Presa. [Interpretativo, libre]

“Mierda. Mierda. ¡Mierda!” maldijo el joven sicario mientras trotaba por las calles de la ciudad, orejas gachas y cola enviando latigazos al aire. ¡La osadía! ¡El descaro! Había dedicado dos días a preparar todos los detalles de su plan maestro y ahora se enteraba a través de uno de sus informantes que le habían dado el trabajo a otro mercenario. Vale, sí, no habían querido contratar a Finn por alguna extraña razón, probablemente la incapacidad de esa gente de distinguir a un buen cazador, ¡pero ese era aún SU trabajo!

“¡Vamos, Theobald! ¡Muévete, viejo borracho, o llegaremos tarde!” gruñó por sobre el hombro al tambaleante hombre que le seguía en evidente estado de ebriedad, vestido en elegantes ropajes demasiado anchos para su cuerpo raquítico. Finn no pudo evitar sonreír orgulloso. Robar el traje a última hora había sido un incordio, pero el tiempo invertido había valido la pena. Su plan era a prueba de error.

“Bien, ésta es la esquina. ¿Recuerdas lo que tienes que hacer? ¿Si? ¡No lo arruines o me aseguraré que no vuelvas a probar una sola gota de vino en meses!” cuchicheó el muchacho mientras se alejaba del lugar. El viejo se limitó a asentir violentamente con la cabeza con una expresión que no dejaba ver si había puesto atención a nada de lo que el menor dijera.

El muchacho se movió sigilosamente hasta la esquina opuesta a la joyería, sus cinco sentidos alerta buscando cualquier cosa fuera de lo común. No tardó en percatarse de la presencia extraña de un enorme hombre bestia no lejos de la joyería. Se le veía ligeramente nervioso, expectante, y Finn supo de inmediato que se trataba de él. El hijo de puta que le había robado el trabajo. Una sonrisa gatuna se formó en sus labios. Hora del espectáculo.

Dando pasos pequeños se acercó a dos guardias que con expresión de infinito hastío pretendían vigilar la calle y sus concurridos comercios.

“Por favor, ayuda” rogó a los hombres con su mejor cara de cachorro, los ojos llorosos y su voz de timbre aún agudo quebrándose ligeramente. “Ese hombre, ese hombre bestia medio oculto frente a la joyería me golpeó e intentó desvestirme. ¡Parecía un loco! Aún está allí molestando a otra gente”

Los dos guardias intercambiaron una mirada cargada de angustiosa resignación. Poco o nada les importaba lo que le sucediera al muchacho frente a ellos, pero no podían permitir una escena en el lugar. Lanzando un corto gruñido los hombres comenzaron a andar rumbo al corpulento hombre bestia. Finn les observó unos segundos antes de echarse a correr hacia la joyería, la sonrisa esparciéndose nuevamente en su rostro al ver que el borracho Theobald estaba llevando su parte a la perfección.

El miope joyero, pensando en primera instancia que se trataba del noble quien venía a retirar su pedido, había sacado de uno de los cajones un pequeño paquete finamente envuelto, pero cuando vio al supuesto noble doblarse sobre el mostrador y vomitar sonoramente sobre sus productos no tardó en dejar el paquete olvidado sobre el escritorio para intentar detener al muy intoxicado ofensor. Bastó esta pequeña distracción para que el joven hombre bestia se aproximara corriendo agazapado y de un rápido manotazo cogiera la joya para salir inmediatamente disparado fuera del local.

En ese instante, con el corazón golpeando violentamente en su pecho, pudo admirar la expresión atónita del enorme hombre bestia al otro lado de la calle, los dos guardias acercándose a él y llamándole con voces agrias. Sin poder contenerse levantó la joya hasta situarla junto a su sonrisa extática mientras con la otra mano le dedicaba un gesto obsceno.

Ahogando un grito de júbilo se echo a correr por uno uno de los callejones cercanos enviando una última sonrisa descarada al hombre bestia de apariencia canina.

Unos gritos me sacaron de mis pensamientos. Dos guardias, llamándome y dirigiéndose hacia mi con aspecto enfadado. Eso era extraño... aún no había hecho nada, y no se me buscaba en Roilkat. Por el rabillo del ojo, pude ver como otro hombre bestia, uno bajito y felino, entraba en la tienda agazapado. -Mierda...- No tenía tiempo para jugar con los guardias, ¡estaban intentando robarme el contrato en mi cara! El felino sonrió, mostrando el accesorio con una sonrisa triunfal. -¿Quieres jugar, gato?- murmuré, llevándome una mano al bolsillo y cogiendo una pequeña piedra lisa con una runa de trueno inscrita. -Pues juguemos.- arrojé la runa directa hacia los pies del ladrón. Al impactar contra el suelo, la runa provocaría una buena descarga en un pequeño radio, lo suficiente para sorprenderle y darme algo de tiempo.


Lo primero era librarme de los guardias. Salí disparado hacia un callejón paralelo al que había tomado el felino. Por fortuna o por desgracia, no tenía salida, pero si una puerta al lado izquierdo que atravesé a toda prisa, entrando en lo que parecía ser una posada. Sin pensarlo mucho, subí las escaleras, aún escuchando los gritos de los guardias a mis espaldas. Crucé un largo pasillo sin perder un segundo, dirigiéndome a una ventana. Salté a través de ella para agarrarme al tejado del edificio que tenía al lado, la joyería. Con algo de dificultad, me subí y empecé a correr de nuevo, saltando entre los techos para buscar al gato. No tardé en ver al felino correteando, así que volví a emprender mi marcha aprovechando mi posición: desde ahí arriba podría llegar hasta él sin tener que esquivar el gentío. Aquella persecución me hizo pensar de una similar en la que huía de un asesino contratado en Lunargenta, y aunque no me daba cuenta, estaba resultando terriblemente divertido.


Los guardias se habían quedado atrás. Tal vez se hubiesen dado por vencidos cuando salté por la ventana, o puede que no les pagasen lo suficiente para molestarse tanto. Fuera como fuese, era mi oportunidad. Cada salto acortaba mi distancia hacia el ladrón, y no tardaría en caer sobre él. Desde el tejado, le adelanté, y, apoyándome entre salientes, bajé al nivel del suelo hasta quedar unos metros enfrente del tipo. -Nada de trucos raros. Dame la joya.- dije, desenvainando tan solo unos centímetros mi espada plateada. Sonreí mientras jadeaba, observándolo bien. Era... bajito. Muy bajito. Incluso para un hombre gato. Ladeé la cabeza, algo confuso. -Tu... ¿cuantos años tienes? ¿De donde eres?-

*Usada mi habilidad pasiva, Arcanos.

El jubilo duró poco. Nada más alcanzar la entrada al callejón el muchacho alcanzó a vislumbrar, si bien algo tarde, la pequeña piedra que el hombre bestia arrojase hacia él. La runa se estrelló a escasos centímetros de uno de sus pies mas eso bastó para enviar una potente descarga eléctrica que entumeció completamente una de sus piernas por unos instantes, haciéndole rodar por el suelo un par de metros. Confuso y algo dolorido el muchacho intentó lanzar algún improperio pero todo lo que escapó de su boca fue un maullido lastimero. Mierda, pensó incorporándose tan rápido como le fue posible y reanudando la carrera por el callejón, esto podría resultar ser un poco más complicado.

Corrió tan rápido como pudo, saltando obstáculos y esquivando las pocas personas que encontraba a su paso. Tras un par de minutos su ritmo fue disminuyendo paulatinamente hasta no ser más que un trote ligero. Era extremadamente veloz en carreras cortas, de eso no había duda, pero esa velocidad era imposible de mantener por un tiempo largo.

El joven miró tras de sí por sobre su hombro mientras guardaba el pequeño paquete en su morral. No había señales del hombre bestia y Finn se permitió sonreír satisfecho entre jadeos. ¡Lo había logrado! Por poco conseguían robarle el trabajo pero se las había arreglado para salir victorioso. Vale, quizás había arruinado la misión al hacer evidente que se trataba de un golpe planeado en lugar de un asalto aleatorio como el empleador había requerido, pero en estos momentos eso poco le importaba. A la mierda con el empleador, siempre podía vender la joya en el mercado negro a través de un intermediario, quien de seguro se llevaría una buena tajada pero al menos le dejaría dinero para durar semanas y quizás comprar algo de equipo. Su júbilo, sin embargo, resulto nuevamente ser prematuro, pues al volver la vista al frente se encontró cara a cara con el hombre bestia de la joyería

“Nada de trucos raros. Dame la joya” ordenó el enorme sujeto de rasgos caninos desenvainando su espada unos centímetros. Finn retrocedió un paso instintivamente desenvainando su daga e interponiéndola entre él y el extraño, sus orejas gachas y las pupilas dilatadas. ¡No podía dejarse robar de esa manera!

“Tú… ¿cuántos años tienes? ¿De dónde eres?” la pregunta tomó a Finn por sorpresa. Podía ver en la expresión del hombre exactamente a qué se refería.

“Veinte. Veintidós. Veintidós años” mintió el muchacho intentando hacer su voz sonar más profunda e irguiéndose en su sitio para parecer más alto sin reparar en lo absurdo de la acción considerando que aún así no llegaba ni a la altura de los hombros del extraño. “Y poco importa de dónde soy. Lo importante es que quieres quitarme algo que me pertenece. ¡Se suponía que este sería MÍ trabajo!” añadió con el ceño fruncido, su cola moviéndose en todas direcciones. “Si quieres la joya tendrás que quitármela” finalizó con un tono que sonó vergonzosamente titubeante. Finn no era idiota. Sabía que no tendría oportunidad en un combate cuerpo a cuerpo contra el extraño, pero se conseguía algo de tiempo quizás podría formular algún plan o al menos asegurar su escape.

“Y, en cualquier caso, ¿quién eres tú?” preguntó inseguro y sus orejas se le crisparon de manera evidente al sentir, algo molesto consigo mismo, que no estaba llevando la situación tan bien como habría esperado.

"Veinte-veintidos. Claro." dijo el extraño arqueando una ceja para luego lanzar un suspiro. “¿De verdad eres mercenario?” la pregunta hizo que el muchacho agachase las orejas y sus colmillos asomaran levemente. ¿Acaso se estaba burlando de él? “Mi nombre es Wernack. ¿Y tu eres...?”

“Finn. Y desde luego soy mercenario. ¿Qué crees que hago aquí con esta joya, Wernack?” respondió arrastrando el nombre innecesariamente, la mofa sonando excesivamente pueril hasta para el propio Finn. Suspiró profundamente cerrando brevemente los ojos para luego mirar a Wernack con una suave expresión contrariada. “Trabajé muy duro por este trabajo. Estaba tan cerca… no es justo que lo pierda ahora”

“Mira, lo primero... tranquilízate, ¿vale? Honestamente, la recompensa que me han ofrecido no me importa tanto como para matar a nadie, y menos si es un cachorro.” dijo el hombre bestia envainando su espada. La cola del más joven dio un latigazo furioso al aire. ¡Cachorro! ¡De eso se trataba! Este sujeto no le estaba tomando en serio en lo más mínimo. “¿Por qué no...?”

Las palabras del mayor fueron interrumpidas por un humano de expresión petulante envuelto en finos ropajes que con la seguridad despreocupada de quien siempre ha logrado satisfacer sus caprichos se interpuso entre ambos acusándole de haber robado la joya. Finn ladeó la cabeza y abrió la boca para defender su "inocencia" mas el noble le cortó en el acto. "¡Por el nombre de la familia Wellington, vas a sufrir! ¡Chicos, dadle su merecido!” exclamó acompañando sus palabras con dos palmadas afectadas.

El muchacho se giró para ver a los dos hombres que con expresión arisca se abalanzaban sobre él. ¿Cómo no les había oído acercarse? Probablemente estuviese más nervioso de lo que le gustaría reconocer. Separó las piernas acuclillándose con intención de esquivar la carga de los matones pero estos se detuvieron en seco, sus rostros perdiendo todo color. Finn siguió la mirada de los hombres y abrió los ojos como platos al ver a Wernack destrozando el rostro del joven noble a puñetazos. Uno de los hombres corrió a defender a su amo mientras el otro reanudaba su carga contra el joven hombre bestia.

Finn esquivó la seguidilla de ataques lo mejor que pudo, aprovechando sus reflejos y tamaño para saltar fuera del alcance de los golpes. Podía oír a Wernack riendo a unos metros de distancia mofándose de su adversario y el muchacho frunció el ceño confundido. Era evidente que el hombre bestia disfrutaba el combate pero, entonces, ¿por qué no le había atacado a él? ¿Se trataba de alguna especie de código respecto a miembros de su raza o camaradería entre mercenarios? La idea le hizo sonreír.

Finalmente su atacante lanzó una pesada patada en su dirección probablemente cansado de las piruetas del escurridizo muchacho, el cual aprovechó la acción para lanzarse hacia las piernas del hombre y con un rápido movimiento de su daga cortar algunos tendones de su pierna de apoyo. El matón cayó de rodillas llevando ambas manos a la herida, siseando con ojos desorbitados y Finn no dudó en coger un madero del suelo y rompérselo en la cara tumbándolo en el acto.

“¿Vas bien? ¿Te echo una mano?” ofreció Wernack y el muchacho se giró con una enorme sonrisa cargada de orgullo mientras apuntaba con el dedo al sujeto inconsciente a sus pies. “No hace falta. Ya me he encargado de él” dijo entre jadeos envainando su daga. Permaneció en silencio unos instantes antes de rascarse la nuca con una mano, su sonrisa haciéndose pequeña. "Bueno, eso ha sido divertido, Wernack. Agradezco tu ayuda y no pareces un mal tipo así que estoy dispuesto a..." su mirada se perdió en el cielo unos instantes, la expresión en su rostro de profunda concentración. Sus ojos se iluminaron de súbito y dedico una sonrisa radiante al mayor "¡A darte el 15% del valor de la joya una vez la hayamos vendido! Me parece un trato justo" exclamó avanzando hacia el otro hombre bestia, estirando el brazo y ofreciendo su mano derecha. "Por cierto, deberíamos marchar de aquí cuanto antes. El noble podrá identificanos en cuanto despierte y tampoco me fio de lo que pueda decir el viejo Theobald. Probablemente tengamos que pasar un tiempo fuera de Roilkat. ¿Tienes algún contacto en otras ciudades?"

Sonreí al ver la cara de Finn al noquear al matón. Esa soberbia y las burlas insultantes... me recordaban tanto a mi mismo. Tal vez por eso hubiese evitado luchar con él, el joven era, en muchos aspectos, similar a mi. Incluso ese primer truco, lo de acusar falsamente a alguien para echarle los guardias encima... yo mismo lo había usado más de una vez. Empecé a evaluar mentalmente al joven. Era rápido, y aunque se había encargado de aquel tipo sin mucho problema, no llegaría lejos con tan solo una daga normalucha.

Solté una carcajada al oir su propuesta. -15%... no te vayas a arruinar, ¿eh? De todos modos, creo que es mejor entregarsela al tipo que me contrató. A mi me ofreció 400 aeros, dudo que vayas a sacar tanto vendiendola por ahí.- dije, encogiendome de hombros. Después, le estreché la mano que me ofrecía y me eché a caminar junto a él. -Por cierto, deberíamos marchar de aquí cuanto antes. El noble podrá identificanos en cuanto despierte y tampoco me fio de lo que pueda decir el viejo Theobald. Probablemente tengamos que pasar un tiempo fuera de Roilkat. ¿Tienes algún contacto en otras ciudades?- Dudé. ¿Contactos? Siempre había ido más por mi cuenta... conocía a algunas personas, pero nadie realmente a quien acudir. Tampoco esperaba salir tan pronto de la ciudad, pero no era mala idea. -Hmmm... no, suelo ir por libre. Ven conmigo, tengo que recoger un par de cosas.- dije, adelantandome y dirigiendome a mi posada. Tras unos minutos de camino, llegamos.

Había estado ocultandome ahí durante unos meses, y  aunque era útil y un buen refugio, me había empezado a cansar de ella. Saludé al dueño con un gesto de la cabeza y bajé unas escaleras que llevaban a una larga bodega. La atravesé a grandes zancadas y entré en mi habitación, encendiendo todas las lámparas. Se trataba de un dormitorio medianamente grande para una posada y algo desordenado. No tenía casi decoración y la mayor parte estaba ocupada por una cama simple, un escritorio con varios libros apilados, un cofre y varias bolsas junto a la pared. Al lado yacia una larga cadena de acero terminada en un afilado gancho

-Esta habitación fue el refugio de algún brujo criminal hace años. Tuve que pagar bastante para quedarme, pero está bien.- expliqué. Me dirigí al cofre y tomé mi gruesa capa negra, con bolsillos ocultos. Tras enfundarme en ella, me puse a rebuscar en la pila de libros hasta encontrar uno titulado "Concatenación rúnica y mecanismos mágicos". Lo abrí por la mitad, y observé atentamente un símbolo que ocupaba toda una página. Después, tomé un trozo de tiza. -El tipo que vivía aquí preparó un mecanismo para huir por si le encontraban. Tras esta pared hay un túnel que lleva al exterior de las murallas, pero lo bloqueó con algún encantamiento y runas.- dije, trazando unas lineas en la pared. -Lo descubrí hace unas semanas. Está hecho de forma que se activa al decir alguna palabra en concreto, pero gritarle a una pared hasta que se abra no está entre mis pasatiempos.- reí. -En su lugar, voy a activar el encantamiento inscribiendo una runa relativamente simple, ya que aún no manejo cosas tan complicadas. Así entro y salgo sin que me vean los guardias de la entrada.- dije, dando los últimos trazos y comparando la runa con la del libro.Satisfecho, taché parte del dibujo que acababa de hacer, y empezó a brillar. Parte de la pared se hundió y se abrió como si fuese una puerta, revelando un largo túnel. -Mola, ¿eh?

Saqué una mochila del cofre y la llené con un par de libros, comida, y algunas bolsas de aeros. Me quedé contemplando el gancho, dubitativo. -Las runas aprendí a usarlas hace poco, menos de un año. Antes solía usar ese gancho de ahí además de la espada... es bastante útil, tanto para escalar como para luchar. ¿Quieres probar?- ofrecí.

*Usada mi habilidad pasiva, Arcanos.

“Ven conmigo, tengo que recoger un par de cosas.” dijo Wernack echándose a andar acto seguido, el muchacho siguiéndole aún sonriendo. Cuatrocientos aeros era definitivamente mucho más de lo que esperaba recibir vendiendo la joya. “Esa es una buena recompensa” comentó lanzando un silbido. “En ese caso podríamos dejar tu parte en un tercio.”

Tras unos minutos de marcha llegaron a una posada de aspecto decente en la cual Wernack entró saludando al dueño con confianza antes de bajar las escaleras con paso decidido. Finn le siguió a un par de metros de distancia, su cola moviéndose de manera incómoda. Se encontraba ahora en una bodega alargada y vio como el otro hombre bestia la atravesaba velozmente e ingresaba en otra habitación.  El muchacho se acercó reluctante, sus orejas caídas y su cola colgando baja. Si bien se había mostrado cordial momentos atrás eso no significaba que confiase en el hombre y por su cabeza pasó una serie de escenarios en los que algo podía salir mal. Ya tenía experiencia de aquello.

Con pasos lentos y algo vacilantes se acercó a la puerta cuando vio a Wernack encender las lámparas y decidió entrar manteniendo la mirada clavada en el hombre, sus pupilas redondas ligeramente contraídas. Por el rabillo del ojo vio una cadena metálica y sus orejas se aplanaron aún más cuando le asaltó un recuerdo fugaz.

“Esta habitación fue el refugio de algún brujo criminal hace años. Tuve que pagar bastante para quedarme, pero está bien” las palabras del mayor le trajeron nuevamente a la realidad. Le observó con atención mientras éste abría el cofre y se enfundaba en una capa negra que extrajo de su interior para luego rebuscar entre un montón de libros hasta dar con el tomo que necesitaba. Finn desvió finalmente la mirada hacia la pila de libros intentando decidir si serían de los que narran aventuras y, mejor aún, de los que contienen dibujos, mas descartó la idea rápidamente con un movimiento de su cabeza. El mercenario no parecía el tipo de persona a la cual pudiesen interesarle ese tipo de cosas.

Wernack abrió el libro y comenzó a lanzar trazos a la pared mientras le explicaba algo sobre runas y encantamientos, cosas complicadas que el muchacho decidió ignorar sabiendo que no lo comprendería. El mercenario dejó de dibujar y tras comparar su obra con la del libro lanzó una última línea y todo el segmento comenzó a brillar. El joven hombre bestia ahogó un grito, completamente absorto en el espectáculo, sus pupilas dilatadas mientras observaba la pared abrirse dando paso a un túnel oscuro. “Mola, ¿eh?” preguntó Wernack y el muchacho no pudo sino asentir enfáticamente con la cabeza, la sonrisa nuevamente en sus rostro. “¡Es increíble! ¡Puedes hacer magia con dibujos!” exclamó el joven hombre bestia con ojos brillantes. ¿Cuántas veces, sólo en su guarida, había el muchacho soñado con que los dibujos que hacía en las paredes cobraran vida? Finn observó al mercenario mientras preparaba su equipaje, sus orejas crispándose cuando le vio meter un par de libros en la mochila.

“Las runas aprendí a usarlas hace poco, menos de un año. Antes solía usar ese gancho de ahí además de la espada... es bastante útil, tanto para escalar como para luchar. ¿Quieres probar?” preguntó Wernack tras unos momentos. Finn se acercó algo dubitativo y cogió la cadena en sus manos balanceándola tentativamente.

“Creo que podría serme útil” dijo atando la cadena en torno a su cintura con una sonrisa pícara, imaginando los usos que sería capaz de darle con un poco de práctica. Permaneció en sus sitio unos instantes antes de toser nerviosamente para llamar la atención del mayor. “Um, por cierto, tienes… tienes algún libro de cuentos?” dijo intentando sonar desinteresado. “Ya sabes, de aventuras o cosas así. Es sólo que he visto que tienes varios aquí y, bueno… es igual. No importa. Será mejor que marchemos, ¿no?” dijo avanzando hacia el túnel, su cola agitándose ligeramente inquieta.

Finn parecía asombrado con el encantamiento rúnico, por simple que fuese, lo cual me iluminó la cara con una sonrisa, e incluso me sonrojé ligeramente, aunque era imposible de ver debajo de mi pelaje. -Bueno... no lo domino tanto, pero es cuestión de práctica.- reí, complacido. Después, le observé tantear la cadena. Creo que podría serme útil- Me llevé la mano a la nuca, estaba deseando oir esa respuesta. Ese gancho me había salvado en muchas ocasiones, y estaba contento de que tuviese un nuevo dueño al que servirle.

Me dirigí hacia la cueva, pero el felino tosió para llamar mi atención. -Um, por cierto, ¿tienes… tienes algún libro de cuentos? Ya sabes, de aventuras o cosas así. Es sólo que he visto que tienes varios aquí y, bueno… es igual. No importa. Será mejor que marchemos, ¿no?- preguntó.-¿Hmm? Oh, claro. ¿Te gusta leer? A mi me encantaba cuando tenía tu edad.- hice una pausa. -Tu edad de verdad, digo.- sonreí. Cogí un libro con una recopilación de diez historias y leyendas y lo metí en la mochila. -Te lo daré luego, cuando tengas donde llevarlo. Ya me lo he leído varias veces así que prácticamente me lo se de memoria.- añadí, adentrandome en el túnel. Me costaba admitirlo, pero estaba disfrutando mostrándole cosas y ayudándole. Tal vez fuese por su parecido a un jóven yo, o una simple camaradería entre hombres bestia, pero era agradable.

Cruzamos lentamente los túneles. alumbrados por la tenue luz de la lámpara que llevaba. -¿Que tal si jugamos a algo, Finn? Tres preguntas por tres preguntas.- ofrecí, para romper el silencio. -Yo respondo a tus preguntas y tu a las mías.- recordé con una sonrisa como había hecho lo mismo durante una misión de escolta con alguien mucho más jóven que yo. -¿De donde eres? ¿Cual es tu edad real? y ¿Cuanto tiempo llevas como mercenario?- inquirí. No estaba siendo burlón ni pretendía insultarle, solo era curiosidad honesta.

Empecé a vislumbrar una luz al final del túnel, y salimos de la cueva, escondida entre árboles. Aún se podía ver los muros de la ciudad, no muy lejos. -Bueno, ya estamos.- dije. Sin embargo, un escalofrío recorrió mi columna. Algo estaba cerca, acechandonos. Miré alrededor, atento, y solté la mochila para llevarme la mano a la empuñadura de la espada. -Hay algo que... ARGH- no llegué a terminar la frase antes de que un enorme animal se abalanzase sobre mi. Era, por supuesto, un león. Un león adulto que estaba encima de mi, lamiéndome la cara sin piedad. -¡No! ¡Kayr! ¡Para! ¡Maldito bruto!- me quejé, intentando zafarme. Mi compañero animal me dejó ir y se sentó cerca, mirándome con cara de satisfacción. Gruñí mientras me levantaba. -Este bestia es Kayr. Tranquilo, es... casi inofensivo.- mentí. En realidad era un salvaje comehombres, pero sospechaba que no atacaría si no se lo ordenaba. Para mi sorpresa, el león se acercó ligeramente a Finn y le olisqueó, dándole incluso una cabezada cariñosa. -¿Pero qué...? ¡Traidor! ¡Me llevó semanas conseguir que no me ignorases por completo!- acusé al animal, que respondió con un bostezo.

-Gah... da igual, vamos. Quedé en encontrarme con Alec más adelante, Vamos... y piensa donde quieres ir después, me vale cualquier ciudad.

nota:

“Te lo daré luego, cuando tengas donde llevarlo. Ya me lo he leído varias veces así que prácticamente me lo se de memoria” dijo el mercenario adentrándose en el túnel. Finn desvió la mirada al frente rápidamente. Esperaba que el libro tuviese dibujos, sino de bastante poco le serviría. La cadena en su cintura tintineaba suavemente al andar y el muchacho dio varias volteretas laterales para exagerar el sonido.

“¿Que tal si jugamos a algo, Finn?” preguntó Wernack tras un buen rato de andar en silencio y Finn le dedicó una mirada curiosa. “Tres preguntas por tres preguntas. Yo respondo a tus preguntas y tu a las mías. ¿De donde eres? ¿Cual es tu edad real? y ¿Cuanto tiempo llevas como mercenario?”

El muchacho guardó silencio por algunos minutos dando alguna voltereta ocasional. El juego le parecía extraño, ¿qué debía hacer para ganar? ¿Se trataba de un juego de astucia? Finalmente optó por responder honestamente.

“Creo que nací en Lunargenta, o muy cerca de allí. Tengo catorce años y llevo dos años como mercenario” dijo titubeando al final. No estaba seguro si podía llamarse mercenario, sicario u oportunista del bajo mundo. Era un cazador, uno dispuesto a cualquier cosa si el hambre apremiaba,  ¿era eso lo que significaba ser un mercenario? El resto del trayecto a través del túnel transcurrió en silencio. Finn se mostraba pensativo, meditando sobre qué quería preguntarle al hombre bestia. Quería saber más sobre las runas y cómo podía controlarlas, quería saber de dónde provenía ese poder y cómo se las había arreglado Wernack para dominarlo pero al mismo tiempo no quería desperdiciar sus tres preguntas. “Recuerda que aún puedo preguntarte cosas, pero lo dejaré para después. Aún no tengo claro qué quiero saber” comentó finalmente cuando divisó la luz que señalaba la salida del túnel.

Emanaron de una cueva natural en medio de una arboleda, más allá de los muros de la ciudad. El sol de hallaba en su cenit y el muchacho inhaló profundamente percibiendo los infinitos y sutiles aromas del bosque. Uno en particular le paralizó al instante, el de una criatura que jamás había encontrado. Era un aroma particular, extraño pero a la vez increíblemente familiar. Wernack le dijo algo pero Finn no le oyó, sus pupilas dilatadas levemente, el pelo de su cola erizado y sus orejas alerta. Pudo oír los pasos amortiguados del animal antes de que este emergiera de entre los árboles y se abalanzara sobre el mayor de los hombres bestia perezosamente, lamiendo su rostro de manera insistente.

"Este bestia es Kayr. Tranquilo, es... casi inofensivo" dijo Wernack una vez pudo librarse del afectuoso ataque. Finn emitió un minúsculo maullido abriendo la boca incrédulo. ¡Esa criatura! ¡Era la especie de felinos que gobernaba las tierras de Savannah en el otro mundo! ¡Era exactamente igual a como mostraban los dibujos! La majestuosa criatura se acercó sin señas de amenaza, olfateándole una vez junto a él y Finn agachó las orejas, evitando su mirada en un instintivo gesto de cordial sumisión. La bestia juntó sus cabezas con un leve roce y el muchacho respondió de la misma manera. "¿Pero qué...? ¡Traidor! ¡Me llevó semanas conseguir que no me ignorases por completo!” exclamó Wernack acusativo. “Gah... da igual, vamos. Quedé en encontrarme con Alec más adelante, Vamos... y piensa donde quieres ir después, me vale cualquier ciudad.”

El muchacho se mantuvo en silencio. No podía creer que acababa de conocer cara a cara a una de las criaturas que aparecían en su libro. ¿Habrían otras también en este mundo? ¿Encontraría al ágil felino que utilizaran para crearlo a él, aquel felino que podía saltar al cielo y cazar las aves de infinitos colores? Su corazón dio un vuelco y sintió un cosquilleo extraño en el estómago. Esto no podía sino ser una señal de que se encontraba en el camino correcto.


Un par de horas más tarde llegaron al campamento de Alec, un puñado de tiendas que le servía de base de operaciones o como refugio en el cual mantener una distancia prudente de las autoridades. Al aproximarse dos hombre vestidos con raídas cotas de malla salpicadas de óxido les escoltaron a unos metros de distancia, sus rostros nerviosos y sus manos reposando sobre la empuñadura de sus espadas. Finn les observó atentamente preguntándose si su actitud era generada en mayor parte por los hombres bestia o su enorme acompañante felino.

En el centro del campamento un hombre joven de rostro pálido, facciones aguileñas y aceitoso cabello negro cuidadosamente peinado discutía con otros sujetos al calor de una fogata rodeada de cortes de liebre asada. El hombre, Alec según recordaba Finn, se incorporó cuando les vio acercarse y estiró los brazos en un gesto cordial que para nada se condecía con su mirada ácida.

“¡Wernack! Bienvenido nuevamente” dijo acercándose hasta quedar a varios metros de distancia, un puñado de sus hombres a sus espaldas. “Cuando te ofrecí este trabajo sabía que era una apuesta arriesgada, pero nunca sospeché que pudieses ser tan imbécil” el hombre escupió violentamente para manifestar su enfado mientras sus dedos jugueteaban con los remaches de su armadura de cuero. “Se suponía que atacarías al pequeño hijo de puta a las afueras de la ciudad, que lo harías parecer un asalto desafortunado. En lugar de ello haces un número en la jodida joyería y para rematar buscas al noble y le dejas medio muerto en un callejón. Por favor, ilumíname, ¿qué parte del plan no comprendiste en tu puta cabeza de perro? ¡Ahora tengo a toda la Guardia buscando al culpable y los señoritos de la ciudad intentan averiguar quién ordeno el golpe! Si sólo soy un intermediario, por las tetas de mi madre, ¿qué se supone que le diga a nuestro empleador?” Alec se detuvo un momento para enviar una piadosa y teatral expresión de martirio a los cielos antes de posar sus ojos en el joven felino. “Y tú… te recuerdo bien. Eres el jodido cachorro de gato que vino a molestar hace unos días por el trabajo. ¿Cómo convenciste al otro idiota para que te incluyera en esto? Espera, no. No quiero saberlo.” finalizó girándose sobre sus talones y acercándose a la fogata para coger un corte de liebre, la grasa chorreando por sus dedos de marfil.

“Ahora bien” dijo llevándose un bocado a la boca y masticando sonoramente. “Sé que al menos tenéis la joya con vosotros. Muy bien. Entregadla y podremos olvidar todo esto. Es una oferta excesivamente generosa pero sé que en parte es mi culpa por haber confiado en...” su mano hizo un gesto vago en dirección a los hombres bestia “en sujetos no inóneos” finalizó son una sonrisa de superioridad, claramente satisfecho por haber empleado una palabra tan sofisticada, ignorando por completo su error de pronunciación.

Finn se removió incómodo en su sitio, la cola bailando a sus espaldas. Los hombres de Alec se habían acercado unos metros, algunos con las armas empuñadas, mas su expresión era relajada. Sabían que tenían una muy clara ventaja numérica y que resistirse sería un suicidio.

“Oh, bueno” dijo el muchacho con un hilillo de voz al tiempo que extraía el fino paquete de su morral. “Al final habría sido mejor venderla en el mercado negro, ¿no crees?” pregunto al otro hombre bestia con una sonrisa triste. Suspiró resignado y comenzó a andar hacia el centro del campamento dispuesto a entregar la joya. Sentado en su sitio Alec le observaba con una sonrisa agria en el rostro.

Nota:

Finn guardó silencio mientras caminabamos. ¿Le pasaba algo? Había tenido una reacción extraña al ver a Kayr, pero tras darle un par de vueltas, me encogí de hombros y supuse que serían cosas de felinos. -No te lo pienses tanto, tampoco van a ser tus únicas preguntas... lo he sugerido para entretenernos- comenté. Mi intento de evitar silencios incómodos habia fracasado, pero al menos había respondido sinceramente. Catorce años... más joven que yo cuando empecé. El chico tenía que haber pasado por cosas duras.

Los minutos pasaban, y no obtenía mucha conversación por parte del jóven. Bajé las orejas, empezaba a preocuparme sobre si le había molestado de alguna forma o si sería mejor simplemente tomar caminos distintos tras encontrarnos con Alec, pero un ligero cabeceo del león interrumpió mis pensamientos. Kayr me miró como si pudiese leerme la mente y se restregó contra mi hombro, lo que me arrancó una sonrisa e hizo que me pusiese a rascarle la cabeza, olvidando esos pensamientos.

Finalmente, llegamos al campamento de Alec. Tenía más hombres de lo que pensaba... Cinco, más el propio líder. Pero algo iba mal. El líder no era el Alec que me había contratado. El que lo hizo era más joven y de pelo rubio... que coincidía con uno de los tipos con los que charlaba. En cuanto empezó a hablar, lo comprendí: había enviado a uno de sus hombres a contratarme, sabiendo la fama que tenía. No sabía como había conseguido la información tan rápido, pero daba igual, estaba claro que no pretendía pagar. Eso era todo lo que necesitaba saber. -Que ninguno sobreviva.- murmuré, mientras Finn se acercaba a Alec con la joya. Con sus sentidos, sabía que podría oirme. Lentamente, me llevé la mano a un bolsillo de la capa con una bolsa que contenía media docena de runas variadas. En un rápido movimiento, las arrojé hacia la hoguera y acto seguido desenfundé mi espada.

Las runas provocaron una complicada reacción en cadena arcana. Primero, la hoguera dio un gran fogonazo, y un pequeño relámpago apareció conectando dos árboles, uno de los cuales cayó encima de una tienda. Luego, de la hoguera salieron afilados fragmentos de escarcha que orbitaban en torno a un punto concreto del suelo en el que no había aparentemente nada. No llegué a observar lo que estaba ocurriendo, puesto que tenía mis manos ocupadas en destrozar el escudo de madera de uno de los guardias a espadazos. Viendo que me expondría demasiado, opté por retroceder de un salto y buscar un hueco en su defensa. Una flecha pasó volando junto a mi cabeza, y mi mirada se cruzó con la del arquero en la otra punta del campamento. No tuvo tiempo a lanzar otra, pues un felino de más de 100 kilos se lanzó contra él y desgarró su cuello con poderosos zarpazos. Uno menos. Desvié el hacha del guardia con el que estaba luchando y le provoqué un corte en el brazo, seguido de una estocada al cuello cuando rompió su concentración.

Un hombre, el de pelo rubio, cargó contra Kayr, que estaba ocupado acabando con el arquero de antes. -Oh, no, de eso nada.- El filo plateado de mi espada comenzó a brillar, y una de las runas se hizo visible *. Lancé un corte al aire, y de él salió una onda de energía blanca que atravesó el pequeño campo de batalla en dirección al hombre que amenazaba al león. El ataque impactó en su pecho y le derribó. Una gruesa linea carmesí empezó a brotar sangre en la zona herida mientras el joven exhalaba sus último alientos. Sonreí, orgulloso de mi espada, pero el potente golpe de una rodela de hierro en mi cara borró mi sonrisa. Caí al suelo, aturdido y con la boca sangrando. -Maldito bastardo. ¿Creias que ibas a acabar conmigo con tus putas piedras mágicas? ¿Eh?- dijo Alec, rojo de ira.

El humano me propinó una patada en el estómago que me hizo perder el aliento e intenté levantarme, pero me lo impidió con otro golpe en el costado. No iba a aguantar mucho a ese ritmo, tenía que ponerme en pie.



* Usada mi habilidad de nivel 1: Corte de Energía
Usada mi habilidad pasiva, Arcanos

“Que ninguno sobreviva” las palabras paralizaron al muchacho enviando un escalofrío que le recorrió de pies a orejas. Incrédulo giró la cabeza para ver a Wernack arrojar algunas runas a la fogata con notable precisión. “¿Qué..?” alcanzó a murmurar antes de que el caos engullera el campamento.

Los hombres de Alec no tardaron en sobreponerse al estupor causado por la pirotecnia rúnica y dos de ellos se lanzaron sobre Finn blandiendo espadas cortas. El pequeño hombre bestia retrocedió varios pasos esquivando las estocadas y tajos con jadeos frenéticos, gritándoles que se detuvieran por un momento. Estaba completamente perdido. Una cosa era desde la oscuridad clavar su daga en un objetivo incauto, pero su experiencia real en combate contra oponentes experimentados era nula. Desenvainó su daga trabajosamente pero no había manera de acercarse lo suficiente como para usarla ni tampoco resultaría efectiva bloqueando las mucho más pesadas hojas de las espadas, por lo que el joven decidió adoptar una táctica diferente. Correr.

“Pero… ¿a dónde vas, jodido cobarde?” gritó uno de los hombres persiguiéndole de cerca. El muchacho corrió hasta perderse tras una de las tiendas y aprovechando su agilidad felina se giró sobre sí mismo rápidamente para asestar una estocada profunda con su daga en el estómago del matón en cuanto éste estuvo a la vista. El hombre lanzó un gruñido ronco y soltando la espada cogió fuertemente la muñeca del hombre bestia con ambas manos. Finn enseñó los colmillos al borde del pánico al verse atrapado de esa manera. Podía oir al otro sujeto aproximarse a la carrera con trancos pesados. Con un grito desesperado utilizó sus garras para reventar los ojos del hombre frente a él quien respondió con un alarido agónico, la sangre emanando a borbollones desde su garganta.

Libre al fin del agarre y con su corazón bombeando adrenalina de manera furiosa corrió al encuentro del segundo persecutor abalanzándose sobre él de un salto que tomó al hombre por sorpresa, cayendo ambos al suelo en un forcejeo desesperado. El sujeto logró rápidamente controlar la situación colocándose sobre el muchacho pero, incapaz de utilizar cómodamente su espada en esa posición, optó por coger una de las flechas del carcaj que colgaba de su cinturón y utilizarla para apuñalar a su adversario. Finn apenas tuvo tiempo de retorcerse violentamente logrando que la flecha se incrustace en su hombro en lugar de su pecho. El hombre sobre él notó al fin la daga incrustada bajo su esternón y se desplomó con un quejido lastimero. El joven hombre bestia lanzó un grito angustioso llevándose la mano a la herida. El dolor era indescriptible. Parecía que la punta de la flecha se hubiese incrustado en un manojo de nervios que pulsaba olas de incandescente dolor con cada latido de su corazón. Se incorporó con dificultad y buscó a Wernack con la mirada. El mercenario se hallaba tendido en el suelo con la boca ensangrentada y junto a él Alec le propinaba una serie de brutales patadas, su rostro normalmente pálido ahora completamente enrojecido y desfigurado por la ira.

Finn retiró la daga del pecho del cadáver junto a él y se lanzó a la carrera en dirección a los dos hombres. Con cada pisada sentía la punta de la flecha removerse ligeramente en su hombro y el dolor nubló su juicio, reemplazando su miedo inicial con una furia ciega. Con un grito violento saltó sobre un sorprendido Alec repartiendo puñaladas en la espalda del hombre, la daga incrustándose afanosamente a través de su armadura de cuero. El hombre cayó de bruces y el muchacho continuó gritando mientras asestaba puñaladas, una tras otra, hasta que el sonido seco del cuero al desgarrarse comenzó a ser amortiguado por el chapoteo de la sangre.

Finalmente el joven hombre bestia retrocedió unos pasos y cayó sentado junto a Wernack jadeando trabajosamente. La adrenalina en su sangre comenzaba a diluirse y el dolor en su hombro se hacía nuevamente insoportable. Intentó retirar la flecha pero ésta se hallaba firmemente incrustada y todo lo que consiguió fue aumentar la hemorragia.

“¿Qué… qué mierda ha sucedido, Wernack?” preguntó tras unos instantes observando al mercenario con ojos llorosos antes de lanzar una carcajada nerviosa que acabó rápidamente en un quejido lastimero debido al punzante dolor en su hombro. En el suelo a un par de metros Alec se estremecía suavemente con lloriqueos moribundos. Algunas de las tiendas habían cogido fuego y lanzaban gruesos pilares de humo negro a los cielos.

“Tenemos que largarnos de aquí cuanto antes” dijo el muchacho incorporándose con dificultad. Entre el espectáculo generado por las runas y el humo del campamento ardiendo no tardaría en llegar gente al lugar.

“Mierda, Wernack, esto duele demasiado” se quejó el menor llevándose la mano nuevamente a la herida. La sangre le había empapado ya el pelaje del lado derecho de su torso y Finn comenzaba a sentirse ligeramente mareado. “De seguro Alec tendría algo de valor en el campamento. Quizás… quizás podamos recuperar algo antes de marchar a…” guardó silencio un momento frunciendo el ceño. “¿Dónde podemos ir ahora?”

El brutal asalto se detuvo, y fue reemplazado por el sonido de un grito sucedido por un arma atravesando carne repetidas veces. Con un quejido, intenté levantarme, pero no aguanté más de un segundo: Un agudo dolor en la cabeza me hizo arrodillarme y llevarme la mano a la frente. Estaba sangrando, pero no en exceso. Aunque la cabeza me daba vueltas, intenté centrarme en lo que estaba pasando. Finn estaba sentado a mi lado, y tenía una flecha en el hombro. Gruñí, intentando ignorar el horrible dolor y me levanté, apoyandome en un árbol.

-Ugh... hemos ganado.- sonreí. -No te muevas mucho.- Amortiguando un quejido, me arrodillé junto al cadáver ensangrentado de Alec. En mi limitada visión durante los ataques del humano alcancé a ver un bolsillo de cuero atado a su muslo. Si era lo que creía... Suspiré, aliviado. Efectivamente, tenía un frasco de alguna poción. Puede que fuese un noble imbécil, pero al menos era prudente. Claro que no le sirvió de mucho, viendo como no había llegado a alcanzar su pierna antes de exhalar su último aliento. Cogí la poción y la examiné. Podía ser inhibis... o simplemente una poción curativa. Con la cabeza ardiendo me era imposible diferenciar un líquido de otro, pero no parecía veneno. Me acerqué a Finn con la poción en la mano y se la tendí. -Bebe un sorbo para amortiguar el dolor, tengo que sacarte esa flecha. Y no intentes discutirlo, yo estoy bien.- mentí. La sangre me empezó a cubrir el ojo, forzandome a cerrarlo. Una vez listo, di un fuerte tirón de la flecha, sacándola entera. Por suerte, no se había roto dentro ni había llegado a ser muy profunda. -Terminate el resto.- ordené, limpiandome la sangre. Saqué el cuchillo de mi capa y me aproximé a una de las tiendas que quedaban en pie para rasgar un buen trozo de tela y presionarmela sobre la herida.

Entre jadeos, miré dentro de la tienda, que debía ser la de Alec. Examiné un cofre junto a la cama: sabía que debía tener al menos el dinero que pensaba pagarme. Había muchos objetos sin valor, pero si encontré algo que me alivió un poco el dolor: un anillo con un enorme rubí incrustado. Debía de costar un buen pellizco, así que lo cogí y volví a salir, aún tambaleandome un poco.  Kayr me observaba con preocupación. -Estoy bien.- murmuré, apoyándome en el león. -Finn, ¿puedes atarme esto en la frente?- pregunté, mostrando el trozo de tela. Ya estaba lo suficiente mareado como para perder más sangre. -Tenemos que movernos... lo mejor será buscar un sitio donde descansar por hoy, y luego decidimos.- sentencié. Aunque aún sentía la cabeza ligera y sentía la cabeza palpitar, eché a caminar, dirigiendome a unas montañas no muy lejos del campamento. Si iba bien, encontrariamos alguna cueva, o al menos un sitio menos visible.


Tras una media hora que se me hizo eterna, llegamos a un sitio decente. Era poco más que una abertura entre dos montañas, pero en aquel momento casi cualquier cosa me servía. Me eché en el suelo junto al enorme león, agotado, y rebusqué en mi mochila. -Finn.- llamé, lánguidamente. -Siento haberte metido en la pelea, chico. Toma.- extendí mi mano, alcanzándole un par de trozos de carne seca y el anillo que había encontrado. No tardé en cerrar los ojos lentamente y perder el conocimiento poco después.

Spoiler:

“Bebe un sorbo para amortiguar el dolor, tengo que sacarte esa flecha. Y no intentes discutirlo, yo estoy bien” dijo Wernack ofreciendo un frasco al muchacho. Finn obedeció llevándose el recipiente a los labios y bebiendo un buen trago de su contenido. El brebaje, alguna extraña mezcla de plantas y vaya a saber uno qué asquerosidades en una base alcohólica, le quemó la garganta haciendo que los ojos le lagrimearan.

“¡Puaj! Wernack, esto es realmente...” la frase fue reemplazada por un alarido cuando el mercenario jaló súbitamente la flecha fuera de su hombro, varios hilillos de sangre emanando de la herida. “Termínate el resto” ordenó Wernack antes de, cuchillo en mano, dirigirse hacia una de las tiendas aún en pie. Finn se quitó el pañuelo del cuello y lo amarró sobre su hombro lo mejor que pudo, aplicando presión sobre la tela intentando hacer que la herida dejase de sangrar.

“Finn, ¿puedes atarme esto en la frente?” preguntó Wernack acercándose con un trozo de tela. El menor cogió las improvisadas vendas y las aplicó con cuidado sobre la frente del mercenario atándolas con delicadeza “Tenemos que movernos... lo mejor será buscar un sitio donde descansar por hoy, y luego decidimos. “

Finn se limitó a asentir con la cabeza algo ausente y siguió a Wernack en silencio. Sentía una extraña congoja tras la escaramuza, una cierta pesadez en su estómago acompañada de un sabor amargo en su garganta. No podía poner su dedo sobre qué causaba esa sensación, quizás fuese el hecho de que hubiesen estado tan cerca de morir. Quizás era el efecto residual del miedo que había sentido el muchacho en ese momento.

Caminaron a ritmo lento por espacio de media hora hasta detenerse en una abertura en aquella zona montañosa. El mercenario se echó en el suelo visiblemente agotado y Finn observó los alrededores algo nervioso. El lugar estaba demasiado expuesto para su gusto, rodeado de peñascos y elevadas terrazas que facilitaban cualquier intento de emboscada. "Finn. Siento haberte metido en la pelea, chico. Toma.” dijo Wernack con voz queda. El joven hombre bestia recibió los trozos de carne seca y el anillo de rubí, admirando el brillo y calidad de este último por un rato sin saber qué decir. Cuando finalmente abrió la boca y elevó la mirada Wernack dormía ya profundamente. Finn guardó la comida y la joya en su morral antes de acercarse al mercenario y, de manera lenta y titubeante, acurrucarse a su lado apoyando la cabeza en el pecho del mayor en un gesto de mudo agradecimiento y confianza.

Permaneció despierto un buen rato aún pendiente de las punzadas de dolor que sentía en el hombro hasta que la respiración pausada del otro hombre bestia le distrajo lo suficiente como para cerrar los ojos y perderse en la inconsciencia.

Nota:

Me desperté y abrí los ojos lentamente, sin muchas ganas de levantarme aún. Podía sentir la respiración de Kayr, en el que estaba apoyado, y... la de algo más. Solo entonces me di cuenta de que el joven Finn estaba durmiendo sobre mi pecho placidamente. Sonreí con una mezcla de vergüenza y satisfacción: aunque apenas habia pronunciado palabra, el que estuviese ahí significaba que estaba a gusto. El rostro del felino era el de una total serenidad y tranquilidad. Era algo ciertamente adorable, incluso para mi. Viendo que aún quedaban unas horas para el alba, me acomodé sin moverme mucho para no romper el sueño de Finn y volví a cerrar los ojos.


Unas pocas horas después, me desperté de nuevo con los primeros rayos de sol. De nuevo, parecía ser el único despierto, pero ya era hora de moverse, así que me moví poco a poco, liberandome del menor con gentileza, pero acabé por encontrarme acorralado entre ambos felinos.

 -Finn.- murmuré, agitando levemente su cuerpo a falta de manera más sutil para despertarle. -Venga, despierta. Es un nuevo día.- La cabeza ya no me molestaba demasiado, pero procuré no tocarla por si acaso. Aun así, me encontraba de mucho mejor humor que el día anterior. Saqué más carne de mi mochila y empecé a comerla. A pesar de ser carne no era lo mejor que había probado... no, eso no me iba a satisfacer. Puse los restos de carne enfrente del hocico del león, que aún estaba durmiendo profundamente. Al oler la carne, sus ojos se abrieron de golpe y se la llevó a la boca sin dudarlo. Miré alrededor, buscando en los árboles con la mirada, hasta que vislumbré unas rojas manzanas colgando de una rama. Esbocé una sonrisa y me dirigí al árbol, disponiendome a treparlo. Una vez me coloqué sobre un grueso tronco, me encontré en una encruzijada: la rama en la que estaban las manzanas no iba a aguantar mi peso. Pero mi estómago me recordó que no podía ser un cobarde. Con cautela, me aproximé lentamente a la fruta, que temblaba a cada paso que daba. Solo un poco más... unos centimetros...

Y me caí, junto a la rama, ahora partida. Por fortuna, aterricé sobre la hierva, así que el mayor golpe se lo llevó mi orgullo. "Espero que no haya visto eso." pensé, mientras volvía con el cachorro.

-Eh, mira lo que he cazado.- sonreí, tirándole una de las manzanas para que la cogiese. Me senté delante de él mientras le daba un mordisco al dulce y rojizo fruto. -Has estado muy callado. ¿No te interesa hacer preguntas? Mi vida es más emocionante de lo que piensas.- reí, guiñandole un ojo. -Al menos, sonríe un poco, chico. Mira, se hace así:- puse mi mejor y más exajerada sonrisa forzada, enseñando mucho los dientes en un intento de hacerle reir.

-Oye, ¿que te parece si vamos a Lunargenta? Me conozco la ciudad como la palma de mi mano. Es grande, tiene muchos escondites, mucho trabajo de legalidad discutible... El único problema sería la competencia, pero es un buen lugar.- sugerí, levantandome. -Aunque el camino es largo. ¿Que tal si usas el gancho para "cazar" más manzanas?- Le ofrecí la mano para ayudarle a levantarse y apunté al árbol con un gesto de cabeza.

“Finn. Venga, despierta. Es un nuevo día.”

El muchacho frunció el ceño emitiendo un gruñido. Estaba cómodo y nada más despertar había sentido el dolor ahora más apagado de la herida en su hombro. Tardó unos momentos en darse cuenta de que aún estaba apoyado en Wernack y con un bostezo se apartó del mercenario apenas abriendo los ojos para sentarse en silencio unos momentos, sintiendo con sus dedos la sangre en su torso, ahora seca y apelmazada. Le molestaba ligeramente al moverse y decidió que una de las prioridades del día sería encontrar un arroyo donde poder limpiar su pelaje.

Rascándose perezosamente la nuca observó a Wernack trepando un árbol cercano, al parecer para coger algunas de las manzanas qué aun quedaban cerca de la copa. Las ramas más altas eran demasiado delgadas para soportar el peso del enorme hombre bestia y con un sonoro crujido el mercenario se precipitó al suelo, un puñado de manzanas desperdigándose a su alrededor. Finn tardó unos instantes en registrar la escena y abriendo del todo los ojos se cubrió la boca con las manos para esconder su risa.

Wernack regresó junto a él arrojándola una manzana que el menor atrapó sin esfuerzo. “Has estado muy callado. ¿No te interesa hacer preguntas? Mi vida es más emocionante de lo que piensas. Al menos, sonríe un poco, chico. Mira, se hace así” dijo el mayor ofreciendo una exagerada sonrisa.  Finn lanzó una carcajada al ver la expresión forzada que casi amenazaba con desgarrar los músculos de su rostro.

“No es nada, Wernack. La pelea me sacudió un poco y la herida me molestaba mucho. Ya estoy mejor” dijo ofreciéndole una sonrisa pequeña. “Y estoy seguro de que tienes muchas historias que contar, pero no voy a usa mis preguntas aún. Quiero saber más sobre las runas que utilizas y de cómo acabaste de mercenario, pero esos son temas para otro momento. Primero debemos preocuparnos sobre dónde ir desde aquí.”

“Oye, ¿que te parece si vamos a Lunargenta? Me conozco la ciudad como la palma de mi mano. Es grande, tiene muchos escondites, mucho trabajo de legalidad discutible... El único problema sería la competencia, pero es un buen lugar” sugirió Wernack levantándose. Finn sopeso la propuesta unos momentos y asintió suavemente con la cabeza.

“Muy bien. Lunargenta, entonces. Generalmente intento evitar esa ciudad pues la competencia es ciertamente despiadada, pero es un destino obligatoria para conseguir los trabajos mejor pagados, ¿no es así?” el muchacho guardó silencio pensativo, una enorme sonrisa formándose en su rostro momentos más tarde. “Además, ¡gracias al anillo que Alec generosamente nos ha legado tendremos de sobra para pagar por una buena cama y toda la comida que deseemos!” exclamó Finn dando pequeños saltos en su sitio, visiblemente entusiasmado. La cadena en su cintura tintineó con el movimiento y el joven la recorrió con los dedos como si la hubiese olvidado por completo. Wernack propuso que la utilizase para alcanzar las manzanas y el muchacho le dedicó una sonrisa ladeada tomándolo como un desafío.

Con paso decidido desató la cadena y estirando parte de ella en el suelo balanceó el extremo con el gancho sobre su cabeza varias veces apuntando a las manzanas con cuidado. Con un fuerte tirón final dejo la cadena ir, mas el gancho salió despedido en dirección opuesta impactando contra una piedra a escaso metro de distancia de la cabeza de Kayr, quien se limitó a producir un corto y desganado rugido.

“Vale” dijo el muchacho con un hilillo de voz frunciendo el ceño algo avergonzado, sus orejas gachas y su vista dirigida a algún punto del suelo. “Creo que tendré que practicar un poco primero.”

El joven recompensó mi absurda mueca con una cálida carcajada. Me alegró saber que se encontraba mejor, y su entusiasmo por recibir la joya era casi palpable. Reí, complacido. Daba gusto ver a alguien tan contento. Tal vez me haría bien el viajar con Finn durante un tiempo. -Recuerda que solo me quedo el 15%, ¿hmm? El resto es tuyo.- dije, guiñandole un ojo. Me costaba recordar la última vez que actuaba desinteresadamente, pero le había empezado a coger cariño al felino. Como a un hermano pequeño. Aunque tal vez me estuviese pasando: no nos conociamos tanto realmente. Decidí simplemente dejar que todo fuese de forma natural.


Contemplé como intentaba alcanzar las manzanas con su nueva arma. Falló, y por mucho, pero era completamente normal: no era una herramienta fácil de usar. Recordé como la primera vez que lo utilicé me golpeé en la cabeza. Con peor suerte, me habría sacado un ojo a mi mismo.

 -Venga, no dejes de intentarlo. No te va a salir bien a la primera. Yo solía enrollar la cadena en torno a mi brazo, pero...- Finn era mucho más pequeño y debía tener la mitad de mi peso. Por supuesto, sus brazos también eran mucho más finos. -Creo que en tu cintura te irá mejor. Eso si, ten cuidado: si estás atado a tu cadena, no podrás soltarla. Por ahora, no la cojas del extremo. Si la giras cogiendola así, podrás controlar mejor la dirección. - expliqué, mostrandole como agarrarlo. Tras unos minutos de explicación, recogí mis cosas y partimos a Lunargenta.


El cielo estaba despejado y el sol brillaba con intensidad, haciendo que el día fuese cálido y agradable. Mientras caminabamos con tranquilidad, me dediqué a contar algunas historias sobre las aventuras que había vivido, como mi encuentro con un dragón petrificante (el cual aproveché para enseñar el colmillo que le había arrancado) o la escolta de una pequeña niña semielfa a las islas de los brujos. Conté como luché contra un pequeño ejercito de trasgos con tan solo un grupo de cinco personas, como me encontré con un nigromante y rescaté al majestuoso león que caminaba orgulloso detrás de mi, y como lo volví a ver unas semanas después en el asedio de Térpoli, un pueblo cercano. No pude evitar sonreir al recordar mis hazañas y los peligros a los que me había enfrentado, y las que me quedaban por vivir.

-Como verás, tengo muchas cosas sobre las que fanfarronear.- sonreí. -Tu también tendrás, si sigues así este camino.-

Puntos de habilidades pasivas:

Wernack-> 3



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