La sombra de los perdidos. [Quest]
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La sombra de los perdidos. [Quest]
Tomó una larga bocanada del frio y gélido aire del norte, sintiendo como sus sentidos se agudizaban gracias al cambio de temperatura que su cuerpo acababa de sufrir.
Había habitado aquella ciudad durante décadas, pero nunca se había encontrado con algo como lo que le había tocado investigar aquella vez, suspirando profundamente se llevó la pipa de fumar que siempre llevaba consigo e, ignorando a los delicados copos de nieve que caían sobre su estrafalario sombrero de color fucsia, se dedicó a, durante aproximadamente media hora, hacer figuras y dibujos en el aire con el humo que brotaba de sus pulmones.
No podía ser él, era bastante obvio, ya había preguntado, le conocían.
El hombre tomó otra calada de su pipa y, pensativo, suspiró. Hacía semanas que en el hospital de la ciudad se habían sucedido aquellas desapariciones tan extrañas, lo peor de todo es que tras aquello, nadie recordaba a las víctimas, y por supuesto, él no estaba exento de aquel extraño fenómeno, si no hubiese encontrado aquellos manuscritos con los nombres de las personas que se habían esfumado en mitad de la nada no habría siquiera, comenzado a investigar.
Lo que más le molestaba de todo era que, por algún motivo siempre que se acercaba a una pista, cuando estaba a punto de desvelar algún dato clave sobre aquellas misteriosas personas que se desvanecían al entrar en el majestuoso edificio en el que los mejores curanderos del norte trabajaban, algo o alguien se interponía en su camino.
Negó con la cabeza, muy a su pesar, llegados a aquel punto no le quedaba otra que pedir ayuda. ¿Pero a quién? La mayoría de sus conocidos en la ciudad llevaban viviendo allí el tiempo suficiente como para que su presencia no pasase desapercibida, y no es como si tuviese el tiempo suficiente como para enviar cartas a Beltrexus, frunciendo el ceño sacudió la pipa que llevaba ya sujetando un rato, deshaciéndose de la ceniza, y miró a la muchedumbre pasar frente a sus ojos.
Tenía que ser alguien que pasase desapercibido, alguien común y corriente, alguien nuevo en la ciudad.
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Requisitos:
Recompensas:
Instrucciones:
Había habitado aquella ciudad durante décadas, pero nunca se había encontrado con algo como lo que le había tocado investigar aquella vez, suspirando profundamente se llevó la pipa de fumar que siempre llevaba consigo e, ignorando a los delicados copos de nieve que caían sobre su estrafalario sombrero de color fucsia, se dedicó a, durante aproximadamente media hora, hacer figuras y dibujos en el aire con el humo que brotaba de sus pulmones.
No podía ser él, era bastante obvio, ya había preguntado, le conocían.
El hombre tomó otra calada de su pipa y, pensativo, suspiró. Hacía semanas que en el hospital de la ciudad se habían sucedido aquellas desapariciones tan extrañas, lo peor de todo es que tras aquello, nadie recordaba a las víctimas, y por supuesto, él no estaba exento de aquel extraño fenómeno, si no hubiese encontrado aquellos manuscritos con los nombres de las personas que se habían esfumado en mitad de la nada no habría siquiera, comenzado a investigar.
Lo que más le molestaba de todo era que, por algún motivo siempre que se acercaba a una pista, cuando estaba a punto de desvelar algún dato clave sobre aquellas misteriosas personas que se desvanecían al entrar en el majestuoso edificio en el que los mejores curanderos del norte trabajaban, algo o alguien se interponía en su camino.
Negó con la cabeza, muy a su pesar, llegados a aquel punto no le quedaba otra que pedir ayuda. ¿Pero a quién? La mayoría de sus conocidos en la ciudad llevaban viviendo allí el tiempo suficiente como para que su presencia no pasase desapercibida, y no es como si tuviese el tiempo suficiente como para enviar cartas a Beltrexus, frunciendo el ceño sacudió la pipa que llevaba ya sujetando un rato, deshaciéndose de la ceniza, y miró a la muchedumbre pasar frente a sus ojos.
Tenía que ser alguien que pasase desapercibido, alguien común y corriente, alguien nuevo en la ciudad.
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Requisitos:
- Solo dos personajes permitidos.
- Todas las razas están permitidas excepto: Bio-Cibernéticos y Vampiros.
- Cualquier nivel esta permitido.
- No se debe de estar participando en otra Quest/Mastereado, así como tener al menos 10 post OnRol.
- Los personajes involucrados deben de tener apariencia de adultos, o en su defecto, adolescentes.
- Peligro general de la Quest: Medio. Probabilidad de recibir heridas o maldiciones. La gravedad de las mismas dependerá de las acciones de los personajes.
- El conocimiento y uso de pasivas de forma adecuada será tenido en cuenta.
- La constancia es una prioridad, si no hay un motivo de peso para tardar más de 48 en contestar. Me veré obligado a actuar de forma implacable.
Recompensas:
- 15 Puntos de experiencia base + 10 posibles por desarrollo.
- Cantidad incierta de Aeros que se decidira dependiendo de vuestras acciones.
- Probabilidad media de objeto dependiendo de como se desarrolle la historia.
Instrucciones:
- Aquellos que se decidan a entrar, deben de explicar por qué se encuentran en Dundarak, así como acercarse al anciano que esta sentado en el banco con un motivo convincente.
Fehu
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Re: La sombra de los perdidos. [Quest]
Dundarak era una de esas ciudades que jamás hubiera pensado que tendría que ir allí. No había nada que me prestase especial atención y demasiadas razones por las que no ir, se podía decir que para mí ir a Dundarak era un asunto demasiado escamoso. De no ser por la carta que me entregó aquel chavalín jamás me hubiera planteado visitar la ciudad de los dragones. Para mi sorpresa, la carta estaba escrita con el mismo tipo de letra que usaba mi abuelo, Gerrit Nephgerd. Cierto, la podían haber falsificado, había mucha gente que deseaba mi muerte y, considerando que toda mi familia estaba muerta (la mayoría por mi culpa) la resurrección de mi abuelo era jugoso caramelo con el cual tenderme una trampa. Sin embargo, habían ciertas manías del viejo Nephgerd que nadie podía imitar. Como por ejemplo el cerrar la carta con una runa que el mismo fabricaba con un la cera de una vela y sus instrumentos de arcano, runa que, por cierto, quemaba la carta minutos después de haberla abierto. Otra gran manía de mi abuelo era el no decir fechas, en la carta decía que me había visto por Lunargenta y que tenía que ir a Dundarak. No aseguraba que fuera ahí dónde nos encontremos ni cuánto tiempo estaría en la ciudad de las lagartijas, solo decía que tenía que ir.
¿Qué remedio? No tenía otra opción que comprar el primer billete origen Lunargenta - destino Dundarak que encontrarse, retrasarme en la “fecha indefinida” sería para el viejo Nephgerd una gran falta de respeto. Por fortuna, la primera caravana que encontré hacía Dundarak también era la más barata. No me constó demasiados aeros, cosa que agradecí, aunque hubiera agradecido una mejor compañía que un par de borrachos de esos que a nadie le gustaría tener como amigos.
Uno de los dos tipejos se me puso delante a la hora del almuerzo. Estaba tan borracho que apenas se le podía entender lo que decía. Solo gruñía y gruñía.
-Tú no le gustas.- Dijo el otro borracho, todavía más feo que el anterior, al ponerse entre nosotros dos.
-Lo siento.- Le contesté sin pensar. Solo quería disfrutar de mi bocadillo de mortadela y de la asquerosa cerveza que preparaban los dueños de la caravana.
-A mí tampoco me gustas. - Insistió el tipejo aun más feo. - Ten mucho cuidado. Somos fugitivos, yo estoy condenado a muerte en 12 sistemas.-
-Tendré mucho cuidado.- Le dije con cierto tono de burla, si supiera quién era yo seguro que no se atrevería a decirme esas cosas.
-¡Te mataré!- Antes de que intentase decir nada el viento, o al menos los testigos aseguraron que fue el viento, le cortó la cabeza. El otro huyó al instante.
Fue en ese momento cuando me di cuenta de que mi abuelo me estaba vigilando desde el primer momento en que salí de Lunargenta. No lo había visto, pero él sí me veía. Estaba seguro que me estaría poniendo a prueba o alguna cosa similar. Veinte años sin saber nada de él y regresaba para examinarme… otra gran manía del viejo que nadie más tiene.
Llegué a Dundarak, la ciudad del frío, la nieve y las lagartijas, sin ningún otro percance. Por si acaso me cruza con cualquier otro borracho tenía mi daga, La Rompecorazones, escondida bajo mi camiseta y a mi martillo Suuri a la vista de todo el mundo. Podían venir cuantos condenados a muerto en doce sistemas diferentes como quisieran, los mataría al primer pestañeo. Lo más difícil ahora sería encontrar a mi abuelo, sino ha dejado que lo viera durante todo el viaje nada me permitía garantizar que iba a encontrármelo nada más llegar a Dundarak. ¿Qué esperaba, encontrármelo con un sombrero de color rosa en medio de la calle fumando una vieja pipa?
-No puede ser.- Susurré a mis adentros. “¿Qué esperaba, que desapareciera la maldición de la mariposa y que en seguida todas las mujeres de Dundarak cayeran a mis pies?” Pensé con todas mis fuerzas al ver a un anciano tal y como había pensado. Pero no, no caería esa breva.
En verdad, no sabía si aquel viejo era mi viejo o no. Cuando mi abuelo desapareció tenía catorce años y apenas he vuelto a saber nada más de él. Podía haber envejecido hasta convertirse en una arrugada pasa o haberse mantenido joven y bello bebiendo sangre de vírgenes, según los cuentos esa era la razón por la que los vampiros no envejecían.
-¿Yayo?- Pregunté al anciano del sombrero color fucsia. - ¿Qué tienes pensado enseñarme hoy viejo?- Recordé aquellos días que no era más que un canijo revoltoso y sonreí. Me vi a mi mismo escapando del servicios de las tatas para ir a casa de mi abuelo a que me enseñase a usar la magia, a hacer pócimas y a escuchar sus aventuras de peligros y sexo. – O mejor cuéntame por qué has resucitado después de veinte años muerto.- Mi voz cambió de la infantil a la alegría a la amenaza más rápido de lo que dura el resplandor de un relámpago. - Ese sería un buen comienzo, ¿no crees?-
¿Qué remedio? No tenía otra opción que comprar el primer billete origen Lunargenta - destino Dundarak que encontrarse, retrasarme en la “fecha indefinida” sería para el viejo Nephgerd una gran falta de respeto. Por fortuna, la primera caravana que encontré hacía Dundarak también era la más barata. No me constó demasiados aeros, cosa que agradecí, aunque hubiera agradecido una mejor compañía que un par de borrachos de esos que a nadie le gustaría tener como amigos.
Uno de los dos tipejos se me puso delante a la hora del almuerzo. Estaba tan borracho que apenas se le podía entender lo que decía. Solo gruñía y gruñía.
-Tú no le gustas.- Dijo el otro borracho, todavía más feo que el anterior, al ponerse entre nosotros dos.
-Lo siento.- Le contesté sin pensar. Solo quería disfrutar de mi bocadillo de mortadela y de la asquerosa cerveza que preparaban los dueños de la caravana.
-A mí tampoco me gustas. - Insistió el tipejo aun más feo. - Ten mucho cuidado. Somos fugitivos, yo estoy condenado a muerte en 12 sistemas.-
-Tendré mucho cuidado.- Le dije con cierto tono de burla, si supiera quién era yo seguro que no se atrevería a decirme esas cosas.
-¡Te mataré!- Antes de que intentase decir nada el viento, o al menos los testigos aseguraron que fue el viento, le cortó la cabeza. El otro huyó al instante.
Fue en ese momento cuando me di cuenta de que mi abuelo me estaba vigilando desde el primer momento en que salí de Lunargenta. No lo había visto, pero él sí me veía. Estaba seguro que me estaría poniendo a prueba o alguna cosa similar. Veinte años sin saber nada de él y regresaba para examinarme… otra gran manía del viejo que nadie más tiene.
Llegué a Dundarak, la ciudad del frío, la nieve y las lagartijas, sin ningún otro percance. Por si acaso me cruza con cualquier otro borracho tenía mi daga, La Rompecorazones, escondida bajo mi camiseta y a mi martillo Suuri a la vista de todo el mundo. Podían venir cuantos condenados a muerto en doce sistemas diferentes como quisieran, los mataría al primer pestañeo. Lo más difícil ahora sería encontrar a mi abuelo, sino ha dejado que lo viera durante todo el viaje nada me permitía garantizar que iba a encontrármelo nada más llegar a Dundarak. ¿Qué esperaba, encontrármelo con un sombrero de color rosa en medio de la calle fumando una vieja pipa?
-No puede ser.- Susurré a mis adentros. “¿Qué esperaba, que desapareciera la maldición de la mariposa y que en seguida todas las mujeres de Dundarak cayeran a mis pies?” Pensé con todas mis fuerzas al ver a un anciano tal y como había pensado. Pero no, no caería esa breva.
En verdad, no sabía si aquel viejo era mi viejo o no. Cuando mi abuelo desapareció tenía catorce años y apenas he vuelto a saber nada más de él. Podía haber envejecido hasta convertirse en una arrugada pasa o haberse mantenido joven y bello bebiendo sangre de vírgenes, según los cuentos esa era la razón por la que los vampiros no envejecían.
-¿Yayo?- Pregunté al anciano del sombrero color fucsia. - ¿Qué tienes pensado enseñarme hoy viejo?- Recordé aquellos días que no era más que un canijo revoltoso y sonreí. Me vi a mi mismo escapando del servicios de las tatas para ir a casa de mi abuelo a que me enseñase a usar la magia, a hacer pócimas y a escuchar sus aventuras de peligros y sexo. – O mejor cuéntame por qué has resucitado después de veinte años muerto.- Mi voz cambió de la infantil a la alegría a la amenaza más rápido de lo que dura el resplandor de un relámpago. - Ese sería un buen comienzo, ¿no crees?-
Gerrit Nephgerd
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Re: La sombra de los perdidos. [Quest]
Levantó un poco su sombrero para poder contemplar al tipo que se le acababa de acercar y, de alguna manera, había decidido llamar la atención del anciano – ¿Me ha llamado Yayo? – Se preguntó mientras ignoraba las palabras de aquel joven que parecía tan perdido y absorto en sus propios problemas como él mismo, aunque hubiese demostrado cierta animadversión hacia él, estaba claro de que el extraño solo estaba confundido.
– Nunca me he casado muchacho – Respondió al cabo de unos segundos, su voz, áspera y firme contrastaba enormemente con su imagen de anciano desvalido, justo después de aquellas palabras vertió una gran cantidad de humo en la cara del recién llegado y sonrió – Y si tuviese un nieto me acordaría de él, siempre recuerdo las caras… – Dejó la pipa a un lado y señaló el rostro del individuo que le había confundido con su abuelo – Sobre todo de las feas.
Sin embargo, dejando a un lado lo extraño de la situación, aquel casual encuentro podría venirle bien, el anciano se atusó la larga y blancuzca barba y, guardándose en uno de los bolsillos interiores de su capa la fiel pipa de tabaco que siempre le acompañaba, se levantó del banco y tomó al chico de los mofletes, cuando lo tuvo sujeto haciendo gala de una fuerza encomiable para alguien de su edad, obligó al forastero a mirarle directamente a los ojos.
Y después de unos largos e incomodo segundos mirando fijamente al muchacho, el anciano sonrió y volvió a sentarse dónde había estado momentos atrás.
-Así que un brujo… - El hombre se encogió de hombros y se ajustó el sombrero rosa – Estas muy lejos de las islas – Dejo escapar una carcajada – Eres muy joven ¿Ya sabes jugar con el aire y demás? – Volvió a reír, lo cierto es que aquel tipo parecía ser capaz de ayudarlo, hacía tiempo que no veía a nadie con aquella determinación en los ojos, en cierto modo le recordaba a él mismo años atrás, en cierto modo – Siéntate a mi lado chico, se ve que no eres de por aquí, y por tu aspecto, creo que tengo algo que te podría interesar… – El hombre limpió parte de la nieve que se había acumulado sobre el grueso banco de granito en el que se había sentado e invitó al brujo a que se hiciese lo que le había pedido.
-Mi nombre… bueno, puedes llamarme Hermes – De algún modo nervioso, sus cansadas y temblorosas manos volvieron a extraer la pipa de donde la había guardado y, con un ligero movimiento de muñeca, la encendió con una llama mágica que hizo aparecer en la palma de su extremidad - Y, como tú muchacho, soy un brujo.
Hermes sonrió al joven hechicero y después de curiosear en un saco mugriento le mostró a su inesperado amigo un grupo de papeles en los que aparecían los nombres de casi un centenar de personas, personas que como bien sabía el anciano brujo, estaban desaparecidas, y nadie, ni siquiera él, se acordaba de ellas.
-¿Qué te parecería ayudar a este viejo anciano a resolver un misterio?
– Nunca me he casado muchacho – Respondió al cabo de unos segundos, su voz, áspera y firme contrastaba enormemente con su imagen de anciano desvalido, justo después de aquellas palabras vertió una gran cantidad de humo en la cara del recién llegado y sonrió – Y si tuviese un nieto me acordaría de él, siempre recuerdo las caras… – Dejó la pipa a un lado y señaló el rostro del individuo que le había confundido con su abuelo – Sobre todo de las feas.
Sin embargo, dejando a un lado lo extraño de la situación, aquel casual encuentro podría venirle bien, el anciano se atusó la larga y blancuzca barba y, guardándose en uno de los bolsillos interiores de su capa la fiel pipa de tabaco que siempre le acompañaba, se levantó del banco y tomó al chico de los mofletes, cuando lo tuvo sujeto haciendo gala de una fuerza encomiable para alguien de su edad, obligó al forastero a mirarle directamente a los ojos.
Y después de unos largos e incomodo segundos mirando fijamente al muchacho, el anciano sonrió y volvió a sentarse dónde había estado momentos atrás.
-Así que un brujo… - El hombre se encogió de hombros y se ajustó el sombrero rosa – Estas muy lejos de las islas – Dejo escapar una carcajada – Eres muy joven ¿Ya sabes jugar con el aire y demás? – Volvió a reír, lo cierto es que aquel tipo parecía ser capaz de ayudarlo, hacía tiempo que no veía a nadie con aquella determinación en los ojos, en cierto modo le recordaba a él mismo años atrás, en cierto modo – Siéntate a mi lado chico, se ve que no eres de por aquí, y por tu aspecto, creo que tengo algo que te podría interesar… – El hombre limpió parte de la nieve que se había acumulado sobre el grueso banco de granito en el que se había sentado e invitó al brujo a que se hiciese lo que le había pedido.
-Mi nombre… bueno, puedes llamarme Hermes – De algún modo nervioso, sus cansadas y temblorosas manos volvieron a extraer la pipa de donde la había guardado y, con un ligero movimiento de muñeca, la encendió con una llama mágica que hizo aparecer en la palma de su extremidad - Y, como tú muchacho, soy un brujo.
Hermes sonrió al joven hechicero y después de curiosear en un saco mugriento le mostró a su inesperado amigo un grupo de papeles en los que aparecían los nombres de casi un centenar de personas, personas que como bien sabía el anciano brujo, estaban desaparecidas, y nadie, ni siquiera él, se acordaba de ellas.
-¿Qué te parecería ayudar a este viejo anciano a resolver un misterio?
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- Gerrit, has captado la atención de Hermes, el cual te ha ofrecido un trabajo.
- Dundarak sigue viva a tu alrededor, miles de transeuntes van y vienen sin detenerse, nadie parece percatarse de que estas allí.
Fehu
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Re: La sombra de los perdidos. [Quest]
Si hacía memoria, cosa que no que deseaba, seguro que recordaba algún momento de mi vida más vergonzoso que aquel. Que todos los habitantes de una ciudad que no conocía me viesen equivocarme de viejo fue vergonzoso, mejor dicho, fue muy vergonzoso y muy humillante, pero no es lo peor que me ha pasado. Ni siquiera lo peor que me pasó aquellos minutos. No sabía que mosca le había mosca le había picado al viejo que de repente se creyó con derecho a insultarme. ¿Feo yo? Se debería haber visto la cara que me llevaba, estaba tan arrugada que parecía una pasa pocha. ¿Y ese sombrero de color fucsia? Si parecía que se había escapado de un circo ambulante, por no hablar de la larga barba que llevaba que más que una barba era un criadero de pulgas. En el mismo instante que me llamó feo se me ocurrieron centenares de burlas similares a éstas, si tuviera que apuntarlos necesitaría por lo menos uno de esos libros en blanco que usan los copistas. Tuve que hacer una fuerza extrema para no decir ninguna de mis graciosas burlas en voz alta. Si el viejo Gerrit andaba cerca seguro que me censuraba a la primera de cambio, conociéndole como le conocía, seguro que me lavaría la boca con jabón a la menor grosería y eso que casi todas las groserías que sabía las aprendí de él.
Las escenas vergonzosas no finalizaban y allí, delante de toda la muchedumbre, me cogió de los mofletes, en el mismo instante que me iba a alejar lentamente de él, y me examinó durante largo rato. “Te la estas ganando viejo.” Me dije a mi mismo mientras que en mis manos concentraba una energía suficiente severa para hacerle una leve descarga al abuelo y lo suficientemente leve para que la gente creyera que se trataba de un infarto. Intenté mirar a mi alrededor en busca de cualquier señal de que me indicase que el viejo Gerrit estaba cerca, pero el abuelo pasa pocha, feriante y criador de pulgas profesional no me dejaba que viera otra cosa que no fueran sus ojos.
-¡Sí un brujo!- Dije inmediatamente cuando el viejo me soltó y volvió a su asiento. –Y sé hacer muchas cosas más que jugar con el aire.- Junté ambas palmas de mis manos, que seguían cargadas, haciendo saltar unas pequeñas chispas sobre ellas. – Dudo que un viejo que luce con tanto orgullo un sombrero de ese color tenga algo que me pueda interesar. ¿Es que no temes lo que podría pasarte por llevar un sombrero fucsia? Escuché historias de un hombre que por llevar una camisa rosa le llevaron al hospital de los locos, un tal Homer u Homero no recuerdo bien su nombre.- Que bien me sentó llamar maricón. Un poco más e iba a explotar. –Está bien, está bien, ya me siento.- Sí, al final obedecí. Era muy posible que ese tal Hermes fuera una de las pruebas que tanto le gustaba a mi abuelo, por desgracia el viejo Gerrit es uno de esos tipos que tenía demasiados y muy variopintos amigos.
No era muy aficionado al tabaco pero cuando vi como Hermes se sacaba su pipa y la encendía cuidadosamente me entraron unas ganas irresistibles de echarle una calada, una de las buenas. ¿Quién era yo para desafiar las necesidades de mi cuerpo? Cuando Hermes terminó de encender la pipa, usé mi magia de telequinesia para arrebatársela y tobar una calada.
-Hacía tiempo que no fumaba una hierba como ésta. Sí señor, muy buena hierba.- Le dije devolviéndole su pipa. Si íbamos a ser amigos que menos que compartir su tabaco. – Mi nombre es Gerrit Nephgerd, mis amigos me suelen llamar Neph.- Una mentirijilla piadosa, mis amigos me solían llamar G, no Neph, G era mi apodo en la rebelión. Por aquel entonces todos aquellos que teníamos un alto cargo nos hacíamos llamar con la inicial del nombre para que nadie, ni nuestros amigos ni nuestros enemigos, supiera cómo nos llamábamos realmente. – Eh eh despacio. Me has dicho que tenías algo que me podría interesar nada que te iba a ayudar en ningún misterio. –Suspiré. - Y yo que pensaba que eras unos de esos abuelos joviales que dan regalos a los niños sin esperar nada a cambio. Espero que la recompensa valga la pena. Venga desembucha, ¿qué tengo que hacer para que me des esa gran cosa que me va a interesar?- Tal vez esa gran cosa me lleve hacia mi abuelo desaparecido o tal vez sea una trampa y pagué al fin por mis pegados del pasado y ante la duda… Prefería la opción de recibir un regalo.
Las escenas vergonzosas no finalizaban y allí, delante de toda la muchedumbre, me cogió de los mofletes, en el mismo instante que me iba a alejar lentamente de él, y me examinó durante largo rato. “Te la estas ganando viejo.” Me dije a mi mismo mientras que en mis manos concentraba una energía suficiente severa para hacerle una leve descarga al abuelo y lo suficientemente leve para que la gente creyera que se trataba de un infarto. Intenté mirar a mi alrededor en busca de cualquier señal de que me indicase que el viejo Gerrit estaba cerca, pero el abuelo pasa pocha, feriante y criador de pulgas profesional no me dejaba que viera otra cosa que no fueran sus ojos.
-¡Sí un brujo!- Dije inmediatamente cuando el viejo me soltó y volvió a su asiento. –Y sé hacer muchas cosas más que jugar con el aire.- Junté ambas palmas de mis manos, que seguían cargadas, haciendo saltar unas pequeñas chispas sobre ellas. – Dudo que un viejo que luce con tanto orgullo un sombrero de ese color tenga algo que me pueda interesar. ¿Es que no temes lo que podría pasarte por llevar un sombrero fucsia? Escuché historias de un hombre que por llevar una camisa rosa le llevaron al hospital de los locos, un tal Homer u Homero no recuerdo bien su nombre.- Que bien me sentó llamar maricón. Un poco más e iba a explotar. –Está bien, está bien, ya me siento.- Sí, al final obedecí. Era muy posible que ese tal Hermes fuera una de las pruebas que tanto le gustaba a mi abuelo, por desgracia el viejo Gerrit es uno de esos tipos que tenía demasiados y muy variopintos amigos.
No era muy aficionado al tabaco pero cuando vi como Hermes se sacaba su pipa y la encendía cuidadosamente me entraron unas ganas irresistibles de echarle una calada, una de las buenas. ¿Quién era yo para desafiar las necesidades de mi cuerpo? Cuando Hermes terminó de encender la pipa, usé mi magia de telequinesia para arrebatársela y tobar una calada.
-Hacía tiempo que no fumaba una hierba como ésta. Sí señor, muy buena hierba.- Le dije devolviéndole su pipa. Si íbamos a ser amigos que menos que compartir su tabaco. – Mi nombre es Gerrit Nephgerd, mis amigos me suelen llamar Neph.- Una mentirijilla piadosa, mis amigos me solían llamar G, no Neph, G era mi apodo en la rebelión. Por aquel entonces todos aquellos que teníamos un alto cargo nos hacíamos llamar con la inicial del nombre para que nadie, ni nuestros amigos ni nuestros enemigos, supiera cómo nos llamábamos realmente. – Eh eh despacio. Me has dicho que tenías algo que me podría interesar nada que te iba a ayudar en ningún misterio. –Suspiré. - Y yo que pensaba que eras unos de esos abuelos joviales que dan regalos a los niños sin esperar nada a cambio. Espero que la recompensa valga la pena. Venga desembucha, ¿qué tengo que hacer para que me des esa gran cosa que me va a interesar?- Tal vez esa gran cosa me lleve hacia mi abuelo desaparecido o tal vez sea una trampa y pagué al fin por mis pegados del pasado y ante la duda… Prefería la opción de recibir un regalo.
Gerrit Nephgerd
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Re: La sombra de los perdidos. [Quest]
Hermes rió antes las palabras con las que el brujo le respondió, lo cierto es que parte de él no comprendía que a aquel hombre no le gustase su sombrero, el cual era, inequívocamente, de una calidad y una confección exquisita, al menos desde su punto de vista. – Veo que he tocado un tema delicado, muchacho ¿Estas reprimiendo algún tipo de curiosidad latente? No te preocupes por mi opinión, yo soy muy liberal, no te voy a juzgar. – El anciano volvió a reír, para callar enseguida cuando el muchacho le arrebató la pipa, momento en el cual frunció el ceño y la sombra de una sonrisa se dibujó en su longevo rostro. - No deberías fumar eso – Añadió simplemente.
No obstante, la aparente seriedad de Hermes fue inmediatamente colapsada por otra retahíla de carcajadas cuando el muchacho se presentó. – ¡Así que eres un Nephgerd! – Consiguió articular sin esforzarse ni un ápice por tratar de recobrar la compostura – ¡Jamás imaginé que Venty tendría descendencia! – Volvió a reír de nuevo, ignorando la posible reacción de Gerrit. - ¡Maldito seas Ventos! – Gritó a la nada de buen humor – ¡¿A quién demonios engañaste para que se acostase contigo?! – Algunos transeúntes miraron al viejo, que negaron con la cabeza y siguieron con su camino - ¡No me digas que fue a Verelis!
Sí, estaba claro, aquel muchacho tenía que ser descendiente de Venty, la mirada, el porte, su forma de hablar, era básicamente una copia de aquel muchacho con el que había aprendido las artes mágicas décadas atrás, lo cual no era del todo bueno; por otro lado, su viejo amigo casualmente parecía no estar muy lejos de allí, ensimismado en sus pensamientos no se había dado cuenta de aquella sensación que flotaba en el aire, la conocía bien.
Miró al chico fijamente y no dijo nada, si Ventos no había aparecido tendría sus motivos, al fin y al cabo siempre se le había dado mejor esconderse y ocultarse que a él, que usualmente era bastante más “practico” quizás por eso llegó más arriba que su viejo amigo en los estamentos de Beltrexus.
Al cabo de unos segundos, cuando consiguió tranquilizarse negó con la cabeza, nostálgico, al recordar tiempos pasados y, después de limpiarse con la mano la lagrima que había escapado de su ojo izquierdo a causa de la risa, se encogió de hombros – ¿Tus amigos te llaman Neph? – Preguntó curioso – Me da igual, yo te voy a llamar G, como a tu abuelo, y te aguantas. – Sonriendo desveló una larga hilera de dientes perlinos y volvió a arrebatarle la pipa. – Y sí, tendrás algo a cambio… para empezar… - Miró fijamente al muchacho durante otra decena de incomodos segundos en silencio y finalizó dándole otra calada a la pipa – ...Para empezar me desharé de esa maldición que, por algún motivo que no voy a preguntar, veo que tienes. – Hermes se levantó del banco y limpió la nieve que cubría sus ropajes con una rápida sacudida de sus brazos – Después ya iremos viendo ¿Te parece?
Hermes hizo un gesto a Gerrit para que le siguiese, y después, guardándose las manos en los bolsillos de la raída capa, comenzó a caminar en dirección opuesta a la que había llegado el muchacho.
- El hospital de aquí, además de las curanderas más bellas de todo Aerandir… - El anciano pareció desvariar momentáneamente a la par que una sonrisa bobalicona cruzaba su cara, pero enseguida negó con la cabeza y volvió a atusarse la barba - Guarda secretos que, según parece ser, alguien se niega a que salgan a la luz.
El viejo le dio una calada a la pipa y se giró hacia el brujo – Lo que quiero que hagas lo voy a resumir en seis palabras: Entra ahí y mira que pasa. – El hombre señaló al enorme edificio que, sin previo aviso, se había alzado ante ellos – Lo haría yo mismo, pero creo que has dejado bastante claro que no voy a pasar desapercibido.
Hermes respiró hondo y clavó sus ojos en la fachada del hospital – Tú decides si prefieres hacerlo ahora o al caer la noche, no te preocupes, si te metes en problemas no andaré muy lejos.
No obstante, la aparente seriedad de Hermes fue inmediatamente colapsada por otra retahíla de carcajadas cuando el muchacho se presentó. – ¡Así que eres un Nephgerd! – Consiguió articular sin esforzarse ni un ápice por tratar de recobrar la compostura – ¡Jamás imaginé que Venty tendría descendencia! – Volvió a reír de nuevo, ignorando la posible reacción de Gerrit. - ¡Maldito seas Ventos! – Gritó a la nada de buen humor – ¡¿A quién demonios engañaste para que se acostase contigo?! – Algunos transeúntes miraron al viejo, que negaron con la cabeza y siguieron con su camino - ¡No me digas que fue a Verelis!
Sí, estaba claro, aquel muchacho tenía que ser descendiente de Venty, la mirada, el porte, su forma de hablar, era básicamente una copia de aquel muchacho con el que había aprendido las artes mágicas décadas atrás, lo cual no era del todo bueno; por otro lado, su viejo amigo casualmente parecía no estar muy lejos de allí, ensimismado en sus pensamientos no se había dado cuenta de aquella sensación que flotaba en el aire, la conocía bien.
Miró al chico fijamente y no dijo nada, si Ventos no había aparecido tendría sus motivos, al fin y al cabo siempre se le había dado mejor esconderse y ocultarse que a él, que usualmente era bastante más “practico” quizás por eso llegó más arriba que su viejo amigo en los estamentos de Beltrexus.
Al cabo de unos segundos, cuando consiguió tranquilizarse negó con la cabeza, nostálgico, al recordar tiempos pasados y, después de limpiarse con la mano la lagrima que había escapado de su ojo izquierdo a causa de la risa, se encogió de hombros – ¿Tus amigos te llaman Neph? – Preguntó curioso – Me da igual, yo te voy a llamar G, como a tu abuelo, y te aguantas. – Sonriendo desveló una larga hilera de dientes perlinos y volvió a arrebatarle la pipa. – Y sí, tendrás algo a cambio… para empezar… - Miró fijamente al muchacho durante otra decena de incomodos segundos en silencio y finalizó dándole otra calada a la pipa – ...Para empezar me desharé de esa maldición que, por algún motivo que no voy a preguntar, veo que tienes. – Hermes se levantó del banco y limpió la nieve que cubría sus ropajes con una rápida sacudida de sus brazos – Después ya iremos viendo ¿Te parece?
Hermes hizo un gesto a Gerrit para que le siguiese, y después, guardándose las manos en los bolsillos de la raída capa, comenzó a caminar en dirección opuesta a la que había llegado el muchacho.
- El hospital de aquí, además de las curanderas más bellas de todo Aerandir… - El anciano pareció desvariar momentáneamente a la par que una sonrisa bobalicona cruzaba su cara, pero enseguida negó con la cabeza y volvió a atusarse la barba - Guarda secretos que, según parece ser, alguien se niega a que salgan a la luz.
El viejo le dio una calada a la pipa y se giró hacia el brujo – Lo que quiero que hagas lo voy a resumir en seis palabras: Entra ahí y mira que pasa. – El hombre señaló al enorme edificio que, sin previo aviso, se había alzado ante ellos – Lo haría yo mismo, pero creo que has dejado bastante claro que no voy a pasar desapercibido.
Hermes respiró hondo y clavó sus ojos en la fachada del hospital – Tú decides si prefieres hacerlo ahora o al caer la noche, no te preocupes, si te metes en problemas no andaré muy lejos.
_______________________________________________________________
- Gerrit, el humo de la pipa que le has arrebatado a Hermes, te marea y te dificulta el pensar con claridad, no obstante te encuentras en un estado de entumecimiento bastante agradable, si te atacasen con una espada, apenas sentirías dolor.
- Puedes empezar tu investigación en este mismo instante, o aguardar hasta que caiga la noche. Ten en cuenta que el efecto de la pipa desaparecerá si esperas hasta el anochecer.
Fehu
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Re: La sombra de los perdidos. [Quest]
¡Lo sabía! Estaba seguro que todo aquello iba a ser una de las famosas pruebas del viejo Gerrit. Que Hermes conociera a mi abuelo era prueba suficiente de que él era consciente de lo que había sucedido. Por muchas bromas que hiciera Hermes y por muy idiota que era, y tanto que lo era, necesitaba escuchar más sobre mi abuelo. Lo último que había oído del viejo Gerrit es que había muerto; mi padre y, en general, todo Beltrexus pensó que se había suicidado tras la muerte de mi abuela. Y ahora, ¡sorpresa! No solo estaba vivo todos estos años sino que además tenía amigos, muchos amigos, que sabían de su existencia. Mis sentimientos en aquel momento eran una mezcla entre ira, alegría y un poco de curiosidad. Sí, estaba enfadado por la gran mentira que había mantenido viva mi abuelo durante veinte años, pero también estaba feliz de tener una prueba segura de que él estaba ahí.
Me mantuve callado mientras el Hermes hablaba con la esperanza en que dijera algo de mi abuelo que yo no supiera, dónde se encuentra, qué ha estado haciendo… Cualquier cosa me servía. Pero era inútil, el viejo criador de pulgas fucsia no soltaba prenda.
En un momento de su cansino monólogo dijo algo que hizo que mis ojos se abriesen del todo: mis recompensas. Como diría los traficantes del mercado negro: “La mitad ahora y la mitad cuando acabase el trabajo.” Si la primera mitad de mi recompensa era quitarme la maldición del tatuaje de la mariposa estaba seguro que la segunda iba a ser mucho mejor. Mi boca se hacía agua solo pensando en todo cuanto podía llevar Hermes en su saco, aunque no fuera demasiado, bien fácil podía caber allí una ballesta o quizás una espada bastarda que haga compañía a Suuri en sus noches de soledad. Podían ser tantas cosas y tan diversas entre ellas.
-¡Claro que me parece!- Dije sin fingir mi estado de ánimo tan… animado, valga la redundancia. - Cuéntame amigo mío, ¿a quién tengo de matar?- Lleve mi brazo derecho por detrás del viejo abrazándolo por el hombro. – Tengo la impresión que tú y yo nos vamos a llevar muy ben a partir de ahora mi colorido amigo.- Mentí, la verdad es que solo me llevaría bien con él si callaba y me daba jugosas recompensas a cambio de mis trabajos.
Al final el trabajo del viejo no era más que un trabajo como espía. Tenía que infiltrarme en una especie de hospital y ver las cosas extrañas que ocurrían allí dentro. Si Hermes decía la verdad, en ese hospital tenía muchas más cosas que ver a parte de los secretos, sin más lejos las hermosas enfermeras del lugar.
-¡No te preocupes por tus extrañas “aficiones” con la ropa, yo haré tu trabajo por ti viejo!- Dije levantándome de un salto torpemente. El humo de la pipa me estaba haciendo efecto demasiado rápido y no podía dejar de tambalearme. – Tendré los ojos bien abiertos para ver todo cuanto suceda en ese hogar de matasanos, y no solo eso mi viejuno amigo, también me moveré con una sombra por todas las habitaciones. Nadie sabrá qué he estado ahí.- Sinceramente, ni yo mismo sabía qué estaba diciendo; probablemente fuera algún efecto secundario de la hierba del viejo o puede que fuera parte de mi simpatía nata.
Decidí esperar al anochecer para entrar en el famoso hospital no porque me sintiera demasiado confundido por la hierba de la pipa, que también, sino porque era más normal que un extraño entrase en el hospital cuando cae la noche que de día. Había que ver la cantidad de extranjeros que, tras una larga borrachera, acababan en una camilla. Podía ser una buena idea hacerme pasar por un borracho más; en medio de todos los borrachines pasaría totalmente inadvertido. ¿Pero, y si llegaban a descubrir que no estaba ebrio? Mejor tenía que cambiar de idea.
-¿Cómo me puedo infiltrar allí dentro?- Susurre paseando en la noche por las calles de la ciudad de los lagartos. Di una patada a una lata para desahogar mi frustración. - ¡Maldición!- Un chaval, uno de esos pobres que buscan cualquier cosa que pudiera vender para ganar un par de monedas, cogió rápidamente la lata que pateé y se fue corriendo pensando que se la iba a quitar. –Eh, espera. - Le dije instintivamente al niño harapiento. No iba a hacerle nada malo, lo juro, pero él tenía otros pensamientos sobre mí. Corrió tan rápido sin dejar de darse vuelta para vigilar que no le fuera a hacer nada que no vio el poste que estaba en frente suya. Quedó inconsciente tras el golpe, cosa que me dio una gran idea. –Fíjate por donde, creo que voy a hacer la primera buena acción del día.- Dije hablando solo.
Cogió al pequeño harapiento en brazos y lo lleve al hospital; ya tenía la excusa perfecta para entrar y no solo eso sino que además no tenía que mentir. Simplemente, era un viajero que llegó aquella mañana a la ciudad, que se ha encontrado un niño moribundo en la calle y solo quiere preocuparse por él. Esto no era mentir era tergiversar la verdad para usarla a mi favor.
-¡Por favor ayudadme!- Grité al llegar a la entrada del hospital. - ¡Este niño se ha desmañado en plena calle, necesita ayuda y rápido!- Dos enfermeras, una rubia y otra morena, de abundantes pechos las dos, vinieron a ver por qué estaba gritando. -¿Podéis hacer algo por él? Decidme que sí por favor-
-Le doy mi palabra que su hijo está en las mejores manos. –Dijo la rubia tetona. –Puede esperar aquí si quiere, le llamaremos cuando su hijo esté sano.-
-En realidad….- Pensé durante unos minutos las posibilidades que me daba de que aquel niño pobre sea mi hijo; en verdad, resultaba mucho más creíble que solo ayudar a un desconocido y lo mejor es que no era yo quien estaba mintiendo; era la mujer quien se había empeñado a creer algo que no era. – En realidad, no me esperaba que nos ayudaría. Muchísimas gracias.- Le di el pequeño a la morena y un cálido abrazo de cortesía a la rubia por haberme atendido. El viejo dijo que tenía que mirar, pero no dijo nada acerca si podía o no podía sobar. ¿Quién sería tan idiota para no aprovechar una oportunidad como la que yo tenía?
Me mantuve callado mientras el Hermes hablaba con la esperanza en que dijera algo de mi abuelo que yo no supiera, dónde se encuentra, qué ha estado haciendo… Cualquier cosa me servía. Pero era inútil, el viejo criador de pulgas fucsia no soltaba prenda.
En un momento de su cansino monólogo dijo algo que hizo que mis ojos se abriesen del todo: mis recompensas. Como diría los traficantes del mercado negro: “La mitad ahora y la mitad cuando acabase el trabajo.” Si la primera mitad de mi recompensa era quitarme la maldición del tatuaje de la mariposa estaba seguro que la segunda iba a ser mucho mejor. Mi boca se hacía agua solo pensando en todo cuanto podía llevar Hermes en su saco, aunque no fuera demasiado, bien fácil podía caber allí una ballesta o quizás una espada bastarda que haga compañía a Suuri en sus noches de soledad. Podían ser tantas cosas y tan diversas entre ellas.
-¡Claro que me parece!- Dije sin fingir mi estado de ánimo tan… animado, valga la redundancia. - Cuéntame amigo mío, ¿a quién tengo de matar?- Lleve mi brazo derecho por detrás del viejo abrazándolo por el hombro. – Tengo la impresión que tú y yo nos vamos a llevar muy ben a partir de ahora mi colorido amigo.- Mentí, la verdad es que solo me llevaría bien con él si callaba y me daba jugosas recompensas a cambio de mis trabajos.
Al final el trabajo del viejo no era más que un trabajo como espía. Tenía que infiltrarme en una especie de hospital y ver las cosas extrañas que ocurrían allí dentro. Si Hermes decía la verdad, en ese hospital tenía muchas más cosas que ver a parte de los secretos, sin más lejos las hermosas enfermeras del lugar.
-¡No te preocupes por tus extrañas “aficiones” con la ropa, yo haré tu trabajo por ti viejo!- Dije levantándome de un salto torpemente. El humo de la pipa me estaba haciendo efecto demasiado rápido y no podía dejar de tambalearme. – Tendré los ojos bien abiertos para ver todo cuanto suceda en ese hogar de matasanos, y no solo eso mi viejuno amigo, también me moveré con una sombra por todas las habitaciones. Nadie sabrá qué he estado ahí.- Sinceramente, ni yo mismo sabía qué estaba diciendo; probablemente fuera algún efecto secundario de la hierba del viejo o puede que fuera parte de mi simpatía nata.
Decidí esperar al anochecer para entrar en el famoso hospital no porque me sintiera demasiado confundido por la hierba de la pipa, que también, sino porque era más normal que un extraño entrase en el hospital cuando cae la noche que de día. Había que ver la cantidad de extranjeros que, tras una larga borrachera, acababan en una camilla. Podía ser una buena idea hacerme pasar por un borracho más; en medio de todos los borrachines pasaría totalmente inadvertido. ¿Pero, y si llegaban a descubrir que no estaba ebrio? Mejor tenía que cambiar de idea.
-¿Cómo me puedo infiltrar allí dentro?- Susurre paseando en la noche por las calles de la ciudad de los lagartos. Di una patada a una lata para desahogar mi frustración. - ¡Maldición!- Un chaval, uno de esos pobres que buscan cualquier cosa que pudiera vender para ganar un par de monedas, cogió rápidamente la lata que pateé y se fue corriendo pensando que se la iba a quitar. –Eh, espera. - Le dije instintivamente al niño harapiento. No iba a hacerle nada malo, lo juro, pero él tenía otros pensamientos sobre mí. Corrió tan rápido sin dejar de darse vuelta para vigilar que no le fuera a hacer nada que no vio el poste que estaba en frente suya. Quedó inconsciente tras el golpe, cosa que me dio una gran idea. –Fíjate por donde, creo que voy a hacer la primera buena acción del día.- Dije hablando solo.
Cogió al pequeño harapiento en brazos y lo lleve al hospital; ya tenía la excusa perfecta para entrar y no solo eso sino que además no tenía que mentir. Simplemente, era un viajero que llegó aquella mañana a la ciudad, que se ha encontrado un niño moribundo en la calle y solo quiere preocuparse por él. Esto no era mentir era tergiversar la verdad para usarla a mi favor.
-¡Por favor ayudadme!- Grité al llegar a la entrada del hospital. - ¡Este niño se ha desmañado en plena calle, necesita ayuda y rápido!- Dos enfermeras, una rubia y otra morena, de abundantes pechos las dos, vinieron a ver por qué estaba gritando. -¿Podéis hacer algo por él? Decidme que sí por favor-
-Le doy mi palabra que su hijo está en las mejores manos. –Dijo la rubia tetona. –Puede esperar aquí si quiere, le llamaremos cuando su hijo esté sano.-
-En realidad….- Pensé durante unos minutos las posibilidades que me daba de que aquel niño pobre sea mi hijo; en verdad, resultaba mucho más creíble que solo ayudar a un desconocido y lo mejor es que no era yo quien estaba mintiendo; era la mujer quien se había empeñado a creer algo que no era. – En realidad, no me esperaba que nos ayudaría. Muchísimas gracias.- Le di el pequeño a la morena y un cálido abrazo de cortesía a la rubia por haberme atendido. El viejo dijo que tenía que mirar, pero no dijo nada acerca si podía o no podía sobar. ¿Quién sería tan idiota para no aprovechar una oportunidad como la que yo tenía?
Gerrit Nephgerd
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Re: La sombra de los perdidos. [Quest]
Llevaba ya sin hacer nada ¿Cuántas horas? ¿Siete? ¿Ocho?
Por mucho que él quisiera, no tenía forma de estar seguro, le había tocado un trabajo tan monótono que, aun cuando llevaba trabajando en aquel lugar tres míseros días, estaba planteándose seriamente volverse a Lunargenta.
En el hospital en el que se encontraba nunca pasaba nunca nada, o al menos eso es lo que parecía, lo máximo que había llegado a ver en aquel lugar era a algún un viejo enfermo con tos pidiese su medicina diaria. Lejos quedaban los días en los que el joven Flynn se había dedicado a salvar las vidas de los más pobres de Aerandir, los días en los que, armado solo con una bolsa de medicinas y una daga, se había adentrado hasta lo más profundo de Sandorai para ayudar a unos caravaneros que se habían extraviado. Pero no le quedaba otra, tenía ya 28 años, una buena edad para sentar la cabeza, lo único que lamentaba era haberlo hecho en Dundarak.
Y justo en el momento en el que estaba a punto de llevarse una daga al cuello de aburrimiento, contempló como un muchacho entraba con un niño pidiendo ayuda desesperadamente.
Flynn arqueó una ceja y, mientras las dos enfermeras se llevaban al muchacho a la sala de curas para examinarle, el joven Doctor colocó una mano en el hombro del recién llegado y le miró a los ojos. – Ese crío se pasa los días fuera, tú no eres su padre, y si lo eres, voy a llamar a la guardia – Dijo entre dientes y susurrando después de comprobar que no había nadie alrededor para escucharle.
Para ser aquello un hospital le sorprendía un poco lo poco altruista que era la gente allí, básicamente era él el único que prestaba atención al muchacho, al que alimentaba como buenamente podía día a día; si estuviese en su mano le pagaría un alojamiento en el hostal en el cual se hospedaba – No sé lo que estas tramando, pero deberías marcharte de aquí, el Rector no es…
El rubio se calló inmediatamente al notar una presencia en el lugar, una presencia que seguía dándole escalofríos desde que hizo la entrevista allí – Señor Anderson… – Una voz grave, firme y decidida se oyó en la recepción rompiendo el repentino silencio - … No le recomendaría cuchichear por los pasillos con los pacientes… me temo que son… - El recién llegado se ajustó la túnica de color blanco y, después de pasarse la mano por la cabeza, rapada, se colocó correctamente las gafas al ver a Gerrit - Bienvenido a mi humilde hospital, por tu acento puedo interpretar que no eres de aquí ¿Cierto? – El hombre sonrió con cierta malicia y se llevó las manos a las espalda – No se preocupe, caballero, haremos... todo lo posible por su hijo, puede esperar en la sala de espera.
Dicho esto, el recién llegado hizo una leve reverencia y, después de mirar fijamente a los dos individuos que había en aquella habitación, se marchó. Flynn tragó saliva y se ajustó correctamente sus ropajes como hacia siempre que se ponía nervioso, aquel tipo era el Rector del hospital, Hugo Freud, su jefe.
-Márchate de aquí, por favor, en cuanto el Rector se percate de que ese niño no es tu hijo nos meteremos en problemas los dos.
Por mucho que él quisiera, no tenía forma de estar seguro, le había tocado un trabajo tan monótono que, aun cuando llevaba trabajando en aquel lugar tres míseros días, estaba planteándose seriamente volverse a Lunargenta.
En el hospital en el que se encontraba nunca pasaba nunca nada, o al menos eso es lo que parecía, lo máximo que había llegado a ver en aquel lugar era a algún un viejo enfermo con tos pidiese su medicina diaria. Lejos quedaban los días en los que el joven Flynn se había dedicado a salvar las vidas de los más pobres de Aerandir, los días en los que, armado solo con una bolsa de medicinas y una daga, se había adentrado hasta lo más profundo de Sandorai para ayudar a unos caravaneros que se habían extraviado. Pero no le quedaba otra, tenía ya 28 años, una buena edad para sentar la cabeza, lo único que lamentaba era haberlo hecho en Dundarak.
Y justo en el momento en el que estaba a punto de llevarse una daga al cuello de aburrimiento, contempló como un muchacho entraba con un niño pidiendo ayuda desesperadamente.
Flynn arqueó una ceja y, mientras las dos enfermeras se llevaban al muchacho a la sala de curas para examinarle, el joven Doctor colocó una mano en el hombro del recién llegado y le miró a los ojos. – Ese crío se pasa los días fuera, tú no eres su padre, y si lo eres, voy a llamar a la guardia – Dijo entre dientes y susurrando después de comprobar que no había nadie alrededor para escucharle.
Para ser aquello un hospital le sorprendía un poco lo poco altruista que era la gente allí, básicamente era él el único que prestaba atención al muchacho, al que alimentaba como buenamente podía día a día; si estuviese en su mano le pagaría un alojamiento en el hostal en el cual se hospedaba – No sé lo que estas tramando, pero deberías marcharte de aquí, el Rector no es…
El rubio se calló inmediatamente al notar una presencia en el lugar, una presencia que seguía dándole escalofríos desde que hizo la entrevista allí – Señor Anderson… – Una voz grave, firme y decidida se oyó en la recepción rompiendo el repentino silencio - … No le recomendaría cuchichear por los pasillos con los pacientes… me temo que son… - El recién llegado se ajustó la túnica de color blanco y, después de pasarse la mano por la cabeza, rapada, se colocó correctamente las gafas al ver a Gerrit - Bienvenido a mi humilde hospital, por tu acento puedo interpretar que no eres de aquí ¿Cierto? – El hombre sonrió con cierta malicia y se llevó las manos a las espalda – No se preocupe, caballero, haremos... todo lo posible por su hijo, puede esperar en la sala de espera.
Dicho esto, el recién llegado hizo una leve reverencia y, después de mirar fijamente a los dos individuos que había en aquella habitación, se marchó. Flynn tragó saliva y se ajustó correctamente sus ropajes como hacia siempre que se ponía nervioso, aquel tipo era el Rector del hospital, Hugo Freud, su jefe.
-Márchate de aquí, por favor, en cuanto el Rector se percate de que ese niño no es tu hijo nos meteremos en problemas los dos.
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- El Rector:
- [Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]
- Gerrit, el niño que has usado como tapadera se pasa los días mendigando frente al hospital y no pasará mucho tiempo hasta que descubran el fraude.
- El Rector sabe de la presencia de un extraño en el lugar, lo cual no hará sino complicarte las cosas para infltrarte.
- Hagas lo que hagas, Flynn no te va a quitar el ojo de encima.
Fehu
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Re: La sombra de los perdidos. [Quest]
El hospital de Lunargenta era muy diferente a éste en muchos sentidos pero sin duda, el que más gracia me hacía era en el número de enfermos que tenían que tratar cada hospital. El de Lunargenta siempre estaba abarrotado de herreros cojeando porque se les había caído un trozo de metal en el pie, de aspirante a caballeros que se habían quedado mancos tras una pelea que, según ellos siempre decían, era injusta… Un elenco de desgraciados e inútiles que mejor era alejarse de ellos. (Creo que era por eso porque siempre me dieron yuyo los hospitales). En cambio en Dundarak no había nadie, y eso que contaba con las enfermeras con pechos de gran considerables. Si fuera viejo y estuviera por estas zonas fingiría cualquier enfermedad para que esas dos enfermeras me tratasen. Por lo visto los dragones estaban hechos de otra pasta.
Un joven doctor se me acercó cuando las enfermeras se fueron con el niño. Lástima que no hubiera sido al revés, que el doctor se fuera a jugar con el niño mientras yo me iba a jugar con las enfermeras. Además, los niños tienen que jugar con la gente de su edad. El matasanos no aparentaba ser demasiado joven para su profesión, parecía incluso varios años menor que yo. Si con la edad que yo tenía todavía no había aprendido a descubrir todos los secretos de la alquimia, el doctor, con la suya, no había hecho nada más que empezar con la medicina. Tal vez por eso no iba a nadie al hospital, puede que tuviera a las mejores enfermeras pero a la hora de hablar sobre los doctores no se podía decir que dieran demasiada confianza.
-No soy su padre, solo soy un alma caritativa que lo ha visto tirado a la calle y ha querido hacer su buena acción del día.- Le contesté al doctor con cierto tono de burla en mi voz. - Si he dicho que soy su padre es solo porque esas dos hermosuras lo han dicho primero.- Puse mi brazo por encima de su hombro abrazándolo hacia mí como si fuéramos amigos de la infancia. - ¡Tú trabajo es la gloria! Sin nada que hacer y rodeado de enfermeras. ¿A cuántas? –Le di un golpecito en el pecho. - Solo di un número, vamos. Prometo que seré sincero lo prometo.- No estaba tan necesitado como me hacía ver, solo lo hacía para tener una buena cuartada para poder estar en el hospital espiando. Mientras pensasen que fui solo para ver los pechos de las enfermeras no pensarían que lo hice para ver lo que sea que quería Hermes que viera.
“Hablando del Rey de Lunargenta y por el balcón asoma” como suele decirse el dicho. Nada más el joven doctor mencionó al Rector del hospital, un tipo grande con aires de magnificencia que no podía ser otro que el mismo Rector, apareció en escena. ¡Maldición! Aquel hombre era más avispado que el resto de personas con las que me había topado últimamente por Dundarak. Hasta el momento, solo Hermes se dio cuenta que era un brujo oriundo de Beltrexus, y eso por ahora, pues el Rector ya había identificado mi acento y aunque no le había dado mucha importancia el dato lo tenía.
-El señor Ardeson solo me estaba enseñando las instalaciones.- Contesté sin pensar. - No tengo muy buenos recuerdos del último hospital donde fui, allí vi fallecer a mi esposa.- Mentira sobre mentira y sobre la mentira otra mentira más. Con este talento para la improvisación debería haberme dedicado a actor y no a guerrero. – Y sobre el acento, tiene razón. Vengo de Lunargenta, vine aquí con mi hijo en busca de una nueva vida lejos de los malos recuerdos y en busca de una nueva madre para él. Si usted me comprende claro. Y ya que hablamos de mujeres, ¿sabe si alguna enfermera está soltera? No importa, déjelo. Que sea una sorpresa.-
Cuando el Rector se fue el joven doctor, aquel que en privador, dado a su corta edad, no me apetecía llamarle “Señor Aderson”, parecía estar atemorizado. Pues iba a ser verdad que en este hospital pasaban cosas extrañas. No había pacientes, un Rector siniestro, enfermeras buenorras y nadie mirándolas…, y ahora, para incrementar el misterio, el joven médico me suplicaba que marchase de ahí. Hermes tenía muchas razones por las que preocuparse, mentiría si dijera que no me estaba preocupando yo.
-Calma, calma.- Le dije cogiéndole por los hombros le dije hablándole con el mismo tono de susurro que él hablaba para que no nos oyese su jefe. - Tampoco es para tanto no. El Rector es grande pero mi querida Suuri ha derribado a hombres más grandes. –Hice una pausa y empecé a hablar en alta para que nos oyera el Rector. - ¿Qué te parece si me enseñas el resto del hospital? No me quedaré conforme hasta verlo todo. Ya perdí a mi mujer no pienso perder también a mi hijo por culpa de una negligencia médica.- Hermes debería de estar orgulloso de mí, mi infiltro en los hospitales que da gusto verme. Si todo salía bien, iba a tener una visita guiada por todo el hospital y por uno de sus médicos.
Un joven doctor se me acercó cuando las enfermeras se fueron con el niño. Lástima que no hubiera sido al revés, que el doctor se fuera a jugar con el niño mientras yo me iba a jugar con las enfermeras. Además, los niños tienen que jugar con la gente de su edad. El matasanos no aparentaba ser demasiado joven para su profesión, parecía incluso varios años menor que yo. Si con la edad que yo tenía todavía no había aprendido a descubrir todos los secretos de la alquimia, el doctor, con la suya, no había hecho nada más que empezar con la medicina. Tal vez por eso no iba a nadie al hospital, puede que tuviera a las mejores enfermeras pero a la hora de hablar sobre los doctores no se podía decir que dieran demasiada confianza.
-No soy su padre, solo soy un alma caritativa que lo ha visto tirado a la calle y ha querido hacer su buena acción del día.- Le contesté al doctor con cierto tono de burla en mi voz. - Si he dicho que soy su padre es solo porque esas dos hermosuras lo han dicho primero.- Puse mi brazo por encima de su hombro abrazándolo hacia mí como si fuéramos amigos de la infancia. - ¡Tú trabajo es la gloria! Sin nada que hacer y rodeado de enfermeras. ¿A cuántas? –Le di un golpecito en el pecho. - Solo di un número, vamos. Prometo que seré sincero lo prometo.- No estaba tan necesitado como me hacía ver, solo lo hacía para tener una buena cuartada para poder estar en el hospital espiando. Mientras pensasen que fui solo para ver los pechos de las enfermeras no pensarían que lo hice para ver lo que sea que quería Hermes que viera.
“Hablando del Rey de Lunargenta y por el balcón asoma” como suele decirse el dicho. Nada más el joven doctor mencionó al Rector del hospital, un tipo grande con aires de magnificencia que no podía ser otro que el mismo Rector, apareció en escena. ¡Maldición! Aquel hombre era más avispado que el resto de personas con las que me había topado últimamente por Dundarak. Hasta el momento, solo Hermes se dio cuenta que era un brujo oriundo de Beltrexus, y eso por ahora, pues el Rector ya había identificado mi acento y aunque no le había dado mucha importancia el dato lo tenía.
-El señor Ardeson solo me estaba enseñando las instalaciones.- Contesté sin pensar. - No tengo muy buenos recuerdos del último hospital donde fui, allí vi fallecer a mi esposa.- Mentira sobre mentira y sobre la mentira otra mentira más. Con este talento para la improvisación debería haberme dedicado a actor y no a guerrero. – Y sobre el acento, tiene razón. Vengo de Lunargenta, vine aquí con mi hijo en busca de una nueva vida lejos de los malos recuerdos y en busca de una nueva madre para él. Si usted me comprende claro. Y ya que hablamos de mujeres, ¿sabe si alguna enfermera está soltera? No importa, déjelo. Que sea una sorpresa.-
Cuando el Rector se fue el joven doctor, aquel que en privador, dado a su corta edad, no me apetecía llamarle “Señor Aderson”, parecía estar atemorizado. Pues iba a ser verdad que en este hospital pasaban cosas extrañas. No había pacientes, un Rector siniestro, enfermeras buenorras y nadie mirándolas…, y ahora, para incrementar el misterio, el joven médico me suplicaba que marchase de ahí. Hermes tenía muchas razones por las que preocuparse, mentiría si dijera que no me estaba preocupando yo.
-Calma, calma.- Le dije cogiéndole por los hombros le dije hablándole con el mismo tono de susurro que él hablaba para que no nos oyese su jefe. - Tampoco es para tanto no. El Rector es grande pero mi querida Suuri ha derribado a hombres más grandes. –Hice una pausa y empecé a hablar en alta para que nos oyera el Rector. - ¿Qué te parece si me enseñas el resto del hospital? No me quedaré conforme hasta verlo todo. Ya perdí a mi mujer no pienso perder también a mi hijo por culpa de una negligencia médica.- Hermes debería de estar orgulloso de mí, mi infiltro en los hospitales que da gusto verme. Si todo salía bien, iba a tener una visita guiada por todo el hospital y por uno de sus médicos.
Gerrit Nephgerd
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Re: La sombra de los perdidos. [Quest]
El Rector avanzó por los pasillos parcialmente iluminados, el eco de sus pasos resonaba por el hospital, prácticamente vacío a aquellas horas de la noche, mientras que, con las manos descansado en su espalda, se movió velozmente a través de su viejo edificio.
Le tenía cariño.
O al menos sabía que tiempo atrás, lo había hecho. Los azulejos de las viejas paredes, descoloridos por el paso de los años, las sabanas siempre blancas e impolutas, el olor a medicamentos, hubo un tiempo que todo eso le recordaba lo reconfortante que era trabajar en un lugar como aquel.
Finalmente llegó a una gran puerta de madera en el tercer piso, la cual no tardó en abrir con una llave de color plateado. Una vez dentro de la estancia, su despacho, avanzó hasta su escritorio y se sentó tras él. Minutos después otra persona entró en la habitación.
-Maestro… - Hugo interrumpió a la mujer que acababa de llegar con un gesto y, suspirando, se llevó la mano izquierda hasta la sien – Encárgate de nuestro inesperado invitado, algo me dice que esconde más de lo que parece y asegúrate de que el mocoso que ha traído no vuelve a la calle, no hay día en el que no nos de problemas – La mujer enfundada en una túnica de color blanco asintió inmediatamente y se giró hacia la salida - ¿Desea que lo haga de alguna forma en especial maestro? – El Rector negó con la cabeza y le indicó a su subordinada que le dejase solo. – Impresioname.
***
-¡El rector no es simplemente grande! – Exclamó Flynn en un desesperado intento por que aquel desconocido abandonase el hospital, aquel hombre no parecía entender lo grave de la situación, si Hugo se percataba de que el desconocido que había traído el niño se moría por investigar el edificio se metería en problemas, pero frunció el ceño, él también tenía curiosidad por saber que pasaba en aquel lugar, puede que no llevase mucho tiempo trabajando en el hospital, pero varios pacientes que habían estado bajo su cargo habían recibido el alta sin su permiso, ni siquiera les había podido ver una última vez; y aquello le daba mala espina.
– Esta bien, esta bien... pero primero tenemos que conseguirte una túnica de doctor – Dijo a regañadientes al cabo de un rato, después de mirar a su alrededor para asegurarse de que estaban solos en la recepción - ¿Qué quieres ver? Es un hospital bastante corriente, no vas a encontrar nada raro. Y por cierto, mi nombre es Flynn.
_____________________________________________________________
Le tenía cariño.
O al menos sabía que tiempo atrás, lo había hecho. Los azulejos de las viejas paredes, descoloridos por el paso de los años, las sabanas siempre blancas e impolutas, el olor a medicamentos, hubo un tiempo que todo eso le recordaba lo reconfortante que era trabajar en un lugar como aquel.
Finalmente llegó a una gran puerta de madera en el tercer piso, la cual no tardó en abrir con una llave de color plateado. Una vez dentro de la estancia, su despacho, avanzó hasta su escritorio y se sentó tras él. Minutos después otra persona entró en la habitación.
-Maestro… - Hugo interrumpió a la mujer que acababa de llegar con un gesto y, suspirando, se llevó la mano izquierda hasta la sien – Encárgate de nuestro inesperado invitado, algo me dice que esconde más de lo que parece y asegúrate de que el mocoso que ha traído no vuelve a la calle, no hay día en el que no nos de problemas – La mujer enfundada en una túnica de color blanco asintió inmediatamente y se giró hacia la salida - ¿Desea que lo haga de alguna forma en especial maestro? – El Rector negó con la cabeza y le indicó a su subordinada que le dejase solo. – Impresioname.
***
-¡El rector no es simplemente grande! – Exclamó Flynn en un desesperado intento por que aquel desconocido abandonase el hospital, aquel hombre no parecía entender lo grave de la situación, si Hugo se percataba de que el desconocido que había traído el niño se moría por investigar el edificio se metería en problemas, pero frunció el ceño, él también tenía curiosidad por saber que pasaba en aquel lugar, puede que no llevase mucho tiempo trabajando en el hospital, pero varios pacientes que habían estado bajo su cargo habían recibido el alta sin su permiso, ni siquiera les había podido ver una última vez; y aquello le daba mala espina.
– Esta bien, esta bien... pero primero tenemos que conseguirte una túnica de doctor – Dijo a regañadientes al cabo de un rato, después de mirar a su alrededor para asegurarse de que estaban solos en la recepción - ¿Qué quieres ver? Es un hospital bastante corriente, no vas a encontrar nada raro. Y por cierto, mi nombre es Flynn.
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- Flynn te guiará allá donde quieras ir en el interior del hospital. Dónde investigar es decisión tuya.
Fehu
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Re: La sombra de los perdidos. [Quest]
Al final, aunque a regañadientes, el joven matasanos pareció aceptar servirme como guía personal, solo necesitamos una túnica de médico con la que pasar inadvertido y Flynn me ensañaría todo lo que quisiera. ¿La mala noticia? Pues, que tenía que decirle qué era lo que quería ver exactamente. No era muy aficionado a ir a hospitales, si tenía que ir por alguna urgencia pues iba, como todo el mundo, pero no sabía en qué lugares se dividía ni tampoco en qué consistía la labor de los doctores. De pócimas y destilerías sí que sabía, pero a lo que vendas y hospitales se refería estaba muy perdido.
-¿Algo raro? Lo mismo le dijeron a mi mujer y recuerda que se murió por culpa de esos mismo malos doctores, y eso que dijeron que en su hospital no había nado.- En realidad, más que decírselo directamente a Flynn, repetía una y otra vez mis mentiras para que no se me olvidasen. –Ya que usado al niño para poder acercarme a las enfermeras, que menos que asegurarme que siga vivo.- Dentro de lo que cabría esperar, eso no era de todo falso; la vida del niño me realmente mi importaba. Ya han muerto suficientes personas por mi culpa para añadir una más a la lista. - El único problema estará en buscar una túnica de las tuyas. No creo que tengáis una túnica especial para invitados.- Tan solo un borracho no se daría cuenta de la burla que nacía en mis palabras. - ¡Ya lo tengo! Tú quédate aquí pensado por dónde empezar la visita que yo ya me encargaré de buscar una túnica, sé dónde hay una perfecta.-
Dejé a Flynn en el vestíbulo del hospital y me fui a la habitación donde había llevado al niño que traje. Normalmente, los alquimistas, guardaban en sus armarios una segunda túnica por si la que llevaban puesta salía malparada en algún experimento. A más de uno que yo conocía se le quemaron hasta los calzones tras intentar destilar alcohol. Era posible que los químicos también hiciesen lo mismo ya que es más fácil que un matasanos se manche de sangre que un alquimista se queme el culo.
-¿Cómo está?- Les dije a las enfermeras al entrar a la habitación. La rubia estaba bañando la cabeza del niño con una esponja mientras que la morena estaba de pie frente a la cama observando detenidamente como la otra trabajaba; vamos lo que se dice “Trabajo en equipo.”
-Sigue inconsciente.- Contestó la rubia después de mirar a la morena como si le estuviera pidiendo permiso para hablar. –Es mejor que espere fuera.- Dijo casi con un tono de suplica.
-De acuerdo.- ¿Para qué insistir si lo único que quería era estar fuera y observarlo todo?- Solamente vine a dejar mis armas. Saqué mi nueva daga, La Rompecorazones, para enseñársela a las enfermeras. – Supongo que no está bien visto llevar un cuchillo en un hospital.-
Abrí uno de los armarios de la pared dando la espalda a las enfermeras, cuanto menos viesen lo que estaba haciendo mejor. Efectivamente allí estaba, una túnica especial para visitantes. Dejé el cuchillo dentro del armario, un sacrificio menor, y me escondí la túnica debajo de la camisa que llevaba para que las enfermeras no la pudiesen ver.
-¿Y el martillo?- Me preguntó la enfermera morena justo cuando estaba abandonando la habitación.
-Es el único recuerdo que me queda de mi difunta esposa. Ella me lo regaló- Dije sin girarme. Tenía la sensación que todas las preguntas que me hacía las respondía de las misma manera: “Culpa de mi difunda esposa”.
Las enfermeras, tras mirarse durante largo rato, parecieron comprenderlo y me dejaron abandonar la habitación sin ningún otro problema más. La rubia continúo bañando al niño y la morena continúo observándola, ninguna de las dos se fijaron en el sutil bulto de debajo de mi camiseta.
-Espero que ya sepas por dónde empezar la visita porque yo he cumplido con mi parte del trato.- Dije sacando la túnica que tenía escondida debajo de la camiseta.
Sinceramente, creí que sería más fácil. La túnica de doctor que había cogido me venía pequeña. Me tuve que quitar mi camisa y también los pantalones para por lo menos ponérmela. Me colgué el martillo en el cinturón de la túnica y dejé mi ropa a un lado del vestíbulo. Si Hermes tenía razón, un par de prendas sucias tiradas en el suelo y doctor armado con un martillo no sería lo más raro que hubiera visto este hospital.
-¿Y bien? Ya sé que dicen que las prisas no son buenas pero estoy impaciente por ver cómo es un hospital por dentro.-
-¿Algo raro? Lo mismo le dijeron a mi mujer y recuerda que se murió por culpa de esos mismo malos doctores, y eso que dijeron que en su hospital no había nado.- En realidad, más que decírselo directamente a Flynn, repetía una y otra vez mis mentiras para que no se me olvidasen. –Ya que usado al niño para poder acercarme a las enfermeras, que menos que asegurarme que siga vivo.- Dentro de lo que cabría esperar, eso no era de todo falso; la vida del niño me realmente mi importaba. Ya han muerto suficientes personas por mi culpa para añadir una más a la lista. - El único problema estará en buscar una túnica de las tuyas. No creo que tengáis una túnica especial para invitados.- Tan solo un borracho no se daría cuenta de la burla que nacía en mis palabras. - ¡Ya lo tengo! Tú quédate aquí pensado por dónde empezar la visita que yo ya me encargaré de buscar una túnica, sé dónde hay una perfecta.-
Dejé a Flynn en el vestíbulo del hospital y me fui a la habitación donde había llevado al niño que traje. Normalmente, los alquimistas, guardaban en sus armarios una segunda túnica por si la que llevaban puesta salía malparada en algún experimento. A más de uno que yo conocía se le quemaron hasta los calzones tras intentar destilar alcohol. Era posible que los químicos también hiciesen lo mismo ya que es más fácil que un matasanos se manche de sangre que un alquimista se queme el culo.
-¿Cómo está?- Les dije a las enfermeras al entrar a la habitación. La rubia estaba bañando la cabeza del niño con una esponja mientras que la morena estaba de pie frente a la cama observando detenidamente como la otra trabajaba; vamos lo que se dice “Trabajo en equipo.”
-Sigue inconsciente.- Contestó la rubia después de mirar a la morena como si le estuviera pidiendo permiso para hablar. –Es mejor que espere fuera.- Dijo casi con un tono de suplica.
-De acuerdo.- ¿Para qué insistir si lo único que quería era estar fuera y observarlo todo?- Solamente vine a dejar mis armas. Saqué mi nueva daga, La Rompecorazones, para enseñársela a las enfermeras. – Supongo que no está bien visto llevar un cuchillo en un hospital.-
Abrí uno de los armarios de la pared dando la espalda a las enfermeras, cuanto menos viesen lo que estaba haciendo mejor. Efectivamente allí estaba, una túnica especial para visitantes. Dejé el cuchillo dentro del armario, un sacrificio menor, y me escondí la túnica debajo de la camisa que llevaba para que las enfermeras no la pudiesen ver.
-¿Y el martillo?- Me preguntó la enfermera morena justo cuando estaba abandonando la habitación.
-Es el único recuerdo que me queda de mi difunta esposa. Ella me lo regaló- Dije sin girarme. Tenía la sensación que todas las preguntas que me hacía las respondía de las misma manera: “Culpa de mi difunda esposa”.
Las enfermeras, tras mirarse durante largo rato, parecieron comprenderlo y me dejaron abandonar la habitación sin ningún otro problema más. La rubia continúo bañando al niño y la morena continúo observándola, ninguna de las dos se fijaron en el sutil bulto de debajo de mi camiseta.
-Espero que ya sepas por dónde empezar la visita porque yo he cumplido con mi parte del trato.- Dije sacando la túnica que tenía escondida debajo de la camiseta.
Sinceramente, creí que sería más fácil. La túnica de doctor que había cogido me venía pequeña. Me tuve que quitar mi camisa y también los pantalones para por lo menos ponérmela. Me colgué el martillo en el cinturón de la túnica y dejé mi ropa a un lado del vestíbulo. Si Hermes tenía razón, un par de prendas sucias tiradas en el suelo y doctor armado con un martillo no sería lo más raro que hubiera visto este hospital.
-¿Y bien? Ya sé que dicen que las prisas no son buenas pero estoy impaciente por ver cómo es un hospital por dentro.-
Gerrit Nephgerd
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Re: La sombra de los perdidos. [Quest]
La mujer de pelo negro y liso sonrió, satisfecha. El rector había dicho que le impresionase, y eso pensaba hacer. De hecho, había estado deseando el tener una oportunidad para probar ese método. Caminó con cierta prisa a la sala donde aguardaba el paciente, aún inconsciente, y les indicó a ambas enfermeras que trasladaran al niño: tenía que hacer su trabajo en un sitio más apropiado, después de todo.
Pocos minutos después, el chico se despertó sobre una tabla de madera. Se encontraba en una sala extraña y macabra que nunca había visto antes. Había utensilios cuyo uso desconocía en distintas mesas, colocados sobre una sábana blanca. Lo primero que notó fue el dolor de cabeza que tenía. Se palpó la frente: tenía un chichón bastante inflado. Nada que no hubiese superado antes, por supuesto. Después, se dio cuenta del nauseabundo olor que había en la sala. Miró alrededor, algo confundido, y vio por primera vez el suelo, con enormes manchas de sangre. El niño empezó a chillar, aterrorizado, pero era inutil. Nadie le oiría salvo una persona.
La enfermera, Sonya, entró en la habitación. El paciente había despertado, lo cual podía ser una molestia.
-Vaya, vaya... ¿por qué no eres un buen chico y te estás callado?- preguntó, caminando hacia él. -Gritar solo me dará una jaqueca.- el chico calló y abrió mucho los ojos, obviamente intimidado ante la presencia de la mujer. . Pareces asustado. Te daré algo para que te tranquilices.- Sonya sacó un trapo de su bolsillo y se lo colocó al niño sobre la boca. En cuestión de segundos, este cayó dormido de nuevo.
Colocó el trapo junto a otras herramientas y tomó una bandeja en la que puso un escalpelo, aguja e hilo, distintos recipientes con ungüentos y una pequeña esfera metálica. Llevó todo a la mesa y se dispuso a cortar los harapos con los que el niño vestía. Parecía tan indefenso y tranquilo... Pero había que hacer sacrificios por el bien del saber. La mujer esparció una crema de color carne sobre el estómago del crío y esperó unos minutos a que hiciese efecto. A continuación, tomó el escalpelo e hizo las primeras incisiones en el vientre, abriéndolo casi en canal. Gracias al ungüento, no estaba sangrando en absoluto, lo cual le permitía operar con precisión.
Examinó el duodeno. Había una anomalía que provocó que la enfermera soltase una sonora carcajada. El intestino grueso tenía una infección, ya muy avanzada. Ese niño habría muerto en semanas, y de forma mucho más dolorosa. En cierto modo, le estaba haciendo un favor. Siguiendo con su trabajo, realizó otra incisión, una mucho más pequeña, en el estómago. A continuación, introdujo la esfera por el pequeño hueco, y lo cosió sin mucho esfuerzo: eso era lo de menos. Finalmente, vertió un líquido azulado sobre el corte. En cuestión de segundos, la herida se cerró sin dejar marca. No solían usar esa clase de pociones en el hospital, pero gracias a los fondos que había recibido últimamente, podían permitírselos.
Sonya sonrió. Ahora solo era cuestión de esperar a que recuperase el conocimiento.
Flynn miró al brujo y arqueó una ceja. Aún llevaba un martillo. Y no era un martillo de herrero, sino uno de guerra... el aspecto que tenía inspiraba muy poca confianza para ser doctor entre el arma y la túnica, algo ajustada para Gerrit. Después de dar algunos resoplidos, le hizo un gesto para que le siguiera y empezó a andar con paso rápido.
-En fin... supongo que tendremos que ver todo el hospital. Vamos a uno de los quirófanos. Hace poco operaron a una chica ahí, pero no la he vuelto a ver. Y eso que no tenía buen aspecto...- sin más preambulos, abrió una puerta y la atravesó apresuradamente.
El interior era, simplemente, una sala de operaciones. En el centro descansaba una gran tabla de madera que, a pesar de haber presenciado innumerables atrocidades, seguía impoluta. Las sábanas estaban hechas un bulto en una esquina de la habitación. Junto a la pared también habia un buen número de armarios y cajones, probablemente con distintas herramientas de trabajo.
-No sé que esperas encontrar, pero me quedaré vigilando la puerta. Avísame cuando quieras ir a otra sala, y por lo que más quieras, date prisa.- Flynn empezaba a parecer nervioso. Estaba claro que el Rector no era alguien a quien quisiera hacer enfadar.
Pocos minutos después, el chico se despertó sobre una tabla de madera. Se encontraba en una sala extraña y macabra que nunca había visto antes. Había utensilios cuyo uso desconocía en distintas mesas, colocados sobre una sábana blanca. Lo primero que notó fue el dolor de cabeza que tenía. Se palpó la frente: tenía un chichón bastante inflado. Nada que no hubiese superado antes, por supuesto. Después, se dio cuenta del nauseabundo olor que había en la sala. Miró alrededor, algo confundido, y vio por primera vez el suelo, con enormes manchas de sangre. El niño empezó a chillar, aterrorizado, pero era inutil. Nadie le oiría salvo una persona.
La enfermera, Sonya, entró en la habitación. El paciente había despertado, lo cual podía ser una molestia.
-Vaya, vaya... ¿por qué no eres un buen chico y te estás callado?- preguntó, caminando hacia él. -Gritar solo me dará una jaqueca.- el chico calló y abrió mucho los ojos, obviamente intimidado ante la presencia de la mujer. . Pareces asustado. Te daré algo para que te tranquilices.- Sonya sacó un trapo de su bolsillo y se lo colocó al niño sobre la boca. En cuestión de segundos, este cayó dormido de nuevo.
Colocó el trapo junto a otras herramientas y tomó una bandeja en la que puso un escalpelo, aguja e hilo, distintos recipientes con ungüentos y una pequeña esfera metálica. Llevó todo a la mesa y se dispuso a cortar los harapos con los que el niño vestía. Parecía tan indefenso y tranquilo... Pero había que hacer sacrificios por el bien del saber. La mujer esparció una crema de color carne sobre el estómago del crío y esperó unos minutos a que hiciese efecto. A continuación, tomó el escalpelo e hizo las primeras incisiones en el vientre, abriéndolo casi en canal. Gracias al ungüento, no estaba sangrando en absoluto, lo cual le permitía operar con precisión.
Examinó el duodeno. Había una anomalía que provocó que la enfermera soltase una sonora carcajada. El intestino grueso tenía una infección, ya muy avanzada. Ese niño habría muerto en semanas, y de forma mucho más dolorosa. En cierto modo, le estaba haciendo un favor. Siguiendo con su trabajo, realizó otra incisión, una mucho más pequeña, en el estómago. A continuación, introdujo la esfera por el pequeño hueco, y lo cosió sin mucho esfuerzo: eso era lo de menos. Finalmente, vertió un líquido azulado sobre el corte. En cuestión de segundos, la herida se cerró sin dejar marca. No solían usar esa clase de pociones en el hospital, pero gracias a los fondos que había recibido últimamente, podían permitírselos.
Sonya sonrió. Ahora solo era cuestión de esperar a que recuperase el conocimiento.
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Flynn miró al brujo y arqueó una ceja. Aún llevaba un martillo. Y no era un martillo de herrero, sino uno de guerra... el aspecto que tenía inspiraba muy poca confianza para ser doctor entre el arma y la túnica, algo ajustada para Gerrit. Después de dar algunos resoplidos, le hizo un gesto para que le siguiera y empezó a andar con paso rápido.
-En fin... supongo que tendremos que ver todo el hospital. Vamos a uno de los quirófanos. Hace poco operaron a una chica ahí, pero no la he vuelto a ver. Y eso que no tenía buen aspecto...- sin más preambulos, abrió una puerta y la atravesó apresuradamente.
El interior era, simplemente, una sala de operaciones. En el centro descansaba una gran tabla de madera que, a pesar de haber presenciado innumerables atrocidades, seguía impoluta. Las sábanas estaban hechas un bulto en una esquina de la habitación. Junto a la pared también habia un buen número de armarios y cajones, probablemente con distintas herramientas de trabajo.
-No sé que esperas encontrar, pero me quedaré vigilando la puerta. Avísame cuando quieras ir a otra sala, y por lo que más quieras, date prisa.- Flynn empezaba a parecer nervioso. Estaba claro que el Rector no era alguien a quien quisiera hacer enfadar.
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- Explora lo que quieras, pero los cajones están cerrados.
- El tiempo corre en tu contra: actúa deprisa o sereis cazados.
Ansur
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Re: La sombra de los perdidos. [Quest]
-¿No la volviste a ver a esa chica? ¡Qué desagradecida! Se fue sin agradeceros vuestros servicios.- Le dije a Flynn con un tono cargado de burla y sarcasmo. - Y supongo que tampoco dejó escrita ninguna nota de despidada. Ya sabes: " Hasta luego cocodrilo, ya nos veremos caimán, no te olvides de escribir." Algo por el estilo.-
De pequeño me solía llevar alguna que otra colleja, la mayoría del viejo Gerrit, por preguntar demasiado. La curiosidad mata al gato, como se solía decir. Pero al fin lo aprendí, harto de tener la nuca más roja que un tomate aprendí el truco que de tantas collejas me ha librado y no es otro sino que esconder la pregunta en mitad en una broma. Mi padre odiaba que le hiciera eso, le ponía de los nervios porque no sabía si estaba preguntando de verdad o solo lo había dicho por decir; mi abuelo, en cambio, le encantaba ver como ponía histerico a mi padre con mi pequeño truco. Truco que, por cierto, estaba usando con Flynn durante todo el tiempo. Si bien a él no le ponía histérico, al menos conseguía una sonrisa a cambio de mis bromas. Era un buen trato.
Entramos al quirófano donde operaron a la chica que Flynn no volvió a ver, por no llamarla la chica que desapareció sin que Flynn se diera cuenta. No importa, estaba dispuesto a otorgarle el comodín de la duda. Dundarak no era una ciudad pequeña precisamente, y éste hospital tampoco es para nada pequeño. En un día alborotado podrían haber casi un centenar de pacientes esperando ser atendidos. Eso sí, si todos los días eran como el de aquel día, sería muy sospechoso que desapareciera alguien. ¿Qué hubiera hecho Hermes en mi lugar? ¿Dudaría, no dudaría si tiraría a apretarle los mofletes a Flynn? Y, mejor todavía. ¿Qué hubiera hecho mi abuelo? Tal vez él hubiera mantenido silencio haciendo las preguntas justas y necesarías para saber más de donde hay menos.
-Tampoco querrás que haga mucho ruído para que no sepa el Rector que estoy aquí.- Le dije a Flynn antes que saliera de la sala.
Me paseé por todo el quirófano imitando la forma de andar que hacía el viejo Nephgerd cada que intentaba pensar. De arriba a abajo y de abajo arriba, con la espalda recta y pasos largos y firmes; cuando veía a mi abuelo andar de esa manera sabía que no le tenía que molestar pues estaba pensando. Levanté las telas de encima de la tabla de madera en busca de alguna pista que me dijera algo que no supiera. Nada. Las dejé dobladas tal y cómo estaban. Intenté abrir los cajones de los muebles, estaban cerrados. Abrí el armario en busca de una segunda túnica un poco más ancha de la que llevaba puesta, pero allí dentro tampoco había nada.
Estaba empezando a pensar cuan buena idea era coger mi martillo y romper las cajoneras para saber qué eran lo que encerraban dentro cuando una gota de sangre cayó del techo manchando las sabanas impolutas que estaban encima de la tabla de madera. La sangre venía de la habitación superior, no había duda de ello, igual que no había duda que allí ni siquiera Flynn me iba a dejar entrar. Aunque, quizás podía ver algo sin necesidad de subir arriba.
Me de un salto me puse de pie encima de la gran tabla de madera. Tenía que inclinar un poco la espalda para no toparme contra el techo, cosa que agradecí, de estar demasiado alto no hubiera podido ver nada. Si por algo los brujos somos mejores que las demás razas es por nuestra magia con la telequinesia, igual sirve para levantar una enorme caja, como para alzar las faldas de una inocente joven o como para desplazar ligeramente los tablones del techo para hacer un minúsculo agujero con el que poder ver que sucedía allí arriba. Obviamente hice lo tercero.
En la tabla de madera del quirófano superior estaba el chico que había usado para entrar al hospital y una enfermera con él; no podía ver con demasiada nitidez qué era lo que estaba hacendo pero de algo estaba seguro: Por un golpe en la cabeza no hacía falta abrir el estómago.
Bajé de un salto la tabla donde había subido y por un momento estuve a punto de gritarle a Flynn entusiasmado por mis descubrimientos, pero me tapé la boca rápidamente con ambas manos al darme cuenta de que la enfermera estaba justo encima de mi cabeza, es decir, lo suficientemente cerca como para oírme hablar. Salí a paso acelerado de la habitación sin preocuparme de limpiar las huellas que dejé en la tabla de madera obra de mis zapatos llenos de barro.
-Creo que en la habitación que está justo encima de ésta hay algo muy interesante que me gustará ver, y puede que a ti también Flynn.- Le dije con una sonrisa a la vez que le ponía la mano en el hombro en señal de cordialidad. Una vez captada su atención continúe hablando.- Primero fue una gota de sangre que vi caer del techo, me asomé y me di cuenta que en el piso superior había mucha más sangre. ¿Y a qué no adivinas de quién? De "mí hijo". Cuando me asomé ya no sangraba pero una mujer le estaba abriendo el estómago y a saber qué estaba haciendo con eso abierto como si fuera un saco de patatas. No pude ver bien esa parte. Tu temible Rector se pondrá furioso si ve que a un paciente, por un golpe en la cabeza, le acaban haciendo cosas raras y enfermizas en el interrior de su barriga. -Hice una pausa para tragar saliva; algo tenía ese Rector que solo con nombrarlo se hacía parecer peligroso. -Venga vamos.-
De pequeño me solía llevar alguna que otra colleja, la mayoría del viejo Gerrit, por preguntar demasiado. La curiosidad mata al gato, como se solía decir. Pero al fin lo aprendí, harto de tener la nuca más roja que un tomate aprendí el truco que de tantas collejas me ha librado y no es otro sino que esconder la pregunta en mitad en una broma. Mi padre odiaba que le hiciera eso, le ponía de los nervios porque no sabía si estaba preguntando de verdad o solo lo había dicho por decir; mi abuelo, en cambio, le encantaba ver como ponía histerico a mi padre con mi pequeño truco. Truco que, por cierto, estaba usando con Flynn durante todo el tiempo. Si bien a él no le ponía histérico, al menos conseguía una sonrisa a cambio de mis bromas. Era un buen trato.
Entramos al quirófano donde operaron a la chica que Flynn no volvió a ver, por no llamarla la chica que desapareció sin que Flynn se diera cuenta. No importa, estaba dispuesto a otorgarle el comodín de la duda. Dundarak no era una ciudad pequeña precisamente, y éste hospital tampoco es para nada pequeño. En un día alborotado podrían haber casi un centenar de pacientes esperando ser atendidos. Eso sí, si todos los días eran como el de aquel día, sería muy sospechoso que desapareciera alguien. ¿Qué hubiera hecho Hermes en mi lugar? ¿Dudaría, no dudaría si tiraría a apretarle los mofletes a Flynn? Y, mejor todavía. ¿Qué hubiera hecho mi abuelo? Tal vez él hubiera mantenido silencio haciendo las preguntas justas y necesarías para saber más de donde hay menos.
-Tampoco querrás que haga mucho ruído para que no sepa el Rector que estoy aquí.- Le dije a Flynn antes que saliera de la sala.
Me paseé por todo el quirófano imitando la forma de andar que hacía el viejo Nephgerd cada que intentaba pensar. De arriba a abajo y de abajo arriba, con la espalda recta y pasos largos y firmes; cuando veía a mi abuelo andar de esa manera sabía que no le tenía que molestar pues estaba pensando. Levanté las telas de encima de la tabla de madera en busca de alguna pista que me dijera algo que no supiera. Nada. Las dejé dobladas tal y cómo estaban. Intenté abrir los cajones de los muebles, estaban cerrados. Abrí el armario en busca de una segunda túnica un poco más ancha de la que llevaba puesta, pero allí dentro tampoco había nada.
Estaba empezando a pensar cuan buena idea era coger mi martillo y romper las cajoneras para saber qué eran lo que encerraban dentro cuando una gota de sangre cayó del techo manchando las sabanas impolutas que estaban encima de la tabla de madera. La sangre venía de la habitación superior, no había duda de ello, igual que no había duda que allí ni siquiera Flynn me iba a dejar entrar. Aunque, quizás podía ver algo sin necesidad de subir arriba.
Me de un salto me puse de pie encima de la gran tabla de madera. Tenía que inclinar un poco la espalda para no toparme contra el techo, cosa que agradecí, de estar demasiado alto no hubiera podido ver nada. Si por algo los brujos somos mejores que las demás razas es por nuestra magia con la telequinesia, igual sirve para levantar una enorme caja, como para alzar las faldas de una inocente joven o como para desplazar ligeramente los tablones del techo para hacer un minúsculo agujero con el que poder ver que sucedía allí arriba. Obviamente hice lo tercero.
En la tabla de madera del quirófano superior estaba el chico que había usado para entrar al hospital y una enfermera con él; no podía ver con demasiada nitidez qué era lo que estaba hacendo pero de algo estaba seguro: Por un golpe en la cabeza no hacía falta abrir el estómago.
Bajé de un salto la tabla donde había subido y por un momento estuve a punto de gritarle a Flynn entusiasmado por mis descubrimientos, pero me tapé la boca rápidamente con ambas manos al darme cuenta de que la enfermera estaba justo encima de mi cabeza, es decir, lo suficientemente cerca como para oírme hablar. Salí a paso acelerado de la habitación sin preocuparme de limpiar las huellas que dejé en la tabla de madera obra de mis zapatos llenos de barro.
-Creo que en la habitación que está justo encima de ésta hay algo muy interesante que me gustará ver, y puede que a ti también Flynn.- Le dije con una sonrisa a la vez que le ponía la mano en el hombro en señal de cordialidad. Una vez captada su atención continúe hablando.- Primero fue una gota de sangre que vi caer del techo, me asomé y me di cuenta que en el piso superior había mucha más sangre. ¿Y a qué no adivinas de quién? De "mí hijo". Cuando me asomé ya no sangraba pero una mujer le estaba abriendo el estómago y a saber qué estaba haciendo con eso abierto como si fuera un saco de patatas. No pude ver bien esa parte. Tu temible Rector se pondrá furioso si ve que a un paciente, por un golpe en la cabeza, le acaban haciendo cosas raras y enfermizas en el interrior de su barriga. -Hice una pausa para tragar saliva; algo tenía ese Rector que solo con nombrarlo se hacía parecer peligroso. -Venga vamos.-
Gerrit Nephgerd
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Re: La sombra de los perdidos. [Quest]
El niño se despertó con un grito, entre sudores. Había tenido una pesadilla... pero otra le esperaba en el mundo real. Tenía las manos atadas a la espalda, aunque aún seguía sobre la mesa. El dolor de cabeza seguía ahí, pero además había algo en el estómago que le escocia. Además, notaba el abdomen pastoso y pegajoso. ¿Que le estaba pasando? Tenía que hacer memoria. Lo último que recordaba era... ser perseguido por un hombre. Aunque a duras penas, podía rememorar su rostro. Eso es. Debía haber sido culpa suya.
El chico se arrastró y saltó de la mesa. Tenía que escapar, estuviera donde estuviese. Podía ver una puerta, pero al tratar de empujarla, se dio cuenta de que estaba cerrada. Sin embargo, estaba bastante destartalada... el niño vió algo de esperanza. Tal vez podría derribarla.
Se lanzó contra ella, usando su hombro como ariete. Nada. Lo intentó de nuevo, y sintió la puerta temblar un poco. Cargó otra vez. Y otra. Y otra. Se había abierto ligeramente... ya podía ver un rayo de luz desde la otra habitación. Se asomó por la minúscula rendija y se dio cuenta de dos cosas: una, estaba en el hospital de Dundarak. Y la otra, que una enfermera, una que no era Sonya, se acercaba. El chico se escondió debajo de la mesa y le rezó a todos los dioses para no le encontrase. Él sabía cosas. Nadie se había dado cuenta, pero sabía lo que ocurría. La puerta se abrió.
Flynn frunció el ceño ante la burla de Gerrit. ¿Estaba siendo idiota, o un capullo? En ambos casos, se empezaba a arrepentir de lo que estaba haciendo, aunque realmente no lo hacía por el "Doctor Martillo", sino para descubrir la verdad. Sin embargo, el brujo pareció averiguar algo, contra todo pronóstico. Nada muy concreto, pero era algo.
-¿Una mujer...? ¿Como era? Espera, encima de nosotros no debería haber ninguna habitación...- murmuró, pensativo. -El rector... si, probablemente sea buena idea decírselo a él. Odia que le hagan perder el tiempo, pero esto parece ser importante.- ambos subieron unas escaleras y atravesaron un largo pasillo, pero al girar en una esquina, se cruzaron de bruces con su destino.
-Hola, chicos.- dijo Sonya, mirandoles fijamente. -¿Que os traéis entre manos, hmm?- soltó una pequeña risilla y se acercó a Gerrit. -Oh... creo que no nos conocemos. Recordaría a un interno tan atractivo... Soy la doctora Tureme. Un placer.- dijo, ofreciéndole la mano a Gerrit. Sin embargo, Flynn interrumpió. -Sonya... tenemos algo urgente que hacer. Si nos disculpas...- el hombre intentó rodearla, pero esta le interrumpió el paso bruscamente.
-No tan deprisa.- volvió a esbozar su provocadora sonrisa y se dirigió al brujo nuevamente. -Tengo por costumbre el hacer una entrevista privada con los nuevos doctores. ¿No te importará, verdad?- rodeó al brujo y posó la mano en su hombro suavemente. -Flynn puede encargarse él sólo, ¿no?- le preguntó a Gerrit.
El chico se arrastró y saltó de la mesa. Tenía que escapar, estuviera donde estuviese. Podía ver una puerta, pero al tratar de empujarla, se dio cuenta de que estaba cerrada. Sin embargo, estaba bastante destartalada... el niño vió algo de esperanza. Tal vez podría derribarla.
Se lanzó contra ella, usando su hombro como ariete. Nada. Lo intentó de nuevo, y sintió la puerta temblar un poco. Cargó otra vez. Y otra. Y otra. Se había abierto ligeramente... ya podía ver un rayo de luz desde la otra habitación. Se asomó por la minúscula rendija y se dio cuenta de dos cosas: una, estaba en el hospital de Dundarak. Y la otra, que una enfermera, una que no era Sonya, se acercaba. El chico se escondió debajo de la mesa y le rezó a todos los dioses para no le encontrase. Él sabía cosas. Nadie se había dado cuenta, pero sabía lo que ocurría. La puerta se abrió.
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Flynn frunció el ceño ante la burla de Gerrit. ¿Estaba siendo idiota, o un capullo? En ambos casos, se empezaba a arrepentir de lo que estaba haciendo, aunque realmente no lo hacía por el "Doctor Martillo", sino para descubrir la verdad. Sin embargo, el brujo pareció averiguar algo, contra todo pronóstico. Nada muy concreto, pero era algo.
-¿Una mujer...? ¿Como era? Espera, encima de nosotros no debería haber ninguna habitación...- murmuró, pensativo. -El rector... si, probablemente sea buena idea decírselo a él. Odia que le hagan perder el tiempo, pero esto parece ser importante.- ambos subieron unas escaleras y atravesaron un largo pasillo, pero al girar en una esquina, se cruzaron de bruces con su destino.
-Hola, chicos.- dijo Sonya, mirandoles fijamente. -¿Que os traéis entre manos, hmm?- soltó una pequeña risilla y se acercó a Gerrit. -Oh... creo que no nos conocemos. Recordaría a un interno tan atractivo... Soy la doctora Tureme. Un placer.- dijo, ofreciéndole la mano a Gerrit. Sin embargo, Flynn interrumpió. -Sonya... tenemos algo urgente que hacer. Si nos disculpas...- el hombre intentó rodearla, pero esta le interrumpió el paso bruscamente.
-No tan deprisa.- volvió a esbozar su provocadora sonrisa y se dirigió al brujo nuevamente. -Tengo por costumbre el hacer una entrevista privada con los nuevos doctores. ¿No te importará, verdad?- rodeó al brujo y posó la mano en su hombro suavemente. -Flynn puede encargarse él sólo, ¿no?- le preguntó a Gerrit.
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Ansur
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Re: La sombra de los perdidos. [Quest]
Definitivamente Flynn era demasiado ingenuo. Tanto era así que me parecía que bordeaba los límites entre la estupidez y la ingenuidad. Unos minutos atrás estaba hablando del Rector como si le tuviera un miedo atroz y ahora, no solo hablaba con sumo respeto y sumisión hacía él, sino que además quería verle para informarle sobre mis descubrimientos en el piso de arriba. "Que alguien le de un trofeo a este hombre por favor, se lo merece." Por un momento estuve a punto de decirlo en voz alta, pero me supe controlar y solo lo pensé. Menos mal, de haberlo dicho en voz alta seguro que perdería la confianza que tanto me había costado ganar a base de "mi esposa está muerta".
-No pude ver bien a la mujer.- Le contesté a Flynn mordiéndome la lengua para no decir nada fuera de lugar. - Si te sirve de algo era morena y vestía una túnica blanca, supongo que con eso podemos descartar a la rubia que de antes.- Me maldije a mi mismo por no haber hecho el agujero en otro lado del techo. Si tan solo me hubiera subido encima de una cajonera y no de la tabla que servía de cama, podría haber visto de frente a la mujer e incluso ver qué le estaba haciendo dentro del estómago del niño. - Mira el lado bueno; siempre podemos preguntar a todas las mujeres del hospital, alguna de ellas tiene que ser la que estaba allí arriba.- Una pequeña broma para calmar el ambiente no venía nada mal, aunque miedo me daba que Flynn fuera tan estúpido como para tomarse esta broma en serio.
Arriba, estábamos yendo hacía arriba, eso era lo único que sabía a ciencia cierta. Las callejuelas del hospital eran un auténtico laberinto. Había unos pasillos más anchos por donde podía pasar un carruaje y otros tan estrechos que una persona con obesidad morbida no cabría allí dentro. De haber sido yo el guía, hubiera elegido los pasillos menos transitados para que no tengamos que cruzarnos con nadie ni dar explicaciones de lo que estábamos haciendo. Pero el guía era Flynn y su astucia destaca por su ausencia. Tras subir una escalera y pasar por el primer largo pasillos nos topamos con una de muchas enfermeras morenas y con túnica blanca. Era atractiva, mucho más atractiva que las otras dos enfermeras que conocí en el vestíbulo. Los dos botones superiores de su túnica los tenía desabrochados de forma que su fea bata de enfermera pareciera un muy sugerente escote.
“Si no le dais un premio a Flynn no parará.” Me mordí la lengua, y esta vez literalmente, ¿De verdad era tan estúpido o solo estaba bromeando? La gracia estaba en no llamar la atención y con sus respuestas hacia la doctora Sonya Tumere, Flynn no hacia otra cosa que llamar la atención. ¿A quién se le ocurre decir que estamos haciendo algo “urgente”? A Flynn, cómo no. Menos mal que estaba yo para solucionarlo.
-La verdad es que sí me importa, doctora Tumere.- Le contesté con una sonrisa que no ocultaba las ganas que tenía de volver a usar mi polla. – Estoy seguro que con esos labios cualquier hombre se rendirá a sus pies, pero por desgracia tengo un paciente que atender.-Le di un leve codazo a Flynn para que la enfermera le prestase atención.- Pero aquí mi amigo puede decirle todo lo que deseas saber: Edad, fecha de nacimiento, años de práctica en el hospital de Lunargenta… Flynn trabajó muchos años conmigo en el pasado, el te lo dirá todo. Ahora si me lo permite, he de irme.- La última frase la dije por pura cortesía, me daba igual que tuviera su permiso o no, iba a hacer lo que quisiera, como siempre he hecho.
En cuanto di unos pasos para alejarme de los dos médicos me arrepentí de haber tomado esa decisión. Sonya era una de esas mujeres que se encuentran solo una vez cada año, la única chica que la podía superar a lo que atractivo se refiere era la bailarina Keira Bravery. Tenía una oportunidad perfecta para encontrarme a solas con la doctora Tumere, una oportunidad que podía acabar en muchas cosas; mentiría si dijera que no estaba deseoso de probar si en verdad la cura de Hermes funcionaría. Mas, en una de estas habitaciones, habían hecho algo muy extraño al niño que cogí prestado para infiltrarme en el hospital. Él era la prueba de que aquí pasaba algo fuera de lo común, una prueba que le debería valer su peso en oro a Hermes. Si no se la entrega el viejo era capaz de caparme de por vida.
Contra más me entretuviera más me lamentaría el haber rechazado la petición que escondía la sonrisa de Sonya. No podía permitirme el lujo de pararme a hablar, por lo que me di toda la prisa que pude para entrar en la habitación donde debería estar el niño chatarrero; debería pero no estaba. No había ni rastro de él. O una de dos, o se había escapado la única prueba que tenía para demostrar a Hermes que tenía razón o alguien lo había hecho desaparecer.
-¡Maldición!- Bramé. - Se ve que ser un héroe y salvar a los niños no es lo mío.- Si Sonya me hubiera escuchado en el pasillo habría sido tan estúpido e insensato que el amigo Flynn, pero tenía que desahogarme en voz alta. Siempre que intentaba hacer algo bueno, para variar, me salía mal. Por lo menos, si era verdad que mi abuelo me estaba vigilando y todo esto solo era una prueba como bien creía, no se podía negar que no lo había intentado.
-No pude ver bien a la mujer.- Le contesté a Flynn mordiéndome la lengua para no decir nada fuera de lugar. - Si te sirve de algo era morena y vestía una túnica blanca, supongo que con eso podemos descartar a la rubia que de antes.- Me maldije a mi mismo por no haber hecho el agujero en otro lado del techo. Si tan solo me hubiera subido encima de una cajonera y no de la tabla que servía de cama, podría haber visto de frente a la mujer e incluso ver qué le estaba haciendo dentro del estómago del niño. - Mira el lado bueno; siempre podemos preguntar a todas las mujeres del hospital, alguna de ellas tiene que ser la que estaba allí arriba.- Una pequeña broma para calmar el ambiente no venía nada mal, aunque miedo me daba que Flynn fuera tan estúpido como para tomarse esta broma en serio.
Arriba, estábamos yendo hacía arriba, eso era lo único que sabía a ciencia cierta. Las callejuelas del hospital eran un auténtico laberinto. Había unos pasillos más anchos por donde podía pasar un carruaje y otros tan estrechos que una persona con obesidad morbida no cabría allí dentro. De haber sido yo el guía, hubiera elegido los pasillos menos transitados para que no tengamos que cruzarnos con nadie ni dar explicaciones de lo que estábamos haciendo. Pero el guía era Flynn y su astucia destaca por su ausencia. Tras subir una escalera y pasar por el primer largo pasillos nos topamos con una de muchas enfermeras morenas y con túnica blanca. Era atractiva, mucho más atractiva que las otras dos enfermeras que conocí en el vestíbulo. Los dos botones superiores de su túnica los tenía desabrochados de forma que su fea bata de enfermera pareciera un muy sugerente escote.
“Si no le dais un premio a Flynn no parará.” Me mordí la lengua, y esta vez literalmente, ¿De verdad era tan estúpido o solo estaba bromeando? La gracia estaba en no llamar la atención y con sus respuestas hacia la doctora Sonya Tumere, Flynn no hacia otra cosa que llamar la atención. ¿A quién se le ocurre decir que estamos haciendo algo “urgente”? A Flynn, cómo no. Menos mal que estaba yo para solucionarlo.
-La verdad es que sí me importa, doctora Tumere.- Le contesté con una sonrisa que no ocultaba las ganas que tenía de volver a usar mi polla. – Estoy seguro que con esos labios cualquier hombre se rendirá a sus pies, pero por desgracia tengo un paciente que atender.-Le di un leve codazo a Flynn para que la enfermera le prestase atención.- Pero aquí mi amigo puede decirle todo lo que deseas saber: Edad, fecha de nacimiento, años de práctica en el hospital de Lunargenta… Flynn trabajó muchos años conmigo en el pasado, el te lo dirá todo. Ahora si me lo permite, he de irme.- La última frase la dije por pura cortesía, me daba igual que tuviera su permiso o no, iba a hacer lo que quisiera, como siempre he hecho.
En cuanto di unos pasos para alejarme de los dos médicos me arrepentí de haber tomado esa decisión. Sonya era una de esas mujeres que se encuentran solo una vez cada año, la única chica que la podía superar a lo que atractivo se refiere era la bailarina Keira Bravery. Tenía una oportunidad perfecta para encontrarme a solas con la doctora Tumere, una oportunidad que podía acabar en muchas cosas; mentiría si dijera que no estaba deseoso de probar si en verdad la cura de Hermes funcionaría. Mas, en una de estas habitaciones, habían hecho algo muy extraño al niño que cogí prestado para infiltrarme en el hospital. Él era la prueba de que aquí pasaba algo fuera de lo común, una prueba que le debería valer su peso en oro a Hermes. Si no se la entrega el viejo era capaz de caparme de por vida.
Contra más me entretuviera más me lamentaría el haber rechazado la petición que escondía la sonrisa de Sonya. No podía permitirme el lujo de pararme a hablar, por lo que me di toda la prisa que pude para entrar en la habitación donde debería estar el niño chatarrero; debería pero no estaba. No había ni rastro de él. O una de dos, o se había escapado la única prueba que tenía para demostrar a Hermes que tenía razón o alguien lo había hecho desaparecer.
-¡Maldición!- Bramé. - Se ve que ser un héroe y salvar a los niños no es lo mío.- Si Sonya me hubiera escuchado en el pasillo habría sido tan estúpido e insensato que el amigo Flynn, pero tenía que desahogarme en voz alta. Siempre que intentaba hacer algo bueno, para variar, me salía mal. Por lo menos, si era verdad que mi abuelo me estaba vigilando y todo esto solo era una prueba como bien creía, no se podía negar que no lo había intentado.
Última edición por Gerrit Nephgerd el Jue Feb 11, 2016 11:07 am, editado 3 veces
Gerrit Nephgerd
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Re: La sombra de los perdidos. [Quest]
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Re: La sombra de los perdidos. [Quest]
"Mujer y morena. Muy útil." pensó Flynn. Empezaba a pensar que le iría mejor investigando por su cuenta. Esa sospecha se incrementó aún más cuando el brujo le dejó a merced de la enfermera y se fue por su cuenta, haciendole abrir la boca con incredulidad. La enfermera también pareció sorprendida: durante una milésima segundo se pudo apreciar como su falsa sonrisa se desvanecía, pero fue reemplazada al instante por otra hacia Flynn.
-Vaya. Así que amigos, ¿hmm? Bueno, venga conmigo y cuentemé sobre él.- el hombre negó con la cabeza y dio un paso atrás, inseguro. Él también quería "hablar" a solas con la doctora. Lo había querido desde que se le insinuó por primera vez. Pero tenía que avisar al Rector. Tenía que avisar al Rector...
-Acércate...- Sonya susurró una palabra que resonó por la cabeza de Flynn. El médico sintió su cabeza ligera y no pudo evitar asentir ligeramente, sin saber muy bien lo que estaba haciendo. Segundos después, se encontró a sí mismo siguiendo a la doctora Tumere hasta una sala de espera vacía. Y sólo entonces se dio cuenta de lo que estaba haciendo. Pero ya era demasiado tarde. La doctora colocó un pañuelo impregnado con algún líquido de olor fuerte sobre la boca de Flynn.
-¿Qué estás haciendo, maldita bu...?- exclamó, quitándose el paño. La mujer se llevó un dedo a los labios, exigiendo silencio, y el hombre se calló, provocando que la doctora riese, satisfecha.
El brujo podía oir pasos acercándose hacia donde estaba, pero no había donde ocultarse: sólo había una puerta, y el único lugar que se ocultaba a la vista era debajo de la mesa de operaciones, y no era lo suficientemente grande. Tras unos segundos, se encontraría con los dos doctores que había dejado atrás hace unos segundos.
-¡Aquí estás! Esta parte del hospital está abandonada, ¿sabes? Nadie puede estar aquí. Y de hecho, Flynn me lo ha contado todo. No eres un doctor, sólo estás buscando a ese niño, ¿no?- Flynn, que ahora parecía algo pálido y mucho más agotado, no dijo nada. Ni siquiera miró al brujo a los ojos. Sólo se acercó a él y le agarró del brazo. -Vamos, Flynn. Llévalo con el niño.-
Mientras caminaban por los distintos pasillos, ninguno de los médicos dijo palabra. La enfermera iba delante, guiando a los otros dos, y Flynn aún tenía agarrado al brujo, oprimiendo su brazo con bastante fuerza. Finalmente, llegaron a una habitación que, a diferencia de la mayoría de salas en el hospital, parecía un estudio, con un escritorio de madera en medio, y una figura sentada detrás de él.
-Bienvenido.- dijo el Rector. -Por favor, tome asiento.- ordenó, señalando con la mano a una silla delante del escritorio junto a la que se encontraba el niño, atado a la silla.
-Vaya. Así que amigos, ¿hmm? Bueno, venga conmigo y cuentemé sobre él.- el hombre negó con la cabeza y dio un paso atrás, inseguro. Él también quería "hablar" a solas con la doctora. Lo había querido desde que se le insinuó por primera vez. Pero tenía que avisar al Rector. Tenía que avisar al Rector...
-Acércate...- Sonya susurró una palabra que resonó por la cabeza de Flynn. El médico sintió su cabeza ligera y no pudo evitar asentir ligeramente, sin saber muy bien lo que estaba haciendo. Segundos después, se encontró a sí mismo siguiendo a la doctora Tumere hasta una sala de espera vacía. Y sólo entonces se dio cuenta de lo que estaba haciendo. Pero ya era demasiado tarde. La doctora colocó un pañuelo impregnado con algún líquido de olor fuerte sobre la boca de Flynn.
-¿Qué estás haciendo, maldita bu...?- exclamó, quitándose el paño. La mujer se llevó un dedo a los labios, exigiendo silencio, y el hombre se calló, provocando que la doctora riese, satisfecha.
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El brujo podía oir pasos acercándose hacia donde estaba, pero no había donde ocultarse: sólo había una puerta, y el único lugar que se ocultaba a la vista era debajo de la mesa de operaciones, y no era lo suficientemente grande. Tras unos segundos, se encontraría con los dos doctores que había dejado atrás hace unos segundos.
-¡Aquí estás! Esta parte del hospital está abandonada, ¿sabes? Nadie puede estar aquí. Y de hecho, Flynn me lo ha contado todo. No eres un doctor, sólo estás buscando a ese niño, ¿no?- Flynn, que ahora parecía algo pálido y mucho más agotado, no dijo nada. Ni siquiera miró al brujo a los ojos. Sólo se acercó a él y le agarró del brazo. -Vamos, Flynn. Llévalo con el niño.-
Mientras caminaban por los distintos pasillos, ninguno de los médicos dijo palabra. La enfermera iba delante, guiando a los otros dos, y Flynn aún tenía agarrado al brujo, oprimiendo su brazo con bastante fuerza. Finalmente, llegaron a una habitación que, a diferencia de la mayoría de salas en el hospital, parecía un estudio, con un escritorio de madera en medio, y una figura sentada detrás de él.
-Bienvenido.- dijo el Rector. -Por favor, tome asiento.- ordenó, señalando con la mano a una silla delante del escritorio junto a la que se encontraba el niño, atado a la silla.
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Re: La sombra de los perdidos. [Quest]
Había llegado tan lejos para nada. ¡Qué mal se me daba ser un héroe! Había pensado que, nada más llegar a la habitación superior donde había visto esa operación tan extraña, encontraría al niño y saldría de este maldito hospital con la única prueba que el viejo Hermes necesitaba. Pero me equivoqué, fui un iluso soñador y, ahora estaba pagando mi pecado. Me eché el pelo hacia atrás en un gesto plagado de impotencia e ira. Necesitaba relajarme, respirar hondo y tomarme unos segundos de descanso; si no lo hubiera hecho bien podría haber cogido a Suuri y destrozar cada mueble de la habitación a base de besos de martillo. Así también podría encontrar la prueba que el viejo necesitaba, pero dejaría de ser el espía sigiloso que me pidió que fuera.
Mientras me tomaba mis segundos de paz escuché unos pasos sonoros acercándose por el pasillo directos. Mi primer instinto fue esconderme detrás de una cortina o en el interior de un armario. Sin embargo, pronto deshice aquella idea. No iba a esconderme de un par de matasanos. Si me vieran en la habitación, los cogería a ellos en vez de al niño y los llevaría frente a Hermes. Estaba seguro que el viejo tendría alguna extraña droga que, al fumarla, haría que los médicos desembuchasen todo lo que habían hecho al pobre niño. Aquel maldito loco sabía más de lo que aparentaba, de eso no había ninguna duda.
Esperé pacientemente enfrente de la puerta, con las manos en los bolsillos de la túnica jugando con las piedrecitas y las motas de polvo que habían en su interior; estaba preparado para lo que fuera que apareciese. O, al menos creía estarlo. Jamás imaginé que uno de los médicos que venían a por mí fuera mi nuevo amigo Flynn y en compañía de la sensual doctora de antes, eso sí que me lo pudiera haber esperado.
-Flynn eres un bocazas.- Dije con una sonrisa tramadora. - Acabas de chafar la sorpresa que tenía preparada para nuestra amiga Sonya.- Pero Flynn no me respondió. Estaba pálido y delgado como las representaciones de la Muerte que solían hacer algunas de esas idiotas religiones. Algo me olía mal en todo ese asunto; demasiado mal. –Sí, será mejor que me lleves con mi hijo.- Continué con la treta que había inventado minutos antes, aunque ya sabía que de poco me serviría.
Agarrándome por el brazo con una fuerza que nunca hubiera sospechado que tendría, Flynn me llevó entre los pasillos del hospital a una nueva habitación. Una especie de despacho con sus librerías, su escritorio y su jefe mal humorado sentado con las manos cruzadas observándome. Lo único que distaba de un despacho convencional es que en ninguno de los que yo hubiera visto hasta entonces tenían un niño atado a una silla.
Una vez sentado en una de las sillas me reí sonoramente; no podía dejar de reír. ¿Necesitaba más pruebas para saber que estaba pasando algo raro en el hospital? ¡Por supuesto que no! Lo había visto todo y oído todo. En mi mente tenía las mejores pruebas. En mi mente y en otro lugar que se me acababa de ocurrir.
-Muy bien, me habéis pillado. ¿Ahora viene cuando me habláis de vuestros planes?- Suspiré profundamente. Era tan obvio que me habían atrapado y que poco podía hacer para liberarme. -- Matadme si queréis pero ellos ya lo sabe todo. Ventajas de ser un brujo, nuestros hechizos son los mejores. - Una pequeña pausa para dar más intriga a ese "ellos" que acababa de soltar.-¿Y bien que me contáis? ¡Venga quiero oírlos! Ellos también os estarán escuchando desde el otro lado.-Me lo estaba inventado todo, ¿pero quién dice que Hermes no había hecho alguno de sus trucos conmigo? Si conoció a mi abuelo, el experto en secretos y engaños por excelencia, era muy posible que el viejo loco hubiera me hubiera metido algo para escuchar y ver todo cuanto yo escuchaba y veía. Así que, técnicamente, no estaba mintiendo, solo hacía realidad lo que era probable.
Mientras me tomaba mis segundos de paz escuché unos pasos sonoros acercándose por el pasillo directos. Mi primer instinto fue esconderme detrás de una cortina o en el interior de un armario. Sin embargo, pronto deshice aquella idea. No iba a esconderme de un par de matasanos. Si me vieran en la habitación, los cogería a ellos en vez de al niño y los llevaría frente a Hermes. Estaba seguro que el viejo tendría alguna extraña droga que, al fumarla, haría que los médicos desembuchasen todo lo que habían hecho al pobre niño. Aquel maldito loco sabía más de lo que aparentaba, de eso no había ninguna duda.
Esperé pacientemente enfrente de la puerta, con las manos en los bolsillos de la túnica jugando con las piedrecitas y las motas de polvo que habían en su interior; estaba preparado para lo que fuera que apareciese. O, al menos creía estarlo. Jamás imaginé que uno de los médicos que venían a por mí fuera mi nuevo amigo Flynn y en compañía de la sensual doctora de antes, eso sí que me lo pudiera haber esperado.
-Flynn eres un bocazas.- Dije con una sonrisa tramadora. - Acabas de chafar la sorpresa que tenía preparada para nuestra amiga Sonya.- Pero Flynn no me respondió. Estaba pálido y delgado como las representaciones de la Muerte que solían hacer algunas de esas idiotas religiones. Algo me olía mal en todo ese asunto; demasiado mal. –Sí, será mejor que me lleves con mi hijo.- Continué con la treta que había inventado minutos antes, aunque ya sabía que de poco me serviría.
Agarrándome por el brazo con una fuerza que nunca hubiera sospechado que tendría, Flynn me llevó entre los pasillos del hospital a una nueva habitación. Una especie de despacho con sus librerías, su escritorio y su jefe mal humorado sentado con las manos cruzadas observándome. Lo único que distaba de un despacho convencional es que en ninguno de los que yo hubiera visto hasta entonces tenían un niño atado a una silla.
Una vez sentado en una de las sillas me reí sonoramente; no podía dejar de reír. ¿Necesitaba más pruebas para saber que estaba pasando algo raro en el hospital? ¡Por supuesto que no! Lo había visto todo y oído todo. En mi mente tenía las mejores pruebas. En mi mente y en otro lugar que se me acababa de ocurrir.
-Muy bien, me habéis pillado. ¿Ahora viene cuando me habláis de vuestros planes?- Suspiré profundamente. Era tan obvio que me habían atrapado y que poco podía hacer para liberarme. -- Matadme si queréis pero ellos ya lo sabe todo. Ventajas de ser un brujo, nuestros hechizos son los mejores. - Una pequeña pausa para dar más intriga a ese "ellos" que acababa de soltar.-¿Y bien que me contáis? ¡Venga quiero oírlos! Ellos también os estarán escuchando desde el otro lado.-Me lo estaba inventado todo, ¿pero quién dice que Hermes no había hecho alguno de sus trucos conmigo? Si conoció a mi abuelo, el experto en secretos y engaños por excelencia, era muy posible que el viejo loco hubiera me hubiera metido algo para escuchar y ver todo cuanto yo escuchaba y veía. Así que, técnicamente, no estaba mintiendo, solo hacía realidad lo que era probable.
Gerrit Nephgerd
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Re: La sombra de los perdidos. [Quest]
El Rector observó a Gerrit sin inmutarse lo más mínimo. Era evidente para cualquiera que el brujo estaba mintiendo en un acto desesperado por confundirle. Pero desafortunadamente para Gerrit, no había ningún "ellos" que fuese a acudir para rescatarlo en el peor momento.
-Debería pensar más en lo que dice. No tenemos enemigos que puedan detenernos. Me he asegurado de ser precavido. Usted no conoce los límites de lo que podemos hacer aquí. Todo esto es por el avance de la medicina, se lo aseguro. - el Rector se acomodó las gafas y miró a Sonya. - Muéstrele a nuestro amigo contra lo que se está enfrentando.
Sonya hizo que el niño se levantase y se alejase unos metros, colocandolo entre Gerrit y la puerta. El chico estaba pálido, aunque menos que Flynn, y tembloroso, temiendo lo que podía ocurrir a continuación. La enfermera pronunció unas palabras indescifrables y, al instante, un leve chirrido se escuchó desde el interior del niño. En su estómago, la pequeña esfera metálica había desplegado agujas de diez centímetros por todas partes, de forma similar a la esfera de un mangual, que perforaron las entrañas del pequeño sin dificultad. A continuación, la enfermera colocó un pañuelo sobre la boca del crío. Al olerlo, varias sacudidas recorrieron su cuerpo y vomitó. La esfera, siendo expulsada violentamente, desgarró las entrañas que encontró a su paso, acabando en el suelo, llena de sangre, con algunas de las espinas aún clavadas en el interior del niño, que ahora yacía muerto junto a ella.
-Impresionante.- felicitó el Rector. -Tendré que hacer que limpien bien la sala más tarde, pero estoy muy satisfecho.- Sonya no podía parar de sonreir, mucho más contenta de lo normal. No dijo nada, sólo hizo una pequeña reverencia y miró a Flynn, que permanecía inexpresivo.
-Ah, si. Dijo que tenía otro experimento que mostrarme. Por favor, continue.- la enfermera se acercó a Flynn y le dió un bisturí. -Flynn, mata a nuestro invitado.- ordenó.
Flynn miró a Gerrit y, tras unos segundos, se abalanzó sobre él.
-Debería pensar más en lo que dice. No tenemos enemigos que puedan detenernos. Me he asegurado de ser precavido. Usted no conoce los límites de lo que podemos hacer aquí. Todo esto es por el avance de la medicina, se lo aseguro. - el Rector se acomodó las gafas y miró a Sonya. - Muéstrele a nuestro amigo contra lo que se está enfrentando.
Sonya hizo que el niño se levantase y se alejase unos metros, colocandolo entre Gerrit y la puerta. El chico estaba pálido, aunque menos que Flynn, y tembloroso, temiendo lo que podía ocurrir a continuación. La enfermera pronunció unas palabras indescifrables y, al instante, un leve chirrido se escuchó desde el interior del niño. En su estómago, la pequeña esfera metálica había desplegado agujas de diez centímetros por todas partes, de forma similar a la esfera de un mangual, que perforaron las entrañas del pequeño sin dificultad. A continuación, la enfermera colocó un pañuelo sobre la boca del crío. Al olerlo, varias sacudidas recorrieron su cuerpo y vomitó. La esfera, siendo expulsada violentamente, desgarró las entrañas que encontró a su paso, acabando en el suelo, llena de sangre, con algunas de las espinas aún clavadas en el interior del niño, que ahora yacía muerto junto a ella.
-Impresionante.- felicitó el Rector. -Tendré que hacer que limpien bien la sala más tarde, pero estoy muy satisfecho.- Sonya no podía parar de sonreir, mucho más contenta de lo normal. No dijo nada, sólo hizo una pequeña reverencia y miró a Flynn, que permanecía inexpresivo.
-Ah, si. Dijo que tenía otro experimento que mostrarme. Por favor, continue.- la enfermera se acercó a Flynn y le dió un bisturí. -Flynn, mata a nuestro invitado.- ordenó.
Flynn miró a Gerrit y, tras unos segundos, se abalanzó sobre él.
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Re: La sombra de los perdidos. [Quest]
Mientras el Rector hablaba yo no podía dejar de escuchar en mi mente la voz de mi abuelo al renegarme de pequeño después de hacer una de mis habituales trastadas. Recordaba que decía frases como: “Te sobra corazón, pero te falta lo más importante: esto.” Luego me daba un golpe con dos dedos en la frente para señalar que, lo que me faltaba, era cerebro. Ese golpe de dos dedos me ponía de mal humor. Él lo sabía y, aun así, lo repetía una y otra vez. “Para que no se te olvide.” Contestaba una y otra vez cuando le preguntaba por qué volvía a darme en la frente.
Cuando murió, ¿o debería decir cuando supuestamente murió? murieron con el golpe en la frente con dos dedos. O eso creí; pues tenía la impresión de que el Rector estaba dándome otro golpe en la frente, solo que no utilizaba dos dedos para hacerme ver que me faltaba cerebro.
El Rector, al finalizar su monólogo hizo una señal a la doctora Tumere. No sé qué cojones hizo ella que el niño se puso en frente mía y, de repente, murió. Decir que se desgarró por dentro, que algo en su interior le estuvo le estaba matando, sería describirlo por la vía rápida. Dentro de su cuerpo pasó algo más, algo que estaba convencido que tenía que ver con lo que sea que vi que metieron en su interior. Todo empezó con una tos que le llenó al niño la boca de sangre y vomito. Abrí los ojos tanto como pude para no perder detalle de lo que le estaba pasando; aunque no quisiera mirarlo, me odiaba a mi mismo por estar mirando, sentía que lo necesitaba, que si no lo hacía iba a perder algo importante. Después de toser de aquella manera tan visceral, Sonya se acercó al crío y le dejó oler un pañuelo. Entonces pasó, el niño echó el último vomito expulsando una bola de metal y mucha más sangre que antes.
El Rector volvió a hablar, unas pocas frases pero yo no le escuché, no podía dejar de ver el cadáver del niño. Pretendía salvarlo, ser un héroe para variar, pero… ¿En qué estaba pensado? Si mi padre, desde el mismo día que nací hasta el mismo día que le maté, me llamó monstruo y asesino. Lo mío no eran salvar vidas, solo destruirlas, como había hecho con ese niño. Otro cadáver más a sumar a los muertos que corrían por mi espalda.
Sonya le entregó un bisturí a Flynn, quien seguía decir sin decir nada. La doctora Tumere dijo cinco palabras y Flynn se abalanzó contra mí, bisturí. Pero yo fui más rápido, como diría mi abuelo, me sobra corazón para actuar. Con el poder telequinética, controlé la silla en la que estaba sentado, me levanté, y empujé mi silla con la mente hacia Flynn junto antes de que me atacara. Eso le hizo tropezar, con lo que gané unos segundos de ventaja antes de que él viniese otra vez a atacarme con el bisturí en mano. Aproveché esos pocos segundos ataqué al doctor con una suave corriente eléctrica directa a la cabeza que el hizo irse a dormir; por lo menos calló desmayado en la silla que le había tirado.
Durante unos segundos después de dejar inconsciente a Flynn no dije nada, solo observé al Rector y a Sonya mientras escuchaba de fondo a mi abuelo decir su frase: “Te sobra corazón, pero te falta lo más importante: esto.” Hacía más de veinte años que no escuchaba esa frase.
-Tienes razón.- Susurré. Se lo decía a mi abuelo, y también al Rector pero solo porque estaba ahí, principalmente se lo decía a mi abuelo. - Tú y yo no somos tan diferentes, señor Rector- Era la primera vez en todo el día que le ponía el “señor” delante de su nombre. Algo había pasado en mi cabeza, el golpe en la frente, ese que no se había hecho con dos dedos, me había abierto en los ojos. Di unos pasos al frente, me puse justo de pie detrás de Flynn y, con las manos reposadas en sus hombros para asegurarme que no se levantaba, volví a hablar. – El avance de la medicina es importante, igual que lo es el avance de una sociedad ¿verdad que sí?- Con la mano derecha, desaté a Suuri del cinturón de la túnica y sujeté su empuñadura con fuerza. – He hecho muchas atrocidades por el avance de los brujos, no me arrepiento de ninguna de ellas. Suuri dado muchos besos de martillo a centenas de elfos, en todos ha disfrutado.- Señalé con la cabeza del martillo al niño muerto.- Eso no es nada en comparación a lo que yo hacía hace años…-
El Rector era como yo, también como Samhain y también como mi padre. Eramos personas que no nos importaba a quienes teníamos que chafar por tal de conseguir el avance de lo que deseábamos. Construíamos un nuevo futuro con nuestras normas y con nuestras muertes cargadas a la espalda.
-Somos iguales.- En mis labios se dibujo una sonrisa que hacía años que no aparecía, esa con la que me veía cada elfo antes de morir. –Y como iguales te ofrezco mi ayuda.- Solté de golpe la empuñadura de Suuri dejándola caer en el suelo. - ¿Cuántos doctores con la sangre tan fría como Sonya tienes? El Flynn que conocí habría gritado como una nena al ver como el crío moría. Pero yo, ¡venga! Este era el pan mío de cada día, puedo resistir y hacer cualquier cosa. - Del bolsillo de la túnica saqué una de las piedrecitas con las que jugaba antes de entrar al despacho y se la lancé a manos del Rector. - Y lo que te vigilaban no era broma, era muy cierto. Aunque sí que era mentira que esa piedrecita sea un chivo espiatorio. Me sobra corazón pero me falta de esto.- Di dos golpes en mi frente como hacía mi abuelo.
Cuando murió, ¿o debería decir cuando supuestamente murió? murieron con el golpe en la frente con dos dedos. O eso creí; pues tenía la impresión de que el Rector estaba dándome otro golpe en la frente, solo que no utilizaba dos dedos para hacerme ver que me faltaba cerebro.
El Rector, al finalizar su monólogo hizo una señal a la doctora Tumere. No sé qué cojones hizo ella que el niño se puso en frente mía y, de repente, murió. Decir que se desgarró por dentro, que algo en su interior le estuvo le estaba matando, sería describirlo por la vía rápida. Dentro de su cuerpo pasó algo más, algo que estaba convencido que tenía que ver con lo que sea que vi que metieron en su interior. Todo empezó con una tos que le llenó al niño la boca de sangre y vomito. Abrí los ojos tanto como pude para no perder detalle de lo que le estaba pasando; aunque no quisiera mirarlo, me odiaba a mi mismo por estar mirando, sentía que lo necesitaba, que si no lo hacía iba a perder algo importante. Después de toser de aquella manera tan visceral, Sonya se acercó al crío y le dejó oler un pañuelo. Entonces pasó, el niño echó el último vomito expulsando una bola de metal y mucha más sangre que antes.
El Rector volvió a hablar, unas pocas frases pero yo no le escuché, no podía dejar de ver el cadáver del niño. Pretendía salvarlo, ser un héroe para variar, pero… ¿En qué estaba pensado? Si mi padre, desde el mismo día que nací hasta el mismo día que le maté, me llamó monstruo y asesino. Lo mío no eran salvar vidas, solo destruirlas, como había hecho con ese niño. Otro cadáver más a sumar a los muertos que corrían por mi espalda.
Sonya le entregó un bisturí a Flynn, quien seguía decir sin decir nada. La doctora Tumere dijo cinco palabras y Flynn se abalanzó contra mí, bisturí. Pero yo fui más rápido, como diría mi abuelo, me sobra corazón para actuar. Con el poder telequinética, controlé la silla en la que estaba sentado, me levanté, y empujé mi silla con la mente hacia Flynn junto antes de que me atacara. Eso le hizo tropezar, con lo que gané unos segundos de ventaja antes de que él viniese otra vez a atacarme con el bisturí en mano. Aproveché esos pocos segundos ataqué al doctor con una suave corriente eléctrica directa a la cabeza que el hizo irse a dormir; por lo menos calló desmayado en la silla que le había tirado.
Durante unos segundos después de dejar inconsciente a Flynn no dije nada, solo observé al Rector y a Sonya mientras escuchaba de fondo a mi abuelo decir su frase: “Te sobra corazón, pero te falta lo más importante: esto.” Hacía más de veinte años que no escuchaba esa frase.
-Tienes razón.- Susurré. Se lo decía a mi abuelo, y también al Rector pero solo porque estaba ahí, principalmente se lo decía a mi abuelo. - Tú y yo no somos tan diferentes, señor Rector- Era la primera vez en todo el día que le ponía el “señor” delante de su nombre. Algo había pasado en mi cabeza, el golpe en la frente, ese que no se había hecho con dos dedos, me había abierto en los ojos. Di unos pasos al frente, me puse justo de pie detrás de Flynn y, con las manos reposadas en sus hombros para asegurarme que no se levantaba, volví a hablar. – El avance de la medicina es importante, igual que lo es el avance de una sociedad ¿verdad que sí?- Con la mano derecha, desaté a Suuri del cinturón de la túnica y sujeté su empuñadura con fuerza. – He hecho muchas atrocidades por el avance de los brujos, no me arrepiento de ninguna de ellas. Suuri dado muchos besos de martillo a centenas de elfos, en todos ha disfrutado.- Señalé con la cabeza del martillo al niño muerto.- Eso no es nada en comparación a lo que yo hacía hace años…-
El Rector era como yo, también como Samhain y también como mi padre. Eramos personas que no nos importaba a quienes teníamos que chafar por tal de conseguir el avance de lo que deseábamos. Construíamos un nuevo futuro con nuestras normas y con nuestras muertes cargadas a la espalda.
-Somos iguales.- En mis labios se dibujo una sonrisa que hacía años que no aparecía, esa con la que me veía cada elfo antes de morir. –Y como iguales te ofrezco mi ayuda.- Solté de golpe la empuñadura de Suuri dejándola caer en el suelo. - ¿Cuántos doctores con la sangre tan fría como Sonya tienes? El Flynn que conocí habría gritado como una nena al ver como el crío moría. Pero yo, ¡venga! Este era el pan mío de cada día, puedo resistir y hacer cualquier cosa. - Del bolsillo de la túnica saqué una de las piedrecitas con las que jugaba antes de entrar al despacho y se la lancé a manos del Rector. - Y lo que te vigilaban no era broma, era muy cierto. Aunque sí que era mentira que esa piedrecita sea un chivo espiatorio. Me sobra corazón pero me falta de esto.- Di dos golpes en mi frente como hacía mi abuelo.
Gerrit Nephgerd
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Re: La sombra de los perdidos. [Quest]
El Rector sonrió de medio lado alzándose de la silla, dando ligeras palmadas que pretendían ser un aplauso y escuchó con brazos cruzados, el monologo del brujo que, martillo en mano, le intentaba convencer de sus capacidades. ¿Acaso pensaba que iba a dejarlo ayudar? No, sus experimentos solo podían realizarlos expertos que entendieran lo importante que era el avance de la ciencia. Avance social, decía el preso, la sociedad no era nada sin la ciencia, solo la ciencia era importante, solo la ciencia podía hacer que el mundo avanzara, y ningún amante de "la sociedad" como quería aparentar el que se estaba describiendo, ante sus ojos, como un simple asesino, metiera sus narices en estos.
Tomó al vuelo la piedra que le lanzó el tipo y la observó de cerca, tal vez pudiera hacer algo con las piedras, seguro que eran útiles en sus planes. Alzó la vista hacia el intruso, y sonrió de medio lado. No iba a dejarlo meter las narices en sus experimentos, pero nada le impedía apuñalarlo por la espalda mientras el otro pensaba que había sido aceptado. Cerró el puño, ocultando la piedra en este, y salió de detrás de su mesa para, con serenidad, apoyarse en la parte frontal, mientras jugaba con la piedra de su mano.
— Sonya, lleve al caballero al laboratorio tres, déjele ver los sueros.— comentó con calma mirando a la sorprendida doctora quien, con calma, hizo una ligera reverencia y asintió, abriendo la puerta del despacho para dejar salir al intruso frente a ella.
El lugar estaba tenuemente iluminado con luces blanquecinas que brillaban en las paredes, llameando con suavidad. Sobre las aseadas mesas de madera, burbujeaban líquidos de mil colores que iban cambiando de tonalidad, textura y solubilidad a medida que pasaban los minutos, intentando encajar los líquidos que se habían intentado mezclar. Algunas ratas correteaban en sus jaulas, felices, ajenas al destino que las deparaba, unas celdas, ocultas tras una gran puerta de madera, ocultaba algunos de sus experimentos fallidos, algunos de los cuales estaban ya moribundos.
Sobre una de las mesas, junto a varios botes más, había dos pastillas concretas de color rojo y azul, curiosas, pues eran las únicas de dichos colores presentes en todo el laboratorio, eran las que más habían trabajado, las más perfectas, y sus efectos, al contrario que el resto de sus investigaciones, no eran para causar muerte y dolor, esas dos pastillas, escondidas entre otras muchas, eran las investigaciones de Flynn, el buen doctor que solo había querido ayudar y a quien, días atrás le habían desaparecido sus dos muestras acabadas.
Gerrit, puedes escoger si seguirla, o no, si la sigues llegarás a un laboratorio en el sótano que, tal vez, te interese.
Tomó al vuelo la piedra que le lanzó el tipo y la observó de cerca, tal vez pudiera hacer algo con las piedras, seguro que eran útiles en sus planes. Alzó la vista hacia el intruso, y sonrió de medio lado. No iba a dejarlo meter las narices en sus experimentos, pero nada le impedía apuñalarlo por la espalda mientras el otro pensaba que había sido aceptado. Cerró el puño, ocultando la piedra en este, y salió de detrás de su mesa para, con serenidad, apoyarse en la parte frontal, mientras jugaba con la piedra de su mano.
— Sonya, lleve al caballero al laboratorio tres, déjele ver los sueros.— comentó con calma mirando a la sorprendida doctora quien, con calma, hizo una ligera reverencia y asintió, abriendo la puerta del despacho para dejar salir al intruso frente a ella.
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El lugar estaba tenuemente iluminado con luces blanquecinas que brillaban en las paredes, llameando con suavidad. Sobre las aseadas mesas de madera, burbujeaban líquidos de mil colores que iban cambiando de tonalidad, textura y solubilidad a medida que pasaban los minutos, intentando encajar los líquidos que se habían intentado mezclar. Algunas ratas correteaban en sus jaulas, felices, ajenas al destino que las deparaba, unas celdas, ocultas tras una gran puerta de madera, ocultaba algunos de sus experimentos fallidos, algunos de los cuales estaban ya moribundos.
Sobre una de las mesas, junto a varios botes más, había dos pastillas concretas de color rojo y azul, curiosas, pues eran las únicas de dichos colores presentes en todo el laboratorio, eran las que más habían trabajado, las más perfectas, y sus efectos, al contrario que el resto de sus investigaciones, no eran para causar muerte y dolor, esas dos pastillas, escondidas entre otras muchas, eran las investigaciones de Flynn, el buen doctor que solo había querido ayudar y a quien, días atrás le habían desaparecido sus dos muestras acabadas.
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Othel
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Re: La sombra de los perdidos. [Quest]
El Rector no dijo que aceptaba mis servicios como uno de sus crueles enfermeros asesinos, pero tampoco lo denegó. Con aire sereno y severo por partes iguales, se levantó de la silla y se apoyó en la pared de enfrente al mismo tiempo que meditaba sobre la piedra que le acababa de lanzar. Sus gestos y sus movimientos eran calcados a los que mi padre hacía tras beber más de lo que su hígado podía aguantar, justo antes de que me atizase y me llamase monstruo. También, eran los mismos gestos serenos y severos que vi hacer a Samhaim minutos antes de que ordenase a un grupo de brujos de la rebelión atacar a Los Orejas Picudas. Odié al Rector, del mismo modo que odié a mi padre, odié a mi maestro y me odié a mi mismo.
La doctora Tumere sería la encargada de conducirme hacia, lo que el Rector llamó, el laboratorio tres. Por un minuto pensé en quedarme, en empuñar a Suuri, saltar sobre el charco de sangre del niño y golpear la cabeza de redonda del Rector hasta que su sangre cubriera toda la del niño. No lo hice, su aire sereno y severo fue lo que me frenó. Si lo hubiera hecho, el estúpido de Flynn seguiría en ese extraño estado de trance y me volvería a intentar asesinar como había hecho antes, o, también podía ser la propia Sonya la que me matase antes de llegar a su querido maestro. Estaba acorralado y, tal como yo lo veía, solo tenía dos opciones: o me comportaba como un perro rabioso y me liaba a martillazos con todo aquel que se me acercase o me comportaba como un brujo aparentemente obediente. Elegí lo segundo, apreciaba demasiado mi vida como para luchar para morir por nada.
Escaleras, más escaleras y, cuando llegamos a la planta baja, Sonya abrió una pequeña puerta blanca y aparecieron más escaleras que iban directas hacia una especie de sótano. -El laboratorio tres supongo.- Dije sin poder evitar mostrar una ligera sonrisa taimada. La doctora me devolvió la sonrisa multiplicada por diez. –Estoy deseando ver de qué se trata.-
-Y yo estoy ansiosa de mostrártelo todo.- El color rojo de los labios de Sonya incitaba al pecado. Ella lo sabía y lo usaba contra mí. Sus palabras con doble sentido y sus sonrisas seductoras eran prueba de ello. De no tener la mariposa dorada marcada en mi ingle hubiera caído en sus trampas con la misma facilidad que una mosca caía en la tela de una araña. -¿Me acompañas?- Esta vez ella se adelantó y bajó primero por las escaleras. –Al final te podré hacer la entrevista privada de la que hablamos.- Dijo mientras bajaba cada escalón con sutiles y seductores movimientos de cadera. -¿Sabes que no hay ni un solo doctor ni enfermero varón en todo el hospital? Bueno, tenemos a Flynn pero no es que sea muy listo ni muy guapo.- Se dio la vuelta, me miro a los ojos y se mordió el labio superior. - Creo que nos lo pasaremos muy bien tú y yo solos aquí abajo.-
-Yo también lo creo.- Dije sonriéndole de oreja a oreja.
El laboratorio tres era todo un revoltijo de aparatos, camillas y estanterías repletas de frascos cuyo contenido era de lo más diverso. Algunos tenían un líquido verde en su interior, otros uno tan denso que parecía jabón de color rosa y, sin duda los mejores, eran los que tenían una especie de fetos de distintas criaturas de las cuales pocas pude diferenciar. Conforme caminamos por las estanterías vi más cosas que me llamaron la atención: jaulas con ratones, diferentes tubos de enseño con polvos en su interior y tapados con un algodón y muchas más pociones de muchos más colores y texturas.
Sonya se paró enfrente de una mesa llena de frascos vacíos y llenos, instrumentos de medicina y algunas pastillas de colores. La doctora fingió que estaba buscando algo entre los cajones mientras, con la mano derecha, tanteaba el mango de una jeringa de esa misma mesa. Si sus intentos por seducirme y engañarme hubieran tenido éxito, nunca me hubiera fijado en lo que casi sostenía con su mano derecha. Al menos, la mariposa dorada había servido al fin para algo bueno.
Poco a poco, con pasos serenos y severos, me acerqué a la espalda de la doctora. Con el brazo izquierdo le rodeé la cintura y apreté uno de sus perfectos pechos mientras mis labios los mantenía pegados su cuelo. –¿No habías dicho que nos lo íbamos a pasar bien?- Le susurré, ella sonrío y apretó la jeringa. Estaba a punto de clavármela pero, esta vez, fui más rápido que la doctora. Con la mano derecha cogí uno de los frascos de la estantería más cercana, un frasco que tenía el feto de lo que parecía un ser con un cuerno de rinoceronte, lo que podía ser unas de murciélago y una cola de cocodrilo. Empujé el perfecto pecho de la doctora hacia tras y le hice tragar todo lo que contenía el frasco, feto incluido.
La jeringuilla que sostuvo la doctora cayó al suelo derramando el líquido grisáceo que se mezclaba con las gotas rosas que caían de los labios rojos. Sonya intentó gritar unas frases de advertencia y odio que no entendí, alguien le debería haber dicho de pequeña que con la boca llena no se tenía que hablar. Primero vinieron las convulsiones en todos sus músculos al mismo tiempo que la cola de cocodrilo del feto intentaba salir de su boca con una mejunje de vómito, suerte que el feto se quedó estancado en su garganta; ni él ni el vómito salieron de la boca de la doctora.
Sonya cayó al suelo intentando coger la mesa que había estando apoyada. La mesa cayó con ella, todos los frascos, los llenos y los vacíos, se rompieron encima de ella. Cristales y líquidos de colores cortaron y quemaron su piel y su moreno pelo. Dos pastillas, una azul y una roja, coronaron la reciente calva quemada de la doctora Tumere.
-Ya te avisé Rector, lo que le has hecho al niño no es nada en comparación a lo que yo solía hacer.- Me dije para mi mismo al mismo tiempo que cogía las dos pastillas como recuerdo.
El reflejo de los cristales rotos mostraban un yo que hacía tiempo que no salía a la luz. Tenía el mismo aspecto que cuando maté a mi padre y cuando maté a mi maestro Sam, el mismo que no sentía ninguna pena por los odiosos y creídos elfos. Era ese demonio asesino que se movía con aire sereno y severo.
La doctora Tumere sería la encargada de conducirme hacia, lo que el Rector llamó, el laboratorio tres. Por un minuto pensé en quedarme, en empuñar a Suuri, saltar sobre el charco de sangre del niño y golpear la cabeza de redonda del Rector hasta que su sangre cubriera toda la del niño. No lo hice, su aire sereno y severo fue lo que me frenó. Si lo hubiera hecho, el estúpido de Flynn seguiría en ese extraño estado de trance y me volvería a intentar asesinar como había hecho antes, o, también podía ser la propia Sonya la que me matase antes de llegar a su querido maestro. Estaba acorralado y, tal como yo lo veía, solo tenía dos opciones: o me comportaba como un perro rabioso y me liaba a martillazos con todo aquel que se me acercase o me comportaba como un brujo aparentemente obediente. Elegí lo segundo, apreciaba demasiado mi vida como para luchar para morir por nada.
Escaleras, más escaleras y, cuando llegamos a la planta baja, Sonya abrió una pequeña puerta blanca y aparecieron más escaleras que iban directas hacia una especie de sótano. -El laboratorio tres supongo.- Dije sin poder evitar mostrar una ligera sonrisa taimada. La doctora me devolvió la sonrisa multiplicada por diez. –Estoy deseando ver de qué se trata.-
-Y yo estoy ansiosa de mostrártelo todo.- El color rojo de los labios de Sonya incitaba al pecado. Ella lo sabía y lo usaba contra mí. Sus palabras con doble sentido y sus sonrisas seductoras eran prueba de ello. De no tener la mariposa dorada marcada en mi ingle hubiera caído en sus trampas con la misma facilidad que una mosca caía en la tela de una araña. -¿Me acompañas?- Esta vez ella se adelantó y bajó primero por las escaleras. –Al final te podré hacer la entrevista privada de la que hablamos.- Dijo mientras bajaba cada escalón con sutiles y seductores movimientos de cadera. -¿Sabes que no hay ni un solo doctor ni enfermero varón en todo el hospital? Bueno, tenemos a Flynn pero no es que sea muy listo ni muy guapo.- Se dio la vuelta, me miro a los ojos y se mordió el labio superior. - Creo que nos lo pasaremos muy bien tú y yo solos aquí abajo.-
-Yo también lo creo.- Dije sonriéndole de oreja a oreja.
El laboratorio tres era todo un revoltijo de aparatos, camillas y estanterías repletas de frascos cuyo contenido era de lo más diverso. Algunos tenían un líquido verde en su interior, otros uno tan denso que parecía jabón de color rosa y, sin duda los mejores, eran los que tenían una especie de fetos de distintas criaturas de las cuales pocas pude diferenciar. Conforme caminamos por las estanterías vi más cosas que me llamaron la atención: jaulas con ratones, diferentes tubos de enseño con polvos en su interior y tapados con un algodón y muchas más pociones de muchos más colores y texturas.
Sonya se paró enfrente de una mesa llena de frascos vacíos y llenos, instrumentos de medicina y algunas pastillas de colores. La doctora fingió que estaba buscando algo entre los cajones mientras, con la mano derecha, tanteaba el mango de una jeringa de esa misma mesa. Si sus intentos por seducirme y engañarme hubieran tenido éxito, nunca me hubiera fijado en lo que casi sostenía con su mano derecha. Al menos, la mariposa dorada había servido al fin para algo bueno.
Poco a poco, con pasos serenos y severos, me acerqué a la espalda de la doctora. Con el brazo izquierdo le rodeé la cintura y apreté uno de sus perfectos pechos mientras mis labios los mantenía pegados su cuelo. –¿No habías dicho que nos lo íbamos a pasar bien?- Le susurré, ella sonrío y apretó la jeringa. Estaba a punto de clavármela pero, esta vez, fui más rápido que la doctora. Con la mano derecha cogí uno de los frascos de la estantería más cercana, un frasco que tenía el feto de lo que parecía un ser con un cuerno de rinoceronte, lo que podía ser unas de murciélago y una cola de cocodrilo. Empujé el perfecto pecho de la doctora hacia tras y le hice tragar todo lo que contenía el frasco, feto incluido.
La jeringuilla que sostuvo la doctora cayó al suelo derramando el líquido grisáceo que se mezclaba con las gotas rosas que caían de los labios rojos. Sonya intentó gritar unas frases de advertencia y odio que no entendí, alguien le debería haber dicho de pequeña que con la boca llena no se tenía que hablar. Primero vinieron las convulsiones en todos sus músculos al mismo tiempo que la cola de cocodrilo del feto intentaba salir de su boca con una mejunje de vómito, suerte que el feto se quedó estancado en su garganta; ni él ni el vómito salieron de la boca de la doctora.
Sonya cayó al suelo intentando coger la mesa que había estando apoyada. La mesa cayó con ella, todos los frascos, los llenos y los vacíos, se rompieron encima de ella. Cristales y líquidos de colores cortaron y quemaron su piel y su moreno pelo. Dos pastillas, una azul y una roja, coronaron la reciente calva quemada de la doctora Tumere.
-Ya te avisé Rector, lo que le has hecho al niño no es nada en comparación a lo que yo solía hacer.- Me dije para mi mismo al mismo tiempo que cogía las dos pastillas como recuerdo.
El reflejo de los cristales rotos mostraban un yo que hacía tiempo que no salía a la luz. Tenía el mismo aspecto que cuando maté a mi padre y cuando maté a mi maestro Sam, el mismo que no sentía ninguna pena por los odiosos y creídos elfos. Era ese demonio asesino que se movía con aire sereno y severo.
Gerrit Nephgerd
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Re: La sombra de los perdidos. [Quest]
Un fuerte temblor sacudió el hospital de arriba a bajo, obligando a los pacientes a evacuar al tiempo que la mujer y lo que había contenido su cuerpo se derretía convirtiéndose en un pringoso líquido negro que olía con fuerza. Una sola chispa sobre este y fácilmente podría incendiar todo el hospital. Las pastillas de colores que habían quedado sobre el cadaver brillaron con fuerza por un solo instante, y en su lugar aparecieron dos tarros con dos piedras de colores, una azul y otra roja, como las pastillas, y dos carteles anudados.
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El Rector, preocupado por sus experimentos, corrió al laboratorio dos, donde guardaban la gran mayoría de líquidos, los más peligrosos de ellos así como los prototipos ya probados y que funcionaban de modo eficaz. Intentando tomar entre sus brazos todos los posibles, temiendo que el trabajo de su vida se echase a perder. Desesperado, no se percató de que el intruso tenía, en ese momento, la perfecta oportunidad de acabar con todo lo que había hecho sufrir a los pacientes del centro, y salir de allí con lo que más necesitaba, esos tarros que, tal vez, le sirvieran de algo.
Gerrit, te aconsejo salir rápido de ahí, si no lo incendias, se derrumbará, y, tal vez, el rector salgá ileso, sea como sea, apresurate y vuelve con el abuelo.
Othel
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Re: La sombra de los perdidos. [Quest]
La sustancia que contenían los frascos de alquimia pronto comenzaron arder sobre lo que quedaba del cuerpo de la doctora Tumere. Cuatro principales esencias hacían que el laboratorio número se estuviera convirtiendo en un infierno: Fuego, temblores, explosiones y una sonrisa malvada de un monstruo asesino reflejada en los cristales rotos de las botellas; era la sonrisa de un demonio orgulloso de haber cometido tal acto atroz después de haber estado años en silencio.
Con gesto frió, cogí los dos frascos que surgieron del líquido negro consumió el cuerpo de la doctora y me los guardé en la bata. Acto seguido, con la misma frialdad, empuñé con fuerza el mango de Suuri y, con la violencia del demonio que acababa de surgir, golpeé la estantería que tenía al lado. Fue estúpido pues el líquido con el que se conservaba los extraños fetos de animales era muy inflamable. Mis estúpidos impulsos de violencia no hacían más que incrementar el incendio que nacía en el cuerpo de Sonya. Necesitaba hacerlo, quería desahogar las penas que tantos años había estado cargando sobre mis espaldas. No había mejor momento que esté.
-Vete a la mierda Sam.- Cada golpe a cada estantería se lo dedicaba a una pena diferente. -Padre, eres un idiota borracho.- Otro golpe. -Sarah no estaba muerta, no debí abandonarla.- En este tercer golpe, de uno de los tarros salió una chispa verde que se evaporó al contactar con el fuego del incendio. - A la mierda con las mariposas doradas.- Golpeé pensando en la maldición que ardonaba mi ingle. –Y a la mierda con Hermes.- ¿Quería saber qué pasaba en el hospital de forma sigilosa? Ahí tenía mi sigilo.
El calor del fuego estaba en armonía con el calor de mi corazón. Todo lo que veía era una estúpida metáfora de lo que era yo en realidad. Me sentía como uno de esos monstruos creados por la manipulación del Rector y la doctora Tumere que se quemaba en su propio infierno; la única diferencia entre ellos y yo es que el monstruo de mi interior lo crearon mi padre y Samhaim. Dejé caer mi cabeza por el lado derecho meditando sobre aquella metáfora. Por primera vez desde que hice tragar a Sonya el frasco con el pequeñajo dentro, era consciente de que estaba en un incendio de verdad, de que el mango de Suuri comenzaba a quemar, que las llamas rugían en ambos lados de mi cuerpo y que, en los pisos superiores, las enfermeras gritaban atemorizadas. Si todavía no me había quemado vivo era porque, sin darme cuenta, estaba contralando el aire de mi alrededor para envolverme en una mísera cúpula de viento que no dejaba pasar las llamas.
Finalmente, me di cuenta de que estaba en peligro y que mi magia del viento no era tan poderosa como para mantener tanta cantidad de aire protegiéndome del incendio.
Corrí hacia el piso superior, una enfermera intentó saltarme encima de mí para mía para que le diera protección pero, lo que recibió, fue un beso de Suuri en el estómago. No tenía tiempo para rescatar a las putas del Rector. Si había alguien que se merecía ser salvado era la única persona en todo el hospital que me recibió con los brazos en alto ayudándome en todo lo que le había pedido. Esas zorras mentirosas y asesinas de niños arderían en el hospital en compañía de los fetos de abajo, no me iba a preocupar por ellas. De Flynn, sí.
Subí todas las escaleras que minutos antes había bajado. Esta vez tuve la sensación de que habían muchos menos escalones de antes, aunque, en cierto modo, sabía que habían los mismos; tal vez el monstruo de mi interior me estaba ayudando a correr.
En el despacho del Rector, Flynn se encontraba inconsciente en la silla en la misma posición en que lo había dejado. Lo cogí con un brazo cargándolo como si fuera un burdo saco de patatas, no me costó demasiado; por fortuno el joven doctor era de constitución débil y delgada.
Algo explotó en el piso inferior, algo que hizo retumbar todo el edificio. Pedazos de piedra maciza que antes formaban el techo del hospital caían sobre nuestras cabezas, el más grande de ello conseguí apartarlo golpeándolo con mi martillo. Tenía que salir de ahí, salir ya. ¿Pero, por dónde? La planta baja ya era un mar de fuego, las plantas superiores a la que estaba se estaban cayendo. No me quedaba escapatoria, no una que fuera visible al menos.
Recordé el lugar donde el Rector se posó en la pared para pensar en sí necesitaba mi ayuda; golpeé justo ese lugar con mi martillo. No hizo falta un segundo golpe, las explosiones y el incendio ya habían deteriorado mucho el estado del hospital. Un boquete de gran tamaño se abrió en la pared. Eran dos pisos, un salto y habré escapado del humo y las llamas que yo mismo había provocado. ¿Dónde se escondían los dragones cuando hacía falta sus alas? Me lo pensé una, dos y tres veces. No me atrevía a saltar. Siempre fui un cobarde, Samhaim me lo decía continuamente: “Eres un cobarde, los elfos nos matarán por tu culpa.” El mismo monstruo que mató a Samhaim cuando nos traicionó saltó por el boquete de la pared. Concentré toda mi magia de viento en intentar menguar el daño que recibiría por la caída, pero no tenía muchas esperanzas de poder conseguirlo.
Con gesto frió, cogí los dos frascos que surgieron del líquido negro consumió el cuerpo de la doctora y me los guardé en la bata. Acto seguido, con la misma frialdad, empuñé con fuerza el mango de Suuri y, con la violencia del demonio que acababa de surgir, golpeé la estantería que tenía al lado. Fue estúpido pues el líquido con el que se conservaba los extraños fetos de animales era muy inflamable. Mis estúpidos impulsos de violencia no hacían más que incrementar el incendio que nacía en el cuerpo de Sonya. Necesitaba hacerlo, quería desahogar las penas que tantos años había estado cargando sobre mis espaldas. No había mejor momento que esté.
-Vete a la mierda Sam.- Cada golpe a cada estantería se lo dedicaba a una pena diferente. -Padre, eres un idiota borracho.- Otro golpe. -Sarah no estaba muerta, no debí abandonarla.- En este tercer golpe, de uno de los tarros salió una chispa verde que se evaporó al contactar con el fuego del incendio. - A la mierda con las mariposas doradas.- Golpeé pensando en la maldición que ardonaba mi ingle. –Y a la mierda con Hermes.- ¿Quería saber qué pasaba en el hospital de forma sigilosa? Ahí tenía mi sigilo.
El calor del fuego estaba en armonía con el calor de mi corazón. Todo lo que veía era una estúpida metáfora de lo que era yo en realidad. Me sentía como uno de esos monstruos creados por la manipulación del Rector y la doctora Tumere que se quemaba en su propio infierno; la única diferencia entre ellos y yo es que el monstruo de mi interior lo crearon mi padre y Samhaim. Dejé caer mi cabeza por el lado derecho meditando sobre aquella metáfora. Por primera vez desde que hice tragar a Sonya el frasco con el pequeñajo dentro, era consciente de que estaba en un incendio de verdad, de que el mango de Suuri comenzaba a quemar, que las llamas rugían en ambos lados de mi cuerpo y que, en los pisos superiores, las enfermeras gritaban atemorizadas. Si todavía no me había quemado vivo era porque, sin darme cuenta, estaba contralando el aire de mi alrededor para envolverme en una mísera cúpula de viento que no dejaba pasar las llamas.
Finalmente, me di cuenta de que estaba en peligro y que mi magia del viento no era tan poderosa como para mantener tanta cantidad de aire protegiéndome del incendio.
Corrí hacia el piso superior, una enfermera intentó saltarme encima de mí para mía para que le diera protección pero, lo que recibió, fue un beso de Suuri en el estómago. No tenía tiempo para rescatar a las putas del Rector. Si había alguien que se merecía ser salvado era la única persona en todo el hospital que me recibió con los brazos en alto ayudándome en todo lo que le había pedido. Esas zorras mentirosas y asesinas de niños arderían en el hospital en compañía de los fetos de abajo, no me iba a preocupar por ellas. De Flynn, sí.
Subí todas las escaleras que minutos antes había bajado. Esta vez tuve la sensación de que habían muchos menos escalones de antes, aunque, en cierto modo, sabía que habían los mismos; tal vez el monstruo de mi interior me estaba ayudando a correr.
En el despacho del Rector, Flynn se encontraba inconsciente en la silla en la misma posición en que lo había dejado. Lo cogí con un brazo cargándolo como si fuera un burdo saco de patatas, no me costó demasiado; por fortuno el joven doctor era de constitución débil y delgada.
Algo explotó en el piso inferior, algo que hizo retumbar todo el edificio. Pedazos de piedra maciza que antes formaban el techo del hospital caían sobre nuestras cabezas, el más grande de ello conseguí apartarlo golpeándolo con mi martillo. Tenía que salir de ahí, salir ya. ¿Pero, por dónde? La planta baja ya era un mar de fuego, las plantas superiores a la que estaba se estaban cayendo. No me quedaba escapatoria, no una que fuera visible al menos.
Recordé el lugar donde el Rector se posó en la pared para pensar en sí necesitaba mi ayuda; golpeé justo ese lugar con mi martillo. No hizo falta un segundo golpe, las explosiones y el incendio ya habían deteriorado mucho el estado del hospital. Un boquete de gran tamaño se abrió en la pared. Eran dos pisos, un salto y habré escapado del humo y las llamas que yo mismo había provocado. ¿Dónde se escondían los dragones cuando hacía falta sus alas? Me lo pensé una, dos y tres veces. No me atrevía a saltar. Siempre fui un cobarde, Samhaim me lo decía continuamente: “Eres un cobarde, los elfos nos matarán por tu culpa.” El mismo monstruo que mató a Samhaim cuando nos traicionó saltó por el boquete de la pared. Concentré toda mi magia de viento en intentar menguar el daño que recibiría por la caída, pero no tenía muchas esperanzas de poder conseguirlo.
Gerrit Nephgerd
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Re: La sombra de los perdidos. [Quest]
Había salido prácticamente indemne, solo una torcedura de tobillo a cambio de salvar su vida y la del pobre doctor. Cuando el anciano escuchó los pasos de los dos hombres acercarse a su hogar, alzó la cabeza y sonrió, había oído la explosión, no era exactamente lo que esperaba, en teoría el deber del muchacho era traerle información, pero le había dado algo mejor, le llevaba a un hombre que lo había vivido todo en persona, y había destruido el centro del problema por su cuenta y riesgo, sin duda, el joven era como su abuelo en ese aspecto, no dudaba al actuar si debía hacerlo.
- Muy bien muchacho, me has traído más de lo que esperaba, pasad dentro, es hora de solucionar un par de problemas.
Dentro de la casa del anciano, el laboratorio más completo que nadie hubiera podido ver se abrió ante los ojos de los dos hombres jóvenes. El anciano le tendió un papel al muchacho rubio mientras dejaba que el doctor se tumbase en una camilla. La solución a la mariposa dorada, los dos tarros que había traído el joven consigo, más agua de romero, junto al polen de un tulipán.
- Sigue los pasos, y tomate la pastilla que salga con agua, debe ser morada, si no, no vale.- anunció el hombre dándole unos golpecitos a una jeringa, antes de clavarla en el brazo de Flynn, que soltó un gruñido de dolor.- Este estará normal en un par de días.- explicó con una sonrisa que lleno de arrugas su rostro anciano.
* Gerrit, el siguiente será tu ultimo post, puedes hacer la medicina y tomarla a tu libertad, serás liberado de la maldición, felicidades, disfruta de tu libertad.
- Muy bien muchacho, me has traído más de lo que esperaba, pasad dentro, es hora de solucionar un par de problemas.
Dentro de la casa del anciano, el laboratorio más completo que nadie hubiera podido ver se abrió ante los ojos de los dos hombres jóvenes. El anciano le tendió un papel al muchacho rubio mientras dejaba que el doctor se tumbase en una camilla. La solución a la mariposa dorada, los dos tarros que había traído el joven consigo, más agua de romero, junto al polen de un tulipán.
- Sigue los pasos, y tomate la pastilla que salga con agua, debe ser morada, si no, no vale.- anunció el hombre dándole unos golpecitos a una jeringa, antes de clavarla en el brazo de Flynn, que soltó un gruñido de dolor.- Este estará normal en un par de días.- explicó con una sonrisa que lleno de arrugas su rostro anciano.
* Gerrit, el siguiente será tu ultimo post, puedes hacer la medicina y tomarla a tu libertad, serás liberado de la maldición, felicidades, disfruta de tu libertad.
Othel
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Re: La sombra de los perdidos. [Quest]
Dado a la mala cara que llevaba, era posible que Hermes se diera cuenta de que no me quedaba paciencia para poder soportar otra de sus cansinas e insolentes bromas de mal gusto. Sin quererlo, me había jugado el pescuezo por él y su maldita información. Y sí, por extraño que resultase, había conseguido toda esa información que el viejo brujo necesitaba; no solo eso sino que también destruí el hospital de la ciudad de los dragones, sin contar del chico que secuestré que acabó muerto por mi culpa… No sabía cómo era posible que Hermes celebrarse verme después de todo el mal que había causado. Lo peor era que no me lamentaba de haberlo hecho. Después del milagro de sobrevivir a las llamas y a la caída, en mi cara se veía una amplía sonrisa envuelta en un manto de pesadez y rabia.
Sin decir nada y haciendo los mismos movimientos estáticos propios de biocibernético oxidado, entré en la que parecía la casa de Hermes. Era un enorme laboratorio, no el más grande que había visto por aquel entonces, pero sí entre los tres primeros. Verlo me hizo recordar, en una primera instancia, el laboratorio del hospital que entre las explosiones y las llamas, en aquellos momentos, ya no sería más que un montón de ceniza; con fortuna, el Rector y sus putas formarían parte de aquel montón. Luego, conforme iba examinando las probetas, los tubos de ensayo, los matraces y los otros cachivaches cuyos nombres nunca me importó aprender, recordé mis días en la rebelión. Sam era un buen alquimista, Verho no se quedaba atrás, pero Gan era el mejor. Sus experimentos no tenían parangón. Él mismo decía que era un pintor y que las pócimas eran sus pinturas para pintar sobre el blanco lienzo que eran los elfos quienes atrapamos.
Cogí un tubo de ensayo con un líquido rosado en su interior y lo moví lentamente de la misma manera que Gan hacía con sus pociones. En la disolución creí ver al brujo arrojar uno de sus nuevos experimentos a un elfo por ver cuantos minutos tardaba en arder, un yo más joven lo estaba mirando con ansia y devoción. Eramos unos monstruos, unos que ni las más pasmosas pesadillas del Rector pudieran imaginar.
-No te olvides de la recompensa de tu saco.-Dejé el tubo de ensayo donde estaba y me dispuse a seguir las indicaciones que Hermes me había dijo.-También hablaste de un tesoro y me lo merezco.- Mientras hablaba ya tenía en una mano un matraz y en la otra un dispensador de agua; se notaba que no tenía tiempo para juegos y deseaba marcharme de allí cuanto antes mejor.
Llené tres dedos del matraz de agua con el dispensador, tras meditarlo unos segundos creí que sería demasiada agua para disolver una pastilla tan pequeña y lo vacíe a dos dedos. Introduje la pastilla en su interior y, para ahorrar tiempo, calenté el matraz usando mi magia de electricidad. “La Barrera” decía Gan una y otra vez. “sea cual sea la mezcla que estés preparando siempre tienes que sobre pasar La Barrera, no te olvides de ella.” Según nos contaba, en sus experimentos había resuelto que había una barrera invisible que había que sobrepasar para preparar cualquier disolución. Calor, movimiento o “caos” era lo que él más usaba para saltar la barrera. Nunca supe que era eso de “caos” pero, ¿calentar? Hasta un niño de cinco años sabía lo que eso significaba.
La disolución no tardó en ser morada, tal y como Hermes había dicho. Alcé el matraz y dije con una sonrisa que disipó de golpe todo el pesar y rabia que sentía. –A tú salud viejo. – Señalé con la copa-matraz al todavía inconsciente Flynn –Y a la tuya compañero.- Me vi la poción de un trago deseando que, por fin, la tortura de más de casi medio año hubiera acabado.
Sin decir nada y haciendo los mismos movimientos estáticos propios de biocibernético oxidado, entré en la que parecía la casa de Hermes. Era un enorme laboratorio, no el más grande que había visto por aquel entonces, pero sí entre los tres primeros. Verlo me hizo recordar, en una primera instancia, el laboratorio del hospital que entre las explosiones y las llamas, en aquellos momentos, ya no sería más que un montón de ceniza; con fortuna, el Rector y sus putas formarían parte de aquel montón. Luego, conforme iba examinando las probetas, los tubos de ensayo, los matraces y los otros cachivaches cuyos nombres nunca me importó aprender, recordé mis días en la rebelión. Sam era un buen alquimista, Verho no se quedaba atrás, pero Gan era el mejor. Sus experimentos no tenían parangón. Él mismo decía que era un pintor y que las pócimas eran sus pinturas para pintar sobre el blanco lienzo que eran los elfos quienes atrapamos.
Cogí un tubo de ensayo con un líquido rosado en su interior y lo moví lentamente de la misma manera que Gan hacía con sus pociones. En la disolución creí ver al brujo arrojar uno de sus nuevos experimentos a un elfo por ver cuantos minutos tardaba en arder, un yo más joven lo estaba mirando con ansia y devoción. Eramos unos monstruos, unos que ni las más pasmosas pesadillas del Rector pudieran imaginar.
-No te olvides de la recompensa de tu saco.-Dejé el tubo de ensayo donde estaba y me dispuse a seguir las indicaciones que Hermes me había dijo.-También hablaste de un tesoro y me lo merezco.- Mientras hablaba ya tenía en una mano un matraz y en la otra un dispensador de agua; se notaba que no tenía tiempo para juegos y deseaba marcharme de allí cuanto antes mejor.
Llené tres dedos del matraz de agua con el dispensador, tras meditarlo unos segundos creí que sería demasiada agua para disolver una pastilla tan pequeña y lo vacíe a dos dedos. Introduje la pastilla en su interior y, para ahorrar tiempo, calenté el matraz usando mi magia de electricidad. “La Barrera” decía Gan una y otra vez. “sea cual sea la mezcla que estés preparando siempre tienes que sobre pasar La Barrera, no te olvides de ella.” Según nos contaba, en sus experimentos había resuelto que había una barrera invisible que había que sobrepasar para preparar cualquier disolución. Calor, movimiento o “caos” era lo que él más usaba para saltar la barrera. Nunca supe que era eso de “caos” pero, ¿calentar? Hasta un niño de cinco años sabía lo que eso significaba.
La disolución no tardó en ser morada, tal y como Hermes había dicho. Alcé el matraz y dije con una sonrisa que disipó de golpe todo el pesar y rabia que sentía. –A tú salud viejo. – Señalé con la copa-matraz al todavía inconsciente Flynn –Y a la tuya compañero.- Me vi la poción de un trago deseando que, por fin, la tortura de más de casi medio año hubiera acabado.
Off rol: Señalo mi uso de la habilidad pasiva alquimía
Gerrit Nephgerd
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