La ociosidad es la madre de todos los vicios [Int. Libre] [1/1] [Cerrado]
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Estar de nuevo en mi hogar me reconfortaba en cierto modo. Sentía una sensación de seguridad que había desaparecido en los últimos dos meses y medio. Tiempo suficiente para enfrentarme a varios grupos de vampiros malvados, a una misteriosa bruja tensái como yo, liberar a un pueblo de una maldición y, por supuesto, rescatar a mi madre, que era el principal fin del viaje. Hacía días que habíamos llegado.
Ahora ella estaba hablando con Dorian de “asuntos privados” mientras yo, lanzaba piedras a una pequeña laguna en un parque cercano a Beltrexus, tratando de que la piedra llegara a la otra orilla. Sintiéndome como si fuera mierda. Un mero peón en un juego de nobles. Y yo no tenía pensado ser una mera recadera que obedecería órdenes sin rechistar. Había demostrado ser lo suficientemente hábil e importante como para ser una figura pensante en el juego, por mucho que tanto Dorian como mi madre quisieran que me mantuviera al margen. Eso era algo que no duraría mucho tiempo.
Tenía mil cosas en mi mente, y no solo relativas a mis misiones, también a mis habilidades. En el último viaje había dependido demasiado de compañeros. En todos los ámbitos de mi vida era hora de dejar de ser la niña protegida. De ser independiente.
Tomé otra piedra del suelo y cerré los ojos. Generé una pequeña brisa de aire. Aquel día llevaba el pelo suelto, por primera vez en todos esos meses. El pelo suelto no era práctico en combate. Pero sentir mi melena castaña fluir gracias al soplo de la brisa, haciéndome cosquillas en la cara, era una experiencia maravillosa. Abrí los ojos con fria y lancé la piedra que había cogido a la laguna, llegó ligeramente más lejos que las anteriores, en parte gracias a la ayudita ventosa que le di con la mano.
En el centro del parque había una gran roca, a modo ornamental. De unos tres metros de alto. Tal vez… ¿podría dar saltos de mayor altura? Tomé carrerilla y traté de impulsarme. Generé una pequeña corriente de aire sobre mis pies para impulsarme a la vez que flexionaba las rodillas. Y conseguí pegar un salto bastante alto, lo suficiente como para sujetarme al borde superior de la roca. Desde luego había sido un salto mucho más grande del que suelen hacer mis compañeros o los humanos corrientes. Me solté y amortigüé mi caída, de nuevo con una ráfaga de aire sobre mis pies.
Podría probar otro movimiento… ¿un salto hacia atrás? Corrí horizontalmente hacia la piedra. Salté con el pie por delante para apoyarme sobre la roca y generé una pequeña corriente de viento sobre mi pie que me elevó hacia atrás, en la dirección que había venido. La corriente era fuerte y me permitió dar una fuerte voltereta hacia atrás, mantuve el equilibrio sobre mi centro de gravedad y volví a caer a tierra, con una rodilla sobre tierra y la otra flexionada. ¡Había dado un salto hacia atrás de casi dos metros!
Sonreí. Hacía tiempo que no lo hacía. Beltrexus era mágico para eso y cambiaba mi humor. Miré alrededor, tenía miedo haber hecho el ridículo. Aunque había pocas personas por aquel parque. A fin de cuentas estaba practicando deporte. Estaba considerablemente cansada y ansiosa de que llegara la noche para ver si Dorian o mi madre se dignaban a contarme algo. Apenas serían las 4 de la tarde. ¿Qué puedo hacer?
-Iré a ver si Mortdecái me ha añadido algún módulo interesante a mi ballesta – me dije a mí misma. Con semblante de convicción. Estaba ligeramente ociosa, y eso era algo extraño para mí, que siempre solía tener algo que hacer.
Mordecái era un viejo amigo de la infancia. Un joven humano de mi edad, de pelo castaño y bastante flacucho, sin ningún tipo de habilidad mágica, con quien compartí los años de enseñanza básica. Era un buen amigo y yo así lo consideraba, pero a veces era demasiado evidente que le gustaba. Era un manitas y sabía mucho de mecánica. Fue una alegría ver que lo habían admitido como mecánico en el taller del maestro de fuego Thornton, así pudo abandonar ese cutre y viejo taller de su padre para pasar a trabajar en un sitio mejor.
Me dispuse a caminar, pero noté algo de arena en mis botas. “Odio la arena en los zapatos…”, me apoyé con la mano en la roca y me descalcé para quitar la dichosa arena, mientras la limpiaba lancé una mirada general al parque, para ver si vislumbraba alguna cara conocida.
Ahora ella estaba hablando con Dorian de “asuntos privados” mientras yo, lanzaba piedras a una pequeña laguna en un parque cercano a Beltrexus, tratando de que la piedra llegara a la otra orilla. Sintiéndome como si fuera mierda. Un mero peón en un juego de nobles. Y yo no tenía pensado ser una mera recadera que obedecería órdenes sin rechistar. Había demostrado ser lo suficientemente hábil e importante como para ser una figura pensante en el juego, por mucho que tanto Dorian como mi madre quisieran que me mantuviera al margen. Eso era algo que no duraría mucho tiempo.
Tenía mil cosas en mi mente, y no solo relativas a mis misiones, también a mis habilidades. En el último viaje había dependido demasiado de compañeros. En todos los ámbitos de mi vida era hora de dejar de ser la niña protegida. De ser independiente.
Tomé otra piedra del suelo y cerré los ojos. Generé una pequeña brisa de aire. Aquel día llevaba el pelo suelto, por primera vez en todos esos meses. El pelo suelto no era práctico en combate. Pero sentir mi melena castaña fluir gracias al soplo de la brisa, haciéndome cosquillas en la cara, era una experiencia maravillosa. Abrí los ojos con fria y lancé la piedra que había cogido a la laguna, llegó ligeramente más lejos que las anteriores, en parte gracias a la ayudita ventosa que le di con la mano.
En el centro del parque había una gran roca, a modo ornamental. De unos tres metros de alto. Tal vez… ¿podría dar saltos de mayor altura? Tomé carrerilla y traté de impulsarme. Generé una pequeña corriente de aire sobre mis pies para impulsarme a la vez que flexionaba las rodillas. Y conseguí pegar un salto bastante alto, lo suficiente como para sujetarme al borde superior de la roca. Desde luego había sido un salto mucho más grande del que suelen hacer mis compañeros o los humanos corrientes. Me solté y amortigüé mi caída, de nuevo con una ráfaga de aire sobre mis pies.
Podría probar otro movimiento… ¿un salto hacia atrás? Corrí horizontalmente hacia la piedra. Salté con el pie por delante para apoyarme sobre la roca y generé una pequeña corriente de viento sobre mi pie que me elevó hacia atrás, en la dirección que había venido. La corriente era fuerte y me permitió dar una fuerte voltereta hacia atrás, mantuve el equilibrio sobre mi centro de gravedad y volví a caer a tierra, con una rodilla sobre tierra y la otra flexionada. ¡Había dado un salto hacia atrás de casi dos metros!
Sonreí. Hacía tiempo que no lo hacía. Beltrexus era mágico para eso y cambiaba mi humor. Miré alrededor, tenía miedo haber hecho el ridículo. Aunque había pocas personas por aquel parque. A fin de cuentas estaba practicando deporte. Estaba considerablemente cansada y ansiosa de que llegara la noche para ver si Dorian o mi madre se dignaban a contarme algo. Apenas serían las 4 de la tarde. ¿Qué puedo hacer?
-Iré a ver si Mortdecái me ha añadido algún módulo interesante a mi ballesta – me dije a mí misma. Con semblante de convicción. Estaba ligeramente ociosa, y eso era algo extraño para mí, que siempre solía tener algo que hacer.
Mordecái era un viejo amigo de la infancia. Un joven humano de mi edad, de pelo castaño y bastante flacucho, sin ningún tipo de habilidad mágica, con quien compartí los años de enseñanza básica. Era un buen amigo y yo así lo consideraba, pero a veces era demasiado evidente que le gustaba. Era un manitas y sabía mucho de mecánica. Fue una alegría ver que lo habían admitido como mecánico en el taller del maestro de fuego Thornton, así pudo abandonar ese cutre y viejo taller de su padre para pasar a trabajar en un sitio mejor.
Me dispuse a caminar, pero noté algo de arena en mis botas. “Odio la arena en los zapatos…”, me apoyé con la mano en la roca y me descalcé para quitar la dichosa arena, mientras la limpiaba lancé una mirada general al parque, para ver si vislumbraba alguna cara conocida.
Última edición por Huracan el Mar Dic 15 2015, 20:37, editado 1 vez
Anastasia Boisson
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Re: La ociosidad es la madre de todos los vicios [Int. Libre] [1/1] [Cerrado]
La estancia de la hechicera en las islas se estaba prolongando más de lo que había previsto, ¿pero quién iba a culparla? En comparación con Lunargenta la aldea de los brujos resultaba mucho más tranquila y acogedora, a lo que debía sumar que su casa en las afueras le permitía desconectar de cuanto la rodeaba, permitiéndole centrarse en lo que de verdad le interesaba, sus estudios alquímicos.
Con los años había mejorado mucho, descubriendo nuevos ingredientes y recetas, pero aún había pociones que se le resistían, y era en esas en las que ponía más empeño. Aquella mañana la había dedicado a buscar los posibles componentes del elixir disipador que había elaborado una vez en la tienda de Crowley, pero más allá del Faelivrin y la Acruire Agria no encontraba nada, cosa que terminó por frustrarla.
Los libros se amontonaban en una de las mesas del estudio, muchos abiertos y mostrando bocetos de las plantas que ya conocía, mientras en otros se podían ver especies con las que aún no había trabajado, a pesar de conocer sus propiedades. Pero nada de aquello se correspondía con el ingrediente que le faltaba, así que tras pensarlo durante unos minutos, decidió acercarse a la aldea para hacer una rápida visita al alquimista, esperando obtener de él la respuesta que necesitaba para seguir avanzando en sus experimentos.
Sombra aguardaba tranquilamente pastando junto al árbol de la entrada, mientras Fenrir vigilaba la zona desde el porche, donde se encontraba cómodamente echado sobre una pequeña manta estampada. - Te dejo al cargo Fenrir, volveremos pronto. - dijo la bruja, al tiempo que se agachaba para acariciar el cuello del perro. Su peludo compañero respondió frotando la cabeza contra el brazo de la maga para luego volver a la posición en que se encontraba antes, acostumbrado ya a hacer las veces de guardián de la casa.
Una vez lista, la de ojos verdes tomó las riendas del negro corcel y se subió a la silla, iniciando la marcha de inmediato para no perder tiempo. El trayecto era de por sí largo y algo dificultoso, sobre todo en el tramo que se encontraba dentro del bosque, pero Sombra conocía de sobra el camino, y no tardó en llevarla hasta Beltrexus. A aquellas horas los múltiples comercios de la apacible aldea captaban toda la atención de los transeúntes, que inevitablemente terminaban deteniéndose a mirar alguno de los interesantes artículos puestos a la venta.
Elen en cambio pasó de largo, concentrada en lo que había venido a hacer allí, aunque no descartaba echar un vistazo luego, cuando por fin hubiese descubierto que componente le faltaba. Avanzó por entre la gente hasta que Sombra comenzó a resoplar, claro indicio de que no se encontraba cómodo con tantas personas a su alrededor, era el momento de dejarlo en algún establo antes de que haciendo gala de su carácter, decidiese obsequiar una coz a quien se le acercase demasiado.
No tardó en llevarlo hasta el establo situado junto a la tienda de Crowley, y tras hacer la pertinente visita al alquimista, regresó junto a su montura mucho más animada. Tenía la información que necesitaba, o más bien el libro que la contenía, así que ya podía regresar a casa, aunque primero se acercaría a una tranquila laguna cercana a la aldea, para que el animal tomase algo de agua fresca.
Lo que no esperaba la de cabellos cenicientos era encontrar allí a nadie, mucho menos a alguien que ya conocía. - ¿Anastasia? - preguntó mientras se acercaba a pie, con las riendas del corcel en la mano. La joven se encontraba manipulando una de sus botas y mirando los alrededores, así que no tardaría en verla. - Vaya me alegra verte de nuevo, ¿conseguiste encontrar a tu madre? - preguntó en cuanto estuvo algo más cerca, sin elevar demasiado la voz por si pudiese haber alguien más en la zona.
Con los años había mejorado mucho, descubriendo nuevos ingredientes y recetas, pero aún había pociones que se le resistían, y era en esas en las que ponía más empeño. Aquella mañana la había dedicado a buscar los posibles componentes del elixir disipador que había elaborado una vez en la tienda de Crowley, pero más allá del Faelivrin y la Acruire Agria no encontraba nada, cosa que terminó por frustrarla.
Los libros se amontonaban en una de las mesas del estudio, muchos abiertos y mostrando bocetos de las plantas que ya conocía, mientras en otros se podían ver especies con las que aún no había trabajado, a pesar de conocer sus propiedades. Pero nada de aquello se correspondía con el ingrediente que le faltaba, así que tras pensarlo durante unos minutos, decidió acercarse a la aldea para hacer una rápida visita al alquimista, esperando obtener de él la respuesta que necesitaba para seguir avanzando en sus experimentos.
Sombra aguardaba tranquilamente pastando junto al árbol de la entrada, mientras Fenrir vigilaba la zona desde el porche, donde se encontraba cómodamente echado sobre una pequeña manta estampada. - Te dejo al cargo Fenrir, volveremos pronto. - dijo la bruja, al tiempo que se agachaba para acariciar el cuello del perro. Su peludo compañero respondió frotando la cabeza contra el brazo de la maga para luego volver a la posición en que se encontraba antes, acostumbrado ya a hacer las veces de guardián de la casa.
Una vez lista, la de ojos verdes tomó las riendas del negro corcel y se subió a la silla, iniciando la marcha de inmediato para no perder tiempo. El trayecto era de por sí largo y algo dificultoso, sobre todo en el tramo que se encontraba dentro del bosque, pero Sombra conocía de sobra el camino, y no tardó en llevarla hasta Beltrexus. A aquellas horas los múltiples comercios de la apacible aldea captaban toda la atención de los transeúntes, que inevitablemente terminaban deteniéndose a mirar alguno de los interesantes artículos puestos a la venta.
Elen en cambio pasó de largo, concentrada en lo que había venido a hacer allí, aunque no descartaba echar un vistazo luego, cuando por fin hubiese descubierto que componente le faltaba. Avanzó por entre la gente hasta que Sombra comenzó a resoplar, claro indicio de que no se encontraba cómodo con tantas personas a su alrededor, era el momento de dejarlo en algún establo antes de que haciendo gala de su carácter, decidiese obsequiar una coz a quien se le acercase demasiado.
No tardó en llevarlo hasta el establo situado junto a la tienda de Crowley, y tras hacer la pertinente visita al alquimista, regresó junto a su montura mucho más animada. Tenía la información que necesitaba, o más bien el libro que la contenía, así que ya podía regresar a casa, aunque primero se acercaría a una tranquila laguna cercana a la aldea, para que el animal tomase algo de agua fresca.
Lo que no esperaba la de cabellos cenicientos era encontrar allí a nadie, mucho menos a alguien que ya conocía. - ¿Anastasia? - preguntó mientras se acercaba a pie, con las riendas del corcel en la mano. La joven se encontraba manipulando una de sus botas y mirando los alrededores, así que no tardaría en verla. - Vaya me alegra verte de nuevo, ¿conseguiste encontrar a tu madre? - preguntó en cuanto estuvo algo más cerca, sin elevar demasiado la voz por si pudiese haber alguien más en la zona.
Elen Calhoun
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Re: La ociosidad es la madre de todos los vicios [Int. Libre] [1/1] [Cerrado]
Mientras me colocaba de nuevo la bota en la que se había metido arena sentí una voz conocida llamarme por mi nombre. Pocas personas podían ser. Miré hacia donde había venido la voz, y, efectivamente, era conocida. Se trataba de Elen. Hacía tiempo que no la veía, concretamente desde mi partida.
-¡Elen! – le dije sorprendida en cuanto la vi. Siempre era agradable ver una cara conocida después de los desaguisados de los últimos meses.
Pero no iba sola en aquella ocasión, sino junto a un caballo. Que poco me gustaban esos animales… tan nerviosos. Yo ni sabía ni tenía interés en aprender a montar en ellos. Mi ámbito de movimiento era la isla, relativamente pequeña. Y en mis escapadas siempre iba acompañada de alguien que me llevaba. Era precisamente ahora cuando iba a ser buena idea iniciarme en el dominio de los caballos, pues mis viajes continentales serían más frecuentes y en solitario en muchas ocasiones.
-Pues sí, rescaté a mi madre de una peligrosa banda de vampiros. – le respondí ya incorporada – Está en la academia. Hablando con Dorian de “asuntos privados”. – continué en un aborrecido tono medio sarcástico, medio enfadado – No hubiese sido posible sin algunos conocidos durante el viaje. Afortunadamente, en el continente no hay sólo malas personas. – Aunque las atrocidades que había visto durante toda la travesía me habían hecho cuestionarme esto último. No tenía ganas de detallárselas a la de cabellos cenicientos. Fue entonces cuando, haciendo un recuento de la buena gente que había conocido, me acordé del hermano de Elen – No me habías dicho que tenías un hermano, Vincent. Recuerdos de su parte. Está sano y salvo. – le dije transmitiéndole lo que el hombre me había comentado.
Miré el paisaje. Había hecho un bonito día. Echaba de menos tanto ese clima isleño… creo que en los últimos meses me había comido más lluvia que en los últimos dos años. Volví la vista hacia Elen.
-¿Y tú, qué tal? ¿Qué has hecho este tiempo? ¿Estudiando mucho? – le pregunté con una sonrisa, mirando el libro que portaba en la mano.
Mientras aguardaba su respuesta recordé lo que había pensado antes de encontrarme con Elen, ir a buscar mi arma al taller, estaba ansiosa por ver las nuevas mejoras anti-vampiros que le habría incluido Mortdecái. Tal vez podría venir Elen conmigo, si le apetecía.
-¿Tienes algo que hacer esta tarde? Yo tengo que ir a ver a un amigo al taller. Dejé la ballesta reparando. Si quieres puedes venir y seguimos hablando por el camino - dije ya dispuesta a caminar. Guiaría a Elen y a su rocín hasta el taller. Aunque también estaría dispuesta a ayudarla si quisiera hacer algo que le urgiera más.
El taller no estaba muy lejos de donde nos encontrábamos. Tan solo a unos diez minutos andando de allí.
-¡Elen! – le dije sorprendida en cuanto la vi. Siempre era agradable ver una cara conocida después de los desaguisados de los últimos meses.
Pero no iba sola en aquella ocasión, sino junto a un caballo. Que poco me gustaban esos animales… tan nerviosos. Yo ni sabía ni tenía interés en aprender a montar en ellos. Mi ámbito de movimiento era la isla, relativamente pequeña. Y en mis escapadas siempre iba acompañada de alguien que me llevaba. Era precisamente ahora cuando iba a ser buena idea iniciarme en el dominio de los caballos, pues mis viajes continentales serían más frecuentes y en solitario en muchas ocasiones.
-Pues sí, rescaté a mi madre de una peligrosa banda de vampiros. – le respondí ya incorporada – Está en la academia. Hablando con Dorian de “asuntos privados”. – continué en un aborrecido tono medio sarcástico, medio enfadado – No hubiese sido posible sin algunos conocidos durante el viaje. Afortunadamente, en el continente no hay sólo malas personas. – Aunque las atrocidades que había visto durante toda la travesía me habían hecho cuestionarme esto último. No tenía ganas de detallárselas a la de cabellos cenicientos. Fue entonces cuando, haciendo un recuento de la buena gente que había conocido, me acordé del hermano de Elen – No me habías dicho que tenías un hermano, Vincent. Recuerdos de su parte. Está sano y salvo. – le dije transmitiéndole lo que el hombre me había comentado.
Miré el paisaje. Había hecho un bonito día. Echaba de menos tanto ese clima isleño… creo que en los últimos meses me había comido más lluvia que en los últimos dos años. Volví la vista hacia Elen.
-¿Y tú, qué tal? ¿Qué has hecho este tiempo? ¿Estudiando mucho? – le pregunté con una sonrisa, mirando el libro que portaba en la mano.
Mientras aguardaba su respuesta recordé lo que había pensado antes de encontrarme con Elen, ir a buscar mi arma al taller, estaba ansiosa por ver las nuevas mejoras anti-vampiros que le habría incluido Mortdecái. Tal vez podría venir Elen conmigo, si le apetecía.
-¿Tienes algo que hacer esta tarde? Yo tengo que ir a ver a un amigo al taller. Dejé la ballesta reparando. Si quieres puedes venir y seguimos hablando por el camino - dije ya dispuesta a caminar. Guiaría a Elen y a su rocín hasta el taller. Aunque también estaría dispuesta a ayudarla si quisiera hacer algo que le urgiera más.
El taller no estaba muy lejos de donde nos encontrábamos. Tan solo a unos diez minutos andando de allí.
Anastasia Boisson
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Re: La ociosidad es la madre de todos los vicios [Int. Libre] [1/1] [Cerrado]
La joven se sorprendió al verla llegar, hecho del todo normal tras el tiempo que había pasado desde que se separasen fuera de la casa de William, meses atrás. Por su aspecto parecía que le había ido bien durante aquel tiempo, pero instantes después ella misma lo confirmó, al responder a la pregunta que la de ojos verdes acababa de formularle. Huracán había logrado rescatar a su madre de los vampiros, pero a juzgar por su tono de voz no le agradaba mucho que ésta estuviese tratando temas privados con Dorian, dejándola a ella fuera.
Puede que ambos solo tratasen de protegerla a su manera, pero la de cabellos castaños era ya mayorcita y podía cuidarse sola, tarde o temprano tendrían que asumirlo y tratarla como tal. Con una leve sonrisa en los labios, la hechicera detuvo su montura y acarició el cuello del animal para que se mantuviese tranquilo, a pesar de la presencia de una extraña. Fue entonces cuando Anastasia mencionó a su hermano, agregando que se encontraba bien y le mandaba recuerdos desde la ciudad.
- Gracias, mi estancia aquí se está alargando más de lo que esperaba, Vince y yo tendremos que ponernos al día cuando regrese a Lunargenta. - musitó, sin querer echar cuentas de cuánto llevaba ya en su tierra natal. - Seguro que tiene mucho que contarme. - añadió sonriendo levemente, sin duda el mago se habría metido en más de una aventura durante su ausencia.
Meses, lo que había comenzado como una simple visita de unos días se había transformado en una estancia bastante prolongada, y aunque la bruja disfrutaba mucho de las islas, no podía evitar echar de menos a su familia. Por su parte, Yennefer seguía negándose a regresar a aquellas tierras tras la pérdida de su esposo, demasiados recuerdos decía, así que ninguno de los hermanos quería presionarla. Por esto Elen era la que más tiempo pasaba allí, muchas veces viajando en solitario para mantener la casa familiar en buen estado, tras todas las obras que había tenido que hacer para reformarla.
- Así es, sigo formándome en lo referente a la alquimia. - contestó animada, levantando ligeramente el libro que Crowley le había entregado hacía tan solo un rato. Quizá tuviese que esperar para empezar a leer lo que sus páginas contenían, pero era agradable encontrarse con alguien conocido de vez en cuando, sobre todo cuando esa persona no trataba de atacarla. - El tomo no se va a ir a ninguna parte así que te acompaño, me servirá para desconectar un poco. - dijo con tono amable, reconociendo interiormente que sí necesitaba un pequeño descanso, antes de volver a sumergirse en sus experimentos.
Así pues, la de ojos verdes esperó a que su compañera le mostrara el camino, para situarse a su lado y caminar a la par, manteniendo a Sombra del lado contrario. - ¿Qué tipo de trabajos realiza ese artesano?... Tengo una armadura a la que no le vendrían mal un par de arreglos. - comentó, tras recordar el estado en que había quedado tras las pruebas a las que Tarivius la había enviado.
Aquella vestimenta se convirtió en una segunda piel para ella cuando más la necesitaba, protegiéndola de las amenazas y resguardándola ante las inclemencias del tiempo, con lo cual deseaba arreglarla e incluso mejorarla, lo antes posible. En cuestión de minutos ambas se encontrarían frente al taller que Huracán había mencionado, lugar en que la alquimista podría hacerse una idea mejor acerca de los productos que se ofrecían y la calidad de los mismos.
Puede que ambos solo tratasen de protegerla a su manera, pero la de cabellos castaños era ya mayorcita y podía cuidarse sola, tarde o temprano tendrían que asumirlo y tratarla como tal. Con una leve sonrisa en los labios, la hechicera detuvo su montura y acarició el cuello del animal para que se mantuviese tranquilo, a pesar de la presencia de una extraña. Fue entonces cuando Anastasia mencionó a su hermano, agregando que se encontraba bien y le mandaba recuerdos desde la ciudad.
- Gracias, mi estancia aquí se está alargando más de lo que esperaba, Vince y yo tendremos que ponernos al día cuando regrese a Lunargenta. - musitó, sin querer echar cuentas de cuánto llevaba ya en su tierra natal. - Seguro que tiene mucho que contarme. - añadió sonriendo levemente, sin duda el mago se habría metido en más de una aventura durante su ausencia.
Meses, lo que había comenzado como una simple visita de unos días se había transformado en una estancia bastante prolongada, y aunque la bruja disfrutaba mucho de las islas, no podía evitar echar de menos a su familia. Por su parte, Yennefer seguía negándose a regresar a aquellas tierras tras la pérdida de su esposo, demasiados recuerdos decía, así que ninguno de los hermanos quería presionarla. Por esto Elen era la que más tiempo pasaba allí, muchas veces viajando en solitario para mantener la casa familiar en buen estado, tras todas las obras que había tenido que hacer para reformarla.
- Así es, sigo formándome en lo referente a la alquimia. - contestó animada, levantando ligeramente el libro que Crowley le había entregado hacía tan solo un rato. Quizá tuviese que esperar para empezar a leer lo que sus páginas contenían, pero era agradable encontrarse con alguien conocido de vez en cuando, sobre todo cuando esa persona no trataba de atacarla. - El tomo no se va a ir a ninguna parte así que te acompaño, me servirá para desconectar un poco. - dijo con tono amable, reconociendo interiormente que sí necesitaba un pequeño descanso, antes de volver a sumergirse en sus experimentos.
Así pues, la de ojos verdes esperó a que su compañera le mostrara el camino, para situarse a su lado y caminar a la par, manteniendo a Sombra del lado contrario. - ¿Qué tipo de trabajos realiza ese artesano?... Tengo una armadura a la que no le vendrían mal un par de arreglos. - comentó, tras recordar el estado en que había quedado tras las pruebas a las que Tarivius la había enviado.
Aquella vestimenta se convirtió en una segunda piel para ella cuando más la necesitaba, protegiéndola de las amenazas y resguardándola ante las inclemencias del tiempo, con lo cual deseaba arreglarla e incluso mejorarla, lo antes posible. En cuestión de minutos ambas se encontrarían frente al taller que Huracán había mencionado, lugar en que la alquimista podría hacerse una idea mejor acerca de los productos que se ofrecían y la calidad de los mismos.
Elen Calhoun
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Re: La ociosidad es la madre de todos los vicios [Int. Libre] [1/1] [Cerrado]
Elen tenía previsto volver a Lunargenta en un futuro no muy lejano para hablar con su hermano. Nunca había estado allí. Aunque tenía ganas de conocer “la capital del mundo”. No me habían hablado demasiado bien de aquella ciudad.
Por lo demás. Elen continuaba con su formación de alquimista. Yo había sido una gran estudiante, y todavía seguía aprendiendo día a día, pero más cuestiones prácticas referentes a mi profesión que las puramente teóricas. Aceptó acompañarme para desconectar un poco y con una sonrisa sincera aceptó acompañarme. Por sus gestos me daba la sensación de que la joven estaba estresada, que sus quehaceres no habían cambiado demasiado estos últimos tres meses. Puse los brazos en jarra y le sonreí pícaramente.
-Deberías alternar tus estudios con alguna actividad diferente. - Opiné. Al menos esa era la filosofía que yo había seguido durante mis estudios, y me había ido bien.
Dicho esto, nos dispusimos a caminar, guiando a Elen y a su caballo por el centro de la ciudad hasta el taller del que era mi mejor amigo. Durante el trayecto, Elen me preguntó también que tipo de arreglos hacía, parecía interesada en sus servicios.
-Mortdecái es mecánico principalmente. - le dije - Pero es un manitas. Seguro que te arregla la armadura también si se lo pides.
Al poco de caminar, llegamos al taller de mi amigo. Estaba a un par de calles de la academia Tensái. Cuando vi su casa, indiqué a Elen que me siguiera hacia la parte trasera de la misma, donde se encontraba el pequeño taller de una planta, allí era todo muy casero. Entramos por la puerta del taller. Mortdecái tenía bastante trabajo desde que se convirtió en reparador oficial del maestro Thornton, profesor de mecanismos, que investigaba principalmente mejoras tecnológicas para armamento que luego utilizaríamos los brujos.
Mortdecái se encontraba debajo de un enorme equipo, una especie de giróscopo gigante, que tenía elevado sobre unos aparatos extraños que él llamaba “gatos”. Según me había contado los llamaba así porque adoraba esos animales. Sólo se veían las piernas, con sus inconfundibles pantalones de cuero marrón medio rotos, que eran inconfundibles. Además de sus improperios, muy comunes cuando se frustraba o no era capaz de ajustar una tuerca.
El lugar, tan “limpio” como de costumbre. Lleno de grasa, aceite de ballena seguramente, por todos lados. Advertí a Elen con la mano que tuviera cuidado de donde tocaba, o se mancharía. Y difícilmente se quitaba, por mi experiencia. Me puse justo debajo de él y piqué varias veces sobre el aparato.
-¡Voy, voy, recorcholis! ¡Tranquilidad! – dijo estresado, y salió de debajo del aparato un joven de mi edad de pelo corto castaño y con la cara bastante llena de grasa. Con su inconfundible gorra azul, sin duda era él, a pesar de la negrura de su rostro. Cuando me vio puso cara de asustado, y rápidamente se incorporó y comenzó a limpiarse con una toalla - ¡Oh! Eres tú, Huracán... Pe… perdona – dijo muy nervioso y con una sonrisa. – No… No te esperaba hoy... ¡Oh! Estás muy… muy guapa… con el pelo así… suelto… y no en trenza… Ojo… que no digo que te quede mal la trenza. Me entiendes. – me piropeó tratando de corregirse. Desde que íbamos al colegio, mi compañero ya había mostrado evidencias muy claras de que le gustaba. Era encantador y una persona fiel en la que confiar. Era una pena que no lo viera más allá de un amigo por el momento. A continuación miró a Elen y la saludó con la mano – Y… Hola… Amiga de Huracán – dijo con una sonrisa inocente. Siempre le costó bastante hablar con las mujeres.
-Elen – le dije de brazos cruzados y pierna cruzada apoyándome sobre una parte limpia sobre el gran equipo que reparaba – Y él es Mortdecái, mi mejor amigo desde la infancia – le dije a la bruja.
-Un… Un placer Elen – dijo con una pequeña inclinación de cabeza. Y rápidamente se acordó de mi arma favorita, volvió a dirigirse hacia mí que le había dejado allí - ¡Tengo tu arma lista! ¡Ven!
Y nos llevó apresuradamente hacia la parte atrás del garaje, donde sobre unos soportes se encontraba mi bella ballesta pesada. Con evidentes mejoras. Miré detenidamente el arma y escuché atentamente lo que él me explicaba.
-Con esta manivela – dijo señalando una palanca que sobresalía – tensas la cuerda para proporcionar un disparo potente en función de la distancia. Recomiendo un 50% para unos 100 m. Hasta un máximo de 400 m. ¡Con condiciones eólicas favorables! Aunque eso no será un problema para alguien que manipula el viento. Tengo que pasarte la curva Tensión frente a Distancia que he ensayado – a continuación se dirigió hacia una pequeña rosca que me había incluido en la parte de arriba – Esta rosca de carraca ajusta la velocidad de giro del eje de la flecha sobre sí mismo, otorgando un efecto de perforación. De momento al 100% solo perforará madera o escudos pequeños, a lo sumo. Lo mejoraré en el futuro. – se dirigió a la mira de la misma, que a parte ahora tenía una pequeña burbuja con un círculo en su interior - ¿Ves esta burbujita? Intenta que esté en el centro del círculo y olvídate de la dirección del viento. ¡La corregirá sola! ¿No es fantástico? – Y se dirigió a la parte delantera de la misma – Y por supuesto, lo que me habías pedido. ¡Una bayoneta! Fabricada con el mejor hierro traído de las minas de Dundarak
-¡Pero pesa demasiado! – le dije tomándola.
-¡Já! Lo sé – dijo con una sonrisa – Tendrás que echar brazo, o incitar al maestro de tecnología de materiales que investigue materiales más ligeros.
Tomé la ballesta sin virotes y probé a apuntar y trastear con ella. Tal vez Elen quisiera preguntarle algo. Era evidente el trabajo que el joven charlatán había hecho por mí y a coste totalmente gratuito. Sin duda aquellas novedades me serían muy útiles en el futuro.
OFF: Puedes utilizar a Mortdecái para lo que quieras, o responder, trastear con lo que quieras etc! Jajaja
Por lo demás. Elen continuaba con su formación de alquimista. Yo había sido una gran estudiante, y todavía seguía aprendiendo día a día, pero más cuestiones prácticas referentes a mi profesión que las puramente teóricas. Aceptó acompañarme para desconectar un poco y con una sonrisa sincera aceptó acompañarme. Por sus gestos me daba la sensación de que la joven estaba estresada, que sus quehaceres no habían cambiado demasiado estos últimos tres meses. Puse los brazos en jarra y le sonreí pícaramente.
-Deberías alternar tus estudios con alguna actividad diferente. - Opiné. Al menos esa era la filosofía que yo había seguido durante mis estudios, y me había ido bien.
Dicho esto, nos dispusimos a caminar, guiando a Elen y a su caballo por el centro de la ciudad hasta el taller del que era mi mejor amigo. Durante el trayecto, Elen me preguntó también que tipo de arreglos hacía, parecía interesada en sus servicios.
-Mortdecái es mecánico principalmente. - le dije - Pero es un manitas. Seguro que te arregla la armadura también si se lo pides.
Al poco de caminar, llegamos al taller de mi amigo. Estaba a un par de calles de la academia Tensái. Cuando vi su casa, indiqué a Elen que me siguiera hacia la parte trasera de la misma, donde se encontraba el pequeño taller de una planta, allí era todo muy casero. Entramos por la puerta del taller. Mortdecái tenía bastante trabajo desde que se convirtió en reparador oficial del maestro Thornton, profesor de mecanismos, que investigaba principalmente mejoras tecnológicas para armamento que luego utilizaríamos los brujos.
Mortdecái se encontraba debajo de un enorme equipo, una especie de giróscopo gigante, que tenía elevado sobre unos aparatos extraños que él llamaba “gatos”. Según me había contado los llamaba así porque adoraba esos animales. Sólo se veían las piernas, con sus inconfundibles pantalones de cuero marrón medio rotos, que eran inconfundibles. Además de sus improperios, muy comunes cuando se frustraba o no era capaz de ajustar una tuerca.
El lugar, tan “limpio” como de costumbre. Lleno de grasa, aceite de ballena seguramente, por todos lados. Advertí a Elen con la mano que tuviera cuidado de donde tocaba, o se mancharía. Y difícilmente se quitaba, por mi experiencia. Me puse justo debajo de él y piqué varias veces sobre el aparato.
-¡Voy, voy, recorcholis! ¡Tranquilidad! – dijo estresado, y salió de debajo del aparato un joven de mi edad de pelo corto castaño y con la cara bastante llena de grasa. Con su inconfundible gorra azul, sin duda era él, a pesar de la negrura de su rostro. Cuando me vio puso cara de asustado, y rápidamente se incorporó y comenzó a limpiarse con una toalla - ¡Oh! Eres tú, Huracán... Pe… perdona – dijo muy nervioso y con una sonrisa. – No… No te esperaba hoy... ¡Oh! Estás muy… muy guapa… con el pelo así… suelto… y no en trenza… Ojo… que no digo que te quede mal la trenza. Me entiendes. – me piropeó tratando de corregirse. Desde que íbamos al colegio, mi compañero ya había mostrado evidencias muy claras de que le gustaba. Era encantador y una persona fiel en la que confiar. Era una pena que no lo viera más allá de un amigo por el momento. A continuación miró a Elen y la saludó con la mano – Y… Hola… Amiga de Huracán – dijo con una sonrisa inocente. Siempre le costó bastante hablar con las mujeres.
-Elen – le dije de brazos cruzados y pierna cruzada apoyándome sobre una parte limpia sobre el gran equipo que reparaba – Y él es Mortdecái, mi mejor amigo desde la infancia – le dije a la bruja.
-Un… Un placer Elen – dijo con una pequeña inclinación de cabeza. Y rápidamente se acordó de mi arma favorita, volvió a dirigirse hacia mí que le había dejado allí - ¡Tengo tu arma lista! ¡Ven!
Y nos llevó apresuradamente hacia la parte atrás del garaje, donde sobre unos soportes se encontraba mi bella ballesta pesada. Con evidentes mejoras. Miré detenidamente el arma y escuché atentamente lo que él me explicaba.
-Con esta manivela – dijo señalando una palanca que sobresalía – tensas la cuerda para proporcionar un disparo potente en función de la distancia. Recomiendo un 50% para unos 100 m. Hasta un máximo de 400 m. ¡Con condiciones eólicas favorables! Aunque eso no será un problema para alguien que manipula el viento. Tengo que pasarte la curva Tensión frente a Distancia que he ensayado – a continuación se dirigió hacia una pequeña rosca que me había incluido en la parte de arriba – Esta rosca de carraca ajusta la velocidad de giro del eje de la flecha sobre sí mismo, otorgando un efecto de perforación. De momento al 100% solo perforará madera o escudos pequeños, a lo sumo. Lo mejoraré en el futuro. – se dirigió a la mira de la misma, que a parte ahora tenía una pequeña burbuja con un círculo en su interior - ¿Ves esta burbujita? Intenta que esté en el centro del círculo y olvídate de la dirección del viento. ¡La corregirá sola! ¿No es fantástico? – Y se dirigió a la parte delantera de la misma – Y por supuesto, lo que me habías pedido. ¡Una bayoneta! Fabricada con el mejor hierro traído de las minas de Dundarak
-¡Pero pesa demasiado! – le dije tomándola.
-¡Já! Lo sé – dijo con una sonrisa – Tendrás que echar brazo, o incitar al maestro de tecnología de materiales que investigue materiales más ligeros.
Tomé la ballesta sin virotes y probé a apuntar y trastear con ella. Tal vez Elen quisiera preguntarle algo. Era evidente el trabajo que el joven charlatán había hecho por mí y a coste totalmente gratuito. Sin duda aquellas novedades me serían muy útiles en el futuro.
OFF: Puedes utilizar a Mortdecái para lo que quieras, o responder, trastear con lo que quieras etc! Jajaja
Anastasia Boisson
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Re: La ociosidad es la madre de todos los vicios [Int. Libre] [1/1] [Cerrado]
Al escuchar sus palabras Huracán no tardó en hacerle una sugerencia, para que alternase sus estudios con otras actividades diferentes, cosa con la que evitaría el estrés y podría entretenerse. Tenía razón, pero la de ojos verdes solía emplear mayoritariamente su tiempo para investigar nuevos componentes o recetas, tarea que solo interrumpía cuando tenía que viajar o buscaba trabajo en la ciudad. De reducir las horas que dedicaba a la alquimia, ¿qué haría luego con ellas? A decir verdad la bruja no tenía muchas aficiones, y lo único que se le pasaba por la mente era mejorar su destreza en combate, actividad que tampoco le permitiría relajarse mucho.
Manteniendo la sonrisa, agradeció el gesto de su compañera y también que la oscura sombra que usaba cubriese las marcadas ojeras, al menos así no se notaba tanto lo poco que descansaba. Ya en marcha, Anastasia comentó que su amigo del taller era mecánico, a lo que añadió casi de inmediato que siendo tan apañado como era, seguramente también podría ocuparse de reparar su armadura, solo tendría que tratar el tema con él.
Elen no había tratado mucho con mecánicos, siempre acudía a los herreros y mercaderes del comercio de hechiceros, así que la visita despertaba su interés, quizá descubriese accesorios que le viniesen bien. Pronto ambas hechiceras se encontraron frente al local, y siguiendo las indicaciones de su compañera, la de cabellos cenicientos avanzó hacia la parte trasera del mismo, vigilando que Sombra no se pusiese nervioso por estar en un lugar extraño. El animal resoplaba de vez en cuando, pero el simple toque de su dueña bastaba para calmarlo y que ignorase cuanto pasaba a su alrededor, centrándose completamente en ella.
- Te quedas aquí, pórtate bien. - musitó mientras ataba las riendas a un poste cercano, para acto seguido avanzar hacia la puerta del taller e internarse en el mismo. El joven que suponía que sería Mortdecái se encontraba bajo un enorme aparato que no pudo identificar, solo se le veían las piernas y podía escucharse algún que otro insulto, causado por la frustración. Gran parte del local estaba sucio, lleno de grasa y aceite, lo cual no llamaba la atención en un lugar como aquel, pero la benjamina de los Calhoun tendría que tener cuidado de no apoyarse o la mancha le echaría a perder las ropas.
Su compañera se acercó al aparato y dio unos pequeños toques para llamar la atención del mecánico, que enseguida salió para ver quién lo requería. Habría sido difícil reconocer su tiznado rostro bajo la grasa, pero tras frotarse un poco con un trapo limpio, sus rasgos se mostraron más claramente. Sonreía nervioso sin apartar la vista de Anastasia, a la que trató de halagar de forma algo torpe, lo que delataba que sin duda ella le gustaba bastante. Tras una escueta presentación, el muchacho las guió hacia otra zona del taller, en que descansaba la ballesta de la bruja.
La de ojos verdes solo había tenido ocasión de verla una vez, pero notaba que ya no estaba igual que antes, hecho que se debería a las mejoras añadidas por Mortdecái. Con entusiasmo, el chico comenzó a explicar todo lo que le había puesto de más, señalando en cada momento las novedades y sus funciones, que parecían realmente prácticas. Lo malo era el peso, pero esa cuestión era un precio a pagar por las facilidades que el arma ahora otorgaba a su dueña, que con algo de ejercicio se acostumbraría al cambio.
La alquimista recordaba perfectamente lo que le había costado habituarse a las espadas largas, eran hojas más complicadas de manejar tanto por el esfuerzo que se requería para realizar cada movimiento como para calcular la amplitud de los tajos, pero tras varios entrenamientos podía decirse que había adquirido cierta soltura. No obstante siempre preferiría usar la daga o sus poderes, pero no estaba de más saber defenderse con otro tipo de armas. Con el arco pasaba lo mismo, apenas había practicado y sus tiros eran buenos pero mejorables, cosa que tenía en la lista de tareas pendientes.
Mientras Anastasia probaba su ballesta, Elen optó por acercarse al mecánico para hacerle un par de preguntas, no sin antes echar un buen vistazo a los aparatos que tenía por el taller. - ¿Podrías reparar una armadura? - preguntó con amabilidad, captando momentáneamente la atención del chico, que apenas apartaba su mirada de Huracán. - Depende, ¿de qué está hecha? - contestó ligeramente extrañado, quizá porque la joven no tuviese complexión como para llevar una armadura pesada.
- La base es de cuero reforzado pero está cubierta por coraza de metal y cota de malla en algunas partes. - dijo la maga, que en cierto modo echaba de menos llevar aquella vestimenta. - Uhmm… con el cuero poco puedo hacer pero lo demás puedo revisarlo, tengo algunas nociones de herrería. - indicó, intentando no sonar nervioso. Parecía que el joven no trataba a menudo con mujeres, o al menos no le resultaba fácil, pero si hacía bien su trabajo y reparaba la armadura todos saldrían ganando, Elen podría volver a usarla y él se embolsaría una buena cantidad de aeros.
- Estupendo, la traeré en cuanto me sea posible, puede que encuentres como ponerle alguna mejora interesante. - dijo la alquimista, para luego dirigir la mirada hacia su compañera. - ¿Y bien? ¿Qué tal va la ballesta? - preguntó, acercándose solo un poco para mantenerse a una distancia segura.
Manteniendo la sonrisa, agradeció el gesto de su compañera y también que la oscura sombra que usaba cubriese las marcadas ojeras, al menos así no se notaba tanto lo poco que descansaba. Ya en marcha, Anastasia comentó que su amigo del taller era mecánico, a lo que añadió casi de inmediato que siendo tan apañado como era, seguramente también podría ocuparse de reparar su armadura, solo tendría que tratar el tema con él.
Elen no había tratado mucho con mecánicos, siempre acudía a los herreros y mercaderes del comercio de hechiceros, así que la visita despertaba su interés, quizá descubriese accesorios que le viniesen bien. Pronto ambas hechiceras se encontraron frente al local, y siguiendo las indicaciones de su compañera, la de cabellos cenicientos avanzó hacia la parte trasera del mismo, vigilando que Sombra no se pusiese nervioso por estar en un lugar extraño. El animal resoplaba de vez en cuando, pero el simple toque de su dueña bastaba para calmarlo y que ignorase cuanto pasaba a su alrededor, centrándose completamente en ella.
- Te quedas aquí, pórtate bien. - musitó mientras ataba las riendas a un poste cercano, para acto seguido avanzar hacia la puerta del taller e internarse en el mismo. El joven que suponía que sería Mortdecái se encontraba bajo un enorme aparato que no pudo identificar, solo se le veían las piernas y podía escucharse algún que otro insulto, causado por la frustración. Gran parte del local estaba sucio, lleno de grasa y aceite, lo cual no llamaba la atención en un lugar como aquel, pero la benjamina de los Calhoun tendría que tener cuidado de no apoyarse o la mancha le echaría a perder las ropas.
Su compañera se acercó al aparato y dio unos pequeños toques para llamar la atención del mecánico, que enseguida salió para ver quién lo requería. Habría sido difícil reconocer su tiznado rostro bajo la grasa, pero tras frotarse un poco con un trapo limpio, sus rasgos se mostraron más claramente. Sonreía nervioso sin apartar la vista de Anastasia, a la que trató de halagar de forma algo torpe, lo que delataba que sin duda ella le gustaba bastante. Tras una escueta presentación, el muchacho las guió hacia otra zona del taller, en que descansaba la ballesta de la bruja.
La de ojos verdes solo había tenido ocasión de verla una vez, pero notaba que ya no estaba igual que antes, hecho que se debería a las mejoras añadidas por Mortdecái. Con entusiasmo, el chico comenzó a explicar todo lo que le había puesto de más, señalando en cada momento las novedades y sus funciones, que parecían realmente prácticas. Lo malo era el peso, pero esa cuestión era un precio a pagar por las facilidades que el arma ahora otorgaba a su dueña, que con algo de ejercicio se acostumbraría al cambio.
La alquimista recordaba perfectamente lo que le había costado habituarse a las espadas largas, eran hojas más complicadas de manejar tanto por el esfuerzo que se requería para realizar cada movimiento como para calcular la amplitud de los tajos, pero tras varios entrenamientos podía decirse que había adquirido cierta soltura. No obstante siempre preferiría usar la daga o sus poderes, pero no estaba de más saber defenderse con otro tipo de armas. Con el arco pasaba lo mismo, apenas había practicado y sus tiros eran buenos pero mejorables, cosa que tenía en la lista de tareas pendientes.
Mientras Anastasia probaba su ballesta, Elen optó por acercarse al mecánico para hacerle un par de preguntas, no sin antes echar un buen vistazo a los aparatos que tenía por el taller. - ¿Podrías reparar una armadura? - preguntó con amabilidad, captando momentáneamente la atención del chico, que apenas apartaba su mirada de Huracán. - Depende, ¿de qué está hecha? - contestó ligeramente extrañado, quizá porque la joven no tuviese complexión como para llevar una armadura pesada.
- La base es de cuero reforzado pero está cubierta por coraza de metal y cota de malla en algunas partes. - dijo la maga, que en cierto modo echaba de menos llevar aquella vestimenta. - Uhmm… con el cuero poco puedo hacer pero lo demás puedo revisarlo, tengo algunas nociones de herrería. - indicó, intentando no sonar nervioso. Parecía que el joven no trataba a menudo con mujeres, o al menos no le resultaba fácil, pero si hacía bien su trabajo y reparaba la armadura todos saldrían ganando, Elen podría volver a usarla y él se embolsaría una buena cantidad de aeros.
- Estupendo, la traeré en cuanto me sea posible, puede que encuentres como ponerle alguna mejora interesante. - dijo la alquimista, para luego dirigir la mirada hacia su compañera. - ¿Y bien? ¿Qué tal va la ballesta? - preguntó, acercándose solo un poco para mantenerse a una distancia segura.
Elen Calhoun
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Re: La ociosidad es la madre de todos los vicios [Int. Libre] [1/1] [Cerrado]
La eficacia de la “nueva” ballesta se vería en combate. En cualquier caso, sus mejores estaban enfocadas claramente al combate a larga distancia. Para corta ya tenía las dos ballestas de mano, las dagas y, por supuesto, mis poderes del viento. Probé a apuntar con ella descargada como si fuese a tirar a alguien. Y es cierto. La burbuja era bastante efectiva.
Mientras tanto, Elen le preguntaba a mi amigo si éste era capaz de reparar una armadura. A lo que Mortdecái respondió que podría echarle un vistazo y ver qué podía hacer, especialmente al metal. No me cabe la duda de que lo haría bien. Él no sabría coger una espada o un arma, pero era muy bueno en lo suyo.
Acabé de probar mi ballesta cuando Elen me preguntó como me iba con ella. Iba a contestarle justo cuando bajé el arma y percibí un grabado a cuchillo, sobre la madera, con dos letras, la “H” y la “M” rodeadas por un… ¿corazón? ¿En serio?
-¿Y qué significan estas “H” y “M” dentro de un corazón? – le pregunté a Mortdecái señalando el grabado a Elen y a él mismo. El joven se rió. Apoyándose con las manos sobre la mesa.
-¡Já! ¡Eso es para que todos lo vean! Ya que no te cobro, por lo menos déjame publicitar mi taller… - se pensó unos segundos como continuar la respuesta – “Herramientas Mortdecái”… – continuó de brazos cruzados destornillándose, poniendo la mano delante - ¿No es un gran nombre? -
-¿Desde cuándo se llama así tu taller? – le pregunté indignada de brazos cruzados. - ¿Por qué me da la sensación de que significan otra cosa?
Pero no respondió. Tan solo continuó desternillándose. ¡Será caradura! Mortdecái era de las pocas personas en el mundo que consentía que me vacilaran, y él sabía muy bien como sacarme de mis casillas. Lo miré con cara de pocos amigos y cambié mi vista hacia Elen, apretando el entrecejo, buscando un poco de entendimiento o sentido común con alguien allí, al menos. Si se reía la fulminaría con la mirada a ella también. Yo estaba ya echando humo. Ni gracia me hacía todo aquello. ¡Mi bella madera de tejo pulido!, maltratada por un desconsiderado, ¡Maldito Mortdecái! Aunque era tan infantil que me resultaba imposible enfadarme con él. Me volví hacia la joven de cabellos cenicientos, a contestar a su pregunta, que no había respondido por el “susto” que había llevado.
-En relación a tu anterior pregunta, Elen, los módulos son útiles. – le dije, todavía mosqueada por el tema de las letras, y a continuación miré al joven – Pero los pesos posterior y anterior de la ballesta no están compensados. El arma se inclina hacia delante. ¿Puedes reducir el tamaño de la bayoneta? – le dije a Mortdecái – Pesa demasiado. – Y es que fabricar un arma de élite no era tan sencillo como cualquiera podría pensar. La ingeniería era algo mucho más complicado de lo que parecía.
Mortdecái puso una cara irónica a mi respuesta y una sonrisa reveladora. ¡Oh! Y vaya si sé por qué lo decía. Había dicho justamente lo que quería que dijera. Estaba claro que iba a pedirme algo.
-Lo haría si tuviera con qué hacerlo. Pero justamente… – me dijo en tono bromista con la famosa sonrisa delatante, llevándose una mano a la cabeza. - ¿Te acuerdas de los famosos tipos que te dije que aterrorizaban al barrio? Pues me han asaltado el taller anoche y se han llevado algunas de mis herramientas, entre ellas la cortadora con la que recortaría la bayoneta...
-Y deja que lo adivine, ¿quieres que vaya a recuperarlas, no? – le dije apoyándome con los brazos cruzados y el hombro sobre una columna, de las pocas limpias que había en el taller. Su cara expresiva lo delató. ¡Cómo conocía al viejo Mortdecái! 20 años juntos daba para mucho. A continuación miró a Elen y la señaló con el índice.
-¡A ti te haría descuento importante, Elen…! – le dijo a la bruja eléctrica con una sonrisa comercial, tratando de convencerla a ella también.
No me gustaba en primera instancia actuar de mafiosa. Pero como decía el mecánico, ya había oído hablar de aquellos matones con anterioridad, que atacaban no solo el taller de Mortdecái, sino atemorizaban a parte de Beltrexus. Eran una pareja de matones buscadores de chatarra bastante peligrosos y a los que nadie daba justicia. Tal vez, aquel día que estaba aburrida fuese un buen momento para ello, y de paso “estrenar” mi nueva ballesta ante rivales de baja entidad. Me acerqué a la puerta.
-¿Tú qué opinas, Elen? – le dije con una sonrisa. Si ella estaba dispuesta podríamos ir. Sabía quienes eran y donde vivían pues Mort ya me había hablado más veces de ellos.
Mientras tanto, Elen le preguntaba a mi amigo si éste era capaz de reparar una armadura. A lo que Mortdecái respondió que podría echarle un vistazo y ver qué podía hacer, especialmente al metal. No me cabe la duda de que lo haría bien. Él no sabría coger una espada o un arma, pero era muy bueno en lo suyo.
Acabé de probar mi ballesta cuando Elen me preguntó como me iba con ella. Iba a contestarle justo cuando bajé el arma y percibí un grabado a cuchillo, sobre la madera, con dos letras, la “H” y la “M” rodeadas por un… ¿corazón? ¿En serio?
-¿Y qué significan estas “H” y “M” dentro de un corazón? – le pregunté a Mortdecái señalando el grabado a Elen y a él mismo. El joven se rió. Apoyándose con las manos sobre la mesa.
-¡Já! ¡Eso es para que todos lo vean! Ya que no te cobro, por lo menos déjame publicitar mi taller… - se pensó unos segundos como continuar la respuesta – “Herramientas Mortdecái”… – continuó de brazos cruzados destornillándose, poniendo la mano delante - ¿No es un gran nombre? -
-¿Desde cuándo se llama así tu taller? – le pregunté indignada de brazos cruzados. - ¿Por qué me da la sensación de que significan otra cosa?
Pero no respondió. Tan solo continuó desternillándose. ¡Será caradura! Mortdecái era de las pocas personas en el mundo que consentía que me vacilaran, y él sabía muy bien como sacarme de mis casillas. Lo miré con cara de pocos amigos y cambié mi vista hacia Elen, apretando el entrecejo, buscando un poco de entendimiento o sentido común con alguien allí, al menos. Si se reía la fulminaría con la mirada a ella también. Yo estaba ya echando humo. Ni gracia me hacía todo aquello. ¡Mi bella madera de tejo pulido!, maltratada por un desconsiderado, ¡Maldito Mortdecái! Aunque era tan infantil que me resultaba imposible enfadarme con él. Me volví hacia la joven de cabellos cenicientos, a contestar a su pregunta, que no había respondido por el “susto” que había llevado.
-En relación a tu anterior pregunta, Elen, los módulos son útiles. – le dije, todavía mosqueada por el tema de las letras, y a continuación miré al joven – Pero los pesos posterior y anterior de la ballesta no están compensados. El arma se inclina hacia delante. ¿Puedes reducir el tamaño de la bayoneta? – le dije a Mortdecái – Pesa demasiado. – Y es que fabricar un arma de élite no era tan sencillo como cualquiera podría pensar. La ingeniería era algo mucho más complicado de lo que parecía.
Mortdecái puso una cara irónica a mi respuesta y una sonrisa reveladora. ¡Oh! Y vaya si sé por qué lo decía. Había dicho justamente lo que quería que dijera. Estaba claro que iba a pedirme algo.
-Lo haría si tuviera con qué hacerlo. Pero justamente… – me dijo en tono bromista con la famosa sonrisa delatante, llevándose una mano a la cabeza. - ¿Te acuerdas de los famosos tipos que te dije que aterrorizaban al barrio? Pues me han asaltado el taller anoche y se han llevado algunas de mis herramientas, entre ellas la cortadora con la que recortaría la bayoneta...
-Y deja que lo adivine, ¿quieres que vaya a recuperarlas, no? – le dije apoyándome con los brazos cruzados y el hombro sobre una columna, de las pocas limpias que había en el taller. Su cara expresiva lo delató. ¡Cómo conocía al viejo Mortdecái! 20 años juntos daba para mucho. A continuación miró a Elen y la señaló con el índice.
-¡A ti te haría descuento importante, Elen…! – le dijo a la bruja eléctrica con una sonrisa comercial, tratando de convencerla a ella también.
No me gustaba en primera instancia actuar de mafiosa. Pero como decía el mecánico, ya había oído hablar de aquellos matones con anterioridad, que atacaban no solo el taller de Mortdecái, sino atemorizaban a parte de Beltrexus. Eran una pareja de matones buscadores de chatarra bastante peligrosos y a los que nadie daba justicia. Tal vez, aquel día que estaba aburrida fuese un buen momento para ello, y de paso “estrenar” mi nueva ballesta ante rivales de baja entidad. Me acerqué a la puerta.
-¿Tú qué opinas, Elen? – le dije con una sonrisa. Si ella estaba dispuesta podríamos ir. Sabía quienes eran y donde vivían pues Mort ya me había hablado más veces de ellos.
Anastasia Boisson
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Re: La ociosidad es la madre de todos los vicios [Int. Libre] [1/1] [Cerrado]
Huracán se disponía a contestar cuando se percató de un pequeño detalle, unas letras grabadas en la madera de la ballesta, que coincidían con las de ella y el mecánico. El que estuvieran dentro de un corazón ya no dejaba dudas, Mortdecái debía estar bastante enamorado de la bruja, tanto como para añadir aquello a su arma sin preocuparse por su reacción, que no se hizo esperar. Anastasia estaba enfadada y se notaba, ni siquiera la explicación del muchacho consiguió que se relajase, aunque a decir verdad nadie se habría creído que eran las iniciales del taller.
Elen se mantuvo al margen pero observando la escena, mientras el joven reía y la de cabellos castaños lo miraba con cara de pocos amigos. Por su parte, la de ojos verdes optó por cruzarse de brazos y esperar a que arreglasen aquel asunto por su cuenta, nunca se había visto en una situación similar a la de su compañera y por tanto prefería no opinar al respecto. Tras unos instantes la maga se volvió hacia ella y comenzó a responder a la pregunta que anteriormente le había formulado, quejándose nuevamente del peso del arma, que la inclinaba hacia delante.
Recortar la bayoneta, esa era la opción más rápida para obtener algo de estabilidad y que el arma funcionase mejor, pero el mecánico no tenía con qué hacerlo, unos matones habían asaltado su taller la noche anterior y se habían llevado algunas de las herramientas. Elen había oído hablar de aquel par, pero por suerte para ellos nunca se los había encontrado, sino ya hubiesen estado pudriéndose en el calabozo de la guardia hacía tiempo.
Nunca se había planteado buscarlos, pero después de que asaltaran la tienda de Elanoor tan solo unos días antes esa idea sonaba cada vez mejor, no les dejaría irse de rositas. A la pobre anciana no le habían hecho daño, pero tras llevarse parte de sus productos y el dinero de la recaudación del día bruscamente estaba algo asustada, ya no quería estar sola en el local. Por ello la pequeña de los Calhoun le había conseguido un ayudante, un humano joven y fuerte que vivía en las islas junto a su esposa, una maga de la academia tensai.
Pero ya que se le presentaba la ocasión, aprovecharía para dar un escarmiento a aquellos malhechores. El descuento de Mortdecái también era un incentivo, así que cuando Anastasia comenzó a dirigirse hacia la puerta la siguió de cerca. - Creo que deberíamos darles una lección, me apunto. - contestó animada, antes de salir al exterior. Sombra se encontraba tranquilo fuera, probablemente porque no había nadie a su alrededor, así que la bruja avanzó hacia él y desató las riendas del poste, para guiarlo nuevamente a través de las calles de Beltrexus.
- Espero que tengas idea de dónde encontrarlos. - comentó a su compañera, justo antes de que Mortdecái se asomase a la puerta, con expresión algo extraña. Visiblemente nervioso, por cómo estrujaba su gorra entre las manos, el mecánico posó su mirada sobre Anastasia, al tiempo que las palabras escapaban de su boca. - Huracán… ten cuidado, es decir, tenedlo las dos. - dijo, tratando de enmendar las primeras palabras para disimular los sentimientos que tenía hacia la maga.
Pero si había recurrido a ella estaba claro que confiaba en que pudiese lograrlo, Elen ya la había visto en acción y no le cabía la menor duda de que sabría defenderse en combate, ahora incluso mejor gracias a los añadidos de su ballesta. Además no estaba sola, ésta vez sería un dos contra dos, algo bastante equilibrado en principio. En realidad las hechiceras tenían las de vencer, sus poderes les permitían actuar desde la distancia y debilitar al enemigo sin que éste llegase a tocarlas, así que resultaría fácil.
Tirando levemente de las riendas, la de ojos verdes comenzó a andar hacia la parte delantera del edificio, dando oportunidad al mecánico y la bruja de despedirse mejor si querían. Ella esperaría frente a la puerta principal, acariciando el cuello de su montura para que no se fijase en las personas que transitaban a su alrededor.
Elen se mantuvo al margen pero observando la escena, mientras el joven reía y la de cabellos castaños lo miraba con cara de pocos amigos. Por su parte, la de ojos verdes optó por cruzarse de brazos y esperar a que arreglasen aquel asunto por su cuenta, nunca se había visto en una situación similar a la de su compañera y por tanto prefería no opinar al respecto. Tras unos instantes la maga se volvió hacia ella y comenzó a responder a la pregunta que anteriormente le había formulado, quejándose nuevamente del peso del arma, que la inclinaba hacia delante.
Recortar la bayoneta, esa era la opción más rápida para obtener algo de estabilidad y que el arma funcionase mejor, pero el mecánico no tenía con qué hacerlo, unos matones habían asaltado su taller la noche anterior y se habían llevado algunas de las herramientas. Elen había oído hablar de aquel par, pero por suerte para ellos nunca se los había encontrado, sino ya hubiesen estado pudriéndose en el calabozo de la guardia hacía tiempo.
Nunca se había planteado buscarlos, pero después de que asaltaran la tienda de Elanoor tan solo unos días antes esa idea sonaba cada vez mejor, no les dejaría irse de rositas. A la pobre anciana no le habían hecho daño, pero tras llevarse parte de sus productos y el dinero de la recaudación del día bruscamente estaba algo asustada, ya no quería estar sola en el local. Por ello la pequeña de los Calhoun le había conseguido un ayudante, un humano joven y fuerte que vivía en las islas junto a su esposa, una maga de la academia tensai.
Pero ya que se le presentaba la ocasión, aprovecharía para dar un escarmiento a aquellos malhechores. El descuento de Mortdecái también era un incentivo, así que cuando Anastasia comenzó a dirigirse hacia la puerta la siguió de cerca. - Creo que deberíamos darles una lección, me apunto. - contestó animada, antes de salir al exterior. Sombra se encontraba tranquilo fuera, probablemente porque no había nadie a su alrededor, así que la bruja avanzó hacia él y desató las riendas del poste, para guiarlo nuevamente a través de las calles de Beltrexus.
- Espero que tengas idea de dónde encontrarlos. - comentó a su compañera, justo antes de que Mortdecái se asomase a la puerta, con expresión algo extraña. Visiblemente nervioso, por cómo estrujaba su gorra entre las manos, el mecánico posó su mirada sobre Anastasia, al tiempo que las palabras escapaban de su boca. - Huracán… ten cuidado, es decir, tenedlo las dos. - dijo, tratando de enmendar las primeras palabras para disimular los sentimientos que tenía hacia la maga.
Pero si había recurrido a ella estaba claro que confiaba en que pudiese lograrlo, Elen ya la había visto en acción y no le cabía la menor duda de que sabría defenderse en combate, ahora incluso mejor gracias a los añadidos de su ballesta. Además no estaba sola, ésta vez sería un dos contra dos, algo bastante equilibrado en principio. En realidad las hechiceras tenían las de vencer, sus poderes les permitían actuar desde la distancia y debilitar al enemigo sin que éste llegase a tocarlas, así que resultaría fácil.
Tirando levemente de las riendas, la de ojos verdes comenzó a andar hacia la parte delantera del edificio, dando oportunidad al mecánico y la bruja de despedirse mejor si querían. Ella esperaría frente a la puerta principal, acariciando el cuello de su montura para que no se fijase en las personas que transitaban a su alrededor.
Elen Calhoun
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Re: La ociosidad es la madre de todos los vicios [Int. Libre] [1/1] [Cerrado]
Elen optó por apuntarse también a la fiesta. En la mayoría de mis conflictos me encontraba en inferioridad numérica y solía salir victoriosa sin demasiado problema. Además, Elen era una luchadora todavía mejor que yo, como había demostrado las dos veces que compartí batalla junto a ella. Todo parecía indicar que aquello iba a ser un paseo por el parque. Pero tampoco había que confiarse. Pues si aquellos dos aún no habían sido ajusticiados era por algo.
Elen esperaba que supiese donde encontrarlos, la miré y asentí con la cabeza con determinación. Tenía una pequeña idea de donde trapicheaban aquellos tipos, gracias a las indicaciones que me había dado Mort en otras ocasiones en las que me había hablado de aquel par.
-Tienen una pequeña hacienda en las afueras de Beltrexus, donde se supone que guardan todo lo robado. – le dije a la bruja de pelo nevado mientras caminaba hacia su caballo – Pero creo que tienen trampas distribuidas por toda ella. Tenemos que andarnos con ojo – le advertí, pues la veía bastante confiada. Tener confianza en uno mismo estaba muy bien. seguramente Elen se hubiese enfrentado a peligros muchísimo mayores por lo poco que sabía de ella, pero tal y como me habían advertido en la academia siempre, a veces la confianza lleva a la relajación, y ésta puede convertirse en problemas inesperados.
Mortdecái salió para despedirse, de manera muy torpe me advirtió en primer lugar a mí de que tuviese cuidado, aunque rectificó a tiempo para incluir también a Elen. Tan solo miré hacia él y sonreí con sinceridad, me volví hacia Elen, que acariciaba su montura con delicadeza. Parecía una buena bestia. Es una pena que a mí me den un pánico tremendo los caballos.
-Sube si quieres, yo creo que iré andando. – le dije instándola a que subiera si quería, con una cara un poco de susto pues no me gustaban un pelo los caballos. Aquellos animales eran demasiado nerviosos para mí. Aunque tarde o temprano debería aprender a montar en ellos pues ahora empezaría a hacer viajes más largos por el continente.
Durante el camino, que no llevaría más de unos veinte minutos, pensé que tal vez Elen se hubiera llevado una mala impresión de la torpeza de mi compañero, pero en el fondo era buen tipo y no quería que adquiriese ningún prejuicio negativo sobre él.
-Discúlpale por su infantilidad. Es buen tipo, pero se va de la lengua mucho. – le dije, observando las marcas que me había grabado en la ballesta, concretamente en la “H” y no la “A”, que sería lo que debería haber puesto. – Por eso, prefiero que no sepa mi nombre.
Y es que tal vez sorprendiera a Elen que Mortdecái nunca supiese mi verdadero nombre, pero había decidido no revelárselo nunca. Era un buen amigo y sería mejor para él que no supiese nada relativo a mi familia, más allá de mi mera profesión de cazadora de vampiros. Así no habría problemas con su charlatanería.
Tras un rato caminando, indiqué a Elen que nos desviáramos del camino pues íbamos rectos a la puerta de la hacienda, y era mejor que no nos vieran pasar, pues los hombres ocultaban sus oscuros propósitos con el cultivo de vid, esto es algo que Elen deduciría en cuanto viese la plantación. Sembraban con el fin de pasar inadvertidos y que nadie sospechase de ellos, superando así los controles que la autoridad de Beltrexus les hacía tras las denuncias de los vecinos. Insté a Elen a que me siguiera hasta una pequeña colina en un pequeño bosque cercano, desde el que se visualizaba toda la vivienda. Desde allí se podía ver la pequeña plantación, además de la casa blanca, donde seguramente hubiera algún lugar en el que escondiesen la mercancía robada. ¿Aunque quién sabe con qué más trapichearían?
-Es aquí. – le dije – De hecho, aquel tipo es uno de los dos. – le dije señalándole a un hombre muy fuerte que se encontraba recogiendo uvas - Recuerda que creo que tienen trampas peligrosas dispuestas por toda la finca y la casa. – le advertí, aunque ya se lo había dicho en el taller. Y es que prefería que un cepo no me partiera la pierna.
Prefería que Elen dirigiera el plan y estaría dispuesta a hacer lo que ella dijera. Elen tenía más experiencia que yo en combate y seguramente supiese como entrar o como negociar con ellos si es que lo prefería.
-¿Qué propones hacer? – dije mirándola a los ojos – No me pidas que estrene la ballesta, seguramente les daría, pero soy cazadora, no asesina. – dije entre risas. Y es que la potencia de mi arma no era una broma, un flechazo acabaría con su vida, pero utilizaba mi ballesta para cazar criaturas peligrosas y hostiles, como vampiros o licántropos. No para dar una lección a unos matones de barrio. Esa era la única restricción que le pondría, por lo demás tenía carta libre para hacerlo a su modo.
Elen esperaba que supiese donde encontrarlos, la miré y asentí con la cabeza con determinación. Tenía una pequeña idea de donde trapicheaban aquellos tipos, gracias a las indicaciones que me había dado Mort en otras ocasiones en las que me había hablado de aquel par.
-Tienen una pequeña hacienda en las afueras de Beltrexus, donde se supone que guardan todo lo robado. – le dije a la bruja de pelo nevado mientras caminaba hacia su caballo – Pero creo que tienen trampas distribuidas por toda ella. Tenemos que andarnos con ojo – le advertí, pues la veía bastante confiada. Tener confianza en uno mismo estaba muy bien. seguramente Elen se hubiese enfrentado a peligros muchísimo mayores por lo poco que sabía de ella, pero tal y como me habían advertido en la academia siempre, a veces la confianza lleva a la relajación, y ésta puede convertirse en problemas inesperados.
Mortdecái salió para despedirse, de manera muy torpe me advirtió en primer lugar a mí de que tuviese cuidado, aunque rectificó a tiempo para incluir también a Elen. Tan solo miré hacia él y sonreí con sinceridad, me volví hacia Elen, que acariciaba su montura con delicadeza. Parecía una buena bestia. Es una pena que a mí me den un pánico tremendo los caballos.
-Sube si quieres, yo creo que iré andando. – le dije instándola a que subiera si quería, con una cara un poco de susto pues no me gustaban un pelo los caballos. Aquellos animales eran demasiado nerviosos para mí. Aunque tarde o temprano debería aprender a montar en ellos pues ahora empezaría a hacer viajes más largos por el continente.
Durante el camino, que no llevaría más de unos veinte minutos, pensé que tal vez Elen se hubiera llevado una mala impresión de la torpeza de mi compañero, pero en el fondo era buen tipo y no quería que adquiriese ningún prejuicio negativo sobre él.
-Discúlpale por su infantilidad. Es buen tipo, pero se va de la lengua mucho. – le dije, observando las marcas que me había grabado en la ballesta, concretamente en la “H” y no la “A”, que sería lo que debería haber puesto. – Por eso, prefiero que no sepa mi nombre.
Y es que tal vez sorprendiera a Elen que Mortdecái nunca supiese mi verdadero nombre, pero había decidido no revelárselo nunca. Era un buen amigo y sería mejor para él que no supiese nada relativo a mi familia, más allá de mi mera profesión de cazadora de vampiros. Así no habría problemas con su charlatanería.
Tras un rato caminando, indiqué a Elen que nos desviáramos del camino pues íbamos rectos a la puerta de la hacienda, y era mejor que no nos vieran pasar, pues los hombres ocultaban sus oscuros propósitos con el cultivo de vid, esto es algo que Elen deduciría en cuanto viese la plantación. Sembraban con el fin de pasar inadvertidos y que nadie sospechase de ellos, superando así los controles que la autoridad de Beltrexus les hacía tras las denuncias de los vecinos. Insté a Elen a que me siguiera hasta una pequeña colina en un pequeño bosque cercano, desde el que se visualizaba toda la vivienda. Desde allí se podía ver la pequeña plantación, además de la casa blanca, donde seguramente hubiera algún lugar en el que escondiesen la mercancía robada. ¿Aunque quién sabe con qué más trapichearían?
-Es aquí. – le dije – De hecho, aquel tipo es uno de los dos. – le dije señalándole a un hombre muy fuerte que se encontraba recogiendo uvas - Recuerda que creo que tienen trampas peligrosas dispuestas por toda la finca y la casa. – le advertí, aunque ya se lo había dicho en el taller. Y es que prefería que un cepo no me partiera la pierna.
Prefería que Elen dirigiera el plan y estaría dispuesta a hacer lo que ella dijera. Elen tenía más experiencia que yo en combate y seguramente supiese como entrar o como negociar con ellos si es que lo prefería.
-¿Qué propones hacer? – dije mirándola a los ojos – No me pidas que estrene la ballesta, seguramente les daría, pero soy cazadora, no asesina. – dije entre risas. Y es que la potencia de mi arma no era una broma, un flechazo acabaría con su vida, pero utilizaba mi ballesta para cazar criaturas peligrosas y hostiles, como vampiros o licántropos. No para dar una lección a unos matones de barrio. Esa era la única restricción que le pondría, por lo demás tenía carta libre para hacerlo a su modo.
Anastasia Boisson
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Re: La ociosidad es la madre de todos los vicios [Int. Libre] [1/1] [Cerrado]
Su compañera sabía dónde encontrar a aquellos matones, en una hacienda de las afueras, así que pronto podrían ponerse en marcha. Por un momento la de ojos verdes se planteó si llamar a la guardia, pero tras recordar las veces que en Lunargenta había tenido que ocuparse de asuntos como aquel, desechó la idea. No quería encasillar a todos los defensores del orden, pero una buena parte de ellos preferían quedarse cómodamente en el cuartel y no enfrentarse a los problemas que había en las calles, dejando a cientos de civiles sin nadie que los defendiera de injusticias o crímenes.
Lo complicado de aquel caso en particular serían las múltiples trampas que los malhechores habían preparado en torno a su vivienda, en cuyo interior se encontraba todo lo robado. - Le daré un respiro. - contestó a Huracán, que miraba a Sombra con cierto temor. Puede que el caballo no se mostrase amistoso con los desconocidos pero al menos estaba bajo control, y mientras Elen lo mantuviese tranquilo no haría nada contra la bruja, a la que tendría que ver como una aliada en vez de una amenaza.
Mientras caminaban, la de cabellos castaños trató de disculpar a su amigo, sin dejar de observar las marcas que había grabado en la madera de la ballesta, aunque las siguientes palabras si produjeron cierta sorpresa en la pequeña de los Calhoun. Mortdecái, a pesar de ser amigo de Anastasia desde la infancia no conocía su verdadero nombre, hecho por el cual en vez grabar una A, había puesto una H. - Es fácil ver lo que siente por ti, supongo que viene de hace tiempo así que puedo entenderlo. - comentó, sin querer preguntar al respecto para no incomodarla.
Solo unas cuantas personas conocían el verdadero nombre de la maga, la alquimista se había enterado gracias a Dorian, de lo contrario posiblemente seguiría dirigiéndose a la tensai por su apodo.
Tras caminar durante un rato Huracán la instó a salirse del camino, para evitar llegar por la puerta principal y que todos las viesen, cosa que les arrebataría el factor sorpresa. Así pues, siguió a su compañera hasta una colina cercana, desde la que ambas podrían ver con mayor claridad la hacienda y cuanto la rodeaba. Los ladrones habían optado por rodear la propiedad con una plantación dedicada al cultivo de la vid, lo que les ayudaba a cubrir en cierto modo la vivienda ante los ojos de curiosos o la guardia.
Elen escrutó con la mirada el lugar, en busca de aquellas trampas que Anastasia nombraba, pero desde su posición no alcanzó a ver nada, tendrían que acercarse y avanzar con cuidado para no caer en ninguna. - Supongo que las habrán colocado en sitios estratégicos, posibles entradas y salidas de la hacienda, pero también podrían estar en cualquier lugar, tenemos que fijarnos bien en las rutas que hacen. - indicó, sin apartar la vista del individuo que la maga le había señalado como uno de los matones.
El tiempo en ocasiones resultaba crucial pero quizá aquella vez tuviesen que tomárselo con algo de calma, para estudiar al sujeto y ver por dónde se movía, cosa que les daría un camino seguro a seguir para llegar hasta el edificio. El sol pegaba fuerte y eso podría jugar en su favor, pues si abandonaban la plantación para descansar un rato ellas tendrían vía libre, más o menos. La fornida constitución del ladrón lo convertiría en un adversario difícil, pero teniendo en cuenta que Huracán no quería mancharse las manos de sangre, ella tampoco lo haría, por esta vez.
Con los años la de ojos verdes se había acostumbrado a matar sin vacilar, pero siempre que fuese necesario, así que lo intentaría primero con otros métodos más pacíficos, dejando para último remedio el arrebatarles la vida. Asesina, ¿debía considerarse a sí misma de ese modo? Puede que hubiese matado a muchos, pero aquellos que se lo habían buscado casi podían dejar de llamarse humanos, su malicia y crueldad para con los de su misma raza les despojaban de ello.
Apartando esos pensamientos de su cabeza, giró el rostro hacia la tensai y pensó rápidamente en un plan de actuación, que fuese lo más seguro posible. - Observémosle durante unos minutos, si regresa a la casa podremos utilizar el mismo camino y evitar las trampas, luego nos las apañaremos dentro. - indicó, esperando que su compañera estuviese de acuerdo. - Como ya has visto mi electricidad a distancia deja a las personas aturdidas momentáneamente, con eso podríamos reducirlos y desarmarlos. - prosiguió, segundos después. - Si todo sale bien nos llevaremos las herramientas de Mortdecái y podremos dejarlos atados para que la guardia se encargue de ellos, ¿te parece? - preguntó, para pedir opinión y darle ocasión de aportar ideas.
Lo complicado de aquel caso en particular serían las múltiples trampas que los malhechores habían preparado en torno a su vivienda, en cuyo interior se encontraba todo lo robado. - Le daré un respiro. - contestó a Huracán, que miraba a Sombra con cierto temor. Puede que el caballo no se mostrase amistoso con los desconocidos pero al menos estaba bajo control, y mientras Elen lo mantuviese tranquilo no haría nada contra la bruja, a la que tendría que ver como una aliada en vez de una amenaza.
Mientras caminaban, la de cabellos castaños trató de disculpar a su amigo, sin dejar de observar las marcas que había grabado en la madera de la ballesta, aunque las siguientes palabras si produjeron cierta sorpresa en la pequeña de los Calhoun. Mortdecái, a pesar de ser amigo de Anastasia desde la infancia no conocía su verdadero nombre, hecho por el cual en vez grabar una A, había puesto una H. - Es fácil ver lo que siente por ti, supongo que viene de hace tiempo así que puedo entenderlo. - comentó, sin querer preguntar al respecto para no incomodarla.
Solo unas cuantas personas conocían el verdadero nombre de la maga, la alquimista se había enterado gracias a Dorian, de lo contrario posiblemente seguiría dirigiéndose a la tensai por su apodo.
Tras caminar durante un rato Huracán la instó a salirse del camino, para evitar llegar por la puerta principal y que todos las viesen, cosa que les arrebataría el factor sorpresa. Así pues, siguió a su compañera hasta una colina cercana, desde la que ambas podrían ver con mayor claridad la hacienda y cuanto la rodeaba. Los ladrones habían optado por rodear la propiedad con una plantación dedicada al cultivo de la vid, lo que les ayudaba a cubrir en cierto modo la vivienda ante los ojos de curiosos o la guardia.
Elen escrutó con la mirada el lugar, en busca de aquellas trampas que Anastasia nombraba, pero desde su posición no alcanzó a ver nada, tendrían que acercarse y avanzar con cuidado para no caer en ninguna. - Supongo que las habrán colocado en sitios estratégicos, posibles entradas y salidas de la hacienda, pero también podrían estar en cualquier lugar, tenemos que fijarnos bien en las rutas que hacen. - indicó, sin apartar la vista del individuo que la maga le había señalado como uno de los matones.
El tiempo en ocasiones resultaba crucial pero quizá aquella vez tuviesen que tomárselo con algo de calma, para estudiar al sujeto y ver por dónde se movía, cosa que les daría un camino seguro a seguir para llegar hasta el edificio. El sol pegaba fuerte y eso podría jugar en su favor, pues si abandonaban la plantación para descansar un rato ellas tendrían vía libre, más o menos. La fornida constitución del ladrón lo convertiría en un adversario difícil, pero teniendo en cuenta que Huracán no quería mancharse las manos de sangre, ella tampoco lo haría, por esta vez.
Con los años la de ojos verdes se había acostumbrado a matar sin vacilar, pero siempre que fuese necesario, así que lo intentaría primero con otros métodos más pacíficos, dejando para último remedio el arrebatarles la vida. Asesina, ¿debía considerarse a sí misma de ese modo? Puede que hubiese matado a muchos, pero aquellos que se lo habían buscado casi podían dejar de llamarse humanos, su malicia y crueldad para con los de su misma raza les despojaban de ello.
Apartando esos pensamientos de su cabeza, giró el rostro hacia la tensai y pensó rápidamente en un plan de actuación, que fuese lo más seguro posible. - Observémosle durante unos minutos, si regresa a la casa podremos utilizar el mismo camino y evitar las trampas, luego nos las apañaremos dentro. - indicó, esperando que su compañera estuviese de acuerdo. - Como ya has visto mi electricidad a distancia deja a las personas aturdidas momentáneamente, con eso podríamos reducirlos y desarmarlos. - prosiguió, segundos después. - Si todo sale bien nos llevaremos las herramientas de Mortdecái y podremos dejarlos atados para que la guardia se encargue de ellos, ¿te parece? - preguntó, para pedir opinión y darle ocasión de aportar ideas.
Elen Calhoun
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Re: La ociosidad es la madre de todos los vicios [Int. Libre] [1/1] [Cerrado]
El plan de la alquimista consistía en continuar los pasos de aquellos tipos, no perdí un segundo la vista del hombre que allí se encontraba recogiendo el cultivo, observando exactamente por donde pisaba en su camino de regreso a la casa, de este modo evitaríamos las trampas. Y una vez dentro de la vivienda, Elen pretendía utilizar su electricidad para dejar a ambos aturdidos y atarlos para que la guardia hiciese lo oportuno con aquellos criminales. Y posteriormente recuperar las herramientas de Mortdecái.
-Me parece una buena idea – dije sin perder un segundo la vista del hombre, que ya había visto por donde había accedido.
Una vez no había nadie en los extensos cultivos del local, propuse descender la colina, el siguiente problema sería dónde encontrar un acceso apartado y libre de trampas en una finca rodeada por un muro. ¿Dónde sería el mejor momento para entrar? Indiqué a Elen el acceso más cercano a la zona por la que se estaba moviendo el hombre, si él andaba por ahí, imagino que no habría cepos ni ningún tipo de armamento pesado. El muro se veía más pequeño desde lejos, de cerca era prácticamente imposible de saltar, tendría unos tres metros de altura.
-Entrenando un poco más… tal vez podría saltarlo – dije en voz baja para mí misma, saltando a la vez que intentaba crear una corriente bajo mis pies que me ayudara a llegar arriba. Pero aún no sabía muy bien como hacerlo. No. No había manera, y menos con mi pesada ballesta a la espalda. Fue entonces cuando me di cuenta de que tal vez podría estrenar las nuevas modificaciones, la bajé de nuevo de mi espalda – Efecto perforante… ¿Eh? – dije observando la rosca de carraca que había dicho Mortdecái, y acercándome al muro para tocarlo y conocer su material. Era una mezcla de cal y yeso. Material nada resistente.
Me alejé del muro, una pequeña distancia, no más de cuatro metros. Para alcanzar las distancias que llegaba a alcanzar mi ballesta. En el carcaj que llevaba también a un lado de mi espalda tenía cinco virotes de flecha despuntados. Los virotes pesaban lo suyo y eran de madera muy resistente, así como largos, del tamaño de mi brazo estirado. Revolví en mi pequeña faltriquera lateral, donde llevaba las puntas de flecha, además de otros utensilios menores de primeros auxilios, u otras cosas, y coloqué una punta en una de las flechas. Abrí la cámara e introduje la flecha, la cerré. Tensé la rosca de carraca que otorgaba el efecto perforante al máximo y tensé las cuerdas con la pequeña manivela circular. Se escuchó el tensar de la cuerda.
Pero aquello no era un tiro de precisión, simplemente un disparo potente que permitiese al virote clavarse en el muro. Realicé el primer disparo y fue perfecto. De hecho casi me paso de fuerza, pues casi termina por atravesar completamente el muro de yeso. Pero la parte trasera de la flecha quedó lo suficientemente fuera del muro para apoyar el pie. Repetí la operación otra vez. Apuntando un poco más arriba y a la izquierda de la primera flecha. El resultado fue el mismo. Ahora ya teníamos una “escalera improvisada” por la que acceder a la parcela.
Sonreí a Elen con cara de orgullo recolocando mi ballesta a mi espalda. Tal vez yo no sería tan buena maga como ella, pero me gustaba no sentirme una inútil, después de prácticamente no haber hecho nada en los anteriores combates, ya era hora de que hiciese algo útil.
No sé como accedería ella, pero yo lo tenía claro. Apoyé el pie la flecha, que era lo suficientemente gruesa como para ello y posteriormente levanté mi cuerpo hacia la segunda flecha, donde apoyé el otro pie. Desde ahí ya alcanzaba a agarrarme al muro, y con mis brazos pude impulsarme hacia arriba.
Tras unos instantes en la parte del muro, haciendo equilibrio y cerciorándome de que abajo no había ninguna trampa, salté al otro lado de la finca. Estábamos relativamente cerca de donde se encontraba el tipo, y tenía el camino en la memoria, sólo habría que seguirlo hasta el interior de la casa. Dispondría el camino hacia allí en cuanto Elen llegara al otro lado. Siempre de manera sigilosa y tratando de hacer el menor ruido posible.
-Me parece una buena idea – dije sin perder un segundo la vista del hombre, que ya había visto por donde había accedido.
Una vez no había nadie en los extensos cultivos del local, propuse descender la colina, el siguiente problema sería dónde encontrar un acceso apartado y libre de trampas en una finca rodeada por un muro. ¿Dónde sería el mejor momento para entrar? Indiqué a Elen el acceso más cercano a la zona por la que se estaba moviendo el hombre, si él andaba por ahí, imagino que no habría cepos ni ningún tipo de armamento pesado. El muro se veía más pequeño desde lejos, de cerca era prácticamente imposible de saltar, tendría unos tres metros de altura.
-Entrenando un poco más… tal vez podría saltarlo – dije en voz baja para mí misma, saltando a la vez que intentaba crear una corriente bajo mis pies que me ayudara a llegar arriba. Pero aún no sabía muy bien como hacerlo. No. No había manera, y menos con mi pesada ballesta a la espalda. Fue entonces cuando me di cuenta de que tal vez podría estrenar las nuevas modificaciones, la bajé de nuevo de mi espalda – Efecto perforante… ¿Eh? – dije observando la rosca de carraca que había dicho Mortdecái, y acercándome al muro para tocarlo y conocer su material. Era una mezcla de cal y yeso. Material nada resistente.
Me alejé del muro, una pequeña distancia, no más de cuatro metros. Para alcanzar las distancias que llegaba a alcanzar mi ballesta. En el carcaj que llevaba también a un lado de mi espalda tenía cinco virotes de flecha despuntados. Los virotes pesaban lo suyo y eran de madera muy resistente, así como largos, del tamaño de mi brazo estirado. Revolví en mi pequeña faltriquera lateral, donde llevaba las puntas de flecha, además de otros utensilios menores de primeros auxilios, u otras cosas, y coloqué una punta en una de las flechas. Abrí la cámara e introduje la flecha, la cerré. Tensé la rosca de carraca que otorgaba el efecto perforante al máximo y tensé las cuerdas con la pequeña manivela circular. Se escuchó el tensar de la cuerda.
Pero aquello no era un tiro de precisión, simplemente un disparo potente que permitiese al virote clavarse en el muro. Realicé el primer disparo y fue perfecto. De hecho casi me paso de fuerza, pues casi termina por atravesar completamente el muro de yeso. Pero la parte trasera de la flecha quedó lo suficientemente fuera del muro para apoyar el pie. Repetí la operación otra vez. Apuntando un poco más arriba y a la izquierda de la primera flecha. El resultado fue el mismo. Ahora ya teníamos una “escalera improvisada” por la que acceder a la parcela.
Sonreí a Elen con cara de orgullo recolocando mi ballesta a mi espalda. Tal vez yo no sería tan buena maga como ella, pero me gustaba no sentirme una inútil, después de prácticamente no haber hecho nada en los anteriores combates, ya era hora de que hiciese algo útil.
No sé como accedería ella, pero yo lo tenía claro. Apoyé el pie la flecha, que era lo suficientemente gruesa como para ello y posteriormente levanté mi cuerpo hacia la segunda flecha, donde apoyé el otro pie. Desde ahí ya alcanzaba a agarrarme al muro, y con mis brazos pude impulsarme hacia arriba.
Tras unos instantes en la parte del muro, haciendo equilibrio y cerciorándome de que abajo no había ninguna trampa, salté al otro lado de la finca. Estábamos relativamente cerca de donde se encontraba el tipo, y tenía el camino en la memoria, sólo habría que seguirlo hasta el interior de la casa. Dispondría el camino hacia allí en cuanto Elen llegara al otro lado. Siempre de manera sigilosa y tratando de hacer el menor ruido posible.
Anastasia Boisson
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Re: La ociosidad es la madre de todos los vicios [Int. Libre] [1/1] [Cerrado]
Huracán estaba de acuerdo con ella sobre el plan a seguir, así que tras observar con detenimiento al individuo durante varios minutos, ambas comenzaron a descender la colina. Habían esperado a que no hubiese nadie en los cultivos, para poder entrar sin que las detectasen, cosa que echaría a perder el plan y las obligaría a entrar en un combate que probablemente se cobrase la vida de algunas personas. Elen no hubiese tenido problema con aquello pero respetaba la opinión de su compañera, y si ella no quería llegar al extremo de matar a los ladrones, a pesar de sus múltiples delitos y fechorías, la de ojos verdes trataría de completar la misión sin que hubiese bajas.
Con un gesto, Anastasia le indicó el acceso más cercano a la zona en que habían visto al hombre, pero ahora se encontraban ante un muro que ninguna de las dos podía saltar, ni siquiera con la ayuda de sus poderes de viento. Que bien le habría venido un gancho en aquel momento, pensó la alquimista, que había tenido ocasión de probar uno durante sus entrenamientos en Lunargenta. Con uno de esos habría resultado la mar de fácil llegar al otro lado, solo había que atarles una cuerda y lanzarlos a la parte alta para engancharlos, pero no disponía de uno a mano, quizá tuviese que empezar a plantearse el comprar uno.
Por suerte, las mejoras que Mortdecái había hecho a la ballesta de Huracán iban a sacarlas de aquel aprieto, permitiéndoles crear unos improvisados soportes para apoyar los pies y poder alcanzar la parte alta del muro. Observó a su compañera mientras lanzaba las flechas, cuyo grosor soportaría el peso de las brujas, ambas bastante ligeras. En cuanto Anastasia se encontró al otro lado, la de ojos verdes imitó sus movimientos, subiendo el muro con ayuda de los soportes que acababa de crear la tensai.
En cuestión de un minuto ya se encontraba a su lado, preparada para seguir el camino hacia la posición en que habían visto al matón, desde allí sería sencillo llegar a la casa, siempre y cuando no se desviasen de la ruta que el hombre había utilizado. Con cuidado, la hechicera comenzó a avanzar a través de los cultivos, vigilando dónde ponía cada pie y tratando de no hacer ruido, para mantener la ventaja del factor sorpresa de su lado. De vez en cuando dirigía la mirada hacia la entrada de la casa, comprobando así que ninguno de los ladrones volviese a salir y las pillase.
Una vez alcanzado el punto en que vieron al objetivo, pudo relajarse y continuar más tranquila, con la seguridad de tener una vía libre hacia la vivienda. La puerta de la hacienda estaba semi abierta, quizá por descuido y un exceso de confianza, pero eso las ayudaría a internarse en el lugar sin tener que buscar por donde colarse. Elen se detuvo junto a la entrada al escuchar unas voces, al tiempo que hacía un gesto con la mano a Huracán para que atendiese a la conversación que se estaba llevando a cabo dentro.
- ¿Para qué queremos estos cacharros? No nos sirven para nada. - se quejaba uno de los matones, antes de lanzar algo metálico contra el suelo. - ¿Qué más da eso?, pensaba que ese tipo tendría algo más de valor en la tienda pero no importa, tenemos que infundirles miedo y lo hemos hecho, verás cómo la próxima vez nos entrega algo mejor. - respondió el otro, que parecía ser algo más listo que el primero. - ¿Quieres que nos teman? ¡Partámosles un brazo entonces! Seguro que es más efectivo. - replicó el bruto, ganándose una colleja casi de inmediato. - ¿Y llamar aún más la atención de la guardia? ¿Acaso no piensas antes de abrir la maldita boca? - dijo el que claramente debía ser el líder, algo alterado.
Aguantar a un compañero tan impulsivo y corto de miras no le gustaba, pero tenía que contar con él para los asaltos, ya que imponía bastante gracias a su corpulencia. - Mejor encárgate de llevar estas cosas junto con las demás, y no me molestes mientras elijo nuestro próximo objetivo. - añadió, esta vez obteniendo como respuesta un gruñido de resignación por parte del bruto.
- Si se separan resultará más fácil para nosotras, tenemos que aprovechar la ocasión. - musitó la bruja a su compañera, mientras escuchaba los pasos de uno de los hombres alejándose.
Con un gesto, Anastasia le indicó el acceso más cercano a la zona en que habían visto al hombre, pero ahora se encontraban ante un muro que ninguna de las dos podía saltar, ni siquiera con la ayuda de sus poderes de viento. Que bien le habría venido un gancho en aquel momento, pensó la alquimista, que había tenido ocasión de probar uno durante sus entrenamientos en Lunargenta. Con uno de esos habría resultado la mar de fácil llegar al otro lado, solo había que atarles una cuerda y lanzarlos a la parte alta para engancharlos, pero no disponía de uno a mano, quizá tuviese que empezar a plantearse el comprar uno.
Por suerte, las mejoras que Mortdecái había hecho a la ballesta de Huracán iban a sacarlas de aquel aprieto, permitiéndoles crear unos improvisados soportes para apoyar los pies y poder alcanzar la parte alta del muro. Observó a su compañera mientras lanzaba las flechas, cuyo grosor soportaría el peso de las brujas, ambas bastante ligeras. En cuanto Anastasia se encontró al otro lado, la de ojos verdes imitó sus movimientos, subiendo el muro con ayuda de los soportes que acababa de crear la tensai.
En cuestión de un minuto ya se encontraba a su lado, preparada para seguir el camino hacia la posición en que habían visto al matón, desde allí sería sencillo llegar a la casa, siempre y cuando no se desviasen de la ruta que el hombre había utilizado. Con cuidado, la hechicera comenzó a avanzar a través de los cultivos, vigilando dónde ponía cada pie y tratando de no hacer ruido, para mantener la ventaja del factor sorpresa de su lado. De vez en cuando dirigía la mirada hacia la entrada de la casa, comprobando así que ninguno de los ladrones volviese a salir y las pillase.
Una vez alcanzado el punto en que vieron al objetivo, pudo relajarse y continuar más tranquila, con la seguridad de tener una vía libre hacia la vivienda. La puerta de la hacienda estaba semi abierta, quizá por descuido y un exceso de confianza, pero eso las ayudaría a internarse en el lugar sin tener que buscar por donde colarse. Elen se detuvo junto a la entrada al escuchar unas voces, al tiempo que hacía un gesto con la mano a Huracán para que atendiese a la conversación que se estaba llevando a cabo dentro.
- ¿Para qué queremos estos cacharros? No nos sirven para nada. - se quejaba uno de los matones, antes de lanzar algo metálico contra el suelo. - ¿Qué más da eso?, pensaba que ese tipo tendría algo más de valor en la tienda pero no importa, tenemos que infundirles miedo y lo hemos hecho, verás cómo la próxima vez nos entrega algo mejor. - respondió el otro, que parecía ser algo más listo que el primero. - ¿Quieres que nos teman? ¡Partámosles un brazo entonces! Seguro que es más efectivo. - replicó el bruto, ganándose una colleja casi de inmediato. - ¿Y llamar aún más la atención de la guardia? ¿Acaso no piensas antes de abrir la maldita boca? - dijo el que claramente debía ser el líder, algo alterado.
Aguantar a un compañero tan impulsivo y corto de miras no le gustaba, pero tenía que contar con él para los asaltos, ya que imponía bastante gracias a su corpulencia. - Mejor encárgate de llevar estas cosas junto con las demás, y no me molestes mientras elijo nuestro próximo objetivo. - añadió, esta vez obteniendo como respuesta un gruñido de resignación por parte del bruto.
- Si se separan resultará más fácil para nosotras, tenemos que aprovechar la ocasión. - musitó la bruja a su compañera, mientras escuchaba los pasos de uno de los hombres alejándose.
Elen Calhoun
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Re: La ociosidad es la madre de todos los vicios [Int. Libre] [1/1] [Cerrado]
Elen utilizó mis virotes para sobrepasar el muro, y nos dirigimos juntas hacia la puerta, atravesando los cultivos. Afortunadamente, ningún hombre parecía salir de la vivienda. Yo avanzaba tras la de cabellos cenicientos, que fue la primera en llegar a la puerta, ésta se encontraba entreabierta y Elen me indicó con un gesto que atendiera a la conversación de los dos hombres.
Miré de rabillo por la puerta y dentro de un gran vestíbulo se encontraban dos hombres en una acalorada discusión. Había uno que parecía más fuerte que el otro, aunque también más limitado mentalmente. El otro, pese a ser más pequeño, parecía el jefecillo del grupo. Juntos formaban una pintoresca banda que aterraba a la ciudad.
Elen me informó de esperar a que se separasen, pues sería mucho más sencillo. Eso es algo lógico. Asentí con la cabeza con confianza.
El pequeño estaba planeando donde dar el próximo golpe, a la vez que ordenó recoger un cofre que posiblemente contuviera material robado con las demás cosas. De manera que el fuerte lo tomó del suelo y se lo llevó por una de las habitaciones, supongo que al almacén donde guardarán el material robado.
El otro, en cambio, tras revolver en un pequeño escritorio en el que sacó una afilada hoz que probablemente utilizaría para hacer algo en el campo. Le hice un gesto a Elen con la mano de que se escondiera en alguna parte. Pues me daba la impresión de que iba a salir por la puerta abierta. Nadie coge una hoz para utilizarla en casa. Yo aproveché para meterme detrás de una especie de seto recortado. Confiando en que no hubiera ninguna trampa tras éste.
Efectivamente, tras la puerta entreabierta salió el hombre, el que parecía el jefecillo, silbando una canción ininteligible. No se percató de nuestra presencia y se dirigió a una especie de invernadero. Busqué a Elen con la mirada para señalarme con el dedo, indicándole que me lo pedía yo. A campo abierto mis habilidades del viento funcionaban mucho mejor que en lugares cerrados. La electricidad de Elen, en cambio, creo que permanecería igual.
Cuando entró en el invernadero salí del seto para dirigirme hacia donde se había escondido. El invernadero era bastante opaco. Intenté seguir exactamente su ruta, para evitar caer en alguna trampa. Cuando entré en el recinto, lo primero que hice fue buscarle. Era un ambiente bastante humedecido y había una sensación térmica muy elevada.
No encontré al tipo por ninguna parte. La vegetación era frondosa allí. Lo cual me hizo ponerme algo nerviosa. Tanto que saqué mis ballestas pequeñas y avancé con total sigilo, entre la vegetación.
Pero para mi sorpresa, no encontré al hombre. Fue él el que me encontró a mí. Pese a todo lo que había creído de que no nos habían visto, el tipo parecía estar esperándome. Salió por sorpresa tras unas tomateras rápidamente con la herramienta de campo que había tomado en la habitación y trató de atacarme, pero pude esquivar rápidamente su ataque.
-¿Crees que no os hemos visto entrar en la hacienda? – me preguntó el maquiavélico hombre con una sonrisa – No sólo somos nosotros dos. Siempre tenemos a Martina vigilando el lugar. Creo que ha ido a liberar a los perros de presa. Llevan cinco días sin comer. Así que tardarán poco en aparecer – dijo gritando con una sonrisa asesina - Y Grumbert ha ido a por el martillo aplastacráneos. Espero que no os destrocen. Los órganos de dos jóvenes valen mucho en el mercado negro.
Maldito asqueroso. ¿Así que aquellos tipos traficaban y robaban todo tipo de mercancías? Y por lo visto había una mujer que, si bien no participaba en los golpes, era la encargada de vigilar la casa. Ahora sí que lamenté no haberle disparado desde lejos.
-Acabaremos con vosotros. Miserables – le dije disparando con las ballestas pequeñas, aunque el tipo esquivó el tiro de una voltereta y aprovechó para darme una patada que me desequilibró – ¡Ash balla ná! – contraataqué con mi corriente de aire para sacar el tipo volando por los aires por el invernadero. La corriente lo sorprendió y, tras chocar con las paredes del invernadero, cayó a plomo sobre un cepo y al sonido de un chasquido cerrarse le partió la pierna literalmente en dos. Su grito de dolor se escucharía a mucha distancia.
Al poco sentí no uno, sino varios perros, ladrar ansiosos aún lejos aunque en la hacienda.
Miré de rabillo por la puerta y dentro de un gran vestíbulo se encontraban dos hombres en una acalorada discusión. Había uno que parecía más fuerte que el otro, aunque también más limitado mentalmente. El otro, pese a ser más pequeño, parecía el jefecillo del grupo. Juntos formaban una pintoresca banda que aterraba a la ciudad.
Elen me informó de esperar a que se separasen, pues sería mucho más sencillo. Eso es algo lógico. Asentí con la cabeza con confianza.
El pequeño estaba planeando donde dar el próximo golpe, a la vez que ordenó recoger un cofre que posiblemente contuviera material robado con las demás cosas. De manera que el fuerte lo tomó del suelo y se lo llevó por una de las habitaciones, supongo que al almacén donde guardarán el material robado.
El otro, en cambio, tras revolver en un pequeño escritorio en el que sacó una afilada hoz que probablemente utilizaría para hacer algo en el campo. Le hice un gesto a Elen con la mano de que se escondiera en alguna parte. Pues me daba la impresión de que iba a salir por la puerta abierta. Nadie coge una hoz para utilizarla en casa. Yo aproveché para meterme detrás de una especie de seto recortado. Confiando en que no hubiera ninguna trampa tras éste.
Efectivamente, tras la puerta entreabierta salió el hombre, el que parecía el jefecillo, silbando una canción ininteligible. No se percató de nuestra presencia y se dirigió a una especie de invernadero. Busqué a Elen con la mirada para señalarme con el dedo, indicándole que me lo pedía yo. A campo abierto mis habilidades del viento funcionaban mucho mejor que en lugares cerrados. La electricidad de Elen, en cambio, creo que permanecería igual.
Cuando entró en el invernadero salí del seto para dirigirme hacia donde se había escondido. El invernadero era bastante opaco. Intenté seguir exactamente su ruta, para evitar caer en alguna trampa. Cuando entré en el recinto, lo primero que hice fue buscarle. Era un ambiente bastante humedecido y había una sensación térmica muy elevada.
No encontré al tipo por ninguna parte. La vegetación era frondosa allí. Lo cual me hizo ponerme algo nerviosa. Tanto que saqué mis ballestas pequeñas y avancé con total sigilo, entre la vegetación.
Pero para mi sorpresa, no encontré al hombre. Fue él el que me encontró a mí. Pese a todo lo que había creído de que no nos habían visto, el tipo parecía estar esperándome. Salió por sorpresa tras unas tomateras rápidamente con la herramienta de campo que había tomado en la habitación y trató de atacarme, pero pude esquivar rápidamente su ataque.
-¿Crees que no os hemos visto entrar en la hacienda? – me preguntó el maquiavélico hombre con una sonrisa – No sólo somos nosotros dos. Siempre tenemos a Martina vigilando el lugar. Creo que ha ido a liberar a los perros de presa. Llevan cinco días sin comer. Así que tardarán poco en aparecer – dijo gritando con una sonrisa asesina - Y Grumbert ha ido a por el martillo aplastacráneos. Espero que no os destrocen. Los órganos de dos jóvenes valen mucho en el mercado negro.
Maldito asqueroso. ¿Así que aquellos tipos traficaban y robaban todo tipo de mercancías? Y por lo visto había una mujer que, si bien no participaba en los golpes, era la encargada de vigilar la casa. Ahora sí que lamenté no haberle disparado desde lejos.
-Acabaremos con vosotros. Miserables – le dije disparando con las ballestas pequeñas, aunque el tipo esquivó el tiro de una voltereta y aprovechó para darme una patada que me desequilibró – ¡Ash balla ná! – contraataqué con mi corriente de aire para sacar el tipo volando por los aires por el invernadero. La corriente lo sorprendió y, tras chocar con las paredes del invernadero, cayó a plomo sobre un cepo y al sonido de un chasquido cerrarse le partió la pierna literalmente en dos. Su grito de dolor se escucharía a mucha distancia.
Al poco sentí no uno, sino varios perros, ladrar ansiosos aún lejos aunque en la hacienda.
Anastasia Boisson
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Re: La ociosidad es la madre de todos los vicios [Int. Libre] [1/1] [Cerrado]
Tras separarse de su secuaz, el aparente jefe de los dos empezó a rebuscar en un modesto escritorio cercano, hasta dar con una afilada hoz que guardaba en uno de los cajones. Parecía que iba a regresar a los cultivos así que Huracán instó a la de ojos verdes a que se escondiese, para evitar que el delincuente las descubriese y echase por tierra la misión. Elen de inmediato hizo caso a su compañera, retrocediendo con cuidado para ocultarse tras el seto que rodeaba la hacienda.
Desde allí pudo ver con claridad al individuo que salía, un tipo más bien pequeño y de complexión delgada, que pasó de largo sin reparar en ellas. Caminaba hacia una especie de invernadero, en el que probablemente tendrían otro tipo de cultivos más sensibles a las condiciones climáticas, lo que le hizo pensar que tal vez también se dedicasen a la venta de ciertas plantas venenosas, visto lo visto no le sorprendería en absoluto que así fuera.
Al cruzar una mirada con su compañera, Huracán le indicó mediante gestos que se haría cargo de aquel hombre, lo que dejaba al bruto para ella. En principio no había demasiado problema, sabía que los grandullones tenían mejor resistencia a la electricidad pero si lo abordaba por sorpresa ese detalle importaría bien poco. Asintiendo con la cabeza en respuesta, esperó a que Anastasia iniciara la marcha tras el ladrón, para luego abandonar el cobijo del seto tras el que se escondía y volver a acercarse a la entrada de la casa.
La puerta estaba ahora mucho más abierta que antes, lo que le permitía ver el interior y asegurarse de que no hubiese nadie en la sala antes de entrar. Lo único bueno era no tener que preocuparse por las trampas, ya que sería muy extraño que las hubiesen colocado incluso en la vivienda, así que avanzó por la estancia cuidando solamente de no hacer ruido con sus pasos. El recibidor era grande, y sin duda estaba decorado con algunas de las cosas que robaban a los aldeanos, pues muchas no tenían nada que ver unas con otras, dejando una decoración del todo inusual.
Aguzando el oído, la hechicera pudo captar el sonido metálico que delataba a su objetivo, que debía estar revolviendo entre el botín en busca de algo interesante. Se acercó al quicio de la puerta que llevaba hasta la habitación contigua y se asomó ligeramente, pero no había nadie en el cuarto, debía seguir hasta la siguiente. Tan concentrada como iba en no hacer ruido, la de cabellos cenicientos no se percató de que el sonido que la guiaba hacia su objetivo había cesado, hecho que en otras circunstancias habría despertado su desconfianza.
No tardó en llegar a la sala en que guardaban todo lo robado, pero le extrañó bastante no ver allí al grandullón, pronto descubriría que no estaba sola. Sin dejar de vigilar cuanto la rodeaba, Elen se acercó al centro de la estancia, repleta de objetos de toda clase, apilados en altos montones que casi alcanzaban su altura. Parecía haber un orden, las joyas a un lado, el dinero en otro y lo demás esparcido por la habitación sin mucho cuidado.
De repente, la única puerta de la sala se cerró bruscamente, haciendo que la joven se sobresaltase y girase rápidamente para ver qué pasaba. Corrió hacia la salida y trató de abrirla, pero alguien había cerrado con llave desde fuera, dejándola atrapada. - ¡Maldita sea! - dijo molesta, mientras seguía tratando de empujar la puerta. Sin embargo, una maligna risa a su espalda la hizo detenerse en seco, para acto seguido darse la vuelta justo a tiempo.
El grandullón estaba allí con ella, armado con un pesado martillo que no dudó en lanzar hacia su cabeza, pero gracias a la lentitud con que se movía y a la agilidad que ella misma tenía después de tantos años peleando, consiguió esquivarlo y poner algo de distancia entre ambos. - Ven preciosa, solo te dolerá un poquito. - dijo con malicia, mientras hacía girar el arma entre las manos.
- ¿A qué esperas? Martina te ha encerrado conmigo y la única forma de salir de aquí la tengo yo. - prosiguió tras unos segundos, señalando con un gesto la llave que colgaba de su cinturón. - Tengo que darme prisa en abrir esa maldita puerta, si hay más gente en la hacienda he de buscar a Huracán y rápido. - pensó para sí la bruja, antes de dejar que el eléctrico elemento le envolviese ambos brazos. Aquello sorprendió un poco a su oponente, que hasta el momento la había tomado por una simple humana, pero no se echaría atrás, solo tenía que esquivar.
El ladrón trató de abalanzarse sobre ella, pero de nuevo la maga consiguió hacerse a un lado y colocar entre ambos una de las pilas de objetos, que el grandullón no tuvo problema en destrozar de un martillazo. Aquellas cosas no le interesaban en absoluto, pero cazar a una persona se le antojaba de lo más divertido, así que no prestó atención a lo que estaba rompiendo. La joven en cambio sí lo hacía, sobre todo al escuchar como varios recipientes de cristal se hacían añicos al chocar contra el suelo.
La descarga brotó de su mano y fue directa hacia el enemigo, que interpuso el arma en un intento por no recibirla directamente, craso error. El martillo de metal condujo la electricidad hacia el cuerpo de su portador, que al no llevar guantes, quedó ligeramente afectado. Pero era grande y la benjamina de los Calhoun sabía que haría falta más que eso para tumbarlo, extrajo la daga de su cinturón y la lanzó contra el bruto, utilizando su telequinesis para llevarla al punto deseado.
No buscaba matarlo, al menos en eso había quedado con su compañera antes de que ambas se separasen, así que dirigió el arma hacia el hombro de su oponente, donde se clavó varios centímetros. El primer paso ya estaba, ahora solo quedaba rematar la faena. Una nueva descarga salió disparada de su palma, para impactar en la empuñadura de la daga, consiguiendo que la energía pasara al interior a través de la hoja e hiciese más daño.
El grandullón aguantó solo unos segundos, antes de perder el conocimiento y caer de cara contra el suelo, clavándose algunos de los fragmentos de cristal que yacían en él. No había tiempo que perder y la bruja lo sabía, así que avanzó hacia el ladrón y le dio la vuelta, para arrancar la llave de su cinturón y comprobar que no estuviese perdiendo demasiada sangre. Era un tipo fuerte así que podría aguantar, pronto la guardia se haría cargo del tema y se lo llevaría de allí, pero lo dejaría allí encerrado como medida de precaución, por si se le ocurría despertar antes de tiempo.
Tras salir de la sala y cerrar con llave, corrió hacia la entrada con cierta preocupación, por los ladridos que se escuchaban cada vez más cerca. Una vez en la puerta pudo verlos, varios perros corrían frenéticamente hacia el invernadero, seguidos de una mujer que tendría que ser Martina. - No, de eso nada. - musitó la alquimista, antes de hacer volar por los aires a aquella desgraciada con ayuda de una potente corriente de viento. Algunos de los animales se detuvieron al escuchar el sonoro choque del cuerpo de la dama contra el suelo, pero un par de ellos, los más adelantados, siguieron hacia su objetivo.
Desde allí pudo ver con claridad al individuo que salía, un tipo más bien pequeño y de complexión delgada, que pasó de largo sin reparar en ellas. Caminaba hacia una especie de invernadero, en el que probablemente tendrían otro tipo de cultivos más sensibles a las condiciones climáticas, lo que le hizo pensar que tal vez también se dedicasen a la venta de ciertas plantas venenosas, visto lo visto no le sorprendería en absoluto que así fuera.
Al cruzar una mirada con su compañera, Huracán le indicó mediante gestos que se haría cargo de aquel hombre, lo que dejaba al bruto para ella. En principio no había demasiado problema, sabía que los grandullones tenían mejor resistencia a la electricidad pero si lo abordaba por sorpresa ese detalle importaría bien poco. Asintiendo con la cabeza en respuesta, esperó a que Anastasia iniciara la marcha tras el ladrón, para luego abandonar el cobijo del seto tras el que se escondía y volver a acercarse a la entrada de la casa.
La puerta estaba ahora mucho más abierta que antes, lo que le permitía ver el interior y asegurarse de que no hubiese nadie en la sala antes de entrar. Lo único bueno era no tener que preocuparse por las trampas, ya que sería muy extraño que las hubiesen colocado incluso en la vivienda, así que avanzó por la estancia cuidando solamente de no hacer ruido con sus pasos. El recibidor era grande, y sin duda estaba decorado con algunas de las cosas que robaban a los aldeanos, pues muchas no tenían nada que ver unas con otras, dejando una decoración del todo inusual.
Aguzando el oído, la hechicera pudo captar el sonido metálico que delataba a su objetivo, que debía estar revolviendo entre el botín en busca de algo interesante. Se acercó al quicio de la puerta que llevaba hasta la habitación contigua y se asomó ligeramente, pero no había nadie en el cuarto, debía seguir hasta la siguiente. Tan concentrada como iba en no hacer ruido, la de cabellos cenicientos no se percató de que el sonido que la guiaba hacia su objetivo había cesado, hecho que en otras circunstancias habría despertado su desconfianza.
No tardó en llegar a la sala en que guardaban todo lo robado, pero le extrañó bastante no ver allí al grandullón, pronto descubriría que no estaba sola. Sin dejar de vigilar cuanto la rodeaba, Elen se acercó al centro de la estancia, repleta de objetos de toda clase, apilados en altos montones que casi alcanzaban su altura. Parecía haber un orden, las joyas a un lado, el dinero en otro y lo demás esparcido por la habitación sin mucho cuidado.
De repente, la única puerta de la sala se cerró bruscamente, haciendo que la joven se sobresaltase y girase rápidamente para ver qué pasaba. Corrió hacia la salida y trató de abrirla, pero alguien había cerrado con llave desde fuera, dejándola atrapada. - ¡Maldita sea! - dijo molesta, mientras seguía tratando de empujar la puerta. Sin embargo, una maligna risa a su espalda la hizo detenerse en seco, para acto seguido darse la vuelta justo a tiempo.
El grandullón estaba allí con ella, armado con un pesado martillo que no dudó en lanzar hacia su cabeza, pero gracias a la lentitud con que se movía y a la agilidad que ella misma tenía después de tantos años peleando, consiguió esquivarlo y poner algo de distancia entre ambos. - Ven preciosa, solo te dolerá un poquito. - dijo con malicia, mientras hacía girar el arma entre las manos.
- ¿A qué esperas? Martina te ha encerrado conmigo y la única forma de salir de aquí la tengo yo. - prosiguió tras unos segundos, señalando con un gesto la llave que colgaba de su cinturón. - Tengo que darme prisa en abrir esa maldita puerta, si hay más gente en la hacienda he de buscar a Huracán y rápido. - pensó para sí la bruja, antes de dejar que el eléctrico elemento le envolviese ambos brazos. Aquello sorprendió un poco a su oponente, que hasta el momento la había tomado por una simple humana, pero no se echaría atrás, solo tenía que esquivar.
El ladrón trató de abalanzarse sobre ella, pero de nuevo la maga consiguió hacerse a un lado y colocar entre ambos una de las pilas de objetos, que el grandullón no tuvo problema en destrozar de un martillazo. Aquellas cosas no le interesaban en absoluto, pero cazar a una persona se le antojaba de lo más divertido, así que no prestó atención a lo que estaba rompiendo. La joven en cambio sí lo hacía, sobre todo al escuchar como varios recipientes de cristal se hacían añicos al chocar contra el suelo.
La descarga brotó de su mano y fue directa hacia el enemigo, que interpuso el arma en un intento por no recibirla directamente, craso error. El martillo de metal condujo la electricidad hacia el cuerpo de su portador, que al no llevar guantes, quedó ligeramente afectado. Pero era grande y la benjamina de los Calhoun sabía que haría falta más que eso para tumbarlo, extrajo la daga de su cinturón y la lanzó contra el bruto, utilizando su telequinesis para llevarla al punto deseado.
No buscaba matarlo, al menos en eso había quedado con su compañera antes de que ambas se separasen, así que dirigió el arma hacia el hombro de su oponente, donde se clavó varios centímetros. El primer paso ya estaba, ahora solo quedaba rematar la faena. Una nueva descarga salió disparada de su palma, para impactar en la empuñadura de la daga, consiguiendo que la energía pasara al interior a través de la hoja e hiciese más daño.
El grandullón aguantó solo unos segundos, antes de perder el conocimiento y caer de cara contra el suelo, clavándose algunos de los fragmentos de cristal que yacían en él. No había tiempo que perder y la bruja lo sabía, así que avanzó hacia el ladrón y le dio la vuelta, para arrancar la llave de su cinturón y comprobar que no estuviese perdiendo demasiada sangre. Era un tipo fuerte así que podría aguantar, pronto la guardia se haría cargo del tema y se lo llevaría de allí, pero lo dejaría allí encerrado como medida de precaución, por si se le ocurría despertar antes de tiempo.
Tras salir de la sala y cerrar con llave, corrió hacia la entrada con cierta preocupación, por los ladridos que se escuchaban cada vez más cerca. Una vez en la puerta pudo verlos, varios perros corrían frenéticamente hacia el invernadero, seguidos de una mujer que tendría que ser Martina. - No, de eso nada. - musitó la alquimista, antes de hacer volar por los aires a aquella desgraciada con ayuda de una potente corriente de viento. Algunos de los animales se detuvieron al escuchar el sonoro choque del cuerpo de la dama contra el suelo, pero un par de ellos, los más adelantados, siguieron hacia su objetivo.
Elen Calhoun
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Re: La ociosidad es la madre de todos los vicios [Int. Libre] [1/1] [Cerrado]
Los alaridos del hombre que tenía la parte inferior de la pierna separada de su otra mitad eran dolorosos. Y los perros ansiosos, corrían a la llamada de su amo, al que sentían en peligro. Sus ladridos cada vez sonaban más cercanos. Tenía que esconderme o hacer algo rápido.
Por si fuera poco sentí el grito de una mujer fuera, cayendo fuertemente contra el suelo. ¿Sería la tal Martina que había mencionado el tipo? O puede que no, tal vez fuese Elen. No podía quedarme dentro con el pensamiento de que tal vez mi compañera necesitase auxilio. Salí rápidamente del invernadero. Nada más salir por la puerta vi como un perro se lanzaba a por mí. Mordiéndome de la pierna con fiereza. Tuve que dispararle con la ballesta de la mano izquierda en la cabeza, antes de que perdiese fuerza y pudiera lanzarlo por los aires con la corriente de aire. El segundo perro se lanzó a por mí también, pero a este pude dispararle varias veces con la ballesta de la mano derecha antes de que llegara a lanzarse a por mí.
En ese momento tuve un pequeño descanso en el que pude echar un vistazo alrededor y ver que, la mujer que había caído volando no era Elen, sino la otra acompañante del dúo, probablemente la tal Martina, que yacía en el suelo presumiblemente con la espalda rota.
No tuve tiempo a hacer un análisis mucho más exhaustivo. Me dolía la pierna por la dentellada que me había soltado aquel perro de presa. Y los dos que quedaban se dirigían hacia Elen. Corrían demasiado como para alcanzarles con una flecha y no podía moverme por la herida que tenía en el muslo. Traté de salir tras ellos para alcanzarlos como fuera con mis poderes, pero en cuanto me apoyé en la pierna herida caí al suelo. Tuve que quedarme sentada necesariamente allí.
De mi faltriquera, además de puntas de virote y una selección de venenos, llevaba material de primeros auxilios. Saqué unas vendas y un bote de alcohol que llevaba, me lo eché en la herida para desinfectarla. Vaya como resquemaba aquello, tuve que morderme los labios fuertemente mientras me vendaba con esparadrapo. La herida no era muy profunda afortunadamente, pero dolía un poco. Menos de un minuto tardé en hacer todo esto. Aunque imagino que Elen ya habrá acabado con los animales.
Medio coja avancé hasta el patio de entrada de la casa. Me animó ver a Elen triunfante de su encuentro con el bruto.
-Me alegro de que estés bien. Yo he tenido un problema con un perro. – le dije a Elen, apoyándome en el marco de la puerta – En cuanto al invernadero… No es agradable a la vista. No recomiendo la visita. Hay una pierna separada de un cuerpo. -le comenté tratando de hacer algo de humor del tema para que no se preocupara y pensase que me había ocurrido algo grave, No sería nada. No era la primera ni sería la última vez que me mordía un perro y en dos días estaría como nueva.
Lo siguiente sería encontrar las herramientas de Mortdecái. Que imagino que andaran por algún lugar de la casa. A fin de cuentas era lo que habíamos venido a recuperar. Se supone que era una caja con los utensilios de mi amigo.
-Bajemos a buscar las herramientas, y luego podremos entregar a estos rufianes – le sugerí poniéndome a caminar, pero, de nuevo, un pinchazo en la herida vendada me hizo frenarme. Me costaba avanzar con aquella pierna, sobretodo con la herida tan reciente. – Igual tienes que bajar tú – le dije apoyándome contra una de las paredes de la recepción de entrada a la casa y frotándome la herida.
Por si fuera poco sentí el grito de una mujer fuera, cayendo fuertemente contra el suelo. ¿Sería la tal Martina que había mencionado el tipo? O puede que no, tal vez fuese Elen. No podía quedarme dentro con el pensamiento de que tal vez mi compañera necesitase auxilio. Salí rápidamente del invernadero. Nada más salir por la puerta vi como un perro se lanzaba a por mí. Mordiéndome de la pierna con fiereza. Tuve que dispararle con la ballesta de la mano izquierda en la cabeza, antes de que perdiese fuerza y pudiera lanzarlo por los aires con la corriente de aire. El segundo perro se lanzó a por mí también, pero a este pude dispararle varias veces con la ballesta de la mano derecha antes de que llegara a lanzarse a por mí.
En ese momento tuve un pequeño descanso en el que pude echar un vistazo alrededor y ver que, la mujer que había caído volando no era Elen, sino la otra acompañante del dúo, probablemente la tal Martina, que yacía en el suelo presumiblemente con la espalda rota.
No tuve tiempo a hacer un análisis mucho más exhaustivo. Me dolía la pierna por la dentellada que me había soltado aquel perro de presa. Y los dos que quedaban se dirigían hacia Elen. Corrían demasiado como para alcanzarles con una flecha y no podía moverme por la herida que tenía en el muslo. Traté de salir tras ellos para alcanzarlos como fuera con mis poderes, pero en cuanto me apoyé en la pierna herida caí al suelo. Tuve que quedarme sentada necesariamente allí.
De mi faltriquera, además de puntas de virote y una selección de venenos, llevaba material de primeros auxilios. Saqué unas vendas y un bote de alcohol que llevaba, me lo eché en la herida para desinfectarla. Vaya como resquemaba aquello, tuve que morderme los labios fuertemente mientras me vendaba con esparadrapo. La herida no era muy profunda afortunadamente, pero dolía un poco. Menos de un minuto tardé en hacer todo esto. Aunque imagino que Elen ya habrá acabado con los animales.
Medio coja avancé hasta el patio de entrada de la casa. Me animó ver a Elen triunfante de su encuentro con el bruto.
-Me alegro de que estés bien. Yo he tenido un problema con un perro. – le dije a Elen, apoyándome en el marco de la puerta – En cuanto al invernadero… No es agradable a la vista. No recomiendo la visita. Hay una pierna separada de un cuerpo. -le comenté tratando de hacer algo de humor del tema para que no se preocupara y pensase que me había ocurrido algo grave, No sería nada. No era la primera ni sería la última vez que me mordía un perro y en dos días estaría como nueva.
Lo siguiente sería encontrar las herramientas de Mortdecái. Que imagino que andaran por algún lugar de la casa. A fin de cuentas era lo que habíamos venido a recuperar. Se supone que era una caja con los utensilios de mi amigo.
-Bajemos a buscar las herramientas, y luego podremos entregar a estos rufianes – le sugerí poniéndome a caminar, pero, de nuevo, un pinchazo en la herida vendada me hizo frenarme. Me costaba avanzar con aquella pierna, sobretodo con la herida tan reciente. – Igual tienes que bajar tú – le dije apoyándome contra una de las paredes de la recepción de entrada a la casa y frotándome la herida.
Anastasia Boisson
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Re: La ociosidad es la madre de todos los vicios [Int. Libre] [1/1] [Cerrado]
Un alarido brotó de la garganta de Martina, que tras caer aparatosamente contra el suelo, se había hecho daño en la espalda. La mujer ni siquiera podía volver a levantarse, con cada movimiento unas fuertes punzadas de dolor se adueñaban de la zona afectada por el impacto, consiguiendo que hasta se le escapasen algunas lágrimas. En cambio, los dos perros que se habían detenido a causa del alboroto avanzaban ahora a toda prisa, acercándose peligrosamente a la posición en que se encontraba la hechicera.
Elen no se lo pensó mucho, concentró su eléctrico elemento en ambas manos y disparó a los sabuesos, consiguiendo acertar al más próximo, que quedó aturdido y comenzó a tambalearse. Aquella cantidad de energía solía utilizarla para humanos, seres que superaban con creces el tamaño y peso de los animales que tenía ante sí, con lo cual, el efecto sobre éstos últimos resultaba mucho más fuerte. El otro perro estuvo a escasos segundos de alcanzarla, pero haciendo uso de la efectiva barrera de rayos que ya había utilizado anteriormente contra el demonio de la casa de William, detuvo su ataque en seco.
Los animales no tenían culpa de que sus amos fuesen unos desgraciados, se dijo a sí misma, descartando el rematarlos aprovechando la ocasión que se le presentaba. En vez de eso optó por dejarlos inconscientes aplicándoles nuevas descargas, que los mantendrían dormidos durante varias horas, tiempo más que suficiente para que la guardia se hiciese cargo de la situación.
La preocupación se reflejó en el rostro de la bruja al ver a su compañera, que cojeaba y tenía el muslo vendado por culpa de una mordedura, pero Huracán ya se había tratado la herida, poco podía hacer por ella ahora. - Al grandullón lo he dejado echándose una siesta en la sala del botín, ninguno de estos irá muy lejos. - comentó tras oír que el segundo ladrón se encontraba en el invernadero y había perdido una pierna, castigo más que merecido por todos sus crímenes.
Los quejidos de Martina cada vez se oían menos, pero su respiración se mantenía agitada, quizá perdiese el conocimiento a causa de los dolores. Una vez neutralizados todos los enemigos del lugar, al menos de los que tenían constancia, ambas debían volver a centrarse en el motivo que las había llevado hasta allí, recuperar las herramientas que los matones habían sustraído a Mortdecái la noche anterior. Pero teniendo en cuenta el estado en que se encontraba Anastasia, sin poder caminar cómodamente a causa de los pinchazos, la de ojos verdes tendría que hacerse con las pertenencias del mecánico.
- Seguro que tengo algo por aquí… - musitó, mientras revolvía en el interior de su bolsa de cuero. Nunca salía de casa sin algunos remedios e ingredientes, así que no tardó en dar con lo que buscaba, un frasquito de infusión de Inhibis. - Dale un sorbo, te calmará los dolores. - añadió, tendiéndole el recipiente. - Iré a por las herramientas. - indicó, antes de darse la vuelta y regresar a la sala en que había encerrado al grandullón. Según lo que había visto aquella estancia era el lugar en que guardaban lo robado, así que debían encontrarse allí pero, ¿cómo serían?
Después de ver los extraños aparatos que tenía en el taller, no le cabía duda de que las herramientas también serían curiosas, pero con suerte no tendrían muchas allí dentro. Tras girar la llave y comprobar que el bruto seguía tirado en el suelo, comenzó a rodear los diferentes montones de objetos, descartando los de joyas y aeros, para centrarse en los demás. Había infinidad de cosas, desde finas vajillas a los más delicados ropajes, pasando por la chatarra que sacaban a los aldeanos más pobres de Beltrexus.
Como imaginaba, no solían robar herramientas, así que solo encontró algunos utensilios alquímicos y otros más especiales, que debían ser los de Mortdecái. Cerró la caja en que se encontraban y echó un último vistazo general a la sala, preguntándose si aquellos malhechores tendrían aun lo que le habían robado a Elanoor. Pero no podía perder tiempo buscando, ya tenía lo que necesitaba y su compañera no se encontraba en el mejor de los estados, así que abandonó la habitación y cerró nuevamente tras de sí, con intención de entregar la llave a la guardia en cuanto se presentase en la hacienda.
- Espero que sean estas. - dijo al volver junto a Huracán, mostrándole el contenido de la caja para ver si la tensai las reconocía. - ¿Mejor? - preguntó segundos después, para interesarse por su pierna. Una vez obtenida la respuesta iniciaría el regreso a Beltrexus, a un ritmo lento que permitiese a la de cabellos castaños avanzar sin forzarse demasiado, aunque no tendría problema en detenerse para dejarla descansar de ser necesario.
Elen no se lo pensó mucho, concentró su eléctrico elemento en ambas manos y disparó a los sabuesos, consiguiendo acertar al más próximo, que quedó aturdido y comenzó a tambalearse. Aquella cantidad de energía solía utilizarla para humanos, seres que superaban con creces el tamaño y peso de los animales que tenía ante sí, con lo cual, el efecto sobre éstos últimos resultaba mucho más fuerte. El otro perro estuvo a escasos segundos de alcanzarla, pero haciendo uso de la efectiva barrera de rayos que ya había utilizado anteriormente contra el demonio de la casa de William, detuvo su ataque en seco.
Los animales no tenían culpa de que sus amos fuesen unos desgraciados, se dijo a sí misma, descartando el rematarlos aprovechando la ocasión que se le presentaba. En vez de eso optó por dejarlos inconscientes aplicándoles nuevas descargas, que los mantendrían dormidos durante varias horas, tiempo más que suficiente para que la guardia se hiciese cargo de la situación.
La preocupación se reflejó en el rostro de la bruja al ver a su compañera, que cojeaba y tenía el muslo vendado por culpa de una mordedura, pero Huracán ya se había tratado la herida, poco podía hacer por ella ahora. - Al grandullón lo he dejado echándose una siesta en la sala del botín, ninguno de estos irá muy lejos. - comentó tras oír que el segundo ladrón se encontraba en el invernadero y había perdido una pierna, castigo más que merecido por todos sus crímenes.
Los quejidos de Martina cada vez se oían menos, pero su respiración se mantenía agitada, quizá perdiese el conocimiento a causa de los dolores. Una vez neutralizados todos los enemigos del lugar, al menos de los que tenían constancia, ambas debían volver a centrarse en el motivo que las había llevado hasta allí, recuperar las herramientas que los matones habían sustraído a Mortdecái la noche anterior. Pero teniendo en cuenta el estado en que se encontraba Anastasia, sin poder caminar cómodamente a causa de los pinchazos, la de ojos verdes tendría que hacerse con las pertenencias del mecánico.
- Seguro que tengo algo por aquí… - musitó, mientras revolvía en el interior de su bolsa de cuero. Nunca salía de casa sin algunos remedios e ingredientes, así que no tardó en dar con lo que buscaba, un frasquito de infusión de Inhibis. - Dale un sorbo, te calmará los dolores. - añadió, tendiéndole el recipiente. - Iré a por las herramientas. - indicó, antes de darse la vuelta y regresar a la sala en que había encerrado al grandullón. Según lo que había visto aquella estancia era el lugar en que guardaban lo robado, así que debían encontrarse allí pero, ¿cómo serían?
Después de ver los extraños aparatos que tenía en el taller, no le cabía duda de que las herramientas también serían curiosas, pero con suerte no tendrían muchas allí dentro. Tras girar la llave y comprobar que el bruto seguía tirado en el suelo, comenzó a rodear los diferentes montones de objetos, descartando los de joyas y aeros, para centrarse en los demás. Había infinidad de cosas, desde finas vajillas a los más delicados ropajes, pasando por la chatarra que sacaban a los aldeanos más pobres de Beltrexus.
Como imaginaba, no solían robar herramientas, así que solo encontró algunos utensilios alquímicos y otros más especiales, que debían ser los de Mortdecái. Cerró la caja en que se encontraban y echó un último vistazo general a la sala, preguntándose si aquellos malhechores tendrían aun lo que le habían robado a Elanoor. Pero no podía perder tiempo buscando, ya tenía lo que necesitaba y su compañera no se encontraba en el mejor de los estados, así que abandonó la habitación y cerró nuevamente tras de sí, con intención de entregar la llave a la guardia en cuanto se presentase en la hacienda.
- Espero que sean estas. - dijo al volver junto a Huracán, mostrándole el contenido de la caja para ver si la tensai las reconocía. - ¿Mejor? - preguntó segundos después, para interesarse por su pierna. Una vez obtenida la respuesta iniciaría el regreso a Beltrexus, a un ritmo lento que permitiese a la de cabellos castaños avanzar sin forzarse demasiado, aunque no tendría problema en detenerse para dejarla descansar de ser necesario.
Elen Calhoun
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Re: La ociosidad es la madre de todos los vicios [Int. Libre] [1/1] [Cerrado]
Elen me dio una poción para paliar el dolor de mi pierna herida. Yo era bastante reacia a tomar medicamentos que no conocía, recordé cuando le ofreció la misma poción a Geist en la cueva de la Cala, pero Elen era de fiar y sabía que no me daría nada malo, así que la tomé.
-Gracias – le dije, y tras esto me bebí el frasquito de un trago. Poco después Elen bajó a por la caja de herramientas del mecánico, momento en el que aproveché para reajustarme el vendaje. No era nada y rápidamente sentí como los efectos de la pócima de Elen empezaban a disminuir el dolor. Eso estaría bien pues podría ir por mi propio pie de nuevo hacia el pueblo. Al poco apareció Elen, con la caja, que abrió para preguntarme si era la de Mortdecái. Observé las herramientas y se parecían bastante a las que solía utilizar mi amigo.
-Sí, creo que son estas. – afirmé mientras observaba – Vayámonos ya de aquí.
Y comenzamos el camino de vuelta a Beltrexus. Mi pierna iba comportándose mejor y resistía bastante bien los pinchazos que me daba en la misma en determinadas ocasiones.
Llegamos al taller de Beltrexus casi ya al anochecer. Un acalorado Mortdecái salió a recibirnos corriendo. Elen llevaba a lomos de su caballo las herramientas, que pesaban bastante como para llevarlas en la mano. Mortdecái suspiró en cuanto vio su caja de herramientas y no esperó a bajarlas del caballo y examinarlas.
-¡Son mis pequeñas! – dijo abriendo la caja y comprobando que no faltara ninguna – Gra… Gracias – rápidamente se percibió de mi vendaje en la pierna, que ya apenas me dolía – Huracán… ¿estás bien?
-Sólo ha sido un rasguño – dije con una sonrisa. Lo cual era cierto, es que la poción de Elen había ayudado bastante a reducir la inflamación y ya casi no me dolía.
-Tendré que invitarte a cenar, – me dijo – para darte las gracias… ya sabes – se excusó torpemente, estaba claro que el chico no tenía ni la menor idea. Además no tenía intención de cenar.
-¿Y por qué no invitas también a Elen? – pregunté con una sonrisa de brazos cruzados mirando a mi compañera, que fácil era dejar en evidencia al mecánico. – Ella también te ha ayudado. – el joven pronto se dio cuenta se dio cuenta de su descarada omisión.
-Eh… si… claro, a ti también, por supuesto – respondió mirando a la de cabellos cenicientos con una sonrisa. Yo conocía a Mort y no es que tuviese nada en contra de la bruja eléctrica, sino que sus maneras de flirteo eran más bien poco prácticas.
-En cualquier caso, hoy no puedo Mort, lo siento. – terminé diciendo justo antes de enfilar la puerta. Gesto que hizo que el rostro del muchacho mostrara cierta pesadumbre.
Pero en esta ocasión, que aquella luna iba a estar ocupada era algo cierto. En primer lugar, todavía teníamos que entregar a los guardias la llave de la casa para que ajusticiaran a aquella banda de malhechores. Pero además, tenía intención por saber cuales eran las ideas de Isabella y Dorian para mí después de su reunión, y se supone que aquella noche iban a reunirse conmigo. Pese a que aquella había sido una tarde agradable, pronto “la caza” continuaría.
Le sonreí forzadamente con la cabeza antes de salir por la puerta. No pude evitar salir del local con una cierta sensación de tristeza. A veces me duele rechazarlo, porque es de las pocas personas que verdaderamente se preocupan por mí. Pero mi trabajo era fuera de las islas y muy peligroso, y a Mortdecái no le deseaba ningún mal, yo no iba más que darle sufrimiento y angustia estúpida durante mis eternos viajes de los cuales ni siquiera sabía si volvería viva. Aunque ahora no se diera cuenta, él sería mucho más feliz con cualquier otra mujer. Y esto, inevitablemente, me entristecía, pero no por mis sentimientos hacia él, sino porque yo no podía nunca llevar una vida normal como la inmensa mayoría de chicas y chicos de mi edad. Mi destino era bien distinto. Volví mi mirada sobre Elen, ya fuera del taller.
-Bueno, ha sido una tarde ajetreada, tendremos que darle a la guardia la llave de la casa de esos malhechores. – le dije a Elen con semblante serio. – De nuevo, debo darte las gracias por tu ayuda. Eres una buena amiga, Elen. Y de esas quedan pocas. – le dije con sinceridad, pues con aquella era la tercera vez que me echaba una mano en algo. Pero estaba segura de que, algún día, sería yo quien la ayudara a ella.
-Gracias – le dije, y tras esto me bebí el frasquito de un trago. Poco después Elen bajó a por la caja de herramientas del mecánico, momento en el que aproveché para reajustarme el vendaje. No era nada y rápidamente sentí como los efectos de la pócima de Elen empezaban a disminuir el dolor. Eso estaría bien pues podría ir por mi propio pie de nuevo hacia el pueblo. Al poco apareció Elen, con la caja, que abrió para preguntarme si era la de Mortdecái. Observé las herramientas y se parecían bastante a las que solía utilizar mi amigo.
-Sí, creo que son estas. – afirmé mientras observaba – Vayámonos ya de aquí.
Y comenzamos el camino de vuelta a Beltrexus. Mi pierna iba comportándose mejor y resistía bastante bien los pinchazos que me daba en la misma en determinadas ocasiones.
Llegamos al taller de Beltrexus casi ya al anochecer. Un acalorado Mortdecái salió a recibirnos corriendo. Elen llevaba a lomos de su caballo las herramientas, que pesaban bastante como para llevarlas en la mano. Mortdecái suspiró en cuanto vio su caja de herramientas y no esperó a bajarlas del caballo y examinarlas.
-¡Son mis pequeñas! – dijo abriendo la caja y comprobando que no faltara ninguna – Gra… Gracias – rápidamente se percibió de mi vendaje en la pierna, que ya apenas me dolía – Huracán… ¿estás bien?
-Sólo ha sido un rasguño – dije con una sonrisa. Lo cual era cierto, es que la poción de Elen había ayudado bastante a reducir la inflamación y ya casi no me dolía.
-Tendré que invitarte a cenar, – me dijo – para darte las gracias… ya sabes – se excusó torpemente, estaba claro que el chico no tenía ni la menor idea. Además no tenía intención de cenar.
-¿Y por qué no invitas también a Elen? – pregunté con una sonrisa de brazos cruzados mirando a mi compañera, que fácil era dejar en evidencia al mecánico. – Ella también te ha ayudado. – el joven pronto se dio cuenta se dio cuenta de su descarada omisión.
-Eh… si… claro, a ti también, por supuesto – respondió mirando a la de cabellos cenicientos con una sonrisa. Yo conocía a Mort y no es que tuviese nada en contra de la bruja eléctrica, sino que sus maneras de flirteo eran más bien poco prácticas.
-En cualquier caso, hoy no puedo Mort, lo siento. – terminé diciendo justo antes de enfilar la puerta. Gesto que hizo que el rostro del muchacho mostrara cierta pesadumbre.
Pero en esta ocasión, que aquella luna iba a estar ocupada era algo cierto. En primer lugar, todavía teníamos que entregar a los guardias la llave de la casa para que ajusticiaran a aquella banda de malhechores. Pero además, tenía intención por saber cuales eran las ideas de Isabella y Dorian para mí después de su reunión, y se supone que aquella noche iban a reunirse conmigo. Pese a que aquella había sido una tarde agradable, pronto “la caza” continuaría.
Le sonreí forzadamente con la cabeza antes de salir por la puerta. No pude evitar salir del local con una cierta sensación de tristeza. A veces me duele rechazarlo, porque es de las pocas personas que verdaderamente se preocupan por mí. Pero mi trabajo era fuera de las islas y muy peligroso, y a Mortdecái no le deseaba ningún mal, yo no iba más que darle sufrimiento y angustia estúpida durante mis eternos viajes de los cuales ni siquiera sabía si volvería viva. Aunque ahora no se diera cuenta, él sería mucho más feliz con cualquier otra mujer. Y esto, inevitablemente, me entristecía, pero no por mis sentimientos hacia él, sino porque yo no podía nunca llevar una vida normal como la inmensa mayoría de chicas y chicos de mi edad. Mi destino era bien distinto. Volví mi mirada sobre Elen, ya fuera del taller.
-Bueno, ha sido una tarde ajetreada, tendremos que darle a la guardia la llave de la casa de esos malhechores. – le dije a Elen con semblante serio. – De nuevo, debo darte las gracias por tu ayuda. Eres una buena amiga, Elen. Y de esas quedan pocas. – le dije con sinceridad, pues con aquella era la tercera vez que me echaba una mano en algo. Pero estaba segura de que, algún día, sería yo quien la ayudara a ella.
Anastasia Boisson
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Re: La ociosidad es la madre de todos los vicios [Int. Libre] [1/1] [Cerrado]
Su compañera se encontraba visiblemente mejor que hacía unos minutos, y tras confirmarle que aquellas eran las herramientas de Mortdecái, ambas iniciaron el camino de regreso a la aldea. La caja viajaba bien atada a la silla de montar del caballo, ya que pesaba demasiado para que pudiese cargarla durante todo el trayecto, mientras las brujas iban a pie por el sendero, sin forzar demasiado el paso para que a Huracán le resultase más llevadero.
Para cuando alcanzaron Beltrexus ya casi anochecía, lo que sin duda ponía en más de un aprieto a los ladrones de la hacienda, sobre todo al que había perdido la pierna en el invernadero. La pérdida de sangre ya habría hecho mella en él, dejándolo inconsciente o acabando con su vida, pero esto a la de ojos verdes poco le importaba, ellos se lo habían buscado con sus actos. Martina tampoco estaría lejos, probablemente ni siquiera hubiese conseguido moverse del lugar en que aterrizó, no con la espalda como la tenía.
Objetivos fáciles, eso eran ahora para la guardia, pero antes de avisarles de la situación y entregarles la llave tenían que devolver las herramientas a su legítimo dueño, que las esperaba con impaciencia. Sin fijarse en ellas, el joven corrió hacia Sombra y tomó la caja de inmediato, hecho que bien podría haberle costado una coz del equino, pero éste se comportó bastante bien, ya había visto antes al individuo y sabía que no suponía una amenaza sino todo lo contrario.
Tras comprobar el contenido de la caja y dar las gracias, Mortdecái finalmente se percató del vendaje que llevaba Anastasia en la pierna, detalle que de inmediato lo preocupó. Sin embargo la tensai no le dio importancia, asegurando que solo había sido un rasguño, a lo que el muchacho respondió invitándola a cenar en agradecimiento, otro torpe intento de conseguir una oportunidad para estar a solas con la maga.
Huracán no tardó en dejarlo en evidencia, para luego rechazar cordialmente la proposición, con la tarde que habían tenido aquella noche probablemente no estuviese para mucho jaleo. - Ahora que has recuperado tus herramientas volveré por aquí con la armadura otro día. - indicó la de cabellos cenicientos, antes de seguir a su compañera hasta el exterior. Anastasia tomó la palabra antes de que ella pudiese decir nada, para recordar el tema de la llave y darle las gracias por su ayuda, utilizando el término amiga.
- No te preocupes por esto, el cuartel me queda de camino a la posada así que podré entregarla, tú cuídate esa pierna. - respondió Elen, esbozando una sonrisa. - Sí que hay pocas, pero está bien contar con una amiga cuando hace falta. - añadió instantes después. - Algo me dice que volveremos a encontrarnos, y seguro que la próxima vez me sacas tú del apuro, hasta la vista. - dijo para despedirse, con tono alegre. Para ella significaba bastante tener una amiga, quizá porque al relacionarse más bien poco con la gente no tenía muchos, puede que fuera hora de cambiar un poco.
Subió de un salto al caballo y se dirigió a la oficina de la guardia, donde tras explicar brevemente la situación y entregar la llave, de inmediato se formó una patrulla que salió a toda prisa hacia la hacienda, no desaprovecharían la oportunidad de colgarse el mérito. Allí encontrarían toda clase de pruebas que demostrarían la culpabilidad del par de hombres, junto con todo lo robado, objetos que tratarían de devolver a sus dueños.
Elen abandonó el cuartel y se encaminó hacia la posada, era muy tarde para hacer el trayecto hasta su casa en las afueras y la verdad era que tanto ella como su montura se encontraban cansadas, así que esperarían a la mañana siguiente para regresar.
Para cuando alcanzaron Beltrexus ya casi anochecía, lo que sin duda ponía en más de un aprieto a los ladrones de la hacienda, sobre todo al que había perdido la pierna en el invernadero. La pérdida de sangre ya habría hecho mella en él, dejándolo inconsciente o acabando con su vida, pero esto a la de ojos verdes poco le importaba, ellos se lo habían buscado con sus actos. Martina tampoco estaría lejos, probablemente ni siquiera hubiese conseguido moverse del lugar en que aterrizó, no con la espalda como la tenía.
Objetivos fáciles, eso eran ahora para la guardia, pero antes de avisarles de la situación y entregarles la llave tenían que devolver las herramientas a su legítimo dueño, que las esperaba con impaciencia. Sin fijarse en ellas, el joven corrió hacia Sombra y tomó la caja de inmediato, hecho que bien podría haberle costado una coz del equino, pero éste se comportó bastante bien, ya había visto antes al individuo y sabía que no suponía una amenaza sino todo lo contrario.
Tras comprobar el contenido de la caja y dar las gracias, Mortdecái finalmente se percató del vendaje que llevaba Anastasia en la pierna, detalle que de inmediato lo preocupó. Sin embargo la tensai no le dio importancia, asegurando que solo había sido un rasguño, a lo que el muchacho respondió invitándola a cenar en agradecimiento, otro torpe intento de conseguir una oportunidad para estar a solas con la maga.
Huracán no tardó en dejarlo en evidencia, para luego rechazar cordialmente la proposición, con la tarde que habían tenido aquella noche probablemente no estuviese para mucho jaleo. - Ahora que has recuperado tus herramientas volveré por aquí con la armadura otro día. - indicó la de cabellos cenicientos, antes de seguir a su compañera hasta el exterior. Anastasia tomó la palabra antes de que ella pudiese decir nada, para recordar el tema de la llave y darle las gracias por su ayuda, utilizando el término amiga.
- No te preocupes por esto, el cuartel me queda de camino a la posada así que podré entregarla, tú cuídate esa pierna. - respondió Elen, esbozando una sonrisa. - Sí que hay pocas, pero está bien contar con una amiga cuando hace falta. - añadió instantes después. - Algo me dice que volveremos a encontrarnos, y seguro que la próxima vez me sacas tú del apuro, hasta la vista. - dijo para despedirse, con tono alegre. Para ella significaba bastante tener una amiga, quizá porque al relacionarse más bien poco con la gente no tenía muchos, puede que fuera hora de cambiar un poco.
Subió de un salto al caballo y se dirigió a la oficina de la guardia, donde tras explicar brevemente la situación y entregar la llave, de inmediato se formó una patrulla que salió a toda prisa hacia la hacienda, no desaprovecharían la oportunidad de colgarse el mérito. Allí encontrarían toda clase de pruebas que demostrarían la culpabilidad del par de hombres, junto con todo lo robado, objetos que tratarían de devolver a sus dueños.
Elen abandonó el cuartel y se encaminó hacia la posada, era muy tarde para hacer el trayecto hasta su casa en las afueras y la verdad era que tanto ella como su montura se encontraban cansadas, así que esperarían a la mañana siguiente para regresar.
Elen Calhoun
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