te ha... hecho daño?- cada vez le era más difícil hablar correctamente.

Todo pasó demasiado rápido para su estado de embriaguez, se apartó nada más la soltó el hombro sujetándose el brazo frunciendo el ceño, para cuando giró la cabeza para decir algo, Bren estaba con dos maderos que en su momento serían las patas de la silla que le acababa de partir en la cabeza a aquel hombre. Nana miró a Bren y de nuevo miró al hombre tendido en el suelo rodeado de astillas, y de nuevo miró a Bren con los ojos abiertos. Ladeó la cabeza sorprendida y confusa.

Dio un pequeño salto para pasar el cuerpo del hombre y se acercó a Bren. Había pedido otro hidromiel, al parecer aquello de ponerse agresivo con el alcohol no solo a ella le solía ocurrir, se sintió un poco menos mal. Asintió con la cabeza a su pregunta y después volvió a mirar al hombre. Todas las miradas por un momento se centraron en ellos, pero después de aquel acontecimiento nadie se atrevía siquiera a mirar a la loba.

Nana comenzó a reírse, se apoyó en uno de los pilares de madera de la taberna para no caerse y le dio otro trago a la cerveza.
-Así que estabas celoso eh. -Dijo entre risas y negó con la cabeza y se casi lanzó a los brazos de Bren. -Puuuufff qué incómoda es esta ropa. -Frunció el ceño exageradamente abriéndose la camisa. Entre el alcohol, el olor a pipa, a comida, a orín, vómito y la chimenea, Nana se sintió agobiada por la situación. Pese a todo ella seguía bailando a su manera, casi inmersa en su mundo. 

Llegó la siguiente tanda de cervezas y el hidromiel de Bren. Nana alzó la jarra mirando a su compañero con una risa tonta. 
-¡Arriba! -Bajó la jarra casi al suelo agachándose. -¡Abajo! -Se levantó casi cayéndose al suelo de lado y estiró el brazo todo lo que pudo. -¡Al centro, y pa' dentro! -Gritó y después se echó a reír, una vez hubo recuperado el aliento comenzó a beber la cerveza inclinándola de manera exagerada al igual que la cabeza.

La miró agitando un poco la cabeza, no le resultaba placentera esa sensación de mareo continuo. Volvió a beberse el hidromiel que le trajo la camarera de un solo trago. Se atragantó un poco con el líquido y tosió levemente; luego se apoyó en una columna cercana para evitar ese incesante movimiento que generaba su cuerpo sin obedecer sus órdenes.
-¿Celoso?-dijo una vez estuvo más calmado- Creo que no tengo claro ni qué es eso.

Miró a todos lados algo confundido: estaba perdiendo la noción de lo que pasaba a su alrededor, lo que le hacía sentirse sumamente vulnerable frente a un montón de humanos hostiles. Apenas podía ya distinguir con claridad toda esa gama de olores que hacían que su sentido del olfato se volviese completamente loco. Tal vez para los humanos la felicidad fuese el no enterarse de nada de lo que les rodeaba, pues no merecía la pena.

Le costaba enfocar las cosas, pero logró mirar hacia el sitio donde más o menos se situaba Nana.
-No me encuentro bien... No sé si es lo normal o tal vez esté enfermando...- Su voz le sonaba diferente: más nasal, arrastraba mucho más algunas consonantes y hablaba con bastante lentitud.
-¿Hay alguna forma de que esto se cure?

La cosa se estaba poniendo demasiado bizarra, Bren parecía no encontrarse bien, Nana intentaba dar más de dos pasos seguidos sin tambalearse, no podía parar de reír ni bailar, así como cada vez que le daba un trago a la cerveza crecían sus ganas de acostarse con el primero que pasase. Sentía un cúmulo de sentimientos, eso era lo que le hacía sentirse viva. Miraba a todos los borrachos uno a uno, analizándolos y luego se echó a reír mientras mordía el borde de la jarra de cerveza. 

Miró a Bren arqueando una ceja, ¿Que cómo se le podía pasar la borrachera? Nana se echó a reír y le dio una palamada en la espalda negando con la cabeza. 
-Sí, hay una. -Le dijo intentando ponerse todo lo más seria que pudo y le cogió la jarra de hidromiel que estaba bebiendo y la juntó con la cerveza que ella bebía. Rió de nuevo y le dio un buen trago a la jarra, haciendo un gesto de asco. Realmente no le sabía a nada ya, pero tanto alcohol le había quemado la garganta. Tosió un par de veces y se pegó a Bren alzando la cabeza para mirarle con una sonrisa estúpida en la cara, la camisa casi desabrochada. 

Le abrazó por el cuello y sin más empezó a morderle la oreja, pero luego por alguna extraña razón que desconocía se echó a reír como una loca. 
-Nooop... Peeerrito malo. -Le dijo dándole un toque con el índice en la nariz y negando exageradamente con la cabeza. Se soltó de Bren y se dio la vuelta, o eso intentó, cuando iba a darse la vuelta ella misma tropezó con sus propios pies y cayó de espaldas sobre el suelo, siguió riendo un buen rato desde allí mientras movía los brazos intentando levantarse, imposible, toda la fuerza se le iba mientras reía.

Por alguna razón que no llegaba a comprender, todo ese asunto le hacía gracia. Trataba de controlar la risa, pues consideraba que era un símbolo de debilidad, pero en cuanto Nana se cayó al suelo, tuvo que aguantarse para no reírse. Apenas sí fue consciente de que ella le lamido la oreja justo antes de derrumbarse entre un aluvión de risas.

Temió que si se agachaba para ayudar a que se levantase, acabase el también en el suelo, lo que no sería bueno para nadie, ya que no estaba en condiciones de levantarse si se tumbaba.
No... no me llames perro... no soy... no soy un perro...- dijo mientras le tendía la mano para levantarla.

No le gustaba, quería volver a ser el dueño de todas sus capacidades. Todo a su alrededor se movía más lento que de costumbre_ si movía la cabeza, los objetos la seguían con unos segundos de retraso. Tal vez si conseguía que ella se levantase del suelo y vocalizase algunas palabras lógicas, podría averiguar cuál es el método de librarse de esa "felicidad" humana.
Dime cómo voool... volverr a la nooouurmalidad...- ni siquiera el mismo lograba comprender del todo las palabras que salían de sus labios.

Se puso en pie con ayuda de la mano de Bren, tambaleándose y mareada por el olor a pipa y todo el calor que hacía allí dentro Nana le agarró la mano sin entender qué había dicho, poco importaba qué decía o dejaba de decir. Los borrachos seguían cantando pero cada vez había menos personas, ignoraba en qué momento del día era, y temía en salir y que fuese medio día ya. 

La gente los miraba al salir, aunque caminaba lento todo parecía ir bastante rápido para ella, estaba demasiado mareada para girarse y decirle algo a Bren. Se echó a correr una vez estuvo cerca de la puerta. 

Una vez fuera aspiró fuerte y soltó todo el aire, sentía como se le estaban purificando los pulmones, pero su hígado seguía llorando. Se estiró disfrutando de cada bocanada de aire, aún así, hacía frío, la humedad de las calles aún era palpable, había llovido allí también los días anteriores. De su boca salía ese humillo de frío y humedad. 

El mareo bajó considerablemente pero las ganas de reírse del mundo no se habían calmado, ni sus instintos, nada. Miró a Bren, echándole una mirada exageradamente lasciva, todo cuando estaba borracha era demasiado exagerado. 
-¿Quieres ver algo bonito, irnos a seguir bebiendo o ...-Achinó los ojos intentando ver bien, habían dos o tres Bren al mismo tiempo, rió y se agarró a la camisa de Bren para no caerse de nuevo. -... O nos vamos a dormir? -Acabó cuando notó la pesadez de sus párpados, aún así, ella aún quería ver más, reírse del mundo un rato más. Se quedó allí en silencio, demasiado concentrada en no caer el equilibrio mientras miraba a Bren a los ojos.

El aire de la noche le golpeó la cara, haciendo de todo menos despejarlo. Vio a Nana correr y se preguntó cuánta práctica debía de tener con ese líquido, pues si el hiciese eso, acabaría en el suelo con la nariz rota. Caminaba apoyando una mano en la pared más cercana para poder mantener el equilibrio de alguna manera, sus piernas ya no eran de fiar.

Meditó la pregunta mientras ella seguía pegada a su cuerpo. No había visto una sola cosa bonita dentro de esa ciudad.
-Vale...¿Qué es la cosa bonita?

Los párpados no le obedecían, no se cerraban al unísono, sino que cada uno era independiente de su vecino. Levantó la mano en señal de que no respondiese todavía, consiguió mantener el equilibrio lo suficiente como para coger su rostro entre las manos y plantarle un beso en los labios sin ningún motivo aparente, simplemente supuso que no estaría mal.
-Ahora puedes responder- dijo volviendo a poner la mano en la pared.

No había sido el instinto de la vez anterior, pues lo habría notado. Tal vez su parte humana estaba más despierta debido a ese líquido extraño que le obligaba a sujetarse para no caer y a hacer cosas como esa, que no haría en un estado normal. Empezaba a comprender eso de la felicidad, pero seguía siendo superado ampliamente por el malestar.

Se quedó un rato allí estupefacta por lo que acababa de pasar, no sabía si realmente había sido Bren o el alcohol el que le había dado el beso, pero se le disparó el corazón, como una tonta parpadeó rápido varias veces. Después negó con la cabeza, un suave rubor recorrió sus mejillas, notó el contraste de temperaturas en su cuerpo. 

-Ah.. Eh... Sí. -Volvió al mundo, o al menos eso intentaba. El alcohol la hacía demasiado vulnerable a esas cosas tontas que de normal en ella habrían rebotado en su escudo sin efecto aparente. -Es una sorpresaa... -Le dijo con una sonrisa de oreja a oreja. Aún estaba mareada y sentía que iba a vomitar casi todo el tiempo, pero podía controlarlo, el aire limpio y el frío le despertaba. 

Pero no era todo bueno, al despertarse podía notar el frío de la calle sobre sus huesos. Un escalofrío le recorrió la columna y empezó a tiritar. Aún así si Bren se quedaba parado le iba a entrar sueño y se iba a dormir en cualquier portal que encontrasen. 

Le agarró la mano, tal y como suponía estaba haciéndose de día. Estaban relativamente cerca del puerto, por allí el cielo empezaba a despertar con colores verdes. Se giró de golpe y antes de salir de la callejuela se puso detrás de Bren y le tapó los ojos. 
-No mires eeeeh. -Le dijo poniéndose de puntillas y le guió hasta la mitad de la calle principal. Allí la gente empezaba a moverse, los comercios, los puestos ambulantes, todos empezaban a montar sus cosas, ese olor a pan recién hecho le traía recuerdos. 

-Ahora, mira. -Destapó las manos de los ojos de Bren y se puso a su lado para contemplar aquel gigante azul que era el mar, allá en el horizonte se distinguían las nubes, difuminadas con rojos y naranjas, era todo un espectáculo de colores para todos los sentidos. Aquel hacía contraste con el cielo aún negro del otro lado. El cielo salía por el este, allí de donde ellos eran, pero nunca podían ver aquellas cosas.

El olor de la comida le gustó, no era nada que hubiese olido antes, pero supuso que debía de estar delicioso. Cuando ella le tapó los ojos, le llegó un olor peculiar, jamás había notado algo así. Le era extraño, pero, fuese lo que fuese, tenía que ser de proporciones inimaginables.

En cuanto pudo abrir los ojos vio algo que jamás creyó posible, ni siquiera se le había pasado por la mente que pudiese existir. No pudo mantener el equilibrio y cayó de culo; se quedó allí sentado, con la boca abierta y la mirada fija en aquella masa inmensa de agua. Señaló con el dedo como un niño emocionado.
-El... el sol... sale del agua...

La lucidez casi había vuelto después de semejante sorpresa. Una cantidad de agua tan grande que se extendía hasta el mismísimo horizonte. Realmente no creía que pudiera existir algo así.
-¿Por qué es tan grande? ¿Lo hizo el mismo hombre que vive en la casa gigante?

Su vista navegó por entre las olas, mucho más grandes y salvajes que las que pudiera haber visto en el lago. La espuma coronaba algunas de ellas, pensó que tal vez esa espuma fuese la misma que la que usaban en su agua de la felicidad. Claro, probablemente esa fuera el agua de la felicidad en sí misma.

Sus suposiciones eran ciertas, Bren miraba hacia el mar como si lo mirara por primera vez. Nana alzó la cabeza y lo miró, era más curioso ver sus caras que ver el espectáculo que estaba sucediendo entre olas. Se acomodó el pelo, despeinado. Suspiró hondo dispuesta a responder las preguntas de Bren. 

-Se llama mar, es el graaan lago que rodea Aerandir. -Le intentó explicar. -Es agua pero no se puede beber, es salada. -Le siguió explicando, pero se quedó sin nada más que explicar, no entendía el mar, ni de dónde venía el agua salada, ni qué había allí. Solo había estado en barco una vez, con Lucius, la nostalgia la invadió al recordarlo. Frunció el ceño, estaba demasiado borracha para pensar en esas cosas. 

-¿Vamos a casa? -Le preguntó con cara de cachorro abandonado. -Me duelen los pies... -Se miró los pies, las botas le apretaban los dedos y le calentaba la suela, además, estaba casi tiritando del frío. -Tengo mucho sueñooo. -Frunció el ceño, los párpados le pesaban, y cuando veía un portal le podían las ganas de tumbarse allí y dormir hasta el día siguiente o la semana siguiente. 

Miró a Bren y se acurrucó repentinamente entre sus brazos buscando el calor de un abrazo. No sabía cuántas horas habían pasado fuera de la posada, y aquello pronto se llenaría de gente y Bren no parecía estar aún preparado para vivir un mercado en mitad de Lunargenta.

Aunque no quería tener que separarse de aquella maravilla visual que era el mar, el abrazo de Nana acabó convenciéndolo; ciertamente, el también tenía bastante sueño. Asintió en silencio sin apartar la mirada de la gran masa de agua infinita.
-Sí, vámonos a casa.

Cuando se dio la vuelta para caminar, vio que la cantidad de gente aumentaba paulatinamente, cosa que no es que le agradase, pero que sabía que tenía que convivir con ello. Las calles comenzaban a llenarse de un dulce aroma a comida recién hecha que el no reconocía.

Puede que el caminase con complicaciones, pero era probable que de los dos fuese el que mejor se mantenía en pie, por lo que rodeó los hombros de Nana con un brazo y trató de guiarla por las calles cada vez más pobladas. Le estaba costando, pues todo le parecía exactamente igual, todo desprendía un olor semejante.

Miraba a todas partes tratando de encontrar algo que le resultase familiar, pero ni siquiera era capaz de encontrar la taberna de la que habían salido.
-Esto... creo que deberías guiarnos tú...- Cada vez había más ruido que sus finos oídos no estaban preparados para soportar, empezaba a dolerle la cabeza y necesitaba silencio.

El frío de la madrugada se le metía en los huesos y no le dejaba a penas mover los pies para seguir a Bren, no entendía muy bien por qué él les estaba guiando pero estaba demasiado somnolienta y cansada para pensar en nada, simplemente deseaba llegar a su cama, quitarse la ropa y dormir hasta el día siguiente, o quién sabe, quizá hasta la semana siguiente o el mes. Podría ponerse a hibernar, como los animales, se preguntaba si podría hacer lo mismo que los osos y pasarse todo el invierno durmiendo. Fruncía el ceño mientras pensaba todo aquello, imaginándose su vida si tan solo durmiese, y era tan feliz. 

Agitó la cabeza para volver al mundo, ciertamente Bren estaba llevándoles por calles extrañas, seguramente guiado por el olor apetecible del pan recién hecho y la comida. Sonrió, al parecer había encontrado algo que le gustaba a Bren de la ciudad. Le cogió la mano y se desvió por una de esas calles que a ella le gustaba tanto, estrecha, en los balcones habían maceteros con todo tipo de plantas, las cortinas coloridas de las ventanas le daba otro aire a la calle. Volvió a girar a la derecha, seguían siendo iguales las calles, estaban ya cerca de la posada. 

Giraron una calle más y allí estaba, el viejo cartel de la posada se zarandeaba de un lado a otro por el poco viento que entraba por la callejuela, de fondo, se podía ver la calle principal, los puestos recién montados. No entraba ni salía nadie de la posada, Nana no dijo nada, tan solo esbozó una sonrisa amplia y se le iluminaron los ojos, por fin podría dormir.