[evento] La sal

El agua estaba fría pero refrescante... El sol brillaba pero sin quemar la piel... La brisa soplaba pero sin crear fuertes vientos... Todo era bonito y brillante, como si la maldad no fuese nada más que la invención de algún pobre despistado... Pero entonces... ¿¡Qué cojones hacía de nuevo en tierras de orejudos!?

Ya tenía experiencias suficientes como para saber que alejarme a cuanto más fuese posible de aquellas tierras era lo más razonable, pero no, esos no eran los planes que tenía preparados para mí el líder de los licántropos... Después de mandarme por la planta de aspecto imposible me había mandado por el pez de aspecto más imposible aún; una criatura tan abstracta que no tenía el derecho siquiera de ser llamada ser vivo. Pero ahí estaba yo de nuevo, buscándole a Thorbald lo que parecía ser la lista de la compra de los imposibles.

Después de horas sumergida bajo la salada agua del océano decidí descansar al menos lo suficiente para que mis ropas se secasen a la luz del pálido sol que alumbraba el cielo. No hacía falta mencionar que mi búsqueda no había dado fruto alguno, y que aún después de seca tendría que volver a empaparme hasta los huesos, pero por el momento algo diferente había captado mi atención; un cadáver.

Verdad o mentira, tenía la impresión de que algunas cosas solo le pasaban a la pobre Eona, que solo pretendía asesinar sin molestar a nadie, o bueno, a casi nadie, pero como siempre, aquel acercamiento no resultó como esperaba. - Saludos, soy Eona, solo Eona, y me preguntaba si tenías tiempo de desaparecer de mi vista sin meterme en... - gilipolleces... No, ni terminar me había dejado cuando empezó a arrastrarme hacia sus, como mencioné, gilipolleces.

- Sagrada eh... - le respondí con ironía sin más remedio cuando me mostraba el funcionamiento de la máquina que no tenía interés en aprender a utilizar, pero en fin, ya que estaba ahí al menos conocería el significado de aquello que algunos dicen; se aprende algo nuevo cada día.

Al ser una mujer, y gracias a dios por ello, fue uno de los otros hombres el que me trajo dos cubos de agua llenos hasta arriba de agua del mar. Los vertí en el contenedor de piedra tal y como el joven me había enseñado y bajo la constante presencia del fuego esta empezó a hervir lentamente. - ¿Y por qué coño no haces tu todo esto? ¿Acaso no es este tu trabajo? - pregunté sin enfado alguno, pero por lo visto me había acostumbrado a las "palabras mal sonantes" que, sin quererlo, daban una impresión equivocada. Eso sí, al crío no parecía importarle, es más, un movimiento de hombros fue lo único que recibí como contestación. - Maldito Keff... - le contesté por la fuerza de la costumbre.

Una vez el agua se había evaporado abrí la pequeña compuerta de la parte inferior y con una pala recogí lo que había "fabricado"; mi propia sal. - Mira, pues no era tan difícil. - sonreí de oreja a oreja, y empecé a trasladarla a un cubo de metal.

- ¡Aaaaah! ¡Es el demonio! - gritó uno de los hombres haciéndome esparcir algo de la sal por el suelo. Me levanté de un salto en una mezcla de "me cago en" y curiosidad y un par de pasos más adelante pude observar el caótico "baile tembleque" de uno de los trabajadores. - ¡Rápido, haz algo! - me gritó el mocoso y sin saber muy bien el cómo reaccionar agarré un puñado de sal y corrí en su "ayuda". - ¡Quita, bicho! - grité tirándosela en la cara al desgraciado, pero no parecía tener efecto alguno. - Que los dioses nos ayuden... - empezó a rezar uno de los hombres más fornidos y ya algo cabreada y desorientada decidí patearle la cabeza al pobre endemoniado. Después del golpe dejó de temblar, sin dejar de respirar, lo cual conté como un logro doble. Si no me recibían como a una heroína después de eso no sería el hombre tirado en el suelo el único que recibiría mamporra.