Sombras en la nieve [Libre][3/4]
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Sombras en la nieve [Libre][3/4]
Dos días habían pasado desde que Vincent la salvase a ella y a las otras mujeres del traficante. Sentada en la silla del dormitorio que compartía con Vincent, con una de las dos camas del cuarto desecha y ya fría, miraba por la ventana el amanecer azulado que cubría la nieve de la fría tierra de Dundarak, esa noche había sido extraña.
Keira, en su propia cama, se había despertado con sed, Fire dormitaba con calma y el brujo, por lo que ella pudo ver, sentandose y dejando caer las mantas hacia sus piernas descubiertas, parecía hacer otro tanto. Suspiró cansada, apartandose un mechon lacio y castaño de la cara para levantarse y acercarse a la jarra de agua que habían dejado la noche anterior, junto a un par de vasos, en la mesa. Mientras observaba la ciudad en la noche, iluminada por el cielo estrellado, pensando en las jovenes que no habían tenido su suerte, y que habían sido tratadas como meros objetos de desahogo antes de poder ser libres, sintiendose aún algo débil por su estallido de la noche anterior, pudo ver una especie de sombra que, desde el aire, se cernía sobre la ciudad.
Frunció el ceño y dejó el vaso, ya sin agua, sobre la mesa con un golpe silencioso, acercandose a la ventana y abriendola de par en par. La sombra con alas, lanzó una fuerte bocanada de fuego que comenzó un incendio en una casa a unas cuatro calles de la posada, y en lo que tardó Keira en volver a enfocar la mirada en el cielo, la sombra alada se había desvanecido y en incendio seguía ardiendo con fuerza.
No podía ser, qué había sucedido. Se quedó sentada en la silla, reflexionando, abrazandose las piernas que no podía tapar con la camisa que había usado para dormir hasta que el sol comenzó a verse por entre las montañas. Se alzó de la silla y tomó algo de ropa, por suerte había sido capaz de recuperar su equipaje teniendo así, con ella, su capa, sus vestidos, y toda su ropa así como los instrumentos. Se metió en el baño adjunto y se apresuró a vestirse y asearse un poco. El amanecer había hecho que la curiosidad de la bailarina se acrecentara y, tras ponerse el ajustado pantalon con la caminsa por dentro y anudarse el pelo con una cinta, salió despertando a Fire.
- Me voy a pedir el desayuno, Fire, cuando Vincent despierte, dile donde estoy.- Le pidió a su halcón acariciandole la cabeza.
Al bajar, encontró que las reparaciones de la taberna habían avanzado de modo increible en tan solo dos días, las paredes y el techo estaban ya reparados, solo quedaba volver a pintar las paredes y reponer algunas mesas y sillas que habían salido calcinadas. La bailarina se sentía bastante culpable por lo sucedido, por ello la noche anterior ya había, antes de irse a dormir, hecho una pequeña actuación.
El lleno había sido total, había quien incluso se había quedado fuera, en el frío de la noche, con tal de escucharla. Esa noche el cansancio había impedido bailar a la bailarina, pero no estaba tan cansada como para no dar un pequeño concierto de canciones populares que había aportado beneficios a la posada y que le había permitido ganar algo de dinero que, en secreto y esperando que nadie se enterase, había dado a los dueños del local para que con ello cubrieran las reparaciones. A cambio, le habían dicho que tanto el cuarto como la comida corría a cuenta de la casa si, mientras estuviera allí, actuaba para ellos. Por supuesto, no era problema alguno, al contrario, era algo a agradecer.
Cuando bajó, se acercó a pedir a la barra y después se volvió en busca de una mesa, se sentó con calma y, con su mirada seria y aburrida de usual, y ese aire en el que parecía que nadie era capaz de acercarse a ella, esperó al brujo y a su comida. Al menos, la segunda no tardó en hacerse presente. Keira comenzó a comer un trozo de pan con bacon y queso, mientras daba un trago a un té extraño de sabor dulzón.
Mientras daba un nuevo mordisco, aun sentada sola, la puerta de la taberna se abrió mostrando una figura irreconocible a contraluz, un tipo alto y fornido cubierto por una capa que estaba dejando entrar el frio al caldeado ambiente de la taberna donde la chimenea ardía al fondo. Keira puso los ojos en blanco, ¿es que acaso no sabía ese tipo lo que era cerrar una puerta? Por ese tipo de cosas odiaba a la gente, siempre desconsiderados, egoistas, y egolatras, lo mejor era estar sola, o, en su defecto, con Fire, Fire era la unica compañía que realmente necesitaba. Solo esperaba que, quien fura, no se tomara la libertad de, al verla sola, sentarse a su lado, no le apetecía aguantar a idiotas.
Keira, en su propia cama, se había despertado con sed, Fire dormitaba con calma y el brujo, por lo que ella pudo ver, sentandose y dejando caer las mantas hacia sus piernas descubiertas, parecía hacer otro tanto. Suspiró cansada, apartandose un mechon lacio y castaño de la cara para levantarse y acercarse a la jarra de agua que habían dejado la noche anterior, junto a un par de vasos, en la mesa. Mientras observaba la ciudad en la noche, iluminada por el cielo estrellado, pensando en las jovenes que no habían tenido su suerte, y que habían sido tratadas como meros objetos de desahogo antes de poder ser libres, sintiendose aún algo débil por su estallido de la noche anterior, pudo ver una especie de sombra que, desde el aire, se cernía sobre la ciudad.
Frunció el ceño y dejó el vaso, ya sin agua, sobre la mesa con un golpe silencioso, acercandose a la ventana y abriendola de par en par. La sombra con alas, lanzó una fuerte bocanada de fuego que comenzó un incendio en una casa a unas cuatro calles de la posada, y en lo que tardó Keira en volver a enfocar la mirada en el cielo, la sombra alada se había desvanecido y en incendio seguía ardiendo con fuerza.
No podía ser, qué había sucedido. Se quedó sentada en la silla, reflexionando, abrazandose las piernas que no podía tapar con la camisa que había usado para dormir hasta que el sol comenzó a verse por entre las montañas. Se alzó de la silla y tomó algo de ropa, por suerte había sido capaz de recuperar su equipaje teniendo así, con ella, su capa, sus vestidos, y toda su ropa así como los instrumentos. Se metió en el baño adjunto y se apresuró a vestirse y asearse un poco. El amanecer había hecho que la curiosidad de la bailarina se acrecentara y, tras ponerse el ajustado pantalon con la caminsa por dentro y anudarse el pelo con una cinta, salió despertando a Fire.
- Me voy a pedir el desayuno, Fire, cuando Vincent despierte, dile donde estoy.- Le pidió a su halcón acariciandole la cabeza.
Al bajar, encontró que las reparaciones de la taberna habían avanzado de modo increible en tan solo dos días, las paredes y el techo estaban ya reparados, solo quedaba volver a pintar las paredes y reponer algunas mesas y sillas que habían salido calcinadas. La bailarina se sentía bastante culpable por lo sucedido, por ello la noche anterior ya había, antes de irse a dormir, hecho una pequeña actuación.
El lleno había sido total, había quien incluso se había quedado fuera, en el frío de la noche, con tal de escucharla. Esa noche el cansancio había impedido bailar a la bailarina, pero no estaba tan cansada como para no dar un pequeño concierto de canciones populares que había aportado beneficios a la posada y que le había permitido ganar algo de dinero que, en secreto y esperando que nadie se enterase, había dado a los dueños del local para que con ello cubrieran las reparaciones. A cambio, le habían dicho que tanto el cuarto como la comida corría a cuenta de la casa si, mientras estuviera allí, actuaba para ellos. Por supuesto, no era problema alguno, al contrario, era algo a agradecer.
Cuando bajó, se acercó a pedir a la barra y después se volvió en busca de una mesa, se sentó con calma y, con su mirada seria y aburrida de usual, y ese aire en el que parecía que nadie era capaz de acercarse a ella, esperó al brujo y a su comida. Al menos, la segunda no tardó en hacerse presente. Keira comenzó a comer un trozo de pan con bacon y queso, mientras daba un trago a un té extraño de sabor dulzón.
Mientras daba un nuevo mordisco, aun sentada sola, la puerta de la taberna se abrió mostrando una figura irreconocible a contraluz, un tipo alto y fornido cubierto por una capa que estaba dejando entrar el frio al caldeado ambiente de la taberna donde la chimenea ardía al fondo. Keira puso los ojos en blanco, ¿es que acaso no sabía ese tipo lo que era cerrar una puerta? Por ese tipo de cosas odiaba a la gente, siempre desconsiderados, egoistas, y egolatras, lo mejor era estar sola, o, en su defecto, con Fire, Fire era la unica compañía que realmente necesitaba. Solo esperaba que, quien fura, no se tomara la libertad de, al verla sola, sentarse a su lado, no le apetecía aguantar a idiotas.
Keira Brabery
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Re: Sombras en la nieve [Libre][3/4]
No había duda, la carta que le había entregado un joven mozuelo que decía ser el aprendiz del mejor capitán pirata de Aerandir estaba escrita por el puño, letra y runa de mi abuelo. Una de las manías que más odiaba del viejo era pretender hacer que todo fuera desmesuradamente secreto. "Te espero en la posada de Dundarak, no tardes." Era lo único que ponía la carta, eso sí, con una caligrafía tan trabajada que casi parecía cobrar vida. Para finalizar, bajo la nota, una runa que hizo que, en cuanto terminase de leer lo que ponía, la carta se quemase sola.
Lo último que sabía de mi abuelo es que había muerto, que se suicidó de pena después de que mi abuela muriese. Recordaba a mi padre, culpándome una y otra vez de su muerte: "Si nunca hubieras hablado con él no se hubiera matado. Tú lo mataste igual que mataste a tu madre al nacer." Sonreí para mis adentros orgulloso de haber matado a mi padre. No era mi culpa que mi madre muriese cuando nací, fue un fallo médico, igual que tampoco fue mi culpa que mi abuelo se suicidase. Pero papá necesitaba un culpable, y el único a quien tenía a mano par señalar con el dedo era yo. Según decía, si nunca hubiera hablado con el viejo, no le hubiera recordado lo que era ser joven y vivaz.
Después de casi veinte años creyéndome que en verdad fui el culpable del suicidio de mi abuelo, recibí está carta. Primero me alegré por el regreso del viejo, luego le odié por no haberse puesto en contacto conmigo antes. Que no se hubiera puesto en contacto con mi padre, con su hijo, lo entendía, él era un idiota, pero que no me lo dijera a mí... Yo, su "curioso insensato", como solía llamarme... Después de tantas horas sensato a los pies de su silla escuchando sus historias y aprendiendo sus lecciones, al final no sirvieron de nada, o casi de nada. Había cosas que recordaba de él, esas pequeñas manías de esconderlo todo de la manera más difícil posible. Antes de que se quemase la carta, fui rápido y usé la telequinésia para quitar la tinta del papel como tantas veces le vi hacer a mi abuelo. Luego solté la tinta en el suelo y, ¡tachán! otro de sus secretos: "Lecciones" . Se hizo visible el mensaje, con una caligrafía pésima, similar al tipo de letra que podía hacer un cerdo con un lapiz.
Viajar a la ciudad de los dragones fue fácil, encontra "La posada de Dundarak" no tanto. No solo había una como el viejo daba a entender en su carta, había decenas de posadas diferentes repartidas por toda la ciudad. si hubiera llegado a Dundarak de día hubiera sido mucho más fácil encontrar la maldita posada, pero de noche casi se convertía en una tarea imposible. Todos los mesones estaban abarrotados, en más de uno me dijeron que no podía entrar porque se el local estaba lleno, si tenía que esperar a su resucitado abuelo, por lo menos quería tener una cama donde pasar la noche porque, algo me olía que la cosa iba para largo. Tras pasar por algunas posadas cambié la idea de la cama por una silla y una manta, luego solo una silla y al final, con un hueco en el suelo me bastaba. Algo había pasado que mucha gente se peleaba por dormir bajo un techo. En otro momento, tal vez me hubiera importado, pero entonces no y seguí mi camino en busca de la dichosa posada.
-Lecciones.- Me dije a mí mismo casi tiritando por el frío.- Tú y tus malditas lecciones.-
Esta era la séptima posada que visitaba, si no me dejaban entrar por las buenas, estaba dispuesto a entrar por las malas; estaba harto de aceptar por las buenas todo. Abrí la puerta de par en par sin llegar a cerrarla, también estaba harto de cerrar la puerta para después volverla a abrir de nuevo para marcharme. Una joven con uniforme de sirvienta me recibió, ponía la misma cara de pesar que habían puesto todos los otros camareros antes de echarme. Pero esta vez fui más rápido, miré a todas las mesas de la posada en busca del viejo "no muerto", no lo encontré, pero vi a alguien mucho más interesante que él.
-Ni te molestes; voy con esa chica de ahí.- Le dije a la camarera antes de que dijera ni una sola palabra. Ella, en seguida corrió a mi espalda para cerrar la puerta que había dejado abierta.
Caminé hacia la mesa que se encontraba Keira Bravery, su cuerpo era inconfudible, lo podía describir simplemente con una palabra: perfecto. Sin embargo, ella, no era para nada perfecta. Era una mujer amargada a la que solo le gustaba una cosa más que gritar y esa cosa era chamuscar el cerebro de sus enemigos, igual como lo hizo con aquel ladrón y el loco barbudo. Tenía una cuenta pendiente con ella, una deuda que estaba dispuesto a cobrarme aunque ella no se acordase de mí. Me senté a su lado, sin pedir permiso.
-¿Me echabas de menos, muñeca?- A diferencia de otras veces, mi sonrisa no era fruto de burla, sino de ira y frustración. Sentía que no podía hablar ni hacer ningún gesto sin que el recuerdo de mi abuelo y mi padre atormentasen mi mente.
Lo último que sabía de mi abuelo es que había muerto, que se suicidó de pena después de que mi abuela muriese. Recordaba a mi padre, culpándome una y otra vez de su muerte: "Si nunca hubieras hablado con él no se hubiera matado. Tú lo mataste igual que mataste a tu madre al nacer." Sonreí para mis adentros orgulloso de haber matado a mi padre. No era mi culpa que mi madre muriese cuando nací, fue un fallo médico, igual que tampoco fue mi culpa que mi abuelo se suicidase. Pero papá necesitaba un culpable, y el único a quien tenía a mano par señalar con el dedo era yo. Según decía, si nunca hubiera hablado con el viejo, no le hubiera recordado lo que era ser joven y vivaz.
Después de casi veinte años creyéndome que en verdad fui el culpable del suicidio de mi abuelo, recibí está carta. Primero me alegré por el regreso del viejo, luego le odié por no haberse puesto en contacto conmigo antes. Que no se hubiera puesto en contacto con mi padre, con su hijo, lo entendía, él era un idiota, pero que no me lo dijera a mí... Yo, su "curioso insensato", como solía llamarme... Después de tantas horas sensato a los pies de su silla escuchando sus historias y aprendiendo sus lecciones, al final no sirvieron de nada, o casi de nada. Había cosas que recordaba de él, esas pequeñas manías de esconderlo todo de la manera más difícil posible. Antes de que se quemase la carta, fui rápido y usé la telequinésia para quitar la tinta del papel como tantas veces le vi hacer a mi abuelo. Luego solté la tinta en el suelo y, ¡tachán! otro de sus secretos: "Lecciones" . Se hizo visible el mensaje, con una caligrafía pésima, similar al tipo de letra que podía hacer un cerdo con un lapiz.
Viajar a la ciudad de los dragones fue fácil, encontra "La posada de Dundarak" no tanto. No solo había una como el viejo daba a entender en su carta, había decenas de posadas diferentes repartidas por toda la ciudad. si hubiera llegado a Dundarak de día hubiera sido mucho más fácil encontrar la maldita posada, pero de noche casi se convertía en una tarea imposible. Todos los mesones estaban abarrotados, en más de uno me dijeron que no podía entrar porque se el local estaba lleno, si tenía que esperar a su resucitado abuelo, por lo menos quería tener una cama donde pasar la noche porque, algo me olía que la cosa iba para largo. Tras pasar por algunas posadas cambié la idea de la cama por una silla y una manta, luego solo una silla y al final, con un hueco en el suelo me bastaba. Algo había pasado que mucha gente se peleaba por dormir bajo un techo. En otro momento, tal vez me hubiera importado, pero entonces no y seguí mi camino en busca de la dichosa posada.
-Lecciones.- Me dije a mí mismo casi tiritando por el frío.- Tú y tus malditas lecciones.-
Esta era la séptima posada que visitaba, si no me dejaban entrar por las buenas, estaba dispuesto a entrar por las malas; estaba harto de aceptar por las buenas todo. Abrí la puerta de par en par sin llegar a cerrarla, también estaba harto de cerrar la puerta para después volverla a abrir de nuevo para marcharme. Una joven con uniforme de sirvienta me recibió, ponía la misma cara de pesar que habían puesto todos los otros camareros antes de echarme. Pero esta vez fui más rápido, miré a todas las mesas de la posada en busca del viejo "no muerto", no lo encontré, pero vi a alguien mucho más interesante que él.
-Ni te molestes; voy con esa chica de ahí.- Le dije a la camarera antes de que dijera ni una sola palabra. Ella, en seguida corrió a mi espalda para cerrar la puerta que había dejado abierta.
Caminé hacia la mesa que se encontraba Keira Bravery, su cuerpo era inconfudible, lo podía describir simplemente con una palabra: perfecto. Sin embargo, ella, no era para nada perfecta. Era una mujer amargada a la que solo le gustaba una cosa más que gritar y esa cosa era chamuscar el cerebro de sus enemigos, igual como lo hizo con aquel ladrón y el loco barbudo. Tenía una cuenta pendiente con ella, una deuda que estaba dispuesto a cobrarme aunque ella no se acordase de mí. Me senté a su lado, sin pedir permiso.
-¿Me echabas de menos, muñeca?- A diferencia de otras veces, mi sonrisa no era fruto de burla, sino de ira y frustración. Sentía que no podía hablar ni hacer ningún gesto sin que el recuerdo de mi abuelo y mi padre atormentasen mi mente.
Gerrit Nephgerd
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Re: Sombras en la nieve [Libre][3/4]
Había ido al norte para encontrarse con los caballeros dragón con los que había conversado su hermana, y además de hablar con ellos, había conocido a gentes estupendas, y había vuelto a ver a la danzarina que conoció brevemente en Lunargenta. También tuvo tratos con un traficante de mujeres, que acabó muy muerto, por decirlo de alguna manera, cuando Keira voló por los aires su caravana y finalmente tuvo el placer de conocer a un demonio o lo que cojones que fuese aquello. Por suerte aparecer en la capital de los dragones no fue una buena idea para aquel ser, que acabó reducido a cenizas, comprobando que no había que molestar a los hombres dragón en sus tierras si uno quería conservar la salud.
- Nota mental: No cabrear a Keira ni a los dragones-, musitó en la soledad del cuarto. Luego se dejó enterrar un poco más en la bañera, disfrutando del agua caliente un rato más. - Nota mental dos: No cabrear a las mujeres en general-, sonrió ante su propia chanza.
El disfrute de un buen baño era algo de lo más placentero, si era con agua calentada aún más, y si era además en las tierras frías del norte ya esa casi orgásmico. Por eso el rubio remoloneó un rato más dentro de la bañera, antes de secarse, vestirse, y lanzar el agua en el patio trasero del local, como si de un mozo del hostal fuera. Se había levantado muy temprano, tanto que no quiso molestar a nadie con cosas de ese tipo. No cuando él estaba más que acostumbrado a hacerlo en su propio hogar.
No había mucho que hacer tan pronto, ni siquiera eran hora para desayunar, así que volvió a su cuarto. Los arreglos de la taberna estaban avanzando muy bien, por lo que se alegraba por Jack y Jenn, no solo porque eran buenas personas, sino porque además se habían mostrado muy valientes la noche del desastre, saliendo bastante perjudicado su local.
Vinc entró en el cuarto donde Keira y un halcón, si un halcón, dormitaban de lo más tranquilos alejados de los pensamientos y problemas del mundo terrenal. Visto que se había desvelado demasiado temprano, el brujo optó por echar una cabezada e ir al mundo de los sueños con los demás inquilinos de la habitación. Realmente no había mucho más que hacer, así que se acomodó en una silla con una manta y pronto estuvo profundamente dormido.
El rubio sintió un cosquilleo en su pecho y cuando abrió los ojos, dio un brinco en la silla al ver otros ojos mirándolo fijamente desde una distancia muy corta.
- Joder. Que susto. Fire, ¿Qué se supone que estás haciendo? - habló con el animal reponiéndose en la silla, y adoptando una posición más normal.
El halcón por su parte solo se echó a volar y se posó en la cama con la elegancia, soltando un gañido por contestación al rubio. Luego se acercó hasta la puerta donde hizo otro gañido.
Al brujo no le costó demasiado apreciar que la danzarina no se encontraba ya en su cama, por lo que pronto entendió lo que quería el pájaro. Por la altura del sol supuso que ya sería hora de desayunar, así que se desperezó acercándose a la puerta.
- Ya va, ya va-, dijo abriendo al animal, que se echó a volar hasta la altura de la escalera. - Cómo si no supiera por donde bajar-, musitó para sí mismo cerrando la puerta, a lo que Fire volvió gañir. - Un oído muy fino tienes tú me parece-, comentó mirando al halcón y meneando la cabeza, mientras este se echaba volar escaleras abajo. - Y muy inteligente. ¿Será una persona convertida en halcón por un brujo malvado? - se preguntó, sabiendo que no era posible, pero demonios, que pájaro más avispado.
Nada más llegar al piso inferior comprobó que había pocas personas en el comedor, y después de dedicarle una sonrisa a Jenn, se acercó hasta Fire, que por supuesto había ido hasta Keira. Sin embargo, le extrañó la escena bastante. ¿Keira con otra persona? Eso era nuevo.
- Vaya, vaya. Parece que has hecho amigos Keira-, saludó medio en broma, sentándose en una de las sillas libres de la mesa.
- Nota mental: No cabrear a Keira ni a los dragones-, musitó en la soledad del cuarto. Luego se dejó enterrar un poco más en la bañera, disfrutando del agua caliente un rato más. - Nota mental dos: No cabrear a las mujeres en general-, sonrió ante su propia chanza.
El disfrute de un buen baño era algo de lo más placentero, si era con agua calentada aún más, y si era además en las tierras frías del norte ya esa casi orgásmico. Por eso el rubio remoloneó un rato más dentro de la bañera, antes de secarse, vestirse, y lanzar el agua en el patio trasero del local, como si de un mozo del hostal fuera. Se había levantado muy temprano, tanto que no quiso molestar a nadie con cosas de ese tipo. No cuando él estaba más que acostumbrado a hacerlo en su propio hogar.
No había mucho que hacer tan pronto, ni siquiera eran hora para desayunar, así que volvió a su cuarto. Los arreglos de la taberna estaban avanzando muy bien, por lo que se alegraba por Jack y Jenn, no solo porque eran buenas personas, sino porque además se habían mostrado muy valientes la noche del desastre, saliendo bastante perjudicado su local.
Vinc entró en el cuarto donde Keira y un halcón, si un halcón, dormitaban de lo más tranquilos alejados de los pensamientos y problemas del mundo terrenal. Visto que se había desvelado demasiado temprano, el brujo optó por echar una cabezada e ir al mundo de los sueños con los demás inquilinos de la habitación. Realmente no había mucho más que hacer, así que se acomodó en una silla con una manta y pronto estuvo profundamente dormido.
El rubio sintió un cosquilleo en su pecho y cuando abrió los ojos, dio un brinco en la silla al ver otros ojos mirándolo fijamente desde una distancia muy corta.
- Joder. Que susto. Fire, ¿Qué se supone que estás haciendo? - habló con el animal reponiéndose en la silla, y adoptando una posición más normal.
El halcón por su parte solo se echó a volar y se posó en la cama con la elegancia, soltando un gañido por contestación al rubio. Luego se acercó hasta la puerta donde hizo otro gañido.
Al brujo no le costó demasiado apreciar que la danzarina no se encontraba ya en su cama, por lo que pronto entendió lo que quería el pájaro. Por la altura del sol supuso que ya sería hora de desayunar, así que se desperezó acercándose a la puerta.
- Ya va, ya va-, dijo abriendo al animal, que se echó a volar hasta la altura de la escalera. - Cómo si no supiera por donde bajar-, musitó para sí mismo cerrando la puerta, a lo que Fire volvió gañir. - Un oído muy fino tienes tú me parece-, comentó mirando al halcón y meneando la cabeza, mientras este se echaba volar escaleras abajo. - Y muy inteligente. ¿Será una persona convertida en halcón por un brujo malvado? - se preguntó, sabiendo que no era posible, pero demonios, que pájaro más avispado.
Nada más llegar al piso inferior comprobó que había pocas personas en el comedor, y después de dedicarle una sonrisa a Jenn, se acercó hasta Fire, que por supuesto había ido hasta Keira. Sin embargo, le extrañó la escena bastante. ¿Keira con otra persona? Eso era nuevo.
- Vaya, vaya. Parece que has hecho amigos Keira-, saludó medio en broma, sentándose en una de las sillas libres de la mesa.
Vincent Calhoun
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Re: Sombras en la nieve [Libre][3/4]
Mientras comenzaba a dar mordiscos a los trozos de bacon que le habían puesto delante, junto al pan y los huevos, notó que la puerta, por fin, se cerraba. Poco le importaba quien hubiera entrado mientras la dejase comer en paz y tranquilidad. Odiaba que la molestaran, pero aun lo odiaba más si lo hacían mientras comía. A Keira le gustaba comer, disfrutaba de los sabores y de probar diferentes platos, como con todo lo que le gustaba, prefería hacerlo concentrada.
Sin embargo, como parecía destinada a que ocurriera, alguién tuvo que llegar e interrumpir, cuando la silla se movió a su lado, decidió ignorar a quien fuera, prefería no empezar una nueva pelea en el local, así que, sencillamente, dio un nuevo bocado a su comida y, entonces, escuchó la voz, molesta donde las hubiera, interrumpiendola, giró la cara y lo vió, era ese cerdo de la otra vez, ¿es que la iba a perseguir por todo Aerandir?
Keira puso los ojos en blanco un instante, sin tener intención alguna de responder, acabó su desayuno y se limpió los labios con una servilleta, retirando los posibles restos de comida que pudieran haber quedado alrededor. Se recostó en la silla y giró la cabeza, dispuesta, por fin, a responder con sus ojos entrecerrados típicos. Sin embargo, un aleteo la advirtió, Fire se dirigía a su lado. Keira estiró el brazo y, segundos después, su preciosa halcón aterrizo en su brazo con suavidad.
Keira miró a su ave y notó los pequeños saltos que daba sobre su brazo para acercarse a ella y restregar su cabeza en el cuello de su dueña, que, en recompensa, le dejó cerca de una silla, que se encontraba bien metida dentro de la mesa, repleto de carne para que el animal comiera. Tras ella, Vincent avanzó, pareciendo sorprendido por la presencia del otro hombre. Keira le mandó una mirada entre molesta y desesperada, no se sentía a gusto junto al rubiales.
- No somos amigos- le dijo a Vincent refiriendose al que se había sentado junto a ella antes de que él bajase-, no me alegro de verte, y no soy tu muñeca- respondió a la pregunta del que ya estaba sentado a su lado.
Tomó su plato y su vaso y los llevó hasta la barra dejando a los dos hombres solos, haciendo las presentaciones si es que lo creían correcto. Lo cierto es que le exasperaban los comportamientos del brujo rubio, en cambio, Vincent le caía bien, le gustaba su actitud, caballerosa y algo ingenua aunque responsable y afable, parecía querer ser un ligón, pero más por bromear y romper el hielo que con intenciones de enredarse en lios, amorosos o no, de clase alguna.
Suspiró y se apolló en la barra mirando hacia la mesa, se sentía algo cansada por lo visto esa madrugada. Miró al techo, aun en reconstrucción, pero ya sin peligro de derrumbamiento o de que entrase frío. A su espalda, tras la barra, Jenn secaba con un trapo los cacharros limpios y se acercó a ella.
- Vaya, que bien acompañada estás esta mañana, ¿no?- le preguntó a Keira con una sonrisa.
- No, Vincent no está mal, es amable, pero el otro es un capullo.- murmuró girandose a mirar a la chica, sentandose en un taburete.
- Pero es guapo.- respondió Jenn, terciando la conversación.
Keira simplemente alzó una ceja, ¿guapo? Tal vez, pero su ego era tan grande que no permitía ver bien su cuerpo, con un nuevo suspiro, y aire molesto, se dirigió, nuevamente, a la mesa, y se sentó nuevamente, alejandose del recién llegado y acercandose a Vincent. No quería saber nada de nadie, pero, al menos, debería saber porque el rubiales la molestaba en un lugar tan alejado de las islas de los brujos.
Ella siempre había viajado por todos lados, no era raro verla en esos lares, pero el otro parecía una especie de señorito creido que no había dado un palo al agua en su vida. Así que, más por saber si se librarían pronto de él que por otra cosa, mientras ponía un codo en la mesa y la barbilla delicadamente en su mano, preguntó:
- ¿Qué te trae por el norte?
Sin embargo, como parecía destinada a que ocurriera, alguién tuvo que llegar e interrumpir, cuando la silla se movió a su lado, decidió ignorar a quien fuera, prefería no empezar una nueva pelea en el local, así que, sencillamente, dio un nuevo bocado a su comida y, entonces, escuchó la voz, molesta donde las hubiera, interrumpiendola, giró la cara y lo vió, era ese cerdo de la otra vez, ¿es que la iba a perseguir por todo Aerandir?
Keira puso los ojos en blanco un instante, sin tener intención alguna de responder, acabó su desayuno y se limpió los labios con una servilleta, retirando los posibles restos de comida que pudieran haber quedado alrededor. Se recostó en la silla y giró la cabeza, dispuesta, por fin, a responder con sus ojos entrecerrados típicos. Sin embargo, un aleteo la advirtió, Fire se dirigía a su lado. Keira estiró el brazo y, segundos después, su preciosa halcón aterrizo en su brazo con suavidad.
Keira miró a su ave y notó los pequeños saltos que daba sobre su brazo para acercarse a ella y restregar su cabeza en el cuello de su dueña, que, en recompensa, le dejó cerca de una silla, que se encontraba bien metida dentro de la mesa, repleto de carne para que el animal comiera. Tras ella, Vincent avanzó, pareciendo sorprendido por la presencia del otro hombre. Keira le mandó una mirada entre molesta y desesperada, no se sentía a gusto junto al rubiales.
- No somos amigos- le dijo a Vincent refiriendose al que se había sentado junto a ella antes de que él bajase-, no me alegro de verte, y no soy tu muñeca- respondió a la pregunta del que ya estaba sentado a su lado.
Tomó su plato y su vaso y los llevó hasta la barra dejando a los dos hombres solos, haciendo las presentaciones si es que lo creían correcto. Lo cierto es que le exasperaban los comportamientos del brujo rubio, en cambio, Vincent le caía bien, le gustaba su actitud, caballerosa y algo ingenua aunque responsable y afable, parecía querer ser un ligón, pero más por bromear y romper el hielo que con intenciones de enredarse en lios, amorosos o no, de clase alguna.
Suspiró y se apolló en la barra mirando hacia la mesa, se sentía algo cansada por lo visto esa madrugada. Miró al techo, aun en reconstrucción, pero ya sin peligro de derrumbamiento o de que entrase frío. A su espalda, tras la barra, Jenn secaba con un trapo los cacharros limpios y se acercó a ella.
- Vaya, que bien acompañada estás esta mañana, ¿no?- le preguntó a Keira con una sonrisa.
- No, Vincent no está mal, es amable, pero el otro es un capullo.- murmuró girandose a mirar a la chica, sentandose en un taburete.
- Pero es guapo.- respondió Jenn, terciando la conversación.
Keira simplemente alzó una ceja, ¿guapo? Tal vez, pero su ego era tan grande que no permitía ver bien su cuerpo, con un nuevo suspiro, y aire molesto, se dirigió, nuevamente, a la mesa, y se sentó nuevamente, alejandose del recién llegado y acercandose a Vincent. No quería saber nada de nadie, pero, al menos, debería saber porque el rubiales la molestaba en un lugar tan alejado de las islas de los brujos.
Ella siempre había viajado por todos lados, no era raro verla en esos lares, pero el otro parecía una especie de señorito creido que no había dado un palo al agua en su vida. Así que, más por saber si se librarían pronto de él que por otra cosa, mientras ponía un codo en la mesa y la barbilla delicadamente en su mano, preguntó:
- ¿Qué te trae por el norte?
Keira Brabery
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Re: Sombras en la nieve [Libre][3/4]
Por mucho que intentase ignorarme era obvio que Keira se acordaba de mí. ¡Y tanto que se acordaba! Nuestro primer encuentro no fue nada agradable, ni para uno ni para el otro; ¿qué se creía, que a mí me había hecho gracia ver como todos los salvajes de Ulmer me trataban como si me estuvieran follando con la mirada? Fue un verdadero castigo, y aquello no fue lo peor. Nunca podría olvidar como Keira, haciendo uso de la fuerza de mi propio cuerpo, me cogió y me llevo como si fuera un maldito saco de patatas. ¿Y a cambió de qué? Pues, a cambio de nada. Ella me seguía tratando con desdén, como si no le importara nada cuánto hiciera o dejase de hacer. Estaba harto de esa chica, pero las cosas como son, ella me debía una y se la iba a hacer pagar. Le gustase o no, si no fuera por mí, Keira Bravery estaría muerta o seguiría piando con el cuerpo de una paloma.
-Tomare tu silencio por un sí.- Contesté a la vez que me acomodaba en la silla sin insistir más en el tema. Después de todas las tabernas que había visitado a cambio de nada y del tremendo frío que hacía en las tierras del norte, por muy apetecible que pudiera resultar discutir con Keira, preferí acomodarme y disfrutar del calor de la posada.
El silencio entre nosotros dos fue interrumpido pero no porque ella dijera nada, ni tampoco yo dije nada, fue una tercera persona. Un hombre alto, rubio, fuerte y, por desgracia, también era guapo. “¿Su novio?” Me mordí la lengua. No tenía ninguna clase de aprecio hacía la bruja, y era obvio que ella tampoco lo tenía hacia mí, pero verla acompañada me sintió como una puñalada en la espalda. Me quedé helado, sin saber qué decir. Si lo pensaba con tranquilidad, era lógico que la chica estuviera acompañada; era perfecta, por lo menos a lo que su aspecto físico se refiere, pues su interior estaba lleno de rabia y amargura.
Keira contestó al recién llegado y, tras ello, aprovechó para contestar a mi primera pregunta con el tono de voz y la negativa que ya estaba acostumbrado a recibir de ella. – Como usted prefiera.- Le respondí con cierta sorna. Cogí una hogaza de pan que quedó intacta en la mesa y comencé a comer lo más despacio posible para que no se notase ni mi enfado ni el hambre que tenía tras no haber comido nada sólido durante un día entero.
La chica se levantó de la mesa dejándome durante unos pocos minutos con el que creía que era su novio. Lo adecuado, lo educado, lo formal e incluso se podría decir que lo caballeresco sería haberme presentado, aunque solo fuera decir mi nombre, pero no lo hice; nunca se me dio del todo bien ser un “caballero”. Seguí comiendo de mi trozo de pan a la vez que, de tanto en tanto, le miraba con desdén.
-Espero que traiga mantequilla para acompañar el pan.- Suspiré hablando conmigo mismo con el fin de concentrarme en mi comida e ignorar al hombre que tenía delante y el motivo por el cual conocía a Keira.
Cuando la chica volvió se sentó lo más cerca que pudo del otro hombre y, por consiguiente, lo más lejos que pudo de mí. No hacían falta las palabras para saber que no era bien recibido. Por un momento pensé en levantarme, que se apayasen ellos dos con los líos que tuvieran montados. Sin embargo, no podía irme, tenía que esperar en la posada a encontrarme con mi abuelo. Ese viejo que murió hace años y que, por milagro de los Dioses, parecía haber resucitado. Secretos y mentiras, siempre era la misma historia. Ese era otro gran motivo por el que podría haberme ido de la taberna y dejar las mentiras para quien se las creyera. Primero mi padre, luego Samhain y, en aquel momento, el viejo Gerrit. Los tres guardaban sus secretos en sus propias mentiras. Estaba harto de aquello, tal harto como de ver a Keira arrimándose más y más a aquel hombre.
Miré directo al que creía que era la pareja de Keira esperando a que él contestase a la pregunta que la bruja había lanzado al aire, estaba tan acostumbrado a que me ignorase que no me había dado cuenta que la pregunta iba dirigida hacia mí. – Una carta que se convirtió en cenizas.- Dije con una media sonrisa al recordar los trucos del viejo. –Tenía que encontrarme con una persona pero…- Me giré a espaldas buscando entre todos los hombres y mujeres que habían en la taberna al viejo Gerrit. – No le encuentro. –No me gustaba hablar de mi vida, por lo que dejé de hablar justo en ese momento. Secretos y mentiras, por supuesto, he tenido buenos maestros de este arte.
-Tomare tu silencio por un sí.- Contesté a la vez que me acomodaba en la silla sin insistir más en el tema. Después de todas las tabernas que había visitado a cambio de nada y del tremendo frío que hacía en las tierras del norte, por muy apetecible que pudiera resultar discutir con Keira, preferí acomodarme y disfrutar del calor de la posada.
El silencio entre nosotros dos fue interrumpido pero no porque ella dijera nada, ni tampoco yo dije nada, fue una tercera persona. Un hombre alto, rubio, fuerte y, por desgracia, también era guapo. “¿Su novio?” Me mordí la lengua. No tenía ninguna clase de aprecio hacía la bruja, y era obvio que ella tampoco lo tenía hacia mí, pero verla acompañada me sintió como una puñalada en la espalda. Me quedé helado, sin saber qué decir. Si lo pensaba con tranquilidad, era lógico que la chica estuviera acompañada; era perfecta, por lo menos a lo que su aspecto físico se refiere, pues su interior estaba lleno de rabia y amargura.
Keira contestó al recién llegado y, tras ello, aprovechó para contestar a mi primera pregunta con el tono de voz y la negativa que ya estaba acostumbrado a recibir de ella. – Como usted prefiera.- Le respondí con cierta sorna. Cogí una hogaza de pan que quedó intacta en la mesa y comencé a comer lo más despacio posible para que no se notase ni mi enfado ni el hambre que tenía tras no haber comido nada sólido durante un día entero.
La chica se levantó de la mesa dejándome durante unos pocos minutos con el que creía que era su novio. Lo adecuado, lo educado, lo formal e incluso se podría decir que lo caballeresco sería haberme presentado, aunque solo fuera decir mi nombre, pero no lo hice; nunca se me dio del todo bien ser un “caballero”. Seguí comiendo de mi trozo de pan a la vez que, de tanto en tanto, le miraba con desdén.
-Espero que traiga mantequilla para acompañar el pan.- Suspiré hablando conmigo mismo con el fin de concentrarme en mi comida e ignorar al hombre que tenía delante y el motivo por el cual conocía a Keira.
Cuando la chica volvió se sentó lo más cerca que pudo del otro hombre y, por consiguiente, lo más lejos que pudo de mí. No hacían falta las palabras para saber que no era bien recibido. Por un momento pensé en levantarme, que se apayasen ellos dos con los líos que tuvieran montados. Sin embargo, no podía irme, tenía que esperar en la posada a encontrarme con mi abuelo. Ese viejo que murió hace años y que, por milagro de los Dioses, parecía haber resucitado. Secretos y mentiras, siempre era la misma historia. Ese era otro gran motivo por el que podría haberme ido de la taberna y dejar las mentiras para quien se las creyera. Primero mi padre, luego Samhain y, en aquel momento, el viejo Gerrit. Los tres guardaban sus secretos en sus propias mentiras. Estaba harto de aquello, tal harto como de ver a Keira arrimándose más y más a aquel hombre.
Miré directo al que creía que era la pareja de Keira esperando a que él contestase a la pregunta que la bruja había lanzado al aire, estaba tan acostumbrado a que me ignorase que no me había dado cuenta que la pregunta iba dirigida hacia mí. – Una carta que se convirtió en cenizas.- Dije con una media sonrisa al recordar los trucos del viejo. –Tenía que encontrarme con una persona pero…- Me giré a espaldas buscando entre todos los hombres y mujeres que habían en la taberna al viejo Gerrit. – No le encuentro. –No me gustaba hablar de mi vida, por lo que dejé de hablar justo en ese momento. Secretos y mentiras, por supuesto, he tenido buenos maestros de este arte.
Gerrit Nephgerd
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Re: Sombras en la nieve [Libre][3/4]
La contestación de la mujer era un claro síntoma de que había dicho algo que no debía, para variar. Lo cual le hizo recordar sus notas mentales mientras estaba en la bañera: no cabrear a Keira, ni a las mujeres en general. Parecía que tenía un don para conseguir hacerlo solo al saludar, así que le daba la sensación que tendría jodido conseguir no llevar la contraria a sus pensamientos y buenas intenciones.
El brujo cogió un trozo de pan, y lo mordió animado, pues al menos todavía no había cabreado a ningún dragón, por lo que al menos estaba cumpliendo parte de sus ideas del baño. Y todavía tenía todo el día para joder a uno, si es que el que no se consolaba era porque no quería, iba pensando el brujo, mientras desayunaba el exiguo pan como si no hubiera un mañana.
- ¿No tienes hambre muchacho? -, preguntó al rubio, pues se comía más lento que un pájaro su pan. Podría decir que incluso literalmente, pues Fire comía mucho más rápido una de las hogazas de la mesa.
El brujo de fuego iba a preguntar por su nombre, más no tuvo tiempo, ya que la mujer volvió a la mesa y siguieron con su… conversación no era, ¿Cómo podría definirlo? Daba igual, la simulación de diálogo que tenían los otros comensales de la mesa le estaba intrigando sobremanera, al punto que una idea empezó a rondarle por la cabeza. Puede que el rubio fuera un antiguo novio con el que acabara mal la bailarina, ya que el hombre tampoco es que lo miraba muy bien a él. Todo parecía indicar que se había metido en medio de una vorágine de celos y rencores.
Vincent se levantó con disimulo de la mesa, si se puede considerar disimular levantarse de la silla con crujido de la madera, coger dos panes para no tener hambre desde la mesa hasta la barra, y hacer un ruido de mil demonios al chocar la silla contra la mesa cuando la colocó en su lugar.
- Uff, necesitas un par de prácticas de sigilo, Vinc-, se reprendió en voz baja acercándose a la barra.
Devoró uno de los panes con rapidez, y jugó con el otro entre las manos hasta que llegó a la barra.
- Hola dulce Jenn-, saludó sugerente y con una sonrisa. - Los lobos tenemos mucha hambre por las mañanas-, siguió su broma con el mismo tono de voz. - Sobre todo de carne-, movió las cejas arriba y abajo, como una mala parodia de un seductor.
La joven rió antes de contestar.
- Idiota. Seguro que tus tonterías te valen para cortejar a mujeres y todo-, negó con la cabeza divertida.
- Oh, sí. Más de una vez-, le guiñó un ojo y mordió el pan, llevándose un buen bocado al estómago. - ¿Hay algún menú digno de satisfacerme?
- Pues tenemos estofado de ternera. Ya que tan gusto tienes por la carne-, respondió la fémina.
- ¡Excelente! ¿Puedes llevar tres platos de ese estofado a la mesa? Imagino que el chico que come con parsimonia querrá desayunar también.
- El guapo dices-, dijo la mujer divertida.
- Wow, wow, wow-, exageró teatralmente, - que duras declaraciones miladi. Mi corazón hecho trizas en un instante-, bromeó. - Ah y por supuesto una jarra grande de hidromiel para bajar la comida. La mía me la llevo puesta-, comentó agarrando una taza que sería para otra persona, y dándose la vuelta rápidamente para volver a la mesa.
- Que descaro-, sonrió la fémina. - Me acordaré de esta Vincent-, dijo a la espalda del brujo que ya se acomodaba en su asiento.
Vinc tomó un largo trago, y esperó ver las reacciones de los demás a su nueva intromisión. Esperaba que no acabara desembocando en una guerra.
- Bueno, ¿Cómo te llamas? - preguntó dejando su vaso sobre la mesa. - Mi nombre es Vincent, aunque parece que tenéis mucho de lo que hablar. Si molesto puedo ir a desayunar a otra parte-, sonrió. - Será por mesas.
El brujo cogió un trozo de pan, y lo mordió animado, pues al menos todavía no había cabreado a ningún dragón, por lo que al menos estaba cumpliendo parte de sus ideas del baño. Y todavía tenía todo el día para joder a uno, si es que el que no se consolaba era porque no quería, iba pensando el brujo, mientras desayunaba el exiguo pan como si no hubiera un mañana.
- ¿No tienes hambre muchacho? -, preguntó al rubio, pues se comía más lento que un pájaro su pan. Podría decir que incluso literalmente, pues Fire comía mucho más rápido una de las hogazas de la mesa.
El brujo de fuego iba a preguntar por su nombre, más no tuvo tiempo, ya que la mujer volvió a la mesa y siguieron con su… conversación no era, ¿Cómo podría definirlo? Daba igual, la simulación de diálogo que tenían los otros comensales de la mesa le estaba intrigando sobremanera, al punto que una idea empezó a rondarle por la cabeza. Puede que el rubio fuera un antiguo novio con el que acabara mal la bailarina, ya que el hombre tampoco es que lo miraba muy bien a él. Todo parecía indicar que se había metido en medio de una vorágine de celos y rencores.
Vincent se levantó con disimulo de la mesa, si se puede considerar disimular levantarse de la silla con crujido de la madera, coger dos panes para no tener hambre desde la mesa hasta la barra, y hacer un ruido de mil demonios al chocar la silla contra la mesa cuando la colocó en su lugar.
- Uff, necesitas un par de prácticas de sigilo, Vinc-, se reprendió en voz baja acercándose a la barra.
Devoró uno de los panes con rapidez, y jugó con el otro entre las manos hasta que llegó a la barra.
- Hola dulce Jenn-, saludó sugerente y con una sonrisa. - Los lobos tenemos mucha hambre por las mañanas-, siguió su broma con el mismo tono de voz. - Sobre todo de carne-, movió las cejas arriba y abajo, como una mala parodia de un seductor.
La joven rió antes de contestar.
- Idiota. Seguro que tus tonterías te valen para cortejar a mujeres y todo-, negó con la cabeza divertida.
- Oh, sí. Más de una vez-, le guiñó un ojo y mordió el pan, llevándose un buen bocado al estómago. - ¿Hay algún menú digno de satisfacerme?
- Pues tenemos estofado de ternera. Ya que tan gusto tienes por la carne-, respondió la fémina.
- ¡Excelente! ¿Puedes llevar tres platos de ese estofado a la mesa? Imagino que el chico que come con parsimonia querrá desayunar también.
- El guapo dices-, dijo la mujer divertida.
- Wow, wow, wow-, exageró teatralmente, - que duras declaraciones miladi. Mi corazón hecho trizas en un instante-, bromeó. - Ah y por supuesto una jarra grande de hidromiel para bajar la comida. La mía me la llevo puesta-, comentó agarrando una taza que sería para otra persona, y dándose la vuelta rápidamente para volver a la mesa.
- Que descaro-, sonrió la fémina. - Me acordaré de esta Vincent-, dijo a la espalda del brujo que ya se acomodaba en su asiento.
Vinc tomó un largo trago, y esperó ver las reacciones de los demás a su nueva intromisión. Esperaba que no acabara desembocando en una guerra.
- Bueno, ¿Cómo te llamas? - preguntó dejando su vaso sobre la mesa. - Mi nombre es Vincent, aunque parece que tenéis mucho de lo que hablar. Si molesto puedo ir a desayunar a otra parte-, sonrió. - Será por mesas.
Vincent Calhoun
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Re: Sombras en la nieve [Libre][3/4]
Acabó sola en la mesa con la persona a la que menos ganas tenía de ver en el mundo. Ese tipo era un total pervertido, no era agradable estar sentada frente a un idiota que la primera vez que se la había encontrado no había hecho más que molestar. Recordaba que le había salvado la vida, eso no era algo que la bruja olvidase, pero no por ello le gustaba. Si no se había levantado de la mesa y vuelto al dormitorio sola todo lo lejos de aquel idiota rubio era solo por el recuerdo de esa hazaña. Le gustase o no, le debía una.
Suspiró mirando alejarse a Vincent, rodando los ojos, exasperada, no es que tuviera miedo del rubio, ni mucho menos, pero después de lo que hizo estando en su cuerpo, solo tenía dos sentimientos ante él, uno, el asco, otro, la rabia, no le había gustado sentirse tan descontrolada, si recordaba los eventos pasados, solo podía definirlos con una palabra, pánico. No ser dueña de tus movimientos, ver tuy cuerpo moviendose sin consentimiento propio y no poder controlar siquiera lo que este siente... no, no fue agradable, y que el muy capullo hubiera intentato tocarla del modo en que lo hizo no ayudó a aligerar la experiencia.
Escuchó intentando parecer atenta lo que decía el tipo, una carta convertida en cenizas, no iba a decir si lo creía o no, pero, al menos, el chico parecía estar uraño y de un humor que lo mantenía bastante alejado de lo que sucedía en ese momento, eso la tranquilizaba, mientras se mantuviera distante, no intentaría volver a tocarla. No le había gustado que la tocasen sin su permiso, se había sentido... Suspiró negando con la cabeza, y apoyó un codo en la mesa poniendo la barbilla sobre su mano.
- Espero que lo encuentres pronto.- murmuró con sinceridad y un caliz de amabilidad en la voz, nada normal cuando se dirigía al rubio.
Fue entonces cuando apareció Vincent, jarra en mano, y se sentó, presentandose. Keira nogó con la cabeza, por muy tranquilo que pareciera el chico, no quería quedarse sola con él, por poco que le gustase admitirlo, le asustaba, y lo vivido las noches anteriores no ayudaba a que los recuerdos de lo sucedido con ese tipo fueran más pacíficos. Con disimulo cogió a Vincent por la chaqueta, mirandolo, pidiéndole en silencio que no se fuera.
Jenn llegó entonces con tres platos repletos de comida, y sonrió a la chica, dándole ánimos, Keira asinitió y dejó su plato delante de Fire, ella ya había desayunado, pero el pájaro seguro que daba buena sentada del plato. La puerta, entonces, se abrió dejando entrar a un tipo bajo, de aspecto nervioso que se cubría con una capa. La puerta, de nuevo, abierta. Poniendo los ojos en blanco, Keira dió un empujón con su telekinesis para que esta se cerrara. Más frío no, y más raros, tampoco es que le apeteciera tener cerca.
- Busco... busco a los que acabaron con... ya sabe, el tío ese de las bailarinas.- pidió con voz cansada y desesperada el hombre, acercandose a la barra.
El marido de Jenn miró hacia la mesa de los tres brujos, donde su mujer había colocado una mano en el hombro de Keira, que se había tensado en la silla, nerviosa, sin dejar que eso se mostrase en su cara, pero sin poder controlar la postura de su cuerpo. Alzó la mirada hacia el hombre que parecía esperar una respuesta. Pero el tabernero no estaba dispuesto a darsela sin el consentimiento de los implicados.
La bruja tragó saliva y asintió, si tenía que clavarle una daga en el cuello a ese tipo, lo haría. Tras un interrcambio de palabras, el tabernero mandó al tipo enjuto y rechoncho ha su mesa. Jenn se separó de la bruja, que por un segundó se sintió desprotegida, pero proto recuperó la compostura aminorando su respiración. Miró con seriedad al tipo, que retrocedió un momento ante la frialdad con la que lo hizo y comenzó a explicarse.
- Me manda el alcalde, dice que... que solo vosotros podeis ayudar, lo de anoche... los dragones.- La bruja se tensó nuevamente, los dragones que vio por la ventana destruyendo la ciudad.
- ¿Por qué el alcalde quiere ver a unos brujos si son los dragones quienes están destruyendo la ciudad?- preguntó Keira sin cortarse un pelo sin saber si los otros dos presentes entenderían algo, pero dispuesta a explicar lo que vio en la madrugada.
Suspiró mirando alejarse a Vincent, rodando los ojos, exasperada, no es que tuviera miedo del rubio, ni mucho menos, pero después de lo que hizo estando en su cuerpo, solo tenía dos sentimientos ante él, uno, el asco, otro, la rabia, no le había gustado sentirse tan descontrolada, si recordaba los eventos pasados, solo podía definirlos con una palabra, pánico. No ser dueña de tus movimientos, ver tuy cuerpo moviendose sin consentimiento propio y no poder controlar siquiera lo que este siente... no, no fue agradable, y que el muy capullo hubiera intentato tocarla del modo en que lo hizo no ayudó a aligerar la experiencia.
Escuchó intentando parecer atenta lo que decía el tipo, una carta convertida en cenizas, no iba a decir si lo creía o no, pero, al menos, el chico parecía estar uraño y de un humor que lo mantenía bastante alejado de lo que sucedía en ese momento, eso la tranquilizaba, mientras se mantuviera distante, no intentaría volver a tocarla. No le había gustado que la tocasen sin su permiso, se había sentido... Suspiró negando con la cabeza, y apoyó un codo en la mesa poniendo la barbilla sobre su mano.
- Espero que lo encuentres pronto.- murmuró con sinceridad y un caliz de amabilidad en la voz, nada normal cuando se dirigía al rubio.
Fue entonces cuando apareció Vincent, jarra en mano, y se sentó, presentandose. Keira nogó con la cabeza, por muy tranquilo que pareciera el chico, no quería quedarse sola con él, por poco que le gustase admitirlo, le asustaba, y lo vivido las noches anteriores no ayudaba a que los recuerdos de lo sucedido con ese tipo fueran más pacíficos. Con disimulo cogió a Vincent por la chaqueta, mirandolo, pidiéndole en silencio que no se fuera.
Jenn llegó entonces con tres platos repletos de comida, y sonrió a la chica, dándole ánimos, Keira asinitió y dejó su plato delante de Fire, ella ya había desayunado, pero el pájaro seguro que daba buena sentada del plato. La puerta, entonces, se abrió dejando entrar a un tipo bajo, de aspecto nervioso que se cubría con una capa. La puerta, de nuevo, abierta. Poniendo los ojos en blanco, Keira dió un empujón con su telekinesis para que esta se cerrara. Más frío no, y más raros, tampoco es que le apeteciera tener cerca.
- Busco... busco a los que acabaron con... ya sabe, el tío ese de las bailarinas.- pidió con voz cansada y desesperada el hombre, acercandose a la barra.
El marido de Jenn miró hacia la mesa de los tres brujos, donde su mujer había colocado una mano en el hombro de Keira, que se había tensado en la silla, nerviosa, sin dejar que eso se mostrase en su cara, pero sin poder controlar la postura de su cuerpo. Alzó la mirada hacia el hombre que parecía esperar una respuesta. Pero el tabernero no estaba dispuesto a darsela sin el consentimiento de los implicados.
La bruja tragó saliva y asintió, si tenía que clavarle una daga en el cuello a ese tipo, lo haría. Tras un interrcambio de palabras, el tabernero mandó al tipo enjuto y rechoncho ha su mesa. Jenn se separó de la bruja, que por un segundó se sintió desprotegida, pero proto recuperó la compostura aminorando su respiración. Miró con seriedad al tipo, que retrocedió un momento ante la frialdad con la que lo hizo y comenzó a explicarse.
- Me manda el alcalde, dice que... que solo vosotros podeis ayudar, lo de anoche... los dragones.- La bruja se tensó nuevamente, los dragones que vio por la ventana destruyendo la ciudad.
- ¿Por qué el alcalde quiere ver a unos brujos si son los dragones quienes están destruyendo la ciudad?- preguntó Keira sin cortarse un pelo sin saber si los otros dos presentes entenderían algo, pero dispuesta a explicar lo que vio en la madrugada.
Keira Brabery
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Re: Sombras en la nieve [Libre][3/4]
No sabía que me hacía sentir más tenso, si estar con Keira y el otro hombre o estar solo con Keira. Ella sería capaz de hacerme arder a la menor cosa que hiciese que no le gustase. Y si no er el fuego, serían mis rayos. Yo tampoco estaba cómodo a su lado. No me gustaba la forma en la que me miraba, como si a cada cosa que hiciese me estuviera juzgando como la diosa de la belleza que se creía que era. Me hacía sentir como un insecto condenado a servir sumisión y benevolencia hacia sus pensamientos. Esa mirada… Muchos hombres, y también algunas mujeres, desearían que los ojos azules de la bruja se clavasen en ellos aunque solo sea una vez en la vida; y es que Keira tenía una mirada capaz de excitar a cualquiera que se pudiera excitar (mi maldición servía para algo en estos casos). Sin embargo, esa mirada provocativa, a mí, lo que me decía entre suspiros era: “No me gustas y quiero que te vayas.” Ya éramos dos. Ella tampoco me gustaba, y también estaría mejor si se fuera. Pero la necesitaba, por mucho que me odiase aceptarlo, necesitaba que sus ojos de color azul grisáceo estuvieran clavados en mí para que no me tirasen de la posada por falta de mesas como habían hecho las demás.
-Yo también lo espero.- Contesté en el mismo voz que dijo ella. –Gracias.- Era extraño que la bailarina me dijera una frase amable; desearía saber qué estaría pasando por su cabeza para tener que hablarme así.
Suspiré de alivio al verle volver al brujo a nuestra mesa. Mis ojos se clavaron en él, primero acompañados de un ligero movimiento de cabeza con gesto de gratitud por haberme librado del influjo que la mirada de Keira hacía sobre mí y, después con el resentimiento con el cual le había visto la primera vez. Esa otra cosa que odie aceptar aquel día, de no ser por el acompañante de Keira, lo más probable es que hubiera muerto calcinado por el fuego de la dama.
-Es mejor que te quedes Vincent.- Contesté apretando la mandíbula; qué rabia me dio pronunciar su nombre. - Tal vez tú también tengas cosas que contarme.- Mis ojos fueron directos a la jarra de cerveza que él trajo consigo deseando que, por lo menos, tuviera la decencia de compartir un poco de alcohol conmigo. - Me llamo Neph, encantado.- No recordaba si a Keira me había presentado como Gerrit o como Neph, lo más seguro era que fuera con el segundo nombre pues ese era el pseudónimo que utilizaba con las personas que desconfiaba.
La camarera que me abrió la puerta al entrar en la taberna vino a nuestra mesa cargada con tres enormes platos de estofado de ternera. ¡Eso sí que me gustaba! Aunque la compañía no fuera la mejor de todas, la comida tenía muy buena pinta. Sonreí a la muchacha en cuanto dejó los platos en la mesa, y uno de ellos enfrente mía. No podía estar más agradecido con la mujer y se lo hice saber con la mejor de mis sonrisas. ¿Sería cosa de Vincent? Prefería pensar que no; no estaba de humor para tener que admitir más cosas que me dieran rabia.
Al cabo de unos pocos segundos, lo que había calculado como tres cucharadas al jugoso estofado de ternera, apareció por la puerta un tipejo bajo envuelto en una capa buscando a aquellos que, según él, “el tio de las bailarinas”. La camarera, al instante, se puso nerviosa, parecía saber a qué se refería el hombrecito y, sobre todo, a quiénes estaba buscando. No me costó adivinar que, yo también conocía a las personas que el tipejo buscaba. Keira, sentada en su silla perdió la firmeza y la elegancia con la que se movía tras escuchar las palabras de aquel hombre. ¿Por qué no me extrañaba que la estuvieran buscando a ella?
-¿Otro admirador que quiere regalarte una “rosa”?- Hice hincapié en la última palabra haciendo referencia a nuestro primer encuentro. No pude reprimir mi burla; me había mordido la lengua durante demasiado tiempo.
El hombrecito volvió a hablar. ¿Dragones? Por su puesto que hay dragones, estamos en la puñetera ciudad de los lagartos. Que causasen problemas y que necesitasen de Keira y Vincent para solucionarlo era lo extraño. Aunque, eso explicaría porqué estaban todas las posadas completas, esos problemas habrían dejado sin hogar a decenas de personas. Keira fue la que lo afirmó después de que yo dedujese en mis pensamientos: Los dragones estaban destruyendo la ciudad.
-Yo también lo espero.- Contesté en el mismo voz que dijo ella. –Gracias.- Era extraño que la bailarina me dijera una frase amable; desearía saber qué estaría pasando por su cabeza para tener que hablarme así.
Suspiré de alivio al verle volver al brujo a nuestra mesa. Mis ojos se clavaron en él, primero acompañados de un ligero movimiento de cabeza con gesto de gratitud por haberme librado del influjo que la mirada de Keira hacía sobre mí y, después con el resentimiento con el cual le había visto la primera vez. Esa otra cosa que odie aceptar aquel día, de no ser por el acompañante de Keira, lo más probable es que hubiera muerto calcinado por el fuego de la dama.
-Es mejor que te quedes Vincent.- Contesté apretando la mandíbula; qué rabia me dio pronunciar su nombre. - Tal vez tú también tengas cosas que contarme.- Mis ojos fueron directos a la jarra de cerveza que él trajo consigo deseando que, por lo menos, tuviera la decencia de compartir un poco de alcohol conmigo. - Me llamo Neph, encantado.- No recordaba si a Keira me había presentado como Gerrit o como Neph, lo más seguro era que fuera con el segundo nombre pues ese era el pseudónimo que utilizaba con las personas que desconfiaba.
La camarera que me abrió la puerta al entrar en la taberna vino a nuestra mesa cargada con tres enormes platos de estofado de ternera. ¡Eso sí que me gustaba! Aunque la compañía no fuera la mejor de todas, la comida tenía muy buena pinta. Sonreí a la muchacha en cuanto dejó los platos en la mesa, y uno de ellos enfrente mía. No podía estar más agradecido con la mujer y se lo hice saber con la mejor de mis sonrisas. ¿Sería cosa de Vincent? Prefería pensar que no; no estaba de humor para tener que admitir más cosas que me dieran rabia.
Al cabo de unos pocos segundos, lo que había calculado como tres cucharadas al jugoso estofado de ternera, apareció por la puerta un tipejo bajo envuelto en una capa buscando a aquellos que, según él, “el tio de las bailarinas”. La camarera, al instante, se puso nerviosa, parecía saber a qué se refería el hombrecito y, sobre todo, a quiénes estaba buscando. No me costó adivinar que, yo también conocía a las personas que el tipejo buscaba. Keira, sentada en su silla perdió la firmeza y la elegancia con la que se movía tras escuchar las palabras de aquel hombre. ¿Por qué no me extrañaba que la estuvieran buscando a ella?
-¿Otro admirador que quiere regalarte una “rosa”?- Hice hincapié en la última palabra haciendo referencia a nuestro primer encuentro. No pude reprimir mi burla; me había mordido la lengua durante demasiado tiempo.
El hombrecito volvió a hablar. ¿Dragones? Por su puesto que hay dragones, estamos en la puñetera ciudad de los lagartos. Que causasen problemas y que necesitasen de Keira y Vincent para solucionarlo era lo extraño. Aunque, eso explicaría porqué estaban todas las posadas completas, esos problemas habrían dejado sin hogar a decenas de personas. Keira fue la que lo afirmó después de que yo dedujese en mis pensamientos: Los dragones estaban destruyendo la ciudad.
Gerrit Nephgerd
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Re: Sombras en la nieve [Libre][3/4]
El brujo de fuego sintió el agarre de su chaqueta, y miró a la mujer que la sostenía en su mano. Si no se equivocaba, la danzarina le estaba pidiendo en silencio que se quedara, aunque para que mentir, no es que hubiera asistido a muchas clases de lenguaje corporal.
El rubio también le dijo que se quedara, aunque este lo hizo con sus palabras y no con sus gestos. Cuando dos personas te dicen que te quedes en un sitio donde se sienten incómodos, suele ser una buena señal para salir por piernas, o así lo creía Vinc. Era bastante claro que si le pedían que no se fuera era porque no estaban a gusto el uno con el otro, y además, no tenía que ser un experto en conocimiento de comportamientos para notar la rabia con la que decía ese chico su nombre.
De todos modos no iba a irse a ninguna parte. ¿Por qué era un galán que siempre estaría dispuesto a ayudar a una dama? ¿Más cuando esta era su amiga? No. Jenn acababa de llegar con una gran bandeja con los tres platos de estofado y, demonios, tenía hambre.
- Espero que disfruten de la comida-, comentó la siempre simpática camarera.
- Madre mía-, comentó el brujo perdiendo la vista en los platos. - Ya creo que lo voy a disfrutar. Por favor, trae unos vasos para ellos, si eres tan amable-, pidió poniendo su característica sonrisa.
- Vale, ya había pensado en ellos, chico del sur-, respondió sonriente volviendo a la barra.
Vincent cogió los cubiertos para empezar a dar cuenta de la comida, pero antes de probar bocado, alzó la mirada del plato. Ahora que lo pensaba, el chico se había presentado.
- Encantado Neph-, aunque por lo que podía apreciar Keira no estaba nada encantada. - Espero que pronto encuentre a esa persona que busca-, sobre todo si era antes de que la danzarina le prendiera fuego a todo. - ¿Yo? Pues no tengo mucho que contar, estaba de visita por esta hermosa ciudad.
Ahhhh. Por fin podía comer. Y que rico estaba. Sin duda Jack tenía una mano genial para la comida. Ese hombretón había acertado de lleno el día que había decidido ponerse tras los fogones de una cocina de leña. Desgraciadamente parecía que esa mañana todos querían que pasara hambre, pues, poco después de que Jenn volviera con los vasos para los demás, apareció un tipo que se acercó hasta la barra para verla. Y precisamente buscaba, como no, tanto a la bruja de fuego como a él. Como si no hubiera cabreado ya suficientemente a Kei dejando la puerta abierta.
El tipo hablaba un tanto entrecortado, y no sabía si era porque había notado el enfado de la dama cuando cerró la puerta con sus poderes, o simplemente hablaba así siempre.
- Muchacho. No eres el mejor explicándote sobre este planeta-, dijo tomando otro poco de su desayuno. - Vayamos por partes. ¿Para qué nos quiere al alcalde precisamente a nosotros? Realmente no fue culpa nuestra todo lo que ocurrió, pensaba que eso estaba ya aclarado-, razonó con el joven. Sin embargo no podía decir que no tuviera curiosidad sobre lo que había comentado Keira, aunque también sintió curiosidad por las palabras de Neph. Esa rosa con ese tono sonó sospechoso, pero era mejor obviarlo por su parte sino quería enfadar más a la chica.
- ¿Unos dragones están destruyendo al ciudad? - esta vez preguntó a la bruja. - No entiendo, ¿tenéis alguna banda de saqueadores o algo? - se dirigió nuevamente al mensajero. - Como si en Dundarak no tuvierais suficientes hombres como para acabar con ellos.
¿Que se pensaban que eran los brujos en esa ciudad? A lo mejor pensaban que podía aniquilar ejércitos de dragones solo con su mirada.
- No es tan… sencillo. Si pudierais venir al despacho del alcalde… lo entenderíais todo. Realmente necesitamos un grupo pequeño, y vosotros la otra noche demostrasteis unas grandes cualidades-, fue la contestación del mensajero.
- Oh, maldita sea- Está bien. Iré a ver al alcalde cuando termine de desayunar, pero ojo-, matizó, - solo hablo en mi nombre. Keira no es una mercenaria como yo, y a este chico lo acabo de conocer. Siéntate hombre, no mordemos-, al menos yo no. - Jenn, trae un plato para este joven. La base de un buen día, es un buen desayuno-, comentó con una frase hecha y se puso a terminarse su comida de una vez.
El rubio también le dijo que se quedara, aunque este lo hizo con sus palabras y no con sus gestos. Cuando dos personas te dicen que te quedes en un sitio donde se sienten incómodos, suele ser una buena señal para salir por piernas, o así lo creía Vinc. Era bastante claro que si le pedían que no se fuera era porque no estaban a gusto el uno con el otro, y además, no tenía que ser un experto en conocimiento de comportamientos para notar la rabia con la que decía ese chico su nombre.
De todos modos no iba a irse a ninguna parte. ¿Por qué era un galán que siempre estaría dispuesto a ayudar a una dama? ¿Más cuando esta era su amiga? No. Jenn acababa de llegar con una gran bandeja con los tres platos de estofado y, demonios, tenía hambre.
- Espero que disfruten de la comida-, comentó la siempre simpática camarera.
- Madre mía-, comentó el brujo perdiendo la vista en los platos. - Ya creo que lo voy a disfrutar. Por favor, trae unos vasos para ellos, si eres tan amable-, pidió poniendo su característica sonrisa.
- Vale, ya había pensado en ellos, chico del sur-, respondió sonriente volviendo a la barra.
Vincent cogió los cubiertos para empezar a dar cuenta de la comida, pero antes de probar bocado, alzó la mirada del plato. Ahora que lo pensaba, el chico se había presentado.
- Encantado Neph-, aunque por lo que podía apreciar Keira no estaba nada encantada. - Espero que pronto encuentre a esa persona que busca-, sobre todo si era antes de que la danzarina le prendiera fuego a todo. - ¿Yo? Pues no tengo mucho que contar, estaba de visita por esta hermosa ciudad.
Ahhhh. Por fin podía comer. Y que rico estaba. Sin duda Jack tenía una mano genial para la comida. Ese hombretón había acertado de lleno el día que había decidido ponerse tras los fogones de una cocina de leña. Desgraciadamente parecía que esa mañana todos querían que pasara hambre, pues, poco después de que Jenn volviera con los vasos para los demás, apareció un tipo que se acercó hasta la barra para verla. Y precisamente buscaba, como no, tanto a la bruja de fuego como a él. Como si no hubiera cabreado ya suficientemente a Kei dejando la puerta abierta.
El tipo hablaba un tanto entrecortado, y no sabía si era porque había notado el enfado de la dama cuando cerró la puerta con sus poderes, o simplemente hablaba así siempre.
- Muchacho. No eres el mejor explicándote sobre este planeta-, dijo tomando otro poco de su desayuno. - Vayamos por partes. ¿Para qué nos quiere al alcalde precisamente a nosotros? Realmente no fue culpa nuestra todo lo que ocurrió, pensaba que eso estaba ya aclarado-, razonó con el joven. Sin embargo no podía decir que no tuviera curiosidad sobre lo que había comentado Keira, aunque también sintió curiosidad por las palabras de Neph. Esa rosa con ese tono sonó sospechoso, pero era mejor obviarlo por su parte sino quería enfadar más a la chica.
- ¿Unos dragones están destruyendo al ciudad? - esta vez preguntó a la bruja. - No entiendo, ¿tenéis alguna banda de saqueadores o algo? - se dirigió nuevamente al mensajero. - Como si en Dundarak no tuvierais suficientes hombres como para acabar con ellos.
¿Que se pensaban que eran los brujos en esa ciudad? A lo mejor pensaban que podía aniquilar ejércitos de dragones solo con su mirada.
- No es tan… sencillo. Si pudierais venir al despacho del alcalde… lo entenderíais todo. Realmente necesitamos un grupo pequeño, y vosotros la otra noche demostrasteis unas grandes cualidades-, fue la contestación del mensajero.
- Oh, maldita sea- Está bien. Iré a ver al alcalde cuando termine de desayunar, pero ojo-, matizó, - solo hablo en mi nombre. Keira no es una mercenaria como yo, y a este chico lo acabo de conocer. Siéntate hombre, no mordemos-, al menos yo no. - Jenn, trae un plato para este joven. La base de un buen día, es un buen desayuno-, comentó con una frase hecha y se puso a terminarse su comida de una vez.
Vincent Calhoun
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Re: Sombras en la nieve [Libre][3/4]
Ante el comentario de la rosa Keira tuvo que reprimir las ganas de quemarle el flequillo a ese capullo, sin embargo, no es que fuera la persona con mayor control del mundo, y con el simple gesto de una ceja un jarrón que había en medio de la mesa, se vio incendiado. Keira ahogó un suspiro y miró con asco al brujo rubio.
- Vaya, mi puntería empieza a fallar, te apuntaba a ti.- dijo con veneno en el tono, intentando disimular su descontrol, volviendo a centrar su atención en la conversación que, ahora, mantenían Vincent y el otro tipo, mientras las llamas se apagaban.
Parecía ser que el tipo los quería llevar ante el alcalde. No es que Keira tuviera un interés especial en ir, preferiría quedarse en la taberna, en su cuarto, leyendo, afinando sus instrumentos, remendando el daño de algunos de sus vestidos o ayudando a Jenna, incluso, si se terciaba, pero la presencia de Nerph la hacía querer salir huyendo, y por poca gracia que le hiciera, el molesto tipo que se había autoinvitado a su mesa le daba la excusa perfecta.
Se levantó de golpe cuando Vincent dejó en claro que iría y se marchó escaleras arriba sin decir una palabra, no pensaba hablar más, no frente al idiota de pelo rubio. Antes de subir, se giró lanzando una mirada de desdén, y volvió a su camino. Subió las escaleras con Fire revoloteando cerca y llegó al dormitorio.
Entró cerrando la puerta a sus espaldas y tomó una bolsa donde metió su pandereta y algo de dinero, tomó la capa que tenía tras la puerta y se la puso sobre los hombros, encima de la bolsa. Fire no tardó en tener puesto su gorrillo de lana y su propia capa de tela para, por fin, bajar de nuevo al salón. La bruja cerró la puerta y bajó sin prisa para pasar de largo de la mesa y entrar directa a la cocina.
- Jenn, creo que vamos a salir, ¿puedo llevarme algo de pan y queso?- preguntó a la mujer que lavaba los platos.
- Claro cielo.- dijo secandose las manos con un paño y dirigiendose a la despensa.- Ya me lo pagarás cuando vuelvas con una actuación de esas de las tuyas, ayer hicimos lleno.- sonrió la mujer dandole tres hogazas de pan y un trozo grande de queso envuelto en trapos, junto a un botijo de agua cerrado.- Volved pronto, ese tipo es de un pueblo cercano a la capital, pero... no me gusta.- comentó Jenn a la bruja.
- Tendremos cuidado, gracias.- contestó la bruja sonriendo a la tabernera.
Pasó, nuevamente, de largo por la mesa y salió por la puerta, esperando a Vincent y al tipo acoplado, esperaba que el rubio se quedase allí y no se le ocurriera perseguirlos, ciertamente podía decir que, igual que con Jenn había conseguido conectar extrañamente pronto y que se sentía casi como hablar con una hermana, igual que con Vincent se sentía cómoda, odiaba de sobremanera a ese brujo tan engreido y maleducado que parecía empeñado en pegarse a ella en cuanto se la encontraba.
- Vaya, mi puntería empieza a fallar, te apuntaba a ti.- dijo con veneno en el tono, intentando disimular su descontrol, volviendo a centrar su atención en la conversación que, ahora, mantenían Vincent y el otro tipo, mientras las llamas se apagaban.
Parecía ser que el tipo los quería llevar ante el alcalde. No es que Keira tuviera un interés especial en ir, preferiría quedarse en la taberna, en su cuarto, leyendo, afinando sus instrumentos, remendando el daño de algunos de sus vestidos o ayudando a Jenna, incluso, si se terciaba, pero la presencia de Nerph la hacía querer salir huyendo, y por poca gracia que le hiciera, el molesto tipo que se había autoinvitado a su mesa le daba la excusa perfecta.
Se levantó de golpe cuando Vincent dejó en claro que iría y se marchó escaleras arriba sin decir una palabra, no pensaba hablar más, no frente al idiota de pelo rubio. Antes de subir, se giró lanzando una mirada de desdén, y volvió a su camino. Subió las escaleras con Fire revoloteando cerca y llegó al dormitorio.
Entró cerrando la puerta a sus espaldas y tomó una bolsa donde metió su pandereta y algo de dinero, tomó la capa que tenía tras la puerta y se la puso sobre los hombros, encima de la bolsa. Fire no tardó en tener puesto su gorrillo de lana y su propia capa de tela para, por fin, bajar de nuevo al salón. La bruja cerró la puerta y bajó sin prisa para pasar de largo de la mesa y entrar directa a la cocina.
- Jenn, creo que vamos a salir, ¿puedo llevarme algo de pan y queso?- preguntó a la mujer que lavaba los platos.
- Claro cielo.- dijo secandose las manos con un paño y dirigiendose a la despensa.- Ya me lo pagarás cuando vuelvas con una actuación de esas de las tuyas, ayer hicimos lleno.- sonrió la mujer dandole tres hogazas de pan y un trozo grande de queso envuelto en trapos, junto a un botijo de agua cerrado.- Volved pronto, ese tipo es de un pueblo cercano a la capital, pero... no me gusta.- comentó Jenn a la bruja.
- Tendremos cuidado, gracias.- contestó la bruja sonriendo a la tabernera.
Pasó, nuevamente, de largo por la mesa y salió por la puerta, esperando a Vincent y al tipo acoplado, esperaba que el rubio se quedase allí y no se le ocurriera perseguirlos, ciertamente podía decir que, igual que con Jenn había conseguido conectar extrañamente pronto y que se sentía casi como hablar con una hermana, igual que con Vincent se sentía cómoda, odiaba de sobremanera a ese brujo tan engreido y maleducado que parecía empeñado en pegarse a ella en cuanto se la encontraba.
Keira Brabery
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Re: Sombras en la nieve [Libre][3/4]
-Ya veo, de visita a esta “hermosa ciudad”.- Repetí haciendo hincapié en la palabra hermosa. Todo cuanto decía o hacía aquel hombre era motivo suficiente para sospechar de él. Empezando por llevarse bien con Keira, nadie que no fuera sospechoso de algo se llevaría bien con esa bruja cruel y egocéntrica. Si eso no era motivo suficiente para pensar que Vincent no era todo lo que aparentaba, Suuri era un simple martillo de forja. –Supongo que como yo, también estoy de visita; una obligada.- Sonreí por debajo de la nariz. No tenía intención de quedarme demasiado tiempo en Dundarak, solo había ido por la carta que recibí de mi abuelo. Cuanto antes regrese a Baslodia, antes podría resolver la maldición de la mariposa de mi entrepierna. -Con suerte, mi visita a esta “hermosa ciudad” acabará esta misma noche.-
Como se solía decir: “A caballo regalado, no le mires el dentado.” La compañía no era agradable pero por lo menos estaba bajo un techo y tenía un delicioso estofado de ternera que, aunque nadie lo dijo nada al respecto, yo ya había presupuesto que lo iría a pagar la parejita feliz. Por mi tenía buena fortuna en algo para variar. No todo ¡ba a ser maldiciones y peleas absurdas en busca de tesoros todavía más absurdos.
Pero mi suerte no duró demasiado pues, después de mi comentario sobre la rosa, Keira mostró su agradable amabilidad conmigo al lanzarme una bola de fuego. Suerte que estaba un jarrón en medio, si me llegase a quemar aprovechando que estaba desprevenido comiendo, lo hubiera pagado bien caro. Por haber quemado un simple jarrón no iba a hacer nada, por extraño que resultase, no quería arma un alboroto en la posada. El viejo Nephgerd era capaz de aparecer justo en el momento menos oportuno y seguro que al verme peleando con la zorra de Keira, se iría otra vez para no volver jamás.
-Ten cuidado Keira, puede que te estés quedando ciega.- Contesté a la bruja con una amplía sonrisa. –Yo de ti iría a que algún matasano me lo mirasen.- Una cosa era no armar un alboroto y otra no contestar con unas pocas palabras que seguro que a la bruja le estarían sentado muy bien.
Por segunda vez aquel día, la chica se fue dejándome solo con el rubio. Suspiré sonoramente. Ni tenía ganas de hablar con él ni lo iba a hacer. Me dediqué a comer y ya está. Yo a lo mío y él a lo suyo; se que quedase hablando con el hombre que acababa de entrar preguntando por ellos si quería. A mí solo me importaba encontrarme de nuevo con mi abuelo; con él sí que iba a hablar y más le valía al viejo contestarme a todas las preguntas que le tenía preparadas, una por una y sin rechistar. Aunque, de poder preguntarle nada, primero tenía que aparecer y, hasta aquel momento, todavía no tenía ni rastro sobre su paradero. Volví a suspirar tan sonoramente como antes.
Keira apareció preparada para el viaje que tanto ella como Vincent iban a emprender. Que mala educación irse así de rápido sin despedirse ni nada, bueno por lo menos me quedaría solo con mi estofado a esperar al viejo. Estaba bien, ¿no? Era lo que había querido en un principio. Sin embargo, dos preguntas circulaban mi mente en aquel momento: La primera era simple, por qué buscaban a esos dos brujos por un problemas con los dragones, Keira no era tan poderosa, ni siquiera supo soltar todo el potencial de mi magia cuando tuvo el control de mi cuerpo, se dedicó a achicharrar cerebros y poco más; y el otro tampoco parecía gran cosa, el típico hombre que apreciaba el tamaño de su espada tanto como el de su polla. ¿Cómo esos dos iban a encargarse de nada? La segunda pregunta, y quizás la más importante, era más compleja que la primera, era esa clase de preguntas que solo una mente brillante y vivaz como la mía se podría hacer: ¿Quién pagaría el estofado si ellos se van? Yo seguro que no.
Sin pensarlo dos veces, di dos cucharadas rápidas para terminarme el estofado que me quedaba, me levanté de la silla y fui hacia la puerta donde Keira esperaba a que Vincent captase la indirecta de irse.
-Algo me dice que necesitarás mi ayuda.- Dije a Keira al quedarme junto a ella en el umbral de la puerta. -¿Tú sola contra dragones y al lado de ese tipo demasiado simpático?- Señalé a Vincent antes de que viniera. - No me hagas reír. Os acompañaré, aunque solo sea para guiarte no vuelvas a fallar de nuevo y termines haciendo arder a la ciudad entera.- Total, el viejo tardaba en venir y, aunque la carta parecía auténtica, estaba empezando a pensar que nunca vendría.
Como se solía decir: “A caballo regalado, no le mires el dentado.” La compañía no era agradable pero por lo menos estaba bajo un techo y tenía un delicioso estofado de ternera que, aunque nadie lo dijo nada al respecto, yo ya había presupuesto que lo iría a pagar la parejita feliz. Por mi tenía buena fortuna en algo para variar. No todo ¡ba a ser maldiciones y peleas absurdas en busca de tesoros todavía más absurdos.
Pero mi suerte no duró demasiado pues, después de mi comentario sobre la rosa, Keira mostró su agradable amabilidad conmigo al lanzarme una bola de fuego. Suerte que estaba un jarrón en medio, si me llegase a quemar aprovechando que estaba desprevenido comiendo, lo hubiera pagado bien caro. Por haber quemado un simple jarrón no iba a hacer nada, por extraño que resultase, no quería arma un alboroto en la posada. El viejo Nephgerd era capaz de aparecer justo en el momento menos oportuno y seguro que al verme peleando con la zorra de Keira, se iría otra vez para no volver jamás.
-Ten cuidado Keira, puede que te estés quedando ciega.- Contesté a la bruja con una amplía sonrisa. –Yo de ti iría a que algún matasano me lo mirasen.- Una cosa era no armar un alboroto y otra no contestar con unas pocas palabras que seguro que a la bruja le estarían sentado muy bien.
Por segunda vez aquel día, la chica se fue dejándome solo con el rubio. Suspiré sonoramente. Ni tenía ganas de hablar con él ni lo iba a hacer. Me dediqué a comer y ya está. Yo a lo mío y él a lo suyo; se que quedase hablando con el hombre que acababa de entrar preguntando por ellos si quería. A mí solo me importaba encontrarme de nuevo con mi abuelo; con él sí que iba a hablar y más le valía al viejo contestarme a todas las preguntas que le tenía preparadas, una por una y sin rechistar. Aunque, de poder preguntarle nada, primero tenía que aparecer y, hasta aquel momento, todavía no tenía ni rastro sobre su paradero. Volví a suspirar tan sonoramente como antes.
Keira apareció preparada para el viaje que tanto ella como Vincent iban a emprender. Que mala educación irse así de rápido sin despedirse ni nada, bueno por lo menos me quedaría solo con mi estofado a esperar al viejo. Estaba bien, ¿no? Era lo que había querido en un principio. Sin embargo, dos preguntas circulaban mi mente en aquel momento: La primera era simple, por qué buscaban a esos dos brujos por un problemas con los dragones, Keira no era tan poderosa, ni siquiera supo soltar todo el potencial de mi magia cuando tuvo el control de mi cuerpo, se dedicó a achicharrar cerebros y poco más; y el otro tampoco parecía gran cosa, el típico hombre que apreciaba el tamaño de su espada tanto como el de su polla. ¿Cómo esos dos iban a encargarse de nada? La segunda pregunta, y quizás la más importante, era más compleja que la primera, era esa clase de preguntas que solo una mente brillante y vivaz como la mía se podría hacer: ¿Quién pagaría el estofado si ellos se van? Yo seguro que no.
Sin pensarlo dos veces, di dos cucharadas rápidas para terminarme el estofado que me quedaba, me levanté de la silla y fui hacia la puerta donde Keira esperaba a que Vincent captase la indirecta de irse.
-Algo me dice que necesitarás mi ayuda.- Dije a Keira al quedarme junto a ella en el umbral de la puerta. -¿Tú sola contra dragones y al lado de ese tipo demasiado simpático?- Señalé a Vincent antes de que viniera. - No me hagas reír. Os acompañaré, aunque solo sea para guiarte no vuelvas a fallar de nuevo y termines haciendo arder a la ciudad entera.- Total, el viejo tardaba en venir y, aunque la carta parecía auténtica, estaba empezando a pensar que nunca vendría.
Gerrit Nephgerd
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Re: Sombras en la nieve [Libre][3/4]
Al ver el jarrón de la mesa arder, el brujo no pudo menos que pensar que era peligroso estar cerca de la bailarina si eras algo inflamable. No era algo que no supiera de antemano, pero también sabía que las personas podían arder incluso mejor que el propio jarrón, así que dejó que los tortolitos resolvieran sus diferencias mientras seguía terminándose su comida.
- Hermosa ciudad eh. Ya lo creo, pero intenta que no noten tu disconformidad con la ciudad los dragones. Pueden ser personas honorables, pero también son orgullosas con su tierra-, comentó de pasada, notando el tono distinto que usaba con las palabras que el mismo había pronunciado.
O tenía un problema con Dundarak. O lo tenía con él. Y en ambos caso el problema seguía siendo del amigo de Keira. Amigo. Vinc colocó su mano delante de la boca, fingiendo que se arreglaba la barba, y sonrió por el hilo de sus pensamientos. Si lo escuchara referirse al hombre por el que quemó un jarrón como su amigo, sería él el que ardiera.
Cuando Keira se levantó de golpe no sabía si la chica iría o si en cambio se quedaría. No tenía por qué pensar que fuera a ver al alcalde, después de todo ella era bailarina no guerrera, y era ese el motivo por el cual no la había incluido en el lote cuando el chico había venido por ellos.
El brujo empujó el plato de la bruja hasta donde se encontraba el mensajero. Lo que si sabía era que había un plato de comida que se enfriaría, y eso no estaba bien. Sobre todo porque lo pagaba él.
- Come chico. Algo me da en la nariz que no quiere más-, sonrió al mensajero, que con timidez asintió. El brujo por su parte hizo una señal, volteando medio cuerpo en su silla, a Jenn para que no trajera un cuarto plato de estofado. Con una cuchara bastaría, como le indicó señalando su propia cuchara con una sonrisa. - Y dime. Ese alcalde tuyo para que necesita brujos en vez de dragones. Buscar brujos en el norte es como querer buscar una aguja en un pajar.
- Es por los asaltos de esos dragones-, respondió con si timidez habitual, cogiendo la cuchara que le traía en esos momentos la camarera. - Atacan sobre todo nuestro pueblo, y el alcalde escuchó la hazaña de los brujos en la ciudad. Y creyó que eran lo mejor para combatirlos. Realmente… no sabemos qué quieren-, comentó a la vez que iniciaba su comida.
A los minutos apareció Keira, y aunque primero fue a la cocina, llevar a Fire preparado para salir era indicativo suficiente de que iría con él. Y supuso que el rubio también se dio cuenta, pues en cuanto la joven salió afuera, se terminó el estofado con velocidad para salir tras ella. Lo que tendría que hablar con ella lo tendría que hacer ahora, antes de que se fueran.
- Menos mal que no tenía hambre-, bromeó al mensajero con un guiño del ojo. - Termínate el estofado tranquilo. Iré por mis cosas. En cuanto vuelva partiremos.
Vinc subió al piso de arriba, y como tenía la costumbre de tener sus cosas dentro de su morral, no tuvo más que meter algunas pertenencias que necesitaba para el día a día, y colocar su espada y daga al cinto. Estaba seguro que las iba a necesitar una vez más. Ya preparado bajó hasta la barra.
- Te pago ahora o a la vuelta-, bromeó el brujo a la camarera sacando su bolsa con aeros.
- Mejor ahora. No sé si volverás para pagarme-, siguió la broma.
El brujo dejó dinero suficiente para cubrir los gastos de la comida, pues la habitación ya la había pagado Keira con el dinero de sus actuaciones en el local. Sonrió a la dama.
- Yo siempre vuelvo-, se giró con esa sonrisa en los labios e hizo un gesto por encima del hombro despidiéndose.
- Más te vale. Y ten cuidado-, rió la dama continuando su tarea de secar vasos para la cerveza.
- Vamos muchacho-, comentó sin detenerse, colocando su morral al hombro y siguiendo hasta la salida. - Es hora de ver a tu querido alcalde.
Le recibió el viento frío del norte en la cara. Algo que a larga era una pesadilla para los extranjeros poco acostumbrados, pero que ahora había despejado al brujo física y mentalmente.
- Ese carruaje es mío. Os llevaré hasta el pueblo. Está a una hora de aquí-, dijo el hombre tímido, poniéndose a los mandos de los caballos de tiro.
Vinc no dijo nada. Solo miró a su izquierda hacia Keira y Neph, y sonrió negando la cabeza a la vez que se aproximaba al carro, donde lanzó su morral por encima del lateral. Luego apoyó su pierna en los radios de la rueda y con un impulso subió por ese mismo lateral. Nada más subir, acomodó su morral como si de una almohada se tratara y apoyó la cabeza en él. Una hora. Podría dormir un poco antes de ver al alcalde misterioso.
- Hermosa ciudad eh. Ya lo creo, pero intenta que no noten tu disconformidad con la ciudad los dragones. Pueden ser personas honorables, pero también son orgullosas con su tierra-, comentó de pasada, notando el tono distinto que usaba con las palabras que el mismo había pronunciado.
O tenía un problema con Dundarak. O lo tenía con él. Y en ambos caso el problema seguía siendo del amigo de Keira. Amigo. Vinc colocó su mano delante de la boca, fingiendo que se arreglaba la barba, y sonrió por el hilo de sus pensamientos. Si lo escuchara referirse al hombre por el que quemó un jarrón como su amigo, sería él el que ardiera.
Cuando Keira se levantó de golpe no sabía si la chica iría o si en cambio se quedaría. No tenía por qué pensar que fuera a ver al alcalde, después de todo ella era bailarina no guerrera, y era ese el motivo por el cual no la había incluido en el lote cuando el chico había venido por ellos.
El brujo empujó el plato de la bruja hasta donde se encontraba el mensajero. Lo que si sabía era que había un plato de comida que se enfriaría, y eso no estaba bien. Sobre todo porque lo pagaba él.
- Come chico. Algo me da en la nariz que no quiere más-, sonrió al mensajero, que con timidez asintió. El brujo por su parte hizo una señal, volteando medio cuerpo en su silla, a Jenn para que no trajera un cuarto plato de estofado. Con una cuchara bastaría, como le indicó señalando su propia cuchara con una sonrisa. - Y dime. Ese alcalde tuyo para que necesita brujos en vez de dragones. Buscar brujos en el norte es como querer buscar una aguja en un pajar.
- Es por los asaltos de esos dragones-, respondió con si timidez habitual, cogiendo la cuchara que le traía en esos momentos la camarera. - Atacan sobre todo nuestro pueblo, y el alcalde escuchó la hazaña de los brujos en la ciudad. Y creyó que eran lo mejor para combatirlos. Realmente… no sabemos qué quieren-, comentó a la vez que iniciaba su comida.
A los minutos apareció Keira, y aunque primero fue a la cocina, llevar a Fire preparado para salir era indicativo suficiente de que iría con él. Y supuso que el rubio también se dio cuenta, pues en cuanto la joven salió afuera, se terminó el estofado con velocidad para salir tras ella. Lo que tendría que hablar con ella lo tendría que hacer ahora, antes de que se fueran.
- Menos mal que no tenía hambre-, bromeó al mensajero con un guiño del ojo. - Termínate el estofado tranquilo. Iré por mis cosas. En cuanto vuelva partiremos.
Vinc subió al piso de arriba, y como tenía la costumbre de tener sus cosas dentro de su morral, no tuvo más que meter algunas pertenencias que necesitaba para el día a día, y colocar su espada y daga al cinto. Estaba seguro que las iba a necesitar una vez más. Ya preparado bajó hasta la barra.
- Te pago ahora o a la vuelta-, bromeó el brujo a la camarera sacando su bolsa con aeros.
- Mejor ahora. No sé si volverás para pagarme-, siguió la broma.
El brujo dejó dinero suficiente para cubrir los gastos de la comida, pues la habitación ya la había pagado Keira con el dinero de sus actuaciones en el local. Sonrió a la dama.
- Yo siempre vuelvo-, se giró con esa sonrisa en los labios e hizo un gesto por encima del hombro despidiéndose.
- Más te vale. Y ten cuidado-, rió la dama continuando su tarea de secar vasos para la cerveza.
- Vamos muchacho-, comentó sin detenerse, colocando su morral al hombro y siguiendo hasta la salida. - Es hora de ver a tu querido alcalde.
Le recibió el viento frío del norte en la cara. Algo que a larga era una pesadilla para los extranjeros poco acostumbrados, pero que ahora había despejado al brujo física y mentalmente.
- Ese carruaje es mío. Os llevaré hasta el pueblo. Está a una hora de aquí-, dijo el hombre tímido, poniéndose a los mandos de los caballos de tiro.
Vinc no dijo nada. Solo miró a su izquierda hacia Keira y Neph, y sonrió negando la cabeza a la vez que se aproximaba al carro, donde lanzó su morral por encima del lateral. Luego apoyó su pierna en los radios de la rueda y con un impulso subió por ese mismo lateral. Nada más subir, acomodó su morral como si de una almohada se tratara y apoyó la cabeza en él. Una hora. Podría dormir un poco antes de ver al alcalde misterioso.
Vincent Calhoun
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Re: Sombras en la nieve [Libre][3/4]
Fuera helaba, Keira se acurrucó en su capa dejando que Fire, en su hombro, hiciera otro tanto en la capucha. El ave era, en parte, como la bailarina. No toleraba los climas fríos, le gustaba estar tranquila y cálida, y aunque no le gustaba la gente, apreciaba a quienes la cuidaban. Pocos habían tenido el placer de llevar a Fire en su hombro, y solo a Keira le hacía arrumacos. La bailarina medio sonrió cuando su halcón restregó su cabecita por su cuello haciéndole cosquillas. Para lo arisca que era con la mayoría, era toda una mimada cuando estaba con su ama.
- No me preocupa que a ciudad entera arda si tu lo haces con ella.- respondió seca, cambiando el semblante cuando salió el rubio, mirando al interior de la taberna a espera de que Vincent y el tipo bajo salieran a su encuentro.
Afortunadamente para su salud mental, no tardaron en hacerlo. Y con una buena noticia, para variar. El feo tenía un carro, y no tendrían que caminar entre la fría nieve para llegar al pueblo, podrían ir tranquilamente y sin mojarse los pies. Siguió a Vincent al interior, pasando junto al enjuto tipo del que Jenn le había advertido que no se fiara. Le lanzó una mirada de advertencia, si los estaba engañando acabaría con el culo escaldado.
Fire, que entendía que Keira no se fiaba del hombre revoloteó hasta llegar a rodear la cabeza del tipo, que, asustado, calló al suelo dejando una enorme y redonda marca en la nieve. La bailarina tuvo que ocultar una sonrisa satisfecha, si ese tipo temía a un pájaro, que no le daría miedo, aunque, ciertamente, Fire no era solo un pájaro, y tenía más peligro que ella misma. Cuando ya tenía un pie en la rueda del carro, dispuesta a subir, la llamó.
- Fire, vamos, no asustes al señor.- habló, ocultando su diversión por completo, al tiempo que Fire acudía a ella.
Subió al carro y dejó a un lado su bolsa para, al instante siguiente, abrazarse las rodillas y dejar que su halcón se acurrucase entre el sobrante de la capa en la que Keira se había enredado, intentando combatir el frío aire del norte que la hacía estremecerse. Escuchó protestar al tipo mientras se alzaba del suelo, claramente molesto, pareció entender que, al menos la bruja, no se fiaba de él.
Cuando todos hubieron subido el viaje inició con calma, la nieve relucía bajo el sol que brillaba en el cielo y que, poco a poco, se iba cubriendo de nubes. El carretillero parecía no querer hablar, y Keira tampoco se sentía con ánimos de hacer comentario alguno, ciertamente, tenía pocas ganas de seguir el viaje. Había esperado que, al menos, Nerph se quedase en la taberna esperando a quien se supusiera que esperaba, no quería tener que lidiar con dos idiotas al tiempo, ya que el tipo que había entrado a la taberna buscandolos, no era precisamente una persona que le gustase.
Acarició la cabeza de Fire de forma distraída y empezó a tararear mientras el carro avanzaba por los caminos nevados, intentando distraer su atención del frío que se volvía cada vez más y más fuerte. Parecía que habría tormenta. Por suerte para ellos, poco tardaron en llegar al pueblo. La imagen era devastadora. Muchas casas se encontraban derrumbadas o en proceso de construcción, el frío y la nieve que comenzaba a caer como si fueran ligeras flores de árboles se colaba por los tejanos rotos.
Keira bajó del carromato y respiró, abrazándose a si misma para intentar entrar en calor, mientras contemplaba la escena, que se emborronaba cuando el vaho de su respiración se elevaba frente a sus ojos. El frío había ido en aumento a medida que las nubes grises comenzaban a cubrir el cielo, mejor sería refugiarse pronto en algún lado si no querían que les pillase la tormenta.
- Vamos, el alcalde espera, allí os dirán todo lo que pasa y podréis esperar a que pase la tormenta, parece que va a ser fuerte. - Comentó el tipo que los había llevado hasta allí.
Keira lo siguió en silencio, preguntándose dónde se estarían refugiando los aldeanos que habían perdido sus casas. Y fijándose el camino que iban pisando, curiosamente, las casas que más caudal parecían tener estaban intactas, y, al llegar a la entrada del ayuntamiento, residencia del alcalde, pudo comprobar que, al igual que los hogares adinerados, estaba sin un solo rasguño. Parecía que los asaltantes eran, como poco, selectos, escogían con cuidado cómo y donde atacar con tal de no perjudicar a las casas con dinero, pero, ¿por qué? ¿para poder ir a robar después? No, eso no tenía sentido alguno.
Entraron a la casa del alcalde y les hicieron pasar a un salón, elegante y luminoso donde una chimenea chisporroteaba encendida. Una mujer con vestido pomposo, regordeta y de grandes mejillas rojizas entró y les sirvió una bebida caliente invitandolos a sentarse mientras salía junto al tipo que había ido a buscarlos, informando que avisaría de su llegada al alcalde. La bailarina se sentó en uno de los sillones dejando su capa a un lado y miró su alrededor con ceño fruncido.
Tomó una taza de las que la mujer había dejado en la mesa y fue a dar un sorbo, sin embargo, no olía bien, no olía a té normal. Su aroma era el del peyote, ácido y amargo, habían intentado taparlo con melaza, pero para quienes, como ella, acostumbraban a conocer las plantas y sus efectos, al menos en cuanto a las plantas que provocaban efectos, no precisamente benignos. Sin mediar palabra tomó las tazas y la tetera y se acercó a una ventana, la abrió y vertió el contenido por la ventana, cerrándola rápido y dejando las tazas, vacías, nuevamente en la mesa.
- No debíamos beber eso.- dijo sin más explicación, volviendo a sentarse, acariciando a Fire, que se encontraba en el brazo del sillón que ella había escogido como asiento, justo cuando la puerta volvió a abrirse y un hombre elegante de pelo cano, barba y bigote apareció tras la puerta. Debía ser el alcalde. Un trueno resonó en ese instante, la tormenta había empezado.
**********************************
Off: Uso de habilidad pasiva, trampas y venenos.
- No me preocupa que a ciudad entera arda si tu lo haces con ella.- respondió seca, cambiando el semblante cuando salió el rubio, mirando al interior de la taberna a espera de que Vincent y el tipo bajo salieran a su encuentro.
Afortunadamente para su salud mental, no tardaron en hacerlo. Y con una buena noticia, para variar. El feo tenía un carro, y no tendrían que caminar entre la fría nieve para llegar al pueblo, podrían ir tranquilamente y sin mojarse los pies. Siguió a Vincent al interior, pasando junto al enjuto tipo del que Jenn le había advertido que no se fiara. Le lanzó una mirada de advertencia, si los estaba engañando acabaría con el culo escaldado.
Fire, que entendía que Keira no se fiaba del hombre revoloteó hasta llegar a rodear la cabeza del tipo, que, asustado, calló al suelo dejando una enorme y redonda marca en la nieve. La bailarina tuvo que ocultar una sonrisa satisfecha, si ese tipo temía a un pájaro, que no le daría miedo, aunque, ciertamente, Fire no era solo un pájaro, y tenía más peligro que ella misma. Cuando ya tenía un pie en la rueda del carro, dispuesta a subir, la llamó.
- Fire, vamos, no asustes al señor.- habló, ocultando su diversión por completo, al tiempo que Fire acudía a ella.
Subió al carro y dejó a un lado su bolsa para, al instante siguiente, abrazarse las rodillas y dejar que su halcón se acurrucase entre el sobrante de la capa en la que Keira se había enredado, intentando combatir el frío aire del norte que la hacía estremecerse. Escuchó protestar al tipo mientras se alzaba del suelo, claramente molesto, pareció entender que, al menos la bruja, no se fiaba de él.
Cuando todos hubieron subido el viaje inició con calma, la nieve relucía bajo el sol que brillaba en el cielo y que, poco a poco, se iba cubriendo de nubes. El carretillero parecía no querer hablar, y Keira tampoco se sentía con ánimos de hacer comentario alguno, ciertamente, tenía pocas ganas de seguir el viaje. Había esperado que, al menos, Nerph se quedase en la taberna esperando a quien se supusiera que esperaba, no quería tener que lidiar con dos idiotas al tiempo, ya que el tipo que había entrado a la taberna buscandolos, no era precisamente una persona que le gustase.
Acarició la cabeza de Fire de forma distraída y empezó a tararear mientras el carro avanzaba por los caminos nevados, intentando distraer su atención del frío que se volvía cada vez más y más fuerte. Parecía que habría tormenta. Por suerte para ellos, poco tardaron en llegar al pueblo. La imagen era devastadora. Muchas casas se encontraban derrumbadas o en proceso de construcción, el frío y la nieve que comenzaba a caer como si fueran ligeras flores de árboles se colaba por los tejanos rotos.
Keira bajó del carromato y respiró, abrazándose a si misma para intentar entrar en calor, mientras contemplaba la escena, que se emborronaba cuando el vaho de su respiración se elevaba frente a sus ojos. El frío había ido en aumento a medida que las nubes grises comenzaban a cubrir el cielo, mejor sería refugiarse pronto en algún lado si no querían que les pillase la tormenta.
- Vamos, el alcalde espera, allí os dirán todo lo que pasa y podréis esperar a que pase la tormenta, parece que va a ser fuerte. - Comentó el tipo que los había llevado hasta allí.
Keira lo siguió en silencio, preguntándose dónde se estarían refugiando los aldeanos que habían perdido sus casas. Y fijándose el camino que iban pisando, curiosamente, las casas que más caudal parecían tener estaban intactas, y, al llegar a la entrada del ayuntamiento, residencia del alcalde, pudo comprobar que, al igual que los hogares adinerados, estaba sin un solo rasguño. Parecía que los asaltantes eran, como poco, selectos, escogían con cuidado cómo y donde atacar con tal de no perjudicar a las casas con dinero, pero, ¿por qué? ¿para poder ir a robar después? No, eso no tenía sentido alguno.
Entraron a la casa del alcalde y les hicieron pasar a un salón, elegante y luminoso donde una chimenea chisporroteaba encendida. Una mujer con vestido pomposo, regordeta y de grandes mejillas rojizas entró y les sirvió una bebida caliente invitandolos a sentarse mientras salía junto al tipo que había ido a buscarlos, informando que avisaría de su llegada al alcalde. La bailarina se sentó en uno de los sillones dejando su capa a un lado y miró su alrededor con ceño fruncido.
Tomó una taza de las que la mujer había dejado en la mesa y fue a dar un sorbo, sin embargo, no olía bien, no olía a té normal. Su aroma era el del peyote, ácido y amargo, habían intentado taparlo con melaza, pero para quienes, como ella, acostumbraban a conocer las plantas y sus efectos, al menos en cuanto a las plantas que provocaban efectos, no precisamente benignos. Sin mediar palabra tomó las tazas y la tetera y se acercó a una ventana, la abrió y vertió el contenido por la ventana, cerrándola rápido y dejando las tazas, vacías, nuevamente en la mesa.
- No debíamos beber eso.- dijo sin más explicación, volviendo a sentarse, acariciando a Fire, que se encontraba en el brazo del sillón que ella había escogido como asiento, justo cuando la puerta volvió a abrirse y un hombre elegante de pelo cano, barba y bigote apareció tras la puerta. Debía ser el alcalde. Un trueno resonó en ese instante, la tormenta había empezado.
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Keira Brabery
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Re: Sombras en la nieve [Libre][3/4]
-No me digas esas cosas que harás que me ruborice.- Le contesté a Keira con un gran tono de sarcasmo. - Mira que querer sacrificar toda una ciudad por mí, eso es amor.- Si ella iba a comportarse con su característica amabilidad yo lo haría con la mía. Por cada amenaza de su parte recibiría a cambio una frase con un gran tono de sarcasmo que la dejaría en ridículo. Era eso o electrocutarla viva, con tanta gente de testigo, si hiciera lo segundo acabaría ahorcado por los dragones.
El amigo de Keira, si es que era cierto que ella podría tener algún amigo, llegó junto al pequeño tipejo. Ambos dos juntos resultaban una extraña pareja. Me hicieron recordar a una clase de vendedores ambulantes que engañaban a la gente haciéndoles creer que sus pociones les podían convertir en tipos fuertes y guapos. Para ello usaban dos actores, el primer horriblemente feo y el segundo uno tan guapo que hacía babear a todas la mujeres y envidiar a todos los hombres. Los vendedores mostraban al feo, le daban la falsa poción y, magia, el primer actor se cambiaba por el segundo antes de que los ignorantes pueblerinos pudieran entender el truco. Aunque pareciera mentira, funcionaba a la perfección; si no eran los estúpidos hombres quienes compraban la poción, eran las mujeres quienes, con la boca llena de babas, la compraban para sus maridos. Hubo un tiempo que mi padre tenía una fuerte adición con estas pociones, con esas y con el ron, la cerveza, el whisky y, prácticamente todo lo que se pudiera beber. Que Vincent me recordarse a esas pociones no hizo que me cayera mejor.
Y el tipejo feo del alcalde tampoco me caía bien, pero por lo menos tenía un carruaje, eso superaba al guiso de ternera que pagó Vincent. No estaba seguro pero, podía suponer que ninguno confiaba en el hombre canijo, ni siquiera el pajarraco de Keira quien, directamente, lo tiro al suelo para mostrar su desagrado. La escena era de lo más graciosa, si fuera en otras circunstancias me habría hartado de reírme del minihombre. Pero, después de haber recorrido todo Dundarak buscando sin éxito a mi abuelo no tenía ganas de reír.
Si no fuera por las nubes grises que avanzaban en gran velocidad por el cielo y las motas de nieve que se veían caer, el viaje con el carruaje me habría recordado a mi infancia. Esos días en los cuales el dinero no era un problema. Vivía encerrado, sino era entre las puertas de la mansión lo era entre las puertas de un carruaje especialmente decorado para llamar la atención de los nobles. No me gustaba estar encerrado. En una ocasión, mientras los caballos seguían corriendo, salté del carruaje perdiéndome en el bosque. Corrí, me ensucié, jugué con una molesta niña gitana y, por primera, fui un niño. Siempre que subía en un carruaje recordaba aquel momento y sentía ganas de volver a abrir la puerta y saltar. Era estúpido pensar en aquello, sabía muy bien que así lo era, pero no podía evitarlo.
-No me extraña que todas las posadas estuvieran ocupadas por familias lloronas.- Dije al llegar a la pequeña aldea. –Lo han perdido todo.- La mitad de la aldea, la mitad pobre, estaba totalmente masacrada. Al fin y al cabo, ¿qué se podía esperar de una panda de lagartijas? Lo más gracioso era que la casa del alcalde, justo el lugar donde nos llevo el canijo, había resultado indemne. –Por lo menos nosotros tendremos un techo en que cubrir nuestras cabezas de la tormenta.- Le dije al tipejo con un tono de rabia que no me preocupé en disimular. Él no me gustaba y que las mansiones lujosas todavía menos.
Nuestro recibimiento en la casa del alcalde no podía haber sido mejor. Nos trataban como héroes. Una señora gorda y de mejillas sonrojadas nos sirvió un té arrodillándose enfrente de cada uno de nosotros como muestra de sumisión. Me sentía extraño, no sabía muy bien lo que había hecho para que me tratasen así. Si ser amigo de Keira y de Vincent hacia que la gente me invitase a estofado, me llevase en carruaje y me sirviera un te con pastas, debería unirme a esos dos más a menudo.
Lo único malo era el lujo, el alcalde no escatimaba en adornos inútiles para decorar su salón. Habían grandes lámparas de aceite, sillones de cuero, cuadros, bustos con su imagen, una chimenea en cuyas esquinas había esculpidos en cerámica un dragón, entre muchas otras cosas inútiles. Tanta adorno para nada.
Para no hacer el feo, me senté en uno de los sillones de cuero y me dispuse a coger una de las tazas de té que la señora obesa nos sirvió. Sin embargo, antes que llegase a cogerla, Keira se adelantó y cogió todas las tazas (con tetera incluida) y tiró el líquido por la ventana. Seguro que lo hizo para hacerme rabiar, no había otro motivo por el cuelo una loca como ella pudiera tirar el té por la ventana.
-Deberían contratarte como sirvienta, nadie sirve el té con tanta elegancia como tú.- Le dije a Keira con una ligera sonrisa en la cual ocultaba mi molestia por haber tirado el té.
Fue entonces cuando llegó el señor que estaba representado en los múltiples cuadros y bustos del salón, era, indudablemente, el alcalde de la aldea. Sus pasos, su pose y todos sus gestos eran las representaciones personificadas de la propia elegancia. Parecía ser uno de esos nobles que, además de tener una muy buena posición social, la disfrutaba y la lucía como si fuera el mayor de sus tesoros. Daba asco verlo, más asco incluso de ver la amable sonrisa de Vincent o la fea cara del canijo.
El amigo de Keira, si es que era cierto que ella podría tener algún amigo, llegó junto al pequeño tipejo. Ambos dos juntos resultaban una extraña pareja. Me hicieron recordar a una clase de vendedores ambulantes que engañaban a la gente haciéndoles creer que sus pociones les podían convertir en tipos fuertes y guapos. Para ello usaban dos actores, el primer horriblemente feo y el segundo uno tan guapo que hacía babear a todas la mujeres y envidiar a todos los hombres. Los vendedores mostraban al feo, le daban la falsa poción y, magia, el primer actor se cambiaba por el segundo antes de que los ignorantes pueblerinos pudieran entender el truco. Aunque pareciera mentira, funcionaba a la perfección; si no eran los estúpidos hombres quienes compraban la poción, eran las mujeres quienes, con la boca llena de babas, la compraban para sus maridos. Hubo un tiempo que mi padre tenía una fuerte adición con estas pociones, con esas y con el ron, la cerveza, el whisky y, prácticamente todo lo que se pudiera beber. Que Vincent me recordarse a esas pociones no hizo que me cayera mejor.
Y el tipejo feo del alcalde tampoco me caía bien, pero por lo menos tenía un carruaje, eso superaba al guiso de ternera que pagó Vincent. No estaba seguro pero, podía suponer que ninguno confiaba en el hombre canijo, ni siquiera el pajarraco de Keira quien, directamente, lo tiro al suelo para mostrar su desagrado. La escena era de lo más graciosa, si fuera en otras circunstancias me habría hartado de reírme del minihombre. Pero, después de haber recorrido todo Dundarak buscando sin éxito a mi abuelo no tenía ganas de reír.
Si no fuera por las nubes grises que avanzaban en gran velocidad por el cielo y las motas de nieve que se veían caer, el viaje con el carruaje me habría recordado a mi infancia. Esos días en los cuales el dinero no era un problema. Vivía encerrado, sino era entre las puertas de la mansión lo era entre las puertas de un carruaje especialmente decorado para llamar la atención de los nobles. No me gustaba estar encerrado. En una ocasión, mientras los caballos seguían corriendo, salté del carruaje perdiéndome en el bosque. Corrí, me ensucié, jugué con una molesta niña gitana y, por primera, fui un niño. Siempre que subía en un carruaje recordaba aquel momento y sentía ganas de volver a abrir la puerta y saltar. Era estúpido pensar en aquello, sabía muy bien que así lo era, pero no podía evitarlo.
-No me extraña que todas las posadas estuvieran ocupadas por familias lloronas.- Dije al llegar a la pequeña aldea. –Lo han perdido todo.- La mitad de la aldea, la mitad pobre, estaba totalmente masacrada. Al fin y al cabo, ¿qué se podía esperar de una panda de lagartijas? Lo más gracioso era que la casa del alcalde, justo el lugar donde nos llevo el canijo, había resultado indemne. –Por lo menos nosotros tendremos un techo en que cubrir nuestras cabezas de la tormenta.- Le dije al tipejo con un tono de rabia que no me preocupé en disimular. Él no me gustaba y que las mansiones lujosas todavía menos.
Nuestro recibimiento en la casa del alcalde no podía haber sido mejor. Nos trataban como héroes. Una señora gorda y de mejillas sonrojadas nos sirvió un té arrodillándose enfrente de cada uno de nosotros como muestra de sumisión. Me sentía extraño, no sabía muy bien lo que había hecho para que me tratasen así. Si ser amigo de Keira y de Vincent hacia que la gente me invitase a estofado, me llevase en carruaje y me sirviera un te con pastas, debería unirme a esos dos más a menudo.
Lo único malo era el lujo, el alcalde no escatimaba en adornos inútiles para decorar su salón. Habían grandes lámparas de aceite, sillones de cuero, cuadros, bustos con su imagen, una chimenea en cuyas esquinas había esculpidos en cerámica un dragón, entre muchas otras cosas inútiles. Tanta adorno para nada.
Para no hacer el feo, me senté en uno de los sillones de cuero y me dispuse a coger una de las tazas de té que la señora obesa nos sirvió. Sin embargo, antes que llegase a cogerla, Keira se adelantó y cogió todas las tazas (con tetera incluida) y tiró el líquido por la ventana. Seguro que lo hizo para hacerme rabiar, no había otro motivo por el cuelo una loca como ella pudiera tirar el té por la ventana.
-Deberían contratarte como sirvienta, nadie sirve el té con tanta elegancia como tú.- Le dije a Keira con una ligera sonrisa en la cual ocultaba mi molestia por haber tirado el té.
Fue entonces cuando llegó el señor que estaba representado en los múltiples cuadros y bustos del salón, era, indudablemente, el alcalde de la aldea. Sus pasos, su pose y todos sus gestos eran las representaciones personificadas de la propia elegancia. Parecía ser uno de esos nobles que, además de tener una muy buena posición social, la disfrutaba y la lucía como si fuera el mayor de sus tesoros. Daba asco verlo, más asco incluso de ver la amable sonrisa de Vincent o la fea cara del canijo.
Gerrit Nephgerd
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Re: Sombras en la nieve [Libre][3/4]
El brujo decidió dejarse llevar por la relajación y el sueño en cuanto pudo, no porque estuviera realmente cansado, simplemente quiso aprovechar el poco tiempo que tendría para ello a partir de ahora. En cuanto aceptara la misión no sabría cuando podría descansar de nuevo, podría ser mucho, el suficiente, o escaso.
Así que el rubio durmió un trecho del camino, dejando el placer de la conversación a los demás presentes en el carro, aunque ese placer era pura ironía en su mente. La tensión que había en el carro antes de dormirse podría cortarse con un cuchillo. Pero de momento no era su problema, solo esperaba que no destruyeran el carruaje con él dentro, y que no fuera a mayores más adelante, cuando sus vidas penderían de la confianza que tendrían que tenerse mutuamente a la fuerza.
Vincent se despertó por el traqueteo del carro, justo unos instantes de incorporarse desperezándose con una gran estirada, observando todo a su alrededor. Estaban llegando al pueblo, y habían pasado de un camino de tierra a uno adoquinado, aunque con bastante deterioro. Si fuera solo el camino, hubiera pensado que había sido cosa de la dejadez y el tiempo, sin embargo, ese pueblo había sufrido una batalla campal, sobre todo en la parte menos pudiente y pobre.
Curiosamente, la zona de las personas más ricas estaba muy poco afectada, salvo por alguna casa y el camino destrozado. Camino que no le llamaba la atención solo por lo dañado que estaba, esos adoquines eran algo muy típico en las ciudades, no tanto en los pueblos, y aunque ese era grande, no dejaba de ser algo extraño. ¿Tantas ganancias tenían allí? Puede que tuvieran una fuente poderosa de ingresos mediante la minería de montaña. Si estas minas eran de metales o piedras preciosas. Eso ya no sería tan raro, y daría motivos para tanto lujo. De todas formas no creía que fuera ese el motivo, no totalmente al menos, tenía sospechas para no pensar de un modo tan ingenuo, más no había tenido un momento para compartirlo con sus compañeros de viaje por ahora.
El hombre paró el carro delante de una casa de las más lujosas, la más lujosa de todas a decir verdad, y les dijo que el alcalde los esperaba dentro. No diría que no a esa reunión, tanto porque había ido allí para ver de quien se trataba ese hombre, para saber qué tipo de hombre sería el famoso alcalde de ese pueblo, como por las nubes que se cernían sobre el cielo como premisa de una tormenta anunciada.
El muchacho de baja estatura los llevó hasta una sala muy bien iluminada, en la que al entrar se notaba el cambio de temperatura. En escasos minutos habían pasado del horrible frío de fuera, a una habitación aclimatada a la perfección, solo teniendo que atravesar unos pasillos con una temperatura intermedia entre ambos lugares, y con una decoración majestuosa, aunque algo recargada para su gusto personal.
Sobre todo en la habitación de la chimenea, donde casi no había lugar donde no estuviera el busto de un hombre, el señor que seguramente era amo de esa casa, y señor de esas tierras. Sí, señor, pues la manera de decorar esa casa era más propia de un noble que de un alcalde electo, por lo que el brujo cada vez tenía una idea más clara del sujeto con el que iba a reunirse allí.
Al poco tiempo de estar allí sentados, el trío tuvo la visita de una mujer que con mucha amabilidad les había servido una taza de té. Té que no pensaba beber, pero que Keira no dejó que se lo planteara durante demasiado tiempo. Chica lista, pensó el rubio, escasos segundos antes de que apareciera el famoso hombre. El alcalde. Con un traje de alta costura, y un porte que denotaba su posición. Era evidente que era un hombre enseñado, entrenado, para cuidar sus formas. No era un hombre que fuera rico de hacía poco tiempo, alguien que le había tocado la lotería al comprar unas tierras con el subsuelo lleno de riquezas. No. Era un hombre con linaje, era algo apreciable para cualquiera con sentido común.
Una sonrisa perfecta iluminó su cara instantes antes de hablar por primera vez.
- Me alegra que hayan podido venir-, hizo una corta reverencia. - Soy Graham. William Graham. Alcalde de este bello pueblo, que desgraciadamente ha lucido mejores épocas-, comentó una nada sorprendente formalidad. - Disculpen mi ignorancia, pero pensaba que vendrían dos personas. Un hombre y una mujer-, dijo esta vez algo confundido.
- No se preocupe señor William. Mejor tres guerreros que dos. Así tendrá más éxito su empresa-, respondió Vinc, levantándose de su asiento, alargando el brazo en un gesto para estrecharle la mano. - Aunque ciertamente, no sabemos para que se nos requiere. Su mensajero ha sido muy parco en palabras.
- Mis disculpas-, dijo estrechando la mano al brujo, aunque no parecía que fuera algo que habituaba hacer. - Le había ordenado a Adam que no dijera más de lo debido. No quería asustarles-, comentó casi en un susurro, desviando la vista al suelo. - Verán, hay unos bandidos que pueblan las montañas al oeste de aquí. Creemos que se esconden en alguna de sus cuevas. Los tenemos, hasta cierto punto, localizados, pero son muy fuertes para nosotros. Solo somos unos aldeanos sin experiencia en combate.
- ¿Y por qué nosotros? ¿Por qué no avisan al gobierno de Dundarak? Ellos podrían mandar una fuerza expedicionaria contra ellos-, razonó con el alcalde.
- Verá-, puso sus brazos detrás de su cuerpo, agarrados por las manos a la altura de su cintura. - La capital está teniendo muchos problemas al respecto. También han tenido su cuota de ataques, aunque de eso no tenemos ni idea. Es secreto para cualquier ciudadano corriente, no obstante, nos llegaron rumores de su actuación hace unos días, gracias a uno de nuestros paisanos. Vio todo lo que ocurrió esa noche, y cree que son lo más indicado para esta misión-, hizo una breve pausa, observando el contenido de las tazas de té vacías. - Yo también lo creo. Necesitamos a un grupo reducido para que pueda pasar desapercibido, y de este modo poder golpear el seno de esos malhechores antes de que se dieran cuenta. Un golpe duro y contundente por sorpresa. Y que mejor para ellos que unos brujos.
¿Quizás unos hombres dragón? Que más poderoso había en la tierra después de unos dragones, que precisamente sus homólogos humanoides. Sin duda los brujos eran un arma letal, algo que se tenía que tener en cuenta en un combate, más no todos los brujos eran guerreros. Eran una raza pensada para la guerra cierto, pero no todos seguían ese camino, y los propios dragones eran una raza con un gran historial en el arte del combate. Podría ser que no hubiera ningún dragón de nivel para luchar esa batalla que requería el alcalde, más quien le decía que ellos lo eran. ¿Los rumores de una lucha nocturna, que precisamente ganaron los dragones de la guardia?
- Ahora comenzará una fuerte tormenta. Será mejor que descansen. Luego les indicaremos el trayecto hacia las cuevas.
- Será un placer ayudar. Por un módico precio esos dragones dejarán de ser un problema-, sonrió. Que nadie dijera que el brujo no sabía sonreír con la misma falsedad que un político o noble. - Aunque creo que debemos rechazar ese descanso. Es mejor que la tormenta oculte nuestros movimientos. Díganos a donde debemos ir en un mapa, y yo me encargaré del resto-, comentó con autosuficiencia.
- Bueno, no estoy seguro de que sea una buena idea, pero si así lo desean. Le diré a Adam que les dé un mapa donde hemos señalado el probable lugar de sus guaridas. Ya habíamos pensado que lo necesitarían-, se acarició el mentón. -Saldré a comunicarle que se los traiga, y cuando vuelva podremos hablar de sus honorarios. Si les parece bien.
Era evidente que el alcalde prefería alargar la estancia de las espadas alquilados en su residencia, más confiaba en que los demás se dieran cuenta de ello, y de que el rubio prefería largarse cuanto antes hacia el objetivo. Al menos Keira ya debía de haber notado algo, ya que ella misma se había librado del té.
- Me parece bien-, volvió a sonreír cual lobo. - Le esperaremos aquí por el mapa, y por conocer si la paga merece el riesgo.
¿Existía alguna paga que valiera el precio de que solo tres personas marcharan contra unos dragones? La respuesta era sencilla, más el juego no había hecho nada más que comenzar, y el rubio había movido ficha.
Así que el rubio durmió un trecho del camino, dejando el placer de la conversación a los demás presentes en el carro, aunque ese placer era pura ironía en su mente. La tensión que había en el carro antes de dormirse podría cortarse con un cuchillo. Pero de momento no era su problema, solo esperaba que no destruyeran el carruaje con él dentro, y que no fuera a mayores más adelante, cuando sus vidas penderían de la confianza que tendrían que tenerse mutuamente a la fuerza.
Vincent se despertó por el traqueteo del carro, justo unos instantes de incorporarse desperezándose con una gran estirada, observando todo a su alrededor. Estaban llegando al pueblo, y habían pasado de un camino de tierra a uno adoquinado, aunque con bastante deterioro. Si fuera solo el camino, hubiera pensado que había sido cosa de la dejadez y el tiempo, sin embargo, ese pueblo había sufrido una batalla campal, sobre todo en la parte menos pudiente y pobre.
Curiosamente, la zona de las personas más ricas estaba muy poco afectada, salvo por alguna casa y el camino destrozado. Camino que no le llamaba la atención solo por lo dañado que estaba, esos adoquines eran algo muy típico en las ciudades, no tanto en los pueblos, y aunque ese era grande, no dejaba de ser algo extraño. ¿Tantas ganancias tenían allí? Puede que tuvieran una fuente poderosa de ingresos mediante la minería de montaña. Si estas minas eran de metales o piedras preciosas. Eso ya no sería tan raro, y daría motivos para tanto lujo. De todas formas no creía que fuera ese el motivo, no totalmente al menos, tenía sospechas para no pensar de un modo tan ingenuo, más no había tenido un momento para compartirlo con sus compañeros de viaje por ahora.
El hombre paró el carro delante de una casa de las más lujosas, la más lujosa de todas a decir verdad, y les dijo que el alcalde los esperaba dentro. No diría que no a esa reunión, tanto porque había ido allí para ver de quien se trataba ese hombre, para saber qué tipo de hombre sería el famoso alcalde de ese pueblo, como por las nubes que se cernían sobre el cielo como premisa de una tormenta anunciada.
El muchacho de baja estatura los llevó hasta una sala muy bien iluminada, en la que al entrar se notaba el cambio de temperatura. En escasos minutos habían pasado del horrible frío de fuera, a una habitación aclimatada a la perfección, solo teniendo que atravesar unos pasillos con una temperatura intermedia entre ambos lugares, y con una decoración majestuosa, aunque algo recargada para su gusto personal.
Sobre todo en la habitación de la chimenea, donde casi no había lugar donde no estuviera el busto de un hombre, el señor que seguramente era amo de esa casa, y señor de esas tierras. Sí, señor, pues la manera de decorar esa casa era más propia de un noble que de un alcalde electo, por lo que el brujo cada vez tenía una idea más clara del sujeto con el que iba a reunirse allí.
Al poco tiempo de estar allí sentados, el trío tuvo la visita de una mujer que con mucha amabilidad les había servido una taza de té. Té que no pensaba beber, pero que Keira no dejó que se lo planteara durante demasiado tiempo. Chica lista, pensó el rubio, escasos segundos antes de que apareciera el famoso hombre. El alcalde. Con un traje de alta costura, y un porte que denotaba su posición. Era evidente que era un hombre enseñado, entrenado, para cuidar sus formas. No era un hombre que fuera rico de hacía poco tiempo, alguien que le había tocado la lotería al comprar unas tierras con el subsuelo lleno de riquezas. No. Era un hombre con linaje, era algo apreciable para cualquiera con sentido común.
Una sonrisa perfecta iluminó su cara instantes antes de hablar por primera vez.
- Me alegra que hayan podido venir-, hizo una corta reverencia. - Soy Graham. William Graham. Alcalde de este bello pueblo, que desgraciadamente ha lucido mejores épocas-, comentó una nada sorprendente formalidad. - Disculpen mi ignorancia, pero pensaba que vendrían dos personas. Un hombre y una mujer-, dijo esta vez algo confundido.
- No se preocupe señor William. Mejor tres guerreros que dos. Así tendrá más éxito su empresa-, respondió Vinc, levantándose de su asiento, alargando el brazo en un gesto para estrecharle la mano. - Aunque ciertamente, no sabemos para que se nos requiere. Su mensajero ha sido muy parco en palabras.
- Mis disculpas-, dijo estrechando la mano al brujo, aunque no parecía que fuera algo que habituaba hacer. - Le había ordenado a Adam que no dijera más de lo debido. No quería asustarles-, comentó casi en un susurro, desviando la vista al suelo. - Verán, hay unos bandidos que pueblan las montañas al oeste de aquí. Creemos que se esconden en alguna de sus cuevas. Los tenemos, hasta cierto punto, localizados, pero son muy fuertes para nosotros. Solo somos unos aldeanos sin experiencia en combate.
- ¿Y por qué nosotros? ¿Por qué no avisan al gobierno de Dundarak? Ellos podrían mandar una fuerza expedicionaria contra ellos-, razonó con el alcalde.
- Verá-, puso sus brazos detrás de su cuerpo, agarrados por las manos a la altura de su cintura. - La capital está teniendo muchos problemas al respecto. También han tenido su cuota de ataques, aunque de eso no tenemos ni idea. Es secreto para cualquier ciudadano corriente, no obstante, nos llegaron rumores de su actuación hace unos días, gracias a uno de nuestros paisanos. Vio todo lo que ocurrió esa noche, y cree que son lo más indicado para esta misión-, hizo una breve pausa, observando el contenido de las tazas de té vacías. - Yo también lo creo. Necesitamos a un grupo reducido para que pueda pasar desapercibido, y de este modo poder golpear el seno de esos malhechores antes de que se dieran cuenta. Un golpe duro y contundente por sorpresa. Y que mejor para ellos que unos brujos.
¿Quizás unos hombres dragón? Que más poderoso había en la tierra después de unos dragones, que precisamente sus homólogos humanoides. Sin duda los brujos eran un arma letal, algo que se tenía que tener en cuenta en un combate, más no todos los brujos eran guerreros. Eran una raza pensada para la guerra cierto, pero no todos seguían ese camino, y los propios dragones eran una raza con un gran historial en el arte del combate. Podría ser que no hubiera ningún dragón de nivel para luchar esa batalla que requería el alcalde, más quien le decía que ellos lo eran. ¿Los rumores de una lucha nocturna, que precisamente ganaron los dragones de la guardia?
- Ahora comenzará una fuerte tormenta. Será mejor que descansen. Luego les indicaremos el trayecto hacia las cuevas.
- Será un placer ayudar. Por un módico precio esos dragones dejarán de ser un problema-, sonrió. Que nadie dijera que el brujo no sabía sonreír con la misma falsedad que un político o noble. - Aunque creo que debemos rechazar ese descanso. Es mejor que la tormenta oculte nuestros movimientos. Díganos a donde debemos ir en un mapa, y yo me encargaré del resto-, comentó con autosuficiencia.
- Bueno, no estoy seguro de que sea una buena idea, pero si así lo desean. Le diré a Adam que les dé un mapa donde hemos señalado el probable lugar de sus guaridas. Ya habíamos pensado que lo necesitarían-, se acarició el mentón. -Saldré a comunicarle que se los traiga, y cuando vuelva podremos hablar de sus honorarios. Si les parece bien.
Era evidente que el alcalde prefería alargar la estancia de las espadas alquilados en su residencia, más confiaba en que los demás se dieran cuenta de ello, y de que el rubio prefería largarse cuanto antes hacia el objetivo. Al menos Keira ya debía de haber notado algo, ya que ella misma se había librado del té.
- Me parece bien-, volvió a sonreír cual lobo. - Le esperaremos aquí por el mapa, y por conocer si la paga merece el riesgo.
¿Existía alguna paga que valiera el precio de que solo tres personas marcharan contra unos dragones? La respuesta era sencilla, más el juego no había hecho nada más que comenzar, y el rubio había movido ficha.
Vincent Calhoun
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Re: Sombras en la nieve [Libre][3/4]
¿William Graham? Willdiota Pomposo, habría dicho la chica al ver el desborde de delicadeza, sonrisas y gestos del alcalde. La chica ni se molestó en levantarse, no pensaba tratar con otro idiota más, bastante tenía con tener que tolerar al rubio. Le dirigió a penas una mirada de soslayo al señor y acarició a Fire sin dignarse a mirarlo por segunda vez. La bailarina también habría preferido que fueran solos Vincent y ella.
Las explicaciones que daba el tipo no eran ni medianamente decentes, no para ella, al menos, esa casa, ese tipo de venenos, la delicadeza de las tazas, eran la clase de objetos que su troupe habría querido robar, aunque ellos no se colaban en las casas, colo cogían aquello que la gente llevaba en bolsos y bolsillos. Si algunos de los viejos integrantes de su grupo de artistas estuviera allí, le habría faltado tiempo para empezar a guardarse cosas en los bolsillos. Rodó los ojos ante las excusas del tipo, se moría por salir de allí, aunque la fuerte tormenta la tiraba hacia atrás, prefería tener que tratar con el frío que con más de un estúpido a la vez, demasiados cabezas huecas hacen que uno se rebaje a su nivel, y Keira no estaba dispuesta a ello.
Lo que no esperaba es que Vincent estuviera de acuerdo con ella. Sin embargo, cuando el hombre dijo que saldrían de inmediato, tiempo le faltó a la bailarina para levantarse con su característica elegancia y esperar de pie, ya que, a pesar de la entrada del Mr. Pomposo, no había hecho siquiera el amago de levantar su trasero de sillón.
Cuando el alcalde salió de la estancia, Keira se acercó a Vincent y le tocó el brazo para que se girase, no quería que se la escuchara, demasiado había mostrado ya su disgusto como para que nadie sospechara algo. La ama de llaves se encontraba recogiendo las tazas de té, mirando disimuladamente y con recelo el contenido de estas. Cuando la mujer llevaba ya tazas y tetera sobre la bandeja, sonrió a Gerrit, a quien Keira se había dedicado a ignorar, y a Vincent y Keira. La bailarina no le devolvió el gesto, simplemente frunció el ceño mirandola con una maldisimulada mirada de disgusto.
- Veo que les ha gustado el té.- dijo la mujer de pelo gris y culo gordo.
- Así es, delicioso, aunque olía demasiado fuerte, ¿no cree?- dijo la chica, intentando descubrir el menos gesto que delatase a la señora, efectivamente, la ceja de esta pareció fruncirse un instante, para volver a su lugar al instante.
- Lo siento, al señor le gusta fuerte, es la costumbre.- se disculpó.
- Entiendo.- sonrió Keira falsamente, logrando que la mujer se fuera tranquila, dejándolos solos a los tres, nuevamente. Pocos sabían que más debían temer esa sonrisa que el habitual gesto estóico de la mujer de fuego.
El gesto de Keira volvió a fruncirse en cuanto escuchó el click de la puerta al cerrarse, miró a los lados, desconfiada, no le gustaba ese lugar, quería salir de allí, y quería salir ya, poco le importaba salir a la fría nieve tormentosa. Suspiró y puso los brazos en jarras, dirigiendose hacia una estátuilla sobre un piano de aspecto delicado. La tomó entre sus manos y comenó a girarla, si sus años con la troupe le habían enseñado algo era a distinguir el buen arte, y esa pequeña estátua de marmol, tan pesada, sin duda era cara y de muy buena calidad.
- No me gusta ese tipo, si nos ha servido ese té, quien sabe que más es capaz de hacer, cuanto antes nos vayamos, mejor.- murmuró lo bastante algo como para que solo los presentes dentro del cuarto la escuchasen, mientras pasaba la estatua de una mano a otra.
Dejó la estátua en el sitio correspondiente y comenzó a dar vueltas por el cuarto con pasos delicados, observando su alrededor, las estanterías repletas de libros y figuras llamaban su atención, tomó un libro al azar e intentó averiguar el significado de las palabras, no solo estaban en un idioma que no conocía, sino que su nivel de lectura era ciertamente bajo, lo unico que sabía era lo que había aprendido por su cuenta y riesgo. Lo devolvió al sitio y se dirigió a la chimenea, donde un cuadro del Mr Pomposo presidía la sala, los ojos del hombre parecían observar sus movimientos.
La chica se agachó frene al fuego y pusos sus manos frente a las llamas, haciendolas bailar a su gusto, entre las llamas parecía haber algo, una figura de madera, pequeña casi intacta. Con ceño fruncido cogió unas pinzas de chimenea negras que se encontraban junto al hogar, y sacó la estatua apagando las llamas al tenerla entre las manos soplando. quemaba un poco, aunque aun estaba medio intecta, por los huecos abiertos en la madera podía verse un papel blanco. La chica estaba por abrirla, podía ver un tipo de rosca, pero entonces escuchó el sonido del pomo de la puerta.
Con prisas, se levantó y guardó la estatuilla en su bolsa, apoyandose en la chiminea a ver brillar las llamas a modo de disimulo cuando, nuevamente, entró el alcalde. Con un suspiró se giró a ver al hombre que, con un papel enrollado sostenido en su diestra, les sonreía con amabilidad. La chica se cruzó de brazos apollando su peso en la columna de la chimenea, no se creía una sola palabra de las dichas por ese hombre.
Las explicaciones que daba el tipo no eran ni medianamente decentes, no para ella, al menos, esa casa, ese tipo de venenos, la delicadeza de las tazas, eran la clase de objetos que su troupe habría querido robar, aunque ellos no se colaban en las casas, colo cogían aquello que la gente llevaba en bolsos y bolsillos. Si algunos de los viejos integrantes de su grupo de artistas estuviera allí, le habría faltado tiempo para empezar a guardarse cosas en los bolsillos. Rodó los ojos ante las excusas del tipo, se moría por salir de allí, aunque la fuerte tormenta la tiraba hacia atrás, prefería tener que tratar con el frío que con más de un estúpido a la vez, demasiados cabezas huecas hacen que uno se rebaje a su nivel, y Keira no estaba dispuesta a ello.
Lo que no esperaba es que Vincent estuviera de acuerdo con ella. Sin embargo, cuando el hombre dijo que saldrían de inmediato, tiempo le faltó a la bailarina para levantarse con su característica elegancia y esperar de pie, ya que, a pesar de la entrada del Mr. Pomposo, no había hecho siquiera el amago de levantar su trasero de sillón.
Cuando el alcalde salió de la estancia, Keira se acercó a Vincent y le tocó el brazo para que se girase, no quería que se la escuchara, demasiado había mostrado ya su disgusto como para que nadie sospechara algo. La ama de llaves se encontraba recogiendo las tazas de té, mirando disimuladamente y con recelo el contenido de estas. Cuando la mujer llevaba ya tazas y tetera sobre la bandeja, sonrió a Gerrit, a quien Keira se había dedicado a ignorar, y a Vincent y Keira. La bailarina no le devolvió el gesto, simplemente frunció el ceño mirandola con una maldisimulada mirada de disgusto.
- Veo que les ha gustado el té.- dijo la mujer de pelo gris y culo gordo.
- Así es, delicioso, aunque olía demasiado fuerte, ¿no cree?- dijo la chica, intentando descubrir el menos gesto que delatase a la señora, efectivamente, la ceja de esta pareció fruncirse un instante, para volver a su lugar al instante.
- Lo siento, al señor le gusta fuerte, es la costumbre.- se disculpó.
- Entiendo.- sonrió Keira falsamente, logrando que la mujer se fuera tranquila, dejándolos solos a los tres, nuevamente. Pocos sabían que más debían temer esa sonrisa que el habitual gesto estóico de la mujer de fuego.
El gesto de Keira volvió a fruncirse en cuanto escuchó el click de la puerta al cerrarse, miró a los lados, desconfiada, no le gustaba ese lugar, quería salir de allí, y quería salir ya, poco le importaba salir a la fría nieve tormentosa. Suspiró y puso los brazos en jarras, dirigiendose hacia una estátuilla sobre un piano de aspecto delicado. La tomó entre sus manos y comenó a girarla, si sus años con la troupe le habían enseñado algo era a distinguir el buen arte, y esa pequeña estátua de marmol, tan pesada, sin duda era cara y de muy buena calidad.
- No me gusta ese tipo, si nos ha servido ese té, quien sabe que más es capaz de hacer, cuanto antes nos vayamos, mejor.- murmuró lo bastante algo como para que solo los presentes dentro del cuarto la escuchasen, mientras pasaba la estatua de una mano a otra.
Dejó la estátua en el sitio correspondiente y comenzó a dar vueltas por el cuarto con pasos delicados, observando su alrededor, las estanterías repletas de libros y figuras llamaban su atención, tomó un libro al azar e intentó averiguar el significado de las palabras, no solo estaban en un idioma que no conocía, sino que su nivel de lectura era ciertamente bajo, lo unico que sabía era lo que había aprendido por su cuenta y riesgo. Lo devolvió al sitio y se dirigió a la chimenea, donde un cuadro del Mr Pomposo presidía la sala, los ojos del hombre parecían observar sus movimientos.
La chica se agachó frene al fuego y pusos sus manos frente a las llamas, haciendolas bailar a su gusto, entre las llamas parecía haber algo, una figura de madera, pequeña casi intacta. Con ceño fruncido cogió unas pinzas de chimenea negras que se encontraban junto al hogar, y sacó la estatua apagando las llamas al tenerla entre las manos soplando. quemaba un poco, aunque aun estaba medio intecta, por los huecos abiertos en la madera podía verse un papel blanco. La chica estaba por abrirla, podía ver un tipo de rosca, pero entonces escuchó el sonido del pomo de la puerta.
Con prisas, se levantó y guardó la estatuilla en su bolsa, apoyandose en la chiminea a ver brillar las llamas a modo de disimulo cuando, nuevamente, entró el alcalde. Con un suspiró se giró a ver al hombre que, con un papel enrollado sostenido en su diestra, les sonreía con amabilidad. La chica se cruzó de brazos apollando su peso en la columna de la chimenea, no se creía una sola palabra de las dichas por ese hombre.
Keira Brabery
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Re: Sombras en la nieve [Libre][3/4]
PAUSADO (Volveré pronto)
Sarez
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Re: Sombras en la nieve [Libre][3/4]
No podía quitármelo de la cabeza, era una idea tan probable que se había anclado en mi cerebro y no me dejaba pensar en otra cosa. Estaba seguro que estaría en lo cierto, estaba seguro que lo que sentía no era ninguna clase de paranoia ni locura; mi idea era real. “Nos están utilizando como a ratas de un experimento.” Apretaba la mandíbula cada que vez que notaba algo que incrementaba las posibilidades de que mi burda idea fuera algo más que un vago pensamiento.
La idea surgió en el mismo instante en el que el alcalde se marchó de la sala. Vincent y Keira estaban en apartados a un lado de la habitación, tal vez hablando de sus cosas, y yo me encontraba solo y aburrido en el sillón que ya había bautizado como mío. Si hay algo que no podía soportar era aburrirme. No podía estar quieto ni un solo segundo, tenía que tener mis manos y mi cabeza ocupada en algún sitio. En este caso, con mis manos jugaba a pasarme de una mano a otra una pequeña bola de cristal, un caro adorno del alcalde, que había cogido de encima de la mesa; mientras, mi mente se concentraba en observar cada uno de los cuadros de la habitación. Entonces fue cuando me di cuenta, en uno de los cuadros, por una milésima de segundo, los ojos se le movieron.
No estaba loco, sabía perfectamente lo que le había visto. Tras observar ese mismo retrato durante largos minutos en los que los ojos seguían siendo dos puntos negros de pintura, deshice todas intenciones de decirles lo que había visto a Keira y a Vincent. Si les dijera cualquier cosa ya podía imaginar lo que iba a pasar, la bruja me insultaría llamándome capullo o idiota y el tipo, tan repugnantemente amable, se limitaría a asentir y a sonreír. No merecía la pena decirles nada. Yo también tendría mi secreto y éste era que nos estaban vigilando.
-¡Por favor dejé eso!- Gritó una doncella sin alzar demasiado la voz quizás por miedo a que el alcalde la escuchase. –Si se le cae eso de las manos el alcalde se pondrá muy furioso. Es auténtico cristal de Sandorai. ¿Sabe usted lo que cuesta?-
-¡No me diga que es uno de esos caros adornos hecho por los elfos!- Le contesté con un tono de voz de falsa sorpresa.
-Sí…- La chica dio un largo suspiro al ver que me había dado cuenta qué era. –El señor Graham se enfadará…-Antes de que la chica terminase la frase le lancé hacia ella la bola de cristal quien la cogió con una tímida sonrisa. Ella era la típica sirvienta, joven, guapa, con larga melena morena recogida con un pañuelo negro para que no cayese ningún pelo en el té y una sonrisa tímida en la boca. –Muchas gracias. Si lo deseas le puedo traer una pelota de cuero. Tenemos algunas en el sótano, las usamos como juguetes para los infantes de la mansión.-
-No se molesté.- Contesté moviendo la palma de mi mano derecha en signo negativo. – Conozco muchas otras de maneras con las que entretenerme.- Miré lascivamente a la chica acompañada de mi mejor sonrisa seductora.
Mi intención no era seducirla, no con mi polla todavía inútil por la maldición de la mariposa dorada, sino ver hasta que punto se ponía nerviosa y decía algo que pudiera hacer juego con el cambio de ojos del retrato. Por desgracia, la chica era lista supo escoger cada palabra y para cada respuesta. Incluso cuando habló con Keira; cosa mucho más complicada pues hablar con aquella bruja podía sacar de sus casillas a cualquiera menos al señor rubio, amable y simpático.
En cuanto se fue la sirvienta con la bandeja de té, volví a coger la misma bola de cristal en el sitio donde ella me lo había dejado y continúe con mi juego. O jugaba con la pequeña bola de cristal o me pegaba cabezazos contra el maldito cuadro o le pegaba cabezazos a Vincent; entre esas opciones la primera era la más aceptable por todo el mundo.
-Tienes razón Keira. ¿Qué será lo siguiente, servirnos unas pastas con miel?- Le contesté a la bruja imitando su tono de voz.
Yo tampoco me fiaba de nadie de la mansión, pero no por ello iba a decir nada en voz alta. Si el cuadro había sido capaz de cambiarse los ojos era posible que también lo pudiera hacer con las orejas. Según como yo lo veía, era mejor parecer un ignorante que un avispado.
Después de cambiar la bola de cristal de mano ochenta y siete veces, la puerta del salón se volvió a abrir. Quien entró esta vez no era ni más ni menos que el ya conocido mensajero del alcalde. En su mano derecha llevaba un amplio papel enrollado y en su fea cara una gran sonrisa que casi le ofrecía un aspecto tan simpático como las sonrisa de Vincent.
-Os traigo el mapa que pedisteis. Es un poco antiguo. Ni la casa de los Tawin a quince metros de aquí ni el nuevo depósito de la ciudad aparecen; pero créanme cuando os digo que es el mejor que tenemos en nuestros almacenes. Es el único que marca con una cruz amarilla los riachuelos que suelen desbordarse en época de tormentas.- La sonrisa del tipejo se amplió todavía más al señalar con orgullo el cristal de la venta. - ¿No es maravilloso?-
-¿Y nuestra recompensa?-
-El señor Braham preferiría si las negociaciones las dejamos para después de cumplir vuestra empresa.- Depositó el mapa sobre la mesa y lo desenrolló mirándolo con orgullo. -Acercaos, dejad que os explique algunas cosas importantes.-
Sin dejar la bola de cristal en el lugar donde la había cogido, pues ésta se había convertido ahora en mi nuevo juguete personal y no iba a dejarla por algo tan banal como hacer caso al feo heraldo, senté en una de las sillas entorno a la mesa y obrservé detenidamente como se movían los dedos del tipejo por todo el mapa señalando cada montaña y cada río con tal orgullo que daba la impresión que el mismo hubiera dibujado el mapa.
La idea surgió en el mismo instante en el que el alcalde se marchó de la sala. Vincent y Keira estaban en apartados a un lado de la habitación, tal vez hablando de sus cosas, y yo me encontraba solo y aburrido en el sillón que ya había bautizado como mío. Si hay algo que no podía soportar era aburrirme. No podía estar quieto ni un solo segundo, tenía que tener mis manos y mi cabeza ocupada en algún sitio. En este caso, con mis manos jugaba a pasarme de una mano a otra una pequeña bola de cristal, un caro adorno del alcalde, que había cogido de encima de la mesa; mientras, mi mente se concentraba en observar cada uno de los cuadros de la habitación. Entonces fue cuando me di cuenta, en uno de los cuadros, por una milésima de segundo, los ojos se le movieron.
No estaba loco, sabía perfectamente lo que le había visto. Tras observar ese mismo retrato durante largos minutos en los que los ojos seguían siendo dos puntos negros de pintura, deshice todas intenciones de decirles lo que había visto a Keira y a Vincent. Si les dijera cualquier cosa ya podía imaginar lo que iba a pasar, la bruja me insultaría llamándome capullo o idiota y el tipo, tan repugnantemente amable, se limitaría a asentir y a sonreír. No merecía la pena decirles nada. Yo también tendría mi secreto y éste era que nos estaban vigilando.
-¡Por favor dejé eso!- Gritó una doncella sin alzar demasiado la voz quizás por miedo a que el alcalde la escuchase. –Si se le cae eso de las manos el alcalde se pondrá muy furioso. Es auténtico cristal de Sandorai. ¿Sabe usted lo que cuesta?-
-¡No me diga que es uno de esos caros adornos hecho por los elfos!- Le contesté con un tono de voz de falsa sorpresa.
-Sí…- La chica dio un largo suspiro al ver que me había dado cuenta qué era. –El señor Graham se enfadará…-Antes de que la chica terminase la frase le lancé hacia ella la bola de cristal quien la cogió con una tímida sonrisa. Ella era la típica sirvienta, joven, guapa, con larga melena morena recogida con un pañuelo negro para que no cayese ningún pelo en el té y una sonrisa tímida en la boca. –Muchas gracias. Si lo deseas le puedo traer una pelota de cuero. Tenemos algunas en el sótano, las usamos como juguetes para los infantes de la mansión.-
-No se molesté.- Contesté moviendo la palma de mi mano derecha en signo negativo. – Conozco muchas otras de maneras con las que entretenerme.- Miré lascivamente a la chica acompañada de mi mejor sonrisa seductora.
Mi intención no era seducirla, no con mi polla todavía inútil por la maldición de la mariposa dorada, sino ver hasta que punto se ponía nerviosa y decía algo que pudiera hacer juego con el cambio de ojos del retrato. Por desgracia, la chica era lista supo escoger cada palabra y para cada respuesta. Incluso cuando habló con Keira; cosa mucho más complicada pues hablar con aquella bruja podía sacar de sus casillas a cualquiera menos al señor rubio, amable y simpático.
En cuanto se fue la sirvienta con la bandeja de té, volví a coger la misma bola de cristal en el sitio donde ella me lo había dejado y continúe con mi juego. O jugaba con la pequeña bola de cristal o me pegaba cabezazos contra el maldito cuadro o le pegaba cabezazos a Vincent; entre esas opciones la primera era la más aceptable por todo el mundo.
-Tienes razón Keira. ¿Qué será lo siguiente, servirnos unas pastas con miel?- Le contesté a la bruja imitando su tono de voz.
Yo tampoco me fiaba de nadie de la mansión, pero no por ello iba a decir nada en voz alta. Si el cuadro había sido capaz de cambiarse los ojos era posible que también lo pudiera hacer con las orejas. Según como yo lo veía, era mejor parecer un ignorante que un avispado.
Después de cambiar la bola de cristal de mano ochenta y siete veces, la puerta del salón se volvió a abrir. Quien entró esta vez no era ni más ni menos que el ya conocido mensajero del alcalde. En su mano derecha llevaba un amplio papel enrollado y en su fea cara una gran sonrisa que casi le ofrecía un aspecto tan simpático como las sonrisa de Vincent.
-Os traigo el mapa que pedisteis. Es un poco antiguo. Ni la casa de los Tawin a quince metros de aquí ni el nuevo depósito de la ciudad aparecen; pero créanme cuando os digo que es el mejor que tenemos en nuestros almacenes. Es el único que marca con una cruz amarilla los riachuelos que suelen desbordarse en época de tormentas.- La sonrisa del tipejo se amplió todavía más al señalar con orgullo el cristal de la venta. - ¿No es maravilloso?-
-¿Y nuestra recompensa?-
-El señor Braham preferiría si las negociaciones las dejamos para después de cumplir vuestra empresa.- Depositó el mapa sobre la mesa y lo desenrolló mirándolo con orgullo. -Acercaos, dejad que os explique algunas cosas importantes.-
Sin dejar la bola de cristal en el lugar donde la había cogido, pues ésta se había convertido ahora en mi nuevo juguete personal y no iba a dejarla por algo tan banal como hacer caso al feo heraldo, senté en una de las sillas entorno a la mesa y obrservé detenidamente como se movían los dedos del tipejo por todo el mapa señalando cada montaña y cada río con tal orgullo que daba la impresión que el mismo hubiera dibujado el mapa.
Gerrit Nephgerd
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Re: Sombras en la nieve [Libre][3/4]
El alcalde no tardó en desaparecer de la habitación para buscar el dichoso mapa. Solo quería salir de allí sin parecer que necesitaba salir de allí. No pasaron ni unos segundos cuando sintió el tacto de alguien por detrás, y al girarse levemente vio que se trataba de Keira. Lo que quiera que tuviera que decir se lo guardó cuando otra doncella entró para retirar las tazas del té que supuestamente se habían bebido.
La tensai de fuego inició una ligera conversación, que evidentemente buscaba engañar a la mujer para ver si cometía algún error y decía más de lo debido. No fue el caso, aunque poco importaba. Keira había notado que les habían echado algo en la bebida, y solo por eso estaban claras las malas intenciones de sus anfitriones.
Después de la conversación, la mujer de pelo grisáceo se marchó con la bandeja, así como su asistenta de pelo moreno que había estado conversando con el rubio. Puede que Neph hubiera tenido más suerte que la castaña recabando información, pero de ser así no tenía idea de lo que sabría.
- El té estaba un poco fuerte, pero estaba delicioso en realidad. Para mí no estuvo malo, no tanto como para salir corriendo-, rió. - Eso estaría bien. Nunca faltan unas buenas pastas con miel-, bromeó manteniendo su buen humor.
De todas formas aprovechó para acercarse aún más Keira, pareciendo que iba a oler su pelo como si de su amante se tratara.
- Las paredes escuchan en casas como estas. Fuera podremos hablar mejor-, se alejó y le guiñó un ojo.
Había dejado claro que la entendía, pero no podía hablar al respecto por ahora. Tampoco por ello podía preguntar a Neph sobre si la morena le había dicho algo útil. Solo podía parecer calmado, y aceptar el trabajo de un modo que pareciera un idiota que iba a la boca del lobo. Necesitaba el alcalde se confiara.
No tardó este en aparecer, haciendo que tuviera que pasar su estrategia y pensamientos a un segundo plano para escucharle.
Por lo visto, aunque al mapa le faltaban algunas señalizaciones modernas, realmente era el mejor que podía poseer por otros datos que tenía. Como la señalización de crecidas del río en días de tormenta como el que resonaba en el exterior. De todos modos el río no subiría tanto, pues la tormenta sería de corte invernal por la fecha en la que se encontraban. El invierno llegaba mucho más temprano al norte que a otras partes del continente por decirlo de algún modo. No obstante el detalle no estaba mal, y se lo hubiera agradecido de verdad si Will no fuera una persona en la que no debía confiar.
- Genial, nos vendrá bien ese mapa-, dijo con falso agradecimiento, antes de acercarse a donde había desenrollado el pergamino. - Pero creo que tiene que darnos algo por adelantado de buena fe. Soy un profesional veterano, y hay mucho mentiroso y tramposo suelto-. Como vos, aunque eso se lo guardó. - Necesito un acto de demostración para aceptar el trabajo. Unos aeros en compensación por el posible tiempo perdido. Seguro que piensa igual-, Habló antes de que le contestara. - Que yo podría huir con el dinero sin realizar el encargo, pero es usted quien ha venido a buscarnos. Imagino que mi reputación, y acto de valor en aquella noche como le han comentado, es suficiente para demostrar que no haré tal cosa. Puedo decir lo mismo de mis compañeros.
- Está bien. Les daré trescientos aeros. Cien para cada uno antes de que vayan a la misión. El resto a la vuelta. En total ganarán quinientas monadas cada uno, nada mal ¿no creen? - sonrió como el que sabe que tiene ese dinero sin problemas.
Vincent solo asintió aceptando el trato. Ya casi lo tenía. Escuchar lo que tuviera que decir al respecto y salir a la intemperie. Allí podría hablar con el resto de sus compañeros sin peligro de ser escuchado por oídos indeseables.
- Miren es aquí-. Señaló el mapa. - Este es nuestro poblado, y las cuevas se encuentran al otro lado de esos riachuelos-. Iba señalando cada detalle que iba mencionando. - Es una larga subida, y deben tener cuidado con las cascadas del río pero con este mapa no tendrán problema. Las marcas amarillas son zonas de peligro, mejor alejarse de ellas. Por todo lo demás preferiría que decidieran partir luego de la tormenta. Será menos peligroso si marchan sin ella.
- Menos peligroso sí, pero con el mapa no habrá peligro real-, contestó, recogiendo el preciado dibujo. - Y esta tormenta ocultará nuestros movimientos. No sabrán que les ha golpeado-, sonrió a su contratista.
Solo quedaba recoger el adelanto y salir de allí. O eso esperaba, evidentemente el alcalde estaba deseoso de que no partieran.
La tensai de fuego inició una ligera conversación, que evidentemente buscaba engañar a la mujer para ver si cometía algún error y decía más de lo debido. No fue el caso, aunque poco importaba. Keira había notado que les habían echado algo en la bebida, y solo por eso estaban claras las malas intenciones de sus anfitriones.
Después de la conversación, la mujer de pelo grisáceo se marchó con la bandeja, así como su asistenta de pelo moreno que había estado conversando con el rubio. Puede que Neph hubiera tenido más suerte que la castaña recabando información, pero de ser así no tenía idea de lo que sabría.
- El té estaba un poco fuerte, pero estaba delicioso en realidad. Para mí no estuvo malo, no tanto como para salir corriendo-, rió. - Eso estaría bien. Nunca faltan unas buenas pastas con miel-, bromeó manteniendo su buen humor.
De todas formas aprovechó para acercarse aún más Keira, pareciendo que iba a oler su pelo como si de su amante se tratara.
- Las paredes escuchan en casas como estas. Fuera podremos hablar mejor-, se alejó y le guiñó un ojo.
Había dejado claro que la entendía, pero no podía hablar al respecto por ahora. Tampoco por ello podía preguntar a Neph sobre si la morena le había dicho algo útil. Solo podía parecer calmado, y aceptar el trabajo de un modo que pareciera un idiota que iba a la boca del lobo. Necesitaba el alcalde se confiara.
No tardó este en aparecer, haciendo que tuviera que pasar su estrategia y pensamientos a un segundo plano para escucharle.
Por lo visto, aunque al mapa le faltaban algunas señalizaciones modernas, realmente era el mejor que podía poseer por otros datos que tenía. Como la señalización de crecidas del río en días de tormenta como el que resonaba en el exterior. De todos modos el río no subiría tanto, pues la tormenta sería de corte invernal por la fecha en la que se encontraban. El invierno llegaba mucho más temprano al norte que a otras partes del continente por decirlo de algún modo. No obstante el detalle no estaba mal, y se lo hubiera agradecido de verdad si Will no fuera una persona en la que no debía confiar.
- Genial, nos vendrá bien ese mapa-, dijo con falso agradecimiento, antes de acercarse a donde había desenrollado el pergamino. - Pero creo que tiene que darnos algo por adelantado de buena fe. Soy un profesional veterano, y hay mucho mentiroso y tramposo suelto-. Como vos, aunque eso se lo guardó. - Necesito un acto de demostración para aceptar el trabajo. Unos aeros en compensación por el posible tiempo perdido. Seguro que piensa igual-, Habló antes de que le contestara. - Que yo podría huir con el dinero sin realizar el encargo, pero es usted quien ha venido a buscarnos. Imagino que mi reputación, y acto de valor en aquella noche como le han comentado, es suficiente para demostrar que no haré tal cosa. Puedo decir lo mismo de mis compañeros.
- Está bien. Les daré trescientos aeros. Cien para cada uno antes de que vayan a la misión. El resto a la vuelta. En total ganarán quinientas monadas cada uno, nada mal ¿no creen? - sonrió como el que sabe que tiene ese dinero sin problemas.
Vincent solo asintió aceptando el trato. Ya casi lo tenía. Escuchar lo que tuviera que decir al respecto y salir a la intemperie. Allí podría hablar con el resto de sus compañeros sin peligro de ser escuchado por oídos indeseables.
- Miren es aquí-. Señaló el mapa. - Este es nuestro poblado, y las cuevas se encuentran al otro lado de esos riachuelos-. Iba señalando cada detalle que iba mencionando. - Es una larga subida, y deben tener cuidado con las cascadas del río pero con este mapa no tendrán problema. Las marcas amarillas son zonas de peligro, mejor alejarse de ellas. Por todo lo demás preferiría que decidieran partir luego de la tormenta. Será menos peligroso si marchan sin ella.
- Menos peligroso sí, pero con el mapa no habrá peligro real-, contestó, recogiendo el preciado dibujo. - Y esta tormenta ocultará nuestros movimientos. No sabrán que les ha golpeado-, sonrió a su contratista.
Solo quedaba recoger el adelanto y salir de allí. O eso esperaba, evidentemente el alcalde estaba deseoso de que no partieran.
Vincent Calhoun
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Re: Sombras en la nieve [Libre][3/4]
Todo eso le olía mal, el alcalde le caia gordo, era demasiado refinado, demasiado educado, y su mirada parecía falsa, repleta de sombras que parecían ocultar algo, fuera lo que fuera, no le gustaba, además, las sirvientas tampoco resultaban agradables, por mucho que Neph intentase ligar con ellas, y por muy sarcástico que fuese, si el quería envenenarse con el té que se lo hubiera dicho, gustosa habría vaciado la tetera por su gaznate.
Suspiró ignorando al rubio y asintió ante el mago a su lado. Tenía razón, no eral el mejor sitio para hablar. Le daba igual el frío, la nieve, el viento y la madre que lo parió todo, solo quería salir de allí, alejarse de la pompa y, si podía, perder de vista al rubio pesado. Si quería quedarse a juguetear con unas criadas, adelante, ojala le cortasen el rabo.
Se alejó a esperar el mapa, sacó de uno de los bolsillos de su bolsa tres pelotas pequeñas y comenzó a hacer malabares con ellas para pasar el rato, lo cierto era que su pasado de artista en la troupe le estaba siendo de más ayuda de lo que nunca habría creido. Se alegraba de saber tantos trucos de manos, y tantas formas de entretenimiento, aunque no del modo en que las había aprendido. Algunas veces, cuando hacía algo mal, aun le resonaban los bofetones en las mejillas.
Cuando la puerta se abrió, permitiendo la entrada del hombre con el mapa, guardo con rapidez las pelotas, sabiendo que poco o nada le gustaría a ese hombre tener a una artista ambulante en la casa, o, al vez, demasiado, lo ultimo que quería era que le pidieran un espectaculo o que le cogieran más mania de la que ya parecían tenerle, a ella y a todo el grupo presente.
Realmente, le daban igual incluso los aeros prometidos, si por ella fuera, se largaba de allí ipsofacto, aun así, se acercó a ver el mapa junto a los demás y a atender las explicaciones del alcalde, por muy mal que le callese, si se perdían en la nieve no habría solución, y no podía dejar que las prisas y el asco le nublaran el juicio, no, al menos, cuando iba acompañada, porque si hubiera estado sola, lo cierto era que ni se habría acercado a ese sitio, habría permanecido caliente y comoda en la posada y que se hubieran apañado otros con los problemas.
Fue Vincent quien se encargó de establecer las relaciones, mejor, sin duda, porque si ella hablaba no saldrían precisamente joyas de sus labios, y sus palabras, por amables que fueran, iban a sonar afiladas como cuchillos. Cuando las explicaciones estuvieron dadas, sin esperar a nadie, Keira se acercó a la puerta de salida del cuarto donde, en una mesilla había una bolsa de cuero atada.
- Supongo que esto es el adelanto, ¿no es así?- comentó con voz monotona. Un asentimiento por parte del hombre le confirmó las sospechas.- Bien.
Abrió la bolsa sacando seis de las nueve monedas, lanzó tres a Vincent y tres a Neph, quedandose con las tres últimas para ella y salió de allí cogiendo la capa de un perchero para, con su contoneo habitual, abrir de par en par la puerta del exterior y salir con un fuerte golpe de viento en la cara. Ya estaba fuera, no le había dado una nueva oportunidad de hablar al tipo, porque sabía que algo se habría inventado para manetenerlos ahí, y por mucha tormenta que hubiera, se negaba a seguir un solo instante en esa casa.
Suspiró ignorando al rubio y asintió ante el mago a su lado. Tenía razón, no eral el mejor sitio para hablar. Le daba igual el frío, la nieve, el viento y la madre que lo parió todo, solo quería salir de allí, alejarse de la pompa y, si podía, perder de vista al rubio pesado. Si quería quedarse a juguetear con unas criadas, adelante, ojala le cortasen el rabo.
Se alejó a esperar el mapa, sacó de uno de los bolsillos de su bolsa tres pelotas pequeñas y comenzó a hacer malabares con ellas para pasar el rato, lo cierto era que su pasado de artista en la troupe le estaba siendo de más ayuda de lo que nunca habría creido. Se alegraba de saber tantos trucos de manos, y tantas formas de entretenimiento, aunque no del modo en que las había aprendido. Algunas veces, cuando hacía algo mal, aun le resonaban los bofetones en las mejillas.
Cuando la puerta se abrió, permitiendo la entrada del hombre con el mapa, guardo con rapidez las pelotas, sabiendo que poco o nada le gustaría a ese hombre tener a una artista ambulante en la casa, o, al vez, demasiado, lo ultimo que quería era que le pidieran un espectaculo o que le cogieran más mania de la que ya parecían tenerle, a ella y a todo el grupo presente.
Realmente, le daban igual incluso los aeros prometidos, si por ella fuera, se largaba de allí ipsofacto, aun así, se acercó a ver el mapa junto a los demás y a atender las explicaciones del alcalde, por muy mal que le callese, si se perdían en la nieve no habría solución, y no podía dejar que las prisas y el asco le nublaran el juicio, no, al menos, cuando iba acompañada, porque si hubiera estado sola, lo cierto era que ni se habría acercado a ese sitio, habría permanecido caliente y comoda en la posada y que se hubieran apañado otros con los problemas.
Fue Vincent quien se encargó de establecer las relaciones, mejor, sin duda, porque si ella hablaba no saldrían precisamente joyas de sus labios, y sus palabras, por amables que fueran, iban a sonar afiladas como cuchillos. Cuando las explicaciones estuvieron dadas, sin esperar a nadie, Keira se acercó a la puerta de salida del cuarto donde, en una mesilla había una bolsa de cuero atada.
- Supongo que esto es el adelanto, ¿no es así?- comentó con voz monotona. Un asentimiento por parte del hombre le confirmó las sospechas.- Bien.
Abrió la bolsa sacando seis de las nueve monedas, lanzó tres a Vincent y tres a Neph, quedandose con las tres últimas para ella y salió de allí cogiendo la capa de un perchero para, con su contoneo habitual, abrir de par en par la puerta del exterior y salir con un fuerte golpe de viento en la cara. Ya estaba fuera, no le había dado una nueva oportunidad de hablar al tipo, porque sabía que algo se habría inventado para manetenerlos ahí, y por mucha tormenta que hubiera, se negaba a seguir un solo instante en esa casa.
Keira Brabery
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Re: Sombras en la nieve [Libre][3/4]
Sin comerlo ni beberlo me encontraba en una cuestión de pelotas. Mientras yo jugaba con la pelota de cirstal que había tomado prestada, Keira hacia lo propio con las pelotas que usaba para los malabares en la actuación. No era una competición por ver quién lo hacía más rápido ni tampoco por ver a quién se le caía antes la pelota; eran dos juegos diferentes, Keira tenía el suyo y yo el mío. Aun así, me sentía estar en competencia con ella durante todo el rato. Si ella hacia un juego malabar, yo lo tenía que hacer después tres veces más rápido. Tenía que tener en cuenta que Keira tenía tres bolas y yo solo una.
Cuando el tipejo sirviente del alcalde entró, Keira dejó de jugar con sus pelotas. Yo no paré de jugar con la bola de cristal. Ahora tenía otro competidor con el que poder divertirme: Vincent. El hombre demasiado simpático empezó a jugar con las bolas del tipejo. Los aeros eran importantes para un mercenario como él y así lo demostraba instigando y amenazando al feo y pequeño sirviente. Lo hacía con palabras bonitas adornadas con una sonrisa y una buena dosis de simpatía que yo, personalmente, carecía; pero eran amenazas al fin y al cabo. Estaba jugando con las pelotas del hombre como Keira lo había hecho antes con las bolas de malabares o yo lo hacía con la bola de cristal.
Cuando terminó su juego con las pelotas le dirigí una mala mirada de rabia. Pensaba que me había ganado. No sabía cómo era posible ni por qué pensaba tal cosa, pero así era. Simplemente me había ganado y había conseguido que el tipejo nos diera una paga por adelantado. Yo, sin embargo, con mi bola de cristal, no había conseguido absolutamente nada. Vincent había jugado tan bien a su juego de pelotas que hasta el tipejo le estaba explicando los detalles del mapa. Por mi parte no iba a ser el típico buen rival que aceptaba su derrota, seguí sentado en el mismo sillón y haciendo mover mi bola de cristal sin que me importase nada más que mi dichoso juego.
Keira, siempre ella era la culpable de todo. Antes de que me diera tiempo a reaccionar tres monedas interrumpían mi juego con la bola de cristal. De no ser por la magia de telequinesis se me hubiera caído la bola y hubiera perdido los aeros que, sin saber cómo, había ganado. Por fortuna conseguí aguantar todo en el aire.
-Podrías haber avisado.- Le dije con desdicha a la chica. Acto seguido me guardé las monedas en el bolsillo y continué jugando con la bola de cristal.
El último en salir de la habitación fui yo. Por mis pelotas que iba a ganar el juego de las pelotas. Iba a ser el último que abandonase y el que más deprisa jugase. Aun cuando me levanté, seguía pasando de mano a mano la bola de cristal. No fue hasta que no llegué al umbral de la puerta que no me deshice de la bola. La lancé tan fuerte como pude contra el maldito cuadro que me pareció que se le movían los ojos. Una cara y preciosa bola de cristal quedó destruida en mil y un pedacitos por culpa de mis paranoias y mis locuras internas. Era consciente de ello y, para mostrarlo, brinde una amplia sonrisa hacia el cuadro y los trozos de cristal.
-He ganado.- Susurré cuando creí que nadie más me escucharía.
Offrol: Perdón mi retraso (y también el mental) pensé que le tocaba a Keira. Si veis que me retraso tanto enviadme mp. Estoy con mil cosas en la cabeza estos días y me despisto fácil. Lo siento >.<
Cuando el tipejo sirviente del alcalde entró, Keira dejó de jugar con sus pelotas. Yo no paré de jugar con la bola de cristal. Ahora tenía otro competidor con el que poder divertirme: Vincent. El hombre demasiado simpático empezó a jugar con las bolas del tipejo. Los aeros eran importantes para un mercenario como él y así lo demostraba instigando y amenazando al feo y pequeño sirviente. Lo hacía con palabras bonitas adornadas con una sonrisa y una buena dosis de simpatía que yo, personalmente, carecía; pero eran amenazas al fin y al cabo. Estaba jugando con las pelotas del hombre como Keira lo había hecho antes con las bolas de malabares o yo lo hacía con la bola de cristal.
Cuando terminó su juego con las pelotas le dirigí una mala mirada de rabia. Pensaba que me había ganado. No sabía cómo era posible ni por qué pensaba tal cosa, pero así era. Simplemente me había ganado y había conseguido que el tipejo nos diera una paga por adelantado. Yo, sin embargo, con mi bola de cristal, no había conseguido absolutamente nada. Vincent había jugado tan bien a su juego de pelotas que hasta el tipejo le estaba explicando los detalles del mapa. Por mi parte no iba a ser el típico buen rival que aceptaba su derrota, seguí sentado en el mismo sillón y haciendo mover mi bola de cristal sin que me importase nada más que mi dichoso juego.
Keira, siempre ella era la culpable de todo. Antes de que me diera tiempo a reaccionar tres monedas interrumpían mi juego con la bola de cristal. De no ser por la magia de telequinesis se me hubiera caído la bola y hubiera perdido los aeros que, sin saber cómo, había ganado. Por fortuna conseguí aguantar todo en el aire.
-Podrías haber avisado.- Le dije con desdicha a la chica. Acto seguido me guardé las monedas en el bolsillo y continué jugando con la bola de cristal.
El último en salir de la habitación fui yo. Por mis pelotas que iba a ganar el juego de las pelotas. Iba a ser el último que abandonase y el que más deprisa jugase. Aun cuando me levanté, seguía pasando de mano a mano la bola de cristal. No fue hasta que no llegué al umbral de la puerta que no me deshice de la bola. La lancé tan fuerte como pude contra el maldito cuadro que me pareció que se le movían los ojos. Una cara y preciosa bola de cristal quedó destruida en mil y un pedacitos por culpa de mis paranoias y mis locuras internas. Era consciente de ello y, para mostrarlo, brinde una amplia sonrisa hacia el cuadro y los trozos de cristal.
-He ganado.- Susurré cuando creí que nadie más me escucharía.
Offrol: Perdón mi retraso (y también el mental) pensé que le tocaba a Keira. Si veis que me retraso tanto enviadme mp. Estoy con mil cosas en la cabeza estos días y me despisto fácil. Lo siento >.<
Gerrit Nephgerd
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Re: Sombras en la nieve [Libre][3/4]
No hubo que esperar por adelanto como había pensado, pues Keira recogió una bolsa con monedas para ellos en una mesita. Que rápidos habían sido sus sirvientes en colocar ese cuero con aeros ahí. Tanto que no hacía más que refutar su teoría de que en esa casa las paredes escuchaban.
- Es hora de partir. No le defraudaremos-, dijo el brujo como despedida.
- Les deseo suerte-, contestó el acalde.
El brujo solo dio como respuesta un movimiento de su cabeza fingiendo que agradecía sus buenas palabras y salió detrás de la bailarina. Que podía decir, viajar a aquella encerrona ya le había proporcionado algo de dinero, aunque lo cierto es que todo no había hecho más que empezar.
No tenía muy claro que hacer, más allá de sus primeros pasos en cuanto saliera de la casa. Todo más allá de ese futuro cercano era una incógnita para él. Una incógnita bastante peligrosa.
- Debemos subir en aquella dirección-, comentó a sus compañeros mirando el mapa, para luego observar la zona hacia la que debía dirigirse.
Bien. Eso le gustaba. Era justo lo que necesitaba. El mapa había desvelado un detalle que podría salvarles y darles una oportunidad.
- Será mejor llegar lo antes posible a nuestro destino. Así podremos dejar atrás este mal tiempo-, dijo solo por animarlo a seguir.
En la zona más cercana a la montaña mucho se temía que esa tormenta de nieve no sería distinta que sobre ese pueblo. Por fortuna la tempestad al principio había sido de agua cuando había llegado, pero al salir se había convertido en una cascada de copos de nieve azotados por un viento furioso.
Al brujo le costaba caminar sobre la nieve, con ese vendaval golpeándolo de costado. No obstante debía continuar, debía hacer el esfuerzo de continuar su misión. Subió una loma pronunciada que los alejaba del pueblo quedando sus casas como puntitos negros en la base de la montaña. O así hubiera sido si se viera a más de dos metros de distancias con esa tormenta de nieve. El siguiente paso fue atravesar un puente de piedra sólida. Tenía pinta de ser muy antiguo, y también tenía pinta de que seguiría mucho más tiempo allí si nadie lo destruía de manera premeditada.
Poco importaba lo bonito o antiguo que fuera, solo que lo acercaba más a su destino. Un lugar que no tardó en ver al avanzar algunos metros más bajo la intemperie.
- Chicos-, dijo volviéndose serio, con varios cristales de hielo haciendo su nuevo hogar en su barba. - Debemos internarnos en ese bosque. No es tiempo para dudar o discutir-, comentó, a la vez que dejaba caer su morral al suelo, y tiraba de él por su correa mientras avanzaba hacia el bosque, para dejar un surco que borrara sus huellas.
La ventisca pronto dejaría todo al mismo nivel, y era su mayor aliada para esconderse. Ella era el principal motivo por el que había decidido salir cuanto antes de la casa del alcalde.
Vinc en cuanto acabó su labor se volvió a colocar el morral, y se escondió detrás de un árbol cuerpo a tierra. O mejor dicho, cuerpo a nieve, ya que el grosor de la nieve era más alto según había subido la montaña.
El rubio no tardó en sentir, así como en ver a duras penas, el movimiento de varias personas por el camino por el que había venido. El grupo no notó la presencia de los chicos en el bosque y siguió de largo como había esperado que hicieran. Suspiró aliviado.
- Parecen que no nos han visto. Será mejor adentrarnos un poco más en el bosque-, comentó en susurros acercándose a sus compañeros.
En esa zona la ventisca no se dejaba notar tanto, gracias a la ayuda y la oposición a ella que hacían los árboles. Siendo un lugar más tranquilo y por el que era más fácil avanzar.
- Tenemos que pensar algo-, dijo cuando ya estaban más lejos del camino, y donde estaban más seguros para no ser escuchados. - No podemos irnos sin más o nos darán caza-, suspiró resignado. - Supongo que no he sido el único que se ha dado cuenta de las artimañas del alcalde en su casa. Sin duda nos quiere como chivo expiatorio, aunque no se los motivos exactos-, comenzó a explicarse, o al menos a decir lo que creía que estaba pasando. - ¿Habéis visto que solo están destruidas las casas y zonas humildes de ese pueblo? ¿Que solo queda en pie la zona lujosa donde vive William Graham? Algo me dice que los ataques a Dundarak tienen que ver con eso. Me temo que el alcalde y sus compinches han tomado este pueblo como propio, y debe haber algún motivo por ello. Deben de estar ganando algo con lo que comercian en la ciudad, y los ataques son para destruir los almacenes o rutas comerciales de William. No deben de ser ataques aislados y aleatorios a la ciudad.
El brujo se paró unos segundos oteando la distancia, y luego se giró para hablar cara a cara con sus compañeros.
- No se la verdad. No sé qué pasa. Solo que ese hombre no es trigo limpio, y me temo que la gente que debemos matar si lo son. Y esas personas que nos seguía debían asegurarse de que lo hiciéramos. O matarnos para que no hubiera testigos, para luego echarnos la culpa de la masacre de esos dragones-. Sí eso parecía tener sentido, mandar a unas personas a matar a los dragones, matar a los enviados y a los propios dragones y echarle la culpa a los primeros. - Creo que deben ser los verdaderos habitantes de ese pueblo. Ahora bien, solo tenemos dos opciones. Bajar de nuevo para enfrentar al alcalde y sus hombres, o bien seguir el plan, subir a las cuevas y encontrar a los dragones. Aunque con distinto final. Solo para hablar con ellos y protegerlos de esa banda que subía. De paso podremos buscar su ayuda para luchar contra William.
Si bajaban sería todo más fácil. No debería haber muchos hombres allí, después de que Graham mandara a la mayoría de sus hombres seguirles. Pero si lo hacían de este modo los dragones inocentes…
- Yo opto por subir a las cuevas. Entiendo que es arriesgado y penséis que es una locura. Por ello os pregunto primero-, dijo finalmente.
No iba a pedirles a una bailarina y un desconocido que se arriesgaran por nada. No todos en el mundo eran como él. Un mercenario algo altruista como él. Ni tampoco era lícito exigirles luchar a unas personas que vivían la vida de otro modo distinto.
- Es hora de partir. No le defraudaremos-, dijo el brujo como despedida.
- Les deseo suerte-, contestó el acalde.
El brujo solo dio como respuesta un movimiento de su cabeza fingiendo que agradecía sus buenas palabras y salió detrás de la bailarina. Que podía decir, viajar a aquella encerrona ya le había proporcionado algo de dinero, aunque lo cierto es que todo no había hecho más que empezar.
No tenía muy claro que hacer, más allá de sus primeros pasos en cuanto saliera de la casa. Todo más allá de ese futuro cercano era una incógnita para él. Una incógnita bastante peligrosa.
- Debemos subir en aquella dirección-, comentó a sus compañeros mirando el mapa, para luego observar la zona hacia la que debía dirigirse.
Bien. Eso le gustaba. Era justo lo que necesitaba. El mapa había desvelado un detalle que podría salvarles y darles una oportunidad.
- Será mejor llegar lo antes posible a nuestro destino. Así podremos dejar atrás este mal tiempo-, dijo solo por animarlo a seguir.
En la zona más cercana a la montaña mucho se temía que esa tormenta de nieve no sería distinta que sobre ese pueblo. Por fortuna la tempestad al principio había sido de agua cuando había llegado, pero al salir se había convertido en una cascada de copos de nieve azotados por un viento furioso.
Al brujo le costaba caminar sobre la nieve, con ese vendaval golpeándolo de costado. No obstante debía continuar, debía hacer el esfuerzo de continuar su misión. Subió una loma pronunciada que los alejaba del pueblo quedando sus casas como puntitos negros en la base de la montaña. O así hubiera sido si se viera a más de dos metros de distancias con esa tormenta de nieve. El siguiente paso fue atravesar un puente de piedra sólida. Tenía pinta de ser muy antiguo, y también tenía pinta de que seguiría mucho más tiempo allí si nadie lo destruía de manera premeditada.
Poco importaba lo bonito o antiguo que fuera, solo que lo acercaba más a su destino. Un lugar que no tardó en ver al avanzar algunos metros más bajo la intemperie.
- Chicos-, dijo volviéndose serio, con varios cristales de hielo haciendo su nuevo hogar en su barba. - Debemos internarnos en ese bosque. No es tiempo para dudar o discutir-, comentó, a la vez que dejaba caer su morral al suelo, y tiraba de él por su correa mientras avanzaba hacia el bosque, para dejar un surco que borrara sus huellas.
La ventisca pronto dejaría todo al mismo nivel, y era su mayor aliada para esconderse. Ella era el principal motivo por el que había decidido salir cuanto antes de la casa del alcalde.
Vinc en cuanto acabó su labor se volvió a colocar el morral, y se escondió detrás de un árbol cuerpo a tierra. O mejor dicho, cuerpo a nieve, ya que el grosor de la nieve era más alto según había subido la montaña.
El rubio no tardó en sentir, así como en ver a duras penas, el movimiento de varias personas por el camino por el que había venido. El grupo no notó la presencia de los chicos en el bosque y siguió de largo como había esperado que hicieran. Suspiró aliviado.
- Parecen que no nos han visto. Será mejor adentrarnos un poco más en el bosque-, comentó en susurros acercándose a sus compañeros.
En esa zona la ventisca no se dejaba notar tanto, gracias a la ayuda y la oposición a ella que hacían los árboles. Siendo un lugar más tranquilo y por el que era más fácil avanzar.
- Tenemos que pensar algo-, dijo cuando ya estaban más lejos del camino, y donde estaban más seguros para no ser escuchados. - No podemos irnos sin más o nos darán caza-, suspiró resignado. - Supongo que no he sido el único que se ha dado cuenta de las artimañas del alcalde en su casa. Sin duda nos quiere como chivo expiatorio, aunque no se los motivos exactos-, comenzó a explicarse, o al menos a decir lo que creía que estaba pasando. - ¿Habéis visto que solo están destruidas las casas y zonas humildes de ese pueblo? ¿Que solo queda en pie la zona lujosa donde vive William Graham? Algo me dice que los ataques a Dundarak tienen que ver con eso. Me temo que el alcalde y sus compinches han tomado este pueblo como propio, y debe haber algún motivo por ello. Deben de estar ganando algo con lo que comercian en la ciudad, y los ataques son para destruir los almacenes o rutas comerciales de William. No deben de ser ataques aislados y aleatorios a la ciudad.
El brujo se paró unos segundos oteando la distancia, y luego se giró para hablar cara a cara con sus compañeros.
- No se la verdad. No sé qué pasa. Solo que ese hombre no es trigo limpio, y me temo que la gente que debemos matar si lo son. Y esas personas que nos seguía debían asegurarse de que lo hiciéramos. O matarnos para que no hubiera testigos, para luego echarnos la culpa de la masacre de esos dragones-. Sí eso parecía tener sentido, mandar a unas personas a matar a los dragones, matar a los enviados y a los propios dragones y echarle la culpa a los primeros. - Creo que deben ser los verdaderos habitantes de ese pueblo. Ahora bien, solo tenemos dos opciones. Bajar de nuevo para enfrentar al alcalde y sus hombres, o bien seguir el plan, subir a las cuevas y encontrar a los dragones. Aunque con distinto final. Solo para hablar con ellos y protegerlos de esa banda que subía. De paso podremos buscar su ayuda para luchar contra William.
Si bajaban sería todo más fácil. No debería haber muchos hombres allí, después de que Graham mandara a la mayoría de sus hombres seguirles. Pero si lo hacían de este modo los dragones inocentes…
- Yo opto por subir a las cuevas. Entiendo que es arriesgado y penséis que es una locura. Por ello os pregunto primero-, dijo finalmente.
No iba a pedirles a una bailarina y un desconocido que se arriesgaran por nada. No todos en el mundo eran como él. Un mercenario algo altruista como él. Ni tampoco era lícito exigirles luchar a unas personas que vivían la vida de otro modo distinto.
Offrol
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He seguido la trama como que seguimos juntos hasta un bosque. Si no os parece bien me avisáis y lo edito
PD: El post anterior de Gerrit se podría titular "Cuestión de pelotas" jajajaja XD
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He seguido la trama como que seguimos juntos hasta un bosque. Si no os parece bien me avisáis y lo edito
PD: El post anterior de Gerrit se podría titular "Cuestión de pelotas" jajajaja XD
Vincent Calhoun
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Re: Sombras en la nieve [Libre][3/4]
Tema pausado.
A petición de Vincent.
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Elen Calhoun
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